martes, 23 de enero de 2024

¿Qué es lo que quieres?


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-Prométeme que lo vas a intentar.
               Las ondas que sus manos despertaban en la superficie del agua de la bañera disminuyeron su intensidad un momento. Normalmente no me importaban las tormentas que finalmente se acababan, porque el sol brillaba con fuerza en un mundo que resplandecía más hermoso con su fulgor, pero… una parte de mí echó de menos la fiereza de esas olas que me lamían la piel mientras subían y bajaban por mis curvas, se colaban por los huecos que mi cuerpo formaba por debajo del agua como delfines juguetones, y juntaban las partes de mí que no estaban en contacto con Alec con él. Resultaba reconfortante que hubiera un medio físico más tangible que el aire uniéndonos; en esa bañera, incluso si estuviéramos cada uno en un rincón, siempre estaríamos en contacto gracias al agua.
               Tampoco es que ahora estuviéramos lejos, precisamente. Más bien todo lo contrario: yo estaba acurrucada contra su pecho, cobijada entre sus piernas, protegida en la fortaleza que formaban sus rodillas como un valle paradisiaco entre dos picos que me guarecían de los elementos. Allí estaba segura.
               Era el único sitio en que podría sentirme segura, incluso cuando sus caricias se detenían unos instantes, vacilantes.
               Y luego Alec continuó recorriendo la línea de mi silueta con la punta de los dedos, bajando hasta mis caderas y subiendo por mi costado, mis senos, mi codo, mi hombro y mi cuello, en el que se detenía un instante, como tomándome el pulso antes de rehacer el camino que había andado.
               Su silencio podría parecer un desafío para mí, pero en el espejo de la pared podía ver que estaba tranquilo, saboreando el momento, alargando un poco más la existencia de aquella burbuja de tranquilidad y despreocupación en la que nos sumergíamos cuando estábamos juntos.
               Estaba tan guapo… casi resultaba sacrílego mantener con él esta conversación, pero la sabía necesaria. No debía dejarme seducir por la manera en que el pelo mojado le caía sobre los ojos, aunque poco a poco se estuviera secando y ya empezaran a aparecer sus primeros rizos perezosos; tampoco debía regodearme en la forma en que sus músculos se movían, demostrando una fuerza que me encantaba sentir encima, o a mi alrededor. No debía detenerme demasiado en el moreno de su piel, en lo distinto de aquellos rincones que yo conocía tan bien, o en esa sombra de barba que ya empezaba a asomarle por la mandíbula y que no tendría el privilegio de ver en persona.
               Por mucho que me atrajera, tenía que asegurarme de que él no renunciaba a todas las oportunidades que la vida le brindara sólo por regresar conmigo.
               -¿Cómo sabes que lo voy a boicotear?-preguntó, y en el deje ligerísimamente divertido de su voz escuché que no pretendía, ni mucho menos, engañarme. Simplemente le había asaltado uno de esos momentos en que a uno de los dos de repente nos embriagaba lo intenso y especial de lo que compartíamos, lo perfecto que Alec era para mí o yo era para él, lo único e irrepetible de nuestro vínculo y lo increíble de que tuviéramos la suerte de experimentarlo juntos.
               -No vas a intentar convencerme de que no es tu intención-dije en tono neutro; no era una pregunta, pero tampoco una afirmación.
               Alec levantó la cabeza y me miró a los ojos en el reflejo del espejo de la pared. La sacudió despacio, los músculos de su cuello tensándose, los colgantes que Perséfone y yo le habíamos regalado refulgiendo contra su pecho, con la cadena del mío sumergiéndose en el agua a mi lado, oculta de la vista por el borde de esa bañera en la que encontraba la salvación cada vez que me metía en ella.
               -Hm-hm-respondió, apartándome el pelo del hombro y acariciándomelo con el pulgar-. Es precisamente por no ser sinceros por lo que nos hemos metido en este lío.
               Ni siquiera iba a molestarse en negarlo, y yo se lo agradecía. ¿Cómo podría? Tenía las marcas de mis uñas por todo su cuerpo, y las tendría durante bastante tiempo. Seguramente las luciría en Etiopía como cicatrices de una guerra de la que había salido victorioso. Y yo… yo aún tenía su piel bajo las uñas, y aunque nos estábamos bañando juntos, dudaba que hiciera el esfuerzo por limpiarme durante bastante tiempo, también. Quería estar mezclada con él hasta el día en que me muriera.
               Lo que habíamos hecho había sido animal. Sucio. Irracional. No recordaba haberme follado a Alec con esa desesperación malsana, aferrarme tanto a él que incluso me diera igual hacerle daño. Había sido completamente brutal.
               Pero también lo había sentido auténtico y sincero. Había sido lo primero auténtico y sincero que había tenido en mucho, mucho tiempo, y no podía renunciar a ello fácilmente. Así que por muy morboso que resultaran las marcas del otro que teníamos en el cuerpo, supe que ninguno de los dos renunciaríamos a ellas fácilmente.
               Me giré para encontrarme de nuevo con sus preciosos ojos, las estrellas dominantes de una constelación sobre cuyo signo quería estar protegida toda mi vida. Sabía que él estaba pensando en lo mismo que yo por la forma en que sus dedos se habían detenido en mis muñecas, seguramente recordando el momento en que me levantó las manos por encima de la cabeza y me las sujetó allí mientras me follaba contra el suelo, gruñendo en mi cuello al penetrarme con más profundidad.
               -Sí, sí… joder, Sabrae, sí…
               Echaba de menos lo vocal que era; por mucho que me esforzara en recordar el cariz desesperado de su voz cuando estaba dentro de mí o los gruñidos animales y primitivos que nacían en lo más profundo de su garganta cuando reclamaba su masculinidad haciéndome a mí mujer, ni siquiera era capaz de presionar el botón correcto con mis dedos entre mis piernas para que aquellos sonidos volvieran a mí de nuevo. Sólo cuando él estaba conmigo se me permitía escuchar esa música.
               No podía dejar que mi añoranza le empujara a no disfrutar del voluntariado. Mis circunstancias solamente me pertenecían a mí, para lo bueno y para lo malo, y Alec no debía sentir que me debía nada más allá del respeto y la lealtad propios de una pareja, pero incluso la lealtad no llegaba al punto de dejar de ser feliz para hacérmelo todo más llevadero a mí.
               -Lo sé. Pero ya hemos hablado de eso, sol-le recordé, apoyándome sobre las rodillas para poder erguirme frente a él y tener las caras a la misma altura. Sus ojos bajaron un momento por mi anatomía, pero supe que no era mis pechos lo que estaba mirando, sino lo que estos escondían, algo que, a pesar de que su continente era muy de su agrado, todavía le gustaba más. Su hogar. El único rincón del mundo del que nadie nunca, jamás, podría expulsarle.
               Le puse una mano en la mejilla y le acaricié el mentón.
               -Estaremos bien.
               Alec se revolvió debajo de mí, encogiéndose de hombros y empujándose un poco hacia arriba, acomodándose a esta nueva posición.
               -Creo que es justo decir que no soy muy optimista con todo este asunto-admitió.
               -Estaré bien-le prometí-. De veras que sí. Lo intentaré-vale que lo hubiéramos hablado, pero sabía de sobra cómo era Alec. Independientemente de su ansiedad y de cómo lo debía de estar pasando al ver que había cosas que daba por sentadas y que sin embargo ya no eran como él quería o incluso necesitaba, su carácter le hacía preocuparse por los demás. Eso era algo que ninguna maratón de terapia con Claire sería capaz de curar.
               Y si me añadíamos a mí a la ecuación… no podía culparle si se subía al avión con dudas, o incluso si aguantaba hasta el cumpleaños de Mimi dudando sobre si esto era lo mejor que podíamos hacer. Aun así, mi deber y mi honor era tratar de consolarlo, hacérselo más llevadero.
               -Ya, bueno… la verdad es que no lo digo sólo por ti-confesó, y yo incliné la cabeza a un lado.
               -¿Qué quieres decir?
               -Quiero decir que…-bajó la mirada de nuevo y chapoteó un poco en la bañera-. No vuelvo a Etiopía con muchas esperanzas de que todo me vaya lo bastante bien como para querer quedarme y dejarte aquí.
               Yo no tenía todo el cuadro, pero con lo que me había contado de Valeria y de cómo funcionaba el campamento bajo su puño de hierro, no me extrañaba que pensara así. De hecho, lo que me extrañaba en realidad era que la fundación la conservara durante tanto tiempo a su servicio, y para colmo en un puesto de responsabilidad, cuando los chicos que estaban a sus órdenes podían llegar a sentirse así. Alec era muchas cosas, pero nunca un quejica y tampoco un pesimista, y que no tuviera ganas de regresar… independientemente de las cosas que estaban pasando en Inglaterra, eso debería haberme dado alas para que le propusiera quedarse.
               Claro que sabía lo mucho que nos costaría a largo plazo que ahora sacrificáramos nuestro futuro juntos y aquella oportunidad de crecer que nos brindaba el voluntariado a cambio de estar bien ahora. Él había cambiado mucho, le estaba haciendo bien, podía notarlo, pero si también perdía la ilusión por estar lejos de casa y tener una oportunidad de decidir quién quería ser…
               -¿Quieres que hablemos de ello?
               Rió con amargura.
               -¿Y de qué serviría?
               -Te ayudaría a soportar la carga. Sabes que cuando estamos juntos las cosas a las que enfrentamos no son tan tremendas. Yo no podría enfrentarme a la situación con mis padres si supiera que lo hacía sola-confesé, acariciándole el hombro bajo su atenta mirada. Me quedé mirando cómo las gotas de agua que mis manos ponían en su piel se deslizaban por sus músculos y regresaban al agua, como si no soportaran estar en un lugar que fuera solamente de uno de los dos. Como si quisieran estar siempre en un espacio que ambos compartíamos.
               »Antes me gustaba ser independiente, pero encontré una fuerza sin la que ya no sé vivir la noche en que te besé por primera vez-le besé sobre la clavícula, justo en la cicatriz que le había quedado allí donde habían tenido que extraerle la barra de acero que se le había clavado. Si hubiera bajado unos pocos centímetros más, yo no estaría peleada con mis padres, pero sería infinitamente más desgraciada.
               Le habría atravesado el corazón y no estaría aquí, conmigo, hablando de cuál sería la mejor forma de asegurarnos un futuro al que no queríamos renunciar; uno que ni siquiera soportábamos pensar en condicional.
                Sabía por qué no quería que habláramos de aquello, qué era lo que le torturaba, y precisamente por eso teníamos que hablarlo. Ni una sola de las palabras que intercambiáramos sería un desperdicio: incluso cuando nos peleábamos estábamos construyendo aquel palacio en el que terminaríamos pasando nuestra vejez.
               -Sé que te marchas en poco más de una hora-dije-. Sé que piensas que yo preferiría que nos pasáramos todo ese tiempo enrollándonos, pero también me gusta estar así-levanté la vista y me encontré con sus ojos, que me miraban con la atención del comisario del museo más respetado del mundo cuando le presentan una obra inédita de su autor estrella. ¿Era de verdad, o la falsificación más cara de la historia?-. Yo me quedaba después de que me hicieras correrme, Alec. Y no lo hacía porque quisiera asegurarme otro polvo de alucine. Lo hacía porque te quería. Lo hago porque te quiero. No me importa recorrer el mismo camino de perdición mil veces contigo si así me aseguro de que no me sueltas la mano y que sabrás encontrar el camino de vuelta. No me asustan tus demonios, y siempre he podido ver más allá de esa actitud chula tuya, como de que te resbala todo.  Porque te quiero. Estoy enamorada de ti. De cada pedacito minúsculo e insignificante que no se ve ni siquiera con un microscopio. Me gusta estar contigo, nos estemos riendo o llorando, y después de lo que ha pasado antes-hice un gesto con la cabeza en dirección al rincón de la pared en el que nos habíamos terminado corriendo y yo, hecha un manojo de nervios y superada completamente por la situación, me había echado a llorar, presa del pánico y víctima de esas circunstancias que creía que no iba a ser capaz de superar-, valoro más que nunca que lloremos juntos.
               Es la forma en que me escuchas cuando estoy llorando, me dejas que me apoye en ti, cantaba Beyoncé en la canción que se me había venido a la cabeza cuando él, lejos de pedirme que me calmara, se echó a llorar conmigo y no desmereció mis sentimientos. Mamá conocía a Beyoncé. Yo no tenía la suerte de decir que fueran amigas, o por lo menos no cercanas, pero sí colaboradoras frecuentes que sentían además un gran respeto la una por la otra. Beyoncé era mi artista preferida de todos los tiempos, sin duda mi modelo a seguir si me dedicara a la música, y ponía sus canciones cada vez que se me presentaba la ocasión. ¿Cómo podía habérsele olvidado a mamá esa frase tan sencilla y que sin embargo definía tan bien lo que es el amor?
               ¿Por qué no veía que Alec me hacía a mí lo que papá le hacía a ella?
               -Es que siento que estamos en un bucle constante-se excusó él tras un instante de silencio. Le puse una mano en la mejilla y se la acaricié con el pulgar.
               -No pasa nada. Me gustan tus bucles.
               Alec puso los ojos en blanco y me mostró a medias una sonrisa torcida. Yo se la devolví y me acurruqué de nuevo entre sus brazos, exhalé un suspiro cuando me besó la cabeza y contemplé cómo las puntas de mi pelo se balanceaban debajo del agua, a merced de las corrientes que formábamos en el agua.
               -¿Crees que Valeria te va a hacer la vida todavía más imposible por no haber aceptado su oferta?
               -que Valeria me va a hacer la vida todavía más imposible. O, por lo menos, no me va a dejar que me gane una segunda oportunidad.
               -Ya te ofreció volver a la sabana una vez. Puede volver a hacerlo-murmuré, doblando las piernas y contemplando cómo mis rodillas salían de debajo del agua como dos montañas gemelas que surgían del océano para formar un paraíso en el que las aves pudieran descansar durante sus migraciones.
               -Salvé a un crío de ahogarse, y creo que ella lo hacía más bien porque sabía no iba a aceptar. Me puso una prueba de nuevo y yo no quise pasarla-me apoyó la mandíbula en la cabeza y murmuró para sí-: no sé por qué todo el mundo está tan empeñado en tratar de encontrar algo que no me haga elegirte a ti.
               -Es que no te conocen y no saben cuál es tu auténtico punto débil-bromeé, y hundiéndome para poder mover la cabeza y mirarlo desde abajo. Frunció el ceño.
               -¿Cuál?
               Le dediqué una sonrisa traviesa.
               -Barra libre de chilli cheese bites de por vida.
                Exhaló una carcajada que me supo a gloria, y los pequeños tsunamis que formó en la bañera distaban de ser catástrofes naturales.
               -En realidad, con un día de barra libre ya les bastaría para que te mandara a la porra-respondió, y yo pegué un manotazo en el agua para salpicarle la cara.
               -¡Oye! Un respeto. ¡Me trago tu semen sin rechistar! Creo que me merezco algo mejor que que me cambien por un solo día de barra libre. Si al menos me dijeras un mes…
               -¿¡Un mes!? Sabrae, por un mes de barra libre de chilli cheese bites me comería a mi hermana.
               -Como si necesitaras alguna excusa para quitarte de en medio a Mimi, pobrecita mía.
               -Vale, sí, en eso tienes razón. Pues me comería a mi madre-respondió-. Creo que con una semana vas que ardes.
               -Me parece increíble los estándares tan bajos que tienes para el pibonazo que tienes por novia. La barra está en el subsuelo. ¿Qué digo en el subsuelo? ¡Está en el infierno!-sacudí la cabeza con dramatismo, riéndome mientras le daba la espalda-. Increíble. Tienes a la chica más genial, divertida, guapa e inteligente del universo a tu lado, ¿y me estás diciendo que no tienes ni una pizquita de ambición? ¿Es que no habrías luchado por estar conmigo, tío? ¿Habrías tirado la toalla así sin más y te habrías conformado con menos?
               -Ni de puta coña, bombón-respondió, apartándome de nuevo el pelo mojado del hombro y colocando su mano caliente y firme sobre mi piel, que empezaba a enfriarse al contacto con el agua que poco a poco iba entibiándose-, sabes que ahora que te tengo no pienso soltarte-respondió, inclinándose hacia mi oído y rozándome le lóbulo de la oreja con los dientes mientras me rodeaba el pecho con el brazo-, aunque también estamos de acuerdo en que estabas muy, pero que muy lejos de mi alcance.
                Dicho lo cual, me dio un mordisquito juguetón.
               -Pobre de mí-exhalé con teatralidad-, condenada a la soltería eterna porque ni los chicos más altos eran capaces de estar a mi altura.
               Me giré y busqué su boca, dejando que besara mi sonrisa. Mientras su lengua jugueteaba con la mía, noté que una de sus manos se colaba entre mis piernas.
               -Lo dices como si no disfrutaras mirándome desde arriba. Como si…-Alec tiró del cordón metálico del tapón de la bañera y me mordió el labio cuando la destapó y el agua empezó a correr por el desagüe-, no te encantara cuando me pongo de rodillas frente a ti.
               Me dio la vuelta y me empujó hasta quedar contra el otro borde de la bañera, y se metió entre mis piernas. Las levantó hasta dejarlas sobre sus hombros y me miró con una sonrisa malévola en los labios, una sonrisa que me hizo estremecer, y anticipar lo que venía. Sabía de sobra lo que iba a pasar cuando él me miraba así; de hecho, estaba convencida de que él mismo sabía que yo empezaba a humedecerme ante ese simple gesto, que tan inofensivo podía parecerle a cualquiera que nos viera, pero que no sabía lo que prometía para cuando él y yo estuviéramos solos. Lo cual, todo sea dicho, no solía tardar en suceder.
               -Como si-terminó, agarrándome de las caderas y hundiendo los dedos en mi carne igual que yo pronto los hundiría en su pelo- no disfrutaras cuando yo me postro ante ti y te venero como la diosa que eres.
               Me eché a reír.
               -No vas a distraerme tan fácilmente…-mi frase murió en un jadeo que nació de lo más profundo de mi interior cuando Alec me separó las piernas y acercó su boca a mi entrepierna. Gruñó, un gruñido ronco y profundo que nació de lo más profundo de su ser, de ese rincón en el que se escondía su más pura esencia, la que más me pertenecía y también la más sensible a mi ser.
               -Yo diría que sí-replicó, separándome los muslos con las manos y acercándose más a mí para disfrutarme mejor. Me saboreó igual que a una fruta deliciosa y exótica, deleitándose en mi néctar, sujetándome para que no me escapara de su abrazo. Gruñó cuando yo gemí al sentir su lengua recorrer mis pliegues con profundidad, como si estuviera memorizándolos, como si estuviera leyendo en braille en mi interior.
               Le puse una mano en la cabeza y mis dedos se acomodaron a la curvatura de ésta, al más puro estilo de Hamlet, con la diferencia de que aquí yo no me preguntaba ser o no ser, sino que era sin contemplaciones, sin tapujos. Estaba hecha del mismo polvo de las estrellas, y entre mis muslos estaba a punto de estallar el Big Bang. Un Big Bang que iba a cambiarlo todo y a hacer que todo siguiera igual, que sería principio y fin y todo lo de en medio, que resumía y extendía, que daba a luz y asesinaba.
               Un Big Bang en el que yo iba a estar sola de nuevo. Sola, como lo había estado tantas veces en mi habitación, pensándolo desesperada y suspirando contra mis sábanas, gimiendo en mi almohada y entregándole su nombre a esas estrellas que habían sido tan generosas ofreciéndomelo. Sola, como me encontraba en mi casa, que ya no era exactamente mi casa pero cuya libertad de movimientos hacía que tampoco fuera una prisión.
               Sola. Como iba a quedarme en apenas una hora, sumergiendo la cabeza en el agua para no sacarla hasta dentro de tres semanas, cuando él regresara.
               -Alec…-jadeé.
               -Joder, sí, Sabrae. Joder. Dios-gruñó contra mi cuerpo, mi piel, mi carne. Era un animal famélico, un león hambriento de su leona, como esos que Valeria quería impedirle ver de nuevo.
               -Alec…-repetí, luchando por respirar, por escapar de esa nebulosa en la que me perdía cada vez más y más-. Alec-le supliqué a los cielos. Se sentía tan bien…
               Estaba tan mal. No quería correrme sola. Quería que el último orgasmo que tuviera antes de que él se marchara fuera compartido. Quería la conexión que sentía cuando estábamos juntos, cuando los dos disfrutábamos a partes iguales de comernos a bocados.
               -Alec-lo intenté de nuevo contra mi lengua perezosa y mi boca pastosa-. Alec, estábamos hablando.
               -Exacto-respondió él sin separarse casi de mi piel, totalmente ansioso de mí-. Estábamos.
               Una parte egoísta de mí me dijo que no debería intentar detenerlo, que a él le gustaba como me gustaba a mí. Me dijo que esto estaba mal porque me habían tratado de inculcar desde pequeña que tenía que ser silenciosa, que debía poner a los demás por delante de mí, ser una buena niña y no protestar. Estate calladita, que calladita estás más guapa. No les digas que no a los chicos. La publicidad, el arte, la sociedad…
               ¿Qué es lo que quieres, Sabrae?, me había preguntado siempre mamá, enseñándome a luchar contra todos aquellos prejuicios que trataban de grabarme en mi propia piel, imitando a unas estrías de las que también debía aprender a avergonzarme. Porque tienes derecho a pedirlo.
               ¿Qué es lo que quieres?
               Quiero que Alec se quede.
               ¿Qué es lo que quieres?
               Quiero que Alec sea feliz.
               ¿Qué es lo que quieres?
               Quiero ser feliz.
               ¿Qué es lo que quieres?
               Quiero seguir estando en casa cuando estoy en casa, quiero seguir estando con mis padres cuando estoy con mis padres, quiero estar tranquila.
               ¿Qué es lo que quieres?
               Quiero agarrarme a este pedacito de cielo y no soltarlo. Quiero acordarme de que cuando él se fue, se fue con mi sabor en los labios, pero sabiendo que los dos habíamos llegado al orgasmo juntos. Quiero que él lo disfrute. Quiero que tenga algo a lo que aferrarse cuando se lamente por no haber sido más insistente.
               Quiero…
               Quiero…
               -Alec.
               Sus manos se ciñeron más a mí, malinterpretando su nombre en mis labios, interpretando correctamente mis jadeos.
               -Quiero que pares.
               Y él, mi antagonista incomprendido, el villano de moral blanca en una historia contada por héroes corruptos, el dragón que salvaba a la princesa de los caballeros que querían engañarla y robarle su reino, el caballero de sombras que hacía de la noche un paseo…
               Él, que estaba disfrutando de lo que estábamos haciendo como yo…
               Él, que supuestamente era lo bastante egoísta como para no pensar nada más que en sí y en dar rienda suelta a sus impulsos…
               … levantó la vista y me miró con ojos de corderito degollado.
               -¿Quieres que pare?
               Su expresión era la del más devoto de los fieles de una diosa regocijado frente a su altar más perfecto, el de la peregrinación más larga y penosa. Asentí con la cabeza y le acaricié el pelo, unas gotitas aventureras deslizándose por su piel y cayéndole por el mentón. Me temblaban las piernas y sentía una presión justo en el vértice de mis muslos, el único rincón de mi cuerpo que era más de otra persona que mío, como una tormenta arremolinándose en una costa pero sin terminar de descargar. Estaba palpitando, y requirió todo mi autocontrol no deslizar los dedos a mis muslos y terminar lo que le había interrumpido a Alec.
               Pero eso habría sido incluso más injusto todavía que el terminar en su boca; se merecía esa victoria más que ninguna otra. Era por él por quien temblaba así, y no por nadie más. Ni siquiera yo podía provocarme algo así de intenso.
               Si masturbarme pensando en Alec y correrme pensando en él era como saltar desde un trampolín, correrme con Alec era como tirarme por un acantilado.
               -Quiero que pares-asentí, jadeante. Sabía que tenía las mejillas enrojecidas y que la forma en que me temblaban las extremidades me delataba, por eso no entendí que él me preguntara:
               -Pero, ¿por qué? ¿No te estaba gustando?
               -Sí. Sí, claro que sí. Es sólo que…-tomé aire y me eché el pelo hacia atrás, que formó una brevísima miríada de arcoíris. Y luego no pude evitar sonreír ante lo absurdo que debía de parecer la situación si se miraba con unos ojos que no fueran los míos-. Te vas a reír.
               -Ponme a prueba.
               -No quiero correrme yo sola.
               Alec se mordió los labios, arqueó las cejas y los abrió con un suave plop.
               -Sabrae… no quisiera yo dejarte de loca, ni nada por el estilo, pero, ¿eres consciente de que hay dos personas en esta habitación, no? Y, para que quede claro, no sois tú y el ego desmesurado de tu hermano, que perfectamente podría llegar hasta aquí desde vuestra casa.
 
¿Es que ni cuando hace diez años de que aparecí por primera vez va a dejarme tranquilo? Está obsesionado conmigo. Yo me lo haría mirar, Sabrae. No es normal que esté entre tus piernas y se ponga a pensar en mí.
               O tal vez sí. Después de todo, soy tan guapo… no me extraña que me deje vivir en su cabeza sin pagar el alquiler.
 
Déjanos, Scott. Ya has tenido tu oportunidad.
               -Soy consciente-respondí, y Alec asintió, acariciándome las rodillas, pero no subiendo más allá. Cuando yo le decía que no, era que no. Se lo tomaba literal y no me presionaba para que continuáramos si ya lo habíamos hecho. Sólo cuando notaba que yo había estado incómoda por algo y por eso le había pedido parar accedía a seguir, y sólo cuando hubiéramos eliminado lo que fuera que me molestara, ya fuera física, mental o emocionalmente.
               -Y que tú no estabas haciendo mucho para correrte, ¿verdad? Mira, ya me han robado méritos otras veces, y tengo un poco de traumita con eso, así que te agradecería…
               -Me refería a que no quiero correrme si no vas a correrte tú también.
               Arqueó las cejas.
               -¿Quién dice que no fuera a hacerlo?
               Esta vez me tocó a mí poner los ojos en blanco.
               -Ya sabes a qué me refiero. Quiero que nuestra última vez juntos antes de que te vayas sea… bueno, juntos.
               Exhaló un gemido lastimero.
               -¿Significa eso que no vas a pelármela con los pies una vez te hayas puesto la ropa?
               -Ah, no, yo puedo satisfacer tus fetiches de pervertido, si eso es lo que quieres. Pero no quiero…-dije, poniéndole la mano en la frente cuando se inclinó hacia mí después de exhalar un “guay” entusiasmado y se acercó de nuevo a mí-, que me hagas nada. Lo que ha pasado antes… ha sido muy, pero que muy intenso. Pero también muy de verdad, y en parte ha sido por… bueno. No hay comparación a la química que tenemos cuando estamos los dos juntos. Yo no me lo paso tan bien en ningún otro momento como me lo paso cuando estamos juntos-le acaricié la mandíbula y me deslicé por la bañera hasta quedar sentada con él entre mis piernas, en la situación inversa a la que nos encontrábamos cuando le pedí que me prometiera que intentaría de verdad darle una oportunidad al voluntariado.
               Cosa que, por cierto, todavía no había hecho. No creas que no me he dado cuenta, Whitelaw.
               -¿Estás segura?
               Asentí.
               -Pero si tienes mucho calentón, yo…
               -No-respondió, negando con la cabeza-. No. En realidad, me… me gusta el plan. Lo de antes ha estado bien, sí-asintió, mirando al suelo en el que habíamos girado el uno sobre el otro, luchando por dominarnos, por mantenernos en el poder-. Es un buen final.
               No pude evitar poner los ojos en blanco. A mí no me gustaría catalogarlo como “final”, precisamente. Había tenido demasiados finales en las últimas semanas; por mucho que aquella fuera una palabra que encajara bastante bien con lo que suponía lo que había pasado entre nosotros, me notaba bastante susceptible con todo lo que implicara algo definitivo, puertas que se cerraban o lugares a los que no podía regresar. Había perdido demasiadas cosas en las últimas semanas: la principal era mis padres, pero no era la única. Llevaba un tiempo sin meterme en la cuenta de ZaynDefenzeZquad que me había hecho con Shasha porque no me sentía con fuerzas de defender a papá después de lo mal que había tratado él a Alec, pero, a juzgar por las miradas que me lanzaba Taïssa cuando pensaba que yo no la veía y de los vídeos que se me habían colado en mis redes sociales, diría que papá y Scott habían pasado a un segundo plano como blancos de las críticas de uno de los sectores más fervorosos de Internet: los haters.
               Esos mismos que se alimentaban de los buitres de los que papá y mamá siempre habían tratado de mantenernos alejados, y que ahora estaban haciéndose de oro gracias a mi arrebato con aquellas chicas con las que había explotado después de aquella desastrosa sesión de psicólogo.
               Sin olvidar, por supuesto, que en su intento por defenderme y demostrar que todo estaba en orden y que no me pasaba nada, las fans de papá y Scott se habían dado cuenta de que yo estaba más ausente en mis redes sociales. Me echaban de menos, a mí y a mi contenido, sobre todo porque yo era la que más les proporcionaba de papá en casa.
               A nadie se le había escapado que Alec llevaba tiempo sin salir en mis publicaciones y que yo había dejado mis redes un poco apartadas. Toda la situación con mis padres me tenía saturada, y las pocas veces en que entraba en mis redes, lo hacía desde cuentas secretas o anónimas en las que nadie tenía ni idea de quién era, pero sí de mis problemas. E incluso entonces hablar de ello me resultaba agotador, así que… la bola de nieve no había hecho más que crecer.
               En mi bache emocional había decidido tomarme un descanso de las redes, bajar el ritmo y refugiarme un poco más en mí, lo cual suponía también refugiarme en mi dolor.
               Y, refugiándome en mi dolor y bajando el ritmo, había dado permiso a los demás para que especularan sobre mi vida y teorizaran sobre mí como si aquélla fuera la trama guionizada de su reality preferido. De lo que no se daban cuenta unos y otros era de la poca idea con la que hablaban, y quienes trataban de protegerme señalando que si me había distanciado de mis redes era porque Alec y yo habíamos terminado y me dolía pensar en él no podrían estar más desencaminados: Alec y las cosas que habíamos compartido a lo largo de los últimos meses eran lo único que me habían mantenido cuerda durante toda esta locura.
               Así que... sí. Discúlpame si estoy un poco susceptible con la palabra “final”.
               -¿Qué pasa?-preguntó él, que podía notármelo todo igual que yo se lo notaba a él.
               -Nada, es sólo que…-suspiré y me encogí de hombros-. Desearía que no hubieras dicho eso.
               -¿Decir qué?
               -Eso. Lo de que “es un buen final”-me mordí los labios y me encogí de hombros de nuevo.
               -No me refería a en el sentido literal.
               -Ya-asentí, apartándome el pelo mojado de los hombros y luchando contra el nudo que se me estaba formando en el estómago. Hasta ahora apenas había pensado en ello, pero había descubierto que no quería contárselo a Al. No quería añadir una losa más al peso del mundo que cargaba a sus espaldas por mi culpa. No quería que se culpabilizara por otra cosa de la que no tenía absolutamente ninguna culpa; algo de lo que era, sin ninguna duda, el único inocente que había en el mundo.         
               -Saab-dijo despacio-, ¿qué te pasa?
               -Nada.
               -¿Por qué te enfadas?
               -¿Quién dice que lo esté?
               ¿Final del cuento de hadas?, rezaban los titulares de los enlaces más visitados, acompañados de fotos de Alec y yo que yo misma había compartido en redes como una tonta, creyendo que me respetarían, que entenderían que yo dibujaba líneas que no debían atravesarse. ¿Alec y Sabrae lo han dejado? ¿Se acabó Sabralec?
               Si han terminado Sabralec yo terminaré con mi vida, decían algunas.
               Es imposible que hayan terminado, decían otras. Son endgame. De nuevo, la dichosa palabrita, aunque esta vez fuera en términos positivos.
               Es evidente que han terminado, ¿por qué Sabrae no sube nada con él si no han terminado?
               Pues porque está en el puto culo del mundo, jodida panda de retrasadas.
               -No te cierres en banda.
               -No me estoy cerrando en banda-contesté, y él se pasó la lengua por los dientes.
               -Ni te pongas a la defensiva.
               Dios. Si la bañera todavía tuviera agua, la habría puesto a hervir. Ahora entendía por qué Alec se picaba tanto cuando yo le decía que no se pusiera a la defensiva. Era una invitación a ponerse a la defensiva, sin duda.
               -No estoy a la defensiva.
               Alec se me quedó mirando, pelando las capas tras las que yo iba ocultando mis pensamientos. Tonta de mí, se me olvidaba que él podía romperme todos los esquemas antes de que yo pudiera terminar de dibujarlos.
               -Nos habíamos prometido que seríamos sinceros el uno con el otro, mi amor.
               Mi amor. Desde luego, si la música amansaba a las fieras, “mi amor” era lo que me amansaba a mí. Me sentí ridícula por intentar fingir que no pasaba nada, cuando estaba literalmente desnuda ante él. Incluso con una pared de por medio Alec era capaz de identificar mis cambios de humor, ¿cómo no iba a hacerlo conmigo enfrente, y para colmo, desnuda?
               -Te propongo algo-ofreció, reclinándose en la bañera hasta quedar de nuevo recostado como estaba antes-: tú me cuentas lo que te pasa y no quedas básicamente como una cerda rompepromesas, y puede que yo te prometa que lo voy a intentar en el voluntariado.
               Tentador. La verdad es que era muy, pero que muy tentador. Sería la respuesta a todas mis preocupaciones: cumpliría mis promesas, como él decía, y también me quedaría tranquila sabiendo que él se estaba dando una segunda oportunidad.
               -Las cosas no van muy bien ahí fuera-expliqué, señalando con la cabeza la puerta, en la que el mundo continuaba sorprendentemente sin nosotros.
               -No jodas, Sherlock-contestó él, y yo le di un manotazo en la rodilla.
               -Cuando te pones en plan Alec de 2033 no te soporto-espeté.
               -Menos mal que follo bien, ¿eh?-replicó, girando la muñeca para indicarme que me acercara y abriendo de nuevo el grifo. Me pregunté qué iba a hacer hasta que vi que cogía un aceite de baño de la pequeña estantería junto a la bañera y me acerqué entonces a él.
               -Para un machito cishetero blanco-ironicé, apoyándome contra su espalda para que me extendiera el aceite por los hombros.
               -Señor machito cishetero blanco para ti, chavala. Además, si mal no recuerdo, no tienes mucho problema con acostarte con el enemigo. O irte al suelo. O a la pared. En realidad…-frunció el ceño-, eres un estereotipo andante, Sabrae. La típica bisexual desquiciada. Te vale literalmente cualquier superficie.
               -No la tienes tan grande como para ser tan imbécil, Alec-respondí, apoyando los codos en la bañera y sonriendo cuando noté que la presión de mi culo contra su entrepierna tenía consecuencias. Y eso que ya parecía que no podía crecer más, pero… en fin, mi chico siempre me sorprendía.
               -No es el tamaño, sino la maña-contestó, pasándome la mano por debajo de un brazo y agarrándome del cuello para orientar mi oído hacia su boca-. Además, lo que no alcanzo con la polla, lo suplo con la boca, ¿no crees?-ronroneó, mordisqueándome el lóbulo de la oreja, y yo me estremecí de pies a cabeza. Me eché a reír y me acurruqué contra su pecho, observando cómo el aceite que me había puesto en los hombros dibujaba patrones de espirales antes de que la espuma lo alcanzara.
               Cerré los ojos y me concentré en la sensación del agua subiendo poco a poco, haciendo que mi cuerpo entrara en calor, uniéndome de nuevo a Alec. Y entonces…
               -Eh, Dios me libre de meterte presión o condicionarte, pero, nena, ¿quieres que le diga mi madre que voy a quedarme a cenar? Porque ya que no quieres que te prometa que lo voy a intentar en Etiopía, igual es tontería que coja el avión, ¿no? Contaminar así, a lo loco…
               Reí entre dientes y negué con la cabeza.
               -Me he puesto un poco susceptible porque… internet está insoportable estas semanas.
               Se quedó callado un segundo.
               -¿Qué es esta vez? ¿Terraplanistas? ¿Negacionistas de la nieve? ¿Taylor Swift contra Beyoncé? Ni siquiera sé por qué hay ese debate. El verdadero enemigo es Scott, pero todos están demasiado ocupados pegándose por ver cuál de las dos rompe más récords y tu hermano vive excesivamente tranquilo. Además… The Weeknd es quien tiene más streams en Spotify-sonrió con maldad-. Por supuesto, eso no os viene muy bien para vuestra agenda feminista, ¿verdad?
               -El día que Abel valga la décima parte de lo que vale una pestaña de Beyoncé, me llamas, chaval.
               -O sea-continuó sonriendo-, que estás de parte de Beyoncé. Oh, jo, jo, jo, jo. Dame tu móvil. Voy a twittearlo y hacer que te cancelen.
               -Será una sorpresa para muchos-ironicé, y Alec chasqueó la lengua.
               -Pero mira que eres creída, Sabrae. Al final vas a ser la del ego inmenso y no Scott. ¿El ojito derecho de internet pasándolo un poco mal en Instagram? Te vendría bien una curita de humildad.
               -No lo digo por eso-repliqué-. No sería sorprendente que me cancelaran. De hecho, puede que lleve cancelada un mes. No; lo que sería sorprende sería que tú hablaras de mí. Apuesto a que muchos no se lo esperan-dije, levantando la pierna, a la que el agua ya llegaba a cubrir, y mirando cómo las gotitas hacían una carrera cuya línea de salida era mi tobillo. Alec frunció el ceño.
               -¿Por qué no iba a hablar de ti? Eres mi novia. Y se me suelta bastante la lengua presumiendo del mujerón con el que me acuesto, y cuyos pasatiempos preferidos son, por este orden, sacarle brillo a mi polla y burlarse de mi polla.
               -Tampoco me meto tanto con tu polla.
               -Seguro que menos de lo que te gustaría, y también le sacas menos brillo del que a mí me gustaría, así que estamos empatados.
               Me reí de nuevo y sacudí la cabeza. Capturé con la mano hecha un cuenco un poco de espuma y dejé que se convirtiera en una nube entre mis dedos. No pude evitar sentir ciertas similitudes entre ambas: las dos parecíamos mucho más consistentes de lo que en realidad éramos y, cuando nos sacaban de nuestro elemento, con un simple soplo de aire bastaba para que nos fuéramos volando.
               Soplé la nubecilla de espuma y miré cómo revoloteaba por encima de la superficie del agua, deshecha ahora en varios pedacitos, antes de posarse con cierta delicadeza pero decisión sobre las olas que formaba el grifo todavía abierto.
               -Hay ciertas… noticias circulando por ahí sobre mí-expliqué, y él frunció el ceño, expectante-. No te he contado lo que pasó después de la primera sesión con papá, mamá, Scott y Shasha. En la que le dije a mamá aquello tan horrible sobre lo dispuesto que está a perdonarla papá. Pasaron cosas malas. No quiero entrar en detalles porque no quiero darle más importancia de la que tiene, pero el caso es que exploté con unas fans bastante irrespetuosas de una forma muy fea, y… creo que todo Internet ha cambiado de opinión sobre mí.
               No me dijo que debería darme igual lo que unos desconocidos pensaran sobre mí, por mucho que estos fueran un millón, porque no dejaban de ser eso, desconocidos. Gente cuya opinión no debería afectarme ni tener ningún impacto en mi vida. No me lo dijo y yo se lo agradecí, porque lejos de minimizar mis problemas y culpabilizarme por sentirme mal por ellos, incluso cuando podían ser de mi propia cosecha, él siempre se ponía a mi lado y los miraba con el mismo prisma con el que los miraba yo. Se esforzaba por entenderlos, por practicar la empatía que le permitiera saber qué era lo que yo necesitaba que me dijeran para que pudiera superar aquellos problemas.
               -Tú siempre eres muy buena y atenta con las fans-observó, y yo asentí con la cabeza, notando que el aire a mi alrededor se incendiaba a causa de mi vergüenza. Sin embargo, malinterpreté por dónde quería ir él, porque lejos de convertir aquello en una observación con la que sorprenderse del rumbo que habían tomado las cosas conmigo, lo convirtió en una excusa cuando, acariciándome ambos brazos con sus manos, continuó-; no es justo que cambien su opinión sobre ti por una bordería puntual.
               -No fue una bordería nada más. La verdad es que… un poco de razón sí que tienen con sus críticas. Mi reacción fue desmesurada.
               -¿Te comiste a su abuela?-preguntó, irónico, pero a mí no me salió reírme.
               -No. Le cogí el móvil a una de ellas y se lo lancé a la calle-ahora que lo pensaba, seguro que nadie me defendía en Internet porque podría haber arrojado el teléfono al Támesis y no lo hice. Claro que, ¿a quién pretendía engañar? Seguro que desde fuera parecía la típica niñata rica y malcriada que no valora lo que las cosas realmente valen. Lo que me sorprendía era que alguien pudiera darse cuenta de que no subía nada de Alec porque todavía hubiera gente interesada en mí.
               -Mmm-dijo Alec como si aquella fuera la reacción más normal del mundo, aunque también es cierto que él no era nada objetivo conmigo. Después de todo, estaba enamorado de mí-. ¿Era un Huawei? Esos móviles no sirven para nada. Le estarías haciendo un favor.
               -Creo que era un iPhone.
               -Entonces, si tiene el seguro del fabricante, se lo podría haber pasado al seguro y que le dieran uno nuevo. Desde mi punto de vista, le hiciste un favor a esa chavala.
               -Mm-respondí, apoyándome de nuevo en su pecho y mirando nuestras piernas unidas. ¿Cuánto tiempo nos quedaría en la bañera, en ese pequeño oasis, antes de volver a la realidad? Estaba desperdiciando sus últimos momentos en casa hablando de esas cosas en las que ni siquiera quería pararme a pensar más de dos segundos. Cogí un mechón de mi pelo entre los dedos y me puse a separar las puntas. Sólo quería pensar en él. Sólo quería pensar en la sensación de su piel contra la mía, del calor de su cuerpo contra el mío.
               Alec se inclinó para cerrar el grifo y se acomodó detrás de mí, formando remolinos con los dedos por encima de mis piernas, haciendo que el agua lamiera mis muslos.
               -Eso no te define.
               -Ya lo sé.
               -No es justo para ti que sientas que tienes que esconderte de un sitio que te gusta tanto como tus redes por esa gilipollez. Si te están criticando por eso es que son imbéciles, Sabrae. No te conocen lo más mínimo. Estabas sometida a mucha presión, y… tú no estallas por cualquier cosa. Seguro que ellas se pasaron tres pueblos contigo. Esto no es justo. Con lo que te gusta estar subiendo fotos y documentando lo que haces…
               -Ya, bueno… lo peor de todo es que creo que una parte de mí se siente aliviada por tener una excusa para no tener que entrar en Internet. Incluso cuando eso me generará una ansiedad tremenda cuando piense en frío en todo lo que eso supone…-negué con la cabeza y él me tomó de la mandíbula para mirarme.
               -¿Por qué dices eso?
               Me mordí de nuevo el labio al ver la preocupación que oscurecía sus ojos castaños con unas nubes negras de las que odiaba ser la causa. Él ya tenía bastantes cosas en las que pensar como para añadirle el que estaba saliendo con una cría estúpida que se preocupaba por la imagen que su pareja proyectaba al mundo incluso cuando estaba completamente segura de la fortaleza de su relación. Yo misma le había asegurado que mis padres no podrían separarnos, ¿y todo mientras me preocupaba por lo que los demás decían de nosotros, la forma en que especulaban sobre cosas que yo sabía que no eran ciertas?
               -Creen que hemos roto.
               Le llevó un tiempo procesar lo que acababa de decirle.
               -¿Quién lo cree?
               -Todo el mundo.
               -¿Y eso por qué?
               -Porque ya no subo cosas contigo.
               Parpadeó despacio, conteniendo las ganas de poner los ojos en blanco a muy duras penas. Sabía que se estaba conteniendo por mí, para no herir mis sentimientos.
               -Si fuera tan fácil, tus padres estarían encantados-dijo al fin, irónico, y yo me enfadé conmigo misma por sorprenderme al sonreír. Pues claro que Alec sería capaz de sacar lo gracioso incluso de una situación que era bastante patética, tanto en sí como por lo que a mí me provocaba. Me acarició de nuevo los brazos y se detuvo en mis codos, acunándome contra su pecho y apoyándome la barbilla en la cabeza, de tal forma que pude sentir la nuez de su garganta subir y bajar cuando tragó saliva-. Y dime, ¿cómo es que no tiraste del repositorio de las fotos que nos hemos hecho juntos para tener a las fanses contentas?
               -No estaba entrando mucho en Instagram. Ni en Twitter. Ni en ningún otro sitio. Pero incluso si lo hiciera… se habrían dado cuenta.
               -¿Y por qué no entrabas mucho?
               -Sólo me apetecía llorar, Al. Toda esta situación…-me giré y negué con la cabeza-. Sé que sabes lo mal que lo he estado pasando y que me ha afectado muchísimo lo de mis padres, y sé que te puede parecer una chorrada que me importe tanto lo que digan de nosotros, pero… sólo podía entrar en mi perfil y mirar las fotos que tenemos juntos, porque en cuanto entraba en cualquier otro sitio, me bombardeaban con todo ese contenido absurdo. Y supongo que no puedo quejarme porque yo creé a ese monstruo. Les di tanto con lo que entretenerse que ahora que se lo he quitado se aburren, y es normal que teoricen con….
               -Dame tu móvil-me cortó.
               -¿Qué?
               -Que me des tu móvil. Voy a dejarles claro a todos los desempleados de este país que estás dispuesta a liarte a hostias con cualquiera que se meta conmigo, compartas sangre con ellos o no-extendió la mano y esperó a que yo cogiera mi móvil de la pequeña estantería de la bañera, a pesar de que llegaba perfectamente a él, y cuando vio que no se lo daba desbloqueado, él mismo lo abrió. Toqueteó la pantalla y tecleó un ratito bajo mi atenta y confusa mirada.
               -¿Qué haces?
               -Espera y verás.
               -No pretenderás subir algo de lo que tengo en la memoria para…-no quería que le enseñara nada a nadie que yo no le hubiera mostrado; no por nada en particular, sino porque no quería que me obligaran a darles lo que yo no quería simplemente para que se callaran. Así sólo acostumbraríamos a la opinión pública a que nos exigiera más y más, y sólo sería peor. ¿Cuántas veces las famosas habían salido en defensa de parejas con que estaban a punto de romper y subido cosas crípticas cuando se habían dado cuenta finalmente de que su relación estaba muerta? En el momento en que había rumores y tú salías para tratar de acallarlos, todo se volvía mil veces peor, porque pasaban de examinar con lupa cada uno de tus movimientos a hacerlo con microscopio.
               Si él subía algo ahora y luego yo no subía nada durante ese periodo de prueba en el que íbamos a estar separados de nuevo hasta el cumpleaños de Mimi, las preguntas impertinentes se multiplicarían por mil. Todo había sido demasiado rápido, muy repentino.
               -Ya está-dijo, tendiéndome de nuevo el teléfono, que recogí y miré sin reprimir mi ansiedad. Me costó un momento situarme, tanto por el cambio de números en la pantalla, como por las fotos y la de perfil.
               Sólo cuando vi el nombre de usuario, alecwlw05, me di cuenta de qué era lo que estaba viendo.
               El perfil de Alec.
               Bajé la vista por las fotos, pero no había subido nada. Toqué sin querer en el icono del inicio, y antes de perderme en las notificaciones (se contaban por decenas de miles), volví a su perfil. Todo estaba igual; no había ninguna publicación nueva, ni de vídeo ni de fotografías; tampoco ninguna historia, incluso la foto de perfil era la misma de siempre, una de nosotros dos en su graduación.
               -¿Qué has…?-empecé, pero me quedé callada al notar algo raro. Alec se reclinó en la bañera y me observó con una sonrisa mal disimulada.
               Justo ahí, debajo de su nombre, debajo de las palabras en griego (Mykonos) y ruso (Rusia), había sustituido sus logros con el boxeo y sus amigos por dos simples frases enlazadas:
               Novio de Sabrae desde 2034 en adelante (periodo de prácticas de octubre a abril; tomé posesión de la plaza en propiedad en abril de 2035).
               Levanté la vista y me lo quedé mirando, estupefacta, y él sonrió.
               -¿Crees que con eso les bastará, o nos hacemos un selfie follando para que se callen mil años?-preguntó, balanceando su pie por el tobillo a un lado y a otro. Me abalancé a abrazarlo, y él se echó a reír, devolviéndome el abrazo mientras se burlaba-: Joder, el listón realmente está en el subsuelo si te parece que esto es un detallazo.
               -Lo es. Lo es, Al, no te haces una idea de…-dije, notando que se me llenaban los ojos de lágrimas. Él tomó mi rostro entre sus manos y me miró a los ojos, acariciándome las mejillas mientras me permitía mostrarme de nuevo vulnerable con él.
               -Para que conste: no pienso que seas una mocosa que se ahoga en un vaso de agua. Si hubiera pasado por todo lo que tú has pasado, si mis padres se hubieran puesto en mi contra y todo el mundo estuviera opinando sobre mi relación justo cuando más vulnerable está y yo más tengo que defenderla, me habría vuelto loco, Sabrae. Que hayas sido capaz de mantenerte entera y no mencionarlo hasta ahora porque no te parecía que tuviera la suficiente relevancia como para decírmelo y que yo me preocupara por ti…-sacudió la cabeza. Sólo es una prueba más de lo fuerte que eres. De que puedes con todo. Y de que si todos estos subnormales-dijo, agitando el móvil- hablan de ti a tus espaldas, es porque les acojona muchísimo enfrentarse a ti porque saben que perderán.
               Ya estaba dispuesta a casarme con él allí mismo incluso sin anillo, sin pedida formal ni tampoco tener un vestido ni una fiesta preparada como la que él se merecía.
               Pero lo que dijo para finalizar me hizo estar dispuesta a tener los hijos que él quisiera, y parirlos sin epidural.
               -Igual que tus padres.
               Me eché a sus brazos y di rienda suelta a mis lágrimas; mientras tanto, él me besó la cabeza y me acarició la espalda, con los chapoteos del agua como único sonido que acompañara a mis sollozos.
               -Han querido convencerte de que yo soy malo para ti cando yo no estaba porque te basta con mirarme para saber que yo no me voy a dar por vencido contigo, Saab. El mundo tiene que especular sobre que no estamos juntos cuando yo estoy a seis mil kilómetros de distancia porque es la única forma en que parezca que yo vuelvo a estar soltero. Ni cambiándome de hemisferio nos van a quitar esto-me aseguró, cogiéndome de la cintura para que lo mirara-, y ten por seguro que eso de que una mentira repetida mil veces se convierte en verdad no se va a cumplir con nosotros por mucho que lo pongan las cuentas de cotilleos.
               Él no se había enfrentado nunca a nada como lo que tendría que enfrentarse estando conmigo, pero… que fuera capaz de hacer aquello… que estuviera dispuesto a reducir su existencia a ser mi novio para acallar cualquier rumor que pudiera molestarme… no concebía un acto mayor de amor que ése. Incluso cuando me encantaba lo complicado que era, la vida que había tenido antes de la que compartíamos y todo lo que había conseguido él solito, conmigo como capitana de sus animadoras o no… me gustaba saber que su versión de él favorita era la que me pertenecía a mí.
               Me gustaba sentirme correspondida y equilibrada, porque yo también prefería la versión de mí que le pertenecía. Era precisamente por priorizar a la Sabrae de Alec por lo que me había metido en este lío, por lo que me había distanciado de mis padres, por lo que había perdido el comodín del público en las redes y por lo que había perdido, incluso, lo a gusto que me sentía con mi cuerpo.
               Y todo por esto. Por un chico que hacía planes con un año de antelación y decía que prefería improvisar, por un chico que no se creía que todo el mundo le quisiera tanto cuando era la mejor persona que podías conocer, por un chico cuyo deporte favorito tenía una de las tasas de mortalidad más altas del mundo y que sin embargo te hacía sentirte querida como nadie lo había conseguido jamás. Por un chico que había tenido cientos de amantes antes, pero que sólo entregaría su corazón una vez.
               Por el chico.
               Me separé y lo miré. Le acaricié la cara con la yema de los dedos, perdida en la electricidad del momento.
               -Quiero que mis hijos tengan tus ojos.
               Alec inhaló profundamente, y juraría que vi por el rabillo del ojo cómo nuestro vínculo dorado danzaba a nuestro alrededor.
               Y entonces soltó:
               -¿Le doy unfollow a tu padre para que se monte la de Dios?
              
 
Había pocas cosas que le sentaran mejor a Saab que estar desnuda, y una de ellas la llevaba puesta ahora: mi sudadera negra del gimnasio con mi dorsal a la espalda.
               La verdad es que estaba preciosa y yo era definitivamente gilipollas por estar seguro de que iba a subirme al avión. Gilipollas, y un poco ruin, sobre todo si era capaz de coger mi pasaporte y mi tarjeta de embarque cuando hacía una hora escasa había tenido a Sabrae llorando entre mis brazos cuando nos metimos en la bañera, le sugerí poner música y empezó a sonar Brown skin girl, una canción que, según me había explicado, Beyoncé le había compuesto a su hija para que no hiciera caso de las críticas racistas a las que se enfrentaría cuando creciera, y con la que ella siempre había sentido una gran conexión porque era un canto al amor a su color de piel que la propia Sherezade le había cantado estando en la cuna en infinidad de ocasiones.
               -Y ahora parece que ya no se me aplica-gimió, negando con la cabeza, intentando saltarse una canción que yo sabía que le encantaba y que siempre había cantado con toda su ilusión. Sabía en qué estaba pensando cuando se rompió frente a mí: en las notas finales que le ponían la guinda del pastel, hablando de que su piel no sólo era oscura, sino que brillaba y contaba su historia; que siguiera bailando, porque no podían controlarla, y que todo el mundo la adoraba. Desde luego, sus padres no la habían hecho sentirse así.
               -Ella me la cantaba cuando yo era muy pequeña, y a pesar de que no es que mamá cante excesivamente bien… echo de menos lo que sentía cuando me la cantaba. No puedo escucharla así. No puedo, Alec.
               Yo la había sujetado por las muñecas, la había mirado a los ojos y le había dicho que era su momento de reclamar la canción, que sus padres no podían quitarle nada más que ella no les permitiera coger.
               -Yo tampoco canto muy bien-le dije-, pero podemos cantarla juntos y hacer que ahora sea nuestra, y no tuya y de Sher.
               Eso había contribuido a animarla, pero, ¿por cuánto tiempo? Sólo esperaba que durante esas tres semanas en las que estaríamos separados y pondríamos a prueba nuestro aguante y nuestras conciencias (en particular, la mía) ella fuera capaz de encontrar más cosas a las que aferrarse y que llamar de nuevo suyas. Sabía, por la forma en que agarraba su móvil, que se pasaría noches enteras mirando la biografía que me había puesto en Instagram, sin saber que lo había hecho más por ella que por el resto del mundo, que no podía darme más igual. A mí sólo me importaba lo que pasaba en Internet y lo que el mundo opinaba cuando le afectaba a Saab, pero por lo demás, no podía sudármela más.
               Había hecho un movimiento significativo, lo confieso. Y ella había hecho lo mismo poniéndose mi sudadera con el WHITELAW 05 en la espalda mientras yo me ponía la ropa con la que iría de vuelta a Etiopía como el preso que escoge su indumentaria para cuando lo lleven al corredor de la muerte.
               -Mi armadura de batalla-había explicado con una sonrisa sincera e ilusionada cuando me giré a mirarla, y su expresión me pareció tan adorable y tan distinta de la que había tenido en el baño que me reprendí a mí mismo por no haberle pedido a Sergei que me consiguiera un camión lleno de sudaderas así para que Sabrae pudiera ponérselas las veces que quisiera.
               Sabía de sobra lo que estaba haciendo poniéndose aquella prenda: como íbamos a ir a casa de sus padres antes de que yo me fuera para dejarles ver que yo no me retiraba con el rabo entre las piernas, sino que me marchaba para cumplir con mis responsabilidades, aquello era toda una declaración de intenciones de que Saab no iba a dejar que nos convencieran de que debíamos separarnos. Esto no estaba mal. No, no lo estaba en absoluto.
               Me senté a su lado en la cama, con una pierna doblada para poder orientarme a ella, gesto que no tardó en imitar. Le cogí la mano y le acaricié los nudillos, y Saab se mordió el labio y me sonrió mientras yo miraba lo bien que encajaban nuestras manos unidas a pesar de lo distintas que eran. Me recorrió los callos con el pulgar y se mordió el labio, seguramente pensando en cuando nos habían podido las ganas que nos teníamos y me había dedicado a acariciarla y besarla mientras nos envolvíamos en las toallas, que aguantaron en su lugar a duras penas. Como ahora tenía los dedos un poco más ásperos, a mí me había preocupado que a ella le molestaran cuando la acariciaba, pero nada más lejos de la realidad: parecía gustarle más, despertar con más facilidad una parte primitiva de Saab que estaba dormida en su interior.
               -¿No sientes curiosidad por lo distintos que seremos cuanto tú vuelvas?-preguntó, pensativa, pasándome el borde de la uña de su pulgar por la cutícula del mío. Miré su rostro, la forma en que las pestañas se le curvaban y ocultaban sus ojos de mi mirada, los mechones de pelo que le enmarcaban las facciones y que no había querido recogerse con la pinza con la que se había enganchado el resto del pelo, que a su vez no se había querido secar. Decía que, mientras estuviera mojado, seguiría habiendo una parte de mí con ella.
               Como si no tuviera mi corazón siempre consigo.
               -Eso no me preocupa. Sé que seguiremos encajando igual de bien.
               Si ella cogía peso, yo también sería más fuerte para levantarla con la misma facilidad de siempre, así que eso no tenía que preocuparla. Y si yo volvía con más durezas en las manos, a ella le gustaría incluso más, porque sentiría con más intensidad mis caricias. Fuera lo que fuera lo que pasara en Etiopía, sabíamos que sería para mejor. Era lo único que me tenía tranquilo de todo este asunto: el saber que, pasara lo que pasara, no afectaría en nada a nuestra compatibilidad.
               Los dos estábamos renunciando a muchas cosas por ese avión al que iba a subirme, pero no era a nada que no estuviéramos dispuestos a sacrificar; nuestras líneas rojas formaban un círculo, en cuyo centro había dos personas: en el mío, Sabrae; y en el de Sabrae, yo.
               -Hay algo que todavía echo de menos-confesó, paseando su dedo índice por la palma de mi mano, y entonces levantó las pestañas y me dedicó La Mirada™.
               Por si no estás familiarizada con La Mirada™, permíteme que te lo explique: se trata de un fenómeno peligrosísimo por lo certero y letal que resulta, con un porcentaje de acierto clavado de un cien por cien. Cuando las chicas la hacen, saben a ciencia cierta que van a salirse con la suya, y no es para menos: en La Mirada™, te miran desde abajo con actitud inocente, o eso es lo que transmite su expresión, porque sus ojos son de todo menos castos. Hay una oscuridad primigenia en ellos, una oscuridad a la que eres incapaz de resistirte. Te tienen en la palma de la mano cuando la hacen, y lo peor de todo es que saben exactamente lo que están haciendo cuando lo hacen: de ahí que no la empleen mucho, porque piensan que perdería sus efectos.
               Lo que las chicas en realidad no saben es que un chico sólo puede soportar unas pocas de Las Miradas™ a lo largo de toda su vida; alcanzado el límite, el individuo en cuestión se desintegra y no queda de él más que el recuerdo. Mientras tanto, cuando todavía no se ha cubierto el cupo, las consecuencias son siempre iguales: pulso acelerado, un escalofrío por la espalda, la carne de gallina, una erección incipiente y la voz jadeante como la de un empollón de clase al que el pibón de su curso le confiesa que le gusta y que quiere chupársela hasta dejarlo seco, hacer que se corra en sus tetas y dejar que su mejor amiga le lama su semen de éstas.
               Gráfico, ¿verdad? Pues me estoy quedando corto con lo que nos hace La Mirada™, así que alguien debería denunciar a Sabrae ante la Corte Penal Internacional, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos o el Jurado Profesional de Eurovisión. La autoridad de rango más alto.
               -¿Qué?-pregunté con un jadeo no muy acorde con mi historial de conquistas más largo que el ticket de compras de la novia del futbolista más cotizado, sino más bien del empollón de clase al que el pibón de su curso le confiesa que le gusta y que quiere chupársela hasta dejarlo seco, hacer que se corra en sus tetas y dejar que su mejor amiga le lama el semen de éstas.
               -Experimentar contigo-ronroneó, dibujando espirales en la palma de mi mano, que misteriosamente tenía conexión directa con mi polla. Algo me decía que acababa de meterme en la boca del lobo vestido con una capa roja.
               ¿Esto era una especie de prueba para ver si yo volvía antes? Porque igual me bajaba del avión, le montaba un pollo a Valeria, la obligaba a expulsarme y volvía para la cena de mañana. Todo era proponérmelo. En peores me había visto y siempre había terminado saliendo victorioso de unas y otras.
               -¿Y qué es lo que quieres probar?-pregunté, aún jadeante como un empollón que… bueno, creo que ya has pillado el concepto.
               Sabrae se encogió de hombros y me quitó una povisa del hombro, aprovechando que al inclinarse así me rozaba el pecho con los suyos.
               -Lo dejo a tu elección. Así será más especial. Y creo que te vendrá bien-añadió, levantando de nuevo las pestañas y usando en mí La Mirada™ por segunda vez. Ahí ya entró en juego el hecho de que yo tuviera un gran historial de conquistas a mis espaldas: no te creas que hay muchos chavales que puedan aguantar dos Miradas™ seguidas y continuar respirando. Puede que yo incluso pudiera aguantar tres, pero, por si acaso, prefería no forzar la máquina… sobre todo ahora que iba a ponerme a miles de metros de altura y un aneurisma me podría sentar fatal-. Ya sabes. Tener algo que te motive para mantener la calma si Valeria trata de buscarte las cosquillas, porque ya sabes cómo me pongo con el tema éste de la anticipación.
               Torcí la boca y asentí con la cabeza, meditando sobre las posibilidades. Había muchas cosas que Saab y yo teníamos pendientes de probar y que ya habíamos hablado que nos apetecían, pero la gran mayoría eran fantasías que veía difícilmente realizables en el corto plazo: tener sexo en un lugar público y muy concurrido (mucho más que los baños de las discotecas), invitar a una tercera persona a la cama con nosotros (teníamos que consultarle a Diana qué día le venía bien), pasarnos un fin de semana entero sin ropa en la habitación de un hotel… las posibilidades eran tan amplias como colores había en la sección de tías de las tiendas de ropa, pero todas requerían de más o menos preparación.
               Todas, salvo una. Una de la que Saab tenía muchas ganas de descubrir y yo, la verdad, tenía también bastantes ganas de probar con ella. No es que fuera mi preferida de la lista ni de lo que podíamos hacer, pero me lo había pasado bien las veces que lo había hecho con Chrissy, así que…
               -Vale. Ya lo tengo. Podemos probar el sexo anal, si quieres.
               ¿Recuerdas ese espectáculo sensual que me estaba dando la muchachita? Bueno, pues el telón cayó tan rápido que más bien podríamos decir que se había desplomado sobre el público asistente, porque puso una cara de estupefacción digna de convertir en un emoticono específico que ni siquiera vería en el que se parecía al cuatro de El grito un competidor digno. Definitivamente no contaba con que yo saliera con aquello, ni que lo hiciera tan rápido; pude ver por su expresión que estaba jugando conmigo, puede que tratando de distraerme de la separación inminente, pero yo iba muy en serio con mi proposición.
               -Oh-pasó lo que me pareció un minuto antes de que añadiera algo más-. Vale-y luego, más rápido-. ¡Vale! ¿Tengo que hacer algo?-preguntó, sonriente, y por la manera en que lo hizo, me di cuenta de que habíamos centrado nuestras conversaciones sobre si me iba o me quedaba sobre puntos erróneos: no teníamos que pensar en lo que nos haría, en lo bien o mal que íbamos a pasarlo lejos el uno del otro, sino en las ganas que tenía Sabrae de experimentar con aquello. Por mi experiencia y la de mis amigos sabía que solíamos ser nosotros los que insistíamos en probar a hacerlo por detrás, así que sabía que era afortunado porque Sabrae tuviera tantas ganas de hacerlo, pero aun así, no dejaba de resultarme muy tierno su entusiasmo con esta historia.
               -Estar tranquila-me encogí de hombros.
               -Digo para prepararme-explicó, apartándose los mechones de pelo que le caían sobre la cara-. Ya sabes, ahora que voy a tener tiempo de sobra y que sé que vienes…
               -Ah, pues… no sé. Depílate si quieres. Y si no, pues no. Pero no con crema-me adelanté-. Una vez Chrissy… bueno, que tengas cuidado si lo haces, y fíjate bien con qué.
               -Vale-asintió de nuevo como una alumna aplicadísima escuchando con atención una lección que la hará destacar del resto-, ¿y de comida?
               -¿De comida qué, Sabrae?
               En serio, la quiero muchísimo y todo lo que tú quieras, pero hay veces en las que me cuesta muchísimo seguir su tren de pensamientos, y aquella era una de esas veces.
               -Que si tengo que comer algo en particular, o no comer algo, o tomar alguna medicación, como laxantes, o…
               -¿Laxantes? Guo, guo, guo-dije, levantándome y extendiendo las manos con las palmas hacia abajo-. Sabrae, relájate. No te lances al espacio. Voy a entrar por la puerta de atrás, no a atracar el Museo de Arte Metropolitano en plena gala del MET. Vamos a estar bien.
                Sabrae me miró desde abajo y asintió. Lo dicho: la quiero muchísimo, pero no sé de dónde saca estas ideas de bombeo. ¿Laxantes? Joder. ¿Esto era de las novelas que se dedicaba a leer por las noches, cuando acompañaba a Shasha viendo realities, publicadas por personas de dudosa moralidad?
               -No tomes nada de eso.
               -Está bien, pero no me hago responsable del resultado que pueda tener.
               -¿A cuántas personas te has follado, Sabrae? Porque, si no recuerdo mal, el experto en estos temas era yo. No tomes nada, ¿me estás escuchando?
               -Sííííííí, papáááááááááá-baló, poniendo los ojos en blanco, pero la sonrisa que esbozó me hizo sospechar que, al final, terminaría volviendo un día antes aunque sólo fuera por probarlo cuanto antes con ella. Y lo mejor de todo es que seguramente me convenciera ella.
               Extendió las manos con los dedos también completamente extendidos para que volviera con ella a la cama, y eso hice. Me senté de nuevo a su lado y le rodeé la cintura mientras ella me rodeaba el cuello con los brazos. Inhaló en mi piel, inspirando tan profundamente que llenó sus pulmones hasta el fondo, y luego soltó despacio el aire, como si quisiera acariciarme también con su respiración.
               Estábamos así, entregados a ese abrazo en el que sus dedos se enredaban en mi nuca y los míos se aferraban a su cintura a través de mi sudadera, cuando mamá llamó a la puerta y nos dijo que ya era hora de irnos.
               -A no ser que hayas cambiado de idea-tentó el terreno mi madre, pero negué con la cabeza cuando me separé de Sabrae. Si mi chica no había podido convencerme, menos lo haría mamá, aunque apreciaba el esfuerzo.
               Me levanté, cogí la mochila en la que iba a llevar las cosas para el viaje (mamá había insistido en que me llevara una manta y ropa para que no pasara calor en el trayecto hasta el campamento, ya que si me quitaba la sudadera en el aeropuerto para dejarla en Inglaterra es probable que cogiera una pulmonía) y entrelacé la mano que tenía libre en las manos de Sabrae.
               Como ya me había despedido de mis amigos por la mañana, el itinerario era mucho más simple y rápido: de camino a la autopista pararíamos en casa de los Malik (como mis padres no sabían nada de la situación con mis suegros, no les extrañó lo más mínimo que quisiera hacerles una última visita de cortesía) y luego continuaríamos hacia Heathrow, donde, gracias a que no llevaba equipaje facturado esta vez, podía llegar con mucho menos margen antes de que despegara mi vuelo.
               Me subí al coche de Dylan y me senté entre mi hermana y mi novia como en un sueño. Ya me había despedido de Mamushka en casa, que iba a quedarse cuidando de un Trufas malhumorado que parecía sospechar lo que íbamos a hacer, ya que me había mordido con toda la violencia del mundo los tobillos, así que había empezado a marcharme incluso estando en mi casa; supongo que por eso la situación se me hizo tan irreal.
               Notaba todos los ojos del coche puestos en mí; incluso los de Dylan, que iba conduciendo. Tenía las dos manos ocupadas, cada una entre las de Sabrae o Mimi, pero no me sentía prisionero; más bien al contrario, sentía que ellas impedían que me volviera loco.
               Se me hundió un poco el estómago cuando nos detuvimos frente a la casa de los Malik. Esto es de verdad, pensé. Fue el primer momento en que fui realmente consciente de que estaba haciéndolo: iba a marcharme. Iba a marcharme de verdad.
               -Venimos ahora-dije con una voz que no parecía la mía, desabrochándome el cinturón. Dylan ni siquiera apagó el motor del coche, sino que lo arrimó un poco más a la acera y encendió los cuatro intermitentes mientras Sabrae y yo subíamos las escaleras que daban a su porche, cubiertas ahora de brotes de los rosales que pronto florecerían.
               Sabrae me miró.
               -¿Estás bien, sol?
               Tenía un nudo en la garganta y los ojos me picaban, pero, como siempre me decía Sergei antes de subir al ring en los combates más jodidos, no habían puesto pantallas encima de mi cabeza para que todo el mundo viera cómo me cagaba en los pantalones en 4K. Me tragué mi orgullo y mis miedos y me repetí a mí mismo lo mucho que confiaba en Sabrae y lo que me había enamorado de ella, lo fuerte que era y lo sólido de lo nuestro, y asentí con la cabeza.
               -Sí-sospechaba que ésa no iba a ser la única promesa que rompería en las siguientes veinticuatro horas, pues estaba seguro de que odiaría Etiopía y querría irme de allí nada más poner un pie en el país, así que no podría cumplir con lo que finalmente le había prometido a Saab de que sí, vale, intentaría de verdad darle una segunda oportunidad al voluntariado.
               Saab me acarició los nudillos y me dio un beso en el brazo.
               -Estoy muy orgullosa de ti.
               Le di un apretón en la mano a modo de respuesta, porque no sabía cuántas palabras podría pronunciar antes de romperme y no quería hacerlo delante de Sherezade o Zayn, y esperé mientras ella abría la puerta de su casa, tratando de no pensar en que nunca había entrado en un lugar en el que sabía que no era bienvenido fingiendo que aquello no me destrozaba.
               Porque la verdad es que quería que me quisieran en aquella casa. Quería no tener que dar explicaciones ni buscar excusas si alguna vez usaba el juego de llaves que me había regalado mi novia. Quería tener la oportunidad de ir a su habitación y tumbarme en su cama y oler sus sábanas sin que nadie me preguntara qué hacía allí cuando ella no estaba y me pidiera que me fuera. Quería tener otra casa además de aquella en la que había crecido.
               Pero, por encima de todo, quería que Saab tuviera esa casa. Quería que recuperara su refugio. Quería que llegara tarde sin tener que aguantar broncas por hacerlo. Quería que pudiera dejar la puerta abierta y que no se le encogiera el estómago cuando escuchara pasos en su dirección. Quería que escuchara mis audios sin auriculares y que pudiera ver mis fotos tumbada en la cama en lugar de sentada en un rincón de su habitación. Quería que fuera libre. Me encantaba que fuera una Whitelaw, pero primero me había enamorado de una Malik.
               Por eso tenía que hacer esto. Por ella. Tenía que intentarlo, al menos. Conmigo allí, sus padres no reconocerían su error.
               Debía darles un margen de mejora antes de intervenir definitivamente.
               Le había prometido a Saab una segunda oportunidad para Etiopía, pero los dos sabíamos que aquello llevaba implícito una segunda oportunidad también para Zayn y Sherezade. Que si yo no podía perdonarlos, por lo menos que tuvieran la oportunidad de que mi opinión de ellos mejorara un poco.
               Entramos en la casa, en cuyo salón estaban Scott y Eleanor, sentados frente a la televisión sin verla realmente. En el comedor, Duna ayudaba a Sherezade a preparar la mesa para la cena que estaba terminando Zayn en la cocina. No había ni rastro de Duna.
               Scott y Eleanor se levantaron de sus asientos y se acercaron a nosotros. Ni Sherezade ni Zayn hicieron ver que se habían enterado de mi presencia. Duna, por el contrario, entró corriendo como un bólido en el salón y se lanzó a mis rodillas.
               -¡Alec, has vuelto!
               -Sí, pero por poco tiempo-dijo Saab-. Alec se va-añadió en voz más alta, de forma que sus padres no pudieran continuar ignorándonos. No lo hicieron: Sherezade levantó la cabeza y nos miró mientras colocaba un plato sobre la mesa, y Zayn abrió la puerta de la cocina y se quedó apoyado en el marco.
               A pesar de que el ambiente me era bastante hostil y no me hacía mucha gracia dejar a Sabrae en un sitio así, me tranquilizó bastante la manera en que Scott miró a sus padres: como si le hubieran quitado injustamente su juguete preferido a modo de castigo por alguna trastada que ni siquiera había cometido él.
               Como si estuviera dispuesto a volver a aquel estado de tensión en el que había pasado su adolescencia sólo por mí.
               -Bueno-dijo Zayn, el profesor de Literatura Inglesa ganador de varios premios Grammy.
               -Ah-añadió Sherezade, la abogada ambientalista y doctora honoris causa en Derecho de Género por la Universidad de Oxford.
               -Umf-gruñó Scott, el inventor del universo conocido y seguramente también de los chilli cheese bites, poniendo los ojos en blanco y haciendo que me planteara seriamente que, vaya, igual sí que podría chupársela a uno de mis amigos, porque Scott se lo merecía sin duda.
               -Que tengas un buen viaje-añadió Sherezade como si esto estuviera ensayando.
               -Disfrútalo-puntualizó Zayn, y yo alcé una ceja.
               -¿El qué?-pregunté sin poder frenarme-, ¿el accidente de avión que vais a rezar que tenga en cuanto esté sobrevolando el Canal de la Mancha?
               Eleanor cambió el peso de su cuerpo de un pie a otro con la cabeza gacha, abrazándose a sí misma y mordiéndose el labio. Me sentí mal por ella, pero peor me estaba sintiendo por Saab. No se merecía que me demostraran esta hostilidad. A mí me resbalaba completamente, pero sabía que ella no se sentiría nada bien por creer que me había sentido obligado a pasar por esto después de que ella se echara a llorar en el baño, cuando yo sólo estaba haciendo lo correcto.
               -Espérame arriba-le pidió Scott a Eleanor, dándole un toquecito en el codo, y Eleanor no necesitó que se lo dijera dos veces. Se llevó a Duna con ella escaleras arriba, y sólo cuando cerró la puerta Scott habló por fin-. Ya hemos hablado de esto. Me prometisteis que ibais a intentar acercar posturas con Alec. Por Sabrae. Vuestra hija.
               -No hemos venido a discutir-replicó Sabrae, mirando a su hermano-. Vamos muy justos de tiempo y tampoco tenemos ganas. Alec quería deciros en persona que se marchaba para que no pensarais que está huyendo o que habéis ganado-añadió, volviéndose para mirar a sus padres alternativamente-. No se va a Etiopía en un acto de cobardía. Somos adultos y lo hemos decidido así.
               -Tú no eres adulta, Sabrae-respondió Zayn.
               -Aparentemente no es la única en la habitación-contesté, y Zayn me fulminó con la mirada. Ya estaba bien. Estaba harto. Di un paso hacia él y solté la mano de Sabrae-. Mira, Zayn… yo no te gusto y tú no me gustas. Lo pillo. No es lo ideal, y créeme que lo lamento, pero es lo que hay. Pero estoy en la vida de Saab, os guste a tu mujer y a ti o no. Si quieres seguir echándome pulsos, tú mismo; si quieres seguir apostando a tu hija por tu ego yo no soy quién para decirte nada, pero si…
               -Yo no estoy apostando a Sabrae por nada-me interrumpió, pero yo continué.
               -… todavía queda algo de lo que sentiste con la canción que te dio tantos premios y cuyo título es su nombre, espero que aproveches estas semanas en las que yo no voy a estar para intentar mejorar las cosas y enmendar tus errores-Scott asintió con la cabeza-. Por ella. Y también por ti. Porque si seguís así los dos, la próxima vez que venga con Sabrae no será para deciros que vengo a despedirme antes de volver al voluntariado, sino a acompañar a Saab cuando os diga que se viene a vivir a mi casa.
               La tensión en el ambiente podía cortarse con un cuchillo. Scott tomó aire y lo soltó despacio y en silencio mientras sus padres me miraban.
               -Hay que tenerlos muy gordos para venir a nuestra casa a darnos un ultimátum para que arreglemos lo que tú has jodido.
               -Yo no he…
               -Basta-intervino Sabrae con calma gélida-. Iba en serio con lo de que no hemos venido a discutir y que no tenemos tiempo. Alec venía a despedirse simplemente por educación, porque me quiere lo suficiente como para pasar por este mal trago aun sabiendo que no se lo ibais a poner fácil. Debería alegraros que haya encontrado a alguien dispuesto a sacrificarse así por mí. Así que decidle adiós.
               Ni Zayn ni Sherezade dijeron nada: se limitaron a mirarnos en silencio, Zayn tomando aire, Sherezade parpadeando con rapidez.
               -Decidle adiós-dijo Sabrae, dando dos pasos y poniéndose delante de mí, señalando el suelo con el dedo índice y alzando la barbilla-, u os juro por mis hermanos que me subo a ese avión con él y no me volvéis a ver más el pelo.
               Scott abrió la boca, la cerró rápidamente y se giró para mirarme, presto a preguntarme si yo sabía algo de esto, pero creo que por mi expresión adivinó que yo no tenía ni idea de lo que Saab pretendía. Ni siquiera diría que se estaba marcando un farol, sino que iba… completamente en serio.
               No me extrañaría una mierda que tuviera una maleta preparada por si acaso sus padres no decían nada y le pedía a Shasha que le hiciera hueco en el avión que iba a llevarme al país del que creíamos que procedía.
               -Éramos sinceros con nuestros buenos deseos-dijo Sherezade, entrelazando una mano con la de Zayn. Fue con ese gesto con lo que me di cuenta de una cosa: los dos estaban temblando.
               Temblaban de miedo. Llevaban haciéndolo desde que llegué. Porque sospechaban algo que Sabrae acababa de confirmarles: yo podría quitársela si quisiera. Podría quitársela y no tendrían forma de recuperarla jamás. Una cosa era verla plantarse a defenderme en la consulta de Fiorella después de horas y horas de ataques, pero otra muy diferente era que ella misma pusiera el tema sobre la mesa en unos pocos minutos.
               -Pero si es lo que quieres, Sabrae… hasta pronto, Alec.
               -Que tengas buen viaje-repitió Zayn-, y que llegues bien.
               Sabrae asintió con la cabeza, y pude sentir cómo algo en aquella casa cambiaba. Había habido un cambio en la gravedad. Antes, Zayn y Sherezade tenían la sartén por el mango. Ahora la tenía Sabrae.
               -Gracias-se giró hacia Scott-. ¿Shasha?
               -En su habitación, viendo alguna de sus series.
               -Vamos arriba; Alec quiere despedirse de ella.
               Parecía un calzonazos dejando que Sabrae hablara por mí, pero viendo cómo estaban las cosas y que mi lengua era incapaz de mantenerse en su sitio y no contribuir con más leña al fuego, lo justo era que fuera ella quien se ocupara de la diplomacia en su casa. Subimos las escaleras y ella me hizo un gesto con la cabeza para que fuera adelantándome a la habitación de Shasha.
               -Yo voy al baño. Creo que voy a vomitar-dijo, y se apresuró a cruzar la puerta, cerrarla y abrir el grifo para que yo no escuchara sus arcadas. Me dieron ganas de sacarlos a ella y sus hermanos de la casa y prenderle fuego con sus padres dentro, pero tenía que centrarme. El voluntariado era una oportunidad de que las cosas mejoraran; yo era el enemigo, y si me mantenía lejos, se calmarían las aguas aunque sólo fuera un poco.
               Shasha tenía la puerta entreabierta en una invitación silenciosa de que quien quisiera verla pasara sin llamar. Empujé la puerta para verla, y ella se quitó los cascos y me sonrió con tristeza.
               -Me imagino que no vienes a disfrutar de una cena en la que probablemente mamá y papá servirían tus intestinos como postre.
               -Voy a fingir que no me he dado cuenta de que piensas que tengo la cabeza llena de serrín porque es evidente que los cerebros son más jugosos-contesté, entrando en su habitación y metiéndome las manos en los bolsillos. Shasha cerró la tapa de su ordenador y bajó los pies de la cama, dio unos toquecitos a su lado y esperó a que me sentara. Se apartó el pelo azabache detrás de la oreja en un gesto que le había robado a Sabrae y se inclinó hacia mí.
               -No sé si Saab te ha dicho que papá y mamá saben lo que pasó por…
               -No estoy enfadado.
               -¿No?
               -No. No es culpa tuya. Hiciste lo que tenías que hacer. Lo que tu hermana hizo fue peligrosísimo y… es normal que te preocupes por ella. Me alegra saber que hay alguien en esta casa que todavía la tiene como una prioridad a pesar de todo. No es culpa tuya, Shash, en serio-le acaricié la cabeza y a ella se le humedecieron los ojos-. Esto tenía que pasar tarde o temprano. Al final, terminaríamos haciendo algo que no les gustara y por lo que decidieran odiarnos, sólo que… ha pasado en el peor momento posible para tu hermana, pero ya nos apañaremos. Saldremos de ésta.
                -Ya. ¿Cuándo se te termina el cachondeo internacional éste que te traes entre manos?-preguntó, sorbiendo por la nariz mientras trataba de quitarle hierro al asunto forzando una sonrisa que no le llegó a los ojos-. Porque estoy un poco hartita de que no paren de salir cosas de Blackpink y que Sabrae no sepa apreciarlas.
               -Los hermanos mayores son una mierda, ¿eh?-me burlé, y Shasha puso un ojo en blanco y se echó a reír. Se dejó abrazar más de lo que sabía que se había dejado abrazar en la última década (recordemos que tenía 13 años) y sonrió cuando le di un beso y me separé de ella.
               -Pórtate un poco mal, no vayas a dejar a Sabrae de macarra oficial de la familia.
               Se rió por lo bajo y asintió con la cabeza, dándome un último apretón y soltándome las manos cuando su hermana vino a por mí y nos dijo que era hora de marcharnos. Shasha agitó la mano en el aire y, cuando creyó que ya no la veía, desvió la mirada hacia un globo azul doblado con la forma de un cocodrilo. Interesante.
               Despedirme de Scott fue un poco más difícil que despedirme de Shasha, lo cual me hizo sospechar algo que se confirmó después en el aeropuerto: que las despedidas iban aumentando gradualmente de dificultad. Nos costó separarnos, los dos tensos y preocupados por su hermana, y cuando bromeamos con la posibilidad de que me llevara una banda de gaitas escocesas al aeropuerto cuando fuera a buscarme, a ninguno de los dos nos subió la sonrisa a la mirada.
               Creía sinceramente que a Mimi se le haría más fácil decirme adiós sabiendo que iba a verme en menos de un mes y que no iba a pasar su cumpleaños sola, pero cuando la abracé después de abrazar a Dylan y  que me saliera llamarlo “papá” por segunda vez, se echó a llorar a mares de una forma que incluso me preocupó.
               -Menudo espectáculo estás dando para lo tímida que eres, Mary Elizabeth. Todo el mundo te está mirando.
               -Me da igual. Me da igual. Te quiero mucho. Esto es horrible. No quiero que te vayas.
               -Piensa en la gran parte de herencia que te va a tocar al final si a mí me come un león.
               -Eres subnormal-gimió, abrazándome más fuerte. Dijeron el número de mi vuelo por megafonía, algo excepcional en Heathrow: seguro que iba tarde. Es más, seguro que estaban esperando por mí.
               Mamá me rodeó con los brazos y pegó la cabeza a mi pecho, sollozando muy a su pesar.
               -Creía que esto sería más fácil la segunda vez.
               -Es que me sienta bien el moreno y ahora estoy más guapo que en agosto, mamá. Tampoco te rayes mucho-bromeé, y ella se rió entre lágrimas.
               -Te quiero mucho, mi niño. Escríbenos más, ¿vale?
               -Vale-dije, con el corazón roto. Para cuando me separé de ella, lo hice con cierta reticencia, sabiendo que me quedaba lo peor, lo más difícil: Sabrae, que me esperaba con las manos entrelazadas por las muñecas, girando el torso a un lado y a otro y mirándome con una sonrisa triste.
               Me puse delante de ella y suspiré.
               -Bueno-dije.
               -Bueno-repitió.
               -Bueno-asentí, y sonreímos a nuestro pesar. Saab arrugó la nariz.
               -La próxima vez que te apetezca sentirte realizado, recuérdame que te obligue a ir a recoger basura en las playas del Támesis para que no se enganchen las tortugas.
               -Creo que hay mierda suficiente en Kensington Garden para que me gane el cielo; no hay necesidad de coger ningún tren interurbano.
               Sabrae sonrió y yo le acaricié el pelo. No la toques. No la beses. Perderás el avión. Tienes que irte.
               Pero tenía que tocarla, tenía que besarla, tenía que quedarme. Esto no estaba bien. Esto no estaba nada bien.
               -Procura no follarte a medio Londres en mi ausencia-le solté, y ella se rió a través de su cortina de lágrimas. Mis padres, sin embargo, se quedaron ojipláticos.
               -Sólo a un cuarto. Y tú procura no ponerme unos cuernos de alce-añadió.
               -De cervatillo, como mucho. Bueno, venga, de Bambi adulto. Dios me libre de castigar esas cervicales.
                Sabrae se echó a reír y se echó a llorar; se puso de puntillas y se colgó de mi cuello mientras rodeaba su cintura con el brazo y le levantaba en el aire.
               -Te quiero muchísimo.
               -Pobre de ti-respondí, y ella se rió.
               -Aunque tú estás peor que yo.
               -Pf, nada, este encaprichamiento se me pasa en dos días, ya verás.
               Se rió de nuevo. Dios, era adicto a ese sonido. O me lo ponían por megafonía para marcarme el transcurso de cada hora o iba a orquestar un motín. La dejé en el suelo de nuevo, le quité la pinza del pelo y hundí los dedos en su melena mientras buscaba su boca con la mía, dándole un beso extasiado, ansioso, completamente desesperado.
               Sabrae me abrió en canal y me curó y me asesinó con sus labios, me desintegró y me dio forma y volvió a deshacerme en miles de pedazos, lamió mi boca y mi lengua y mis dientes y me mordió los labios y la lengua y se hizo conmigo, y yo me hice con ella, y me deshice contra ella y en su paladar, y volamos y nos estrellamos, nos rompimos, detuvimos el tiempo, lo hicimos volar.
               Había nacido para esto. Toda mi historia, cada decisión, cada casualidad, me había llevado hasta ese beso. ¿Quién era yo para romperlo ahora? Nadie. Ése era mi destino: besarme con Sabrae en la terminal de salidas de Heathrow con tanta intensidad que al final acabara perdiendo el avión.
               Sabrae se separó de mí para poder detenerse a respirar, ya que claramente me quiere menos de lo que yo la quiero a ella, si no está dispuesta a arriesgar su vida por seguir degustando mi apetitosa lengua.
               -Al, te tienes que ir-dijo, pero no se resistió cuando yo me abalancé de nuevo sobre ella, a reclamar esa boca que tantísimo me había gustado mientras me defendía y que quería tener por todo mi cuerpo, en absolutamente todos los rincones. Esa boca obraba milagros. Seguro que podía convertirme en el dios que ella se merecía que fuera, un ser omnipresente y todopoderoso que la protegería de todos los males del mundo y que podía controlar el universo a voluntad, alguien contra el que nadie se resistiría.
               -Ale-e-e-eec-rió, convirtiendo mi nombre en toda una oración compleja.
               -Sí, sí, ahora me voy. No te preocupes-dije, besándola todavía más. Se rió, jugó un poco más con mi lengua y finalmente me puso las manos detrás de las orejas y tiró de mí para mirarme.
               -Al. Vete.
               Tomé aire y lo solté despacio.
               -Está bien. Pero porque yo quiero. No porque tú me lo mandes-le saqué la lengua y ella hizo amago de mordérmela, riéndose. Dios, ¿adónde coño iba a irme yo? ¿Cómo iba a pasarme tres semanas sin ella? ¿Es que estábamos locos o qué pasa?
               -Te quiero. Te quiero, te quiero, te quiero.
               -Me apeteces. Me apeteces muchísimo.
               -Medio mundo no es nada-dijimos los dos a la vez, las frentes unidas, las respiraciones entremezcladas. Sabrae se rió y me dio un casto piquito que yo ni de coña iba a consentir que fuera nuestro beso de despedida. Le di un último morreo como Dios manda, y cuando nos separamos, me quedé inhalando su respiración entrecortada.
               -O te vas ya o no voy a dejar que te vayas nunca.
               -Mm, creo que he pisado cemento de secado rápido y no me puedo mover.
               Se echó a reír y yo le besé las mejillas, la nariz, los ojos, la frente, su preciosísima cara, su sabrosísima boca.
               -¿Te llamo?-le pregunté, y ella se mordió los labios.
               -Igual es mejor que nos escribamos para que las cosas vayan asentando poco a poco. Dame un par de días y lo decidimos, ¿vale?
               -Ah, sin problema. Lo pillo. Quieres recuperar la voz después de quedarte afónica follándote a todo lo que se mueve. Sin problema.
               Sabrae aulló una risotada y me dio un manotazo.
               -Eres jodidamente imbécil.
               -Algún defecto tenía que tener.
               Dijeron mi nombre por megafonía, lo cual es un puntazo cuando te encuentras en Heathrow: es lo más parecido que tenemos los plebeyos a que nos den un Oscar. Miramos los altavoces y yo puse los ojos en blanco.
               -Maldito Dios. Siempre tocando los huevos-levanté el puño hacia el cielo con teatralidad y rezongué mientras Sabrae se reía a carcajadas-: ¡Que ya voy, ansioso!
               Saab me agarró de la sudadera y tiró de mí para besarme en los labios.
               -Chao, chao, hubby.
               -Nos vemos, wifey.
               Me separé de ella saboreando cada rincón de contacto, cada milímetro de su piel, cada uno de sus poros y cada célula que la componía mientras me alejaba más rápido de lo que me gustaría y más despacio de lo que debería dadas las circunstancias en dirección a los controles de seguridad. Sabrae se limpió las lágrimas y clavó los ojos en mí mientras dejaba las cosas en el control, y cuando pasé el detector de metales y tuve todo lo mío conmigo, gritó mi nombre.
               -¡ALEC!
               Ésta me la sé, pensé para mis adentros, girándome de nuevo hacia ella mientras llenaba de aire mis pulmones para igualar su grito a pleno pulmón sobre el bullicio de Heathrow, de los aviones despegando, de las maletas arrastrándose, de las voces confusas y agobiadas por si perdían los vuelos. Sobre el mundo tratando de separarnos.
               Sobre el mundo fracasando en ese intento.
-¡CONTINUARÁ!

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1 comentario:

  1. Bueno mira, me rompe el corazón este capítulo. Sabia que se venia de nuevo la despedida pero no he podido evitar sentirme igual de disgustada. Tanto ver a Sabrae disgustada por el tema de las fans como luego la despedida en si antes de ir a ver a Zayn y Sherezada me ha puesto tristísima, pero es que encima luego ver como Alec se ponia al llegar el momento me ha dejado rota.
    Es obvio que con todo el barullo de la situación todos se han olvidado de que al final Alec tmb se hizo un hueco en la familia y por mucho que Sabrae sea su prioridad ante todo le duele tambien perder la seguridad y el amor que le daba esa casa.
    He cogido aire cuando les ha soltado lo de llevársela con el y me ha tranquilizado el hecho de que ahora mismo la pelota este en el tejado de Saab. Tengo mucha curiosidad por ver como se resuelve todo poco a poco, sobre todo con Alec.
    Por otro lado me parte por la mitad el momento despedida final. Volvere a meterme en esa fase de esperar a un nuevo reencuentro.

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