jueves, 11 de enero de 2024

Diez años persiguiendo las estrellas.

Dicen que la vida es eso que pasa mientras haces planes, o que cuando eches la vista atrás después de haberte pasado tu adolescencia y tu juventud en casa, te arrepentirás de no haber salido más y aprovechado todo lo que el mundo tenía que ofrecerte. Esas mismas personas son las que no son capaces de recordar la fecha exacta de cosas que no aparecen en certificados de nacimiento, inician libros de familia o abren testamentos.
               Puede que yo no recuerde muchas cosas, pero sí que recuerdo lo que estaba haciendo hace hoy exactamente un año: escribir una entrada de aniversario para la gloria de un chico cuyo nombre no se suponía que se convertiría en protagonista de la novela que empezaba a escribir nueve años atrás, pero alrededor del que terminó girando todo. Hablaba en esa entrada de las ganas que tenía de empezar ese año a pesar de que el aniversario no era redondo como sí lo sería éste, y de la importancia que tenía él en mi vida hasta el punto de convertir  su cumpleaños en un día en el que se subía capítulo sí o sí. También hablaba de que podía tratar de que su nombre no fuera el primero que escribiera en esa entrada porque la historia no iba a ser técnicamente sólo suya, pero que sería mentirme a mí misma el decir que esto no se trataba de…
               … Scott.


               Porque hoy hace diez años exactamente que el mundo vio por primera vez las palabras “Scott Malik” juntas, y ninguno de nosotros sospechaba el poder que había en ellas, la fuerza que albergaban, el inmenso mar de posibilidades que había extendiéndose por el horizonte de un nombre que sonaba demasiado bien como para que no fuera la puerta a una historia que ni siquiera yo esperaba que me reputara tanto éxito y felicidad, que no sabía que me salvaría en tantos sentidos diferentes que ni me lo imaginaba, y me aterraría saber que necesitaría salvación así.
               Igual que recuerdo cómo fue la tarde en que escribí su nombre por última vez en Chasing the Stars y lo muchísimo que sufrí poniendo ese punto final agridulce que me estuve planteando relocalizar para que todos fuéramos más felices, él el primero, debo confesar que no aparece tan nítido en mi memoria cómo fueron esos momentos copiando a una interfaz de Blogger bastante diferente a la que tengo ahora el nombre de Scott, el de Tommy, el de Diana, Layla o Chad por primera vez. Y es que diez años son muchos años, y aunque ya no ocupen mi mente con la asiduidad con la que lo hacen, y aunque sí me llenen la agenda como lo hicieron desde el principio, lo cierto es que me considero muy afortunada de poder decir que sigo encontrando en ellos un consuelo y una alegría cuando me toca hacer bailar mis dedos sobre las teclas de mi ordenador, tocando una canción que sólo contiene sus nombres. Puede que ahora sean secundarios, puede que ahora tengan menos peso o apenas hablen en determinados capítulos (y eso, si es que salen), y puede que ya no sean la causa mi inspiración y mis esfuerzos se encuentren centrados ahora en Sabrae y Alec, en Alec y Sabrae. Puede que disfrute de la libertad que me supone haber llegado a un punto en el que ya no tengo a Chasing the Stars ni para guiarme ni para limitarme.
               Puede que tenga todavía cosas que quiero contar, puntos que poner en el entramado de lo que dejé en octubre de 2017 como acabado, sólo para definir mejor la figura que estábamos dibujando entre todos.
               No podía ser de otra manera que Scott, Tommy, Diana, Layla y Chad cumplieran una década en el año del dragón, mi animal mitológico preferido de todos los tiempos, ése del que leí más aventuras de pequeña y por el que empecé a pensar en historias de mi propia cosecha, haciendo en mi pueblo lo que ahora hago en internet: contarme historias a mí misma de amores eternos, personajes que te roban el corazón y batallas épicas en las que las armas cambian, al igual que los enemigos, pero la esencia de la lucha siempre permanece: sea a lomos de un dragón esgrimiendo una espada para derrotar a un tirano al más puro estilo Eragon, o luchando contra los propios demonios con sesiones de psicólogo en Sabrae, siento que la senda que han dejado Scott y compañía sigue clara e indiscutible. Les echo de menos cuando no puedo escribirlos, aunque en mi escaso tiempo libre me cueste ponerme a ello (como me ha pasado ahora, que casi decido escribir esto mañana y descansar después de un largo día de trabajo y estudio), me siguen acompañando en mis vacaciones, y siguen siendo los protagonistas de los conciertos que me monto en mi cabeza cuando escucho música de camino al trabajo o estando por casa, recogiendo mi habitación.
               Todavía me parece increíble lo lejos que he llegado simplemente por un sueño en el que Louis no estaba conforme con el destino que les había dado a nuestros hijos, o que esta historia que empecé hace diez años sea una historia dentro de otra, y en cuya irrealidad prefiero no ahondar.
               Todavía no soy capaz de asimilar la importancia que tiene aún el número once para mí, aunque ahora sea más bien en efemérides y no como el reinado absoluto del número 23. Escribí la entrada del año pasado inspirada e ilusionada, creyendo que hoy sería capaz de hacer algo mejor de lo que hice entonces, pero vertí mi corazón de una manera tan visceral y amada en un momento en el que creía que el mundo iba a venírseme encima y que no recordaría este aniversario con ilusión, que simplemente creo que, por mucho que lo intente y que llame a gritos a las musas, ellas no vendrán a visitarme como lo hicieron hoy hace un año. Aun así, debo intentarlo. Les debo a ellos (a Chad, a Layla, a Diana, a Tommy, y sobre todo a Scott) reconocer que todavía me acuerdo de qué hice el 11 de enero de 2014. Cómo me cambié la vida.
               Todo porque no siento que esté volviendo hoy a un lugar que un día fue mi hogar. En el fondo, creo que nunca me he ido. Si vuelvo una, y otra, y otra vez, sobre la identidad de los personajes y hago que los conflictos a los que se enfrentan Alec y Sabrae es a quién son, es porque Scott definió hace diez años quién era. Scott, y ningún otro. Los demás inclinaron la balanza, pero el determinante fue él: era a él a quien quería proteger, era a él a quien quería ver escrito en un papel, era a él a quien me gustaría tocar y era a él a quien veía, y aún veo, cuando veo cosas de Zayn de la época en la que estaba escribiendo Chasing the Stars.
               Sí, no soy ajena a que me he perdido muchas cosas en mi adolescencia y en el principio de mis veinte, de que puede que siga perdiéndomelas ahora, pero no me arrepiento de mi sacrificio. Sigo honrada y sintiéndome afortunada de la suerte que tuve una vez cuando me senté frente a mi ordenador y empecé a pulsar las mismas teclas una, y otra, y otra vez, hasta que su inicial está medio borrada y la C podría redibujarse para convertirse en un corazón. Porque él fue mi corazón durante tres increíbles años en los que me parece imposible haber sido capaz de hacer a alguien que me marcase tanto y cuya influencia, diez años después, todavía sigo notando. Alec es como Scott, pero a la vez no se le parece; Alec se apoya en Scott y Scott se apoya en él. Es una versión más humana, mejorada, mi preferido por encima de Scott ahora que Scott es un secundario y no un personaje principal.
               Sé que hay todo un mundo ahí fuera. Soy muy consciente de ello. Aun así, también sé que la vida es corta (soy dolorosamente consciente de mi propia fragilidad y fugacidad cuando pienso en lo que me queda de Sabrae), pero, igual que hace un año, sigo angustiada pensando en qué será de mí cuando la acabe, a pesar de que tengo proyectos de sobra para entretenerme hasta el día que me muera. E incluso en esos proyectos se nota la influencia de Scott, incluso estos brillan por su luz: después vendrá la historia de Duna, luego la de Shasha o la de Mimi; con suerte podré organizarme y también escribir la de Annie. Todas tienen un elemento en común, aparte de que sus dueñas son mujeres: en todas, al menos una vez, se leerá el primer nombre que se leyó en Chasing the Stars hoy exactamente diez años.
               Así que… mundo, tendrás que esperar. Tengo acceso a algo demasiado importante como para dejarlo encerrado con peligro de desterrarlo. Tengo una angustia lacerante mordiéndome el pecho cuando pienso en qué será de mí cuando termine la historia de Sabrae.
               Y una calma en la que regodearme al saber que, pase el tiempo que pase, podré revisitar a Saab igual que revisito a Scott. Una calma que me recuerda que, diez años después, todavía estoy escribiendo su historia. Que quizá lo haga hasta el día que me muera y, si soy afortunada como lo llevo siendo diez años, seguirá habiendo personas trayendo a la vida a estos personajes y dándoles aliento con simplemente ofrecerles su tiempo; personas que espero que tarden mucho en abandonarme (o, mejor aún, que no lo hagan nunca) y que se traigan a más consigo para disfrutar con ellas del camino.
               Esa misma calma me susurra que esté tranquila, porque, diez años después… sigue siendo Chad. Sigue siendo Layla. Sigue siendo Diana. Sigue siendo Tommy.
               Sigue siendo Scott.
               Seguiremos persiguiendo las estrellas. A estas alturas es lo único que podemos hacer.

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