domingo, 28 de enero de 2024

Neblina lavanda.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Creí que lo llevaría mejor porque la última vez que tuve que despedirme de él, lo hacía con demasiadas hojas del calendario entre nosotros, un año lunar interponiéndose entre mi sol y yo. Demasiado tiempo como para centrarme en medirlo, tantos días que daba vértigo contarlos, demasiados latidos de corazón a solas que podían poner en peligro el reinado del único Dios al que le confiaría ciegamente mi vida.
               En julio había tenido la certeza de lo muchísimo que sufriría su ausencia, y ni siquiera contaba con el consuelo de saber cómo le iba. Mi límite y mi perdición estarían en mi imaginación, que terminarían haciéndome temer la forma en que ambos cambiaríamos.
               Por eso había querido aferrarme a todo lo que pudiera robarle al destino, como la visión de su avión despegando y su paseo ante las cámaras de seguridad.
               Esa noche, sin embargo, todo era diferente. Sólo tenía que esperar tres semanas y volvería a tenerlo conmigo; en comparación con aquello a lo que me enfrentaba en julio, cuando le dije adiós de una forma que yo creía definitiva, lo que tenía ahora frente a mí era un paseo por el parque. Además, ese parque tenía las flores de sus cartas y la sombra de los árboles de la disponibilidad con la que podía llamarlo por teléfono si algo iba mal.
               Entonces, ¿por qué ahora me latía el corazón como si me hubieran dicho que su ausencia iba a ser eterna?
               ¿Por qué era incapaz de hacer que mi cuerpo respondiera y bajarme del coche para volver a mi casa? Todavía llevaba puesta su sudadera, ésa con la que tan pocas veces lo había visto por casa, pues en cuanto se la veía ya le pedía que me la prestara, y aunque la sentía como una armadura que me protegería de todo mal, también me parecía ahora una cárcel. Me había encerrado a mí misma en el paraíso en el que había convertido Londres experimentándolo con Alec y lo había convertido en un infierno dejando que él se marchara.
               No podía bajarme del coche. Bajarme del coche lo haría todo real. Él se habría ido de verdad y yo tendría que seguir con mi vida, aunque fuera solo durante tres penosas semanas a las que sería capaz de sobrevivir, estaba segura. Malviviría como no lo había hecho nunca antes en mi vida, pero por lo menos sabía que mi condena era corta.
               Así que, ¿por qué mis piernas no me respondían?
               Miré las huellas que los pies de Alec habían dejado en la alfombrilla del coche de Dylan, terroncitos minúsculos de tierra y un puñadito de piedrecillas de grava siguiendo patrones idénticos y simétricos. A pesar de que los pies de Alec eran grandes, sus huellas ahora me parecieron minúsculas. Es lo último que me queda de que haya estado aquí.
               Lo entendí entonces: no me preocupaban mis padres, ni la bronca que tendríamos en cuanto yo volviera a casa. Sabía de sobra lo que había hecho poniéndome aquella sudadera para ir a verlos y las consecuencias no podrían darme más igual.
               Lo que me preocupaba era que regresando a casa convertiría la visita de Alec en una ilusión. Ya me había puesto la sudadera más veces, ya me había encogido en mi cama a inhalar su aroma y escuchar las canciones que él había metido en una lista con mi nombre porque le recordaban a mí, y ya había hecho todo lo que haría si regresaba a casa ahora mucho antes, cuando todo iba mal, cuando no sabía que volvería, cuando creía que ese año se convertiría en una cadena perpetua.
               Y lo cierto es que no me gustaba nada saber que no lo tendría conmigo, que había probado la miel de su esperanza y ahora tenía que zambullirme de nuevo en un mundo oscuro y cruel, uno que se esforzaba con todas sus fuerzas en meterme el dedo en la llaga y recordarme que puede que tuviera poco que esperar, pero tenía que esperarlo de todos modos. Mientras tanto, mis padres se tenían el uno al otro, Scott tenía a Eleanor, Shasha tenía a Duna. Yo estaba descolgada ahora. Atrapada en un espejismo de felicidad que se iba diluyendo entre mis dedos, como la tinta china con el poema más precioso del mundo expuesto a la lluvia, haciendo que sus palabras se pierdan para siempre en los anales de la historia.
               Todo por creer que iba a ser distinto. Por hacerme la fuerte. Por no aferrarme a él, hundir los dedos en su espalda y permitirme ser débil y suplicarle que no se fuera, que se quedara por mí. Por el contrario, había puesto una sonrisa en mi cara, me había reído mientras aún lo tenía, me había emborrachado de su presencia y había permitido que la felicidad que su boca y sus ojos inyectaban en mi torrente sanguíneo me embobaran con una esperanza que ahora era cenizas en mi lengua.
               Había tenido en mis manos un cubo de agua para detener el incendio de la biblioteca de Alejandría cuando todavía sólo ardía un papiro y me había dedicado a mirar fascinada la danza hipnótica de las llamas.
               Sólo esperaba que lo que se encontrara Alec el 11 de noviembre no fuera un completo desastre, y que yo hubiera sido capaz de sobrevivir hasta entonces.
               -¿Puedo dormir en vuestra casa esta noche?
               Necesitaba las sábanas arrugadas, la cama deshecha, la ropa que se había puesto por casa y que, quizá, conservaría aún su olor. Todo lo que él pudiera darme. Todo lo que pudiera compensar que yo no había querido ver cómo despegaba su avión, que no me había aferrado a él y a su existencia como sí lo había hecho en otras ocasiones, todo porque creía que me resultaría más llevadero el saber que la espera no iba a ser tan larga como creí en julio.
               Claro que en julio contaba con un refugio al que ahora tenía vedado el acceso.
               -Por supuesto, cielo-dijo Annie con una dulzura que empezaba a resultarme extraña, como un dibujo prehistórico en un lienzo en el Louvre, y tuve que tragarme unas lágrimas amargas al ver que no insistía en que mejor iba en busca de mi madre, porque precisamente era a ella a quien más echaba de menos y con quien más me aterraba estar.
               Sabía cuándo volvería a abrazar a Alec, pero no tenía ni idea de cuándo volvería a abrazar a mis padres.
               Dylan metió la marcha y se alejó de lo que un día fue mi hogar.
 
 
Todo el avión me observó con fastidio cuando finalmente atravesé el pasillo que conectaba la terminal con la cabina, fijándose especialmente en que llevaba en mis manos una bolsa de gominolas de la que pensaba dar buena cuenta. En un giro de los acontecimientos bastante macabro (o al menos así lo veía yo), el piloto había insistido en esperar por mí porque le habían dado el aviso de que ya había atravesado los controles de seguridad apenas un minuto antes de que tuvieran que cerrar la puerta de embarque, así que se había apiadado de mí, creyendo que me había encontrado con unos obstáculos que más bien habrían sido bendiciones para un viaje soñado que para mí era, más bien, un destierro.
               No sabía que me la estaba jugando tanto cuando me detuve en las tiendas del Duty free antes de montarme en el avión. No sabía que tenía el tiempo justo cuando me detuve frente una bolsa de nada más y nada menos que un kilo (¡un kilo!, ¿acaso estaba en el cielo?) de regalices rellenos de nata y recubiertos de pica-pica y decidí que necesitaba un capricho que me endulzara este maldito sacrificio que estaba haciendo por Sabrae y por mí. Sí, me había convencido con lo de que las cosas con sus padres no irían bien si yo me quedaba en Inglaterra, sobre todo después de ver cómo se habían puesto ellos cuando fui a despedirme, pero una cosa era que respetara la necesidad que tenían de distancia, y otra que me hiciera gracia dejarla en un ambiente claramente hostil. Sentía la ansiedad burbujeándome justo por debajo de la piel, así que me entregué al único placer y consuelo que tenía a mi alcance: el azúcar.
               Supongo que no debía de dar muy buena impresión entrando en el avión cargando con una mochila, el pasaporte en una mano y una bolsa con chucherías en la otra. Cualquier hombre de negocios que tuviera que viajar a Etiopía para explotar a alguna comunidad marginada vería en mí todo lo que detestaba: a un chaval joven, guapo, alto, con pelo (en mi cabeza todos los ejecutivos explotadores eran unos calvos raquíticos o gordos; supongo que me inspiraba en mi propia experiencia), cuya única preocupación era con qué gominola empezaría a atiborrarse durante un vuelo que estaba claro que para él era de ocio. Exudaba abnegación e intenciones de mejorarle la vida a desconocidos, todo lo que ellos detestaban.
               Me acerqué a mi asiento justo sobre las alas del avión y me encontré con que estaba ocupada por una pareja de unos diez años más que yo que, a pesar del retraso (en realidad, ¿qué más daban quince minutos de retraso en un vuelo nocturno que encima duraba nueve horas?), no paraban de sonreírse y de hacerse carantoñas. Se me cayó el alma a los pies al darme cuenta de que me esperaban nueve horas de pesadilla en las que tendría que aguantar las ñoñerías que se dirían el uno al otro y unos arrumacos con los que posiblemente no me dejarían dormir. Como se levantaran para ir al baño y follar allí, no me hacía responsable si se me cruzaban los planes y anunciaba que había subido una bomba al avión.
               Sentí un cierto deje de esperanza cuando me di cuenta de que no había asientos libres en ese pasillo. ¿Sería una señal del destino? ¿Había arriesgado demasiado y había terminado perdiendo esta mano?
               Miré mi billete el número encima de ellos. Sí, definitivamente estaba en el sitio correcto.
               El chico levantó la cabeza y dejó de prestarle atención a su novia cuando sintió mi presencia a su lado.
               -¿Querías algo?
               -Creo que estáis en mi sitio.
               Corrección: ella estaba en mi sitio. En un alarde de generosidad como pocos debía de tener Valeria, siempre reservaba los asientos del avión junto a la ventana, supongo que para que sintiéramos cariño por el país al que íbamos a servir a medida que lo sobrevolábamos y nos diéramos cuenta de hasta qué punto éramos responsables de su preservación. Desde luego, a mí me había sido muy útil para saber en qué momento tenía que llorar más fuerte la primera vez que cogí el avión a Etiopía, cuando había sobrevolado los acantilados blancos del norte de Gran Bretaña y había salido por fin de las fronteras de mi país.
               -Creo que no, tío-respondió mientras ella miraba los números sobre nosotros con cierto deje de preocupación. Se mordió los labios de una forma en que siempre lo hacía Sabrae y a mí me dieron ganas de darme la vuelta y bajarme a toda hostia del avión. Mientras tanto, el chaval se puso a revolver en su mochila hasta sacarme dos billetes que, ¡sorpresa!, se habían impreso esa misma mañana según la hora indicada en la impresora del navegador.
               Los dos asientos coincidían.
               -¿Puedo ayudarle, caballero?-preguntó una azafata sonriente con un moño negro como la noche, piel más oscura incluso que la de Jordan y un pintalabios del mismo tono de rojo que el mono que había llevado Sabrae en Nochevieja. Recula, me dijo una voz en mi cabeza, tienes una excusa para volver a casa.
               -Eh, sí… creo que ha habido un error. Tenemos los mismos asientos, ¿lo ves?-dije, mostrándole mi billete.
               -Pues ella no va a levantarse-soltó el chaval, pasando un brazo protector por los hombros de su novia. Me dieron ganas de pegarle un puñetazo, ¿es que no veía que no iba a hacer que se moviera? Incluso si no tuviéramos los mismos asientos, le cedería el sitio encantado. Que yo estuviera alejándome de mi chica con cada segundo que pasaba no quería decir que todo el mundo tuviera que hacerlo.
               La azafata cogió mi billete y frunció ligeramente el ceño.
               -Un momento, por favor-dijo, retirándose a la parte delantera del avión y dejándome allí, con toda la hostilidad de los demás pasajeros bombardeándome. ¿No sólo embarcaba tarde, sino que también era incapaz de encontrar mi sitio y me dedicaba a molestar a los que habían llegado puntuales? Algo me decía que no iban a votarme el rey del baile.
               -Esto del overbooking es una lata, ¿eh?-dijo la chica con timidez, todavía rodeada por el brazo de su novio, ofreciéndome enterrar el hacha de guerra. No se había dado cuenta de que yo ni siquiera me la había sacado del cinturón.
               -Sí, la verdad es que se sobran bastante. Pero bueno, si no puedo volar, tampoco pasa nada-murmuré para mí mismo, pero lo debí de hacer un poco más alto de lo que pensaba, porque su novio frunció el ceño y ella alzó las cejas.
               -¿Cómo es que vas a Etiopía si no te apetece? Si no es indiscreción-añadió, sonrojándose ligeramente de una forma que me recordó muchísimo a cómo lo hacía Mimi.
               -Tranquila-cambié el peso de mi cuerpo de un pie a otro, muy consciente de cómo el suelo parecía ceder bajo mis pies-. Voy de voluntariado.
               -¡Vaya! ¡Qué guay! Yo siempre he querido ir de voluntariado-sonrió tranquilizadora, recordándome mucho a Bey cuando veía que había suspendido un examen que yo fingía que no me importaba pero que me dolía no haber sido capaz de aprobar. Ya tendrás otra oportunidad, me decía. Seguro que remontas.
               Sí, ya tendría otra oportunidad con Saab. El problema era si remontaríamos de verdad.
               -Sí, no está mal-murmuré en voz baja, girando la cabeza para mirar hacia la azafata, que estaba consultando con sus colegas mi nombre en una lista. Me pregunté si esto sería una señal del destino, si el comandante no habría forzado una situación que estaba tratando de no suceder. No debería sentir que tenía que defender mis ideas frente a una desconocida que estaba ocupando mi lugar, ni tampoco tenía que pensar en lo poco que me apetecía lo que iba  a pasar las siguientes tres semanas. No debería haberle prometido a Saab que lo intentaría, tanto porque no quería intentarlo como porque no veía que fuera a disfrutar del voluntariado de verdad.
               ¿Y si me bajaba del avión? ¿Contaba eso como “intentarlo”? ¿Hasta dónde tenía que llegar para haberlo “intentado”?
               -Tal vez nosotros podríamos volver a Etiopía después de la luna de miel para hacer voluntariado, como este chico-le comentó la chica a su novio, acariciándole la mejilla con los dedos y sonriendo como si estuvieran solos en este mundo, como si fueran los únicos seres humanos y el resto fuéramos parte de un jardín petrificado cultivado por la mismísima Medusa. Me fijé entonces en la alianza de casada que lucía en su mano izquierda, y que resplandecía como sólo pueden hacerlo los objetos nuevos.
               Mientras se me hundía el estómago al empezar a preguntarme si estaba poniendo en peligro que Sabrae la luciera con la misma ilusión con que lo hacía esta chica por mis decisiones de mierda, los pasos de la azafata resonaron a mi espalda.
               -Me temo que ha habido un error, señor Whitelaw-dijo, y yo me giré y estaba a punto de decirle “sí, ya lo creo” y abrirme paso en dirección al aeropuerto, cuando me di cuenta de que habíamos salido de la zona de embarques y nos dirigíamos perezosamente hacia la pista de despegue-. Si es tan amable de acompañarme-indicó con un gesto en dirección a la cabina del avión. Ay, joder. ¿Iban a meterme en la bodega porque no tenían huecos libres y tenía que volar sí o sí?
               -Buen viaje-se despidió la chica, sonriente, mientras su marido me miraba no sin cierta desconfianza y yo me alejaba de ellos sin entender a dónde coño me llevaba la azafata.
               Resulta que había un sitio para mí en el avión, un sitio en el que se habían asegurado que llegaría a Etiopía mucho mejor que muchos de los pasajeros. Y también mucho antes.
               En la parte delantera, a la que ni siquiera había mirado cuando entré a toda prisa, estaba situada la zona de primera clase, con asientos alargados y recubiertos de cuero en vez de tela. La azafata corrió de nuevo las cortinas que había corrido para permitirme pasar y me condujo hasta el único asiento que todavía estaba libre, en el que un empresario había desparramado sus cosas.
               -Caballero, si me permite… este caballero tiene el sitio de la ventana-dijo la azafata, inclinándose hacia él. El empresario se volvió, me fulminó con la mirada y, a regañadientes, se desabrochó el cinturón y me permitió pasar a mi sitio, cálido, confortable y, sobre todo, amplio. Recogió sonoramente sus cosas y las metió a toda prisa en su maletín de viaje, que no quiso que la azafata colocara en su compartimento superior, y se me quedó mirando mientras yo me colocaba la mochila entre las piernas, todavía sin comprender muy bien qué coño estaba pasando y por qué me habían dado uno de los mejores sitios en el avión por la cara.
               -Abróchense los cinturones y pongan los asientos en posición vertical-indicó la azafata.
               -¿Estás segura de que esto no es un error?-le pregunté. Lo último que me apetecía era tener que aguantar las charlas aburridas y misóginas (vaya, ¿he dicho yo eso de “misóginas”? qué bien entrenado me tiene Sabrae) de los millonetis de aquella zona del avión en la que yo no pintaba absolutamente nada-. En mi billete pone…
               -Oh, no se preocupe, señor Whitelaw. Hemos registrado los cambios que ha hecho esta mañana. Cuando estemos a altura de crucero le serviremos la cena que nos pidió-explicó, y a pesar de que tuvo que ver la expresión de acelga retrasada que debió de ponérseme, cortó mi protesta porque yo no había pedido ninguna cena con un-: y ahora, si me disculpan, tenemos que terminar con las comprobaciones del despegue.
               Francamente, hasta que el avión no se puso en marcha y la inercia me lanzó hacia atrás, y luego un poco hacia abajo mientras ascendía en dirección a las nubes hechas de jirones de alquitrán, una parte de mí no se permitió relajarse. No estaba donde tenía que estar. No me correspondía este sitio. ¿Valeria me había metido en primera porque así le daban una confirmación si yo me subía al avión? ¿Se lo habría pedido Nedjet?
               Ascendimos decididamente en dirección a las estrellas, que se multiplicaban a medida que las luces de Inglaterra se volvían más tenues, y cuando vi la silueta nudosa de Londres a mis pies, con el Támesis serpenteando en su centro como una culebra hecha de oscuridad, se me puso un nudo en la garganta con el que iba a tener que convivir durante tres semanas. Hacía apenas una hora había tenido el cuerpo de Sabrae entre mis brazos, sus curvas en mi piel, su néctar en mi lengua y sus manos en mi espalda. Si me reclinaba en el asiento todavía podía sentir las marcas que sus uñas me habían dejado en la espalda. Había estado tan cerca de ella que no había sido capaz de enfocarla en toda su extensión, sino que había tenido que disfrutarla por cachitos… y ahora ella era una de esas luces entre decenas de miles, inidentificable, perdida entre el público como si no fuera la protagonista indiscutible de mi vida.
               Prefiero dejar de ser vuestra hija a dejar de ser de Alec.
               La había dejado sola. La había dejado sola y ahora yo estaba a kilómetros de altura sobre su cabeza, completamente incomunicado, sin poder protegerla, sin saber siquiera si necesitaba que la protegiera.
               Las cosas no van muy bien ahí fuera, acababa de confesarme. Y aunque debería darle igual lo que una manada de perdedores que no tenían la más mínima relevancia pensaran de ella, yo entendía que le doliera haber perdido el refugio que encontraba en Internet. Y me estaba  marchando. Me…
               Quiero que mis hijos tengan tus ojos.
               Tenía que confiar un poquito más en ella. Por mucho que me costara y por muy difícil que me lo pusieran a veces, tenía que confiar en que haría lo correcto y volvería estando en una situación un poco mejor, aunque tampoco sería muy difícil que la situación mejorara. Lo veía muy, muy, muy jodido, y yo normalmente no soy pesimista, pero cuando se trataba de Sabrae, me preocupaba hasta unos extremos que…
               Las últimas luces de la complicada espiral de Londres quedaron tras nosotros mientras continuábamos ascendiendo, y con el corazón encogido, me obligué a tranquilizarme rumiando unos regalices mientras continuaba mirando por la ventana y fingiendo que era capaz de identificar las gotitas desperdigadas de los pueblos que cada vez quedaban más al sur de Inglaterra.
               Subimos lenta pero seguramente mientras yo rumiaba y rumiaba, hundiendo la mano en la bolsa de regalices y mis pensamientos en mis recuerdos, tratando de convencerme a mí mismo de que había dejado a Sabrae en buenas manos, que Scott, Tommy, Bey, Jordan, Shasha, Amoke, Taïssa, Kendra la cuidarían. Sacarían tiempo de donde no lo tuvieran y suplirían mi…
               -Por Dios bendito, ¿cuánto tiempo vas a estar haciendo ese ruido infernal con esa puta bolsa de gominolas?-protestó mi vecino, que se había subido un antifaz que yo ni siquiera le había visto ponerse y me miraba todo sulfurado.
               -Tengo ansiedad y me da por comer, ¿lo pillas, calvorota? Si tanto te molesta el sonido de la vitalidad adolescente en pleno apogeo, te sugiero que inviertas parte de la pasta que estás ahorrando para los injertos de pelo que urgentemente necesitas en unos auriculares con cancelación de ruido-gruñí en tono oscuro, lo suficientemente tajante como para que el tiparraco aquel se levantara de malos modos y gruñía por lo bajo para disimular la palidez que le teñía ahora la piel. Fue tambaleándose hacia el baño y se encerró allí de un portazo, seguramente para colocarse un peluquín. Me metí la punta de otro regaliz en la boca y me lo fui comiendo sin sujetarlo más con la lengua, con los ojos puestos en el baño por si acaso mi amiguito salía y me la liaba con las azafatas.
               No sé cómo coño lo hizo, pero el caso es que estaba terminándome el regaliz cuando las luces de obligatoriedad de los cinturones se apagaron y una de las azafatas se acercó para echarme la bronca, supongo. Me puse en tensión nada más verla, y no me tranquilizó que fuera la que me había guiado hasta el asiento; seguramente tenía una opinión pésima de mí por lo tarde que había embarcado.
               Me encogí un poco en el asiento, esperándome una bronca y que me esposara (aunque puede que fuera la solución perfecta a este lío infernal en el que me había metido yo solito) y tener que aguantar la noche entera con las manos a la espalda y las burlas del gilipollas que tenía a mi lado porque por fin había recibido lo que me merecía, cuando la azafata me dedicó una cálida sonrisa mientras me colocaba una bandeja de plástico con tapa hermética sobre la mesa del asiento delantero.
               -Debe saber que el piloto se ha puesto celoso de usted cuando leyó la petición que tenía para el menú de a bordo y ha insistido en cenar del aeropuerto también-sonrió, destapando la bandeja y…
               Dejando a la vista un menú completo del Burger King. Con chilli cheese bites incluidos.
               -Que le aproveche. Tiene la carta en el bolsillo del asiento delantero, por si le apetece algo más tarde. No dude en llamarnos para cualquier cosa que necesite, o cuando quiera que le traigamos la almohada y la manta de cortesía.
               Dicho lo cual, se dio la vuelta y se marchó taconeando rítmicamente en dirección al morro del avión, donde sus compañeras comenzaban a preparar un carrito.
               Me quedé mirando estupefacto mi cena sin entender absolutamente nada. No me descuadraba en absoluto que Valeria hubiera pedido que me trajeran algo del aeropuerto porque sería mucho más barato, sino que había acertado en todo lo que me había pedido: las patatas no eran las normales, sino de las gorditas; la salsa era de miel y mostaza, y el helado, de caramelo y lacasitos. Y los bites. Lo que más me sorprendía era que se hubiera tomado la molestia de conseguir los bites.
               Si creía que así iba a conseguir ganarse mi perdón, lo llevaba claro. Aunque la verdad es que estaba yendo por el buen camino, pero todavía tenía mucho que darme para compensarme todo lo que me había quitado y que yo pensara en serio en que tenía un futuro más allá de noviembre.
               Cogí la caja con la hamburguesa y, entonces, descubrí que habían puesto un sobre de carta en su parte inferior, bien oculto, para que nadie lo encontrara ni se cayera por casualidad. Cogí el sobre y dejé la caja de nuevo en su lugar; no quería manchar su contenido con la salsa de cheso que traía y que ya estaba haciendo que mis tripas rugieran con rabia.
               Abrí la solapa y me encontré con un folio doblado en dos mitades con un mensaje escrito a ordenador, y la tinta un poco borrosa.
               Me pareció que Saab te acapararía hasta el último momento y no te dejaría cenar como Dios manda, y no puedo dejar que mi cuñado preferido en el mundo cruce fronteras con el estómago vacío. No tardes mucho en volver a visitarnos.
               Gracias por lo mucho que has animado a Sabrae con tu visita. Te prometo que yo nunca lo olvidaré, y que siempre serás bienvenido allí donde yo vaya.
                 Te queremos mucho, Al
               Shasha
               Se me aceleró el corazón, luego se me detuvo, y luego se me volvió a acelerar.
               Entonces, justo cuando atravesábamos el límite de la costa y comenzábamos a sobrevolar el mar, me eché a llorar. Y como supe que no iba a ser capaz de parar en toda la noche… di cuenta de mi cena, que me pareció la más deliciosa que había comido nunca, a pesar de que era la última que me tomaba ese mes en mi hogar.
              
 
Unos firmes golpes en la puerta interrumpieron la partida que estábamos echando Jor y yo en el Mario Kart. Me había reincorporado a las clases como un profeta en su tierra, prácticamente ensalzada por chicas y chicos por igual; ellas, porque sabían que había estado con Alec y estaban ansiosas de escuchar todo lo que yo tuviera para contar sobre él; y ellos, porque cualquier argucia para faltar a clase con el consentimiento de los padres les parecía algo digno de festejar. Volver al instituto fue como entrar en un trance al que yo me había resistido, pues era otra prueba de normalidad impuesta con la que no quería reconciliarme aún, pero ya no tenía ninguna excusa a la que aferrarme para seguir acumulando faltas en mi expediente académico.
               Mis amigas me habían recibido con los brazos abiertos y habían escuchado con toda la atención del mundo todo lo que yo tenía para contarles desde que nos habíamos visto por última vez en la fiesta de cumpleaños de Tommy; aunque las había ido actualizando en tiempo real según podía, nada se comparaba a estar por fin frente a ellas y escenificar todo lo que habían supuesto esos días para mí.
               Me llevó todos los descansos, el recreo, y todavía diez minutos después de que sonara la campana que indicaba el fin de la jornada y el comienzo del fin de semana. Aunque habían puesto sobre la mesa varios planes para que yo eligiera cómo quería pasar el sábado y el domingo (a poder ser, lejos de mi casa), ninguna de las tres tenía nada que ofrecerme para la tarde del viernes, de modo que me había descubierto a mí misma incapaz todavía de regresar a casa y despedirme definitivamente de esos tres días idílicos y regresar a casa.
               Lo que tampoco quería era que los Whitelaw se preocuparan o que Annie hiciera preguntas comprometidas (y, por otra parte, totalmente comprensibles) que terminarían atrayendo a mis padres a casa, de modo que, después de comer con ellos y demorarme más de la cuenta tumbada sobre la cama de Alec, finalmente había cogido los libros del instituto, la bolsa de deportes en que había metido mi ropa, y me había marchado de casa de los Whitelaw con la promesa de regresar el domingo para nuestro desayuno continental de rigor. El hecho de que Alec no estuviera, me dijo Annie, no era excusa suficiente para que perdiéramos tradiciones familiares en las que ya me contaban como parte. Yo procuré retener las lágrimas mientras la abrazaba a ella, a su marido y a su madre, y le daba un beso a Mimi antes de despedirme también de Trufas con una suave caricia entre las orejas. Fiel a su naturaleza y digna mascota de su dueño, por mucho que Alec renegara del conejo y dijera que era igual que su hermana, se enredó entre mis piernas para impedirme marchar, totalmente ajeno a mis reticencias.
                Había salido de casa de los Whitelaw y había enfilado hacia la mía, y sólo cuando giré la esquina y me aseguré de que ya no podían verme, troté de nuevo hasta la misma altura en que se situaba aquel edificio que ahora constituía mi único espacio seguro y, corriendo como no lo había hecho en mi vida, atravesé el jardín de casa de Jordan, rodeé su casa y aporreé la puerta del cobertizo.
               -¿Puedo quedarme aquí un par de horas? Todavía no estoy preparada para volver a mi casa-le pregunté cuando abrió la puerta. Por suerte para mí estaba en uno de sus descansos del durísimo entrenamiento al que se estaba sometiendo, y desde que Alec se había marchado y el resto de sus amigos se habían ido desperdigando por el país, Jordan había encontrado en el cobertizo que él y Al habían construido una especie de refugio al que acudía cada vez que podía. Dado lo cercanos que éramos ahora, supongo que no era de extrañar que yo también acudiera a ese pedacito de paz en el océano turbulento en que se había convertido mi vida.
               Jordan asintió con la cabeza y se hizo a un lado para dejarme pasar, sosteniendo la puerta con una mano mientras con la otra recogía mi bolsa de hacer deporte y la colgaba de uno de los percheros de la pared. Mientras yo me descalzaba sin siquiera desanudarme los cordones de las botas que llevaba puestas él fue a por unas zapatillas de color lavanda con las palabras Lavender haze que Alec me había comprado durante el verano, en una de nuestras sesiones intensivas de compras para nuestras vacaciones en Grecia. Eran de un tacto similar a las toallas y estaban descubiertas por el talón, pero, por descontado, estaba cómoda con ellas en el cobertizo. Habían diseñado tan bien el circuito de la calefacción que afuera podría estar nevando y tú estar en manga corta en su interior, sin sentir el más mínimo frío pero tampoco sin achicharrarte.
               -¿Sabías que Taylor Swift tiene una canción titulada así?-le pregunté cuando me las trajo después de verlas en una estantería de una de las tiendas en las que yo estaba haciendo un barrido a conciencia. Él arqueó las cejas, fingiéndose el sorprendido con muchísima exageración.
               -¿Ah, sí? No tenía ni idea.
               -¿Sabes de qué habla?-respondí, riéndome, cuando vi que la metía en la cesta a la que yo había ido lanzando cosas como loca, y él apenas unas chanclas y un par de botecitos de protector solar (de niveles de protección distintos, uno para mí y otro para él; y el mío de Hawaiian Tropic con aroma a coco y aspecto brillante y de purpurina, qué rico había sido eligiéndolo). Alec rió entre dientes.
               -Sabrae-dijo, echándose la cesta a la espalda y sosteniendo el asa por encima de su hombro-. Soy el Fuckboy Original. Ya va siendo hora de que te des cuenta de que yo no doy puntada sin hilo. Y, ahora, haz el favor de fingir que no vas a llevarte los dos pares de gafas de sol entre los que llevas media hora tratando de decidirte y llévame de una puñetera vez a la sección de bikinis, haz el favor.
               Ninguno de los dos sabía lo profética que iba a resultar la frase bordada en aquellas zapatillas cuando la compramos; nos habíamos quedado en lo superficial, pero ahora que habíamos tenido que pasar por defender nuestra relación espalda con espalda para no dejar ningún punto débil a la vista de unos enemigos que yo jamás consideré que pudieran serlo, ponérmelas me resultaba todo un acto de desafío y de refuerzo de mi propia posición. Si no fuera porque era un regalo de mi novio al que yo le tenía mucho cariño precisamente por eso, me las habría puesto para ir a casa y fingir una valentía con papá y mamá que, desde luego, no sentía.
               -¿Tienes hambre?-preguntó Jor, cambiando el canal de la tele para poner el de la conexión de alguna consola mientras yo me acercaba al sofá.
               -No quiero interrumpirte, Jor. Tú sigue a lo tuyo.
               Me había mirado de soslayo, arrodillado frente a las consolas, y yo me di cuenta de que ya le había interrumpido y no había opción de que siguiera a lo suyo. Tenía el móvil encima de la mesa con la pantalla vuelta hacia abajo, pero ésta se iluminó un par de veces mientras metía un juego en la Switch.
               Cogió el móvil mientras activaba la consola, se lo metió en el bolsillo del pantalón y se excusó. Salió en dirección al pasillo que llevaba a su casa y, diez minutos después, regresaba con una bandeja humeante de nachos con salsa de tomate, queso, salchichas troceadas y orégano que dejó sobre un salvamantel encima de la mesa de los mandos.
               -No tenías por qué molestarte.
               -Eres la piba de mi mejor amigo. Se supone que tengo que cuidarte. Venga, come. Y elige un circuito en el que quieras que te pegue una paliza, venga.
               -Eres el mejor amigo de mi novio-le respondí, cogiendo un nacho y remojándolo en salsa de tomate-. Se supone que tengo que dejarte elegir en qué circuito del Mario Kart quieres que te pegue una paliza.
               Había ido picoteando de los nachos entre partida y partida mientras Jordan y yo competíamos a muerte, y sólo cuando él me dio vía libre para que me los zampara para así satisfacer mi ansiedad y me dijo que cuanto más pesara yo, más encantado estaría Alec cuando volviera, pude dejar a un lado los mandos y meterme entre pecho y espalda la bandeja entera.
               Y luego nos habíamos puesto a jugar en serio, la noche acercándose a nosotros como el invierno a unos enamorados separados por la distancia, ajenos completamente al paso del tiempo y a las responsabilidades y problemas que nos esperaban fuera del cobertizo.
               Sin embargo, esos golpes en la puerta rompieron el hechizo. A pesar de que la casa era la suya, fui yo la que se levantó para abrir; era lo menos que podía hacer después de que hubiera puesto en pausa su tarde y su tiempo de descanso para honrar la promesa que había hecho a Alec y dedicarse a cuidarme. Además, sabía que, fuera quien fuera, no se extrañaría de verme allí y no le importaría que me quedara un rato más. Ahora que los amigos de Alec sabían la verdad, me apoyaban al cien por cien e incluso se habían ofrecido en un par de ocasiones a convertir sus casas en mi cuartel general de descanso y felicidad.
               Con lo que no contaba era con que la visita no me tolerara, sino que fuera para mí.
               Porque, en cuanto abrí la puerta, me encontré a mi hermano allí, con una cazadora negra de borreguito de color café, vaqueros oscuros, botas marrones y un jersey negro que combinaba a la perfección con su pelo. Parecía el comandante de una banda urbana de moteros que venía a parlamentar con el líder de una banda rival.
               Se me hundió un poco el estómago al darme cuenta de que el líder de la banda rival era yo.
               Scott se metió las manos en los bolsillos y tomó aire profundamente, llenando sus pulmones hasta el último rincón. Y luego miró a Jordan, que había pausado el juego y se estaba levantando.
               -Lo siento, Saab-se disculpó nuestro amigo-, pero esto es lo que Alec habría querido.
               -¿Qué?
               -No puedes esconderte durante tres semanas hasta que él vuelva-se excusó, apagando la televisión y recogiendo la bandeja con los nachos. Me lo quedé mirando, estupefacta, mientras dejaba la manta con la que se había tapado sobre el sofá y lo rodeaba para encaminarse de nuevo a la puerta por la que había salido antes-. Esto te haría la espera todavía más difícil.
                El cobertizo empezó a dar vueltas a mi alrededor, pero conseguí mantenerme firme. Después de todo, estaba haciéndome toda una experta en esto de capear temporales. Puede que mi barco tuviera las horas contadas y que llevara tanto tiempo achicando agua que me había olvidado ya de lo bonito que es navegar, pero tenía una cosa muy clara: sería capaz de llegar a la costa me costara lo que me costara.
               Entendía a Jor. De verdad que sí. Sabía que lo había hecho por mi bien; puede que se hubiera dado cuenta de que yo no encontraría en mi interior el valor necesario para irme a mi casa pronto, y cuanto más lo pospusiera, peor iban a ser las cosas. Era como si estuviera en un avión que se precipitaba al vacío sin posibilidad de salvación, convertido más bien en un misil al habérsele partido las alas, pero yo no fuera capaz de saltar incluso teniendo un paracaídas. Sólo estaba prolongando la agonía y minimizando mis posibilidades.
               Aun así, estaba dolida. Llevaba unos días descubriendo una fuente inagotable de inquina dentro de mí a la que me costaba mucho no recurrir. De hecho, me costaba bastante controlar esa rabia que tenía dentro y que pugnaba por salir: por eso me volví contra mi hermano en cuanto Jordan nos dejó solos. Se me había olvidado cómo había abogado por Alec y por mí la noche anterior; lo único que tenía en mente ahora mismo era que venía en representación de papá y mamá, en representación de nuestra casa, ese lugar en el mundo al que yo no podía regresar y que tanto echaba de menos, como el exiliado que odiaba a su patria hasta que le impidieron regresar.
               -¿Tienes pensado venir a casa en algún momento?-preguntó Scott, atravesando el vano del cobertizo y quedándose en la parte baja, donde no había calefacción y tampoco tenía la obligación de descalzarse.
               -Aún me lo estoy pensando-respondí con frialdad, dándome la vuelta y encaminándome hacia el sofá. Me senté en la parte en la que antes había estado sentado Jordan, que casualmente también era la más lejana a la puerta.
               -Déjame adivinarlo: vas a estar meditándolo hasta el 14 de noviembre, ¿a que sí?
               -No tengo ninguna prisa.
               -Apuesto a que convenciste a Alec para que se marchara diciéndole que sólo si él se iba mamá, papá y tú podríais arreglarlo, ¿me equivoco?-inquirió, y a mí me recorrió una lengua de fuego hecha de bilis. Joder, ¿cómo hacía siempre para adivinar exactamente lo que estaba pensando o lo que me pasaba?-. Dime, Saab, ¿cómo piensas arreglarlo si no vuelves a casa y tampoco haces amago de conectarte a Zoom o Skype para, al menos, solucionarlo a distancia?
               -Me sorprende que hayas tenido tiempo de percatarte de que ni siquiera estaba en casa-ataqué-. ¿Has conseguido sacar tiempo de sostener la industria musical sobre tus hombros para venir a por tu hermana descarriada? Esto sin duda hará un buen capítulo en tus memorias. Y hará que papá y mamá te quieran más aún.
               Scott se cuadró de hombros, levantó la mandíbula y se acercó a mí… sin quitarse las botas.
               -No sé por qué Alec y tú estáis tan empeñados en hacerme parecer más gilipollas y egocéntrico de lo que en realidad soy, pero aunque no lo creas, vengo en son de paz.
               -¿De verdad? Porque cualquiera lo diría. Tirar una puerta abajo y ponerte a pegar tiros no es ir a un sitio en son de paz, precisamente-contesté, fulminándolo con la mirada. Scott se rió con amargura.
               -Estás viendo demasiadas películas, me parece a mí. Yo no he tirado nada abajo, eresla que ha decidido que yo vengo con ganas de camorra. Dime, ¿vas a tratar de arreglarlo con papá y mamá, o lo de que necesitabas que se fuera para poder tratarlo con ellos era sólo una manera de protegerlo de la opinión que ellos tienen de él?
               -Yo no soy la adulta aquí-contesté, cruzando las piernas para disimular cómo me temblaban. No estaba lista para esto. No quería pelearme con Scott. No quería pelearme con nadie, punto. Alec no se había ido hacía veinticuatro horas y yo ya estaba empezando a perder esa protección que tanto necesitaba, y no podía permitírmelo.
               -Ya-asintió Scott-, pero eres la que inició todo esto, así que también es tu responsabilidad arreglarlo. O, por lo menos, intentarlo.
               -¿No lo intento?-contesté, poniéndome en pie, y Scott dio un paso más hacia mí.
               -¡No! ¿O crees de verdad que lo haces? ¿Tanto te estás engañando a ti misma como para pensar que llegar a casa y ponerte chula nada más llegar es…?
               -¡Ellos no querían hablar con Alec!-protesté porque ah, no. Ni de coña. No. Scott no iba a dejarme como la problemática en esto; no. Yo había ido a casa con una actitud todo lo abierta que se puede tener teniendo en cuenta aquella situación. Había ido dispuesta a ser cordial con mis padres, todo porque Alec no lo pasara mal y se fuera más tranquilo; habían sido ellos los que no habían sido capaces de disimular ni treinta segundos.
               -¡Lo que no querían era meter la pata contigo, pero parece que no pueden, Sabrae! Todo porque has decidido que no vas a ceder y ya está. Ni siquiera vas a escucharlos.
               -¡Tú no has tenido que sentarte a escuchar cómo critican y juzgan la relación más preciosa y satisfactoria que has tenido en tu vida delante de una psicóloga de su elección como he tenido que hacer yo, Scott, así que perdóname si no quiero escuchar cómo siguen erre que erre con el mismo asunto!
               -¿Y tú cómo sabes que siguen con el mismo asunto?
               -¿Es que han cambiado de opinión de la noche a la mañana y ahora nos apoyan de nuevo?
               -Eso no podrás saberlo hasta que no lo preguntes, pero tú no escuchas.
               -Prefiero no escuchar los insultos que nos dedican.
               -¿Ves? Ya estás otra vez, exactamente igual que ayer. Has decidido que papá y mamá son los malos y ya vas predispuesta a tener bronca con ellos por eso.
               -¿Qué insinúas, Scott?-pregunté, dando un paso hacia él, pero no se amedrentó. Me recordó mucho a Alec, que tampoco se amedrentaba cuando discutíamos. Incluso cuando detestaba que no cediera ante mí, me encantaba la fiereza con la que defendía sus ideas, todas ellas. Incluso las que chocaban frontalmente con las mías.
               -Hasta que no cambies de actitud y admitas que tú también te equivocas, las cosas en casa no mejorarán. Y no puedes estar lamentándote y escondiéndote si no haces nada por que mejoren.
               -Ayer fui…-empecé, pero él me cortó.
               -Ayer fuiste buscando camorra, Sabrae. Y deberías planteártelo en serio si ves que te lo digo yo. Entendería que no creyeras a papá o mamá si te lo dijeran, pero ya ves que yo me he puesto de tu lado en esto. Defendí a Alec en la primera sesión conjunta con Fiorella y he vuelto a defenderlo esta semana. No creo que estén siendo justos con él, pero tú tampoco lo estás siendo con papá y mamá. Ya has decidido que esto no tiene solución y lo único que estás dispuesta a hacer es pincharlos.
               -¿Tú crees?-puse los ojos en blanco y Scott tomó aire y cerró los puños con fuerza antes de volver a abrirlos.
               -Sí-dijo simplemente, y yo me reí.
               -Pues es una pena que pienses así, porque no podrías estar más equivocado. Voy a casa con una actitud lo más positiva posible, pero dadas las circunstancias, por mucho que lo intente…
               -Yo diría que lo intentas más bien poco. Y no soy el único que piensa así.
               -¿Y por qué será que no me sorprende?-inquirí, irritada, y Scott se rió.     
               -Todos en casa lo pensamos-respondió, y yo puse los ojos en blanco y me volví para sentarme en el sofá de nuevo.
               Pero entonces dijo algo que me desarmó:
               -Shasha incluida.
               Shasha incluida. Shasha siempre había estado de mi lado. Había sido la primera en enterarse de los cuernos que Alec me había puesto, la única que había sabido todo lo que había hecho para superarlo, lo mucho que me había dolido y lo pésimo que había sido no poder compartir mi dolor con mis padres. Era la única que había presenciado mi vergüenza, y la que más había hecho por hacer que Alec volviera a casa cuando decidí que lo mejor sería cortar.
               Puede que Scott no fuera completamente imparcial en este asunto, tanto porque Alec era su amigo como porque estaba con nuestros padres y los veía sufrir, pero Shasha… Shasha había pasado todo conmigo. Quería a Alec con locura, y entendía lo injusto de la posición de nuestros padres. Se había sentido culpable por cómo se había salido de madre la situación, porque en cierto modo había sido cosa suya que todo esto hubiera empezado a degenerar tanto.
               Ella era la más imparcial que podía haber con respecto a mí. Y si ella creía que yo estaba pasándome…
               Me giré y miré a mi hermano, cuya expresión había mudado de una desafiante y enfadada a una suplicante y apaciguadora.
               -Escucha, entiendo que estés enfadada y te pique. De veras que sí. Pero tienes que tratar de ponerte en su posición. No es fácil por lo mal que lo han pasado, y aun así se están esforzando. Aprecia el esfuerzo-me dijo, poniéndome las manos en los hombros-. Créete de veras que quieren arreglarlo y no convencerte para que lo dejes.
               Eso era más fácil de decir que de hacer. Él no había estado con ellos en el psicólogo, no había visto las miradas inflexibles de papá, el desprecio que rezumaba cuando miraba a Alec. Le creía culpable de mi caída en desgracia y ya había dictado sentencia, por mucho que las pruebas indicaran que la culpable era yo. Yo era su niñita, no podía hacer nada mal, así que había buscado a alguien que pagara el pato. Y ese alguien era la única persona a la que yo no estaba dispuesta a sacrificar.
               -¿Tú crees que podrías?-respondí, apartándole las manos de mis hombros, pero no haciendo nada más para alejarnos, lo cual Scott tenía que reconocer que era un avance-.  Si trataran de ponerse entre tú y…
               -No les daría opción a que se pusieran en contra de Eleanor-respondió con cierta severidad, pero a mí no me parecía justo. Primero, porque no había sido algo que hubiera estado bajo mi control.
               Y segundo, porque…
               -No iba a decir Eleanor. Iba a decir Tommy.
               Scott se irguió cuan largo era, la mandíbula bien alta en un gesto altivo que hizo desaparecer todo rastro de amabilidad. Me miró por encima de la nariz, acusando un golpe bajo que debería haber visto venir y que, por otra parte, era totalmente legal. Su mirada cambió; se volvió mucho más intensa, más calculadora, más inflexible. Sus manos, por su parte, a duras penas eran capaces de contener la tensión. Lejos de caer casuales a ambos lados de su cuerpo, se contraían en sus articulaciones sin llegar a formar del todo un puño.
               Exactamente como me sentía yo con Alec. Esto era lo que él tenía que entender. Para mí no había opción al perdón cuando le hacían daño a Alec, igual que para él no la había tratándose de Tommy.
               -Entiendes ahora que para mí las faltas de respeto a Alec no son una opción, después de todo.
               Me parecía cuanto menos ilustrativo que mi hermano necesitara que comparara a mi novio con su mejor amigo para que supiera lo importante que era para mí el proteger a Alec, en lugar de que le mencionara a su novia, pero eso no venía al caso.
               -Estás asumiendo que van a faltarle al respeto cuando puede que te sorprenden con lo que quieren hablar sobre él-contestó-. Quieren arreglarlo. Que vuelvas a confiar en ellos.
               -Permíteme que lo dude.
               -¿No lo vas a hacer igual aunque yo no te lo permita?-inquirió con socarronería, y yo puse los ojos en blanco de nuevo y aparté la mirada. No quería pelearme con Scott también. Ya tenía demasiados enemigos con los que compartía sangre.
               Bueno, sangre, precisamente…
               Noté que la rabia bullía en mi interior. Yo no podía hablar con libertad de mi adopción en casa, no porque mis padres no quisieran que lo tratáramos si yo lo necesitaba, sino porque… lo veía en sus caras. Les dolía que habláramos de que no nos unían los mismos lazos que al resto de mis hermanos, el que hubiera una posibilidad de que yo no me considerara tan suya como lo hacían Scott, Shasha o Duna. Que nuestro vínculo fuera más débil y que yo pudiera romperlo en cualquier momento.
               Alec, en cambio, entendía mi condición de hija adoptiva como lo que verdaderamente era: algo definitorio, lo primero que había sido yo en toda mi vida y que aún conservaba. Formaba parte de mí, de mi identidad. Mi color de piel era distinto. Mis facciones eran distintas. Incluso mi raza era distinta a la suya. Ver esas diferencias no hacía que quisiera alejarme de mi familia; al contrario, hacía que fuera más consciente de nuestros parecidos, de mi propia riqueza y diversidad, ésa que mamá siempre había defendido que merecía ser celebrada.
               -No quieren que vivas en otra casa-dijo Scott en tono suplicante, y yo lo miré de nuevo-. Ninguno de nosotros lo quiere. Ya tienes una. Quieren que vuelvas, y que seas parte de esta familia de nuevo. Con quien tú quieras serlo.
               -Pues que no me hubieran echado-espeté, orgullosa, aunque debía reconocer que tenía mérito que Scott me hubiera dicho aquello, incluso aunque fuera mentira. Todo porque era exactamente lo que necesitaba oír: Alec es bienvenido en casa.
               -¿Te echaron o te fuiste tú, Sabrae?-inquirió, y yo me quedé callada. Papá y mamá no me habían dicho claramente que me marchara o que no fuera bienvenida, pero… se sobreentendía. No me habían dejado otra opción.
               Creo.
               Oh, Dios mío.
               -Todo esto es porque has puesto desde el principio palabras en boca de mamá y papá que ellos quizá no habrían llegado a pronunciar, Saab-dijo, agachándose un poco para buscar mi mirada-. Piénsalo. Te quieren. Te respetan. Te educaron para que fueras independiente y tomaras tus propias decisiones. ¿Cómo casa eso con que fueran a obligarte a romper con Alec? La solución lógica es pensar que no lo harían, pero, claro… también supondría admitir que te equivocaste.
               -Me lo dijeron claramente-dije con un hilo de voz, pero estaba repasando a toda velocidad las conversaciones que había mantenido con mis padres sobre ese tema. Ya no me hace tanta gracia que estés con Alec. Era lo más directo que me habían dicho, sí, pero luego estaba lo que les había oído hablar en su habitación. El desprecio que tildaba su voz cuando hablaban de Alec, cómo le culpabilizaban de todo…
               Y luego, en la sesión con Fiorella y Claire, mamá había dicho… sus condiciones…
               ¿Y si no me gustan los términos?, les había dicho yo. ¿Qué términos son esos?, me había preguntado Fiorella. Y no habían contestado ellos. Lo había hecho yo.
               Pero es que no hacía falta que ellos los dijeran en voz alta. Era lo que querían. Era lo que querían. ¿Por qué dar tantas vueltas si no?
               -¿Estás segura de eso?-preguntó Scott, y se inclinó hacia mi oído-. Piensa un poco, hermanita. Ah, y… no lo hagas sobre lo que pasó después de la noche en que casi te perdemos. Toma de referencia la llamada que te hizo Alec. La primera de todas. Y piensa por qué creíste que papá y mamá te harían romper con él. La respuesta está ahí.
               Se irguió de nuevo y se pasó las manos detrás de la espalda, regodeándose un poco en mi estupefacción. Sonrió, mordisqueándose el piercing.
               -Llevo pensándolo desde que nos dijiste por qué nos habías mentido y habías hecho eso, y todavía no encuentro la respuesta. Porque ni siquiera Louis y Eri intentaron convencer a El para que se olvidara de mí cuando yo le puse los cuernos, y yo lo hice-dijo, y debo reconocer que tenía mucho mérito que Scott lo dijera con la entereza con la que lo hizo, o que lo recordara siquiera a pesar de la vergüenza que le daba-, y me merezco menos a Eleanor de lo que Alec te merece a ti.
               Scott arqueó las cejas y bajó la cabeza en una inclinación.
               -Tú eres la lista de la familia. Si alguien puede descubrirlo, ésa eres tú.
               Se dio la vuelta y se encaminó a la puerta, bajando el escalón de un saltito. Luego, se volvió.
               -Papá va a hacer pollo tikka para cenar. Y mamá lleva toda la tarde preparando una tarta de limón. Por si decides volver.
               Se me dio la vuelta el estómago. Si volvía a casa, Alec se habría ido definitivamente.
               -¿Y si aún es pronto?
               Scott me sonrió con ternura.
               -Te apartaremos tu parte y te la traeré a donde estés, Saab.
               Inclinó la cabeza una vez más y atravesó la puerta, que cerró con un chasquido y me dejó sola en aquella habitación en la que tantas cosas había descubierto de mí misma: que podía hacer squirting, que me gustaba dormitar incluso en el suelo si estaba al lado de Alec, y que no me importaba tanto jugar a juegos bélicos si eso significaba poder pasar más tiempo con él.
               Que, por mucho que me gustaran las casas grandes, me bastaba cobertizo de veinte metros cuadrados para ser totalmente feliz, siempre que en él hubiera un sofá, una televisión, una nevera, unas mantas y cojines sobre los que acurrucarme con Alec. Siempre que él pudiera pasarme las manos por el pelo y hundirme los dedos entre los rizos. Siempre que pudiera levantar la vista y mirarlo, y verlo sonreírme, y verlo allí, conmigo.
               Siendo feliz. Disfrutando. Amándome y siendo amado.
               Pero… también me gustaban las casas grandes.
               Miré en derredor, las fotos, las estanterías con videojuegos, las consolas, las mantas, las zapatillas que estarían un año sin usarse. Bajé la vista y miré las mías. He estado bajo escrutinio, y tú lo manejas maravillosamente.
                Yo sólo quiero quedarme en esta neblina lavanda.
               En esta neblina lavanda. Lavanda, como mi color favorito. Lavanda, como el olor de su habitación. Lavanda, lavanda, lavanda. ¿Y si me había centrado tanto en el color que me había olvidado de la neblina y ya no recordaba que, en la neblina, no estaba todo claro?
               ¿Y si Scott tenía razón? ¿Y si me había apresurado a proteger a Alec de unos monstruos que, como decía la misma Taylor Swift, no resultaban ser más que árboles?
               Dios, no podía más. No podía más. Necesitaba que Alec volviera conmigo, me tomara de las manos, me mirara a los ojos y me dijera que yo no estaba loca. Que no lo estaba.
               Pero Alec estaba a miles de kilómetros de distancia, seguramente descansando después de un vuelo larguísimo en el que puede que no hubiera dormido una mierda a causa de la preocupación. Estaba sola. Y encerrada en mi cabeza, con mis demonios acosándome, dándome golpecitos en la espalda y riéndose de mí cuando me giraba y no los encontraba.
               ¿Te echaron o te fuiste tú, Sabrae?
               Me eché a llorar. ¿Me había ido yo? ¿Había salido corriendo de un lugar seguro y me había arrojado a las fauces del cruel mundo?
               El cobertizo estaba helado. La temperatura había bajado al menos diez grados, y yo estaba totalmente sola; había alejado a todo el mundo de mí. A mi novio, a mi familia. No tardaría tampoco en alejar a mis amigas. Y sí, vale, todos decían que querían recibirme con los brazos abiertos, pero… ¿y si volvía a convencerme de que no me querían, me marchaba de nuevo y luego ellos ya no me aceptaban cuando me hubiera reconciliado con mi soledad?
               No podía volver a casa así. Si Scott estaba cuidando de la familia y no de Alec… si dejaba de confiar también en él…
               Pero, ¿tenía sentido lo que me había dicho? Sentía que sí. Y, a la vez, creía que me dirían cualquier cosa con tal de aprovechar que Alec no estaba para volver a tenerme entre sus filas. Sería mucho más fácil protegerme cuando estuviera en casa que si no regresaba. La cuestión es, ¿sería capaz mi familia de manipularme hasta ese punto?
               ¿Era yo tan mezquina como para pensar de verdad que me manipulaban? ¿No solía ser lo más sencillo normalmente lo que también era verdad?
               Habla y habla y vuélvete viral, yo sólo quiero este amor en espiral.
               Sácatelo del pecho.
               Quítamelo de la mesa.
               Me miré las zapatillas.  
                ¿Sabes de qué habla Lavender Haze?
               Sabrae, soy el Fuckboy Original. Ya va siendo hora de que te des cuenta de que no doy puntada sin hilo.
               Sácatelo del pecho. Sácatelo del pecho. Sácatelo del pecho.
               Alec me había comprado esas zapatillas contando con que estaría mucho tiempo con ellas puestas y sin él cerca. Sácatelo del pecho. Sácatelo del pecho.
               Sólo había una persona en cuya imparcialidad confiaba. Alguien cuya profesionalidad estaba más que demostrada, y con el índice de éxito más alto de todas las personas a las que yo conocía, quien mejor podía guiarme por este sendero de locura en que se había convertido mi vida.
               Hipando y luchando por respirar, cogí mi móvil y entré en mi agenda. Esperé a que sonaran cuatro, cinco, seis toques. Y, justo cuando pensé que me mandarían al buzón, sonó su voz.
               -¿Sabrae? ¿Estás bien?
               -Sí. Hola. Yo, eh… perdona las horas-susurré, sorbiendo por la nariz-. Es que necesito que me hagas hueco en cuanto puedas. Cuanto antes mejor. Necesito una sesión. Están pasando muchas cosas, Alec se marchó ayer, y yo… se me está viniendo todo encima.
               -Oh, claro. Sin problema. Fifi ahora mismo está en la ducha porque estamos a punto de salir, pero puedo mirar su agenda y…
               -No. Con Fiorella no. Esta vez no. Quiero que la sesión sea contigo, Claire.
                

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2 comentarios:

  1. Bueno me muero de pena con Sabrae de verdad, he llegado un punto que necesito que lo arregle ya con sus padres porque me da una pena terrible sobre todo ese final de yo no saber que hacer y sentirse tan perdida. Por otro lado me parece reseñable y super bonito que encuentre un espacio seguro en Jordan y el cobertizo en si.
    La conversación con Scott me ha parecido muy bien traída sobre todo para quitarla del bucle de no sentirse bienvenida y empezar por ahi a tener una conversación larga y tendida donde yo creo que hay que romper ya de una el hielo con el tema de la adopción.
    Por ultimo mencion especial a la putisima Sasha Malik que es el mejor personaje de esta novela.

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  2. He disfrutado mucho el cap, comento por partesss:
    - Adoro que Sabrae se sienta tan en casa con los Whitelaw y lo vea como un lugar seguro, pero NECESITO que lo arregle con sus padres, esta situación es completamente insostenible.
    - Era EVIDENTE que la de la cena y el asiento había sido Shasha, lo hace todo bien es que es la MEJORRR
    - Como me gusta una buena mención a Taylor Swift
    - La relación de Sabrae y Jordan es muy topp
    - La conversación con Scott MUY necesaria, esperemos que sea el principio de la reconciliación...
    - Y en cuanto al final me ha dejado bastante en shock y he de decir que espero que lo de Claire no sea más de una sesión, porque no sé si que la psicóloga de tu novio te trate a ti sea la mejor idea del mundo…
    A pesar de todo con ganitasss de ver cómo se va desarrollando todo <3

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