domingo, 7 de enero de 2024

Santuario.

¡Hola, flor! Espero que hayas tenido unas muy buenas Navidades y una muy buena entrada de año. Quería avisarte de nuevo de que la semana que viene no habrá capítulo, por la sencilla razón de que me voy de viaje (y veré a una de vosotras y todo, jeje) y voy a estar con el tiempo justo para escribir, y prefiero subir algo verdaderamente trascendental en lugar de dos capítulos que sacaría aprisa y corriendo para cumplir con mi calendario. Espero que sepas disculparme por no haber subido nada la primera semana de enero tal y como dije que haría (posiblemente) y, de nuevo, por darme un pequeño respiro.
Te prometo que te lo compensaré muy pronto. ¡Un beso, y disfruta del cap!
 

¡Toca para ir a la lista de caps!

 
Sabía que me estaba comportando como un imbécil y que no debía dejar que la rabia que me producía la situación me nublara las que, oficialmente, iban a ser mis últimas horas con Sabrae antes de volver a ese puto infierno en el que iban a castigarme por ser un buen novio. Sí, no me daba miedo decirlo; después de todo, llamar a las cosas por su nombre te evitaba muchos dolorosos malentendidos, tanto con los demás, como contigo mismo. Había sido un buen novio cuando me escapé del voluntariado para ir a ver a Saab; puede que no lo hubiera sido antes, cuando provoqué aquella situación que nos había traído hasta aquí, pero Valeria no tenía derecho a castigarme por lo que le hice a ella. Sí a Saab. Zayn y Sherezade tenían más razón de lo que podía tenerla la gerente de WWF, e incluso ellos estaban equivocados.
               Sí, estaba siendo estúpido por dejar que esa rabia se hiciera con el control de mi cuerpo, pero en mi defensa diré que traté de engañarme a mí mismo diciéndome ésta coincidía con el momento en que Sabrae se había puesto mi camiseta, cubriendo así su desnudez. Sería una causa plausible de que yo me pusiera de mal humor, algo incluso recurrente, teniendo en cuenta las otras veces en que yo me había enfurruñado, medio en broma, medio en serio, cuando ella había abandonado mi cama y había cubierto su glorioso cuerpo con alguna prenda de ropa que, por muy lujosa que fuera, no se merecía cubrir su desnudez.
               Aunque la verdad es que estaba preciosa. Es decir, estaba, a mi modo de ver, mil veces mejor desnuda, pero era mejor que estuviera frente a mí pero vestida que lejos de mí, algo que a los Malik les encantaría. Después de abrazarnos y darnos mimos un ratito más, llevando al límite la paciencia de Mimi y dejándome a mí con las ganas de una vida entera a su lado, haciendo aquello mismo que estábamos haciendo ahora, Saab se me había quedado mirando, había sacudido la cabeza y se había apartado el pelo detrás de la oreja antes de decir:
               -Deberíamos ponernos en marcha.
               -¿Para ir adónde? ¿Al juzgado?-dije de broma (aunque si ella me hubiera dicho que sí, habría cogido mi pasaporte y habría ido corriendo tras ella; me casaría en pantalones grises de chándal si hacía falta, todo con tal de mantenerla alejada de sus padres), y cumplí mi objetivo, porque ella soltó una risita y negó con la cabeza.
               -Vas a ser mi perdición, Al.
               La verdad es que aquello no sonaba mal en absoluto por todo lo que implicaba, especialmente porque ella había sido la mía, pero cuando se puso en pie, me escuché protestar entre dientes.
               -No te he dicho que esté preparado para que dejemos que entre mi hermana-me quejé, frotándome los ojos mientras ella se inclinaba por el suelo en busca de mi ropa.
               -Mimi nos va a matar como sigamos en este plan-respondió con paciencia, como quien le explica a un niño diabético por qué no puede comer más de una onza de chocolate en el cumpleaños de su mejor amigo-, y en vista de acontecimientos recientes, creo que tengo que procurarme la mayor cantidad de aliados posible.
               -Buena chica-aplaudió Mimi desde el otro lado de la pared, y Sabrae se estremeció de pies a cabeza y se giró como un resorte en dirección al origen de la voz.
               -Ew. ¡No hagas eso, Mím! Sabes que no respondo si un Whitelaw me dice eso.
               -Antes de que yo me fuera era un Whitelaw concreto el que tenía que decirte eso para que te pusieras cachonda-bufé, dejando caer mi brazo sobre el colchón y torciendo un poco la cabeza para ver cómo Sabrae se pasaba mi jersey por el torso. No se puso sujetador, y eso, debo admitir, me la puso un poco dura: ver el contorno de su piercing recortándose contra una prenda que antes había sentido sobre mi piel era algo que yo iba a tardar en superar (con suerte, toda la vida), pero me encantaban las reacciones que mi cuerpo tenía al suyo.
               -¿Habéis acabado?-preguntó Mimi desde el otro lado de la pared.
               -Hay bastante gente a la que eso le gustaría-respondí con amargura, y Sabrae se giró para mirarme con aprensión mientras recogía sus bragas del suelo y hacía amago de ponérselas. Pareció pensárselo mejor, seguramente por lo mucho que las había mojado antes de que yo se las quitara, porque las dejó de nuevo en el suelo y se dirigió hacia su bolsa de deportes. Se arrodilló frente a ella y se puso a revolver hasta sacar un tanga ancho negro, que cometió el error de ponerse de espaldas a mí, regalándome una vista imbatible de su sexo de nuevo resplandeciente por la sesión de magreo que habíamos tenido y que me dio la excusa perfecta para alimentar la llama que ya había prendido en mí.
               Ese bocado delicioso es lo que vas a perderte por ir a hacer el gilipollas a Etiopía sólo para demostrarles a Zayn y Sherezade que se equivocan, gruñó algo dentro de mí.
               Sabrae se ajustó el elástico del tanga en las caderas y le respondió a mi hermana que íbamos a cambiar ahora las sábanas.
               -Vale, yo haré las palomitas-anunció Mimi, una presencia incorpórea pero omnisciente, pues continuó-. Ah, y espero que recuerdes que tenemos que darle a mi hermano toda la ropa que pueda ponerse para tener más reservas de la que a él, Sabrae.
               Era como si tuviera una cámara en algún rincón de mi habitación. Sabrae alzó los hombros, sonrojándose un poco, y le sacó la lengua en un gesto que recordé haberle visto un millón de veces con Scott, no tantas con Shasha, y ninguna con Duna; seguramente porque la benjamina de la casa Malik era la única que no la sacaba de sus casillas como lo hacían las demás.
               Mimi le dio un pequeño respiro a mi mal humor, ya que aquel repentino ataque de posesividad con mi olor corporal (ése del que tanto se quejaba cuando yo volvía del gimnasio sin ducharme, algo que sucedía una vez cada eclipse solar total) hizo que Sabrae se quitara el jersey que había llevado a la consulta con Fiorella y me regalara una vista preciosa de su desnudez, con permiso de su entrepierna, que seguía todavía tapada con aquella tanga en V ancha. A pesar de todo, el trozo de tela no hacía sino resaltar sus curvas, adhiriéndose a su piel y remarcando sus caderas como el antifaz de un ladrón con ojos claros.
               Saab se giró y abrió una de las puertas de mi armario para sacar de su interior una de mis camisetas de manga corta con las mangas más largas, de ésas que me había comprado en eventos a los que había ido con mis amigos en años anteriores; ésta era la del Wireless festival del año pasado, de tela gris oscuro con las letras del festival en el pecho en tonos blancos y siluetas rosas y azules, y los nombres de los artistas grabados en la espalda. Se tiró de la parte superior de la camiseta de forma que los hombros le quedaran casi al descubierto (a mí me quedaba un poco ancha porque me había empeñado en comprar una talla más a la que normalmente usaba, la mayor que había, porque hacía muchísimo calor aquel día de verano, pero Bey no me había dejado comprar la de tirantes porque “no respondería de sus actos si lo hacía”) y, viendo que le caía hasta la rodilla y que teníamos poco tiempo de disfrutarnos el uno al otro, tuvo la consideración de anudársela en la cadera de forma que, cuando caminaba, yo todavía podía ver el espacio entre sus piernas que se había coronado en el último año como mi preferido en todo el mundo.
                A continuación se recogió el pelo rápidamente en la nuca con una pinza que se había dejado en la cómoda de la que yo sacaba toda mi ropa de deporte, acusando lo fuerte que tenían mis padres la calefacción. Octubre no estaba siendo generoso con nosotros esa tarde; era como si hubiera agotado toda su bondad dejando que las chicas salieran con minifalda en el cumpleaños de Tommy,  y ahora quisiera recuperar la media de temperaturas haciendo que cayeran sobre nosotros un par de heladas tempranas. Yo no me quejaba; estaba más que acostumbrado a que mamá castigara el termostato, aunque eso siempre me había hecho tener que dormir casi en bolas, pero ahora que tenía novia, aquello era  incluso un aliciente. Más piel con la que acariciarla, más espacio para seducirla, y también más que disfrutar de ella.
               Caminó hacia mí descalza, y se detuvo a mi lado en la cama. Me miró con una sonrisa cariñosa en los labios cuando inclinó la cabeza para que sus ojos estuvieran en el mismo ángulo que los míos. Y su sonrisa se acentuó aún más cuando estiré una mano y le toqué la cadera, descendiendo por su piel desnuda y disfrutando del contacto de su piel, de la suavidad y calidez de sus curvas.
                -Tenemos que hacer la cama.
               -Con lo que nos gusta deshacerla-ronroneé, subiendo de nuevo los dedos a su piel y enganchándole la cintura del tanga. Tiré de ella hacia abajo, pero Sabrae me agarró la mano antes de que pudiera desnudarla más y ponernos en peligro. Aun así, aquel rinconcito de piel extra que acababa de redescubrir fue todo un premio para mí.
               Joder, estaba buenísima. Me encantaba la manera en que se le juntaban los muslos por encima de las rodillas, la depresión con forma de pirámide convexa de su sexo, el chocolate de su piel asomándose por debajo del algodón de la camiseta, sus pezones como dos flores de nata recortándose contra los nombres de unos artistas a los que ahora envidiaba simplemente por estar ahí; la sombra de su piercing, la redondez perfecta de sus pechos, la delicadeza de sus hombros y su cuello, la silueta de su mandíbula.
               Lo apetecible de sus labios. La luz que había en sus ojos. Las noches de invierno entretejidas en su melena, enroscadas en sus rizos; largas pero cálidas porque estaríamos desnudos en mi cama, o en la suya, y, si yo tenía suerte, tendría aquella preciosa melena alrededor de mi muñeca en un par de ocasiones.
               Le daba vergüenza haber cogido peso mientras yo no estaba, pero creo que jamás había estado más guapa. Ahora era menos niña y muchísimo más mujer, más llena en rincones en los que yo ya había creído que estaba colmada, más acentuadas sus curvas, más definida su silueta. Cada centímetro que la componía era perfecto, ella era perfecta, una prueba infalible contra la castidad y todo lo que no tuviera relación directa con el sexo.
               Había empezado a hervirme la sangre de nuevo al recordar que ella no se había sentido así cuando nos quitamos la ropa por primera vez desde que yo había vuelto; cómo se había tapado, cómo había tratado de hacer de la penumbra una aliada. ¿Era esto lo que le habían hecho sentir en casa? ¿Que cuanto más se alejara del percentil de perfección absoluta de su índice de masa corporal, más tenía que avergonzarse y cubrirse?
               Estaba tan cómoda allí, de pie frente a mí, mostrándose tal y como era y cubierta sólo con dos prendas que antes la habrían aterrorizado… y todo porque sus putos padres eran incapaces de estar ahí para ella y atender sus necesidades por evidentes que fueran.
               -Mi amor-pidió, aplacando un poco al monstruo que se estaba despertando en mi interior. Sólo un poco.
               Consiguió que me pusiera en pie y me pusiera unos gayumbos, deleitándome, eso sí, en la manera hambrienta en la que me miró. Incluso bromeé con la posibilidad de atrancar la puerta y terminar lo que habíamos empezado antes, o mejor aún: dejar que Mimi entrara y nos pillara en plena faena para que así, por lo menos, la criatura aprendiera algo, pero no sé si es porque Sabrae estaba decidida a no dejarse llevar por el mal camino o porque notó que mi sonrisa no subió a mis ojos, pero declinó la invitación.
               Me hizo ponerme unos pantalones e ir a ver a mi madre al piso de abajo para buscar unas sábanas limpias…
               -¿No te da vergüenza tener dieciocho años y medio y no saber dónde está la ropa de cama en tu casa?-me increpó.
               -¿No te da vergüenza a ti tener quince años y medio y no saber todavía de qué va la sociedad patriarcal en la que vives?
               Sabrae levantó la cabeza como un pavo contrariado y se me quedó mirando con los brazos en jarras.
               -¿Tan mal trabajo hice contigo que estás dispuesto a usar a Simone de Beauvoir en mi contra?
               Tú ayudabas en casa y mira para lo que te ha servido, me habría gustado decirle, pero conseguí morderme la lengua recordándome a mí mismo que Saab no tenía culpa alguna de que sus padres fueran imbéciles, o de que yo me estuviera poniendo de mal humor. Joder, los detestaba incluso más aún por esto: estaban haciendo que me pusiera de mala hostia en los últimos momentos que tendría a solas con Sabrae en un mes. Bastante nos habían quitado ya, me dije mientras iba hacia mi madre y no entraba al trapo por una vez, como para darles la satisfacción remota de ponernos a discutir otra vez.
               Había sido un gilipollas cerrándome en banda cuando Sabrae me dijo que lo mejor sería que me fuera, lo sé. Y no me merecía que ella hubiera insistido para arreglarlo porque debería ser cosa de los dos el tratar de acercar posturas. Pero no podía evitarlo. Era superior a mis fuerzas. Todos los avances que había hecho con Claire estaban en la cuerda floja; era como si hubiera gastado todas mis energías tratando de no perder los nervios delante de Zayn y Sherezade y no darles así una justificación para sus opiniones equivocadas sobre mí y ya no pudiera poner en práctica lo que tanto Claire como Sabrae se habían esforzado tanto en hacer que interiorizara: tenía que comunicar mis necesidades, no había sentimientos erróneos, y los silencios sólo daban lugar a malentendidos.
               Me sentía culpable. Yo quería quedarme con Sabrae, y ella quería que me quedara, pero este absurdo experimento por demostrar que nos iría bien y que el voluntariado no nos volvería tóxicos, o no sacaría nada tóxico que hubiera escondido en el fondo de nuestra relación… 
               No me hacía ni puta gracia dejarla con ellos. No es que dudara ni un segundo de su fuerza o de sus sentimientos hacia mí, pero sí creía que Saab los estaba sobrevalorando. No, ellos no iban a entrar en razón. No, no iba a ser capaz de convencerlos de que nos hacíamos bien el uno al otro. No; por lo que fuera, habían decidido que yo era el malo de la película y ella no sería capaz de hacer que reconocieran su parte de responsabilidad y pudiéramos avanzar en esto. Si habían cedido al final de la sesión era porque se habían dado cuenta de que se habían metido en un callejón sin salida y tenían que retroceder para continuar adelante con su plan. Yo podía verlo; Saab, no, porque todavía deseaba ver lo mejor de ellos, creer en su bondad.
                Detestaba pensar esto, pero creía que Saab no iba a ganar. Estaba tranquilo yendo a la sesión de terapia porque yo era el que iba a salir a pelear a muerte, porque era yo el único que tenía lago por lo que luchar hasta el final. Me daba igual que Zayn y Sherezade me destrozaran, pero no les permitiría tocarle ni un pelo a Saab. En cambio ella… ella no estaba dispuesta a sacrificarme, y ése sería su error fatal. La conocía. Sabía lo mucho que su familia significaba para ella, y lo mucho que había necesitado siempre a sus padres; no había nada de malo en eso cuando estos tenían tu mejores intereses en mente y tu familia no era disfuncional, pero ella estaba contando con que sus padres iban a jugar unas cartas que yo sabía que no tenían.
               Me sentía sucio y ruin por pensar esto, porque si yo no pensaba lo mejor de Sabrae, ¿quién iba a hacerlo, ahora que ni siquiera sus padres estaban dispuestos a ello? Esto no era lo que se suponía que hacen los buenos novios que apoyan en  todo a sus chicas. Desde luego, no veía a Scott dudando de Eleanor, ni a Tommy dudando de Diana o de Layla, o a Max dudando de Bella.
               Pero no podía evitar pensarlo, porque algo dentro de mí me decía que, en la misma situación, Scott no habría aceptado que Eleanor se quedara sola, igual que Tommy con Diana o Layla, o igual que Max con Bella. Debería haber luchado más. Debería haberme puesto más firme. Debería ser capaz de decirle a Sabrae que teníamos que tomarnos esto más en serio de lo que lo estábamos haciendo; no era ningún juego, y aunque confiaba ciegamente en sus sentimientos por mí, sabía que podían cambiar. Después de todo, ya lo habían hecho una vez: hace un año, ella preferiría saltar desde el Big Ben antes que estar en mi habitación, y ahora allí estábamos, yo levantando el colchón de mi cama y ayudándola a sacar las sábanas para cambiarlas por otras.
               Sherezade no era estúpida. Sabrae era su punto débil (uno de cuatro) y había cometido el inmenso error de dejar que sus emociones fueran por delante, pero en unas semanas tendría tiempo de sobra para reponerse, buscar el punto débil de Sabrae e ir a por él a saco. Yo no iba a estar para interponerme en su camino, así que tendría vía libre.
               Joder, deja de pensar en ella como una damisela en apuros, me recriminé a mí mismo, viendo por el rabillo del ojo cómo Sabrae levantaba una esquina del colchón para colocarle con precisión la esquina de la sábana bajera. Se estaba apañando bien; se había apañado bastante bien teniendo en cuenta las circunstancias.
               Ése era mi problema: que se había apañado bastante bien teniendo en cuenta las circunstancias. En condiciones normales no sería suficiente un “bastante bien” para mí. No cuando Sabrae no podía visitar libremente cualquier rincón del mundo. No cuando Sabrae no tenía dos casas. No cuando Sabrae no tenía dos familias. No cuando su apellido era causa de vergüenza; no cuando el mío era un refugio y no un hogar al que te mudas con toda la ilusión del mundo no porque no tengas adónde ir, sino porque es el que eliges. De poco te sirve un palacio si lo vas a sentir como una prisión; sus jardines estarán repletos de flores, sí, pero sólo te encontrarás con sus espinas en cuanto recuerdes que los setos en los que florecen no son setos normales, sino muros.
               Quería que fuera libre para elegirme, que yo le proporcionara un alivio que ella no necesitara, que fuera dulce en tiempos que también lo eran, no la cucharadita de miel con la que tratan de disimular el sabor amargo de la medicina que debes tomarte. No quería que Saab necesitara tomar medicinas; quería que estuviera sana.
               Quería que, por encima de todo, no fueran las personas con las que iba a dejarla las que le emponzoñaran el alma.
               Tenía dentro un dragón rabioso. Un dragón que llevaba tanto tiempo reteniendo fuego que ya estaba empezando a exhalarlo en sus fosas nasales, cuyas entrañas ya ardían, cuyas garras estaban afiladas por el dolor que el suponía tener que retener su poder, controlarlo a toda costa, incluso cuando ya había superado sus límites.
               Casi podía verla en su casa, acurrucada en su cama, temiendo el momento en que la luz se encendiera y sus padres fueran a darle un beso de buenas noches que serviría de excusa perfecta para la conversación más difícil de su vida, una que no debería mantener sin mí. Podía verla aferrándose a los colgantes que le había regalado y preguntándose si el elefante no sería más bien uno de los corceles de los cuatro jinetes del apocalipsis; si mi inicial no sería también la del anticristo.
               Sus padres le habían dado su vida; también podían quitársela.
               Y lo harían cuando yo no estuviera. Lo harían aprovechando que me había ido lejos, que la iba a dejar desprotegida. Lo harían…
               Sentí más que vi que Sabrae se había quedado quieta mirándome, con una esquina de la funda nórdica azul marino con estrellas plateadas todavía en las manos. Sus ojos eran tiernos, y en su boca había un cierto dulzor a compasión que yo no me merecía. Y sus padres menos todavía.
               -¿Qué?-pregunté con suavidad, tratando de retener conmigo toda esa hostilidad que ella no se merecía, y…
               Su sonrisa se hizo más ancha y el fuego retrocedió en mi interior.
               -Nada, es que… hemos hecho la cama ya un montón de veces, pero nunca había sido tan consciente de…-miró la maraña de las sábanas y su sonrisa se acentuó todavía un poco más, si cabe. Después me miró a mí-. Me parece increíble que tú creas que pueden hacerme renunciar a lo que tenemos cuando todo el mundo tiene miedo a caer en la rutina y dejar de hacer cosas especiales, mientras que a mí… aunque los planes especiales están bien, y me gustan… lo que verdaderamente aprecio es esto-se encogió de hombros y ondeó la funda nórdica, observándola como si fuera un delfín-. La rutina. Las cosas cotidianas. Y si me gustan las cosas cotidianas contigo significa que eres el indicado, Alec.
               No me di cuenta de que estaba conteniendo la respiración hasta que no puntualizó:
               -Y me gustan.
               Su sonrisa se volvió un poco más tímida, infinitamente más dulce. Me supuse que sería así como sonreían las novias en su noche de bodas cuando por fin van a consumar el amor que sienten por su marido, al que llevan anhelando con desesperación desde que posaron los ojos por primera vez en él. Y, aunque Sabrae conocía de sobra mi sabor, se sabía de memoria cada rincón de mi cuerpo… algo me decía que ella me miraría así otra vez más en nuestra vida.
               -No puedo esperar a que llegue el momento de que toda mi vida sea cotidiana y de que tu presencia sea una rutina-dijo, rodeando la cama y viniendo hacia mí para sostener mi rostro entre sus manos, bucear en mis ojos y permitirme perderme en los suyos. Se rió con una risita adorable que, supongo, fue lo que originó el nacimiento de la vida una vez, hace miles de millones de años-. Y tú preocupado por si me convencen de que esto-dijo, tomándome de la mano y poniéndosela en la cintura, mientras con el pulgar de la otra todavía me acariciaba la mejilla-, no es como tienen que ser las cosas.
               El fuego retrocedió; dejó de arder dentro de mí, hirviendo mi piel, para pasar a ser reconfortante. Cálido. Un hogar.
               Yo no era un dragón condenado a la implosión con tal de salvar a su princesa; era un dragón que tenía la maldita costumbre de menospreciar continuamente a su jinete, ésa que me había hecho ir más allá de las nubes y ver estrellas que siempre se ocultaban tras el horizonte.
               Sabrae era mi libertad. Y ella era la mía.
               Y también mi inteligencia, aparentemente. Porque sólo con pensar en tenerla lejos ya me bastaba para volverme loco y gilipollas. Pero con una palabra suya…
               No era a ella a quien estaba menospreciando antes; era a mí. A mí y a lo que despertaba en ella.
               A mí y a lo que yo representaba, aquello por lo que Sabrae estaba dispuesta a luchar.
               Si tan sólo pudieras verte como te vemos todos los que te queremos…, me había dicho una vez. Y ahora, con sus ojos tan cerca, no podía no verme como ella misma lo hacía. Era alto. Era fuerte. Era bueno. Era un bastión defendible. Y tenía a mi propia princesa guerrera que cabalgaba dragones defendiéndome.
               Estaría bien. Sherezade y Zayn no tenían nada que hacer.
               Metí la mano por debajo de su (bueno, perdón, *mi* camiseta…)
 
Qué tiquismiquis. ¿Acaso eres un catedrático lingüista?
 
Teniendo en cuenta lo buenísimo que soy con la lengua y lo muchísimo que te hago disfrutar, bombón, yo no lo diría en ese tono chulo.
               … y le llevé la otra mano a la mandíbula, acariciándole los labios con el pulgar.
               -¿Sabes qué muchas parejas desprecian cuando se convierte en rutina?-pregunté, y ella frunció ligera y adorablemente el ceño, confusa.
               -¿El qué?
               Miré la cama con intención. Estaba a medias de hacer, y Mimi tenía que ir iniciándose en el mundo del sexo, que ya iba siendo hora. Después de todo, era la hermana del Fuckboy Original; no podía perder la virginidad sin hacer mínimo cuatro posturas avanzadas del Kamasutra. ¿Dónde dejaría eso a mi familia, a mi trabajada reputación?
               -No-dijo Sabrae, riéndose-. No, no, no, no no.
               -¿Son noes de “no quiero hacer nada”-pregunté, mordisqueándole el cuello-, o son noes de “me estoy haciendo la difícil”?
               -No te lo diré-contestó, retorciéndose contra mi boca y riéndose. La sujeté por las caderas y dejé que me echara los brazos al cuello para, a continuación, seducirla rodeándole la cintura y ascendiendo por su costado. Todo mientras mis labios adoraban los suyos, mi lengua saboreaba su boca, mis dientes capturaban su piel y dejaban un rastro de mordisquitos que sería imposible que ninguno de los dos pasara por alto en nuestros mejores sueños.
               Llevé una mano a su entrepierna y le deslicé el tanga a un lado; me encantó descubrir que estaba húmeda, abierta y palpitante para mí.
               -Alec… no…-dijo, no muy convencida. Normalmente soy de los que paran. A tope con el consentimiento y todo eso, pero… a ver. Yo no quería parar. no quieres que pare. Y, lo más importante, Sabrae no quería que parara… pero es orgullosa como un pavo real y terca como una mula y…
               … se cree que su cerebro manda más que su clítoris, pobrecita mía. No tiene ni idea de cómo funciona el mundo.
               -Síhhh… oh, sí-gimió contra mi hombro, hundiéndome las uñas en la espalda y asintiendo con la cabeza cuando le rodeé el clítoris y exploré el principio de su vagina con un dedo anhelante y curioso como la primera vez que entró allí, como todas las que le seguirían. Una promesa del alivio que tendría…
               -Me apetece mucho follarte.  ¿Puedo follarte?
               Esto me encantaba. Ponerla a prueba, provocarla, pincharla, recordarle que yo podía hacer que cambiara de opinión.
               -Alec, ¿no te parece que lo estoy deseando?
               -Bueno, pero quería asegurarme-ronroneé, subiéndola a la cama, levantándole la camiseta y mordisqueándole el pezón. Sabrae se cerró en torno a mi dedo y gimió.
               -Eres el demonio. Sabes que pedir consentimiento es súper sexy, y…
               -Lo sé-respondí, lamiéndole el pezón como si fuera la punta de un polo de mi sabor preferido. Oh, espera… puede que lo fuese. Después de todo, mamá tenía la calefacción como a un millón de grados; me apetecía un helado. Me apetecía el que recubría cada centímetro de piel de Sabrae… y me apetecía empezar por estas puntitas en particular-. Por eso lo he hecho.
               Lo mordisqueé de nuevo y Sabrae gimió, abriendo más las piernas, dejándome entrar más adentro. Tiró de mí para dejarnos caer en la cama y yo me metí entre sus piernas, todo rastro de mala uva olvidado.
               Empecé a tirar de su tanga (me la follaría con la camiseta puesta, pero no con el tanga), y la contemplé desde arriba, preciosa, resplandeciente, una heroína a punto de celebrar la mayor victoria de su vida.
               -Jolín-protestó Mimi a mi espalda, y Sabrae puso los ojos en blanco y se incorporó-. ¿Es que no podéis parar ni dos minutos?
               A pesar de que un ligero rubor le cubría las mejillas, estaba más molesta que otra cosa. Trufas corrió hacia nosotros y se metió entre nuestros cuerpos, lo que me hizo tener ganas de comer conejo esta noche.
               Bueno... ya tenía ganas de conejo, pero ya me entiendes.
               -No voy a disculparme por tener una novia que es un pibón y ponerme cachondo cada dos por tres con ella, Mary Elizabeth. Algunos no somos unos frígidos con miedo a los genitales del sexo contrario.
               -Tú lo que eres es un salido-respondió Mimi.
               Y Sabrae le dedicó una sonrisa macabra.
               -A ti lo que te pasa es que tú no eres yo, y tu hermano no es Trey.
               ¿PERDÓN?
               -¿¿¡¡¡¡¡¡¡PERO QUÉ DICES!!!!!!!!?? ¡¡¡ERES UN ZORRÓN Y TE VOY A MATAR!!!!!!-bramó mi hermana, saltando hacia nosotros y dejando tras de sí una estela de palomitas que Trufas se apresuró en ir a engullir.
               -¿Quién es Trey?-pregunté mientras Mary intentaba pegar a Sabrae, que se defendió con la habilidad de quien lleva dándose de hostias con sus hermanos desde 2020.
               -¡¡SE SUPONÍA QUE NO SE LO IBAS A CONTAR A NADIE!!
               -¡Y SE SUPONÍA QUE TÚ NO ME IBAS A INTERRUMPIR SI VEÍAS A ALEC MANOSEÁNDOME!
               -¡ALEC TE MANOSEA CONSTANTEMENTE, ERES UNA ZORRA ACAPARADORA TRAIDORA, Y TE VOY A DEJAR CALVA!
                -¡Eh, eh, eh!-grité, agarrando a Mimi cuando intentó coger a Sabrae del pelo-. ¡Sólo una persona le coge el pelo a Sabrae en esta casa, y ése soy yo, ¿te enteras, Mary…?! ¡¡SABRAE!!-bramé cuando Sabrae se lanzó hacia Mimi, que le intentó dar una patada para alejarla.
               -¡SUÉLTALA! ¡DÉJALA QUE SE DEFIENDA! ¡LA VOY A MATAR!-gritó, y yo me vi obligado a soltar a mi hermana y ver cómo Sabrae y Mimi se enganchaban de los pelos y se chillaban mientras caía en una espiral de alucinaciones.
               -¡ZORRA DESLENGUADA!
               -¡PERRA ROMPERROLLOS!
               -¡TE VOY A DEJAR CALVA!
               -¡Te voy a partir las piernas!
               -¡No si antes te asfixio con ellas!
               -¡AU! ¡GOLFA! ¡EN LAS TETAS NO!
               Mamá y Dylan se materializaron en la puerta y observaron cómo Mimi y Sabrae rodaban por la cama igual que un manojo de dientes, piernas y puños.
               -¡No me enganches de los pendientes!
               -¡Pues suéltame el pezón!
               -Hija de puta…-gruñó Mimi, intentando agarrar a Sabrae por los pelos otra vez mientras mi novia le ponía un pie en la cara para alejarla.
               -¿No vas a intentar separarlas?-preguntó mamá.
               -¡Sí, hombre! ¡Para que me peguen las dos! Ni de coña. Dejaré que se maten y la que gane se queda con mi compañía; con un poco de suerte tardarán lo suficiente para que yo entienda qué cojones está pasando. ¿Desde cuándo Mimi, Doña Pido Perdón Por Decir Gilipichis, sabe decir pe u te a?-deletreé, y mamá suspiró.
               -Desde que Sabrae la pilló revolviendo en el cajón de tus cosas de boxeo sin estar ella presente.
               -¡Mary Elizabeth!-exclamé, ahogando un grito.
               -¡Mátala, Alec! Nunca te he pedido nada. ¡Mátala, mátala!-me pidió Sabrae, agitando la mano en mi dirección.
               -¡ERA MI HERMANO ANTES DE QUE TÚ TE LO BENEFICIARAS!
               -¡Pues por eso! Tenemos que recuperar el tiempo perdido. ¿Por qué no aprovechas para escribirte con Tre…?
               CÁLLATE!-chilló Mimi, tres octavas por encima de la nota más aguda que Eleanor sería capaz de alcanzar en toda su vida. Sabrae se rió con maldad y siguió defendiéndose de los arañazos de mi hermana.
               Y a mí me pareció que Etiopía no estaba lo bastante lejos como para salvaguardar mi seguridad personal.
 
 
Me di cuenta de que Alec se había dormido en el segundo en que lo hizo, una suerte a la que no me podía creer todavía que fuera tan estúpida como para aceptar renunciar. Su pulso se ralentizó para adquirir esa suave cadencia que siempre me mecía en sueños cuando él y yo dormíamos juntos, y pude notarlo en el martilleo que sentía contra mi oído mientras lo utilizaba como mi almohada personal, una que compartía con Mimi ahora que éramos oficialmente Hermanas®.
               Cuando se había acercado a mí durante la fiesta de cumpleaños de Tommy más tranquila, ya en el abarrotado cobertizo de Jordan en el que, a pesar de su tamaño y de la cantidad de gente que había apelotonada en él, me sentía cómoda como en ningún otro sitio en mi vida y me había propuesto hacer aquello yo no había escondido mi escepticismo.
               -¿Quieres que nos peguemos? ¿Por qué?-pregunté, dando un sorbo de mi bebida mientras los chicos, Alec incluido, estaban demasiado entretenidos jaleando a Bey y Tam para ver cuál de las gemelas era la que más rápido se terminaba una botella de sangría rebajada con gaseosa (y, para sorpresa de nadie, ésta fue Tam, que le llevaba los minutos necesarios de vida a Bey como para ir de vuelta cuando la pequeña de las gemelas volvía).
               -Será divertido-respondió Mimi, sonriéndome con un entusiasmo que nadie debería demostrar ante la posibilidad de pelearse físicamente con una chica que sabe hacer kick boxing.
               -Eres consciente de que cuando te pegas con alguien sientes dolor, ¿no, Mimi?-insistí; quería que comprendiera a la perfección lo que me estaba pidiendo.
               -Claro que sí. Pero sólo será una vez. ¡Venga, Saab! ¿No tienes curiosidad por ver qué haría Alec en esa situación? ¿No quieres saber a cuál de las dos elegiría?
               Me hinché como un pavo ante aquel planteamiento de Mimi; que creyera que Alec tendría problemas para elegir entre las dos era, cuanto menos, cómico.
               -¿De verdad quieres que tu hermano te humille?-pregunté, y Mimi había cruzado los brazos y me había soltado que puede que aquello fuera la cura de humildad que yo necesitaba, pues me paseaba por el mundo como si fuera su dueña cuando tenía a Alec conmigo. Lo siguiente que pasó fue que estábamos llamando por teléfono a sus padres desde el baño del cobertizo de Jordan (ninguna de las dos quería ir a casa de los Whitelaw y alejarse así de Al), y aunque Annie al principio se había mostrado reticente al principio, finalmente la convencimos para que se uniera a nosotras, siempre y cuando le prometiéramos que no fuéramos a hacer daño.
               -Sher me ha dicho que tienes experiencia en esto de pelearte con tus hermanas, Saab, así que te pediría que, ya que vais a hacerlo, no lo des todo de ti.
               Mimi y yo intercambiamos una sonrisa al oír cómo Annie ya me consideraba una hija suya, cosa de la que me aprovecharía más adelante, cuando Alec regresara a Etiopía, y con la promesa de que sería cuidadosa con su niña, habíamos terminado de ultimar el plan.
               Con lo que no contábamos era con que Alec no tomaría parte por ninguna, sino que se limitaría a meter las manos con cuidado entre nosotras simplemente para sacar a Trufas de la cama y alejarlo del peligro. Mimi, que tenía poca experiencia en eso de las peleas porque Alec nunca se había afanado con ella en serio (no como lo hacía yo con Shasha, al menos), estaba haciendo una labor increíble conmigo. Puede que el boxeo le corriera por las venas.
               -Por mucho que me entusiasmen las peleas de gatas y me ponga bastante ver a Sabrae sacando las uñas por mí, cuando la otra chavala con la que se tira de los pelos comparte mi código genético me veo obligado a retirarme-se encogió de hombros y abrió los brazos, sosteniendo el bol de palomitas que Mimi había traído en una mano y un Trufas anonadado por lo que estaba presenciando en la otra-, así que me abro. Cuando acabéis, estaré abajo. Comiéndome vuestras palomitas. Que os divirtáis-se despidió, dejando a Trufas en el suelo y siguiéndolo fuera de su habitación.
               Mimi se había quedado quieta encima de mí, mirando con la misma expresión con que su conejo nos había mirado a nosotras la puerta por la que su hermano se marchaba. A mí los músculos de la espalda de Alec me espabilaron, y me escurrí de debajo de ella para ir a su encuentro.
               -No te vayas-le pedí. Perderlo de vista aunque fuera un segundo sería demasiado para mí, y más ahora que sabía que mañana se marcharía. Ya estaba empezando a odiar la decisión que habíamos tomado, pero tenía que recordarme a mí misma que mis argumentos eran sólidos, que darnos esa segunda oportunidad nos vendría bien.
               Alec se volvió.
               -Si llego a saber que un par de hostias de Mary era lo que necesitabas para pedirme que no me fuera a Etiopía, le habría dado permiso para que te las diera haría ya seis meses.
               -Digo al salón-respondí, poniendo los ojos en blanco.
               -Mándalo a freír espárragos-me instó Mimi, acercándose a mí y peinándose el flequillo con los dedos.
               -¿Te estás escuchando, Mimi? ¿Quién coño habla así?-le preguntó su hermano-. ¿Qué ha sido eso, eh? ¿Ahora os zurráis cuando me doy la vuelta? Mary Elizabeth, Sabrae necesita alguien que le eche una mano ahora más que nunca, pero no al cuello, precisamente.
               -Queríamos ver a quién elegías de las dos-confesó Mimi, y Alec alzó una ceja y suspiró trágicamente.
               -Pues creo que ya os ha quedado claro con quién me quedo, ¿no?-preguntó, señalándose los pies, contra los que Trufas se estaba restregando igual que un gato mimoso.
               Nos hizo sellar nuestro tratado de paz yendo a por gominolas con las que pasar la tarde, que ya se había convertido casi del todo en noche, y cuando se metió en la cama, con una camiseta puesta para darle su olor (y también para que Mimi no protestara tontamente si empezaba a sudar), que cada una ocupáramos sendas posiciones a su costado se volvió tan natural como respirar.
               Protestó más bien poco para lo que podría hacerlo cuando Mimi, en lugar de poner las pelis de miedo que veían todos los Halloween para compensar el que no pasarían juntos debido a la decisión que habíamos tomado, se metió en la sección de comedias románticas y puso, tal y como prometió, Guerra de novias. Alec bufó sonoramente, sí, pero se mantuvo estoico y callado durante la gran mayoría de la película, fingiendo desinterés mientras picoteaba palomitas y rumiaba regalices, pero tanto Mimi como yo nos dimos cuenta de que estaba más metido en la trama de lo que pretendía hacernos ver, porque en los momentos de mayor tensión entre las protagonistas, cuando empezaban a hacerse putadas o dejaban entrever que les superaba todo lo que estaban pasando, dejaba de picotear palomitas o rumiar regalices y se quedaba mirando fijamente la pantalla.
               -¿Qué?-me burlaba yo-. ¿Está interesante, Al?
               -Mm-decía él, y bajaba la vista de nuevo hasta el bol de palomitas, porque Dios le librara de admitir que se estaba divirtiendo.
               -¿Vemos ahora una de Saw?-preguntó cuando empezaron los créditos, y las dos nos lo quedamos mirando-. ¿Un lugar tranquilo?-sugirió al ver nuestras caras.
               -Quiero seguir con las comedias románticas-dijo Mimi, y él la miró. Suspiró largamente y asintió con la cabeza.
               -Vale.
               -Voy a poner Barbie. ¿Sabías que nunca ha visto Barbie hasta el final?-preguntó Mimi, mirándome por encima del pecho de su hermano.
               -¡Pero si sale Margot Robbie!-me quejé, escandalizada.
               -Es aburridísima.
               -Pon Barbie ahora mismo-ordené, y Mimi no perdió el tiempo. Se le acabaron las palomitas a media película, y Alec se dedicó a comentarla con una sorna que yo disfruté; el momento estrella fue cuando bufó y soltó:
               -Ahora el notas éste sacará una guitarra y todo.
               Y entonces Ken sacó una guitarra y se puso a tocarle una canción a Barbie. Alec negó con la cabeza, riéndose, y se tapó la cara con la mano.
               -Dios, ¿cómo os puede gustar esto?
               -Eres un sexista-le acusó su hermana.
               -Literalmente nadie es como Ken.
               -Te parece raro Ken porque Ken nunca te ha representado, así que imagínate lo que es que todo un sexo sea como es Ken en el resto de películas que se han hecho a lo largo de toda la historia del cine, con contadísimas excepciones-respondí yo, incorporándome. Alec frunció el ceño, abrió la boca para decir algo, la cerró y miró la pantalla. Frunció más y más el ceño y, al finalizar la escena, con las Barbies pasando olímpicamente de los que tenían delante, abrió de nuevo la boca y chasqueó la lengua.
               -Hostia.
               Se incorporó un poco más en la cama para prestarle más atención a la película, y Mimi y yo intercambiamos varias miradas a lo largo del tiempo que faltaba, hasta que finalmente empezaron los créditos con la canción de Dua Lipa… y Alec dijo que podíamos ver otra peli de Greta Gerwig si queríamos.
               Pusimos Mujercitas, porque a mí siempre me reconfortaba ver la relación de las hermanas y tenía en esa película un refugio al que no me importaba visitar de vez en cuando. Al se portó bien, escuchó con atención, preguntó un par de veces en qué línea temporal estábamos (aparentemente la paleta de colores no era suficiente indicativo para él)…
               … y, a pesar de que tanto Mimi como yo sabíamos que le estaba interesando el film, a ninguna de las dos se nos escapó tampoco que Alec empezó a intervenir con menos asiduidad, que sus ojos permanecían abiertos a duras penas, y que daba pequeñas y rápidas cabezadas antes de continuar con la historia, por cuyo desarrollo ya no preguntaba siquiera.
               Me di cuenta de que las dos estábamos esperando justo este momento, cuando Alec se durmiera profundamente, cuando alzamos la vista y nos miramos con una sonrisa, encantadas de compartir un momento tan dulce e íntimo con una chica que siempre había orbitado en el extrarradio de nuestras vidas, pero que ahora era tan parte de nuestra familia como la que compartíamos sangre, tan parte de nuestra casa como los ladrillos que la fundamentaban.
               Detuve la reproducción de la película tanto para que no nos fuera difícil recuperar el hilo de lo que Alec había visto y lo que no (aunque sospechaba que tardaríamos en ponernos al día con ella) y Mimi apoyó la barbilla en el hombro de su hermano, mirándolo de una forma que me encogió el corazón.
               Me recordó a cómo miraba yo de pequeña a Scott. Cómo aún lo miraba, si teníamos en cuenta que ese brillo que había en mis ojos infantiles seguía todavía resplandeciendo en mi mirada ahora en mi adolescencia, retratada ya no por las cámaras de los móviles de mis padres en la intimidad de nuestro hogar, sino por las cámaras profesionales de los fotógrafos que me esperaban en los eventos a los que había ido con S.
               Mi hermano había sido lo más importante de mi infancia. Antes de que Shasha llegara y tuviera una nueva compañera de juegos y de aventuras, Scott lo había sido todo para mí: ese dios cuando yo no entendía todavía el concepto de dioses y hombres al que quería impresionar; las risas que quería dormirme escuchando, los brazos que me acunaban por las mañanas, la mano amorosa que me tapaba en las noches de invierno y los pasos que corrían más rápido a mi encuentro. Los peluches a los que todavía dormía aferrada eran el sustituto del original que había sido mi hermano, que me había sacado de la cuna para que durmiera con él la primera noche que había dormido sola, que me había encontrado en el orfanato y me había puesto mi nombre y todavía me miraba como si yo fuera el mayor logro que hubiera conseguido alcanzar en su vida, a pesar de que su nombre ya era mundialmente conocido y su cara estaba en todas partes. Scott me hacía sentir como un premio, como una hazaña, como una meta ansiada que era aún más dulce de lo que te imaginabas cuando por fin la alcanzabas.
               Y yo siempre había sido muy consciente de que Alec compartía con Scott aquella faceta que con mi hermano siempre había sido tan definitoria, e incluso cuando todavía no aguantaba estar en la misma habitación que Alec sí que había reconocido que era un buen hermano con Mimi (sus acciones ejemplarizantes con aquellos que le hacían el más mínimo daño eran archiconocidas en mi instituto, y épicas en el resto de la ciudad), pero… nunca había pensado en Alec desde la perspectiva que yo tenía con Scott, desde la perspectiva de Mimi. Mimi, que me había relegado a lo segundo más bonito que Alec había visto en toda su vida cuando me vio de bebé, porque lo primero era ella; Mimi, que había hecho que Alec se pusiera unos guantes de boxeo cuando todavía no sabía lo que podía hacer con ellos simplemente para aprender a defenderla; Mimi, que siempre tenía a su disposición el último trocito de plátano para su yogur si así lo deseaba, porque Alec se lo cedía; Mimi, a la que Alec iba a buscar a ballet cuando salía ya caída la noche lloviera, tronara o granizara; Mimi, que había sido la primera fecha fija en las vacaciones del voluntariado de Alec, incluso cuando el cumpleaños de Tommy fuera antes que el suyo.
               Mimi, que había sido la primera en verlo abrir los ojos cuando se despertó del coma. Mimi, que era su contraseña en redes sociales.
               Mimi, que era la única capaz de mirarlo con la misma adoración con la que lo hacía yo, porque era la única que entendía realmente lo especial e irrepetible que era Alec.
               Mimi, que no se había quejado cuando él le pidió que se fuera para tener la casa despejada y poder disfrutarme. Que no me veía como una rival, sino como una aliada. Que no competía conmigo por el cariño de su hermano, sino que lo compartía gustosa, porque se daba cuenta de que yo hacía feliz a Alec, y eso, que Alec fuera feliz, era lo que ella quería.
               Aun así, yo sabía lo que era estar al otro lado; echar de menos a un hermano que ya no tenía para ti el mismo tiempo que había tenido antes, atesorar los momentos que rascabas de su agenda porque eran más escasos que nunca, y fingir que no te importaba que él pareciera estar pasando página… aunque supieras que no la estaba pasando realmente.
               Aunque que te importara.
               -Siento haberlo monopolizado tanto estos días y que le hayas tenido tan poco-le dije, aunque decirle que lo había tenido poco era ser, cuanto menos, generosa. Mimi no lo había tenido apenas. Siempre lo había tenido yo.
               -Está bien-respondió con dulzura, mirando a Alec como si fuera lo más bonito del mundo. Sonrió con ternura, y tiró un poco más de la funda nórdica para tapar a su hermano amorosamente. No pudo resistirse a darle un beso en la mejilla ligero como el vuelo de una mariposa, y apoyó la barbilla de nuevo en su hombro.
               -¿Qué vais a hacer?-preguntó después de un momento de silencio en el que las dos nos limitamos a escuchar la música de la respiración de Alec. Los dedos de él se habían cerrado en torno a mi cintura, y yo tenía los míos sobre sus nudillos, incapaz de acariciarlo incluso cuando él no podía sentirlo del todo.
               -Vamos a volver a intentarlo-No me había dado cuenta de que nuestra decisión afectaría más vidas que las nuestras hasta que no vi cómo los ojos de Mimi se clavaron en los míos, con una cierta esperanza con la que yo no había contado hasta entonces.
               Mimi se quedó callada un rato, el desliz de mirarme y perderse así el espectáculo que era su hermano descansando corregido enseguida. Y entonces dijo:
               -No lo intentéis con muchas ganas. La Valeria ésa es una imbécil y una hija de puta-que usara ese vocabulario precisamente ella, que era todo lo recatada que Alec decía e incluso más, me hizo ver lo en serio que se tomaba la situación en la que se encontraba su hermano y lo condenadamente injusta que le parecía-. No se merece tenerlo con ella.
               No tenía absolutamente nada que objetar a eso.
               -¿Crees que me equivoco?-le pregunté tras otro rato de silencio, y Mimi se mordió los labios sin dejar de mirar a Al. Tras otro rato de silencio, por fin sacudió la cabeza.
               -No. Creo que le quedaría una espinita clavada si no se marchara, y que se terminaría echando la culpa y diciéndose a sí mismo que lo había exagerado todo y que se rindió demasiado pronto. Tres semanas es un margen razonable de tiempo. No lo bastante como para que se coma la cabeza, pero sí lo suficiente para ver si esto es definitivo o no. Aunque… no sé lo que va a hacerle el saber que tú estás aquí y estás mal, Saab-me miró de nuevo y yo me mordisqueé el labio.
               -Yo voy a intentar estar bien.
               -Pero no depende solamente de ti.
               -No; eso es verdad. Aun así… sé que puedo venir aquí-miré la habitación-. Sé que no estoy sola.bo
               ¿Me atrevería a decir lo que venía a continuación? Parecía una traición a mi familia, pero…
               … mi familia ya no era sólo la gente con la que compartía apellido. Mi familia también estaba en esta cama. En esta casa.
               Una parte primordial de mi familia iba a marcharse mañana… pero no me dejaba enteramente sola. Mi vida está en Etiopía, le había dicho a Alec; pero mi vida y mi familia no tenían, necesariamente, que ser lo mismo. No eran lo mismo.
               -Sé que no soy yo la que se equivoca.
               Mimi esbozó una sonrisa invertida y estiró una mano para darme un apretón cariñoso, como diciéndome “estoy aquí, ¿vale? Recuérdalo”.
               -Todo se resolverá, Saab.
               -Eso espero. Pero, mientras tanto… la espera va a ser horrible.
               -Siempre puedes contar conmigo para hacértela más amena-me recordó, y yo sonreí y le devolví el apretón.
               -Y mira cómo te lo pago: cansando a tu hermano hasta el punto de que se queda frito en medio de nuestra sesión de pelis.
               -No pasa nada. De verdad. No quiero que te sientas mal. A él no le gustaría-dijo, llevando la mano que tenía en mi piel al pelo de su hermano y apartándole un mechón que le caía sobre los ojos. Alec inspiró profundamente y se revolvió en la cama, pero las dos nos adaptamos a su nueva postura para dejarle el espacio que necesitara mientras continuábamos en contacto con él-. Sabe cuándo tengo el periodo, ¿sabes?-continuó tras un momento de silencio-. No se lo ha dicho a Jor porque sabe que me da vergüenza, pero lo sabe. Siempre que me empieza viene a mi habitación y me ofrece elegir una peli o una serie para ver, y dormir acurrucados si me apetece.
               Por Dios, pero qué tierno… hacía eso conmigo y a mí me encantaba, pero que lo hiciera con su hermana y no hablara de ello con nadie para que ella no sintiera vergüenza de algo que era perfectamente normal, y que sin embargo nos enseñaban a ocultar como si fuera algo sucio… me recomponía el corazón incluso cuando no sabía que lo tenía roto.
               -Casi nunca acepto, pero… me gusta tener la posibilidad de estar con él. Incluso sin hacer nada. Como ahora. Lo echo de menos-confesó, dándole un besito en la punta de la nariz. Que Alec no se despertara era un signo importante de lo cansado que estaba, porque normalmente notaba todos mis movimientos por muy profundamente dormido que estuviera.
               Estos días lo habían llevado al límite. Yo le estaba llevando al límite. Y sin embargo él quería quedarse conmigo, no dejarme sola. Estaba dispuesto a renunciar a sus sueños y oportunidades con tal de permanecer a mi lado y garantizar mi felicidad.
               -Él no podría ser malo para nadie ni aunque lo intentara con todas sus fuerzas. Es todo lo contrario a lo que son Aaron y Brandon-nunca la había escuchado decir el nombre de su otro hermano o del padre de sus dos hermanos, y me sorprendí al darme cuenta de que también formaban parte de la historia de Mimi. Que ella pensara en ellos. Y que lo hiciera en contraposición a su hermano, que siempre había tenido un miedo horrible a parecerse a aquellos dos hombres que tanto creía que habían definido su vida-. Por eso sé que tus padres terminarán dándose cuenta. Están asustados por algo, pero lo que les dé miedo no lo ha provocado mi hermano. Él salva, no destruye.
                Él salva, no destruye. Lo que había tras aquellas palabras era incluso más tajante que su significado. Si no fuera por Alec, Mimi no estaría allí, literalmente. Él había sido la fuerza que Annie había necesitado para sacarlos de la casa que compartía con Brandon y ponerlos a salvo. Llevaban dieciséis años en un lugar seguro gracias a él.
               Mimi me miró de nuevo, la mano sobre el pecho de Alec, acariciándoselo con un cariño infinito, propio de una hermana pequeña que no estaría preparada para despedirse de su hermano ni aunque viviera junto a él noventa años, pero que lo hacía de todos modos porque sabía que eso era lo que él necesitaba.
               -Todo se solucionará, Saab. Confía en mí. Vais a estar bien.
               -Gracias, Mím.
               Sentía un nudo en la garganta que normalmente no era esta Whitelaw la que me ponía allí, pero sin duda llevaba el sello de esa familia a la que yo había pasado a pertenecer por casualidad y, a la vez, como si fuera un plan del destino que se había ejecutado tal y como estaba planeado. Le devolví el suave apretón y Mimi me sonrió en la penumbra de la habitación de Alec, sólo iluminada por el salvapantallas que iba cambiando de escenarios preciosos construidos por la madre naturaleza y que yo confiaba en poder visitar con él. Quería colocarlo en todas las maravillas del mundo y descubrir así que no su belleza no era para tanto comparándola con la de mi chico.
               Mimi suspiró, acomodándose en el espacio que Alec le había dejado a su costado.
               -Estoy muy orgullosa de él.
               -Yo también-asentí, acariciándole el pecho a mi chico y depositando un suave beso que le hizo sonreír en sueños. Pasarían décadas y seguiría asombrándome cómo Alec era capaz de reconocer mis labios a través de la tela y de sus propios sueños-. Aunque no sea justo que me sienta así porque sea mi casa la que le está haciendo pasar por esto… creo que también necesita tener distancia para terminar de asentarse en todo lo que está haciendo bien. Le entrarían dudas si estuviera aquí y viera que yo no puedo alejarme de él. Creería que es porque todo está mal y no porque quiero estar con él. Él no es mi consuelo, Mím. Es mi hogar.
               -Ya lo sé-sonrió Mimi, apoyando la cabeza en el hombro de su hermano y mirándolo de nuevo como si fuera él quien ponía las estrellas en el cielo. Vi cómo se formaba una idea en sus ojos castaños y se incorporó lo justo para coger su teléfono. Se quedó un rato apoyada sobre su codo mientras yo acariciaba la pierna de Alec con la mía, mirándola mirar la pantalla de su móvil. Le quitó el sonido y deslizó el dedo para abrir una notificación y empezar a teclear, frunciendo ligeramente el ceño, pues le molestaba el brillo de la pantalla. Y, sin embargo, por la forma en que contenía a duras penas una sonrisa, supe con quién estaba hablando.
               -¿Qué se cuenta Trey?-sonreí, y ella sonrió un poco más.
               -Está dándome el resumen de la tarde, de lo que han hecho en ballet. Darishka me iba a echar una bronca del quince, pero le ha dicho que no he ido a ensayar porque Alec está en casa y se ha aplacado un poco. Y eso que no se lo había pedido…
               -Es muy atento.
               -Sí-dijo, sonrojándose.
               -¿Alec sabe que te acompaña él a casa en lugar de Jor?-negó con la cabeza.
               -Yo no se lo he dicho; si se lo ha dicho Jor…
               -Si se lo hubiera dicho, seguramente habría cogido otro avión para venir a ponerse territorial contigo.
               -¿Crees que debería presentarlos?
               -Ya se conocen, ¿no?
               -Me refiero a que… sepan qué vínculos me atan a cada uno.
               -¿Ya tenemos vínculos?-inquirí, incorporándome como un resorte. Estaba dentrísimo de la historia de amor de Mimi, que se estaba cociendo a fuego lento y era un festival de miradas tímidas y caricias robadas delante de una multitud que, según ella, no tenía ni idea de lo que pasaba.
               -Puede-contestó Mimi, sacándome la lengua.
               -Ah, no. Entonces, por el Código de Maromos, Trey está obligado a presentarle sus respetos a Alec. Quizá mañana pueda haceros un hueco y que se midan formalmente las pollas. ¿Te viene bien a las…-le cogí el móvil y fingí desbloquearlo como si estuviera mirando una agenda electrónica- tres y cuatro?
               Se me encogió un poco el corazón al ver que el fondo de pantalla de Mimi era una foto con Alec que yo misma les había tomado durante nuestro viaje de principios de verano. Los dos hermanos sonreían a la cámara, él con el brazo sobre los hombros de ella, que se abrazaba a su cintura y cuyos ojos se ocultaban tras unas gafas de sol que, sin embargo, no podían ocultar lo feliz que había sido Mimi en ese momento.
               Había sido uno de los últimos instantes que yo les había permitido tener antes de quedármelo en Mykonos, y que luego sus amigos vinieran con nosotros a pasar unos días en la que era la isla más importante de la vida de los dos Whitelaw… con permiso, por supuesto, de Gran Bretaña.
               -De eso nada-rió Mimi, apoyando la cabeza de nuevo junto al pecho de Al-. No quiero que Alec lo espante.
               -¿Espantar a quién?-preguntó él, todavía medio dormido, abriendo los ojos todo lo que el sueño que tenía le permitía. Pobrecito mío. Le habíamos despertado con tanto parloteo.
               Levantó la cabeza y se quedó mirando a su hermana, que sacudió la suya y soltó una risita. Luego me miró a mí, y yo también me reí.
               -¿Os estáis… riendo de mí?-preguntó, exhalando un sonoro bostezo. Las dos volvimos a reírnos.
               -Sí.
               -Bueno, anda. No sería la primera… vez-bostezó de nuevo y luego apoyó la cabeza junto a la de su hermana. Exhaló profunda y sonoramente y su corazón volvió a ralentizarse; ni siquiera sabía si contaría como despertarse lo que acababa de hacer o si, por el contrario, él lo había registrado más como un sueño que como la realidad. Para que estuviera más cómodo y porque sabía que ni a Mimi ni a mí nos interesaba nada más que verlo dormir, cogí el portátil en el que habíamos estado viendo la película y me giré para dejarlo en la mesita de noche de mi lado de la cama. Una explosión de amor floreció en mi interior cuando, al notar que me movía y corría el peligro de separarme de él, sus dedos se cerraron en torno a mí. Incluso en sueños luchaba por mantenerme con él, y, aunque sabía que eso le hacía más difícil el volver a Etiopía y que la cama se le haría muchísimo más grande cuando estuviera vacía porque yo estaría a miles de kilómetros de distancia, no podía evitar adorar que mi novio necesitara aferrarse a mí en cualquier circunstancia.
               Me estiré como pude, entonces. Coloqué el ordenador en la esquina de la mesita y lo empujé con los dedos para afianzarlo sobre su superficie. Cuando me giré para reclamar completamente el sitio que me correspondía esa noche al lado de Alec y retomar la conversación con Mimi vi, sin embargo, que ella también se había quedado dormida. Una sonrisa tranquila y feliz, confiada en que todo saldría bien, le curvaba los labios hacia arriba mientras las yemas de sus dedos yacían precisamente sobre el punto en el que el corazón de Alec, fuerte, grande y bueno, le repiqueteaba en el pecho.
               La respiración de los dos hermanos se había acompasado, y con la certeza de que aquella imagen ocuparía ahora el fondo de pantalla de bloqueo de Mimi, no me resistí a hacerles una foto.
               Dejé el móvil sobre el cabecero de la cama de Alec, junto con sus trofeos más apreciados, y yo también me dormí.
              
 
Sabía que esta imagen iba a perseguirme el resto de mi vida, pero que se me quedara grabada y fuera a aparecer en mis sueños más oscuros simplemente para torturarme por lo que tenía y lo que iba a dejar escapar no suponía, necesariamente, que tuviera que apartar la vista.
               Saab estaba de nuevo desnuda frente a mí, pero en unas circunstancias muy diferentes a las de la vez anterior. La última vez que me había permitido disfrutar de sus curvas y de su increíble figura todavía teníamos casi un día de margen en el que podíamos consolarnos pensando en que “mañana” nos separábamos.
               Pero “mañana” ya había llegado.
               Después de un sueño reparador que se volvió casi eterno, me había despertado a media mañana con Sabrae todavía en la cama conmigo, y Mimi en la habitación, sentada en el columpio que había instalado para que Saab se sintiera como en casa cada vez que quisiera hacerle una visita a mi familia, sin saber que lo haría mucho más a menudo y por razones muy distintas de las que yo contaba. No sabía qué había pasado desde que me pusieron la segunda película de Greta Gerwig de la noche hasta que amaneció, pero las dos parecían perdonarme por ese terrible desliz de desperdiciar mi poco tiempo con ellas, a juzgar por las sonrisas que esbozaron.
               Mimi no fue a clase ese día; ni que decir tiene que Sabrae no tenía pensado pisar de nuevo el instituto hasta que yo no hubiera abandonado el país. Cada segundo juntos contaba, tanto para mi novia como para mi hermana, y ahora que habían firmado la paz después de ese extraño experimento en el que habían decidido pelearse frente a mí (fue gracioso ver a Mimi soltando palabrotas y lanzando puñetazos, la verdad, aunque sería mucho más eficiente que se limitara a usar las piernas), los tres fuimos en grupo a ver a Josh una última vez antes de que me volviera al voluntariado.
               -¿No te ha pedido que te quedes?-preguntó mirando con desconfianza a Sabrae.
               -Nop. Lo siento, guapito, pero eso ahora mismo no es una opción.
               -Pues menuda mierda-esta vez fulminó a mi chica con la mirada-. Ya no sé si quiero robarte a tu novia cuando está claro que ella no te quiere lo suficiente. A mí, lo que me molan, son los retos.
               -Apuesto a que sí.
               -Procura que no te pisotee una manada de cebras desbocadas y te mueras, ¿vale? Tengo muchos logros que conseguir que quiero que me aplaudas desde la primera fila-replicó, burlón, pero yo sabía que le dolía tener que volver a decirme adiós, incluso cuando ya le habíamos dicho que regresaría para el cumpleaños de Mimi.
               Me abstuve de decirle que no tenía que preocuparse por eso, porque estaría bastante lejos de cualquier manada de cebras, pero sería dar demasiadas explicaciones que me llevarían demasiado tiempo, de modo que asentí con la cabeza, le di un beso en la frente por el que Josh protestó muchísimo, y luego lo estreché con cuidado entre mis brazos, más consciente que nunca de las vendas que le rodeaban el pecho y retenían la vida en su interior.
               Luego nos tocó ir a recoger comida al restaurante de Jeff, a pesar de que mamá insistió en que quería prepararme mi plato preferido para que me costara más subirme al avión, pero hacer la comida para quince personas (los Nueve de Siempre, mi familia, mi novia y Diana) era demasiado incluso para una experta cocinera como ella. Tuve que aguantar las coñas de Jeff sobre lo mucho que había adelgazado en mi estancia en Etiopía (lo cual era mentira) y lo mal que debían de alimentarme allí (en eso sí tenía un poco de razón) antes de que intentara invitarnos a todos, pero, al final, sólo nos invitó a mi ración. Lo cual ya era todo un detalle.
               El caso es que la comida fue genial y una de las cosas de las que sabía que más me iba a costar despedirme, pero nadie se comportó como lo que aquello realmente era: una comida de despedida, por lo menos, hasta dentro de tres semanas, cuando volviera para el cumpleaños de Mimi. Aunque no les había dicho nada a los chicos para que no se hicieran ilusiones, Mimi no había sido capaz de quedarse callada y ninguno de mis amigos se molestó en disimular que les encantaría que, cuando volviera en noviembre, Sabrae y yo decidiéramos que ya estaba bien de hacernos los independientes y me quedara en Inglaterra.
               Nos salió natural tratar aquella reunión como un encuentro más en el que volaban las pullas, como, por ejemplo, cuando le pregunté a Scott si Eleanor no había venido porque finalmente se había cansado de él.
               -Está en el estudio-explicó mojando un nugget de pollo en salsa barbacoa (y eso que había salsa búfalo en la mesa; este chaval no tenía ni idea de condimentos)-, grabando el disco. Quiere que salga para que sea elegible para los Grammy de este año y ser la primera que gana un Grammy antes de que su carrera cumpla un año.
               -¡Olé y olé por El!-reí, y Tommy se rió, y Scott lo fulminó con la mirada, maldiciendo el día en que me había enseñado el significado de “olé” y los contextos en los que usarlo-. Menuda reina.
               -Demasiado ambiciosa, diría yo-respondió Scott.
               -S, con esa mentalidad de perdedor, a lo más que puedes aspirar es a quedar el segundo-contesté.
               -El segundo es el primero por uno.
               -Sí, y también el primero de los perdedores.
               -De eso sabes tú bastante, ¿no, Al?-me pinchó Tommy.
               -¡Me cago en tu puta madre!
               Creía que no había nada que echaría más de menos que aquella relajación con mis amigos en la que llovían los dardos pero no los puñales.
               Hasta que, después de que me preguntaran qué planes tenía antes de irme al aeropuerto, yo le sostuve la mirada a Sabrae y le tendí una invitación.
               -Darme un bañito relajante con el que perderos de vista a todos.
               Evidentemente, cuando hablaba de “perder de vista” en mi vida, Saab nunca estaba incluida en esa frase. Si ella desaparecía de mi vida, me volvería ciego de vocación, porque si no  tenía la posibilidad de verla, no quería ver nada más.
               Por suerte para mí, ella entendió de sobra lo que yo pretendía realmente, y ahora me estaba regalando esa vista que tan fuertemente me anclaba a Inglaterra, una razón más por la que mandar a la mierda mi orgullo y mi individualidad y quedarme en casa, adorándola como se merecía.
               Nos quedaban apenas un par de horas antes de que yo tuviera que irme al aeropuerto, pasar por las malditas aduanas y despedirme de nuevo de la persona que más me importaba en toda mi vida. Que fuera a verla pronto no era mucho consuelo para mí, sobre todo porque yo ya sabía que iba a verla en poco tiempo la última vez que me marché… y no sabía cómo de mal iba a dejarla. Ahora sí.
               Pero, Dios… pensar en la situación en que se quedaba Saab no era la tortura que ahora mismo ocupaba todos mis pensamientos, sino, más bien, cómo le hacía todo lo que quería hacerle en el poquísimo tiempo que teníamos disponible. ¿Cómo iba a poder concentrar toda una vida adorándola en tan solo dos horas?
               Lo primero que se había quitado fueron los pantalones vaqueros, que se le adherían como una segunda piel. Le sentaba de cine el color negro de aquella prenda, y los bolsillos traseros de cuero remarcaban todavía más un culo en el que quería hundir los dedos, los dientes y, ¿por qué no?, también la polla. Me había costado horrores mantenerme alejado de ella en el tiempo en que habíamos estado con mi hermana, y ella se había dado cuenta de sobra de lo muchísimo que me había costado concentrarme en lo que tenía delante al margen de su cuerpo. Y luego le había tocado el turno al jersey, uno rosa fucsia con topos blancos bajo el que había revelado un sujetador de lencería de color azul turquesa, igual que su tanga.
               Se había tomado su tiempo en quitarse el tanga, y lo último que liberó para la vista fueron sus pechos, que todavía estaban un poco más turgentes que de costumbre gracias a la sujeción que le había proporcionado el sostén.
               No había esperado a que yo me desnudara para hacerlo ella; ni siquiera esperó a que echara el pestillo de la puerta del baño, como si le diera igual que alguien entrara por error y la viera exhibiéndose ante mí. Como si le diera igual tener público de lo que iba a pasar a continuación.
               Como si quisiera que nos pillaran en plena faena. Como si quisiera que alguien más supiera lo que pasaba, las estrellas que danzaban y las galaxias que se formaban, cuando ella y yo estábamos juntos.
               Tenía delante de mí lo que más iba a echar de menos estando en Etiopía: su cuerpo desnudo, las curvas de una costa en la que adoraba bucear, y la chulería que se le ponía en la mirada cuando veía todo lo que su cuerpo provocaba en el mío.
               -¿Qué te apetece hacer?-me preguntó con una voz jadeante que hizo estragos dentro de mí. Si no hubiera estado empalmado ya, me habría empalmado en ese mismo momento. La polla me dolía en los pantalones, que todavía llevaba puestos. “Mírame, Alec”, me había ordenado, y eso había hecho mientras ella se quitaba la ropa. Se sobreentendía que tenía que esperar a que me diera permiso para reaccionar.
               -¿Hacer, o hacerte?-repliqué, y ella se rió. Se apartó el pelo del hombro, de forma que no había nada que ocultara sus pechos en lo más mínimo. Se mordió el labio y a mí empezó a faltarme el aire.
               -Tú decides. Eres tú el que manda-contestó, salvando la distancia que nos separaba y poniéndose de puntillas para besarme en los labios mientras me colocaba la mano en la nuca. Su boca apenas rozó la mía, como la caricia de un fantasma, la promesa de algo con lo que estábamos más que familiarizados y que, sin embargo, siempre parecía nuevo.
               Podía oler su excitación, sentir la forma en que le ardía la piel, sus ganas contenidas a duras penas. Ya habíamos tenido nuestra propia luna de miel invertida a finales de julio, nuestro sol de limón, y aquel festival de sexo en el que nos habíamos sumido para compensar el tiempo que estaríamos separados había sido de lo mejor de nuestras vidas. Y entonces también había sido yo el que había tenido el control.
               Sentí un ligero alivio en la polla cuando Sabrae bajó la mano y la colocó en mi envergadura, sonriendo igual que lo había hecho cuando me dejó correrme en su cara. Me apetecía pedirle eso. Joder, me apetecía todo con ella. Quería tenerlo todo. Quería follármela a pelo, hacérselo por detrás, follarme sus tetas, correrme en ellas, comerle el coño y que ella me la chupara. Quería echar el pestillo en el baño y no permitir que nada, ni siquiera el tiempo, atravesara aquella puerta.
               -Si te digo que quiero ver cómo te sientas en el borde de la bañera, te abres de piernas y te masturbas, ¿lo harás?-contesté, poniéndole una mano en el cuello y bajando otra al espacio entre sus piernas. Pude presenciar en vivo y en directo cómo se mojaba ante la imagen mental que se le formó: ya me había confesado que una de sus fantasías era quitarse toda la ropa mientras yo permanecía vestido, sentado en un sofá, y darse place a sí misma siguiendo mis directrices. Claro que sabía que nos costaría mucho cumplir aquel sueño, porque siempre terminaba corriéndose al ver mi sonrisa satisfecha y comedida, como si me hubiera confirmado algo que llevaba años sospechando… pero, ¿a quién quiero engañar?, yo no sería capaz de mantenerme quietecito mientras Sabrae se hacía unos dedos frente a mí.
               -Qué desperdicio-replicó, separando más las piernas para dejarme más espacio para tocarla-. ¿No te apetece participar?
               Me eché a reír.
               -Pensé que no me lo pedirías, nena.
               Y, sin previo aviso, le di la vuelta y la empujé contra el lavamanos. Sabrae ahogó un grito de sorpresa que se convirtió en un gemido cuando yo empecé a mordisquearle la espada mientras con una mano presionaba su sexo y con la otra empezaba a desabrocharme los vaqueros. Por suerte tenía experiencia de sobra para desnudarme con sólo una mano, gracias a mis años siendo el terror de todos los novios de Londres. Sabrae elevó las caderas, ofreciéndome su culo, y se mordió la sonrisa cuando yo liberé mi polla de los pantalones y los gayumbos, me los bajé un poco para que no nos molestaran, y le levanté la pierna para dejarle la rodilla sobre el lavamanos. Paseé la punta de mi polla por sus pliegues, reteniendo a duras penas mis caderas, que se morían por empujar hacia delante y hundirme en ella, pero aquello… sentir su sensibilidad en mi parte más sensible, su humedad en la parte de mi cuerpo que más podía mojarla…
               -¿Vas a echarme de menos?-le pregunté, acercando la boca a su oído, y Sabrae asintió-. Dilo, Sabrae.
               -Sí.
               -Sí, ¿qué?
               -Sí, te voy a echar mucho de menos. Sí.
               -¿Qué es lo que más vas a echar de menos?-pregunté, pasándole la mano por entre los muslos, jugando con su clítoris y presionando mi polla contra su entrada.
               -Esto. Todo. A ti, entero.
               -¿A mí entero? ¿No a una parte concreta?-me burlé, deteniéndome frente a ella. No lo hagas, me dije a mí mismo, pero estaba como desquiciado. Sólo quería saborearla, sentir que estaba conmigo, llevármela para siempre conmigo a Etiopía. Bañarme en su miel y no sobrevivir nunca a aquel empalago.
               -Sí, a ti entero, pero… también a ciertas partes en especial-dijo, estremeciéndose y tirando de mí. Tenía la punta en su entrada; apenas era hacer un poco de presión y estaría dentro.
               -¿Qué partes?
               Sabrae bufó por lo bajo y yo me reí. Presioné la punta contra su clítoris y Sabrae gimió.
               -Ésa.
               -¿Ésta?
               -Sí.
               -¿Te gusta ésta?-pregunté, y, joder, joder, joder. No podía aguantarme. Tenía que probarla. Solo una vez, me dije. Sólo una vez. No podía tenerla con las piernas abiertas, el sexo palpitante y caliente, resplandeciente por sus fluidos, y no zambullirme en ellos aunque sólo fuera una vez.
               Así que me hundí lentamente en ella y los dos gruñimos. Sabrae se inclinó hacia mí, presionando sus nalgas contra mis caderas, estirando el brazo y abriendo los dedos. Yo le clavé los dedos en las nalgas de una forma en que supe que le quedarían marcas… y me atreví a desear que me enviara fotos de ellas.
               -Por favor-me suplicó-. Por favor, Alec, por favor-me pidió mientras se cerraba en torno a mí, y yo dejé escapar un gruñido.
               -Joder, Sabrae. Estás tan prieta. No sé si…
               -En los pantalones-me pidió-. Si no quieres correrte dentro, mira en mis pantalones. Pero acaba dentro de mí. Por favor. Por favor-repitió, y yo miré sus vaqueros. Me pareció ver un bulto que se recortaba contra uno de los bolsillos traseros, y sonreí. Le besé la espalda y la embestí otra vez.
               -Recuérdame que te coma el coño con más ganas la próxima vez.
               Sabrae se dio la vuelta y se sentó en el lavamanos mientras yo recogía sus pantalones, sacaba el paquetito del condón y me lo ponía. Debido a que estaba lubricado con los fluidos de su entrepierno me resultó mucho más fácil, y cuando me di la vuelta, me encontré con que Sabrae había separado las piernas y estaba jugando con su clítoris como lo hacía en esos sueños que me mantenían vivo en Etiopía.
               -Espero que no te importe el pequeño detalle de que lo haga en el lavamanos y no en la bañera.
               -Joder-protesté, acercándome a ella, y eso fue lo que hicimos: jodimos como animales en celo, como si lleváramos años sin hacerlo, como si fuéramos lo único que el otro necesitaba para perder la cordura y la noción del tiempo. Fue un polvo sucio, en el que ella me arañó y yo la mordí, en el que sus uñas se clavaron en mi piel y me dejaron lleno de marcas allá donde sus labios no alcanzaban. Ella cerraba las piernas en torno a mis caderas y yo respondía tirándole del pelo, ella movía sus caderas en círculos y yo la penetraba más fuerte; ella gemía y yo gruñía, ella decía mi nombre y yo jadeaba. La puse de espaldas, de nuevo con una pierna levantada, y llegué a lo más profundo de su cuerpo; luego ella se dio la vuelta y me empujó hasta dejarme tirado en el suelo, y se puso encima de mí como quien quiere montar a un potro salvaje; rodamos  en un par de ocasiones, recuperando el control y perdiéndolo otra vez a partes iguales, y, finalmente, estábamos de pie contra la pared, ella con las piernas enganchadas a mis glúteos, las manos levantadas, los brazos extendidos; con una se empujaba hacia mí, y la otra la tenía entrelazada con la mía, bien alto, mientras movía las caderas al mismo ritmo al que las movía yo, en círculos y adelante y atrás, en círculos y adelante y atrás, dándonos una fricción deliciosa tanto en nuestros sexos como en nuestro pecho, en el que sus pezones arañaban mis pectorales, en el que su cintura se moldeaba por la mano en que tenía en su piel cubierta de sudor.
               -Así, Alec, sí. Así. Oh, sí, justo así. Justo así, chico. Justo así. Oh, sí…  Alec, sí… eres tan grande. Me gusta tanto.
               Los únicos puntos en que la gravedad podía reclamarla era en mis piernas y mi polla, y nos estábamos aprovechando de esa fuerza que sostenía todo el universo en su lugar para conseguir el mayor placer posible. Sabrae arqueó la espalda y yo le mordí el cuello mientras se corría.
               -Joder, joder, joder…-gimió, estallando en un orgasmo que hizo que se echara a temblar de pies a cabeza, que sus piernas se cerraran todavía más en torno a mí, y que el espacio de nuestra unión se apretara mucho más. Y así, con sus uñas clavándoseme en los omóplatos, sus pezones contra mi pecho y su coño exprimiéndome, yo también me corrí. Sabrae me hundió las uñas entonces en la espalda, acusando la nueva presión entre nosotros y la energía que estallaba a nuestro alrededor, surfeando un nuevo orgasmo cuando todavía no había acabado de disfrutar del anterior. Separé un poco más las piernas y la pegué más contra la pared, negándome a que nada de lo que ella tuviera se escapara de mi disfrute. A duras penas le dejé espacio para recuperar el aliento.
               Cuando por fin lo hizo, giró la cabeza y me miró a los ojos. Me dejó disfrutar del espectáculo que es verla volver en sí después de tener un orgasmo, en el que surfeaba por las nubes mucho más lejos, alto y rápido de lo que yo podía soñar.
               Y, entonces, Sabrae se echó a llorar.
               Y, entonces, yo me eché a llorar también.
               Todo el universo se condensaba en nuestros alientos, cristalizaba en las lágrimas que compartíamos porque aquello no era justo. Nuestro bien no debería estar en nuestra separación, ni deberíamos mantenernos lejos el uno del otro para probar qué tal nos iba. Todo esto era tan intenso… me parecía irreal que nos estuviéramos despidiendo otra vez cuando sabíamos que nos iba mal lejos el uno del otro. ¿Acaso éramos los dos seres más tozudos del planeta?
               -Tranquila. Tranquila. Todo va a salir bien-le dije entre lágrimas, besándole las mejillas mientras le acariciaba el costado. Todavía tenía mi miembro en su interior, pero la forma en que estábamos conectados ahora trascendía de vínculo físico.
               -No llores, sol. No te preocupes-me pidió ella a cambio, besándome en los labios y acariciándome los brazos. Creo que era la primera vez desde que había regresado de Etiopía que se olvidaba del peso que había cogido y del miedo que le daba que fuera más de lo que yo podía soportar, pero no sé si se debía a que yo había ganado todavía más masa muscular que kilos había cogido Saab, o que sabía que faltaba demasiado poco para alejarme de ella, pero jamás la había sentido tan ligera.
               La habría dejado en el suelo para poder abrazarla mejor, pero me di cuenta de que ella necesitaba abrazarme más que yo necesitaba abrazarla cuando cerró los brazos en torno a mí y la forma en que su peso se repartía por mi cuerpo cambió. Apoyó la mejilla en mi hombro y trató de tranquilizarse escuchando el sonido de mi respiración. Yo le acaricié el pelo y le besé la cabeza, dispuesto a esperarla el tiempo que hiciera falta.
               -Esto no puede estar mal bajo ningún concepto-se quejó, y yo asentí-. ¿Cómo vas a ser malo para mí si… si haces todo sobre lo que canta Beyoncé en Plastic off the sofa? Me escuchas mientras lloro y dejas que me apoye en ti. Y no te quejas. Y ellos…-sorbió por la nariz-. Alec, tus hijos no se merecen que sus abuelos piensen que tienen algo malo siendo tuyos. Y yo quiero… quiero que si me quedo embarazada, sus abuelos se alegren de que venga-gimió, aferrándose todavía con más fuerza a mí, y yo le besé la cabeza y le acaricié la espalda.
               -Se alegrarán-respondí.
               -Eso no lo sabes.
               No, no lo sabía, pero sólo me quedaba la esperanza de que las cosas fueran un poco a mejor. Me costaba imaginarme perdonando a Sherezade a Zayn; sí manteniendo una relación cordial con ellos por el bien de Sabrae, pero no sería capaz de perdonarlos por ella porque era a ella a quien más daño habían hecho.
               ¿Quién sino él podría haberte dejado preñada por accidente y luego perdonarte porque no pudieras darle más críos? Saab había sido increíblemente cruel con su madre, y aunque sabía que ella podía dar donde más dolía cuando quería (yo mismo lo había sufrido en mis propias carnes un par de veces), también sabía lo mucho que se arrepentía justo después. Sherezade también debería saberlo y debería pensar en su hija antes que en cualquier otra cosa.
               No había sabido ver más allá. No había sido capaz de entender lo que se escondía detrás de esa acusación de Sabrae: Papá te perdonó cuando no pudiste darle más hijos. Incluso cuando me tuvisteis a mí.
               Estaba proyectando en su madre los miedos que ella misma sentía sobre no ser suficiente para mí. Era eso lo que la había sacado de casa y la había hecho drogarse aquella noche de mierda de agosto; era eso lo que la había roto por dentro cuando le conté lo que había pasado aunque luego resultara que no; era eso lo que le había amargado la noche de la boda de Iria y Bastian en Mykonos. Era eso lo que le daba miedo de Perséfone. Que ella no fuera suficiente para mí, y Perséfone sí. Que yo me quedara con Mykonos y no con Inglaterra. Que Nechisar fuera mi hogar y no Londres, todo por la chica que estaba allí.
               -Vamos a hacer una cosa-le dije, jugueteando con el pelo en su espalda, y ella levantó la cabeza y me miró-. Vamos a llorar todo lo que queramos antes de que yo me vaya. Vamos a bañarnos y a limpiarnos los miedos el uno al otro. Y luego vamos a salir ahí-dije, haciendo un gesto con la cabeza en dirección a la puerta-, y vamos a hacer como si nada nos afectara. Como si sólo se lo perdieran ellos. ¿Vale, Saab? Aunque no sea verdad. Aunque les eches de menos.
               »Y luego iremos a tu casa y yo veré a tus padres. Quiero decirles en persona que me voy. Quiero que sepan que no les tengo miedo. Que estoy seguro de esto-dije, señalando el espacio entre nosotros dos-, y de que vamos a ganar. Si me voy sin decirles nada parecerá que creo que tienen razón, y… nada más lejos de la realidad. Tú me lo has dicho, ¿recuerdas? Quieres lo especial y lo ordinario conmigo. Esto no está mal. Son ellos los que se equivocan.
               No estaba para nada convencido de lo de macharme a Etiopía, y me daba auténtico pavor todo lo que Sabrae iba a pasar estando sola, pero si estaba seguro de algo, era que yo podía traerla de entre los muertos, igual que ella lo había hecho conmigo.
               Odiaba esta puta apuesta que Zayn y Sherezade me estaban obligando a hacer. No quería librar este combate, pero… Sabrae era un premio como ninguno otro había ahí fuera. Y ya lo decía Sergei: para ganar el oro tienes que mancharte las manos… y siempre era de sangre.
                Mejor la mía que la de Sabrae.
               Sólo tres semanas, me dije a mí mismo cuando vi el dolor en su mirada, la forma en que necesitaba creerme pero no era capaz de hacerlo. Tres semanas. Ése era el margen que nos habíamos dado, la promesa que le había hecho.
               Sólo tres semanas. Y luego yo volvería. Cuidaría de ella hasta el final de mis días. Jamás volvería a dudar de que vivía en una casa en la que era bienvenida, de que pertenecía a una familia en la que era amada.
               El que gana no es el que más hostias reparte, me había dicho Sergei una vez, ni tampoco necesariamente es el que más fuerte las da. Eso siempre ayuda, pero al final, ¿sabes cuál es el que gana? El que tiene más ganas. El que tiene más razones para aguantar en pie. El que prefiere que lo saquen muerto del ring a salir por su propio pie sin premio.
               Iba a ganar esta pelea. Lo sabía. Tenía todo lo que Sergei decía que hacía falta para ganar: el aguante, las ganas.
               El desprecio total por lo que suponía perder. ¿Para qué cojones quería una vida extra si no podía pasarla con Sabrae? Tenía tres semanas de margen; sólo tenía que esperar.
                


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1 comentario:

  1. Bueno tengo que empezar recalcando el final y como he echado un par de lagrimillas porque me ha dado una pena terrible ese momento de ambos bañándose y llorando juntos y ver como Alec comienza el capítulo de una forma y lo termina sacando una fuerza de dentro maravillosa. Si va a ocurrir tal cual el quiere estoy deseando ver como se sucede esa conversación con Zayn y Sherezade.
    Por otro lado el momento de Mimi y Sabrae me ha descojonado y me ha hecho muchísima gracia que las dos capullas lo pactasen y la conversación que tienen mientras Alec duerme. Estoy deseando ver un poquito mas de la relación con Trey y tmb un poquito mas de Saab con Mimi.

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