¿Cómo iba a no hacerlo? Estaba tan preciosa que no tenía
escapatoria; le concedería todos sus deseos, incluso si supusieran la
destrucción de ambos. Mi existencia apenas me importaba, más allá de lo
necesario que me había vuelto para su felicidad; pero, por lo demás, yo no
tenía nada de valioso más allá de lo que le sirviera a Saab.
Estaba arrebatadora, con mi camisa y mis besos por todo su cuerpo. No podía no decirle lo que me había pasado en Etiopía.
-Ni siquiera sé por dónde empezar-confesé, encogiéndome de hombros mientras me pasaba una mano por el pelo y la dejaba caer a mi lado. Sabrae se relamió los labios, paciente, y me miró con la ternura e inocencia de un corderito que no sabe que va a ser sacrificado al día siguiente para la salvación de toda una nación, y que simplemente está disfrutando de una preciosa noche en el campo junto a su madre-. Seguramente soy un estúpido por pensar que no tenías razón con respecto a mis encantos, y que Valeria no iba a doblegarse a lo que yo quisiera, pero… bueno, todo es distinto desde que volví hace tres semanas. Es como si el campamento estuviera esperando, dormido, a que algo pasara, y no lo supiera nadie hasta que no ha pasado. Las mujeres…-se me quebró la voz, y Sabrae me cogió de la mano y besó la unión de nuestros nudillos, la frontera más pacífica que hubiera conocido la historia-. Estaban ansiosas por que regresara para darme un montonazo de cosas. Por supuesto, no es que me interese lo que quieran darme, ni nada por el estilo. Es decir, lo agradezco un montón, pero… no salvé a ese niño pensando en que fueran a darme algún tipo de retribución. Lo hice porque era lo correcto, Saab-dije, clavando los ojos en ella, deseando que en mi mirada viera todo lo que yo había tratado de rechazar de mis demonios. Sabía que en mis momentos más bajos mis demonios regresarían para decirme que siempre había pensado en las consecuencias que tendría lo que había hecho, que nadie se lanza de cabeza en un pozo por un niño que no conoce en un país en el que nadie habla su lengua, y que yo no me merecía la gratitud de aquellas mujeres porque mi hazaña no había sido desinteresada. Sabía que puede que hubiera gente en el voluntariado que pensara eso mismo, aunque no se atrevieran a decírmelo porque ahora me había vuelto una especie de “protegido” de Valeria, y era claramente su ojito derecho.
Sabía que el tío que Sabrae había creído hasta hacía un año que era, y el resto de Londres todavía lo pensaba, seguramente habría salido del pozo con una chulería mal disimulada, porque no había nada que le gustara más que hacerse el héroe. Los regalos de las mujeres encajaban demasiado bien con la máscara que había llevado puesta durante tanto tiempo que bien podría haberse convertido en mi personalidad real.
Desde luego, habría sido así si no fuera por Saab.
-Aun así, creo que mi pequeña intervención ha tenido sus ventajas. Quiero decir, más allá de que el niño ahora está vivito y coleando, evidentemente. Incluso aunque hay veces que pienso que es una molestia que se toman por alguien que no se la merece, porque cualquier persona decente habría hecho lo mismo que hice yo…
-¿Te refieres a saltar al pozo?-preguntó Sabrae, y yo me relamí los labios y asentí con la cabeza.
-Sí.
-Creo que sigues subestimando tu propia bondad, Al. Seguro que no eras el que más cerca estaba del pozo cuando el pequeño se cayó, y sin embargo tú eres el único que saltó-murmuró, acariciándome la mandíbula con gesto distraído. Tenía los ojos brillantes, con una luz que hacía mucho tiempo que no veía en ellos, y me rompió el corazón identificarla como el bien raro y escaso en que se había convertido, pues aquella luz era su felicidad.
Estaba feliz y a salvo en aquella habitación, disfrutando de mi compañía y de no tener que preocuparse por nada más que escucharme con atención e imaginarme en todos aquellos recuerdos bonitos que injustamente había creado sin ella. Aun así, yo no podía mirar a Etiopía con ningún rencor en ese aspecto, no cuando las últimas tres semanas me habían dado tanto.
A mi ausencia, tal vez, pero a Etiopía no.
Al menos, de momento. No hasta que Saab no me dijera qué tal había sido su periodo de prueba.
-Creo que fui el más rápido en saltar-respondí, encogiéndome de hombros y capturando su mano con la mía-. Pero estoy seguro también de que no habría sido el único.
-Pero sí el primero-respondió, besándome la palma de la mano y acomodándose de nuevo sobre la almohada, recordándome a todas las pinturas de las vírgenes de pelo dorado y piel nívea a las que les habían dado esos atributos precisamente porque si las pintaban como era Sabrae, todos los creyentes se volverían locos ante su belleza-. Sigue.
Carraspeé y continué con mi relato.
-Cuando llegué y vi la montaña de frutas que habían dejado en mi cama, no me lo podía creer. Y tampoco me podía creer que los demás hubieran aguantado sin asaltar la oficina de Valeria para pedirle explicaciones, pero después de que yo llegara, todo se vino abajo como un castillo de naipes. Pero en el buen sentido. Valeria decidió ser sincera con todos ellos, decirles lo que les había pasado a las mujeres, y les aseguró que el que se las hubiera mantenido en secreto no tenía nada que ver con ellos. Les dio la opción de unirse a mí para ayudarlas como pudiéramos y todos aceptaron.
»Y, si te soy sincero, creo que ha sido para mejor. Visto en retrospectiva, me parece que…-tragué saliva, atragantándome de nuevo con mis palabras. Cómo no, en presencia de Sabrae llegaba a confesar cosas que ni siquiera me había permitido plantearme estando lejos de ella. Jamás había dicho esto en voz alta, jamás se lo había insinuado siquiera a Luca o a Perséfone.
Pero me di cuenta en ese momento, cuando la verdad se aferró con uñas y dientes a mi garganta, de que creía que todo lo que yo había sufrido había merecido la pena. Si no me hubiera escapado para ayudar a Sabrae y luchar por ella, Valeria no me habría castigado impidiéndome volver a la sabana, no habría pasado tanto tiempo en el santuario y puede que no habría estado allí cuando el niño se cayó al pozo, así que no habría sido yo el que lo hubiera salvado (al contrario que mi chica, yo sí estaba convencido de que los soldados o mis compañeros de la cuadrilla de constructores habrían impedido que al pequeño le pasara una desgracia, pero yo había sido tan impulsivo que no les había dado la opción a demostrar mi teoría), las mujeres no me habrían estado agradecidas y no habrían salido del santuario para demostrármelo, así que mis compañeros no habrían descubierto la verdad y habríamos continuado separados hasta el final de nuestra estancia. Todo seguiría igual, con una firme separación entre ambos campamentos y el consiguiente aislamiento de las mujeres.
Entendía a Valeria. Entendía que quisiera protegerlas mejor que nadie, créeme.
Estaba arrebatadora, con mi camisa y mis besos por todo su cuerpo. No podía no decirle lo que me había pasado en Etiopía.
-Ni siquiera sé por dónde empezar-confesé, encogiéndome de hombros mientras me pasaba una mano por el pelo y la dejaba caer a mi lado. Sabrae se relamió los labios, paciente, y me miró con la ternura e inocencia de un corderito que no sabe que va a ser sacrificado al día siguiente para la salvación de toda una nación, y que simplemente está disfrutando de una preciosa noche en el campo junto a su madre-. Seguramente soy un estúpido por pensar que no tenías razón con respecto a mis encantos, y que Valeria no iba a doblegarse a lo que yo quisiera, pero… bueno, todo es distinto desde que volví hace tres semanas. Es como si el campamento estuviera esperando, dormido, a que algo pasara, y no lo supiera nadie hasta que no ha pasado. Las mujeres…-se me quebró la voz, y Sabrae me cogió de la mano y besó la unión de nuestros nudillos, la frontera más pacífica que hubiera conocido la historia-. Estaban ansiosas por que regresara para darme un montonazo de cosas. Por supuesto, no es que me interese lo que quieran darme, ni nada por el estilo. Es decir, lo agradezco un montón, pero… no salvé a ese niño pensando en que fueran a darme algún tipo de retribución. Lo hice porque era lo correcto, Saab-dije, clavando los ojos en ella, deseando que en mi mirada viera todo lo que yo había tratado de rechazar de mis demonios. Sabía que en mis momentos más bajos mis demonios regresarían para decirme que siempre había pensado en las consecuencias que tendría lo que había hecho, que nadie se lanza de cabeza en un pozo por un niño que no conoce en un país en el que nadie habla su lengua, y que yo no me merecía la gratitud de aquellas mujeres porque mi hazaña no había sido desinteresada. Sabía que puede que hubiera gente en el voluntariado que pensara eso mismo, aunque no se atrevieran a decírmelo porque ahora me había vuelto una especie de “protegido” de Valeria, y era claramente su ojito derecho.
Sabía que el tío que Sabrae había creído hasta hacía un año que era, y el resto de Londres todavía lo pensaba, seguramente habría salido del pozo con una chulería mal disimulada, porque no había nada que le gustara más que hacerse el héroe. Los regalos de las mujeres encajaban demasiado bien con la máscara que había llevado puesta durante tanto tiempo que bien podría haberse convertido en mi personalidad real.
Desde luego, habría sido así si no fuera por Saab.
-Aun así, creo que mi pequeña intervención ha tenido sus ventajas. Quiero decir, más allá de que el niño ahora está vivito y coleando, evidentemente. Incluso aunque hay veces que pienso que es una molestia que se toman por alguien que no se la merece, porque cualquier persona decente habría hecho lo mismo que hice yo…
-¿Te refieres a saltar al pozo?-preguntó Sabrae, y yo me relamí los labios y asentí con la cabeza.
-Sí.
-Creo que sigues subestimando tu propia bondad, Al. Seguro que no eras el que más cerca estaba del pozo cuando el pequeño se cayó, y sin embargo tú eres el único que saltó-murmuró, acariciándome la mandíbula con gesto distraído. Tenía los ojos brillantes, con una luz que hacía mucho tiempo que no veía en ellos, y me rompió el corazón identificarla como el bien raro y escaso en que se había convertido, pues aquella luz era su felicidad.
Estaba feliz y a salvo en aquella habitación, disfrutando de mi compañía y de no tener que preocuparse por nada más que escucharme con atención e imaginarme en todos aquellos recuerdos bonitos que injustamente había creado sin ella. Aun así, yo no podía mirar a Etiopía con ningún rencor en ese aspecto, no cuando las últimas tres semanas me habían dado tanto.
A mi ausencia, tal vez, pero a Etiopía no.
Al menos, de momento. No hasta que Saab no me dijera qué tal había sido su periodo de prueba.
-Creo que fui el más rápido en saltar-respondí, encogiéndome de hombros y capturando su mano con la mía-. Pero estoy seguro también de que no habría sido el único.
-Pero sí el primero-respondió, besándome la palma de la mano y acomodándose de nuevo sobre la almohada, recordándome a todas las pinturas de las vírgenes de pelo dorado y piel nívea a las que les habían dado esos atributos precisamente porque si las pintaban como era Sabrae, todos los creyentes se volverían locos ante su belleza-. Sigue.
Carraspeé y continué con mi relato.
-Cuando llegué y vi la montaña de frutas que habían dejado en mi cama, no me lo podía creer. Y tampoco me podía creer que los demás hubieran aguantado sin asaltar la oficina de Valeria para pedirle explicaciones, pero después de que yo llegara, todo se vino abajo como un castillo de naipes. Pero en el buen sentido. Valeria decidió ser sincera con todos ellos, decirles lo que les había pasado a las mujeres, y les aseguró que el que se las hubiera mantenido en secreto no tenía nada que ver con ellos. Les dio la opción de unirse a mí para ayudarlas como pudiéramos y todos aceptaron.
»Y, si te soy sincero, creo que ha sido para mejor. Visto en retrospectiva, me parece que…-tragué saliva, atragantándome de nuevo con mis palabras. Cómo no, en presencia de Sabrae llegaba a confesar cosas que ni siquiera me había permitido plantearme estando lejos de ella. Jamás había dicho esto en voz alta, jamás se lo había insinuado siquiera a Luca o a Perséfone.
Pero me di cuenta en ese momento, cuando la verdad se aferró con uñas y dientes a mi garganta, de que creía que todo lo que yo había sufrido había merecido la pena. Si no me hubiera escapado para ayudar a Sabrae y luchar por ella, Valeria no me habría castigado impidiéndome volver a la sabana, no habría pasado tanto tiempo en el santuario y puede que no habría estado allí cuando el niño se cayó al pozo, así que no habría sido yo el que lo hubiera salvado (al contrario que mi chica, yo sí estaba convencido de que los soldados o mis compañeros de la cuadrilla de constructores habrían impedido que al pequeño le pasara una desgracia, pero yo había sido tan impulsivo que no les había dado la opción a demostrar mi teoría), las mujeres no me habrían estado agradecidas y no habrían salido del santuario para demostrármelo, así que mis compañeros no habrían descubierto la verdad y habríamos continuado separados hasta el final de nuestra estancia. Todo seguiría igual, con una firme separación entre ambos campamentos y el consiguiente aislamiento de las mujeres.
Entendía a Valeria. Entendía que quisiera protegerlas mejor que nadie, créeme.