miércoles, 5 de junio de 2024

Ya no éramos tan jóvenes cuando te vi por primera vez.

Corría el año 2009 y yo estaba en mi habitación, en la que mi colección de peluches era un poco más modesta que ahora y todavía tenía televisión para antes de acostarme. Recuerdo que hacía sol ese día y que tenía mi Nokia con cámara (un diseño que no van a igualar por mucho que lo intentaran, porque no había nada más dramático que colgar deslizando la pantalla hacia el teclado) preparado para capturar cualquier imagen que saliera de mi actor favorito del momento, ése en torno al que construí toda mi personalidad online durante mi adolescencia. Entonces, Shakira y Taylor Lautner anunciaron que Taylor Swift acababa de ganar un premio al que estaba nominada por You belong with me. En la pantalla de mi pequeño Nokia se escucha entonces a una cría cantar (o intentarlo) el estribillo de la canción, una que sentía incluso aunque yo no hubiera tenido aún un chico que me gustara y que me hiciera entender exactamente sobre qué hablaba Taylor en ese momento.
               Aquel fue uno de mis primeros contactos con el mundo de los fandoms y con el de las actuaciones en directo; You belong with me y Love story, las miembros honoríficos del selecto club de canciones que entraron en la primera tanda de mi reproductor de mp3, que en vez de ser plano tenía la forma de la pila que había que ponerle para poder transportarme a Estados Unidos para ponerme música que no entendía de fondo mientras leía.
               Aunque yo nunca me he considerado una Swiftie porque me falta la base de los conocimientos de la vida privada de Taylor que me permitan comprender mejor sus canciones o no me absorbe su música hasta el punto de que sea la única que me apetece escuchar, para mí Taylor siempre ha estado ahí. Ha sido una incondicional de mis listas que fue creciendo y madurando conmigo (o, más bien, yo con ella) y que, en algunos momentos, incluso supo exactamente qué era lo que necesitaba y me lo dio con esa generosidad que sólo tienen los cantantes: ¿necesitaba perfección pop? Aquí estaba 1989. ¿Iba a tener más adelante una época un poco más de chica mala? reputation al rescate. Sus discos más famosos, al menos hasta el confinamiento, se cosieron a los pliegues de mi alma y se han negado a marcharse de ahí no importa lo fuerte que sople el viento.
               No había considerado siquiera que el verla en directo fuera un sueño a cumplir, porque hasta hace unos años creía que los conciertos necesitaban mucha más conexión con el artista, hasta que no vi en Netflix la gira de reputation y me lamenté profundamente de no haber estado allí, de no haber apreciado las canciones más “alegres” o “menos serias” de reputation en su momento hasta el punto de pensar en irme a otro país para verla. Por suerte para mí (y por desgracia para ella), creo que influyó mucho que a Taylor le robaran la obra de su vida y decidiera reclamarla haciendo una gira en la que, incluso con 34 años, podría salir con los brazos pintados con letras de sus canciones hablando de lo mucho que puede disfrutarse luchando contra dragones.
               Con The Eras Tour he tenido una segunda oportunidad que yo no sabía que necesitaba; cierto es que no me parece que haya sido el concierto de mi vida, como sí que veo que ha sido para mucha gente por la que me alegro profundamente, pero por una sencilla razón: Taylor, a pesar de encabezar la lista de artistas omnipresentes en las canciones que yo escucho, poco a poco se está alejando de mí, o puede que yo de ella. O puede que 1989 y reputation fueran unas excepciones de obsesión en una carrera que por lo demás a mí siempre va a gustarme, pero que sólo me apasiona en momentos más bien puntuales. Por supuesto, eso está bien. En cada disco siempre tiene un regalo para mí que, además, es tan amable de interpretar en sus conciertos: me pasa con Karma y me pasa con I Can Do It With A Broken Heart (aunque siempre me dolerá la pérdida de the one o the last great american dynasty). Es cierto que al volver del concierto tenía una sensación de un poco de desilusión, ya que los discos que menos me gustan de ella son precisamente los que cierran el espectáculo, y al final, no puedes evitar que la última impresión sea de las más definitorias. Aun así, a medida que han ido pasando los días, he ido valorando más y más el total del concierto y no tanto su final, porque un mal postre no puede estropear una muy buena comida. Y, en cierto sentido, así siento que ha sido The Eras para mí: el concierto en sí estuvo genial, ella estaba guapísima y decidió bendecirnos con el body más bonito de Lover; Wildest dreams fue un regalo y el set de reputation, una reconciliación con la Erika de 21 años que no podía dejar de imaginarse cómo sería la actuación que sus personajes harían de Look What You Made Me Do. Como dice en 22, se sintió como una de esas noches en las que no vas a dormir; pero, al contrario de lo que ella cantó allá por 2012, sabes que te lo vas a pasar bien y que, durante 3 horas y media, no va a haber problemas.
               Pero es que además está todo lo que se sale de la música: mis cuerdas vocales haciéndome daño cuando reconocí Snow on the beach después de que mis amigas me dijeran un montón de veces que esta canción era “sí, sí”; la absoluta locura que fue el “ni de coña” de Kam, y mis gritos de “que viene, que viene” cuando se acercaba al final de la pasarela, donde estábamos nosotras; el ambiente, la ropa, el hobby que he descubierto haciendo pulseras… por un instante, Madrid fue mi espacio seguro, en el que reinaba la amabilidad y podía reconocer lo que tenía en común con alguien simplemente al verlo por la calle: eran las ganas de pasárnoslo bien, de disfrutar, de reconectar con esos críos de 11, 12, 13 años que éramos cuando Taylor salía en la Mtv, todo rizos dorados y un amor tan visible como intenso, hasta el punto de resultar desgarrador. La verdad es que lo disfruté; sí, disfruté cada momento del concierto mientras sentía que me pertenecía, aunque me hubiera gustado que no se hubieran perdido por el camino canciones anteriores, que ya no van a tener oportunidad de volver a sonar en directo (ay, Dios, mi pobre Long Live) en detrimento de otras que apenas tienen meses. Ahí sí que creo que Taylor se equivocó, porque podría haber hecho un tour independiente de su último disco (o de los últimos dos), y dejarnos la nostalgia intacta. Un así… he escuchado Don’t Blame Me en directo; así que tampoco me siento cómoda para quejarme. Me regaló mi canción preferida en directo y la oportunidad de cantarla a pleno pulmón; una segunda oportunidad que no podía desaprovechar, fuera en Lisboa o fuera en Madrid; fuera rodeada de españolas o de estadounidenses.
               The Eras ha sido algo que me ha encantado vivir, y no me arrepiento ni de haber gastado el dinero que me gasté ni tampoco de cómo me preparé, tanto con las pulseras como antes de salir del hotel. Si acaso, puede que me hubiera trabajado un poco más el outfit, pero las maletas y las prisas son traicioneras y a veces tienes que capear el temporal como te vienen dadas. ¿Repetiría el futuro? Pensándolo en frío, y aunque lo disfruté muchísimo, diría que no; pero porque soy consciente de que esto ha sido una oportunidad única que es muy posible que no se repita, y que se han alineado los astros para que escuche mis dos discos preferidos en directo cuando ya están a la mitad de la discografía. Ya casi nadie hace esto.
               Suerte que Taylor Swift, que tiene la ambición casi tan afilada como su pluma, no tenga miedo de destacar, ni le importe tampoco gritar sus puentes más antiguos con la misma intensidad con la que lo hace con los nuevos. Suerte que estuve allí y escuché su “hola”, suerte que fui un puntito de luz multicolor contribuyendo a crear un mar danzarín arcoíris, suerte que me pude dejar la voz gritando sobre estar borracha en la parte trasera de un coche no habiendo bebido jamás o de ser una drogadicta del amor de un novio que ni siquiera tengo. Suerte que en esto sigamos coincidiendo, y suerte que mi Nokia pudo grabarnos a ambas en nuestro primer dueto hace casi quince años.
               Suerte que, aunque ya no éramos tan jóvenes cuando nos vimos por primera vez, siga pudiendo cerrar los ojos y verme de nuevo ahí, con los brazos atestados de pulseras y la purpurina como una nueva capa de mi piel. Para que luego haya gente que le tiene miedo al número 13.
               Así que, Taylor… muchas gracias por esta oportunidad. Seguiremos encontrándonos en mi cabeza, en pinceladas de tres minutos en mi rutina; no te prometo que te esperaré en la ventana, pero creo que, después de lo que hemos pasado juntas, al contrario de lo que le pasa a Peter, yo no voy a apagar la luz.



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