lunes, 10 de junio de 2024

Premio, castigo, redención y tentación.


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Joder, pero qué bien sentaba estar de vuelta. Ya no recordaba lo sana que era la sensación de pertenencia, lo liberadora, desde que me había separado de mis amigos y había convertido mis rutinas de los viernes y los sábados por la noche en algo del pasado. Era como si todo fuera mucho más luminoso; las canciones, mejores (y eso que estaban sacadas directamente de una lista de canciones que Jordan había preparado meticulosamente siguiendo las instrucciones de mi hermana); la gente, más maja.
               Era como si mi vida realmente hubiera sido todo lo que los demás habían creído que era desde fuera, como si respirara el motivo de que todos los tíos de la ciudad me tuvieran envidia. Como si realmente hubiera nacido para ser la puta hostia y el protagonista de todas las historias en las que me cruzaba.
               Y todo porque había entrado en la discoteca de los padres de Jordan cogido de la mano de Sabrae, que resplandecía como una estrella radiante en lo más alto del firmamento. Después de la cena con las amigas de Mimi habíamos hecho una parada rápida en casa de Taïssa, que quedaba de camino desde el restaurante en el que habíamos cenado, y Saab se había esmerado en hacer que el tiempo que había pasado lejos de mí se quedara encerrado en lo más profundo de nuestra memoria arreglándose para la ocasión. Pasara lo que pasara, aquella noche iba a ser memorable: puede que no hubiera sexo de por medio, pero sin duda iba a ser especial. Estábamos decididos a comportarnos como si todo fuera genial en nuestras vidas, como si estuviéramos llevando la mar de bien eso de habernos separado y todo el mundo hubiera estado esperando a que nos juntáramos de nuevo aguantando la respiración.
               Le había pedido a Taïssa que fuera a buscar a su casa un vestido holográfico morado que relampagueaba en la pista de baile cada vez que se movía; se había pintado los párpados con sombra de ojos morada, se había delineado la mirada hasta tenerla como la de una diosa egipcia en el negro más oscuro que se había inventado nunca, y llevaba los rizos sueltos, brincando a su alrededor y enmarcándole una cara que debería tener un Máster específico en las facultades de Bellas Artes. Tenía los labios más apetecibles del mundo, resaltados con un gloss transparente que yo no me había cansado de besar y que ella se había tenido que aplicar un millón de veces desde que salimos de casa de Taïssa, y unos pendientes de aro con brillantes le hacían compañía a los colgantes con mi inicial y el elefantito que le había regalado y que siempre llevaba.
               Joder, estaba espectacular. No me extrañaba que todos los presentes, un mar de caras conocidas en las que no había vuelto a pensar desde que me marché de Londres, nos hubieran hecho el pasillo y se hubieran puesto a aplaudir cuando nos vieron entrar, a Sabrae contoneándose sobre unos zapatos de tacón dorados que le iban a doler horrores en unas horas, y yo con mi brazo en su cintura como el premio que era a la hazaña que había supuesto conquistarla.
               -Ahora entiendo por qué haces tan a menudo lo de llegar tarde. Cuanta más gente te espera, más gente te aplaude, ¿verdad?
               -Ni que te hubiera tenido esperándome ni una sola vez de las que quedamos, nena-ronroneé, dándole una palmada en el culo y disfrutando de la risa musical que ese gesto le arrancó-. Aunque tengo que confesar que esto no suele ser lo habitual. No suelen aplaudirme cuando estoy tan vestido, ni suelen hacerlo con las manos.
               Sabrae se volvió a reír, me cogió de a mandíbula y me estampó un sonoro beso en los labios. Se separó de mí lo justo para mirarme a los ojos unos instantes que a mí se me hicieron cortísimos, pero que sabía que eran eternos para todos los que nos miraran, porque nadie podía tener lo que teníamos nosotros. Sabrae sonrió un poco más, y yo me descubrí imitándola en el reflejo de sus ojos. Volvió a acercarse y me dio otro beso, éste más calmado y profundo.
               Suspiró cuando le quité el abrigo de pelo blanco, tan suave que la hacía parecer una emperatriz de Rusia recién salida de una larga travesía por Siberia, y se colgó del brazo que tenía libre mientras yo lo colocaba sobre el mostrador del guardarropa que los padres de Jordan habían abierto para la ocasión. No habían reparado en gastos ni escatimado en detalles para hacer que el cumpleaños de mi hermana fuera de lo más memorable, y aunque sabía que no me aceptarían ni el más mísero penique, tenía pensado devolverles el favor con creces.
               Ni siquiera pensé en lo que suponía que todo el mundo se estuviera tomando tantas molestias en convertir esta noche en la más perfecta que hubiéramos tenido, como si quisieran olvidar lo mal que lo estábamos pasando todos por culpa mía. Ahora, lo único que importaba era pasárnoslo ver.
               Saab y yo nos habíamos prometido que disfrutaríamos de la noche al máximo; no íbamos a meternos en cómo decidiríamos pensar en ella para exprimirle hasta la última gota: ambos sabíamos que ella pensaría en la noche que teníamos delante como la última antes de que yo me marchara de nuevo a Etiopía; y yo, como si fuera el principio de una vida de lo más excitante.               No me resultó difícil no corregir a ninguno de mis conocidos y amigos más lejanos cuando se acercaron a decir que me echaban mucho de menos y que se alegraban de verme de vuelta, aunque sólo fuera por unos días. No me apetecía sacar a nadie de su error, no sin antes hablarlo con Sabrae, y no iba a meternos de nuevo en esa espiral de preocupación y ansiedad en la que nos habíamos lanzado de cabeza en los iglús. Todo estaba zanjado. Todo estaba en pausa.
               Ya nos preocuparíamos de eso más tarde. Ahora no era Alec, el que se había ido de voluntariado y que seguro que tenía mil historias que contar. Era de nuevo El Puto Alec Whitelaw, el rey de la noche y de todo Londres. Estrecharía manos, recibiría besos de compañeras de clase, me abrazaría con antiguos rivales en la cancha y en el ring pero colegas en las fiestas… todo con mi chica de mi lado, con sus dedos entrelazados entre los míos.
                Saab no me soltó en ningún momento mientras descendíamos por la rampa en dirección a la pista de baile, y eso que tardamos más que de costumbre porque todo el mundo quería saludarme. Era como si me hubiera convertido en el Primer Ministro o algo así desde que me había largado a Etiopía, con la diferencia de que todo el mundo parecía querer votarme en mi inminente reelección.
               -Sabes que no voy a salir corriendo a ningún lado, ¿verdad?-bromeé cuando no me soltó la mano ni cuando me abracé con una compañera del instituto que iba a ballet con Mimi. Claro que tampoco es que yo hiciera amago de soltarle la mano aunque eso convirtiera mis abrazos en algo ortopédico.
               -Siempre te ha hecho gracia verme correr con tacones-respondió, sonriendo y mordiéndose las uñas-, así que perdona si tomo precauciones.
                -Uf. Me encanta cómo has dicho lo de “tomar precauciones”. ¿Lo podrías repetir?-ronroneé, rodeándole la cintura con un brazo y bajando hasta posar una mano sobre su culo, que se balanceaba a un lado a otro con la cadencia de sus caderas. Dios. Debería haber insistido más en que no se pusiera tacones o no se pusiera ese vestido tan corto. Iba a hacer que la noche de abstinencia fuera jodidamente dura.
               Como jodidamente duras iba a ponerme otras cosas, pero… ¿quién soy yo para quejarme de las respuestas físicas que hacen que mi chica disfrute tanto de mi compañía?
               -Eres un golfo-se burló Sabrae-. ¿No te da vergüenza tontear de esa manera con la hermana pequeña de uno de tus amigos después de haberte puesto tan sobreprotector con Mimi?
               -Apuesto a que te habrías corrido del gusto si me hubieras escuchado amenazarlo, por mucho que te hagas la ofendida; así que perdóname por hacer que el feminismo abandone tu cuerpo cada vez que abro la boca, bombón-ronroneé, dándole una palmada en el culo y hundiendo los dedos en su carne. Y todo porque… a falta de poder hundir los dientes…
               -Te habría dado una bofetada por tratarme como a un objeto-se chuleó, poniendo un pie en la pista de baile y apartándose el pelo de la cara con un movimiento de cabeza que, de paso, hizo que me flagelara la mía.
               -Nena, con ese vestido ya has hecho tu declaración de intenciones de la noche. No necesitas convencerme para que te lleve al cuarto morado del sofá.
               Se echó a reír.
               -Seguro que piensas que me he comprado este vestido de este color a propósito-contestó, haciendo un gesto con el brazo que abarcaba toda la prenda: su mano bailó a la altura del final de la falda y yo me pregunté cómo coño pretendía hacer para bailar sin que se le viera nada.
               Y luego me acordé de que a las chicas les da igual que se les vea algo cuando se ponen vestidos así. Pasar desapercibidas no es su objetivo para la noche: es mojar.
               -… porque hace juego con el cuarto morado del sofá, y no porque es mi color favorito-terminó con una sonrisa de suficiencia, ignorando deliberadamente cómo me la estaba comiendo con los ojos. Dios, estaba buenísima, en serio. Ojalá pudieras verla… convencería hasta al más fanático de que el cristianismo, el islam y el judaísmo se equivocaban: la única religión verdadera era la griega, y Afrodita había decidido bajar del monte Olimpo a bendecirnos con su presencia.
                -Seguro que piensas que tu color favorito es el morado, y no el de mi pelo cuando meto la cabeza entre tus piernas-solté, y ella se echó a reír y negó con la cabeza. Se colgó de mi cuello para besarme y dejó descansar la otra mano sobre mi pecho.
               -¿Vas a comportarte?-me preguntó, paseando dos dedos como las piernas de una súper modelo por el borde de mi camisa blanca. Porque, ah, sí: yo también me había cambiado de ropa en casa de Taïssa. Resultó que Saab había pensado en todo y se le había ocurrido que no me apetecería estar de fiesta con el puñetero jersey, así que había recurrido a una de mis camisas blancas de confianza.
               Y no me había dejado abrocharme el último botón, así que la cicatriz del pecho se me asomaba por entre los pliegues de la camisa… pero yo no me quejaba, ¿y sabes por qué? Porque lo del botón era un gesto egoísta de Sabrae: si me abrochaba la camisa como lo hacía normalmente, a ella le sería casi imposible acariciarme directamente la piel del pecho. Es un poco fetichista, la pobre.
               -¿Habrá consecuencias si no lo hago?-pregunté, y ella asintió. Gruñí por lo bajo, pegándola contra mí-. Uf. ¿Consecuencias malas?
                -Ya lo verás-replicó, relamiéndose los labios.
               -Uf, joder, eso espero, bombón-me mordí el labio, comiéndomela con los ojos de una forma completamente indecente y muy del estilo de como lo habría hecho mi yo de hacía un año (porque así era como iba a ser de fiesta: como mi yo de hacía un año) y deshaciéndome por dentro cuando ella me guiñó el ojo y se separó de mí con una palmadita en el pecho.
               Gruñí por lo bajo, sintiendo que todo mi cuerpo se había contraído hasta retenerme en una superficie imposiblemente pequeña, y dejé que me llevara entre la gente en una dirección que yo me conocía muy bien.
               No me di cuenta de que la parada técnica para cambiarnos de ropa había sido también una excusa para que mi grupo de amigos al completo se reuniera para esperarme y darme la bienvenida que todos estaban convencidos de que me merecía, y yo, convencido de que no.
               En cuanto los vi a todos juntos, apelotonados en el sofá en el que nadie más podía sentarse si alguno de nosotros estaba en el local (y no importaba que fuera solamente uno, o estuviéramos los nueve), algo dentro de mí se revolvió y terminó encajando cuando yo ni siquiera me había dado cuenta de que estaba incompleto.
               Empezaron a dolerme las mejillas, y sólo cuando me lancé en brazos de Bey me di cuenta de que se debía a que estaba sonriendo de una forma en que no lo había hecho en mucho, mucho tiempo. Concretamente, un mes y medio: desde la última vez que había estado con mis amigos, con todos ellos, y había disfrutado de una de las mejores noches de fiesta con ellos por el centro de Londres. Sin embargo, el hecho de que hubiera sido genial no tenía nada que ver con los locales tan exclusivos que habíamos visitado, esos que normalmente reservábamos para ocasiones especiales o en los que no siempre teníamos garantizada la entrada: se debía a que, de nuevo, volvíamos a estar juntos.
               El voluntariado no había pasado, sino que era un extraño paréntesis ilegible en la historia de nuestra amistad. Después de las vacaciones en Mykonos había sucedido el concierto de One Direction en el que nos lo habíamos pasado de puta madre, y después, misteriosamente, a julio le había seguido una noche de octubre, como quien arranca de golpe las hojas del calendario y se encuentra con que el verano de repente dura quince días.
               Acabábamos de descubrir que el otoño duraba dos noches, y las íbamos a aprovechar.
               -¿¡QUÉ ES ESO DE QUE HAS ATERRIZADO EN PARÍS!?-chilló Bey, colgándose de mi cuello y estrujándome contra ella de una forma en la que se me curaron todos los males. La rodeé con los brazos (con los dos: Sabrae estaba trotando en dirección al sofá para hacerse con dos vasitos de chupito antes de que su hermano nos los arrebatara) y la levanté en el aire.
               -No me canso de tener un comportamiento icónico, reina B-me burlé-. Si ves que te lo dejo muy difícil para encontrar marido, puedes hablar con Saab a ver si me deja acompañarte a mirar carritos de bebé o algo así.
               -Eres tonto perdido-respondió, poniendo los ojos en blanco y no sintiendo la más mínima pizca de irritación. Me puso ambas manos en los brazos y me sonrió, observándome-. ¡¿Madre mía?! ¿Puede ser que cada vez que te veo estás más enorme?
               Me relamí los labios y traté de contener una sonrisa chulita. No me salió muy bien, a juzgar por la forma en que los ojos de Bey resplandecieron con esa chispa que no podía evitar cada vez que el corazón le daba un vuelco recordando lo que sentía por mí.
               -¿No será más bien culpa de vuestras minifaldas?-pregunté, y Bey alzó una ceja y se echó a reír, negando con la cabeza como quien lidia con las ocurrencias de un pretendiente más osado que los demás, y también bastante más guapo.
               Se habían puesto guapísimas, todas ellas. A mis amigas de toda la vida las acompañaba también Diana, que esperaba pacientemente a que le tocara el turno de levantarse y saludarme con las piernas cruzadas, balanceando un pie con unos tacones imposibles sobre los que, estaba seguro, se sentía tan cómoda como yo con los guantes de boxeo. Mientras que Diana llevaba un mono de lentejuelas verdes que se ceñía a su silueta como una segunda piel, Bey se había puesto un vestido tubo sin tirantes de color verde que dejaba más bien poco a la imaginación. La notaba distinta, como más madura y segura de sí misma, y eso que siempre había tenido mucha confianza en todo lo que hacía y decía. Estaba más cerca que nunca de ser la mujer y líder que todos habíamos sabido siempre que acabaría siendo, y estar perdiéndome aquello me dolía, por un lado, pero por otro también me gustaba, porque los cambios que se producían en mi mejor amiga eran más evidentes para mí que para los demás.
               Karlie también iba de vestido, que no se arrugó lo más mínimo cuando saltó sobre mí para estrecharme con fuerza entre sus brazos. Era como la línea divisoria entre el ying y el yang, un tablero de ajedrez compuesto solamente de dos cuadrados, uno blanco y el otro azul, divididos justo en la mitad de su cuerpo.
               -¡Dios, estás guapísimo, Al!-se rió en mi oído cuando también la levanté en el aire en medio de nuestro abrazo, y me estampó un sonoro beso en la mejilla que debió de dejarme una marca, porque se pasó el pulgar por la lengua y me lo frotó contra la piel donde acababa de besarme.
               -¿Replanteándonos la orientación sexual, Kar? Hay sitio para una más en la Mansión Bisexual de Sabrae-le guiñé el ojo y Tam puso los ojos en blanco, cruzándose de brazos.
               -Lo pillamos, Alec: tu novia es bisexual y estás encantado con cómo te ha salido la jugada.
               -El pobre debe de pensarse que eso le da más posibilidades de un trío con otra chica-se burló Jordan, dándome un codazo y entregándome una copa con un líquido ambarino que no me molesté en preguntar qué era: me lo bebí de un sorbo y punto, y jadeé una risa cuando el fuego me ascendió por la garganta.
                -Las victorias son más dulces cuanto más dura es la competencia, pero, ¿qué vas a saber tú, Jor, si eres un puto segundón?
               -Cuando quieras nos volvemos a subir al ring y te demuestro los progresos que estoy haciendo.
               -Me muero de ganas-contesté, y lo decía en serio. Fuera ésta mi primera noche del resto de mi vida o una de las últimas antes de regresar a Etiopía, lo cierto es que quería dejar un ratito reservado para reconectar con el deporte que me lo había dado todo. Hacía mucho que no boxeaba con alguien que estuviera mi altura, y el aire no te sorprende ni te ofrece la resistencia que tu entrenador o tu mejor amigo te brindan.
               Hacía tanto que no me ponía unos guantes que ya sentía las manos desnudas, como si lo correcto no fuera tener los dedos extendidos y sentir el aire pasando entre ellos. Claro que tenerlos alrededor de una copa no estaba mal.
               -Parece que Jordan no es el único que se está poniendo mamadísimo, ¿eh, Tam?-me burlé cuando Tam, a pesar de que tenía que hacerse la dura y fingir que le caía mal, no pudo resistirse a la distancia y a las ganas de echarse a mis brazos y también se colgó de mi cuello, notando sus bíceps alrededor de él por primera vez desde que la conocía. La tomé de la cintura y la empujé un poco lejos de mí cuando la fuerza de su abrazo disminuyó, y le pellizqué la pequeña colina que ahora se le asomaba por el brazo-. ¿Y esto para qué lo quieres, mm? ¿Es que te has apuntado a un campeonato de culturismo por si lo de la Royal no cuaja? ¿O es de espantar a los moscones que seguro que rondan a Kar en cada cambio de clase?-alcé una ceja y Karlie se echó a reír-. No tienes que sentirte intimidada por la gente con estudios universitarios. Seguro que tú tienes otros encantos con los que puedas seguir en el radar lésbico de nuestra amiga.
               -Son para esto-dijo, y a una velocidad a la que no me tenía acostumbrado, echó el brazo hacia atrás y luego me dio el hostión de mi vida.
               O lo intentó, al menos, porque logré cogerle la mano a última hora, justo cuando quedaban apenas cinco centímetros para que me golpeara. Francamente, estaba impresionado: Tamika no era la gemela que se las apañaba mejor para pegarme, y aunque mis reflejos tenían mucho mérito, sabía apreciar el esfuerzo que les suponía y jamás había desdeñado lo cerca que se quedara de mi cara. Por desgracia para ella, no tenía el talento innato con el que había nacido Bey de cruzarme la cara cuando se le antojaba; creo que tenía que ver bastante el hecho de que yo me había pillado por su hermana y no por ella, así que miraba más veces embobado a Bey de lo que lo había hecho nunca con Tam.
                -Uuuh, sacando las garras para defender a tu hembra. Buena chica-dije, soltándole la muñeca como si fuera una pelota de tenis que había desechado y que fuera para el recogepelotas.
               Tam sonrió con satisfacción, perfectamente consciente de lo que estaba haciendo: ella era inmune a mis encantos, así que podía ver al toro desde la barrera y disfrutar del espectáculo.
               Bey y Sabrae, en cambio, no; casi pude sentir cómo se les secaba la boca a ambas al escucharme decir aquello. Bey consiguió controlarse en el último momento, seguramente recordando que si las cosas no eran distintas entre nosotros era porque ella así lo había querido hacía unos años.
               Sabrae, en cambio, no tenía por qué controlarse, y se acercó a mí y me rodeó la mano con la suya, entrelazando nuestros dedos y prácticamente colgándose de mi brazo como un mono tití, frotándose contra mí igual que una gatita mimosa.
               Depositó un beso en mi brazo y las chicas la miraron con ternura, orgullosas de que encontrara en mí y en el amor que me tenía la fuerza necesaria para enfrentarse a todo lo que la vida le estaba echando encima. Seguramente también se alegraban de que estuviera lo bastante feliz y alejada de sus problemas como para mostrarse relajada y joven de nuevo, y eso que con la ropa que llevaba y el maquillaje, parecía que tenía nuestra edad.
               Pensar en Sabrae con dieciocho años, saliendo de fiesta a los sitios más exclusivos, cenando en los restaurantes más pijos de Londres y echando los polvos más guarros conmigo después de años de relación en los que no habríamos hecho más que afianzar lo que sentíamos no hacía sino entusiasmarme. Me moría de ganas de que llegara ese momento, pero también de disfrutar del camino hasta él.
               Max y Logan se levantaron del sofá, hartos de que siempre les hiciera esperar, y se acercaron a darme sendos abrazos. Me fijé en que Logan tenía el pelo un poco más largo, y que se había teñido las puntas de un color rojo que me hizo sospechar inmediatamente de quién le había dado la idea: a Niki le encantaba experimentar con su cuerpo. Hubo una vez que Perséfone y yo tuvimos que pasarnos un mes entero delineándole un tatuaje de un dragón que se había emperrado en hacerse en el omóplato, todo porque había visto el diseño por Internet y le había encantado, pero era un cagado y decía que le daba miedo tatuárselo.
               -Alguien está pillado-me burlé, y Logan se echó a reír y me abrazó con ganas. Sabrae me había soltado de nuevo la mano, porque una cosa era no dejar que me escapara con alguna de las chicas que se lanzaban a por mí, y otra obstaculizar las muestras de afecto de mis amigos.
               -¿Te gusta?
               -¿Que te hayas vuelto un bohemio en la universidad? Me flipa, pero estar perdiéndomelo, no sé yo...
               -Has sido tú cambiándote de peinado el que le ha dado la idea-comentó Tommy con gesto burlón, dando un sorbo de su copa y guiñándonos el ojo a ambos.
               -No me canso de cambiar vidas-me encogí de hombros, y me abracé a Max, que me dio unas palmadas en la espalda de una forma en la que todo mi mundo se puso de nuevo en su sitio. Joder, cómo los echaba de menos, a todos.
               Etiopía y el poco tiempo que tenía libre hacía que tuviera que centrar mis esfuerzos y mi añoranza en la persona más importante de mi vida, Saab; pero ahora que la tenía conmigo y no tenía pensado separarme de ella en toda la noche, podía centrarme en lo mucho que echaba de menos a mis amigos. Apenas me había parado a pensar en ello, pero lo cierto era que siempre los había tenido presentes aunque fuera en la parte más escondida de mi conciencia: veía, hacía, escuchaba o probaba algo que me recordara a Bey, Jor, Tam, Karlie, Scott, Tommy, Max o Logan y automáticamente pensaba en ellos, igual que ver de nuevo un vídeo gracioso en internet te lleva de vuelta a la primera vez que te lo enseñaron tus amigos, o encontrarte con una foto chorras en la galería de tu teléfono te arranca una sonrisa que es fantasma de las carcajadas que lanzaste al cielo en el momento en que te la hiciste con tus amigos.
                -Lady Di-ronroneé, inclinándome ante ella, que me dedicó una sonrisa radiante y se puso en pie de un salto, con la agilidad propia de una pantera.
               -Ya creía que no ibas a querer saludarme con la efusividad con la de los demás.
               -¿Pero no has ido a por él a París?-preguntó Tam, riéndose y poniendo los brazos en jarras. Puse los ojos en blanco.
               -Me encanta lo dispuestas que estáis a iniciar una pelea de gatas por mí, pero, ¿os parece si mejor salimos a la calle para que pueda grabarlo mejor? Fijo que saco un pico monetizando el vídeo en Instagram.
               Diana me dio un beso en la mejilla y se sentó en el sofá como si fuera la dueña y señora del local. Observé que tenía frente a ella varios vasos ya vacíos, en los que la única prueba de la consumición que había hecho eran los surcos como medias lunas que había en la mesa, frente a ella, y alzó una ceja.
               -¿Quién dice que tengamos que pelearnos? Yo estoy acostumbrada a compartir.
               -Hablando de compartir, ¿no han podido venir tus compañeros de banda?-pregunté, mirando a Scott con intención, que puso los ojos en blanco.
               -Layla y Chad tienen que grabar unos arreglos mañana, pero nosotros hemos podido escaquearnos. ¿No vas a darnos las gracias por ser tan buenos amigos contigo que hemos movido toda nuestra agenda para poder estar aquí?
               -Creía que mi existencia ya te parecía agradecimiento suficiente por los sacrificios que haces por mí-dije, llevándome una mano al pecho con dramatismo y aceptando el vaso de chupito que me tendió Sabrae. Lo choqué con el de ella, entrelazamos los brazos y nos los bebimos de un trago. Sabrae se estremeció cuando el líquido le atravesó la garganta, se llevó una mano a los labios y esbozó una sonrisa cuando me pilló mirándola totalmente encandilado. Joder, qué guapa estaba. Joder, qué bien nos lo íbamos a pasar. Me moría de ganas de salir a la pista de baile y presumir de ella delante de todos esos tíos que no dejaban de mirarnos con envidia mal disimulada.
               No era para menos: no sólo tenía la posición privilegiada del local, sino que encima me acompañaba la chica más guapa de éste.
               Le di una palmada en el culo a Sabrae y le besé la sien.
               -¿Te apetece que bailemos?
               -Podemos sentarnos un rato. Tienes que ponerte al día-dijo, tomando asiento en el sofá, cruzándose de piernas y guiñándome el ojo-. Eso, por supuesto, si es que estás para disimular que no tienes toda la sangre del cuerpo concentrada en un sitio.
               -Mis amigos ya están acostumbrados-contesté, y ella se echó a reír-. Además, tampoco creo que yo sea el culpable de la situación-añadí, sentándome en el sofá, cogiéndola por la cintura y colocándola sobre mi regazo. Sabrae exhaló un gritito de sorpresa, pero volvió a reírse cuando la besé. Mis amigos sonreían. Sonreían con una sinceridad y una felicidad que me hizo sentirme muy querido y apreciado.
               Una sinceridad que me hizo darme cuenta de la suerte que tenía de contar con tanta gente buena a mi alrededor. Por descontado, no me pregunté por qué quería abandonarlos. No; esa noche no iba sobre mis contradicciones o sobre lo mucho a lo que renunciaría regresando a Etiopía, sino de la cantidad de tesoros que tenía en Inglaterra y que podía disfrutar cuanto quisiera.
               -Bueno, contadme. ¿Qué me estoy perdiendo por acercarme a la sobredosis de vitamina D a miles de kilómetros de casa?-inquirí, apoyándome en el sofá y extendiendo un brazo por el respaldo del sofá mientras con el otro sostenía a Sabrae contra mí. Ella se inclinó a por unas copas y volvió a tenderme un vasito de chupito que, de nuevo, me bebí de un trago. De un beso se ocupó de la gotita que se deslizó por la comisura de mi labio.
               -Bey está con un chico-comentó Tam en tono burlón, y yo me giré hacia Bey como un resorte.
               -¿¡Cómo que estás con un chico!?
               -¡No estoy con ningún chico! Ni muerta saldría yo con ese imbécil. Le odio.
               -Del amor al odio hay un paso-la pinchó Scott, y Bey le enseñó el dedo corazón, que me pregunté si ahora tendría un nuevo dueño.
               -Antes me coso el coño con hilo de pescar y un clavo herrumbroso.
               -Yo nunca te he despertado sentimientos tan intensos, reina B-ronroneé, acariciándole la pierna, y Bey clavó la mirada en Sabrae.
               -¿Podrías inclinarte hacia delante? Voy a darle una bofetada y no quiero hacerte daño por accidente.
               -Déjaselo pasar por esta vez-ronroneó Saab, cogiéndome de la mandíbula y apretándome los mofletes-. Mira qué carita tiene.
               -Háblame de tu novio o me pondré a gritar ahora mismo, Beyoncé-exigí, y ella puso los ojos en blanco.
               -No es mi novio. De hecho, le detesto. Si se muriera ahora milagrosamente, iría a su entierro para asegurarme de que lo entierran bien hondo.
               -¿Cómo se llama?-pregunté al aire, dado que Bey no iba a reconocer ni de broma sus sentimientos. Era un animal orgulloso.
               -Se llama Nolan-respondió Karlie, inclinándose hacia delante y sonriéndole a Bey. Por toda respuesta, Bey bufó, enfurruñada.
               -¿Podemos no hacer esto ahora? No estoy de humor para que me arruinéis la fiesta haciéndome pensar en ese subnormal.
               -Así que Nolan, ¿eh? Te van los tíos con una L en el nombre-me cachondeé-. Nolan, Alec…-me cachondeé, y Logan soltó una risita por lo bajo y se bebió de un trago su chupito.
               Bey volvió a mirar a Sabrae con el odio tiñéndole la mirada.
               -Sabrae, en serio, bájate de ahí, o no respondo de mis actos.
               -¡Como si pudiera! Lleva incapaz de bajarse de mi polla un año.
               -Va con ella a clase. Se sientan en extremos opuestos del aula, o eso dice ella-explicó Max, sonriéndome con maldad.
               -Y porque no hay dos facultades, que si no, le mandaría que fuera para allá.
               -¿No sería más normal que te fueras si tan poco soportas estar cerca de él?-preguntó Tommy, y por el tono en el que lo dijo y cómo dio un trago de su bebida, me di cuenta de que ya habían hablado de esto más veces, y que habían pinchado a Bey con el temita bastante. Menos mal que algunas cosas nunca cambiaban, aunque lamentaba estar perdiéndome la diversión.
               -Ni de broma. Yo llegué antes. Y también soy la que mejores notas tiene.
               -Eso último no lo he entendido-dije, clavando la vista en Jor mientras Mimi aparecía por entre la multitud. Tenía el pintalabios un poco corrido y una sonrisa de oreja a oreja mal disimulada.
               -¡Sabrae, ven a bailar! He pedido que pongan a Beyoncé y pronto sonará.
               Sabrae exhaló un chillido y trató de ponerse en pie, pero yo la sujeté con fuerza.
               -¿Adónde vas? ¿¡Me vas a dejar aquí!?
               -Creo que sobrevivirás si te dejo solo unos minutos. Ya has estado con tus amigos a solas más veces-me dio unas palmaditas en la cabeza como a un cachorrito y yo hice un puchero.
               -¡Soy como Campanilla, Sabrae: si no me prestas toda tu atención, moriré!-Sabrae se echó a reír y le dijo a Mimi que se fuera, que en cuanto empezara a sonar la música iría en su busca. Esperaba que me convenciera para ir con ella, aunque así dejáramos a medias la conversación con mis amigos.
                -Rebobinemos. ¿Qué importancia tiene que seas la que mejores notas tiene de los dos? Tú tienes mejores notas que todo el mundo. Seguramente tienes más sobresalientes que Amal Clooney-dije, y Bey suspiró, como si supiera lo que iba a desencadenar la siguiente información:
               -Es el segundo de la clase.
               Se me escapó un alarido agudo y sonoro. Bastante femenino, me atrevería a decir.
               -¿¡ESTÁS PROTAGONIZANDO UN ACADEMIC RIVALS TO LOVERS Y YO ME TENGO QUE ENTERAR POR TU ASQUEROSA HERMANA!?-bramé, tirando de Bey para acercarla a mí-. ¡Cuéntamelo todo o sufre mi ira!
               -¡No hay nada que contar! Esta manada de gilipollas-señaló a los demás con desprecio mientras ellos se partían el culo- se creen que me gusta, pero nada más lejos de la realidad. Es la persona más egocéntrica, chula, prepotente y sinvergüenza que he conocido en toda mi vida.
               -Beyoncé, cariño, puede que esto te sorprenda, pero viendo el diagnóstico psiquiátrico que me hizo Claire cuando empezó a tratarme, diría que ese tío tiene todas las papeletas de protagonizar tus sueños húmedos universitarios.
               -Tú no eres un egocéntrico-contestó, y yo parpadeé-. Ni un chulo-añadió, y yo parpadeé-. Ni un prepotente-continuó, y yo parpadeé-. Ni un sinvergüenza-puntualizó, cruzándose de brazos y negando con la cabeza.
               Miré a los demás.
               -Está completamente demente. ¿Acaba de decir que no soy un egocéntrico, un chulo, un prepotente y un sinvergüenza? Sabrae, a ver-dije, agarrando a Saab por las caderas y levantándola en el aire para cruzarme las piernas y luego sentarla de nuevo en mi regazo-. Dime: ¿por qué no querías salir conmigo antes de que te diera el morreo de tu vida y te dieras cuenta de que todo lo que querías estaba aquí, delante de tus narices, como le pasa al interés amoroso de Taylor Swift en You belong with me?
               -Porque vas de egocéntrico, chulo y prepotente, y eres bastante sinvergüenza-Sabrae fue estirando los dedos y arqueó las cejas, y yo miré a Bey y abrí los brazos.
               -Nena, perdóname, pero creo que tienes que admitir que este chaval te tiene loca e ir pidiendo cita en el láser para hacerte las ingles brasileñas-dije, y mis amigos se echaron a reír. Joder, me encantaba ese sonido.
               Era literalmente el motor que había movido mi mundo desde que había entrado en el cole con tres añitos. Se merecía cada “cállate, Alec” que exclamaban a coro cuando yo decía una chorrada intentando hacerlos reír, y cada pellizquito en el corazón que le seguía a esa frase.
               -La diferencia está en que tú vas de egocéntrico, chulo y prepotente, y él lo es.
               -Pídele que te deje ver su polla a ver si cambias de opinión como le pasó a Sabrae.
               -¡ALEC!-bramó Sabrae, escandalizada, y yo la miré.
               -¿¡Acaso he dicho alguna mentira!?
               -Si cambié de opinión fue por lo rápido que te pusiste de rodillas para comerme el…
               -¿Me recordáis por qué yo, que soy el hijo mayor de una de las mayores estrellas de este país y la mejor abogada de todo el sistema legal inglés, el germen de la banda en alza del panorama musical y el que más caro han tasado para que vendan sus derechos de explotación de imagen, tengo que escuchar a mi hermana hablando de que se enamoró de uno de mis mejores amigos cuando le comió el coño por primera vez?-se quejó Scott, haciendo una mueca.
               -A ti lo que te pasa es que tienes una envidia que te mueres de que no me vayan los tíos y por lo tanto nunca vas a saber lo que soy capaz de hacer con la boca-respondí, señalándolo con un dedo acusador mientras sostenía el vaso de vodka con cereza que acababa de birlarle a Bey sin que se diera cuenta y del que pretendía dar un sorbo.
               -Acuérdate de Chad en One way or another-me dijo Sabrae al oído, dándome una palmadita en el pecho y apartándose el pelo del hombro con un elegante movimiento de la cabeza.
               -Es verdad. A ti lo que te pasa es que tienes una envidia que te mueres de no ser Chad tocando la guitarra en One way or another y por lo tanto nunca vas a saber lo que soy capaz de hacer con la boca.
               -Y que eres un misógino-añadió Sabrae, y Scott la fulminó con la mirada-. Yo no soy de tu propiedad, así que corta ese rollo posesivo con el que pretendes reclamarme como si fuera un objeto.
               -Eso. Si acaso, será mía, que para algo me la estoy trabajando-añadí, dándole una palmada en el muslo a Sabrae, y ella puso los ojos en blanco pero no me contradijo. Scott, sin embargo, se limitó a mirarla con indiferencia sin hacerme el menor caso.
               -Cuando Shasha se eche novio ya me dirás qué opinas de escucharlo hablar de cómo se la mete hasta el páncreas.
               -Me alegraré mucho con ella porque, al contrario que tú, estoy a favor de la liberación sexual de las mujeres-contestó Sabrae, quitándome el vaso y dándole un sorbo. Scott le sonrió mordisqueándose el piercing.
               -¿Incluso si empezara a salir con un amigo tuyo?
               -Me alegraría por ella porque a mí me caen bien mis amigos, todos ellos. Me parecen buenas personas-se encogió de hombros, y Scott sonrió.
               -Ya. Hasta que te des cuenta de que has pasado de ser su amiga a la hermana de su novia. Entonces igual ya no te hace tanta gracia.
               -¿Quieres que vayamos a terapia de parejas, S? Porque el hecho de que los dos ya no nos dediquemos a follarnos a todo lo que se nos pone por delante y convertirlo en una competición no quiere decir que te siga queriendo menos. Si acaso, un poco más, porque ya no tengo que preocuparme de que te aproveches de tu belleza exótica o el puñetero piercing que te hiciste porque no tienes ningún sentido de la deportividad ni de las victorias honorables para ganarte de todos modos-respondí, inclinándome hacia él, y Scott sonrió.
               -Yo lo que quiero es que te me pongas de rodillas…
               -Ya te he dicho que no me gustas de esa manera-lo interrumpí, pero él siguió hablando como si nada.
               -… y me pidas perdón por no haber venido a abrazarme como a los demás. ¿No sabes lo falto de cariño que estoy? Mi novia ha estado todo el día fuera en el cumpleaños de su mejor amiga, igual que mi hermana pequeña. O me dan una sesión urgente de mimos o creo que me desmayaré.
               -¿Y por esto piden doscientos millones?-le preguntó Diana a Tommy, que se encogió de hombros. Me eché a reír y di unas palmaditas en el sofá a mi lado para que Scott viniera a sentarse, pero cuando me dijo que fuera yo, me quejé.
               -Tío, no puedo hacerlo yo todo en esta relación. Ya me he cruzado medio mundo; tú puedes levantar el culo y venir hasta aquí para que te dé unos besitos.
               -¿Van a ser con lengua?-preguntó Scott.
               -¿Los quieres con lengua?-repliqué yo, y Scott sonrió.
               -Parad. Me estáis dando una grima increíble-se quejó Sabrae, abrazándose a sí misma, y Scott la miró.
               -¿A que jode? Pues por eso quiero que pares de zorrearle a Alec.
               -¿Por? ¡Si es súper divertido ver cómo se acerca a la embolia!
               -Espera, ¿entonces no quieres mimos? ¿Todo esto era una estrategia para que Sabrae se picara?-me llevé una mano al pecho-. En la industria del entretenimiento no tenéis corazón. Bey, espero que ese tal Nolan no esté en la tuna de la universidad.
               -¡Que no quiero nada con ese gilipollas, Alec!-se quejó, poniéndose de morros y hundiéndose en el sofá. Me incliné a darle mordisquitos cariñosos en el hombro para que me perdonara, pero enseguida me apartó, y Sabrae se tomó ese gesto como la señal para marcharse en busca de Mimi, aprovechando que acababa de terminar una canción de Charli XCX y empezaban a sonar unos acordes que le arrancaron un alarido desde lo más profundo de su garganta igual que una mocosa consentida.
               -Bueno-Diana ocupó el lugar que Karlie había dejado libre para que Scott se sentara mientras éste se incorporaba y llenaba de nuevo los vasos de chupito con una botella de color verde que no identifiqué. Esperaba que no me subiera mucho; no me importaba emborracharme, de hecho, me apetecía bastante, pero no quería tener una resaca del quince para mañana, cuando tuviera que decidir finalmente con Saab qué haríamos-, si lo de Bey y Nolan sale mal, me han dicho que tienes un amigo muy majo y muy guapo en Etiopía que podríamos presentarle para que se relaje un poco.
               -Yo ya estoy relajada, Diana; no empieces tú también, ¿quieres?-se quejó Bey, cruzándose de brazos.
               -Estudias demasiado y te diviertes demasiado poco, cielo.
               -Derecho en Oxford es jodido y tengo que esmerarme.
               -¿Tú? ¿Esmerarte? Por favor. Estoy seguro de que podrías resolver los casos que te pongan con la gorra; y eso sin contar las prácticas que has hecho con Sherezade.
               -Me sorprende que no vomites al decir el nombre de mi madre-dijo Scott, aplaudiéndome.
               -¿Has visto qué control tengo de las arcadas? Ése es parte de mi éxito con las damas-le guiñé el ojo y Scott se rió.
               -Es jodido. Más de lo que me esperaba. Y sólo estoy en primero, ¿qué voy a hacer en segundo? ¿O en tercero?-suspiró, negando con la cabeza y tapándose la cara con las manos.
               -Te preocupas demasiado, B. Gente muchísimo más tonta que tú se ha sacado la carrera y está forrada gracias a tu esfuerzo. Y tú ya tienes garantizado el trabajo simplemente con mantener el ritmo-le recordó Karlie, y yo le di una palmada en la rodilla.
               -Sí, no te preocupes: Sherezade te perdonará tu pésimo gusto escogiendo a los amigos.
               -Hoy he tenido un examen y he dejado una pregunta en blanco porque no me acordaba de absolutamente nada. ¿Y si me pasa en los finales?
               -Pf, ¿y qué que hayas dejado algo en blanco? Le vas a dar mil vueltas a toda tu clase de todos modos. Yo dejé exámenes enteros en blanco y tengo el graduado escolar.
               -Después de deslomarte.
               -¿Lo que dices es que te falta motivación? Piensa en lo puta ama que vas a parecer cuando consigas que me absuelvan del asesinato del mongolo de tu novio por no pedirte matrimonio con un anillo con un diamante que pese medio kilo, incluso cuando me hayan grabado en alta definición, y listo-me encogí de hombros.
               -O en seguir siendo la primera de la clase, si necesitas una motivación más inminente-dijo Karlie.
               -Últimamente pienso mucho en ti, ¿sabes, Al?-me confesó, y yo la miré. De repente sentí como si nos hubiéramos quedado solos los nueve (bueno, los diez, ahora que Diana estaba con nosotros), sin música ni luces de colores ni alcohol. Estábamos solos en la intimidad del cobertizo que compartíamos Jordan y yo que nos había hecho las veces de cuartel general en tantas ocasiones que no podíamos ni contarlas.
               -Y eso, ¿por qué? ¿Por qué todos tus compañeros van de traje y tú recuerdas lo mal que te lo hago pasar en Nochevieja?
               -Porque no debe de ser nada fácil para ti, sin motivación, sin nadie que te conozca y sepa cómo funcionas y cómo atajarte cuando empiezas a hacerte daño a ti mismo… tan lejos de casa.
               -¿El qué?-pregunté con suavidad, con tanta, que me sorprendió que ella o los demás me escucharan. Pero lo hicieron. Siempre lo hacían.
               -Volver al voluntariado. Todo lo que haces en Etiopía.
               Todos contuvieron la respiración, como si Bey hubiera pronunciado una palabra que habían declarado tabú por unanimidad. No estaba seguro de si era “Etiopía”, o era “voluntariado”, pero era evidente que el ambiente cambió totalmente.
               De repente, pude verlos claramente: reunidos un sábado por la noche o un domingo por la tarde, cada uno venido desde un rincón de Londres, luchando por mantener nuestras tradiciones mientras faltaba una pieza esencial en el grupo, y preguntándose cómo estaría. Temiendo cada carta que recibían Sabrae o Mimi por si las cosas iban a peor, por si no podían ayudarme mientras yo me autodestruía en mi empeño por no preocupar a nadie. Y puede que…
               … puede que temiéndose albergar esperanzas de que las cosas no mejoraran y yo decidiera quedarme, por mi bien y por el del grupo.
               Le había prometido a Saab que no hablaríamos de ello para no estropearnos el cumple de Mimi, pero no podía dejar a mis amigos así. Ahora que veía lo mucho que les preocupaba, lo mal que lo estaban pasando… tenía una responsabilidad con ellos también. Además, nuestro silencio era solo con nosotros, no con todos ellos.
               Decirles lo que estábamos planteándonos no les amargaría el cumple de Mimi como lo haría con Sabrae y conmigo. Así que bajé la cabeza, me miré las manos, y me di cuenta de que estaba jugueteando con el anillo que me había regalado Sabrae. Seguí sus surcos con la yema de los dedos y por fin me armé del valor suficiente para decir:
               -¿Sabéis que… nos estamos planteando que me quede?
               Y, a pesar de la música pop atronadora que tenía a todas las chicas de la discoteca salvo cuatro bailando como si no hubiera un mañana, y a todos los chicos de la discoteca salvo seis babeando como babuinos en celo al verlas, se hizo el silencio. Y resultó atronador.
               Los chicos intercambiaron varias miradas, consultando en silencio sobre el siguiente paso. Sabía que para ellos estaba siendo igual de difícil que para mí, con el aliciente de que sabían que lo había estado pasando mal en Etiopía y habían sufrido las últimas tres semanas por si seguía siendo así. Que hubiera vuelto y siguiera con la cantinela de que quizás me quedaba, teniendo en cuenta lo que había hablado con Sabrae y el intento que habíamos decidido darle a todo de nuevo, no hacía sino reforzar su preocupación. ¿Lo estaban haciendo mal? ¿Podrían haber impedido que yo me fuera? ¿Deberían haberlo hecho?
               Entonces, por fin, algo en sus miradas cambió, y yo pude ver que se llegaba a un consenso silencioso en el que parecía al menos haber unanimidad. Bey me cogió la mano y me dio un apretón, atrayendo de nuevo mi mirada hacia la suya.
               -Sí-era una palabra corta, más bien simplona, pero tenía tanto poder como el mismísimo sol. Era la cara de la moneda que estaba llena de posibilidades, en la que no había apenas arrepentimientos.
               Me relamí los labios y expliqué:
               -No, me refiero a…-sentía que podía traicionarla si les decía a los demás que me había pedido que me quedara, y yo siempre le cubriría las espaldas a Saab, pero tampoco quería que mi afán por protegerla levantara un muro con mis amigos. Ya había visto lo que le había pasado a ella por intentarlo con sus amigas, y la diferencia estaba en que los chicos, por lo menos, la querían. Les caía bien y se alegraban de que le fuera bien, y se preocupaban cuando le iba mal, con independencia de que fuera mi novia; por descontado, que yo la quisiera como lo hacía había influido positivamente en su relación, pero el buen rollo que tenían todos antes con Sabrae era independiente de lo que nos pasara a nosotros. Aun así, tampoco quería arriesgarme a su sinceridad lacerante.
               Confiaba en ellos; les entregaría mi vida si me lo pidieran, y me interpondría entre una bala y ellos ocho (ellos nueve), pero tampoco quería dejar a Sabrae mal. No quería ponerla en riesgo, por si acaso me convencía de que me fuera y al final tenía que cargar con la reputación formada por sus momentos de debilidad; momentos que, por cierto, yo entendía perfectamente. Si no podía ser vulnerable conmigo, ¿con quién iba a serlo? No podía estar cargando toda la vida con una armadura que pesara más que ella; al final, eso te impedía desarrollarte y crecer hasta sobrepasar las copas de los árboles para poder ver las estrellas.
               Y después de lo que habíamos hecho en Mykonos, cómo me había mirado mientras hacíamos el amor con la Vía Láctea observándonos… no podía, no quería condenarla a la oscuridad.
               Así que tragué saliva y expliqué:
               -Me refiero a que está sobre la mesa ahora mismo. Tenemos que hablarlo. Es probable que me quede-decirlo en voz alta por primera vez desde que habíamos decidido hablarlo lo hizo mucho más real, porque por primera vez el mar de posibilidades que se extendía ante mí cobraba vida, sus olas rizándole la superficie como los senderos que podía tomar mi vida a partir de ahora.
               Bey me dio un apretón y asintió con la cabeza.
               -Lo sabemos.
               -Me refiero a que es muy probable-insistí, y Max se miró los pies, Jordan se cruzó de brazos, Karlie se apartó un mechón de pelo de la cara, Tam tamborileó con los dedos sobre su copa, Tommy se revolvió en el asiento, Diana se inclinó un poco más hacia mí, Logan entrelazó las manos entre sus piernas abiertas.
               Los únicos que no se movieron fueron Scott y Bey, que me dijo con calma:
               -Ya lo sabemos, Alec.
               Clavé los ojos en ella, que me sostuvo la mirada un momento, y luego sus ojos saltaron, como los de todos los demás, hacia Scott. Me volví hacia él como si él tuviera todos los secretos del universo, como si se hiciera alguna idea de lo que podía pasar, de lo que estaba a punto de pasar cuando saliera el sol y se acabara el cumpleaños de Mimi, como si…
               Entonces, Scott pronunció una palabra.
               -Eleanor.
               Y yo lo entendí. Pues claro que sí.  ¿Cómo no iban a saberlo ya? La propia Mimi me había dicho que Sabrae se lo había dicho antes incluso de que Sabrae me lo confesara, y después de eso, era evidente que le iba a ir con el cuento a Eleanor. Y Eleanor se lo diría a Scott, que para algo se lo tiraba.
               Y Scott se lo diría a todos los demás, porque para algo me esperaban con los brazos abiertos y la ansiedad rebosándoles.
               Un profundo alivio me inundó, porque si ya lo sabían y aun así habían tratado tan bien a Sabrae, significaba que no iban a juzgarla por elegir ser joven y dejar de preocuparse un ratito.
               Me pasé una mano por el pelo, me repantigué en el sofá, miré la pista de baile sin verla realmente y me incliné a por un vaso. Tuve que beber dos chupitos, que me ardieron en la garganta, antes de armarme de valor para incorporarme de nuevo y preguntarles a mis amigos qué era lo que les habían dicho.
               -Eleanor dice que Mimi está muy contenta porque Sabrae le ha dicho que vas a quedarte-explicó Scott, y yo me froté las manos, los dedos separados y unidos por las yemas.
               -Sabrae me ha pedido que me quede-admití, y todos asintieron con la cabeza. Los miré uno a uno, analizando su alivio y preguntándome si se debía a que no me estaba cerrando en banda o a que iba a quedarme de verdad. La última a la que pude mirar fue a Bey, y la esperanza que vi en sus ojos me encogió el corazón-. Pero lo tenemos que hablar-puntualicé, y juraría que escuché a algunos de ellos exhalar de alivio-. Yo me quedaría por ella sin dudármelo-le dije a Scott.
               Porque a pesar de que podía ser un imbécil a veces, a pesar de que en el fondo de mi corazón creía que podía haber intentado mediar un poco más entre Sabrae y sus padres, y a pesar de que creía que podría habérselo puesto más fácil a su hermana… seguía apreciando todo lo que había hecho por nosotros, por Saab. Sabía que no estaba siendo fácil para él, y que se había mantenido neutral y me había dado un voto de confianza incluso cuando yo no me lo merecía, incluso cuando yo no quería que me lo diera. La opinión de todos mis amigos me importaba, por supuesto, pero lo que Scott pensara de mí respecto a Sabrae…
               Su bendición…
               Su bendición era lo más importante. Porque él me la había regalado, la había encontrado para que yo la disfrutara; sin él, no la tendría. Y sabía que era el único que podía quererla de una forma parecida a como lo hacía yo; ni siquiera Tommy era capaz de entender y compartir los sentimientos que Saab despertaba en mí como lo hacía Scott.
               -Pero ella ha insistido en que es mejor que lo hablemos. Así que todavía tenemos que hablarlo.
               Scott asintió con la cabeza y no dijo nada, mordisqueándose el piercing.
               -Pero, ¿tú estás bien en Etiopía?-inquirió Karlie en tono consolador, y todos se pusieron tensos. De lo que yo dijera ahora dependían sus ilusiones.
               Sabía que no les iba a hacer gracia que les dijera que me lo pasaba de puta madre lejos de ellos, así que sólo pude asentir con un nudo en la garganta. Bey se relamió los labios y me puso una mano en la rodilla.
               -¿Quieres que te demos nuestra opinión o prefieres que quede entre tú y Sabrae?
               -Bueno, tampoco es que la democracia esté sobrevalorada, así que…
               -Yo estaría encantado si te quedaras-dijo Jordan, y Bey lo fulminó con la mirada, pero les había dado una oportunidad y Jordan no iba a desaprovecharla-. A veces siento que todo esto me viene grande, y… no te haces una idea de lo solo que me siento entrenando sin ti. Es como si estuviera todo el rato haciendo cosas que me recuerdan que te has marchado. Y Sabrae… creo que no estoy ayudando mucho a que ella esté mejor.
               -Ella está encantada contigo y dice que lo haces genial, Jor-contesté.
               -Gracias, aunque los dos sabemos que ella suele pasarse de generosa. Aun así, esto no va sólo sobre ella. Si eres feliz allí… lo que estás viviendo es algo único. Sí, vale, puedes ir en otra ocasión, incluso podríamos acompañarte alguno de nosotros, o incluso podría ir ella-la verdad es que ni siquiera se me había pasado por la cabeza que pudiéramos ir todos en bloque, pero debo decir que la idea no terminaba de cuajar en mi cabeza. Teníamos proyectos de vida demasiado distintos; me había agobiado precisamente por eso cuando terminamos el instituto. No podía pedirles a Scott y Tommy que pusieran sus carreras en pausa por mí, ni podía pedirle a Bey que se tomara un año sabático para irse conmigo a cuidar de animales heridos, pues le destrozaría la vida; Tam no tendría descanso hasta que no se terminara su carrera como bailarina, y su juventud era la baza más importante que tenía ahora mismo. Max iba a casarse el año que viene, y no me parecía justo separarlo de su esposa cuando llevaran poco tiempo de matrimonio.
               Creo que el único que podía permitirse un descanso, aparte de mí, era Jordan, y todo porque estaba acojonado ante la perspectiva de entrar en el ejército y tener todavía menos tiempo que estar con nosotros. Pero yo sabía que le iría genial, y que dentro de cinco años estaría pilotando aviones y haciendo piruetas en el aire con las que los otros ocho estaríamos aferrándonos al asiento cagados de miedo.
               -… pero querías ir por ti. Esto iba sobre encontrarte a ti mismo y ver quién eres realmente cuando no estamos ninguno de nosotros recordándotelo. Yo era el primero que quería decirle a Sabrae que te suplicara que te quedaras hace tres semanas, porque sabía que ella es la única a la que le haces caso, pero porque estabas sufriendo y no quiero eso para ti, Al. Así que, si allí estás bien… creo que no pasará nada si vuelves.
               -Pues yo jamás estaría más orgullosa de ti que si te quedaras-contestó Tam-. Ya sabíamos lo que podías hacer, pero nos has demostrado de qué eres capaz, Al. Si allí estás bien, perfecto; pero si te apetece quedarte, yo lo veo algo totalmente legítimo. Y, egoístamente hablando, nada me haría más feliz. No te haces una idea de cuánto echo de menos ver tu careto entre la gente cuando los demás salimos por ahí.
               -La verdad es que las fiestas no son lo mismo si tú no estás-confesó Logan, cabizbajo.
               -Se te echa muchísimo de menos de noche-asintió Max-, pero también es verdad que ya vendrán otras.
               -Un año es mucho tiempo-reflexionó Karlie, cogiéndome la otra mano-. Tienes que estar seguro de lo que quieres.
               -¿Y tú qué quieres, Kar?
               -A mí me gustaría que estuvieras en casa, pero no me siento con derecho a pedírtelo porque tampoco iba a poder disfrutarte mucho. Y, como ha dicho Jordan, esto es una oportunidad única-se encogió de hombros-. No quiero quitártelo.
               Con la excusa de que tenía que ir al baño, Diana se levantó y se evitó el tener que decirme si debería quedarme o marcharme. Le dio un apretón en el hombro a Tommy antes de perderse entre la multitud, y Tommy se hundió en el sillón. Juntó los dedos por las yemas y me miró.
               -A mí también me gustaría que te quedaras-dijo, y Scott se relamió los labios y se revolvió en el asiento-, porque creo que te lo pasarías muy bien con todo lo que estamos viviendo ahora con la banda. Y podríamos llevarte con nosotros si nos surge alguna promo fuera del país.
               -Ya, pero no se quedaría para luego ir por ahí-contestó Bey-, sino para estar con Sabrae.
               -No lo apruebas-adiviné, y ella me miró.
               -Alec, yo llevo despertándome con ganas de llorar todas las mañanas desde que nos dijiste que te estabas pensando lo de apuntarte al voluntariado. Claro que quiero que te quedes. Perderte de vista es lo peor que me ha pasado en la vida. Pero si tú eres feliz allí… entonces, tienes que volver. Sabrae sobrevivirá.
               -¿Y yo a dejarla sola?-contesté.
               -No está sola-contestó Bey-. Está con todos nosotros. Confía en nosotros, Al. La sabremos cuidar.
               -Pero es que tampoco quiero cargaros con esa responsabilidad. No deberíais estar ocupándoos de mi novia mientras yo voy por ahí, a seis mil putos kilómetros de casa, a hacerme el héroe. Es mi responsabilidad. Y también me gusta.
               -Bueno, pues piénsalo así: ella también es nuestra amiga, y cuidaremos de ella como siempre hemos cuidado los unos de los otros.
               Me acarició la nuca, aprovechando que era mi punto débil, y yo me derretí. Sin embargo, no lo hice lo bastante como para no darme cuenta de que Scott había guardado silencio. Era como si supiera que su opinión era la única verdaderamente relevante y la que podía destrozarme, así que le honraba que no quisiera decirme nada. No obstante, tenía que saberlo.
               Tenía que saberlo o me volvería loco.
               -¿Y tú, S? ¿Qué opinas?-pregunté en tono casual, como si no estuviera hablando de literalmente los próximos nueve meses de mi vida. Scott tomó aire y lo soltó despacio, mordisqueándose el piercing, y finalmente decidió sentar cátedra:
               -Creo que tienes que hacer lo que te apetezca.
               -Guau-dijo Tam, poniendo los ojos en blanco-. Si por lo que sea te va mal en la música, puedes hacer carrera como psicólogo.
               -No va a irle mal en la música; mira qué cara tiene-contesté en tono burlón, y volví a mirar a Scott, aunque no necesitaba que me explicara a qué se refería.
               -Que esté bien en Etiopía no quiere decir que no esté bien también aquí-le explicó a Tam, y luego me miró-. Y, la verdad, creo que mi hermana ha hecho bien obligándote a hablarlo porque así, por lo menos, lo tendréis claro. Estoy seguro de que ella, como todos nosotros, se muere de ganas de que te quedes, más aún de las que parece si te lo ha pedido, pero… la cuestión no es si lo harías, porque todos sabemos que eso sería lo mínimo que estás dispuesto a hacer por Sabrae. La cuestión es si tú quieres quedarte.
                Lo peor de todo es que tenía razón; una demoledora e indiscutible razón. De eso trataba todo realmente, pero yo no había hecho suficiente introspección como para saber qué era lo que quería. Me lo pasaba bien en Etiopía, pero también echaba mucho de menos a Sabrae. Tenía una oportunidad única ante mí, pero también sentía que no la aprovecharía al cien por cien preocupándome por mi novia a miles de kilómetros de distancia y sin poder hacer nada por ayudarla. Me había supuesto un sacrificio económico inmenso, y había estado trabajando a destajo hasta el punto de que había tenido el accidente que casi me mata, y sin embargo no había precio que yo no estuviera dispuesto a pagar por el bienestar de Sabrae.
               Joder, estaba hecho un lío… y, la verdad, no me apetecía nada desenmarañarlo ahora mismo. Era el cumpleaños de mi hermana y había venido para disfrutar.
               De hecho, lo que me apetecía era enrollarme mucho más de lo que ya lo estaba, hasta el punto de que no supiera qué era arriba y qué abajo, qué izquierda y qué derecha, qué adelante y qué atrás.
               Sólo quería pensar en una cosa, perderme en un único sitio. Quería pensar en los labios de Saab, perderme entre sus curvas.
               Por eso simplemente asentí con la cabeza y fui en su busca. No me costó mucho encontrarla: bailaba con las manos en alto al lado de mi hermana, chillando la letra de una canción que yo ni siquiera estaba escuchando.
               Dios, estaba tan preciosa… se le había bajado uno de los tirantes del vestido, y cada vez que bajaba las manos la cadena de oro que lo componía se le deslizaba por el hombro, y aun así, estaba más espectacular que nunca. Tan libre, tan feliz…
               No sabía si quería quedarme o irme, pero lo que sí sabía era que quería que Sabrae estuviera así para siempre, y que yo pudiera disfrutarla.
               Se rió cuando me acerqué a ella y le rodeé la cintura.
               -¡Mi amor!-gritó por encima de la música, cerrando de nuevo los ojos y disfrutando de mi contacto, dejándome tocarla, recorrer su cuerpo con las manos y memorizar sus curvas. Empezó a mover las caderas de manera sugerente, frotándose contra mí, encendiendo en mi interior una llama que llevaba ardiendo los mismos milenios que la llama olímpica.
               Por desgracia, la canción que había elegido Mimi para la ocasión se terminó antes de que el ambiente entre nosotros terminara de caldearse, y, aunque nos faltaba poco para encendernos del todo, nos vimos interrumpidos por Mimi, que exhaló un grito cuando reconoció la canción que estaba sonando. Cogió a Sabrae de las manos y la miró con los ojos muy abiertos, esperando a que la escuchara. Yo también lo hice, y puse los ojos en blanco al darme cuenta de lo que se trataba.
               -¡TAYLOR SWIFT!-gritaron Eleanor, Sabrae, Mimi y el resto de sus amigas, como si no estuviera sonando una lista sacada directamente de la mente malévola de Mimi. Luego, mi hermana continuó-: ¡Fuera, fuera, fuera! ¡Esto es un baile de chicas!-agitó la mano en mi dirección, tratando de echarme, pero yo no iba a renunciar a Sabrae tan fácilmente. Estaba demasiado guapa y apetecible para que yo me marchara, y menos ahora que acababa de abrirse la caja de Pandora con qué era lo que quería. Tenía muy claro lo que quería, y era estar lo más cerquita posible de Sabrae a lo largo de la noche.
               -¡Pero yo quiero quedarme!
               -¡No! Seguro que ni te sabes la canción-Mimi empezó a mover las caderas al ritmo de los acordes, y Sabrae buscó mi mano por debajo de nuestras cinturas. Me hizo un puchero como disculpándose, creyendo que de verdad me iba a marchar, y yo hice amago de hacerlo.   
               Sin embargo, en cuanto empezó la canción, me giré de nuevo y tiré de ella para atraerla hacia mí.
               -MIDNIGHT-gritamos los dos Whitelaw de la sala más fuerte que ningún otro, incluso que la propia Taylor, y Sabrae abrió mucho los ojos y se rió. Por favor, ni que estuvieran poniendo una canción indie que Sabrae y Mimi habían descubierto indagando en lo más profundo de Spotify-, you come and pick me up, no headlights.
               -LONG DRIVE-le gritó Mimi a Trey, que puede que se estuviera replanteando sus decisiones vitales escogiendo pareja o, directamente, su orientación sexual. Si me lo pedía, podía presentarle a Chad para que supiera definitivamente que le iban un poquito los tíos-. COULD END IN BURNING FLAMES OR PARADISE.
               -FADE INTO VIEW, OH-gritó Sabrae, abriendo las manos y poniendo cara de estar en un videoclip, pasándoselo bomba-, IT’S BEEN A WHILE SINCE I HAVE EVEN HEARD FROM YOU-me agarró de la camisa y se acercó a mi boca y yo tuve la esperanza de que me besara, pero se separó de mí y levantó una mano entre nosotras-. And I should just tell you to leave cause I know exactly where it leads, but I watch us...-la cogí de la mano y le hice dar vueltas-, round and round each time.
               -YOU GOT THAT JAMES DEAN-bramamos todos en la discoteca, Sabrae y yo caminando entre la gente como dos súper modelos-, DAYDREAM LOOK IN YOUR EYE, AND I GOT THAT CLASSIC RED LIP THING THAT YOU LIKE, AND WHEN WE GO CRASHING DOWN-agitamos los puños en el aire y empezamos a bajar mientras Mimi y Eleanor hacían lo mismo-, WE COME BACK EVERYTIME. CAUSE WE NEVER GO OUT OF STYLE. WE NEVER GO OUT OF STYLE.
               -YOU GOT THAT LONG HAIR, SLICKED BACK WHITE T-SHIRT-Sabrae me pasó una mano por el pelo y me acarició la camisa, y luego se dio la vuelta para girar la cintura frente a mí, apartándose el pelo sobre el hombro y dejándome así la espalda descubierta-, AND I GOT THAT GOOD GIRL FAITH AND A TIGHT LITTLE SKIRT-repetimos el estribillo y los movimientos, Sabrae sonriéndome como si no se creyera de verdad que estuviera haciendo esto, como si fuera un sacrificio y no me encantara en realidad bailar con mi chica un temazo de los que ya no se hacían.
               Sabrae me mataría y negaré haberlo dicho si tú se lo cuentas, pero creo que me gusta más Taylor Swift que Beyoncé por la sencilla razón de que Sabrae no se había arrodillado ante Taylor. Que Beyoncé hubiera tenido la osadía de permitírselo era algo que yo no pensaba perdonarle.
               -So it goes, he can’t keep his wild eyes on the road, mm-ronroneó Sabrae, colgándose de mi hombro y acariciándome el pecho-. Takes me home.
               Pues mira, ojalá.
               -The lights are off he’s taking off his coat.
               ¿Eso está sobre la mesa?
               -I say “I heard, oh, that you've been out and about with some other girl, some other girl”. He says…
               -What you heard is true-dije en voz baja, tomándola de la cintura y acercándome a su boca, metidísimo en el papel porque soy un novio súper entregado- but I can’t top thinkin' 'bout you and I.
               La tomé de la mandíbula y a Sabrae se le olvidó responderme que a ella también le pasaba, pero no me importó: por la forma en que me miró, supe de sobra que estaba sintiendo la canción más incluso que la propia cantante. Repetimos el momento del baile del estribillo, y cuando llegó el puente de la canción, Sabrae empezó a gritarla de verdad.
               -TAKE ME HOME. JUST TAKE ME HOME!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!-bramó, con las venas del cuello marcándosele como pocas veces le había visto cantando.
               -¡DILO, SABRAE!-bramó Eleanor mientras Mimi y el resto de sus amigas levantaban las manos apuntando al cielo y chillaban “Out of style!” y Diana se subía a un sofá, señalándose a sí misma mientras Tommy se reía. Vi por el rabillo del ojo que Scott se había unido a la fiesta (este chaval no puede dejar de tenerme envidia y copiarme en todo lo que hago), y con Sabrae dando botes junto a mí, cantando a todo lo que daban sus pulmones, me di cuenta de una cosa:
               Puede que hubiéramos decidido posponerlo por nuestra salud mental, o para no agobiarnos por si ésta era la última noche que pasábamos de fiesta este año; puede que nos hubiéramos impuesto el no pensar en ello, pero…
                 a mí no me apetecía una mierda pensar en ello. Me moría de ganas por estar haciendo exactamente esto: ser joven, ser libre, y, a diferencia de lo que les pasaba a sus padres, perderme en la oscuridad. Había sido en la oscuridad donde había encontrado a Sabrae, y sólo en la oscuridad podían resplandecer las luces de la discoteca.
               Su piel era oscura, igual que su pelo. Quería perderme en ella, en sus curvas, en todo lo que la componía que la hacía única y especial.
               Si el cielo era luminoso y puro, yo no lo quería; quería esto que teníamos: caótico, ruidoso, primitivo e irreverente. Quería disfrutarla en todo lo que me diera, y arder en las llamas de su infierno si con así, más tiempo me permitían tenerla.
               Las canciones se fueron sucediendo, con sus momentos más lentos y más rápidos; baladas y temazos por igual en los que aprovechábamos cada nota para darlo todo, bien ella colgada de mi cuello, o bien yo enredado en su cintura, tan pegados que era imposible saber dónde terminaba Alec y dónde empezaba Sabrae.
               Su pelo me flagelaba en una tortura deliciosa cada vez que ella agitaba la cabeza.
               -This. Bitch. Got me payin’ her rent, payin’ for trips-agitó la cabeza frente a mí, levantando las manos y frotando los dedos-, diamonds on he neck-se pasó las manos por el cuello y el escote-, diamonds on her wrist, and here I am, all alone…
               Me reí, agarrándola de la cintura y pegándola a mí.
               -SINGING HOW COULD SHE DO THIS TO ME?-bramó, abriendo los brazos. Dios. Joder. Dios. Estaba tan preciosa que me dolía mirarla, con su pelo negro como la noche, su vestido morado como sus ideales, sus zapatos y sus tirantes dorados como su alma.
               Debía de estar luciéndome esa noche, porque llegó un momento en el que Sabrae y yo nos miramos y gritamos al reconocer los primeros acordes de una canción que había empezado a capella con un simple “Jason” y una chica riéndose.
               A Mimi no le entusiasmaba Jason Derulo, así que si lo había puesto era porque quería darnos un momento, como dándonos las gracias por hacer su cumpleaños algo tan especial.
               -GET JAZZY ON ‘EM!-nos gritamos Sabrae y yo-. I’M THAT FLIGHT THAT YOU GE TON, INTERNATIONAL. FIRST CLASS SEAT ON MY LAP, GIRL-le di la vuelta a Sabrae y me incliné hacia delante, mientras ella se inclinaba hacia atrás, rozándome con el culo. Ni de coña le gustaba esta canción a Mimi; la hermana a la que yo conocía y quería se habría muerto de la vergüenza bailando de esta manera.
               Suerte que a mi novia le encantaba bailar así.
               -CAUSE I KNOW WHAT DA GIRL DEM NEED, NEW YORK TO HAITI. I GOT LIPSTICK STAMPS ON MY PASSPORT, YOU-nos señalamos el uno al otro-MAKE IT HARD TO LEAVE.
                Nos volvimos locos durante el estribillo, nos inclinamos de un lado a otro en el segundo verso.
               -You know the words to my songs, NO HABLA INGLÉS. Our conversations ain't long, but you-nos señalamos de nuevo el uno al otro- know what is.
               Sí, definitivamente Mimi se moriría de vergüenza bailando esta canción.
               -SÉ LO QUE NECESITA ESA CHICA, DE Londres A TAIWÁN. TENGO MANCHAS DE PINTALABIOS EN EL PASAPORTE, CREO QUE NECESITO UNO NUEVO. HE ESTADO POR TODO EL MUNDO, NO HABLO EL IDIOMA, PERO TU CULO NO NECESITA EXPLICACIÓN-nos gritamos Sabrae y yo-, TODO LO QUE NECESITO ENTENDER ES, ¡CUANDO! ¡TÚ! ¡ME DICES GUARRADAS!
               Y ahí empezó la espiral de excitación de la que yo no iba a poder salir en toda la noche salvo que Saab me sacara de la única manera que sabía. La siguiente canción era más lenta, Have mercy, pero tenía perlitas del calibre “he’s so goofy, call me daddy” o “if he got it like that, like that, I can take it, take it there, cause my booty so big lord, have mercy” (Sí, Dios, por favor, ten piedad de mí) que no ayudaban a que yo me tranquilizara.
               Y la siguiente ya terminó de destruirme. No recordaba haberla escuchado nunca, pero la voz juguetona de la chica ya prometía: era una fantasía de R&B cargada de sensualidad que… bueno. Digamos que Sabrae estaba sintiendo esa canción. Sonrió en cuanto escuchó los primeros acordes, reconociéndola al instante, y se giró para mirarme y cantarla mientras se contoneaba frente a mí, toda curvas y erotismo.
               -Get a cup of me, just touch on me, big talk, big things, I like the way you are. Pour it up and drink, get lit, we link; just sip, don’t think, I like the way we are-Sabrae me guiñó el ojo y me sonrió, dándose la vuelta y colocándose mi mano en el vientre mientras balanceaba las caderas-. You see this this side of me, you ain't gon' wanna leave. Don't drink and drive, baby, you're right where you're supposed to be. This here is top shelf, I know you're thirsty. Run up a tab so you can get every drop of me.
               Sabrae se giró y se puso de puntillas para cantarme a dos centímetros de los labios, con los brazos por debajo de los míos y las manos sobre mis hombros.
               -If you want it, don't waste it. Taste it, no chaser. If you want it, prove it. Taste it, no chaser. I’m already sweet, you can do without it-sonrió, negando con la cabeza-, take it straight from me, if you really ‘bout it. If you want it, don’t waste it. Taste it, no chaser.
               Sabrae se relamió los labios, sonriendo como la psicópata que era mientras a mí me daba una embolia. Ni siquiera conocía a la cantante ni había terminado la canción, pero No chaser de Coco Jones iba a convertirse, oficialmente, en el himno de este infierno que Sabrae me estaba haciendo disfrutar tanto. Escucharla cantarme así, cantarme esas cosas me estaba poniendo físicamente enfermo.
               -We sip, and we chill, and we vibe. Room spinnin, you feel it, don’t lie. Last call but we needed more time, after hours, let’s slide.
               Y luego el puñetero estribillo infernal.
               -Si ves este lado de mí, ya no te vas a querer ir; no bebas y conduzcas, cielo, estás donde se supone que tienes que estar. Todo esto es de primera calidad, y sé que tienes sed; ábrete una cuenta a crédito para que puedas tomarte hasta la última gota de mí-me cantó Sabrae.
               Entenderás que yo no estaba NADA bien en ese momento. Me costaba respirar, me costaba pensar en nada que no fuera ella cantándome esas cosas, bailando de forma que todo su cuerpo era como un premio y un castigo, la redención y la tentación a partes iguales.
               -Si lo quieres, no lo malgastes; saboréalo, sin edulcorantes. Si lo quieres, demuéstralo; saboréalo, sin edulcorantes. Yo ya estoy dulce, no lo necesitas; tómalo directamente de mí, si de verdad es lo que quieres.
               Le puse las manos en la cintura y fui bajando y bajando y bajando mientras Sabrae seguía cantándome. Se puso de puntillas en sus tacones y me rozó los labios con los suyos, y yo tiré un poco más de ella para que su boca estuviera todavía más cerca de la mía, aprovechando de paso para hundirle bien los dedos en el culo. Puede que incluso se le estuviera viendo ya por debajo del vestido, pero me daba igual.
               En lo único en lo que podía pensar era en que me apetecía beberme todas sus mieles: la de sus labios, la de sus palabras… y la de esa gloriosa fuente que tenía entre los muslos.
               Quería tocarla por todas partes, besarla y morderla por absolutamente todas partes.
               Había un rinconcito en especial, no obstante, en el que tenía más interés que en los demás.
               Y sabía que habíamos decidido que no debía pasar nada entre nosotros, pero… sinceramente, a estas alturas de la película, me parecía una condena de muerte cada prenda que Sabrae llevaba puesta. Y llevaba cuatro.
               -No chaser-ronroneó contra mi boca, y la muy hija de puta me lamió los labios con la punta de la lengua, como quien prueba un pastelito que sabe que no debe llevarse a la boca, pero que no puede resistirse. Saab suspiró y se bajó hasta apoyarse de nuevo en sus tacones, pero yo la pegué más contra mí, y sus ojos chisporrotearon al comprender lo que había pasado, lo que estaba pasando, y lo que estaba a punto de pasar.
               -Sabrae-dije con la voz ronca; me dolía de un modo físico cada milímetro de ropa que había entre nosotros, y podía sentir sus curvas contra mi miembro endurecido. Sabrae entreabrió los labios, e imaginarme mi polla rodeada de ellos hizo que casi me volviera loco.
               Habíamos decidido que no “haríamos nada”, pero creo que los dos pensábamos en la penetración cuando nos pusimos esos límites. Nadie había dicho nada de sexo oral. Y, francamente, me daba igual si ella no quería hacerme ni media mamada, pero yo me moría por probarla.
               -¿Me dejas comerte el coño, por favor?-casi le supliqué, y ella abrió la boca un poco más, la cerró y asintió con la cabeza. Supongo que estaba flipando con lo romántico que era, o decidiendo si debía darme una bofetada que yo no iba a detener por pedirle eso delante de toda la discoteca. Claro que tampoco es que tuviéramos que sentir vergüenza por disfrutar el uno del otro, y no es que no hubiera nadie que no se imaginara a qué íbamos si de repente nos veían marcharnos.
               Casi me echo a llorar cuando asintió con la cabeza, y rápidamente la conduje entre la gente.
               -Venimos ahora-le dije a Mimi, que nos miró con el ceño fruncido cuando nos abrimos paso de mala manera entre su grupo de amigas.
               -O puede que no-puntualizó Sabrae, y yo me eché a reír. Abrí la puerta del cuarto morado del sofá (que Jordan había dejado libre esa noche, ¡menos mal!), y dejé que Sabrae pasara. Le di una palmada en el culo y ella se giró, riéndose, a esperar a que yo entrara.
               Ni siquiera me dejó echar el pestillo: apenas había cerrado la puerta se abalanzó sobre mí y gimió; un sonido animal y femenino que despertó lo poco animal y masculino que tenía dormido dentro de mí. La agarré de la cintura y la levanté en el aire hasta que su cara estuvo por encima de la mía, y Sabrae cerró las piernas en torno a mis caderas, frotándose contra mí, en busca de una fricción que no nos aliviaría lo más mínimo, sino que terminaría de condenarnos. Le puse una mano en la mejilla y fui bajando hasta bajarle uno de los tirantes del vestido, de forma que uno de sus pechos quedó prácticamente al descubierto. Con la mano que todavía tenía bajo sus piernas, la levanté un poco más y le di un mordisquito justo donde se terminaba la tela y empezaba la piel hinchada y generosa de su escote. Sabrae echó la cabeza atrás y gruñó, mostrándole los dientes a una Luna que sin duda nos envidiaba.
               -Joder, sí. Qué bien sientas, Alec…
               Me abrí paso entre cajas de bebida (por eso Jordan no había dejado que nadie entrara en el cuarto morado) y aparté de un puntapié la mesa baja que había frente al sofá, con tanta fuerza que hice que volcara. Sin embargo, yo sólo escuché el ruidito que hizo Sabrae cuando, al mover la pierna para dar la patada, se apoyó por la fuerza de la gravedad justo sobre mi entrepierna.
               Me senté en el sofá y abrí las piernas para dejarle más espacio para apoyarse mientras ella clavaba las rodillas a ambos lados de mi cuerpo y continuaba besándome. Metí las manos por debajo de la falda de su vestido y se lo fui subiendo y subiendo hasta que su ropa interior quedó al descubierto: un sencillo tanga negro que bien podía convertirse en mi postre preferido.
               Sabrae separó un poco más las piernas y empezó a frotarse contra mí, aprovechándose de las debilidades del tanga, que ya no podía cubrirla por completo, para satisfacerse con la tela de mis vaqueros.
               -No deberíamos estar haciendo esto-dijo, metiéndose una mano por entre las piernas y buscando la mía.
               -Es verdad-asentí, colándome por dentro de la tela de su tanga y separando los pliegues de su sexo-. Dijimos que nada de sexo hasta que no habláramos-le aparté el tanga a un lado y le pellizqué suavemente el clítoris, a lo que Sabrae respondió dejando escapar un alarido. Tenía los pezones duros tras la tela del vestido; me moría por verle las tetas, pero eso implicaría sacar la mano que tenía entre sus muslos de ese rinconcito tan especial, y ni de puta coña.
               -Aunque no sé si nos referíamos a esto...-empezó a divagar, besándome el pelo, la sien, la mejilla, el mentón, los labios. Mordiéndome la boca y el cuello mientras mis dedos exploraban sus pliegues, y cuando metí un dedo dentro, demasiado ansioso de sentirla y de que me empapara con su placer para seguir jugando con su humedad, Sabrae dejó escapar un gruñido y se pegó a mí-. Mierda, Alec, joder. Sí.
               -Sabes perfectamente que nos referíamos a esto cuando dijimos “nada de sexo”-dije, metiendo el dedo un poco más y estremeciéndome de pies a cabeza cuando su sexo se cerró en torno a mí. El contacto sería tan delicioso si fuera en mi polla… creo que no duraría ni treinta segundos sin correrme dentro de ella. Estaba apretadísima, como si cada día que habíamos pasado separados hubiera estado deseándome, aferrándose al aire angustiada al no sentirme, masturbándose desesperada igual que lo había hecho yo.
               -Dime que eso no va a detenerte.
               -Tendría que estar muerto para que me detuviera-dije, y le metí el dedo hasta el fondo, y Sabrae se estremeció.
               -Menos mal.
               -Y, por si no te has dado cuenta… estoy bastante vivo.
               -Deliciosamente vivo-respondió ella, sentándose del todo sobre mis piernas y frotándose contra mí.
               -¿Y si nos… damos un respiro?
               -Me parece genial-jadeó, y su sexo se cerró de nuevo a mi alrededor. Sabrae gimió, desesperada.
               -¿Te vas a correr ya?
               -Casi. Sí. Estoy a punto. Yo… lo siento. Estaría mejor que durara más-jadeó-, pero es que llevas toda la noche tocándome y… estoy al rojo vivo.
               -Joder, ¿y yo no, Sabrae? Casi me vuelves loco con esa puñetera canción. Recuérdame que, cuando termine de follarte con las manos y con la boca, pida una orden de alejamiento en el juzgado. Eres una psicópata.
               Sabrae suspiró y se apartó el pelo de los hombros arqueando la espalda y agitando la cabeza, y se mordió el labio, sonriendo mientras se movía sobre mí, y a mi alrededor. No pude evitar pensar en lo que estaría disfrutando si lo que tenía dentro de ella fuera mi polla y no mi dedo.
               -¿Quieres correrte o prefieres que lo alargue?-pregunté.
               -Quiero sentirte dentro de mí-respondió, pasándome los dedos por encima de la camisa y abriéndome los botones. Ja, ja. Vale. Estaba desquiciada. Ya éramos dos.
               Saqué la mano de dentro de su tanga y la metí de nuevo por delante, de modo que su clítoris me quedara más a mano si me pedía que se lo masajeara. Sabrae suspiró y se frotó contra la palma de mi mano, mojándose cada vez más y más.
               -Dime qué quieres que haga. Dime cómo quieres que te lo haga. Ha pasado mucho tiempo, Saab. Llevo pensando en ti, en esto, cada minuto de cada puta noche que he pasado lejos de ti. Háblame.
               -No quiero correrme así-suspiró-, pero no puedo parar.
               -¿Cómo quieres correrte, entonces?
               -Me he corrido demasiadas veces así yo sola. No quiero que me masturbes-gimió, y para no querer que la masturbara, bien que se estaba sentando con énfasis sobre la palma de mi mano como si estuviera en un toro mecánico-. Quiero que me hagas cosas que sólo tú puedes hacerme.
               Sonreí y le aparté el pelo de la cara con la mano que tenía libre.
               -Te morías de ganas de que te pidiera comerte el coño, ¿eh?-le dije, besándole el cuello y aplastándole el clítoris con el pulgar. Sabrae gimió y se cerró en torno a mí con más fuerza que antes, y también durante más rato, y yo supe que estaba a punto de correrse.
               Si le pedía permiso… si me bajaba la bragueta… si me sacaba la polla, que tenía dura y gruesa como un tronco… si se la metía… podría sentir cómo se corría a mi alrededor, empapándome de su néctar, y ni siquiera tendría que embestirla. Casi no habría peligro de que la dejara embarazada.
               Y sin embargo, sabía de sobra que, como se me ocurriera metérsela, luego ya no sería capaz de sacársela hasta no correrme yo también. Y estaba claro que ella no iba a pedirme que se la sacara, porque estaba todavía peor que yo (y mira que ya es decir; es como si un tuerto le dijera a un ciego “¡mira!”).
               -Estaba a punto de pedirte que nos fuéramos a una esquina y me dejaras chupártela.
               -¿Tan desesperada estabas?-me reí.
               -Llevas toda la noche poniéndome cachonda. Desde la cena. Sabes que sí.
               -¿Perdona? Tú no eres la víctima aquí. Te has puesto ese maldito vestido para amargarme la existencia.
               -¿No te gusta?
               -Me gustaría si no estuvieras tan jodidamente buenísima con él. No puedo pensar mientras lo llevas puesto, Sabrae. Mi vida es una auténtica mierda desde que te lo has puesto.
               Sabrae me apoyó la mano en la muñeca para detenerme, se separó un poco de mí…
               … y entonces se quitó el vestido por la cabeza, arrojándolo a continuación sobre el sofá. Se apartó el pelo de los hombros y me miró con un cierto desdén en la mirada que me hizo querer follármela mejor que nunca simplemente para recordarme que a mí no podía mirarme así. Se había tragado mi semen demasiadas veces como para hacerse la digna conmigo.
               Sin embargo, apenas podía enfadarme con ella. Tenía las tetas (oh, esas maravillosas tetas suyas que me hacían desear ser un poeta para escribirles una elegía como se merecían) al aire, y yo no podía molestarme lo más mínimo con ella porque eran simplemente perfectas.
               Sabrae se inclinó ligeramente hacia atrás, sabedora de que tenía toda mi atención y de que comía de la palma de su mano, y tiró un poco hacia arriba de su tanga para hacerme disfrutar de sus curvas. Tenía toda la carne de gallina; los pechos, más redondeados y respingones que la última vez que se los había visto, y sus pezones duros y erectos estaban para comérselos.
               Clavé los ojos en ella en un ejercicio de fuerza de voluntad que hacía que me mereciera que me tocase el Euromillón.
               -Eres una hija de puta.
               Sabrae sonrió sin mostrarme los dientes, mordisqueándose los labios, pero su risa se convirtió en una mueca de placer cuando me lancé hacia ella y me metí sus tetas en la boca. Le lamí, succioné y mordí los pezones hasta que estuve seguro de que estaba a punto de correrse, y entonces subí de nuevo a su boca y empecé a besarla como si no hubiera un mañana; como si hubiera sido reclutado y me fuera a la guerra al día siguiente y estuviera decidido a no pasar hambre de mujer en todo lo que durara mi misión. Sabrae abrió las piernas, y ahogó un gritito entusiasmado cuando la cogí de la cintura y la senté sobre el sofá. Apartamos apuradamente los cojines de los lados para darle más espacio para que se tumbara, y yo me puse de rodillas frente a ella y empecé a retirarle el tanga, que estaba adherido a su sexo como una segunda piel. Inhalé el perfume de su excitación y me descubrí llevándome una mano a la entrepierna, bajándome la bragueta y buscando dentro de mis bóxers. Agarré a Sabrae por las caderas y tiré de ella para colocarla más cerca de mí, tratando de distraerme de la imperiosa necesidad que sentía de masturbarme.
               Separé sus piernas y me quedé mirando su sexo abierto, hinchado y mojado, listo y ansioso de mí. Hipnotizado, le pasé dos dedos por su abertura y Sabrae se estremeció, arqueando la espalda y ofreciéndome sus pechos y su sexo en el mismo gesto.
               -¿Vas a tocarte?
               -Voy a durar dos segundos-contesté, llevándome los dedos a la boca y…
               Joder. ¿Siempre había sabido así de bien? Era dulce, chisporroteante y excitante, como zumo de estrella fugaz.
               -Quiero que te toques-dijo Sabrae-. Siempre me gusta más cuando te tocas mientras lo haces.
               Alcé una ceja y soplé sobre su sexo. Sabrae arqueó de nuevo la espalda y ahogó un chillido.
               -Me parece que no vas a tener ninguna queja de lo que está a punto de pasar.
               -Alec…-suplicó.
               -Sabrae, en serio, como empiece a hacerme una paja no voy a aguantar nada, y entonces…
               -Joder, Alec, déjate de hacer el gilipollas y empieza de una vez.
               Sonreí. La verdad es que me estaba costando horrores no hacerle nada; estaba tan cachonda que sabía que podría correrme incluso sin tocarme, sólo con el placer que me produciría escucharla gruñir y sentir cómo se movería a mi alrededor.
                -¿Y las palabras mágicas?-la pinché. Supe que estaba muy jodida cuando las dijo sin rechistar, en lugar de sus típicos “encima que me abro de piernas para ti no te lo voy a pedir por favor, so chulo”.
               -Por favor-suplicó, y yo me incliné hacia ella.
               -Tus deseos son órdenes, bombón.
               Le separé las piernas y no pude evitarlo: la lamí como si fuera un polo, y Sabrae chilló. Se aferró al sofá con ambas manos en busca de aire, y eso que sólo llevaba un par de lametazos. No obstante, la entendía; yo no estaba tocándola con mi parte más sensible y ya lo estaba disfrutando de lo lindo, así que me imaginaba lo que ella estaría sintiendo, teniéndome en su rincón más delicado y dándole todo lo que necesitaba. Sabrae se estremeció de pies a cabeza cuando le recorrí de nuevo todo el sexo con la lengua y, agradeciendo el detalle de que estuviera depilada, capturé sus labios entre los míos.
               -Por Dios. Sí. Madre mía… creo que voy a llorar.
               Le metí un dedo dentro mientras rodeaba su clítoris en círculos, y Sabrae se corrió en ese instante. Me reí y le mordisqueé uno de los labios mayores.
               -Qué vergüenza. La novia del Fuckboy Original y no aguanta ni lo que él cuando perdió la virginidad.
               -Tenía tantas ganas de esto…
               -Pues imagínate yo-respondí, pasándome una de sus piernas por encima del hombro y tumbándola de costado. Sabrae gimió cuando sintió mi lengua recorriéndola arriba abajo, mis dientes rozándole los puntos más sensibles, mis labios capturando su clítoris y toda mi boca bebiendo de sus fluidos como si fueran mi zumo preferido en el mundo (lo eran). No cerró el pico en todo lo que estuve entre sus piernas, pero yo lo agradecía. Nunca está de más que te suban el ego recordándote lo buen amante que eres.
               -Dios mío, Alec… sí, justo así… justo ahí… sigue así. Justo así. Dios mío. Me encanta. Me puto encanta. Esto es lo mejor. Te he echado tantísimo de menos… quiero esto. Nos quiero a nosotros. Es lo único que quiero en mi vida. Alec. Alec, espera. Un poco más  despacio. Si sigues así, voy a correrme. Me… voy a… por favor. Dios. Voy a correrme, de verdad…
               -Pues córrete-ronroneé yo, y le besé el sexo antes de volver a pasarle la lengua, hundiendo toda la boca a continuación en su sexo y subiendo las manos para jugar con sus tetas. Sabrae llevó una de sus manos a mi cabeza y tiró de mí, pegándome más a ella mientras se corría, inundando así mi boca con su excitación mientras yo manoseaba los latidos desbocados de su corazón. Gimió desde lo más profundo de su ser, desesperada, y se corrió otra vez cuando yo no le di tregua y continué jugueteando con su clítoris en mi lengua.
               -¡Alec! ¡ALEC!-repitió, desesperada, mi nombre una súplica y una maldición y una oración y una celebración. Cerró más las piernas en torno a mí, las gotas de su placer cayendo sobre el sofá. Se desplomó sobre el sofá, las piernas ahora abiertas, casi sin energía para mantenerse erguidas, y me miró más preciosa que nunca: estaba completamente borracha de mí y de mi felicidad.
               Le brillaba la piel con una capa de sudor que siempre me enorgullecía más que cualquier trofeo que tuviera en mi habitación, y sonreí.
               -¿Sigue en pie lo de esa mamada?-le pregunté, y ella sonrió, cansada.
               -Claro. Esto no ha terminado, Whitelaw.
               -Oh, ya lo creo que no, Malik.
               -Sólo estoy descansando un poco.
               -Seguro que ha sido un día larguísimo para ti, ¿eh? Tanto zorrear como la mayor golfa que ha visto este país debe ser agotador.
               Tiró de mí para acercarme a ella y besarme en los labios con un beso invasivo y profundo, que me hizo recordar por qué había querido más de ella en cuanto la probé por primera vez.
               Sabrae me colocó las piernas en la cintura y me bajó torpemente los pantalones.
               -Quiero que tú también te lo pases bien.
               -¿Yo? Pero si ya me lo estoy pasando de puta madre.
               -Digo más-contestó, llevándose una mano al hueco entre las piernas. Exhaló un gemido cuando se pasó la mano por su sexo aún sensible y, entonces, estiró un poco más el brazo y me rodeó la polla. Jadeé y apoyé la frente sobre ella, los ojos cerrados, concentrado en la sensación de su mano recorriendo toda mi envergadura, deslizándose sin la más mínima molestia gracias a su lubricación.
               Estaba mojado en sus flujos, y sin embargo no había peligro para ella. Esto era un sueño, un jodido sueño. Abrí los ojos, apoyé las rodillas sobre el borde del sofá y empecé a masturbarme con los ojos puestos en los suyos. No rompí el contacto visual ni cuando estiré la mano tentativamente y ella separó más las piernas, dándome el permiso que le estaba pidiendo para llenarme de sus fluidos y seguir masturbándome mientras me empapaba de ella.
               Estuvimos un rato así, mirándonos a los ojos mientras ahora nos ocupábamos de mí, hasta que sentí que estaba a punto. Empecé a tensarme y a moverme más rápido, y deslicé a Sabrae debajo de mí, para que ni una sola gota le cayera cerca de la entrada y no hubiera peligro.
               Saab se deslizó hasta el borde del sofá, aguantándose sobre las piernas con una fuerza renovada, y me rodeó la polla con los dedos.
               -¿Puedo chupártela?-me pidió, y a mí casi me caen dos lagrimones de la ilusión. Asentí con la cabeza y Sabrae la levantó. Con los ojos puestos en los míos, besó la punta y dejó un rastro de besos bajo el tronco, para luego centrarse en lamerme los huevos, gimiendo de una forma que sólo podía nacer del más puro disfrute. Cerró los ojos cuando le pasó la lengua por toda su envergadura después de meterse mis huevos en la boca mientras la acariciaba y seguía untándola con sus fluidos, y cuando se la metió en la boca, yo empecé a embestirla de forma involuntaria. No podía controlarme ni parar, pero eso a ella parecía gustarle, porque la mano que no tenía en mi polla volaba a su entrepierna para volver a darle placer.
               -¿Quieres que me corra en tu boca?-pregunté, jadeando, con la voz ronca después de tanto gruñirle lo bien que lo hacía, lo cachondo que me ponía y lo buenísima que estaba.
               -¿Quieres hacerlo en otro sitio?-preguntó, sonriente, y yo me reí.
               -Creo que donde quiero hacerlo en realidad está fuera de la mesa.
               Se echó a reír, y Sabrae riéndose desnuda es todo un espectáculo. Te recomendaría que lo vieras, pero por desgracia para ti y suerte para mí, me está reservado sólo a mí.
               -También están mis tetas. Elige, ¿qué prefieres?
               Me la saqué de su boca y empecé a recorrer toda mi envergadura con la mano, y ella se echó a reír.
               -Sin desmerecer a tu boca, pero es que tus tetas todavía no me han dado ningún disgusto.              
               -Dales tiempo-coqueteó, guiñándome el ojo, y gimiendo y suspirando y animándome con mi nombre y cochinadas varias cuando me cogió con ambas manos y se propuso sacarle brillo a mi rabo. Cuando al fin me corrí, Sabrae se quedó tumbada sobre el sofá, recibiendo las gotas de mi semen como si fueran las primeras gotas del monzón, y ella una flor tropical.
               -Buen chico-ronroneó, y yo puse los ojos en blanco y le di un beso en la frente. Cogió una gotita de semen con la punta de un dedo y se la llevó a los labios.
               -Estás fatal de la cabeza-me reí cuando la vi sonreír como si acabara de darle un buen sorbo a una rica limonada.
               Sabrae soltó una risita y sí, definitivamente Sabrae desnuda es todo un espectáculo. Le acaricié las piernas y le di otro beso en la frente.
               -¿Qué hacemos ahora?
               -Me apetece seguir.
               -¿Y romper nuestra promesa de nada de sexo? ¡Sabrae!-me llevé una mano al pecho, escandalizado, y ella volvió a reírse.
               -¿No quieres llegar hasta el final?
               -No tengo condones.
               -Pues ya sabes lo que te toca.
               -¿Es en serio?
               -Claro. O, si tú no quieres, estoy segura de que Jordan…
               -Tú quieres que le abra la cabeza delante de ti, ¿eh? Lo dicho, eres una psicópata. Espérame aquí-dije, cogiendo los pantalones y enfundándomelos sin los calzoncillos. Recogí la camisa a toda hostia (ventajas de haber escapado de habitaciones de tías que les ponían los cuernos a sus novios conmigo cuando los novios llegaban a casa) y me la abroché a gran velocidad.
                -¿Adónde voy a ir así?-preguntó, señalándose a sí y a su desnudez. Arqueé una ceja.
               -Mmm, no sé, ¿al museo del Louvre?
               Se rió y se tumbó de lado en el sofá, mirándome con una expresión enamorada que me hizo estremecer. Qué suerte tenía de ser yo el dueño de esa expresión.
               -Alec.
               -Mm.
               -Me gustas muchísimo.
               -Ah. Menos mal que me lo dices. Creía que lo de ducharte con lefa lo hacías con todos.
               -Sólo con los que me caen medio bien.
               Los dos nos reímos.
               -Date prisa. O invitaré a Jordan en serio-se tumbó sobre su espalda, dobló las piernas y se quedó mirando al techo.
               -Con la experiencia que tiene, me da tiempo a volver a Etiopía, terminar el voluntariado y volver antes de que averigüe dónde tiene que meterla.
               -Él no sabrá, pero ya sabes que yo sí.
               Me reí entre dientes.
               -¿Lo traigo de algún sabor en particular o con chupármela a pelo te das por satisfecha?
               -Sorpréndeme.
               Me apoyé en el marco de la puerta y sonreír.
               -Va a pasar de verdad, ¿no, Saab? Vamos a hacerlo y le pondremos el broche de oro a la noche-dije, y ella asintió-. Vale. Solo quería asegurarme.
               Giré el pomo de la puerta y la abrí.
               -Alec.
               -¿Mm?
               -Continuará-sonrió Sabrae, y yo me giré y la miré, sonriéndole también.
               -Pero mira que eres lerda, chavala.

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1 comentario:

  1. -COMO TE GUSTA LO QUE TE ENCANTA DANDOLE A MISS BEY UN ACADEMIC RIVALS TO LOVERS TROPE TE AMO.
    -Casi lloro con la conversación de todos con Alec cuando Sabrae se ha ido. Me ha dolido el corazón con como son siempre Bey y Scott los que mas lo conocen. Lo muchísimo que me duele este ultimo por razones obvias.
    -He chillado un poco con el momento pista de baile y Taylor Swift y casi muero imaginándomelos tan disfrutones bailando.
    -Acabo diciendo que por fin han follao hombre, tanta tontería.

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