lunes, 8 de julio de 2024

Cóctel de estrella fugaz.


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Nuestro vínculo era dorado, pero la canción no podía estar más acertada: querer a Alec era rojo. Rojo como el mono de Nochevieja que me había puesto con la única intención de que él me lo quitara, rojo como el desfile de corazones que decoraban las calles de Londres cada 14 de febrero.
               Rojo como el charco de sangre sobre el que sentía que me había tumbado y sobre el que se escapaba mi vida. Y, aun así, encontré dentro de mí la fortaleza suficiente para estar tranquila y sentirme tremendamente orgullosa de él. Sabía que no le había resultado nada fácil sobreponerse a sus instintos y decirme la verdad, pero ahora tenía la certeza de que esto era lo correcto.
               Esto era lo bueno. El poder mirarlo a los ojos y jugar con los mechones de pelo que todavía le caían sobre la frente mientras recogía los pedacitos en que me había roto el corazón, confiando en que él me los pegaría de nuevo con pegamento de oro que haría de mí la obra de arte que él siempre había visto cada vez que me miraba. Lo íbamos a conseguir. No importaban las piedras en el camino ni lo lejos que tuviéramos que llegar para reunirnos, cómo habríamos de escalar montañas y acurrucarnos junto a una hoguera minúscula en la oscuridad de la noche y el frío del bosque.
               Esto era sano. Sano como no había tenido nada en mi vida. Esto era infinito, como la confianza que tenía en él. Sabía que nunca, jamás, me haría daño a propósito, y con eso sería más que suficiente para aguantar durante el larguísimo invierno que estaba a la vuelta de la esquina, y que, a diferencia de los demás, no terminaría en marzo, sino en julio, cuando regresara. Puede que los días fueran cortísimos y las noches demasiado largas, puede que me preguntara una y mil veces si no debería haber insistido un poco más para que jamás probara las mieles de Etiopía, pero ahora que sabía lo que era estar lejos y aun así ser feliz, no podía quitárselo.
               No podía y tampoco quería. Alec se merecía más que nadie ser feliz, y si tenerme a miles de kilómetros lo destrozaba, pero aun así lo prefería a las preguntas que siempre nos atormentarían a ambos sobre si lo habríamos conseguido de normal. Ahí fuera había todo un mundo para que él lo disfrutara y lo dominara, y que estuviéramos en puntos distintos de nuestra vida no implicaba que uno de los dos tuviera que ponerla en pausa y subirse al vagón del otro.
               Un intensísimo sentimiento de amor floreció en mi pecho mientras me daba cuenta de lo que significaba lo que Alec acababa de hacer: me había elegido a mí por encima de sus miedos, de sus dudas, de su pecado mortal de siempre querer sacrificarse por los demás. Por una vez se había puesto a sí mismo frente a todos los demás; había vuelto a ser sincero conmigo, aun sospechando que no iba a decirme lo que yo iba a querer oír, simplemente porque me respetaba y me quería lo bastante como para ir con la verdad por delante, y me valoraba lo suficiente como para no poner en peligro la confianza que yo había depositado en él, lo más valioso que él consideraba que le había confiado, regalándome los oídos con que mis mañanas volverían a ser luminosas porque lo tendría de nuevo calentándome la cama.
                A pesar de que acababa de confirmarme que no dejaría de nevarme sobre la cabeza desnuda durante los próximos nueve meses, la primavera se abría paso por mi interior con la fuerza arrolladora de una tormenta solar. Veía en sus ojos cuánto le dolía sentirse así por todo lo que eso implicaba pero, a la vez, lo mucho que le alegraba haber podido sacárselo de dentro. Estaba tranquilo por primera vez desde que había regresado, porque ahora las cartas estaban sobre la mesa.
               Sólo teníamos que escoger.
               Pero lo haríamos como el resto de parejas cuando eligen la casa en la que construirán su hogar: sabiendo exactamente qué queríamos ambos y descartando todo lo que no encajara dentro de nuestros planes.
               -Estoy tan enamorada de ti-susurré en voz baja, aunque no me habría importado subir a la azotea y gritarlo a pleno pulmón, o plantarme en medio de Trafalgar Square y anunciarlo a los cuatro vientos desnuda como estaba; de verdad que no me habría importado lo más mínimo, porque me sabía la chica más afortunada del mundo por ser la única con derecho a estar así, con su cuerpo entrelazado con el suyo, sólo la frontera de nuestra piel separando nuestras almas.
               Me incliné hacia él para darle un beso en los labios; fue un beso lento y paciente que bien podría protagonizar una película de época. Me concentré en la sensación de sus labios contra los míos, la humedad de su boca, la calidez de su aliento, el sonido de nuestros labios al separarse. Ahora que sabía a ciencia cierta que aquellos pequeños grandes lujos estaban contados, iba a atesorarlos todavía más. Tomé aire, lo retuve dentro de mí unos segundos, como si así pudiera conservar más tiempo el aroma de Alec conmigo, y finalmente exhalé. Le acaricié el brazo que me había pasado por la cintura con la yema de los dedos y dejé mi mano descansando en su costado.
               -Aun así-dijo también en un susurro-, creo que tenemos que hablarlo-pasó la otra mano por debajo de mi cuerpo y me acarició la espalda con la yema de los dedos, enviando descargas eléctricas que estallaban en mi columna vertebral y hacían estragos por el resto de mi cuerpo-. También estoy muy bien aquí. Contigo. Tú eres lo único que no ha hecho que no dude en si debo coger el avión o no, Saab. Desde el principio-me recordó, y yo le sonreí.
               -Te has sacrificado demasiadas veces por mí como para que yo no te devuelva el favor ahora. De lo contrario, creo que nunca podría ponerme al día-dije, cogiéndole la mano que tenía en mi cintura y llevándomela a los labios para besarle los nudillos. Metí una de mis piernas entre las suyas y suspiré, rozando su cuerpo con el mío en todo lo posible. Cada milímetro de contacto entre nosotros valía oro, y yo estaba dispuesta a ir a la guerra por aunque fuera un minuto más a su lado.
               -No estoy llevando la cuenta-respondió con paciencia-, y si crees que alguna vez me he sacrificado por ti, te aseguro que no ha sido así. O, al menos, yo no lo he sentido así-respondió, besándome el hombro y rozándome el costado con los dedos. Ni siquiera sabía lo al filo que me tenía, el peligro que corría de perder el control y dar por zanjado este asunto sin conseguir que acordáramos que tenía que marcharse para meterlo entre mis piernas, y precisamente por eso era por lo que lo quería tanto: no estaba tratando de distraerme; simplemente lo hacía, y punto.
               -Precisamente porque no llevas la cuenta, mi amor, es por lo que quiero hacer esto. ¿Me gustaría tenerte conmigo todos los días?-pregunté, acariciándole la pierna con mi pie, incapaz de resistirme a sentir sus músculos-. Por supuesto. Pero no tengo derecho a pedirte que te quedes sabiendo que prefieres marcharte, y más aún cuando lo más complicado de tu ausencia ni siquiera tiene que ver contigo. No tienes culpa de nada de lo que ha pasado-susurré, besándole las yemas de los dedos, que había extendido en mi abrazo-, y no puedo pedirte que te responsabilices de mis problemas cuando no eres tú quien los ocasiona.
               -¿Y si quisiera hacerlo?-respondió-. Puede que me vea volviendo a Etiopía y reuniéndome contigo dentro de una infinidad de meses, pero no tienes que hacerte la fuerte por mí. ¿Pensarías distinto si te dijera que no voy a disfrutar del voluntariado sabiendo que tú estás mal en casa?
               -Sé que no te resultará fácil que estemos lejos-contesté, acariciándole el pecho y siguiendo la línea de su cicatriz-, pero confío en que el que sigas con tus planes al final será lo mejor. No puedo quitarte algo que te hace feliz después de todo lo que has luchado por serlo-me encogí de hombros-. Creo que no viviría tranquila ni a gusto conmigo misma si descubriera que puedo ser así de egoísta.
               -No sería egoísmo-contestó él, incorporándose y apartándome un mechón de pelo de la cara-, sino supervivencia.
               -Contigo nunca se trata de supervivencia-repliqué con tranquilidad, encogiéndome de nuevo de hombros y besándole el pecho-, sino de disfrutar.
               Se me quedó mirando con expresión de cachorrito abandonado, como si le doliera que llegáramos a la conclusión de que lo que él quería hacer era más importante que lo que yo quería, pero sentía en lo más profundo de mi ser que no podía ser de otra forma. Esto iba a definirnos como pareja, y yo no podía hacerle cargar conmigo.
               Sobreviviríamos al voluntariado. Yo me haría más fuerte, me sinceraría de verdad con mis padres. Sanaría las heridas con las que ni siquiera sabía que había crecido y, cuando Alec volviera conmigo, podría abrazarle con fuerza sin tener miedo de cortarme con sus aristas.
                Terminó suspirando por la nariz y bajando los hombros. Me colocó una mano en el mentón y me acarició la mejilla con el pulgar.
               -Nunca he tenido ni la más mínima posibilidad, ¿a que no?
               -Esto no es una competición-respondí, cogiéndole la muñeca y besándole la palma de la mano-. Sólo somos dos personas enamoradas decidiendo sobre su futuro. Dime que no te convence el plan y lo cambiaremos-añadí, tumbándome sobre mi espalda, pero con la pierna aún entre las suyas. Le acaricié de nuevo con mi pie y él se relamió los labios; sus dientes asomaron por entre ellos mientras me observaba, un hambre distinta creciendo dentro de él.
                -Hay partes que no me entusiasman-admitió-, pero… en general… me jode muchísimo pensar en estos términos, pero, ¿soy un cabrón si en el fondo me alegro un poco de que vaya a marcharme? No sé por qué, pero una parte de mí piensa que, si me quedara, tus padres ganarían. Y no me… no me gustaría quedarme por cobardía, ¿sabes, Saab?
               -No vas a quedarte por cobardía-respondí, sacando las piernas de entre las suyas, tumbándome de nuevo sobre el costado y besándole el pecho otra vez. No me avergüenza decir que estaba rindiéndome a mis ganas de él y trataba de seducirle.
               -No me gustaría echar la vista atrás y pensar que lo hicimos porque no lo aguantábamos, porque yo creo que lo aguantamos de sobra-añadió.
               -Podemos con esto y con mucho más-dije, mordisqueándole bajo los pectorales. Se le estaban definiendo de nuevo los mismos músculos que tan loca me habían vuelto la primera vez que lo vi sin camiseta, hacía años, en la playa.
               No había tenido escapatoria, ¿verdad? Estaba destinada desde que nací a estar así con él, tumbada a su lado, desnuda, con su sudor en mi piel, besándole esas facciones esculpidas por los dioses y tratando de que se diera cuenta de que me apetecía que me poseyera.
               -Pero dejarte aquí con todo lo que hay…
               -Voy a estar bien.
               -Te echaré muchísimo de menos.
               -Hay una forma de que no lo hagas.
               -¿Ah, sí?-replicó, escéptico-. ¿Y cuál es?
               Lo miré desde abajo, atravesándolo por debajo de mis pestañas.
               -Disfrútame hasta que te canses. Y luego, sigue haciéndolo hasta que no puedas más.
               Dicho lo cual, me aparté la sábana para mostrarle mi cuerpo desnudo; especialmente mis pechos, ansiosos de sus besos, chupetones y mordiscos. Su mirada se oscureció, y yo supe que había logrado mi objetivo. Aun así, añadí:
               -Puede que así lleguemos a mi cumpleaños sin volvernos locos, o sin saltarnos encima el uno al otro en cuanto nos veamos en el aeropuerto.
               -Lo dudo bastante, bombón-contestó, poniéndome sus manos en la cintura y mordiéndose el labio.
               -¿Ah, sí? ¿Y eso?-inquirí, arqueando la espalda en busca de su contacto. No me defraudó.
               -Yo llevo loco por ti desde la primera vez que me besaste con esa boca infernal que tienes.
               Dejé escapar un gemido cuando una de sus manos se deslizó entre mis piernas y jugueteó con mi humedad mientras su boca buscaba la mía. Mira quién iba a hablar de infiernos, si cada vez que él me tocaba era como si el suelo a mis pies se abriera y yo me precipitara hacia las profundidades del inframundo, sólo para descubrir que arder era la mejor sensación del mundo cuando el fuego lo encendía él.
                Prefería mil veces su infierno a ese limbo al que yo misma me había condenado cuando no le pedí que se quedara conmigo, pero lo curioso de todo era que, aunque era mucho más feliz teniéndolo conmigo, me alegraba de que él fuera a ser feliz en Etiopía. Me alegraba de que se pusiera a sí mismo como prioridad por una vez, y me alegraba de poder alegrarme aunque aquello no era lo que yo quería.
               Eché a un lado la sábana para que no nos molestara mientras Alec se colocaba entre mis piernas, siempre besándome, siempre acariciándome, siempre dándome todas sus atenciones. Alec me colocó las manos en la cintura mientras yo me colgaba de él para besarle; sus manos fueron bajando mientras las mías afianzaban su abrazo, y las tuvo en mis caderas, se separó de mí lo necesario para que yo no pudiera seguir besándole, tuviera que abrir los ojos y, así, poder mirarme. Me acarició con el pulgar mientras su mirada se perdía en la mía, explorando el mundo en el que se habían escrito todas las leyendas.
               -¿Estoy mal de la cabeza por estar dispuesto a renunciar a esto e irme lejos de ti nueve meses?-me preguntó, y yo me relamí los labios y negué despacio con la cabeza. Le acaricié el brazo con las puntas de los dedos, tratando de fijar en mi memoria la sensación de su vello entre mis uñas. Había cosas que recordaría hasta el día en que me muriera sin esfuerzo, como la sensación de plenitud cuando me abrazaba o el culmen del placer cuando tocaba fondo dentro de mí, arañando, quizá, un poco de dolor en mi interior, pero que resultaba de todos modos placentero; pero también había pequeños detalles que lo componían, que hacían lo nuestro dulce como la miel y que, aun así, yo había pasado por alto.
               Hasta ahora. Ahora me aseguraría de grabarme a fuego en la memoria todo lo que le hacía ser quien era, hasta el más mínimo detalle, para poder evocarlo en las noches en que me sintiera sola y más lo echara de menos. Y así, tal vez, el tiempo que estaríamos separados no se me pasaría tan despacio. Después de todo, las tardes que nos pasábamos juntos para mí eran como suspiros en el tiempo; si conseguía memorizarlo lo suficientemente bien, mi cumpleaños llegaría antes de lo que yo me esperaba.
               Y volvería a tener una oportunidad para disfrutarlo como lo estaba haciendo ahora.
               -No significa que estés mal de la cabeza. Significa que, cuando vuelvas a casa, lo harás porque quieres, y no porque no te quede más remedio-murmuré, doblando una rodilla y tocando su cadera con ella. Alec rió por lo bajo, escéptico; negó con la cabeza y se echó hacia atrás el pelo.
               -Nunca he tenido ninguna posibilidad contigo, ¿verdad, mi amor? Sólo me mantuve lejos de ti mientras tú así lo querías, pero ahora que me quieres cerca…
               -Y, aun así-respondí, bajando una mano por su espalda, esa gloriosa espalda que protagonizaría todos mis sueños eróticos a partir de ahora-, todavía no estás todo lo cerca de mí que yo quiero que estés.
               Sonrió con esa sonrisa torcida suya que me habría hecho perdonarle hasta los crímenes más execrables, simplemente porque tocaba en mi punto más débil y yo no tenía ninguna salvación.
               -Te diría que nos fuéramos a tu casa a terminar lo que hemos empezado, porque tu cama es más cómoda y, además, quiero gemir como un cabrón para que a tus padres se les amargue un poco su victoria, pero…-me pasó una mano por la pierna y se relamió- La verdad es que la paciencia nunca ha sido mi punto fuerte.
               Solté una risita y dejé que me besara, me separara las piernas y me colocara sobre sus rodillas. Arqueó la espalda para poder seguir besándome mientras mis pies se afianzaban a ambos lados de su cuerpo, y se relamió cuando yo me separé de él para tantear en la cama en busca de la caja de preservativos.
               -¿Podrás perdonarme?-me preguntó, y me habría gustado decirle que no tenía nada que perdonarle. Que su vida era suya y de nadie más; ni siquiera mía, aunque me hubiera elegido como su compañera. Que era libre y era eso lo que más me gustaba de él, porque significaba que estaría conmigo porque quería y no porque nadie se lo impusiera. Que sólo saldríamos reforzados de esto, aunque nos supusiera mucho dolor volver a separarnos ahora que sabíamos cuándo nos volveríamos a ver, y lo eterna que se nos haría la espera.
                 Que había convertido la pesadilla que yo no sabía que estaba viviendo en un sueño lúcido del que a veces me tocaba despertar, pero eso era algo en lo que me correspondía trabajar a mí y no a él.
               Y, sin embargo, respondí:
               -Claro que sí, mi sol.
               Porque sabía que no le convencería de que no me estaba haciendo daño a sabiendas. Sabía que no le convencería de que las cosas no me iban mal por su culpa. Sabía que no le convencería de que su ansiedad no era su responsabilidad, tal y como trataban de hacerle creer mis padres.
               Sabía que no le convencería de que podía pasarse un tiempo lejos de mí a pesar de que su lugar estuviera a mi lado.
               Y, por encima de todo, sabía que jamás le convencería de que yo no era su responsabilidad, porque sí que lo era. Igual que él lo era mía.
                Así que me limité a darle un beso y pasarle el paquetito plateado con el preservativo, que se quedó mirando un instante antes de que sus ojos se posaran de nuevo en los míos.
               Debo decir que no me esperaba la chispa traviesa que brillaba ahora en ellos, pero no me asustó lo más mínimo.
                -Se me acaba de ocurrir… no quiero que lo hagamos como si fuera una despedida, porque no lo es-dijo, relamiéndose los labios, y yo le imité.
               -No, no lo es.
               -Así que si no es una despedida… podemos probar algo nuevo-se inclinó para darme un beso en la mejilla-. Si tú quieres.
               -¿Algo nuevo?-pregunté, sin entender. Estábamos en el piso del centro que usaban mis padres cuando necesitaban un extra de intimidad del resto de la familia; papá se venía aquí cuando estaba más apurado con las fechas de la discográfica, y mamá había venido en alguna ocasión a estudiar un caso particularmente complicado que se le atragantaba en el despacho y en casa. Scott y Eleanor habían venido aquí a pasar una especie de luna de miel prematura el diciembre pasado, y Alec y yo habíamos hecho lo mismo la otra vez que vino de visita desde Etiopía. Este piso no era, precisamente, un lugar en el que pudieras asentarte durante una temporada, sino más bien un puerto franco en el que resguardarte de manera puntual de cada temporal.
               O sea, no había nada con lo que pudiéramos experimentar, ni tampoco posibilidades de que Alec hubiera escondido un regalo sorpresa como había hecho en Mykonos.
               De modo que los juguetes sexuales estaban descartados.
               -Si tú quieres-repitió, mirándome con intensidad, asegurándose así de que yo me quedaba con la copla de que era yo la que decidía si pasábamos al siguiente nivel, fuera cual fuera. Le acaricié los brazos arriba y abajo, siguiendo el mismo recorrido que la sangre en sus venas, y arqueé una ceja-. Algo que no hemos hecho nunca-explicó.
               Algo que no habíamos hecho nunca. Algo que no habíamos…
               No se me ocurría nada. Lo único que se me pasó por la cabeza fue que invitara a otra persona; quizá se lo hubiera comentado a Diana de pasada de la que la había visto anoche, cuando le pidió el preservativo que habíamos usado en el cuarto morado de la discoteca de los padres de Jordan, pero me parecía tan extraño que no se lo comentáramos a Tommy primero...
               No podía ser eso. Entonces, ¿qué?
               -No te sigo, sol.
               Alec se relamió los labios.
               -Hay algo que antes te apetecía bastante probar-empezó, y me puso un poco nerviosa que se anduviera con tantos rodeos cuando normalmente era terriblemente directo. Me apartó un mechón de pelo de la cara y me lo colocó tras la oreja-, y yo te dije que lo probaríamos la próxima vez que volviera, si todavía te apeteciera.
               Parpadeé un par de veces, confusa, tratando de hacer memoria.
               Y entonces…
               Me puse roja como un tomate, recordando a qué se refería.
               -¿Te refieres a… probar el sexo anal?-inquirí con un hilo de voz, y Alec asintió con la cabeza.
               -Pero sólo si tú quieres-añadió, acariciándome la mejilla.
               Cerré instintivamente las piernas en todo a él por culpa de mi nerviosismo. Era cierto que me apetecía probarlo, y lo había sacado a colación varias veces en distintos momentos; él siempre me había dicho que le gustaba, pero que no tenía ninguna prisa por traer eso a nuestra vida sexual si yo no me sentía cómoda. Yo me había prometido a mí misma que buscaría toda la información posible para no quedar como una mojigata con él; después de todo, era la manifestación principal de la creatividad en la sexualidad humana porque eso que no tenía nada que ver con la procreación, así que quizá hubiera cosas que no irían tan bien como con el sexo vaginal.
               Luego había pasado todo lo demás y se me había olvidado completamente hacer mi labor de investigación, así que estaba totalmente pez en la materia.
                La temperatura de la habitación era la propia de la caldera de un volcán, y noté que una fina película de sudor empezaba a cubrirme todo el cuerpo. No sabía qué tenía que hacer. No me había preparado para eso. ¿Tenía que comer algo? ¿Quizá tomar alguna infusión en particular? ¿Qué pasaba si Alec no quería decirme que hacía algo mal para que yo no me sintiera… bueno, mal?
               No me gustaba lo poco preparada que me sentía para esto, pero tampoco quería decepcionarle y que, si le decía que mejor en otro momento, creyera que se debía a que estaba dolida con la decisión que habíamos tomado de que se marchara, porque no tenía nada que ver con él.
               Alec estaba quieto frente a mí, mirándome con anticipación y una pizquita de ansiedad. Sin embargo, no dijo ni una palabra, porque era un auténtico sol y no quería que me sintiera obligada por él.
               Quería que esa primera vez fuera perfecta, estar preparada como no lo había estado en nuestra verdadera primera vez.
               Pero tampoco quería esperar. Iba a marcharse mañana, no volvería a verlo hasta dentro de cinco meses y medio, y sospechaba que me arrepentiría de no aprovechar cada oportunidad que la suerte me brindara para formar nuevos recuerdos a su lado.
               -Me gustaría intentarlo-me escuché decir, y el inmenso suspiro de alivio que se le escapó a Alec casi me hunde más en mi vergüenza. Fuera lo que fuera lo que él esperase de lo que estaba a punto de pasar, estaba segura de que yo no iba a estar a la altura. Ya había tenido sexo increíble con otras chicas (sabía de buena tinta que a Chrissy le encantaba), así que no me hacía especial ilusión que fuéramos a echar un polvo que no iba a ser en absoluto reseñable. Por descontado, sabía que las primeras veces nunca son espectaculares, pero… después de todo lo que habíamos hablado, quería que Alec tuviera los mejores recuerdos posibles de mí. Quería que su sacrificio mereciera la pena.
               -Uf, vale. O sea… perdona, bombón-dijo, acariciándome las piernas esta vez-. No debería…
               -No pasa nada-dije.
               -No pasa nada si tú no quieres hacerlo. Podemos hacer un millón de cosas con las que también nos las vamos a pasar muy bien-dijo, besándome el esternón, en un beso castísimo a pesar de habérmelo dado justo entre mis pechos-. No quiero que te sientas presionada.
               -No me siento presionada. Contigo, jamás. Es sólo que…-noté que me ponía todavía más roja; que mi rubor me descendía por el cuello y teñía todo mi cuerpo con un subtono rojizo que no terminaba de favorecerme en la imagen mental que me hice de mí misma en ese momento-. No… no tengo ni idea de lo que esperar.
               Por supuesto, Alec creería que estaba monísima en absolutamente cualquier situación. No pudo evitar esbozar una sonrisa de pura diversión mientras se pasaba la lengua por los dientes, como saboreando la gracia que yo le hacía. Era como si lo mucho que me echaba de menos en Etiopía fuera sal en su boca, y ahora por fin estuviera saciando su sed con un cóctel delicioso, del sabor que debían de tener las estrellas fugaces.
               -Yo lo que espero es que te guste-respondió, y me puse un poco más roja.
               -Me refiero a que no sé qué hacer-musité con un hilo de voz, y Alec se rió por lo bajo.
               -No te preocupes, bombón. Es bastante fácil, en realidad.
               -¿De verdad?-me pareció particularmente patético el tono esperanzado de mi voz, pero no podía evitarlo. Quería que todo fuera lo mejor posible para que Alec no se lamentara de haber perdido el tiempo conmigo haciendo esto cuando podríamos haber hecho algo que yo ya tuviera más dominado, aunque quizá le pareciera más aburrido. Alec se rió y me dio un beso en la cabeza.
               -Claro-contestó como quien le explica a los niños qué es esa luz que se mueve por el cielo y a la que hace daño mirar. Y entonces soltó-: tú sólo tienes que poner el culo, y ya hago yo el resto.
               Me lo quedé mirando un instante, alucinada, y luego solté una carcajada. Por supuesto que iba a hacer que hasta mis preocupaciones más lacerantes se volvieran también absurdas. Él se rió conmigo primero, y luego terminó a que yo terminara de reírme para librarme de mi alivio con una expresión de paciencia y amor infinitos. Me sentía en muy buenas manos.
               -Perdón. Perdón, es que…
               -Nunca, jamás, me pidas perdón por reírte, bombón-respondió, dándome un beso en los labios. Le rodeé el cuello con los brazos y le sonreí a su boca mientras le acariciaba la nariz con la mía.
               -Es que me ha pillado por sorpresa. Siento haberme puesto así de nerviosa, es que… ya sabes que me gusta tener una mínima idea de las cosas que hago, y en esto estoy totalmente perdida.
               -No te preocupes-repitió, frotando su nariz con la mía amorosamente-. Por suerte, yo tengo un poco de idea en el tema sexo-bromeó, y yo me relajé del todo. Al menos, en ese aspecto.
               Al fin y al cabo, Alec me había enseñado prácticamente todo lo que sabía sobre sexo (por lo menos, las cosas que podíamos hacer, qué me gustaba más y qué me gustaba menos, pues no había nada que no me gustara cuando lo hacía con él), así que sabía de sobra que tenía un muy buen maestro que no permitiría que mi torpeza de aprendiz se interpusiera en el camino a mi placer.
               Me recosté de nuevo sobre el colchón y lo miré desde abajo.
               -Debes saber que no estoy nada preparada. En plan, en absoluto. Voy a ciegas.
               -Me queda claro, nena, no te preocupes-respondió, inclinándose a la caja de condones y comprobando su interior. La volcó sobre el colchón para que viera que teníamos varios intentos todavía por si acaso aquello no funcionaba, e inmediatamente me sentí un poco más tranquila.
               Recogió dos y metió los demás en la caja.
               -¿Tenemos que usarlos?-pregunté, y él me miró-. Ya sabes que estoy limpia.
               -Yo también estoy limpio, pero aunque no haya peligro de que te deje embarazada si entro por la puerta del backstage…
               -No puedo creerme que acabes de llamar a mi culo “la puerta del backstage”-me reí.
               -… cuando lo hagamos por detrás vamos a usarlos siempre. Por si acaso-sentenció.
               -Alec Whitelaw, defendiendo el sexo seguro desde 2017-me burlé, espatarrada frente a él. No me hizo el menor caso, sino que colocó la caja de nuevo sobre la mesita de noche y se inclinó a abrir el cajón, en el que habíamos metido el lubricante que habíamos comprado para terminar de hacer la noche redonda.
               Me incorporé hasta quedar sentada y en silencio mientras Alec leía la parte trasera del lubricante con gesto concentrado. Le cogí los colgantes que tenía sobre el pecho y jugueteé con el anillo que le había regalado hacía lo que parecía un suspiro, pero pronto celebraría un año en su cuello. Se mordió los labios y asintió con la cabeza, satisfecho al encontrar lo que fuera que estaba buscando. Me aparté el pelo de la cara y esperé a que me dijera qué era lo que tenía que hacer.
               -¿Tienes que ir al baño?-preguntó. Dado que todavía no habíamos hecho nada, pues llevaba a rajatabla lo de ir al baño después de tener relaciones íntimas, negué con la cabeza. Había ido después de despertarme, mientras él dormitaba a mi lado, antes de empezar a besarnos y que Annie nos interrumpiera con una llamada de teléfono un tanto inoportuna.
               Dios, Annie iba a matarme por todo el tiempo que estaba monopolizando a Alec, pero es que no podía evitar querer más y más de él y yo a solas.
               -¿Estás segura?-inquirió, inclinando la cabeza a un lado, y después de considerar un momento que puede que estuviera dándome una oportunidad para estar un poco más presentable para la ocasión, pero sin decirme que lo necesitaba para que yo no me pusiera nerviosa o me sintiera insegura, finalmente asentí, me envolví en su camisa y salí de la habitación.
               Me demoré más de lo que debería en el baño, sumida en mis pensamientos de nuevo, preocupada ahora que la influencia de Alec ya no era tan potente. Hice pis, me limpié a conciencia, me miré en el espejo desde todos los ángulos, preocupándome por la pinta que tendría desde perspectivas sobre las que nunca pensé que me preocuparía, y finalmente, tras atusarme un poco el pelo y morderme los labios de puros nervios, salí del cuarto de baño y regresé a la habitación.
               Allí me encontré con que Alec había cogido un espejo de un rincón de la habitación y lo había colocado junto a la cama, en un ángulo en el que no se escaparía absolutamente nada.
               -He pensado que, como nos gusta mirarnos mientras lo hacemos, hará que lo disfrutes incluso más.
               Lo confieso: me parecía increíblemente sexy que hablara de que yo disfrutaría con esa confianza, como si no hubiera posibilidades de que no fuera así aun incluso sabiendo lo poco cómoda que me sentía en situaciones en las que no sabía lo que esperar.
               Me fijé también en que se había puesto de nuevo los calzoncillos, permitiéndome que fuera yo quien marcara el ritmo de lo que hacíamos y lo que no. Dio un par de pasos hacia mí y esperó a que yo me acercara a él, paciente. Me cogió una mano cuando lo hice y me tomó de la mandíbula con la otra, haciendo que levantara la vista y pudiera encontrarme con sus ojos.
               -Paramos cuando quieras, ¿vale, bombón? Si algo te molesta, si te hago daño, si no estás cómoda o simplemente no te gusta, paramos y ya está. ¿Vale?
               Asentí despacio con la cabeza, me puse de puntillas y le di un beso en los labios.
               -Confío en ti, Al-le dije, y lo empujé suavemente para que se sentara en la cama. Me senté encima de él y empecé a besarlo, todavía un poco nerviosa al no saber qué esperar exactamente. Él se inclinó hacia mí, buscó mi boca, disfrutó del contacto entre nuestros cuerpos y me metió las manos por debajo de la camisa, acariciándome así la espalda. Me quitó la camisa y me agarró del culo, levantándome sin apenas esfuerzo para colocarme sobre el colchón. Se metió entre mis piernas y apoyó las rodillas justo en el borde del colchón. Me apartó un par de mechones de pelo de la cara y me miró, visiblemente sin aliento.
               -Eres tan preciosa… soy el cabrón con más suerte del mundo.
               Subí los pies al colchón, de manera que mis rodillas estaban ahora dobladas, y mi sexo tenía un mejor ángulo para el suyo, todavía oculto en sus bóxers, pero esperaba que no fuera por mucho tiempo. Él se mordió los labios, muy consciente de lo que suponía este cambio de ángulo, y acercó sus labios a los míos para darme un piquito con la boca entreabierta, paciente.
               -Tienes que estar muy relajada para que yo no te haga daño. Tengo que hacértelo muy despacio para que te acostumbres a la sensación.
               -Vale-asentí contra su boca, dándole un nuevo beso.
               -Empezaré cuando me lo pidas-añadió.
               -Creía que ya habíamos empezado.
               -No-se rió contra mis labios y yo no pude contener las ganas de besarlo-. Me refiero a que te penetraré sólo cuando me lo pidas. Mientras tanto, vamos a jugar un poco-cogió el botecito con el lubricante, lo abrió y se echó un chorrito en la mano. Me miró a los ojos, como pidiéndome permiso, antes de meter la mano entre mis piernas y frotarla con cuidado, extendiendo los dedos y el líquido por todos mis pliegues.
               Un ramalazo de placer me subió desde la entrepierna hasta el pecho, estallando allí con la intensidad de una supernova. Habíamos usado el gel en otra ocasión, pero estaba tan cansada y tan achispada por el alcohol, sin llegar a la ebriedad, que había creído que la sensación chispeante que había notado en mi cuerpo y en el suyo eran más bien imaginaciones mías. Me equivocaba: en cuanto me rozó con los dedos, sentí una especie de hormigueo nada desagradable que hacía que mi piel se volviera más sensible y delicada, pero en el mejor sentido de ambas palabras.
               Eché la cabeza atrás y apoyé ambas manos en el colchón, y Alec se inclinó hacia mí y empezó a besarme en el cuello mientras con su mano izquierda, la mano dominante, la mano en la que yo más podía confiar, me acariciaba entre los muslos y exploraba cada rincón de mi feminidad. Le puse una mano en la cabeza y hundí los dedos en su pelo, disfrutando de la sensación de suavidad tanto de las partes que tenía más largas como de las cortas. Me mordí el labio…
               -No te muerdas el labio. Deja que te oiga, bombón-me pidió, casi exigió, y yo dejé escapar un gemido mientras seguía los movimientos de sus dedos en mi sexo con los míos en su cabeza.
               -Oh, sí. Alec… sí.
               Siguió jugando conmigo, besándome los senos, dándome pequeños mordisquitos por el cuello mientras sus dedos jugaban con mi clítoris y con mi entrada. Me metió un dedo, y luego dos, y el lubricante dejó de ser necesario por todo lo que empecé a mojarme yo. Tenía la respiración acelerada y sólo podía pensar en una cosa, y era la increíble sensación de tenerlo dentro de mí, y también lo vacía que me sentía porque sus dedos no podían competir con su tamaño.
               En un momento de lucidez fui capaz de abrir los ojos y recordar que había colocado el espejo a nuestro lado, de modo que giré la cabeza y pude ver mi reflejo. Estaba deshaciéndome, con una mueca de placer que me atravesaba el rostro hasta convertirme en una persona distinta, mientras Alec continuaba jugando conmigo, su rostro fijo en el mío, su boca entreabierta y jadeante, y su miembro duro, erecto y ansioso dentro de sus calzoncillos. Separé un poco más las piernas y llevé una mano al espacio entre ellas, en busca de un poco más de contacto, de darle el alivio que él necesitaba y se merecía más que nada ni nadie.
               Con sus ojos en los míos, y los míos en su entrepierna, le bajé los calzoncillos y liberé su miembro. Alec gimió cuando recogí un poco de la mezcla de mi lubricación y el lubricante de mi entrepierna y le rodeé el miembro con ella. Apoyó la frente en la mía, dejándose llevar por la sensación de mis dedos en su parte más sensible, pero no por ello desatendiendo sus labores entre mis muslos. Se relamió los labios, que tenía secos a pesar de mis besos de tanto como estaba jadeando, e inhaló con fuerza antes de clavar en mí una mirada oscura, animal.
               -Estoy lista, creo-dije con un hilo de voz, de tanto como estaba dominándome mi placer y el ansia que sentía por unirme con Alec. De repente los miedos y dudas que me habían asaltado me parecían muy lejanos, productos de una era a la que yo ya no pertenecía, que me era completamente ajena, que me costaba aprender en los libros de historia de tan distinta me resultaba. Con esas palabras, sin embargo, Alec pareció salir del trance, y asintió con la cabeza y me apoyó la frente de nuevo sobre la suya, recuperando el aire y la concentración también.
               -Voy a comerte un poco el coño-me avisó como quien le dice a su novia que le va a dar un empujón para que llegue mejor al andén al que pretende saltar, justo al otro lado de las vías-, porque quiero que estés totalmente excitada para cuando te la meta.
               Querría haberle dicho que ya estaba totalmente excitada y que la humedad entre mis piernas ya poco se debía al lubricante que me había echado, pero ¿quién era yo para negarme a que Alec me hiciera un poco de sexo oral? Estaba siendo egoísta y lo sabía, pero me apetecía que me mimara y que me hiciera ver que había sido una boba por tener dudas de si disfrutaría con él.
               No había nada que pudiéramos empezar con lo que yo no disfrutaría horrores, y debía saberlo ya.
               De modo que me tumbé sobre mi espalda durante unos segundos, y luego la arqueé cuando su lengua rozó mi clítoris. A diferencia de otras ocasiones en las que el lubricante que hubiéramos usado disparaba su libido, ya que, si los cogíamos de sabores, lo hacíamos de alguno que nos encantara para terminar de perder el control, esta vez Alec se tomó su tiempo abriendo mis pliegues, explorando con la lengua, chupando y mordiendo donde yo más le quería y necesitaba. Separó mis muslos para tener un buen acceso a mi sexo con dedos, lengua y dientes, y se afanó en hacer que me retorciera de puro placer alrededor de él, sobre él, contra él. Me metió un dedo dentro y no pudo evitar sonreír cuando yo empecé a retorcerme, suplicándole más, más todo: más presión, más rapidez, más fuerza, más tamaño.
               Estaba a punto de correrme cuando Alec consideró que ya le había suplicado lo suficiente, y entonces, tras darme un beso en mi entrepierna como quien le da un beso en la frente a un cachorro que se ha portado especialmente bien, Alec me capturó el clítoris con los dientes y me mandó al Olimpo de los dioses, reteniéndome mientras yo estallaba a su alrededor, lamiéndome y chupándome y gruñéndome mientras bebía de mis fluidos y de mi placer.
               Me quedé mirando el techo, ida, mientras él me acariciaba por entre mis muslos y se aseguraba de que me había gustado.
               -¿Todo bien?
               -Sí.
               -¿Seguimos?
               -Sí-jadeé, ansiosa. Él rió.
               -Vale. Te voy a poner de lado-aunque sus palabras eran calmadas, diligentes, su voz no lo era en absoluto. La tenía ronca y oscura, como siempre se le ponía cuando hacíamos algo en la cama y él estaba a un pelo de perder totalmente la cordura. Sin dudar, pero con una delicadeza infinita, como si hubiera hecho esto conmigo mil veces, Alec me agarró de la cintura y me levantó para colocarme totalmente sobre el colchón. Se sentó entonces a mi lado, y mientras yo me ponía de costado, se colocó el preservativo y me dio un beso en el hombro.
               -¿Recuerdas lo que te he dicho?
               -Que pararemos si yo quiero. Pero creo que no voy a querer-añadí, y él sonrió y me besó de nuevo.
               -Avísame si te hago daño.
               -¿No hay un mínimo que tenga que aguantar?
               Me tomó de la mandíbula y me giró el rostro para que lo mirara a los ojos, pues mirarlo en el espejo era demasiado impersonal para él.
               -No conmigo-respondió, besándome en los labios y metiéndome una mano entre las piernas. Fue respetuoso con mi sexo; a pesar de que lo rozó, esta vez no se puso a juguetear con él como en otras ocasiones, sino que metió la mano entre mis muslos para separarnos y levantar una de mis piernas, colocándosela sobre las suyas.
               Abriéndome.
               Tragué saliva y esperé, impaciente y, debo admitirlo, también un poco nerviosa. Una cosa era hacer algo que había hecho mil veces con Alec, y otra probar algo nuevo de lo que no sabía qué debía esperar. Sí, lo sé, Alec se ocuparía de que disfrutara y no tenía que preocuparme por nada, pero pedirme que no me preocupara por algo sobre lo que no me había informado concienzudamente era como pedirle al mar que no se arrimara a la costa con cada marea.
               Alec me separó un poco más las piernas.
               -Pásame el lubricante.
               Lo hice y me tumbé de nuevo, dispuesta a observar nuestro reflejo en el espejo.
               -Buena chica-ronroneó él, y yo me reí.
               -Eres gilipollas.
               Él también se rió, un sonido que yo atesoraría en lo más profundo de mi mente durante los largos meses que estaríamos juntos. Echó un nuevo chorrito de lubricante en la palma de su mano y se giró para dejarlo a su espalda, por si acaso volvíamos a necesitarlo. No le pregunté por qué no aprovechaba un poco de mi lubricación, pues me parecía que eso sería cortar el rollo. Además, creo que la sensación chisporroteante del lubricante en mi culo resultaría más… interesante.
               Alec me besó el hombro y presionó suavemente con su miembro entre mis nalgas. Miró primero al punto de nuestra unión, y luego rápidamente a mi rostro, primero en directo, y luego en el espejo. Se incorporó de manera que quedó sentado a mi espalda para poder mirarme mejor, aunque también me di cuenta que, con eso, la distancia entre nosotros era mayor, y no podría meterse entero dentro de mí.
               -¿Estás bien?-preguntó.
               -¿Ya está dentro?-repliqué, aunque sabía perfectamente que todavía no me la había metido. Alec rió entre dientes, desencajó la mandíbula y se pasó la lengua por las muelas.
               -Jamás, en mi puta vida, pensé que escucharía esa frase.
               -Siempre hay una primera vez para todo, Whitelaw-ronroneé, frotando el culo contra él. Alec apretó los dientes y frunció el ceño, y supe en ese momento que esto supondría un reto para ambos: para mí, porque tenía que estar tranquila y mantener una actitud abierta.
               Para él, porque tendría que estar tranquilo y no acelerarse para follarme como realmente quería (y como, por otro lado, yo me iba a terminar ganando a pulso).
               Alec separó las rodillas hasta casi quedar sentado sobre el colchón, y me puso ambas manos en las caderas. Me miró a los ojos con gesto de concentración.
               -¿Confías en mí?
               -Confío en ti, Al-respondí, estirando la mano y rodeándole una de las muñecas con ella. Me giré y lo miré, tratando de que en mis ojos se notara que no había confiado en nadie como lo hacía con él.
               Alec asintió. Y, entonces, lentamente, entró dentro de mí.
               Se puso tenso de inmediato a pesar de que apenas había entrado un centímetro, y entonces recordé haber leído una vez que los hombres se dividían entre el tipo de sexo con el que más disfrutaban: algunos preferían el oral por el increíble morbo que les producía ver a su pareja arrodillada frente a ellos, dándoles placer con su boca; otros preferían el vaginal, a la antigua usanza, porque los cuerpos de las mujeres reaccionábamos mejor a ese tipo de sexo, con el que los orgasmos solían ser también más explosivos.
               Y había otro tipo de chicos a los que les encantaba el sexo anal porque, aseguraban, había mucha más presión. Sentían más, y durante el coito, era lo más importante para ellos.
               -Sabrae-gruñó con un hilo voz deshilachada, casi pulverizada. Estaba haciendo un esfuerzo tan hercúleo por controlarse que tenía la boca en una mueca con la que me mostraba un poco los dientes.
               -Estoy bien.
               -¿Te gusta?
               -Ah, que, ¿ya la has metido?-pregunté, y me aseguré de no mirarlo para que no pudiera ver cómo me lo pasaba pipa a su costa.
               Emitió un gruñido de frustración que habría sido más que suficiente para que yo me derritiera. Es decir, si no lo estuviera ya.
               -Estoy aquí matándome por no empalarte y tú aquí descojonándote de mí-bufó, y aunque estaba segura de que en ese momento yo era la persona que peor le caía en el mundo, no me la sacó. Seguramente porque no habría podido ni aunque quisiera.
               -Se podría decir que me estoy partiendo el culo-solté, y aullé una carcajada. Alec puso los ojos en blanco y bufó algo en ruso en voz baja. Diría que fue algo así como “Dios, ¿por qué tenían que gustarme las mujeres?”.
               La verdad es que tenía el cielo ganado conmigo, porque tan pronto estaba arriba como abajo, tan pronto tenía que casi convencerme de que lo hiciéramos como tenía que insistirme para que me concentrara y dejara de hacer chistes sobre su polla. Debía de ser particularmente frustrante para él, pues siempre había caído en el percentil más alto de tamaño, lo cual nunca era objeto de burla ni entre mujeres ni entre hombres.
               -¿Has terminado?-preguntó, y me aguanté las ganas de preguntarle si él ya lo había hecho y asentí con la cabeza.
               -Perdón-susurré entre risitas, y Alec me dio un beso en el hombro y negó con la cabeza.
               -No estés nerviosa, ¿vale, mi amor?-me dijo, apartándome el pelo del hombro y jugueteando con los dedos en mi cuello. Asentí con la cabeza y me recosté sobre la cama, con la vista clavada en el espejo de nuevo.
               Alec me puso de nuevo las manos sobre la cadera y empujó suavemente.
               Era una sensación… curiosa. No era como cuando lo tenía dentro cuando hacíamos el amor, pues no lo notaba de una forma tan intensa, pero sí que sentía que podría llegar a gustarme si me acostumbraba… o si tocaba fondo, como finalmente hizo.
               Me estremecí de pies a cabeza cuando Alec se retiró, generando una fricción distinta, pero no por ello desagradable. Me relamí los labios y me revolví sobre el colchón, lo que hizo que Alec se quedara totalmente quieto, a medio camino entre fuera y dentro.
               -¿Estás bien?
               -Ajá.
               -¿Te está gustando?
               -Está bien.
               -¿Te estoy haciendo daño?
               -Nop.
               -¿Quieres que siga?
               -Sí, por favor.
               -Vale. Si quieres que vaya más despacio, avísame.
               Se me hacía raro tenerlo así, pero no me disgustaba en absoluto. Al principio era todo demasiado artificial, porque Alec no parecía Alec; nunca le había visto tan preocupado y pendiente de que yo le confirmara cada poco que estaba bien, pues el resto de veces que lo habíamos hecho siempre me había dado mi espacio para que disfrutara en silencio y, sólo cuando me pareciera que no podía con lo que estábamos haciendo, le pidiera parar o cambiar algo. Ahora, sin embargo, era increíblemente atento.
               Demasiado, incluso. Empecé a ponerme nerviosa y a desconcentrarme de lo que estaba pasando ahí atrás, que después de todo sí que podía gustarme, porque empecé a pensar que, quizá, Alec no estaba disfrutándolo como se merecía.
               Y esto era para los dos, no sólo para mí. Estábamos formando recuerdos que nos ayudarían a ambos.
               Así que me giré todo lo que la postura me lo permitía y lo miré a los ojos.
               -Alec-dije, y él se paró en seco, como si estuviera esperándolo. Me miró con ojos de cachorrito aterrorizado por una tormenta eléctrica, las cejas alzadas como las bóvedas de una catedral.
               -¿Quieres que pare? ¿Te he hecho daño?
               -Túmbate a mi lado.
               -Pero…
               -Quiero que estés conmigo. Que lo disfrutemos los dos. Me está gustando, pero creo que a ti no.
               -A mí me está gustando-replicó con tozudez, terco como una mula. Alcé una ceja y le sonreí, y Alec suspiró-. ¿Tanto se nota?
               -No vas a hacerme daño.
               -Eso no lo sabes, Sabrae. Eres pequeñita y nunca lo has hecho y… yo estoy demasiado…
               -¿Bueno?-lo corté, sonriendo-. Eso juega a tu favor. Ven conmigo, sol. Y fóllame como lo has hecho siempre. Puedes hacer que me corra como el resto de veces. No tienes que tratarme como si fuera una muñequita de cristal-le recordé, y eso pareció hacerle clic. Asintió con la cabeza, salió de mi interior y se tumbó a mi lado. Me besó en los labios, me dejó besarlo, y yo rodé para ponerme cara a él y poder acariciarlo. Lo único que no me dejó hacer fue tocarle la erección, que todavía tenía cubierta por el condón, pero el resto era todo mío para acariciar, arañar, besar, chupar y morder. Alec hizo lo propio conmigo, hasta que ya no pudo más y se separó de mí, mirándome a los ojos con una pregunta en la mirada.
               Mi respuesta fue darme de nuevo la vuelta y levantar la pierna como me había enseñado antes, de manera que pudiera entrar dentro de mí. Lo volvió a hacer despacio, muy atento a mis reacciones.
               Pero cuando lo hizo, esta vez, fue diferente. Pude notar cómo su aliento cambiaba en mi espalda, cómo me acariciaba con su respiración en la piel de mis hombros. Alec empujó suavemente, sin pedir permiso pero con cautela, seguro de que yo le diría que no me gustaba si así fuera.
               No tuve que hacerlo, porque no fue así en absoluto. Esta vez fue completamente distinta, porque ahora que sabía que él estaba más relajado, yo también pude relajarme y disfrutarlo más. Para mí no tenía comparación con la penetración vaginal, pero confiaba en que Alec me haría correrme también así; seguro que parte de por lo que no disfrutaba era porque era algo nuevo con lo que los dos todavía no estábamos muy familiarizados, y yo nunca me había acostado con un Alec que anduviera con pies de plomo como lo hacía con el que estaba ahora.
               Me embistió suave pero rítmicamente, sin pausa pero también sin prisa, y yo empecé a confiar en el proceso. Arqueé la espalda contra él, ofreciéndole un nuevo ángulo, y cerré los ojos, concentrada en nuestros puntos de unión: mi culo, en el que él estaba invadiéndome, y mi hombro, en el que estaba mordiéndome.
               -¿Puedo tocarte?-me pidió, y yo asentí con la cabeza.
               -Puedes hacerme lo que quieras.
               Metió un brazo por debajo de mi cuerpo me acarició el vientre, mientras con la otra mano (la izquierda, ¡Dios, ten piedad de mí!) llegaba a mi entrepierna y se ponía a jugar en círculos con mi clítoris. Me acarició las tetas mientras con la otra mano recorría toda mi anatomía, todo mientras, poco a poco, su miembro iba acelerando dentro de mí.
               Empezó a gustarme. Empezó a gustarme muchísimo, hasta que llegó un punto en el que supe que esto iba a terminar encantándome.
               Y que había hecho muy bien en esperar a que decidiéramos que tenía que irse, pues de lo contrario jamás sería capaz de renunciar a esto.
               Arqueé todavía más la espalda, lo cual sólo le daba un ángulo mejor para follarme con las manos y con la polla. Toda yo estaba hecha de la atención de Alec, de la pericia de sus manos, del tamaño de su miembro.
               Alec dejó de tener tanto cuidado conmigo, de preocuparse tanto por mí, y empezó a preocuparse un poquito más por él. Poco a poco fue soltándose, manoseándome más y cuidándome un poco menos. Sus embestidas pasaron a ser un poco más rápidas, aunque no tanto como algunas veces en que nos habíamos vuelto lo suficientemente locos como para perder totalmente el control, pero sí lo bastante como para que me entusiasmara lo que estábamos haciendo y me muriera de ganas de repetirlo. Al final él había pecado lo mismo de lo que había pecado Hugo en nuestra primera vez: les preocupaba tanto hacerme daño y que yo me sintiera cómoda que se habían olvidado de darme lo que yo quería, o sea, contacto. Contacto sucio, contacto desesperado, contacto necesitado de todo mi cuerpo y todas mis curvas.
               Había una diferencia fundamental entre ellos dos: Hugo no había sabido tocarme como yo quería, y por eso había hecho lo mejor que había podido; en cambio, Alec sabía de sobra qué era lo que tenía que hacer para volverme loca, y se había limitado a contenerse.
               Pero ahora no lo estaba haciendo. Y, por si acaso le quedaba alguna duda de que esto era lo que me gustaba, me giré como pude, asegurándome de no romper de ninguna manera el contacto que había establecido entre mis piernas, y busqué su boca con desesperación. Le di un beso posesivo e invasivo, exactamente como quería que me hiciera suya, y no me defraudó. Tiré de él y del brazo que tenía entre mis piernas, tratando de acercarlo un poco más si es que eso era posible, y Alec rió contra mi boca.
               -¿Te gusta así?-preguntó, pero ya no lo hacía con la preocupación del novio que está probando algo nuevo con su novia, sino del novio con un amplio historial de conquistas que sabe mejor que nadie qué es lo que disfruta una mujer. Había empezado a follarme Al, pero ahora estaba follándome Alec Whitelaw, el Fuckboy Original.
                Y, uf, cómo entendía que todas las chicas de Londres cayeran rendidas a sus pies en cuanto Alec se quitaba la ropa. Cómo entendía que todas ellas quisieran repetir. Esto no había acabado aún y yo ya estaba pensando en cómo haríamos para quedarnos solos en su casa o en la mía y repetirlo lo antes posible, antes de que se marchara a Etiopía.
               Incluso me planteé si habría alguna manera de que fuera a visitarlo y lo hiciéramos de nuevo en su cabaña. Quizá incluso me daría igual que pudieran pillarnos.
               Quizá incluso me gustaría.
               -Sí.
               -No te oigo-gruñó Alec, lamiéndome el cuello y mordiéndome la oreja mientras se metía hasta el fondo dentro de mí. Me estremecí de pies a cabeza cuando acompañó ese empellón con un pellizco en el clítoris que me hizo ver las estrellas, y que tuvo un hermano gemelo en uno de mis pezones. Respiró contra la piel de mi cuello, su aliento ardiendo contra mi piel.
               -Sssssí-gimoteé cuando sus dedos descendieron entre mis piernas y rodearon mi entrada, mientras su polla se abría camino y se retiraba, se abría camino y se retiraba, donde yo nunca pensé que me podrían hacer disfrutar tanto. Era una tortura dulcísima, algo por lo que me resistiría hasta el final a dar las respuestas que trataban de arrancarme de lo más profundo de mi ser.
               -Abre los ojos, Sabrae.
               Intenté obedecerle, pero me fue imposible. Estaba deshecha entre mis piernas; era una nube chisporroteante, cargada de electricidad, una tormenta incipiente.
                Pero él no iba a dejar que yo me centrara en mis emociones tanto como para que no hiciera lo que me decía. Puede que fuera dócil en nuestra vida, y que se dejara llevar cuando yo me ponía firme, pero, ¿en la cama? Oh, Dios, no. En la cama mandaba él. Y yo estaba encantada con dejar que hiciera conmigo lo que le viniera en gana.
               -Abre los ojos y míranos-ordenó, subiendo con la mano que tenía en mis tetas y rodeándome el cuello con ella. Me hizo girar la cara hacia el espejo y me mordió el hombro mientras continuaba bombeando dentro de mí-. Mira lo abierta que estás para mí.
               Abrí los ojos, y di gracias a los cielos por haberme hecho reivindicativa, desafiante e inconformista en todos los aspectos de mi vida salvo en el sexual, en el que me volvía una muñeca moldeable solamente en las manos de Alec. Sabía que estaba en buenas manos y por eso siempre hacía lo que me decía, con una confianza absoluta que se veía ampliamente recompensada.
               Tenía el cuerpo perlado de sudor, retorcido en un ángulo en el que mis curvas destacaban más que de costumbre; mis pechos se bamboleaban al ritmo de las envestidas de Alec, y entre mis piernas asomaban las suyas, la única pista que delataba lo que estaba sucediendo ahí atrás. Si nos hubieran tomado una foto de frente, Alec podría cubrir las partes de mi cuerpo que convertirían un retrato en un desnudo, y nadie sabría nunca que, en realidad, en esa instantánea también estábamos follando.
               Salvo, claro está, porque Alec no estaba cubriéndome las tetas con una mano, y sólo cubría la parte más sensible de mi sexo, mi clítoris, con los dedos, mientras que los pliegues de entre mis muslos que guardaban el tesoro a su nombre podían verse en el cristal.
               Me encantaba esa imagen. No me importaría quedarme así para siempre. Deseaba quedarme así para siempre; que el tiempo se detuviera y no hubiera nada más que hacer que parar a descansar cuando el ritmo de nuestros cuerpos descendiera y ya no tuviéramos garantizado seguir echando el mejor polvo de la historia. Dormiríamos, comeríamos, y luego volveríamos a la carga. Seríamos como animales de feria, a los que mantienen con vida para que ejecuten un único número, y el nuestro era para mayores de dieciocho.
               -Mira cómo tu coño llora porque me echa de menos. Creo que está celoso de lo que te estoy haciendo-se burló, rozándome el lóbulo de la oreja con los dientes y haciendo que una descarga eléctrica descendiera hasta mi entrada. Estaba palpitando, aferrándome al aire y consolándome a la vez con la presión que Alec ejercía por detrás de mí. Me costaría más llegar, pero estaba segura de que llegaría al orgasmo si seguíamos así.
               Claro que él no iba a poner a prueba mis límites esa tarde, sino que había venido a jugar. No era de los que se dejan medio cartucho para más tarde, sino que siempre salía con todo, confiando en que no habría un segundo asalto o, de ser así, que estaría preparado.
               -Quizá deberíamos satisfacerlo un poco, ¿no te parece, Saab? No dejemos que sufra-ronroneó, y bajó de nuevo los dedos y me metió dos dentro. Gemí, retorciéndome contra él, metiéndome sus dedos y su polla más adentro, luchando desesperada por conseguir un aire que me rehuía-. Sí, gime para mí. Gime y recuérdame cuál es mi casa. Nadie me va a echar de aquí, nena. Tu sabor es mi manjar favorito del mundo, tus muslos son mi lugar favorito del mundo, y nadie va a echarme de mi lugar favorito del mundo. Ni tus padres, ni Etiopía, ni nadie. Sólo tú podrías. Y no vas a hacerlo, ¿a que no, Sabrae?
               Me encantaba cómo sonaba mi nombre cuando lo tenía dentro. Me encantaba cómo hacía que sonara, como si fuera la palabra más sucia y a la vez más pura del mundo, como si fuera una bomba nuclear como ninguna otra se había lanzado jamás.
               Me bajó la mano del cuello de nuevo a los pechos; era igual que un pulpo, pero yo quería más. Más. Más.
               -Dime que no vas a pedirme que me vaya jamás.
               -No voy a pedirte que te vayas.
               -Jamás-insistió.
               -Jamás.
               Lo noté sonreír contra mi oreja.
               -Buena chica. Te mereces un premio por lo bien que te estás portando, bombón.
               Volvió a meterme dos dedos dentro, y sentí que me deshacía entre mis piernas al compás del ritmo que marcaban estos explorando mi sexo y su polla en mi culo. Era intensísimo tenerlo en todos lados, pero con un tipo de intensidad que no resulta abrumadora en el mal sentido de la palabra, sino espectacular. Era exactamente el nivel justo que mi cuerpo podía soportar; ni más, ni menos.
               Con él mordiéndome el hombro, recorriéndome las tetas con una mano, explorando mi sexo y reclamando mi culo, un grito nació en mi boca y estallé en un orgasmo tan intenso como sorprendente.
               Mientras me retorcía para él, alrededor de él, frente a él, Alec también encontró su propio alivio y se corrió dentro de mí. Me agarró por las caderas, hundiendo los dedos en mi carne, una carne que adoré que estuviera ahí, y por un momento nos quedamos quietos, recobrando el aliento y acostumbrándonos otra vez a las fronteras de nuestra piel.
               Cuando por fin pude volver en mí y me di cuenta de que me hormigueaban los pies de lo mucho que los había contraído de puro placer, apoyé la cabeza en el colchón y me quedé mirando mi reflejo en el espejo. Me gustaba lo que veía; me encantaba, de hecho: una chica feliz con su novio, una chica que disfrutaba de la vida y todo lo que le ofrecía, que aprovechaba al máximo cada instante que le regalaban.
               Me giré y vi que Alec me estaba mirando con la adoración más absoluta, y yo sonreí.
               -¿Qué?
               -Yo también estoy muy enamorado de ti.
               Sonreí y me incorporé para darle un beso en los labios; era tan casto que ni siquiera parecía que todavía no hubiera salido de mi interior. Me dibujó un corazón alrededor del ombligo con las marcas de mi placer y, finalmente, salió de dentro de mí. Se quitó el condón y lo tiró en la papelera en la que habíamos arrojado los otros, con cuidado de que yo no lo viera para que no descubriera si estaba manchado o no. Ni siquiera me paré a pensar en ello, pero él estaba en todo.
               Cuando volvió a tumbarse en la cama, yo ya me había dado la vuelta y le esperaba. Me acurruqué a su lado y le di un beso en el costado, a continuación apoyé la cabeza sobre su pecho, mimosa, y le sonreí.
               -¿He estado bien?
               -Has estado espectacular-respondió, besándome la frente mientras me rodeaba con un brazo-. ¿Qué te ha parecido?
               -Ha sido intenso, pero creo que no me importará repetir.
               Dejó escapar una carcajada divertida y masculina que hizo que me derritiera por dentro, tanto de amor como de lujuria.
               -Tomo nota.
               -¿Y a ti? ¿Qué te ha parecido?
               -Por mí repetíamos ya-respondió, y por la forma en que lo miré y sonreí, volvió a reírse. Me dio un beso en la cabeza y se incorporó hasta quedar sentado-. Por desgracia, creo que mi madre nos matará si no movemos el culo pronto, así que…
               -Yo lo he estado moviendo bastante-repliqué, rodando por el colchón hasta quedar boca arriba y extender los brazos, estirándome cuan larga era. Alec se rió.
               -¿Vas a parar en algún momento con los chistes sobre culos?
               -Tal vez. ¿Te fastidia no ser el gracioso de la relación por una vez?
               -Está bien saber que, de vez en cuando, puedo tomarme vacaciones-contestó, recogiendo sus bóxers del suelo y subiéndolos a la cama. Se dedicó a abrir cajones en busca de ropa interior que ponerse, aunque estaba segura de que no le haría especial ilusión ponerse unos calzoncillos que seguramente le quedaran pequeños, pero que se le hubiera ocurrido siquiera ponerse la ropa de mi padre me pareció una pequeña apuesta por la paz que no iba a desdeñar así como así-. Ah, hablando de dar por culo… acuérdate de que le he prometido a Sherezade que sería la primera en enterarse de lo que vamos a hacer.
               Puse los ojos en blanco.
               -Creo que Annie tiene más derecho que mi madre a saber qué va a estar haciendo su hijo los próximos meses.
               -Estoy de acuerdo, nena, pero le he dado mi palabra.
               -Eres demasiado bueno con ellos-contesté, pero me incliné hacia la mesita de noche a coger el móvil. Fruncí el ceño al ver la cantidad ingente de notificaciones que tenía, bastantes más de lo normal, teniendo en cuenta que no tenía ningún examen en el corto plazo y que había avisado a mis amigas de que estaría con Alec para que no se preocuparan.
               Deslicé el dedo para echar un vistazo por las notificaciones, pero al ver que me escribía incluso gente con la que no tenía demasiada relación, decidí que podían esperar un poco más. Es bastante irónico cómo en una tarde aburridísima parece que todo el mundo está ocupado, y sin embargo cuando te pasas unos días sin mirar para el móvil, de repente todo el mundo se acuerda de ti.
               Oculté las notificaciones y entré en la aplicación del teléfono. Marqué de memoria y puse el manos libres en cuanto se estableció la llamada.
               Parecía que mamá estuviera sentada encima del teléfono, porque no dejó que sonaran ni dos toques antes de responder.
               -Sabrae, hija-casi jadeó mamá, y yo fruncí el ceño. ¿A qué se debía esa reacción? Sabían de sobra dónde y con quién estaba, y que hablaría con ellos en cuanto pudiera. Alec directamente puso los ojos en blanco y dijo en voz baja:
               -¿De repente se acuerda?
               -Hola, mamá-contesté, fingiendo que no oía a mi novio a pesar de que su reacción estaba más que justificada. Después de todo, no habían parado de ponernos palos en las ruedas para que estuviéramos juntos, y que yo estuviera mal estaba directamente relacionado con que Alec no estuviera conmigo, así que era totalmente desproporcionado que se preocuparan cuando yo estaba con él.
               -Te he llamado antes, pero estabas dormida y hablé con Alec. ¿Cómo estás?
               -Bien, mamá. Perdona que no te llamara antes, es que estaba cansada y… tenía cosas que hacer.
               Alec se incorporó como un resorte.
               -¿Soy una cosa que hacer?-inquirió, riéndose, y le lancé la almohada.
                -¿Está él por ahí?
               -Sí, está aquí. De hecho, te está oyendo. He puesto el manos libres.
               -Ah, vale. Hola-dijo más alto.
               -Qué hay, Sher-respondió Alec sin entusiasmo-. Ya le he dicho a Saab que habías llamado y habíamos hablado, y que había quedado contigo en que te informaría de nuestros planes.
               -Te estamos llamando porque Annie también nos ha llamado y no podemos pasarnos por casa para decírtelo en persona, porque los Whitelaw tienen muchas ganas de verlo-expliqué-, pero, después de mucho hablarlo y sopesarlo, hemos decidido que Alec no se quede.
               Se hizo el silencio al otro lado de la línea y Alec y yo intercambiamos una mirada.
               -¿Mamá?-pregunté.
               -Está eligiendo el champán-comentó Alec, lo bastante alto como para que mamá lo escuchara y entrara al trapo si quería.
               -Vaya-dijo mamá al fin en tono neutro, y a mí me entró un arrebato de ira que me costó mucho controlar, pero finalmente lo conseguí.
               -Procura no sonar tan entusiasmada, ¿quieres? Sé que para ti es la mejor noticia que podías recibir, pero los dos estamos bastante tristes. Seguros de que hacemos lo correcto, pero tristes-sentencié mirando a Alec, que asintió con la cabeza y me cogió la mano.
               -¿Cuándo se va?
               Alec rió entre dientes.
               -Cómo no, ni siquiera puede disimular que se muere de ganas-escupió, pero yo intenté no enfadarme todavía más. No sería bueno para ninguna de nuestras relaciones; ni la que mantenía con Alec, ni la que mantenía con mis padres.
               Aunque, a decir verdad, papá y mamá no estaban haciendo mucho en ese momento por ponérmelo fácil.
                -Mañana por la noche. Mamá, estamos bastante pillados de tiempo, así que, si no te importa, ya hablaremos cuando…
               -¿Y no puede alargar la estancia un poco más?-preguntó mamá, y Alec y yo nos miramos con el ceño fruncido; él incluso inclinó la cabeza a un lado-. Nos vendría bien que se quedara un poco más. Sobre todo, por ti.
               -¿Qué? ¿Estás bien, Sherezade? ¿Te han abducido los aliens?
               -¿Por qué quieres que Alec se quede?-respondí, cogiendo el móvil con las manos y acercándomelo a la boca, como si así fuera a obtener respuestas antes a esta situación surrealista. Esto no tenía ningún sentido. Mamá y papá deberían estar locos de contentos con que Alec se marchara, no suplicando para que estuviera más tiempo con nosotros. Conmigo.
                Si se pensaban que iba a ir a terapia otra vez con nosotros, estaban muy equivocados.  No le haría pasar por eso otra vez.
               -Te viene bien que esté cerca. Sueles estar más tranquila, y mejor.
               Suspiré.
               -Mamá, ya hemos hablado de eso. Lo que hice en agosto no se repetirá, pero no podemos pedirle a Alec que ponga su vida en pausa por si acaso yo no sé manejar muy bien las situaciones de mayor presión.
               -No es que me importe quedarme para que Saab esté bien, ni mucho menos, Sherezade, pero ella tiene razón. Tenéis problemas que tenéis que solucionar entre vosotros, y yo sería como una tirita…
               -Ella va a necesitarte-sentenció mamá.
               -Yo le necesito siempre-respondí-. Incluso en septiembre, cuando vino y no me dejasteis acompañarle y luego me dijisteis que sería mejor que rompiéramos porque no me venía bien. Incluso entonces.
               -No me estoy refiriendo a eso, Sabrae-replicó mamá con chulería, y me di cuenta entonces de que, a pesar de que la conversación había escalado en tensión por parte de Alec y mía, mamá se había mantenido bastante tranquila y comedida hasta ahora-. Me refiero a que puede que necesites a alguien en quien confíes y a quien puedas pedirle ayuda durante unos días.
               -¿Por qué?-pregunté, dando voz a la confusión que salpicaba el rostro de Alec.
               -No quiero decírtelo de este modo…-empezó, pero escuché una voz al otro lado de la línea, que sólo podía pertenecer a papá. Era un murmullo ininteligible, pero el tono se adivinaba bien: papá estaba urgiéndola a algo, tratando de convencerla de lo que fuera-. Zayn, no, así no.
               -Puede entrar en Internet y verlo.
               Levanté la cabeza y miré a Alec.
               -¿Qué hay en Internet?-pregunté, y noté que se me aceleraba el pulso hasta ponerse como un bólido y empezaban a sudarme las manos. Si papá y mamá querían que Alec estuviera conmigo para ayudarme a capear un temporal, significaba que algo gordo había pasado. Algo muy gordo.
               Me entraron ganas de vomitar y miré a Alec.
               -¿Crees que…?-empecé, pensando en los chicos del metro. En mi cara en todas las portadas de las revistas de cotilleos, en todas las webs de la prensa rosa, en cada tweet que se lanzaba al ciberespacio, cada publicación en Instagram, cada vídeo en Tiktok.
               No me recuperaría de esto. Medio mundo me había dado la espalda; si subían un vídeo mío teniendo sexo en el metro, sería mi fin. No me defendería prácticamente nadie, y viendo la cantidad de moralistas que había en Internet, tampoco me extrañaría que empezaran a decir barbaridades sobre Alec y los tres años que me llevaba. Como si importaran.
               Todo el mundo me señalaría; me volvería un paria por cosas por las que a los hombres se les aplaude y celebra. Exigirían mi cabeza, quemarían fotos mías en la hoguera a falta de poder quemarme a mí. Y lo peor sería tener que ver cómo todo el mundo se creía con derecho a juzgar mi vida, ver mi intimidad violada y diseccionada en tertulias de gente que se pensaba que me conocía por las cuatro bobadas que subía a mis redes sociales y que se creía con derecho a juzgarme por ser joven, ser feliz, estar enamorada y dejar que mis hormonas tomaran el control por una vez.
               Se me llenaron los ojos de lágrimas. Estaba a punto de desatarse un nuevo nivel de pesadilla. Dios mío, debía de ser absolutamente horrible si mamá y papá estaban tan tranquilos, cuando de normal me habrían matado por ponerme en una posición así.
               -Mamá-la llamé, al borde del llanto-. ¿Qué hay en Internet?
               Mamá tomó aire al otro lado de la línea, angustiada.
               -Tenemos que decírselo. Es mejor que se entere por nosotros-insistió papá.
               -Joder, o nos lo decís o lo buscamos-ladró Alec, cogiendo mi móvil y saliendo de la aplicación del teléfono.
               -¡No!-protestó mamá-. No-repitió, y entonces, para mi sorpresa, se dirigió a mi novio y no a mí-. Alec, asegúrate de que mi niña está bien.
               Alec miró el teléfono y luego me miró a mí. Claramente no estaba bien. ¿Cómo iba a estarlo con tanto secretismo? Esto era casi peor que la noticia que tenían que darme. Si era la mayor puta de internet, que me lo dijeran y punto, pero que no se anduvieran con tantos rodeos.
               -Está conmigo, Sherezade-le recordó él.
               -¿Tiene dónde sentarse?
               -Está sentada.
               -Vale-mamá suspiró-. Vale-repitió, más bajo, esta vez para ella-. Chicos, ha pasado algo. Y puede que ese algo haga que te quedes un poco más.
               Alec y yo intercambiamos una mirada, y por primera vez vi miedo en sus ojos. Puede que él también estuviera sopesando las posibilidades de que nos hubieran grabado sin darnos cuenta. Joder, la culpa era toda mía. Me había dicho que me estuviera quieta y yo no había podido parar, no había querido, no…
               -Si queréis aviso yo a Annie-dijo mamá, como desde otra dimensión-, para que no perdáis tiempo mientras vais a…
               Se me paró el corazón. ¿Avisar a Annie? ¿Ir adónde?
               -Bueno, al hospital.
               Noté que me ponía totalmente pálida, y Alec se quedaba helado a mi lado.
               -¿¡Al hospital!? ¿¡Al hospital por qué, mamá!? ¿Scott está bien? ¡¿LE HA PASADO ALGO A SCOTT?!-chillé.
               -Tu hermano está bien. Tranquila. No te preocupes, Scott está allí, pero está acompañando…
               -¿¡Entonces es Shasha!? ¿¡O Duna!?
               -Tus hermanos están bien, mi amor. No te preocupes por ellos.
               -¿Qué cojones está pasando, Sherezade?-ladró Alec, y mamá cogió aire y lo soltó despacio. Cuando por fin habló, lo hizo con la voz rota, al borde del llanto. La voz de una madre que sabía exactamente por lo que estaba pasando otra.
               -Se trata de Diana. Ha tenido una sobredosis. Está en la UCI, pero…
               La misma frase de pesadilla que mi hermano le había dicho a Tommy hacía meses, cuando Alec tuvo su accidente.
               Exactamente. La. Misma. Frase.
               -No saben si se va a despertar.
              

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1 comentario:

  1. Bueno bueno bueno, empiezo diciendo que casi me pongo a llorar con la primera parte del capítulo, con lo muchísimo que se quieren y lo dispuestos que estan a ponerse primeros por delante de todo. De verdad que escribes demasiado bien hija de puta.
    Por otro lado la condenada Sabrae no ha podido estar mas graciosa este capítulo, a mi los chistes sobre culos me han hecho muchísima gracia (que rabie Alec).
    Finalmente, he echado el suspiro del milenio sabiendo que lo de internet no era el video, lo de Diana en el fondo sabia que llegaría en algun punto por la narrativa de cts y la verdad no habia caído, pero he respirado tranquila. Me inquieta saber que va a pasar, si Alec se quedara unos dias mas y cómo conseguirá hacerlo ains.

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