domingo, 28 de julio de 2024

Mártir.

¡Hola, flor! Estoy haciendo de esto de los mensajes antes del capítulo una costumbre, me temo. Quería avisarte de que el finde que viene son las fiestas de mi pueblo, así que no voy a tener tanto tiempo para escribir, por lo que, ¡nos vemos la semana siguiente! Gracias por tu paciencia y que disfrutes del cap


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A pesar de que la protagonista era Diana, al primero que vimos fue a Chad. Estaba de pie a los pies de la cama de Didi, con un brazo rodeándole la cintura y la mano derecha en su boca mientras se mordisqueaba las uñas. Sus ojos enrojecidos se volvieron hacia nosotros cuando sintió nuestra presencia al otro lado de la puerta, y vimos en ellos un cansancio que no era propio de un chico de su edad, sino, más bien, de un minero de Gales que llevara toda la vida madrugando para contaminarse los pulmones.
               Apenas nos miró un segundo antes de volver de nuevo la vista hacia la cama, alrededor de la que giraba toda la acción.
               A la siguiente a la que vimos fue a Layla, que también estaba apoyada a los pies de la cama, con los codos en el colchón y las manos entrelazadas, como si rezara una plegaria silenciosa para conseguir que Diana abriera los ojos. Cuando nos miró de reojo se incorporó un poco, y una sonrisa triste le cruzó la boca; era como si llevara esperando que apareciéramos para permitirse dejar de ser fuerte.
               Scott se levantó de uno de los sillones para visitas que había a un lado de la cama, y la rodeó sin contemplaciones.
               -Alec-dijo, y el nombre de mi novio sonó a la respuesta a todas las plegarias que llevaba una tarde entera elevando a los cielos. Con la caída de las estrellas también había bajado su salvación. Suspiró sonoramente y se lanzó al pecho de mi novio, que cerró los brazos en torno a mi hermano y le acarició la espalda. Scott hundió la cara en el hombro de Alec y, entonces, como si hubiera estado aguantándose, se echó a llorar como un niño pequeño.
               Que sólo se permitiera derrumbarse frente a Alec me hizo entender mejor por qué se había enfadado tantísimo con él cuando yo le había dicho que me había puesto los cuernos. Eso no era propio de él. Alec nos cuidaba a todos nosotros.
               Scott no podría afrontar una segunda sobredosis de Diana sin Alec, pero, por suerte, no tenía por qué hacerlo, porque yo lo había traído hasta allí.
               Me separé de los dos chicos y me acerqué a la cama, registrando con los ojos pero sin ver realmente las diferencias que había entre la habitación de Diana y la que había ocupado Alec después de despertarse.
               Tenía demasiado a lo que prestarle atención como para ponerme a comparar el tamaño de la habitación o el distinto mobiliario. Porque, cuando Layla se había incorporado, yo había podido intuir un poco del aspecto de Diana.
               Y, atraída como una polilla a la luz que va a matarla, o como un niño que no puede apartar la vista de la película que están viendo sus padres más allá de la hora en que tiene que irse a la cama y que sabe que no le dejará dormir, pero de la que no puede apartar los ojos, yo me acerqué a ella para verla mejor.
               Estaba destrozada. Tenía los brazos llenos de moratones negros que destacaban sobre su piel pálida, más blanca de lo que se la había visto nunca; tanto, que tenía un ligero aspecto azulado que no era propio de ella, con su eterno toque dorado propio de un bronceado que nadie más que ella sería capaz de mantener en Nueva York. Le habían puesto unas vías en las muñecas y en la cara interna del codo, con cuidado de no rozarle los cortes que se había hecho y que tenía resaltados con las marcas de los antisépticos, que hacían que la palidez inhumana de su piel resaltara aún más. Le habían puesto en el hombro una venda que se asomaba con timidez por debajo de la bata de hospital que también había llevado Alec, y que a ella, que siempre iba impecable incluso estando por casa, le quedaba todavía peor de lo que le había quedado a él.
               Pero lo peor no era su cuerpo. Oh, Dios, no. A pesar de que estaba machacada, más de lo que cabría esperar para una chica que había estado de fiesta y que se había caído sobre una mesa de bebidas, dentro de su situación en general su cuerpo no era lo que más detallaba todo lo que había sufrido.
               Lo peor era su cara. Tenía intensas ojeras cerúleas por debajo de los ojos, los labios secos, y una película de sudor que le resaltaba los moratones que se le formaban en el lado izquierdo del rostro. Se le había hinchado el pómulo y se había hecho un corte en la mejilla, seguramente con la caída, que le tenían unido por dos tiritas para que no le dejara cicatriz, a pesar de que ascendía hasta el pico de su ceja, que también estaba hinchada.
               Me sorprendió el tono macilento de su piel, la película de sudor, que le pegaba el pelo a la cara de una forma en que yo nunca había visto que lo hiciera. Me sorprendió lo vieja que parecía, lo ordinaria, lo enferma.
               Me sorprendió porque, por primera vez en su vida, Diana parecía exactamente lo que era: una drogadicta totalmente perdida en manos de la cocaína.
               Ella siempre había jurado tener el control, y yo, a pesar de haber visto cómo se iba poniendo más y más nerviosa cuando avanzaban las fiestas y no podía consumir, había querido engañarme y decirme que puede que fuera verdad. Había gente que consumía y que no se enganchaba; podía gustarle la sensación, y ya estaba, igual que a mí me gustaba mucho tener sexo con Alec y también lo añoraba cuando pasaba tiempo sin él.
               Incluso cuando la habían ingresado la otra vez yo la había visto mal, pero no hasta este punto. Después de todo, no había ingresado por tomar demasiado, sino por el agotamiento que le había supuesto tener que fingir que todo iba bien. Se había sobrepuesto a su adicción, y yo había creído que lo decía en serio cuando les prometió a los demás que se desengancharía.
               Verla así, representando la profecía que se cumpliría si no tomábamos cartas en el asunto, hizo que me diera cuenta de que las drogas habían convertido a Diana en algo que todo el mundo detesta: una mentirosa.
               Nos iba costar mucho conseguir que cumpliera la promesa que nos había hecho, pero el precio de que no lo hiciera era demasiado alto como para que ninguno de los que estábamos en esta habitación estuviera dispuesto a pagarlo. No íbamos a congregarnos alrededor de ella vestidos de negro y cubrirla de flores antes de enterrarla; Scott no se iba a girar hacia Alec y a deshacerse en sus brazos como lo estaba haciendo ahora, y Tommy no iba a cogerle de la mano con determinación y mirarla como si fuera a conseguir que abriera los ojos por pura fuerza de voluntad.
               No la enterraríamos. Diana viviría una vida larga y feliz, una vida limpia, una vida en la que no tuviera que preocuparse de escabullirse hacia el baño para hacer de las fiestas algo más divertido o, quizá, soportable. Le gustaría su vida tal y como era, y no dependería de unos polvos para considerar que en su vida había magia.
                Estiré una mano para tocarla, temiendo que el aspecto que tenía se pareciera más al de Alec cuando había tenido su accidente que por fuera que por dentro, pues se asemejaba más a un espectro. No me avergüenza admitir que respiré con alivio cuando, al tocarla, comprobé que al menos la calidez que siempre desprendía su cuerpo todavía estaba ahí; quizá, incluso, era un poco más intensa que otras veces, como si su calor corporal estuviera tratando de reunir el resto de sus características para recordarle que era ella, y de paso recordárnoslo también a todos.
               El único gesto que obtuvimos Alec y yo como reconocimiento de nuestra presencia por parte de Tommy fue la mirada furtiva que me lanzó por el rabillo del ojo antes de revolverse en el asiento y fruncir el ceño con todavía más determinación de lo que ya lo estaba frunciendo cuando llegamos. No iba a permitirse apartar la vista de Diana de la misma manera que yo no me lo había permitido con Alec, así que no podía juzgarlo por eso, ni considerar su ansia porque Diana abriera los ojos como una descortesía. De todos los que estábamos allí, yo era quien mejor le entendía.
               Así que estiré una mano y le di un suave apretón en la que él ya tenía sobre la de ella, acariciándole los nudillos para recordarle que tenía motivos de sobra para luchar. Sólo cuando noté un extraño tacto áspero en sus manos me fijé en que él también estaba lleno de cortes y tiritas.
               Intenté no formarme la imagen mental de Tommy arrodillado junto a Diana, sosteniendo su rostro entre las manos y chillando que alguien llamara a una ambulancia mientras ella convulsionaba, tal y como relataban los tabloides que le había sucedido. Intenté por todos los medios retener mi imaginación para que no volara libre, alimentada por el morbo con el que todo el mundo nos observaba a los que nacíamos en familias famosas con la esperanza de vernos caer.
               Intenté no quedarme mirando los cortes de sus manos y preguntarme si serían los mismos cristales que habían marcado los brazos de Diana los que se los habían formado… lo intenté por todos los medios, créeme.
               Y fracasé.
               Noté cómo el regusto metálico de la bilis me subía por la garganta, e hice un esfuerzo hercúleo para retenerla dentro de mí mientras soltaba la mano de Tommy y buscaba a Alec con la mirada, que justo en ese momento se separaba de mi hermano y le daba una palmadita masculina y cariñosa en la espalda, como diciendo “no te preocupes, ya estoy aquí”.
               -Vale, ¿qué ha pasado?-preguntó, poniendo los brazos en jarras mientras yo me sentaba al lado del sillón para visitas que había al lado de la cama de Diana. Al contrario de lo que le había pasado a Alec, ella tenía una habitación para ella sola, tan amplia como la que Al había compartido con Josh. Tenía más asientos para visitantes, ventanas más amplias por las que se colaba la luz, dos goteros a cada lado de la cama y monitores más sofisticados que los que habían indicado lo más preocupante de la convalecencia de mi chico.
               -¿No lo has visto en Internet?-preguntó Scott con amargura, pasándose una mano por la cabeza y regresando al lado de Tommy. Ese pequeño desliz que había tenido alejándose de su mejor amigo cuando mi novio y yo entramos era lo único que iba a permitirse ahora que Tommy lo necesitaba tanto-. Porque esos cabrones lo han subido en todas partes. Es como si fuera el estreno del año.
               -Sé la mierda que se inventan los imbéciles de los blogs de cotilleos de Internet. Pero lo que quiero saber es lo que ha pasado­-sentenció Alec-, así que quiero que me lo expliquéis.
               Layla, Chad y Scott intercambiaron sendas miradas, y en algún punto todos miraron a Tommy. Era el único que no había hecho nada desde que habíamos entrado, el único que estaba tan centrado en su tarea de custodio que no tenía tiempo para nada más. Puede que hubieran tenido discusiones de dónde les dejaba esto y qué era lo que tenían que hacer, porque estaba claro que Diana no podía asumir esos compromisos férreos que les ataban con cables de acero a sus responsabilidades, pero abrir filas con alguien que no era de Chasing the Stars les parecía una traición. Yo les entendía. Había vivido el tiempo suficiente con papá como para entender hasta qué punto la industria musical, o la del entretenimiento en general si te dedicabas a otra rama del arte, podía ser tu mayor sueño y tu peor pesadilla a la vez. Podía darte todo lo que querías y pudrirte el alma por dentro, y, aun así, siempre volvías a por más, porque ponías lo que te quitaba y lo que te daba en una balanza y solía ganar lo último.
               A papá le había jodido la salud mental durante años, pero gracias a su música había conocido a mamá y había formado nuestra familia. Eso bien merecía todos los ataques de ansiedad que había sufrido, las noches de insomnio y las dudas constantes sobre si el siguiente disco sería suficiente para mantener todo lo que tanto había luchado por conseguir.
                Alec no pertenecía a ese mundo, y sabía que desde fuera tenía una pinta mucho más jodida de lo que era una vez estabas dentro. Pero él no iba a juzgarnos, porque aunque no estuviera dentro, aunque no hubiera nacido en él como sí lo habíamos hecho los que estábamos en esa habitación, me conocía lo suficiente como para entender ese amor-odio que teníamos con el arte, con el amor del público y su naturaleza cambiante.
               Así que abrí la boca para decirles que no tenían de qué preocuparse y que Alec no juzgaba a nadie, como Scott muy bien sabía, pero entonces Tommy rompió su silencio.
               -Lleva dos meses mintiéndonos-gruñó en voz baja, la mirada todavía fija en Diana. Sólo entonces me atreví a preguntarme si no la estaría mirando con determinación no sólo porque le aterraba perderla, sino también porque estaba tan cabreado con ella que necesitaba que se despertara para poder desquitarse a gusto. Yo no me hacía a la idea de lo que habían pasado en el programa, lo profundos que habían sido los baches que habían tenido que superar y cuánto había sufrido la relación de todos con todos por aquello que habían vivido en The Talented Generation: sólo Layla, Chad, Tommy, Scott y Diana sabían cuánto habían sacrificado y el dolor que les había causado perseguir unos sueños que hacía un año no sabían ni que tenían.
               Puede que esto fuera más doloroso para Tommy que lo había sido para mí cuando se trataba de Alec, porque al menos Alec había sido completamente inocente en su accidente. En cambio, Diana tenía un poco de culpa; algunos dirían incluso que se lo había buscado ella solita, y seguramente esos “algunos” fueran mayoría en Internet.
               Quizá Tommy hubiera vivido en directo lo que ahora encendía las redes y supiera mejor que nadie qué era verdad y qué era mentira, pero también estuviera inclinado a darles la razón a aquellos que antagonizaban a Diana por el mero hecho de que ella los había traicionado a todos. Nos había traicionado a todos, asegurándonos que se había acabado, que haría lo imposible por mantenerse limpia, mientras seguía consumiendo a nuestras espaldas.
               -Tuvo otra sobredosis antes de nuestro último concierto en Nueva York-le explicó Tommy a Alec, sin mirarlo siquiera. Justo en ese momento Eleanor entró en la habitación con discreción, cargando con una bolsa en la que se intuían un par de botellas de agua y paquetitos de aperitivos salados. Asintió con la cabeza en nuestra dirección, como si ya nos esperara allí, y se quedó al lado de Chad. Le pasó un brazo por el hombro y le dio un apretón cariñoso mientras su hermano seguía hablando con la vista puesta en Diana. Siempre en Diana-. La atajamos por los pelos. De hecho, nos la encontramos drogada en una fiesta, y prácticamente tuvimos que arrastrarla de vuelta al Garden para que actuara. Consiguió actuar, y después, se desmayó. Tuvimos que llevarla al hospital, donde le hicieron un lavado de estómago y tuvieron que ponerle medicación muy fuerte para paliar los efectos de las drogas.
               -Igual que ahora-explicó Layla, señalando las dos bolsas con medicación que iba goteando poco a poco, entrando en el cuerpo de Diana. Una era roja, y la otra, azul. Iban a juego con la palidez de su cuerpo para representar los colores de nuestras banderas: la de Estados Unidos, y la de Reino Unido también. No se me escapó que los dos colores fueran los mismos y que, sin embargo, fuéramos tan distintos: nosotros no hablábamos como Diana y no nos comportábamos como ella. Teníamos visiones distintas de la vida; a pesar de que también éramos ambiciosos, creo que yo no habría sido capaz de mantener el ritmo con el que Diana quería comerse el mundo, y estaba segura de que eso era cuestión de perspectiva.
               Alec asintió con la cabeza, el ceño fruncido en un gesto concentrado.
               -Cuando se despertó, se vino abajo. Todos lo hicimos-continuó Tommy, revolviéndose en la silla, incómodo al recordar esos momentos en los que su tristeza y el amor que sentía por Diana habían tenido que sobreponerse a la rabia que le producía que ella estuviera empeñada en no ver cómo claramente necesitaba ayuda. En autodestruirse-. Me dijo que no quería morirse de una sobredosis-recordó, con la voz quebrada, y al fin miró a Alec-, ¿y qué es lo que parece que sigue intentando? Morirse de una sobredosis.
               Alec se acercó a él y le puso las manos en los hombros.
               -Va a ponerse bien, T.
               -Eso no lo sabes-respondió Tommy con rabia, mordiéndose el labio y volviendo hacia Diana unos ojos llorosos e iracundos. Alec le apretó suavemente los hombros, recordándole que estaba ahí, con él, y que no iba a abandonarle.
               -La han subido a planta-le recordó con paciencia un cariño infinitos, un cariño con el que yo estaba muy familiarizada, pues siempre que yo me derrumbaba y me echaba a llorar delante de él, o dejaba que mis inseguridades se hicieran con el control de mi cuerpo, me hablaba con ese mismo tono que amansaría a cualquier fiera-. A mí no me subieron a planta hasta que no me desperté, así que tiene que estar a punto.
               -La han subido hace horas y todavía no hay signos de que se vaya a despertar. Si la han subido es porque estábamos colapsando la UVI, y yo no pienso dejarla sola. No voy a dejarla sola nunca más. No después de… si ella no se despierta…-se le quebró de nuevo la voz, y yo quise decirle que se despertaría, que Diana no podía simplemente apagarse como una vela que llega al final de su mecha, que no iba a protagonizar ninguna historia trágica de las que les encantaban a todos aquellos adolescentes aburridos que se pensaban que los podcast de true crime eran una forma ética de entretenimiento, o que creían que las desgracias, si basadas en hechos reales, eran aún mejores que si salían de la imaginación de algún guionista morboso.
               La última visión que yo tendría de Diana no sería de ella subida en el sofá y cantando como loca la canción que había sacado como single, versionando a su padre y que tantas alegrías le había dado a él; no sería una muñeca eternamente joven en mi imaginación, sino una anciana con el pelo salpicado de canas y unas profundas arrugas que, aun así, la hacían igual de hermosa que su piel tersa y joven, porque serían el testigo de una vida larga y feliz, llena de risas que pondrían a prueba la elasticidad de su piel.
               Pero no me atrevía a abrir la boca y gafarlo, al igual que me costaba mucho mantener la esperanza en que Diana volviera a la normalidad viendo lo lejos que estaba de ser ella misma allí, tendida en la cama y más parecida a una momia que a quien siempre había sido, esa llama olímpica que bailaba feliz en todos los continentes.
               Por suerte para todos, donde yo no podía llegar, Alec ya había clavado su bandera y reclamado el terreno para sí y para todos aquellos a los que quería, incluyéndonos a Tommy y a mí.
               -Claro que se va a despertar, ¿me oyes?-ladró, colocándose al lado de Tommy, agachándose a su lado y fulminándolo con la mirada. Lo agarró de nuevo por los hombros y lo sacudió-. Claro que se va a despertar. Los dos sabemos lo dura que es. Si ha podido contigo, un poco de cocaína no es nada. Sí, está enganchada; sí, necesita ayuda, y sí, está jodida, pero, ¿qué más da? Todavía no es tarde. Aún respira y le late el corazón-señaló su electrocardiograma con un dedo acusador-. Está aquí, con nosotros, y no se va a ir. Te quiere demasiado para irse. A mí se me paró el corazón y aun así fui capaz de volver con Sabrae, así que Diana lo tiene más fácil de lo que lo tuve yo. No tires la toalla todavía, T. Aún queda mucho por jugar.
               -No me merezco que vuelva-soltó Tommy, y el silencio que se instaló en la estancia me hizo saber que no era el único que lo pensaba. Por la manera en que Scott agachó la cabeza y le cogió la mano a Eleanor, o por cómo se miraron Layla y Chad y se acercaron un poco el uno al otro, supe que los cinco estaban de acuerdo en ello. Todos habían estado con Diana drogada y se habían intentado engañar igual que lo había hecho yo, porque decirse que la euforia que a veces la asaltaba de una forma extraña y aparentemente sin razón se debía a que había momentos en los que se daba cuenta de lo perfecta que era su vida y no porque seguía consumido a sus espaldas era lo más fácil para todos.
               -¿Qué coño dices, Thomas?-escupió Alec, y mi hermano no lo corrigió.
               -No me merezco que vuelva. Esto es mi castigo por no haber querido ayudarla. Debería haberle dicho que parábamos el tour en ese momento. Debería haberla convencido de que no debería hacer As it was para ganar pasta y comprar antes nuestra libertad. Debería haberle dicho que esta no era su guerra y que de verdad la superaban. No debería haberla escuchado cuando me dijo que encontraría la manera de tenerlo bajo control. Todo esto es culpa mía. Todo.
               Tommy se echó a llorar y Scott hizo amago de acercarse a él a consolarlo, pero bastó con una mirada envenenada de Alec para que mi hermano se quedara clavado en el sitio.
               -Escúchame bien-ordenó Alec, tomando a Tommy de la mandíbula y obligándolo a mirarlo a pesar de la cortina de lágrimas y de sus sollozos, que llenaban la habitación y componían una extraña canción de ultratumba con los pitidos de las pulsaciones de Diana-. Eres el puto Tommy Tomlinson, ¿vale? Llevas teniendo a este puto país en la palma de tu mano desde que tus padres anunciaron que tu madre estaba embarazada de ti. No hay nada que no puedas hacer. Vas a salvar a Diana. Tendrás a tu novia supermodelo luchando como una jabata por estar contigo hasta el final de sus días, que serán muchos y muy largos, y todo porque te lo mereces. ¿Me oyes, Tommy? Te lo mereces, puto subnormal. Lo que no te mereces es estar aquí, cogido de su mano, mirándola como si fuera una especie de castigo por ser tan imbécil que confías en la chica a la que más quieres a pesar de que las señales estaban ahí. Todos estamos ciegos al dolor que las personas a las que más queremos se infligen a sí mismas-dijo, y me gustaría decirle que ojalá fuera verdad, que ojalá yo no viera lo mucho que se fustigaba a sí mismo y cuánto dudaba de unas cualidades que el resto veíamos claramente en él, pero entendí que no era el momento de corregirlo. Tommy no lo necesitaba, y ahora, el protagonista no era el ejército de demonios que Alec tenía en la cabeza, sino el que estaba aniquilando a Tommy y su esperanza-, así que corta ya ese rollo de “miradme, soy especial porque no me daba cuenta de que mi novia se drogaba estando de fiesta”. Además, todos los que estamos aquí sabemos lo jodidas que son las drogas. Y sí, Diana tiene una fuerza de voluntad de la hostia, pero hasta ella no es capaz de luchar contra su adicción sin ayuda profesional. Has hecho lo que has podido con ella. Así que deja de fustigarte de una puta vez.
               Tommy se lo quedó mirando, boqueando, con la mirada perdida en dos puntos en la cara de Alec, entre los cuales sus ojos no paraban de saltar.
               -Y ni se te ocurra apropiarte de mi personalidad, que lo de los ataques de ansiedad ya está muy visto-añadió, incorporándose y mirando a Diana con una expresión que yo no pude descifrar al principio, pues estaba compuesta de una extraña mezcla de odio y determinación.
               Tardé un poco en localizarla; era la misma que le había visto en los vídeos que había por casa de sus combates, aquellos que habían inmortalizado a pesar de que su madre y su hermana no soportaban verlos, incluso cuando sabían que el resultado siempre era positivo, porque lo teníamos con nosotras. Era su mirada de boxeador, la que ponía mientras analizaba a su oponente desde una esquina del cuadrilátero.
               Diana era ahora su contrincante más temible, pero Alec jamás se había achantado ante un rival, por mucho que le superara en altura y músculos. Además, ahora contaba con la ventaja que le había dado Etiopía, tanto mental como física: física, por los nuevos músculos que había desarrollado y que antes no le habíamos visto con tanto poder; y mental, porque sólo desde la distancia eres capaz de coger la suficiente perspectiva como para resolver los problemas que a los demás nos parecen inmensos.
                Ahora que habíamos decidido que volvería al voluntariado, sabía que no había nada que pudiera impedírselo, y que el universo al completo conspiraría para que todo fuera bien. Sólo teníamos que confiar. Sólo confiar.
               Entonces, Tommy tiró de él y se abrazó a su cuello, mostrándose vulnerable de una manera en que sólo se lo permitía con Scott cuando se echó a llorar como un niño pequeño que tiene que descubrir lo que es la muerte al fallecer su abuelo preferido. Scott exhaló un gemido por lo bajo y se inclinó hacia Eleanor, que lo estrechó entre sus brazos de la misma manera en que Alec abrazó a Tommy, y le acarició el cuello y le aseguró que todo saldría bien.
               Alec dejó que Tommy llorara y llorara y llorara en su hombro mientras yo me acurrucaba contra Layla, que me besó la cabeza y me acarició la espalda con la ternura que sólo una hermana mayor podía exhibir. Observé de nuevo a Diana, rezando porque la confianza que Alec tenía en que abriría los ojos pronto fuera suficiente para que terminara este calvario, pero, por desgracia, Tommy se los secó antes de que ella nos regalara una de esas miradas suyas en las que veías reflejada la selva que se extendía por el continente que la había visto nacer.
               Alec le dio un beso en la cabeza a Tommy y le revolvió el pelo. Echó un vistazo al contenido de la bolsa que había traído Eleanor y anunció que íbamos por algo para cenar, pues estaríamos con ellos hasta que Diana abriera los ojos.
               Me puse en pie, me limpié las lágrimas con el dorso de la mano y rodeé la cama para reunirme con Alec mientras Eleanor preguntaba si eso significaba que lo habíamos hablado y habíamos decidido que Alec se quedaría.
               Al y yo intercambiamos una mirada. Todavía no le habíamos dicho nada a su familia, pues planeábamos decírselo en persona cuando mi madre nos soltó la bomba, y no me parecía justo para Annie que fuera la última en enterarse. De hecho, tampoco me parecía justo que los problemas de su círculo de amigos lo absorbieran tanto que apenas disfrutara de su hijo.
               Al parecer estábamos de acuerdo, pues decidió ser críptico.
               -Ya hablaremos de eso cuando sea el momento.
               -O sea-respondió Eleanor, cruzándose de brazos-, que no.
               Me fulminó con la mirada de una forma mal disimulada, y tuve que recordarme a mí misma que no me guardaba ningún rencor por sí misma, sino por Mimi. Mimi se había hecho muchas ilusiones con lo de que Alec fuera a quedarse, así que lo de que finalmente continuara con sus planes de voluntariado sería un palo para ella. Se estaba sintiendo bastante sola ahora que su hermano no estaba en casa y su mejor amiga tenía su propia agenda que atender, así que comprendía que se aferrara a la vuelta de Alec como a un clavo ardiendo.
               Pero eso no le daba derecho a pedirle a su hermano que renunciara a algo que le hacía tan feliz como el voluntariado, y más cuando Mimi sabía perfectamente lo mucho que le había costado a Alec encontrar su lugar. Así que, bueno, el enfado de Eleanor era justo a medias. Claro que yo tampoco sería muy objetiva si la felicidad de Momo estuviera en juego, pero tenía que velar por los intereses de mi novio, no los de mi cuñada.
               -Hablaremos de eso cuando sea el momento-repitió Alec con gesto duro, y Scott los miró a ambos alternativamente. Abrió la boca para decir algo, seguramente a punto de ponerse chulo y protector con Eleanor, pero entonces me miró a mí. Vio algo en mi rostro que lo aplacó; puede que fuera cansancio, puede que fuera tristeza por decirle adiós, o puede que simplemente fueran las ganas de que todo dejara de ser tan complicado.
               Así que, a modo de ofrenda de paz, le pasó el brazo por los hombros a Eleanor, atrayendo así su atención mientras Alec y yo salíamos de la habitación. Nos cogimos de la mano y, tras avisar a los demás de que nos íbamos a por algo para cenar porque íbamos a pasar la noche allí, nos dirigimos a los ascensores.
               Alec no me soltó la mano en todo el trayecto, ni siquiera cuando apretó el botón del ascensor con los nudillos. Se relamió los labios mientras esperaba con la vista fija en los números con la ubicación, y cuando por fin llegó, entró primero y se hizo hueco entre las personas que se apretujaban en su interior, prestas a salir del hospital ahora que ya había terminado el horario de visitas.
               Salimos del ascensor en la planta baja y nos dirigimos a la cafetería, con todos los demás continuando su trayecto en dirección a los sótanos. Alec estaba callado, sumido en sus propios pensamientos, y yo me dediqué a ser una compañera paciente que sólo interrumpiera sus reflexiones cuando a él le apeteciera charlar. Sabía que no iba a ser sencillo para él marcharse en estas circunstancias, así que tenía mucho con lo que reconciliarse.
               Nos detuvimos frente al mostrador con los platos envueltos, listos para subir a la planta correspondiente o para comerlos en las mesas de la casi desierta cafetería. Alec clavó la vista en un punto fijo de las estanterías refrigeradas y se quedó totalmente parado, reflexivo.
               Yo esperé. No tenía hambre, a pesar de que hacía bastante que habíamos comido y el día había sido, cuanto menos, intenso. Estaba en ese punto de mi preocupación en el que se me cerraba el estómago, justo antes de que la ansiedad me volviera loca y me diera atracones; así que, por mí, podía quedarme allí de pie toda la noche. Por lo menos de esa manera podíamos fingir que lo que estaba pasando no era real.
               -No dejo de preguntarme si todo esto son señales de que, en realidad, estoy metiendo la pata hasta el fondo con esto de marcharme-dijo Alec por fin, y yo levanté la vista y lo miré. Le acaricié los nudillos con el pulgar.
               -¿Por qué dices eso?
               -Creo que lo de que me vaya a Etiopía sólo me beneficia a mí-explicó, bajando la vista y encontrándose con mis ojos-. Y no dejo de pensar en que, si me están brindando tantas oportunidades para que me quede, es porque en realidad es lo que sería mejor para todos.
               -O puede que sólo sean pruebas para que te asegures de que volver es lo que realmente quieres-repliqué, volviendo la vista hacia los paquetes de comida. Noté que Alec continuaba con la vista clavada en mí.
               -¿Crees que hago lo correcto?
               -Creo que Diana no es tu responsabilidad. Creo que Diana es problema de los padres que tiene al otro lado del mar, y que se zafaron de ella cuando vieron que iban a tener que esforzarse un poco más para ayudarla. Creo que necesita ayuda profesional y que tú no puedes dársela. Creo que Tommy es demasiado duro consigo mismo y, a la vez, también se sobrevalora. Creo que todos hemos subestimado los problemas de Diana a pesar de que casi se muere una vez-volví a mirarlo entonces-. Y creo que es egoísta por nuestra parte el pretender que siempre nos salves. Que se te dé bien no quiere decir que sea tu objetivo en la vida. Que seas el mayor del grupo no significa que tengas que ejercer siempre de padre.
                »Tú no eres el hombre de tu casa, Al. Dylan lo es. Así que de vez en cuando deberías poder simplemente sentarte en el sofá y relajarte mientras ves que los demás solucionen sus propios problemas.
               Alec chasqueó la lengua.
               -Vaya. Yo me estaba refiriendo a que en el voluntariado no tenemos tanta variedad de comida para elegir-replicó, quitándole hierro al asunto mientras señalaba con una mano abierta las bandejas con platos de lo más variados, aunque no especialmente apetitosos. Le dediqué una sonrisa triste.
               -No vas a poder hacer nada estando aquí.
               -Estaría aquí para Tommy y para Scott-rebatió, encogiéndose de hombros-. Ellos me necesitan.
               -La adicción que tiene Diana ya les ha jodido la vida a mis hermanos-repliqué yo, apretándole la mano con determinación-. No se la va a joder también a mi novio. Ésa no es tu historia, Al. No intentes protagonizarla.
               Se pasó la lengua por las muelas, conteniéndose para no replicar que todas las historias de todas las personas a las que conocemos y queremos son también un poco nuestras desde el momento en el que nos metemos en sus vidas, igual que la nuestra se vuelve un poco suya también cuando dejamos que entren en nuestras vidas. Querer a alguien es incluirle un capítulo en tu libro, darle papel y lápiz y confiar en que no va a destrozar toda la trama con el poco protagonismo que les concedas.
                Pero sabía que yo tenía razón. Aunque mi hermano se había preocupado inmensamente por mí cuando él me había dicho que me había puesto los cuernos, el vínculo que Scott y yo compartíamos no se parecía en nada a lo que tenía Alec con Tommy. Sí, se querían mucho, eran mejores amigos y habían crecido juntos, pero yo no consentiría jamás que Alec se responsabilizara del dolor de Tommy. Podía acompañarlo mientras sus caminos coincidieran, pero nunca desviarse de su senda simplemente para que la de Tommy no le resultara tan dura.
               A la única a la que tenía que acompañar era a mí, y eso siempre que los dos quisiéramos, y durante el tiempo que fuera así. Nada le ataba a Tommy.
               Con la que tenía vínculos dorados vivos y que trascendían el tiempo y la distancia era solamente conmigo, así que los sacrificios que estaba dispuesto a hacer por mí, y yo por él, no se trasladaban a nadie más. Sabía de sobra que estaba en su naturaleza querer ayudar a sus amigos, pero ya había sido el mártir de sus historias demasiadas veces.
               -Ésta no es tu lucha, Al. No quieras ganarla-le dije, acariciándole la cara interna del brazo y besándole el bíceps. Él suspiró, hundió los hombros y, al fin, se permitió tener la actitud derrotista que la situación de Diana se merecía.
               -¿Qué dice de mí que esté desesperado por que me convenzas de que esto es lo correcto?-preguntó, cogiendo un poke y mirando su contenido. Me lo enseñó y yo me encogí de hombros; me valdría cualquier cosa, porque lo que quería él no podía garantizármelo, y era que Diana se despertara antes de que llegara la hora de que Alec tuviera que coger el avión.
               -Que por fin está calando en ti la idea de que eres tu propia persona.
               Alec tomó aire y lo soltó despacio, acercándose a las estanterías de bocadillos.
               -He peleado con costillas rotas, he ganado combates cuyos premios no he podido recoger porque nada más decir mi nombre el árbitro tuvieron que llevarme al hospital, y no me han dolido tanto como la forma en que se ha puesto a llorar Tommy. De haberlo sabido-reflexionó, cogiendo una botella de agua de dos litros de la nevera-, jamás me habría subido a ningún ring.
               -Y aun así todo a tu alrededor habría encontrado la manera de preocuparse por ti por otra cosa-contesté, besándole el costado. Alec dejó escapar un sonoro suspiro y negó con la cabeza. Pagamos, y antes de que yo me dirigiera hacia la salida, él se quedó quieto y se acercó a una mesa. Colocamos los bocadillos que habíamos comprado para el resto de sus amigos en una esquina y nos sentamos el uno junto al otro. Le quitó la tapa al bol con el poke y, tras echarle la salsa y revolverlo de manera que los trocitos de salmón, el edamame y el arroz se mezclaran con la salsa de soja que le echó, me tendió los palillos para que le diera un bocadito. Se me quedó mirando, recostado en la silla mientras yo masticaba despacio.
               -Nunca me has contado lo que dijeron tus amigas.
               Me lo quedé mirando.
               -¿Sobre qué?
               -Sobre cuando te fui infiel.
               Tragué despacio y le pasé los palillos, que utilizó para recoger un montoncito de arroz y metérselo en la boca. Dejé caer los brazos sobre la mesa y me tiré de las mangas de la sudadera hasta esconder las manos dentro.
               -No creo que tenga importancia. Después de todo, lo que me dijiste no era verdad, así que…
               -El daño que te hice fue real-respondió, tendiéndome los palillos, pero yo los rechacé. Apenas tenía apetito con todo lo que había pasado, y hablar de su primera semana en Etiopía no hacía sino revolverme todavía más por dentro, por cómo había ido degenerando todo y la encrucijada en la que ahora me encontraba por no haber sido capaz de ver más allá-. Venga, Saab. Puedo con ello. No será nada que no hayan dicho de mí ya.
               -No sé si me apetece hablar de eso ahora. Diana está convaleciente y tú vas a marcharte pronto. Quiero disfrutar de tu presencia todo lo que pueda. ¿Por qué estropear el poco tiempo que nos queda juntos hablando de cómo lo manejé yo con las chicas?
                -Porque quiero estar seguro de que te dejo con gente que te cuidará cuando yo no pueda hacerlo, y que pensará en tu bienestar antes que en el de nadie más, igual que lo ha hecho Eleanor ahí arriba.
               Suspiré. La verdad es que tenía sentido, pero volver sobre nuestros pasos y pensar en todo lo que había sucedido en mi vida en aquellas semanas oscuras era lo último que me apetecía, así que me quedé callada un momento, buscando una solución intermedia que nos satisficiera a ambos.
               Las chicas se habían volcado conmigo incluso antes de que yo me enterara de lo que supuestamente había hecho Alec. Habían tratado de pararme los pies en mis locuras y se habían sentado conmigo para limpiarme las lágrimas y ofrecerme un hombro sobre el que llorar.
               Y no me habían juzgado en absoluto cuando yo les había dicho que quería perdonarlo. Sabían lo muchísimo que Alec significaba para mí, y aunque no estuvieran dispuestas a pasarle ni media, respetaban lo suficiente mis sentimientos como para no intentar meterse entre nosotros. Ya lo habían hecho una vez, y no había salido bien para ninguno de los implicados, así que confiaba en que Amoke, Taïssa y Kendra no cometerían de nuevo ese error.
               -Han aprendido la lección después de lo de diciembre del año pasado-contesté-. Sé que se enfadarán un poco conmigo por convencerte de que marcharte es lo mejor, porque todo el mundo sabe que yo preferiría que estuvieras conmigo-le acaricié la mandíbula y él me miró con intensidad, seguramente a punto de ofrecerme de nuevo el sacrificar su felicidad por la mía. Por Dios, no me imaginaba cómo podían hacerse canciones, películas o libros de lo que Alec me hacía sentir; era tan grande y tan intenso que cualquier formato que no fuera un corazón de diez metros de altura me parecía demasiado pequeño y pobre como para albergarlo. Y, sin embargo,  cada vez que él me miraba así, era como estar en la escena final de una comedia romántica, los dos sobre un acantilado con tintes de oro y rosa al atardecer, en lugar de iluminados por los fluorescentes de un hospital que, como todos los demás, olía a lejía-, pero por encima de todo quieren que sea feliz. Y yo soy feliz si tú lo eres, Al. Así que no tienes que preocuparte por ellas. Me cuidarán como Eleanor lo está haciendo con Mimi, y protegerán nuestra relación con la misma fiereza con la que estoy dispuesta a hacerlo yo.
               Alec dejó los palillos en una esquina del poke.
               -Me gustaría que esto pudiera ser diferente, Saab.
               -A mí no. Tendrás historias increíbles que contarme cuando vuelvas-respondí, sonriéndole. Me incliné a darle un beso en los labios y de paso aproveché para lamerle la comisura de la boca, en la que tenía una gotita de salsa de soja. Se rió, negó con la cabeza y  tiró de mí para sentarme sobre su regazo mientras continuaba comiéndose el poke. No se me escapó que lo estaba haciendo más despacio de lo que solía comer en situaciones así, y supuse que se debía a que él también necesitaba su espacio.
               No es fácil ser siempre el faro de esperanza de tu grupo de amigos. Yo estaría agotada si fuera él.
               Abrió una pequeña tableta de chocolate que habíamos cogido a modo de postre y la partió por la mitad. Luego, arrancó una onza de chocolate y me la metió en la boca. Se chupó los dedos y se cogió otra para sí. Yo apoyé la cabeza en su hombro mientras chupaba el chocolate, negándome a que ese momento dulce se acelerara lo más mínimo. Me parecía irreal lo tranquila que me hacía sentir en un sitio como ése, en el que normalmente la gente está de los nervios y quiere marcharse de la cafetería cuanto antes.
                Observé cómo un mozo de cocina recogía las bandejas que los últimos clientes habían dejado desperdigadas por las mesas y cogí otra onza de chocolate. Se la metí a Alec en la boca y sonreí cuando él hizo amago de morderme.
               Me puse a pensar en Annie, en la llamada que tanto se había resistido a hacer y en cómo finalmente había sucumbido a las ganas de ver a su hijo. Si los planes de Alec seguían como hasta ahora, en veinticuatro horas él estaría montado en un avión, dormitando en el asiento mientras se alejaba de nosotros a setecientos kilómetros por hora. Eso le dejaba a Annie menos de veinticuatro horas para disfrutar de su presencia, para ponerse al día con él y saber qué tal estaba en Etiopía. Por descontado, ya sospecharía que no le iba mal si yo había tenido que pedirle que se quedara para que lo hiciera, y si luego teníamos que hablarlo, pero había tanto que Alec me había contado y de lo que ella no tenía ni idea…
               -¿Qué está pasando por esa cabecita?-preguntó mi chico, dándome un toquecito con el dedo índice en la frente. Me relamí los labios.
               -Estoy pensando en si Valeria te quiere lo suficiente como para que te permita volver un poco más tarde.
               -Elabora-pidió Alec, metiéndose otra onza en la boca.
               -Apenas has estado con tu madre, tu padre o tu abuela.
               -Espero no estar mucho con mi padre, la verdad-respondió, y yo puse los ojos en blanco.
               -Ya sabes que hablo de Dylan.
               -Ya sabes que me encanta pincharte.
               -Te vas en menos de veinticuatro horas-constaté, y él fingió mirarse un reloj de muñeca que no llevaba puesto.
               -Ajá.
               -Apenas has estado en casa; solamente durante el cumple de Mimi, y luego ha pasado todo esto. Sé que no sueles planear mucho y que prefieres fluir y que yo me ocupe de las cuestiones de logística de nuestras salidas, pero también sé que, cuando la ocasión lo merece, tú siempre estás a la altura y lo tienes todo pensado. Lo hiciste en San Valentín, lo hiciste en mi cumpleaños y lo hiciste también durante la última noche que pasamos juntos. Así que debías de tener algo planeado para hacer con tu madre, sobre todo si sabías que existía la posibilidad de que no la vieras hasta dentro de cinco meses.
               -Mm-mm-asintió, apartándome el pelo de la cara y dedicándome una mirada curiosa.
               -Así que se me ha ocurrido esto: si vas a renunciar a estar con nosotros, ¿todo eso tiene que irse al traste por un simple inconveniente?
               -Hombre-respondió Alec, riendo con sorna-, no creo que el que Diana casi la palme pueda calificarse de “un simple inconveniente”, pero… sigue.
               -¿Qué pasa si te marchas un día después? ¿O dos? Hasta que las aguas se calmen. ¿Supondría eso mucha diferencia con tu trabajo en Nechisar? Estoy segura de que has demostrado con creces lo trabajador que eres y que rápidamente compensarás el tiempo que hayan tenido que apañárselas porque no podían contar contigo.
               Asintió despacio con la cabeza, la mirada perdida, sumida en sus pensamientos.
               -La verdad es que yo también estaba pensando en eso-confesó, pasándose una mano por el pelo-. Se me ha pasado por la cabeza un par de veces, sobre todo antes de ver a Diana.
               -¿Y eso?
               -Creí que estaría peor de lo que está.
               -Alec, está jodidísima.
               -Está en planta, ¿no?-replicó, revolviéndose en la silla, debajo de mí-. Oye, lo que le dije a Tommy es cierto. Creo de verdad que si la han subido es porque creen que se despertará de un momento a otro. Sí, puede que haya estado más jodida incluso que yo…
               -Ah, ni de coña. No. Ah-ah. No vas a decirme que Diana ha estado peor de lo que tú lo estuviste cuando tú tuviste los puñeteros pulmones al aire, Alec. Te tuve que hacer varias donaciones de sangre porque, si no, ibas a palmarla. Así que, no, Alec. Lo siento, pero no. no estabas mejor que Diana.
               --Gracias por darme la razón, nena-replicó en tono burlón-. Lo que intento decir es que Diana se recuperará. Lo jodido de ella no es que salga del hospital, sino a ver cómo coño hacéis para que entre en una clínica a limpiarse, porque está claro que es la única opción factible para que llegue viva a cumplir los dieciocho el año que viene. Pero supongo que ése no es mi problema, ¿no? Es mi amiga, y me cae genial, pero no tengo que preocuparme por ella.
               »Aun así, me gustaría estar con Tommy hasta que se despierte. Pero también me debo a mi familia y, la verdad, estaba pensando que tampoco me parece justo para mi madre que yo me pase por ahí media vida y que no le dedique apenas atención. Sé que quiere darme mimos-se chuleó, y yo me reí. Luego me rodeó de nuevo con el brazo y se afianzó por debajo de mí, jugueteando con los palillos en el bol del poke-. Así que… sí. Yo también estaba pensando en que igual podría posponer mi vuelta un par de días, por lo menos hasta que se calmen las aguas.
               -Decidido, entonces-sentencié, estirándome como una gatita. Intenté no celebrar internamente que Alec fuera a quedarse con nosotros un par de días más, porque aunque sabía que lo hacía por Annie y para poder compartir tiempo con ella, no era tan boba como para creer que eso no suponía que yo también estaría más tiempo con él. Puede que Annie quisiera tener a su hijo para sí, pero eso no significaba que quisiera tenerlo a solas. Si algo bueno había salido de los problemas que tenía con mis padres era lo cercana que me había vuelto a mi suegra, la complicidad que había surgido entre nosotras y la manera en que pensaba en casa de Alec como mi hogar, independientemente de si estaba él o no.
               Todo gracias a Annie.
               Así que, bueno, podría decirse que esto de que Annie no hubiera visto apenas a Alec y lo echara tanto de menos, y él a ella, a mí me venía de fábula.
               -Pero hay un problema-contestó, y yo fruncí el ceño. ¿En serio? Habíamos ido sorteando los obstáculos que se nos presentaban, y ésta era la menor de nuestras preocupaciones. ¿Qué podía haber que le mosqueara?
               -¿Cuál?
               -¿Qué pasa si Valeria me dice que me quede, a cambio de que me recorte días de tu cumpleaños?
               Me quedé congelada en el sitio, sorprendida por lo estúpido que era que ni siquiera se me hubiera ocurrido que existía esa posibilidad. Valeria ya había hecho alarde de una disciplina férrea con el voluntariado en otras ocasiones y aunque ahora hubiera sido más flexible con Alec y le hubiera permitido volver, pensar en los días que les daba de descanso a los chicos de los que se ocupaba como algo que fuera flexible parecía más bien una utopía. Alec ya me había contado que en realidad le daban unos días libres al año para ir a visitar a su familia, y todas las veces que lo había hecho me había dejado claro que estaban restringidos y bien numerados. ¡Si incluso le habían castigado por venir a verme a escondidas precisamente para no gastar esos días cuando se enteró de que quería dejarle!
                Como siempre, pensar en Alec y en que las cosas con él ya no fueran complicadas a pesar del voluntariado era no tener en cuenta todas las variables. Por supuesto que había algo más que yo no estaba contemplando y que ponía en peligro mi felicidad.
               Odiaba pensar así, pero la verdad es que echaba mucho de menos cuando no había complicaciones estando con Alec. Cuando sólo había que enviarle un mensaje si me apetecía verle, o aparecer en su casa y simplemente esperarle. Estos nueve meses que todavía nos quedaban se me iban a hacer eternos. 
               Aun así, tenía que pensar en el bienestar de Alec y dejar de acapararlo para mí. No ver a su madre por lo atareados que habían sido estos días terminaría pasándole factura en Etiopía, cuando tuviera que esperar meses y meses para volver a verla y estar con ella. Annie lo perdonaría, por supuesto, pero Alec era con diferencia la persona más exigente con él, así que él se torturaría durante todo el tiempo que estuviera esperando para volver. Y, luego, cuando finalmente viniera por mi cumpleaños, seguro que también se sentiría mal por no darle a su madre toda la atención que se merecía. Y, cuando estuviera con ella, también se sentiría mal por no pasar todo el tiempo de mi cumpleaños conmigo.
               Sólo había una solución. Era un camino difícil, en el que tenía que pensar más en los demás que en mí. Lo bueno era que ya había empezado a seguir ese camino cuando le dije que tenía que marcharse.
               Quizá la inercia me lo hiciera todo un poco más fácil.
               -No pasa nada-contesté-. Ni siquiera contaba con que vendrías en mi cumpleaños, así que cada día que estemos juntos para mí será el mejor regalo que puedes hacerme-le puse una mano en la mandíbula y tiré de él para darle un beso en la mejilla. Intenté convencerme de que lo que le decía era verdad, de que siempre había contado con que no le vería y cada segundo con él era un pequeño milagro que no me merecía, que no daba por sentado.
               Era muy difícil pensar en que mi cumpleaños fuera una fiesta si no tenía a Alec conmigo, pero no podía ser tan egoísta como para decirle que sí, que claro que me importaba, que Valeria no debería pedirle ninguna compensación cuando él ya les estaba regalando su tiempo, porque nadie mejor que él sabía el sacrificio que estaba haciendo por quedarse en casa en un momento en el que no todo estaba bien, en el que se dedicaría más a curar heridas que a celebrar fiestas. Bastante tenía de eso en Nechisar como para que yo se lo quitara.
               Pero debía hacerlo. Al menos tenía el mejor premio que una chica puede soñar, algo por lo que sí que merecía la pena luchar: él y su felicidad. La sonrisa con la que me había recibido en París cuando había ido a buscarlo había sido genuina, y la que le había cruzado la boca cuando me habló de lo mucho que estaba disfrutando en Etiopía ahora que por fin le habían dado el sitio que se merecía en el campamento era suficiente como para que yo me pusiera en pie. Sí, claro que me costaría. No, no iba a ser fácil.
               Pero podría renunciar a él unos días en abril a cambio de que pudiera arreglar sus asuntos en casa; si no era por mí, porque se lo debía, entonces, que fuera por él; porque era la persona a la que más amaba y la que iluminaba mis noches más oscuras. Simplemente estaba haciendo un pequeño intercambio del tiempo que tendría con él en abril al que tendría con él ahora en noviembre. No es que fuera a irse a la guerra o  algo así.
               Annie lo compartiría conmigo encantada. Yo tenía que compartirlo también, pues había sido suyo antes que mío. Tenía una deuda con ella que no le pagaría ni viviendo mil vidas, pero por algo se empezaba.
               -Ya, claro-respondió Alec con amargura, que en absoluto iba a confundir mis intentos de ser optimista con victorias en mi reto. Alec inspiró y suspiró por la nariz, el ceño ligeramente fruncido en un gesto calculador.
               -Alec, es tu madre-le dije, poniéndole dos dedos en el mentón y haciendo que me mirara-. Unos días menos en abril son un sacrificio muy pequeño en comparación con lo mucho que ella te lo va a agradecer. Se merece verte y disfrutarte más que nadie, porque ella te ha convertido en este hombre increíble que eres y que a todos nos hace sentir tan orgullosos-ronroneé, besándole justo por debajo de la mandíbula. La verdad es que me inspiraba estando con él, y lo mejor de todo era que tenía razón. Si no fuera por Annie, yo no habría encontrado a la persona más increíble que hubiera caminado sobre la faz de la tierra ni me habría enamorado perdidamente como lo había hecho de él. Igual que no concebía mi vida sin Alec, también estaba segura de que lo que él y yo teníamos era único e irrepetible, y sólo podría haberse dado con él. Con él, y con nadie más.
               Encajábamos demasiado bien, nos hacíamos demasiado felices, como para que yo confundiera esto con ninguna otra cosa: era un milagro, el plan de Dios. La prueba de que Él existía y de que mi fe estaba depositada en las manos correctas.
               -Ya, y tú eres mi novia-contestó, tomándome de la mandíbula y haciéndome mirarlo-. No quiero perderme  ni uno solo de tus cumpleaños. No debería ser así. Está totalmente fuera de la mesa.
               -¿Y si yo te lo pidiera?-ronroneé, abriéndole la camisa y jugueteando con mis dedos en su pecho. Bufó, molesto, pero no pudo disimular el escalofrío que le recorrió cuando yo rocé con las uñas el borde de la mayor de sus cicatrices.
               -Sabes que haría lo que fuera por ti, bombón, pero no quiero que me pidas algo que no quieres simplemente porque sientes que tienes una deuda que saldar. Ya se me ocurrirá cómo convencer a Valeria de que no puedo renunciar a mis días en abril. Lo tengo todo muy calculado y eso me chafaría los planes.
                -Sólo digo que no te cierres en banda si ella te dice que no. Esto es importante. Creo que no disfrutarías tanto del voluntariado si creyeras que le has fallado a Annie.
               -Mi madre sobrevivirá. Ya contaba con que me vería poco, y lo entenderá-respondió, terco como una mula.
               -No te cierres en banda-le pedí, y bufó de nuevo.
               -Odio que me digas eso, porque nunca estoy cerrándome en banda cuando me digas que no me cierre en banda-protestó, y yo alcé una ceja. Sabía de sobra que se estaba cerrando en banda, igual que él.
               -Prométeme que le darás una vuelta y no lo decidirás en caliente si Valeria te pone esa condición, ¿vale?
               -Tampoco es que tenga todo el tiempo del mundo para hacer una lista de pros y contras.
               -Entonces prométeme que le dirás que sí y ya está. Estaré bien, Alec, de verdad.
               -No-sentenció, agarrándome de las manos-. No. No tienes que “estar bien” cuando estés conmigo, Saab. Quiero que estés genial. Y quiero que estemos juntos el mayor tiempo posible. Quiero que disfrutemos de esa semana en abril. Quiero que estés tranquila y que me puedas hacer todo el caso que te dé la gana, sea mucho o nada en absoluto, sin preocuparte de estar continuamente mirando el reloj y preguntándote si nos dará tiempo hacer las cosas que queremos hacer. Y, si no es por ti, entonces que sea por mí. Yo también me merezco pasarme unas vacaciones con mi novia y olvidarme de todo. Cinco meses son muchos meses sin poder estar contigo. Sin oír tu voz, sin besarte-jadeó, recorriéndome el cuello con las manos, descendiendo por mis hombros y luego por mis costados-, sin probarte… sin follarte-no pudo evitar bajar la mirada y clavarla en el hueco entre mis muslos, el único rincón de mi cuerpo que era más suyo que mío. Se mordió el labio, perdido un instante en sus pensamientos, en sus recuerdos, en los ruidos que yo hacía cuando él se metía entre mis piernas y en todo el tiempo que pasaría sin escucharlos en directo-. Si no es por ti y porque es tu cumpleaños, entonces que sea por mí, Sabrae-me pidió, mirándome de nuevo a los ojos-. Que sea por mí y porque será el primer cumpleaños de la mujer de mi vida en el que podré hacerle todo lo que yo quiera, en el que no tendremos que tener cuidado por unas estúpidas vendas ni preocuparnos por los huesos que todavía me están soldando. Me lo merezco, Saab. Me merezco hacer de la semana de tus cumpleaños la puta mejor de mi vida-dijo, acariciándome la mejilla, pasándome el pulgar por los labios-, sobre todo porque que vendré tan hambriento de ti que no seré capaz de saciarme en esa semana, pero una semana me parece tiempo suficiente para intentar que, al final, tú y yo volvamos a separarnos y yo no me vuelva loco.
                Estaba sin aliento; el poco que me pasaba por entre los labios me ardía, y lo único que deseaba y en lo que podía pensar en ese momento era en las ganas que tenía de que Alec lo devorara. Ni siquiera recordaba bien por qué estábamos discutiendo en lugar de haciéndolo encima de la mesa del hospital. Me daba igual que nos vieran, pues para mí ya no existía nada más que él. No existía el personal de la cafetería, ni nuestros amigos, ni nuestras familias. Sólo existíamos él, yo, y mi necesidad primitiva de fundirnos en un solo cuerpo.
               Alec se mordió los labios, perdido en el momento. Noté que le crecía una erección en los pantalones, lo cual despertó mis instintos más bajos. Él tenía tantas cosas buenas… y en el sexo era tan increíble…
               -Si crees que follo bien-dijo, acariciándome el cuello, palpando mi pulso antes de subir de nuevo y pasarme el pulgar por los labios, ansioso por devorarlos-, espera a ver todo lo que llegaré a hacerte en tu cumpleaños.
               Se me aceleró el corazón. En comparación con él yo no tenía nada de experiencia, pero lo que me faltaba en experiencia me sobraba de imaginación. Sabía de sobra que me haría disfrutar de lo lindo, y también que nuestra separación sería la más dura por eso, precisamente.
               A pesar de que nos quedarían pocos meses para reencontrarnos, Alec iba a darme algo en abril a lo que yo me volvería adicta y a lo que me sería casi imposible renunciar. No debería juzgar a Diana, entonces, si me iba a poner peor incluso de lo que lo estaba ella. Por suerte lo haría con una sustancia mucho menos nociva para la salud.
               Tenía sus labios tan cerca… pero no podía rendirme sin luchar. Estaba mal. Estaba tan mal mandarlo todo a la mierda y decirle que sí, que vale, que no se preocupara y que fuéramos egoístas…
               -Tienes que prometerme al menos que encontrarás una solución-susurré cuando él me agarró por el muslo y me pasó una pierna por alrededor de su cintura, de modo que ahora estuviera sentada a horcajadas encima de él. Me sorprendió que la silla aguantara mi peso.
               -¿Y si te prometo que lo intentaré?-respondió, apartándome el pelo del hombro y dejando que me cayera por la espalda mientras me hundía los dedos en el culo-. ¿Te basta con eso?
               -¿Con cuánta intensidad?-jadeé, totalmente borracha de él. El aire entre nosotros era denso como el aceite, y toda la piel me picaba. Me sobraba toda la ropa; estaba totalmente en llamas, y sólo la lengua de Alec sería capaz de apagar ese incendio.
                Alec rió con una risa seductora, masculina, que sospeché que decenas de chicas habían escuchado antes que yo, pero con mucha menos ropa de la que yo llevaba puesta, y mucha menos ropa también en él.
               -Con toda la que me pidas-me susurró al oído-, y, créeme: va a ser mucha.
               Ni siquiera estaba segura de qué estábamos hablando ya, pero poco importaba. Desesperada, con todas las emociones a flor de piel, por fin me permití perder el control y me entregué a Alec para poder ser libre. Me lancé hacia su boca y la convertí en un territorio a conquistar; un territorio que oponía una deliciosa resistencia. Alec abrió los labios y me recibió con entusiasmo, su lengua rozando la mía y jugando con ella de una forma que me resultaba muy familiar, pues así era como estimulaba mi clítoris. Gemí encima de él, apoyándole una mano en el pecho, sintiendo sus músculos mientras me frotaba de una forma descarada y animal, nada propia ni de quién era ni de las circunstancias en las que me encontraba, mientras Alec me agarraba por el pelo y orientaba mi cabeza de modo que el beso pudiera ser más profundo.
               Dios mío. Estaba tan ansiosa por probarlo de nuevo… no importaba cuánto me diera; yo siempre quería más. Cuanto más me daba, más me hacía falta, de forma que llegaba un punto en que mi deseo por él me consumía. Jadeé en su boca y me lancé a por él cuando Alec me mordió el labio, recorriéndole el pelo con los dedos y preguntándome cómo iba a hacer para despedirme de él, fuera mañana o dentro de unos días.
               Tenía los nervios a flor de piel, necesitaba despejar la cabeza, y sabía que había una cosa que podíamos hacer que acallara la cacofonía que tenía en la mente. Así que me separé de él y le dije:
               -Vámonos a los baños.
               Alec se rió, pero asintió con la cabeza. A él tampoco le apetecía demasiado pensar, y con el sexo se nos llenaban la cabeza de otras cosas que nos despejaban mucho más; cosas más divertidas y que ambos echaríamos terriblemente de menos. Hice amago de levantarme, pero entonces Alec me agarró con más fuerza y él mismo se puso en pie.
               Esto era totalmente obsceno, pero tampoco es que nos hubiéramos comportado como marqueses en las últimas veinticuatro horas, así que…
               Riendo, apoyé los pies en el suelo y me puse de puntillas para continuar besándolo.
               Y, cuando me giré para conducirlo hacia los baños, me topé de bruces con Bey, que tenía los brazos cruzados y una sonrisa divertida en la boca. Arqueó las cejas en nuestra dirección.
               -No es lo que parece-solté, como si acabaran de pillarme enrollándome con un chico que no era mi novio en un reservado de una discoteca.
               Claro que me habían pillado enrollándome con un chico que era mi novio en la cafetería de un hospital mientras una de mis amigas estaba todavía en coma por una sobredosis, así que igual no era del todo apropiado lo que estábamos haciendo.
               -Parecía que os estuvierais comiendo las bocas antes de escabulliros a una habitación vacía a echar uno rapidito-contestó Bey, y Alec rió.
               -Vale, entonces sí es lo que parece. Aunque íbamos a los baños. Sólo para que lo sepas.
               -Ajám-respondió Bey, mirándose las uñas.
               -¿Hay novedades?-pregunté, y le di un codazo a Alec cuando éste me dio una palmada en el culo. Vale ya, me gustaría decirle. Puede que esté salida, pero también soy una señorita.
               Bey nos miró y negó con la cabeza, abriendo los brazos para mostrarnos las palmas.
               -De momento nada. He venido a por algo para pasar la noche. Voy a ir de doblete a la universidad.
               Alec y yo intercambiamos una mirada, y vimos en los ojos del otro cómo la lujuria se iba apagando para dar paso, de nuevo, a la preocupación omnipresente que nos había dominado desde que mamá nos había dado la noticia del estado de Diana. Acompañamos a Bey hasta la nevera con los batidos, pues aunque no nos lo pidió, sabíamos que no le apetecía nada quedarse sola. Después de que pagara, los tres avanzamos en silencio hacia la zona de los ascensores, con las miradas de los sanitarios fulminándonos por atrevernos a pasear por sus dominios más allá del horario de visitas. Sin embargo, no nos increparon ni nos ordenaron salir; después de todo, el largo ingreso de Alec había servido para algo bueno, y era para que los suficientes sanitarios lo conocieran como para coincidir con alguno en el momento más indicado.
               Atravesamos los pasillos en silencio, conscientes del repiqueteo de nuestros pasos mientras nos encaminábamos hacia los ascensores. Sólo cuando entramos dentro de uno y nos aseguramos de que nadie podría escucharnos, y por tanto no molestaríamos a ningún paciente, Alec se atrevió a preguntarle a Bey.
               -¿Cómo los ves?
               Bey parpadeó, agitando su batido y dándole vueltas para que todo su contenido se mezclara de manera uniforme, mientras meditaba su respuesta. Torció la boca un segundo, como si estuviera eligiendo las palabras adecuadas para no herir nuestra sensibilidad. Estaba convencida de que Bey quería casi tanto como yo que Alec se quedase, pero igual que yo, sabía que lo mejor para él era que se fuera. Les había dejado solos el tiempo suficiente para que se pusieran un poco al día de lo que habían estado haciendo y de cómo lo había pasado Al en el voluntariado, así que no me extrañaría que Bey le hubiera soltado en plena fiesta un discurso sobre lo importante que era mirar hacia uno mismo de vez en cuando y hacer lo que más le convenía.
               Puede que incluso Eleanor les hubiera ido con el cuento a los demás y no quisiera darle pie a Alec a quedarse. Dado que lo conocía tan bien como yo, sabía lo terco que podía ponerse y lo difícil que era sacarle una idea de la cabeza una vez se le metía entre ceja y ceja, así que había que andarse con mucho ojo con él.
               Pero también se merecía sinceridad. Después de todo, todos eran la piedra angular del grupo, y los Nueve de Siempre no serían ellos mismos si uno se bajara del carro. Siempre se habían protegido las espaldas en público y se habían dicho las verdades dolorosas en privado, y sólo siendo honestos habían llegado a construir una relación de confianza tan profunda y sólida. Las pocas veces en que alguno de ellos había intentado cerrarse en banda todo había ido fatal, así que habían aprendido por las malas que no debían mentirse.
               Así que, finalmente, Bey respondió:
               -Mal. Creo que esto no se les va a pasar tan fácilmente, Al. No sé cómo van a hacer para superarlo.
               -Diana ya ha tenido otra sobredosis, ¿no? Pues que lo hagan como lo hicieron antes.
               -A Tommy le duele que le haya mentido. A todos nos duele, de hecho-respondió, abriendo el tapón con un clic y dando un sorbo. Alec se encogió de hombros.
               -No lo ha hecho por gusto-respondió Alec.
               -Aun así, si no nos hubiera mentido no estaríamos en esta situación. ¿Qué pasa si Tommy ya no se fía de ella? ¿Qué pasa si no lo hace Scott, o Layla y Chad? ¿Qué pasa si no lo hacemos los demás? No podremos cuidarla si no nos dice la verdad.
               -En este grupo tenemos bastante historial de decir que estamos bien cuando no era así simplemente para no preocupar a los demás-Alec se encogió de hombros-, y ninguno se ha muerto.
               -Todavía-sentenció Bey, saliendo del ascensor cuando se abrieron las puertas. Se dio la vuelta y miró a Alec-. Pero no creas que a mí no me duele pensar en lo mal que lo pasaste tú solo porque no te querías antes de que Sabrae te enseñara cómo hacerlo-añadió, y se le humedecieron los ojos-. Creo que por eso nos afecta tanto lo de Diana. Porque te podría haber pasado a ti perfectamente, Al. La diferencia es que tú te volviste adicto a las chicas, no a la cocaína. Tuvimos suerte esa vez. No sabemos si vamos a volver a tenerla ahora.
               Alec se quedó pasmado, incapaz de reaccionar nada más que para mirar cómo Bey se giraba y se marchaba a través del pasillo.
               Intercambiamos una mirada justo cuando yo comprendí que sus amigos no podían irse  del hospital como sí lo habían hecho cuando tuvo el accidente porque, en cierto modo, los estaban velando a ambos. Con Alec habían llegado tarde, pero gracias a Dios yo había podido ayudarlo; en cambio, con Diana todavía tenían la oportunidad de llegar a tiempo y servir de algo, quizá cambiar la historia.         
               Alec se relamió los labios, llegando a la misma conclusión dolorosa que yo. Me pasó el brazo por el hombro y me atrajo hacia sí, pues con mi calor corporal era capaz de sobrevivir a cualquier tormenta de nieve. Me besó la sien y suspiró cuando yo le pasé el brazo por la cintura y lo atraje un poco más hacia mí, como diciéndole “eh, no te preocupes, ¿vale? Estoy aquí contigo”.
               -Tengo que avisar a mamá de que nos quedamos-dijo-. Va a ser una noche muy larga.
               Le tendí mi móvil e hice amago de separarme de él mientras marcaba el número de su madre, pero me retuvo a su lado.
               -Quédate conmigo-me pidió, con el móvil ya en la oreja, mi brazo de nuevo en su cintura, y la mano que tenía libre entrelazada con la mía mientras observaba el pasillo.
               -Siempre, sol-respondí… y lo decía totalmente en serio.
 

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1 comentario:

  1. Estoy desolada com este capítulo. Me ha traido un montón de recuerdos de cts que no se ni por dónde empezar.
    Lo de Scott rompiéndose en brazos de Alec en cuanto lo ve y Alec teniendo la potestad de ser la unica persona en ser capaz de parar a Scott de hacer algo con respecto a Tommy me tiene fatal y no he podido evitar pensar en cierta cosa que ocurre dentro de muchos años. Luego también la manera en la que cuando Saab ha empezado a hablar de la vida prospera que tendrá Diana yo solo he podido pensar a quienes va a dar a luz y he lagrimeado como una cerda.
    Me tiene fatal esta trama. Se como acaba todo y como se resuelve y aun asi me come la pena con todos los paralelismos que mi mente encuentra ains.
    Luego lo de Bey me ha dejado seca y me ha dado una pena terrible y el speech de Alec final a Saab. La puta Valeria ya puede dejar de joderle la existencia. Muchas gracias.

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