domingo, 29 de septiembre de 2024

Tormenta incipiente.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Puedes decir que soy un cobarde. Puedes decir que todo lo que cuento sobre mi legado en el boxeo es mentira. Puedes decir que soy un embustero y que no paro de exagerar todas mis victorias.
               Seguro que crees que tú no te cagarías de miedo si midieras un metro ochenta y siete, estuvieras más musculado que el mismísimo Cerbero, tuvieras los reflejos de una pantera puesta de coca, y tu novia de apenas metro cincuenta te mirara de lado cuando insistieras en que la ayudarías a recoger la mesa para estar un poco más con ella. Sí, seguro que pensarías que eres súper valiente y que tu amor y atracción por ella vencerían a cualquier cosa, incluyendo sus miradas envenenadas y sus giros sobre sus talones más propios de una bailarina en el cénit de su carrera.
               ERROR. Recularías como un cachorrito abandonado cada vez que se pone el sol, porque no tienes ni idea del miedo que puede llegar a dar Sabrae cuando decide ser terrorífica. Sería capaz de detener un meteorito en plena trayectoria de colisión con la Tierra y hacer que se diera la vuelta a toda velocidad, así que piensa en lo que harías tú si te fulminara con la mirada como lo hizo conmigo cuando insistí en ayudarla a recoger las sobras de la comida y fregar los platos.
               La verdad es que, para lo complicado de la situación, yo lo había manejado con muchísima dignidad.
               Apenas había llorado.
               Dylan había tirado la casa por la ventana y había pedido doce pizzas tamaño familiar para las doce personas que había en casa (de las cuales tres eran niños pequeños y una, directamente, un bebé), y yo había convertido en mi misión personal el comerme casi la mitad de todas y cada una de ellas ignorando deliberadamente que estaba zampando por sueño y no por hambre. La mesa se había quedado hecha unos zorros ya que la conjunción de cajas de comida grasienta con niños pequeños no daba un resultado que defendiera el orden y la limpieza, precisamente. Mamá iba a tener mucho trabajo cuando yo me marchara lavando los manteles que Duna, Astrid y Dan habían ensuciado con sus manitas, pero a los que no había pensado reñir ni una sola vez. Sin embargo, tenía pensado aprovechar cada segundo que tuviera conmigo, por lo que cuando Sabrae dijo que ella se ocuparía de recoger la mesa, por primera vez desde que la conocía (y ya eran muchos años), no protestó cuando trataron de suplantarla en su papel de ama de casa.
               Lo cual no me pareció del todo justo porque Sabrae había cambiado gustosa dos días de su cumpleaños a cambio de que mamá me disfrutara un poco, así que Saab se merecía que le premiaran con mi presencia.
               O eso pensaba yo; y estaba en minoría, al parecer, pues Kiara, que había salido con Dylan a por el desayuno y se había encargado de Avery con relativo éxito (la bebé iba para diva de la ópera y estaba decidida a hacer historia), siguió a Saab a la cocina y desapareció con ella allí.
               Me senté en el sofá con el ruido del tintineo de las copas y la charla ininteligible de Sabrae y Kiara al otro lado del vestíbulo con toda mi familia rodeándome y apoyada en mí en mayor o menor medida mientras me preguntaban qué quería ver en la televisión.
               Cuando dije que me daba lo mismo pusieron el canal de deportes, donde estaban echando una carrera de Fórmula 1. Joder, qué bien me conocían.
               Tenía pensado mantener los ojos abiertos y hacer que el sacrificio de Sabrae mereciera la pena, de verdad. Además, Sabrae me había acojonado tanto que creí que no me dormiría hasta el mes que viene, así que no entendía por qué habían empezado a cerrárseme los ojos a pesar de los ruidos de los críos jugando a mi espalda, la presión de Trufas entre mis brazos para que continuara rascándole la barriga, o el calorcito que desprendía mi casa y que desafiaba el frío de la tarde lluviosa de mediados de noviembre que arañaba las ventanas y convertía los cristales en un cuadro de arte posmoderno.
                O la dulce caricia de la manta que mi madre me colocó sobre los hombros.
               -No estoy dormido-protesté, pero no me la quité de encima ni tampoco dejé de acariciarle el lomo a Trufas, que parecía un sol minúsculo y peludo que dormitaba en mi regazo.
               -Ya lo sé, mi amor-ronroneó mi madre, dándome un beso en la frente.
               -Ni me voy a dormir-añadí. Sabrae no había hecho un sacrificio tan grande ni estaba dejándonos nuestro espacio a los Whitelaw como para que yo ahora lo estropeara todo sobándome.
               -Bueno-sonrió mamá.
               Pero en algún momento de la carrera la cancelaron tras haber dado sólo un par de vueltas, y los pilotos subían eufóricos a un podio que apenas les había costado esfuerzo.
               Otros que se cagarían de miedo si Sabrae los mirara mal.

lunes, 23 de septiembre de 2024

Hay vida después de mí.


¡Toca para ir a la lista de caps!

La única razón por la que no recurría a mi infalible truco de meter la cabeza debajo de la almohada para poder volver a conciliar el sueño cuando empezaron las audiciones del concierto de heavy metal a las que se estaba presentando el bebé del piso inferior era porque Sabrae tenía la cabeza apoyada en la misma almohada. Créeme, tengo que querer a alguien mucho para renunciar a ese as bajo la manga que había tenido que ir perfeccionando a lo largo de los años, cuando Mimi decidía que ya había dormido lo suficiente después de pasarme toda la noche del viernes de fiesta y la mañana del sábado encerrado en el gimnasio quemando la testosterona que había ido acumulando por la noche, y se ponía su música clásica infernal en el piso de abajo para practicar los mismos movimientos que ya se sabía de memoria y que no podía pulir más.
               Pero es que así de enamorado estoy.
               Aunque los pulmones de Avery, que parecía más bien hija de Zayn que de Niall, estaban poniendo a prueba ese amor y llevándolo a sus límites, que estaban más lejos de lo que nadie podía esperar de alguien con mis antecedentes y peligrosamente más cerca de lo que me gustaría admitir.
               De momento sólo me quedaba dar vueltas en la cama y tratar de contar ovejas. Ovejas esponjosas, de lana blanca como la nieve que las hacía parecer nubes con patas, y, sobre todo, ovejas mudas.
               Para salir con la hija y hermana de dos de los mejores cantantes del país, toleraba bastante mal el ruido, pero es que estaba ya hasta los huevos. ¿Niall y Vee no tenían más sitios donde dejar a la cría que en mi puta casa, o por lo menos hacerlo cuando ella estuviera dormida y no los echara de menos? Joder. Mimi tenía sus motivos para pincharme, pero Avery había venido a joderme de gratis, cuando yo sólo me había chupado las horas de avión por estar con mi familia, ser un buen hermano, amigo y novio.
               Bufé y me di la vuelta de nuevo en la cama cuando los gritos de Avery se desplazaron del salón a la cocina y reverberaron por todo el pasillo en cuanto alguien atravesó el pie de las escaleras con ella en brazos. Tomé tanto aire que me dolieron las costillas, y cuando lo solté por la nariz, escuché una risita a mi lado.
               Abrí los ojos y me encontré con los más bonitos que había visto en mi vida, a pesar de que ahora mismo estaban un poco apagados por el cansancio de las noches en las que habíamos dedicado muy poco tiempo a dormir y bastante a hacer otras cosas. Sabrae me sonrió con dulzura y metió una mano debajo de la almohada, acurrucándose un poco más sobre la almohada y poniéndome unos ojitos que me metían en problemas cada vez que aparecían.
               Pero a mí me encantaban los problemas, así que estiré la mano hacia ella y se la coloqué sobre la cadera.
               -Dime que vamos a tardar en tener críos-le pedí en un susurro, porque a pesar del concierto, Shasha todavía estaba dormida. Tenía la cara girada, de modo que no podía ver su expresión, pero podía ver que sus ojos apenas se movían mientras respiraba despacio. Se me ocurrió una idea siniestra: si Avery no la había despertado ya, pocas cosas lo harían. Quizá hubiera heredado la capacidad de Scott de seguir dormido incluso cuando se desataba un apocalipsis a su alrededor.
               Lo cual me dejaba un par de opciones para quitarme el mal humor que me producía el sueño…
               -Por lo menos hasta que recupere las horas de sueño que tengo atrasadas-asintió Sabrae, frotándose la cara. Me eché a reír y me acerqué un poco más a ella, de modo que la punta de su nariz estaba pegada a la mía y podía inhalar su respiración.
               -Ya que va a estar un poco difícil que durmamos ahora mismo-ronroneé contra sus labios antes de darle un beso-, ¿qué te parece si añadimos unas pocas más al saldo?-Metí la mano que le había dejado sobre el costado por dentro de la camiseta y la deslicé hacia sus tetas. Apenas le había rozado el pezón con la yema de los dedos cuando Sabrae se mordió el labio, se frotó las piernas y me agarró el bíceps. Hizo un gesto con los ojos en dirección a Shasha y yo puse los ojos en blanco-. No se va a enterar.
               -Sí me voy a enterar-respondió Shasha todavía sin girarse. Debí de poner una cara curiosa, porque Sabrae se rió en silencio y asintió con la cabeza, encogiéndose de hombros.
               -¿Cuánto llevas haciéndote la dormida, enana?
               -Desde que Avery empezó a llorar. Todavía me ha dado tiempo a escucharte roncar un par de veces.
               -Yo no ronco-protesté, incorporándome.
               -Te lo dije: sí que lo haces. A veces-Sabrae se encogió de hombros, enrollándose en la sábana igual que hacía cuando terminábamos de acostarnos-. No siempre, pero sí.
               -Pensé que un huracán de categoría 3 estaba pasándonos por encima-se burló Shasha.
               -¿Y por qué no has protestado? Ah, se me olvidaba. Seguro que te hizo ilusión porque te ha hecho fantasear con la vida que vas a tener cuando te cases con Josh, que también ronca, y mucho-la pinché, y Shasha se puso en pie de un brinco y trató de darme un manotazo. Normalmente la habría dejado (como siempre hacía, porque era bastante previsible en sus movimientos por mucho que Sabrae lloriqueara sobre que se movía con más rapidez de la que le correspondía a ningún ser humano; pero Sabrae no era campeona de boxeo y no tenía los reflejos que tengo yo), pero como iba derecha a mis huevos, ya que no se guiaba por ningún código de honor por el que respetara algunas partes, la detuve antes de que pudiera llegar a rozarme siquiera.
               -¡Deja de decir que me gusta Josh, pesado!

martes, 10 de septiembre de 2024

Felicidad improbable.

¡Hola, flor! De nuevo un mensaje de estos que podemos empezar a calificar como Del Terror™. Después de este agosto atareadísimo en el que apenas has sabido nada de Alec y Sabrae, quería avisarte de que la semana que viene no habrá cap, excepto que me dé un ramalazo y lo suba de sábado (estaría genial, pero ya nos vamos conociendo y sabes que cuando digo que “intentaré” subir x día, en realidad no lo voy a hacer). La razón es que me voy de vacaciones, mi avión sale muy temprano el domingo, y creo que no me va a dar tiempo a preparar nada digno de tu tiempo antes de que tenga que acostarme. Así que, ¡eso! Nos vemos, entonces, el lunes 23, con el que ya volveré a mi calendario de publicaciones habitual.
¡Muchísimas gracias por tu paciencia y fidelidad! Sé que este año estoy siendo un poco inconsistente, pero, si todo va bien, sólo tendré que repetir lo de los capítulos espaciados un año más. Y después ¡seré toda tuya! ᵔᵕᵔ
Disfruta del cap
 
 
¡Toca para ir a la lista de caps!

Había sido una noche muy complicada y no creí que su rumbo pudiera cambiar tan rápido para ninguno de los dos, pero ver a Alec correr hacia mi hermana intentando hacer el menor ruido posible mientras Shasha se encogía en una esquina del sofá, preparada para recibir el impacto de todo el peso de mi chico me hizo darme cuenta de mi error.
               Me noté sonreír de forma sincera, relajada y quizá un poco agradecida al presenciar los efectos que Shasha tenía en Alec, quien necesitaba desesperadamente que alguien le permitiera quitarse ese peso de los hombros con el que siempre se empeñaba en cargar. Era agradable escuchar cómo trataba de mantener ese silencio cargado de tensión y preocupación en el que nos habíamos sumido en el taxi, nuestras manos entrelazadas mientras contemplábamos las posibilidades grises que ahora parecían definir nuestro futuro, porque ahora era un silencio más acogedor, propio de un hogar en el que le querían y en el que había personas dispuestas a mantenerse despiertas hasta altas horas de la madrugada sólo para pasar unos minutos con él.
               Eso sí: me dolió un poco por mi hermana. Sabía que lo echaba de menos por la forma en que se acercaba a mí, cariñosa incluso, cuando regresaba después de dormir en casa de Alec, con la esperanza de poder encontrar en mí unos restos de ese delicioso aroma que impregnaba su cama y que era testigo de que él existía, y que se hubiera quedado en casa de los Whitelaw, donde nunca había dormido, donde no se movía con la naturalidad con que yo lo hacía y donde podía sentirse más juzgada que en nuestra casa, porque nosotros estábamos hechos a sus rarezas y mi familia política no, era una buena manera de medir las ganas que mi pequeñita tenía de ver a mi chico.
               -Au-gimió Shasha, riéndose, cuando Alec aterrizó sobre ella. Trufas había tenido la perspicacia de apartarse corriendo, y ahora los observaba con los ojos muy abiertos y el hocico tamborileando en pulsaciones silenciosas. Trató de escurrirse de debajo del peso de Alec, pero él era mayor en todos los sentidos: físicamente y también en edad, así que se las sabía todas, y no iba a dejarla escapar tan fácilmente. Shasha sacó la lengua y gruñó, metiendo las manos entre sus cuerpos y empujando con todas sus fuerzas.
               -No puedo creerme que te hayas quedado a esperarme-le ronroneó mi novio, burlón, mientras la miraba con una adoración que me hizo estremecer. Comprendí antes que él que Shasha también era algo a lo que él renunciaba regresando a Etiopía, una razón más para permanecer en Inglaterra en lugar de continuar viviendo su sueño a miles de kilómetros de casa, de mí, de nosotros.
               Mi hermana era también una de esas piezas que conformaban el puzzle de esa vida que a Alec le encantaba y a la que se moría de ganas por volver, una vida de la que yo le mandaba retazos cada quincena para recordarle que tenía un hogar en el que todos le queríamos muchísimo, y queríamos que fuera feliz. Donde le mantendríamos caliente, satisfecho, con el apetito saciado y una cama bien cómoda en la que pudiera descansar; donde corregiríamos sus errores y le serviríamos de consuelo, donde le haríamos reír cuando más lo necesitara… y donde nos alejaríamos una noche de los métodos para combatir el insomnio porque, por una vez, nos venía demasiado bien mantenernos despiertos cuando todo el mundo dormía si eso significaba tener un momento a solas con él.
               -Es que Fuckboy Island Indonesia está muy interesante, no te flipes.

domingo, 8 de septiembre de 2024

Veintiocho veranos.

Recuerdo perfectamente la noche del 7 al 8 de septiembre de 2014; era la noche de mi mayoría de edad, y la última noche antes de iniciar mi etapa universitaria, una etapa en la que sentía que me habían cortado las alas y que, preveía, sería exactamente como me la habrían previsto en el instituto, cuando fui al orientador a pedirle consejo sobre cómo perseguir mis sueños por aquel entonces (y de cuya renuncia perjuraba en entradas que criticaban la madurez después del descubrimiento) y me dijo que enfermaría y seguramente no llegaría a acabarla. A pesar de que todo el mundo me decía que mis 18 iban a ser geniales, que iba a estar orgullosísima de poder hacer por fin lo que quisiera (jaja), yo los cumplí llorando. Mi decimoctavo cumpleaños era el último día antes de embarcarme en lo que sería la peor pesadilla de cualquier hijo que ha crecido escuchando a sus padres asegurar que le dejarán estudiar lo que quiera, pero que ahora tenía que limitarse a mirar a solas ese post-it a modo de receta que le había dado el orientador en el que ponía “Erika necesita hacer teatro (de momento)”, como si fuera eso lo que yo quisiera o como si fuera aquella la duración que mis sueños debían tener. “De momento”. Ese “de momento” se terminaba el 8 de septiembre de 2014, y para mí se acababa también el mundo.

               Diez años después, el 8 de septiembre de 2024, el reloj ha tocado las doce de la noche mientras yo estaba tranquila, sana, viva, y por encima de todo, contenta: contenta por haber escapado de ese destino, contenta por poder ser feliz, contenta por el futuro que veo frente a mí y el empuje que voy a encontrar en el año que he tenido. Cumplir los 27 me amedrentaba bastante por ser esa edad en la que muchas estrellas se apagaban, y aunque creo que no me paré demasiado a pensar en ello mientras los tenía, supongo que me daba un poco de miedo convertirme en una estrella fugaz que ni siquiera había tenido la oportunidad de brillar, de disfrutar de ese brillo, ni de conectar con otras formando una constelación con la que se guíen los marinos. Qué equivocada estaba; mis 27 han sido una edad genial: al día siguiente de cumplirlos, me fui a Menorca de nuevo, esta vez armada con aletas y unas gafas de buceo para poder ver ese fondo marino que hace que no tenga nada que envidiarle a las Maldivas. Tras unas semanas complicadas en el trabajo en las que ni siquiera reservar el coche sobre el que llevaba puesto el ojo durante meses conseguía arrancarme la ilusión, llegaba una llamada que yo estaba esperando y que me daba la oportunidad de ir a trabajar a mi casa. ¡A mi casa! La oportunidad de echar de menos el conducir después de haber descubierto que me encantaba.

               El 1 de octubre de mis 27 también volví a ver a Louis, el que supuestamente iba a ser mi primer concierto en solitario y que acabó siendo el tercero (con Louis perdí un miedo que ahora me alegra muchísimo haber superado por las experiencias increíbles que me ha permitido vivir), y con el que escuchar Where do broken hearts go en directo, al fin, después de casi nueve años de cantarla a gritos en el coche, fuera el precio más rebajado que nadie había pagado nunca por confirmar las sospechas de que quienes creía sus amigas no lo eran tanto.

               Mis 27 han sido una edad en la que un sueño loco, que jamás en mi vida me atreví siquiera a albergar por lo surrealista que era (más, incluso, que sostener en mis manos el primer Oscar que le entregarían a Leonardo DiCaprio), y que se cumplió por la inmensa suerte que tengo de ser asturiana: ver con mis indignos ojos miopes a Meryl Streep no una, sino DOS veces en persona. Esperarla de pie en la noche, o más tarde bajo la lluvia, me hizo recordar aquella frase que escribí cuando tenía 17 años y hablé de lo que era haber visto a One Direction por primera vez: no son píxeles, son células. Convertir a Meryl en células después de años admirándola en la gran pantalla, de que fuera sin saberlo el foco que me guiaba cuando me subía al escenario del Palacio Valdés, fue un regalo que nunca pensé que se me haría y que por tanto jamás pensé siquiera en pedir.

               Mis 27 también me trajeron mi primer coche nuevecito de paquete; aunque ya había comprado uno de segunda mano, hay algo particularmente especial en el primer coche en el que eres la que toma las decisiones: color, propulsión (híbrido, que el climate change is real and it’s happening right now), interiores… eres un adulto funcional, pero sin las complicaciones de haberlo logrado teniendo hijos. Hacer la peregrinación con el coche a Covadonga para poder presumirlo en redes en la publicación de fin de año de Instagram ha sido una de las cosas más pseudoinfluencers que he hecho en mi vida, pero también de las más divertidas.

               Mis 27 fueron la edad en la que cumplí de nuevo con el reto de lectura de Goodreads después de eones sin llegar a ese tope bastante modesto que me marco todos los años, y que al ritmo que voy con este, también volveré a cumplir. Fueron la edad en la que hice nuevas amigas con las que compartir preocupaciones de la oposición, dudas y también momentos de animarnos las unas a las otras, probando mi teoría de que los opositores somos compañeros salvo en el tiempo que dura el examen, nada más. Fueron la edad de pasear a casa con compañeras de trabaja que ahora llamo amigas, de descubrir restaurantes nuevos en mi propia ciudad, de enamorarme del sushi, de leer con la televisión encendida gracias a la magia que es la cancelación de ruido en unos auriculares.

               Fueron la edad en la que me reencontré con amigas: primero en enero, entre musical y musical, con cenas largas en las que la noche es joven hablando de Sabrae; y después, en el Eras tour: ahí me esperaban amigas que no había visto nunca, que hacía un año no tenía; amigas que había visto por cámara mientras estudiábamos juntas, y amigas que había desvirtualizado después de años siendo amigas en el CCME de 2019.

               Fueron la edad del entretenimiento: el musical de Peter Pan, del Fantasma de la Ópera, de Chicago… de Aladdín, y del sueño que supuso ver alfombras volando de verdad a metros de mí.

               Fueron la edad del Eras Tour: de hacer pulseras de cuentas simplemente para regalárselas a desconocidas, de pensar un outfit que finalmente me dejé en casa y con el que me habría asado en el Bernabéu; de posar para fotos con las manos haciendo un corazón y de reconectar con la cría que fui en 2009, viendo a Taylor Lautner entregarle un premio a Taylor Swift y cantar You belong with me en el Nokia con el que estaba grabando ese momento. Las colas virtuales improvisadas y la mañana desperdiciada por mis nervios antes de que finalmente consiguiera acceder a comprar las entradas con tan sólo 800 personas delante en una de las tres pantallas con las que me conectaba a Ticketmaster y los asientos que logramos bien se merecen la experiencia que fue el ser sólo una chica el 29 de mayo de 2024.

               Mis 27 han sido una edad de ser feliz, de ser libre (¡y no perderme en la oscuridad!), pero también de cuidarme y defenderme. De conocer Sevilla y redescubrir Puerto Banús, de permitirme por fin un descanso con la novela sin tener miedo de que suponga que no volveré a abrir el Word. Aunque confieso que me he malacostumbrado a no tener que escribir los findes, también he descubierto que echo demasiado de menos a Alec y Sabrae cuando no los tengo entre mis dedos como para tenerles miedo a mis descansos. Una edad de cuidarme y de tratar de encontrar el equilibrio entre estudiar, escribir, y el darme mi espacio para disfrutar de un poco más de tiempo libre.

               Las últimas semanas de mis 27 he tenido un cambio de mentalidad con la que ahora puedo estudiar como se supone que debo hacerlo si quiero garantizarme las tardes libres. Y, aunque eche de menos, aunque a veces me cueste concentrarme porque añoro conversaciones en las que ahondo todavía más en el mundo de mis personajes, y a veces me distraiga preguntándome por qué no podemos volver a ser amigas cuando ya habíamos cruzado la línea de lectora-escritora, me gusta lo que veo delante de mí. Me gusta la mujer en la que me estoy convirtiendo, lo que prometen mis 28. Poco a poco estoy luchando por no depender tanto de los demás, por no decepcionarme tanto y no creerme tan especial, por darles a los demás un espacio que también necesito yo misma y por no tener un optimismo que raye en la bobería, porque cuando tienes la cabeza por encima de las nubes casi nadie está dispuesto a subir al Everest para darte un beso, así que no tienes por qué sentirte sola, sino comprender y apreciar los sacrificios que los demás hacen por ti.

               Y hacer tú los propios. Estoy tan ansiosa por enamorarme de mis 28, incluso aunque no me sucedan tantas cosas geniales como en mis 27 y mis 26, que no puedo esperar a ver lo que me depara este año que ahora se abre para mí. Ya no tengo miedo al futuro que me estoy labrando, ni me duermo llorando por las noches, pensando en lo que vendrá.

               Y, lo mejor de todo, es que en las últimas he descubierto que sí. Hay gente dispuesta a subir al Everest para darme un beso. Sólo espero que les gusten las vistas desde allí.