martes, 10 de septiembre de 2024

Felicidad improbable.

¡Hola, flor! De nuevo un mensaje de estos que podemos empezar a calificar como Del Terror™. Después de este agosto atareadísimo en el que apenas has sabido nada de Alec y Sabrae, quería avisarte de que la semana que viene no habrá cap, excepto que me dé un ramalazo y lo suba de sábado (estaría genial, pero ya nos vamos conociendo y sabes que cuando digo que “intentaré” subir x día, en realidad no lo voy a hacer). La razón es que me voy de vacaciones, mi avión sale muy temprano el domingo, y creo que no me va a dar tiempo a preparar nada digno de tu tiempo antes de que tenga que acostarme. Así que, ¡eso! Nos vemos, entonces, el lunes 23, con el que ya volveré a mi calendario de publicaciones habitual.
¡Muchísimas gracias por tu paciencia y fidelidad! Sé que este año estoy siendo un poco inconsistente, pero, si todo va bien, sólo tendré que repetir lo de los capítulos espaciados un año más. Y después ¡seré toda tuya! ᵔᵕᵔ
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Había sido una noche muy complicada y no creí que su rumbo pudiera cambiar tan rápido para ninguno de los dos, pero ver a Alec correr hacia mi hermana intentando hacer el menor ruido posible mientras Shasha se encogía en una esquina del sofá, preparada para recibir el impacto de todo el peso de mi chico me hizo darme cuenta de mi error.
               Me noté sonreír de forma sincera, relajada y quizá un poco agradecida al presenciar los efectos que Shasha tenía en Alec, quien necesitaba desesperadamente que alguien le permitiera quitarse ese peso de los hombros con el que siempre se empeñaba en cargar. Era agradable escuchar cómo trataba de mantener ese silencio cargado de tensión y preocupación en el que nos habíamos sumido en el taxi, nuestras manos entrelazadas mientras contemplábamos las posibilidades grises que ahora parecían definir nuestro futuro, porque ahora era un silencio más acogedor, propio de un hogar en el que le querían y en el que había personas dispuestas a mantenerse despiertas hasta altas horas de la madrugada sólo para pasar unos minutos con él.
               Eso sí: me dolió un poco por mi hermana. Sabía que lo echaba de menos por la forma en que se acercaba a mí, cariñosa incluso, cuando regresaba después de dormir en casa de Alec, con la esperanza de poder encontrar en mí unos restos de ese delicioso aroma que impregnaba su cama y que era testigo de que él existía, y que se hubiera quedado en casa de los Whitelaw, donde nunca había dormido, donde no se movía con la naturalidad con que yo lo hacía y donde podía sentirse más juzgada que en nuestra casa, porque nosotros estábamos hechos a sus rarezas y mi familia política no, era una buena manera de medir las ganas que mi pequeñita tenía de ver a mi chico.
               -Au-gimió Shasha, riéndose, cuando Alec aterrizó sobre ella. Trufas había tenido la perspicacia de apartarse corriendo, y ahora los observaba con los ojos muy abiertos y el hocico tamborileando en pulsaciones silenciosas. Trató de escurrirse de debajo del peso de Alec, pero él era mayor en todos los sentidos: físicamente y también en edad, así que se las sabía todas, y no iba a dejarla escapar tan fácilmente. Shasha sacó la lengua y gruñó, metiendo las manos entre sus cuerpos y empujando con todas sus fuerzas.
               -No puedo creerme que te hayas quedado a esperarme-le ronroneó mi novio, burlón, mientras la miraba con una adoración que me hizo estremecer. Comprendí antes que él que Shasha también era algo a lo que él renunciaba regresando a Etiopía, una razón más para permanecer en Inglaterra en lugar de continuar viviendo su sueño a miles de kilómetros de casa, de mí, de nosotros.
               Mi hermana era también una de esas piezas que conformaban el puzzle de esa vida que a Alec le encantaba y a la que se moría de ganas por volver, una vida de la que yo le mandaba retazos cada quincena para recordarle que tenía un hogar en el que todos le queríamos muchísimo, y queríamos que fuera feliz. Donde le mantendríamos caliente, satisfecho, con el apetito saciado y una cama bien cómoda en la que pudiera descansar; donde corregiríamos sus errores y le serviríamos de consuelo, donde le haríamos reír cuando más lo necesitara… y donde nos alejaríamos una noche de los métodos para combatir el insomnio porque, por una vez, nos venía demasiado bien mantenernos despiertos cuando todo el mundo dormía si eso significaba tener un momento a solas con él.
               -Es que Fuckboy Island Indonesia está muy interesante, no te flipes.
               -Vaya lo que me quieres, ¿eh, piojo?-la pinchó, inclinándose a morderle una mejilla, algo que Shasha odiaba. Dios, sabía exactamente qué hacernos para sacarnos de nuestras casillas. Si no me pareciera tan divertido cuando lo hacía conmigo simplemente para picarme, me preocuparía lo fácil que le resultaba explotar nuestros puntos débiles.
               -¡Quítateme de encima!-chilló Shasha, riéndose, empujando con todas sus fuerzas para levantar a Alec; tan fuerte que se hundió un poco en el sofá. Se le escapó un jadeo y Alec por fin dejó que lo levantara, dándole espacio así para poder respirar-. Uf. Madre mía, vaya lo que pesas. Y créeme, sé de lo que hablo: acuérdate de que me peleo regularmente con Sabrae, y su arma secreta es tirárseme encima con su inmenso culo gordo.
               -Para empezar, el culo de Sabrae es espectacular-respondió Alec, retirándose hasta quedar arrodillado entre las rodillas de mi hermana. En ese momento una luz se encendió a mis espaldas, y me giré para descubrir a Annie de pie en la puerta de la cocina, con dos tazas de chocolate humeante en las manos. Me sonrió con afecto, aunque el cansancio teñía sus ojos castaños; cuidar de una adolescente como Mimi y tratar de encarrilar a un garrulo como Alec era una cosa, pero cuidar de tres niños pequeños y mantener entretenida a mi hermana después de una jornada intensiva haciendo de madre adoptiva agotaría a cualquiera. Sólo esperaba que ver a su hijo le diera el chute de energía y tranquilidad que necesitaba para subir las escaleras e irse a la ama-. Y para seguir… espero que eso no sea una excusa y no te dejes ganar por la torpe de tu hermana, con todo lo que yo te he enseñado.
               -¿Perdón?-pregunté, pero no me hicieron el menor caso.
               -¡La duda ofende! Aunque yo no necesito tus truquitos de machirulo para poner a Sabrae en su sitio. Llevo pudiéndole desde que tengo uso de razón-respondió la payasa de Shasha, hinchándose como un pavo y poniendo los brazos en jarras-. Soy demasiado guay para perder contra ella desde siempre.
               -Ajám. ¿No se supone que tienes una cicatriz con la forma de su mandíbula en un pie después de que te comieras el último yogur que le gustaba? Según tengo entendido, estuviste con muletas unas dos semanas. A ver, ¿era en este, verdad?-preguntó, cogiéndole el pie y quitándole el calcetín. Shasha ahogó un grito, se revolvió y finalmente chilló, retorciéndose frente a Alec mientras éste le hacía cosquillas en los pies.
               -¡PARA O TE ZURRO A TI TAMBIÉN!
               -Joder, qué chistosa es la niña. Me gustaría verlo, piojo.
               -Haré que te deporten como no me dejes tranquila.
               -Soy un ciudadano inglés.
               -¿Ah, sí? ¿Tienes los papeles originales que lo demuestran? Porque cambiar la base de datos del Ministerio del Interior y acusarte de que has falsificado tu certificado de nacimiento es un momento-lo amenazó Shasha, sonriente.
               -Harías cualquier cosa con tal de no admitir que llevas horas histérica perdida por las ganas que tienes de ver a tu cuñado favorito.
               -Eres el único cuñado que tengo.
               Alec se retiró hacia atrás, la mano en el corazón.
               -¿¡Cómo dices!? ¿Scott y Tommy se han divorciado?
               Shasha volvió a reírse, se incorporó y abrió los brazos para fundirse en un cariñoso abrazo con Alec. Cerró los ojos cuando él la acogió en los suyos, inclinó la cara hacia su hombro y le acarició la espalda. Annie me colocó una de las tazas de chocolate entre las manos.
               -Estaba encogida y no quería reconocer que tenía frío, así que pensé que eso la calentaría, pero me parece que no se va a separar de mi hijo, así que… ya no le hará falta. Lo vas a necesitar más que yo-me guiñó el ojo y yo sonreí.
               -Seguro que me hacen dormir en la alfombra de la habitación de Alec-dije, riéndome y daño un sorbo al chocolate.
               -Seguro que ni siquiera te dejan entrar en la habitación de Alec-contestó Annie, y yo me reí de nuevo por lo bajo, intentando no achacar la tranquilidad y calidez que notaba en el estómago a lo diferente que me sentía en casa de los Whitelaw a en mi propia casa después de todo lo que había pasado. Era muy difícil no comparar ambos hogares, sobre todo porque el comportamiento de todo el mundo a mi alrededor era radicalmente opuesto: mientras que en casa ahora papá y mamá andaban a mi alrededor como pisando huevos, temiendo hacer algo que pusiera en peligro los tímidos avances  que habíamos ido haciendo en terapia, con los Whitelaw todo era fácil como respirar, fácil como prepararle una taza de chocolate caliente a tus hijos en medio de una ventisca, fácil como esperar despierta a que tu hermano preferido se vuelva de fiesta.
               -¿No habrás crecido un poco más desde la última vez que te vi?-preguntó Alec, observando a Shasha mientras ella se estiraba lejos de él. Shasha se encogió de hombros.
               -Si lo dices porque la ropa me queda un poco más corta, es porque Sabrae no para de lavarla con el suavizante de tus camisas en el momento en que pierde un poco del olor que le impregna el armario-respondió Shasha, encogiéndose de hombros tras incorporarse como un resorte y quedar sentada sobre las rodillas.
               -¿La sudadera es mía?-se burló Alec, como si no supiera que mi hermana aprovecharía cualquier ocasión para colarse en su casa y asaltar su armario mientras Mimi y yo no estuviéramos para protegerlo. Bastante nos costaba ya ponernos de acuerdo en los turnos que teníamos que tomar para ponernos la ropa que no nos había asignado a ninguna de las dos, así que imagínate lo que suponía para nosotras que hubiera una nueva rival en la competición.
               -Así es-respondió Shasha, hinchándose como un pavo frente a él, toda chulería y seguridad en sí misma. Me encantaba la versión de ella que Alec era capaz de rescatar, como si sólo frente a él Shasha pudiera ser ella misma porque sólo frente a él tenía la seguridad de ser suficiente.
               Alec le apartó el pelo que le caía en cascada sobre el hombro, un poco enmarañado por las veces en que se habría revuelto sobre el sofá mientras esperaba con impaciencia a que yo lo trajera a casa, y le sonrió.
               -Te queda bien, Shash.
               Los ojos de Shasha se humedecieron, su fachada de indiferencia desmoronándose ante nosotros a pasos agigantados. Tenía que haber sido duro para ella el vivir una nueva sobredosis de Diana y quedarse apartada de los demás, como había sucedido en Nueva York. Debía de estar asustadísima, y debía también de sentirse culpable por añorar a su cuñado mientras una de nuestras amigas más queridas se debatía entre la vida y la muerte en el hospital. Pero ahora ya había pasado todo, y podía permitirse, por fin, dejar de hacerse la dura y demostrar que sólo tenía 13 años, que todo esto le venía grande, que no quería que las cosas siguieran complicándose.
               Era la tercera de cuatro hermanos; detestaba tener que cumplir con el papel de la mayor, sobre todo porque nadie la había preparado para ello. Por mucho que nos tuviera a mí y a Scott para imitarnos, no era lo mismo: hasta yo entendía que mi posición era mucho más cómoda porque yo podía fijarme en lo que hacía Scott, y sólo tenía que ocuparme de Shasha y de Duna. Yo sólo había abierto el camino cuando había entrado en la pubertad y mis padres se habían afanado en darme todas las herramientas para combatir contra lo que la sociedad me lanzaría a la cara; herramientas que les transmitiría a mis hermanas pequeñas a su debido tiempo. Siempre había tenido ese instinto protector en mí desde que Shasha había nacido, y aunque ella también era muy protectora con Duna, hacer las cosas con la seguridad de que alguien arreglará tus cagadas hace que te preocupes menos por si lo haces bien o no la primera vez. Todo es mucho más reversible cuando escribes con un lápiz y no con una pluma.
               -Te he echado de menos-dijo por fin, y Alec le sonrió con dulzura, animándola a salir de su cascarón si le apetecía. Y vaya si le apetecía: Shasha se inclinó hacia él, los brazos abiertos, y le rodeó los hombros con los suyos en un gesto que yo sabía muy bien cómo se sentía. Había aprendido a abrazar a Alec viendo cómo lo hacía yo.
               Se limpió unas lágrimas indiscretas cuando Alec le acarició la espalda y se separó de él. Annie se acercó al sofá, y se sentó en la esquina opuesta a donde estaban ellos.
               -He oído que igual te quedas-comentó Shasha con un hilo de voz temblorosa, mordiéndose los labios como si las palabras le picaran en la lengua y tuviera que obligarse a sí misma a pronunciarlas-. ¿Es verdad?
               La tensión en el salón creció, y me descubrí aferrándome con tanta fuerza a la taza que empezaron a dolerme los nudillos. No habíamos pensando en toda la gente que echaba de menos a Alec antes de decidir que lo mejor sería que se fuera, pero esperaba que el hecho de que mi hermana le hubiera confesado lo que los dos ya sabíamos no fuera en contra de la decisión que habíamos tomado.
               Alec era feliz en Etiopía, y nadie debería arrebatarle esa felicidad. Ni siquiera mi hermana, ni mi instinto por concederle todos los caprichos y hacer que estuviera lo mejor posible. Antes de proteger a mi familia, tenía que recordarme a mí misma que Alec se merecía más que nadie ser feliz, cosa que conseguiría mejor en Etiopía que quedándose en casa.
               Alec se volvió despacio y miró a Annie. No era así como pensaba decírselo a su madre, pero ya había ilusionado a demasiadas chicas a las que quería enormemente como para fingir que la decisión no estaba tomada, y que no iba a disgustarla.
               Annie pareció comprender lo que su hijo iba a decir antes incluso de que lo hiciera, porque asintió despacio con la cabeza, subió los pies al sofá y los metió bajo su cuerpo, acercándose a por la taza de chocolate que iba a ser para Shasha. Puede que ahora ella la necesitara más que mi hermana. Por mucho que mi hermana quisiera a Alec, lo que Alec iba a hacer nos afectaba más a mí, y a Annie. Annie, que tendría una casa vacía durante los meses que se había temido en un principio. Annie, que recibía cartas más cortas de su hijo porque gastaba la gran parte de su energía en describirme todo lo que le pasaba y veía en Etiopía a mí, y llegaba más cansado a darle respuesta. Annie, que me lo había regalado sin pedirme nada a cambio, ningún tipo de compensación, y que ahora tenía que ver cómo yo lo dejaba volar libre, tan lejos de casa que no podría perseguirlo en un avión distinto a aquel en el que volara sin cambiar de día.
                Annie, que había tenido que ver cómo su hijo se marchitaba por dentro, cómo yo me las apañaba para corregir sus tendencias autodestructivas, y que lo dejaba irse ahora que sabía lo que era disfrutar a un Alec pleno y feliz.
               Alec apretó la mandíbula, seguramente considerando de nuevo el millón de cosas que podría haber hecho distintas en su vida para no tener que verse ahora en esta posición, pero, a pesar de que sería doloroso volver a decirle adiós, sobre todo sabiendo que ahora no volvería a verlo hasta dentro de demasiados meses, no me arrepentía en absoluto. Me gustaba la versión de sí mismo que estaba logrando desenterrar de entre sus miedos en Etiopía; era una versión que, aun con sus dudas y sus miedos, hacía el esfuerzo de sacarse a sí mismo del pozo.
               El Alec de Inglaterra nunca, jamás, habría luchado por cuestionar la opinión de mis padres sobre él y defender la que era la relación más pura, sana y positiva que había tenido en mi vida. Tenía que dejar que se convirtiera en el hombre que más orgullosa me haría sentir, el que me haría sentir a salvo incluso en medio de un cataclismo, con el que me enfrentaría a una tempestad sin miedo alguno, sólo alzando el puño y gritándole a los vientos huracanados de la tormenta incipiente.
               Se volvió hacia mi hermana otra vez, el peso de su decisión y de ese filo cortante que tenían todos los precipicios desde los que mejor veías los atardeceres hundiéndosele en la piel.
               Pero esto era lo que queríamos. Querer a alguien significa dejarle libre, y, queriéndolo como lo quería, Shasha dejaría a Alec libre. No le juzgaría.
               Sólo esperaba que no le echara mucho de menos, y que no se encerrara en sí misma como había crecido tratando de hacerlo, convencida de que en casa no hacíamos sino “conformarnos” con ella.
               -Había esa posibilidad-coincidió Alec, y Shasha esperó. Que no se lo dijera de plano la hizo sospechar que no le gustará la respuesta a su pregunta.
               Mi hermana esperó y esperó mientras Alec parecía armarse de valor para romperle un poquito el corazón. Casi podía escuchar sus reflexiones: no era justo que él fuera el primer chico que le rompiera el corazón a mi hermana. Aquel era un privilegio que le correspondía a la primera persona de la que ella se enamorara, la primera persona que le hiciera surcar esos cielos cuajados de nubes donde todo era mucho más intenso, más azul, más ligero, más bonito.
               Se había prometido a sí mismo cuidarla cuando llegara el inevitable momento, tan convencido como estaba de que nosotros llegaríamos hasta el final de nuestras vidas estando juntos y felices. Pero, ¿cómo proteger a Shasha de un dolor que su propia ausencia iba a causarle?
               Teníamos que confiar en que era fuerte, en que sabría manejarlo. En que confiaría en mí como lo hacía en Alec, y se acurrucaría en mi regazo a dormir en las noches más frías, cuando yo también necesitaría consuelo.
               -Pero ya no-dijo Alec al fin, entrelazando una mano con la suya. Hundió su mirada de chocolate con avellanas en los ojos de mi hermana, transmitiéndole la dulzura y la tranquilidad que a mí me faltaba muchas veces, y más cuando él no estaba por ahí.
               Cuando Alec me miraba así, era como si me bajara un sorbito de chocolate con la dosis justa de avellana por la garganta en una noche de invierno en la que había creído que terminaría helándome, encerrada en mi propia casa. Era abrir las cortinas, dejar que el pálido y débil sol entrara en mi alma, y que el crepitar de una chimenea que hasta entonces estaba apagada llenara el sonido ensordecedor de mi cabeza.
               Ojalá aquella fuerza que Alec tenía en mi interior no fuera sólo por lo enamorada que estaba de él, sino que fuera un poder absoluto con el que también pudiera proteger a mi hermana.
               Shasha lo miró un instante, como traduciendo unas palabras de un idioma que estaba estudiando con serias dificultades a su lengua materna y, por fin, me miró. A pesar de que sus ojos se clavaron directamente en los míos, una acusación herida en su mirada, supe que me estaba analizando de pies a cabeza: la ropa negra, la sudadera, el pelo, la taza de chocolate.
               Puede que a ella fuera a dolerle igual que si le arrancaran un dedo, pero yo me había condenado a mí misma a vivir como un fantasma durante los próximos meses. Tenía que confiar en mi razonamiento. Yo era su hermana mayor: se suponía que sabía lo que me hacía.
               -Entiendo-dijo al fin, despacio, cual caribú que tantea el lago helado sobre el que pretende atajar en dirección a su familia-. Entonces… me alegro de haber venido-dijo con timidez, sus ojos volviendo hacia Alec-. Supongo que será lo mejor.
               Alec le devolvió una sonrisa cansada y le apartó el pelo de la cara.
               -No tienes que hacerte la dura, ¿sabes, piojo? Los dos sabemos que, incluso si fuera a quedarme, estarías ansiosa por venir a pasar la noche conmigo para perder en una competición de comer golosinas-la pinchó, acercándose a ella y mordiéndole la mejilla. Shasha exhaló un grito ahogado y le dio un empujón.
               -Pero, ¿qué dices? Podría fregar el suelo en un concurso de comer golosinas contigo, chaval.
               -Permíteme que lo dude-contestó Alec, separándose de ella y poniéndole una mano en la cara, reteniéndola lejos de él cuando Shasha trató de revolverse. Los métodos que le funcionaban conmigo no le funcionaban con él, así que mi hermana se rindió enseguida.
                -Te lo demuestro cuando quieras.
               -Ahora no-sentenció Annie, incorporándose y estirándose-. Es tarde. Será mejor que nos acostemos. Mañana nos espera un día muy largo a todos, sobre todo si es el último que vas a pasar en casa-le dejó caer el guante a mi novio, que parpadeó despacio.
               -De eso queríamos hablarte.
               -¿Nosotros?-pregunté, apoyando una mano en el sofá. Fue como entrar en escena después de que mi presencia empapara una obra de teatro completa, como si me quitara la máscara para revelar mi auténtica identidad tras coronarme como la mejor villana jamás escrita. Entendería que Annie me odiara: no sólo había hecho que Alec quisiera acumular las vacaciones que tenía para pasar la semana de mis dos cumpleaños conmigo, sino que, encima, había hecho que no pudiera estar para su cumpleaños y tuviera que celebrarlo sólo con su hija. Para más inri, no había sido capaz de convencerlo de que se quedara, cuando estaba claro que yo era la única que podría hacer que Alec reconsiderara lo del voluntariado. Ya me lo había ofrecido una vez y yo me había negado, ¿por qué no dejaba de ignorar las señales de que Alec no quería marcharse y le daba por fin la excusa perfecta para que se quedara?
               Creía que todos seríamos más felices si le brindaba a Alec la oportunidad de quedarse sin tener que culparse demasiado a sí mismo por no terminar nada de lo que empezaba, según él. Lo que Annie no sabía era que estaba de pie, frente a ella, con el pecho rasgado y la herida goteando a mis pies, pero sonriéndole a su hijo mientras se embarcaba en la aventura de su vida. Tenía el telar preparado, y los hilos más coloridos al alcance de la mano: me haría a mí misma una Penélope moderna esperando a que volviera, comprendiendo que él estaba cumpliendo con el deber más sagrado que tenemos todos los seres humanos: el encontrar la manera de amarnos a nosotros mismos.
                Ya les había robado demasiados momentos a los Whitelaw; quedarme con Alec mientras le daba la noticia a Annie, si bien comprensible porque yo era uno de los mayores pilares de su vida, hacía que el suelo bajo mis pies pareciera más resbaladizo.
               Alec asintió con la cabeza, le dio una palmada a mi hermana en la rodilla y luego se levantó.
               -Vete a dormir. Nosotros vamos ahora-le dijo, sin mirarla. Shasha se incorporó, recogió a Trufas del sofá, que había observado la interacción de ambos con un estoicismo impresionante y no muy propio de él, y le dio un beso en la cabeza. Shasha rodeó el sofá, pero se quedó a medio camino entre Alec y yo antes de darse la vuelta y preguntar:
               -¿Puedo dormir con vosotros hoy?
               A pesar de todo, Annie no pudo evitar sonreír recordando la corta conversación anterior. Bajó la mirada y se mordió los labios para disimular.
               -La duda ofende-respondió Alec. Shasha sonrió de forma genuina por primera vez desde que le dijimos que Alec no se quedaría. Echó a andar de nuevo y se detuvo en el primer escalón de las escaleras redondas.
               -No me he traído pijama.            
               -Puedes ponerte uno de los míos-contesté.
               -Tus tops me quedan cortísimos y tus pantalones me sobran.
               -No me insultes, Shasha: ¿de verdad te piensas que iba a dejar que Sabrae se trajera pijamas cuando viniera a dormir a mi casa?
               -Podría haberme comprado algún conjunto lencero y tenerlo guardado en algún cajón-respondí, sonriendo, y Alec se me quedó mirando con la boca entreabierta.
               -Debería darte vergüenza-dijo despacio-, intentar ponerme cachondo delante de mi madre y a las tres de la mañana.
               -Tú te pones cachondo solo, da igual delante de quién y a qué hora.
               -Y sin embargo, todas las veces que me lo pongo tú estás por ahí cerca. Sospecha, sospechosa.
               -Revolveré en los cajones a ver qué encuentro-dijo Shasha.
               -En el segundo cajón de la parte baja del armario está mi camiseta de los Lakers; ésa te servirá-contesté.
               -¿“Mi”?-preguntó Alec-. ¿Desde cuándo llamas “mi” a la ropa de talla XXL comprada en la sección de tíos de Primark?
               -Desde que te has puesto como un búfalo puesto de esteroides y ya no te sirve esa ropa-lo corté, y me dedicó una sonrisa torcida.
               -Dios, nena, qué burro me pones cuando finges tratarme con desprecio.
               -Debías de estar burrísimo constantemente hace unos años-lo pinché.
               -¿Por qué crees que iba tanto a ver a Scott? Siempre fue por ti, bombón.
               Me reí por la nariz mientras Annie suspiraba. Shasha exageró un escalofrío.
               -Ew. ¿No os dará por follar en la misma cama en la que voy a estar durmiendo yo?
               -Intenta impedírnoslo-se burló Alec. Shasha chasqueó la lengua y empezó a subir las escaleras.
               -Voy a poner a la policía en marcación rápida.
               -Y que no se te olvide también avisar a alguna página porno. Feminista-puntualizó, mirándome, y yo sacudí la cabeza y suspiré-. ¿Qué? He dicho feminista. Seguro que esas no explotan ni abusan de ninguna actriz porno.
               -No vamos a discutir la naturaleza inherentemente abusiva e inseparable de la explotación de la mujer del porno a estas horas, Alec.
               -¿Porque te cuesta pensar en argumentos?-bromeó, y yo alcé una ceja. Sabía que hacía coñas cuando estaba nervioso, y estaba dispuesta a dejárselo pasar si paraba inmediatamente.
               Lo hizo, por suerte, así que yo se lo dejé pasar.
               -Te quiero mucho-lloriqueó, hundiendo un poco los hombros y agachando la cabeza en la actitud de un perrito que sabe que se ha portado mal y que ha puesto en peligro sus chuches. Annie rió por lo bajo, dando un sorbo de su taza de chocolate y relamiéndose los labios manchados de marrón. Después de observar que Shasha hubiera apagado la luz del pasillo de la planta superior (me sorprendió lo bien que se orientaba mi hermana contando las pocas veces que había estado en casa de los Whitelaw, ya no digamos a oscuras), esperó a que yo rodeara el sofá y me sentara entre las piernas de su hijo, que las separó de un modo que me dejó claro que no me iba a dejar sentarme en ningún otro lugar, para volver a tomar asiento ella también.
               Alec me cogió la taza de las manos y dio un sorbo. No me podía ni imaginar lo cansado que debía de estar; tenía el peso del mundo sobre los hombros desde hacía varias horas, y aun así todavía era lo bastante considerado como para no posponer más esta conversación con su madre.
               Era importante que Annie se fuera a la cama sin odiarnos a ninguno de los dos. Sabía que no podría odiar nunca a su hijo, pero, a mí… después de lo que íbamos a contarle y de lo que yo había convencido a Alec para que hiciera, bueno… me daba la sensación de que se lo estaba poniendo muy difícil.
               -Tranquila, nena-me susurró Alec al oído, atajando cualquier sombra de duda que pudiera oscurecerme los días.
               Cerró un poco las piernas en torno a las mías, recordándome que estaba allí, conmigo, rodeándome. No dejándome escapar. Protegiéndome.
               Haciéndome parte de él y convirtiéndose en parte de mí.
               Quizá Annie no pudiera perdonarme, pero a él sí. Y perdonarlo a él sería, por extensión, también perdonarme a mí.
              
 
Desearía poder hacer esto en otras circunstancias, que también estuvieran Dylan, Mamushka y Mimi, pero ya que había surgido el tema con Shasha, no me sentía cómodo dejando que mi madre se fuera a dormir con la cabeza llena de preguntas. Sabía que nos intentaría mandar a dormir pensando en lo cansados que estábamos, pero primero quería zanjar esto.
               Quería que escuchara mis razones y las de Sabrae, que descubriera que los dos éramos muy conscientes de lo que estábamos poniendo en juego, de lo que íbamos a perdernos del otro y de lo meditada que estaba la decisión. Parecía que habían pasado años desde que Sabrae me había hecho ver que, en realidad, lo que yo quería era continuar con el voluntariado, por mucho sacrificio que nos supusiera a ambos, pero a cada minuto que pasaba y cuanto más pensaba en cómo se lo decía a quienes más me importaban, más convencido estaba de que había tomado la decisión correcta y de la generosidad de Sabrae en hacérmela ver, a pesar de que ella fuera la principal perjudicada con que yo volviera a marcharme.
               Sabrae rodeó el sofá con su taza de chocolate caliente en las manos. Se había aferrado a ella como a un salvavidas desde que mi madre se la había entregado, y sabía cuánto necesitaría apoyo viendo lo complicado de la situación a la que nos enfrentábamos. Mis amigos no se lo habían tomado demasiado bien, aunque tampoco del todo mal; era como si ya se esperaran lo que íbamos a decidir Saab y yo, aunque les decepcionara de todos modos. Si los chicos se habían puesto así, cuando no les afectaba tanto como a mi familia, ¿qué dirían mis padres? ¿Mi abuela?
               ¿Cómo se lo diríamos a Mimi, que estaba divulgando la feliz noticia a los cuatro vientos como quien anuncia por fin el final de una larguísima y cruel guerra?
               Me senté con el costado apoyado en el sofá, las piernas separadas, ofreciéndole a Sabrae el hueco entre mis piernas para que se sentara. Quería sentirla en cada centímetro de mi piel de ahora en adelante, hasta que me subiera al maldito avión en el que había encontrado una felicidad improbable, y si encontraba la manera de extenderlo incluso más, sin duda me aprovecharía de la oportunidad que se me brindaba.
               Pero también quería que ella me sintiera a mí en el sentido más amplio de la palabra. Quería que se sintiera rodeada, protegida, que se diera cuenta de que yo no renunciaría a salvarla incluso estando a miles de kilómetros de distancia. Quería que supiera, que nadie pudiera negarle, que yo siempre le guardaría las espaldas. Que no pasaría frío estando yo vivo, que siempre tendría un refugio en el que cobijarse mientras me latiera el corazón, que siempre tendría una voz que la defendiera mientras a mí me quedara aliento en los pulmones.
               Se metió entre mi piernas temblando ligeramente, y a mí se me desactivaron todos los pensamientos que no tuvieran que ver con ella y con hacerla sentirse mejor. Aparté de mi cabeza la idea de que tal vez hubiera sido mejor decirle que se fuera a mi habitación con su hermana y ocuparme yo solo de mi madre, porque no era así como hacíamos las cosas, aunque así nos resultaran más fáciles. Éramos pareja y tomábamos las decisiones en conjunto, y participábamos de las conversaciones que nos afectaban a ambos como iguales. Sí, claro que yo la defendería con fiereza cuando ella no estuviera delante, y ella haría lo mismo conmigo; pero éramos más fuertes juntos y, además, así no habría ninguna duda de que lo que habíamos decidido era lo correcto.
               Me había pedido que no la tratara como una muñeca de porcelana, y éste era yo tratándola como una muñeca de porcelana: reconocí que era una mujer hecha y derecha y que podía de sobra con esta conversación. ¿Sería incómoda? Puede ser, pero no tanto como no escucharla y no poder intervenir cuando le apeteciera.
               Cualquier atisbo de culpabilidad que podía tener por animarme a hacer el sacrificio que iba a hacer se multiplicaría por mil si la dejaba al margen de esto, así que le cogí la taza de las manos para que pudiera bajarlas y tocarme más si lo necesitaba, le di un sorbo para acallar también mis nervios, y cerré un poco las piernas en torno a ella. Era un gesto sencillo e íntimo que podía tener connotaciones muy distintas en función del contexto: no habían sido pocas las veces en que nos habíamos puesto así y habíamos acabado follando, calientes ambos por el cuerpo del otro, lo bien que encajábamos y lo mucho que nos atraíamos. Sabrae no había desaprovechado ninguna oportunidad de frotarse contra mí y recordarme la sensación de su culo golpeándome las caderas cuando me lo follaba a lo perrito, y ahora que habíamos pasado al siguiente nivel, pues… digamos que no me lo iba a poner fácil.
               Aquella vez, sin embargo, era diferente. Era yo acomodándome a ella, permitiéndole ser más pequeña de lo que ya era, relajarse más.
               -Tranquila, nena-le susurré al oído. Le di un pequeño apretón entre las piernas y me tranquilizó ver cómo Sabrae parecía relajarse un poco.
               Entendía perfectamente que le preocupara la opinión de mi madre, y más ahora que se sentía tan distanciada de Sherezade, pero no tenía nada de lo que preocuparse. Mamá la adoraba, y fuera lo que fuera lo que tuviéramos que decirle, mantendría una actitud abierta. Siempre había sido más atenta y paciente con Sabrae de lo que lo había sido conmigo, seguramente porque Saab nunca le había dado motivos para perder los estribos, así que sabía que saldría todo bien. Tenía que salir.
               Sabrae inhaló profundamente y soltó el aire por la nariz, mordiéndose los labios, serenándose poco a poco. Dejé la taza de chocolate sobre la mesa baja de los mandos (la misma mesa en la que me la había follado la primera noche que pasó en mi casa, recordé) y le acaricié los brazos para que entrara en calor. A pesar de que no pude tocar su piel por culpa de la sudadera, el efecto calmante en ella fue instantáneo.
               Saab tragó saliva y miró a mamá, que subió las piernas al sofá y metió los pies bajo su cuerpo en un gesto casual con el que pretendía enterrar cualquier hacha de guerra que alguno de los dos pudiera interpretar que blandía.
               -Así que-dijo por fin, tras estirar el silencio en busca de cómo iniciar la conversación-, te lo has pensado mejor, hijo.
               Asentí con la cabeza, agradecido tanto por su tono como porque me hiciera a mí el artífice de la decisión. Quitarle responsabilidad a Sabrae era darle una cosa menos por la que preocuparse y una razón más para relajarse.
               -Así es.
               Casi podía ver a Mimi viniendo a casa resplandeciente al creer que Sabrae había conseguido que me quedara, poniendo así fin a lo mal que lo había pasado echándome de menos. Mañana iba a ser un día interesante. Seguro que Mary Elizabeth pillaba una rabieta de éstas que pasan a los libros de historia.
               Tenía que conseguir que Saab estuviera fuera de casa cuando se lo dijera para que no escuchara las mierdas que diría sobre la decisión que habíamos tomado, ni cómo le prometería a mi hermana que, si le decía algo fuera de tono a Sabrae por mi marcha, haría que lo lamentara durante mucho, mucho tiempo.
               Y entonces Sabrae dijo:
               -Lo siento.
               Tenía la voz rota, propia de un niño que ha hecho que castiguen injustamente a su amigo de una forma también desproporcionada. Me puse tenso al instante y me entró una rabia difícil de aplacar. Intenté reprimir mis ganas de cargarme a los padres de Sabrae por haberla vuelto tan insegura y vulnerable, como si todo el mundo pudiera con ella y no tuviera forma de defenderse.
               Se suponía que Zayn y Sherezade debían protegerla, no hundirla como lo estaban haciendo. Saab jamás le pediría perdón a mi madre por cosas que había hecho pensando en mí.
               -No digas eso, bombón.
               -Es la verdad. Lo siento.
               -No tienes nada que sentir.
               -¿Qué sientes, corazón?-preguntó mamá, y Saab la miró.
               -Yo le pedí que se quedara y luego se lo conté a Mimi. He hecho que todos os ilusionarais pensando que no volvería a Etiopía y que podríamos disfrutarlo mucho antes de lo que esperábamos, y luego…-giró la cabeza y me miró-. Yo… le convencí para que se marchara de nuevo.
               Mamá me miró, pero yo tenía los ojos fijos en Sabrae. Entendía lo que estaba haciendo, aunque no lo compartía en absoluto.
               No iba a permitir que se sacrificara por mí por mucho que aquello era exactamente lo que yo haría por ella. Que estuviera dispuesto a interponerme entre ella y una bala no quería decir ni de lejos que fuera a permitir que ella se interpusiera entre una bala y yo.
               No iba a cargar con las culpas de mi decisión. No iba a decir que me había “convencido” para que me marchara cuando simplemente me había tomado de la mano y me había hecho las preguntas que yo no era lo bastante hombre como para hacerme. Ella me había convertido en un hombre que me gustaba, del que creía que podía sentirme orgulloso; un hombre digno de su amor.
               No iba a esconderme tras ella como un chiquillo tras las faldas de su madre justo después de una travesura.
               -Eso no ha sido así, y lo sabes, bombón-le dije, negando con la cabeza. Sabrae se me quedó mirando, su mirada y su alma desnudas para que yo pudiera disfrutarlas y leer sus intenciones en ellas. Estoy dispuesta a cargar con las culpas de esto si así te perdonan antes, o mejor.
               Yo no voy a perdonarme nunca si dejo que te responsabilices de algo que no es culpa tuya, llamearon mis ojos.
               Sabrae se hizo un poco más pequeña entre mis brazos, pero lejos de parecer amedrentada, interpreté ese gesto como que aceptaba mi decisión. Mi casa, mi juego, mis reglas.
               Mi niña para proteger.
               -Me lo he pensado mejor-repetí las palabras de mi madre y asentí, cogiendo confianza-, sí. No deberíamos haberle dicho nada a Mimi para no daros esperanzas, a ella y a los demás, antes de que lo habláramos.
               -Pero sí que es verdad que te pedí que te quedaras-añadió Sabrae, y yo puse los ojos en blanco. A veces odiaba ser heterosexual, porque las tías son lo más terco que te puedes echar a la cara, y más complicadas que resolver un cubo de Rubik cuando eres daltónico.
               -Vale, sí, me lo pediste; y yo te dije que me quedaría. Y luego tú recapacitaste y decidiste tratarme como a una persona y no como a un esclavo y me diste la oportunidad de elegir. Y elegí-levanté la vista y miré de nuevo a mi madre, que nos observaba a ambos con el puño cerrado y oculto en las mangas de su sudadera (espera, mi sudadera; al parecer mi armario se había vuelto una especie de banco de ropa femenina), tapándose así la boca. Sus ojos saltaban de Sabrae a mí y de nuevo a Sabrae, y luego de nuevo a mí, como si estuviera evaluándonos por nuestras interacciones-. Me lo he pensado bien, mamá, y después de hablarlo largo y tendido con Sabrae, creo que lo mejor será que vuelva a Etiopía.
               Mamá se mantuvo en silencio unos instantes, dejando que las palabras reposaran entre nosotros.
               -¿Lo mejor?-preguntó al fin, y yo asentí-. ¿Lo mejor para quién? ¿Para el voluntariado?-Sabrae se puso tensa-. ¿Para nosotros? ¿Para tus amigos? ¿Para ella?
               No quería discutir. No delante de Sabrae. Y no iba a hacerlo. Tomé aire y me quedé callado. Si estos eran los humos que mamá quería tener durante la conversación, no iba a permitírselo.
               Dos no pelean si uno no quiere, así que no abrí la boca. Me limité a mirarla con los labios bien sellados, apretando la mandíbula para morderme la lengua. Sabrae miraba a mi madre como un gato a las luces de un coche que lo tiene acorralado.
               -Para mí no, desde luego, Annie-dijo con un hilo de voz finalmente al ver que yo no pensaba decir nada, y mi madre no iba a hablar hasta que alguien no le diera una explicación. Sin embargo, su expresión no casaba con la beligerancia de su voz: parecía estar esperando algo.
               -¿Para ti?-preguntó mamá al fin, sin mirarme. Me pasé la lengua por las muelas y asentí con la cabeza.
               -Sí. Para mí.
               Sabrae no dijo nada; no le correspondía a ella justificar mis decisiones, sólo defenderme. Y ahora mismo todavía no estaba discutiendo con mi madre.
               Mamá asintió con la cabeza y tomó la taza de nuevo.
               -¿Las cosas han mejorado allí?-preguntó, y yo volví a asentir.
               -Valeria ha recapacitado y me ha perdonado. Me ha levantado los castigos. Me ha dejado volver a la sabana-expliqué, y una chispa de algo que no supe identificar antes de que desapareciera, tan rápido como fue, brilló en los ojos de mi madre. Se le levantaron un poco las comisuras de los labios y sonrió. Se inclinó a por su taza, la cogió con las dos manos y le dio un sorbo-. Soy feliz allí, mamá-dije por fin, y mamá se separó la taza de los labios, se los relamió…
               … y sonrió. Una sonrisa genuina, feliz, propia de la alumna brillante que comprueba que, al final de curso, tiene matrícula.
               -Esperaba que dijeras eso-contestó, dejando de nuevo la taza sobre la mesa-. Cuando tu hermana nos vino con el cuento de que tenías pensado quedarte, una parte de mí se alegró, lógicamente. Ninguna madre quiere estar separada de su hijo tanto tiempo. Pero no dejaba de darle vueltas a las razones de por qué te quedabas. Si era por Sabrae…-la miró, y Sabrae volvió a encogerse.
               -No me importaría quedarme por Sabrae.
               -Lo sé, y a mí tampoco me importaría que lo hicieras por Sabrae. Cielo, te quiero como si fueras hija mía, y para mí ya eres parte de esta familia, pero no sé cómo os sentaría que Alec se quedara porque tú se lo pidieras, nada más-mamá cruzó las piernas y se encogió de hombros.
               -Lo sé-respondió Sabrae.
               -Te honraría como novio que te quedaras por ella, porque creo que sabes que no lo está pasando muy bien.
               -Me consta-asentí con la cabeza.
               -Pero creo que ya tendrás tiempo de sobra de sacrificarte por ella, y ella por ti. Así que, aunque me viniera genial que Saab te pidiera que te quedaras, una parte de mí estaba preocupada por si estabas renunciando a una experiencia muy especial y que te hiciera feliz. No quería que te perdieras lo que te está pasando en Etiopía por nada del mundo, mi amor. Yo misma cuidaré a Sabrae si es necesario, pero no quiero que renuncies a algo que te hace feliz porque en casa estemos pasando una mala racha.
               -Creo que es más que una mala racha-repliqué, y Sabrae suspiró-. Aun así… nosotros hemos llegado a la misma conclusión. Quizá nos arrepintiéramos.
               -Estoy de acuerdo.
               -Y no quiero arrepentirme de nada que tenga que ver con Sabrae-añadí, bajando la mirada y mirando a mi chica, mi sol, mi cielo, mi luna y mis estrellas. Era la más bonita que había caminado nunca por la tierra, y era sólo mía. Manchar lo que teníamos con cosas tan feas como “¿y si…?” sería la mayor gilipollez que cometería en mi vida.
               Y mira que había cometido muchas.
               -Yo tampoco quiero arrepentirme de nada que tenga que ver contigo, sol-sonrió Sabrae, inclinándose a darme un suave beso en los labios. Joder, qué bien que ya hubieran pasado los días en que le daba un poco de vergüenza besarme delante de mi madre.
               No podía esperar a que me besara delante de todos nuestros seres queridos vestida de blanco.
                -Yo tampoco quiero que os arrepintáis de nada que tenga que ver con el otro-respondió mamá, dándose una palmada en las piernas-. Me alegra ver que todos estamos de acuerdo en eso. Bueno. Creo que ya me he enterado de todo lo que era urgente que supiera, así que… será mejor que nos vayamos a la cama. Habéis tenido un día muy largo, y creo que mañana apunta maneras-suspiró, poniéndose de nuevo en pie, el peso del mundo ahora sobre sus hombros.
               Me sentí infinitamente agradecido por su comprensión, algo que por desgracia escaseaba últimamente, sobre todo en la vida de Sabrae. Dejarla atrás sabiendo cómo estaba el panorama con sus padres era lo que más reticencias despertaba en mí de mi vuelta a Nechisar, pero Saab tenía razón al decir que yo no podía responsabilizarme de todo en su vida. Había cosas de las que tenían que ocuparse sus padres, heridas que eran ellos quienes tenían que curarlas por haber sido ellos quienes las habían infligido, y la única manera de que yo permitiera que eso sucediera sería apartándome del camino, por doloroso que resultara.
               Por lo menos podía confiar en que mi madre haría de puerto seguro para Saab mientras yo no estuviera, que le mantendría la casa calentita para las noches de invierno que se avecinaban, un invierno que, por primera vez en nuestras vidas, pasaríamos separado. Mamá la consolaría cuando Sherezade no pudiera hacerlo, sería paciente con ella cuando Sherezade decidiera no serlo, y se harían mutua compañía mientras esperaban a que yo regresara.
               Era una mierda que Saab sintiera que había perdido a unos padres justo cuando más los necesitaba, por al menos había ganado unos suegros dispuestos a ayudarla a salir del paso hasta que yo volviera con ella.
               Mamá siempre nos había defendido a mí y a Mimi con fiereza, dándonos incluso más de lo que nos merecíamos; a veces, incluso arriesgando su propia vida por protegernos. Que estuviera dispuesta a extenderle su protección también a Sabrae simplemente porque yo la quería me hacía quererla un poquito más de lo que ya lo hacía, y eso que antes pensaba que no podía quererla más.
               Y que me sintiera profundamente agradecido por el increíble papel que estaba desempeñando.
               Y que quisiera recompensárselo.
               -De hecho… todavía hay algo que tenemos que decirte, mamá.
               Intercambié una mirada con Sabrae, que asintió con la cabeza y se revolvió un poco entre mis piernas, buscando una postura en la que pudiera erguirse mejor. Apoyó la nuca en mi clavícula y yo le rodeé la cintura con un brazo, lo que provocó que mamá bajara la vista hacia el punto en el que yo tocaba a Saab. Frunció el ceño, entreabrió la boca ligeramente, y levantó una mirada cargada de fiereza.
               -Alec. Theodore. Whitelaw-empezó, extendiendo las manos a ambos lados de su cuerpo, perpendiculares a sus caderas y con las palmas paralelas al suelo-. Espero que no vayas a decirme lo que creo que vas a decirme.
               Arrugué la nariz, totalmente perdido, pero Sabrae, como mujer que era, comprendió perfectamente lo que pasaba y me apartó el brazo de su cintura como si le quemara. Sólo cuando mi madre se llevó una mano al pecho y dejó escapar un suspiro de alivio que hizo que menguara varios centímetros comprendí a qué se refería.
               -¿En serio te piensas que se me ocurriría siquiera pensar en dejar sola a Sabrae después de dejarla embarazada?
               -¡Es que sólo se te ocurre a ti decirme que tenéis algo que decirme y ponerle la mano en el vientre a tu novia, Alec!-siseó, y yo puse los ojos en blanco.
               -Joder, qué desesperada estás porque te dé nietos, mamá-negué con la cabeza y Sabrae me pellizcó en el brazo para que no me descentrara-. No, lo que tenemos que decirte no es que la familia vaya a aumentar.
               -De momento-puntualizó Sabrae, y yo solté una risita con sorna. Mamá se sentó de nuevo y colocó las manos sobre las rodillas, una expresión curiosa y preocupada a partes iguales contrayéndole las facciones. Carraspeé, me revolví detrás de Sabrae, incorporándome un poco, y comencé:
               -Verás, hemos pensado…
               -Has pensado-me corrigió Sabrae, y yo suspiré.
               -¿Vas a ponérmelo todo tan complicado siempre?
               -Sólo estoy calentando-se rió.
               -Vale, he pensado que, como me he pasado tan poco tiempo en casa y como lo de Diana nos ha robado tiempo juntos, mamá… y teniendo en cuenta que voy a tardar mucho en volver…
               -¿Cuánto es mucho?-preguntó mi madre.
               -Voy a volver para el cumpleaños de Sabrae.
               -El primero-puntualizó Sabrae-. Mi cumpleaños de verdad, no mi cumpleadopción.
               Mamá asintió con la cabeza, el vivo retrato de la elegancia etérea. Cualquiera diría que Saab y yo acabábamos de robar una estatua del Museo Británico, le habíamos hecho cobrar vida y le habíamos puesto un pijama y una sudadera. Era graciosa cuando estaba confundida, la verdad.
               -Eso. Como voy a volver en abril, y no te he hecho apenas caso; ni a ti, ni a Mamushka ni a Dylan… pues se me ha ocurrido alargar un poco mi estancia.
               Mamá parpadeó.
               -¿Qué quieres decir?
               -Quiero decir que… no voy a coger el avión de mañana, mamá.
               Mamá parpadeó otra vez, tomó aire de nuevo y lo retuvo en sus pulmones. Le fue imposible contener una sonrisa.
               -¿Lo dices de verdad?
               -Claro. Yo no te tomaría el pelo con esto. Sé lo importante que...
               -¡Mi pequeñín!-rió mamá, lanzándose hacia mí y cubriéndome de besos. ¿Cómo que “mi pequeñín”? ¡Soy una máquina de matar de casi metro noventa, señora!-. Qué bueno eres. No me atrevía a pedírtelo porque sabía que te pondría en un compromiso, pero como te he visto tan poco esta vez, te echaba terriblemente de menos. Gracias, mi amor, gracias, ¡gracias!-acompañó cada “gracias” de un beso; la verdad es que se me iba a subir enseguida a la cabeza como siguiera así. Dejé que me achuchara y me besuqueara hasta hartarse, y cuando por fin pareció satisfecha con todos los mimos que me había dado, finalmente se sentó a nuestro lado en el sofá. Doblé un poco las piernas para dejar que se acercara cuanto quisiera, y Sabrae las flexionó completamente. Incluso intentó salirse de entre nosotros para dejarnos más espacio, pero ahora que habíamos aclarado que no estaba embarazada, no dudé en agarrarla bien por la tripa para no permitir que se marchara.
                -No hay que darlas, mamá-le dije cuando se separó de mí, y me encogí de hombros. Puede que me hiciera el duro con ella, pero también me apetecía pasar un poco de tiempo juntos, sobre todo porque la iba a echar mucho de menos durante aquellos largos meses. Joder, si tan sólo Valeria nos permitiera visitar a nuestras familias una vez al mes… vale que sería una locura logística, pero nos ahorraríamos también mucho dolor-. Pero tienes que saber algo: puede que me quiten días en abril por quedarme aquí unos días más. Tenemos los días de descanso contados, el campamento depende de todos, y cuando falta uno los demás tienen que doblar, así que… existe la posibilidad de que Valeria me obligue a compensárselos y tarde más en venir… o menos en marcharme cuando vuelva en abril.
               Sabrae de repente parecía increíblemente interesada en un hilo suelto de uno de los cojines del sofá. Mamá parpadeó, pensativa, y se hundió un poco en el asiento. Torció la boca y puso morritos mientras un montón de ideas le pasaban por la cabeza; se le notaba a leguas que estaba barajando las posibilidades de lo que queríamos de ella, o de lo que más le apetecería.
                Mamá siempre había sido buena planeando; no le quedaba más remedio teniendo a un desastre como yo por hijo, o habiendo escapado de una relación abusiva en la que había tenido que medir cada paso que daba (a veces ni con eso era suficiente). Ahora, ese cerebro suyo estaba abriendo y cerrando puertas a la velocidad de la luz, inspeccionando cómo se sentiría en unos meses, cuando hiciera tanto que me había ido de casa que las sábanas apenas conservaran mi olor. ¿No sería mejor dejarme marchar ahora y darse un atracón de mí en abril?
               ¿Quería yo esto, o se lo ofrecía porque pensaba que era lo que ella quería?
               -Mañana voy a llamar a Nechisar para avisar a Valeria de que quizá me retrase-mamá asintió despacio-, y, si me pone esa condición… me gustaría saber qué te parece que debería hacer.
               Mamá se revolvió en el asiento, incómoda. Odiaba tener que ser precavida conmigo, porque sabía que si lo era, yo me comportaría como un cafre y no le haría el menor caso.
               Pero esto era distinto. Había demasiadas cosas en juego, mis decisiones tendrían consecuencias mucho mayores que las que habían tenido hasta entonces. No era sólo yo el principal damnificado, sino todos a mi alrededor. Ella la primera.
               -Es algo que tenéis que decidir vosotros, hijo-dijo al fin, y yo gruñí.
               -Vale, pero, ¿y tú qué harías en mi lugar?
               Mamá levantó las manos.
               -Ya eres mayor para tomar tus propias decisiones, Al.
               -Sabrae quiere que lo acepte sin más, y a mí no me hace ni puñetera gracia perderme días de su cumpleaños por quedarme un poco, pero también es verdad que no sólo la afecta a ella. Está intentando ser generosa.
               -No estoy siendo generosa-respondió Sabrae, girándose y mirándome-. Estoy intentando ser consecuente con todo lo que Annie está haciendo por mí. Quiero mostrarle mi agradecimiento no acaparando los momentos en que estés en casa durante meses.
               -Eres muy considerada, Saab, pero no creo que tengáis que tomar decisiones como pareja teniéndome a mí como foco central de vuestros argumentos a favor o en contra.
               -Pero ¡eres mi madre!
               -Una madre tiene que saber en qué momento pasa al segundo lugar y bajarse del pedestal para no enturbiar la victoria del amor de la vida de su hijo, cariño-contestó mamá,  inclinándose a acariciarme la mandíbula-. Aprecio mucho el gesto, de verdad, pero la decisión es sólo vuestra. De los dos. Tu cumpleaños es una fecha importante, Saab, y más aún el que viene. Será el primero que podáis celebrar por todo lo alto si queréis, y sin tener que preocuparos por las vendas de Alec o por su recuperación. Así que, si os ponen la condición de que os separéis durante más tiempo en abril, y no la aceptáis, yo lo comprenderé-dijo, levantándose-. Aprovecharé cada minuto que me des, mi amor. Sea ahora, o sea dentro de cinco meses.
               Sabrae suspiró, incorporándose también.
               -Pero para ti no es justo, Annie.
               -Saab, cuando tienes hijos y empiezan a crecer, acabas dándote cuenta de que llegará un momento en el que madurarán y se irán. Pasarán a hacerte visitas en lugar de a vivir contigo, y sólo te cabe esperar que hagan esas visitas a menudo, y parezcan tan felices de verte como de irse a casa después de pasar la tarde contigo.
               Mamá le puso una mano en la mejilla a Saab y se la acarició con el pulgar.
               -Pero yo no quiero que te sientas así con Alec.
               -No te preocupes, tesoro. Hice las paces con esa verdad hace mucho: cuando vi cómo os mirasteis en Nochevieja, antes de salir de fiesta.
               Se me aceleró el corazón al recordar lo guapísima que había estado Sabrae en Nochevieja, lo difícil que me había resultado no tirarme al suelo y adorarla allí mismo, delante de todos, mi madre incluida. La Nochevieja había prometido tanto, y ahora no íbamos a compartir la primera Nochevieja que pasaríamos juntos…
               Mamá le dio un beso en la frente a Saab.
               -A dormir-repitió por tercera vez-. Necesitáis descansar, pase lo que pase mañana.
               Mamá cogió la taza, le pasó un dedo por el interior para recuperar lo poco que quedaba de ésta, y se dirigió a la cocina. Sabrae y yo intercambiamos una mirada, y cuando hizo amago de coger la taza y seguirla, negué con la cabeza y le hice un gesto para que subiera a nuestra habitación.
               -Ya me ocupo yo de esto. Enseguida voy.
               -Te espero-se despidió, subiendo las escaleras intentando hacer el menor ruido posible. Le di el último sorbo a la taza para terminarme su contenido y me fui a la cocina, donde mamá estaba aclarando la suya. Odiaba dejar platos sucios para la mañana siguiente; esa manía suya nunca había tenido un límite horario, y ahora no era diferente.
               Me acerqué a ella, que prácticamente me arrebató la taza de las manos, y bufé.
               -Puedo hacerlo yo solito, mamá.
               -¿Ahora friegas? Sí que te ha cambiado el voluntariado-me pinchó, y yo puse los ojos en blanco.
               -Por si no lo recuerdas, había empezado a ayudarte en casa antes de marcharme.
               -Mm-mm-asintió en tono distraído. Se parecía un poco más a la madre que había sido antes de que yo me marchara, así que sabía mejor cómo tratarla que a su versión más dulce, la que sacaba más con Sabrae porque sabía que ella la necesitaba más.
               -No tienes que hacerte la dura conmigo, sargento-le recordé-. Sé que llevas aguantándote las ganas de llorar de alegría sabiendo que vas a perderme de vista otros ocho o nueve meses desde que te lo he dicho.
               -No digas tonterías, Alec. Llevo sospechando que Sabrae y tú vendríais a decirme que al final te marchas desde que Mimi me dijo que Sabrae te había pedido que te quedaras.
               -¿Ah, sí? ¿Y eso?
               -Sois muy predecibles.
               -O tú una vidente. Dime los números del siguiente Euromillón y así Dylan podrá pasarse las mañanas durmiendo a pierna suelta, venga.
               Mamá se echó a reír y negó con la cabeza.
               -A tu hermana le ciegan las ganas que tiene de que vuelvas. Te echa tanto de menos que no ve más allá de cómo has venido a casa. Estás diferente de la última vez que nos visitaste, más… no sé. Más calmado. Mejor.
               -Puede que porque ya me había tirado a Sabrae cuando me habéis visto-me encogí de hombros.
               -No. Es distinto. Me di cuenta de que estaba volviendo a gustarte el voluntariado sólo con verte, y me alegré muchísimo de que así fuera, porque nadie se merece disfrutar de este año antes de entrar en la universidad más que tú, con todo lo que te has esforzado y los sacrificios que has hecho para llegar hasta donde estás-cerró el grifo y colocó las tazas dadas la vuelta en el escurreplatos, con el resto de la vajilla de la cena, que recogería a primera hora de la mañana, antes de hacer el desayuno.
               -O sea, que cuando Mimi vino con el cuento de que me quedaba, tú estabas descojonada por dentro sabiendo que iba a decepcionarla, ¿no?
               -En realidad estaba un poco preocupada. No es propio de Sabrae pedirte algo así…
               -Sabrae lo está pasando muy mal-la defendí, y mamá asintió con la cabeza.
               -Lo sé, Al, y yo no he dicho eso. Creo que yo haría lo mismo si estuviera en su situación; bien sabe Dios que yo misma he tomado bastantes decisiones cuestionables a lo largo de mi vida, y que cuando te ves en una situación desesperada haces cosas que te avergüenza contarles hasta a tus amigas, incluso cuando ellas te justificarían todo por las circunstancias que te rodean, pero… no soy nada objetiva ni racional cuando se trata de ti o tu hermana, mi amor-dijo, poniéndome una mano en la mejilla-. Aunque me alegrara de que te quedaras, una parte de mí estaba un poco decepcionada con Sabrae por habértelo pedido, porque creo que sabe desde que te ha visto lo que también descubrí yo nada más verte: que tenías ganas de volver. Que habías venido de visita y no para quedarte.
               -Me costó bastante darme cuenta-repliqué-, y si lo hice, fue precisamente porque Sabrae lo habló largo y tendido conmigo hasta que finalmente lo consiguió.
               Mamá sonrió.
               -Eso también me lo esperaba de ella. Tenía la esperanza de que, entre revolcón y revolcón…
               -¿Revolcón? Por Dios, mamá-me reí-. Ahora entiendo de dónde saca Mimi tanto remilgo.
               -… conseguiría entrar en razón y hacer que tú lo hicieras también. Me alegro muchísimo de que estés con ella, porque creo que, de todas las chicas que conoces, ella es la única que te merece.
               Sonreí. Aunque ya lo sabía, de vez en cuando viene bien que tu madre te recuerde que le gusta mucho tu novia y que cree que has elegido bien. Sobre todo porque su ojo era más crítico que el del resto de madres, gracias a, o por culpa de, el suplicio que había pasado con mi padre y del que éramos fruto Aaron y yo.
               -Con la excepción de Bey, claro-la piqué, cogiendo una uva del frutero y llevándomela a la boca mientras me apoyaba con gesto casual junto a la encimera.
               -Beyoncé es tonta-sentenció mamá-. La quiero mucho y te ha hecho mucha falta porque es la única a la que le has hecho caso a lo largo de tu vida, pero que tú te interesaras por ella y que ella no se interesara por ti en el mismo momento quiere decir que no tiene muchas luces.
               -¿Me lo pones por escrito? Me encantaría colgar eso en mi habitación.
               Mamá hizo un mohín.
               -Claro que puede que, en realidad, ella sea más lista que Sabrae por no haberse dejado atrapar en tus redes.
               -Madre, me hieres. Ni que fuera un barco pesquero-lloriqueé, llevándome una mano al pecho. Mamá puso los ojos en blanco, pero no pudo evitar sonreír. Me puso una mano en la mejilla de nuevo y se puso de puntillas para darme un beso en la otra.
               -Haz lo que tengas que hacer. Sé que elegirás bien. Y apaga la luz cuando salgas, haz el favor-añadió en tono severo, casi olvidada toda ternura.
               -Vale, pero… imagínate que Valeria me dice que o me voy ya, o me quita días de abril. ¿Qué crees que debería hacer?
               Mamá se apoyó en el marco de la puerta, se volvió y me miró.
               -Lo que más te apetezca, Al.
               -¿Te enfadarías mucho si… al final me fuera?-pregunté, y mamá se mordió el labio. Sí, pensé. O puede que no se enfadara, a lo cual ya estaba más que acostumbrado, sino que se decepcionaría y se entristecería, algo que yo detestaba provocarle.
               -Me dolería-admitió al fin, y ésa fue la respuesta que yo necesitaba, mi solución-. Pero también lo entendería-añadió, y eso me dejó tal y como estaba. Genial. Para una puñetera vez que necesitaba que me dijera qué hacer, y yo estaba dispuesto a obedecerlo, y ahora se negaba en redondo. Cojonudo-. Sabrae no se merece tenerte menos días en su cumpleaños.
               -Exactamente lo que pienso yo, mamá, pero ella es terca como una mula y no quiere ni oír hablar del tema.
               Mamá me sonrió.
               -Creo que en el fondo ya tienes tu respuesta, pero también creo que tenéis que hablarlo entre los dos, como habéis hecho con lo de tu vuelta. Si te lo proponen desde Etiopía, pídeles al menos un rato para pensártelo. Yo iba en serio cuando dije lo de que ya me he hecho a la idea de que te termines yendo de casa. Es ley de vida-se encogió de hombros-. A Mamushka le pasó igual conmigo y con Sybil, y ahora, míranos. Apenas la vemos-comentó en tono triste, precisamente lo que yo no quería para ella. Pero a nosotros no nos pasaría eso; yo no me iría al otro lado del mundo por amor, porque mi amor vivía en el mismo barrio en el que lo hacía yo.
               -Creo que llamaré mañana a primera hora, para poder pensármelo con calma.
               -Ya casi es mañana a primera hora-dijo, señalando el cielo, tan oscuro que sólo podía indicar que el amanecer estaba cerca.
               -Bueno, pues cuando Sabrae y yo nos levantemos.
               Mamá asintió con la cabeza, sonriendo.
               -Me alegra mucho que lo hayáis hablado, aunque no me esperaba menos de esta niña. Adoro que sea para ti, hijo, porque no lo está pasando nada bien… y aun así es lo bastante buena y te merece lo suficiente como para pensar primero en qué es lo que quieres tú.
               Se puso de puntillas y me dio un beso en la frente.
               -Venga, ve con ella. Sean horas o un par de días, aprovecha el ratito que todavía os queda juntos.
               Para cuando entré en mi habitación, Shasha ya estaba durmiendo profundamente, pero Sabrae me esperaba tumbada del que normalmente era mi lado de la cama, observando la puerta con ojos entrecerrados, de párpados pesadísimos, hechos de acero en vez de carne.
               -Cuando me dijiste que me esperabas no pensé que fuera algo literal-bromeé, quitándome la camisa y colocándola sobre la silla. Me quité los vaqueros, los dejé junto a la camisa, y me puse los pantalones de pijama.
               -Yo siempre te esperaré-respondió Sabrae, bostezando sonoramente y abriendo un hueco en la cama para que yo me metiera dentro-. ¿Qué te… ha dicho… Annie?
               -Ya hablaremos mañana. Te vas a quedar frita.
               -Estoy bien-respondió, bostezando con una boca que sería la envidia de cualquier hipopótamo-. No voy a poder dormir de la anticipación si no me lo dices.
               -Uf, sí, te veo súper espabilada.
               -Es increíble… lo bobo… que eres-suspiró, metiéndose en el hueco entre mi brazo y mi costado y suspirando profundamente cuando me posó la mejilla en el pecho.
               -Menos mal que follo bien, ¿eh, bombón?-me burlé, dándole un beso en la cabeza.
               -Eres insoportable.
               -Y tú una mentirosa.
               Sabrae sonrió, los ojos ya cerrados.
               -Debería aprovechar para ahogarte con la almohada mientras duermes.
               -O sentándoteme encima.
               Sonrió un poco más.
               -Apuesto a que te encantaría.
               -Y ganarías-añadí, acariciándole el costado.
               -Por favor, no me traumaticéis teniendo sexo a medio metro de mí-nos pidió Shasha.
               -¡Ponte a dormir!-ordenó Sabrae mientras yo me reía sonoramente. Puede que mañana estuviera jodidísimo, tomando una de las peores decisiones de mi vida (¿a quién quieres más, a tu madre o a tu novia?), pero por lo menos ahora para esa llamada faltaban horas.
               Así que me acurruqué junto a Sabrae y Shasha, rodeé a mi chica con el brazo y pegué mi nariz a su frente.
               Desgraciadamente, esa noche no traumatizamos a Shasha. Otro día, tal vez. De Valeria dependía si ese día era mañana o el 26 de abril.

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1 comentario:


  1. Porfavor me muero de pena y de amor a la vez con Sasha en este capítulo. La relación de ella y de Alec y su evolución es de las cosas mas lindas y que mas he disfrutado en esta novela de lejos todos estos años. Se me ha puesto una sonrisa tontisima en la cara con las interacciones de la primera mitad del capítulo entre ellos y con lo muchísimo que se quieren.
    Mención especial y ultima para Annie que es de lejos la mejor persona que existe y la mejor madre de este universo literario (Si lo digo, si) adoro el speech de saber soltar a los hijos y lo lindisima que es recalcando lo buena que es Saab para Alec (a ver si otros aprenden) la amo con toda mi alma.

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