domingo, 29 de septiembre de 2024

Tormenta incipiente.


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Puedes decir que soy un cobarde. Puedes decir que todo lo que cuento sobre mi legado en el boxeo es mentira. Puedes decir que soy un embustero y que no paro de exagerar todas mis victorias.
               Seguro que crees que tú no te cagarías de miedo si midieras un metro ochenta y siete, estuvieras más musculado que el mismísimo Cerbero, tuvieras los reflejos de una pantera puesta de coca, y tu novia de apenas metro cincuenta te mirara de lado cuando insistieras en que la ayudarías a recoger la mesa para estar un poco más con ella. Sí, seguro que pensarías que eres súper valiente y que tu amor y atracción por ella vencerían a cualquier cosa, incluyendo sus miradas envenenadas y sus giros sobre sus talones más propios de una bailarina en el cénit de su carrera.
               ERROR. Recularías como un cachorrito abandonado cada vez que se pone el sol, porque no tienes ni idea del miedo que puede llegar a dar Sabrae cuando decide ser terrorífica. Sería capaz de detener un meteorito en plena trayectoria de colisión con la Tierra y hacer que se diera la vuelta a toda velocidad, así que piensa en lo que harías tú si te fulminara con la mirada como lo hizo conmigo cuando insistí en ayudarla a recoger las sobras de la comida y fregar los platos.
               La verdad es que, para lo complicado de la situación, yo lo había manejado con muchísima dignidad.
               Apenas había llorado.
               Dylan había tirado la casa por la ventana y había pedido doce pizzas tamaño familiar para las doce personas que había en casa (de las cuales tres eran niños pequeños y una, directamente, un bebé), y yo había convertido en mi misión personal el comerme casi la mitad de todas y cada una de ellas ignorando deliberadamente que estaba zampando por sueño y no por hambre. La mesa se había quedado hecha unos zorros ya que la conjunción de cajas de comida grasienta con niños pequeños no daba un resultado que defendiera el orden y la limpieza, precisamente. Mamá iba a tener mucho trabajo cuando yo me marchara lavando los manteles que Duna, Astrid y Dan habían ensuciado con sus manitas, pero a los que no había pensado reñir ni una sola vez. Sin embargo, tenía pensado aprovechar cada segundo que tuviera conmigo, por lo que cuando Sabrae dijo que ella se ocuparía de recoger la mesa, por primera vez desde que la conocía (y ya eran muchos años), no protestó cuando trataron de suplantarla en su papel de ama de casa.
               Lo cual no me pareció del todo justo porque Sabrae había cambiado gustosa dos días de su cumpleaños a cambio de que mamá me disfrutara un poco, así que Saab se merecía que le premiaran con mi presencia.
               O eso pensaba yo; y estaba en minoría, al parecer, pues Kiara, que había salido con Dylan a por el desayuno y se había encargado de Avery con relativo éxito (la bebé iba para diva de la ópera y estaba decidida a hacer historia), siguió a Saab a la cocina y desapareció con ella allí.
               Me senté en el sofá con el ruido del tintineo de las copas y la charla ininteligible de Sabrae y Kiara al otro lado del vestíbulo con toda mi familia rodeándome y apoyada en mí en mayor o menor medida mientras me preguntaban qué quería ver en la televisión.
               Cuando dije que me daba lo mismo pusieron el canal de deportes, donde estaban echando una carrera de Fórmula 1. Joder, qué bien me conocían.
               Tenía pensado mantener los ojos abiertos y hacer que el sacrificio de Sabrae mereciera la pena, de verdad. Además, Sabrae me había acojonado tanto que creí que no me dormiría hasta el mes que viene, así que no entendía por qué habían empezado a cerrárseme los ojos a pesar de los ruidos de los críos jugando a mi espalda, la presión de Trufas entre mis brazos para que continuara rascándole la barriga, o el calorcito que desprendía mi casa y que desafiaba el frío de la tarde lluviosa de mediados de noviembre que arañaba las ventanas y convertía los cristales en un cuadro de arte posmoderno.
                O la dulce caricia de la manta que mi madre me colocó sobre los hombros.
               -No estoy dormido-protesté, pero no me la quité de encima ni tampoco dejé de acariciarle el lomo a Trufas, que parecía un sol minúsculo y peludo que dormitaba en mi regazo.
               -Ya lo sé, mi amor-ronroneó mi madre, dándome un beso en la frente.
               -Ni me voy a dormir-añadí. Sabrae no había hecho un sacrificio tan grande ni estaba dejándonos nuestro espacio a los Whitelaw como para que yo ahora lo estropeara todo sobándome.
               -Bueno-sonrió mamá.
               Pero en algún momento de la carrera la cancelaron tras haber dado sólo un par de vueltas, y los pilotos subían eufóricos a un podio que apenas les había costado esfuerzo.
               Otros que se cagarían de miedo si Sabrae los mirara mal.
              
 
-Puedo ocuparme yo sola-me dijo Kiara, señalando los platos que habíamos ido colocando en el fregadero-. Es lo menos que puedo hacer para agradecerle a la señora Whitelaw lo bien que nos está tratando a mí y a Avery.
               -Para empezar, Annie ya te ha dicho un montón de veces que la llames “Annie” y no “señora Whitelaw”-sonreí-. Y está cuidando de Avery encantada-miré por encima del hombro en dirección a la puerta de la cocina, como si pudiera ver a Annie acunando a Avery entre sus brazos en el salón. A pesar de que la habían traído en carricoche, no se había pasado en el capazo ni un solo segundo desde que Niall y Vee la habían dejado en casa de mi suegra.
               -Me da apuro que no pases todo el tiempo que puedas con Alec-se excusó, encogiéndose de hombros mientras tendía una mano para que le entregara el último plato que había enjabonado. Menos mal que habíamos pedido algo que no mancharía demasiado, pues si hubiéramos preparado comida para las doce personas que había en casa no habríamos terminado en lo que nos quedaba de año de lavar toda la vajilla.
               Suspiré y negué con la cabeza, fingiendo que no me importaba y que no estaba obligándome a mí misma a limpiar las cosas bien en lugar de rápido. Todavía estaba formando en mi cabeza el plan con el que le compensaría a Al por los días que habíamos perdido de mi cumpleaños, unos días con los que sabía que él contaba con hacer increíbles a base de planificarlos a conciencia durante meses mientras estaba en el voluntariado; pero incluso con el consuelo que quería darle, una parte de mí estaba desesperada por aceptar la oferta de Kiara,  dejarle todos los platos para que se ocupara de ellos, y correr al sofá para colarme entre Annie y Alec, o entre Alec y Mimi, y alimentarme de ese calor corporal que podía mantenerme caliente incluso en las más frías noches de invierno.
               Había intentado no hacerme demasiadas ilusiones con que Alec fuera el preferido de Valeria y ésta le perdonara un día o dos, pero había fracasado estrepitosamente y a duras penas había podido disimular que no me importaba perdérmelo un día más en abril. Sabía que se me iba a hacer cuesta arriba el tiempo que estaría esperándolo, y lo único que quería era quedarme a su lado, abrazándolo tan fuerte que sus moléculas y las más terminaran confundiéndose y no pudiéramos separarnos nunca más. Había momentos, incluso, en los que marcharme con él a Etiopía tampoco me parecía tan mala idea.
               Cada vez eran más abundantes, y cada vez me consideraba más tonta por no haberme puesto  en modo egoísta y haberme callado la boca cuando a Alec le dijeron que los días que pasara de más en casa serían días que tendría que recortar en abril.
               Estaba de verdad en deuda con Annie; en una deuda mayor de la que había contraído nunca con nadie, quizá ni siquiera con mis padres. Puede que ellos me hubieran dado mi vida y mi identidad, pero Annie me había dado la razón para vivirla, el sentido de mi felicidad y un motivo para plantearme si yo no podía ser algo más que Sabrae Malik.
               Así que tenía que ser fuerte. Tenía que aguantar. Tenía que ser buena y mirar a Alec a los ojos y sonreírle y decirle que no pasaba nada si no le dejaban quedarse en mi cumpleaños cuando, la verdad, ni siquiera me preocupaba que viniera la semana de mi cumpleaños o en otra distinta. Lo único en que podía pensar era en que estaría cinco meses sin tocarlo, sin verlo, sin probarlo, y ahora me estaba castigando a mí misma a mantener las distancias cuando pronto habría demasiada entre nosotros. Si medio mundo no es nada, nada debería ser tampoco una pared.
               Y, sin embargo, a mí me parecía un universo.
               -Su familia se merece estar con Alec igual que yo-respondí, y esperaba que a Kiara, que no me conocía tanto como los demás, le sonara más convencida de lo que en realidad estaba-. Además, ya lo he acaparado bastante estos últimos dos días. Annie lo echa muchísimo de menos y se merece tenerlo un poco.
               Claro que “un poco” era un concepto indeterminado, que dependía de la perspectiva de quien lo midiera. Seguro que para Annie “un poco” significaba una semana al mes. Para mí, “un poco” significaba cinco minutitos al año.
               Kiara asintió con la cabeza; si se había dado cuenta de que mis palabras eran medio mentira, no lo dejó entrever.
               -Debe de ser duro-comentó tras un momento de silencio.
               -Ni te lo imaginas. Pero, al menos, sé que él está bien en Etiopía-miré de nuevo por encima del hombro, como esperando que Alec estuviera de nuevo allí. Curiosamente, cuando estaba con él me volvía más fuerte y me creía capaz de renunciar antes o más a su presencia, pero en cuanto le perdía de vista volvía esa sensación desesperante de echarlo de menos y todo mi cuerpo se rebelaba contra mí por no haber recordado nuestro sufrimiento anterior.
               Era igual que cuando te ponías una camiseta de manga corta y te sentabas al sol en un día de principios de primavera; parecía que incluso estarías mejor con una camiseta de tirantes, pero en cuanto una nube pasaba por delante del sol, te recordaba lo que era el frío y lo insuficiente de tu indumentaria.
               -Yo ni siquiera sé si podría estar tanto tiempo separada de Chad-confesó, encogiéndose de hombros-. Y eso que sólo somos amigos, pero… llevamos toda la vida juntos. Supongo que somos un poco como Scott y Tommy-bromeó-, pero, ya sabes, teniendo que separarnos cuando vamos a los vestuarios del gimnasio, y eso.
               -Apuesto a que es durísimo-bromeé, agradeciendo que le quitara un poco de peso a la conversación con una broma. Kiara se rió, mostrándome unos dientes blancos como la nieve que contrastaban en su piel oscura como el carbón. Parecía hecha de ébano donde a mí me componía el chocolate, y me imaginé que se compenetraba muy bien con Chad precisamente por ello: era el yin de su yang.
               De una forma similar a que Alec lo era del mío, salvo que midiéndolo con magnitudes diferentes. Más que por el color de nuestra piel (pues la suya se bronceaba mucho más que la de Chad), era por nuestra personalidad. Ahora me vendría bien dejarme llevar como lo hacía él para no pensar en todo lo que pasaría hasta abril.
               Claro que también me gustaba ser yo y saber a qué atenerme durante las próximas horas y los próximos meses.
               -¿Crees que podrán remontar esto?-preguntó ella después de un momento de silencio, y a mí me dio un tirón en el estómago al recordar que yo no era la única que lidiaba con decisiones difíciles y a la que le preocupaba el futuro.
               Deseé de nuevo que Alec estuviera conmigo en los próximos meses para ayudarme a capear la tormenta que se avecinaba, pues sabía por experiencia que se nos acercaba un maremoto y que estábamos en un triste velero cuya estructura estaba resentida por los bamboleos del viento. No quería ni pensar en lo que vería que decían del grupo cuando la noticia de que se tomaban un descanso antes de empezar, ni en cómo le afectaría eso a mi hermano. Por suerte o por desgracia, me había alejado un poco de las redes sociales debido a mi propia caída en desgracia, pero que te crucifiquen cuando lo sientes todo en contra no es ni de lejos parecido a ver cómo lo hacen con uno de tus seres más queridos. Yo había llegado a sentir que me merecía que todo el mundo me odiara, así que dentro de lo malo me había resultado un poco más fácil sobrellevarlo, pues le había encontrado una lógica retorcida a todo aquello. Scott, en cambio, era el preferido del mundo entero. Por supuesto que había sufrido lo suyo en Internet, pues nadie existe sin que haya un puñado de pringados odiándole simplemente por respirar, y a mi hermano había que añadirle la cuestión del racismo, pero todo iría a más cuando decepcionara a sus fans y algunas se volvieran en su contra.
               Exactamente igual que habían hecho con papá, y eso le había dejado unas secuelas con las que luchaba todavía a día de hoy. Puede que las personalidades de mi hermano y mi padre fueran un poco diferentes, pero no quería pensar en cuánto había cambiado mi padre cuando  él mismo se había ido de la banda que lo había hecho famoso y cuánto más se habría parecido mi hermano a él si su versión de antes del 25 de marzo de 2015 existiera aún ahora.
               No iba a ser fácil, desde luego, y Alec lo haría todo mucho más llevadero… pero no podía obligar a mi novio a que nos cuidara siempre. Yo misma le había dicho que no éramos su responsabilidad y que se merecía vivir su vida y ser feliz sin preocuparse por quienes más quería y renunciar a todo por ellos; no sería justo que, después de que se preguntara a sí mismo si prefería irse o quedarse y que me dijera que prefería marcharse, le suplicara que se quedara.
               -Creo-dije despacio, deteniéndome un segundo. Kiara me miró- que preocuparnos por lo que pasará sólo va a hacer que suframos más. Por mucho que creamos que lo tenemos anticipado, la hostia nos va a doler igual.
               Ni siquiera sabía si estaba hablando de cuando el mundo se echara encima de mi hermano y de la gente a la que  más quería, o de cuando Alec no llegara el 26 de abril o se fuera antes del 1 de mayo. Y, la verdad, no me apetecía ponerme a pensar en ello.
               Tenía otras cosas con las que entretenerme.
               -Sí, supongo que tienes razón. Además, no creo que todas decidan odiarlos-murmuró Kiara, distraída-. Hay unas cuantas cuentas por Twitter y demás que los defenderían incluso si saliera algún escándalo de canibalismo, o algo así.
               Me eché a reír, y luego la miré.
               -¿Estoy chiflada si me hace gracia que tengas razón?
               -A veces me da por meterme en internet sólo para ver qué dicen. Insultan de una manera muy original, y se les ocurre cada cosa para defender a Chad y a los demás…-Kiara sacudió la cabeza y yo me eché a reír. Lo bueno de la cuenta que llevábamos entre Shasha y yo era que nadie sabía que éramos nosotras, y podíamos defender a nuestra familia a muerte sin tener que preocuparnos de la repercusión que nuestros comentarios podrían tener. Cuando internet se había vuelto contra mí yo había intentado mantenerme alejada de ella, pero Shash me la había enseñado regularmente para que viera que no todo el mundo me detestaba, lo cual me había animado bastante.
               Llegado el momento, si era necesario, haríamos lo mismo con Scott y los demás. Esperaba no tener que llegar a ese punto, pero siempre estaba bien tener esa opción disponible.
               -A Alec le encantaría leer las cosas que dicen de él cuando se meten a defenderme a mí. O cuando subo una foto en la que estoy guapa y lo amenazan con pelearse con él por mí-me reí; Shasha había empezado a hacerlo en mi momento más bajo, y las más incondicionales no habían tardado en subirse al carro. No pensaba, ni mucho menos, que tuviera un club de fans, pero me gustaba saber que alguien se tomaría un momento de su día para sacarme una sonrisa, incluso cuando me conociera.
               Kiara me miró.
               -Sabrae, pero si en todas tus fotos sales guapa.
               Sonreí.
               -Bueno, ya sabes a qué me refiero.
               Kiara asintió con la cabeza.
               -¿A cuando te maquillas un poco más o enseñas un poco más? Sí, lo veo con Chad. Y déjame decirte que es rarísimo ver a un montón de chavalas babeando con mi mejor amigo gay. Es en plan… ¡no tenéis ninguna posibilidad!-se echó a reír y negó con la cabeza. Me gustaría haberle dicho que conmigo no tenían ninguna posibilidad tampoco, no por mis inclinaciones, que sí que me abrían más el abanico de opciones, sino por quién ocupaba mi corazón.
               Sin embargo, ya casi habíamos terminado, y por muy bien que me cayera Kiara, lo cierto es que no me apetecía renunciar a escuchar la voz de Alec un poco más. Incluso si estaba hablando en ruso con su abuela para asegurarse de que no perdía el acento del que tan orgulloso estaba, y que yo era incapaz de distinguir de los demás, a mí me encantaba escuchar su voz. Se había vuelto un bien escaso, un lujo inesperado al que no quería renunciar.
               Dejamos los platos secándose en el escurridor y regresamos al salón, en el que yo esperaba encontrarme con la mirada de la persona que más me importaba y a la que más echaba de menos, pero me tocó esperar. Alec dormía plácidamente contra el costado de su madre, respirando despacio y con las pestañas acariciándole el hombro a Annie, que lo había rodeado con un brazo y le acariciaba suavemente por debajo de la manta. Me invadió una sensación fortísima de amor al verlo así, tan vulnerable y relajado, con una ligerísima sonrisa curvándole los labios mientras descansaba, recuperando las horas de sueño de que le habíamos privado entre todos.
               Avery también dormía en brazos de Ekaterina, que la sostenía contra su pecho con la confianza y fuerza con que sólo pueden hacerlo las abuelas, lo cual me hizo echar un poco de menos también a la abuela Trisha y la abuela Rebekah. Quizá pudiera entretenerme visitando más a mi familia en los meses venideros, mientras esperaba que el hombre con el que pretendía formar la mía regresara a mí. Al menos esos meses me permitirían soñar con el futuro que Alec y yo tendríamos juntos y probar un poco de lo que no viviríamos: el estar separados, el echarnos de menos, el preguntarnos qué tal había sido su día sin obtener respuesta, porque seríamos parte de la rutina del otro y el punto sobre el que giraría toda nuestra existencia.
               Viviríamos miles de cosas juntos, cumpleaños y aniversarios que se confundirían en los recuerdos y en la felicidad, y el año de voluntariado de Alec quedaría ya muy lejos en nuestra memoria, apenas un rasguño en nuestra relación. Haríamos de los fines de semana nuestro ritual de citas, aportándole siempre la chispa a una relación que no dejaría de arder ningún momento; incluso conseguiríamos enamorarnos de los días entre semana, porque a pesar de los compromisos laborales y de la separación forzada en diversas horas del día, al final siempre nos reuniríamos por la noche.
               No necesitaríamos agenda para todo lo que haríamos y cada día del calendario sería especial; compensaríamos la Nochevieja que íbamos a perdernos, el San Valentín, los aniversarios (de la primera vez que nos habíamos dicho que nos queríamos, de nuestro primer viaje juntos, de cuando empezamos a salir de manera oficial…) y todo lo que este año que teníamos por delante iba a hacer que nos perdiéramos convirtiendo…
               Me quedé parada frente al sofá, meditando. Parte de lo que nos había preocupado más a Alec y a mí de su voluntariado era el perdernos nuestras primeras fiestas juntos de verdad; la Nochevieja pasada no éramos novios aún, al igual que en San Valentín, aunque ya nos hubiéramos comportado como tales y hubiéramos tenido una cita a solas, y tan romántica que  me había sorprendido un poco de lo afortunada que era por tener un novio tan completo. En San Valentín, Al me había demostrado que, aunque su modus operandi habitual era el dejarse llevar y relajarse en el asiento del copiloto, no le temía a asumir el control y hacer él mismo planes con los que me haría inmensamente feliz. Habíamos establecido la regla no escrita de que cada uno se ocuparía de las fiestas de un año alternativamente, así que el siguiente, en teoría, me tocaría a mí.
               Alec y yo habíamos jurado y perjurado que no pasaba nada, que podíamos esperar un año más, que 2036 tenía todavía muchas cosas bonitas que ofrecernos incluso cuando nos mantuviera alejados durante la primera mitad, que también era la que iba cargada de eventos. Ya había pasado nuestro primer Halloween en pareja, pero vendrían muchos más, así que apenas habíamos pensado en él.
               Pero todavía no era tarde para pensar en las fechas que se avecinaban, porque que no fuéramos a estar juntos no quería decir que no pudiéramos celebrarlas.
               Comprendí que el destino acababa de brindarme la oportunidad perfecta para sacar el máximo partido al sacrificio que íbamos a hacer ambos y combatir el reloj de la mejor manera que sabíamos: aprovechando cada minuto juntos.
               De forma que subí las escaleras, sonriendo, entré en la habitación de Alec, cogí mi móvil y me senté en la cama con las piernas estiradas y los pies descalzos. Entré en el grupo que compartía con mis amigas, en el que estaban hablando de lo que podríamos hacer el finde y me habían preguntado si me apetecía hacer algo especial. Todavía no estaban al tanto de que no se iría esta noche, pero me enterneció que fueran pacientes conmigo y supieran que iba a necesitar muchos más mimos cuando Alec se marchara.

Taïs: acabo de ver en ig que la semana que vienen ponen la pista de hielo, JEJE

Taïs : o vamos o me vuelvo loca YA OS PODÉIS PREPARAR

Ken : tú quieres que yo MUERA?

Momo : ESTÁN PONIENDO UN MARATÓN DE NOAH CENTINEO EN EL CINE ESTOY NERVIOSA VAMOS MAÑANA????????

Ken : sigue la oferta de palomitas? Porque si es así SÍ y si no LAS ROBAMOS

Taïs: hay algún bono? Es que quiero guardar para la pista de hielo L o si no también podemos hacer noche de cine en casa como la otra vez

Ken : @Saab (contesta cuando puedas que sé que estás ocupada) prefieres cine en casa o cine fuera? Porque si no podemos robar una palomitera de Mr Wonderful en Harrod’s 😈😈

Momo : Kendra que NO VAMOS A ROBAR NADA

 Momo : pero sí @Saab bestie porfa contesta que me da ansiedad no saber qué vamos a hacer

Momo : por supuesto cuando puedas que sé que ahora mismo estarás retozando con Alec jeje

Taïs: 😂😂😂😂 RETOZANDO

Ken : JAAJAJAJAJAJA BUENÍSIMO Momo

Momo :🤗

               Deslicé el dedo en el mensaje de Kendra en el que me mencionaban y empecé a teclear.

Chicas siento estar desaparecida 😭😭 bueno a decir verdad NO 😎

No os lo vais a creer pero Alec ha decidido quedarse un par de días más

               Continué escribiendo, pero Kendra fue más rápida.

Ken : EL COÑO DE ORO

 Taïs: 😂😂😂 QUÉ BESTIA ERES JAJAJAJAJAJA

               Me reí por lo bajo y negué con la cabeza.

CÁLLATE SO BURRA

Ken :😂😂😂

Taïs: 😂😂😂

               Continué tecleando, ignorando sus pullas.

El caso es que Al se ha quedado un par de días más para compensar porque apenas hemos estado en su casa por lo de Diana L así que le propuse que alargara un poco su visita y le pareció bien

Taïs: ay sí, es verdad, pobre Didi 💔💔, ¿cómo está?

Pero le han pedido que recorte otra visita para compensar los días que va a gastar de más ahora, así que va a estar menos tiempo en mi cumple

Está bien, cuando Alec se vaya os cuento y vamos a verla

Y nada, el caso es  que no voy a estar disponible esta noche, porque ya no se va hoy L lo siento chicas, espero que lo entendáis

Ken : tía no te rayes lo entendemos 100%

Taïs: hombre claro

Gracias jo sois las mejores 😭🤗💘💘

Ahora está durmiendo, el pobre está cansadísimo 😭😭 mi niño, si le vierais, está más mono…

Ken : mándanos foto

Taïs: Ken tía que igual está en bolas

Ken : ENTONCES MANDA VÍDEO

ALÉJATE DE MI NOVIO ZORRA O TE ARAÑO LA CARA 🔪🔪🔪🔪

Pues nada, perdón si me desconecto de repente. Voy a estar con el móvil organizando cositas

Ken : te ayudamos??

Bueno pues ya que lo dices… jeje

               Les envié un audio explicándoles rápidamente lo que había pensado y, contando con su ayuda, empecé a abrir pestañas nuevas en mi navegador y a recopilar información de todas las cosas que podíamos hacer en lo poco que nos quedaba juntos.
               Me enviaron un montón de enlaces para visitar con las instrucciones que yo les había dado, y estaba metida en una página de reservas de visitas guiadas cuando me llegó una nueva notificación de Mimi. Normalmente habría pasado de ella porque sabía que no corría prisa y que podría subir a verme si necesitaba algo urgente, pero estaba tan cansada de pelearme con los horarios de los sitios más románticos de Londres que decidí que necesitaba un descanso.

Dónde estás?

En la habitación de tu hermano

               Cerré su conversación y volví a Safari, pero vi que me mandaba un nuevo mensaje por la pestaña que me saltó en la parte superior de la pantalla.

Baja

Estoy liada Mím

 

               Cerré de nuevo la conversación y puse los ojos en blanco al ver que, por muchos sitios que consultara, ninguno me diría que los horarios de visita eran diferentes a unos que me resultaban totalmente incompatibles con mis planes. Al parecer, la página web oficial del sitio  al que pretendía ir con Al estaba actualizada. Sería una novedad.
               Mimi me mandó un audio, pero la ignoré mientras me tomaba un descanso de planificadora de citas y entraba en Instagram a mirar los últimos vestidos que habían recibido las boutiques a las que seguía. No podía fiarme de una internacional para comprar algo bonito y que pudieran ajustarme con tan poca antelación; en cambio, las tiendas a las que había acudido otras veces y que en ocasiones regentaban clientas de mi madre eran el recurso ideal en emergencias.
               Mimi me mandó otro audio mientras me deslizaba por los perfiles que seguía, y ahora directamente empujé la pestaña de sus mensajes hacia arriba para que me desapareciera lo más rápido posible.
               -Joder, qué pesada-gruñí. Ahora entendía por qué Alec se quejaba tanto de ella: cuando le daba por incordiar, no aceptaba un no por respuesta.
               Me detuve frente un vestido largo y verde monísimo que podía servirme para lo que pretendía. Acerqué el pulgar hacia el icono del avión de papel para enviarle un mensaje a la dueña y comprobar si estaba disponible, pero justo cuando iba a hacerlo el nombre de Mimi llenó mi pantalla, haciendo que el vestido desapareciera tras una película negra. Gruñí, colgué y entré en nuestra conversación.

QUÉ

QUE ESCUCHES LOS AUDIOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOS ERES INSOPORTABLE

               Miré la conversación. Antes de mi mensaje agresivo había un par de Mimi que no había leído todavía: los dos audios que me había mandado y otro a continuación que ponía:

ABRE EL AUDIO

               Suspiré sonoramente y exhalé el bufido más fuerte que hubiera salido nunca de ningún ser humano. Justo tras decidir que le montaría el pollo del siglo por hacerme perder el tiempo cuando le había dicho que estaba ocupada, y encima con cosas que no podía posponer hasta que Alec se despertara, toqué la fila de líneas que formaban una montañita para escucharla. Como fueran lloriqueos de Avery, por muy adorables que fueran, me la iba a cargar.
               Resultó que ni eran lloriqueos, ni eran de Avery.
               -¿Es que ya no puedo ni echarme una siestecita sin que salgas corriendo?-protestaba Alec-. Haz el favor de bajar al salón y dejarme ver lo que sea que estés haciendo.
               -Alec-se quejaba su abuela.
               -Si es algo que no debáis ver vosotros, tranqui, Mamushka, que ya os pediré que os vayáis.
               Me levanté como un resorte, me calcé y salí por la puerta como un ciclón. Que Alec estuviera despierto lo cambiaba todo. Podía compartirlo con las demás mientras organizaba nuestra última noche juntos este año, pero no renunciaría a verlo y que me relajara inmediatamente con una sonrisa mientras todo trataba de torcerse ante mí.
               El segundo audio decía:
               -Sabrae, en serio, me estoy cabreando, baja de una maldita vez, que yo no he dejado que me convenzas de que le pida un día extra a Valeria para que ahora decidas que te has cansado de mi cara.
               Lo peor de todo era que lo decía con el tono rasgado y gruñón de cuando estaba medio dormido que a mí me derretía por dentro, de modo que cuando llegué al piso inferior no jadeaba solamente por la carrera que me había pegado.
               Alec me miró con una mirada somnolienta pero espabilada, a pesar de todo. Me estudió de arriba abajo y alzó una ceja.
               -Estás vestida-constató, y yo puse los ojos en blanco.
               -¿Qué pensabas que estaba haciendo?-pregunté, y me dedicó su Sonrisa de Fuckboy®.
               -¿De verdad quieres que te lo diga delante de Duna?-la señaló con la cabeza y yo puse los ojos en blanco otra vez.
               -Si no me aguantara ni cinco minutos sin hacer eso significaría que estoy enferma.
               -De amor-ronroneó, apoyando la cabeza en la parte superior del respaldo del sofá y sonriéndome como si no hubiera roto un plato en su vida. Annie estaba vigilando a los niños en el jardín; puede que se hubiera despertado al notar que su madre se había ido-. O que yo soy muy guapo.
               Apartó la manta con la que se tapaba y yo me senté a su lado, adorando el calorcito que todavía almacenaba el sofá. Me tapó con ella y me dio un beso en la cabeza.
               -Y para que conste… yo no me aguanto ni cinco minutos sin hacer eso-murmuró contra mi piel, y yo me eché a reír.
               -Estás enfermo.
               -Puede ser-asintió, cogiéndome la muñeca por debajo de la manta y llevándola a su entrepierna para que notara cómo poco a poco crecía su erección-. Pero, por suerte, no me afecta a la memoria, así que no se me olvida que me dijiste que, después de comer, iríamos a tu casa-añadió, mordisqueándome el lóbulo de la oreja mientras frotaba mi mano por su entrepierna. Noté cómo yo misma me abría como una flor de loto y me mojaba.
               De nuevo.
               Adoraba su envergadura, su dureza, la promesa infalible de que me haría gozar como nadie lo había hecho nunca. Era un absoluto sinvergüenza haciendo que le metiera mano delante de su abuela, que ahora miraba la televisión como si estuviera sola, y Mimi, que tecleaba en su teléfono con gesto distraído. Me hizo sospechar que, si nos levantábamos y subíamos a su habitación, ninguna de las dos se percataría, o no protestarían al menos.
               Pero yo no podía dejarme llevar así. No podía ser la sinvergüenza que era él. Él estaba lejos de casa, entre animales, entre decenas de parejas cuya composición variaba todos los fines de semana y que competían por alzarse con el título de rey de los polvos, así que estaba lleno de una testosterona incandescente que sólo se permitía quemar conmigo. Yo tenía que estar más tranquila, no pensar en cuántas veces me había masturbado pensando en él, cuántos de mis gemidos con la forma de su nombre formaban parte ya de mis almohadas.
               Había hecho un sacrificio enorme, renunciando a dos días de mi cumpleaños, de follarme con más ganas, de que yo me lo follara con más ganas por lo duro de nuestra separación, para que ahora lo echáramos todo a perder por bajarnos el calentón. Teníamos que ser mejores que esto; yo tenía que ser mejor que esto.
               Así que le aparté la mano de la polla, intentando no pensar en ella como la polla que tantas alegrías me había dado, y le di una palmada en el pecho.
               -Es verdad, te dije que después de comer… pero no de comer qué.
               Me reí, sorprendentemente divertida de mi propia crueldad, y me incorporé para separarme de él y salir de la manta. Alec exhaló un gruñido de frustración que captó la atención de su abuela y de su hermana; Dylan sonrió junto a la cristalera desde la que vigilaba el jardín, preparado para abrir las puertas y que su esposa y los niños entraran de nuevo en cuanto se pusiera otra vez a llover.
               -Podría decirte qué me comería yo ahora mismo y ya verás cómo íbamos corriendo a tu casa-protestó, y yo me eché a reír de nuevo y le di un beso en la mejilla.
               -Te prometo que la espera merecerá la pena, sol.
               -Oh, ya lo creo que la va a merecer-asintió-. Cuando nos pase lo que nos pasó cuando me dieron el alta otra vez, esta vez ni siquiera te pediré perdón.
               Aullé una carcajada que hizo que Mimi me mirara con ojos como platos.
               -Pero, ¿qué os pasa?
               -Qué no nos pasa-respondió su hermano, negando con la cabeza, y Mimi nos miró alternativamente con desconfianza.
               -Estáis todo el día con lo mismo-acusó con los ojos entrecerrados-. ¿Tan bueno es?
               -Tan bueno es, ¿qué, Mary Elizabeth?-la pinchó Alec, rodeándome la cintura y bajando hasta posarme una mano en el culo. Me dejé inclinar hacia él, sintiendo que las zonas en que nuestros cuerpos estaban en contacto se cargaban de electricidad.
               -Hacer el amor-respondió Mimi con el ceño fruncido, fingiéndose molesta por tener que especificar el motivo de su consulta. Alec sonrió y me dio una palmada en el culo.
               -La puta hostia-respondió-. Y follar también está bastante guay.
               Mimi puso los ojos en blanco y negó con la cabeza, volviendo su atención a su recién recuperado móvil. Alec se mordió el labio y acercó su boca a mi oído, dispuesto a seducirme de nuevo, pero yo estaba segura de que tenía que mantenerme estoica y no dejarle ganar.
               Por mucho que me apeteciera, nuestro sacrificio tenía un objetivo, y no debía tirarlo todo a la basura por saciar mis ganas de él… por muy sedienta que estuviera de su éter.
                De modo que le puse una mano en el pecho y, cuando se separó de mí, una pregunta (no; una pregunta, no: una súplica) en la mirada, negué despacio con la cabeza. Me mordí el labio sin poder evitarlo, pero me aseguré de que mi rechazo no le pareciera permanente acariciándole el pecho por encima de la camiseta. Quería que supiera hasta qué punto esto resultaba difícil también para mí, hasta qué punto me apetecía ceder y lo complicado que estaba siendo para mí mantener la cabeza fría. No quería que todo esto me explotara en la cara después.
               -Luego-le prometí, retirándome un poco para aclararme las ideas. Muchas de las veces en que nos enrollábamos era porque la cercanía para nosotros era tan peligrosa como la distancia para el resto de amores: cuando Alec estaba en la misma habitación que yo se me hacía imposible mantener las manos quietecitas, pero cuando se las ponía encima, demasiado no era suficiente.
               -Tienes que estar con tu familia-le recordé. Había estado convencido de que con un día bastaría, y si había pedido dos era porque yo se lo había pedido. Había obedecido a un impulso del que ni siquiera sabía dónde procedía, pero ahora que ya había empezado a trazar mis planes, entendía que pedirle un poco más de tiempo había sido una corazonada orientada por Dios para que mantuviera la cabeza fría y pensara en las posibilidades que me brindaba la ciudad.
               Y ahora tenía la oportunidad perfecta para seguir trazando mi plan.
               -Tú eres mi familia también-replicó, rodeándome la cintura con una mano enorme que me encantaría sentir por todas partes. Sonreí y le tomé de la mandíbula.
               -Ya sabes a lo que me refiero.
               Alec tomó aire para protestar, pero justo en ese momento un relámpago iluminó el cielo y un trueno hizo temblar la casa. Ekaterina levantó la mirada hacia el techo, como esperando que le cayera encima, mientras Mimi daba un brinco y subía los pies al sofá un segundo antes de bajarlos de nuevo para, a continuación, salir corriendo en busca de Trufas. Dylan abrió la puerta del jardín para que los niños entraran en tromba, las gotitas de la lluvia torrencial que había empezado a caer de repente dejando un rastro con el que descubrir su ubicación exacta.
               Ahora que Alec volvía a estar despierto, tenían la oportunidad perfecta para lanzarse a por él; oportunidad que no dudaron en aprovechar. Riéndome, me aparté de mi chico para dejarles margen de maniobra para que jugaran con él. Me miró contrariado, como diciendo “esto no ha acabado”, cuando me senté con las piernas estiradas en la esquina del sofá, en el lugar que había ocupado Mimi, y saqué de nuevo mi móvil.
               Tenía mucho que preparar y muy poco tiempo, pero al menos ya no me resultaría frustrante que las páginas tardaran en cargarse por algún pico de tráfico de mediados de noviembre. Al menos así tendría la excusa perfecta para mirar a mi guapísimo novio, al que se le daban genial los niños y con los que se lo pasaba fenomenal.
 
 
Es increíble cómo a esta chiquilla le salía todo de cine. Cuando quería que lo hiciéramos, lo hacíamos; y cuando no le apetecía lo más mínimo pero se veía atrapada en mis redes sin posibilidad de escapatoria, el mismísimo cielo se partía en dos para distraerme lo bastante como para que ella pudiera huir de mi alcance. Ya te pillaré, le dije con la mirada cuando los críos entraron corriendo en casa, chillando asustados y con más ganas de marcha ahora que el cielo se había vuelto en nuestra contra, y Sabrae se limitó a sonreírme y morderse la uña del índice mientras tecleaba de nuevo en su móvil como una influencer guapísima que sabía que era la favorita del público.
                Agitó las caderas a un lado y a otro, balanceándose sobre el sofá, y yo tuve que esforzarme para no saltarme encima. Lo bueno de cuando me calentaba y me quitaba el caramelo de la boca después de ponérmelo en los labios era que, cuando por fin me daba lo que quería, lo  tomaba con tantas ganas que los dos lo disfrutábamos más. Creo que eso era lo único que hacía que no me volviera loco ni me cabreara cuando me calentaba a propósito: sabía que, en el fondo, lo hacía para que los dos nos lo pasáramos mejor.
               Intenté no fijarme en cómo Sabrae se mordía los labios y se los remojaba con la lengua cuando Duna escaló por el sofá y me saltó encima. Se había vuelto muchísimo más salvaje desde que me había ido de Inglaterra, seguramente porque ya no me veía tan a menudo como antes y tenía que expresar el mismo amor en momentos mucho más efímeros.
               -¡Alec, atrápame!-bramó justo antes de surcar los aires, pero se sabía a salvo gracias a mis reflejos de boxeador. La cogí en el aire y la levanté por encima de mi cabeza, con la manta enredándoseme en la cintura. Duna chilló de emoción, y pronto estaba haciendo de noria con los tres críos, pues Dan y Astrid también querían poner su vida en mis manos.
               Otro trueno resonó en cielo tras el correspondiente relámpago y Trufas saltó del regazo de Mimi para correr a esconderse entre mis pies, donde le parecía que estaba más protegido bajo la manta. Mimi suspiró y se acercó en el sofá a Kiara, que acunaba a Avery y le acariciaba la carita para que no se despertara y se echara a llorar de nuevo. El conejo asomó la cabeza y me miró con ojos como platos desde abajo, así que lo tomé en brazos para calmarlo dándole un abrazo de oso con el que se sintiera más protegido aún. Mientras los niños jugaban alrededor del sofá, gritando y riendo, ajenos a la tormenta, la respiración y los latidos de Trufas se fueron tranquilizando hasta un ritmo normal.
               Sabrae se inclinó a acariciarle la cabeza, y Trufas pegó las orejas a su cuerpo y cerró los ojos mientras mi chica le recorría con los dedos. Mimi se sentó a mi lado y le rascó el lomo, y poco a poco, Trufas se fue relajando más y más hasta quedar dormido en mi regazo. Entonces, Mimi lo cogió en brazos y lo acunó, dándole besitos en la nariz y susurrándole palabras de tranquilidad cuando otro trueno resonaba en el cielo, esta vez más lejos, y el pequeño abría los ojos y miraba a su alrededor con desconcierto.
               Shasha le rascó la barriga y decidió que era buen momento para darle de comer, así que fue a la cocina a por las chucherías que le guardábamos en las alacenas, y regresó con un puñado. Se las fue dando una a una, y de tres en tres cuando había algún trueno, hasta que Trufas se atrevió a salir del regazo de Mimi y a quedarse sobre el sofá, impaciente por seguir merendando y con la tormenta ya alejándose.
               Cuando a Shasha se le terminaron las chuches y le mostró las manos vacías, saltó hacia ella con la cabeza inclinada como para embestirla, y Shasha exhaló un grito ahogado y se echó a reír. Mamá, Dylan, Mimi, Sabrae y yo nos reímos también cuando Trufas se irguió sobre sus cuartos traseros para estudiar a Shasha por si acaso le había hecho daño.
               -Vaya par-comentó Mamushka, sonriendo solamente; ella era un público un poco más difícil que el resto de los Whitelaw, pues ni siquiera era una Whitelaw.
                -¿Queréis ver lo que le enseñé ayer por la noche?-preguntó Shasha, de repente muy ilusionada al recordar cómo se había comportado como la mejor cuñada del mundo esperando por mí igual que una madre esperaría por su hijo predilecto.
               -A ver-dijo Dylan, y Shasha se incorporó, se echó el pelo atrás y miró al conejo fijamente.
               -Trufas-lo llamó, y Trufas se la quedó mirando y parpadeó en su dirección. Sabrae se incorporó un poco más hacia delante para no perderse detalle, de modo que sentía su respiración en mi brazo, lo cual no me hacía mucho bien, la verdad.
               Shasha extendió la mano en dirección a Trufas, dobló tres dedos y lo apuntó con el índice y el pulgar extendidos como si fuera pistola.
               -¡Piu, piu!-gritó. Hasta los niños interrumpieron sus juegos para descubrir qué iba a pasar.
               Y, entonces, Trufas se dejó caer sobre su espalda, todo dramatismo y arte escénico. Todos estallamos en carcajadas, incluida Kiara con Avery, que se despertó y empezó a protestar en el acto.
               -¿Le has enseñado eso en una noche?-le pregunté a Shasha cuando echó mano del bolsillo de su (mi) sudadera y le dio un puñadito de chucherías a Trufas. Shasha se encogió de hombros.
               -Estoy acostumbrada a tratar con animales-dijo, y yo me abalancé sobre ella. Una cosa era que cuidara de Saab cuando estaba mal, pero, ¿que fuera capaz de meter en vereda al sinvergüenza del demonio peludo que mi hermana tenía por mascota? Me parecía fascinante, sobre todo porque yo llevaba desde que lo habíamos traído a casa intentando entrenarlo para que no hiciera de mis guantes de boxeo un tentempié y había fracasado estrepitosamente; tanto, que había tenido que reservar unos guantes y un rincón en mi habitación para que Trufas pudiera roerlos cuando quisiera.
                -Creo que me he enamorado-le dije, y Shasha intentó zafarse de mi abrazo.
               -¡Para!-protestó-. ¡Rascas con la barba!
               -¿Qué barba, si casi no tengo?-me reí, frotando la cara contra ella, y Shasha chilló una risa, lo cual hizo que Avery empezara a berrear en serio.
               -Uy, lo siento-se disculpó, pero de poco sirvió: ahora que la habían despertado, Avery estaba furiosa y las pagaría con todo el mundo. Duna y Astrid se acercaron a verla y a tratar de hacerle carantoñas para que se riera, pero eso sólo consiguió enfadarla más. Kiara la acunaba desesperada, tratando de tranquilizarla, pero la cría tenía una perreta importante, y ni cuando mi madre intentó darle el biberón aceptó relajarse, a pesar de que Kiara dijo que ya le tocaba y siempre funcionaba con ella.
               Avery ni siquiera dejó que le acercaran el biberón a la boca, sino que siguió berreando y berreando sin parar; lo hacía tan fuerte que incluso habría conseguido acallar los ruidos de la tormenta si hubiera seguido sobre nosotros. Observé cómo Dylan y mamá pensaban en ideas para que se tranquilizara y suspiré; no pensé que fuera a desear que Niall y Vee volvieran pronto porque eso significaría que Zayn y Sherezade vendrían también, o ya estarían en casa y a Saab y a mí se nos habría acabado el chollo de tener la casa para nosotros solos, pero con tanto grito se me empezaron a reorganizar las prioridades.
               De repente me apetecía más estar tranquilo que tener intimidad.
               Sabrae empezó a reírse mirándome.
               -¿Qué pasa?
               -Tienes una cara de querer hacerte una vasectomía ahora mismo…
               -Normalmente es buenísima; no sé qué le pasa hoy. Creo que echa de menos a sus padres-se excusó Kiara, agobiada.
               -¿No es un poco raro que sea tan escandalosa? Chad es todo lo contrario a ella-preguntó Mimi, apartándose el pelo de la cara, y mamá se encogió de hombros.
               -No tiene por qué. Todo el mundo dice que los primeros hijos son una trampa, y que los segundos son los que son el auténtico reto.
               -Ja, ja-me burlé, mirando a Mimi, que me miró con gesto hastiado.
               -Yo soy la tercera-me recordó.
               -¡Oye, es verdad! ¿Qué quieres decir con eso, mamá? ¿Que he sido difícil de criar?
               -Pero si no has parado de darme disgustos casi desde que naciste-protestó mamá.
               -Eres una exagerada. Nuestra relación ha sido una montaña rusa que no ha hecho más que subir.
               -Me parece que cuando bajaba tú te desmayabas de la impresión-ironizó mamá, y yo puse los ojos en blanco y me levanté para coger a Avery. Sabrae se colocó el móvil sobre el regazo y entrelazó las manos, como si pretendiera disfrutar del espectáculo. Te juro que a veces no la soporto.
               Aunque el que ríe el último ríe mejor.
               Kiara estaba reticente a dejar que la cogiera porque, por alguna razón, se sentía la única persona en la casa con capacidad para sostener al bebé. Sólo había dejado que los demás la cogieran un poco para poder descansar, pero era como si Avery fuera su monopolio exclusivo ahora que no había ningún Horan para cuidar de ella. No obstante, ahora estaba claro que le venía un poco grande, y yo tenía buena mano con los críos, o eso decían. Puede que consiguiera que esta pequeña diva rebelde se tranquilizara lo suficiente como para dejar de poner en peligro los tímpanos de todos los que se encontraban en un kilómetro a la redonda.
               Además, debo decir que yo no me había mostrado tampoco muy reticente hacia el bebé; todavía le guardaba un poco de rencor por haber interrumpido mi sueño reparador. Ahora que había dormido un poco más me sentía generoso, y no me importaría que la criatura y yo nos reconciliáramos.
               Kiara me miró largo y tendido, como evaluando mis intenciones. Debía de creer en serio que era capaz de estampar al bebé contra la pared o algo así por la forma en que me fulminó con la mirada cuando, después de mirar a Sabrae para pedir que alguien respondiera de mi comportamiento, finalmente accedió a tenderme al bulto lloroso y protestón para que yo lo cogiera.
               Creo que gané puntos con el cuidado con el que recogí a Avery de sus brazos, pues a pesar de que me cabía de sobra bajo un brazo, lo hice con los dos para que el bebé no notara ningún tipo de estabilidad. La recogí con cuidado, y Avery protestó y protestó mientras se separaba de Kiara, como si no se fiara de mí. Presta atención a mi aura prístina, hija, pensé mientras me la acomodaba entre los brazos y me la quedaba mirando, absolutamente decidido a que notara que conmigo estaba a salvo y no tenía nada de lo que preocuparse.
               La incliné ligeramente para levantarle un poco la cabeza, y estaba a un pelo de darle la vuelta y ponerla boca abajo en el aire, con las piernas y los brazos doblados igual que había visto a muchas mujeres en el campamento, cuando de repente Avery abrió los ojos y los clavó en mí.
               Y cerró la boca.
               Todos contuvieron el aliento; todos, salvo Kiara, que exhaló una risa incrédula e hizo un mohín, como si no se pudiera creer la cruel traición de Avery. Quien, por cierto, no resultaba un bebé tan insoportable ahora que no ponía a prueba la calidad de los cristales que Dylan había colocado en las ventanas de la casa.  A pesar de que había diseñado la casa para venderla al mejor postor, al final le había dado muy buen resultado, ya que había criado en ella a una familia que lo tenía jodido para reventar los cristales, ya fuera con gritos o con balonazos.
               Créeme, yo me había comportado como un búfalo rabioso entre esas cuatro paredes, así que debería saber que no había nada que temer, pero las cuerdas vocales de la más pequeña de la familia Horan me habían hecho preocuparme de nuevo por la integridad de mi casa.
               Suerte que todavía tuviera esos encantos que habían hecho que medio Londres cayera rendido a mis pies mientras el otro me odiaba y envidiaba a partes iguales. Al final, por mucho que la sociedad diga que la belleza no importa, el privilegio del guapo existe, y yo lo era bastante, así que no debería preocuparme por nada en la vida.
               Avery me estudió con atención, analizando mis facciones y decidiendo si era amigo o enemigo. Le sonreí y le toqué la naricita con la punta del dedo.
               -Hola, pequeñita-ronroneé. Avery continuó mirándome unos segundos más, y luego, como una bengala que tarda en encenderse pero que finalmente estalla, esbozó una sonrisa radiante y soltó una adorable carcajada de bebé.
               Hasta ahí, todo correcto.
               Pero entonces me agarró el dedo con su manita minúscula y yo me enamoré. Va en serio. Fue como si el mundo a mi alrededor se detuviera un instante y me volviera la persona más importante del mundo; pero no en plan chungo, como le pasaba a Jacob en Amanecer, sino en plan bien, como procedía con la situación: cuando consigues que un bebé llorón de repente se calle con sólo mirarte a la cara.
               -Uh-exhaló Avery, y yo le sonreí todavía más, dejando que me tirara del dedo para llevárselo a la boca o que planeara una dominación mundial tiránica conmigo como avanzadilla. Sinceramente, me daba igual.
               Ya no recordaba la última vez que había sostenido en brazos a un bebé, pero sí la primera: había sido con la señorita que ahora estaba sentada en el sofá, mirándome con atención, y que había hecho que visitara a mi familia y pusiera un paréntesis en mi misión de satisfacción personal y de ayuda altruista para asistir a su cumpleaños.
               Lo que más me había gustado en la vida y lo primero que me había enorgullecido había sido ser el hermano mayor de Mimi. Mimi, a la que había escuchado en las ecografías de mamá, a la que había querido incluso cuando sólo era una silueta blanca en una pantalla azul marino, y que era minúscula cuando la había conocido en el hospital. Mimi, a la que me había dado terror coger en brazos cuando mamá me había preguntado si quería cogerla; había sido un terror como nunca antes había sentido uno, y seguramente no volvería a sentirlo hasta que no tuviera a mis propios hijos, porque aquel era el único momento de mi vida en el que no había opción a fallar. Debía hacerlo perfecto a la primera.
               Aun así, el 14 de noviembre de 2019 mi vida había cambiado para siempre, y yo con ella: ya no era el asustado hermano pequeño de un niño del que todavía no me atrevía a decir que era cruel, sino el hermano mayor y el ejemplo de una preciosa niña fruto del amor más puro que existía, el de dos personas que se han salvado la una a la otra. De modo que cuando mamá me preguntó si quería coger a Mimi en brazos, a pesar de que no las tenía todas conmigo de que lo fuera a hacer bien, me tragué mis miedos y me hice el valiente diciendo que sí, vale.
               Sí, vale, como si no fuera de lo que más ganas tenía desde hacía meses, cuando me habían dicho que tendría una hermanita y que no tendría que preocuparme por cuidarla, porque ya nadie venía a reñirnos cuando no estábamos seguros de si estábamos haciendo algo mal, ni nos despertábamos por las noches con el sonido de los sollozos de mi madre y unos golpes al otro lado de la pared. Sí, vale, como si no me encantara que Mimi existiera y todo lo que representaba: esperanza y felicidad. Que se podía salir de un mal lugar.
               Recuerdo que me había parecido que Mimi no pesaba nada a pesar de que yo tenía 2 años y medio y representaba una fracción no muy desdeñable de mi peso; que era minúscula a pesar de que apenas podía sostenerla entre mis bracitos, pero en cuanto Mimi me había mirado por primera vez, tuve la certeza de que haría lo que fuera por ella. Lo que fuera. Incluso dar mi vida, incluso quitar otras, si era necesario.
               Mimi había girado la cabeza y había pegado la cara a mi pecho, y a mí se me había quedado ahí, guardada en mi corazón, para siempre. Incluso cuando los dos no fuéramos más que polvo en el suelo y tierra bajo las raíces de algunas flores, mi amor por Mimi seguiría intacto, fuerte como el más alto de los robles, profundo como el núcleo de un volcán, poderoso como el océano.
               Todo lo que había hecho había sido por ella. Y después había llegado Sabrae y me había puesto todo patas arriba, y… y qué bien se siente uno cuando tiene un bebé en brazos. Qué fuerte, qué importante. Qué invencible.
               No quería ni pensar en lo que sería sostener a mis hijos con Saab si tanto me revolvía por dentro una niña con la que yo no tenía nada, simplemente por el hecho de que me recordaba a mi hermana. Levanté la cabeza y miré a Saab, que me miraba con una sonrisa, como si entendiera perfectamente por lo que estaba pasando porque ella lo había vivido también. Se me humedecieron los ojos un poco, me reí y volví a bajar la mirada.
               A pesar de que no tenía ningún parecido conmigo, Avery me parecía perfecta.  No entendía cómo había gente a la que no le podían gustar los bebés, cuando eran lo más puro que existía: te sonreían si les gustabas y lloraban para alejarse de ti si no era así, en la expresión más pura de sinceridad que podía experimentar la raza humana.
               Le di un beso en la frente suave y calentita a Avery.
               -Qué bonita eres, pequeñita.
               -Mira al tiarrón de mi hermano-se rió Mimi, divertida por lo rápido que había cambiado mi humor con tan sólo coger al bebé en brazos. Cualquiera diría que a ella le había pasado algo parecido, pero la conocía demasiado bien para saber que ella se había enamorado de la pequeña nada más verla. A Mimi le encantaban los niños, todos ellos, pero tenía especial debilidad por los bebés, seguramente por ser la pequeña de la casa.
               -¡Mi amor!-sonrió Sabrae, acercándose a mí y dándome un beso en la mejilla mientras me acariciaba la nuca.
               -Está enamorado-continuó Mimi, que no había presenciado un momento bonito en su vida, aparentemente. Qué tía más lerda.
               -Buah, es que me estoy acordando de cuando tú eras un piojo así, como ella-dije, mirándola y sorbiendo por la nariz. Ahora Kiara estaba relajada, como si supiera que no iba a hacerle nada al bebé después de que Avery obrara su milagro con un escéptico como yo-. Y me da pena lo insoportable que te has vuelto.
               -Qué malo es-se rió Dylan. Avery estiró la mano en mi busca, y yo le acerqué el dedo para que me lo envolviera con los suyos. Se me olvidó entonces todo lo que tenía pensado hacer con mi familia o las ganas que tenía de irme con Sabrae para aprovechar al máximo el tiempo que estábamos arañándole al voluntariado. Pronto el reloj daría la hora en la que yo habría tenido que irme originalmente, pero ya no me importaba cómo a partir de ahora estaba en un tiempo prestado y que me costaría su peso en oro. Valeria me había estafado con el trato a que habíamos llegado, pero lo mejor de todo era que ya ni estaba pensando en todo lo que tenía que hacer, en cómo echaría de menos a mi familia y a mis amigos, en lo duro que iba a ser saber que había renunciado a más tiempo a solas con Sabrae a cambio de tenernos a medias, con más gente delante y teniendo que controlarnos.
               Lo único que me importaba era la dulce sensación de tener a Avery entre mis brazos, a Sabrae a mi lado, ayudándome a acunarla y haciéndole carantoñas conmigo, y lo bien que sonaban las risitas del bebé y las ganas que tenía de intentar descubrir si su voz se parecía a la mía o a la de Sabrae, de buscar parecidos entre ellos y nosotros, de quererlos cuando no eran más que puntitos en el vientre de la chica que más feliz iba a hacerme en todo el mundo.
               Joder, tenía 18 años y ya me moría de ganas de tener 80, echar la vista atrás y ver toda la vida que había vivido con la mujer de mi vida a mi lado. ¿Cómo se llama cuando tienes lo contrario a la nostalgia?
               Miré a Sabrae, que estaba jugando con Avery a retirarle el dedo justo cuando la pequeña intentaba cogérselo. Sorprendentemente el bebé no se enfadaba a pesar de que le estaban tomando el pelo y del carácter que había exhibido antes.
                Saab levantó la vista al notar mis ojos sobre ella y me sonrió con timidez.
               -Te quiero muchísimo.
               Saab sonrió y me apoyó la frente en la sien.
               -Yo también te quiero muchísimo, mi amor.
               -Pues a ver si os dais prisa en hacer algo con tanto como os queréis, que yo no voy a vivir para siempre y me quedaré más tranquila si la continuidad de la línea sucesoria está garantizada-protestó Mamushka.
               -MAMA!-la riñó mamá en ruso mientras Sabrae y yo nos poníamos rojos como tomates. A veces se nos olvidaba que estábamos rodeados de gente cuando estábamos juntos, pero que nos lo sintiéramos no quería decir que estuviéramos solos. Y la gente no nos entendía; no entendía que no tuviéramos ninguna prisa por tener algo por lo que, a la vez, nos moríamos de ganas de disfrutar.
               Sí, tenía 18 años y me moría de ganas de tener 80 y recordar toda la vida que compartiría con Saab, pero también quería disfrutar de cada segundo que pasáramos juntos, saborearlo como si fuera el primero y también el último.
               -Alguien tenía que decirlo-se excusó mi abuela en el mismo idioma, y mamá le recriminó frente a una Kiara con cara de susto al no esperarse que en esta casa se hablaran dos idiomas (aunque, en realidad, se hablaran tres; cuatro, si contábamos con mis nociones de urdu gracias a Sabrae):
               -Me da absolutamente igual; son todavía muy jóvenes para tener hijos y tú no los vas a presionar.
               -Hoy en día las parejas tienen hijos más tarde.
               -¿Tengo que recordarte que ella tiene 15 años?
               -La bisabuela de mi bisabuela ya era madre con…
               -¡¡¡Me da igual a qué edad parieran las zarinas del siglo XVIII!!! ¡No pienso ser abuela a mis años, todavía soy demasiado joven!
               -Creo que no tienes mucho que decir en eso, mamá-se rió Mimi, y Shasha la miró con una ceja levantada, preguntándose a qué venía tanto cachondeo y esperando que Saab o yo se lo tradujéramos. No obstante, Sabrae parecía perdida: estaban hablando demasiado rápido para lo poco que yo había podido enseñarle entre beso y beso y polvo y polvo.
               -¡Ah, no, ni se te ocurra ponerte de parte de tu abuela! Y además, ¿qué bicho te ha picado? Si te da vergüenza mirar a los amigos de tu hermano; no quiero ni pensar en cómo vas a hacer para echarte novio.
               Se me escapó una risa y mamá me fulminó con la mirada.
               -¿Qué?
               -Nada-me apresuré a decir ante el pánico de Mimi, y cambiando al inglés para que todo el mundo pudiera participar en la conversación, si quería-, que tienes razón. Seguro que se nos acaba metiendo a monja aunque sea para no tener que hablar con ningún hombre nunca más.
               -Las monjas hablan con los curas-me recordó mi hermana.
               -Uf, entonces, ¿qué vas a hacer, Mím? ¿Pasarte a la otra acera?
               -En la otra acera triunfarías-le aseguró Kiara con una sonrisa tranquilizadora. O puede que estuviera ligando con mi hermana; no lo sé. La verdad es que los rituales de apareamiento de las lesbianas siempre se me habían escapado un poco, aunque tenía entendido que a ellas también se les escapaban a veces.
               O si no que se lo dijeran a Tamika y Karlie. A decir verdad, me sorprendía que Claire hubiera sido capaz de casarse. Según mis cálculos y lo que las lesbianas decían de lo difícil que era ligar, debía de haber unas siete parejas de lesbianas casadas en todo el Reino Unido. Estadísticamente era más fácil meter un gol en la final de unos Juegos Olímpicos, o cruzarte con un unicornio de camino al trabajo, que conocer a dos lesbianas casadas.
               Mm, igual debería empezar a echar el Euromillón.
               -Estáis muy bien como estáis; no le hagáis caso a Mamushka-dijo mamá inclinándose hacia Sabrae y a mí, y los dos asentimos con la cabeza. Shasha miró a mi abuela con expresión asustada.
               -¿Alguien sería tan amable de explicar qué me he perdido?
               -No lo quieras saber, Shash-dijo Dylan, levantándose a por una taza de café-. Si algo he aprendido en todo el tiempo que llevo casado con Annie, es que cuando no entiendo algo de lo que dicen es por mi propia seguridad.
               -Pero si tienes un ruso impecable, mi amor-ronroneó mamá, acariciándole la barbilla a Dylan y jugando con su barba de una forma en que supe que esa noche iban a practicar el noble arte de hacer bebés, pero sin bebé de por medio. Supongo que no hay nada que aumente más la fertilidad que estar en presencia de uno.
               -Aaaaaaaaaaaaal-gimoteó Duna en mis rodillas, poniéndome ojitos.
               -¿Qué?
               -¿Me enseñarías a hablar ruso?-lloriqueó.
               -¿Y a mí?-pidió Astrid.
               -¿Y a mí también, porfa?-añadió Dan.
               -Bueno, pero si os portáis bien.
               -¿Qué tenemos que hacer para portarnos bien?-quiso saber Astrid.
               -Pues…
               -¿Ver una peli calladitos?-ofreció Dan, y a mí no me pareció mala idea, tanto porque así estaban entretenidos como porque así tenía la excusa perfecta para no soltar a Avery, así que asentí y les ofrecí que escogieran qué película querían ver. Después de una reñidísima discusión en la que Dan perdió por goleada (estuvo al borde de llegar a las manos con Astrid porque ella quería ver La Sirenita y él La ruta hacia El Dorado, hasta que Duna dijo que quería ver Wall-E y él accedió de buena gana), finalmente pusimos Wall-E y los críos se acurrucaron a mi alrededor. Dylan y Mimi prepararon palomitas mientras mamá sacaba zumos y los repartía en vasos de colores (Duna me dio el naranja porque sabía que era mi color favorito, para celos terribles de Dan).
               La tormenta todavía resplandecía de vez en cuando en el horizonte, pero los truenos ya no alcanzaban nuestra casa; la lluvia no amainaba, eso sí, aunque pronto dejé de mirar por la ventana y me concentré en la película.
               O lo intenté, porque Sabrae se había sentado a mi lado con las piernas cruzadas y me acariciaba la pierna con su pie. No lo hacía de forma sensual ni nada por el estilo, sino que simplemente era una de las muchas costumbres interiorizadas que ni sabía que tenía, y a mí me encantaba que me acariciara fuera como fuera y tuviera las intenciones que tuviera.
               Quizá por eso me fue más fácil devolverle a Avery a Vee cuando llegó antes de que terminara la película, con veinte minutos o así de adelanto con respecto a los créditos, porque echaba mucho de menos a su bebé y, además, prefería darle el pecho antes de prepararla para acostarse.
               -Hola, mi preciosa-ronroneó Vee cuando yo se la entregué (un pelín de mala gana, debo admitir). Si conmigo había sonreído, con su madre Avery directamente se rió, exhalando grititos de entusiasmo y agitando los pies en el aire de la ilusión al verla. Vee la abrazó y se la comió a besos, acariciándole con cuidado la cabeza y sosteniéndola contra sí-. ¿Se ha portado bien? ¿Os ha dado guerra?
               -Ha sido una santa-contestó mamá, y Vee la miró y le dio otro beso.
               -Mi niñita, qué buena eres. Te he echado mucho de menos, princesita mía-le dio un mordisquito en un moflete y Avery se rió. Kiara, que tenía a Astrid entre las piernas, levantó el pulgar en señal de aprobación cuando Vee la miró, como buscando confirmación de que su hija había sido buena.
               -¿Cómo van?-preguntó Sabrae, y Vee se encogió de hombros. Se sentó en el sofá y arrulló a su hija mientras se quitaba el jersey, preparándose para darle el pecho.
               -Me pareció que aún les quedaba bastante. Tienen mucho que comentar y hay bastante diferencia de opiniones.
               -Nadie podía esperárselo-me burlé, y Sabrae se rió y puso los ojos en blanco.
               -He dejado a Niall con Chad y los demás porque ya me parecía demasiado abusar de vosotros-Vee miró a mamá, que agitó la mano en el aire.
               -No digas eso; nos encanta cuidarla. Podéis tardar todo lo que queráis en decidir qué hacer con la situación de Diana si así vamos a tener a este tesorito en casa más tiempo-mamá le sopló en la tripa a Avery, que se rió y agitó las manos en el aire para que la cogieran. No me miró ni una sola vez.
               Traidora.
               Vee la cogió en brazos y se puso a charlar con mi madre mientras le daba el pecho y los demás terminábamos la película. Para cuando empezaron los créditos, Sabrae y yo intercambiamos una mirada. Ahora que Avery estaba un poco más lejos, la tensión entre nosotros había ocupado de nuevo el centro de nuestros pensamientos, y ya había pasado el suficiente tiempo con mi familia como para que ella decidiera que estaba justificado ser egoísta.
               Menos mal, porque yo me moría de ganas por poder follar con ella al fin.
               Nos levantamos, ayudamos a recoger todo lo que habíamos desperdigado por el salón, y mientras tirábamos las cosas a la basura, ya solos en la cocina, Sabrae se giró y me miró.
               -¿Sigues queriendo que vayamos a mi casa a acostarnos?-preguntó.
               -¡No-o-o-O-o-O-o!-balé yo de manera irónica, haciendo unas florituras con la voz que ya quisiera Beyoncé. Sabrae se echó a reír sonoramente.
               -Vale, menos mal, es que…-se acercó a mí, juguetona-, como te veía tan contento con mis hermanitos y Avery, creía que se posponía hasta nuevo aviso.
               -Saab, no me jodas: un polvo contigo está en la base de mi pirámide de necesidades. Justo al lado de respirar.
               Sonrió, rodeándome la cintura con los brazos, que entrelazó en mi espalda, y mirándome desde abajo con esa sonrisa seductora que me ponía cuando sabía que iba a decirme algo que me desarmaría completamente.
               -Joderte es exactamente lo que tengo pensado hacer, Whitelaw-ronroneó cual gatita; la verdad es que mi vida había mejorado bastante desde que ella había aprendido cómo hacer los ruiditos que hacía cuando le comía el coño antes de que le comiera el coño.
               Uf, qué suerte tenía. Ni loco la iba a dejar escapar.
               La tomé de la mandíbula y me acerqué a su boca.
               -Lo quiero por escrito, Malik.
               Pegué mis labios a los suyos y ella me los lamió.
               -Se me ocurre con qué puedo escribírtelo y dónde puedo escribírmelo-tonteó, y joder si no me dieron ganas de subir corriendo a mi habitación. Pero no: debía ser fuerte. Logré contenerme sólo porque sabía que no podríamos hacer el ruido que nos apetecía y nos merecíamos al estar la casa tan llena de gente.
               -Si se te olvida, yo tengo un par de ideas para sustituirlo-repliqué, y ella se rió. Pegó sus labios a los míos y me pasó los brazos por el cuello mientras por mi mente desfilaban las imágenes de cuando me dejó correrme en su cara y de mi semen en sus tetas. Joder, íbamos a hacer que nuestro duro sacrificio mereciera la pena.
               Hablando de cosas duras…
               Sabrae me puso una mano en la entrepierna y sonrió, sus dientes rozándome los labios.
               -Larguémonos de aquí-propuso.
               -A la orden.
               Fuimos prácticamente corriendo a por nuestros abrigos, y mi madre nos preguntó si íbamos a cenar en casa más por protocolo que por otra cosa.
               Cuando dijimos que no, Shasha preguntó:
               -¿Y a dormir?
               Lo hizo en un tono burlón que me recordó que la había parido la misma mujer que a Scott, porque eran igual de imbéciles los dos. Duna la miró sin entender, pero Sabrae se rió y se despidió apresuradamente de todos los presentes, y cuando se metió debajo del paraguas que cogí del paragüero, comentó entre risas:
               -¿Recuerdas cuando me daba miedo tu abuela? Ahora estoy segura de que piensa que soy una golfa y no podría darme más igual.
               -Mi abuela sabe que eres una golfa porque yo soy un golfo y tú yo somos iguales-respondí, dándole una palmada en el culo y asegurándome de taparla con el paraguas mientras cruzábamos la calle iluminada por las farolas. Agitamos la mano en dirección a la habitación de Jordan, que tenía la luz encendida y justo en ese momento estaba frente a su ventana.
               -¿Adónde vais tan corriendo?-llamó.
               -¡A comprar turrones a Harrod’s!
               Jordan se echó a reír.
               -¡Que lo paséis bien!
               -¡Y tú!-contestó Sabrae. Juraría que había una silueta femenina tras Jor cuando cruzamos su jardín para atajar por su casa, pero, la verdad, con lo que me esperaba ahora, por mí como si tenía a toda la plantilla de Victoria’s Secret con él en la habitación. Saab y yo prácticamente corrimos hacia su casa; cada minuto contaba, no sólo porque queríamos aprovechar tanta soledad como pudiéramos rascar, sino porque llevábamos todo el día calentándonos mutuamente y aquello era insostenible.
               Atravesamos su calle en tiempo récord, y para cuando subimos las escaleras de su porche, yo ya estaba comiéndole el cuello y haciéndole imposible que metiera la llave en la cerradura. Gimió contra mi boca y se giró un momento.
               -¿Quieres dejar que abra la puerta, por Dios bendito?
               -Dijimos que vendríamos a tu casa y ya estamos en tu casa; nadie dijo nada de hacerlo dentro-dije, y lo decía totalmente en serio. Estaba más que dispuesto a darle la vuelta y follármela contra la pared de su porche, así de desquiciado estaba.
                Sabrae se rió sonoramente, atinó a meter la llave en la cerradura y la giró. Todas las luces estaban apagadas, pero no las encendimos mientras fuimos besándonos y chocándonos contra todos los muebles en dirección a su habitación. Sólo encendimos la luz de su habitación, y a mí casi me dan ganas de llorar cuando escuché el sonido de su puerta al cerrarse tras de mí.
               Sabrae se quitó la sudadera empapada de lluvia y se abalanzó sobre mí, con su pelo mojado chorreándome agua por el pecho. Se peleó con mi sudadera hasta que consiguió quitármela, y me condujo a la cama a trompicones mientras luchaba con el cordón de mi pantalón de chándal gris.
               Se tumbó en la cama, totalmente ajena a lo mojada que estaba, y suspiró cuando finalmente consiguió deshacer el nudo (doble, para que se jodiera; eso por frotárseme contra la polla antes de decirme que mejor follábamos más tarde) y empezó a tirar de mis pantalones hacia abajo.
               -Busca tú los condones-me suplicó.
               -Vale-jadeé contra su piel. Antes de poder separarme de su cuerpo necesitaba más estímulos, así que le quité la camiseta y no pude resistirme a besarle el torso. Me detuve a darle mordisquitos sobre los pechos y Sabrae gimió, cerrando las piernas en torno a mis caderas.
               -Alec, por favor, busca los condones o lo acabamos haciendo a pelo-me suplicó, y yo me reí contra su carne de gallina, más por lo que le estaba haciendo que por la temperatura gélida del exterior.
               -Eso le encantaría a mi abuela.
               -La que piensa que soy una golfa.
               -Pues dale motivos para ello.
               -Una golfa es una mujer que disfruta de su sexualidad-me recordó, y yo me reí contra su piel.
               -Créeme: soy un firme defensor de las golfas de este país; para mí no es nada malo que lo seas. Anda que no habré aprendido yo con tus congéneres…
               -Eres un sinvergüenza-protestó, y yo me reí, bajándole los leggings y metiendo la mano por dentro de sus bragas. Sabrae se arqueó contra mis dedos y gimió mi nombre.
               -¿Sabías que un sinónimo de “sinvergüenza” es “golfo”?-pregunté, y ella se rió, y a la mitad su risa se convirtió en un jadeo cuando le rocé el clítoris con los dedos y el lóbulo de la oreja con los dientes.
               -Al, por favor-suplicó, y yo me reí y me separé de ella. Me incorporé para buscar los condones, y para eso, me apoyé en la pared de al lado de su cama.
               O en lo que yo pensaba que era la pared, porque ahora había colocado una foto nueva. Me giré para mirarla, sorprendido y curioso por ver qué había elegido para tenerlo ahí, siempre a la vista, de lo primero que veía al levantarse y lo último que veía antes de dormir.
                Sabrae,
               Sonreí al reconocer mi letra, al reconocer qué carta era. No había empezado ninguna otra de esa forma: sólo con su nombre, sin rodeos.
               Me suda la putísima polla lo que tu madre piense de mí. Lo único que me importa es lo que pienses tú. Así que deja de intentar romper conmigo, porque no te lo voy a consentir.
               Ya me estás llamando ahora mismo por teléfono en cuanto abras esto. Quiero mi puto momento cerdo con mi novia, y ni Zayn Malik, ni Sherezade Malik, ni María Santísima me lo van a quitar.
               Espero tu respuesta.
               TU NOVIO, LE PESE A QUIEN LE PESE,
               Alec
               Me reí por lo bajo y Sabrae abrió los ojos.
               -La has enmarcado-dije, y la miró y se rió.
               -Pues claro, ¿qué esperabas?
               -Debe de ser la primera vez en tu vida que me haces caso en algo-comenté, riéndome, y Sabrae se arrastró por debajo de mí.
               -Pues págamelo con la misma moneda, y hazme caso a mí-alcé una ceja, expectante. Se incorporó hasta poner su boca junto a mi oído y susurrarme-. Quítame la ropa, ábreme las piernas, y haz que me gane la fama que tengo con tu familia.
               Y, por si acaso el plan no me parecía suficientemente tentador, me lamió y me mordió el lóbulo de la oreja. Como si necesitara algún incentivo más.
               Como si que sus padres vieran eso cada vez que iban a verla por las noches no me pusiera como un auténtico animal.
              

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1 comentario:

  1. Bueno empezar diciendo que me ha saltado un tick en el ojo con los primeros momentos del capítulo porque las interacciones de Saab y Kiara solo me han hecho pensar en ciertos acontecimientos que ocurrirán en el futuro y que a una servidora no le gustan nada.
    Moving on….. me muero con Alec y Avery y mi grandote emocionándose teniéndola en brazos e imaginándose una vida con Saab y teniendo hijos con ella y echando la vista atras cuando sea mayor. Me muero de pena y de amor.
    Acabar diciendo que estoy deseando ver que le tiene preparado mi niña.

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