lunes, 23 de septiembre de 2024

Hay vida después de mí.


¡Toca para ir a la lista de caps!

La única razón por la que no recurría a mi infalible truco de meter la cabeza debajo de la almohada para poder volver a conciliar el sueño cuando empezaron las audiciones del concierto de heavy metal a las que se estaba presentando el bebé del piso inferior era porque Sabrae tenía la cabeza apoyada en la misma almohada. Créeme, tengo que querer a alguien mucho para renunciar a ese as bajo la manga que había tenido que ir perfeccionando a lo largo de los años, cuando Mimi decidía que ya había dormido lo suficiente después de pasarme toda la noche del viernes de fiesta y la mañana del sábado encerrado en el gimnasio quemando la testosterona que había ido acumulando por la noche, y se ponía su música clásica infernal en el piso de abajo para practicar los mismos movimientos que ya se sabía de memoria y que no podía pulir más.
               Pero es que así de enamorado estoy.
               Aunque los pulmones de Avery, que parecía más bien hija de Zayn que de Niall, estaban poniendo a prueba ese amor y llevándolo a sus límites, que estaban más lejos de lo que nadie podía esperar de alguien con mis antecedentes y peligrosamente más cerca de lo que me gustaría admitir.
               De momento sólo me quedaba dar vueltas en la cama y tratar de contar ovejas. Ovejas esponjosas, de lana blanca como la nieve que las hacía parecer nubes con patas, y, sobre todo, ovejas mudas.
               Para salir con la hija y hermana de dos de los mejores cantantes del país, toleraba bastante mal el ruido, pero es que estaba ya hasta los huevos. ¿Niall y Vee no tenían más sitios donde dejar a la cría que en mi puta casa, o por lo menos hacerlo cuando ella estuviera dormida y no los echara de menos? Joder. Mimi tenía sus motivos para pincharme, pero Avery había venido a joderme de gratis, cuando yo sólo me había chupado las horas de avión por estar con mi familia, ser un buen hermano, amigo y novio.
               Bufé y me di la vuelta de nuevo en la cama cuando los gritos de Avery se desplazaron del salón a la cocina y reverberaron por todo el pasillo en cuanto alguien atravesó el pie de las escaleras con ella en brazos. Tomé tanto aire que me dolieron las costillas, y cuando lo solté por la nariz, escuché una risita a mi lado.
               Abrí los ojos y me encontré con los más bonitos que había visto en mi vida, a pesar de que ahora mismo estaban un poco apagados por el cansancio de las noches en las que habíamos dedicado muy poco tiempo a dormir y bastante a hacer otras cosas. Sabrae me sonrió con dulzura y metió una mano debajo de la almohada, acurrucándose un poco más sobre la almohada y poniéndome unos ojitos que me metían en problemas cada vez que aparecían.
               Pero a mí me encantaban los problemas, así que estiré la mano hacia ella y se la coloqué sobre la cadera.
               -Dime que vamos a tardar en tener críos-le pedí en un susurro, porque a pesar del concierto, Shasha todavía estaba dormida. Tenía la cara girada, de modo que no podía ver su expresión, pero podía ver que sus ojos apenas se movían mientras respiraba despacio. Se me ocurrió una idea siniestra: si Avery no la había despertado ya, pocas cosas lo harían. Quizá hubiera heredado la capacidad de Scott de seguir dormido incluso cuando se desataba un apocalipsis a su alrededor.
               Lo cual me dejaba un par de opciones para quitarme el mal humor que me producía el sueño…
               -Por lo menos hasta que recupere las horas de sueño que tengo atrasadas-asintió Sabrae, frotándose la cara. Me eché a reír y me acerqué un poco más a ella, de modo que la punta de su nariz estaba pegada a la mía y podía inhalar su respiración.
               -Ya que va a estar un poco difícil que durmamos ahora mismo-ronroneé contra sus labios antes de darle un beso-, ¿qué te parece si añadimos unas pocas más al saldo?-Metí la mano que le había dejado sobre el costado por dentro de la camiseta y la deslicé hacia sus tetas. Apenas le había rozado el pezón con la yema de los dedos cuando Sabrae se mordió el labio, se frotó las piernas y me agarró el bíceps. Hizo un gesto con los ojos en dirección a Shasha y yo puse los ojos en blanco-. No se va a enterar.
               -Sí me voy a enterar-respondió Shasha todavía sin girarse. Debí de poner una cara curiosa, porque Sabrae se rió en silencio y asintió con la cabeza, encogiéndose de hombros.
               -¿Cuánto llevas haciéndote la dormida, enana?
               -Desde que Avery empezó a llorar. Todavía me ha dado tiempo a escucharte roncar un par de veces.
               -Yo no ronco-protesté, incorporándome.
               -Te lo dije: sí que lo haces. A veces-Sabrae se encogió de hombros, enrollándose en la sábana igual que hacía cuando terminábamos de acostarnos-. No siempre, pero sí.
               -Pensé que un huracán de categoría 3 estaba pasándonos por encima-se burló Shasha.
               -¿Y por qué no has protestado? Ah, se me olvidaba. Seguro que te hizo ilusión porque te ha hecho fantasear con la vida que vas a tener cuando te cases con Josh, que también ronca, y mucho-la pinché, y Shasha se puso en pie de un brinco y trató de darme un manotazo. Normalmente la habría dejado (como siempre hacía, porque era bastante previsible en sus movimientos por mucho que Sabrae lloriqueara sobre que se movía con más rapidez de la que le correspondía a ningún ser humano; pero Sabrae no era campeona de boxeo y no tenía los reflejos que tengo yo), pero como iba derecha a mis huevos, ya que no se guiaba por ningún código de honor por el que respetara algunas partes, la detuve antes de que pudiera llegar a rozarme siquiera.
               -¡Deja de decir que me gusta Josh, pesado!
               -Shasha y Josh, sentados bajo un árbol, dándose besitos-canturreé, y Shasha intentó abalanzarse sobre mí, pero tropezó con Sabrae y se dio de bruces sobre el colchón. Sabrae se la quedó mirando con hastío.
               -Impresionante-dijo solamente, y yo me reí. Shasha se incorporó como un resorte y la fulminó con la mirada.
                -Jamás pensé que serías capaz de ponerte de parte de un tío antes que de tu propia hermana-acusó.
               -Es que Alec no es “un tío”, y te las estás ganando-contestó Sabrae, encogiéndose de hombros y luchando contra una sonrisa chulita.
               -Si vieras lo bien que me la follo entenderías hasta que se peleara con sus padres por mí, Shash-respondí, dándole un empujón juguetón con el hombro. Sólo después de decir aquello pensé en las implicaciones que tenía lo que acababa de soltar, y se me paró el corazón al pensar en lo mal que lo estaba pasando mi chica y lo a la ligera que acababa de tomármelo. Se había  dormido llorando por las noches, había olvidado lo que era disfrutar de sus canciones preferidas y había perdido la seguridad que uno sólo es capaz de sentir en su casa, ¿y yo era tan insensible y anormal como para reírme de ello?
               Miré a Sabrae dispuesto a pedirle perdón, a deshacerme en disculpas si hacía falta por mi falta de sensibilidad, pero me la encontré sonriendo. Puede que hubiera un deje triste en su sonrisa, pero no lo suficiente como para preocuparme.
               No soy una muñeca de cristal, recordé que me había dicho cuando hablamos de lo del voluntariado y nuestro futuro más inmediato. No te preocupes por mí; lo puedo soportar.
               Si habíamos llegado hasta donde estábamos era porque no nos hacíamos daño, o por lo menos no a propósito. Así que puede que hubiera estado fuera de lugar, pero eso era justo lo que Sabrae echaba de menos: que no la trataran con guantes de seda, que la empujaran sin preocuparse de dejarle moratones o desestabilizarla. E, incluso entonces, si ella tropezaba, confiar en que sería capaz de levantarse sola.
               Shasha mientras tanto hizo un mohín, y se sentó a lo indio echándose el pelo hacia atrás. Los gritos de Avery continuaban en el piso de abajo, pero ahora que me había levantado un poco ya no me parecían tan ofensivos. Estaba claro que no iba a dormir más, y ya que tenía que llamar a Nechisar para hablarle a Valeria de mis planes y de cómo casarían con el tiempo que me iba a pasar lejos del voluntariado en abril, bien podía ponerme en marcha ahora.
               Shash se miró las puntas de la melena mientras Sabrae se acurrucaba de nuevo en la cama, recostada de lado con el cuerpo vuelto hacia mí, y me pasaba los dedos por el antebrazo,  perdida en sus pensamientos.
               Abrí la boca para avisar a las chicas de que iba a quitarme de delante la llamada al campamento, pero Shasha habló antes que yo.
               -¿Qué creéis que van a decidir con lo de Diana?
               Sabrae dejó de acariciarme por debajo de las sábanas y miró a su hermana pequeña. Se incorporó y se apartó también los rizos de la cara, pero un par de ellos volvieron a caer sobre su rostro en cuanto retiró la mano.
               -No te preocupes por eso, Shash. No es algo que tengamos que decidir nosotras, y es mejor así.
               -Odio que no quieran ni saber nuestra opinión-se quejó Shasha, torciendo la boca y apretando ambas manos en sendos puños.
               -Estoy segura de que ya la saben.
               -¿Qué quieres tú?-preguntó la más joven en tono acusador, y Sabrae tomó aire y lo soltó, permitiéndose un momento para pensar su respuesta.
               -Quiero que Diana esté bien, y que les vaya lo mejor posible-contestó al fin, tomándole las manos a su hermana.
               -Sabes que no es eso a lo que me refiero. ¿No quieres que cancelen la gira?-la presionó, y ante el silencio de Sabrae, añadió-: tampoco sería para tanto. No le deben nada a nadie.
               Me quedé pasmado al escuchar a Shasha verbalizarlo de esa manera. Puede que fuera por puro desconocimiento, ya que al fin y al cabo yo era ajeno a esa parte de la vida de la familia Malik, pero cancelar una gira me parecía un asunto muy serio y que iba a pasarles factura sin duda. Después de todo, había muchos intereses en juego, y había muchas personas que habían hecho grandes sacrificios para preparar el camino que Chasing the Stars estaban recorriendo ahora.
               Entendía perfectamente que mis amigos eran personas que necesitaban también parar de vez en cuando, y aunque al principio me había chocado la manera en que todos  en la banda habían pensado en las consecuencias de cancelar, tanto en el corto como en el largo plazo… la verdad es que no dejaba de comprender también el punto de vista del público. Toda esta situación era una puta mierda, y como toda puta mierda, apestaba: tenían que elegir entre preservar la salud de Diana o afianzar una carrera muy prometedora y, quizá más tarde, darse un respiro con el que resolver todas sus mierdas. No sabía de la industria de la música como del deporte de élite, pero aunque mundos en apariencia opuestos, en realidad no eran tan distintos como la gente podía pensar: ya fuera en el ránking de boxeadores a nivel nacional o internacional, o en el listado de los éxitos de Billboard, la cuestión era que la competencia era despiadada, y sólo los que estaban en la cima tenían más poder de decisión y, por consiguiente, libertad. Yo no había luchado por defender ningún título oficialmente, y sí por conseguirlo, así que no me había correspondido a mí establecer las normas del combate en el que me jugaría el oro con otro chaval con las mismas intenciones que yo. En la música pasaba lo mismo; podía haber varios ganadores en función de en qué te fijaras, si en ventas, reproducciones online o entradas para conciertos, pero incluso cuando el mercado era más amplio que en el boxeo, también lo era la competencia. Las adolescentes tienen una paga limitada que sólo les permite comprar un disco, así que deben elegir. Si tu concierto coincide con el de otro artista, os repartís el público.
                 Y el público suele inclinarse por quien nunca le ha defraudado si es que dos artistas le gustan lo mismo. Es cruel, pero es la realidad; igual que yo había elegido conciertos de The Weeknd en los que sospechaba que serían más especiales (porque fueran principios o inicios de gira, por ejemplo), el resto del mundo dudaría de CTS si desaparecían en pleno ascenso. ¿Que era jodido? Puede ser. ¿Que no me molaba una mierda porque yo conocía a Diana personalmente? Claro.
               Pero yo no vivía sobre el escenario, sino frente a él, así que podía tener más empatía con el público que renunciaba a sus sueños para poder hacer pequeños sacrificios disfrutando de retazos de gloria estando en presencia de artistas. Los artistas eran personas, sin duda, pero también eran algo más. Y ese más era lo que garantizaba que siguieran existiendo e importando una vez su luz se apagara; tenía que costarles algo que a los demás no se nos permitía pagar, o que directamente se nos arrebataba.
                El lujo es lujo por su exclusividad, no por su precio. Había cosas sólo al alcance de unos pocos por motivos injustos, pero a todos se nos hacía elegir. Yo había elegido la tranquilidad de mi familia y me había bajado del ring.
               No podía tener un cinturón de campeón, mi nombre escrito en la historia, y a la vez que mis padres y mi hermana no se preocuparan, así que yo había tomado mi decisión después de valorar seriamente las consecuencias.
               Que Shasha le planteara a su hermana algo equivalente como si no fuera a tener ese impacto que Scott y los demás habían tenido que explicarme en el hospital era un disparate, y una prueba de una posición de privilegio en la que yo nunca me había visto (ni pretendía verme, la verdad).
               Sabrae me miró un momento, y luego miró a Shasha otra vez.
               -Sí sería para tanto, Shash. Y sí le deben algo a la gente. Tú más que nadie deberías saber cuánto le debemos al público en esta familia-le recordó, y Shasha torció la boca y agachó la cabeza, asintiendo una vez-. Pero eso no quiere decir que, a veces, parar no sea lo correcto. Incluso aunque nos odien.
               -Es muy injusto-gimió por lo bajo.
               -Ya lo sé, peque.
               -Ahora que papá estaba casi curado…
               -No es algo de lo que te tengas que preocupar tú—le recordó Sabrae, cogiéndole la mano-. Confía en ellos, ¿vale? ¿Ves? Por esto, precisamente, han decidido que tienen que hablarlo ellos solos. Nosotras no lo entendemos.
               -Scott no se merece que el mundo se le eche encima-se quejó Shasha, y Sabrae hizo una mueca.
               -Ay, pequeña-murmuró, acercándose a ella y envolviéndola con los brazos. Yo me uní a su abrazo, porque me rompió el corazón ver a Shasha tan destrozada. Puede que no pensara en la gente a la que no conocía, los millones y millones de personas que habían hecho que pudiera tener esa vida, pero la preocupación por un hermano que no se merecía que no le pasara nada malo era algo con lo que yo podía empatizar perfectamente, porque eso sí que lo teníamos en común Shash y yo.
               Sabrae le dio un beso en la cabeza a su hermana y le acarició el pelo, lo cual me hizo darme cuenta de cómo de preocupada y necesitada de consuelo debía de estar Shash si nos permitía sobarla de esta manera.
                -No te preocupes por esto, ¿vale? Todo va a ir bien. Papá y mamá lo tienen todo controlado, y encontrarán la mejor solución.
               -Papá y mamá no han conseguido arreglar todavía lo vuestro-replicó Shasha con tono lastimero-, así que no sé si esto no les vendrá un poco grande.
               Quizá por eso Saab no se había inmutado cuando yo solté mi gilipollez: puede que, en el fondo, se sintiera culpable de que los esfuerzos de sus padres no fueran suficientes, y que sus hermanas lo notaran de una manera tan evidente.
               -Estamos en ello-le dijo, dándole un beso en la cabeza, y luego una palmadita en el hombro-. Anda, ve a desayunar. Estás demasiado sensiblona, y creo que es que tienes hambre.
               Shasha no puso los ojos en blanco ni le soltó un improperio a Sabrae, sino que se limitó a asentir con la cabeza, darle un beso en la mejilla, darme otro a mí, y arrastrarse por la cama hasta que sus pies tocaron el suelo y pudo salir de la habitación con Trufas pegado a sus talones.
               Cerró la puerta, un gesto de deferencia que me encantaría que tuviera mi hermana, y escuché a Sabrae revolverse bajo las sábanas antes que yo.
               -No se lo tengas en cuenta-me pidió.
               -¿El qué?
               -Lo que acaba de decir. No es ninguna malcriada. Nuestros padres se aseguraron de que creciéramos siendo muy conscientes de cuánto le debemos al público y poder dedicarnos a lo que nos dedicamos. Shasha lo sabe muy bien; mejor que los demás, diría yo, si tenemos en cuenta lo mucho que le gusta la cultura de Corea y todo lo que tiene que ver con el K-pop. Su nivel de sacrificio está a otro nivel, es sólo que… está asustada-Sabrae se encogió de hombros y luego los bajó, derrotada-. Pero todos en casa sabemos que somos de los afortunados. Y, si no, cada minuto del día hay alguien que nos lo recuerda-murmuró en voz más baja, deslizando la vista hacia su móvil. Me enfadé muchísimo de repente, recordando todo por lo que me había dicho que había pasado, cómo el mundo entero se le había echado encima.
               Vale, quizá había sido injusto juzgando a Shasha por lo que había dicho sobre cómo no pasaría nada si cancelaban la gira de CTS para que Diana pudiera mejorar. Ella había estado al lado de su hermana mientras todo Internet la despedazaba, la llamaba consentida y malcriada por no ser una esclava servicial y sonriente las 24 horas del día. Las hermanas Malik tenían derecho a su privacidad, a sus días malos y sus días buenos en tranquilidad. No eran un producto, sino personas.
               Que su padre fuera artista no quitaba de que fuera su padre, con derecho proteger a sus hijos y defenderlos a capa y espada, aunque a veces  o con algunas no ejerciera.
               Yo también había tenido mis periodos de pausa por lesiones, y nadie me había juzgado mientras me recuperaba. Lo justo era que con Diana pasara lo mismo.
               Pero, claro, yo había sacado una conclusión errónea por fácil y precipitada que Sabrae acababa de corregirme; el resto del mundo no tendría la suerte de que Saab les explicara por qué se merecían tener una pausa de vez en cuando. Muchos ni siquiera querrían escucharla.
               Las cosas iban a ponerse muy jodidas por aquí, y todas las manos disponibles no serían suficientes llegado el momento. Quizá la decisión que tomaran los padres de Diana junto a su hija y el resto de la banda deberían hacer que me replanteara lo mío de volver a Etiopía, por muy reticente que me sintiera ante eso. Sabía que era un egoísta pensando siquiera en quedarme como una posibilidad y no una obligación, pero…
               -Ni se te ocurra-advirtió Sabrae, y yo me la quedé mirando. Tenía una expresión decidida en el rostro, hecha de pura determinación y una pizca de advertencia que me hizo saber que me había leído el pensamiento.
               -Quizá deberíamos volver a hablar de lo de Etiopía una vez que nos digan qué han decidido... tampoco es tan descabellado, ¿no? Lo habéis pasado mal mientras yo no estaba, y la misma Shasha ha dicho que las cosas entre tus padres y tú todavía no están del todo bien. Necesitarás muchos apoyos después de esto.
               Sabrae esperó a que terminara, y dejó que un silencio tenso creciera entre nosotros antes de inclinarse hacia mí, tomarme el rostro entre las manos y decirme:
               -Ya te he dicho que no somos tu responsabilidad, Al. Quieres volver-me recordó, acariciándome la mejilla con la yema de los dedos-, y yo jamás me perdonaría el hacerte renunciar a uno de tus sueños para que me cuides.
               Me dio un beso en los labios ligero como una pluma, pero profundo como el océano. Lo suficientemente profundo como para hacer que me olvidara de todo lo que estaba pasando, así que también sería bastante para que se olvidara ella. Mis cagadas de la mañana, los berridos de Avery, lo mal que había pensado de Shasha y lo equivocado que estaba… todo pasó a un segundo plano, eclipsado como siempre por esa ardiente necesidad de tener a Sabrae, de que me bautizara gimiendo mi nombre y que le diera sentido a cada rincón de mi cuerpo mientras entraba dentro de ella. Las ganas de estar con ella siempre estaban ahí, como unas agujetas de las que nunca llegabas a curarte del todo, porque siempre ibas a más y nunca te estabilizabas en los ejercicios; pero, igual que con las agujetas, había momentos en los que pasaban de estar latentes a arderte bajo la piel.
               Estar con ella en una cama, con sus dedos alrededor de mi cara, sus labios rozando los míos, su respiración entrándome por la boca entreabierta igual que cuando hacíamos el amor sentados y la dulce curvatura de sus senos rozándome el pecho a través de su camiseta provocaba uno de esos momentos.
               Así que me acerqué un poco más a ella para devolverle el beso, y convertirlo en dos, y en tres. Le aparté el pelo del hombro y le acaricié el cuello, y ella se rió, poniéndome una mano en la muñeca.
               -Vamos abajo a que llames a Nechisar-me dijo, resistiéndose como una campeona a mis besos-, antes de que consigas encontrar una excusa para quedarte.
               Como si necesitara una excusa, pensé. Ya tengo la mejor razón para hacerlo.
               -Mm-repliqué, bajando la mano hasta su cintura y tirando de ella hacia mí. Esta vez Sabrae dejó que continuara besándola, no demasiado convencida del papel de responsable que le tocaba representar-. Y yo que pensaba que habías hecho que Shasha se marchara para poder quedarnos solos.
               Agarrándola de la cintura, la senté encima de mí y eché a un lado las sábanas. A pesar de que la noche había hecho que la temperatura descendiera en picado me sentía como si acabara de aterrizar en un paraíso tropical, cálido y…
               … húmedo, como el hueco entre sus piernas.
               Sabrae suspiró cuando notó el contacto de mis dedos sobre sus bragas, explorando las pistas de sus ganas de mí.
               -Mi vida no gira en torno a ti, ¿sabes?-respondió con chulería, y yo me reí, deslizando los dientes por su cuello mientras la masajeaba en círculos por encima de su ropa interior. Tal y como esperaba, sus caderas la  traicionaron y empezaron a seguir el ritmo y la dirección de mis movimientos.
               -Qué mentirosa eres-me burlé. Le di un suave mordisquito en el hombro y ella soltó un gemido femenino que me puso más aún como una moto. Joder, me iba a volver loco sólo con escucharla.
               La necesitaba. La necesitaba como no había necesitado a nada en toda mi vida. Dormir a su lado era una mala idea cuando queríamos mantenernos célibes, pero, por suerte, aquello no formaba parte de nuestros planes. O al menos no lo habíamos hablado así.
               Además, iba a pasarme meses lejos de ella. No tenía ningún sentido esperar. Si Avery seguía llorando como loca, era la tapadera perfecta para que echáramos un polvo; y si no, bueno… siempre se me había dado bien taparle la boca con morreos.
               Le quité la camiseta y Sabrae suspiró. Me rodeó los hombros con los brazos y echó la melena hacia atrás. Me acarició la cabeza con ambas manos, hundiendo las manos en mi pelo mientras yo la levantaba un poco para poder besarle los pechos. Volvió a suspirar, y un escalofrío la recorrió de arriba abajo cuando mi lengua se ocupó de sus pezones.
               -Alec…-me pidió. Y, por la forma en que lo hizo, supo que me estaba pidiendo que me contuviera. Pero no quería contenerme; quería esto, la quería a ella, y lo mejor de todo era que sabía de sobra que a ella también le apetecía hacerlo. Nunca habíamos empezado nada que a ninguno de los dos nos aborreciera; cuando alguno estaba cansado o no quería, lo decía claramente, y el otro lo aceptaba sin rechistar. Ni siquiera me había sentido que me estaba “conformando” cuando había hecho amago de empezar algo con Saab y ella me había parado los pies, pero esto era diferente. Si quería decirme que no no era porque no me deseara, sino porque había algo con lo que pensaba que teníamos que cumplir.
               Suerte que yo me permitiera el lujo de ser un irresponsable.
               -Quiero tener sexo contigo-susurré contra su piel, besándole los pechos y pasándole la lengua por el hueco entre ellos. Sabrae se estremeció de pies a cabeza, se mordió el labio y arqueó la espalda.
               Me estaba ofreciendo sus curvas para que yo las saboreara.
               Lo digo por si le da por interrumpirme mientras narro para hacerse la digna y decir que yo no tengo remedio.
              
               ¿No? Vale.
               -No podemos-dijo, y yo me reí contra su piel. Ahora tenía las manos en sus caderas, pero éstas habían aprendido el ritmo que le marqué sobre su entrepierna y continuaban frotándose en círculos contra mí. La fricción era deliciosa, y pronto estallaría en llamas.
               -Ya te digo yo a ti que -repliqué. Francamente, no se me ocurría qué podía pasarme que me impidiera satisfacerla, darle todo lo que se merecía. Creo que incluso estando tetrapléjico me las apañaría para seguir dándole el mejor sexo del que había hecho disfrutar a una chica.
               Lo cual ya era mucho por... bueno, ya sabes, mi historial y credenciales.
               -Te habías quedado para estar con tu familia, no para seguir foll… acostándote conmigo-se corrigió al último momento, porque sabía que si me decía la palabra “follar”, los dos estaríamos perdidos. Yo, porque sí que no querría parar; y ella, porque se la repetiría mirándola a los ojos y se le olvidaría todo lo que ahora estaba intentando de retenerla.
               -Tú eres mi familia-le recordé, chupándole de nuevo un pezón.
               -Oh, Dios…-gimió Sabrae, arqueándose contra mí y frotándose contra mí. Uf. Ya me estaba encantando, ya me sentía a reventar, como cada vez que entraba en su apretado y dulce coño, y ni siquiera nos habíamos quitado aún los pantalones. Definitivamente, esto prometía.
               -Además… es evidente que no vas a dejar que me quede, así que…-me giré para ocuparme de su otro pezón, que recorrí con la punta de la lengua, jugueteando con su piercing. El día que se le ocurriera ponerse un piercing en el otro sería mi perdición-, quiero aprovechar cada oportunidad para que estemos juntos.
               -No es… justo… para… Annie-gimoteó entre jadeos que se acompasaban con los movimientos de mi lengua y cómo la frotaba contra mi entrepierna. Me reí por lo bajo.
               -¿Ves cómo necesitamos follar, nena? Las cosas entre nosotros están muy mal si te estoy comiendo las tetas y tú aún eres capaz de pensar en mi madre.
               Sabrae bajó la cara, me cogió la mía entre sus manos y empezó a besarme con intensidad y necesidad. Su lengua se paseó por mi boca, se enredó con la mía, exploró y me dio sentido en donde no lo había hecho ninguna otra mujer antes. Cerró las piernas en torno a mí, y, jadeante, se frotó contra mi pecho, necesitada como una gatita callejera en una noche de tormenta.
                -Joder-gruñó cuando sintió toda mi envergadura, aún guardada en los pantalones, contra su rincón más sensible. Inhaló profundamente y con dificultad, se mordió el labio y se separó de mí.
               Creí que había ganado, de veras que sí. Habría sido una novedad.
               -Se me ocurre algo.
               -¿El qué?-pregunté; tonto de mí, pensé que iba a sugerirme que probáramos una postura nueva que había encontrado en alguna sección picante de las revistas de las tías.
               Sabrae ancló las rodillas a ambos lados de mis piernas y se inclinó de nuevo hacia mí, coqueteando pero manteniendo una distancia prudente de la que me di cuenta al instante: en cuanto me puso los codos en los hombros. Ese gesto era siempre como una carta de inversión del sentido jugando al Uno: si estabais lejos o considerando si hacer algo o no, lo hacíais. Si estabais cerca, os alejabais.
               No fallaba, por desgracia.
               -Bajamos ahora-dijo, jugueteando con un mechón de pelo que me caía sobre los ojos y relamiéndose los labios- para que estés un rato con tu familia-sus ojos cayeron en picado hacia mi boca y se relamió. Me colocó la mano en la nuca y me acarició el pelo con los dedos extendidos, sus uñas mandando descargas eléctricas como los relámpagos de un volcán en plena erupción, donde luz y ruido se vuelven simultáneos en lugar de acción y consecuencia-. Y luego nos vamos a mi casa y ya follamos allí todo lo que queramos.
               Me dio un nuevo beso, pero éste sin movimiento, sin roce, sin invitación. Sólo un saludo para indicarme que era mi turno de hablar.
               -Suena a plan-respondí-, pero se me ocurre algo mejor.
               -¿El qué?
               Sonreí y le pasé las manos por las piernas.
               -Follamos ahora, en silencio-le dije, subiendo desde sus rodillas a su cintura, recorriendo todos sus glúteos-, y luego follamos en tu casa cuando nos vuelvan las ganas.
               A pesar de que estábamos discutiendo sin violencia, tratando de ver quién cedía antes, Saab sonrió. Por eso precisamente era yo tan insistente: porque sabía que no quería de verdad que nos quedáramos sin hacer nada. Puede que no fuera tan evidente para alguien de fuera que le apetecía esto como podía serlo conmigo, pero yo no era alguien de fuera y tampoco estaba lejos. Sabía reconocer su piel de gallina, la sonrisa boba que se le ponía al pensar en echarme un polvo, el timbre juguetón que teñía su voz.
               -¿Y quién dice que nos van a volver?-preguntó, mordiéndose el labio. Me dieron ganas de pasarle la lengua por esa frontera que conformaban sus dientes.
               -A mí nunca se me van del todo-le di una palmada en el culo y ella se rió. Apartó la cara un momento, negando con la cabeza y mordiéndose el labio, y luego volvió a mirarme.
               -No vas a rendirte sin luchar, ¿verdad?
               -El tiempo que estás perdiendo en tratar de convencerme de que no te apetece podrías aprovecharlo debajo de mí… o, mejor aún, encima-ronroneé, guiñándole el ojo-, y así todos saldríamos ganando. Tú, mi madre, y yo. Así que, ¿por qué insistir, nena?-le acaricié el hombro desnudo-. Porque sabes de sobra qué tienes que decirme para que yo pare, pero no puedes, porque me prometiste hace tiempo que no me mentirías, y estarías incumpliendo esa promesa si me dijeras que no quieres.
               Sabrae suspiró.
               -Yo sólo… quiero disfrutarlo del todo-respondió, y si no fuera porque estábamos debajo de la claraboya, habría creído que se había abierto por un vendaval, porque de repente la habitación estaba helada. Intenté calmarme: me dije a mí mismo que ella siempre había disfrutado conmigo; me había asegurado de ello todas las veces que lo habíamos hecho, y en las pocas ocasiones en que había hecho algo que le había molestado o, como mínimo, no entusiasmado, yo siempre había procurado no repetirlo y mejorar.
                La conversación podía ponerse tensa, y no quería pasarme las últimas horas con Saab discutiendo con ella, así que le dije en tono de broma:
               -¿Es que no disfrutas siempre del todo?
               -Sí, pero creo que esta vez sería distinto. Creo que me sentiría mal por Annie.
               -Mi madre lo entiende-le recordé-. Sólo quería verme un ratito, y tampoco es como si fuéramos a pasarnos toda la mañana metidos en la cama. Sólo vamos a apagar el fuego, bombón-le acaricié el costado con la mano extendida-, y luego… bueno, ya se verá-me encogí de hombros-. Tengo que compensar lo de tu cumple, y ya vamos muy justitos de tiempo-bromeé, y ella suspiró.
               -Ya lo sé. Y precisamente eso es lo que me preocupa: sé que vas a estar torturándote si Valeria te dice que no te va a dejar compensar los días con trabajo cuando te tengas que marchar más tarde o volver antes en mi cumple. Quiero que, al menos, no sea yo la única beneficiada con el sacrificio que vas a hacer-me pasó los dedos por la cabeza como cuando me apartaba un mechón de pelo tras la oreja, sólo que ahora no podía por su longitud, y dejó reposar esa misma mano sobre mi pecho, a la altura del corazón.
               -Ojalá esto no hubiera pasado. Ojalá Diana estuviera bien. Así yo podría tener la semana de mi cumpleaños con la persona que más me importa-murmuró en un tono lastimero que me partió el corazón.
               -Siempre puedo…
               -No vas a irte como preveías-me atajó, y yo puse los ojos en blanco. Levantó la vista y clavó sus ojos en los míos, y se mordió el labio-. Annie ha sido muy buena conmigo todos estos meses. Excepcional. Se ha portado como mucho más que una suegra perfecta, ha sido…-se le quebró la voz y se le humedecieron los ojos-. Ha sido como una madre para mí, Al. No quiero ser una desagradecida con otra madre más.
               -Eh, eh-le tomé el rostro entre las manos-. Tú no eres una desagradecida con nadie, ¿vale, bombón? Con nadie. Lo de Sherezade, Zayn y tú es sólo un bache, pero tú no has sido ninguna desagradecida con ellos. Y no le debes nada a mi madre. Lo hace encantada porque te quiere desde que eras una cría, y más ahora que estás conmigo.
               -Eso no es verdad. Se lo debo todo a tu madre.
               -Te aseguro que mamá no ha hecho nada para que tú estés en deuda con ella.
               -Annie te parió-replicó-. Voy a estar en deuda con ella toda mi vida sólo por eso.
               Me reí por la nariz y negué con la cabeza.
               -Me refiero a que si te ha cuidado estos meses es porque te quiere, no para que te sientas en deuda con ella.
               -También lo ha hecho contigo-me recordó-, y seguro que te sientes igual de en deuda con ella a como lo hago yo. O con mis padres-añadió, y yo puse los ojos en blanco-. Aunque ahora mismo los odies, sabes que es verdad. Una parte de ti siempre se sentirá en deuda con ellos.
               -¿Y?
               -Déjame compensarlo. Tú lo estás haciendo manteniéndome cuerda y haciéndome feliz. No me lo pongas tan difícil para no ser egoísta y déjame acostarme contigo cuando sólo seas para mí.
               A pesar de que odiaba admitirlo porque Zayn y Sherezade no se lo merecían, la verdad es que lo que decía Sabrae tenía sentido. Todo el sentido. Por mucho que Zayn y Sherezade no se merecieran mi gratitud o consideración, siempre la tendrían por el mero hecho de haberla encontrado para mí, de haberla criado, de haberla moldeado como la increíble chica que era ahora y la espectacular mujer que llegaría a ser un día; con suerte, un poco gracias también a mi propia ayuda.
               No podía reprochárselo a mi chica por mucho que aquello hiciera que yo no me saliera con la mía, pero nuestra relación no se trataba de ganar o perder. Se trataba de disfrutar, de ser felices.
               Y, a veces, para ser feliz tienes que sacrificar tus caprichos de ahora por la recompensa tardía, pero mucho más dulce.
               De modo que asentí con la cabeza y alcancé la camiseta de Sabrae. Cuando ella hizo amago de ponérsela, yo no dejé que la cogiera, sino que se la pasé por la cabeza, la ayudé a meter las manos por las mangas y le ayudé a sacarle el pelo del interior.
               -Creo que te terminarás dando cuenta de que la has cagado un poco enamorándote de la única chica que te convencería para que no te acostaras con ella.
               -Me sigue gustando más vestirte a ti de lo que me gustó desnudar a todas las demás-contesté, encogiéndome de hombros. Sabrae sonrió, se inclinó hacia delante y me dio un beso en los labios.
               -Te quiero.
               -No me extraña. Soy un putísimo santo.
               Sabrae se rió de nuevo y se levantó de la cama, demasiado pronto de lo que me gustaría y bastante después de lo que preferiría mi madre, aunque ella jamás nos echaría en cara tratar de arañar más tiempo juntos y a solas. Cuando bajamos las escaleras y entramos en la cocina, mamá nos dedicó una sonrisa sincera, a pesar de que todavía tenía a la reencarnación de todas las divas de la ópera furiosas berreándole en el regazo.
               -¿Os ha despertado la pequeñita?-preguntó, dándole un beso en la frente y haciendo que Avery bajara los berridos en un decibelio.
               -No sé dónde guarda los pulmones con los que hacer tanto ruido-comenté. Sabrae se acercó a mamá con los brazos extendidos.
               -Ven, Avery. Ven, bonita. Ven con la prima Sabrae-canturreó. Avery abrió los ojos, miró a Sabrae, los volvió a cerrar y berreó aún más fuerte. Sin embargo, en cuanto Sabrae la hubo cogido en brazos, ¡milagro!, se calló de repente.
               -No me lo puedo creer-bufé.
               -¿Por? Si puedo hacer hasta que te calles-me recordó Sabrae, arrullando a Avery y sonriéndole mientras le hacía cosquillas en la nariz.
               -Sí, presionándome el clítoris contra las pupilas gustativas.
               -¡ALEC!-bramó Sabrae.
               -¿¡Qué!? ¿¡Acaso he dicho alguna mentira!? Ella no me entiende-añadí, señalando el ovillo en el que se había convertido ese bebé bipolar en huelga de sueño.
               -¿Te parece que ésas son cosas para decir delante de tu madre?
               -Si te parece mi madre se piensa que cuando nos ponemos a dar gritos es porque nos salen los nudos más complicados haciendo ganchillo-respondí dándole la espalda mientras sacaba dos tazas de las alacenas.
               -No te soporto.
               -Pero eso no es nuevo, ¿no? Lo nuevo es lo otro-le guiñé el ojo y Sabrae puso los ojos en blanco, pero se rió.
               Mamá sacudió la cabeza; ya me había dado por imposible hacía tiempo, y que Saab todavía se escandalizara de que no tuviera ningún tipo de filtro sin importar en compañía de quién me encontrara no dejaría de hacerle gracia mientras continuara sucediendo. Después de llenar nuestras tazas de forma generosa y colocarlas en el microondas, se acercó a mí y se puso a juguetear con mi pelo. Tenía los ojos tan concentrados en los mechones de pelo que poco a poco se me iban tiñendo de rubio como cuando se metía en el invernadero con los guantes puestos y unos altavoces para escuchar música mientras se ponía manos a la obra.
               Me pregunté si las flores de las que con tanto mimo cuidaba se sentían tan queridas como yo con ese pequeño gesto juguetón, propio más de una niña que de una mujer adulta. Me encantaba que mamá estuviera tan relajada, que se permitiera jugar de nuevo. Seguro que no lo había pasado nada bien viendo cómo Saab se hundía más y más en sí misma y ella no podía hacer nada más que tratar de ralentizar esa caída, así que mi presencia era el analgésico perfecto para ese dolor que se había instalado en nuestra casa como el hedor a humedad en una mansión abandonada.
               -¿Habéis dormido bien?-inquirió, y yo asentí con la cabeza.
               -Pero no bastante-respondió Sabrae, arrullando a Avery y frotando su nariz con la del bebé-, debido a esta pequeña sinvergüenza.
               -Ayer fue un amor. No sé qué ha podido pasarle.
               -Quizá se haya vuelto consciente de repente de su propia mortalidad-comenté, dándole un beso en la cabeza a mamá y rodeándola para sacar la taza de Sabrae del microondas; le gustaba mezclar el cacao en polvo con la leche tibia, y luego calentar el conjunto al completo en el microondas. Decía que así sabía mejor, pero yo tenía la sospecha de que lo que le gustaba de verdad era que yo me acordara siempre de esas pequeñas extravagancias. Igual que ella se acordaba de que me gustaba meterme en la cama por el mismo lado que lo había hecho ella sólo para notar la sombra del calorcito de su cuerpo mientras se desplazaba sobre el colchón, yo me acordaba de que se tomaba primero la parte de dentro de las tarrinas de helado para poder ir empujando su material al interior y que no le arroyara cuando se iba derritiendo.
               Nunca se le olvidaba pasarme una pierna por encima de la rodilla cuando veíamos la tele en el sofá ni echarme el pelo sobre el hombro cuando nos tumbábamos en la cama, ni a mí que odiaba sentir que se le ensuciaba en el transporte público y por eso la ayudaba a echárselo sobre su hombro para que estuviera en el menor contacto posible con éste.
               Eran las típicas cosas que sabía que le habían pasado desapercibidas a todo el mundo salvo a nosotros dos, y me encantaban precisamente por eso. Eran una garantía de interés en el otro que no pensaba dar por sentado.
               -Tú te pusiste igual cuando te diste cuenta de que Mimi se iba a morir algún día-me recordó mamá, y yo me encogí de hombros ante la sonrisa de Sabrae.
               -Siempre he sido un poco dramático.
               -¿Un poco?-Saab se rió un poco más, y Avery exhaló un gemido de advertencia: no iba a tolerar dejar de ser el centro de atención, al parecer.
               -¿Qué planes tenéis para la tarde?-quiso saber mamá en tono casual, pero no nos engañó a ninguno de los dos. Sabrae y yo intercambiamos una mirada y ella se giró para poder sonreír, besando al bebé en la frente mientras yo luchaba por contener también mi sonrisa.
               -Quedarnos en casa, claro, mamá. Te dije que te iba a compensar el tiempo que pasamos en el hospital con Diana, así que…
               -¿Te han dicho cuándo van a venir a recoger a esta preciosidad?-preguntó Sabrae, haciendo un gesto con la cabeza hacia Avery. Mamá negó con la cabeza.
               -Sólo me han dicho que no antes de la hora de comer.
               Tenían mucho que organizar, al parecer. Como si no estuviera todo decidido ya y la decisión no fuera más que obvia: fueran cuales fueran las distintas opiniones de cada uno con respecto a las consecuencias que tendría la cancelación de la gira que quedaba, estaba claro que era la única solución si querían salvar a Diana. Pero, ¿qué hacer con los detalles que sí eran negociables? ¿Cómo combatirían las consecuencias económicas que tendría sobre todos ellos, y que pondrían en peligro la adquisición de los derechos de representación de la banda que sus padres habían puesto en marcha?
                No envidié a Zayn y Sherezade en absoluto en ese instante, y se me ocurrió que tal vez debería darles el margen suficiente como para que le explicaran a Sabrae los términos del acuerdo al que hubieran llegado y acompañarla en el proceso mientras ella lo digería. No sería una conversación fácil, estaba seguro, y aunque todavía albergaba una hostilidad muy intensa hacia mis suegros, estaba dispuesto a controlarla por el amor que sentía hacia Saab. Mi prioridad era que ella estuviera bien, no que ellos estuvieran mal.
               -Bueno, en ese caso podríamos ayudarte con la comida. A Alec se le da bien ser pinche, y Shasha puede ocuparse de los más pequeños mientras nosotros te echamos una mano.
               -Había pensado en pedir comida a domicilio-respondió mamá en tono de disculpa, como si el hecho de no cocinar un día supusiera que ya era una mala ama de casa. Como si no se mereciera tiempo para descansar ella también.
               -Desayunaré poco, entonces; seguro que esa comida te cuesta más envenenarla.
               -Eres un imbécil-escupió mamá, y yo me reí. Coloqué las tazas humeantes sobre la mesa de la cocina entre Sabrae y yo, y me giré para coger un paquete de galletas. Cuando me di la vuelta de nuevo, Sabrae se había colocado junto al teléfono y dejaba que Avery extendiera las manos para enredar las manos con el cable del auricular, pero sin permitir que se lo metiera en la boca. Suspiré.
               -¿Ni siquiera puedo tomarme mi café?
               -Seguro que luego te las apañas para posponerlo hasta después de que te laves los dientes, y luego después de echarte una siesta en el sofá, y luego después de comer… y cuando quiera darme cuenta, estaremos en 2040, llevaremos tres años casados y tú seguirás con la chorrada de que ya llamarás a Nechisar cuando sea el momento.
               -Ah, así que, ¿nos vamos a casar dentro de dos?-tonteé, acercándome a ella y cogiendo el auricular. Sabrae arqueó una ceja y me sonrió.
               -Seguro que ya tienes una cuenta de ahorro abierta para mi anillo de pedida.
               -No me insultes, Sabrae. He comprado bonos del Estado, que dan más rentabilidad a largo plazo.
               Sabrae soltó una risita y negó con la cabeza. Se me quedó al lado, expectante por algo que yo no sabía qué, hasta que me di cuenta de que no habían anotado el teléfono del voluntariado en ningún sitio. Sólo cuando vio mi cara de confusión se rió y, afianzándose a Avery en un solo brazo, se acercó a mí y marcó a toda velocidad los números para contactar con Valeria.
               -Chulita-dije por lo bajo. Mi estómago me dio un toque de margen antes de empezar a encogerse más y más. Era ahora o nunca. Ahora iba a descubrir mi futuro más inmediato, mi verdadero carácter, los sacrificios que estaba dispuesto a hacer por mi familia y por mi chica.
               Tres toques. No debería albergar esperanzas de que Valeria me dijera que podía quedarme sin coste: la había visto dirigir el campamento con mano de hierro, y yo sabía tan bien como el resto de mis compañeros lo valiosos que éramos, lo esenciales. Sólo un reloj con muchos engranajes consigue el nivel de precisión que necesitas en la alta competición de la aeronáutica.
               Cuatro toques. Aunque también era verdad que habíamos hablado con ella y había cambiado bastante su actitud; ya no nos dominaba con un puño de hierro y nos daba un poco de libertad. Podía compensar de alguna manera los días que me quedaría, quizá doblando algún sábado u ocupando el lugar de alguno de mis compañeros si le surgía una emergencia.
               Cinco toques. Claro que Valeria ya contaba con que surgirían emergencias en el resto de actividades, y los únicos puestos que no sustituía eran, precisamente, los de las expediciones a la sabana. Lo que Killian, Sandra, Perséfone y yo hacíamos era demasiado valioso como para tener a alguien extra, y el resto de mis compañeros tenían trabajos acordes con sus aptitudes. Luca no podría ir a la sabana, pero yo sí podía sustituirlo en momentos puntuales.
               Seis toques. Puede que esto fuera una señal. Valeria siempre estaba sentada en su escritorio cuando preveía que tendría una llamada, y conmigo fuera y pendiente de mis noticias, que no me diera opción a suplicarle unos días de margen era su manera de decirme que metiera mi culo en un avión y me fuera a toda hostia de vuelta a Nechisar. Debería organizarme mejor el tiempo en abril. Quizá a Saab no le importara que pasáramos un par de días en mi casa. Puede que tuviera algún examen con el que necesitara algún respiro de mí.
               Siete toques.
               -No me lo cogen…-empecé, y justo en ese momento, a mitad de uno de los tonos, se escuchó el sonido de algo desencajándose y un suspiro al otro lado de la línea.
               -World Wildlife Fund, delegación de Nechisar en Etiopía, ¿en qué puedo ayudarle?-preguntó Mbatha con la voz jadeante. Me pregunté qué estaría haciendo Valeria en aquel momento; sólo se alejaba de su mesa por las mañanas cuando había un problema, o cuando volvía uno de los todoterrenos cargado de animales que necesitaran cuidados. Por mi bien y su generosidad, esperé que fuera más bien lo segundo.
               -Creía que tenías que identificarte cada vez que respondías a una llamada de un teléfono que no tienes guardado-le dije, porque soy gilipollas y me encanta meter la pata. Casi pude ver a Mbatha llevándose la mano a la frente.
               -Cierto. Sí. Le atiende… espera, ¿quién eres?
               -Piensa, tía. Sólo alguien que trabaja ahí podría saber que tienes que identificarte en las llamadas, y sólo os falta uno en el campamento.
               Mbatha se quedó en silencio un momento, no sé si repasando la lista de los residentes para descubrir al que faltaba (lo cual me ofendía, la verdad); o intentando adivinar qué coño podía querer yo para ponerme en contacto con ellos doce horas antes de que saliera mi avión. Seguro que había perdido mi pasaporte. Así de gilipollas era yo.
               -Alec-dijo al fin-. ¿Qué te pasa? Tu avión sale esta noche, no ayer. Estás en tiempo.
               Bueno, vale, al menos era consciente de que era yo, pero pensaba que era lo bastante retrasado como para no saber leer los billetes de avión con los que me habían mandado.
               -Precisamente del avión quería hablarte. ¿Está Valeria?
               Más silencio al otro lado de la línea.
               -¿Te vas a quedar?-preguntó con un hilo de una voz teñida de tristeza y, ¿era miedo lo que le daba ese toque de preocupación? Me pellizqué el puente de la nariz.
               -¿Puedes, por favor, pasarme con Valeria? Necesito hablar con ella.
               Mbatha tragó saliva sonoramente, tapó el auricular para que no escuchara la contestación que le daba a alguien a quien tenía delante (seguramente Valeria) y se excusó. Escuché sus pasos al otro lado de la línea mientras iba en busca de Valeria.
               Esperé, y esperé, y esperé, y esperé lo que me pareció una eternidad. Sabrae continuaba acunando a Avery en brazos, pero era un gesto más automático que de disfrute, pues tenía los ojos puestos en mí. Se mordisqueó los labios y un ceño apareció entre sus cejas cuando cambié el peso de mi cuerpo de un pie a otro.
               ¿Dónde coño estaba Valeria?
               Miré el reloj de la pared. Pasó un minuto completo, y Valeria seguía sin aparecer. Que no estuviera en su despacho no era ya una buena señal, así que me preparé para lo peor. Seguro que venía de mal humor y me decía que lo del voluntariado no era ningún viaje becado en el extranjero (como si no me hubiera costado un pastizal), y que ya podía ir olvidándome de la sabana otra vez por tocarle tanto los huevos. Empecé a ponerme nervioso ante la posibilidad de que me pidiera cambiar los días por excursiones a la sabana, porque eso era algo que Sabrae y yo no habíamos contemplado y que definía claramente mi experiencia en el voluntariado. Dudaba que fuera comprensiva si le pedía un tiempo para pensármelo, hablarlo con Saab y finalmente darle una respuesta.
               -Me va a salir esta llamada por más de lo que me ha costado el voluntariado.
               -No te preocupes, hijo-respondió mamá, poniéndole una mano en el hombro a Sabrae. Hizo amago de coger al bebé, pero Saab no se lo permitió. Continuó con la chiquilla en brazos mientras esperaba a que yo obtuviera mi respuesta.
               -Es que no sé por qué coño tarda tanto cuando sabía que podía necesitar contactarla. Nunca anda muy lejos de la oficina.
               Tenía que haber pasado algo muy gordo para que Valeria no estuviera. A estas alturas del retraso, con más de dos minutos esperando, sólo se me ocurría que alguien hubiera tenido un accidente. Los graves eran infrecuentes debido a las grandes medidas de seguridad que teníamos en el campamento, pero eso no los hacía completamente imposibles.
               Quizá había habido otro atentado y estuviera vigilando que los de las expediciones en la sabana volvieran sanos y salvos. Me pregunté si habría dejado ir en una misión de día, más corta y menos arriesgada, a Killian, Sandra y Perséfone.
               Y en cuanto se me ocurrió esa posibilidad ya no pude quitármela de la cabeza. Se me hundió el estómago y se me puso la carne de gallina, recordando lo cerca que habían estado de un atentado y cómo yo no había estado ahí para protegerlos y hacer que Valeria no se preocupara.
               Había tantas cosas que podían ir mal en un entorno como Nechisar… ahora que había visto que podían manejarse en equipos de tres, puede que los hubiera enviado en misiones cortas. Puede que hubiera pasado algo. Puede que estuviera cuidando a alguno de mis compañeros y amigos en el campamento y por eso no pudiera atenderme.
               Me entraron ganas de vomitar imaginándome a Killian conduciendo el coche como loco mientras una de las chicas ayudaba a la otra, que sangraba, en la parte de atrás. En mi cabeza ya habían sufrido el atentado; les habían pillado por sorpresa y sólo un hospital podría ayudarlos. Con los médicos del voluntariado no sería suficiente.
               Por favor, que no le hubiera pasado nada a Pers. Que no le hubiera pasado nada a Pers. Que no le hubiera pasado nada a…
               Sabrae me cogió la mano, que me temblaba como una hoja, en el mismo momento en que unos pasos apresurados se acercaron al auricular.
               -¿Alec?-dijo una voz que yo conocía muy bien, la voz cuyos gemidos habían sido la banda sonora de cuando atravesé el ritual para convertirme en un hombre. Me relajé de inmediato, como si todo mi cuerpo estuviera hecho de burbujas efervescentes que acababan de calmarse.
               -Pers-jadeé, y sorbí por la nariz. No me di cuenta de que había estado a punto de ponerme a llorar hasta entonces. Escuchar la voz de mi amiga fue como soltar una mochila con la que había cargado durante demasiado tiempo.
               Sabrae se separó de mí, y yo hice amago de agarrarla de nuevo, pero cuando vi que lo hacía para entregarle al bebé a Mimi, que acababa de entrar en la cocina, me pasé la mano por el pelo y bufé.
               Y Perséfone malinterpretó ese bufido como si me hubiera echado a llorar de verdad.
               -Mbatha está en lo cierto, ¿no?-preguntó en griego, obligándome a mí también a pasar a ese idioma. Si hablaba en uno que sólo nosotros dos conocíamos en todo el campamento era porque había más gente escuchando, pero ella quería que la conversación fuera de los dos.
               Tendría esa deferencia con ella, pero no quería que Sabrae se quedara fuera de la conversación.
               -¿Te vas a quedar?-jadeó con la voz rota, y yo miré a mi hermana, que había clavado en mí unos ojos como platos y tenía ya a Avery protestando ya en sus brazos. La pequeña empezó a llorar otra vez, pero ninguno de los allí presentes le hizo caso. Le dio un beso a Avery en la frente, intentando calmarla, y se la llevó de la cocina. Luego miré a mamá, que asintió con la cabeza, comprendiendo a la perfección lo que le pedía sin necesidad de decírselo.
               -Pers, necesito que me escuches, ¿vale?
               -¿Ella sigue mal? No puede seguir mal. Dijiste que estaba mejorando.
               -Pers…
               -Sabrae puede sola. Vuelve, Alec, por favor. Te necesitamos. Luca te necesita. Yo te necesito-sollozó-. La sabana no es lo mismo sin ti, y yo ya no podría quedarme aquí después de haberla visto. Sabrae puede hacerlo, sé que puede-jadeó, y la vi pasarse una mano por la frente como si la tuviera delante-, pero yo no puedo hacerlo sin ti.
               -Ya lo sé, Perséfone-respondí con toda la paciencia que pude reunir. Miré a Sabrae-.  Ya sé que Sabrae puede con ello sola-dije, y ella me cogió la mano antes incluso de que mi madre le tradujera lo que había dicho-. Pero, para que conste, tú también. Puedes de sobra, otra cosa es que creas que no.
               -Te equivo…-empezó, pero la corté.
               -No, no me equivoco. Si de algo me he dado cuenta a lo largo de los últimos meses es de que definitivamente tengo un tipo de chica. Me gustáis guapas, inteligentes, fuertes y, por encima de todo, tercas como mulas-sonreí, los ojos puestos en los de Sabrae. Entrelacé mis dedos con los de ella, que me sonrió con dulzura, los ojos un poco húmedos por la emoción. Nunca me había visto defenderla de Perséfone de esta forma, y después de todo lo que habíamos pasado por culpa de mi amiga, que yo me plantara de esta manera y le dejara claro a quién elegía con Sabrae delante era el consuelo que más necesitaría en las noches de soledad, cuando creyera que todo iba mal y que se había equivocado dejando que me fuera la primera vez. Ahora ya no había marcha atrás; yo ya había probado las mieles de Etiopía y no iba a renunciar a ellas así como así. A veces es mejor no probar algo que sabes que te va a  enganchar para no confirmar tus sospechas, pero una vez que sabes exactamente cómo sabe, lo mejor que puedes hacer es rendirte a tu adicción.
               Y, aun así, aunque estaba poniendo a Perséfone en su sitio, también estaba siendo dulce y atento con ella, el amigo que siempre había sido y que nunca había dejado de ser. Estaba haciendo que Sabrae se enamorar aún más de mí viendo mi delicadeza en los momentos de tensión, viendo que podía ser fuerte, firme y también cuidadoso, todo a la vez.
               -Así que la pizquita que os falta de fuerza la compensáis con una tonelada de tozudez. Bey, tú y Sabrae sois iguales en ese sentido, Pers; las tres me necesitáis como al aire que respiráis pero las tres habéis aprendido a mantener la respiración durante años para así garantizar que yo sea feliz. Y os lo voy a compensar. Me volveré un cabrón con todos los payasos que os ronden y que no os mereceréis hasta que encontréis al indicado, y entonces me sentaré en primera fila a ver cómo sois tan felices con él como pretendo serlo yo con Sabrae.
               Sabrae dejó escapar un jadeo y me rodeó la cintura con los brazos, las lágrimas corriéndole al fin por las mejillas. Le rodeé los hombros con el brazo y miré de nuevo hacia la pared en la que estaba el teléfono.
               -Así que no pienses ni por un segundo que no vas a sobrevivir a que yo deje de aparecer en tu historia, porque tienes la tuya propia y hay vida después de mí. Pero esa vida todavía no va a empezar ahora, Pers-Perséfone sorbió por la nariz en Etiopía, y me hizo gracia pensar que, de las tres chicas por las que me había pillado en mi vida, tenía a dos llorando frente o junto a mí. Bey siempre iba a ser la que me lo pondría más difícil en estos asuntos, pero algo podría hacer-. Te prometo que todavía te va a tocar aguantarme un rato más; tanto, que igual hasta terminarías deseando que me hubiera quedado aquí con Sabrae.
               -Lo dudo-respondió Perséfone riendo entre lágrimas.
               -Dile que no protestaré si te devuelve antes de tiempo-sonrió Saab, besándome el costado. Me reí.
               -Sabrae quiere que te diga que no protestará si me devuelves antes de tiempo.
               -¿Está ahí?
               -Claro. Siempre-dije, mirándola desde abajo y maravillándome una vez más de lo preciosa que era. Es increíble cómo podía no parar de verla y aun así, en cuanto apartaba la vista, daba lo mismo que la hubiera visto un millón de veces más: era como ver los rayos del sol a través de la superficie del mar rompiéndose en miles de arcoíris que te bañaban la piel al compás del agua de mar. Era entrar en la galería en la que se encontraba tu cuadro preferido y verlo por primera vez.
               Era como haber nacido daltónico y ver los colores tras toda una vida entre tonos de gris.
               -Dile que siento mucho haberle pedido a su novio que la deje para venirse conmigo-me pidió, y casi pude escuchar cómo se limpiaba las lágrimas con la yema de los dedos-. Estoy segura de que ella mejor que nadie entenderá que no te quiera dejar marchar. Como amigo-aclaró, y yo me eché a reír. Me aseguré de transmitirle el mensaje a Sabrae, sobre todo la última parte.
               -Y tú dile que la entiendo perfectamente y que no la culparía. Y que, si las tornas estuvieran cambiadas, yo te habría metido la lengua hasta el esófago incluso si hubiera sabido que tenías novia.
               -Siempre has tenido un punto de zorra que me volvía loco incluso sin que me diera cuenta.
               -¿Yo?-preguntó Perséfone.
               -No, tú no, Pers. Sabrae.
               -Está feo que llames “zorra” a tu novia. Deberías saberlo-se quejó.
               -Esta que es buena. ¿Ahora tenéis una alianza internacional para meteros conmigo? Eh, Saab; atenta. Perséfone dice que no está bien que te llame “zorra”. ¿Qué tienes que decir al respecto?
               -Pues que tiene razón. Otra cosa es que yo te lo consienta porque me gusta dependiendo del contexto-bromeó, dándome una palmada en el culo.
               -Siempre te ha costado callarte-apuntó Perséfone-; la cama no iba a ser una excepción.
               -Oye, si estáis en plan amiguitas, y tal, le puedo pasar el teléfono a Sabrae y así comentáis la última temporada de Los Bridgerton, ¿eh? Venga, pásame con Valeria, anda.
               -Hay una cosa que no entiendo-atajó Perséfone-. Si dices que vas a venir, ¿para qué nos llamas? Sabes de sobra que tenemos todos los detalles de tu llegada mañana por la mañana. Valeria lo tiene todo atado y bien atado. Nadie se tira un pedo en este campamento sin que ella se entere.
               -Y algunos salidos seguís follando como conejos a pesar de que sois perfectamente conscientes de esa información-chasqueé la lengua y Perséfone bufó.
               -Mejor que obstruir las cañerías de las duchas…
               -Ya le dije a Valeria que me descontara el desatascador de la paga que no me da, ¿vale? Deja ya de hablar de eso.
               -¿De hablar de qué?-quiso saber Sabrae.
               -De nada. Vale, escúchame tú-cambié de nuevo al griego para asegurarme toda la atención y comprensión de Perséfone-. Te prometo que me tendrás ahí, como mucho, a finales de semana, pero no voy a poder coger el avión de esta noche. Necesito quedarme un poco más.
               -¿Por? ¿Al fin has descubierto que hasta a los tíos de 18 años no se os levanta si lo hacéis demasiado seguido? No deberías avergonzarte de necesitar viagra a tu edad, Al.
               -Mira, payasa, a mí eso no me lo digas ni en broma, ¿vale? Dios, qué retrasada eres, Perséfone. Debí de darte muy fuerte con los huevos en la frente haciendo el 69 si ahora eres tan lerda.
               -Eso no pienso traducírselo a Sabrae-dijo mamá, y yo puse los ojos en blanco.
               -No sé por qué, pero creo que lo he entendido-suspiró Sabrae.
               -No. Para tu información, tía lista, ha pasado una cosa bastante gorda y quiero quedarme aquí hasta asegurarme de que se soluciona.
               -¿Qué cosa ha pasado?
               -No pienso decírtela.
               -¿Y a Valeria sí se lo vas a decir?
               -Obviamente. Si me pregunta, sí.
               -Le pediré que te pregunte para que luego nos lo cuente, porque no puedo creerme que seas tan mala persona como para no querer compartir conmigo la información jugosa que tengas en tu posesión.
               Suspiré.
               -Si supieras lo que es, desearías no haberlo escuchado nunca, así que…
               -Bueno, me imagino que será algo muy fuerte para que pienses en quedarte. Porque… es fuerte, ¿verdad?-añadió en tono perspicaz-. Fuerte y malo. Por favor, dime que no he acertado a medias con lo de que te quieres quedar un poco más para seguir follándote a Sabrae.
               -¿Y qué si lo fuera? Que se te meta en la mollera: ya no montas a este semental, vaquera.
               -Cierto; me he cansado de los burros, por suerte para mí-seguro que aleteó con las pestañas, la muy psicópata-. Bueno, entonces, ya que no quieres decirme qué ha pasado, ¿me cuentas, al menos, cuándo pretendes volver?
               -Eso depende de Valeria.
               -Y luego algunos hablarán de libre albedrío…-suspiró Perséfone-. De acuerdo, pues no te entretengo más. ¡Ale!, voy a buscar a tu señora para que decida hasta cuántas veces te rascas los huevos, malandrín.
               -No las suficientes.
               A pesar de todo, Perséfone se rió.
               -No tardes mucho, ¿vale, extranjero?
               -Ay, madre mía, pero qué encoñadita estás-me burlé.
               -Que te jodan-se despidió Perséfone, y sólo el ruido del teléfono colocándose de nuevo en la mesa de Mbatha me indicó que Valeria no estaba allí con ellas. Mejor, porque así yo podría controlar lo que le decía y lo que no. Necesitaba que entendiera lo serio de la situación y lo poco que estaba a mi alcance el cambiar nada en ella.
               Mbatha volvió a coger el teléfono al cabo de un ratito sólo para decirme que me transfería al teléfono de Valeria. Se escuchó un chasquido y luego, un tono. A diferencia de su ayudante, Valeria no se hizo de rogar.
               -Alec-me saludó en tono cansado, y casi pude verla frotándose la frente igual que había podido imaginarme a Perséfone haciendo esos gestos que yo conocía tan bien-. Me han dicho que necesitabas hablar conmigo. ¿Qué ha pasado? ¿Has cambiado de idea con lo de regresar y has decidido quedarte?
               -No-contesté, separándome de la pared y sentándome en uno de los taburetes altos de la cocina. Sabrae se acercó a mí y se metió entre mis rodillas, que tenía dobladas-. En realidad, he descubierto en esta visita que quiero terminar el voluntariado. Ahora estoy a gusto ahí.
               -Me alegra oírlo.
               -Pero necesito que me hagas un favor, Valeria.
               -Haré lo que pueda-respondió con cautela, lo cual era menos de lo que me apetecía oír pero mucho más de lo que le habíamos escuchado otras veces, así que ya podía darme con un canto en los dientes.
               -Verás, ha pasado algo bastante grave y… me preguntaba si, bueno… si sería posible que alargara un poco más mi visita-dije, levantándome de la silla y rascándome la nuca-. Sé que te lleva bastante organizar estas cosas y que el calendario orientativo que nos pides que rellenemos no es tan orientativo como dices al principio, y que te lo estoy pidiendo con muy poca antelación, pero de verdad que no lo haría si no fuera esencial que yo esté en Inglaterra un par de días más.
               -Ya veo-asintió Valeria, reclinándose en su mesa y jugueteando con un bolígrafo entre los dedos-. Bueno, es cierto que el calendario que confeccionamos con vuestros viajes a casa se vuelve un planificador fijo cuando empezáis a coger las vacaciones, pero… sólo se me ha dado un par de veces el caso de que queráis alargarlas cuando todavía estáis allí. Soléis optar más bien por adelantarlas, como bien recordarás.
               Pude verla bajándose sus putas gafas de gato para mirarme por encima de su montura, a mí o a la proyección de mí que tenía en su despacho. Me detuve en seco y me mordí la lengua por primera vez en dieciocho años para no decirle que pasara página, porque yo ya lo había hecho después de pagar con creces por algo que volvería a hacer sin dudar.
               -Ajam.
               -Supongo que puede hacerse-consintió para mi sorpresa, y yo me giré hacia Sabrae y mi madre, mirando el teléfono con ojos como platos.
               -¿En serio?
               -Creo que sí. Todavía no has hecho la facturación y quizá hayan dejado algún hueco libre en alguno de los próximos vuelos en el que podamos meterte. Por supuesto, las tarifas por cambio de billete correrían de tu cuenta.
               -Claro, cómo no-ironicé, porque la próxima vez que pudiera morderme la lengua tendría 36 años, y faltaba bastante para eso.
               -No somos una ONG, Alec-respondió Valeria con sorna.
               -Uy, pues entonces igual hay que cambiar la descripción de la Wikipedia-solté, jugueteando con una uva del frutero mientras me paseaba por la cocina.
               -Bueno, ya me entiendes. Me refiero a que esto tiene un coste y la Fundación no tiene por qué afrontarlo.
               -Vale. Supongo que es lo que hay. No me parece bien, pero es lo que hay.
               -Siempre tienes la opción de seguir con los planes como hasta ahora, y no incurrirías en ningún gasto extra.
               -Eso no es una opción, Valeria, lo siento-sentencié, deteniéndome en seco. Sabrae se subió al taburete y me miró con gesto interrogante.
               -Así es la política de la Fundación, Alec. Las reglas están por algo. Todo gasto en el que incurrimos con el que no contábamos son unos recursos que no podemos invertir en cumplir con nuestro objetivo.
               -Vale, y hasta ahí lo entiendo, pero también entenderás que me toque los cojones que haya pagado un pastizal por estar literalmente picando piedra en medio de la selva y todavía me digas que no puedo ni quedarme un día o dos más en mi país porque tengo a una amiga hospitalizada.
               Valeria se quedó en silencio un momento.
               -Intentaré que no se generen esos gastos, pero no puedo prometerte nada, Alec. Ya lo sabes. Estoy atada de pies y manos.
               -Ya-asentí, mirando al techo y suspirando. Cerré los ojos y me pellizqué de nuevo el puente de la nariz-. Bueno, supongo que me lo he buscado yo solito.
               -La sobredosis de Diana no es culpa tuya-me recordó Sabrae, y yo agité la mano en su dirección.
               -Dudo que te lo hayas buscado, salvo que hayas sido tú el que ha mandado al hospital a tu amiga-dijo Valeria.
               -Pues claro que no.
               -Entonces intentaré ayudarte. Pero no te prometo nada.
               -Vale. Gracias.
               -¿En qué fecha quieres volver, entonces?-escuché cómo abría la tapa de su ordenador y tecleaba su contraseña en el interior.
               -Esa es la cosa-contesté, reanudando mi paseo por la cocina bajo la atenta mirada de mamá y Sabrae. Me sentía como un tigre enjaulado al que están observando un par de cabras, tratando de adivinar cuál de las dos se convertiría en mi merienda-, que todavía no he decidido una fecha fija porque primero necesitaba hablar contigo.
               -¿Sobre qué?-Valeria retiró las manos del teclado, desconfiada. Mal asunto, pero ahora ya no había vuelta atrás. Tomé aire para infundirme un poco de valor y lo solté.
               -¿Habría alguna posibilidad de que esto no me afectara a las vacaciones que tengo programadas para abril?
               Valeria se quedó callada.
               -Verás, mi novia es adoptada, y celebra dos cumpleaños, y me gustaría estar en los dos. Son el 26 de abril y el 1 de mayo. Había hecho cuentas y tal para poder venir a los cumpleaños del más pequeño de mi grupo de amigos, al de mi hermana pequeña y al suyo, y he tenido que renunciar a  hacer las visitas un poco más repartidas para estar con ella toda esa semana. Ni siquiera voy a venir a Inglaterra por mi cumpleaños.
               Alguna de las dos, mi madre o Sabrae, exhalaron un gemido bajo, pero decidí ignorarla por la cuenta que me traía.
               Valeria continuó callada; tanto, que pensé que se había cortado la línea. A pesar de que sabía que el primero que habla pierde, ese silencio duró tanto que la ansiedad tomó el control.
               -¿Sigues ahí?
               -Sí, Alec. Sigo aquí-suspiró de nuevo y la escuché cerrar la tapa del ordenador-. La verdad, no sé qué quieres que te diga. Ya hemos hablado de esto más veces, y el criterio no ha cambiado desde la última vez que hablamos-se me cayó el alma a los pies-. Tenéis los días de vacaciones muy acotados porque todos sois esenciales, y si los ampliamos, todo el sistema se tambalea.
               Me apetecía darle un puñetazo a algo; quizá me había retirado del boxeo demasiado pronto, o quizá Sergei me había malacostumbrado a deshacerme de toda la adrenalina reventando un saco de boxeo. Pero lo peor de todo era que no estaba enfadado con Valeria, no; estaba enfadado conmigo mismo por ser tan imbécil como para permitirme albergar esperanzas.
               Como si no supiera, en lo más hondo de mi corazón, que ésta iba a ser su respuesta.
               Sabrae tenía las manos entrelazadas en un gesto suplicante, los ojos fijos en mí. Torcí la boca.
               -¿Y si trabajara en días de descanso o hiciera horas extra?-pregunté a la desesperada, aunque sin demasiada confianza en que Valeria me dijera que sí. Había algo en su tono que no invitaba a pensar en positivo, precisamente.
               -Lo siento, Alec. Necesitas los días de descanso para no ponerte en peligro.
               Por fin, levanté la vista y miré a Sabrae y a mi madre. Y después negué con la cabeza, detestando que la expresión decepcionada que adornaba mi rostro también se instalara en los de ellas.
               -Vale. En ese caso, creo que tengo que pensármelo, porque…
               -No-dijo Sabrae, y yo la miré-. Cógetelos.
               -Pero…
               -Estaré bien. Cógetelos, Al.
               Mamá ahora no decía nada, sino que se limitaba a mirarnos como quien contempla un cuadro impresionista cuya gama cromática no le agrada en especial desde una esquina de la sala del museo. Entendí entonces que aunque ella era la razón principal por la que retrasaría mi vuelta a Etiopía, no era la única, y lo sabía. Tenía que pensar en toda la situación, y no concentrarme en los detalles.
               Además, esto le afectaba más a Sabrae que a ella. Sabrae era mi chica, y la que no me tendría en mi cumpleaños. Francamente, no me parecía nada justo. De todos los que estábamos implicados, Saab era la que menos culpa tenía y la que peor lo estaba pasando, así que también sería la que más se merecería disfrutarme cuanto quisiera.
               -Ya se nos ocurrirá algo.
               -No vamos a tener sexo por teléfono la noche del 26-le advertí, y ella se rió.
               -Tranquilo, que no pensaba en eso. No tengo nada en mente, pero seguro que algo se me ocurrirá. Tengo mucho tiempo para pensar. Dile a Valeria que aceptas.
               Me la quedé mirando largo y tendido, tratando de deducir si se estaba haciendo la fuerte, se estaba tirando un farol, o realmente confiaba en que lo superaría.
               Sabrae había sobrevivido a cosas mucho peores que estar sola en su cumpleaños, así que estaría bien. Por mucho que me reventara, tendríamos muchos más cumpleaños juntos de los que pasaríamos separados. No tenía sentido hipotecar mi presente por un futuro que podríamos repetir las veces que quisiéramos, mientras que era ahora cuando todos me necesitaban.
               Aunque, en el fondo de mi corazón, sabía que esto no estaba bien. Los buenos novios no sacrifican a sus novias por el bien común. Sí, vale, el héroe siempre tiene que elegir entre su amor y el bien de la humanidad, y al final siempre elige a su amor, pero… a mí no me interesaba ser un héroe. Llevaba haciéndomelo toda la vida, y mira de qué me había servido.
               A las chicas les pirraban los malos. El villano no dudaría en prender fuego al mundo con tal de salvar a su amada; en ese sentido, era mucho mejor ser la novia del villano que la del héroe, y mucho mejor ser el villano, con su moral corrupta y sus deseos voraces, al héroe, con su ética intachable y las continuas pausas.
               Pero es que… Sabrae estaba hecha de luz. Era la luna, las estrellas, el sol mismo. Lo nuestro era dorado, y el dorado no era el color del mal, sino del bien.
               Si no podía hacer lo que quería y ser el villano de esta historia, pero ya no me quedaban fuerzas para ser el héroe, me quedaría con el punto intermedio. Después de todo, nadie tiene tanto carisma como un antihéroe… supongo.
               -Vale-acepté-. Dame un día-le pedí a Valeria. Un día era lo máximo que estaba dispuesto a sacrificar. No más.
               -Dos-pidió Sabrae, y yo hice una mueca. Ella se bajó del taburete con cuidado y se acercó a mí-. Dos-repitió. No me hacía ni puta gracia; podría hacer malabares de madrugada con un día de desventaja, cogiendo un avión más tarde para venir y uno antes para la vuelta, pero, ¿dos días? Dos días eran demasiado. Eso no había quien lo recortara, por muy bueno que fuera con las cuestiones logísticas.
               -Saab…-empecé, pero ella me cogió la mano y me acarició la cara interna de la muñeca con el pulgar.
               -¿Confías en mí?-me preguntó. Eso era un golpe bajo. Subí la mano para acariciarle la mejilla y asentí.
               -Sí.
               -Entonces pide dos. Te prometo que te lo compensaré-me aseguró, besándome la cara interna de la muñeca y sonriendo contra mi piel. Reposó su mejilla contra mi cara y sonrió con dulzura, como si el separarnos durante cinco meses le pareciera lo más romántico del mundo.
               Soy yo el que tengo que compensártelo a ti, pensé, pero no lo dije. Ya la conocía lo bastante como para saber que no habría manera de convencerla de lo contrario, así que me limité a suspirar, acercarme de nuevo el teléfono a la boca y decir:
               -Que sean mejor dos.

             ¡Toca la imagen para acceder a la lista de capítulos!

Apúntate al fenómeno Sabrae 🍫👑, ¡dale fav a este tweet para que te avise en cuanto suba un nuevo capítulo! ❤🎆 💕

Además, 🎆ya tienes disponible la segunda parte de Chasing the Stars, Moonlight, en Amazon. 🎆¡Compra el libro y califícalo en Goodreads! Por cada ejemplar que venda, plantaré un árbol ☺

1 comentario:

  1. Porfa, adoro lo lindisimos que han sido con Sasha al principio del capítulo y me da mucha penita lo preocupada que esta mi pobre. Me ha encantado la aplicación estelar de Avery en el capitulo y me muero de ternura con el momento con Saab. Por otro lado comentar que amo a Annie y lo buenísima que es. Por ultimo lo de la llamada me ha puesto nerviosísima, primero porque de verdad me creia que les habia pasado algo, luego porque creía que me iba a dar una embolia con el discurso de Alec a Persefone porque dios mio me he puesto a chillar como una loca con lo de “entonces me sentaré en primera fila a ver cómo sois tan felices con él como pretendo serlo yo con Sabrae” y por ultimo porque me he dado cuenta de que es lo que va a hacer Sabrae para “compensarselo” y quiero gritar, que sea ya!!!!

    ResponderEliminar

Dedica un minutito de tu tiempo a dejarme un comentario; son realmente importantes para mí y me ayudarán a mejorar, al margen de la ilusión que me hace saber que hay personas de verdad que entran en mi blog. ¡Muchas gracias!❤