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Además, encontraba un secreto placer en creer que estar con él cambiaba todo dentro de mí, desde mis sentimientos hasta mi olor. Así que lo sentía mucho por los geles de ducha que me había llevado a casa de Alec y con los que me sentía como una princesa frutal después de tomarme mi tiempo de aseo, pero hoy ellos no iban a ser los protagonistas.
Después de acabar juntos, una fórmula milagrosa que sólo servía para reforzar nuestro vínculo y que yo sintiera que todo lo que iba a sufrir mientras él no estuviera mereciera la pena, nos habíamos vuelto a tumbar en la cama a besarnos y acariciarnos como si el tiempo fuera un invento que todavía nos quedaba muy lejos en la historia. Vivíamos en la dulce etapa de la Prehistoria, en la que los días duraban lo que reinaba el sol en el cielo y no lo que dictaba un reloj, y la mayor tecnología que habíamos visto nunca era el fuego y las sombras que proyectaba en la pared. No necesitábamos nada más para ser felices que tenernos el uno al otro, y yo no iba a rendirme ahora a los caprichos de un mundo que ni siquiera existía para mí.
Tenía su mano en mi espalda, su pulgar dándole forma a mis lumbares, y su respiración como canción de cuna tan hermosa que no quería dormirme para no perdérmela. De verdad que no me hacía falta nada más.
-¿Te ha gustado?-preguntó con la inocencia del niño que sospecha que el dibujo que le ha hecho a su madre le ha quedado especialmente bonito, pero quiere confirmar que la sonrisa de ella de verdad le pertenece. Decir que me había “gustado” sería quedarse muy corto: había estado en el punto medio perfecto entre lo picante y lo dulce, lo ardiente y lo suave, hacer el amor de forma lenta y follar como animales. Era todo lo que yo tenía con Alec, todo lo que necesitaba y todo lo que iba a echar de menos.
Asentí con la cabeza, me aparté un mechón de pelo tras la oreja y le di un beso en el pecho.
-Ha estado genial. ¿Y a ti?
-Ha sido increíble-sonrió mirando al techo y besándome la cabeza. Sabía que estaba mirando nuestro reflejo en la claraboya, que despedía un halo dorado producto del sol cayendo lentamente por el horizonte. Mis noches iban a ser larguísimas ahora que sabía que tardaría mucho en tenerlo de nuevo conmigo, y la latitud y la época del año, desde luego, no ayudaban.
Pero eso no importaba, porque de momento Alec estaba aquí, y yo tenía todo el cuerpo empapado de él.
Al empezó a reírse y yo sonreí, aunque no sabía qué era lo que le hacía tanta gracia.
-¿Qué pasa?-quise saber mientras él tiraba un poco de mí para pegarme un poco más a él, como si no me tuviera tumbada literalmente encima de él, no tuviéramos las piernas enredadas o nuestras respiraciones no estuvieran acompasadas.
-Nada, es que…-se rió de nuevo entre dientes con una risa masculina que me hizo derretirme por dentro, tanto de amor como de anticipación. Era increíble la fuerza gravitatoria que ejercía sobre mí, lo atractivo que podía resultarme incluso cuando estaba totalmente saciada de él-. Estaba pensando en que tenías razón hace un año.
Levanté la cabeza para mirarlo con una ceja alzada.
-¿Respecto a qué?