martes, 31 de diciembre de 2024

2024, gracias, ¡adiós!

Escribo esto cumpliendo con el calendario en un año en el que he hecho de todo, menos cumplir con el calendario; o, si no, que se lo digan a Sabrae (sí, definitivamente no puedo formular una frase completa sin hacerle mención, aunque creo que es porque es tan parte de mí como yo lo soy de ella).

               2024 ha sido un año de sorpresas en el que era casi imposible que superara a 2023, pero el agravio comparativo no le hace tanto daño como una podría esperar del año posterior al mejor año de su vida. He incumplido el calendario en más ocasiones de las que podría contar, pero como dice Taylor Swift, sinceramente, cariño, ¿quién está contando? Porque yo, desde luego, no. Lo cual no quiere decir que no sea consciente de que debo hacerlo, pero tengo una mentalidad positiva y la cabeza me ha hecho ese “clic” del que le hablo a mis amigas cuando me cuentan metas que tienen y que no saben muy bien cómo conseguir.

               Empecé enero devorando libros y poniéndome muy por delante del plan de las estadísticas del reto de lectura de Goodreads, acurrucada bajo mi batamanta y mi manta (porque una amante del invierno y el frío nunca puede tener suficientes mantas) y devorando comedias románticas de Ali Hazelwood que me hicieron entender por qué los clichés son clichés: precisamente porque funcionan. Me convertí en un cliché con patas aprovechando mis Navidades de libertad antes de las que sabía que serían unas en las que tendría que esforzarme (a pesar de que estos días no lo estoy haciendo como debería, pero confío en el poder de la barrera psicológica del cambio de año y en los cambios que ya he notado en mi propia forma de pensar), aislada del mundo con unos auriculares con cancelación de ruido que me hicieron entender exactamente por qué hay gente que simplemente es incapaz de salir sin ellos a la calle. Después, cuando se me acabaron esas vacaciones que me cogí cuando no debería por culpa de mi trabajo, me fui a Madrid de nuevo. Supongo que podríamos llamarlo “mi refugio”, dada la cantidad de veces que he bajado a Madrid y cómo allí siempre he sido feliz, y precisamente por ello a la mínima oportunidad que se me presenta ya pienso en volver a bajar. Esta vez iba a ver no uno, sino dos musicales; el de Aladdín, uno de mis preferidos y que hace que me duela el corazón al pensar que puede que lo quiten en serio; y El Fantasma de la ópera, del que no sabía absolutamente nada y cuya puesta en escena me impresionó. Nunca me ha caído encima una lámpara de araña sin que me guste la experiencia, aunque, sinceramente, espero que no se repita. Entre medias, tocó de nuevo ver a una amiga, y pasarnos horas y horas hablando de Sabrae y redescubriendo lo mucho que me gusta lo que hago.

               Febrero fue un mes tranquilo en el que apenas publiqué capítulos para poder ponerme al día con el nuevo libro de SJM, que me decepcionó bastante, la verdad. Sin embargo, ni el mes ni la pausa con Sabrae estaban perdidos, porque con ella descubrí una de mis nuevas obsesiones: la saga de Alas de sangre. Escribo estas líneas después de leer un par de horitas al sol, poniéndome al día con la saga y fijándome en detalles que me hacen entender un poco mejor a la gente del millón de teorías del Sarahverso porque cuando ya sabes lo que pasa en una historia recoges muchos más detalles y ves claramente el camino que la autora te iba marcando. Debo decir, eso sí, que el hecho de que ya sepa lo que pasa en Alas de sangre y Alas de hierro no influye en absoluto en lo mucho que me engancha esta historia y en la necesidad que tengo de más, simplemente más. ¿Una protagonista femenina que se sobrepone al dolor constante con el que vive y se enamora del chico-malo-que-en-realidad-no-es-en-absoluto-tan-malo y que se ha inspirado en Rhysand, pero es más guapo y también más sinvergüenza, y para colmo tiene un dragón? ¿Dónde tengo que firmar?

               Marzo se inició con una comida de mi antiguo trabajo en la que empecé a valorar más mi tiempo que mis compromisos, y en la que decidí empezar a poner unos límites que este año tendré que reforzar una y mil veces, pero todo sea por la recompensa. Abril fue la antesala típica de cuando tienes un viaje importante y los días anteriores no quieres hacer nada para que no te quede nada a medias, y luego, por fin, llegó mayo.

               Mayo, en el que apenas publiqué porque estaba demasiado ocupada descubriendo Sevilla, enamorándome de nuevo de Puerto Banús (y de tostadoras de Dolce & Gabbana que definitivamente no seré capaz de superar en la vida) y viéndola a Ella, con mayúscula inicial. Puede que Taylor no sea mi artista preferida, pero sí una de las que más me ha marcado a lo largo de mi vida y de las más longevas en mis reproductores de música, así que verla en persona fue un sueño que ni siquiera sabía que tenía hecho realidad. Hacerlo, además, en compañía de amigas, unas recientes y otras de hace años, lo hizo todo mucho más especial. Los momentos antes de que el concierto empezara, en los que pensaba de verdad que alguien iba a salir a decirnos que nos fuéramos a casa porque a Taylor se le había olvidado que finalmente empezaba en Madrid el 29 de mayo en lugar del 30, fueron de los más intensos y angustiosos que he vivido este año. La mañana de febrero en que anunciaron aprisa y corriendo que salían las entradas de Taylor, en la que yo apenas pude trabajar de los nervios, en que mis amigas del trabajo me notaban como un conejo desquiciado y que terminó con ese número 800 y pico en la cola de Ticketmaster del iPad bien mereció la pena en el momento en que la vi salir, con mi body de Lover preferido y saludándonos, saludándome en español. Además, me hizo ver que los conciertos compartidos son todavía más divertidos, porque tienes amigas lo bastante generosas como para renunciar a enfocar todo el rato a Taylor a cambio de inmortalizarte a ti dando el mejor espectáculo del mundo mientras suena Don’t blame me; amigas que se descojonan con tus chillidos al no ser capaz de identificar Snow on the beach hasta que no llega al estribillo y piensas que de verdad va a salir Lana, o amigas con las que puedes rajar de que Taylor haya tenido la osadía de no anunciar rep tv en el Bernabéu a pesar de que todo eran señales y todo encajaba. Amigas a las que viste por primera vez hace este año cinco años, también en una tanda de conciertos; y amigas a las que has visto por primera vez en este concierto,  compartiendo habitación incluso antes de que hayan pasado 12 horas desde que os abrazasteis por primera vez. Una cosa importantísima que he aprendido a lo largo de los años, y que interioricé definitivamente, es que tu propia compañía debe encantarte, y que no hay nada de malo en estar sola, pero María, Ana, Rocío, vosotras habéis hecho que recuerde que las vivencias compartidas son mucho mejores que estando sola. Porque no hay nada de malo en ir a conciertos sola, y es horrible y algo de lo que me he alejado al fin lo de quedarme en casa porque no tengo quien me acompañe a los planes, pero cuando hay alguien a quien cogerle la mano, sonreírle y rodearle los brazos mientras le das a la niña que una vez fuiste exactamente lo que ella quería hay una magia en el ambiente que simplemente no alcanzas sola. Así que, gracias. 

martes, 24 de diciembre de 2024

Veinticinco horas.


¡Hola, flor! Antes que nada, quería desearte felices fiestas y un feliz año nuevo. Espero que te traiga mucho Papá Noel, Santa Claus, o el encargado de amenizar el cumpleaños de nuestro señor y salvador, Scott Jesucristo en tu región o país. ᵔᵕᵔ Espero que te hayas portado genial este año y te traigan mucho en compensación, o que lo hagan los Reyes, si eres Española De Pura Cepa™ y en tu casa no ha calado la globalización (ole).
Quería dejarte un mensaje al principio del capítulo porque tengo que avisarte de que a partir de ahora, y hasta nuevo aviso, los capítulos de Sabrae pasarán de ser semanales a quincenales. La razón es que este año es previsible que haya muchos procesos selectivos de la oposición que estoy preparando, y entre ellos está el de mi plaza, de modo que voy a ponerme a estudiar más duramente para convertirla definitivamente en mía. Voy a aprovechar también los findes para estudiar, por lo que ahora mismo no puedo permitirme perder el sábado y el domingo por estar escribiendo la novela. Intentar lo contrario sería una irresponsabilidad por mi parte porque no estaría poniendo toda la carne en el asador por mi futuro, y además me arriesgaría a terminar quemada con la novela y acabar dejándola, algo que me aterra y que ha hecho que posponga esta decisión hasta el último momento en que ha sido viable. Llevo subiendo capítulos de alguna de mis historias de forma semanal (con excepciones puntuales) desde 2012, cuando abrí este blog y empecé a escribir It’s 1D, bitches, y una de las razones por las que siempre me he mantenido constante incluso con las fluctuaciones de tráfico, comentarios y atenciones ha sido precisamente por el miedo que me daba que, si en algún momento me daba algún descanso o bajaba el ritmo, terminara dejando la novela. No obstante, a día de hoy puedo decir que no hay peligro de que eso pase, aunque tampoco te mentiré y te diré que seré capaz de mantener este calendario todo el año, ya que también es probable que llegue un momento en el que sólo pueda subir un capítulo al mes. Pero no adelantemos acontecimientos.
Seguro que sospechas que detrás de la novela hay mucho esfuerzo y sacrificio que ahora mismo no me puedo permitir, y si te soy sincera, no me apetece. Sé que este año más que nunca necesitaré algún descansito de vez en cuando, y no quiero que un hobby que me apasiona y que, permíteme la falta de modestia, creo que se me da bien, termine convirtiéndose en un trabajo para mí y le acabe cogiendo tirria. De momento disfruto escribiendo y me da pena pensar en que no vayamos a ver tanto a Sabrae y Alec como estamos acostumbrados, sobre todo porque creo que, de todos mis personajes, ellos son los que menos se merecen bajar el ritmo. Pero así debe ser. Eso sí, lo que siempre voy a respetar es lo de publicar en el día 23, y también, si se me apaña, en fechas señaladas como el cumple de Alec, por lo que puede que no cumpla a rajatabla lo de subir cada 15 días para conservar lo especial de los días 23. Estate atenta a la cuenta de Twitter del blog para cualquier novedad, pero en principio, iré poniendo en qué día subiré el siguiente capítulo al principio del que publique.
Como siempre, gracias por tu apoyo a lo largo de este año. Hay gente nueva por aquí, especialmente en Wattpad, a la que me hace mucha ilusión ver en mis notificaciones. Por favor, seguid votando; y, si os apetece, también podéis comentar lo que os apetezca. Después de todo, gracias a que hay alguien ahí leyéndome es por lo que Sabrae se espacia un poco en el tiempo, en lugar de tomarse una pausa como la de One Direction… que podría convertirse en la de One Direction.
Espero que me comprendas y que te dé penita mi decisión igual que me la da a mí, porque significa que estamos juntas en esto. Nos vemos, pues, dentro de 15 días (bueno, de 13, en realidad; a Taylor Swift le encantaría), es decir, el 5 de enero. Ya en un nuevo año, ¡qué ilusión!
Cuento contigo para vernos con un poco menos de frecuencia, pero te aseguro que te lo compensaré con muchas sorpresas, plot twist y cliffhangers de esos que nos gustan a ambas. Si no, no habríamos llegado hasta aquí, ¿no? 😉
¡Un beso, mil millones de gracias, Feliz Navidad, felices fiestas, próspero Año nuevo…! ¡¡Y disfruta del cap!  
 
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-¡Vaya, vaya! ¡Mirad quién está aquí, al fin!-sonrió Kendra al verme atravesar el patio en dirección al bordillo en el patio de baloncesto en el que nos sentábamos en los recreos siempre y cuando no diluviara-. ¡Nuestra amiga, la casada!
               A pesar de las circunstancias me eché a reír. Hoy era un día en el que no tenía absolutamente nada que celebrar más allá del momento en el que el sol se ocultara en el horizonte, poniendo de nuevo en marcha un reloj que pasaba demasiado despacio para mí. Si algo bueno tenían mis amigas era que podían sacarme una sonrisa incluso en mis momentos más bajos, y ahora, definitivamente, estaba falta de sonrisas.

domingo, 8 de diciembre de 2024

Resaca de Alec.

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Aquí yace Sabrae Malik, cuyo corazón de piedra empujó a su amor a otro continente el 18 de noviembre de 2035. Puerta número 37.
               Aquí yace Sabrae Malik, cuyo corazón de piedra empujó a su amor a otro continente el 18 de noviembre de 2035. Última llamada.
               Aquí yace Sabrae Malik, cuyo corazón de piedra empujó a su amor a otro continente el 18 de noviembre de 2035. La puerta se anunciará dentro de 10 minutos.
               Aquí yace Sabrae Malik, cuyo corazón de piedra empujó a su amor a otro continente el 18 de noviembre de 2035. Embarque cerrado.
               Todo Heathrow parecía una oda a mi intento de hacerme la valiente que irremediablemente saldría mal. Él era más fuerte que yo, e incluso él se había rendido a lo insuperable de la ola inmensa que se alzaba frente a nosotros; no podríamos surfearla, no podríamos pasar por debajo. Iba a aplastarnos.
               Sonreírle mientras se alejaba de mí había sido lo más difícil que había hecho en mi vida, pero sorprendentemente nada complicado, pues también era consciente de que esto era lo que él quería: no que nos separáramos, eso desde luego; pero era un precio que estaba dispuesto a pagar. Y yo le amaba lo suficiente como para intentar sobrevivir durante cinco meses larguísimos en los que el mayor consuelo que tendría ante mi mundo desmoronándose serían sus cartas.
               Era tan guapo… era tan bueno…
               Y yo estaba tan sola.
               Era horrible sentirse sola en un lugar tan lleno de gente, pero te hacía darte cuenta de que, en realidad, todos los que arrastraban maletas de un lado a otro con sonrisas más o menos disimuladas en la boca estaban tan solos como yo. Para ellos era diferente y podían disimularlo con la ilusión de su viaje o el cansancio del retorno, pero, en realidad, cada uno de ellos tenía un destino en concreto que nada tenía que ver con el de los demás que compartían el avión con él en el momento en que éste tomaba tierra.
               Yo tenía lo peor de los dos mundos, porque no me embarcaba en ningún viaje que me llenara de ilusión, ni tampoco regresaba de uno que me tuviera agotada. A lo sumo podía achacar el suave dolor que poco a poco se iba intensificando en mis piernas debido a la incesante actividad física a la que las había sometido con mi novio  una resaca de Alec de la que me iba a ser muy complicado recuperarme, pero… ya estaba.
               No me iría del aeropuerto con ganas de llegar a casa, porque mi casa estaba metida en un avión, presta a salir del país, y, en unas horas, también del continente.
               No pediría comida a domicilio y me la zamparía con ansia, porque lo único que me apetecía llevarme a la boca ahora mismo eran los labios de mi novio, señal de que estaba de nuevo aquí.
               No me tiraría sobre la cama y me quedaría dormida en el momento, sin tan siquiera cambiarme de una ropa que ya era un poco extranjera, porque la cama de Alec era inmensa y estaba demasiado fría sin él.
               Me sentía como si fuera un girasol ártico rascando cada rayo de luz que todavía se colaba por el horizonte minutos después de que el sol hubiera desaparecido tras esa línea inclemente, ansiosa por tomar hasta el último átomo que pudiera para prepararme para esa oscuridad gélida e interminable que irremediablemente acompañaba al invierno.
               -Señoras y señores, les recordamos que por la megafonía de este aeropuerto no se realizan actualizaciones sobre los vuelos. Por favor, presten atención a las pantallas distribuidas alrededor de las instalaciones para conocer el estado de sus vuelos. Gracias por su atención-anunció una voz sin rostro, y yo volví a clavar la mirada en las pantallas que clamaban la traición a mi corazón.
               Aquí yace Sabrae Malik, cuyo corazón de piedra empujó a su amor a otro continente el 18 de noviembre de 2035.
               ¿Sería tan malo si me quedara a vivir aquí, donde el tiempo es como un chicle que se estira y encoge a voluntad, hasta que llegara el día en que Alec volvería? Sabía cuál sería la respuesta de mis padres si les pedía volver aquí cada día a esperar en la zona de llegadas, mirando entre las cabezas de la gente hasta encontrar la suya destacando entre la multitud; ya conocía su respuesta incluso cuando las cosas estaban bien entre nosotros, así que ahora ni siquiera esperaba un poco de comprensión.
               Sabía que tenía que seguir adelante, pero era difícil hacerlo cuando el avión de Alec estaba en pista, esperando para alzar el vuelo. Había sido Mimi la que les había pedido a sus padres subir a la última planta de Heathrow, creada específicamente para que los familiares de los viajeros se despidieran de ellos en los días de más frío y peor tiempo. Al menos la lluvia había dado una tregua que permitía ver mejor la pista con los aviones, así que mi suave agonía podía alargarse un poco más.
               Miré de reojo el móvil de Mimi, en el que había abierto una página web de rastreo de vuelos e introducido la información del vuelo de su hermano. Allí indicaba que faltaban un par de minutos para que le tocara el turno al vuelo de Alec para atravesar la pista a toda velocidad.
               Fui consciente de cada uno de los latidos de mi corazón, de mis respiraciones y espiraciones, a lo largo de esos minutos. El embarque del vuelo con destino al aeropuerto de Adís Abeba se había cerrado hacía media hora, y todo había sido tan puntual que dolía. Naturalmente, las predicciones de la maldita página web también fueron acertadas.

lunes, 2 de diciembre de 2024

Ciento sesenta y un amaneceres a solas.

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Sabía que debería ducharme después de todo lo que habíamos hecho porque exudábamos sexo por los cuatro costados, pero considerando lo poco que me quedaba de disfrutar de Alec, perder el tiempo preocupándome por complacer a una sociedad que no me importaba lo más mínimo no estaba dentro de mi lista de prioridades.
               Además, encontraba un secreto placer en creer que estar con él cambiaba todo dentro de mí, desde mis sentimientos hasta mi olor. Así que lo sentía mucho por los geles de ducha que me había llevado a casa de Alec y con los que me sentía como una princesa frutal después de tomarme mi tiempo de aseo, pero hoy ellos no iban a ser los protagonistas.
                Después de acabar juntos, una fórmula milagrosa que sólo servía para reforzar nuestro vínculo y que yo sintiera que todo lo que iba a sufrir mientras él no estuviera mereciera la pena, nos habíamos vuelto a tumbar en la cama a besarnos y acariciarnos como si el tiempo fuera un invento que todavía nos quedaba muy lejos en la historia. Vivíamos en la dulce etapa de la Prehistoria, en la que los días duraban lo que reinaba el sol en el cielo y no lo que dictaba un reloj, y la mayor tecnología que habíamos visto nunca era el fuego y las sombras que proyectaba en la pared. No necesitábamos nada más para ser felices que tenernos el uno al otro, y yo no iba a rendirme ahora a los caprichos de un mundo que ni siquiera existía para mí.
                Tenía su mano en mi espalda, su pulgar dándole forma a mis lumbares, y su respiración como canción de cuna tan hermosa que no quería dormirme para no perdérmela. De verdad que no me hacía falta nada más.
               -¿Te ha gustado?-preguntó con la inocencia del niño que sospecha que el dibujo que le ha hecho a su madre le ha quedado especialmente bonito, pero quiere confirmar que la sonrisa de ella de verdad le pertenece. Decir que me había “gustado” sería quedarse muy corto: había estado en el punto medio perfecto entre lo picante y lo dulce, lo ardiente y lo suave, hacer el amor de forma lenta y follar como animales. Era todo lo que yo tenía con Alec, todo lo que necesitaba y todo lo que iba a echar de menos.
               Asentí con la cabeza, me aparté un mechón de pelo tras la oreja y le di un beso en el pecho.
               -Ha estado genial. ¿Y a ti?
               -Ha sido increíble-sonrió mirando al techo y besándome la cabeza. Sabía que estaba mirando nuestro reflejo en la claraboya, que despedía un halo dorado producto del sol cayendo lentamente por el horizonte. Mis noches iban a ser larguísimas ahora que sabía que tardaría mucho en tenerlo de nuevo conmigo, y la latitud y la época del año, desde luego, no ayudaban.
               Pero eso no importaba, porque de momento Alec estaba aquí, y yo tenía todo el cuerpo empapado de él.
               Al empezó a reírse y yo sonreí, aunque no sabía qué era lo que le hacía tanta gracia.
               -¿Qué pasa?-quise saber mientras él tiraba un poco de mí para pegarme un poco más a él, como si no me tuviera tumbada literalmente encima de él, no tuviéramos las piernas enredadas o nuestras respiraciones no estuvieran acompasadas.
               -Nada, es que…-se rió de nuevo entre dientes con una risa masculina que me hizo derretirme por dentro, tanto de amor como de anticipación. Era increíble la fuerza gravitatoria que ejercía sobre mí, lo atractivo que podía resultarme incluso cuando estaba totalmente saciada de él-. Estaba pensando en que tenías razón hace un año.
               Levanté la cabeza para mirarlo con una ceja alzada.
               -¿Respecto a qué?