domingo, 11 de noviembre de 2018

Praliné.

Parece ser que Blogger está otra vez haciendo de las suyas y no dejando que se publiquen comentarios, así que si quieres escribirme algo (porfitas), cópialo por si acaso y, si no se publica, me lo envías por md a twitter y yo estaré encantada de subirlo por ti 😘 Dicho esto, ¡que disfrutes del capítulo!

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Mi móvil emitió un nuevo pitido, era el tercero en ese minuto. Pero, como correspondía con el que tenía asignado a mi grupo con Amoke, Kendra y Taïssa, decidí seguir ignorándolo. Ahora mismo sólo me apetecía responder mensajes de Amoke o de Alec. No debería habérseme escapado mi repentino desinterés por la gente cuya inicial no fuera la A, pero como era una pura coincidencia, ni siquiera me había parado a pensarlo.
               Nos habíamos marchado de Bradford la mañana anterior. Después de despedirnos de toda nuestra familia, repartiendo besos sinceros y algún que otro abrazo incómodo y tenso, habíamos puesto rumbo primero al sur, y luego al oeste. Cada kilómetro que habíamos recorrido me había parecido una diminuta liberación, como si la influencia de Jazz se manifestara en forma de incendio y yo no pudiera sentir su calor a medida que la distancia entre nosotras aumentaba. Había dormido mal, despertándome cada poco, cuando mi subconsciente decidía que era un buen momento para torturarme y hacerme dudar de Alec en sueños. Mi yo consciente sabía que lo que ella me había dicho era un juicio errado aunque tremendamente comprensible, dado su historial; que lo que Scott me había dicho (que Alec se estaba enamorando de mí) era algo que podía notarse cada vez que los dos estábamos juntos, parte de lo que me hacía estar tan a gusto a su lado y que cada hora en su compañía se me pasara como un suspiro.
               Pero mi subconsciente llevaba años de ventaja detestando a Alec, con un catálogo de ofensas que yo misma había ido engordando con el paso del tiempo. Y era éste el que dominaba cuando yo cerraba los ojos y me echaba a dormir.
               Así que, por muy mal que me sintiera porque ni mis abuelos ni mis tías y primos se merecían que yo pensara así, marcharme de Bradford supuso para mí una pequeña liberación. Llegar a Burnham me despejó de todos mis miedos, como si hubiese desbloqueado una parte de mi cerebro en la que yo tenía absoluto control de mis pensamientos. Todas las dudas se habían quedado encerradas bajo llave en un cajón cuya llave había arrojado metafóricamente al mar cuando lo vi refulgir en el horizonte.
               Cuando les dije a las chicas que nos habíamos ido un poco antes (se supone que comeríamos en Bradford, aunque el tiempo acompañó y las nubes de tormenta que se acercaban a la costa de Irlanda y chocarían contra el país a media tarde nos hicieron de excusa perfecta) por lo que había sucedido la noche anterior. Faltaban aún un par de días para Navidad, pero dado que pronto volveríamos a Londres porque Scott ya acusaba la separación de Tommy (estaba arisco y tremendamente dependiente a partes iguales, como si se hubiera montado en una montaña rusa emocional de la que no podría bajarse hasta ver a su mejor amigo), aprovecharíamos para igualar nuestra estancia con la familia de mi madre.
               -¿Es por la tormenta?-había tecleado Taïssa mientras yo atravesaba el centro de Inglaterra, a punto de coger el desvío cuyos carteles marcaban la palabra GALES en mayúsculas en su parte superior-. Porque el viaje es muy largo y no debe de ser guay estar tanto tiempo en la carretera con la lluvia que anuncian.
               -Un poco-respondí.
               -¿Cómo que un poco?-la foto de Amoke apareció en un lado de la pantalla, y Kendra envió un emoticono de dos ojos, haciendo ver que estaba lista para mi explicación.
               -Es que ayer pasó algo-y les escribí rápidamente, con muchas faltas de ortografía por lo mareada que estaba, un resumen de la conversación que había tenido con Jazz. Tanto Taïssa como Amoke se mostraron escandalizadas y tremendamente ofendidas, como si Alec fuera su hermano y no estuvieran dispuestas a permitir que nadie menoscabara su honor.
               Pero Kendra…
               -No puedo decir que la culpe. Y vosotras tampoco deberíais. El chava tiene un historial, cuanto menos, interesante.
               Me había quedado mirando el mensaje, alucinada. No podía creerme que Kendra dijera una cosa así de Alec, sabiendo lo que me importaba, sabiendo lo mal que lo había pasado las dos semanas que no supe nada de él, sabiendo lo a gusto que me hacía sentir y lo bien que me había tratado y cuidado cuando incluso yo misma me habría dejado tirada, de ser él. No entendía por qué mi amiga saltaba con esas, después de lo mucho que me había animado a que me acercara a él, le diera una oportunidad y le permitiera cambiar la imagen que había tenido de él a lo largo de mi vida. ¡Pero si incluso había llegado a empujarme hacia él, físicamente, cuando nos encontrábamos por el pasillo y yo me hacía la local, sólo por hacer la gracia!
               Me dolía que Kendra pudiera decir una cosa así de Alec. Me dolía que le juzgara como lo había hecho yo. Porque yo lo había hecho por la animadversión malsana que había sentido por él desde que prácticamente tenía uso de razón, pero Kendra… a Kendra siempre le había gustado Alec.
               -Se nota que no le conoces-había respondido, dando por finalizada la conversación. Silencié el grupo durante unas horas y hablé con Taïssa y Amoke por el mismo cuando se terminó el silencio, pero ahora, Momo, Taïs y Kendra estaban decidiendo en qué sitio quedar para ir a tomar algo antes de verse recluidas en sus casas a partir del día siguiente, Nochebuena.
                Ni siquiera sabía por qué tenía el móvil a mano, cuando estaba claro que Amoke estaría preparándose para salir, y Alec estaba demasiado liado con el último día de entrega de paquetes de la campaña intensiva de Navidad.
               -¿No contestas?-preguntó Shasha, que tenía un cuaderno de dibujo en la mano igual que yo. Me la quedé mirando un segundo y sacudí la cabeza; luego, volví a presionar la punta del portaminas contra la superficie del papel. Mientras Shasha se dedicaba a dibujar mandalas con temática navideña para que los niños estuvieran entretenidos coloreando cuando la siguiente tormenta llegara a Burnham (aproximadamente esa madrugada), yo le estaba haciendo un retrato más o menos fiable. Me estaba tomando algunas licencias con respecto a su pelo, que no paraba de enredarse en su cara y a su espalda por culpa del viento del mar, pero por lo demás, estaba muy satisfecha con cómo me estaba quedando el dibujo de mi hermana.

               Frente a nosotras, el mar se agitaba contra la costa, lamiendo la arena y ejecutando un lento y coreografiado vals contra la orilla. Duna y nuestros primos correteaban frente a las olas, perdía quien dejara que le salpicaran los pies, aunque sólo fuera un poco. Por la parte de arena plana por la acción de la marea, Scott jugaba con nuestros primos y sus amigos al fútbol.
               Y, en una duna mayor a nuestra espalda, vigilándonos a todos, se sentaban papá y Seif, el marido del tío Ihsan. Mientras mi padre garabateaba en una libreta, componiendo con la inspiración del mar a modo de base de una canción que de momento sólo sonaba en su cabeza, Seif se tomaba un té caliente y no quitaba ojo de encima a los niños más pequeños; en especial, a Kumiko, mi prima preferida de Burnham por la mera razón de que era su hija.
               Y era adoptada, igual que yo.
               Ihsan y Seif habían llegado hacía unos años a Burnham anunciándonos que habían estado reuniendo dinero para irse a Estados Unidos y tener un hijo mediante un vientre de alquiler. Se habían pasado la cena al completo contando los detalles más delicados del proceso, alabando los avances que parecía estar haciendo el gobierno para aceptar la regulación que permitiría a las parejas del mismo sexo tener hijos biológicos…
               … hasta que yo me aburrí de jugar y me subí al regazo de mamá, que había escuchado en silencio, sin hacer ningún comentario. Me senté sobre ella y apoyé la espalda en su pecho; a los pocos minutos, ya dormía como un tronco. Tanto Ihsan como Seif miraron a mi madre, que se había dedicado a fulminarlos con la mirada desde que sacaron el tema.
               -¿Qué pasa, Sher? ¿No te parece una buena idea?
               -¿Tengo cara de que me lo parezca?
               -Sabemos que es mucho dinero, pero…
               -¿50.000 libras os parece mucho dinero por un bebé? Si el monólogo asqueroso, misógino y explotador que lleváis interpretando una hora no me hubiera demostrado ya que no os merecéis ser padres, esto acabaría de confirmármelo.
               -Perdónanos por no seguir las instrucciones del Corán-atacó Ihsan-, pero yo también tengo derecho a ser padre.
               -No, si piensas que 50.000 libras por Sabrae sería pagar demasiado por ella-acusó mamá, e Ihsan se quedó callado mientras Seif se removía en el asiento, incómodo. Mamá afianzó su abrazo en torno a mi cintura y yo solté un suspiro de satisfacción-. Bastante repugnante me parece ya que muchas parejas literalmente alquilen a personas, y literalmente compren a otras, como para que ahora mi propio hermano diga que lo tiene todo listo para hacerlo él también, y que encima pretenda que yo ponga buena cara.
               -Sher, ¿no te parece que lo estás exagerando un poco? A fin de cuentas, no están obligando a nadie a hacer nada, y estarían mejorando las condiciones de vida de la chica que se ofreciera a…-comenzó Abdel, mi tío mayor, a poner calma. Había sido una especie de segundo padre para mamá, en quien se había apoyado mucho a medida que había ido creciendo, a falta de su madre.
               -¿Tú de verdad te piensas que yo me ofrecería a quedarme embarazada, llevar un hijo en mi vientre durante nueve meses, dar a luz y dejar que unos desconocidos se lo llevaran por 50.000 míseras libras, si no fuera porque me muero de hambre, Abdel?
               -No seríamos desconocidos. Uno de nosotros sería el padre de la criatura-acusó Ihsan, y mamá hizo un mohín. Una sonrisa cruel curvó una de las comisuras de sus labios.
               -Ah, o sea, que le querríais porque tiene la sangre de uno de los dos.
               -Exactamente-asintió Seif.
               -Como hago yo con Scott.
               -Claro.
               -O con Shasha.
               -Sí.
               -O con Duna.
               -Ajá-Seif volvió a asentir con la cabeza.
               -¿Y con Sabrae?-preguntó mi madre, acariciándome la mejilla, mirándome a mí y sólo a mí, dormida en su regazo, sintiéndome segura, protegida y feliz.
               La mesa se quedó en silencio. Papá se ocultaba una sonrisa tras la mano, rascándose la barba. Mamá tenía los ojos clavados en su hermano.
               -A Sabrae no podré quererla, dado que ni lleva mi sangre ni pagué por ella, ¿no es así?
               -No es lo mismo.
               -Claro que es lo mismo. ¿Qué diferencia hay entre ella y algo que me encuentro por la calle? Una cartera vacía, o algo así. ¿Qué diferencia hay, Ihsan?
               -Que ella es una niña, joder, Sherezade. No una puta cartera que te encuentres por la calle.
               -Entonces, ¿por qué coño queréis comprar a una niña que no ha tenido la suerte, o la mala suerte, de que su madre no pudiera ocuparse de ella como le sucedió a Sabrae? ¿Por qué queréis comprar un bebé como si fuera una cartera en unos grandes almacenes?
               -Porque queremos ser padres y no  tenemos otra op…-comenzó Ihsan, pero Seif le puso una mano en el brazo para que se callara.
               -Sí la tenéis. Podéis recurrir a adoptar. Adoptar es salvar una vida.
               Seif sonrió, pero Ihsan puso los ojos en blanco.
               -Yo no tengo ese complejo de superheroína con el que naciste tú, chica.
               -No hablo de la de Sabrae. Hablo de la mía. Si de verdad piensas que fui yo la que la salvó a ella y no al revés, es que no has entendido nada de por qué la quiero tanto como quiero a los hijos a los que di a luz yo-mamá me dio un beso en la cabeza y yo me revolví, me desperté, la miré a los ojos, le sonreí y le cogí una mano entre las mías. Mamá sonrió, tragó saliva y volvió a mirar a su hermano-. Si no eres quien fabrica una cartera que te compras de rebajas, ¿qué te hace pensar que pagar por tener un hijo te hace más padre que permitirle a un niño que no tiene nada darte una oportunidad de redención?
               Ihsan y Seif se habían mirado un momento. No hablaron de ello hasta marcharse también de Burnham, y, a la semana siguiente de esa conversación con mamá, la llamaron por teléfono para pedirle que les informara sobre qué podían hacer para adoptar, en qué lugares los niños necesitaban más ayuda.
               Y, a los dos años, después de que mamá tuviera que cambiar dos veces de impresora en su despacho por todos los papeles que había tenido que llevar y traer de la embajada China, Ihsan y Seif fueron a por Kumiko.
               Mi prima de ojos rasgados, pelo lacio y piel pálida era la prueba de lo que mamá me había dicho hacía muchísimo tiempo, cuando había descubierto de dónde venía: un regalo, una sorpresa tan inesperada que era incluso mejor.
               Me mordisqueé el labio con Shasha aún mirándome. Era curioso cómo mis sentimientos respecto a cómo había llegado a la familia variaban dependiendo del sitio donde me encontraba. Siempre pensaba en ello en Navidades por ver a la parte más extensa de mi familia. Sin embargo, en Bradford era una pequeña punzada en el corazón, a veces imperceptible; en Burnham, en cambio, era una liberación en el estómago, como si hubiera estado conteniendo la respiración y por fin pudiera dar una buena bocanada de aire. Y todo era porque en Burnham yo no era la única.
               Contuve el impulso de coger el móvil y enviarle un mensaje a Alec. Necesitaba comentarlo con él, poner esos pensamientos en voz alta (o, más bien, sacarlos de mi cabeza y plasmarlos en la pantalla de mi teléfono) para dejar de notarme dividida. Era como si estuviera atada de pies y manos, con dos entes sin rostro ni cuerpo tirando cada uno en una dirección, amenazando con romperme en dos en cualquier momento.
               -Te pasa algo-constató Shash, apartándose un mechón de pelo rebelde de la boca y apoyándose en las rodillas. Frunció ligeramente el ceño, a la espera, y yo me encogí de hombros.
               -Nada, es sólo que he tenido un pequeño encontronazo con Kendra, eso es todo.
               -¿De veras? ¿Por qué?
               -Les conté a las chicas lo que pasó con Jazz… no es que le dé vueltas ni nada por el estilo-me apresuré a añadir-, es que simplemente me pareció que debía comentarlo con ellas. Y, bueno, mientras que Amoke y Taïssa fueron muy comprensivas conmigo y dijeron que Jazz no se había portado bien, Kendra, en cambio… digamos que le dio la razón.
               Shasha parpadeó, su ceño un poco más profundo.
               -¿Y te sorprende por algo en especial?
               -Pues sí. Es decir… Kendra siempre es la que te lanza, prácticamente, a los brazos de los chicos. No es la que les pone pegas, precisamente. Y… saben cómo estoy con Alec. Lo difíciles que han sido estos días sin él.
               -Pero, ¿qué ha dicho, exactamente?
               -Que no culpa a Jazz por pensar lo que piensa de él, debido a su historial.
               Shasha se mordió el labio y se abrazó las rodillas un momento.
               -¿Y no piensas que es porque sabe que Jazz no le conoce y no le ha visto contigo?
                -Es que no sé a qué vino eso, Shash. Y, sinceramente, no me apetece hablar con ella para averiguar qué bicho le ha picado. Estoy  esperando a que se me pase, y por eso no cojo el teléfono. Van a salir hoy, así que no tendré muchos mensajes… simplemente se están preparando-me aparté un rizo de la cara mientras Duna hacía una pirueta y recibía los aplausos de Kumiko. Shasha sonrió, mordisqueó la parte posterior de su lápiz y empezó a canturrear por lo bajo de vuelta a su tarea fabricando mandalas.
               -¿De qué te ríes?
               -De las vueltas que da el mundo. Tú, peleándote con una amiga por un chico. Y encima, ese chico es Alec.
               -No me he peleado con Kendra-protesté, pues en mi cabeza sonaban todas las alarmas. Por mucho que me doliera, Shasha tenía parte de razón. Iba en contra de lo que yo era y cómo había crecido pensar mal de mis amigas. Ellas sólo querían verme feliz.
               Sí, vale, y entonces, ¿por qué Kendra había dicho eso? Porque estaba claro que iba a dolerme. No cabía ninguna duda.
                -Lo importante de la frase no es que te estés peleando con Kendra. Es que te estás peleando por Alec-Shasha sonrió y volvió a sus quehaceres. El viento continuó enmarañándole la melena.
               -¡Que no me estoy peleando por Alec!
               -Qué mona eres defendiendo a tu chico así, hermana-Shasha me sacó la lengua.
               -¡Alec no es mi chico!-protesté, dándole un empujón y abalanzándome sobre ella. Granitos minúsculos de arena aún un poco húmeda por la lluvia del día anterior se adhirieron a mi piel como diminutas estrellas en el fondo de una nebulosa. Shasha se echó a reír mientras trataba de quitárseme de encima, y con ese pequeño gesto de mi hermana, dejando que me liberara y sacara de mi interior todo lo que sentía a base de pelearme con ella, pude dejar que mis sentimientos volaran libres. La pesada carga del miedo que me había instalado Jazz y que Kendra había hecho resurgir se cayó por la borda, y el oleaje terminó. Ya no estaba mareada, ya no me balanceaba de un lado a otro en una tempestad rabiosa.            
               El mar volvía a estar en calma.
               Así que cogí mi teléfono y les envié un mensaje a las chicas, diciéndoles que se lo pasaran bien acompañado de muchos corazones, todos de un color diferente.
               Todas me respondieron que me echarían de menos, y ahí comencé a sentirme mejor.
               Puede que no tuviera que comentarle episodios malos a Alec, después de todo. No necesitaría desahogarme con él porque ya lo había hecho con Shasha.
               No, definitivamente, le diría cosas buenas. Rememoraría los pequeños detalles de mi estancia en Bradford y Burnham que me habían hecho sonreír, sepultando a seis metros bajo tierra las cosas que me habían hecho sufrir. Así, sólo asociaría con él buenos sentimientos.
               Seguía queriendo hablar de mis orígenes, no obstante, pero mi recién adquirida relajación me hizo aparcar ese tema al fondo de mi mente. Si salía, lo tocaríamos, pero si no… me bastaría con recordar lo bien que me lo había pasado jugando a juegos de mesa con mis primos, haciéndole un retrato a mi hermana, acurrucándome al lado de Scott, cantando a pleno pulmón mis canciones preferidas de camino a Burnham. Lo deliciosas que habían estado las manzanas caramelizadas de Bradford, lo crujientes y ricos que le habían quedado los churros para acompañar al chocolate a la abuela Rebekah.
               La sonrisa de mamá al reencontrarse con sus hermanos. Cómo Abdel, Ihsan y Khaliq la estrecharon cada uno con más fuerza que el anterior, porque la pequeña de la casa había llegado, y la naturalidad con la que propusieron el plan del año para estar los hermanos juntos: dar una vuelta por el paseo marítimo de Burnham, y luego, quizá, visitar la tumba de la abuela, la madre que mamá no había llegado a conocer. Las lágrimas del abuelo Nasser al ver a sus hijos y nietos juntos otra vez.
               El olor a galletas recién horneadas de la abuela Trisha, el abrazo de oso del abuelo Yaser. Las bromas de mi padre con mis tías, tales como “¿qué se siente al saber que me hicieron en la misma habitación en la que tú duermes ahora, Waliyha?” de papá, el “repugnancia” plano de la tía Waliyha.
               La increíble y tangible sensación de felicidad al estar donde debías estar, en tu lugar preciso en el mundo.
               El ancla estaba en el fondo del mar, y yo había abierto mis alas y surcaba el cielo como un cisne.
               Por eso me monté con tantas ganas en el coche y conecté mi móvil a los altavoces, y canté a todo lo que dieron mis pulmones cada canción que salió en el aleatorio. Después de verme con Alec, de mostrarnos nuestros regalos, no podía con las ganas de regresar a Londres y tenerlo frente a mí de nuevo. Me sentía un poco mareada y tenía una presión en las piernas que me era familiar, pero no me importaba. Que me viniera la regla en el momento en que iba a verme de nuevo con Alec no me chafaría todo lo bueno que tenía por delante.
               Canté con muchísimas ganas, como si mi voz fuera a hacer que el tiempo pasase más deprisa, la distancia entre Londres y Burnham se acortara, o el coche fuera más rápido, o quizá las tres cosas a la vez.
               -B-b-b-baby, come on over, I don’t care if people find out!-Duna y yo nos echamos a reír cuando papá miró por el retrovisor, reconociendo al segundo la canción que nos había hecho agitar las manos en un arranque de entusiasmo. Intentamos convencerle de que cantara su parte en Magic, pero con hacer los coros del “Dada dadada da da da da” le bastó.
               Todos estábamos tan contentos por nuestras vacaciones y por regresar a casa que incluso Scott cogió el testigo de nuestro padre.
               -So le-le-let them take them pictures, spread it all around the world now!
               -DADA DADADA DA DA DA DA-chillamos Shasha, Duna y yo.
               -I wanna put it on my record, I want everyone to know now.
               -DADA DADADA DA DA DA DA-incluso mamá se nos unió, y papá sacudió la cabeza, tamborileando con los dedos en el volante.
               -But baby youuuuuuuuuuu got me moving too fast, cause IIIIIIIIIIII know you wanna be baaaaad…-le quité la parte a Liam.
               -I can’t hold back-Duna levantó los brazos y empezó a brincar en su sillín mientras nos hacíamos con el estribillo de la canción.
               Después, como si el universo quisiera que continuáramos con nuestro pequeño concierto itinerante, Teenage dirtbag salió elegida en el aleatorio.
               Papá cantó su parte y nos pusimos a chillar, mamá incluida. Papá alzó las cejas y la miró por el rabillo del ojo, divertido.
               -Nunca la he escuchado gritar así en casa-bromeó Scott.
               -Yo tampoco, hijo.
               -Antes te arriesgabas más con la voz-comentó mamá en tono nostálgico, acariciándole el brazo a papá.
               -Era joven y alocado.
               -Deberías volver a jugar así con la voz.
               -¿Es una petición formal?-preguntó papá, girando la cara un segundo para mirarla. Mamá apoyó el codo en la puerta y asintió con la cabeza. Papá se echó a reír, asintió con la cabeza y le cogió la mano para darle un beso.
               El momento romántico fue interrumpido por el jadeo de Shasha al escuchar las primeras palabras de la siguiente canción.
               -Uh.
               -B T S-recitó Shasha de memoria-. Chun Li.  THEY CALL ME ARTIST.
               -ARTIST-respondimos Duna y yo.
               -THEY CALL ME IDOL.
               -IDOL.
               Shasha siguió sola el resto de la canción, porque para nosotras era imposible cantar la letra en coreano. Eso sí, me dejó la parte del rap de Nicki porque, según ella, “no podía hacerlo así de rápido”, pero cuando escuchas a tu hermana pequeña cantar en un idioma que no es el suyo como si hubiera vivido toda su vida en el país donde se habla, empiezas a sospechar que lo hace por deferencia a ti y no por incapacidad suya.
               Decidí grabarnos, y nunca había tenido una idea tan buena como entonces. Después de subir un par de historias a Instagram enfocando a mis hermanos, que se ponían a bailar de forma exagerada para la ocasión, y tras casi una hora esperando recibir un mensaje, por fin mi móvil vibró con la notificación que esperaba.
               ¡Alec @Alecwlw05 te ha enviado un mensaje!
               Deslicé el dedo por la notificación y sonreí al ver que no se trataba de un mensaje cualquiera, sino de una foto sobre la que tenía que poner el dedo para poder verla. La toqué con el pulgar y sonreí al ver el contenido del mensaje que me había enviado mi chico, al que estaba a punto de ver.
               Se trataba de una captura de pantalla de la aplicación de música del iPhone, con los bordes sonrosados, los símbolos de reproducción de tamaño gigante en negro, y un cuadrado con la carátula del disco que él estaba escuchando. Solo que no era un disco: era un sencillo, un sencillo de mi padre. La fotografía en gris y las letras en rojo eran inconfundibles. Estaba escuchando Let me, y me parecía una coincidencia demasiado grande como para que no lo hubiera hecho a posta. La sola idea de pensar que se había tomado la molestia de poner la canción para enviármela y demostrarme que se acordaba de mí hizo que sintiera una dulce calidez descendiendo desde mi cabeza hasta mis pies, como cuando te dan un beso en la frente y se te quitan todos los males.
Mira lo que estoy escuchando yo.
💞😍😍😍😍😍💓💗💋
Es que te echo mucho de menos.
Jo, Al ❤❤❤❤❤❤❤❤❤
Date prisa en volver, porfa
               Me arrebujé en el asiento y dejé mi móvil sobre el regazo, mirando por la ventanilla cómo el paisaje se iba deslizando ante mí como en esos dibujos animados donde te muestran el supuesto funcionamiento de Hollywood. Me mordisqueé la uña del pulgar para ocultar una sonrisa, decidida a guardarme ese momento para mí.
               No sabes la prisa que me estoy dando.
               Desbloqueé de nuevo el móvil y me quedé mirando los dos últimos mensajes de Alec, ambos terminados en un emoticono de corazón. Aunque ya habíamos intercambiado corazones antes, él nunca lo había hecho de manera tan seguida. Yo sí que ponía muchos más, de hecho, abusaba de ellos, según mis amigas, pero no me importaba. Estaba claro que a él no le molestaba en absoluto; es más, había comprobado que, cuantos más emoticonos pusiera yo en un mensaje, más prisa se daría él en contestarlo. Era como si sirviera al dios de los emojis.
               Guardé la foto en mi galería y, en un impulso de esos que te dan cuando estás muy ilusionada con algo, le pasé el móvil a mi madre para que viera la pantalla.
               -Mirad lo que está escuchando Alec.
               Scott se revolvió en el asiento trasero ante la mención de su amigo. Aún no estaba acostumbrado a que fuera yo, y no él, quien lo invocara.
               Mamá sonrió mirando el teléfono, y luego lo giró para enseñárselo a mi padre.
               -Mira, papi-canturreé, atrayendo su atención-. Alec está escuchando música tuya.
               Papá miró un segundo la pantalla, rió entre dientes y sacudió la cabeza.
               -Dile a Alec que se deje de gilipolleces intentando seducirme, y que se ponga fundita la próxima vez que folléis.
               Shasha y Scott estallaron en una carcajada mientras yo ponía los ojos en blanco.
               -Deberías tenerle más aprecio a la única persona que sigue escuchando Let me a estas alturas de la vida-espeté, recogiendo mi móvil de manos de mamá, y papá se echó a reír.
               -Ya se lo tengo. Tuve cuatro hijos con ella.
               -Tenéis que convertir cada broma que yo hago en una charla vital, ¿no es así?-acusé.
               -¿Te crees que se pasan contigo, cría? Si vieras la tabarra que me dieron con la importancia de hacerse cargo de las consecuencias de tus decisiones cuando me dieron la charla sobre sexo…-Scott puso los ojos en blanco y mamá se volvió hacia él.
               -Estadísticamente, es más fácil que tú tengas un crío por ahí a que lo tenga Sabrae.
               -Sabrae está muy desmelenada últimamente-pinchó Shasha, y yo le solté un manotazo.
               -¿Y eso por qué?
               -Scott-papá se echó a reír-. Eres peor que yo cuando tenía tu edad.
               -Ya, pero yo me pongo condón.
               -Yo también me lo ponía.
               -Y mirad para lo que os sirvió-atajé yo, y Shasha volvió a reírse a carcajada limpia. Mamá se esforzó en disimular una sonrisa.
               -Simplemente queremos que estés segura, Sabrae, y ya sabes por dónde pasa el estar segura.
               -Pero a Scott no le insistís tanto en…
               -Porque Scott lo decide. A ti te lo pueden imponer-zanjó mamá, y yo abrí los ojos, alucinada.
               -Ya os lo he dicho. Fui yo la que insistí. Alec estaba dispuesto a hacer otras cosas. Él jamás me obligaría a hacer algo que yo no quisiera.
               De eso estaba totalmente segura. Era lo único sobre lo que no albergaba ninguna duda, ni siquiera en mis momentos de más bajón emocional. Alec nunca, jamás, intentaría hacer algo conmigo que yo le dijera que no quería hacer. Si tengo que ser totalmente sincera, no siempre las había tenido todas conmigo en ese sentido, dada su forma de ser; pero ahora que le conocía lo suficientemente bien, sabía que él no me presionaría para hacer nada. Otra cosa no, pero Alec sabía cuidar de la gente. Me había cuidado a mí.
               No iba a olvidarlo.
               Ni iba a permitir que nadie tratara de ponerme en su contra en ese aspecto.
               Fuera Jazz, Kendra, o el Papa de Roma.
               -Es verdad-asintió Scott-. Alec jamás haría eso.
               Mamá y papá intercambiaron una mirada.
               -Le conozco como si fuera mi hermano. Es muchas cosas, pero no es un abusón. Por eso las chicas vuelven con él constantemente.
               -Sabéis que yo sería la primera en alejarme de él si intentara propasarse conmigo-añadí yo-. Tengo carácter suficiente para no dejar que me toree.
               Papá suspiró.
               -Confiad un poco en mí-les pedí-. Sé que no lo he hecho bien, que he hecho una tontería y que no debo volver a repetirla, pero por lo demás… tengo más cabeza de la que pensáis. Me habéis enseñado a interpretar las señales. Además… es Alec-puse los ojos en blanco-. Le odié casi toda mi vida. ¿De verdad pensáis que voy a ser más indulgente con él sólo porque sea guapo?
               Mamá y papá se miraron un momento. Ella esbozó una sonrisa, se apoyó de nuevo en la puerta, se pasó una mano por el pelo y, con la mirada fija en la carretera, la ceja ligeramente alzada y una de las comisuras de su boca rizando una ola, respondió con una palabra cortísima de significado infinito.
               -No.


-No puedo creerlo-gimió Amoke, llevándose las dos manos a la cara. Ya se había quitado los guantes, de modo que en su piel no quedó ninguna marca de la tela de los mismos-. No puedo creerlo, te juro que no me lo puedo creer. ¡Este país se va a la mierda!
               Estábamos frente a la puerta de la pastelería a la que íbamos siempre que bajábamos al centro y nos dirigíamos al mismo centro comercial, en la que hacían los gofres deliciosos con un montón de siropes diferentes que tanto nos gustaban. En los cristales que deberían dar una visión el interior del local, tapados con cortinas de papel de color crema, había diversos carteles de publicidad, tanto de la pastelería como de negocios cercanos con los que los dueños se llevaban bien.
               Uno de esos carteles, sin embargo, era nuevo. Intermitente como los semáforos cuando se termina el tiempo para cruzar la calle, metiéndole prisa al peatón para que el señor rojo detenido no le pille en pleno paso de cebra, aparecía en los momentos más críticos: cuando la pastelería estaba cerrada por vacaciones.
               -¿¡Cómo pueden hacernos esto, Sabrae!?-Amoke se volvió hacia mí, escandalizada. Tenía las cejas tan arqueadas que prácticamente se ocultaban en su melena-. ¡Soy una ciudadana de la Unión Europea! ¡Una súbdita de Su Majestad, Guillermo V de Inglaterra! ¡¡NO ME PUEDEN HACER ESTO, SABRAE!!-me cogió de los brazos como si la culpa de que los reposteros estuvieran de vacaciones en Venecia la tuviera yo, o algo así-. ¡NO ME LO PUEDEN HACER! ¿LO SABRÁ TU MADRE?
               -Momo, tía, relájate. Estás empezando a asustarme, coño. ¡Será que no hay pastelerías en las que vendan gofres!
               -¡Tragedia!-gimió Momo, pegando la espalda al cristal de la puerta cerrada y deslizándose por él como si estuviera al borde de un colapso nervioso. Así me tenía a mí, si seguía en este plan. Enterró la cara en las manos y gimió de nuevo por lo bajo-. ¿A quién habré matado yo para merecer esto?
               Había dos cosas que Amoke no estaba dispuesta a compartir con nadie: los chicos y los dulces. Sobre los chicos no había hecho falta preguntar, pero con respecto a los dulces, todas lo habíamos aprendido por las malas cuando un día Taïssa le robó en broma un pastelito y ella respondió pegándole un mordisco con el que le dejó toda su dentadura tatuada en la mano durante una semana.
               Desde entonces, tanto Kendra como Taïssa y yo dejábamos que Amoke apartara los pasteles que quería comerse y le permitíamos despacharlos tranquila, básicamente porque a ninguna de nosotras nos hacía especial ilusión quedarnos mancas.
               Momo era un poco exagerada, vale, pero la verdad es que yo entendía que se tomara lo de los gofres como un asunto de Estado. Hacía mucho que no íbamos a la pastelería, desde mucho antes del incidente con Duna en el que se me escapó en el centro comercial de allí al lado, y yo me había dedicado a calentarle la cabeza con lo deliciosos que iban a saberle los gofres con el sirope de praliné después de una intensísima tarde de compras.
               Contra todo pronóstico, había conseguido bajarme del coche y no soltarle a Alec a bocajarro que había llegado a Londres, que si pasaba a recogerme. Puede que las débiles molestias que comenzaba a sentir en el vientre y la pesadez de mis piernas anunciándome que me estaba viniendo la regla tuviera parte de culpa, pero el caso es que conseguí actuar como una buena amiga en lugar de como una perra en celo y avisé primero a mi mejor amiga de que estaba en la ciudad. Alec no había vuelto a hablarme desde el intercambio de mensajes, y Momo envió un emoticono de una mano alzando el pulgar cuando le comenté que ya estaba en Londres y que necesitaría que me acompañara para darme su opinión en mi búsqueda de un sustituto para mi conjunto de Nochevieja.
               Mientras Scott se tiraba, literalmente, del coche en marcha para encontrarse con Tommy  (que había estado esperando a que llegásemos sentado en las escaleras del porche) y abalanzarse sobre él a darle un abrazo y comérselo a besos, yo acordé con Amoke en darle un toque cuando saliera de casa para que ella terminara de prepararse. Comimos frituras que papá y mamá sacaron del congelador y, después de deshacer un poco la maleta, salí disparada en dirección a casa de Amoke.
               -La vida no tiene sentido-se lamentó mi amiga-. Los hombres mienten, las pastelerías cierran, y el leopardo de las nieves está en peligro de extinción. ¡Vivir no merece la pena, Sabrae! Voy a tirarme al Támesis en cuanto tenga ocasión.
               -Amoke, te lo juro, como no te levantes de ahí no necesitarás tirarte al Támesis. Te empujaré yo misma por la barandilla del Puente.
               Empezaba a lamentar no haber ido sola a buscar el conjunto. Momo me daba unos consejos geniales, sabía sacar partido de mis virtudes incluso mejor que yo misma cuando nos encontrábamos con una prenda que nos gustara, pero… quizá fuera mejor haber ido sola y haberme ahorrado este numerito.
               A fin de cuentas, Momo tampoco había necesitado convencerme mucho para encontrar la ropa que iba a ponerme en Nochevieja. Después de desechar oficialmente el vestido de cuello alto que tenía pensado ponerme al enterarme de que iríamos al mismo sitio en el que mi hermano (y, en consecuencia, sus amigos; y, más en consecuencia aún, Alec) celebraría Nochevieja, había decidido que saldría con todo a jugar esa noche. Me vestiría ropa que hiciera que Alec quisiera arrancármela, a bocados o como le diera la gana, y me pasaría encima de él toda la noche. Follaríamos como locos y le haría lamentar no haberme abierto conversación mucho antes, no haber venido a suplicarme que le perdonara, no haberme raptado y llevado a su casa para que no me marchara a Bradford. Después de aquella llamada de teléfono en el que tuvimos sexo juntos pero no revueltos, necesitaba tenerlo dentro de mí de nuevo. Me sentía vacía, incompleta, y sabía de sobra qué parte de Alec terminaría el puzzle que me componía, dónde debía insertarla.
               El caso es que Momo y yo habíamos ido derechas a una de las tiendas más caras del centro comercial, con la ropa más exclusiva y las dependientas más dispuestas a hacerte arreglos en lo que fuera que hubieras elegido para que te quedara como un guante. La encargada me reconoció de tantas veces que había ido con mi madre a elegir el vestuario que ella se pondría en las galas a las que papá conseguía convencerla para que la acompañara y, después de soltarle la pequeña mentirijilla de que esta vez la acompañante sería yo, nos llevó a la zona más exclusiva de vestidos de fiesta.
               Mientras yo pasaba las manos a toda velocidad por entre las perchas, Momo incluso encontró un vestido de corte asimétrico en tono amarillo y, sosteniéndolo contra su pecho, me preguntó si me parecía una salvajada pagar casi 300 libras por él.
               -Si no crezco, puedo usarlo en la graduación-razonó, convenciéndose más a sí misma que a mí.
               -Y si nos morimos de un etílico en Nochevieja, sería un puntazo que te enterraran con él puesto-medité.
               -¿Verdad que sí? Sería la más estilosa en el cielo. Ni Diana podría superarme. La pena es que mis padres me matan si se enteran de que me he fundido los ahorros en…
               -Tía, no te rayes. Lo compramos a medias, si quieres.
               -Ni de coña me vas a pagar el vestido de Nochevieja, Saab.
               -Y tú ni de coña te vas a ir de aquí sin él, ya te lo digo.
               -Bueno, si tú no encuentras nada, siempre podemos recurrir a prestárnoslo. Seguro que eso no se ha visto nunca, dos chicas que comparten vestido de Nochevieja y se van cambiando con el paso de la noche. O quizá…-sonrió, maligna-. Quizá deberías llevarlo tú primero, y cuando Alec te lo quite, me llamas y yo voy corriendo en albornoz a la casa y me lo pongo-me guiñó un ojo y yo me eché a reír.
               -Eres más tont…-empecé, y entonces me quedé callada. Había tocado una pieza de satén de color rojo como la sangre, que prácticamente brillaba con luz propia. En los hombros tenía tirantes hechos de cadenas doradas, y el escote en V descendía de una forma escandalosa que seguramente haría que se me viera el ombligo-. Amoke. Amoke, Amoke, Amoke, Amoke-jadeé, sacando la percha de la barra en la que estaba y enseñándosela. Amoke dejó escapar una exclamación.
               -Tenemos dos opciones: te lo llevas, o te lo llevas.
               -Tengo que probármelo.
               -¿Estás loca? Con lo guapa que tú eres, y lo guapo que es este mono… buf-se llevó una mano a la cara, su vestido amarillo colgado cuidadosamente de su brazo-. Le quedaría bien hasta a una hiena.
               -Voy a probármelo-sentencié, y cuando lo hice, me sentí como una diosa. Si el vestido hubiera costado cinco mil libras, habría rezado porque mi madre no me hubiera puesto un límite en la tarjeta como había amenazado con hacerlo después de que me dedicara a pedir cosas por Amazon como una loca para que Alec viniera a traérmelas.
               Me quedaba un poco largo y el escote era demasiado profundo, pero nada que no se pudiera arreglar con unas puntadas. Cuando abrí la cortina de seda y Momo se volvió para mirarme, abrió la boca tan ampliamente que la mandíbula casi le tocó el suelo.
               -Dios mío. Es éste. Estás genial, Saab. Estás buenísima.
               -¿Verdad que sí? Pero no sé, igual es incómodo para bailar, y demás.
               -¿Bailar? Chica, ni que Alec fuera a dejarte. Seguro que te arrastra a cualquier rincón nada más verte. Menudo polvazo vas a echar.
               -¿Te imaginas que no va?-me reí, girándome y contemplando mi silueta en el espejo. Joder, era perfecto. Se me ceñía en los pechos y en las caderas, me dejaba el canalillo al descubierto y me realzaba el culo. Y los tirantes de cadenas de oro… madre mía. Me notaba la piel más luminosa, resplandeciendo en ese tono áureo de las modelos negras en los anuncios de colonia.
               -Vas a echar un polvazo, Sabrae-sentenció Amoke-. Si no es con Alec, será conmigo.
               Después de mirar el precio (500 libras –mamá me mata-), le pedí a la encargada que hiciera unos arreglos. Amoke y yo nos pasamos una hora de reloj subidas a sendos taburetes acolchados mientras les explicábamos a las costureras los cambios que queríamos que hicieran en las prendas. Tras cogerlo todo con agujas, nos dijeron que en una hora y media aproximadamente estaría todo listo, así que si queríamos, podíamos seguir con nuestras compras para matar el tiempo.
               Al salir de la tienda, Momo me dijo que quizá sería buena idea llamar a mi madre y avisarla por teléfono, para que pudiera digerir bien la noticia. Esperamos con un nudo en el estómago a que respondiera, y cuando lo hizo, adopté mi tono más inocente y le dije:
               -Mamá…  si ves un cargo en la tarjeta de ochocientas libras… no te asustes.
               Mamá contuvo el aliento al otro lado de la línea.
               -No le habrás comprado a tu hermano la Playstation nueva que viene con el equipo completo de realidad virtual y sensores de movimiento, ¿verdad, Sabrae? Porque o saca mejores notas, o en su vida va a tener eso.
               -No, no. Es que hemos… Momo y yo… pues no teníamos efectivo y nos hemos encontrado unos vestidos geniales de Nochevieja, y…
               -… vale…
               -Bueno, pues que los hemos comprado.
               -… vale.
               -Y ha salido todo por 800 libras.
               Momo y yo nos miramos ante el silencio de mi madre.
               -Ay, Sabrae-suspiró ella.
               -Te juro que te lo devolveré. Te lo prometo. Lo tengo ahorrado casi todo, el mío han sido 500, el de Momo es más barato, pero es que es tan bonito… es un mono, rojo, con tirantes de cadenas doradas, precioso. No te enfades antes de verlo, por favor.
               -¿Tienes bolso a juego? ¿Y zapatos?-soltó mi madre, y Amoke abrió los ojos, alucinada.
               -¿Qué?
               -Que si tienes los complementos, Sabrae. No pensarás ir descalza y sin bolso. Date una vuelta, a ver lo que encuentras.
               -Mamá, ¿me estás escuchando? Me he gastado 500 libras en un mono.
               -Algún día tenías que empezar-soltó mamá-. ¿Crees que voy a escandalizarme? Tengo bolsos en casa de 5 mil libras, Sabrae. Tengo página en Wikipedia. Tu padre tiene página en Wikipedia. ¿Crees que la gente con páginas en Wikipedia se compra vestidos de Nochevieja por 100 euros?
               Al ver que no contestaba, mi madre continuó:
               -Es un detalle que me avises nada más comprarlo, cariño. Date una vuelta y mira calzado y bolso. O si no, si quieres, vamos tú y yo mañana por Oxford Street a ver qué nos encontramos, ¿de acuerdo?
               -Va… vale.
               -Te dejo, que estoy con un caso. Pásatelo bien, cielo.
               Y colgó, sin más. Amoke y yo nos miramos, estupefactas.
               -Sabrae… ser tú es una putísima pasada.
               Pues sí, la verdad es que ser yo era una putísima pasada. Sobre todo porque yo estaba cuerda y no montaba esos numeritos sólo porque mi pastelería preferida estaba cerrada.
               Saqué mi móvil del bolso y abrí Google Maps. Tras mostrarle la dirección de la pastelería más cercana, conseguí que Amoke se pusiera en pie, se sacudiera la nieve de las perneras del pantalón y echara a andar por la calle, sorteando turistas y londinenses apurando los últimos días antes de Nochevieja para hacer lo mismo que habíamos hecho nosotras.
               Momo sonrió de oreja a oreja cuando llegamos a la pastelería, situada en una esquina y con ventanales en la mitad de su superficie, donde una pequeña multitud tomaba café y pasteles sentada a las mesas de su interior. La campanilla de encima de la puerta tintineó cuando la abrimos y, tras sacudir la nieve de nuestros paraguas, los dejamos en el paragüero y nos acercamos al mostrador, donde pasteles de todos los colores, formas y tamaños se exhibían con orgullo ante sus posibles comensales. Una señora de mejillas rellenas, nariz enrojecida y mirada afable se acercó a nosotras.
               -Hola, chicas, ¿qué os apetece?-preguntó con un dulcísimo tono francés que me encantó.
               -¿Tenéis gofres?-inquirió Momo, y yo recé mentalmente para que los tuvieran, pues de lo contrario probablemente montase una escena allí mismo.
               -Claro, corazón, pero tenemos que hacerlos. ¿Cuántos queréis?
               -Dos-sentenció Momo, y yo asentí con la cabeza, aunque no tenía pensado tomarme un gofre.
               -Bien, César-se volvió hacia el que supuse que sería su esposo, por el anillo de casado que lucía en su mano y la mirada que le dedicó a la vendedora cuando lo llamó en tono dulce, Césag-. Dile a la niña que encienda la gofrera y saque la masa de la nevera-el hombre asintió y desapareció por un recoveco de la trastienda-. ¿Algo más, guapas?
               -Ese pastel, ¿de qué es la cobertura?-señalé un pastelito rectangular con varias capas de bizcocho y crema, coronado por una película sonrosada.
               -De arándanos.
               -Vale, pues ese pastel, y un chocolate caliente.
               -Dos-sonrió Momo, sacando la cartera y extendiendo dos billetes sobre el mostrador.
               La mujer se giró para preparar nuestras bebidas y, al entregárnoslas con una nube de azúcar flotando en el centro, recogió los billetes que Amoke había dejado de exhibición en el cristal del mostrador. Sacó mi pastel a un platito y lo acercó a mí.
               -Id a sentaros, si queréis. Os llevaremos los gofres cuando estén listos.
               Encontramos una mesa en una esquina del local desde la que se veía la calle y la lenta e intrincada danza de los copos de nieve en esa tarde invernal. Momo dio un sorbo de su chocolate y se relamió con una sonrisa cuando lo hubo probado.
               -Está riquísimo.
               -¿A que ahora te avergüenzas del numerito que has montado en la otra pastelería?
               -El azúcar es un asunto que yo me tomo muy en serio, Sabrae-sentenció, altiva, y yo me eché a reír y eché un vistazo por la pastelería. Tenía la decoración típica de las pastelerías francesas, e incluso un pequeño dibujo de la torre Eiffel adornaba la pared al lado del mostrador. La pastelería bullía con la intensidad propia de un local cálido que sirve bebidas calientes en una tarde de nieve, y por doquier manos se pegaban a las tazas calientes y bocas soplaban pequeñas nubes bailarinas que ascendían de las tazas llenas.
               -Me encanta este sitio-ronroneé, jugueteando con la nube de azúcar que flotaba en mi chocolate.
               -Puedes comerte tu pastel, si quieres.
               -No, voy a esperarte.
               -Se te derretirá.
               -He dicho que voy a esperarte.
               -Vale, vale-Momo se echó a reír y dio otro sorbo. Pasó el dedo por la capa de nata inferior de mi pastel y yo exclamé un:
               -¡Eh!
                Me sacó la lengua, que tenía una manchita blanca. Remojé un poco más mi nube de azúcar en el chocolate y luego empezamos a trazar los planes para la tarde siguiente, y la siguiente, y la siguiente. Queríamos hacer un montón de cosas: ir al cine, al mercadillo de invierno de Camden, a patinar sobre el hielo y a la feria de Covent Garden. Teníamos que organizarnos bien para que nos diera tiempo a hacer todo lo demás.
               -Eso si Alec no te acapara durante todas las vacaciones-me pinchó Momo, y yo puse los ojos en blanco.
               -¿Te crees que voy a salir corriendo a sus brazos en cuanto lo vea?
               -Sí-se cruzó de brazos y sonrió-. Y que te vas a meter en su cama y te vas a negar a salir.
               -Tengo la regla-le informé, y ella chasqueó la lengua.
               -Vaya, así que tenemos una posibilidad de salir juntas, después de todo.
               -¡Eres tontísima! Que yo sepa, jamás os he dejado plantadas por irme con Alec. Aunque, claro, igual vuestra percepción es diferente.
               -¿Me lo dices por algo en particular?-su boca se torció en una sonrisa cómplice, y yo puse los ojos en blanco.
               -Kendra. ¿A qué vino lo del otro día?
               -Le gusta pinchar.
               -Me sentó bastante mal, la verdad.
               -Nos dimos cuenta, créeme. Y está arrepentida. No debería haber saltado así, pero… entiéndela. Tiene su poco de razón. Es normal que la gente que no conoce a Alec y a la que le cuentas cómo era antes desconfíe de que lo que te dice es verdad.
               -Él no es un mentiroso. Confío en él-murmuré, dando un sorbito del chocolate a través de mi cuchara.
               -Ya, si lo sé. Y sé que crees que pretende realmente cambiar por ti, para no hacerte daño. Eso le honra.
               -Pero tú no lo crees.
               -¿Quién dice que yo no lo crea?
               -Has dicho “sé que crees”, no “sé que pretende”-cogí mi taza y bebí un poco más. Amoke jugueteó con el platito de la suya.
               -Yo… evidentemente, no le conozco como tú, eso está claro. Así que no puedo saber qué es lo que te dijo ni lo fiable de lo que te prometiera. Todas maquillamos un poco la realidad cuando nos gusta un chico, siempre tendemos a endiosar todo lo que él nos dice para hacernos sentir importantes, y especiales-abrí la boca y Amoke, las manos, para que no dijera nada-. No estoy diciendo que endioses a Alec. Os he visto juntos y creo que sus sentimientos por ti son genuinos. Me has contado cosas de él que Kendra no sabe, así que yo tengo una imagen más nítida de cómo le ves tú de la que tiene Kendra. Sé que eres crítica con él; Kendra, no. Sé que eres exigente con él; Kendra, no. Sé que te interesa y tú le interesas a él, y que te trata y cuida en consecuencia. Kendra… no. Kendra no conoce al Alec que él es cuando está contigo como lo hago yo, así que es normal que reaccionara como lo hizo. Vale que el momento no fuera el adecuado, pero… no sé. Su intención no era herirte. Simplemente quiere que tengas cuidado.
               -Él no va a hacerme daño.
               -Ya, Saab, pero… a ver. Tú eres de lanzarte a la piscina sin mirar si hay agua. De momento siempre te ha salido bien. Y creo que con Alec también te va a salir, pero… entiéndelas. Taïssa y Kendra le conocen poco. Más o menos al mismo nivel que tú cuando no le soportabas. Me parece natural que desconfíen. Somos tus amigas, tenemos que protegerte.
               Noté que se me formaba un nudo en la garganta. No había sido justa con Kendra, ahora lo veía. No había tenido mala intención cuando me dijo aquello, simplemente quería que tuviera precaución, como Momo decía.
               Pero, ¿cómo puedes tener precaución con alguien que te hace sentir que no necesitas paracaídas, porque tienes dos alas preciosas con las que puedes volar?
               -No debería haberme puesto así-musité contra mi taza, mirando mi reflejo oculto en el chocolate.
               -Kendra sabe que no estás enfadada con ella.
               -Me molestó muchísimo, porque…-suspiré y miré a Amoke-. No te haces una idea de lo mucho que le quiero-Momo sonrió-. Me importa como no me ha importado ningún otro chico. Le necesito como no he necesitado a nadie, y… no sé. Las cosas buenas que me pasan, ahora me hacen más ilusión porque pienso en enseñárselas a él. Me apetece compartir cosas con él. Siento que me aprecia, que me entiende, y que no me juzga. Nunca había tenido esa sensación con nadie, excepto…
               -¿Excepto?
               -Contigo. Alec es un poco como tú, Momo. No tenéis maldad dentro. Y os quiero un montón a los dos. Eres mi mejor amiga, y él… no sé qué es él. Sólo sé que me ha cambiado, y si ahora saliera de mi vida, yo jamás conseguiría volver a ser la misma. Dejaría un vacío en mí que no podría llenar.
               -Alec va a salir de tu vida.
               -Ya, bueno… me da bastante angustia pensar que puede hacerlo. Y Kendra y Taïssa creen que es posible.
               -También es posible que el sol explote o la luna se caiga del cielo, y no por eso estás continuamente levantando la cabeza para comprobar que todo está en orden, ¿no? Además… él no tiene ninguna intención de marcharse, salvo que tú le echaras. Y no lo vas a hacer, ¿a que no?
               -Le he echado tantísimo de menos… no te haces una idea.
               -Claro que me la hago, Saab-me cogió de la mano y me acarició los nudillos con el pulgar-. Os veo cuando estáis juntos. Él te quiere, y tú le quieres a él, y cuando dos personas os queréis como lo hacéis vosotros... podéis superar todo aquello que se interponga entre los dos.
               -Es que… a veces me entran dudas, ¿sabes? Porque es lo que tú dices. Sé que me ilusiono un montón, y no quiero darme la hostia.
               -Sabrae, mira… si de verdad te piensas que vas a darte la hostia con un chico que ve a tus amigas borracho como una cuba, y les pregunta lo menos 20 veces si estás con ellas… es que eres tonta perdida.
               Yo sonreí, mirándome las manos. A veces se me olvidaba lo mucho que Alec hacía por mí, sus maneras de demostrarle que yo le importaba. Deseé que estuviera aquí conmigo, que sus rodillas rozaran las mías en ese minúsculo asiento, que me mirara y me sonriera como él sabía hacerlo, con la capacidad de derretir hasta el último glaciar de la tierra y ahogar todas las constelaciones con la luminosidad de su sonrisa. Que me pasara los dedos por la palma de la mano, que me dejara entrelazar nuestros dedos, que me diera un besito en la nariz y sonriera cuando yo soltara una risita.
               Nuestra conexión corporal era tremendamente fuerte. Había empezado con el sexo, sí, pero ahora se vinculaba a otras cosas incluso más poderosas. Cosas que duraban mucho más que un orgasmo, que descansaban mucho menos que dos sexos. Dos corazones.
               Un plato apareció por el borde de la mesa mientras yo me contemplaba las manos.
               -Vuestros gofres, chicas-dijo una voz joven-. ¿Qué queréis como sirope? Tenemos crema de vainilla, leche condensada, chocolate, nata o praliné.
               -Praliné, porfa. Y… ¿podrías ponerle una nubecita de nata?-Amoke sonrió, seductora, y yo me eché a reír. La chica sonrió y aceptó. Me quedé mirando los gofres, que aún ahumaban por estar recién hechos. Momo los tocó con el tenedor y se estremeció al ver que estaban esponjosos aunque crujientes. Tomé mi pastel y recogí el arándano solitario que coronaba el rectángulo.
               La chica regresó con una jarrita blanca de mano y un difusor con nata. Me quedé mirando cómo vertía el contenido de la jarrita en círculos sobre los gofres, bañándolos hasta casi ahogarlos, y luego cómo hacía una pequeña flor de nata sobre ellos.
               -Os dejo la jarrita por si queréis echaros más-informó, frotándose las manos contra su delantal negro-. ¡Que aproveche!
               -Gracias-canturreó Amoke, y yo levanté la mirada para darle también las gracias a la chica, que empezó a girarse para irse.
               Me quedé helada. Aquellos ojos verdes, la nariz pequeña y la sonrisa tierna. El pelo negro y largo, terminado en un flequillo que encuadraba sus facciones perfectas.
               -¡Perdona!
               La chica se volvió.
               Y supe que Pauline me había reconocido también cuando sus ojos chispearon con sorpresa, y una sonrisa efímera titiló en su boca.
               -¿Eres Pauline?
               Momo se quedó rígida en el asiento y clavó los ojos en la chica, a la que debería haber reconocido. La sonrisa de Pauline regresó a su boca y ella se llevó una mano al pecho.
               -Sí, soy yo.
               -Soy…-empecé, pero ella me cortó.
               -Sé quién eres. ¡Vaya! Eres súper guapa-se acercó a mí y me apartó un mechón de pelo de la cara en actitud casi maternal, como si fuera mi hermana mayor viéndome prepararme para el baile de fin de curso-. Ni las fotos ni lo que Alec dice de ti te hacen justicia. No me extraña que sonría como lo hace cada vez que pronuncia tu nombre.
               -¿Alec te ha hablado de mí?-casi jadeé, aunque estaba claro que Pauline sabía quién era yo. A fin de cuentas, me había seguido en Instagram… y Alec me había hablado de ella.
               -¿Que si habla? Pero, ¡si no calla! Hay veces en que incluso me parece mal. Es un poco… ¡chico, piensa un poco en mí que estoy aquí!-soltó una risita adorable que ocultó tras su mano.
               -Pues anda que tú… sí que eres preciosa. Alec no me quería enseñar ni una sola foto tuya. Ahora entiendo por qué. No querría que me pusiera celosa.
               -Este Alec-suspiró y se abrazó la cintura-. Es un sol. Más tierno… es como un peluche. Definitivamente, tienes que achucharlo.
               -¿Quieres sentarte con nosotras?-ofrecí, haciendo un hueco en el sofá. Amoke asintió, apoyando mi invitación, y Pauline se giró sobre sus talones, estudiando el local.
               -¡Claro! Pero antes, dejad que me ocupe de unos cuantos encargos más. Así os dejo comer tranquilas.
               Pauline prácticamente flotó hacia el mostrador, desprendía belleza incluso en su forma de caminar. Sentí que me daba vueltas la cabeza.
               Alec ya no se acuesta con ella y ella es preciosa.
               Debe quererme muchísimo para renunciar a una chica así.
               -Qué maja-comentó Momo, y yo asentí con la cabeza-. ¿Vas a interrogarla sobre Alec?
               -Nunca está de más que las chicas hagamos piña e intercambiemos referencias sobre los chicos, ¿no crees?
               Momo asintió con la cabeza, divertida. Nos dedicamos a observar con más o menos disimulo cómo Pauline pululaba de un lado a otro, sirviendo cafés y entregando pasteles, hasta que por fin fue toda nuestra. Se sentó en una silla de hierro frente a nosotras, quizá para no invadir nuestro espacio, quizá para poder levantarse rápidamente cuando sus jefes se lo requirieran. Revolvió su café con la cucharilla y miró a Amoke.
               -A ti no te conozco.
               Se presentaron y Pauline se mesó el pelo un momento, acariciándose la melena como me imaginé que le encantaría hacer a muchos chicos.
               -¿Cuáles son las posibilidades de que la chica que me ha quitado el ligue entre en mi pastelería?-sonrió, sacudiendo la cabeza y llevándose la taza a los labios.
               -En mi defensa diré que no sabía que Alec era tu ligue.
               Pauline se echó a reír.
               -No, sólo… bueno, ya sabes. Supongo que te lo habrá contado, ¿verdad?-tanto Amoke como yo asentimos-. Somos amigos, nada más. No había sentimientos por medio. Quiero decir… más allá de la amistad. Le tengo mucho aprecio, Alec es muy buen chico.
               -Te prometo que voy a hacer lo posible para que sigáis viéndoos.
               Pauline sonrió y asintió con la cabeza.
               -La verdad, es que no nos veíamos mucho. Sólo cuando hacíamos un pedido y él venía a entregarlo, y coincidía que lo recogía yo. Por lo demás… alguna vez coincidimos en alguna fiesta-Pauline agitó la mano, restándole importancia-, pero nada más allá.
               -Seguro que en Navidades le habrás tenido mucho por aquí-comenté, pinchando un trozo de tarta con el tenedor y metiéndomelo en la boca. Pauline puso los ojos en blanco.
               -De hecho, no. Desde que nos despedimos “oficialmente”-hizo el gesto de las comillas y se apartó el pelo del hombro-, no volví a verle hasta esta mañana.
               -¿Ha estado aquí?-casi me atraganté con el café, y noté cómo Momo se ponía tensa y nos miraba alternativamente a las dos. No podía creerlo, no quería desconfiar de él, pero… ¿y si Alec pensaba que estaba esperando demasiado por mí? No sabía cuánto tiempo había pasado desde la última vez que había estado con Pauline, pero por cómo había hablado ella, parecía bastante tiempo. Más de lo que él acostumbraba, seguro.
               Ahí estaban, de nuevo. Las dudas que Jazz había insuflado en mí. Por mucho que Amoke me dijera que se notaba que Alec me quería, mi prima tenía razón. Daba igual cuánto se esforzara por cambiar alguien; a la hora de la verdad, su naturaleza siempre acababa sobreponiéndose. Además, Pauline misma lo había dicho: ¿cuáles eran las posibilidades de que yo entrara en su cafetería?
               -¡No, por Dios! Ha estado aquí, pero no para eso. Eso se acabó, tenlo por seguro-sacudió la cabeza y su melena cayó en cascada por su espalda. Mentiría si dijera que no me tranquilizó la decisión con la que habló: como si no estuviera sólo en manos de Alec volver a las andadas, como si ella también tuviera algo que decir y no estuviera dispuesta a acogerlo de nuevo en su cama-. Nuestra despedida fue definitiva, los dos lo tenemos muy claro. Te quiere mucho, ¿sabes?-clavó los ojos en mí-. Te quiere muchísimo. Le conozco de hace bastante tiempo y nunca le he visto hablar de nadie como habla de ti-se miró el café-. No soy tan estúpida para pensar que él te hablara de mí como me ha hablado de ti.
               -Sí que me ha hablado de ti, pero no mucho. El… asunto… era doloroso.
               -Lo que te hicimos no estuvo bien-asintió con la cabeza y me puso una mano en el brazo-. Te pido disculpas.
               -No tienes nada por lo que disculparte. Y Alec, en realidad, tampoco. No somos nada, así que no me debe nada. Y menos entonces.
               -Él no lo siente así, créeme. Piensa que te debe mucho. No quiere hacerte daño-sonrió con nostalgia-. Cuando me dijo que íbamos a tener nuestra última noche juntos… casi me echo a llorar viéndolo. Parecía tan decidido, tan seguro de sí mismo. Era un hombre de pies a cabeza cuando me dijo que lo nuestro debía acabarse porque no quería perderte. Y, si te soy sincera, no puedo culparle.
               -Eres muy amable.
               -Soy sincera. No sé cómo he hecho para no enamorarme de ti. Alec describiéndote me lo ha puesto tremendamente difícil, de verdad-me guiñó un ojo y dio otro sorbo de su café-. Estaría dispuesto a parar un tren con su cuerpo por ti.
               -¿Te lo ha dicho él?-casi ronroneó Amoke, y Pauline se negó con la cabeza.
               -No, pero le conozco lo bastante como para saber que es así. Menuda suerte tienes, chica. Tienes a una joyita de novio.
               -No es mi novio.
               -Bah, tonterías-Pauline sacudió la mano-. Puede que no le hayas dado el título oficial, pero creo que a estas alturas ni  tú podrías evitar que lo sea. Está decidido a comportarse como tal, aunque sea de forma inconsciente. Seguro que hasta te consiente-cerró los ojos y dejó escapar un suspiro de pura nostalgia-. Tiene una cara de ser el novio del siglo que no puede con ella.
               -Sí que se empeña en invitarme a cosas, sí-me eché a reír y Amoke sacudió la cabeza.
               -Aunque tampoco es que ella proteste.
               -¡Claro que protesto, Momo! No quiero que se gaste nada de dinero en mí. Bastante le cuesta ganarlo como para que lo ande despilfarrando por ahí.
               -Y seguro que le da igual, ¿no es así?-Pauline se había apoyado la mandíbula en la mano, acodada en la mesa.
               -Es terco como él solo.
               -Dios mío, no me lo recuerdes-sacudió la cabeza y volvió a beber de su taza-. Y lo peor de todo es que lo reconoce.
               -¿A qué te refieres?
               -Mismamente, hoy. Se suponía que libraba por las horas extra que le tuvieron haciendo antes de Navidad, pero el caso es que, como según le entendí, tú llegabas a Londres dentro de dos días…
               -Eso le dije, sí. Para darle una sorpresa, en parte.
               -Pues el caso es que ha ido a la empresa a que le den más trabajo. Supongo que querrá más pasta para hacer algo contigo, o… yo qué sé. El caso es que se suponía que hoy quien nos iba a traer la harina de maíz era un repartidor con furgoneta, así que imagínate mi sorpresa al verlo aparecer a él.
               Intercambié una mirada con Momo. Alec no me había dicho nada de que hubiera pedido que le dieran más trabajo, ¡eso chafaría todos mis planes! Tenía pensado ir a recoger el mono ya listo y, una vez lo tuviera, ir a casa, cambiarme de ropa e ir en su busca. Tendría que confirmar su dirección con mi hermano, pero por lo demás, no pensé que fuera a tener complicaciones en mi plan.
               No sé por qué, en mi cabeza Alec siempre existía en un plano en el que estaba tirado en el sofá de su casa, un sofá que yo no había visto nunca, viendo una televisión que yo no sabía si existía, con unos pantalones de chándal oscuros y una camisa. Ahora que había descubierto que también llevaba sudaderas, me había dedicado a imaginarlo tirado en el sofá con la sudadera que había llevado en Camden, pero el caso es que siempre estaba con el móvil en la mano, no haciendo absolutamente nada, a la espera de mis mensajes. A pesar de que sabía que Alec tenía una vida plena y satisfactoria al margen de mí, yo no podía dejar de imaginármelo muerto del asco cuando no le prestaba atención.
               Qué equivocada había estado y qué egoísta había resultado.
               -Y… ¿sabes cuánto tiempo iba a estar repartiendo?
               Si seguía trabajando, lo mejor sería que me fuera olvidando de mi plan de darle una sorpresa. Iría a casa, me pondría el pijama, y quizá me diera placer a mí misma pensando en él, y hasta ahí llegaría mi tarde. Nada de fuegos artificiales viéndole. Nada de sexo de bienvenida.
               -Ésa era su intención, pero parece ser que tuvo un problema con su moto y ha tenido que parar, así que igual tienes suerte y lo pillas en casa, después de todo-Pauline se encogió de hombros y se volvió cuando su jefa y madre la llamó. Apuró su café y se disculpó con nosotras, que nos terminamos nuestros chocolates y nuestros aperitivos comentando cuál sería la mejor forma de proceder.
               Cuando hubimos dado buena cuenta de todo, lo dejamos junto para que Pauline no tuviera demasiado trabajo extra. Se acercó a nuestra mesa rauda y veloz a recoger los platos y las tazas, que apiló una sobre otra con eficiencia.
               La acompañamos hasta el mostrador.
               -¿Conoces a tu suegra?-preguntó mientras colocaba las tazas en un fregadero y se limpiaba las manos en un acto reflejo contra el delantal.
               -Define “conoces”-le pidió Amoke, y Pauline se apoyó en el mostrador.
               -¿Te ha presentado oficialmente como la chica por la que está dejando a sus follamigas ante su madre?-espetó, y Amoke y yo estallamos en una carcajada explosiva.
               -No, la verdad. Aunque conozco a su madre. Mi hermano y él son íntimos, así que su familia me conoce desde que nací.
               -Pues espera. Una siempre quiere ir bien preparada para cuando eso suceda. Te daré algo para allanarte el camino-comentó Pauline, perdiéndose de nuevo en la trastienda. Regresó al cabo con una cajita que montó y llenó de pastitas delante de nosotras.
               -Annie te adora-me susurró Amoke al oído, y yo me encogí de hombros. Vale, sí, Annie me tenía muchísimo cariño desde que nací porque se había hecho muy amiga de mi madre, pero, ¿a quién le amarga un dulce?
               Pauline cerró la cajita y la envolvió con papel dorado, terminando con el pequeño paquete haciéndole un lazo de tul blanco. Me lo entregó y sonrió.
               -Son sus preferidas. Alec siempre le coge una cajita cuando va a casa.
               -¿Qué te doy?
               -Nunca se la cobro-se llevó una mano al pecho, escandalizada.
               -Pero yo no soy Alec.
               -Ya, pero has hecho que me fije en el chico que toca el violín en la parada del metro donde me bajo para ir a estudiar. Siempre me han gustado los músicos, y los rubios. Y, ahora que necesito desesperadamente un sustituto para Alec por tu culpa, tengo que decir que la idea de que me toquen una serenata mientras estoy desnuda en la cama no termina de disgustarme.
               Momo y yo nos echamos a reír de nuevo y Pauline hizo una reverencia.
               -Siento muchísimo haberte bloqueado en Instagram cuando pasó aquello.
               -No te preocupes. Yo habría arrastrado de los pelos a la perra que se hubiera metido entre el chico que me gusta y yo. Pero tienes una melena muy bonita-añadió, jugueteando con uno de mis rizos-, así que creo que lo dejaré pasar.
               Me eché a reír y rodeé el mostrador para darle un abrazo.
               -Gracias por todo, Pauline.
               -A ti por hacer feliz a mi niñito, chica-me estrechó con fuerza y me soltó para despedirse también de Amoke-. Volved cuando queráis, las pastitas corren de mi cuenta.
               -Lo haremos-aseguró Amoke, que no perdería la ocasión de dulces gratis en su vida.
               El tintineo de la campana nos despidió al igual que la mano en alto de Pauline.
               -¿A que no ha estado tan mal el cambio de pastelería, después de todo?
               -Me ha encantado que nos dejaran la jarrita con praliné en la mesa. En el otro sitio, no lo hacen. Deberíamos pasarnos a ésta.
               Asentí con la cabeza, la nieve crujiendo a mis pies. Íbamos camino del centro comercial, la cajita dorada y blanca bailando en mis dedos, columpiándose del lazo.
               -Sabrae…
               -¿Qué?
               -Sería un poco raro que le llevaras esas pastas sin venir a cuento a Annie-reflexionó, y yo puse los ojos en blanco.
               -No pienso dártelas, Amoke.
               Ella frunció el ceño y arrugó la boca.
               -Qué atropello. Estoy convencida de que el rey no sabe que se me está tratando así.
               Pasamos por delante de nuestra vieja pastelería, aún con el cartelito de vacaciones en exhibición. Cuando Momo decidió ignorarlo, como si ya no se acordara de que solíamos ir allí, supe que ella, también, estaba iniciando un nuevo capítulo en su vida.


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2 comentarios:

  1. Que me ha encantado el capítulo ays. La cerrada de orto de Sher a sus hermanod, la aparición estelar de Pauline... Me ha gustado mucho mucho. Deseando leer el siguiente para saber a donde la lleva Alec.

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    1. Me he enrollado muchisimo en cosas sin importancia pero te juro que no lo hago a posta, es que me encanta esta historia ay. Aparte de wue reslmente cuanto mas escriba mas perfecta se vuelve Sabrae porque mas la conocemos y eso bueno en fin JAJAJAJAJAJAJJAJAJAJAJAJAJAJA
      Sherezade reina de España 💅🏾👑 lo que me gusta a mí ver a una bad bitch
      Y Pauline mas cuca no puedo con ella de verdad, no me acuerdo de quien me dio que sería un puntazo que se conocieran ella y Sabrae pero desde aqui le doy publicamente las gracias

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