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Mi
móvil emitió un nuevo pitido, era el tercero en ese minuto. Pero, como
correspondía con el que tenía asignado a mi grupo con Amoke, Kendra y Taïssa,
decidí seguir ignorándolo. Ahora mismo sólo me apetecía responder mensajes de
Amoke o de Alec. No debería habérseme escapado mi repentino desinterés por la
gente cuya inicial no fuera la A, pero como era una pura coincidencia, ni
siquiera me había parado a pensarlo.
Nos habíamos marchado de Bradford
la mañana anterior. Después de despedirnos de toda nuestra familia, repartiendo
besos sinceros y algún que otro abrazo incómodo y tenso, habíamos puesto rumbo
primero al sur, y luego al oeste. Cada kilómetro que habíamos recorrido me
había parecido una diminuta liberación, como si la influencia de Jazz se
manifestara en forma de incendio y yo no pudiera sentir su calor a medida que
la distancia entre nosotras aumentaba. Había dormido mal, despertándome cada
poco, cuando mi subconsciente decidía que era un buen momento para torturarme y
hacerme dudar de Alec en sueños. Mi yo consciente sabía que lo que ella me
había dicho era un juicio errado aunque tremendamente comprensible, dado su
historial; que lo que Scott me había dicho (que Alec se estaba enamorando de
mí) era algo que podía notarse cada vez que los dos estábamos juntos, parte de
lo que me hacía estar tan a gusto a su lado y que cada hora en su compañía se
me pasara como un suspiro.
Pero mi subconsciente llevaba
años de ventaja detestando a Alec, con un catálogo de ofensas que yo misma había
ido engordando con el paso del tiempo. Y era éste el que dominaba cuando yo
cerraba los ojos y me echaba a dormir.
Así que, por muy mal que me
sintiera porque ni mis abuelos ni mis tías y primos se merecían que yo pensara
así, marcharme de Bradford supuso para mí una pequeña liberación. Llegar a
Burnham me despejó de todos mis miedos, como si hubiese desbloqueado una parte
de mi cerebro en la que yo tenía absoluto control de mis pensamientos. Todas
las dudas se habían quedado encerradas bajo llave en un cajón cuya llave había
arrojado metafóricamente al mar cuando lo vi refulgir en el horizonte.
Cuando les dije a las chicas que
nos habíamos ido un poco antes (se supone que comeríamos en Bradford, aunque el
tiempo acompañó y las nubes de tormenta que se acercaban a la costa de Irlanda
y chocarían contra el país a media tarde nos hicieron de excusa perfecta) por
lo que había sucedido la noche anterior. Faltaban aún un par de días para
Navidad, pero dado que pronto volveríamos a Londres porque Scott ya acusaba la
separación de Tommy (estaba arisco y tremendamente dependiente a partes
iguales, como si se hubiera montado en una montaña rusa emocional de la que no
podría bajarse hasta ver a su mejor amigo), aprovecharíamos para igualar
nuestra estancia con la familia de mi madre.
-¿Es por la tormenta?-había
tecleado Taïssa mientras yo atravesaba el centro de Inglaterra, a punto de
coger el desvío cuyos carteles marcaban la palabra GALES en mayúsculas en su
parte superior-. Porque el viaje es muy largo y no debe de ser guay estar tanto
tiempo en la carretera con la lluvia que anuncian.
-Un poco-respondí.
-¿Cómo que un poco?-la foto de
Amoke apareció en un lado de la pantalla, y Kendra envió un emoticono de dos
ojos, haciendo ver que estaba lista para mi explicación.
-Es que ayer pasó algo-y les
escribí rápidamente, con muchas faltas de ortografía por lo mareada que estaba,
un resumen de la conversación que había tenido con Jazz. Tanto Taïssa como
Amoke se mostraron escandalizadas y tremendamente ofendidas, como si Alec fuera
su hermano y no estuvieran dispuestas a permitir que nadie menoscabara su
honor.
Pero Kendra…
-No puedo decir que la culpe. Y
vosotras tampoco deberíais. El chava tiene un historial, cuanto menos,
interesante.
Me había quedado mirando el
mensaje, alucinada. No podía creerme que Kendra dijera una cosa así de Alec,
sabiendo lo que me importaba, sabiendo lo mal que lo había pasado las dos
semanas que no supe nada de él, sabiendo lo a gusto que me hacía sentir y lo
bien que me había tratado y cuidado cuando incluso yo misma me habría dejado
tirada, de ser él. No entendía por qué mi amiga saltaba con esas, después de lo
mucho que me había animado a que me acercara a él, le diera una oportunidad y
le permitiera cambiar la imagen que había tenido de él a lo largo de mi vida.
¡Pero si incluso había llegado a empujarme hacia él, físicamente, cuando nos
encontrábamos por el pasillo y yo me hacía la local, sólo por hacer la gracia!
Me dolía que Kendra pudiera decir
una cosa así de Alec. Me dolía que le juzgara como lo había hecho yo. Porque yo
lo había hecho por la animadversión malsana que había sentido por él desde que
prácticamente tenía uso de razón, pero Kendra… a Kendra siempre le había
gustado Alec.
-Se nota que no le conoces-había
respondido, dando por finalizada la conversación. Silencié el grupo durante
unas horas y hablé con Taïssa y Amoke por el mismo cuando se terminó el
silencio, pero ahora, Momo, Taïs y Kendra estaban decidiendo en qué sitio
quedar para ir a tomar algo antes de verse recluidas en sus casas a partir del
día siguiente, Nochebuena.
Ni siquiera sabía por qué tenía el móvil a
mano, cuando estaba claro que Amoke estaría preparándose para salir, y Alec
estaba demasiado liado con el último día de entrega de paquetes de la campaña
intensiva de Navidad.
-¿No contestas?-preguntó Shasha,
que tenía un cuaderno de dibujo en la mano igual que yo. Me la quedé mirando un
segundo y sacudí la cabeza; luego, volví a presionar la punta del portaminas
contra la superficie del papel. Mientras Shasha se dedicaba a dibujar mandalas
con temática navideña para que los niños estuvieran entretenidos coloreando
cuando la siguiente tormenta llegara a Burnham (aproximadamente esa madrugada),
yo le estaba haciendo un retrato más o menos fiable. Me estaba tomando algunas
licencias con respecto a su pelo, que no paraba de enredarse en su cara y a su
espalda por culpa del viento del mar, pero por lo demás, estaba muy satisfecha
con cómo me estaba quedando el dibujo de mi hermana.
Frente a nosotras, el mar se
agitaba contra la costa, lamiendo la arena y ejecutando un lento y
coreografiado vals contra la orilla. Duna y nuestros primos correteaban frente
a las olas, perdía quien dejara que le salpicaran los pies, aunque sólo fuera
un poco. Por la parte de arena plana por la acción de la marea, Scott jugaba
con nuestros primos y sus amigos al fútbol.
Y, en una duna mayor a nuestra
espalda, vigilándonos a todos, se sentaban papá y Seif, el marido del tío
Ihsan. Mientras mi padre garabateaba en una libreta, componiendo con la
inspiración del mar a modo de base de una canción que de momento sólo sonaba en
su cabeza, Seif se tomaba un té caliente y no quitaba ojo de encima a los niños
más pequeños; en especial, a Kumiko, mi prima preferida de Burnham por la mera
razón de que era su hija.
Y era adoptada, igual que yo.
Ihsan y Seif habían llegado hacía
unos años a Burnham anunciándonos que habían estado reuniendo dinero para irse
a Estados Unidos y tener un hijo mediante un vientre de alquiler. Se habían
pasado la cena al completo contando los detalles más delicados del proceso,
alabando los avances que parecía estar haciendo el gobierno para aceptar la
regulación que permitiría a las parejas del mismo sexo tener hijos biológicos…
… hasta que yo me aburrí de jugar
y me subí al regazo de mamá, que había escuchado en silencio, sin hacer ningún
comentario. Me senté sobre ella y apoyé la espalda en su pecho; a los pocos
minutos, ya dormía como un tronco. Tanto Ihsan como Seif miraron a mi madre,
que se había dedicado a fulminarlos con la mirada desde que sacaron el tema.
-¿Qué pasa, Sher? ¿No te parece
una buena idea?
-¿Tengo cara de que me lo
parezca?
-Sabemos que es mucho dinero,
pero…
-¿50.000 libras os parece mucho
dinero por un bebé? Si el monólogo asqueroso, misógino y explotador que lleváis
interpretando una hora no me hubiera demostrado ya que no os merecéis ser
padres, esto acabaría de confirmármelo.
-Perdónanos por no seguir las
instrucciones del Corán-atacó Ihsan-, pero yo también tengo derecho a ser padre.
-No, si piensas que 50.000 libras
por Sabrae sería pagar demasiado por ella-acusó mamá, e Ihsan se quedó callado
mientras Seif se removía en el asiento, incómodo. Mamá afianzó su abrazo en
torno a mi cintura y yo solté un suspiro de satisfacción-. Bastante repugnante
me parece ya que muchas parejas literalmente alquilen a personas, y
literalmente compren a otras, como para que ahora mi propio hermano diga que lo
tiene todo listo para hacerlo él también, y que encima pretenda que yo ponga
buena cara.
-Sher, ¿no te parece que lo estás
exagerando un poco? A fin de cuentas, no están obligando a nadie a hacer nada,
y estarían mejorando las condiciones de vida de la chica que se ofreciera
a…-comenzó Abdel, mi tío mayor, a poner calma. Había sido una especie de
segundo padre para mamá, en quien se había apoyado mucho a medida que había ido
creciendo, a falta de su madre.
-¿Tú de verdad te piensas que yo
me ofrecería a quedarme embarazada, llevar un hijo en mi vientre durante nueve
meses, dar a luz y dejar que unos desconocidos se lo llevaran por 50.000
míseras libras, si no fuera porque me muero de hambre, Abdel?
-No seríamos desconocidos. Uno de
nosotros sería el padre de la criatura-acusó Ihsan, y mamá hizo un mohín. Una
sonrisa cruel curvó una de las comisuras de sus labios.
-Ah, o sea, que le querríais
porque tiene la sangre de uno de los dos.
-Exactamente-asintió Seif.
-Como hago yo con Scott.
-Claro.
-O con Shasha.
-Sí.
-O con Duna.
-Ajá-Seif volvió a asentir con la
cabeza.
-¿Y con Sabrae?-preguntó mi
madre, acariciándome la mejilla, mirándome a mí y sólo a mí, dormida en su
regazo, sintiéndome segura, protegida y feliz.
La mesa se quedó en silencio.
Papá se ocultaba una sonrisa tras la mano, rascándose la barba. Mamá tenía los
ojos clavados en su hermano.
-A Sabrae no podré quererla, dado
que ni lleva mi sangre ni pagué por ella, ¿no es así?
-No es lo mismo.
-Claro que es lo mismo. ¿Qué
diferencia hay entre ella y algo que me encuentro por la calle? Una cartera
vacía, o algo así. ¿Qué diferencia hay, Ihsan?
-Que ella es una niña, joder,
Sherezade. No una puta cartera que te encuentres por la calle.
-Entonces, ¿por qué coño queréis
comprar a una niña que no ha tenido la suerte, o la mala suerte, de que su
madre no pudiera ocuparse de ella como le sucedió a Sabrae? ¿Por qué queréis
comprar un bebé como si fuera una cartera en unos grandes almacenes?
-Porque queremos ser padres y
no tenemos otra op…-comenzó Ihsan, pero
Seif le puso una mano en el brazo para que se callara.
-Sí la tenéis. Podéis recurrir a
adoptar. Adoptar es salvar una vida.
Seif sonrió, pero Ihsan puso los
ojos en blanco.
-Yo no tengo ese complejo de
superheroína con el que naciste tú, chica.
-No hablo de la de Sabrae. Hablo
de la mía. Si de verdad piensas que fui yo la que la salvó a ella y no al
revés, es que no has entendido nada de por qué la quiero tanto como quiero a
los hijos a los que di a luz yo-mamá me dio un beso en la cabeza y yo me
revolví, me desperté, la miré a los ojos, le sonreí y le cogí una mano entre
las mías. Mamá sonrió, tragó saliva y volvió a mirar a su hermano-. Si no eres
quien fabrica una cartera que te compras de rebajas, ¿qué te hace pensar que
pagar por tener un hijo te hace más padre que permitirle a un niño que no tiene
nada darte una oportunidad de redención?
Ihsan y Seif se habían mirado un
momento. No hablaron de ello hasta marcharse también de Burnham, y, a la semana
siguiente de esa conversación con mamá, la llamaron por teléfono para pedirle
que les informara sobre qué podían hacer para adoptar, en qué lugares los niños
necesitaban más ayuda.
Y, a los dos años, después de que
mamá tuviera que cambiar dos veces de impresora en su despacho por todos los
papeles que había tenido que llevar y traer de la embajada China, Ihsan y Seif
fueron a por Kumiko.
Mi prima de ojos rasgados, pelo
lacio y piel pálida era la prueba de lo que mamá me había dicho hacía muchísimo
tiempo, cuando había descubierto de dónde venía: un regalo, una sorpresa tan
inesperada que era incluso mejor.
Me mordisqueé el labio con Shasha
aún mirándome. Era curioso cómo mis sentimientos respecto a cómo había llegado
a la familia variaban dependiendo del sitio donde me encontraba. Siempre
pensaba en ello en Navidades por ver a la parte más extensa de mi familia. Sin
embargo, en Bradford era una pequeña punzada en el corazón, a veces
imperceptible; en Burnham, en cambio, era una liberación en el estómago, como
si hubiera estado conteniendo la respiración y por fin pudiera dar una buena
bocanada de aire. Y todo era porque en Burnham yo no era la única.
Contuve el impulso de coger el
móvil y enviarle un mensaje a Alec. Necesitaba comentarlo con él, poner esos
pensamientos en voz alta (o, más bien, sacarlos de mi cabeza y plasmarlos en la
pantalla de mi teléfono) para dejar de notarme dividida. Era como si estuviera
atada de pies y manos, con dos entes sin rostro ni cuerpo tirando cada uno en
una dirección, amenazando con romperme en dos en cualquier momento.
-Te pasa algo-constató Shash,
apartándose un mechón de pelo rebelde de la boca y apoyándose en las rodillas.
Frunció ligeramente el ceño, a la espera, y yo me encogí de hombros.
-Nada, es sólo que he tenido un
pequeño encontronazo con Kendra, eso es todo.
-¿De veras? ¿Por qué?
-Les conté a las chicas lo que
pasó con Jazz… no es que le dé vueltas ni nada por el estilo-me apresuré a
añadir-, es que simplemente me pareció que debía comentarlo con ellas. Y,
bueno, mientras que Amoke y Taïssa fueron muy comprensivas conmigo y dijeron
que Jazz no se había portado bien, Kendra, en cambio… digamos que le dio la
razón.
Shasha parpadeó, su ceño un poco
más profundo.
-¿Y te sorprende por algo en
especial?
-Pues sí. Es decir… Kendra
siempre es la que te lanza, prácticamente, a los brazos de los chicos. No es la
que les pone pegas, precisamente. Y… saben cómo estoy con Alec. Lo difíciles
que han sido estos días sin él.
-Pero, ¿qué ha dicho,
exactamente?
-Que no culpa a Jazz por pensar
lo que piensa de él, debido a su historial.
Shasha se mordió el labio y se
abrazó las rodillas un momento.
-¿Y no piensas que es porque sabe
que Jazz no le conoce y no le ha visto contigo?
-Es que no sé a qué vino eso, Shash. Y,
sinceramente, no me apetece hablar con ella para averiguar qué bicho le ha
picado. Estoy esperando a que se me
pase, y por eso no cojo el teléfono. Van a salir hoy, así que no tendré muchos
mensajes… simplemente se están preparando-me aparté un rizo de la cara mientras
Duna hacía una pirueta y recibía los aplausos de Kumiko. Shasha sonrió,
mordisqueó la parte posterior de su lápiz y empezó a canturrear por lo bajo de
vuelta a su tarea fabricando mandalas.
-¿De qué te ríes?
-De las vueltas que da el mundo.
Tú, peleándote con una amiga por un chico. Y encima, ese chico es Alec.
-No me he peleado con
Kendra-protesté, pues en mi cabeza sonaban todas las alarmas. Por mucho que me
doliera, Shasha tenía parte de razón. Iba en contra de lo que yo era y cómo
había crecido pensar mal de mis amigas. Ellas sólo querían verme feliz.
Sí, vale, y entonces, ¿por qué
Kendra había dicho eso? Porque estaba claro que iba a dolerme. No cabía ninguna
duda.
-Lo importante de la frase no es que te estés
peleando con Kendra. Es que te estás peleando por Alec-Shasha sonrió y volvió a
sus quehaceres. El viento continuó enmarañándole la melena.
-¡Que no me estoy peleando por
Alec!
-Qué mona eres defendiendo a tu
chico así, hermana-Shasha me sacó la lengua.
-¡Alec no es mi chico!-protesté,
dándole un empujón y abalanzándome sobre ella. Granitos minúsculos de arena aún
un poco húmeda por la lluvia del día anterior se adhirieron a mi piel como
diminutas estrellas en el fondo de una nebulosa. Shasha se echó a reír mientras
trataba de quitárseme de encima, y con ese pequeño gesto de mi hermana, dejando
que me liberara y sacara de mi interior todo lo que sentía a base de pelearme
con ella, pude dejar que mis sentimientos volaran libres. La pesada carga del
miedo que me había instalado Jazz y que Kendra había hecho resurgir se cayó por
la borda, y el oleaje terminó. Ya no estaba mareada, ya no me balanceaba de un
lado a otro en una tempestad rabiosa.
El mar volvía a estar en calma.
Así que cogí mi teléfono y les
envié un mensaje a las chicas, diciéndoles que se lo pasaran bien acompañado de
muchos corazones, todos de un color diferente.
Todas me respondieron que me
echarían de menos, y ahí comencé a sentirme mejor.
Puede que no tuviera que
comentarle episodios malos a Alec, después de todo. No necesitaría desahogarme
con él porque ya lo había hecho con Shasha.
No, definitivamente, le diría
cosas buenas. Rememoraría los pequeños detalles de mi estancia en Bradford y
Burnham que me habían hecho sonreír, sepultando a seis metros bajo tierra las
cosas que me habían hecho sufrir. Así, sólo asociaría con él buenos
sentimientos.
Seguía queriendo hablar de mis
orígenes, no obstante, pero mi recién adquirida relajación me hizo aparcar ese
tema al fondo de mi mente. Si salía, lo tocaríamos, pero si no… me bastaría con
recordar lo bien que me lo había pasado jugando a juegos de mesa con mis
primos, haciéndole un retrato a mi hermana, acurrucándome al lado de Scott,
cantando a pleno pulmón mis canciones preferidas de camino a Burnham. Lo
deliciosas que habían estado las manzanas caramelizadas de Bradford, lo
crujientes y ricos que le habían quedado los churros para acompañar al
chocolate a la abuela Rebekah.
La sonrisa de mamá al
reencontrarse con sus hermanos. Cómo Abdel, Ihsan y Khaliq la estrecharon cada
uno con más fuerza que el anterior, porque la pequeña de la casa había llegado,
y la naturalidad con la que propusieron el plan del año para estar los hermanos
juntos: dar una vuelta por el paseo marítimo de Burnham, y luego, quizá,
visitar la tumba de la abuela, la madre que mamá no había llegado a conocer.
Las lágrimas del abuelo Nasser al ver a sus hijos y nietos juntos otra vez.
El olor a galletas recién
horneadas de la abuela Trisha, el abrazo de oso del abuelo Yaser. Las bromas de
mi padre con mis tías, tales como “¿qué se siente al saber que me hicieron en
la misma habitación en la que tú duermes ahora, Waliyha?” de papá, el
“repugnancia” plano de la tía Waliyha.
La increíble y tangible sensación
de felicidad al estar donde debías estar, en tu lugar preciso en el mundo.
El ancla estaba en el fondo del
mar, y yo había abierto mis alas y surcaba el cielo como un cisne.
Por eso me monté con tantas ganas
en el coche y conecté mi móvil a los altavoces, y canté a todo lo que dieron
mis pulmones cada canción que salió en el aleatorio. Después de verme con Alec,
de mostrarnos nuestros regalos, no podía con las ganas de regresar a Londres y
tenerlo frente a mí de nuevo. Me sentía un poco mareada y tenía una presión en
las piernas que me era familiar, pero no me importaba. Que me viniera la regla
en el momento en que iba a verme de nuevo con Alec no me chafaría todo lo bueno
que tenía por delante.
Canté con muchísimas ganas, como
si mi voz fuera a hacer que el tiempo pasase más deprisa, la distancia entre
Londres y Burnham se acortara, o el coche fuera más rápido, o quizá las tres
cosas a la vez.
-B-b-b-baby, come on over, I don’t care if people find out!-Duna y
yo nos echamos a reír cuando papá miró por el retrovisor, reconociendo al
segundo la canción que nos había hecho agitar las manos en un arranque de
entusiasmo. Intentamos convencerle de que cantara su parte en Magic, pero con hacer los coros del “Dada dadada da da da da” le bastó.
Todos estábamos tan contentos por
nuestras vacaciones y por regresar a casa que incluso Scott cogió el testigo de
nuestro padre.
-So le-le-let them take them pictures, spread it all around the world
now!
-DADA DADADA DA DA DA
DA-chillamos Shasha, Duna y yo.
-I wanna put it on my record, I
want everyone to know now.
-DADA DADADA DA DA DA DA-incluso
mamá se nos unió, y papá sacudió la cabeza, tamborileando con los dedos en el
volante.
-But baby youuuuuuuuuuu got me
moving too fast, cause IIIIIIIIIIII know you wanna be baaaaad…-le quité
la parte a Liam.
-I can’t hold back-Duna levantó los brazos y empezó a brincar en su
sillín mientras nos hacíamos con el estribillo de la canción.
Después, como si el universo
quisiera que continuáramos con nuestro pequeño concierto itinerante, Teenage dirtbag salió elegida en el
aleatorio.
Papá cantó su parte y nos pusimos
a chillar, mamá incluida. Papá alzó las cejas y la miró por el rabillo del ojo,
divertido.
-Nunca la he escuchado gritar así
en casa-bromeó Scott.
-Yo tampoco, hijo.
-Antes te arriesgabas más con la
voz-comentó mamá en tono nostálgico, acariciándole el brazo a papá.
-Era joven y alocado.
-Deberías volver a jugar así con
la voz.
-¿Es una petición
formal?-preguntó papá, girando la cara un segundo para mirarla. Mamá apoyó el
codo en la puerta y asintió con la cabeza. Papá se echó a reír, asintió con la
cabeza y le cogió la mano para darle un beso.
El momento romántico fue interrumpido
por el jadeo de Shasha al escuchar las primeras palabras de la siguiente
canción.
-Uh.
-B T S-recitó Shasha de memoria-. Chun Li. THEY CALL ME ARTIST.
-ARTIST-respondimos Duna y yo.
-THEY CALL ME IDOL.
-IDOL.
Shasha siguió sola el resto de la
canción, porque para nosotras era imposible cantar la letra en coreano. Eso sí,
me dejó la parte del rap de Nicki porque, según ella, “no podía hacerlo así de
rápido”, pero cuando escuchas a tu hermana pequeña cantar en un idioma que no
es el suyo como si hubiera vivido toda su vida en el país donde se habla,
empiezas a sospechar que lo hace por deferencia a ti y no por incapacidad suya.
Decidí grabarnos, y nunca había
tenido una idea tan buena como entonces. Después de subir un par de historias a
Instagram enfocando a mis hermanos, que se ponían a bailar de forma exagerada
para la ocasión, y tras casi una hora esperando recibir un mensaje, por fin mi
móvil vibró con la notificación que esperaba.
¡Alec @Alecwlw05 te ha
enviado un mensaje!
Deslicé
el dedo por la notificación y sonreí al ver que no se trataba de un mensaje
cualquiera, sino de una foto sobre la que tenía que poner el dedo para poder
verla. La toqué con el pulgar y sonreí al ver el contenido del mensaje que me
había enviado mi chico, al que estaba a punto de ver.
Se trataba de una captura de
pantalla de la aplicación de música del iPhone, con los bordes sonrosados, los
símbolos de reproducción de tamaño gigante en negro, y un cuadrado con la
carátula del disco que él estaba escuchando. Solo que no era un disco: era un
sencillo, un sencillo de mi padre. La fotografía en gris y las letras en rojo
eran inconfundibles. Estaba escuchando Let
me, y me parecía una coincidencia demasiado grande como para que no lo
hubiera hecho a posta. La sola idea de pensar que se había tomado la molestia
de poner la canción para enviármela y demostrarme que se acordaba de mí hizo
que sintiera una dulce calidez descendiendo desde mi cabeza hasta mis pies,
como cuando te dan un beso en la frente y se te quitan todos los males.
Mira lo que estoy escuchando
yo.
💞😍😍😍😍😍💓💗💋
Es que te echo mucho de
menos. ❤
Jo,
Al ❤❤❤❤❤❤❤❤❤
Date prisa en volver, porfa ❤
Me arrebujé en el asiento y dejé
mi móvil sobre el regazo, mirando por la ventanilla cómo el paisaje se iba
deslizando ante mí como en esos dibujos animados donde te muestran el supuesto
funcionamiento de Hollywood. Me mordisqueé la uña del pulgar para ocultar una
sonrisa, decidida a guardarme ese momento para mí.
No sabes la prisa que me estoy dando.
Desbloqueé
de nuevo el móvil y me quedé mirando los dos últimos mensajes de Alec, ambos
terminados en un emoticono de corazón. Aunque ya habíamos intercambiado
corazones antes, él nunca lo había hecho de manera tan seguida. Yo sí que ponía
muchos más, de hecho, abusaba de ellos, según mis amigas, pero no me importaba.
Estaba claro que a él no le molestaba en absoluto; es más, había comprobado
que, cuantos más emoticonos pusiera yo en un mensaje, más prisa se daría él en
contestarlo. Era como si sirviera al dios de los emojis.
Guardé la foto en mi galería y,
en un impulso de esos que te dan cuando estás muy ilusionada con algo, le pasé
el móvil a mi madre para que viera la pantalla.
-Mirad lo que está escuchando
Alec.
Scott se revolvió en el asiento
trasero ante la mención de su amigo. Aún no estaba acostumbrado a que fuera yo,
y no él, quien lo invocara.
Mamá sonrió mirando el teléfono,
y luego lo giró para enseñárselo a mi padre.
-Mira, papi-canturreé, atrayendo
su atención-. Alec está escuchando música tuya.
Papá miró un segundo la pantalla,
rió entre dientes y sacudió la cabeza.
-Dile a Alec que se deje de
gilipolleces intentando seducirme, y que se ponga fundita la próxima vez que
folléis.
Shasha y Scott estallaron en una
carcajada mientras yo ponía los ojos en blanco.
-Deberías tenerle más aprecio a la
única persona que sigue escuchando Let me
a estas alturas de la vida-espeté, recogiendo mi móvil de manos de mamá, y
papá se echó a reír.
-Ya se lo tengo. Tuve cuatro
hijos con ella.
-Tenéis que convertir cada broma
que yo hago en una charla vital, ¿no es así?-acusé.
-¿Te crees que se pasan contigo,
cría? Si vieras la tabarra que me dieron con la importancia de hacerse cargo de
las consecuencias de tus decisiones cuando me dieron la charla sobre
sexo…-Scott puso los ojos en blanco y mamá se volvió hacia él.
-Estadísticamente, es más fácil
que tú tengas un crío por ahí a que lo tenga Sabrae.
-Sabrae está muy desmelenada
últimamente-pinchó Shasha, y yo le solté un manotazo.
-¿Y eso por qué?
-Scott-papá se echó a reír-. Eres
peor que yo cuando tenía tu edad.
-Ya, pero yo me pongo condón.
-Yo también me lo ponía.
-Y mirad para lo que os
sirvió-atajé yo, y Shasha volvió a reírse a carcajada limpia. Mamá se esforzó
en disimular una sonrisa.
-Simplemente queremos que estés
segura, Sabrae, y ya sabes por dónde pasa el estar segura.
-Pero a Scott no le insistís
tanto en…
-Porque Scott lo decide. A ti te
lo pueden imponer-zanjó mamá, y yo abrí los ojos, alucinada.
-Ya os lo he dicho. Fui yo la que
insistí. Alec estaba dispuesto a hacer otras cosas. Él jamás me obligaría a
hacer algo que yo no quisiera.
De eso estaba totalmente segura.
Era lo único sobre lo que no albergaba ninguna duda, ni siquiera en mis
momentos de más bajón emocional. Alec nunca,
jamás, intentaría hacer algo conmigo que yo le dijera que no quería hacer.
Si tengo que ser totalmente sincera, no siempre las había tenido todas conmigo
en ese sentido, dada su forma de ser; pero ahora que le conocía lo
suficientemente bien, sabía que él no me presionaría para hacer nada. Otra cosa
no, pero Alec sabía cuidar de la gente. Me había cuidado a mí.
No iba a olvidarlo.
Ni iba a permitir que nadie
tratara de ponerme en su contra en ese aspecto.
Fuera Jazz, Kendra, o el Papa de
Roma.
-Es verdad-asintió Scott-. Alec
jamás haría eso.
Mamá y papá intercambiaron una
mirada.
-Le conozco como si fuera mi
hermano. Es muchas cosas, pero no es un abusón. Por eso las chicas vuelven con
él constantemente.
-Sabéis que yo sería la primera
en alejarme de él si intentara propasarse conmigo-añadí yo-. Tengo carácter
suficiente para no dejar que me toree.
Papá suspiró.
-Confiad un poco en mí-les pedí-.
Sé que no lo he hecho bien, que he hecho una tontería y que no debo volver a
repetirla, pero por lo demás… tengo más cabeza de la que pensáis. Me habéis
enseñado a interpretar las señales. Además… es Alec-puse los ojos en blanco-.
Le odié casi toda mi vida. ¿De verdad pensáis que voy a ser más indulgente con
él sólo porque sea guapo?
Mamá y papá se miraron un
momento. Ella esbozó una sonrisa, se apoyó de nuevo en la puerta, se pasó una
mano por el pelo y, con la mirada fija en la carretera, la ceja ligeramente
alzada y una de las comisuras de su boca rizando una ola, respondió con una
palabra cortísima de significado infinito.
-No.
-No
puedo creerlo-gimió Amoke, llevándose las dos manos a la cara. Ya se había
quitado los guantes, de modo que en su piel no quedó ninguna marca de la tela
de los mismos-. No puedo creerlo, te juro que no me lo puedo creer. ¡Este país
se va a la mierda!
Estábamos frente a la puerta de
la pastelería a la que íbamos siempre que bajábamos al centro y nos dirigíamos
al mismo centro comercial, en la que hacían los gofres deliciosos con un montón
de siropes diferentes que tanto nos gustaban. En los cristales que deberían dar
una visión el interior del local, tapados con cortinas de papel de color crema,
había diversos carteles de publicidad, tanto de la pastelería como de negocios
cercanos con los que los dueños se llevaban bien.
Uno de esos carteles, sin
embargo, era nuevo. Intermitente como los semáforos cuando se termina el tiempo
para cruzar la calle, metiéndole prisa al peatón para que el señor rojo
detenido no le pille en pleno paso de cebra, aparecía en los momentos más
críticos: cuando la pastelería estaba cerrada por vacaciones.
-¿¡Cómo pueden hacernos esto,
Sabrae!?-Amoke se volvió hacia mí, escandalizada. Tenía las cejas tan arqueadas
que prácticamente se ocultaban en su melena-. ¡Soy una ciudadana de la Unión
Europea! ¡Una súbdita de Su Majestad, Guillermo V de Inglaterra! ¡¡NO ME PUEDEN
HACER ESTO, SABRAE!!-me cogió de los brazos como si la culpa de que los
reposteros estuvieran de vacaciones en Venecia la tuviera yo, o algo así-. ¡NO
ME LO PUEDEN HACER! ¿LO SABRÁ TU MADRE?
-Momo, tía, relájate. Estás
empezando a asustarme, coño. ¡Será que no hay pastelerías en las que vendan
gofres!
-¡Tragedia!-gimió Momo, pegando
la espalda al cristal de la puerta cerrada y deslizándose por él como si
estuviera al borde de un colapso nervioso. Así me tenía a mí, si seguía en este
plan. Enterró la cara en las manos y gimió de nuevo por lo bajo-. ¿A quién
habré matado yo para merecer esto?
Había dos cosas que Amoke no
estaba dispuesta a compartir con nadie: los chicos y los dulces. Sobre los
chicos no había hecho falta preguntar, pero con respecto a los dulces, todas lo
habíamos aprendido por las malas cuando un día Taïssa le robó en broma un
pastelito y ella respondió pegándole un mordisco con el que le dejó toda su
dentadura tatuada en la mano durante una semana.
Desde entonces, tanto Kendra como
Taïssa y yo dejábamos que Amoke apartara los pasteles que quería comerse y le
permitíamos despacharlos tranquila, básicamente porque a ninguna de nosotras
nos hacía especial ilusión quedarnos mancas.
Momo era un poco exagerada, vale,
pero la verdad es que yo entendía que se tomara lo de los gofres como un asunto
de Estado. Hacía mucho que no íbamos a la pastelería, desde mucho antes del
incidente con Duna en el que se me escapó en el centro comercial de allí al
lado, y yo me había dedicado a calentarle la cabeza con lo deliciosos que iban
a saberle los gofres con el sirope de praliné después de una intensísima tarde
de compras.
Contra todo pronóstico, había
conseguido bajarme del coche y no soltarle a Alec a bocajarro que había llegado
a Londres, que si pasaba a recogerme. Puede que las débiles molestias que
comenzaba a sentir en el vientre y la pesadez de mis piernas anunciándome que
me estaba viniendo la regla tuviera parte de culpa, pero el caso es que
conseguí actuar como una buena amiga en lugar de como una perra en celo y avisé
primero a mi mejor amiga de que estaba en la ciudad. Alec no había vuelto a
hablarme desde el intercambio de mensajes, y Momo envió un emoticono de una
mano alzando el pulgar cuando le comenté que ya estaba en Londres y que
necesitaría que me acompañara para darme su opinión en mi búsqueda de un
sustituto para mi conjunto de Nochevieja.
Mientras Scott se tiraba,
literalmente, del coche en marcha para encontrarse con Tommy (que había estado esperando a que llegásemos
sentado en las escaleras del porche) y abalanzarse sobre él a darle un abrazo y
comérselo a besos, yo acordé con Amoke en darle un toque cuando saliera de casa
para que ella terminara de prepararse. Comimos frituras que papá y mamá sacaron
del congelador y, después de deshacer un poco la maleta, salí disparada en
dirección a casa de Amoke.
-La vida no tiene sentido-se
lamentó mi amiga-. Los hombres mienten, las pastelerías cierran, y el leopardo
de las nieves está en peligro de extinción. ¡Vivir no merece la pena, Sabrae!
Voy a tirarme al Támesis en cuanto tenga ocasión.
-Amoke, te lo juro, como no te
levantes de ahí no necesitarás tirarte al Támesis. Te empujaré yo misma por la
barandilla del Puente.
Empezaba a lamentar no haber ido
sola a buscar el conjunto. Momo me daba unos consejos geniales, sabía sacar
partido de mis virtudes incluso mejor que yo misma cuando nos encontrábamos con
una prenda que nos gustara, pero… quizá fuera mejor haber ido sola y haberme
ahorrado este numerito.
A fin de cuentas, Momo tampoco
había necesitado convencerme mucho para encontrar la ropa que iba a ponerme en
Nochevieja. Después de desechar oficialmente el vestido de cuello alto que
tenía pensado ponerme al enterarme de que iríamos al mismo sitio en el que mi
hermano (y, en consecuencia, sus amigos; y, más en consecuencia aún, Alec)
celebraría Nochevieja, había decidido que saldría con todo a jugar esa noche.
Me vestiría ropa que hiciera que Alec quisiera arrancármela, a bocados o como
le diera la gana, y me pasaría encima de él toda
la noche. Follaríamos como locos y le haría lamentar no haberme abierto
conversación mucho antes, no haber venido a suplicarme que le perdonara, no
haberme raptado y llevado a su casa para que no me marchara a Bradford. Después
de aquella llamada de teléfono en el que tuvimos sexo juntos pero no revueltos,
necesitaba tenerlo dentro de mí de
nuevo. Me sentía vacía, incompleta, y sabía de sobra qué parte de Alec
terminaría el puzzle que me componía, dónde debía insertarla.
El caso es que Momo y yo habíamos
ido derechas a una de las tiendas más caras del centro comercial, con la ropa
más exclusiva y las dependientas más dispuestas a hacerte arreglos en lo que
fuera que hubieras elegido para que te quedara como un guante. La encargada me
reconoció de tantas veces que había ido con mi madre a elegir el vestuario que
ella se pondría en las galas a las que papá conseguía convencerla para que la
acompañara y, después de soltarle la pequeña mentirijilla de que esta vez la
acompañante sería yo, nos llevó a la zona más exclusiva de vestidos de fiesta.
Mientras yo pasaba las manos a
toda velocidad por entre las perchas, Momo incluso encontró un vestido de corte
asimétrico en tono amarillo y, sosteniéndolo contra su pecho, me preguntó si me
parecía una salvajada pagar casi 300 libras por él.
-Si no crezco, puedo usarlo en la
graduación-razonó, convenciéndose más a sí misma que a mí.
-Y si nos morimos de un etílico
en Nochevieja, sería un puntazo que te enterraran con él puesto-medité.
-¿Verdad que sí? Sería la más
estilosa en el cielo. Ni Diana podría superarme. La pena es que mis padres me
matan si se enteran de que me he fundido los ahorros en…
-Tía, no te rayes. Lo compramos a
medias, si quieres.
-Ni de coña me vas a pagar el
vestido de Nochevieja, Saab.
-Y tú ni de coña te vas a ir de
aquí sin él, ya te lo digo.
-Bueno, si tú no encuentras nada,
siempre podemos recurrir a prestárnoslo. Seguro que eso no se ha visto nunca,
dos chicas que comparten vestido de Nochevieja y se van cambiando con el paso
de la noche. O quizá…-sonrió, maligna-. Quizá deberías llevarlo tú primero, y
cuando Alec te lo quite, me llamas y yo voy corriendo en albornoz a la casa y
me lo pongo-me guiñó un ojo y yo me eché a reír.
-Eres más tont…-empecé, y
entonces me quedé callada. Había tocado una pieza de satén de color rojo como
la sangre, que prácticamente brillaba con luz propia. En los hombros tenía
tirantes hechos de cadenas doradas, y el escote en V descendía de una forma
escandalosa que seguramente haría que se me viera el ombligo-. Amoke. Amoke,
Amoke, Amoke, Amoke-jadeé, sacando la percha de la barra en la que estaba y
enseñándosela. Amoke dejó escapar una exclamación.
-Tenemos dos opciones: te lo
llevas, o te lo llevas.
-Tengo que probármelo.
-¿Estás loca? Con lo guapa que tú eres, y lo guapo que es este mono… buf-se
llevó una mano a la cara, su vestido amarillo colgado cuidadosamente de su
brazo-. Le quedaría bien hasta a una hiena.
-Voy a probármelo-sentencié, y
cuando lo hice, me sentí como una diosa. Si el vestido hubiera costado cinco
mil libras, habría rezado porque mi madre no me hubiera puesto un límite en la
tarjeta como había amenazado con hacerlo después de que me dedicara a pedir
cosas por Amazon como una loca para que Alec viniera a traérmelas.
Me quedaba un poco largo y el
escote era demasiado profundo, pero nada que no se pudiera arreglar con unas
puntadas. Cuando abrí la cortina de seda y Momo se volvió para mirarme, abrió
la boca tan ampliamente que la mandíbula casi le tocó el suelo.
-Dios mío. Es éste. Estás genial,
Saab. Estás buenísima.
-¿Verdad que sí? Pero no sé,
igual es incómodo para bailar, y demás.
-¿Bailar? Chica, ni que Alec
fuera a dejarte. Seguro que te arrastra a cualquier rincón nada más verte.
Menudo polvazo vas a echar.
-¿Te imaginas que no va?-me reí,
girándome y contemplando mi silueta en el espejo. Joder, era perfecto. Se me
ceñía en los pechos y en las caderas, me dejaba el canalillo al descubierto y
me realzaba el culo. Y los tirantes de cadenas de oro… madre mía. Me notaba la
piel más luminosa, resplandeciendo en ese tono áureo de las modelos negras en
los anuncios de colonia.
-Vas a echar un polvazo,
Sabrae-sentenció Amoke-. Si no es con Alec, será conmigo.
Después de mirar el precio (500
libras –mamá me mata-), le pedí a la
encargada que hiciera unos arreglos. Amoke y yo nos pasamos una hora de reloj
subidas a sendos taburetes acolchados mientras les explicábamos a las
costureras los cambios que queríamos que hicieran en las prendas. Tras cogerlo
todo con agujas, nos dijeron que en una hora y media aproximadamente estaría
todo listo, así que si queríamos, podíamos seguir con nuestras compras para
matar el tiempo.
Al salir de la tienda, Momo me
dijo que quizá sería buena idea llamar a mi madre y avisarla por teléfono, para
que pudiera digerir bien la noticia. Esperamos con un nudo en el estómago a que
respondiera, y cuando lo hizo, adopté mi tono más inocente y le dije:
-Mamá… si ves un cargo en la tarjeta de ochocientas
libras… no te asustes.
Mamá contuvo el aliento al otro
lado de la línea.
-No le habrás comprado a tu
hermano la Playstation nueva que viene con el equipo completo de realidad
virtual y sensores de movimiento, ¿verdad, Sabrae? Porque o saca mejores notas,
o en su vida va a tener eso.
-No, no. Es que hemos… Momo y yo…
pues no teníamos efectivo y nos hemos encontrado unos vestidos geniales de
Nochevieja, y…
-… vale…
-Bueno, pues que los hemos
comprado.
-… vale.
-Y ha salido todo por 800 libras.
Momo y yo nos miramos ante el
silencio de mi madre.
-Ay, Sabrae-suspiró ella.
-Te juro que te lo devolveré. Te
lo prometo. Lo tengo ahorrado casi todo, el mío han sido 500, el de Momo es más
barato, pero es que es tan bonito… es un mono, rojo, con tirantes de cadenas
doradas, precioso. No te enfades antes de verlo, por favor.
-¿Tienes bolso a juego? ¿Y
zapatos?-soltó mi madre, y Amoke abrió los ojos, alucinada.
-¿Qué?
-Que si tienes los complementos,
Sabrae. No pensarás ir descalza y sin bolso. Date una vuelta, a ver lo que
encuentras.
-Mamá, ¿me estás escuchando? Me
he gastado 500 libras en un mono.
-Algún día tenías que
empezar-soltó mamá-. ¿Crees que voy a escandalizarme? Tengo bolsos en casa de 5
mil libras, Sabrae. Tengo página en Wikipedia. Tu padre tiene página en Wikipedia. ¿Crees que la gente con páginas
en Wikipedia se compra vestidos de Nochevieja por 100 euros?
Al ver que no contestaba, mi
madre continuó:
-Es un detalle que me avises nada
más comprarlo, cariño. Date una vuelta y mira calzado y bolso. O si no, si
quieres, vamos tú y yo mañana por Oxford Street a ver qué nos encontramos, ¿de
acuerdo?
-Va… vale.
-Te dejo, que estoy con un caso.
Pásatelo bien, cielo.
Y colgó, sin más. Amoke y yo nos
miramos, estupefactas.
-Sabrae… ser tú es una putísima
pasada.
Pues sí, la verdad es que ser yo
era una putísima pasada. Sobre todo porque yo estaba cuerda y no montaba esos
numeritos sólo porque mi pastelería preferida estaba cerrada.
Saqué mi móvil del bolso y abrí
Google Maps. Tras mostrarle la dirección de la pastelería más cercana, conseguí
que Amoke se pusiera en pie, se sacudiera la nieve de las perneras del pantalón
y echara a andar por la calle, sorteando turistas y londinenses apurando los
últimos días antes de Nochevieja para hacer lo mismo que habíamos hecho
nosotras.
Momo sonrió de oreja a oreja cuando
llegamos a la pastelería, situada en una esquina y con ventanales en la mitad
de su superficie, donde una pequeña multitud tomaba café y pasteles sentada a
las mesas de su interior. La campanilla de encima de la puerta tintineó cuando
la abrimos y, tras sacudir la nieve de nuestros paraguas, los dejamos en el
paragüero y nos acercamos al mostrador, donde pasteles de todos los colores,
formas y tamaños se exhibían con orgullo ante sus posibles comensales. Una
señora de mejillas rellenas, nariz enrojecida y mirada afable se acercó a
nosotras.
-Hola, chicas, ¿qué os
apetece?-preguntó con un dulcísimo tono francés que me encantó.
-¿Tenéis gofres?-inquirió Momo, y
yo recé mentalmente para que los tuvieran, pues de lo contrario probablemente
montase una escena allí mismo.
-Claro, corazón, pero tenemos que
hacerlos. ¿Cuántos queréis?
-Dos-sentenció Momo, y yo asentí
con la cabeza, aunque no tenía pensado tomarme un gofre.
-Bien, César-se volvió hacia el
que supuse que sería su esposo, por el anillo de casado que lucía en su mano y
la mirada que le dedicó a la vendedora cuando lo llamó en tono dulce, Césag-. Dile a la niña que encienda la
gofrera y saque la masa de la nevera-el hombre asintió y desapareció por un
recoveco de la trastienda-. ¿Algo más, guapas?
-Ese pastel, ¿de qué es la
cobertura?-señalé un pastelito rectangular con varias capas de bizcocho y
crema, coronado por una película sonrosada.
-De arándanos.
-Vale, pues ese pastel, y un
chocolate caliente.
-Dos-sonrió Momo, sacando la
cartera y extendiendo dos billetes sobre el mostrador.
La mujer se giró para preparar
nuestras bebidas y, al entregárnoslas con una nube de azúcar flotando en el
centro, recogió los billetes que Amoke había dejado de exhibición en el cristal
del mostrador. Sacó mi pastel a un platito y lo acercó a mí.
-Id a sentaros, si queréis. Os
llevaremos los gofres cuando estén listos.
Encontramos una mesa en una
esquina del local desde la que se veía la calle y la lenta e intrincada danza
de los copos de nieve en esa tarde invernal. Momo dio un sorbo de su chocolate
y se relamió con una sonrisa cuando lo hubo probado.
-Está riquísimo.
-¿A que ahora te avergüenzas del
numerito que has montado en la otra pastelería?
-El azúcar es un asunto que yo me
tomo muy en serio, Sabrae-sentenció, altiva, y yo me eché a reír y eché un
vistazo por la pastelería. Tenía la decoración típica de las pastelerías
francesas, e incluso un pequeño dibujo de la torre Eiffel adornaba la pared al
lado del mostrador. La pastelería bullía con la intensidad propia de un local
cálido que sirve bebidas calientes en una tarde de nieve, y por doquier manos
se pegaban a las tazas calientes y bocas soplaban pequeñas nubes bailarinas que
ascendían de las tazas llenas.
-Me encanta este sitio-ronroneé,
jugueteando con la nube de azúcar que flotaba en mi chocolate.
-Puedes comerte tu pastel, si
quieres.
-No, voy a esperarte.
-Se te derretirá.
-He dicho que voy a esperarte.
-Vale, vale-Momo se echó a reír y
dio otro sorbo. Pasó el dedo por la capa de nata inferior de mi pastel y yo
exclamé un:
-¡Eh!
Me sacó la lengua, que tenía una manchita
blanca. Remojé un poco más mi nube de azúcar en el chocolate y luego empezamos
a trazar los planes para la tarde siguiente, y la siguiente, y la siguiente.
Queríamos hacer un montón de cosas: ir al cine, al mercadillo de invierno de
Camden, a patinar sobre el hielo y a la feria de Covent Garden. Teníamos que
organizarnos bien para que nos diera tiempo a hacer todo lo demás.
-Eso si Alec no te acapara
durante todas las vacaciones-me pinchó Momo, y yo puse los ojos en blanco.
-¿Te crees que voy a salir
corriendo a sus brazos en cuanto lo vea?
-Sí-se cruzó de brazos y sonrió-.
Y que te vas a meter en su cama y te vas a negar a salir.
-Tengo la regla-le informé, y
ella chasqueó la lengua.
-Vaya, así que tenemos una
posibilidad de salir juntas, después de todo.
-¡Eres tontísima! Que yo sepa,
jamás os he dejado plantadas por irme con Alec. Aunque, claro, igual vuestra
percepción es diferente.
-¿Me lo dices por algo en particular?-su
boca se torció en una sonrisa cómplice, y yo puse los ojos en blanco.
-Kendra. ¿A qué vino lo del otro
día?
-Le gusta pinchar.
-Me sentó bastante mal, la
verdad.
-Nos dimos cuenta, créeme. Y está
arrepentida. No debería haber saltado así, pero… entiéndela. Tiene su poco de
razón. Es normal que la gente que no conoce a Alec y a la que le cuentas cómo
era antes desconfíe de que lo que te dice es verdad.
-Él no es un mentiroso. Confío en
él-murmuré, dando un sorbito del chocolate a través de mi cuchara.
-Ya, si lo sé. Y sé que crees que
pretende realmente cambiar por ti, para no hacerte daño. Eso le honra.
-Pero tú no lo crees.
-¿Quién dice que yo no lo crea?
-Has dicho “sé que crees”, no “sé
que pretende”-cogí mi taza y bebí un poco más. Amoke jugueteó con el platito de
la suya.
-Yo… evidentemente, no le conozco
como tú, eso está claro. Así que no puedo saber qué es lo que te dijo ni lo
fiable de lo que te prometiera. Todas maquillamos un poco la realidad cuando
nos gusta un chico, siempre tendemos a endiosar todo lo que él nos dice para
hacernos sentir importantes, y especiales-abrí la boca y Amoke, las manos, para
que no dijera nada-. No estoy diciendo que endioses a Alec. Os he visto juntos
y creo que sus sentimientos por ti son genuinos. Me has contado cosas de él que
Kendra no sabe, así que yo tengo una imagen más nítida de cómo le ves tú de la
que tiene Kendra. Sé que eres crítica con él; Kendra, no. Sé que eres exigente
con él; Kendra, no. Sé que te interesa y tú le interesas a él, y que te trata y
cuida en consecuencia. Kendra… no. Kendra no conoce al Alec que él es cuando
está contigo como lo hago yo, así que es normal que reaccionara como lo hizo.
Vale que el momento no fuera el adecuado, pero… no sé. Su intención no era
herirte. Simplemente quiere que tengas cuidado.
-Él no va a hacerme daño.
-Ya, Saab, pero… a ver. Tú eres
de lanzarte a la piscina sin mirar si hay agua. De momento siempre te ha salido
bien. Y creo que con Alec también te va a salir, pero… entiéndelas. Taïssa y
Kendra le conocen poco. Más o menos al mismo nivel que tú cuando no le
soportabas. Me parece natural que desconfíen. Somos tus amigas, tenemos que
protegerte.
Noté que se me formaba un nudo en
la garganta. No había sido justa con Kendra, ahora lo veía. No había tenido
mala intención cuando me dijo aquello, simplemente quería que tuviera
precaución, como Momo decía.
Pero, ¿cómo puedes tener
precaución con alguien que te hace sentir que no necesitas paracaídas, porque
tienes dos alas preciosas con las que puedes volar?
-No debería haberme puesto
así-musité contra mi taza, mirando mi reflejo oculto en el chocolate.
-Kendra sabe que no estás
enfadada con ella.
-Me molestó muchísimo,
porque…-suspiré y miré a Amoke-. No te haces una idea de lo mucho que le quiero-Momo
sonrió-. Me importa como no me ha importado ningún otro chico. Le necesito como
no he necesitado a nadie, y… no sé. Las cosas buenas que me pasan, ahora me
hacen más ilusión porque pienso en enseñárselas a él. Me apetece compartir
cosas con él. Siento que me aprecia, que me entiende, y que no me juzga. Nunca
había tenido esa sensación con nadie, excepto…
-¿Excepto?
-Contigo. Alec es un poco como
tú, Momo. No tenéis maldad dentro. Y os quiero un montón a los dos. Eres mi
mejor amiga, y él… no sé qué es él. Sólo sé que me ha cambiado, y si ahora
saliera de mi vida, yo jamás conseguiría volver a ser la misma. Dejaría un
vacío en mí que no podría llenar.
-Alec va a salir de tu vida.
-Ya, bueno… me da bastante
angustia pensar que puede hacerlo. Y Kendra y Taïssa creen que es posible.
-También es posible que el sol
explote o la luna se caiga del cielo, y no por eso estás continuamente
levantando la cabeza para comprobar que todo está en orden, ¿no? Además… él no
tiene ninguna intención de marcharse, salvo que tú le echaras. Y no lo vas a
hacer, ¿a que no?
-Le he echado tantísimo de menos…
no te haces una idea.
-Claro que me la hago, Saab-me
cogió de la mano y me acarició los nudillos con el pulgar-. Os veo cuando
estáis juntos. Él te quiere, y tú le quieres a él, y cuando dos personas os
queréis como lo hacéis vosotros... podéis superar todo aquello que se
interponga entre los dos.
-Es que… a veces me entran dudas,
¿sabes? Porque es lo que tú dices. Sé que me ilusiono un montón, y no quiero
darme la hostia.
-Sabrae, mira… si de verdad te
piensas que vas a darte la hostia con un chico que ve a tus amigas borracho
como una cuba, y les pregunta lo menos 20 veces si estás con ellas… es que eres
tonta perdida.
Yo sonreí, mirándome las manos. A
veces se me olvidaba lo mucho que Alec hacía por mí, sus maneras de demostrarle
que yo le importaba. Deseé que estuviera aquí conmigo, que sus rodillas rozaran
las mías en ese minúsculo asiento, que me mirara y me sonriera como él sabía
hacerlo, con la capacidad de derretir hasta el último glaciar de la tierra y
ahogar todas las constelaciones con la luminosidad de su sonrisa. Que me pasara
los dedos por la palma de la mano, que me dejara entrelazar nuestros dedos, que
me diera un besito en la nariz y sonriera cuando yo soltara una risita.
Nuestra conexión corporal era
tremendamente fuerte. Había empezado con el sexo, sí, pero ahora se vinculaba a
otras cosas incluso más poderosas. Cosas que duraban mucho más que un orgasmo,
que descansaban mucho menos que dos sexos. Dos corazones.
Un plato apareció por el borde de
la mesa mientras yo me contemplaba las manos.
-Vuestros gofres, chicas-dijo una
voz joven-. ¿Qué queréis como sirope? Tenemos crema de vainilla, leche
condensada, chocolate, nata o praliné.
-Praliné, porfa. Y… ¿podrías
ponerle una nubecita de nata?-Amoke sonrió, seductora, y yo me eché a reír. La
chica sonrió y aceptó. Me quedé mirando los gofres, que aún ahumaban por estar
recién hechos. Momo los tocó con el tenedor y se estremeció al ver que estaban
esponjosos aunque crujientes. Tomé mi pastel y recogí el arándano solitario que
coronaba el rectángulo.
La chica regresó con una jarrita
blanca de mano y un difusor con nata. Me quedé mirando cómo vertía el contenido
de la jarrita en círculos sobre los gofres, bañándolos hasta casi ahogarlos, y
luego cómo hacía una pequeña flor de nata sobre ellos.
-Os dejo la jarrita por si
queréis echaros más-informó, frotándose las manos contra su delantal negro-.
¡Que aproveche!
-Gracias-canturreó Amoke, y yo
levanté la mirada para darle también las gracias a la chica, que empezó a
girarse para irse.
Me quedé helada. Aquellos ojos
verdes, la nariz pequeña y la sonrisa tierna. El pelo negro y largo, terminado
en un flequillo que encuadraba sus facciones perfectas.
-¡Perdona!
La chica se volvió.
Y supe que Pauline me había
reconocido también cuando sus ojos chispearon con sorpresa, y una sonrisa
efímera titiló en su boca.
-¿Eres Pauline?
Momo se quedó rígida en el
asiento y clavó los ojos en la chica, a la que debería haber reconocido. La
sonrisa de Pauline regresó a su boca y ella se llevó una mano al pecho.
-Sí, soy yo.
-Soy…-empecé, pero ella me cortó.
-Sé quién eres. ¡Vaya! Eres súper
guapa-se acercó a mí y me apartó un mechón de pelo de la cara en actitud casi
maternal, como si fuera mi hermana mayor viéndome prepararme para el baile de
fin de curso-. Ni las fotos ni lo que Alec dice de ti te hacen justicia. No me
extraña que sonría como lo hace cada vez que pronuncia tu nombre.
-¿Alec te ha hablado de mí?-casi
jadeé, aunque estaba claro que Pauline sabía quién era yo. A fin de cuentas, me
había seguido en Instagram… y Alec me había hablado de ella.
-¿Que si habla? Pero, ¡si no
calla! Hay veces en que incluso me parece mal. Es un poco… ¡chico, piensa un
poco en mí que estoy aquí!-soltó una risita adorable que ocultó tras su mano.
-Pues anda que tú… sí que eres
preciosa. Alec no me quería enseñar ni una sola foto tuya. Ahora entiendo por
qué. No querría que me pusiera celosa.
-Este Alec-suspiró y se abrazó la
cintura-. Es un sol. Más tierno… es como un peluche. Definitivamente, tienes
que achucharlo.
-¿Quieres sentarte con
nosotras?-ofrecí, haciendo un hueco en el sofá. Amoke asintió, apoyando mi
invitación, y Pauline se giró sobre sus talones, estudiando el local.
-¡Claro! Pero antes, dejad que me
ocupe de unos cuantos encargos más. Así os dejo comer tranquilas.
Pauline prácticamente flotó hacia
el mostrador, desprendía belleza incluso en su forma de caminar. Sentí que me
daba vueltas la cabeza.
Alec ya no se acuesta con ella y ella es preciosa.
Debe quererme muchísimo para
renunciar a una chica así.
-Qué
maja-comentó Momo, y yo asentí con la cabeza-. ¿Vas a interrogarla sobre Alec?
-Nunca está de más que las chicas
hagamos piña e intercambiemos referencias sobre los chicos, ¿no crees?
Momo asintió con la cabeza,
divertida. Nos dedicamos a observar con más o menos disimulo cómo Pauline
pululaba de un lado a otro, sirviendo cafés y entregando pasteles, hasta que
por fin fue toda nuestra. Se sentó en una silla de hierro frente a nosotras,
quizá para no invadir nuestro espacio, quizá para poder levantarse rápidamente
cuando sus jefes se lo requirieran. Revolvió su café con la cucharilla y miró a
Amoke.
-A ti no te conozco.
Se presentaron y Pauline se mesó
el pelo un momento, acariciándose la melena como me imaginé que le encantaría
hacer a muchos chicos.
-¿Cuáles son las posibilidades de
que la chica que me ha quitado el ligue entre en mi pastelería?-sonrió,
sacudiendo la cabeza y llevándose la taza a los labios.
-En mi defensa diré que no sabía
que Alec era tu ligue.
Pauline se echó a reír.
-No, sólo… bueno, ya sabes.
Supongo que te lo habrá contado, ¿verdad?-tanto Amoke como yo asentimos-. Somos
amigos, nada más. No había sentimientos por medio. Quiero decir… más allá de la
amistad. Le tengo mucho aprecio, Alec es muy buen chico.
-Te prometo que voy a hacer lo
posible para que sigáis viéndoos.
Pauline sonrió y asintió con la
cabeza.
-La verdad, es que no nos veíamos
mucho. Sólo cuando hacíamos un pedido y él venía a entregarlo, y coincidía que
lo recogía yo. Por lo demás… alguna vez coincidimos en alguna fiesta-Pauline
agitó la mano, restándole importancia-, pero nada más allá.
-Seguro que en Navidades le
habrás tenido mucho por aquí-comenté, pinchando un trozo de tarta con el
tenedor y metiéndomelo en la boca. Pauline puso los ojos en blanco.
-De hecho, no. Desde que nos
despedimos “oficialmente”-hizo el gesto de las comillas y se apartó el pelo del
hombro-, no volví a verle hasta esta mañana.
-¿Ha estado aquí?-casi me
atraganté con el café, y noté cómo Momo se ponía tensa y nos miraba
alternativamente a las dos. No podía creerlo, no quería desconfiar de él, pero…
¿y si Alec pensaba que estaba esperando demasiado por mí? No sabía cuánto
tiempo había pasado desde la última vez que había estado con Pauline, pero por
cómo había hablado ella, parecía bastante tiempo. Más de lo que él
acostumbraba, seguro.
Ahí estaban, de nuevo. Las dudas
que Jazz había insuflado en mí. Por mucho que Amoke me dijera que se notaba que
Alec me quería, mi prima tenía razón. Daba igual cuánto se esforzara por
cambiar alguien; a la hora de la verdad, su naturaleza siempre acababa
sobreponiéndose. Además, Pauline misma lo había dicho: ¿cuáles eran las
posibilidades de que yo entrara en su cafetería?
-¡No, por Dios! Ha estado aquí,
pero no para eso. Eso se acabó, tenlo por seguro-sacudió la cabeza y su melena
cayó en cascada por su espalda. Mentiría si dijera que no me tranquilizó la
decisión con la que habló: como si no estuviera sólo en manos de Alec volver a
las andadas, como si ella también tuviera algo que decir y no estuviera
dispuesta a acogerlo de nuevo en su cama-. Nuestra despedida fue definitiva,
los dos lo tenemos muy claro. Te quiere mucho, ¿sabes?-clavó los ojos en mí-.
Te quiere muchísimo. Le conozco de hace bastante tiempo y nunca le he visto
hablar de nadie como habla de ti-se miró el café-. No soy tan estúpida para
pensar que él te hablara de mí como me ha hablado de ti.
-Sí que me ha hablado de ti, pero
no mucho. El… asunto… era doloroso.
-Lo que te hicimos no estuvo
bien-asintió con la cabeza y me puso una mano en el brazo-. Te pido disculpas.
-No tienes nada por lo que
disculparte. Y Alec, en realidad, tampoco. No somos nada, así que no me debe
nada. Y menos entonces.
-Él no lo siente así, créeme.
Piensa que te debe mucho. No quiere hacerte daño-sonrió con nostalgia-. Cuando
me dijo que íbamos a tener nuestra última noche juntos… casi me echo a llorar
viéndolo. Parecía tan decidido, tan seguro de sí mismo. Era un hombre de pies a
cabeza cuando me dijo que lo nuestro debía acabarse porque no quería perderte.
Y, si te soy sincera, no puedo culparle.
-Eres muy amable.
-Soy sincera. No sé cómo he hecho
para no enamorarme de ti. Alec describiéndote me lo ha puesto tremendamente
difícil, de verdad-me guiñó un ojo y dio otro sorbo de su café-. Estaría
dispuesto a parar un tren con su cuerpo por ti.
-¿Te lo ha dicho él?-casi
ronroneó Amoke, y Pauline se negó con la cabeza.
-No, pero le conozco lo bastante
como para saber que es así. Menuda suerte tienes, chica. Tienes a una joyita de
novio.
-No es mi novio.
-Bah, tonterías-Pauline sacudió
la mano-. Puede que no le hayas dado el título oficial, pero creo que a estas
alturas ni tú podrías evitar que lo sea.
Está decidido a comportarse como tal, aunque sea de forma inconsciente. Seguro
que hasta te consiente-cerró los ojos y dejó escapar un suspiro de pura
nostalgia-. Tiene una cara de ser el novio del siglo que no puede con ella.
-Sí que se empeña en invitarme a
cosas, sí-me eché a reír y Amoke sacudió la cabeza.
-Aunque tampoco es que ella
proteste.
-¡Claro que protesto, Momo! No
quiero que se gaste nada de dinero en mí. Bastante le cuesta ganarlo como para
que lo ande despilfarrando por ahí.
-Y seguro que le da igual, ¿no es
así?-Pauline se había apoyado la mandíbula en la mano, acodada en la mesa.
-Es terco como él solo.
-Dios mío, no me lo
recuerdes-sacudió la cabeza y volvió a beber de su taza-. Y lo peor de todo es
que lo reconoce.
-¿A qué te refieres?
-Mismamente, hoy. Se suponía que
libraba por las horas extra que le tuvieron haciendo antes de Navidad, pero el
caso es que, como según le entendí, tú llegabas a Londres dentro de dos días…
-Eso le dije, sí. Para darle una
sorpresa, en parte.
-Pues el caso es que ha ido a la
empresa a que le den más trabajo. Supongo que querrá más pasta para hacer algo
contigo, o… yo qué sé. El caso es que se suponía que hoy quien nos iba a traer
la harina de maíz era un repartidor con furgoneta, así que imagínate mi sorpresa
al verlo aparecer a él.
Intercambié una mirada con Momo.
Alec no me había dicho nada de que hubiera pedido que le dieran más trabajo,
¡eso chafaría todos mis planes! Tenía pensado ir a recoger el mono ya listo y,
una vez lo tuviera, ir a casa, cambiarme de ropa e ir en su busca. Tendría que
confirmar su dirección con mi hermano, pero por lo demás, no pensé que fuera a
tener complicaciones en mi plan.
No sé por qué, en mi cabeza Alec
siempre existía en un plano en el que estaba tirado en el sofá de su casa, un
sofá que yo no había visto nunca, viendo una televisión que yo no sabía si
existía, con unos pantalones de chándal oscuros y una camisa. Ahora que había
descubierto que también llevaba sudaderas, me había dedicado a imaginarlo
tirado en el sofá con la sudadera que había llevado en Camden, pero el caso es
que siempre estaba con el móvil en la mano, no haciendo absolutamente nada, a
la espera de mis mensajes. A pesar de que sabía que Alec tenía una vida plena y
satisfactoria al margen de mí, yo no podía dejar de imaginármelo muerto del
asco cuando no le prestaba atención.
Qué equivocada había estado y qué
egoísta había resultado.
-Y… ¿sabes cuánto tiempo iba a
estar repartiendo?
Si seguía trabajando, lo mejor
sería que me fuera olvidando de mi plan de darle una sorpresa. Iría a casa, me
pondría el pijama, y quizá me diera placer a mí misma pensando en él, y hasta
ahí llegaría mi tarde. Nada de fuegos artificiales viéndole. Nada de sexo de
bienvenida.
-Ésa era su intención, pero parece
ser que tuvo un problema con su moto y ha tenido que parar, así que igual
tienes suerte y lo pillas en casa, después de todo-Pauline se encogió de
hombros y se volvió cuando su jefa y madre la llamó. Apuró su café y se
disculpó con nosotras, que nos terminamos nuestros chocolates y nuestros aperitivos
comentando cuál sería la mejor forma de proceder.
Cuando hubimos dado buena cuenta
de todo, lo dejamos junto para que Pauline no tuviera demasiado trabajo extra. Se
acercó a nuestra mesa rauda y veloz a recoger los platos y las tazas, que apiló
una sobre otra con eficiencia.
La acompañamos hasta el
mostrador.
-¿Conoces a tu suegra?-preguntó
mientras colocaba las tazas en un fregadero y se limpiaba las manos en un acto
reflejo contra el delantal.
-Define “conoces”-le pidió Amoke,
y Pauline se apoyó en el mostrador.
-¿Te ha presentado oficialmente
como la chica por la que está dejando a sus follamigas ante su madre?-espetó, y
Amoke y yo estallamos en una carcajada explosiva.
-No, la verdad. Aunque conozco a
su madre. Mi hermano y él son íntimos, así que su familia me conoce desde que
nací.
-Pues espera. Una siempre quiere
ir bien preparada para cuando eso suceda. Te daré algo para allanarte el
camino-comentó Pauline, perdiéndose de nuevo en la trastienda. Regresó al cabo
con una cajita que montó y llenó de pastitas delante de nosotras.
-Annie te adora-me susurró Amoke al
oído, y yo me encogí de hombros. Vale, sí, Annie me tenía muchísimo cariño desde
que nací porque se había hecho muy amiga de mi madre, pero, ¿a quién le amarga
un dulce?
Pauline cerró la cajita y la
envolvió con papel dorado, terminando con el pequeño paquete haciéndole un lazo
de tul blanco. Me lo entregó y sonrió.
-Son sus preferidas. Alec siempre
le coge una cajita cuando va a casa.
-¿Qué te doy?
-Nunca se la cobro-se llevó una
mano al pecho, escandalizada.
-Pero yo no soy Alec.
-Ya, pero has hecho que me fije
en el chico que toca el violín en la parada del metro donde me bajo para ir a
estudiar. Siempre me han gustado los músicos, y los rubios. Y, ahora que
necesito desesperadamente un sustituto para Alec por tu culpa, tengo que decir que la idea de que me toquen una serenata
mientras estoy desnuda en la cama no termina de disgustarme.
Momo y yo nos echamos a reír de
nuevo y Pauline hizo una reverencia.
-Siento muchísimo haberte
bloqueado en Instagram cuando pasó aquello.
-No te preocupes. Yo habría
arrastrado de los pelos a la perra que se hubiera metido entre el chico que me
gusta y yo. Pero tienes una melena muy bonita-añadió, jugueteando con uno de
mis rizos-, así que creo que lo dejaré pasar.
Me eché a reír y rodeé el
mostrador para darle un abrazo.
-Gracias por todo, Pauline.
-A ti por hacer feliz a mi
niñito, chica-me estrechó con fuerza y me soltó para despedirse también de Amoke-.
Volved cuando queráis, las pastitas corren de mi cuenta.
-Lo haremos-aseguró Amoke, que no
perdería la ocasión de dulces gratis en su vida.
El tintineo de la campana nos
despidió al igual que la mano en alto de Pauline.
-¿A que no ha estado tan mal el
cambio de pastelería, después de todo?
-Me ha encantado que nos dejaran
la jarrita con praliné en la mesa. En el otro sitio, no lo hacen. Deberíamos
pasarnos a ésta.
Asentí con la cabeza, la nieve
crujiendo a mis pies. Íbamos camino del centro comercial, la cajita dorada y
blanca bailando en mis dedos, columpiándose del lazo.
-Sabrae…
-¿Qué?
-Sería un poco raro que le
llevaras esas pastas sin venir a cuento a Annie-reflexionó, y yo puse los ojos en
blanco.
-No pienso dártelas, Amoke.
Ella frunció el ceño y arrugó la
boca.
-Qué atropello. Estoy convencida
de que el rey no sabe que se me está tratando así.
Pasamos por delante de nuestra
vieja pastelería, aún con el cartelito de vacaciones en exhibición. Cuando Momo
decidió ignorarlo, como si ya no se acordara de que solíamos ir allí, supe que
ella, también, estaba iniciando un nuevo capítulo en su vida.
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Que me ha encantado el capítulo ays. La cerrada de orto de Sher a sus hermanod, la aparición estelar de Pauline... Me ha gustado mucho mucho. Deseando leer el siguiente para saber a donde la lleva Alec.
ResponderEliminarMe he enrollado muchisimo en cosas sin importancia pero te juro que no lo hago a posta, es que me encanta esta historia ay. Aparte de wue reslmente cuanto mas escriba mas perfecta se vuelve Sabrae porque mas la conocemos y eso bueno en fin JAJAJAJAJAJAJJAJAJAJAJAJAJAJA
EliminarSherezade reina de España 💅🏾👑 lo que me gusta a mí ver a una bad bitch
Y Pauline mas cuca no puedo con ella de verdad, no me acuerdo de quien me dio que sería un puntazo que se conocieran ella y Sabrae pero desde aqui le doy publicamente las gracias