sábado, 6 de abril de 2013

Cazador de desayunos.

Todo mi cuerpo temblaba. Sus dedos seguían poseyéndome bajo mi falda, pequeña promesa de aquella noche ya de por sí prometedora.
-Grita mi nombre-su voz sonaba ronca, excitada. Sus dedos continuaron lamiendo mi piel más sensible.
-No puedes estar pidiéndome eso-gemí en su oreja, llevando mi mano al bulto de su pantalón, duro.
-Grita mi nombre-repitió.
-Si estuviéramos en condiciones normales-repliqué, metiendo la mano por su pantalón y llegando a su centro-, ¿quién crees que perdería y acabaría antes?
Me empujó y me puso aún más contra la pared, mis vértebras se clavaban contra ella de un modo infernal y excitante. Alcé la piernas y llegó más profundo.
-Yo-gruñó, haciendo que me echara a temblar del más puro placer-. Yo.
Y me rompí entre sus brazos, dejé caer los hombros y me dejé llevar. El cuello estirado, él besándomelo, la cabeza hacia atrás, el pelo colgando, y gemí su nombre. La música me tapó del resto de oídos indiscretos.
Su mirada brilló cuando lo hice, y sonrió, contento se saber hasta qué punto me controlaba.
Hasta qué punto era suya.
Abrí los ojos y levanté la cabeza, con la respiración entrecortada. Definitivamente, no estaba bien eso de tener sexo salvaje justo antes de irse a dormir, básicamente porque me afectaba demasiado y terminaba teniendo sueños indecentes, recreando escenas ya vividas de mi vida. Como aquel rato en su fiesta de cumpleaños, cuando la tensión sexual que llevaba creciendo entre nosotros desde que nos habíamos separado cuando Louis se marchó a Japón y yo regresé a casa, y que llevaba amenazando con explotar desde que le tapé los ojos, decidió adueñarse de nuestros cuerpos y arrastrarnos a un sitio oscuro, muy oscuro.
Llevé mi mano al espacio al lado de mí en la cama, esperando encontrarme allí su cuerpo cálido, poder contarle mi sueño y, con suerte, que él me espetara con sarcasmo que la realidad superaba a la ficción, poniéndose encima de mí y confundiendo a mi cuerpo, haciéndole creer que buscábamos un hijo cuando no era así... de momento.
O, al menos, esperaba que fuera de momento.
Fruncí el ceño y levanté aún más la cabeza cuando palpé el colchón a mi lado. Aún estaba caliente, pero mi novio no estaba allí. Me  incorporé, me pasé una pano por el pelo, apartándomelo de la cara, y miré en todas direcciones, esperando encontrarlo en la habitación. Me senté, me tapé hasta arriba, (eso de llevar camisetas de tirantes que apenas cubrían nada en invierno no podía ser bueno para los pulmones de nadie) y esperé a que llegara unos minutos, con la esperanza de que sólo estuviera en el baño.
Pero no apareció.
Suspiré, me quité la camiseta y me puse otra de manga corta, la que él había llevado la tarde anterior hasta por la noche, cuando le obligué a quitársela (al fin y al cabo, cuando dormíamos juntos no necesitábamos estar vestidos, ya nos dábamos calor el uno al otro, cual par de estufas).
Me quedaba un poco larga, pero me sentaba bien. Comprobé mi cara en el espejo, asegurándome de deshacerme en la medida de lo posible de las legañas que alojaran mis ojos. Asentí,satisfecha, cuando me conseguí poner un mechón de pelo rebelde detrás de la oreja y mantenerlo allí, y fui a buscarlo.
Al principio pensé que estaría en el salón, por lo que me quedé petrificada cuando no lo encontré allí. Repasé mentalmente las salas que me había enseñado, intentando recordar sus comentarios mientras me llevaba de paseo por su nueva casa.
Fui hasta la sala de juegos, y nada.
La habitación del piano estaba tan vacía como su antecesora.
Me senté en la cocina, pensando que tal vez se hubiera largado de fiesta (y, de ser así, se iba a acordar de mí por no avisarme, como mínimo), y me llevé una mano teatralmente al a frente, exprimiéndome el cerebro con vehemencia.
Me dio por levantar la cabeza y mirar a la piscina. Pequeñas olas rompían la uniformidad de su superficie, superficie que normalmente estaba quieta. Me bajé del taburete, caminé hasta la puerta de cristal y la abrí.
Y allí estaba, flotando boca arriba (como estuviera boca abajo iría corriendo a las puertas del cielo y lo sacaría de allí a patadas, no me iba a dejar sola, no nos iba a dejar solos a los chicos y a mí, no iba a dejar solas a las Directioners), tan quieto que podría estar dormido.
-¿Louis?-susurré en voz baja. Ahora lo último que me faltaba es que un psicópata se hubiera cargado a mi chico y el psicópata estuviera tirado en la piscina intentando purificar su negra alma de los pecados que había cometido.
Tengo que dejar de ver Pequeñas Mentirosas, joder, me recriminé para mis adentros.
Era cierto que había gente que quería hacerle daño (gente que no estaba bien de la cabeza y que no se daba cuenta de que tanto él como Niall, Harry, Zayn y Liam eran unos ángeles sin alas, bajados a la tierra para convertirla en un lugar un poco mejor con sus corazones y sus voces), pero tampoco era como para montarme películas sobre conspiraciones muy bien edificadas yo sola. Cuando alguien odiaba a un famoso, iba a por él sin tener reparo alguno en hacerlo a plena luz del día. Allí estaba John Lennon (o, mejor dicho, no estaba) para testificar en caso de que fuera necesario.
-Qué-susurró, arrastrando la vocal suavemente, con ternura. Suspiré, me crucé de brazos, protegiéndome del frío de la noche invernal inglesa, y me acerqué al borde de la piscina. Me senté con las piernas cruzadas lejos del alcance del agua.
-¿Qué te pasa?
-No podía dormir-se encogió de hombros, provocando minúsculos tsunamis que se dispusieron a barrer toda la costa que eran los límites de la piscina-. Y no quería despertarte.
Asentí con la cabeza, acercándome un poco más al borde. Toqué el agua con el dedo gordo de un pie. Mm, estaba sorprendentemente calentita.
Se incorporó un poco, como si hubiera oído un disparo o algo así, y se quedó flotando verticalmente en el agua, mirándome.
-¿Te he despertado?
Negué con la cabeza, ahora metiendo los pies en el agua y acariciándola con una mano.
-Me desperté y no estabas.
Y me asusté porque me encontré sola en la cama, me encontré sola por primera vez, y no me había dado cuenta de lo vacía que podía llegar a sentirme cuando se suponía que Lou tenía que estar en mi cama pero al final no era así.
Nadó hasta meterse entre mis piernas y, sin apartar sus ojos (que sorprendentemente hacían juego sobremanera con el agua) de los míos, apoyó su mejilla en mi pierna. Sonrió despacio, como temiendo hacerlo.
-¿Y eso es malo?
-Me... preocupé-me incliné hacia delante y lo besé en la boca. Disfruté de las gotas de agua que corrían aún por su piel, mezclándose con nuestras bocas.
Sus dientes rozaron mi boca cuando no pudo evitar sonreír.
-Voy a tirarte al agua-susurró despacio, tal y como si le estuviera me estuviera explicando el secreto del universo, como si estuviera a punto de decirles a sus hermanas qué eran realmente aquellos gemidos que tal vez escucharan cuando estábamos en Doncaster y la pasión era superior a nosotros.
Y lo susurró despegándose lo justo de mí como para clavarme esos ojos azulísimos en los míos, dejándome la boca seca, sin apenas poder respirar. Se me olvidó respirar por el tono de su voz.
Me rodeó la muñeca con los dedos y tiró de mí despacio.
-Louis, no...-protesté sin ganas, pues en realidad me apetecía mucho que me metiera en el agua. Su sonrisa se amplió, tomando un matiz pícaro. Supe que quería hacerme el amor y yo quería que me lo hiciera allí dentro.
-Vamos, nena, estamos solos. No vamos a estar solos con una piscina en mucho tiempo-se pasó una mano por el pelo y me tendió esa misma para que yo misma la cogiera. Cerró los dedos a modo de garra un par de veces, incitándome.
Separé un poco más las piernas.
-Estoy vestida-susurré.
-Yo también-se limitó a replicar. Nos habíamos intercambiado los papeles, él era la sirena y yo el marinero al que la sirena seducía.
Me pasó las manos por la cintura, dispuesto a meterme en el agua él mismo si yo me resistía.
-Métete-murmuró contra mi boca; entonces la que sonrió fui yo.
-Normalmente la situación es justo la contraria. Soy yo la que te pide que te metas.
-Y soy yo el difícil.
-No eres difícil.
-Me gusta jugar, pero lo justo-replicó, alzándome (dios, era lo suficientemente fuerte como para levantar mi peso y seguir pateando para mantenerse sobre la superficie del agua y poder respirar), y dejándome caer muy lentamente sobre el líquido. Seguía caliente, pero ahora me parecía que su temperatura había bajado varios grados. Tal vez fuera por la excitación.
Tiró de mi camiseta, que se me pegaba al cuerpo como una segunda piel, y asintió con la cabeza. Nos miramos a los ojos, él cogió aire y se sumergió, buceando lejos de mí. Sonreí, puse los ojos en blanco y metí la cabeza debajo del agua, impulsándome hacia el fondo de la piscina con los ojos abiertos (cosa que yo siempre había odiado, no soportaba el contacto del agua contra mis ojos de esa forma), buscándolo. Me sonrió desde el otro extremo y pataleó para subir a la superficie y tomar aire mientras yo le contemplaba la parte del cuerpo que siempre estaba sumergida.
Nunca en mi vida pensé que fuera a creer que las piernas de un chico fueran bonitas, pero las de Louis eran... tenían algo que atraía con solo mirarlas.
Saqué la cabeza, escupí todo el agua y me eché el pelo hacia atrás, frotándome de paso los ojos y abriéndolos lentamente. Louis se había apoyado en el borde de la piscina y me miraba con una sonrisa socarrona.
-¿Cuánto aguantas?-preguntó. Me encogí de hombros, flotando en el medio de la piscina, navegando lentamente hacia la deriva.
-¿Tú?
Me imitó, pero lo hizo con una  chulería que actuó como un imán en mí. Nadé hasta ponerme a su lado y apoyarme en el borde, jadeando. No estaba de moverme cual delfín bajo el agua, y mis pulmones se resentían ante ese hecho.
Me pasó una mano por la espalda, alzando las cejas y mirándome como si fuera más un cachorrito desvalido al que acababa de recoger en la carretera que la novia que había salido de la cama porque él no estaba allí. Después me di cuenta de que en realidad no había mucha diferencia entre el cachorrito y yo: a ambos nos había salvado la vida, de una manera diferente, y a ambos nos había dado un nuevo sentido para vivir. Ambos lo necesitábamos como al aire que respirábamos.
-¿Competimos?
-Estoy cansada, Louis-repliqué una vez se hubo normalizado mi respiración. La comisura izquierda de su labio se alzó sobre su nivel normal.
-Métete debajo del agua. Vamos a probar algo.
Parpadeé, no muy segura acerca de dejar de respirar de nuevo, pero una chispa de ilusión que cruzó sus ojos fue demasiado para mí. Esperó a que tomara aire con una sonora bocanada y me volviera a sumergir, y después entró de nuevo en ese pequeño mundo subacuático. Se acercó despacio hacia mí, me cogió las manos y tiró de mí hasta que nuestras caras quedaron a centímetros. Se mordió el labio y mientras miraba los míos, y entonces yo supe qué quería hacer.
Me incliné hacia delante y apreté mis labios contra los suyos, temiendo abrir la boca y que todo el aire que había guardado en mi interior intercambiara posiciones con el agua. Noté cómo sonreía en mi boca, y me permití abrir un poco los ojos para mirarlo. El pelo le flotaba en todas direcciones, acariciándole despacio la cabeza, sus ojos estaban cerrados mientras disfrutaba de nuestro beso. Era precioso verlo así; rozaba la perfección.
No, encarnaba la perfección.
Cerré los ojos y me dejé llevar por el momento, sintiendo por primera vez el ambiente que me rodeaba: las mínimas corrientes de agua de dentro de la piscina que nosotros mismos creábamos acariciándome la piel, mi propio pelo bailando en todas direcciones, sus manos que ahora habían pasado a mi cintura, y su cuerpo flotando a escasos centímetros sobre el mío, chocando despacio. Le acaricié la cara y me separé de él un poco. Abrí los ojos de nuevo; él ya me estaba mirando. Sonrió, y tiró de mí para sacarme a la superficie.
Repetí el proceso de jadear, apartarme el pelo de la cara y frotarme los ojos hasta que por fin conseguí mirarlo.
-Ha sido genial, Lou-susurré, acercándome a él y metiéndome entre sus brazos. Flotamos arriba y abajo sobre el agua. Volvió a besarme en la boca, acariciándome la lengua con la suya.
-¿Crees que podrás abrir la boca ahora?-susurró una vez nos separamos.
-No lo sé.
-¿Confías en mí?
Lo dijo en un tono tan íntimo que hasta el mismísmo Aladdin se habría dado cabezazos contra la pared por no conseguir decir esa misma frase de aquella manera. Asentí despacio, creyéndome Jasmine.
-Sí.
Me sonrió.
-Entonces-unió nuestras frentes y cerró los ojos-, abre la boca.
Sentí un nudo en el estómago, sabiendo que no me atrevería, que era una cobarde y me echaría atrás en cuanto la primera gota de agua me entrara en la boca, pero tenía que intentarlo. Sólo intentarlo, pensé, si sale mal...
Si sale mal puede hacerte el boca a boca, retrasada.
Me apartó un mechón de pelo empapado y me lo colocó detrás de la oreja, sabiendo que necesitaba toda la  fuerza y el apoyo que pudiera transmitirme.
Esta vez el primero en sumergirse fue él, yo le seguí al segundo. Nos acercamos despacio y nos besamos.
Cuando estuve lista, él lo supo.
Abrí la boca y di el mejor beso de mi vida. No había nada comparado con besarse bajo el agua; ni siquiera hacerlo bajo la lluvia tenía algo que hacer contra un beso como aquél. Y yo sobre aquello tenía experiencia.
Recordé el beso invasor que me dio en mi pueblo, aquel en el que pensé que iba a deshacer entre sus brazos, con las gotas de lluvia recorriéndome todo el cuerpo, desquiciándome.
Cuando sacamos la cabeza, se quedó quieto, flotando cual muerto en el agua. Me acerqué a él y le besé la mejilla. Sonrió.
-No sabía si podríamos hacerlo así, Eri-me confesó mientras yo le cogía el brazo "desnudo", el que no tenía tatuajes, y comenzaba a besárselo despacio. Cada vez tenía más y más necesidad de tener un hijo suyo. Tenía que seguir ampliando su estirpe; garantizar que cuando él no estuviera en la Tierra hubiera alguien que siguiera con su perfección intacta.
-¿No te fiabas de mí?
-Tenía pensado empujarte hacia arriba en cuanto notara agua-replicó. Sonreí.
-¿Y eso?
-No sabía si entraría.
Asentí con la cabeza.
-No lo habías intentado nunca, ¿verdad?
-He dado algunos picos en las piscinas. Pero nunca un beso como este.
-¿A Harry?-me burlé, recordando la foto. Puso los ojos en blanco.
-Era de broma...
-No importa-repliqué, acercándome a su cabeza y poniéndole el índice en los labios-. No me importa. Sé que quieres a Hazza y a los demás y que  también me quieres a mí.
La nuez de su garganta se movió cuando tragó saliva. Deseé besarla, pero temía hacer demasiada fuerza y terminar hundiéndolo, así que simplemente la acaricié con un dedo goteante.
-¿Hannah?
Frunció el ceño.
-¿Qué obsesión tienes con Hannah?
-Le tengo envidia porque fue ella la que te robó la virginidad y no yo.
Se echó a reír.
-Nadie le roba la virginidad a nadie.
-Tú me la robaste a mí.
-Me la diste.
-Me la robaste.
-¿Acaso te puse contra la pared, te separé las piernas y te la metí a pesar de que me gritaras que no querías, que no estabas preparada, que te dolía y que tenía que parar?-giró la cabeza, alzando las cejas hasta casi tocar la raíz de su pelo-. ¿Lo hice?
-No-sacudí la cabeza, provocando pequeñas olas que huyeron de mí a toda velocidad, tal que si me tuvieran asco.
-Entonces no te la robé. Me la diste. Y yo se la di a Hannah. Nos la intercambiamos-se encogió de hombros, sendas olas corrieron a unirse con las mías.
-Qué poca vergüenza. Tienes dos virginidades en tu poder.
-Las estoy cuidando bastante bien, ¿no te parece?-se burló él por su parte. Me eché a reír, asintiendo con la cabeza.
-Sin duda. ¿Dónde fue?-inquirí, fingiéndome distraída mientras formaba pequeños remolinos con los dedos enfrente de mí-. ¿Doncaster?
-Sí, en una piscina privada. Nos metimos una noche de fiesta, un grupo de bastante gente, y cuando me quise dar cuenta estaba en calzoncillos haciendo un triple mortal hacia el agua.
-Para que luego digan que los ingleses sois unos sosos-me cachondeé, cogiéndole los brazos y arrastrándolo hasta la orilla.
-Mi ciudad siempre ha sido famosa por las movidas que hay en ella.
-¿Es como Bradford?-pregunté, creyendo que lo de que Zayn fuera un chico malo de Bradford tuviera algo que ver con una mala fama hipotética de su ciudad.
Louis frunció el ceño, mirando a las estrellas, esperando que ellas le dieran la respuesta para mí.
-Bradford es mucho más grande que Doncaster. Unas... ¿4 veces?-se frotó los ojos, pensativo-. Sí, más o menos 4 veces más grande que Doncaster. Hay más movidas que en mi ciudad, pero... es normal.
-¿Debo preocuparme, entonces, de que tus orígenes sean de Doncaster?
-Nah. En realidad yo le doy mala  fama a Doncaster porque siempre estaba enredando y haciendo putadas por ahí con la gente. Era un crío travieso, eso es todo. Aún sigo siéndolo-meditó-, solo que ahora me controlo un poco más.
-Pero solo un poco.
-Claro-se echó a reír-. Al fin y al cabo ahora vivo en la capital, ¿no? Es algo con lo que cualquiera allí sueña. Y yo lo he hecho. Soy como un orgullo para Doncaster.
Sonreí, disfrutando de cómo decía el nombre de su ciudad natal. Doncasta. Me encantaba cuando hablaba de ella, porque en el fondo envidiaba a aquella ciudad más que a nada. Louis había corrido por sus calles cuando era pequeño, había reído y llorado, había crecido, había llevado a cabo sus aficiones, había hecho amigos, se había peleado... y se había enamorado por primera vez en su querida Doncasta.
En el fondo, creía que él lamentaba que yo no fuera de su ciudad; le gustaba hablarme de Doncaster, pero creo que preferiría mil veces poder decirme Vamos a tal parque y que yo supiera ir, supiera de qué sitio me estaba hablando, y le pudiera decir si me había pasado algo interesante a mí en ese lugar. Le encantaba hablarme de su ciudad, contarme cosas que yo no sabía, cosas que tal vez ni imaginaría, pero estaba segura de que lo que más le gustaría sería que nos pusiéramos a hablar un día de Doncaster y que descubriéramos que los dos habíamos frecuentado los mismos sitios, o que incluso habíamos estudiado en el mismo colegio y tuviéramos varios amigos en común...
-¿Qué crees que hubiera pasado si tú y yo fuéramos al mismo instituto, Lou?-pregunté. Dejó de flotar, se colocó vertical otra vez y se acercó hasta el borde de la piscina. Se sentó y me ayudó a hacer lo propio. Me pasó una mano por los hombros cuando me acurruqué contra él; la noche era fría, muy muy fría.
-Seguramente no estaríamos juntos.
Lo miré; en el fondo era exactamente lo que yo pensaba.
-Quiero decir...-vaciló un momento, mirando los lunares que tenía por el brazo-. No te ofendas, pero...
-No sería lo bastante buena si fuera de Doncaster.
-No. Es... tu... voz. No tienes voz de inglesa. No terminas de sonar inglesa. Y eso es una de las cosas que más me gustan de ti.
Fruncí el ceño.
-¿De verdad?
-Me gusta que hables otro idioma y que seas de otro sitio. Así puedo aprender más contigo. Ya sabes, otra cultura, otras palabras, otra forma de pensar... una de tus mejores cosas es que tienes mucho que ofrecerme, ahora y siempre, y yo nunca seré capaz de asimilarlo todo. Me gusta levantarme y pensar a ver con qué me salta esta hoy. Si fueras de Doncaster serías mucho más predecible, y más si hubieras estado en mi instituto. Te conocería y sabría cómo reaccionarías a algunas cosas que son, simplemente, un misterio ahora mismo.
-Así que soy... como un misterio.
-Eres  el contraste andante, Eri-sonrió, satisfecho con su comparación-. Te lo digo en serio. Te miro y estoy seguro de en qué estás pensando, pero a veces me dices unas cosas que yo... simplemente no las proceso. ¿Sabes?
-¿Como qué?
Me estaba gustando mucho eso. A la mierda mi teoría. Yo estaba por encima de Hannah por la sencilla razón de que Hannah podía ser predecible.
-Como cuando fui a verte por lo de tus padres, y cerraste la boca y dejaste que lloriqueara como un crío pequeño contigo...
-¡Lou! ¡Estabas triste!
-¿Y?
-Era lo menos que podía hacer.
-Si hubiera sido cualquier otro habría empezado con todas esas mierdas de Oh, no te preocupes, tarde o temprano te acostumbrarás. Pero tú no. Tú intentaste encontrar la manera de hacerme ver que no se acaba ni mi mundo ni el de mis hermanas.
Me tiré de nuevo al agua y nadé hasta las escaleras que se iban hundiendo lentamente hasta las profundidades más desconocidas. Me siguió.
-¿En eso soy misteriosa?
-La verdad es que mola despertarme cada mañana y no saber si me vas a hacer el desayuno, si vas a estar de mala leche y me vas a empezar a gritar o si tienes el día cariñoso y quieres sexo nada más levantarte.
-¿Por qué me da la impresión de que eso último es lo que más te gusta?
-Porque es así-se echó a reír, y yo lo imité-. Y luego, cómo te ríes...
-Mi humor no es nada nuevo-le puse los ojos en blanco, abrazándome las piernas y mirándole. Me sacó la lengua.
-Tienes sarcasmo inglés con una mezcla de algo... que es genial-sacudió la cabeza, pequeñas gotas de agua volaron a su alrededor, cual halo.
-¿Mezcla del mítico humor español?
-Será eso.
-Si fuera por tu sentido del humor serías tú más español que yo, Louis.
Protestó, pero yo le hice callar:
-Sabes que es así. Lo que mola es que o nos complementamos o somos idénticos, pero no tenemos término medio. Nunca. Y eso es genial.
Asintió con la cabeza.
-Y yo nunca me he complementado con una inglesa. Siempre me lamen el culo, ya sabes. Ser el gracioso de clase es lo que tiene-se encogió de hombros.
-Si vinieras a mi clase te daría un sillazo cada día-repliqué.
-¿Ves?-se carcajeó-. A esta bipolaridad me refiero. Tan pronto me dices que me quieres como me quieres  dar un sillazo.
-Es que yo soy muy rara. Además, ahora no te he dicho que te quiera.
-Se sobreentiende. Como lo de leer los términos y condiciones de las cosas antes de aceptarlos.
-Nadie los lee.
-Se sobreentiende.
Hinché los carrillos y lo miré. Me imitó y le tiré agua a la cara.
-Uuh. ¿Qué acabas de hacer?
-¿Qué pasa? ¿Eres una sirena y si te mojas te sale cola?
-¿Quieres ver mi cola?
-¿Quieres que te cruce la cara de un bofetón?
-Tienes 5 segundos de ventaja para meterte en casa corriendo.
-Sabes que me resbalaré en cuanto entre y me abriré la cabeza.
-No es mi problema.
-Lo dejaré todo perdido de sangre y tendrás que limpiarlo.
-Sigue sin serlo.
-No te atreverás.
-Tres.
-No lo harás.
-Dos.
-Ya, ya.
-Uno...
Lo empujé hacia abajo en el agua y me puse encima, esta vez decidida a luchar hasta que las fuerzas me fallaran por salvarme la vida; no iba a tener piedad, me mataría a cosquillas, lo veía en su cara. Pero, en vez de luchar por subir hacia la superficie de nuevo, me enganchó con fuerza y bajó hasta el fondo. Esperó pacientemente a que me fuera quedando sin oxígeno, moviendo las cejas. Yo no paraba de moverme; había pasado de ser la captora a ser la prisionera. Luché como pude, mezclando velocidad en movimientos con fuerza, pero no dio resultado. Negué con la cabeza y me soltó, me dejó subir a la superficie, tomar aire y rápidamente tiró de mí de nuevo hacia abajo. Le golpeé el pecho y él subió hacia arriba, sin dejarme posibilidad de salir yo también a respirar, y volvió a meterse. Mierda, sabía lo que se hacía. Me miró a los ojos y soltó varias burbujas en mi dirección. Apoyándome en el suelo, me impulsé con las piernas y salí disparada hacia arriba. Respiré hondo; al segundo él ya estaba a mi lado.
-¿Te rindes?
-Sí.
-Típico de españoles.
-¡TE MATO!-repliqué, volviendo a tirarme sobre él.
Terminamos como siempre terminábamos nuestras peleas de mentira.
Acostándonos.


Recogí la  camiseta del agua con una sonrisa y continué secándome el pelo. Últimamente me despertaba yo antes que ella, lo que me daba la oportunidad de contemplarla mientras dormía.
Los años que parecían atacarla cada vez que se enfrentaba a un problema o que, simplemente, se le echaban encima cada vez que estaba conmigo, como intentando contrarrestar mi falta de madurez, la abandonaban cuando estaba en manos del dios del sueño. ¿Cómo se llamaba? ¿Hades?
No, Hades era el del infierno. Sacudí la cabeza. Ella no podía estar en los brazos de un dios así.
Cogí el móvil de la tumbona y lo busqué en Internet. ¿Morfeo? ¿Desde cuándo? Bueno, si lo ponía la Wikipedia, sería verdad.
Le di otro mordisco a la manzana verde que había cogido al poco de despertarme mientras no apartaba la vista de su cuerpo desnudo. Esa noche volveríamos a Londres, y tendría que restringir esas vistas a mi habitación, exclusivamente.
Había sido guay acostarme con ella en cada sitio de la  casa.
Nos faltaba el piano; chasqueé la lengua. Podía solucionarse, teníamos tiempo de sobra.
Casi como si hubiera notado mis ojos hambrientos recorrerla, se revolvió. Estuvo a unos centímetros de que su cabeza se cayera al agua, saliendo de la toalla que le había colocado despacio bajo ésta. Cuando me desperté con los primeros rayos del sol, me pareció un milagro seguir respirando. Ni en Ibiza había sido lo suficientemente gilipollas como para quedarme dormido en una piscina., sobre todo porque tenía garantizado que me dormiría, pero el despertar ya no estaba tan claro. Así que me había salido del agua y había ido al baño para hacerme con un buen cargamento de toallas. Había estado un rato con una anudada a la cintura, y con las que sobraban me las había apañado para hacerle una especie de almohada a mi española favorita.
Contemplarla allí, entre tanta agua, como si de una sirena sin piernas se tratara, me dio qué pensar.
Era un completo imbécil por hacerla llorar de aquella manera; por hacerle creer que podría vivir sin ella. Su voz me taladró de nuevo la cabeza, ¿Hemos roto, Louis?
¿Puede alguien vivir sin respirar? ¿Puede alguien vivir sin comer? ¿Puede vivir sin beber? ¿Pueden los peces caminar por la tierra, los gorriones sumergirse kilómetros bajo el mar, los elefantes volar? ¿Puede un cantante vivir sin música?
¿Puedo yo vivir sin ti?
Hostias, eso había sido profundo. Tenía que apuntarlo en alguna parte y mandárselo a Ed, a ver qué le parecía.
Si yo supiera poner por palabras las cosas como las sentía, como las ponía Ed en cada una de sus canciones, o como las había puesto ella en la carta que me dio por mi cumpleaños, no se atrevería a formular esa pregunta.
Había existido 20 años sin ella, pero no había vivido realmente hasta que la conocí.
Pero, joder, la garganta me quemaba. Necesitaba una cerveza. Y, sin embargo,  no estaba dispuesto a arriesgar todo lo que teníamos por una puta bebida. No era alcohólico, pero si ella lo creía.... tendría que demostrarle que se equivocaba.
Alcé una ceja, disgustado, y le di otro distraído mordisco a la fruta. Sí, ya había tenido más o menos la misma bronca con mi madre, pero ella no se había echado a llorar con tanta rabia como se había echado Eri, y no se había largado dejándome solo con mi supuesto vicio.
Al menos yo no fumo, espeté para mis adentros, poniendo los ojos en blanco e imaginándome de repente con un cigarro entre los labios, dando caladas aburridas igual que Zayn. A él no le gustaba fumar, ya estaba cansado de hacerlo, pero lo triste era que no podía parar. Sabía que debería dejarlo, porque éramos un ejemplo a seguir para mucha gente, pero la nicotina en sangre era algo superior a Zayn.
Eri se revolvió un poco más, sacándome de mis ensoñaciones. Era la escena perfecta para contemplar mientras daba buena cuenta de una cerveza fresquita, pero, ¡no, Louis! ¡Eres una alcohólico, debes dejar de beber!
Volví a ponerme los ojos en blanco y mordisqueé lo poco que quedaba ya del a manzana, dándole vueltas, buscando algún lugar nuevo en el que hincarle el diente.
Una ola de la piscina reclamó el trono sobre las demás cuando Eri se incorporó de un brinco, mirando confundida su ambiente.
-Buenos días-canturreé, fingiendo que no estaba desnuda delante de mí y que yo no llevaba camiseta. Seguramente estuviera cansada y ya incluso pudiera molestarle el sexo. ¿Cuántas veces lo habíamos hecho? Dudaba que hubiéramos llegado a las 21 de rigor, pero desde luego habíamos pasado las 17, de eso estaba total y absolutamente seguro.
Y tener relaciones tantas veces seguidas terminaba siendo motivo de acusaciones por parte del cuerpo.
-¿Qué hora es?-preguntó, llevándose la mano a la sien y frotándosela despacio. El pelo le caía en una húmeda cascada por la espalda y los hombros, aunque no lo tenía lo bastante largo como para taparle ese lugar del que yo a veces no podía apartar los ojos. Imité su pregunta con los labios, sin llegar a formularla en voz alta, lo que la hizo sonreír-. ¡No me hagas burla!
Me eché a reír, me levanté y me acerqué a ella. Le tendí una toalla, que aceptó ruborizándose a modo de agradecimiento.
-¿Cuánto he dormido?
Me encogí de hombros.
-Ni siquiera sé a qué hora bajé a la piscina yo, nena.
Las comisuras de sus labios se alzaron en una sonrisa fantasma, una sonrisa que ella intentó evitar en cuanto la sintió nacer. Le encantaba que la llamaba nena, sobre todo porque lo hacía con ese acento sobre el que ella tanto despotricaba, pero que yo sabía que era su favorito del de los cinco.
Y eso que había escuchado a Niall hablar irlandés cerrado o a Liam cuando volvía de Wolverhampton, que muchas veces ni se le entendía lo que decía.
-¿Tienes hambre?
Asintió con la cabeza, embutiéndose distraídamente en la toalla, apretándola aún más contra su cuerpo y girándose para mirar la superficie del agua, que volvía a recuperar la calma. Y sonrió.
-Podríamos escribir nuestro propio Kamasutra, ¿eh, Lou?-se rió. Yo la imité, la pegué a mí y jugueteé con el borde superior de la toalla, notando sus pechos contra mí.
-¿Tú crees?
-Sí, sobre todo porque nosotros probamos sitios nuevos.
Asentí con la cabeza, desanudándole la toalla. Me puso una mano en la mía y me miró a los ojos.
-BooBear...
Qué cabrona. Sabía de sobra cómo me gustaba que me llamaran así, fuera quien fuera.
Casi podía oler la vieja casa en la que había vivido con mamá antes de que ella se casara con Mark, la casa donde yo había dado mis primeros pasos, la casa de mi abuela, que siempre me untaba rebanadas de pan de molde con kilos de Nutella, me guiñaba un ojo y me decía que fuera al jardín a comerla, porque a mamá no le gustaba nada.
Froté mi nariz contra la suya.
-¿Ni un vistazo?
-Te has puesto morado a mirarme mientras dormía.
-Es que pareces tan buena cuando duermes...
-¿No soy buena?
-Eres el demonio-repliqué, burlón. Ella alzó una ceja, dio un paso atrás, separándose de mí, y se aseguró de que la toalla no mostraba nada que mereciera la pena ver.
Era una lástima que pensara eso, la verdad. Sólo un burka conseguiría tapar algo que a mí me gustara ver, por eso de que el burka la convertiría en un fantasma de colores.
-Te acabas de quedar sin sexo una semana.
-¿A que me paso una mano por el pelo?-la reté. Sus ojos se oscurecieron cuando los entrecerró.
-No te atreverás.
Sonreí, me mordí el labio y me pasé una mano por el pelo, que ya estaba seco, apartándomelo de la cara.
-Me cago en tu puta madre-replicó en voz muy baja, pero yo pude oírla, y me eché a reír.
-Ven-susurré, abriendo los brazos.
-No, Louis, en serio. Me cago en tu puta madre. Tengo 16 años y las hormonas revolucionadas, ¿sabes?
-Y yo 21, soy un hombre, y llevo como más de media vida en la edad del pavo, así que ven aquí-repliqué. Puso los ojos en blanco y se acercó a mí. Tiré despacio de la toalla para desnudarla, y esta vez ella no se resistió. Cerró los ojos contra mi pecho y me besó el esternón despacio, volviéndome loco cuando un torrente de lava me recorrió entero.
-Parece que te alegras de verme-musitó, burlona, abriendo los ojos y levantando la cabeza para mirarme con esas dos preciosas esferas de chocolate. Le saqué la lengua.
-¿Cuándo no me alegro de verte?
-Eso ha sido profundo. ¿Quieres que te diga algo profundo?
-Venga.
-¡Subsuelo!-espetó, echándose a reír como una loca, dando pasos hacia atrás y cayendo sobre la hierba, pataleando, desquiciada, mientras yo la miraba sin entender.
-Eri, ¿qué cojones...?-negué con la cabeza sonriendo; lágrimas de diversión le corrían por la cara.
-¡AY, DIOS! ¡QUÉ CARA ME HAS PUESTO! ¡JAJAJAJA!-un torrente de carcajadas interrumpió su monólogo mientras no paraba de retorcerse en el suelo; parecía que la estaba torturando la vampira esa que salía en Amanecer. La cría pequeña, ¿cómo se llamaba?- ¡SUBSUELO! ¡¿NO LO PILLAS?! ¡PORQUE ESTÁ BAJO EL SUELO, POR LO TANTO, ES PROFUNDO!
-Que repitiera curso no quiere decir que sea subnormal, amor-repliqué, inclinándome a su lado y teniéndole la mano para que se levantara.
-Bueno-de repente se había puesto seria-, hay opiniones.
-Vete a la mierda-repliqué.
-¡Mira quién se pone digno! ¡Don ¿Por qué fue el champiñón a la fiesta?!
-CAUSE HE WAS A FUNGI-grité, y ella se volvió a partir el culo-. Joder, Eri, tranquila... tampoco es para tanto.
Ella negó con la cabeza, asintió, se levantó de un brinco y se mordió el labio inferior, intentando contener la risa.
-¿Ya?
-¡NO!-explotó, volviendo a reírse como loca. Dio un par de pasos vacilantes hacia mí y tuve que sujetarla para que no volviera a caerse al suelo. Apenas pude detener el Jimmy protested que ya estaba saliendo a toda velocidad de mi boca, pero lo conseguí en el último instante.
Asintió con la cabeza cuando pareció calmarse, me miró a los ojos y se tambaleó.
-Dios, nena, ¿qué pasa ahora?
-Qué guapo eres-replicó. Me hubiera puesto rojo de no ser... bueno... yo. Me encogí de hombros.
-Y me lo dices ahora.
-Te quiero mucho.
Sonreí.
-Yo te quiero más.
-Mentira.
-Verdad.
-Mentira.
-Vamos a desayunar-repliqué, porque conociéndola no iba a dejar de pelear hasta que yo admitiera mi derrota, o hasta que consiguiera pisotearme. Aunque estaba seguro de que yo la quería más a ella que ella a mí. Sobre todo porque yo le había escrito no una, sino seis canciones, y ella sólo me había dado una carta.
Bueno, vale, en realidad eran dos, pero aquella carta iba a mantenerse bajo llave. Sólo la tocaría yo a partir de entonces. Sin excepciones. Aunque terminaría llegando el momento en que no necesitaría tenerla delante para recitarla de memoria, lo cual en alguien como yo tenía su mérito.
-¿Qué hay para desayunar?-inquirió, hinchando los carrillos cuando la obligué a sentarse en la isla de la cocina, negándome en redondo a que hiciera la comida. Le hice saber que ya se me ocurriría algo con un encogimiento de hombros y me incliné hacia la nevera mientras ella no apartaba los ojos de mí.
-Qué pena que no traigo gafas, Lou-suspiró.
-¿Por qué?-inquirí yo, aburrido de la vida, revolviendo entre las latas con conservas, con la esperanza de encontrar algo que mereciera la pena comer.
-Piensa. Estás agachado hacia delante. Dándome la espalda. Ata cabos.
Sonreí en las profundidades de Groenlandia.
-Hoy estás que te sales, ¿eh, Eri?
-¿Me puedes explicar cómo mi novio, siendo inglés, tiene mejor culo que yo, que soy mujer y encima española? ¿Eh? Las latinas somos las que mejor curvas tenemos.
-¿Las latinas no son las de América?
-Y las españolas y las italianas. Las que tenemos lenguas muy parecidas al latín.
-Interesante.
-No me cambies de tema. Tú te operaste.
-Pero, ¿¡cómo me voy a operar el culo?!-me giré en redondo y ella suspiró, disgustada, cuando la privé de la visión de mis posaderas-. ¿Te pinchas, o algo? No soy Beyoncé.
Asintió con la cabeza, rascándosela distraída. El anillo que le regalé por su cumpleaños emitió pequeños destellos cuando la luz del sol se reflejó en él.
No pude evitar preguntarme la diferencia entre ese anillo y uno de compromiso en condiciones, con su señor diamante, como las chicas decían, en cuanto a luces y arco iris se refería.
¿Qué hay de lo de no madurar por no ser una fruta, Tommo? me reproché para mis adentros, sacudiendo la cabeza.
Eri se miró las uñas, suspiró y levantó la vista. Sus ojos me atravesaron el alma.
-Voy a vestirme.
-No-repliqué yo, negando con la cabeza y volviendo a mi tarea de cazador de desayunos.
-Voy a coger frío-protestó. Mierda, qué bien me conocía, la pequeña golfa. Sabía que el hermano mayor que llevaba dentro y que me había hecho tratar a casi todas las mujeres que conocía como las trataba en la actualidad no me iba a dejar protestar más. Al fin y al cabo, no quería que enfermara.
Di un brinco y me di un golpe en la cabeza cuando me acarició el vientre.
-¡Louis!-cacareó. Joder, si llevara el apellido Tomlinson de nacimiento le habría soltado ya una hostia. Se la estaba ganando a pulso. A mí Lottie nunca me había tocado los cojones de esa manera y se había largado de rositas.
-Me has asustado, coño.
-¿Tan fea soy?
-Mucho. Vete a vestirte.
Pero no se movió. Mujeres. A cada cual más desobediente y más testaruda que la anterior.
-¿Te has hecho daño?
-No-gruñí. Pero la verdad es que me palpitaba un poco la cabeza. Si me metía dentro de la nevera me convertiría en un helado inglés, pero por lo menos conseguiría aplacar ese dolor latente.
-¿Estás enfadado?
La única vez que me cabree realmente contigo, nena, será cuando dejes de respirar... si es que dejas de hacerlo antes que yo.
-No...-alargué la vocal hasta convertirla en un susurro que se perdió poco a poco en el aire. Casi la noté asentir a mi lado.
Me besó el hombro, me acarició despacio la nuca (¿por qué me gustaba tanto que me acariciara la nuca? Mm...) y se fue dando ligeros pasos en dirección a las escaleras. Me mordí el labio.
Harry no iba a ser el único que estaba perdiendo facultades.
-Beicon-murmuré a modo de reconocimiento. Serviría. Ahora tenía que encontrar huevos. Seguro que Niall los había metido en la cesta de la compra cuando fuimos todos para administrar mi nueva casa, todavía sin estrenar, de alimentos.
Asentí con la cabeza cuando llegué a la huevera (vale, alguien tenía que ocuparse de organizar aquella nevera, parecía el bolsillo mágico de Doraemon) y la saqué lentamente. Eché un poco de aceite en una de las sartenes que estaban prácticamente de exhibición en las alacenas y encendí la vitrocerámica.
Eri volvió con una camiseta mía (cómo no) que le llegaba hasta medio muslo (cómo no) y le quedaba (cómo no) ceñida en el pecho. Tenía que ser sincero; mi chica estaba bien servida en eso. Sería bajita, sí, y a veces un poco cascante, pero...
No pude evitar sonreír mientras ella se hacía una coleta, y se rascaba una pierna tapada por unos pantalones de chándal (que también eran míos, pues los iba arrastrando) con el pie de la otra. Me miró.
-¿Qué pasa?
-Nada.
Asintió con la cabeza, hizo una mueca y se echó todo el pelo hacia delante; aún lo tenía húmedo, así que le pregunté por qué iba a atárselo. Se encogió de hombros.
-Ya sabes que no me gusta tener el pelo descontrolado-susurró, recogiéndose rápidamente mechones rebeldes y colocándolos con sus compañeros a ambos lados de su rostro, asegurándolos con horquillas con una rapidez abismal, sólo digna de alguien que llevaba mucho tiempo haciendo eso.
-Interesante.
-¿En serio?
-¿No dices siempre que cuando más te gusta mi pelo es cuando lo tengo despeinado?
-Es que a ti te queda bien.
-Como soy muy guapo...-me cachondeé. Ella asintió con la cabeza, revolviendo en la nevera a su vez. Encontró lo que buscaba y lo sacó; el pequeño paquete con pasteles que le había comprado antes de llegar a casa; sabiendo que se iba a poner como loca cuando los encontrara (todos como a ella le gustaban, blandos y esponjosos, unos con crema, otros sin ella), y por tanto se mostraría más... ofrecida, por así decirlo.
Aunque conservaba la fundada sospecha de que yo no necesitaba hacer nada para que ella se mostrara ofrecida respecto a algo que yo quisiera; nunca me había dado motivos para pensar así.
-Lo soy más yo-replicó ella, asintiendo con la cabeza y deshaciéndose la coleta mientras revolvía distraída el Cola Cao. Una parte de mí le dio la razón; una parte muy pequeña, y no tan poderosa como para conseguir que lo admitiera en voz alta. Sus ojos marrones eran más bonitos que los míos. Al menos ella podía salir un día soleado sin tener que ponerse gafas de sol, sí o sí, cosa que mi tinte azul me exigía.
-Hay opiniones-repliqué yo, dejando que me echara un poco de café en una taza y sonriendo cuando me alzó una ceja. Qué cría, joder. Había tenido que buscarla mucho, pero había merecido la pena.
-¿A que te escupo en el café?
-No hay huevos.
Negó con la cabeza.
-Yo no soy una rata rastrera como tú, Tommo-replicó, dando un breve sorbo en el que apenas se mojó los labios. Dejé a un lado la sartén y la tomé de la cintura, poniéndola contra mí.
-Así que, ¿yo soy una rata rastrera?-me burlé, besándole el cuello. Me encantaba cómo se derretía entre mis brazos y luchaba por mantenerse en pie cuando yo le hacía eso; me sentía importante, como si fuera yo el que llevara las riendas y no ella.
-Sí...-susurró con un hilo de voz, pasándome una mano por el pelo y acariciándomelo despacio. No quería que dejara de besarla. Guay, porque yo tampoco.
-¿Y eso por qué?-pasé a su mandíbula, fui subiendo lentamente hasta morderle el labio, tirar de él y sonreír cuando ella se relamió. Vaya, no era el único que quería jugar.
-Porque me tienes aquí secuestrada... sola... haciéndote de esclava...
-¿Esclava? ¿Tú? Siguiente broma, por favor-repliqué, besándole la oreja. Se apartó un poco de mí, me miró a los ojos.
-Para.
-¿Y si no quiero?
-¿Quieres un bebé?-replicó, alzando una ceja y ladeando la cabeza. Mm. Sí. Por el proceso técnico, especialmente.
La puse contra la pared y la cogí en brazos como ya había hecho una vez en mi habitación de Londres. Ella gimió cuando me notó preparado contra su sexo. Una sola palabra, una única palabra, un monosílabo, y me haría el más feliz de la tierra.
-¿Y bien?-gruñí en su cuello, mordisqueándoselo despacio. Me pregunté qué tal quedaría la marca de un mordisco en su piel; seguro que era una cosa digna de ver.
-Sí.
-¿Sí, qué?
Joder, Louis, no eres Christian Grey; no vas a cruzarle la cara ni tampoco a darle latigazos.
-Lo sabes de sobra. Hazlo. O te quedas sin nada, y te tendrás que conformar con un poco de beicon.
-Y tú con pasteles.
-Mm. Pasteles.
Metí las manos por debajo de su camiseta y le acaricié despacio la cintura mientras ella luchaba por deshacerse de los pantalones y lanzarlos bien lejos. Pero no iba a ser fácil, no si yo seguía sosteniéndola de aquella manera.
Nuestras respiraciones se volvieron entrecortadas; no iba a soltarla, ella no quería que la soltara, pero tendría que hacerlo si quería hacerla mía. Difícil decisión.
-¿Y si lo aplazamos hasta que hayamos desayunado?
-Vale-asentí con la cabeza, pero no hice ademán de moverme. Se echó a reír, llenando la habitación con su preciosa risa. Qué bien sonaba, joder.
-¿Me vas a dar de comer así?
-Sh. Lo estoy estudiando-sonreí, besándola en la boca. Ella se dejó hacer de una manera tan confiada que me dio la fuerza de voluntad necesaria para posarla en el suelo. Suspiró.
-Chocolate-canturreó, sentándose a la mesa y esperando a que yo terminara de hacerme el desayuno para empezar a comer. Sacó los pasteles uno a uno, dejándolos sobre la superficie de acero de la isla que separaba la encimera del resto de la sala, que daba a la piscina, y los fue colocando cuales soldados formando. Una vez hubo terminado y se hubo dado por satisfecha con todo lo que había conseguido, se acurrucó sobre sí misma en la mesa y miró los pasteles, expectante.
-Vete comiendo-aunque no entendía cómo lo hacía para comer dulces a esas horas de la mañana (al igual que tampoco entendía cómo Niall era capaz de comer como un auténtico elefante goloso en cuanto se levantaba), la verdad era que me gustaba verla comer. Se abandonaba a la comida y muchas veces se manchaba toda la cara, sólo Dios sabía cómo. En ocasiones incluso terminaba con nata, chocolate, vainilla o lo que fuera en la punta de la nariz; ella lo notaba, se ponía bizca y preguntaba:
-Tengo algo en la nariz, ¿verdad?
Me encantaba cuando hacía eso, pues era el momento en que empezaba a mover la nariz como si fuera a conseguir chupársela con la lengua, hasta que yo no podía parar de reírme, me estiraba y le quitaba lo que la manchaba. A veces le tendía el dedo para que lo chupara ella; otras, la engañaba y terminaba tomándomelo yo. Y ella se reía.  Igual que mis hermanas cuando eran pequeñas y yo tenía el día particularmente simpático.
¿Qué no sería capaz de hacer por esa cría que estaba sentada en mi casa, alineando su desayuno como si fueran marines?
Mientras echaba el huevo en un plato y lo rodeaba de tiras de beicon, recordé la noche anterior, cuando ella miró la mesita un segundo.
-Ups-murmuró, luego me miró a mí a los ojos, pidiéndome permiso; ya sabía lo que quería, pero me hice el loco con la esperanza de que no me hiciera bajar a por la botella-. ¿Lou? ¿Podrías...?
-Your hand fits in mine like it's made just for me...-empecé a cantar, saliendo de la habitación, con su risa de fondo.
-¡Gracias, amor!
Me senté en la mesa, enfrente de ella, y me acarició la espinilla con  los dedos de los pies. Estaba descalza.
-Hola-saludó. Le sonreí.
-Hola.
Me tendió el café y yo lo levanté a modo de agradecimiento. Di un buen sorbo y empezamos a comer. Hablamos de todo un poco, lo típico, ¿qué tal has dormido? Ah, muy bien, estaba preocupado por ahogarme pero supongo que hemos tenido suerte. ¿Qué tiempo va a hacer? Es que me apetece echar un polvo en el jardín, y tal... Cosas que con otra gente no serían normales pero con ella sí que lo eran. Podía decir cualquier tontería porque ella me daría mi merecido: si la tontería era buena, se reiría, si no, echaría mano de ese sarcasmo que me había enamorado en cuanto descubrí que existía en su interior y me contestaría una bordería que me haría esforzarme más, despertando a la bestia competitiva que llevaba dentro, la bestia que durante un año me había estado puteando desde el interior de mi cabeza, exigiéndome que volviera a presentarme a aquellas audiciones infernales y consiguiera demostrarles a todos que podía valer mucho.
Una vez se dio por satisfecha, se chupó los dedos y se terminó la bebida, se me quedó mirando, torciendo la boca.
-¿Qué?
-Tengo que tomar la píldora.
-Pues corre.
Se lo tomó literalmente, aunque yo no lo pretendía. Saltó de su asiento y corrió al dormitorio; en un minuto ya había vuelto, sujetaba la  caja que le había dado mi hermana (sabía de sobra que Lottie tenía de esas en su habitación, no había nacido ayer, y de hecho me alegraba de que fuera así, sobre todo en ese momento), estudiando a fondo el prospecto.
-¿Cuándo tienes que tomar eso? ¿A alguna hora en particular?
Quiero más sexo, joder. Aún no hemos llegado a la apuesta de los chicos... bah, qué más dará la puta apuesta. Yo quiero más marcha.
-Surte efecto hasta 72 horas después del coito-leyó en el prospecto, asintiendo con la cabeza. Ah, qué interesante. ¿Y eso es...?
-En cristiano.
Puso los ojos en blanco.
-Tres días después de follar por primera vez, Louis.
-¿Tanto te costaba decírmelo así? Repetí curso.
Frunció el ceño, pero no dijo nada, aunque supe en qué estaba pensando: que cada dos por tres yo estaba hablando de cuando repetí curso, para excusar mi estupidez momentánea o refutar que fuera gilipollas. Lo cual demostraba que yo era bastante gilipollas.
Me levanté, apurando la taza de café, y me acerqué a ella. De repente no me parecía algo tan malo que no se tomara la píldora. Yo siempre había querido un hermano pequeño con el que jugar a fútbol. Quería a mis hermanas con locura, pero había vivido desde que tenía uso de razón con esa espinita en el corazón, que me recordaba que yo era el único chico de la familia, y que a veces me podía llegar a sentir muy solo, rodeado de mujeres que no entendían mis necesidades y que me apartaban de la consola cuando yo más necesitaba echar unas partidas.
-Me dan pena mis muchachitos, ahí, corriendo a enfrentarse a lo desconocido. Sacrificándose por su patria.
-Louis-replicó ella, cogiéndome la mano que le paseaba por el vientre-. Son espermatozoides. Del tamaño de... un poro. No son soldados. Y tienes millones de esos.
-Siguen siendo parte de mí, ¿vale? Salen de mi interior. Son como mis hijos.
-Si quieres dejamos de acostarnos y ya no necesitarán sacrificarse por ninguna patria.
-No, no, no. Que se sacrifiquen. Panda de vagos-negué con la cabeza, cerrando los ojos. Me echó las manos al cuello y, cuando la miré, estaba sonriendo.
-Eres muy tonto.
-Repetí curso-repetí a modo de explicación. Se echó a reír, se puso de puntillas y me besó en los labios despacio. Le devolví el beso, temiendo que si hacía demasiada presión en su boca se esfumara entre mis dedos como un sueño al despertar en una mañana de instituto. Cuando nos besábamos así, no me apetecía follármela contra la pared; lo que quería era meterme en la cama con  ella y fundirnos el uno con el otro despacio, muy despacio.
-¿Cuántas veces nos quedan?-preguntó, leyéndome el pensamiento. Seguro que ella estaba pensando en lo mismo que yo en ese instante.
Y nos descubrí sentándonos, cogiendo un bolígrafo y disponiéndonos a apuntar todas las veces que lo habíamos hecho para calcular cómo de lejos estábamos de la apuesta que teníamos los chicos.
-Vale. A ver. Anota. Bañera. Piscina. Sofá-empecé a enumerar, intentando no concentrarme demasiado en los detalles y gastando toda mi energía en tratar de tan sólo nombrarlos, sin necesidad de recordarlos.
-No, no. Dímelos ordenados, no vayamos a poner dos-protestó ella, que apenas había apuntado dos palabras. Puse los ojos en blanco y extendí las manos, dispuesto a contarlos yo mismo con los dedos si era preciso.
-Vale. Dos en Doncaster-murmuró, apartándose el pelo que poco a poco se iba secando de la cara, colocándoselo detrás de la oreja. Escribió Doncaster acompañado de dos palos-. Después vinimos aquí.
-Antes estaba el del baño, al menos que yo recuerde-murmuré levantando la vista de mis manos y clavándola en ella, que se ruborizó.
-Es verdad-y escribió baño restaurante mientras que yo luchaba por guardarme la sonrisa sarcástica para mí. Una de las cosas que más molaba era ponerla roja como un tomate, del mismo tono que estaba en ese preciso momento.
-Qué romántico es todo-comenté con ironía, clavando los ojos en la piscina, recordándome a mí mismo que teníamos que anotar ese y dibujar cinco estrellas a su lado. Aunque todos los polvos que echábamos eran de cinco estrellas. Pero ése era otro tema.
-Es que eres como Nicholas Sparks.
-¿Ese no es el de la película de Miley Cyrus?
-¿Viste La última canción?
Entrecerré los ojos.
-¿Quién no ha visto La última canción?
-Yo no la vi acabar.
Hice una cruz con los dedos en su dirección.
-¡ATRÁS, HIJA DE SATÁN! ¡ATRÁS!
Puso los ojos en blanco.
-Mira, Luisín... vete un poquito a la mierda. ¿Eh?-y continuó escribiendo a toda velocidad en la libreta sin mi ayuda; yo estaba ocupado revolcándome por el suelo de la risa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Dedica un minutito de tu tiempo a dejarme un comentario; son realmente importantes para mí y me ayudarán a mejorar, al margen de la ilusión que me hace saber que hay personas de verdad que entran en mi blog. ¡Muchas gracias!❤