sábado, 30 de marzo de 2013

Basilisco.

Concéntrate en respirar.
Respira.
Respira.
No mires esos ojos.
Respira.
Me limpié los ojos y seguí mirando la carta, sin atreverme a encontrarme con su mirada, como si de aquella criatura mítica que podía matarte con la mirada y convertirte en una estatua con el reflejo de sus ojos reptilianos si osabas alzar la vista a echarles un vistazo.
Aquello no me podía estar pasando a mí.
Yo había nacido para estar con él, me habían elegido entre miles y miles de chicas para estar con él... y ahora... ahora no podía respirar. Mis músculos se movían, mis pulmones se expandían y contraían, pero no entraba aire. Yo no sentía aire entrar en ellos. Mierda, iba a morir allí. Tendría que enterrarme.
Me tomó de la mandíbula y me miró a los ojos.
-No llores-me pidió. Empecé a explicarme por qué había repetido curso: era un gilipollas integral. Me has dejado, subnormal, eres perfecto, estoy enamorada de ti y nunca encontraré a uno que sea la millonésima parte de increíble que tú eres y...
Me besó.
Me.
Cago.
En.
Mi.
Madre.
Seguía sabiendo a cielo a pesar de que ya no era mío.
-Te quiero, Eri-susurró. Yo no pude  contestarle. ¿Acaso lo estaba disfrutando? ¿Gozaba mi sufrimiento, o algo así?
Me apretó la mano.
-Mírame.
No puedo.
-Eri.
Haré lo que tú me pidas, seré lo que tú quieras que sea, pero, por favor, vuelve conmigo.
Me arrastraré por el infierno si es lo que quieres, pero sigue besándome y tocándome como sólo tú sabes.
Levanté la vista y lo miré a través de la cortina de lágrimas. Dolía demasiado pensar que tanta perfección no era mía ya.
-Te amo-me dijo en mi lengua. Parpadeé, se volvió más borroso. Agaché la cabeza y él suspiró.
-Vamos, nena. Tranquila. Ya ha pasado todo.
¿Que ya ha pasado todo? No tienes ni idea del infierno al que me voy a enfrentar a partir de ahora. Porque me he tatuado tu nombre en el corazón. Llevo tu inicial en la cadera. Y ninguna de esas dos cosas puede cambiarse ya.
Me tomó de la mano. Era tan suave...
-Voy a dejar de beber-susurró. Levanté la vista, sorprendida. Me limpió las lágrimas-. Voy a dejar de beber porque la chica a la que amo, la que me escribió esta carta, está preocupada porque bebo demasiado.
Debía reconocer que Jay le había educado bien. Era un caballero hasta dejando a las chi...
¿La chica a la que amo?
Abrí la boca.
-¿Me amas?
-¿Eres boba?-sonrió, arrugando la nariz-. Pues claro. Eres genial, nena.
-Entonces... ¿no hemos roto?
-¿Qué?-espetó, abrió mucho los ojos y sus pupilas se dilataron delante de mí. ¿Tenía miedo de perderme?-. No... no hemos... no-negó con la cabeza. ¡Vaya! Ni siquiera se atrevía a decirlo.
Casi lo tiré del asiento cuando me abalancé a meterme entre sus brazos y acurrucarme contra él, volviendo a respirar por fin. No se había acabado, gracias, no se había acabado.
Tragó saliva y me acarició el dorso de la mano, mirándome a través de aquellos preciosos zafiros.
-¿Pensabas que yo querría... apartarme de ti?
Me encogí de hombros, bajando la cabeza.
-No sé. Porque he sido una auténtica gilipollas hablándote como te hablé después de todo lo que estás haciendo por mí.
-Es un placer hacer lo que hago por ti-replicó él. Joder, ¿de dónde sacaba esas cosas tan bonitas para decirme? No era ni medio normal que alguien pudiera decir cosas así, que supiera decirlas, o que fueran de su propia cosecha. Pero yo sabía que lo eran; cosas así sólo se encontraban en los libros, y Louis prefería que le arrastraras por una carretera sin asfaltar desnudo antes que leer uno de esos "libros tostón" que yo me cepillaba en una tarde.
Me cogió las manos y me miró a los ojos.
-Eres lo mejor que me ha pasado en la vida, Eri-asintió, yo me mordí el labio inferior y él se humedeció los suyos-. Lo más grande. Tú y los chicos sois lo más grande, porque ellos te han traído hasta mí.
Bajé la mirada, azorada. Ya no estaba llorando, seguramente porque ya no me sentía la cosa más miserable de todo el universo. Sólo él podía llevarme al fondo de la Tierra y a las estrellas en menos de un minuto. Y simplemente con su voz y sus palabras, lo que tenía aún más mérito.
Me apartó el pelo de la cara, colocándome un mechón rebelde detrás de la oreja.
-No sabes la rabia que me da haber estado 20 años sin ti, haberme perdido 15 tuyos. No tienes ni idea.
Me acarició la mejilla espacio, mis ojos volvieron a encontrarse con los suyos.
-Eres la mejor. Eres perfecta-vale, ¿cuándo es la boda?-. Cuando me besaste la primera vez...-sonrió y sacudió la cabeza-... fue como empezar a vivir. No eres la primera, pero te garantizo que serás la última.
Se acercó a mí, me besó despacio en la boca, temiendo romperme, y mi corazón se volvió loco. Nos besamos, nos reímos y nos amamos hasta decir basta.
Me pasó la mano por el pelo y se la quedó mirando, pensativo, mientras yo dejaba que las corrientes eléctricas me volvieran loca. Las disfruté en silencio.
-¿Bebo tanto?
-Bebes bastante.
-Lo suficiente como para poder ser alcohólico, ¿no?
Le cogí la mano, la bajé hasta mi regazo y me dediqué a seguir las líneas de su palma, evitando leérsela como había aprendido con un libro de Harry Potter (mi nivel de frikismo llegaba a esos extremos tan insospechados), pero no pude evitar detenerme y echar un vistazo a la línea que cruzaba la palma, la más cercana al pulgar. La línea de la vida.
Y era larga.
Sonreí para mis adentros. Gracias a Dios.
Tragué saliva y le dediqué la sonrisa interior, dejando que se apoderara de mi boca. Se relajó visiblemente.
-La gente normal no se declara de esta manera cuando discute, ¿sabes?-sonreí, pellizcándole la nariz. Me devolvió la sonrisa.
-¿Sabes lo que hace la gente normal cuando discute?
Alcé las cejas, viéndolo venir. Y la verdad era que me apetecía lo que iba a sugerirme. La última vez que tuvimos una pelea importante no lo habíamos hecho, básicamente porque yo no lo había hecho nunca antes, y dudaba que quisiera empezar de aquella forma.
No tenía nada en contra de Alba, pero yo me imaginaba mi primera vez más tierna que otra cosa, especialmente si aquella otra cosa era salvaje.
Y vaya si había sido tierna aquella vez; él sabía cómo tratar a las mujeres. Seguramente el haber crecido rodeado de ellas y haber nacido en el país en el que había nacido había contribuido mucho a convertirlo en el caballero que era hoy en día. Recordé la carta que me había hecho entregarle a mi padre sin darme ocasión a abrirla, amenazándome con que me acordaría hasta el día en que me muriera del instante en que se me pasaría por la cabeza romper el sobre. Le terminé dando la carta a mi padre como él me había indicado, después de varias noches sin apenas dormir preguntándome qué narices habría allí dentro, mientras la sostenía entre las manos, o sobre el regazo, y la examinaba minuciosamente, intentando en vano echar un vistazo a su interior sin ni siquiera romper el sobre.
-Mientras sea bueno para ti, da igual que no lo trague-me había dicho mi padre una hora después de entregarle el sobre y largarme corriendo a mi habitación a poner música y tratar de relajarme, rezando porque Louis no se pusiera chulo en la  carta y terminara haciendo que su suegro le odiara aún más de lo que ya lo hacía.
En ese momento, sentada a su lado, me pregunté por enésima vez qué habría en aquella carta.
-¿Polvo de reconciliación?-me sugirió con un hilo de voz, pero la voz de un niño con ganas de jugar. Mi sonrisa se amplió.
-Polvo de reconciliación.
-¡Bieeen!-replicó él, a sus 21 años, y sólo le faltó levantar las manos al aire como el niño al que le dicen que va a ir a Disneylandia.
-Cómo eres, Louis-repliqué, poniendo los ojos en blanco y sacudiendo la cabeza, aplacando un poco a la bestia que se despertaba en mi interior, la bestia que susurraba su nombre como un mantra.
-Seré muchas cosas, nena. Pero ante todo soy humano-me acarició las piernas casi desnudas de no ser por los ridículamente cortos pantalones, que no iban en consonancia con la temperatura exterior. Me pegó a él, sonrió ante mi gesto de sorpresa-.Y un hombre-sonrió, antes de abalanzarse a mi boca y reclamarla como suya.
Aunque no necesitaba hacerlo. Era suya, no importaba las reclamaciones que hiciera sobre mí.
Pero debía admitir que me encantaba que lo hiciera.

Volví a repetir aquella frase que me había salvado del suicidio casi involuntario en mi cabeza, pero esta vez por causas muy distintas. Me asfixiaba.
Joder. No sabía que el sexo pudiera ser así... tan... tan...
Estaba destrozada por dentro y me encantaba.
Louis también respiraba con dificultad, debajo de mí. Pensé seriamente en bajarme de su pecho, pero luego decidí que nuestra unión era demasiado valiosa como para romperla así. Me incorporé un poco sobre los codos y lo miré. Me mordí el labio y noté las sombras de su boca invasora aún en ellos, su barba me había hecho daño. Podría haber sangrado de no haber sido por la vaselina con sabor a frambuesa que me echaba religiosamente cada vez que notaba que algo en mi boca no iba bien. Cerré los ojos, suspiré un par de veces, intentando acompasar mi respiración. Me acarició el contorno de un pecho, distraído, mientras luchaba por recuperar el oxígeno del que los dos carecíamos. Me levanté un poco y gemí.
Dios, ¿cómo podía seguir así de duro dentro de mí? Si ya habíamos acabado.
-Tienes que beber menos-le ordené-. Por eso estás tan cansado.
-Estoy cansado porque nunca en mi vida había follado de esta manera, Eri.
Me retorcí de placer. Aquella palabra sonaba tan mal, pero en aquel contexto era tan erótica...
-Y tú tienes que comer más-me aseguró, acariciándome el ombligo y bajando más abajo. Abrí la boca y dejé escapar un gemido. Necesitaba respirar, no estaba para que ahora me anduviera provocando la asfixia-. Además, es un poco triste que yo sea el que más culo tiene de los dos-susurró, pasando a mis nalgas y tirando de mí hacia abajo.
-Ah-gruñí, dejándome caer sobre él.
Lo mejor del polvo había sido la pelea que habíamos tenido dentro de la cama, cada uno luchando con toda su fuerza por hacerse con el control. Yo resistiéndome a que me metiera debajo de él, él saliendo y entrando de mi interior con toda su rabia, yo mordiéndole la boca y todo el cuello mientras me invadía, él poniéndome boca arriba e inmovilizándome las manos sobre la cabeza mientras me mordía con rabia los pechos, yo arañándole la espalda para que fuera más adentro, pues nunca se hundía lo suficiente en mí...
Me sentía devastada. Y en ese momento lo notaba demasiado grande dentro de mi´. Y me gustaba. Me gustaba de una manera que nunca me atrevería a confesar a nadie.
Él también lo notó, sintió cómo me ponía tensa a su alrededor, encantada por cómo sentía las cosas ahora, muchísimo más claras y fuertes que antes.
-Tengo que cabrearte más a menudo en la cama-reflexionó, incorporándose. Grité y me besó la boca, callándome. Mm. Así daba gusto que te hicieran cerrar el pico.
-¿Por qué?-susurré con la voz rota, todo debido a nuestro vínculo.
-Cuando estás enfadada, te cierras.
Lo miré con los ojos del tamaño de platos de sopa.
-Y mola más.
Le di un puñetazo y los dos terminamos jadeando. No debíamos movernos mucho; resultaba letal para nuestros cuerpos.
-¿Qué mierda me habrás hecho, Eri?-preguntó, dejándose caer en la cama. Movió las caderas despacio, yo cerré los ojos y me dejé llevar.
Me tumbé sobre su pecho y se lo acaricié. Alcé la vista.
-Di más bien qué me has hecho tú a mí-repliqué, besándolo en la boca.
-Un buen trabajo. Cogí a una chica del estilo hasta los 7 meses no me tiraré a mi novio y la convertí en una que se dejaba hacer de todo a los dos.
-Gilipollas-repliqué, volviendo a besarle en la boca.  Cerró los ojos y empujó su lengua hacia la mía. Me revolví, disfrutando de la sensación de tenerlo dentro. ¿No íbamos a parar nunca? O, lo peor, ¿cómo se suponía que iba a sobrevivir entonces al instituto después de unas vacaciones tan perfectas? No me entraba en la cabeza. Alba, Noe y yo habíamos estado discutiendo seriamente la posibilidad de irnos a vivir con los chicos después de que ellos nos lo ofrecieran por enésima vez en Nueva York. Nos habíamos pasado todos los recreos discutiendo los pros y los contras de hacer las maletas y mudarnos a Inglaterra, con todo lo que ello implicaba. Yo aún tenía la lista arrugada, manoseada y pintarrajeada en el archivador, guardada a buen recaudo entre los papeles que nuestro tutor nos entregaba con la orientación profesional. Ninguna necesitaría beca; podíamos costearnos los estudios allí, y la vivienda no iba a ser un problema ni de lejos. Los chicos se empeñarían en mantenernos, a pesar de que yo misma podría hacerlo con mis modestas dos millones de libras, que nada tenían que envidiar a las fortunas que los chicos tenían por separado o la señora fortuna que tenían cuando los juntabas a los cinco. Cada vez que acabábamos un examen, nos girábamos para ver si una de las otras dos había terminado también, preguntándonos si aquel sería el último que haríamos en nuestro país. Pero ninguno había sido el último, al menos de momento.
Los suspiros de alivio de todos nuestros compañeros al terminar el último examen el último viernes antes de las vacaciones habían sido gloriosos, pero nada comparado con los nuestros: un mundo de posibilidades se había ante nosotras, mundo cuya puerta había estado hasta hacía poco cerrado con llave. Y ahora la llave era un monosílabo que prometía posibilidades. Sí.
¿Cómo sería estar así todos los días? No tener que esperar con desesperación a los fines de semana porque incluso lunes, martes, miércoles, jueves y viernes serían ya especiales. Los sábados y los domingos perderían su magia, cierto, pero se la repartirían a los otros cinco días. ¿Cómo sería despertarse cada mañana con Louis al lado en la cama, bajar corriendo las escaleras para desayunar y encontrarme a un Zayn que llevaba despierto ya horas mirando por la ventana, dibujando o viendo la tele en el salón, mientras yo me preparaba mis cereales, quejándome porque Niall había terminado con ellos la noche anterior? ¿Decirle a Liam que no hacía falta que me llevara al instituto en coche, que podía ir caminando yo solita? ¿Pelearme con Harry porque tardaba demasiado tiempo en ducharse y yo necesitaba desesperadamente lavarme los dientes, peinarme y hacer lo posible por parecer una tía de belleza más o menos existente?
Pero también eso mataría la magia de algunas cosas, como bien recogía la hoja por completo estimada de mi carpeta: ya no habría los mismos nervios al coger el avión (aunque a eso debíamos añadirle la grandísima ventaja que suponía no tomar tantos vuelos y, por consiguiente, arriesgarnos a morir en un accidente de avión que Noemí veía inminente pero que Alba y yo no creíamos que llegara a suceder), los pequeños vuelcos que daba el estómago cada vez que éramos conscientes de que nos estábamos acercando un poco más a los chicos, que estábamos a menos tiempo de verlos. Y las carreras por el aeropuerto, no haciendo caso de los guardias de seguridad que nos gritaban que no se nos ocurriera correr en su jurisdicción. Y el pequeño infarto que siempre me daba cuando veía a los chicos aparecer entre la masa de personas ajetreadas, mirando a todas partes y a ninguna en particular al mismo tiempo, y el echar a correr. Y la pequeña sensación de anticipación cuando por fin me lanzaba a los brazos de Louis, sabiendo que me iba a besar delante de toda la gente, dándome la oportunidad de presumir de él. Y el miedo que tenía a que cuando llegara un nuevo tatuaje le estropeara su precioso cuerpo, pues sólo el Far Away de su antebrazo le quedaba bien (bueno, y las comillas de la muñeca, los pájaros y el monigote skater). Nunca me iba a gustar nada que tapara el cuerpo perfecto de mi chico; así que nunca iba a ser fan de sus tatuajes, y siempre aborrecería los montajes que algunas fans con demasiado tiempo libre se dedicaban a hacer, empeñándose en convertir a mis mejores amigos en los Trace Cyrus ingleses, que ya no necesitarían llevar camisetas (a eso estaba a favor, al igual que mis amigas) porque sus pechos estarían pintados hasta decir basta, sin un  centímetro libre, como la Capilla Sixtina.
Me bajé lentamente de su pecho, rompiendo la línea de mis pensamientos y decidida a disfrutar del momento presente; tendría tiempo de sobra para preocuparme por el futuro en el futuro... ¡Guau! ¡Eso era total y absolutamente de Louis! Ya volvíamos a mezclarnos el uno con el otro, como si de un par de yogures nos tratásemos que eran lanzados a la vez en una batidora, y unidos hasta que sólo tenías uno. Sonreí, volví a besarle en la boca mientras él fruncía el ceño, seguramente preguntándose qué era lo que me hacía tanta gracia, y me tumbé a su lado. Se dio la vuelta y metió las manos bajo la almohada. Parpadeó un par de veces, cerró los ojos, y pensé que se había dormido. Pero no, terminó abriéndolos un minuto más tarde, dejándome sin aliento con el azul tan brillante que podían adoptar.
Yacíamos en la cama, boca abajo, mirándonos encantados.
-Uf, nena-jadeó, la voz ronca tras esa grandiosa sesión de sexo. Me encantaba cuando su tierna voz tomaba ese matiz ronco, le daba un toque sensual que bastaba para hacer puré mi autodeterminación y conseguir que deseara ser su esclava, en todos los sentidos-. Eres una diosa, Eri.
Paseó sus dedos sobre mi espina dorsal, encendiéndome, enloqueciéndome con las ya familiares corrientes eléctricas.
-He aprendido del mejor-murmuré, tumbándome más cerca de él y acariciando sus piernas con mi pie.
-Déjame ver otra vez el tatuaje-me pidió, recorriéndome aún más débilmente mientras sus ojos hacían lo propio con mi cuerpo. Se mordió el labio, hecho que me encantó. Me di la vuelta, y se incorporó un poco para poder acariciar la pequeña L que adornaba mi cadera. La que indicaba que era suya, para siempre, sin importar qué pasara.
-No te lo esperabas, ¿eh?-sonreí. Ahogué un gemido y me mordí el labio cuando enredó sus dedos en mi vello púbico.
-No. ¿Te dolió?-murmuró, con sus ojos donde tenía los dedos. ¡Serás descarado!
Asentí con la cabeza.
-Más que a ti los tuyos, seguro.
Aquellos zafiros de su cara volaron hasta encontrarse con mis dos onzas de chocolate.
-Ya. Claro-alzó las cejas, aún le brillaban los ojos a modo de recuerdo de lo que habíamos hecho entre las sábanas.
-¡Está en un hueso!-protesté, fingiéndome ofendida.
-Y qué hueso-me concedió, besándome la letra y acariciándome las caderas.
De repente no había sido tan buena idea bajarme de encima de él.
Aunque, pensándolo mejor, si no me hubiera apartado un poco de él, no me estaría tocando ni besando así.
-Te quiero dentro de mí, Louis-susurré, recostándome de nuevo sobre la sábana y alzando los hombros, coqueta. Se incorporó hasta dejar su boca a milímetros de mi oreja. Podía sentir el aire entrando y saliendo de su nariz en mi cuello. Cerré los ojos, disfrutando de la sensación.
-Sólo tienes que pedirlo, Eri-paladeó en mi nombre, haciéndome morderme el labio inferior. Así daba gusto estar con un hombre en la cama. Y más si ese hombre era él.
Como si tuvieras experiencia de otros, niña, sonrió una voz dentro de mi cabeza que se parecía demasiado a la de Eleanor. Me la imaginé delante de mí en una habitación vacía, de paredes blancas, sin ventanas. No podía ver lo grande que era, pues la luz manaba de todas partes y no hacía sombras en las esquinas. Podría estar metida en una esfera lechosa y yo no darme cuenta. Estiré mi brazo imaginario y la aparté perezosamente de mi campo de visión, mientras la sonrisa de El se hacía más ancha.
No necesito experiencia de otros. Con este me basta, y me sobra.
-Por favor-acerté a decir.
Me separó despacio las piernas y se hundió en mí, desnudo, perfecto, con las manos aún acariciándome los glúteos.
Volvió a transportarme a aquella tierra perfecta, cuya llave era él, y yo la cerradura.
Cuando terminamos, en vez de echarme de encima de su pecho, me acarició la espalda y me sugirió bañarnos juntos. Lo miré a los ojos, alcé una ceja y asentí lentamente, disfrutando de su sonrisa traviesa cuando nos levantamos de la cama. No supe con qué fin nos pusimos ropa, pero el caso es que lo hicimos, y fue genial poder volver a desnudarnos el uno al otro en el baño.
Las lágrimas derramadas sobre las teclas blancas y negro se perdían entre la bruma de mi memoria, navegando a una tierra de la que volverían algún día, cuando volviéramos a pelearnos (aquello era casi inevitable).
Después de hacer el amor también en la bañera, echando la mitad del agua fuera, me acurruqué contra él con la espalda en su pecho y suspiré, hundiéndome casi completamente, sólo dejando la cabeza sobre las olas. Él me besaba el pelo mientras yo le acariciaba los nudillos bajo el agua.
-Me has dejado la espalda hecha un asco, Eri-sonrió en mi oreja. No me extrañé de que esta sonrisa fuera contagiosa.
-Y lo que te gustó.
-Me encantó-replicó, pegándome un poco más contra él mientras la imagen de su espalda enrojecida y arañada volvía a mi cabeza. No debería gustarme hacerle daño de esa manera, destrozarle la piel tan impunemente, pero... cómo me había sostenido entre sus brazos... cómo me había empujado... cómo se había apoyado contra el cabecero de la cama para hacerme gritar aún más fuerte...
-A mí me duele la boca-me encogí de hombros, provocando tímidos tsunamis a nuestro alrededor. Me rascó la mejilla con su barba a modo de respuesta.
-Tengo que afeitarme.
-Por mí, no lo hagas. Me gusta notarla-repliqué, girándome y besándole la mejilla, que se hinchó al sonreír.
-Vamos a grabar cuando volvamos a Londres.
-¿Qué vais a grabar?
-Una parte de One Way Or Another.
Asentí con la cabeza y me giré en redondo.
-¿No me vas dejar escucharla?
-Ay, Louis-replicó él, poniendo los ojos en blanco un segundo y agudizando su voz, aunque nunca llegaría a tenerla tan aguda como cuando cantaba-. Me sentiría mal si escuchara Take Me Home antes que las demás fans. No quiero escucharlo-terminó sacándome la lengua y haciendo ruido al sacudirla. Intenté no echarme a reír, pero, ¡era Louis Tomlinson! Si no te reías con él... estabas muerto. Literalmente.
Yo hice lo propio, sacándole lengua también.
-La gente cambia.
-Es verdad. Por eso antes yo quería que tuvieras privilegios. Ahora vas a joderte y vas a esperar como todos los mortales.
-Ya me jode bastante mi novio.
-Y me han dicho que es bueno.
-Hay opiniones.
-Fuera de mi casa-espetó, poniéndose serio de repente. Me aferré a él.
-Oblígame.
Una sonrisa siniestra le cruzó la cara. Hostia. ¿Él tenía de eso?
-¿Que haga qué?
-Que me obligues-dije con apenas un hilo de voz, pues estaba demasiado asustada y confundida ante esa cara, la típica de un asesino en serie.
Negó despacio con la cabeza, sus ojos no se apartaron de mí en ningún momento.
-Me gusta más obligarte a otras cosas.
-Madre de Dios-repliqué yo, abriendo los ojos de forma que casi me ocuparan la totalidad de la cara. Se echó a reír.
-¿Cosas oscuras?
-La mayoría de las veces las hacemos con la luz encendida. Ya sabes. Porque soy un pervertido y me gusta ver cómo te corres-se encogió despacio de hombros. Eso me sonaba, y mucho.
-¿Has vuelto a leer 50 sombras de Grey?
-Di mejor si ya me he leído todas las partes sexuales de los tres libros. Y no.
-Pues lo parecía...
-Nos las leyó Harry a los cinco.
Parpadeé lentamente, intentando imaginarme a Harry leyendo con su voz lenta, aquella voz que le hacía el amor a tus oídos, recitando las guarradas que se describían con total detalle en aquellos deprorablemente adictivos libros. No es que tuvieran un lenguaje y una calidad literaria exquisitos, pero como eran los primeros en su especie siempre iban a tener un estatus que el resto de libros no iban a poder ni soñar. Se habían colocado a la misma altura que Crepúsculo, Harry Potter y Los Juegos del Hambre; aunque me fastidiara reconocerlo en el último caso, todos habían abierto un nuevo camino que miles de autores se habían apresurado a seguir, tratando desesperadamente de subirse al carro de la fama que estos libros habían cosechado.
Me estremecí, consiguiendo por fin formarme la imagen en la cabeza con su correspondiente banda sonora: los cinco metidos en la misma habitación de hotel, tirados los unos encima de los otros mientras Harry, sentado por ahí, les leía  las líneas pervertidas con una sonrisa traviesa en los labios, esperando poder cumplir todas aquellas fantasías con Noemí.
-Vale, creo que puedo empezar a  preocuparme ya-aseguré en voz alta, estirándome y no haciendo caso de su lujuriosa mirada, que no dejó centímetro de mi cuerpo por recorrer-. ¿Incluida la parte de la bañera?
-Sí.
-¿Masaje de pies?-sugerí, aleteando con las pestañas.
Se echó a reír.
-Vas lista.
Hice una mueca, me acerqué a él despacio y le pasé una mano por la nuca. Le besé despacio los labios, que había dejado entreabiertos... y tiré de él hacia abajo, sumergiendo su cabeza debajo del agua.
Se asustó; no esperaba que fuera a convertirme en una cabrona psicópata precisamente en ese momento, justo cuando los dos éramos más vulnerables (por nuestra desnudez y por estar rodeados de agua, lo que dificultaría una huida en el caso de ser necesaria); empezó a patalear para que le dejara sacar la cabeza, pero yo me desplacé hacia delante, haciendo más fuerza bajo él.
Y, al ver que no conseguía emerger, me mordió. Con toda su rabia y su pánico. Yo chillé y brinqué hacia atrás, tirando la mayoría del agua de la bañera al suelo. Sacó la cabeza, tosió, escupió agua, y se pasó una mano por el pelo para poder lanzarme una inquisitiva mirada que decía poco menos que voy a torturarte hasta el Día del Juicio Final.
-¡Me has mordido!-chillé, incrédula, inclinándome para contemplar si me había dejado marcas, o si estaba sangrando, aunque dudaba que hubiera apretado lo suficiente con sus dientes como para hacer que la sangre surgiera de mi interior.
-¡ME METISTE LA CABEZA DEBAJO DEL AGUA!
-¡Estaba jugando!-protesté, riéndome. Frunció el ceño y comenzó a salpicarme, yo me acurruqué en el otro extremo de la bañera-. ¡PARA! ¡PARA! ¡QUE SE ME MOJA EL PELO! ¡PARA!
-¿De eso te preocupas? ¿De tu pelo, nada más?-espetó, inclinándose hacia mí y tirando de mi brazo, arrastrándome hacia él-. ¿Y te da lo mismo intentar ahogarme?
-Así cobro pensión de viudedad.
-No estamos casados, Eri-replicó, poniendo los ojos en blanco.
-Bueno, eso se puede remediar-me encogí de hombros; se me quedó mirando-. Oh, Louis, venga. Ya sabes que no va en serio.
-Es que no me apetece mucho convertirte en mi mujer después de que me metas la cabeza debajo del agua.
-Rencoroso.
-Asesina.
-No te he hecho nada.
-Lo estabas intentando. ¿Sabes qué creo?
Ahí va. Prepárate, porque ahí va.
-¿Qué crees, Lou?-suspiré, meneando el agua a nuestro alrededor de manera que pequeñas corrientes golpearan nuestra piel. Me levantó la mandíbula y me obligó a mirarle.
-Que, cuando nos peleamos, llamaste al MI6 y les dijiste que yo era un terrorista, y que podían acabar conmigo sacándome el cerebro y metiéndome en un cubo de líquido verde; pero les dirías mi paradero con la condición de que te dejaran meter tu cerebro en mi cabeza para así ser yo, saber qué se siente al estar en mis zapatos, y de paso contemplarte desnudo durante una semana mientras te acostumbras a toda la belleza que Dios ha sabido concentrar en mí.
-Y luego Zayn es el vanidoso-espeté, sarcástica. Sonrió.
-Te he jodido el plan, ¿verdad?
-Sí, mi vida, sí. Ahora tendré que apuñalarte y pasar de todo lo que había planeado, e ir improvisando sobre la marcha.
-Si es que soy un genio. Soy superdotado.
Negué con la cabeza.
-En los dos sentidos, además-me guiñó un ojo y yo me eché a reír.
-¡Louis!
-¿Las has visto más grandes que la mía?
-¡SÓLO HE VISTO LA TUYA!
-Así me gusta. Que seas casta y pura cuando yo no estoy-asintió, satisfecho, acariciándome la espalda. Le pasé una mano húmeda por el pelo. Él hizo lo propio, deshaciéndome el apresurado moño que me había hecho para no tener que secármelo después, y me cogió la nuca.
-¿Y si te hundo?-me amenazó. Lo miré, cautiva; tenía fuerza de sobra para meterme la  cabeza debajo del agua incluso ahora que yo estaba tan alerta, dispuesta a hacer lo que hiciera falta porque no me mojara el pelo. Me encogí de hombros, fingiendo indiferencia; un plan se estaba formando en mi cabeza.
-Como quieras-susurré, distraída, mirando sus labios y acariciándole el inferior con el pulgar. Me besó el dedo.
-Tenemos que hacer esto  más a menudo, ¿eh?
Asentí.
-¿Lo habías hecho con alguien?
No necesité que contestara, porque tardó lo suyo en hacerlo. Sacó mi mano de debajo del agua, entrelazó nuestros dedos y las alzó al aire, contemplando los pequeños arco iris que se formaban en las paredes y los minúsculos diamantes que parecían conformar nuestra piel.
-Una vez. Con Hannah.
Ah, la zorra esa. Había sido bastante putón, dado que si había perdido la virginidad con ella (y ella con él, según tenía entendido, algo que, dados los cada vez más abundantes detalles que poseía de la vida sexual de Louis antes de que yo apareciera en su existencia, dudaba bastante, pues la tía se había mostrado demasiado... propensa a realizar las fantasías que los dos tenían a una velocidad que asustaba).
Tú llevas menos con él y seguramente ya hayáis follado más y mejor que con ella, así que cierra la boca.
Alcé una ceja, y él pensó que me estaba cabreando con él,cuando en realidad me estaba cabreando con la lengua bífida que en ocasiones yo parecía tener sin darme cuenta.
-Hemos hecho bien esperando-cambió rápidamente de tema, con la esperanza de que yo le siguiera el rollo. Sonreí.
-¿Por qué?
-No sé... con condón no se puede hacer.
-¿No?
-No.
-Así que, ¿te la tiraste sin condón?
Parpadeó. Apenas pude aguantarme las ganas de reírme, pues había tropezado consigo mismo. Me mordí el labio inferior un segundo, soltándomelo nada más darme cuenta de lo que estaba haciendo.
-Eh... sí-admitió, avergonzado. Asentí con la cabeza; ahora el labio sobresalía ligeramente sobre el superior.
-¿Quién es mejor?
-Sois distintas-contestó demasiado rápido, lo que me llevó a pensar que ella era una zorra mayor que yo... lo cual era bastante difícil, pero no imposible.
-¿En qué sentido?
-Ella era más... no sé-sacó las manos del agua, intentando atrapar con ellas una idea que se resistía a ser encontrada-. Como más... se preocupaba menos de mí. Más de disfrutar ella. Y tú no. Disfrutamos más parecido tú y yo que Hannah y yo.
Vale, que dijera Hannah y yo sonaba demasiado mal en su boca. No. Hannah y Louis se había acabado. Ahora era Louis y Eri, Eri y Louis. Forevah and evah bitch.
Sonreí ante mi ocurrencia, lo que hizo que se relajara visiblemente.
-Yo soy más fácil que ella, ¿a que sí?-sonreí, acariciándole el pecho, como diciéndole que podía estar tranquilo, que no me iba a enfadar.
-Sin duda.
-¿Y eso mola más?
-No te atrevas a dudarlo-replicó, sonriendo aún más. Casi parecía que su sonrisa fuera a partirle la cara en dos de un momento a otro.
Me eché a reír y volví a sus brazos, que me acogieron con cariño; llevaban echándome de menos lo que parecían años, pero que en realidad no eran más que minutos.
-Si hubieras leído los libros con ella, ¿habrías probado algo? Como lo pruebas conmigo, quiero decir.
Me apartó un poco de él para poder mirarme.
-No te he levantado la mano nunca.
Tragué saliva, frunciendo de nuevo el ceño.
-Ya, lo sé, Lou; yo me refiero al sexo... como lo estamos teniendo a veces ahora.
Dejó soltar todo el aire que había contenido.
-¡Ah! No lo sé-se encogió de hombros, fingiendo desinterés, pero en sus ojos vi que le estaba dando vueltas al asunto. Y la verdad es que yo también, pero a un tema distinto.
Sabía que Louis no me tocaría un pelo ni siquiera aunque yo se lo pidiera (y la verdad era que curiosidad por experimentar lo del libro no me faltaba, pero no estaba segura de soportar el dolor y tenerlo como una referencia erótica igual que hacía la dichosa Anastasia, a la que nunca habían pegado en casa), pero también sabía que él era muy capaz de darle una bofetada a una tía en casos de extrema necesidad. Yo misma lo había experimentado de primera mano cuando le cruzó la cara a Alba en el baño de casa. Sabía que en condiciones normales, aun estando muy cabreado, Louis no pegaría a una chica; pero si la situación lo requería, bueno... tener, tenía manos, y sabía utilizarlas.
-Louis...-susurré, él se puso tenso. Cuando le llamaba de esa manera era que quería algo o que iba a preguntarle algo muy fuerte y, dado que estaba en pleno modo investigadora, no tardó nada en deducir que iba a ser más bien lo segundo.
-¿Qué?
-Aparte de a Alba, ¿pegaste a alguna chica más?
-No pequé a ninguna de mis novias nunca ni pienso pegarte a ti tampoco, nena-replicó, tajante, como si yo tuviera miedo de que pudiera hacerme daño. Sabía que era demasiado bueno para no poder herirme ni aunque quisiera; a no ser, claro, que se alejara de mí, pero aquello no sería como si realmente me diera una bofetada, o algo por el estilo.
-Lo sé.
-Los tíos que pegan a sus novias se deben de creer muy machitos por hacerlo, cuando en realidad son unos putos cobardes. Todos.
-Shh-repliqué, besándole el cuello-. ¿A ninguna?
-A las únicas que pegué alguna vez fue a mis hermanas. Y porque me tocaron muchísimo los huevos. No estoy orgulloso de un guantazo que una vez le metí a Felicité, pero la cría se lo buscó.
-¿Por qué?
La verdad es que eso de que fuera capaz de arrearles a sus hermanas me gustaba y disgustaba a partes iguales; yo misma era partidaria de que una hostia a tiempo hacía milagros con los niños, pero una cosa era una bofetada y otra muy distinta las auténticas palizas que mi padre me pegaba cuando me pasaba más de la cuenta.
-Porque yo soy la autoridad en mi puta casa cuando mis padres han salido. Y tal vez repitiera curso, pero de momento sé yo algo más que ella.
Asentí con la cabeza.
-¿A qué viene este repentino interés por mi oscurísimo pasado lleno de navajazos y peleas callejeras en Doncaster?
-¿Lo echas de menos?
Se encogió de hombros de nuevo.
-A veces confieso que me tocan las pelotas, y que me entran ganas de volver a repartir puñetazos, pero se me pasa en seguida. Ver a alguien hundiéndose desde la distancia y saber que es cosa tuya que se esté hundiendo es más satisfactorio que saltar dientes.
-¿¡Le hiciste saltar un diente a alguien!?
-Lo tenía medio suelto.
-¡LOUIS!
-Estoy de coña, Eri, joder. Si ya sabes que yo soy un santo.
Me eché a reír, negué con la cabeza y le sugerí que saliéramos del agua, pues empezaba a tener frío y los dedos se me habían arrugado. Asintió con la cabeza, y aceptó la mano que yo le tendí cuando salté fuera de la bañera, aterrizando en la pequeña alfombra. Me embutí el pelo en una toalla y busqué otra para enroscarme en ella; no me apetecía secarme.
Las camisetas casi idénticas, de no ser por la talla diferente, de su partido de fútbol nos esperaban al lado del lavamanos.
Él se rodeó la cintura con una toalla (oh, Dios, se le marcaban mucho las líneas de su cadera, las que le había hecho notar hacía un tiempo), dejándome sin aire, y se inclinó hacia el pequeño armario de encima del lavamanos. Sacó un bote, lo miró, lo lanzó al aire, haciéndolo girar y lo dejó sobre la superficie de mármol.
-¿Puedo afeitarte yo?-espeté casi sin darme cuenta; más oí las palabras que las pronuncié. Evité taparme la boca con la mano, alucinada ante lo que acababa de decir.
-¿Que quieres qué?-preguntó él, frunciendo el ceño, sin terminar de creerse lo que había escuchado. La verdad es que yo tampoco podía. Me puse roja como un tomate mientras tartamudeé:
-Afeitarte.
Miró la maquinilla un momento, sopesando las posibilidades de que le cortara la cabeza sin darme cuenta con ella. Cogió el bote, me miró y se sentó en la taza del váter.
-Vale, anda.
Iba a echar de menos esos pelos marrones que le rodeaban la cara; le quedaban genial. Era como el marco que realzaba la belleza de una pintura ya de por sí espectacular.
Me senté en sus rodillas, soltándome el pelo y dejando que me cayera por la espalda, y me aseguré de que me había anudado bien la toalla del cuerpo. Me eché la espuma en una mano y la fui repartiendo lentamente por su cara; no me había dado cuenta de que había sacado la lengua por el esfuerzo hasta que él me indicó, riéndose, que podía guardarla, pues no la iba a utilizar.
-Momentos íntimos de Eri y Louis a las... ¿qué hora será?-preguntó, sonriendo cuando terminé con la espuma, dejándolo igual que un Santa Claus inglés más guapo y joven. Y menos barrigón. Me eché a reír.
-No sé. ¿Las 5?
-Pues momentos íntimos de Eri y Louis a las 5 de la tarde-sacudió la cabeza, echándose el pelo hacia atrás y meneando los labios, como queriendo cerciorarse de que la espuma estaba bien colocada.
-No creo que esto vaya a superar lo del fisting.
-No, vas a necesitar algo más que un poco de espuma y una cuchilla para superar ese momento-coincidió, echándose a reír y acercándose para darme un beso. Chillé, ¡Louis, la espuma! pero en realidad me daba igual, me entregué a su boca y sonreí al recordar cuando llegué a esa parte del libro, en el que mencionaban aquella palabra que yo no sabía traducir. Me había girado hacia él y le había preguntado:
-Louis, ¿qué es el fisting?
Se me había quedado mirando pero había terminado explicándomelo rápidamente, mientras mi ceño se acentuaba más y más en la conversación.
-¿Y tú cómo sabes eso?
-Porque tengo 20 y soy un tío y estoy autorizado a ver películas porno.
Había levantado las cejas hasta casi hacerlas desaparecer en el pelo; no me lo imaginaba viendo películas porno.
-¿Las ves?
-Las veía cuando...¿POR QUÉ TE LO ESTOY CONTANDO?-había gritado, negando con la cabeza y distrayéndome a base de besos en la clavícula, arrastrándome de nuevo a una tierra que sólo con él existía.
Gimió imperceptiblemente cuando cogí la cuchilla y la acerqué a su cara, pero me sorprendió con su valentía al no hacer amago de apartarse. Le sonreí.
-No te voy a hacer nada.
-Pero vete despacio, no te lances, ¿vale?
-Vaaaaale-repliqué, con su vale patentado, el vale Tomlinson.
No sé cuánto me llevó afeitarlo, el caso es que lo hice lentamente, temiendo cortarle, y los resultados fueran plenamente satisfactorios. Asentí con la cabeza y él se acercó al espejo; abrió la boca, pero yo traté de no ofenderme. No era tan chapucera como él se creía.
-¿Sabías que una de mis fotos favoritas de ti es una  que vi en Internet, con las gafas, el gorro de lana gris y cortes de afeitarte?
Se giró a mirarme.
-¿Qué haces buscando fotos mías en Internet?
-No puedo estar 263 horas sólo viéndote en una pantalla. Una chica necesita ver más físicamente a su novio.
-Y la solución es una foto-espetó, echando mano del sarcasmo cada día más venenoso que cultivaba en algún rincón de su mente.
-Es lo que hay. Tu novia no es normal.
-Ya lo sé.
-Si lo fuera, no estaría contigo-le pinché, pero él se limitó a sonreírse en el espejo, contemplando los resultados de nuestro experimento.
-Vas a tener que afeitarme tú más a menudo, nena-sugirió, asintiendo con la cabeza.
Le abracé, orgullosa, y nos vestimos rápidamente. Bajamos las escaleras y, mientras decidíamos qué cenar, sonó un móvil.
-Cógelo, amor-susurró mientras se inclinaba hacia la nevera. El malestar porque pudiera coger una cerveza ya había desaparecido; dudaba bastante que lo hiciera después de la bronca épica que habíamos tenido por la mañana. Descolgué sin mirar; al fin y al cabo, seguramente le llamara alguien que yo no conocía y, en el caso de conocer al interlocutor, sería capaz de identificarlo por la voz.
-¿Sí?
-Hola, em.... ¿Louis?-preguntó una mujer joven.
-Ahora te lo paso-pues claro, al fin y al cabo le había llamado a él, no a mí.
-¿Quién es?-preguntó Louis en silencio, cogiendo el teléfono y tapando el altavoz. Me encogí de hombros.
-¿Me has visto preguntar?
Me ignoró sabiamente.
-¿Hola?... ¡Hannah!
¡LA MADRE QUE ME PARIÓ!
-¿Qué tal?
¿CÓMO QUE QUÉ TAL? 
-¿Qué quiere?-espeté, me mordí la lengua antes de terminar la frase con un la zorra esa.
-Gracias. ¿Y tú cómo estás? ¿Qué tal en la universidad?
Se inclinó y cogió un paquete de galletas, lo abrió con una mano y asintió con la cabeza, dándole un sensual mordisco a un dulce que en ese momento tenía más suerte que yo.
-Dile a esa zorra que ya tienes nueva dueña. Y no te pongas a comer ahora, que estás echando culo.
-Yo toda mi vida tuve culo, Eri-espetó, poniendo los ojos en blanco. Le devolví la mueca y me dirigí a mi teléfono, pensando en hacer una pizza con la receta de mi padre. Le llamaría, le preguntaría qué tal estaba y de paso le pediría que me explicara la manera de hacerla-. Ajá... No, voy a estar en España. Este año no pondremos Doncaster patas arriba, Han-sonrió. ¿CÓMO QUE HAN? ¡TE ACABAS DE QUEDAR SIN SEXO UN MES, BASTARDO HIJO DE PUTA!-... Ya, bueno, todavía se queda Stan, pero el pobre sin mí no las arma bien-se echó a reír ante algún comentario de la fulana y asintió con la cabeza-. Sí, cuando vuelva te llamo. Me encantó verte en la fiesta, ya lo sabes.
-¿Qué fiesta?
-Hasta luego, Hannah.
-¿QUÉ FIESTA?-bramé.
-La de mi cumpleaños-espetó como si fuera lo más normal del mundo.
-¿La zorra esa estuvo allí?
-Eri, no la insultes. Somos amigos.
-¡Y UNA MIERDA! ¡QUIERE FOLLARTE! ¡LO HE ESCUCHADO EN SU VOZ!
-Eri...
-¡ESA PUTA! ¡QUIERE VOLVER CONTIGO! ¡PUES SE VA A JODER PORQUE AHORA ERES MÍO, MÍ-O, Y....!
-Es lesbiana.
Me quedé a cuadros, a medio grito, y lo miré.
-Qué va a ser lesbiana. Si estuvo contigo.
-Cuando lo dejamos se dio cuenta de que no había otro hombre como yo, y entonces buscó a su alma gemela en una mujer. Y tiene novia ahora mismo, de hecho.
-Me estás vacilando.
Negó con la cabeza y me obligó a dejar el tema, pero yo no pude evitar volver a sacarlo mientras preparábamos la pizza. Llevaba un rato extendiendo tomate por la masa ya prefabricada que Louis había encontrado en el congelador (había sido una gran casualidad que lo hubiera tenido allí, dado que siempre pedíamos pizza, pero la casualidad desaparecía en cuanto recordábamos que había sido Niall el que había ido de compras y que Nialler nunca dejaba una tienda con comida sobrante), y él se había empezado a preocupar cuando había más tomate en la futura pizza que masa que lo sostuviera.
-A ver, anda-había suspirado-, ¿qué pasa?
Yo dejé la cuchara en la encimera con chulería y lo miré.
-Me parece cojonudo que la defiendas, porque al fin y al cabo es tu ex novia y alguna vez fuiste lo suficientemente gilipollas para ver algo en ella y...
-Si la vieras no pensarías que fui gilipollas por sentirme atraído por ella, Eri.
-¡TODAVÍA TE GUSTA!
-Cierra la boca. Me gustas más tú.
-Eres un mentiroso.
Maldijo para sí mismo, se acercó a mí y puso mi mano en su pecho. Me quedé callada, sintiendo los latidos de su corazón en mis dedos.
-Ella no me volvió loco de la manera en que tú lo haces. Nunca.
-Pero...-empecé a protestar, pero me calló inclinándose hacia mí y besándome la boca, mordiéndome los labios. Sentí en mis dedos cómo su corazón se aceleraba. Mierda. Le afectaba. Le afectaba tanto como él a mí.
-Como te conozco de sobra-replicó impasible, después de reclamar mi boca de una manera que pocas veces había igualado, y desbloqueando su teléfono-, voy a enseñarte a su novia.
Entró en Facebook y se metió en el perfil de Hannah, pulsó en una foto y me la enseñó. Vale, se estaba besando con una tía. ¿Besando? Más bien se metían la lengua hasta el esófago.
-Qué simpática.
-Se echó a reír.
-Estás loca. Y me vuelves loco. Y no sé qué es peor-replicó, volviendo a besarme.
-Las mejores personas lo están-le sonreí, poniéndome de puntillas para fundir nuestros labios en uno de nuevo. Tal vez se quejara de que era "bajo", pero la verdad es que a mí me encantaba su estatura, y seguía siendo más alto que yo.
Terminamos nuestra cena, y la verdad es que no nos quedó tan mal. Nos apoltronamos en el sofá y Louis silbó cuando encontró un canal donde estaban echando una película de Tom Cruise que acababa de empezar. Asintió con la cabeza y subió el volumen, devorando el manjar que habíamos hecho con avidez.
A pesar de tener la boca llena, me avisaba en los momentos en que me sugería apartar la mirada por haber cosas demasiado fuertes (como el gesto de la chica a la que le explotaba una mini bomba dentro del cerebro, matándola al instante), lo que no hacía más que alimentar mi admiración y mi amor por él, mientras la frase que había cruzado mi cabeza cuando me contó en España que sus padres se divorciaban y se derrumbó delante de mí, preocupado por sus hermanas, volvía a mí una y otra vez.
Si Louis no existiera, está claro que habría que inventarlo.
Mantelo contigo, Eri. Algunas hemos pagado precios muy altos por él, susurró una voz que no era mía en mi cabeza mientras masticaba una aceituna. Asentí y lo miré, miré su sonrisa, su boca manchada de tomate, sus preciosos ojos concentrados en la tele. Sentí su corazón en mis dedos, su voz en mis oídos, cantándome sólo a mí.
La verdad es que yo también daría mi vida con tal de que él siguiera sonriendo.

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