martes, 12 de marzo de 2013

La arañita Incy Wincy

No me matéis porque voy a inventarme a media familia, ¿vale? El único que existe tal y como lo describo es su abuelo. Porque no le encuentro el nombre de su abuela. Ok. Muy bien todo. Que lo disfrutéis.

Sus dedos se clavaron un poco más en mi cintura cuando nos acercamos a su familia, tratando de tranquilizarme. Casi podía escuchar sus pensamientos salir de su cabeza y entrar en la mía Joder, Eri, tranquila, que es solo mi familia.
Me miró a los ojos y supe que había acertado.
El nudo en el estómago iba a más con cada paso que daba, pero estaba segura de que no me dejaría caerme y quedar como una subnormal patosa, o algo por el estilo que ya era, de todas formas.
Toda su familia se giró en redondo y le dedicó una cálida sonrisa, reaccionando ante lo que Zayn, Niall, Harry, Liam y yo llamábamos el efecto Tommo. Después, algunos ojos se posaron en mí, reconociendo el terreno: unos curiosos, otros cautos, y otros simplemente sin cortarse un pelo en transmitir su ¿Y quién es esta chica?
-Holaaaaaaa-saludó Louis, moviendo la mano que tenía libre. Todos le contentaron. Hizo un gesto con la mandíbula hacia mí-. Esta es Eri. Es mi novia.
¿Dejaría de retorcerme como un paño de cocina cada vez que decía eso? Su novia. Joder, qué bien sonaba.
Entonces, en cada cara se dibujó una sonrisa, decididos a hacerme el día un pelín más fácil. Sólo una chica siguió mirándome sin sonreír, pero supuse que, o bien se llevaba mal con Louis, o bien se llevaba bien, muy bien, demasiado bien con él, y yo tal vez le hubiera quitado algún sitio al que creía pertenecer.
-Y ahora, os ponéis en fila para que os vaya presentando a cada uno, que sabéis que no doy a basto.
Se echaron a reír. Vaya, al final no iba a ser genético el humor de Louis. Al final iba a ser que sólo había una persona como él: un clon suyo desaparecido a la espera de que Lou cometiera algún error.
No pensé que se fueran a poner en fila, pero sí que se acercaron a mí. Luché contra el impulso de dar un paso atrás: unas 20 personas avanzando hacia ti, a la vez, sin que tú las conocieras de nada era, como mínimo, intimidante.
Louis alzó las cejas en dirección a su abuelo, que se acercaba a nosotros con un vaso de cerveza en la mano.
-Louis, hijo-sonrió, dándole una palmada en la espalda. Louis puso los ojos en blanco y me miró a los ojos.
-Es mi abuelo, Keith. Abuelo, Eri.
-Encantado, milady-replicó, haciendo una reverencia y tomándome de la mano. Noté cómo me subía el rubor a las mejillas.
-Dicen que soy como él-comentó Louis, encogiéndose de hombros cuando lo miré.
-Creo que sí-sonreí-. Encantada.
-El placer es mío, creéme. Louis nos ha hablado mucho de ti.
-¿En serio?-me eché a reír. Louis negaba con la cabeza.
-No.
-Está todo el día con su española en la boca.
-Vale, abuelo, trae el vaso. Creo que ya has bebido bastante-Louis le cogió el vaso y dio un largo sorbo. Le sonrió.
-Louis, si querías cerveza, sólo tenías que pedirlo. No hace falta que me hagas quedar mal delante de una dama.
-Tengo 21, abuelo.
-Ven que te abrace-abrió los brazos, Louis puso los ojos en blanco pero se acercó a él-. Ah, mi nieto mayor. Cómo pasa el tiempo.
-¿A que sí?-protestó Louis.
-Y estás hecho un hombre-se despegó de él y lo miró de arriba a abajo, asintiendo con la cabeza-.Sí señor. No es que andes pidiendo por ahí, precisamente, y de mujeres ya veo que no vas mal-me señaló con la palma de la mano y yo me eché a reír. Definitivamente Louis había salido a Keith.
-¡Abuelo!-le riñó Louis, él se encogió de hombros y se acercó a mí.
-¿Te trata bien?
-Sí, señor Tomlinson.
-Joder, qué educadas son las del continente. Luego dicen que sois salvajes. Sólo Keith.
-Vale. Pues sí, me trata bien, se... Keith.
Me miró por sobre sus gafas.
-Más le vale. Si no, me llamas.
-¿Por qué siempre soy yo el malo de la película?-espetó Louis, pasándose una mano por el pelo y mirando a una chica joven, de su edad, más o menos.
-Porque eres el demonio personificado-replicó la chica, alzando una ceja. Era la que no me había sonreído.
-Envidia que tienes, Rachel.
-¿Envidia? ¿Yo? ¿De qué?
-¿Te recito yo mis logros o dejo que lo hagan mis fans?-sonrió Louis-. Además de mis ojos, claro.
-Los ojos verdes son más exclusivos que los azules. Azules los tiene todo el mundo. Verdes, no todos-Rachel se echó a un lado el pelo, alzando la barbilla en actitud altanera.
-Los ojos verdes son como el musgo, Rachel. Difícil de encontrar si estás en una casa, pero abundante en un bosque.
La chica abrió la boca.
-Al menos yo no repetí curso.
-Al menos yo tengo dinero.
-Al menos yo soy un pijo insoportable.
-Al menos yo no soy insoportable a secas-se habían ido acercando el uno al otro hasta casi quedar frente a frente.
-¿Cuánto mides, Louis?-se rió ella.
-Me cago en mi madre, Rachel, me cago en mi madre-contestó él, negando con la cabeza. Señaló sus zapatos-. Bájate de esos andamios, a ver por dónde me llegas.
-Deberías plantearte el llevar tacones.
-¡Rachel!-protestó una mujer, bastante parecida a ella, con ojos azules. No podría ser su madre, de serlo, debería tenerlos verdes-. ¿Todos los años pasa lo mismo?
-Es él, que es un infantil-protestó Rachel. Louis abrió la boca y fingió ofenderse.
-Qué poco me conoces, Rachel.
-Vete a la mierda-espetó, entrando en el restaurante y alzando su dedo corazón por encima de su cabeza. Louis se giró a mirarme y me tendió la mano. La acepté.
-¿Tu prima?
Asintió con la cabeza.
-Me odia, no sé por qué.
-¡ME TIRABAS DE LAS TRENZAS CUANDO ÉRAMOS PEQUEÑOS, NO TE HAGAS EL TONTO!-bramó la chica desde la barra. Traté de contener una carcajada, pero me resultó difícil. Miré a Louis, que ahora estaba entretenido con las gemelas, que habían corrido a enseñarle los regalos que les habían dado sus abuelos.
-¿Le tirabas de las trenzas?
-Me provocaba.
-¡QUÉ MENTIROSO!
-¡MÉTETE EN TUS COSAS, RACHEL!-gritó él, haciendo que toda su familia se volviera a mirarlo. La que supuse sería su abuela se echó a reír: tenía pinta de haber sido una mujer realmente guapa, de porte elegante. Sus ojos estaban rodeados de finas arrugas que le conferían un aspecto maternal, era delgada y menuda, y su pelo se hallaba suelto hasta el cuello. A pesar de ser prácticamente blanco, le quedaba muy bien.
-Niños, ¿tengo que haceros daros un beso y hacer las paces?
-Yo a Louis no lo toco ni con un palo, abuela.
-Yo a ti ni te toco con la mirada, guapa-Louis le guiñó un ojo y su prima se puso lívida de ira. Su abuela suspiró, divertida, y les hizo acercarse. Les cogió las manos y les obligó a juntárselas.
Louis hizo una mueca y Rachel miró sus manos entrelazadas como si fueran animales a punto de ponerse a dar mordiscos.
-Haced las paces.
Rachel suspiró.
Louis alzó las cejas.
-Las damas primero.
-Louis, tú primero-replicó su abuela, cruzándose de brazos. Louis miró su mano alrededor de la de su prima, seguramente pensando qué pasaría si rompía la unión. Su abuela, conociéndolo ya, negó con la cabeza-.No se te ocurra.
-Siento haberte tirado de las trenzas de pequeños, Rachel.
-Mirándola a los ojos.
-¡Hala, venga! ¿Me declaro a ella también? ¿Le pido matrimonio de rodillas?
-Louis, no seas crío. Mírame a los ojos. A mis preciosos ojos verdes-Rachel aleteó con las pestañas. Louis frunció el ceño.
-Siento que no me soportes y que seas la única en este mundo que no lo haga.
-Louis-protestó su abuela. Louis suspiró, miró al cielo, contó hasta diez en voz baja y asintió.
-Siento haberte tirado de las coletas de pequeño, Rachel.
-¿Y?-le animó a seguir su abuela, Louis la miró, asintió despacio y continuó.
-Siento haberte roto aquella puñetera muñeca que tanto te gustaba. Siento haberte llamado gorda cuando éramos pequeños. Siento haberte dicho que tu voz es  como la de un hipopótamo en pleno parto cuando te pones a cantar. Siento haberte dicho que eres la cosa más fea que he visto en mi vida. Siento haberte...
-Dios, Louis, pero, ¿la has dejado vivir?-pregunté, abriendo la boca, intentando no sonreír por lo cabrón que podía llegar a ser mi novio.
Él se encogió de hombros.
-Era travieso de pequeño.
-Eras un cabrón-replicó su prima, frunciendo el ceño. Louis alzó las  cejas, entrecerró los ojos y se la quedó mirando.
-¿Y ésto no se merece una riña, abuela?-se giró a la anciana, que sonreía.
-Acaba lo que estás haciendo y luego le tocará a ella.
-Pero...
-Rachel, Louis lo está haciendo bien. Y es más pequeño que tú.
-Sí, es verdad, soy más pequeño, más joven que tú-sonrió Louis, alzando una de las comisuras de su boca.
-Sólo unos meses.
-Lo suficiente.
-¿Qué tal los 21?
-Vete a la mierda.
-Louis, que ibas muy bien.
-Bueno, eso Rachel, que...-balanceó sus manos unidas y suspiró-, que me perdones todo, ¿vale?
-¿Rachel?
-Vale.
-Te toca, querida.
Esta vez fue ella la que bufó.
-¿Es necesario?-echó la cabeza hacia atrás y se pasó una mano por el cuello, mirando a su abuela, que dejó escapar un sí entre sus labios. Rachel asintió-. De acuerdo... veamos... siento haberte devuelto las bofetadas cuando éramos pequeños, ¿vale? Pero te las merecías.
-Vas mal por ese camino.
Me crucé de brazos y sonreí a la mujer, que me había dedicado una tierna sonrisa y había puesto los ojos en blanco.
-Siento haberte robado el camión de bomberos cuando teníamos cuatro años.
-¿FUISTE TÚ?
-¿No lo sabías?
-No. Ladrona...-gruñó Louis, negando con la cabeza. ¿Qué camión de bomberos ni qué leches? Eran familia. Esas cosas se perdonaban. Yo le había perdonado a mi prima que en mi octavo cumpleaños me hubiera tirado de un columpio y me hubiera arrancado un mechón de pelo que apenas le cabía en la mano...
Oh, mierda, no, no le había perdonado eso. Pero es que eso no tenía perdón.
-El caso... es que siento haberte entrado al trapo todas las veces que tú me atacabas.
-Muchas veces empiezas tú-espetaron nieto y abuela a la vez, con lo que se sonrieron mutuamente.
-¡Es una conspiración!
-Venga, Rach, no te enrolles, que tengo hambre-le pidió Louis, fingiendo un bostezo. Rachel trató de controlar su furia.
-En resumen, que siento haberme comportado como una persona normal cabreándose con otra persona normal cuando está claro que tú no eres normal.
-¡Rachel!
-Déjalo, abuela. Ella tiene razón. No es normal que sea tan guapo, tan listo, tan talentoso y tan todo-me cogió de la mano y alzó las cejas-. Lo mío es más de un Dios que de otra cosa.
Y me arrastró al comedor, donde esperaba ya gran parte de su familia. Rachel se echó a reír.
-¿Los dioses listos repiten curso?
Se giró en redondo, encarándola.
-Mira, Rachel, si tuvieras media neurona y te acordaras de toda nuestra puñetera vida recordarías que a ti no tengo ningún problema en cruzarte la cara. Y ahora voy al gimnasio. A ver si te voy a terminar reventando el cráneo contra una silla, o algo, del bofetón que te meto.
-Mándame a orbitar a Saturno.
-A Plutón, que queda más lejos, a ver si con un poco de suerte un pingüino amargado te encuentra allí, te hace su reina y no vuelves más.
-¡Louis!-le reñí yo. Seguía siendo una chica, por muy insoportable que fuera. Me miró.
-¿Qué?
-Nada-sacudí la cabeza, echándome a reír-. Cómo eres.
-El demonio personificado. Ya deberías saberlo.
Asentí con la cabeza, divertida, y una rubia guapísima se nos acercó. Tenía los ojos azules, iguales a los de Niall, el pelo dorado como Lottie, y con suaves ondas, tal como su prima.
-¡Brit!
-¿Ya te has enfrentado a mi Rachel?-le preguntó la chica, mirándolo a los ojos. Louis asintió.
-Una comida de Navidad no es una comida de Navidad sin nuestras peleas, y lo sabes, Brit.
La tal Brit se echó a reír. Joder, qué guapa era. Me miró a los ojos.
-¿No nos presentas? Maleducado-le dio un suave manotazo en el hombro y Louis puso los ojos en blanco.
-Brit, ella es Eri, Eri, Brittany, otra de mis primas.
Me acerqué a darle dos besos a la chica, que parecía estar esperándolos.
-Así que tú eres la famosa española.
-¡BRIT!-le riño Louis. Ella se echó a reír.
-¿Famosa, dices?-sonreí. Asintió.
-Te lo juro, cada vez que los abuelos le llaman, él te termina mencionando. Es tan tierno-le pellizcó la mejilla y Louis frunció el ceño. ¡Eh! ¡Eso no, eh! ¡Eso no, que es mío!
-Y tú eres una pesada.
Brit se echó a reír.
-¿Dónde has dejado a tu novio, niña?-preguntó el mío, dándole un codazo entre las costillas, despacio, asegurándose de que no le hacía daño. Brittany se rió.
-Está por ahí, volverá en seguida, ya sabes cómo es.
Estuvimos hablando un rato más con ella hasta que llegó un chaval de mi edad, más o menos, con un balón de fútbol en la mano, sosteniéndolo en alto como si se tratara de Simba en el rey león.
-¡Louis William Tomlinson, también conocido como el David Beckham de los Doncaster Rovers!-gritó, haciendo que Louis se riera-. ¿Echarás un partido con este jugador aficionado?
-¿Cuándo te he dejado yo sin partidos, Max?-replicó, yendo a abrazarlo. Se separó de él-. ¿Has crecido, bastardo?
-Eso parece. Creo que mis huesos quieren pasarte.
-Tendré que rompértelos para que eso no suceda. Ven, anda, que te tengo que presentar a alguien-le pasó un brazo por los hombros y lo trajo hasta mí. El chico se me quedó mirando, me observó de arriba a abajo-. Es Eri.
Louis vino hacia mí y me pasó un brazo por la cintura, hecho que parecía casual pero que podía estar bien estudiado. Max me hizo una profunda reverencia, cogiéndome de la mano. ¿Todos en esa familia eran unos galanes, o solo aquellos dos y el abuelo?
-Max para servirla, milady. Y, cuando te canses de este payaso...-empezó a recitar aquella frase que ya me habían dicho bastantes veces y que conocía bastante bien, así que la continué:
-Y quieraa un hombre de verdad, tan sólo tengo que coger a mi interlocutor, ¿no es así?
Max se mordió el labio, clavándome sus preciosos ojos azules y negando con la cabeza. Sus rizos negros botaron alrededor de su cara.
-Me gusta-murmuró.
Louis se echó a reír, pero sus dedos se clavaron un poco más en mi piel, como diciendo que yo ya estaba cogida, que yo ya tenía dueño, que era suya. Ese ataque de celos y posesividad que le dio con su primo no hizo otra cosa que encenderme por dentro, despertando aquellos lugares que sólo él conocía.
-¿Cuántos años tienes, nena?
-Dieciséis.
-Vaya, vaya, vaya. Yo diecisiete-me tomó de la mano y me sacó de los brazos de Louis, que alzó las cejas, decidiendo si debería matarlo o no. Me apartó un mechón de pelo de la cara, yo me habría asustado de no ver que sólo estaba de broma y que sólo pretendía cabrear a Louis.
-Entonces, deja a este carcamal y ven a divertirte conmigo una noche, ¿eh?
-Max, no me jodas. Con ella, no-gruñó Louis, tirando de mí de nuevo.
-Oh, ¿tu famosa amiguita especial? Cuando pregunté, Rachel me dijo que no era ella.
-Ya sabes que tu hermana me quiere ver cuanto peor, mejor.
Fruncí el ceño.
-Esperad, esperad. ¿Eres hermano de Rachel?
Él asintió.
-¿No te habías fijado en mis ojos?
Negué con la cabeza, me acerqué a él y abrí la boca. Vaya, eran verdes.
Y aquellos rizos, aunque fueran negros...
-Te das un aire a Harry.
-¿De veas?
Asentí.
-Acabas de meter la pata hasta el fondo, amor. Ahora se le sube a la cabeza y ya se muere diciendo que es el doble de Harry.
-Yo tengo más estilo que él.
-Te apellidas Tomlinson-espetó Louis, alzando una ceja. Max se echó a reír.
-¡De acuerdo! Pero tengo más estilo, de todas formas.
Se llevó las manos a su chaqueta de cuero y alzó las cejas, haciéndonos reír a los dos.
Y, después de que Louis me presentara a una multitud y de que yo olvidara la mayoría de sus nombres, nos sentamos a comer. Su abuela, Lauren, se sentó en un extremo de la mesa, pero su marido se negó en redondo, alegando que él quería estar con la juventud, de modo que se sentó con nosotros. Disfrutaba mucho rodeado de sus primos, e hizo que las gemelas se sentaran a su lado, y que un nieto pequeño que tenía se sentara en el otro asiento libre de él.
Pero Rachel aún tenía ganas de seguir lanzándole pullas a Louis, algo que a él parecía darle lo mismo. Y, mientras estábamos empezando a comer, ella atacó.
-Tiene gracia-murmuró, toqueteando su copa de vino-, que el único que vaya a transmitir el apellido Tomlinson en esa  rama de la familia ni siquiera lo sea-reflexionó. Louis alzó la vista y se la quedó mirando, dejando la cuchara de la sopa cuidadosamente en el plato. Lo miré de reojo y le acaricié la pierna, suplicándole que lo dejara estar. Ahora entendía cómo alguien podía caerle mal a él.
-¡Rachel!-bramó su madre. Louis le dedicó una sonrisa a su prima-. ¿Acaso estás borracha?
-Déjala, tía May. Los niños y los borrachos siempre dicen la verdad.
Su prima hizo una mueca, parapetada detrás de la copa, y volvió a la carga.
-Simplemente me parece divertido. Somos buenos falsificadores, ¿no crees?
Esa vez fue la abuela la que le llamó la atención.
-Me adoras desde que éramos pequeños-sonrió Louis, haciendo caso omiso de las órdenes de su abuela para que terminaran con aquello.
-¡Me tirabas del pelo nada más verme!
Pero, ¡sería posible! Si ya te ha pedido perdón, tía. Corta el rollo, pensé, evitando poner los ojos en blanco y echarle más leña al fuego.
-Tenía 4 años-gruñó él.
-Sigues con la misma mentalidad de entonces.
Y a todo el mundo nos encantaba, zorra, así que deja a mi novio si no quieres que te meta yo el bofetón que te prometió él.
Louis sonreía y negaba con la cabeza sin apartar sus ojos azules de Rachel.
-Eres una perra rencorosa, y te tirarás la eternidad ardiendo en el infierno, Rachel.
Rachel dejó su copa en la mesa y se masajeó la sien. Me miró, entrelazó los dedos como si rezara y apoyó la mano en su mentón.
-¿Cómo lo soportas?
Algo chispeó en la mirada de Louis, algo que yo nunca había visto.
Iba a responder que Louis era un amor con quien lo merecía, y sólo con quien lo merecía, cuando Lottie y Fizzy les taparon los oídos a las gemelas. Su hermano mayor miró a las más pequeñas, sonrió, alzó las cejas a Rachel y espetó:
-Será que soy bueno en la cama.
Toda la familia se quedó callada, mirando a Rachel, contemplando cómo enrojecía de rabia. Oh, ya lo creo que eres, Louis. No eres bueno. Eres un dios.
-Tienes que conocer, Rachel, que eso es mío-replicó Mark, echándose a reír.
Jay lo imitó, luego su futura ex-suegra, y al final todos nos reíamos. Lou y Rachel incluso chocaron los cinco.
-He ganado-celebró él.
-No te acostumbres-canturreó ella.
Espera, ¿qué? ¿Sólo era una inocente competición?
Levantaron su copa y su botellita de cerveza en dirección al otro y dieron un largo trago.
Sonreí, confusa.
-¿Se ha acabado?-pregunté. Max asintió con la cabeza.
-Sí... hasta dentro de otros 365 días.
-He de reconocer-murmuró Rachel, toqueteando su copa como hacía un minuto, y creí que iba a volver a atacar-, que nadie me lanza puñales como mi primito.
-Me amas-susurró Louis. Rachel puso los ojos en blanco.
-Te tengo cariño.
-Un año me dijiste que si me muriera llorarías mucho en mi funeral.
Se me hizo un nudo en el estómago automáticamente, pesando en un mundo sin Louis. Casi podía verme de pie ante su tumba, Louis William Tomlinson, 24 de diciembre de 1991, fecha innombrable y fin del mundo para la  chica que le pertenecía...
¿Era yo la única que no podía soportar la idea de perderle? Le cogí de la mano y lo miré. Se me quedó mirando, preguntándose qué mosca me habría picado, yo me encogí de hombros y le besé el que tenía más a mano. Él respondió besándome la frente.
-¿Qué pasa?
-Nada-susurré, con la voz rota.
-Tranquila. Estoy aquí.
Todavía.
Asentí con la cabeza, acariciándole aún más lentamente os nudillos. Sí, estás aquí, pensé, y espero que por mucho tiempo. Y, sobre todo, a mi lado. Por favor.
Rachel había alzado una de las comisuras de su boca en una sonrisa que, esperaba, era tierna.
-Te quedaste con eso ya para siempre, ¿eh?
Louis se encogió de hombros, rompiendo el contacto visual, dejándome sola mientras se asfixiaba porque la posibilidad de que le pasara algo, lo que fuera, era demasiado grande como para poder soportarla.
Joder, Erika, tranquilízate. Eleanor no dejará que le pase nada. Y tú tampoco. Relájate.
Tragué saliva y miré a Brittany, que hablaba con uno de sus primos acerca de sabía Dios qué historia. Me colé en la conversación cuando mencionaron algo de mi país, y los dos ingleses se me quedaron mirando mientras les daba detalles de nuestras fiestas. Estaban hablando de la Semana Santa, un tema que dominaría más de ser del sur, pero, como española en general, controlaba bastante.
Y Louis debió de aburrirse de estar hablando con su prima, por lo que me colocó una mano en la pierna, distrayéndome un momento. No me había puesto medias, pues me había dicho que tampoco haría falta, ya que íbamos a ir del coche al restaurante con calefacción al coche de vuelta y luego a Londres. No pensé que eso de no dejarme ir con medias atendiera a unas razones mucho más oscuras.
Sus dedos se deslizaron por mis muslos, acariciándomelos suavemente, mientras mi garganta se secaba y mis  piernas se separaban involuntariamente. Sabía de sobra lo que iba a hacer. Había leído los libros de Ken Follet, y no es que no fueran tímidos en esos aspectos del sexo. Recordé cómo el autor había dedicado 5 páginas exclusivamente a explicar cómo dos de los numerosos protagonistas se masturbaban el uno al otro en una biblioteca.
Sus dedos llegaron a donde yo más los deseaba, traidora de mí. No pude evitar morderme el labio y mirarlo de reojo, pero él seguía hablando con Max y con otro primo que me había presentado pero cuyo nombre no recordaba.
¿ES QUE NADIE SE DA CUENTA DE LO QUE ME ESTÁ HACIENDO ESTE HOMBRE?
Estaba claro que era dueño absoluto de mí. Podía hacer que abriera las piernas y que casi le suplicara que me violara delante de toda su familia sin yo tener ningunas ganas de quedar como una golfa. Porque iba a quedar como una golfa si alguien nos pillaba, sí. Y no me apetecía ponerme a gemir allí, delante de todo el mundo, la verdad.
Se coló en mis bragas, ¡en mis bragas!
-¿Qué?-susurré con un hilo de voz, luchando por no jadear. Vi por el rabillo que Louis se reía. ¡Cabrón! ¡Hijo de puta! ¡HIJO DE PUTA, NO ME HAGAS ESTO!
-Que si has estado alguna vez en las procesiones esas tan guays.
Negué con la cabeza.
-La verdad es que no es que sea muy devota, ¿sabéis?-me encogí de hombros. Oh, no soy devota aquí, porque en la cama me meto con un Dios, podéis creerme-. No me va mucho eso. Apenas me atrae por la tele. Además, de pequeña me daban miedo, porque hay gente que va con la cabeza tapada, y es muy tétrico todo...-me encogí de hombros.
-¿Es verdad que hay gente que llora?-me preguntó el chico con el que había hablado Brit. Asentí.
-Los andaluces, sobre todo... lo viven mucho. Aunque supongo que lloran en toda España, pero en el sur es donde más lo disfrutan.
Movió los dedos por mi sexo, haciéndome hiperventilar. Lo miré; miraba a sus hermanas con gesto aburrido, con la cabeza apoyada en el codo, mientras Fizzy le contaba a Max algo que había hecho en el instituto. A Fizzy le gustaba Max, se le notaba a la legua.
Sintiendo mis ojos en él, se giró a mirarme. Me alzó las cejas.
-¿Qué?
Me cago en tu puta madre, quisiera haberle gritado, cínico de los cojones. Pero me contuve. Gracias a Dios, me contuve.
No iba a mentir. Me estaba volviendo loca. Y no me gustaba aquello, porque lo quería dentro de mí, a él, a él en su totalidad, no dos puñeteros dedos.
-Estate quieto-le ordené en susurros. Esbozó una sonrisa traviesa. La madre que me parió, ¿es esto lo de vivir rápido,pasarlo bien, y ser travieso, Louis? ¿Es esto? Porque te voy a dejar sin sexo una semana...-No. Va en serio. Para. Podrían pillarnos.
No debería ser tan cínica. No quería que parase. Quería que fuera a más. Y él también. Yo sabía que él necesitaba sentirse dentro de mí tanto como yo lo necesitaba a él dentro.
-Esa es la mejor parte-replicó, inclinándose hacia mí y besándome la oreja mientras aumentaba la adoración de sus caricias, haciendo que me derritiera por dentro, que mis entrañas suplicaran su presencia en ellas.
Acabaríamos levantándonos de la mesa, esgrimiendo pobres excusas, encerrándonos en el baño y practicando un sexo salvaje y desenfrenado, uniendo nuestros cuerpos apenas desnudos por el bajo de mi falda y la cintura de su pantalón, que había perdido sus tirantes en nuestros besos subidos de tono, incendiarios en aquel baño donde yo me hice un poquito más suya y él un poquito más mío.
Cuando volvimos a la mesa, después de asegurarnos que hacíamos lo posible porque no se los notara (me había asegurado de darle un buen mordisco en el cuello cuando me revolvió todo el pelo), estaban sirviendo los postres. Miré a Louis, él me miró a mí, y nos echamos a reír como locos. Nadie  pareció darse cuenta de nada, nadie salvo su abuelo, que nos miraba con una sonrisa divertida, como si hubiera estado allí con nosotros y nos hubiera visto disfrutando de aquello que tan bien se nos daba cuando estábamos juntos. Sería  la edad.
Devoré con ansia el trozo de tarta de tres chocolates, como si no hubiera comido nada (que, en cierto modo, habría sido así, me había limitado a picotear un poco de aquí y allá, asegurándome de probarlo todo pero sin comer demasiado, pues sabía que me iba a esperar una tarde... "movidita"). Louis sonrió y me empujó despacio el plato.
-¿Quieres comer de la mía?
-¿Tú no la quieres?
-No la voy a comer toda-se encogió de hombros y alzó las cejas. Asentí con la cabeza, puso el plato entre los dos y nos pusimos a comer. Nos mirábamos a los ojos mientras masticábamos despacio la comida, pensando en lo único que nos apetecía en ese momento: usar nuestra cuchara para darle de comer al otro.
Pero no, que había público. Demasiada gente mirando.
Una vez acabamos todos de  comer, nos dividimos aún más en grupos. Fizzy sacó una baraja de cartas y empezó a mezclarlas como el mejor de los cupiers de Las Vegas mientras nos sentábamos rodeando una mesa, dispuestos a jugar.
Un primo pequeño de Louis, de unos siete años, más o menos, se acercó a él. Le tiró del pantalón, Louis se lo subió a las rodillas y le plantó un beso en la mejilla.
-¿Qué tal, campeón?
El primo le dedicó una tierna sonrisa, cortesía de todos los que llevaran el apellido Tomlinson, fueran legítimos o no.
-Primo Lou, ¿me das consejos para ligar?
Y todo el mundo se quedó callado, como si Louis hubiera conseguido algo espectacular, desplegando sus encantos de seducción. A ver, yo ahora ya era guapa, pero tampoco era como para que todos cerraran el pico y escucharan cómo había hecho Louis para atraerme.. si es que había hecho algo especial, aparte de existir, realmente.
-Claro-replicó Louis, apartándole el pelo de la cara y sonriéndole con infinita ternura, ternura que me habría hecho retorcerme en el asiento de puro placer de no estar a su lado, con todos los ojos clavados en un objeto demasiado cercano a mí, lo que podría hacer que yo terminara siendo el centro de atención.
-Vete a un programa de televisión, entra en un grupo y hazte famoso.
Todos lo observamos con los ojos como platos.
-Es broma-replicó, haciendo que su primo se bajara al suelo. El crío pataleó hasta que sus pies encontraron la dureza bajo ellos.  Hubo suspiros de alivio-. Puede que no-le confió a él, tocándole la nariz.
El crío se fue afuera a jugar con la pelota, después de que su madre le gritara que se abrigara, se asegurara de que tenía bien puesta la bufanda, y le diera un cachete suave en el culo en señal de que podía irse. Max miró a Louis, que no se perdió detalle del espectáculo. Alzó una ceja, pero mi novio negó con la cabeza y le hizo un gesto queriendo decirle que un poco más tarde, debía esperar.
-Mm, voy a explotar-susurré, apoyándome en su hombro. No tenía que haberme comido su media tarta. Había comido más de lo que a mí me parecía.
Louis sonrió y me besó la cabeza.
-¿Estás para jugar un par de partidas, o tengo que jugar yo por ti?-replicó, cogiendo tres cartas del póquer y apartando otras tres para mí. Negué con la cabeza, cogí mis cartas, suspiré y las volví a guardar. Se las enseñé, y él volvió a suspirar..
Tenía dos ases. Y del mismo color. No sabía cómo lo hacía, pero casi siempre ganaba al póquer, sobre todo cuando estaba él también jugando.
-No apostéis dinero, ¿eh?-ordenó la abuela de Louis.
-No, que entonces sabemos todos quién va a ganar-bromeó Brittany, colocando sus cartas y enseñándoselas a su novio.
Todo el mundo me pidió que les enseñara un juego, pero éramos demasiados como para jugar a los que yo sabía, de modo que terminé caminando alrededor de la mesa, mirando las cartas, diciendo que yo no iba a jugar. De vez en cuando me sentaba de nuevo otra vez junto a Louis, pero nunca le decía nada, a pesar de que él me insistía mucho.
Un bebé comenzó a llorar en la sala, y todos miramos a la prima mayor, de unos 30 años. La chica gimió, alzó su cabeza en dirección a Louis y, rodeada de su halo de pelo castaño, susurró:
-¿Lo cuidas tú?
-¿Es un bebé?-sonrió Louis-¿Tienes que preguntarlo?
La mujer llevó a su pequeño hijo hasta los brazos de mi novio, que lo cogió con cuidado y lo sostuvo entre sus brazos, contemplando los ojos castaños. Eran de los pocos ojos castaños que había en el lugar, tan solo estaban los míos, los del pequeño, y los de su padre.
El bebé sollozaba, pero mucho menos que cuando había empezado, y Louis lo balanceó suavemente. Me incliné en su hombro para mirar cómo el pequeño no se perdía detalle de la cara de mi chico; parecía hipnotizado.
-¿Quieres cogerlo?
-No-gruñí por lo bajo. Se me iba a caer. Lo estaba viendo; se me caería.
Louis se echó a reír. El bebé esbozó una mínima sonrisa. Oh.
-Anne, Eri le odia.
-¿Que odia a mi Will? No tiene gusto.
-¡No le odio! Es muy guapo, pero... no quiero cogerlo.
-¿Por qué?
-¿Y si se me cae?
-No se te cayó Baby Lux cuando estabas histérica, ¿cómo se te va a caer éste?
-No te preocupes, niña, a mí se me cayó un par de veces-intervino su padre, desatando las risas en el sector más maduro de la mesa. Keith suspiró.
-No os recomiendo que lo estéis aplastando contra las paredes. Tiene los genes que tiene. Tampoco se podrá aspirar a mucho.
-Con su padre, menos todavía-se burló la madre, girándose hacia él. Más risas resonaron por la sala.
Y todo el mundo se calló tal y como comenzaron a reírse cuando Louis empezó a cantarle en bajo al bebé para que se durmiera. Menos mal, no soy la única que aún alucina con su voz.
-Incy Wincy Spider climbed up the water spout, 
Down came the rain and washed poor Incy out
Out came the sunshine and dried up all the rain
And Incy Wincy spider climbed up the spout again.

El bebé sonreía mientras yo trataba de traducir la canción a toda velocidad. La arañita subió al canalón, llovía y el agua se la llevaba, salía el sol y el agua se secaba, y el bichito volvía al canalón... A ver, mejor que lo del Coco, era.
El pequeño bostezó, estiró los brazos y Louis dejó de cantar un segundo.
-Qué sueño, ¿eh?
El bebé parpadeó y volvió a bostezar, y Louis retomó la canción. El pequeño terminó dormido en sus brazos. Louis alzó las cejas en dirección a su prima, que se acercó a recogerla.
-Da gusto tener un cantante en la familia.
-Tenemos dos-replicó Louis, cogiéndome la mano. Le sonreí.
-Sólo hay uno, la otra no sabe lo que hace.
Alzó la comisura de su boca en una sonrisa divertida.
-Lo hace incluso mejor que el profesional.
Le devolví la sonrisa y, aunque estaba todo el mundo mirando, me incliné a besarlo. Apoyé los dedos en su mejilla y posé mis labios en los suyos, que ya me esperaban impacientes. Lo besé despacio; de repente estábamos solos, solo existíamos nosotros, nuestras bocas, nuestras lenguas empujándose, tímidas, y nuestras manos, las mías en su pelo, las suyas en mi cintura.
Nos separamos y nos miramos a los ojos mientras todos nos contemplaban con ternura.
-Eres perfecta-murmuró, tan solo con aquellos labios suyos.
-Tengo de quién aprender.
¿No podíamos dejar de ser adorables incluso cuando teníamos tanto público?
Max y Louis terminaron la partida, se miraron y se levantaron al unísono. Louis se quitó la chaqueta y la dejó en la silla.
-¿A dónde vais?-preguntó Brittany. Todos los chicos de la familia se habían levantado de sus asientos y se dirigían a la puerta.
-Fútbol-se limitó a decir Fizzy, poniendo los ojos en blanco y negando con la cabeza. No apartaba la vista de su primo favorito.
-Louis, ¿vas a jugar de verdad de camisa?
-No, mamá, me voy a quitar la camisa y voy a jugar sin ella. En invierno. En Diciembre. En el norte de mi país natal-Louis puso los ojos en blanco.
-Tengo una camiseta-replicó Max-. Pero es del Manchester United.
-Prefiero ir en bolas, muchas gracias-replicó Louis, dándole un codazo.
Lottie terminó ofreciéndome salir conmigo afuera para ver el partido después de tener que repetirme un millón de veces cada conversación que teníamos. Le sonreí, tímida, preguntándome si haría eso por mí. Ella asintió con la cabeza, y todas las chicas desfilamos afuera. Cogí la chaqueta de Louis y me la pasé por los hombros; tuve que doblar las mangas por el final, pues me quedaban grandes, pero no pasaba nada.
Tommo se me quedó mirando y no pudo evitar sonreír cuando me vio de esa guisa.
-¿Te gusta?-le grité. Asintió.
-Mi ropa siempre te queda mejor, nena.
-¡OH, LA HA LLAMADO NENA!-corearon sus primos, haciendo que él se girara en redondo para fulminarlos con la (preciosa) mirada (que Dios le había dado). Les tiró el balón y esperó a que se lo devolvieran, mirando a sus primos pequeños, que jugaban un partido bastante más light con una pelota de goma. Los críos me arrancaron una sonrisa; la verdad es que eran muy monos. Mi mente no pudo evitar vagar por sí misma hacia las fotos que había colgado el día anterior en Twitter, acompañadas del comentario que le había hecho a Louis.
@Louis_Tomlinson eres el primer bebé que veo que es guapo. Enhorabuena. xxxxxxxxxx.
Louis lo había Retwitteado y había marcado aquella foto como favorito.
Y después me había mandado un mensaje privado.
Sé lo que quieres. Sé cómo hacerlo, y tú también. Sólo tienes que pedirlo.
Y esperaba dárselo pronto, muy pronto. Estaríamos siempre juntos, de eso estaba segura. Encajábamos demasiado bien como para llegar a separarnos alguna vez; ya no podía concebir mi vida sin él. Siempre que buscaba los momentos más felices o importantes de mi vida, su sonrisa aparecía en una esquina, recordándome de quién era dueña. Por eso me había tatuado la pequeña L, su inicial.
Pero era mi momento de fantasear. Y me había encantado la nana de la araña que Louis le había susurrado al bebé. No había podido evitar pensar que quería que el padre de mis hijos hiciera exactamente lo mismo con ellos, mirándolos con esos mismos ojos, cantándoles la misma nana con esa misma voz.
A Louis se le daban bien los críos. Y, de momento y según parecía, por ser Latina era ya bastante más fértil que cualquier otra mujer. Si uníamos mi fertilidad con su amor a los pequeños... bueno, hasta el más tonto podría saber el resultado de aquella suma.
Cuando lo miré, estaba dando toques al balón mientras sus primos discutían Dios sabía qué falta. Louis hizo una mueca, puso los ojos en blanco y comenzó a hacer que el balón lo rodeara sobre sí. Talón, punta, talón, punta, como un ritual...
... un ritual de apareamiento.
¿Me estaba enseñando lo capaz de que era?
-Eres un chulo-le recriminé cuando vi que me sonreía mientras se ponía el balón en la frente y se dedicaba a sostenerlo allí.
Lo dejó caer.
-Y tú eres preciosa.
-No lo soy-repliqué, apartándome el flequillo de la cara y mirando al suelo. Se acercó a mí despacio, como si fuera un animal enfurecido. Me tomó de la mandíbula.
-Sí que lo eres.
Me besó despacio, desquiciándome con apenas una rozadura, como él sabía. Escuchamos a sus primos quejarse de que aquello que estábamos haciendo era asqueroso, y nos  sonreímos.
-Puaaaaaaj-murmuraban un par de ellos, un niño y una niña idénticos. ¿Mellizos? ¿El tener mellizos podía ser genético?
-Ya diréis puaj dentro de unos años-replicó Louis, alzando las cejas, apretándome la mano y besándome la mejilla. Le sonreí cuando me puso morritos e hice una mueca cuando se giró, dispuesto a hacer más caso a aquella pelota que a mí.

Me estiré en el asiento y bostecé, jugando con su iPad, conectado al coche, desquiciándolo aún más. Se pasó una mano por el pelo y suspiró.
-Elige una puñetera  canción ya, nena.
-¡Es que no tienes música decente!-protesté. Me apetecía escuchar Take me home. Y a él no le daba la gana escuchar el disco. Teníamos un problema muy serio.
Coloqué los pies en el salpicadero del coche, con la única intención de molestarle, tal y como había visto hacer en aquella película italiana, Perdona si te llamo amor... pero sonrió.
-¿Qué pretendes?
-Nada-susurré, volviendo a dejar los pies en la alfombrilla, y girándome para comprobar que tenía los tacones cerca para cuando saliéramos del coche en dirección a casa. Seguramente un millón de paparazzi estuvieran esperando que Louis y yo saliéramos, listos para hacernos miles de fotos, por lo que no podía salir descalza.
Y, sin embargo, los tacones me habían cobrado su precio en los pies. Me dolía la planta muchísimo. Tenía pensado caminar descalza el resto de mi vida.
-¿Cómo vas?-preguntó, mirándome preocupado. Alcé el pulgar.
-Estoy bien. ¿Y tú? ¿Tienes sueño?
Negó con la cabeza y luego hizo una mueca, porque no había podido beber todo lo que él querría; como tenía que conducir, y yo no podía (ni sabía) llevar un coche, había tenido que moderarse más de lo que le gustaría.
Puso la intermitencia para meterse por un desvío que no me sonaba.
Normalmente, cuando veníamos de Doncaster, rodeábamos Londres, no entrábamos directamente para atravesarlo. Los cinco preferían cortarse las venas antes que tener que atravesar Londres de una punta a otra con el coche, según ellos era bastante más fácil y rápido hacerlo caminando.
Fruncí el ceño.
-¿Por qué vamos por aquí?
Se encogió de hombros a modo de respuesta.
-Coge la bolsa con los libros.
-¿Qué?
-Que cojas la bolsa con los libros, Eri. El sordo aquí soy yo.
A pesar de que no sabía en qué iba a ayudarme a saber mi destino la bolsa de mis libros, hice lo que me pedía, pues me había prometido a mí misma prestarle obediencia estos días, dado que era su cumpleaños. Me desabroché el cinturón y me incliné hacia atrás, él suspiró cuando el vestido comenzó a deslizarse lentamente por mis glúteos hasta dejar casi al aire mi trasero, pero nunca llegó a tal punto.
Le miré cuando conseguí hacerme con la bolsa y la coloqué sobre mis piernas, preguntándome qué habría.
-Saca el antifaz.
-¿Que saque qué?
-Joder, Eri, ¿estás sorda? Saca el antifaz, anda. Es una sorpresa.
-¿El qué?
-A donde te estoy llevando.
-Ah-fruncí el ceño-, pero, ¿por qué?
-Porque lo digo yo, que soy mayor que tú-me dedicó la típica sonrisa de suficiencia que sólo les reservaba a sus hermanas y terminé suspirando, sacando un pequeño trozo de tela negra y mirándolo-. Y ahora, te lo pones.
Torcí el gesto.
-¿Es necesario? ¿No puedo cerrar los ojos, y ya está?
-No me fío de ti.
-Gracias, mi amor-repliqué. Se echó a reír y me puso una mano en la rodilla, volviéndome loca a base de descargar las corrientes eléctricas en mí.
-Sabes que es broma.
-No intentes arreglarlo ahora-repliqué, cubriéndome los ojos con la tela y anudándola detrás de la cabeza, asegurándome de que no se me enredaba el pelo en ella. Casi pude escuchar cómo sonreía en la oscuridad instalada en mis ojos. Le golpeé la pierna, demasiado cerca de una parte muy querida para los dos-. ¡Y no se te ocurra reírte!
Se echó a reír, riéndose de mí.
-¡Louis!-repliqué-¡Que me quito esto!
-Vale, vale-susurró, dejando que sus carcajadas se fueran apagando.
Negué con la cabeza.
-Puedes poner el álbum, si quieres.
-¿CÓMO, SI NO VEO?-repliqué.
-¿Lo pongo yo?
Y sentí cómo sus manos se deslizaban sobre mi piel hasta coger el aparato, y cómo lo arrastraba de mis piernas. Me mordí el labio.
-No hagas eso, amor-me riñó.
Y me lo mordí aún más.
-Te vas a acordar de noche.
Y seguí mordiéndomelo.
-¿Te gusta sufrir?
-No lo sé. Déjame probarlo-repliqué, encogiéndome de hombros y encarándome a él. Sonreí como un muñeco diabólico-. Mira a la carretera-acusé.
-Lo estoy haciendo.
-Mentiroso.
-Tengo de quién aprender.
Juro por mi madre que sentí cómo se encogía de hombros, y, tras un par de segundos, She's not afraid empezaba a sonar en el coche.
-¡OH, SÍ, DALE CAÑA, TOMMO!-grité, alzando el puño cerrado excepto por dos cuernos, y sacudiendo  la cabeza adelante y atrás, como en un concierto de Rock.
-¿ERI?-preguntó, riéndose aún más.
-Si no te veo, es como si no estuvieras.
-Vale.
-Pues eso.
-Pues muy bien.
-Pues venga.
-Pues qué chachi.
-Pues oc.
-¿Oc?
-Es como se leería okay en español. Oc.
-¡Oc!-replicó él.
-Sí.
-Suena bien.
-Es español. Suena muy bien todo.
-Mentira.
Y, criticándonos el uno al otro, llegamos a nuestro destino. Me quitó la venda después de que le hiciera reír por obligar a Paul a ir a comprarla (si fuera él mismo se armaría una muy gorda), y yo parpadeé, adaptándome de nuevo a la luz.
Delante de mí había una enorme casa de paredes blancas, de dos pisos, con grandes cristales. Abrí la boca.
-¿Es tuya?
Se encogió de hombros.
-Mi regalo de cumpleaños.
Silbé.
-¿Te gusta?-se rió, y yo asentí con la cabeza.
-Es genial.
Tiró de mí para sacarme del coche y me condujo hasta la puerta. Me la abrió y me dejó pasar, siguiéndome por todas las estancias. Las escaleras en el centro del hall que daban paso al primer piso, la  cocina americana a un lado de la casa, con vistas a una piscina y su correspondiente terraza, un salón en la otra parte...
Me llevó de tour por la casa, contándome cada lugar, haciéndome ver los muebles que aún no habían llegado pero que él ya tenía encargados, y su disposición. Un precioso piano negro de cola descansaba en una esquina del salón, pegado a la pared, con vistas al centro de Londres. Sonreí, contemplando el Big Ben en la distancia.
Me condujo por cada rincón, deteniéndose finalmente en una sala de juegos, con un billar en el centro, un pinball y una diana de dardos... además, claro, de la figura de un Power Ranger y un Spiderman.
Me giré para mirarlo, y sonrió, rascándose la nuca.
-Qué tierno eres a veces, Louis.
-¿A veces?  ¿No lo soy siempre?
Negué con la cabeza y me acerqué a él; como iba descalza, tuve que ponerme de puntillas para alcanzar su boca.
Jugué con el cuello de su camisa y le miré a los ojos, mordiéndome el labio. Sus dos zafiros no se apartaban de mi boca.
-Todo esto está muy bien-susurré, seductora-, pero aún no me has enseñado lo más importante.
-Ya estamos en la sala de juegos-replicó, confundido.
Le quité la chaqueta y le besé el cuello, fui subiendo por su mandíbula hasta llegar a su oído.
-El dormitorio, Louis.
Sonrió, me miró a los ojos y me tomó en brazos. Chillé de la sorpresa, para luego echarme a reír.
-¿El dormitorio?
Asentí con la cabeza. ¿Cuánto llevábamos sin estar realmente solos? Desde su actuación en el Madison Square Garden, creía. Le besé en los labios y me llevó en volandas hasta las habitaciones de arriba, abriendo la puerta de una y dejándome delicadamente en el suelo para que pudiera contemplar la espectacular cama de más de dos metros que nos esperaba, impaciente.
-¿Por qué tan grande?-pregunté, girándome a mirarlo; mis rizos volaron a mi alrededor. Se pegó contra mí, haciéndome notar lo preparado que estaba.
-Imagínate lo que podemos llegar a hacer en una cama así-alzó las cejas, y yo gemí, asentí y me lancé a sus brazos, dispuesta a empezar en ese preciso instante el mejor fin de semana (que no era fin de semana, pero daba lo mismo) de toda mi vida.

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