jueves, 7 de marzo de 2013

Los amantes desnudan.

Me desperté lentamente, como si llegara a una orilla de una isla mecida en una balsa. Seguramente era porque estaba entre sus brazos, pero no estaba seguro.
Veintiún años, ya.
Abrí lentamente los ojos, me costó lo suyo, pero terminé saliendo victoriosa, y lo miré. Dormía plácidamente, con una tierna sonrisa en los labios, y respiraba despacio, con tranquilidad. Su sueño era profundo, como el de un niño que lleva mucho tiempo jugando y que por fin ha decidido pararse a descansar.
Su brazo estaba sobre mi espalda, protegiéndome, cuidándome, dándome calor y recordándome que él estaba allí, a mi lado.
Me incorporé despacio, intentando no despertarlo, y me quité su brazo de encima. Le besé el tatuaje de "Far Away." y sonreí para mis adentros, contemplando aquel hombre perfecto que era mío, solo y exclusivamente mío, al menos en ese momento. Se revolvió en la cama, pronunció una palabra que no había oído nunca, y sonreí. Me incliné hacia él, le besé la frente, y él frunció el ceño.
-Te quiero, mi amor.
Bufó una respuesta en sueños, y yo luché por no reírme.
Salí de debajo de las mantas, intentando destaparlo lo menos posible, y no pude evitar morderme el labio cuando contemplé su espalda desnuda.
Mío.
Salí de la cama a hurtadillas, cual amante que sabe que la esposa legítima está en casa, y me coloqué a su lado. Lo tapé cuando yo aún estaba desnuda, me preocupé de que no tuviera frío cuando yo me estaba helando, pero no importaba. Me agaché a su lado y lo miré; ahora sólo le veía la parte de atrás de la cabeza, pero hasta su pelo me parecía precioso, digno de admirar.
Debió de sentir mis ojos en sí, porque se revolvió, tocó el colchón a su lado y levantó la cabeza al encontrarse solo en la cama. Le toqué el hombro para que no se asustara, y me miró a los ojos.
-¿Dónde vas?-preguntó.
-Voy a levantarme, mi amor.
-Espérame.
-No, tú duerme. Estás cansado-le besé en la frente, él me tomó de la muñeca y me besó en los labios. Volvió a gruñir algo y metió las dos manos bajo la almohada, contemplándome mientras buscaba la ropa que ponerme.
-Tienes buen culo-murmuró cuando me agaché a recoger mi sujetador del suelo. Me giré para mirarlo.
-Mira quién habla.
Sonrió, parpadeó lentamente y bostezó.
-Vete a dormir, Louis-dije, pasándome las bragas por las piernas y abrochándome el sujetador. Me senté a horcajadas sobre él y le tapé con las mantas.
-No-protestó bajo ellas. Me reí.
-Sí.
Se destapó lo justo para poder sacar los ojos y clavármelos en los míos. Me incliné hacia abajo y le besé en cada uno de los dos zafiros que adornaban su cara. Me levanté de un brinco y fui a coger la camisa que había llevado el día anterior, que también estaba en el suelo. Cogí mi mochila, saqué unos pantalones, me senté en la cama y me los coloqué lentamente. La verdad es que no tenía muchas ganas de vestirme, pero tenía hambre, y bajar desnuda a desayunar implicaría muchas  preguntas de las gemelas que no estaba preparada para responder.
Abrí la puerta con los pies mientras me hacía una coleta, con sus ojos aún en mí.
-Eri-me llamó. Me giré, terminando de atarme el pelo, y no pudo evitar sonreír cuando sus ojos bajaron hasta mi ombligo, que se había asomado por debajo de la camiseta.
-Dime.
-Gracias.
Un sentimiento de amor infinito y de alegría me inundó por dentro.
-No se dan.
-Te quiero-murmuró, dándose la vuelta y obsequiándome con una buena visión de su espalda.
-Y yo. Tápate, no vayas a coger frío.
-Sí, mamá-replicó.
Cerré la puerta, negando con la cabeza, y bajé las escaleras despacio, intentando meter el mínimo ruido posible para no despertar a nadie.
Olvidaba que era Navidad, y que las casas con niños pequeños se despertaban a las cinco de la mañana en Navidad.
Me asomé al salón, y mis cuatro cuñadas estaban sentadas en los sofás, mirando fijamente el árbol de Navidad que habían decorado entre todas, bajo el que descansaba una buena cantidad de regalos, esperando a ser abiertos.
Carraspeé, y las dos mayores me miraron. Daisy y Phoebe debían de ser las encargadas de que los regalos no salieran por patas, alejándose de la casa y escapando al país de Nunca Jamás.
Señalé las cajas envueltas en diversos  colores.
-¿Por qué?
-Mamá no nos deja abrirlos si no estamos todos.
-¿Voy a despertar a Louis?
-Mamá no nos deja despertarlo-intervino Fizzy, volviendo la vista a sus regalos.
-¿Por qué no los abrís?
-¿No ves sus entrevistas?-se burló Lottie, pues sabía que lo hacía.
-¿Qué es lo más bonito que habéis visto alguna vez?
-Supongo que muchas cosas, es difícil elegir una, pero supongo que una de mis favoritas es las caras que ponen los niños el día de Navidad mientras abren los regalos. Sus caras son geniales, pero cuando son tus propias hermanas pequeñas las que sonríen así... es la felicidad personificada.
Alguien me tocó el hombro. Me giré, y allí estaba mi suegro.
-Buenos días, Eri.
-Hola, Mark-le sonreí, abrazándolo y sobresaltándolo un segundo, antes de que me devolviera el abrazo. Sí que era alto, no más que Louis, pero como era más rechoncho, imponía más que mi novio-. Feliz Navidad.
-Feliz Navidad-replicó él. Me tendió la taza que llevaba como sugerencia-. ¿Te preparamos café?
-No, gracias. No me gusta.
Phoebe se giró.
-Eri, ¿cómo es Christmas en español?
-Navidad.
-Nevidad.
-No. Na-vi-dad-silabeé, y, cuando quise darme cuenta, el salón entero era un coro de voces intentando decir aquella palabra. ¡Pero si era más fácil que Christmas!
Jay llegó a imponer orden.
-¡Niñas! ¡Que vuestro hermano está durmiendo!
Jay me saludó con una cálida sonrisa y me miró de arriba a abajo, reconociendo la camiseta de su hijo sobre mí.
Me encogí de hombros.
-Ah, el amor, un vínculo terrible-citó Fizzy, que lo había observado todo, recordándome a Davy Jones en Piratas del Caribe.
-¿Tienes hambre, querida?-me preguntó Jay, ignorando a propósito a su hija, que había pasado a mirar las escaleras como si el espíritu santo estuviera allí mismo, contemplándolas. Asentí con la cabeza y seguí a mi suegra a la cocina. Movió una silla para que me sentara, pero yo negué con la cabeza.
-Jay, oye, ya estoy explotando demasiado tu generosidad.
-¿Por qué?
-Porque me acuesto con tu hijo-sonreí, sin pudor ninguno. No era ningún secreto, pero, joder... chasqueé la lengua para mis adentros, prometiéndome controlarla mejor la próxima vez.
Pero ella no se lo tomó mal, al contrario; se echó a reír y negó con la cabeza.
-Bueno, eso no es generosidad, ¿o sí?
Me encogí de hombros.
-Me siento mal cuando me hacen el desayuno.
¡Pero qué mentira! Si me lo hacía mi madre todas las mañanas, antes de ir al instituto, porque yo a las 7 y media no era persona, ni era nada.
Jay alzó una ceja.
-Tendrás que acostumbrarte. Estás en mi casa.
-Pero, Jay... así no aprenderé nunca a hacer un desayuno británico.
Volvió a negar con la cabeza, expresándome su desacuerdo.
-¿Y qué?
-Que... bueno...
No me iba a obligar a hacer esto.
Me revolví en el sitio, ella se volvió para prestarme toda su atención.
-Si... eh... me caso con Louis... bueno... sé que suena pretencioso, ¿vale? Pero... si me caso con él... tendré que saber prepararle el desayuno.
-¿Qué vas a ser, pequeña? ¿Su esclava?
-No, pero... si me convierto en su mujer, ya sabes. Se supone que debería ayudarle.
-Yo de ti no se lo haría nunca-intervino Mark-, porque Louis es muy cómodo y, cuando le das la mano, te coge el brazo entero sin preguntar.
-La verdad es que me haría ilusión. No sé, nunca he cocinado para nadie. No sé cocinar.
-Pero, ¡si nos diste la receta de la tortilla, y rompiste tú los huevos!
-No sé ni pelar una manzana. Y tengo miedo intentarlo y rebanarme un dedo. Con lo hábil que soy...
-¿Lo sabe nuestro hijo?-preguntó Mark, mirando a Jay, que le devolvió la mirada. Negué con la cabeza.
-No se lo digas-me aconsejó su todavía mujer-. No se lo digas, o te hará pelarle manzanas hasta que te mueras.
-Así aprendieron las crías.
-¿Qué crías?
-Todas. Las cuatro. Louis les hacía pelar manzanas, y se las pelaban bien, les dejaba elegir el canal.
-¿Hasta las gemelas?
Asintieron. Me tapé el rostro con las manos.
-Joder-con el miedo que yo le tenía a los cuchillos y los cortes; me costaba lo mío coger un cuchillo para comer un filete, o algo así, y todo porque cogía la carne con tenedor, pero...
-No se las peles-me dijo Mark, levantándose y poniéndome una mano en el hombro. Asentí.
-¿Y si me lo dice algún día que estemos solos? ¿Qué?
-Usa esa lengua bífida que él dice que tienes-se rió Jay, poniendo una taza sobre la encimera y llenándola de leche.
-¿Lengua bífida? ¿Qué coño le digo, Jay? ¿Cómetelas con piel, que es mucho más sana?
Jay me señaló con la cuchara con la que se disponía a echar Cola Cao en la leche.
-Esa es la actitud.
-Y va a ser verdad que tienes una lengua bífida-se burló Mark, sacándome los colores. Jay negó con la cabeza y puso los ojos en blanco.
-Pero la necesitarás para tratar con Louis-le lanzó una mirada asesina a Mark, que se echó a reír.
-Lo he criado bien.
La mujer suspiró y siguió ocupándose de mi desayuno, para fastidio mío. Miré el reloj, y me maravillé por la paciencia de las gemelas, que seguramente llevaran despiertas desde bien entrada la mañana. Las once y media.
-No me hagas mucho, ¿eh, Jay?
Jay asintió con la cabeza.
-¿Qué te apetece?
-Un sándwich vegetal-solté sin pensar, pero en el fondo era lo que me apetecía: un par de hojas de lechuga, una rodaja de tomate, dos lonchas finas de jamón de york, y un poco de mayonesa, todo metido dentro de dos deliciosas rebanadas de pan de molde.
-¿A estas horas de la mañana y ya queriendo comer verdura?-Mark se echó a reír, abriendo el periódico por la mitad y concentrándose seguramente en la sección de deportes-. Pero qué te habrá visto mi hijo...-susurró. Jay se giró en redondo y se lo quedó mirando.
-Mark, ¿por qué no vas un rato con las crías? ¿Eh?
Mark miró a Jay durante unos segundos, pero terminó asintiendo, levantándose lentamente y dirigiéndose al salón. Me froté las palmas de las manos y miré al suelo, recordando por qué debía comer. Le murmuré a Jay que ahora vendría, que asintió con la cabeza mientras me cortaba unas rodajas de tomate, y seguí a mi suegro. Me incliné al oído de Lottie.
-Tengo que pedirte algo.
Lottie me miró a los ojos, no sé lo que vio en ellos, pero se levantó y me siguió hasta un rincón.
-¿No tendrás... eh... pastillas... para ... ya sabes?
Lottie se cruzó de brazos, devanándose los sesos.
-¿Podrías ser un poco más específica?
-La píldora del día después-musité con un hilo de voz, tanto que me pareció un milagro que lo oyera.
-¡Oh!-asintió con la cabeza, me tomó de la muñeca y me arrastró escaleras arriba, dando pisotones en el pasillo frente a la puerta de Louis, tratando de despertar a su hermano que, con la falta de sueño y la resaca que debía de llevar encima, no dio señales de vida.
Entramos en su habitación y me hizo sentarme en la cama mientras cogía libros y más libros de la estantería. Sacó una cajita pequeña de metal y continuó el proceso de vaciado de los lugares. Noté cómo mis mejillas se iban incendiando a medida que me acercaba a mi objetivo; lo último que necesitaba Louis en ese momento era un bebé del que encargarse, y lo último que yo necesitaba era pasar por un embarazo sola. No iba a consentir que él se quedara conmigo cuando tenía un tour pendiente, y él no iba a consentir que yo le obligara a irse cuando llevaba una criatura suya en mis entrañas. Y, sin embargo, ¿por qué me sentía como una asesina? El hipotético pequeño no existía aún. Sus espermatozoides no habían llegado todavía a mi óvulo, les llevaba unas diez horas, y lo habíamos hecho hacía unas seis...
Mi cara se volvió escarlata, estaba segura de que podían verme desde la Luna. Lottie se sentó a mi lado, contempló unos pocos sobres de medicamentos que tenía en la cajita, bajo fotos con sus amigas (al principio, cuando sacó el pequeño continente me preocupé, barajando que mi cuñada mayor se diera a las drogas, pero rápidamente deseché esa opción). Me incliné sobre su hombro y apoyé mi mano en él mientras se concentraba en sacar los sobres contra el dolor de cualquier lugar del tiempo (léase ovarios), y asintió con la cabeza cuando localizó una cajita minúscula.
-¿Cuántas son?-pregunté con una voz de ultratumba, que para nada era la mía. No haría carrera con aquella boca si las cosas seguían así. Lottie miró la caja, comprobando la fecha de caducidad, y sacó la membrana en la que desfilaban las pastillas. ¡Madre! ¿Siempre daban tantas?
Mi pánico reflejado en los ojos debió de hablar por mí.
-Nos las dieron en la Universidad este año cuando vinieron a darnos una charla sobre sexo. Ya sabes-se encogió de hombros-. Supongo que con los inmigrantes Inglaterra se está superpoblando.
Apretó una de las pastillas y la sacó. La dejó caer en la palma de mi mano, y yo la contemplé como si fuera un bicho que no hubiera visto en mi vida. Noté cómo se me cerraba la garganta.
-Vas a necesitar un vaso de agua.
-Pero, ¡la verá tu madre!
-¿Y? Con un poco de suerte, no sabrá lo que es. Además, en todo caso, no te puede decir nada. No eres su hija. Lo que hagas con Louis es cosa tuya-se encogió de hombros Charlotte, volviendo a guardar las cosas en su caja y colocándola de nuevo en su sitio.
-Mi madre siempre dice que si mi hermano hubiera dejado embarazada a una chica, preferiría tener el nieto en casa a que estuviera por ahí.
-Relájate, Eri. Mi madre se enrolla con sus nueras. Con las únicas que ha tenido, al menos. Y no todas lo merecían. De hecho, creo que tú eres la única que lo merecía-se encogió de hombros y me abrió la puerta.
Entré en la cocina escopetada, buscando un vaso en el que echarme agua.
-¿Qué te pasa, Eri? ¿Te encuentras mal?-me preguntó Phoebe, que estaba esperando a que su madre le cortara un trozo de turrón para comérselo. Asentí con la cabeza y esperé a que la pequeña se fuera para abrir la palma y contemplar la pequeña pastilla, que me miraba con gesto acusador mientras vibraba murmurando asesina, asesina.
-No lo pienses-susurró Lottie. La miré, asentí con la cabeza y me metí la pastilla en la boca. Luché por que el agua la empujara hacia abajo, deslizándola por mi garganta, pero me llevó dos vasos y medio conseguir mi objetivo.
Jay me colocó el sándwich en la mesa, acompañado de un plato, y me miró.
-No hacía falta que te la tragaras como si no hubiera mañana, Eri. ¿Te crees que en mi vida he visto una píldora de esas?
Se me encogió el estómago, y juro por Dios que pensé que me darían arcadas y terminaría vomitando allí mismo. Me agarré a la encimera con tanta fuerza que se me pusieron los nudillos blancos. Se acercó a mí y me puso una mano en el hombro.
-Tranquila. Me alegro de que seas capaz de tomarla.
Fruncí el ceño. ¿En serio?
-Me demuestra que cuando Louis no tenga cabeza para tomar decisiones difíciles, tú sí podrás.
Le apreté la mano sobre mi hombro y le sonreí, agradecida. Me senté a la mesa y devoré el sándwich mientras ella terminaba de recoger los platos. La pobre mujer, con trabajo en el hospital, que volvía a su casa, y más de lo mismo...
Me terminé el desayuno y, en un despiste, lo metí en el fregadero, lo froté rápidamente con un estropajo, lo sequé, y sonreí a mi suegra cuando se me quedó mirando mientras lo guardaba en el armario correspondiente. Me encogí de hombros, y ella se echó a reír.
Subí las escaleras, decidida a poner fin a la tortura de mis cuñadas. Llamé con los nudillos a la puerta de la habitación de Louis,  pero no contestó. Abrí, me asomé, me metí dentro lentamente y volví a cerrar. Me solté el pelo y lo miré: seguía tumbado en la cama, respirando lentamente, disfrutando de un sueño reparador que yo pronto le fastidiaría. Me senté a horcajadas encima de él y comencé a susurrar su nombre.
-Louis. Louis...-murmuré. Él abrió los ojos y se me quedó mirando, tratando de enfocarme.
-¿Estoy en el cielo?
Negué con la cabeza y me incliné para besarlo.
-Pues se le parece mucho.
Me eché a reír en sus labios, enamorándome de sus palabras, y dejé que nuestras bocas se encontraran varias veces.
-Vete levantándote, las chicas quieren abrir sus regalos.
Gimió.
-Cinco minutos.
-Es tarde-me aparté el pelo, colocándomelo detrás de la oreja, me reí, y volví a besarle-. Mm. Sabes bien.
Sonrió.
-Tú sí que sabes bien-me guiñó el ojo, haciéndome admirarlo aún más. A esas horas para él, acabando de levantarse, y ya tenía ese humor. Me senté en la cama a su lado para dejarlo vestirse, mordiéndome el labio cuando se levantó y se me fue la vista a su culo. Me levanté y se lo pellizqué.
-No, tú sabes bien-sonreí, él sonrió, me miró, y me besó lentamente. Se vistió despacio, disfrutando del momento, y bajó las escaleras conmigo de la mano. Saludó a las niñas, que lo contemplaban como si estuviera mal de la cabeza, y se metió en la cocina, arrastrándome con él.
-Mamá, hoy tomaré un poco de tortilla, jamón, sándwich de besugo...-empezó a recitar un sinfín de platos que requerían horas de elaboración, desquiciando a sus hermanas.
Lottie se sentó en la encimera y le dedicó una mirada asesina, a la que él respondió cogiendo un donut y mordisqueándolo lentamente.
-¿Quieres?
-Sabes lo que quiero. Desayuna de una puta vez.
Pero él se tomaba su tiempo, mojaba el donut en su café, lo aplastaba con la cucharilla para que se fuera el exceso de líquido, y comiéndoselo despacio, disfrutando del sufrimiento de sus hermanas.
Jay puso los ojos en blanco.
-Podéis abrir los regalos, niñas.
-¡NO!-protestó Jim... digo, Louis, metiéndose medio donut en la boca y masticándolo como si de una hormigonera se tratara, cogiendo la taza de café y llevándolo al salón, donde las cuatro chicas ya estaban desenvolviendo frenéticamente los regalos.
Y la casa se volvió un caos absoluto. Las gemelas desenvolvían regalos a diestro y siniestro, tirando los envoltorios por todas partes, convirtiendo la casa en un festival de colores, mientras chillaban lo que les habían dado. Lottie no se amilanaba tampoco, destrozaba las bolsas en las que había ropa, se ponía de pie de un brinco para ponérselas por encima y ver cómo le quedaban, y se volvía a tirar al suelo en busca de un nuevo regalo.
Louis se sentó al lado de sus hermanas y empezó a arrebatarles los que serían sus regalos. Todas las chicas protestaban, y muchas veces tuvieron que tumbarse encima de él para que les dejara coger lo que les pertenecía por derecho. Me senté en el sofá a contemplar la escena cuando el grito de Fizzy me sobresaltó, como a todos los presentes.
-¡JODER! ¡UN IPHONE! ¡JO-DER!-gritaba la cría, mirando sin poder creerse la caja de Apple con la foto del teléfono en la tapa. Miró a su hermano, y pensé que lo violaría allí mismo.
Louis se arrastró hasta mí con un paquete pequeño, metió la cabeza entre mis piernas y colocó el regalo tras mis pies. Sonrió cuando vio a Lottie frustrada, tratando de encontrar el regalo que él le había comprado. Procuré recordarme respirar, ya que tenía a toda mi familia política delante, y no estaría muy bien hiperventilar por culpa de mi novio y su pasión por meterse entre mis piernas.
Alzó la cabeza, se me quedó mirando, me sacó la lengua y me guiñó un ojo. Me incliné a besarlo, y, allí, con el salón lleno de gente, estábamos él y yo solos. Nuestras lenguas se empujaron despacio, cuales íntimas amigas, mis labios besaron los suyos, sus dientes rozaron los míos.
Nadie me había besado antes así. Nadie me había besado antes.
Nadie me había revolucionado por dentro, me había convertido en un río manejable a su antojo, como él.
Me acarició la mejilla, las corrientes eléctricas me desquiciaron la cabeza, y deseé no haber tomado la puñetera pastilla. Deseaba un hijo suyo. Podría estar sola en el embarazo. Pero necesitaba un bebé suyo.
Su lengua se enredó con la mía un rato más, podía sentir las miradas de su familia clavarse de vez en cuando en nosotros, pero yo sólo tenía labios; labios, lengua, y dedos para acariciar su perfecto cuello. Recorrí las líneas de sus venas, deseando besarlas y prometiéndome hacerlo más tarde, me encontré con su nuez y la acaricié despacio, y luego subí por su mandíbula, volviéndolo loco.
-Te quiero.
-Te quiero.
Lo habíamos susurrado a la vez, mirándonos a los ojos, yo hundiéndome en sus preciosos ojos, y me di cuenta de que aquellas serían las mejores navidades de toda mi vida.
Volvió a posar sus labios en los míos, en un casto beso, y no pude evitar sonreír.
-¿Qué me has hecho?
-Qué me has hecho tú-protestó, acariciándome la mano, besándome los nudillos y llevando sus diestros labios al anillo que me había regalado meses atrás. Podría estallar de amor en ese momento.
Las gemelas me trajeron una cajita, y yo miré a Louis, que alzó las manos, como diciendo ¡A mí no me culpes, yo no he sido! Cogí la caja sonriéndoles y tiré del lazo rojo, deshaciéndolo. Por suerte, la caja no estaba envuelta, de manera que solo tuve que tirar de ella para encontrarme con un peluche de un oso panda que ponía I love you.
-Oooh-murmuramos todos, contemplando el regalo. Yo abrí los brazos y las gemelas se echaron a ellos, divertidas. Las besé en la mejilla y les agradecí el regalo, prometiéndoles que nos haríamos una foto con mi oso y que la colgaríamos en Twitter. Chillaron de la emoción.
-Nos toca-canturrearon Fizzy y Lottie, cogiendo una bolsa y tendiéndomela.  Louis se apartó un poco de mí para poder ver mi cara mientras abría lentamente le envoltorio para encontrarme con un bolso, una camiseta de I ♥ CAL y una gorra de los Lakers.
-¡Gracias, chicas!-grité, poniéndome la gorra y sacando morritos. Las abracé y les dije que esperaran allí, que iba a por mis regalos. Las gemelas fruncieron el ceño.
-¿Ya los tenías?
Me agaché para ponerme a su altura y las cogí de las manos.
-Escuchad, pequeñas-y, por la cara que pusieron Mark y Jay, supe que creían que les iba a destrozar la mentira de la vida de todo niño-, lo que pasa-le coloqué un mechón de pelo a Daisy detrás de la oreja y sonrió-, es que le escribí a Santa en la carta que os iba a traer algo, que no hacía falta que sus renos volvieran a pasar por aquí, que me lo podía dejar en mi casa y yo ya os lo traería.
Abrieron la boca y asintieron.
-Voy arriba a por ello-le pellizqué la nariz a Phoebe y me levanté de un salto, volando escaleras arriba. No me di cuenta de que Louis me seguía hasta que lo escuché cerrar la puerta  de su habitación mientras yo me metía en el armario para sacar los regalos, que había escondido a conciencia.
-Yo también tengo algo para ti.
Hice una mueca.
-Te dije que nada de regalos.
-Sabes que me gusta desobedecer-sonrió, haciéndome un gesto con la cabeza para que me sentara en la cama. Obedecí y me tapé los ojos cuando me lo pidió, aguzando el oído. Escuché cómo abría un cajón de la cómoda, sacaba ropa y luego un objeto pesado, que arrastró hasta conseguir coger.
Respiré hondo cuando me imaginé aquellos bíceps que tanto amaba hinchados por el esfuerzo. Noté la garganta seca; no aguantaría mucho así.
Me puso ese algo pesado sobre las piernas y me besó las manos para que me destapara los ojos. Contemplé el envoltorio, de un azul oscuro con estrellas doradas.
-¿Lo has envuelto tú?-pregunté. Asintió.
-¿Se nota?
-En los centros comerciales no ponen envoltorios así de bonitos-me encogí de hombros, empezando a despegar cuidadosamente el celo, como hacía con todos los regalos que me daban. Cuando me quise dar cuenta, Louis me había empujado contra la cama y se había tumbado encima de mí. Sus ojos ardían de pura lujuria, y descubrí que necesitaba que me hiciera suya allí mismo.
-¿Sabes lo que me haces cuando dices esas cosas?
Me estremecí; tenía la voz ronca, justo igual que cuando follábamos. Cerré los ojos y esperé a que su boca devorara la mía, que no se hizo de rogar.
-Te deseo-susurré.
-¿No sabes que no soporto cuando las chicas dicen deseo, deseo, deseo?-canturreó en mis labios, metiéndose entre mis piernas. Sí, por favor. Quítame los pantalones, quítate los pantalones, entra en mí, por favor.
-Te vas a acordar de esta tarde.
-¿Qué vamos a hacer?
-Tenemos dos días para nosotros solos. Y todavía me debes 19 polvos de cumpleaños.
-Esa boca-le reñí.
-Te encanta.
-Sí-gemí, llevando mis manos hasta su culo, apretándolo contra mí, y suspirando cuando lo noté duro contra mi sexo.
-Joder, Louis...-cerré los ojos, disfrutando de nuestro contacto, tan íntimo y a la vez tan poca cosa, después de todo lo que nos habíamos hecho el uno al otro.
-Eso es exactamente lo que quieres ahora-me mordió el cuello y yo grité de placer.
-Házmelo. Ahora.
-Nos esperan mis hermanas. No me lo digas dos veces. Porque sabes que necesito darte todo lo que me pidas.
Suspiré y asentí con la  cabeza, recobrando la cordura.
-No te muevas... espera-le pedí, cuando vi que estaba a punto de incorporarse. Asintió con la cabeza, y yo me quedé mirando sus labios. Me apetecía morderlos...
-Venga, nena, tienes que abrir tus regalos.
Cuando se movían eran incluso más apetecibles. Y cuando me llamaba nena despertaba a la fiera que había en mí.
-Dilo otra vez.
Se inclinó hacia mi oído, su boca rozó mi oreja. La mordisqueó.
-Nena-murmuró, deleitándose en la palabra, haciendo que sonara casi como un orgasmo. Me retorcí debajo de él.
-Cómo mierda harás esto, Tommo-jadeé, mirándolo a los ojos.
-Porque soy el Swagmasta from Doncasta.
-Finally got a boat.
Nos  sentamos con las rodillas pegadas y yo volví a la tarea. Louis me capturó un mechón de pelo que me caía rebelde sobre la boca, me besó la comisura del labio y lo dejó tras la oreja. Sonreí.
-Necesito concentrarme.
Alzó las manos.
Tras terminar de quitar el último trozo de celo con una lentitud exasperante, retiré el envoltorio y contemplé la típica caja de la trilogía de 50 sombras de Grey en mis manos. En español. Lo miré a los ojos, recordando que había sido en aquella misma cama donde había leído las primeras líneas, estremeciéndome al recordar que nos habíamos prometido probar las cosas más... normales del libro.
-Gracias-susurré, acercándome a él y besándolo en la boca, apoyando mi mano en su mejilla y acariciándosela despacio.
-No hay de qué. Además, así aprenderemos. Los dos juntos-me guiñó el ojo.
-Oh, ¡tapa blanda!-celebré, sacando el segundo libro y contemplando la tapa, casi de plástico. Sonreía.
-Me acordé de que los preferías así.
-Eres el mejor novio del mundo-aseguré, volviendo a juntar nuestras bocas.
-Mira, lo dice la que tiene experiencia. Me siento halagado-se burló. Le di un puñetazo en el hombro, se rió, y declaró-: Eres la mejor. La más bonita. Dios, Eri, eres la favorita, la mejor de todas.
Una sonrisa me ensanchó la cara.
-Tú eres el único-susurré. Frotó mi nariz con la suya.
-Lo sé.
-¿Lo sabes?
-El único que ha tenido posibilidades de apartarte de mí ha sido Taylor, pero el muy gilipollas no viene a buscarte, así que eres mía ahora.
-Voy a hacer como que no has insultado a mí ídolo-repliqué, mostrándole la palma de la mano y hojeando mi nueva adquisición. Podría aprender mucho con aquello...
Una pícara sonrisa se había instalado en su boca.
-¿Quieres más?
Lo miré.
-¿Hay más?
Asintió, yo suspiré.
-Jo, Louis...
Me posó el índice en los labios y negó con la cabeza, y, tomándome de la mano, me llevó hasta el espejo de su habitación. Se puso a revolver en un cajón hasta que sacó una nueva cajita, esta mucho más pequeña que la que le había visto a Lottie, y dorada.
-Cógete el pelo y póntelo a un lado.
Hice lo que me pedía, y no desperdició la oportunidad de besarme el cuello.
Me colocó una preciosa cadena con una L idéntica a la que llevaba tatuada en la cadera en el cuello. El cierre de la cadena hizo click cuando lo enganchó, y la L quedó colgando perfectamente un poco por encima de mis pechos. Me llevé los dedos a ella. Tenía nuevo colgante favorito, ¡lo siento, pequeña estrellita!
-Es tu regalo de aniversario-me explicó antes de que pudiera ponerme a protestar. Cerré los ojos y asentí con la cabeza.
-Es preciosa. Un poco pretenciosa, pero...
-Podía ser la L de tu apellido, o del del subnormal de tu ídolo, no la de mi nombre.
-No insultes a Taylor cuando no se puede defender.
-De momento gritas más conmigo que con Taylor-replico, agarrándome de las caderas y contemplando nuestros reflejos.
-Tenemos que hacernos una foto así.
Asintió con la cabeza, me besó la oreja y me arrastró fuera de la habitación, mientras yo protestaba porque ni le había dado sus regalos, ni había cogido los de sus hermanas. Giró sobre sus talones y volvió a meternos en su habitación, soltándome solo para que cogiera la mochila y me pusiera a sacar los presentes para mi familia política.
-¿Pagamos el bolso de tu madre a medias?
-No-soltó, besándome el cuello, decidido a matarme de amor. Noté sus fríos dientes en mi piel, y traté de no gemir.
No lo conseguí.
Dado que me estaba peleando demasiado con el regalo de las gemelas, y terminaría cargándome el envoltorio, decidí sacar la ropa, tirarla sobre su capa y cargarme la mochila a la espalda. Louis entrelazó sus dedos con los míos y me sonrió.
-¿Qué me has comprado?
-Ya lo verás... si me he acordado de meterlo en la mochila, porque ayer con las prisas casi la dejo en casa.
Se echó a reír y nos dirigimos al salón. Las chicas se sentaron sobre sus rodillas cuando yo me senté en el sofá, con Louis a mi lado, abrí la mochila y comencé a sacar los paquetes, decididas a hacerse con sus regalos lo más pronto posible.
-Gemelas-susurré, sacando el paquete más grande y blando, que era el que más me había costado meter. Las chicas chillaron y se pelearon por romper el envoltorio, pero, a un toque de atención de su madre, compartieron el trabajo y se dedicaron a rasgarle el papel la una a la otra.
Contemplaron con ojos como platos el gran Mickey Mouse que les había conseguido comprar en una de las tiendas del centro comercial al que acudía asiduamente con Irene.
Se tiraron a mí para darme las gracias, yo les di sendos besos en las mejillas. Deslizándose despacio por mis piernas, de vuelta al suelo, corrieron bajo el árbol de Navidad con su nuevo amiguito y comenzaron a estrenar sus nuevas adquisiciones.
-Lottie-murmuré. Lottie se acercó un poco a mí, se inclinó para coger el paquete que le tendía y, colocándose un mechón de pelo rebelde detrás de la oreja, me sonrió antes de abrirlo. Rasgó el papel que habían puesto en la tienda, horrible para mi gusto, y sonrió cuando sacó un jerséy gigante, una cartera y un pequeño estuche de maquillaje para meter en los bolsos de fiesta. Nos dimos dos besos y me dio las gracias.
-Fizzy-susurré, tendiéndole un saquito. Ella contempló el saco, confundida, pero lo abrió sin preguntar nada. Sonrió cuando sacó una cadena con cinco letras, su diminutivo, y contempló los pendientes a juego y el bolígrafo terminado en plumas que había cogido en Claire's, rojo y blanco, los colores de nuestra banda favorita.
-Gracias, Eri. ¿Me lo pones, Lottie?-le pidió, tendiéndole el colgante a su hermana y apartándose el pelo de la espalda, en una apresurada coleta, tal y como lo había hecho yo hacía escasos minutos.
-Jay-susurré, tendiéndole el bolso sin envolver-. Es de parte de Louis y mía.
-Qué mentirosa-musitó mi novio para sus adentros, yo alcé las cejas.
-No me has pagado tu parte.
-Lo voy a pagar todo yo.
-No lo creo.
-Hombre, ya verás-entrecerró los ojos y yo no le hice caso, sacando los discos disfrazados de Mark. Se los tendí, y él me susurró un tímido agradecimiento; estaba claro que no se esperaba aquello. A ver, que no se hubiera acostado con mi suegra no quitaba de que él no hubiera hecho posible a Louis. Él lo había criado. Él había formado al Louis que yo ahora conocía y amaba.
-Y Lou-susurré, él se inclinó hacia la mochila, tratando de ver algo, pero yo la tapé con la mano y negué con la cabeza. Suspiró y se dejó caer en el sofá, contemplando cómo sacaba la bolsa de la Fnac y  se la tendía. Había cruzado los brazos.
-¿Ya puedo?
Mi niño caprichoso. Sacudí la bolsa y asentí con la cabeza.
-Sí.
La cogió despacio, como temiendo que le estuviera vacilando, y se puso a sacar las cosas. Contempló un momento el contenido y sonrió.
No lo sacó todo, ni falta que hacía. Había cosas que me gustaría más que desenvolviera en privado, y tuvo la capacidad sobrehumana de darse cuenta de cuáles eran aquellas cosas.
Sacó dos paquetes y los dejó entre nosotros, extendí las manos para que me devolviera la bolsa, y así lo hizo mientras cogía el primero, el mayor y más blando, el de las camisetas de Pinkfloyd y Robbie Williams en uno de sus conciertos del Madison Square Garden.
Una sonrisa de felicidad le cruzó la cara, haciéndome amarlo todavía más,  cuando extendió las camisetas para mirarlas. Me miró y abrió los brazos.
-Ven aquí, anda.
Me deslicé por todo el sofá hasta acurrucarme contra su pecho, para delicias de su familia, y me besó en la boca despacio.
-Te queda uno-le advertí, pasándole el paquete más pequeño. Lo sacudió.
-Música.
Asentí con la cabeza y esperé a que lo sacara.
-Hostia, Eri...
Sonrió al ver los discos en acústico de toda la  carrera de Robbie Williams, incluyendo versiones que había hecho de otras canciones en los conciertos. Mi parada relámpago en Londres había sido muy productiva, y su sonrisa merecía la pena que casi me echaran de Harrods por discutir de mala manera con una dependienta. Menos mal que Paul no se había enterado de lo que había hecho, pues me estaba esperando en el coche; si no, habría sido bastante fácil que me metiera en una caja de madera, pusiera clavos por todas partes y me mandara de vuelta a España de una patada en el culo.
-¿Te gusta?
-Me en-can-ta-susurró, tomando mi rostro entre sus manos y besándome despacio. Noté cómo todas las miradas se apartaban de nosotros, incluso el perro dejó de contemplarnos con los ojos saltones, sabiendo que aquel momento nos pertenecía solo a nosotros. Había otra carta dentro de la bolsa, y un álbum con todas las fotos que nos habíamos hecho, y huecos para seguir colocando recuerdos, y sitios para poner frases e insultarnos cariñosamente el uno al otro.
Pensé en lo irónico que había sido lo mucho que tardé en aprender a escribir bien su apellido, a recordar su nombre completo, hacía apenas un año. Y lo importante que había conseguido llegar a ser aquel chico que se dedicaba a hacer rimas con los nombres de sus fans.
Jay dio una palmada y todo el mundo interrumpió sus tareas, mirándola.
-Hay que prepararse, chicos.
Asentimos con la cabeza y corrimos todos a nuestras habitaciones. Louis buscó unos vaqueros en el armario mientras yo sacaba el vestido que había llevado la noche anterior de este y lo dejaba tumbado sobre la cama. Traté de alisarlo lo más posible.
-Me voy a duchar.
-Vale.
Estuve a punto de pedirle que me dejara ir con él (como si lo necesitara realmente), pero, al final, me decanté por no hacerlo. Dudaba bastante que pudiera controlar mis ya de por sí desquiciadas hormonas, y no era plan ponerse a fornicar como conejos en el baño de su casa. Una cosa era su habitación. Otra era el baño de su casa, joder.
Vino a darme un beso, yo sonreí y me dejé caer en su cama, preparada para empezar la lectura de mi nueva adquisición literaria. Me dejó la puerta entreabierta, apenas una fina rendija, pero suficiente. Podía ver pasar a todo el mundo desde la cama con tan solo levantar la vista. Jay abrió la puerta de su habitación y corrió a la de las gemelas, chillando que no estaba para jugar y que iban a llegar tarde por culpa de las pequeñas. Sonreí para mis adentros, mordisqueándome el pulgar, pensando en que a mí también me hubiera apetecido tener un hermano o hermana pequeño, para saber lo que se sentía, conocer ese instinto protector que se veía en los ojos de Louis cada vez que cruzaba la mirada con una de las cuatro chicas cuyo apellido compartía.
Estaba sentada con una pierna doblada y la otra totalmente estirada, apoyándome en la pared, cuando llegó él.
Sin camiseta.
Mi miopía selectiva eligió aquel preciso momento para dejarme contemplar cada poro de su piel a pesar de que estaba a una distancia suficiente como para que, en circunstancias normales, tuviera que fruncir el ceño, como mínimo.
Y mis ojos se clavaron en aquella línea de vello que iba desde su ombligo a cierta parte de su cuerpo que conocía muy bien.
Me mordí el labio, y él se frotó el pelo, dejando gotitas de agua por doquier. Levantó la cabeza y me pilló mirándolo. Noté cómo me sonrojaba ligeramente. Tampoco mucho, al fin y al cabo, era mío, pero aún así, no justificaba que no pudiera quitarle el ojo de encima.
-Joder, Louis-susurré, negando con la cabeza y echándome a reír.
-¿Qué?-sonrió.
-Tienes... abdominales-conseguí articular. Se miró el vientre y se encogió de hombros.
-Un poco.
Dios, una de las cosas que más me había gustado de Taylor Lautner habían sido sus abdominales. Sí, me había fijado en él por su físico, como el resto de los mortales... solo que yo pude levantar la vista y admirar su perfecta sonrisa y sus ojos castaños.
Lo que podría hacer yo sobre los abdominales de un chico...
-¿Eri?
-¿Qué?
Mierda, mierda, disimula, ya sabes cómo es.
-¿Dónde estás?
-Aquí. Supongo, ¿aquí?-alcé los hombros, se echó a reír y se acercó a mí. No podía apartar los ojos de aquella línea de pelos tan sexys... mierda, joder, mierda.
Al final iba a necesitar una buena sesión de sexo antes de largarme a conocer a toda mi familia política.
Supe que estaba perdida en cuanto me tocó la barbilla y me obligó a levantar la vista. Suspiré, mirándolo a los ojos. Se me había resecado la garganta.
-¿Qué pasa?
Me encanta. Me gusta. Me pone. Quiero hacerte padre. Eso pasa.
-Me... gustan-me encogí de hombros, estirando la mano y acariciándole la piel con los dedos. ¿Por qué no me había dado cuenta antes? Claro que tenía una sombra de abdominales, llevaba teniéndola casi desde que lo conocía. Y ahora aquella sombra había salido a la luz. Encima, como a mí me gustaban. No muy marcados, casi invisibles, pero que se hicieran notar.
-¿De verdad?
-Sí-asentí con la cabeza, alzando la mirada. Me cogió el libro, lo dejó a mi lado sin ponerle el marcapáginas, y se puso a horcajadas encima de mí. Cerré los ojos, dejando que mis labios hablaran por mí. Su lengua empujó la mía mientras sus brazos se ponían a cada lado de mi cuerpo, dejándome sin escapatoria posible.
Una bestia que sólo él había despertado y sólo él sabía despertar se desperezó dentro de mí, y comenzó a gruñir su nombre, hambrienta. Mi vientre se tensó. Quería hacerlo. Allí. En aquel momento.
Gemí en su boca cuando se movió un poco, poniéndose por encima de mí. Se había puesto duro, no necesitaba tocarlo para saberlo; en su forma de besar lo notaba. Susurró mi nombre, y yo le acaricié la espalda.
-Hazme el amor-susurré, aunque lo que más me apetecía era que me hiciera lo que le diera la gana a él, pero rápido.
-No tenemos tiempo-susurró, acariciándome el pecho, apartándome el pelo de la cara.
-Quieres hacerlo. Yo quiero hacerlo. Podemos llegar tarde.
-Soy inglés. Nunca llego tarde.
-Eres Louis-gemí, su boca pasó a mi cuello, mordisqueándome ligeramente. Tuve que concentrarme en respirar-. Te da igual llegar tarde.
-Es verdad.
Tenía que haber ido con él a ducharme. Tenía que haberme encargado de ese asunto cuanto antes mejor. Y, ahora, allí estábamos, besándonos como siempre hacíamos, recordándonos el uno al otro por qué no podíamos hacerlo y por qué necesitábamos hacerlo.
El día de mi decimosexto cumpleaños había sido el mejor de toda mi vida, porque él me había enseñado hasta qué punto podías disfrutar algo.
Tragó saliva y se apartó. Siempre se apartaba él.
Porque una parte de mí siempre se pondría un escalón por debajo de él, una parte de mí siempre me recordaría quién era él, quién era yo. Daba igual cómo me hiciera sentir él, daba igual lo que él me dijera. Siempre iba a ser más importante que yo. Siempre iba a ser superior a mí.
Porque él también era mi ídolo, y yo era la típica tía que solía protagonizar las fanfics esas a las que todo el mundo se enganchaba.
-¿Vas a ir de pijama?
-Sabes que tengo lo que hace falta-me reí, moviéndome debajo de él para incorporarme un poco. Se sentó en la cama y se pasó una mano por el pelo. Dios.
Cogí una goma del pelo y me hice rápidamente una coleta, bajo su cuidadoso escrutinio. En el fondo, aquella misma parte de mí que no me dejaba dejar de admirarlo, tenía una gemela al lado dándole codazos, recordándole todo lo que él me decía, todo lo que hacíamos juntos, y sus palabras la primera vez que me escuchó cantar.
-Es oficial, niña, tienes un fan eterno en mí.
Ni siquiera habíamos empezado a salir, ni si quiera sabíamos que nos gustábamos el uno al otro, y él ya me había dicho que tenía una voz bonita. Bueno, unas voces bonitas.
-Me voy a duchar-le informé, como si no lo supiera ya. Sólo me terminaba las coletas en un moño cuando me iba a meter ne la ducha.
-Me lo podrías haber dicho, e ibas conmigo. Así ahorrábamos agua-me guiñó un ojo, haciéndome ver que a él también le dolía tener que apartarse. Para el único momento en que yo no era lo suficientemente lista y tenía la lucidez necesaria como para hacer lo correcto, él sí que la tenía. Me eché a reír.
-Tú siempre tan preocupado por el planeta.
Se encogió de hombros, lo besé en la frente y eché a correr al baño. Lottie me dejó entrar mientras se secaba el pelo, dejándose unas preciosas ondas que yo no sabía hacerme con el secador, pero sí con agua. Entré, estuve un par de minutos bajo el chorro, y salí lo más rápido que pude. Cuando volví a la habitación, Louis se estaba abrochando una camisa azul, aquélla que a mí tanto me encantaba porque hacía juego con sus ojos.
Me metí dentro del vestido y me acerqué a él para que me subiera la cremallera. Podía yo sola, pero me apetecía hacerle sufrir un poco.
Me besó la espalda, decidido a que yo también sufriera.
-Sé bajarlas, no subirlas.
-Me vas a demostrar que eres todo un caballero porque ya sé que eres todo un amante-repliqué, mirándolo de reojo. Pude ver cómo luchaba por no reírse, mordiéndose el labio y contemplando la cremallera del vestido.
-¿Ah, sí?
-Sabes desnudarme-me encogí de hombros-. Los amantes desnudan. Los caballeros visten.
-Que sea de Inglaterra no hace que sea un caballero, milady-me besó el hombro, volviéndome loca.
-Que sea española no quiere decir que vaya a ser fácil, milord.
-¿Quién ha dicho que seáis fácil?
-Con vos lo soy. Y yo de vos no me metería en conversaciones de cortesía, pues sabéis que os doy mil vueltas-hice una pequeña reverencia ante el espejo, clavando mis ojos en los suyos. Nos echamos a reír, yo me aparté el pelo de la cara con un rápido gesto... aprendido de él.
-Sí, anda, es en lo único que me ganas.
-¿Lo único?-repliqué, fingiéndome ofendida, y dándome la vuelta para mirarlo a los ojos-. Al menos yo sé subir una cremallera.
-¿Acaso estás poniendo en duda mi virilidad?
Lo miré de arriba a abajo y terminé asintiendo con la cabeza.
-Me cago en la puta. Date la vuelta. Te voy a vestir como si fueras del Renacimiento.
Pero solo me subió la cremallera del vestido, con mucha fuerza de voluntad, porque, como yo misma le había dicho, no estaba acostumbrado a vestirme. Estaba acostumbrado a verme vestirme yo sola, pues casi siempre lo hacía con él delante, algo que tendría que mirarme; pero una cosa era observar y otra muy diferente era participar de la acción.
Tal vez pudiera ver cómo mataban a alguien delante de mí y vivir con aquello, pero nunca encontraría fuerzas para apretar un gatillo y acabar con la vida de una persona. ¿Y si al final resultaba ser buena? ¿Y si la había conocido en un mal momento? Todos podíamos cambiar. Yo era la prueba de ello.
Me dio una palmada en el culo, sacándome de mis ensoñaciones, y susurró un lista.
Me coloqué el colgante con la pequeña L que me había regalado, asegurándome de que no estaba torcido, y miré el anillo.
Él se puso una americana y empezó a colocarse bien las solapas.
-Déjame a mí-susurré, él asintió y se giró. Deslicé los dedos por la chaqueta, que era más suave de lo que en un principio podía parecer, y me afané en estirar las pocas arrugas que se le habían formado.
-Esto se hace con las pajaritas y las corbatas, nena-sonrió, mirando mi gesto de concentración. Me encogí de hombros.
-Vas a tener que esperar sentado a que te anude una corbata.
-¿No sabes?
-¿Tengo pinta de llevar corbatas?
Se encogió de hombros.
-¿Tú sabes?
Asintió.
-Que fuera skater no quiere decir que no me vistiera bien de vez en cuando. Sobre todo para las comidas de  Navidad, y cosas así-se encogió de hombros-. Lo mejor de cumplir los 18 fue que pude mandar a la mierda tanta gilipollez.
Alcé una ceja.
-Es mi familia. ¿Por qué tengo que ir elegante? Si ya me conocen. Comparto su sangre. Bueno, técnicamente, la sangre y la genética no. Soy el único, pero, aun así, son mi familia. Me crié con ellos-se encogió de hombros y se pasó una mano por el pelo, mirándose al espejo-. Y tampoco soy tan distinto de ellos.
-Te pareces a tu padre-susurré, girándome y mirándolo a él también al espejo. Sonrió.
-Tengo la voz de Troy.
-¿En serio?-aquello era nuevo. Vaya, así que Troy le había dejado heredar algo perfecto...
-Me di cuenta ayer, cuando me llamó para felicitarme.
Sonreí, pero la sonrisa se borró de mi rostro cuando frunció el ceño mínimamente, tanto, que cualquier otra persona no hubiera detectado ese pequeño cambio en él.
Pero era yo la que lo estaba mirando. Y eran mis ojos los que lo estudiaban. Sabía de sobra cómo se comportaba.
-¿Qué pasa?
-Cuando lleguemos a casa te tengo que preguntar algo, ¿vale?
Asentí con la cabeza.
-¿Es grave?
Se encogió de hombros.
-No lo sé.
Hostias, vaya si era grave.
-¿He hecho algo?-no pude evitar un tinte de corderito degollado en mi voz. No quería pelearme con él, ir enfadados a la comida con su familia... y parecía que estábamos al borde de una bronca.
Y mi experiencia vital me había enseñado que una bronca con él era una de las peores cosas que podían pasarme. Por muchas canciones que compusiera él después.
-No-atravesó mis ojos y noté cómo desnudaba mi alma, abriendo el libro que era mi mente y echando un vistazo dentro-. No.
Me mordí el labio, pero él tiró con el pulgar para que me lo soltara.
-No seas boba. Sabes que no me voy a enfadar contigo.
-Puedes hacerlo-me encogí de hombros, dirigiéndome a la cama y cogiendo los zapatos del día anterior por el camino. Me los calcé y me senté para peinarme con los dedos, mirándome en un pequeño espejo también el maquillaje.

Sacó unas zapatillas del armario y me las mostró.
-¿Converse o zapatos?
-Es una buena manera de hacerme cerrar el pico-sonreí, cerrando el espejito con los dedos y riendo.
-Eri-suplicó. Me encogí de hombros.
-Yo llevaría Converse. Pero por que sabes de sobra el amor que tengo por esa marca, y, no sé-me encogí de hombros-. Me gustan más los chicos con Converse.
Alzó las cejas, escéptico.
-¿En serio?
-Sé lo que estás pensando, y no. No las lleva. Nunca lo he visto con Converse.
-Pues muy bien por él. 
Se echó el pelo hacia atrás y me anunció que se iba al baño. Fruncí el ceño.
-¿Te vas a afeitar vestido?-espeté, haciendo alarde de mi gran inteligencia. Negó con la cabeza.
-Mi novia no me deja afeitarme.
-Es una tía con gusto. ¿A qué vas?
-Gomina.
-Ah. Claro. Cosas de tíos-hice un gesto con la mano para que se fuera, dándole absoluta libertad. Se echó a reír.
Fuimos en dos coches, con Fizzy acompañándonos a nosotros en el nuestro. No paraba de poner música y las dos canturreábamos en voz alta mientras Louis suspiraba, pertrechado tras sus gafas de sol.
Cuando llegamos al aparcamiento, Fizzy saltó del coche y echó a correr en dirección a toda su familia. Los miré.
-Son muchos-comenté con un hilo de voz. Louis se encogió de hombros.
-Serán majos contigo, ¿no lo soy yo?
Asentí.
-Pero son muchos.
-Oh, no pasa nada. En los Juegos del Hambre eran más.
-Y se mataban. 
Me miró a los ojos, divertido.
-¿He dejado que te pase algo malo cuando estábamos juntos?-negué con la cabeza, él alzó una ceja, sonriendo-. ¿Lo ves?-me tomó de la mano-. Tú tranquila. Les caerás bien.
-¿Y si no?
-Les caerás bien. Y si no, les haré ver lo buena chica que eres.
Sonreí, bajando la vista y mirándome los pies. ¿Buena chica, yo? Qué poco me conocía este hombre.
-Esa es una de las cosas que me encantan de ti-susurró, apartándome un mechón de pelo de la oreja y sonriéndome-. Que cuando vas a actuar para miles de personas, te da lo mismo todo. Pero cuando el público es más pequeño, entonces te entra el pánico.
Me encogí de hombros.
-Me juego más cosas que unos aplausos.
-¿Qué cosas?
-A ti.
Su sonrisa se hizo más amplia, se inclinó para besarme. Lo superaríamos juntos, como siempre hacíamos.
-Suerte, pequeña-susurró, saliendo del coche y esperando a que yo le imitara-. La vas a necesitar.
-¡Louis!
Se echó a reír, se acercó a mí, me besó la oreja, me tomó de la cintura y prácticamente me arrastró hacia el resto de su familia, familia a la que yo aspiraba a formar parte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Dedica un minutito de tu tiempo a dejarme un comentario; son realmente importantes para mí y me ayudarán a mejorar, al margen de la ilusión que me hace saber que hay personas de verdad que entran en mi blog. ¡Muchas gracias!❤