domingo, 28 de abril de 2013

No voy a dejar que te caigas.

Encendí rápidamente las luces del vestíbulo, el pasillo y la cocina, decidida a meterme en la cama cuanto antes. Estaba agotada. No, agotada era poco. Más bien machacada. Sí, machacada era la palabra correcta.
-Sé que no es mucho-empecé a disculparme para Victoria mientras los chicos iban entrando en el pequeño piso y sonriéndole a modo de intento de tranquilizarla-, pero es lo que hay.
-No importa. Está muy bien-miró a su alrededor. Sí, seguramente estaba bastante bien para el precio que la casa había tenido cuando mis padres lo compraron. Y, de estar situada en Londres, desde luego no iba a estar nada mal, tanto su espacio como su precio. Era bastante grande (la casa más grande de todas mis amigas, aunque a mí siempre me había parecido una casa de tamaño medio, ni muy grande ni muy pequeña, pues no me hacía a la idea de que nadie pudiera vivir en menos de 100 metros cuadrados).
Dejó la bolsa despacio en el suelo, junto con las de los demás, y se asomó al salón. Contempló la televisión mientras los chicos la encendían, curiosa. Se acercó despacio a las ventanas del fondo de la habitación. Le abrí la terraza y dejé que saliera fuera. Cuando me quise dar cuenta, Niall ya estaba allí, esperando para abrazarla si se sentía mal.
Victoria se acarició el brazo despacio mientras se asomaba a la ventana. La calle estaba desierta, salvo por la excepción de coches que pasaban muy de vez en cuando, iluminando con sus faros delanteros la calle, dando un aspecto fantasmal a los que nos asomábamos a las ventanas a horas tan indecentes como ésa. Las doce y media de la noche.
No había esperado menos de un viaje en avión en el que a duras penas habíamos conseguido embarcar (Harry había tropezado con una mujer y se habían intercambiado las bolsas sin querer, que, casualmente eran iguales, por lo que habíamos tenido que salir corriendo por la terminal, intentando localizar a la tal señora antes de que cogiera su propio vuelo y se llevara las cosas de Harry con ella, muy lejos).
Liam encendió la tele y bostezó. Se sentó al lado de Alba en el sofá, que apoyó la cabeza a su lado. Niall se abrió paso con educación hacia Victoria, apartándome lentamente para llegar hasta ella.
-¿Estás bien?
Victoria asintió despacio, sin poder apartar los ojos de la calle. Tampoco estaba tan mal, ¿no?
-Esto es diferente a mi casa.
-Avilés mola de día. De noche no tanto. Sobre todo por esta zona. El parque-Alba señaló en dirección a las ventanas por las que no estábamos mirando; los árboles se erguían como fantasmas sobre nosotros- de noche es peligroso, y casi nadie pasa por ahí.
Victoria se giró en redondo, con los ojos esmeralda muy abiertos. Su pelo voló por todas partes, azotándome.
-¿Cómo que peligroso?
-De día no pasa nada-la tranquilicé, lanzándole una mirada asesina a Alba-. Pero de noche hay drogadictos, y esas cosas.
-Lo estáis arreglando, tías, lo estáis arreglando-bufó Harry, que llevaba de mal humor desde que pusimos un pie en mi país. En el mío y en el de su novia, que llevaba tiempo sin dar señales de vida.
-¿Qué pasa, chicos?-replicó Zayn, mirando la tele, distraído. No entendía lo que decían los dibujos animados, pues Liam aún no había encontrado la manera de ponerlos en su idioma natal-. No os peleéis. Estamos en España y vamos a divertirnos. ¿Vale?
-Eri, no te quedan cervezas-informó Louis, asomándose a la puerta del salón, apoyándose en el marco de la puerta y tamborileando con los dedos en él. Joder. Qué hombre este. Claro que no tengo cervezas, básicamente porque yo no bebo y mis padres están en el pueblo, Louis.
-Mañana vamos a por unas.
-Mañana está todo cerrado por fiestas.
-En el quiosco de debajo de casa no. Cerrad la boca, ¿queréis?
Victoria no apartaba la vista de la calle.
-Mañana por la mañana te llevamos de paseo para que veas la zona, ¿te parece?-sugirió Niall, besándole el hombro. Victoria no parecía muy convencida con todo aquello.
-Pero, ¿podéis salir por la calle por aquí? ¿Tan pequeño es este sitio?
-Dependiendo de cómo estén las chicas, de lo que estén haciendo, y de cómo nos vistamos, con suerte no nos reconocerán-informó Liam, demasiado ocupado en acariciarle la mano a Alba y hacerle carantoñas como para mirar siquiera a su interlocutora. Victoria se mordió el labio.
-Sólo si quieres, nena. No es obligatorio-añadió Louis, volviendo a desaparecer en dirección a la cocina, dejándome sola entre tanta gente con mi punzada de celos. Sólo yo era su nena. No tenía ningún derecho a llamar a las demás así, ni las demás a que él las llamara así. Me mordí el labio, conteniendo las ganas de ir corriendo hacia él y recordarle quién era él y quién era yo. 
Pero terminé suspirando, llevándome un dedo a los labios y pensando qué íbamos a hacer ese día, el siguiente y el día de fin de año. Teníamos que ir a por Noemí, lo que sería fácil si no necesitáramos coches y tuviéramos que obligar a los chicos a recorrer una ruta que ni siquiera yo misma recordaba. El pueblo estaba en la frontera con Cantabria, pero no estaba segura de poder llegar hasta allí sola. Y luego estaba el tema de la conducción por el carril contrario en mi país con respecto a Inglaterra, algo que a los chicos no les hacía ninguna gracia. Ninguno quería coger el coche a no ser que fuera estrictamente necesario.
Y luego estaba el tema de a dónde íbamos a ir en Nochevieja. Al principio la idea había sonado muy bien en Londres, donde todo el mundo hablaba un idioma que todo el mundo entendía, pero ahora, en mi país, la cosa ya no pintaba tan bien. Ni a Alba ni a mí nos había hecho mucha gracia darnos cuenta demasiado tarde de que, lleváramos a donde lleváramos a los chicos, ellos no iban a entender una puñetera palabra, por lo que seguramente una noche que prometía acabaría siendo una noche en la que lo pasarían mal. Y seguramente nosotras también, dado le contagio de emociones que se daba en la banda cada vez que uno tenía algo fuerte dentro de su corazón y necesitaba sacarlo fuera.
Dejé a la pareja sola en la terraza, mientras contemplaban la ciudad, y me dirigí en busca de mi novio, que ya no estaba en la cocina. Lo encontré en mi habitación, sentado en la cama, leyendo unos mensajes que le iban llegando a toda velocidad. Estuve a punto de dar un toque en la puerta para pedirle pasar, pero terminé entrando de todas formas. Era mi habitación, y no iba a pedir permiso para entrar en ella. Ni siquiera a Louis.
-¿Interrumpo?
Negó con la cabeza sin apartar los ojos de la pantalla de su teléfono. Cuando llegué a su altura y pude echar un vistazo a qué hacía, me sorprendió habiendo cerrado ya la ventana que tenía abierta entonces. ¿Qué escondía?
Me senté a su lado y lo miré a los ojos.
-No sé qué vamos a hacer el 31.
-Bienvenida al club-espetó, suspirando y clavando la vista en la persiana, que estaba casi totalmente bajada, salvo por unas ranuras que siempre dejaba abiertas, pues me daba la impresión de estar ahogándome si no veía un poco de luz, aunque ésta fuera mínima y apenas diera para entrar y clavarse en la habitación. Las farolas de fuera se apagaban cada dos por tres, debido a la gente súper amable que no tenía otra cosa mejor que hacer que robar los cables de cobre. 
Me aparté el pelo de la cara y jugueteé con el anillo de Tiffany que me había regalado.
-Creo que ha sido una mala idea venir a España-susurré. No podía hablar esto con los demás, no ahora.
Frunció el ceño y se me quedó mirando. La luz del techo le sumía el rostro en luces y sombras que no hacían más que convencerme de que tenía ante mí a un dios, más que a un novio, y que debía idolatrarlo, adorarlo y venerarlo por encima de todas las cosas posibles, incluso de mi vida, no simplemente amarlo, a pesar de que le amara a él mil veces más de lo que me quería a mí misma y a mis sueños. Él era un sueño, el mayor de todos.
Se inclinó despacio hacia mí, muy despacio. Me besó el hombro sobre la camiseta. Cerré los ojos, disfrutando de aquel mínimo contacto y preguntándome cómo alguien podía hacerme sentir todo eso, a la vez, con apenas unos centímetros de su cuerpo.
No pude apartar la mirada de su boca cuando se apartó.
-Yo me alegro  de estar aquí.
Busqué su boca, pero terminé decantándome por su mandíbula. Joder, Louis era perfecto, la tentación hecho persona, el bien y el mal concentrados en un sólo cuerpo, decididos a destruirme tal y como era... y yo no podía resistirme. Nunca podría, era exactamente lo que yo llevaba buscando, sin saberlo, toda mi vida.
Y luego estaba su capacidad para hacer sentir a todo el mundo bien sin perder nunca aquella preciosa sonrisa.
-Si te sirve de consuelo, podemos hablar con los demás y montar una pequeña fiesta o algo, aquí en casa, sin necesidad de ir a ningún sitio. Ponemos música que mole, y ya está-sugirió. Gocé de cómo los músculos de su cuello se tensaban y destensaban según iba hablando, y me pregunté cómo sería estar besándolo allí mientras cantaba.
No pude reprimir mi sonrisa cuando me leyó exactamente el pensamiento. Qué hombre este.
-No quiero joderos la Nochevieja al resto-repliqué, negando con la cabeza y jugueteando con mi anillo. Me tomó de la mano, enredando sus dedos entre los míos, diciéndome que no estaba sola, que no iba a joderle nada a nadie, porque él no me dejaría.
-No pasará nada. Además, a mí no me joderás la Nochevieja, a no ser...
Levanté la vista para encontrarme con aquel mar infinito. Dios.
-¿A no ser?-inquirí, tímida, a pesar de la sonrisa que luchaba por salir a la luz en su (más que perfecta) boca.
-Que no la pases conmigo.
Suspiré, me incliné hacia él y lo besé despacio. Me devolvió el beso, que se fue incendiando poco a poco, como un bosque húmedo durante la época de los fuegos, que tardaba en encenderse pero que luego ya no podía parar.
Lo empujé sobre la cama sin apartar mis labios de los suyos, decidida a no dejarlo ir, pasara lo que pasara, pesara a quien pesara. Me acarició la espalda despacio, metiéndome entre sus piernas, y yo aproveché para inclinarme hacia arriba un poco más. Deseé poder apagar la luz sin apartarme de él, pero el interruptor estaba muy lejos, y no podía alcanzarlo.
Sus manos se metieron debajo de mi camiseta, abrasándome la piel, destrozándome los nervios por culpa de las corrientes eléctricas que me recorrían de arriba a abajo. Aquello no era justo, no podía tenerme así, con sólo tocarme, y que yo no pudiera  defenderme, cual corderito que espera con pánico su turno para que lo metan en la trituradora de animales.
Llegó hasta mi sujetador, jugó un poco con él, y me lo terminó desabrochando. Suspiré en su boca, sus dientes rozaron mis labios cuando sonrió.
Tiró de él y, dios sabe cómo, acabó con mi sujetador en la mano. Se incorporó un poco, de forma que ahora tenía la cabeza apoyada en su pecho, que bajaba y subía despacio, muy despacio. Lo miró con interés, haciéndolo girar sobre su dedo índice. Me acurruqué contra él, escuchando los latidos de su corazón. Quería hacerlo, pero a la vez no. La casa estaba demasiado llena, y era precisamente eso lo que me daba alas y a la vez me encadenaba al suelo.
Su corazón, que se iba calmando poco a poco, cuando la acción iba alejándose en el tiempo y la memoria, terminó adormilándome. Él seguía dándole vueltas a mi sujetador, pensativo. Esperaba que estuviera buscando una solución para el problema que Alba y yo habíamos planteado al no ponernos a pensar en las consecuencias de traer a los chicos a un país cuyo idioma no dominaban y pretender soltarlos en la jungla que podía llegar a ser una discoteca. Sólo que, claro, ellos eran One Direction. La gente debería ser benigna con ellos. La gente lo sería, porque nadie podía ser malo con ellos. Bueno, excepto sus mánagers. Pero ellos no contaban.
-¿En qué piensas?-inquirí, distraída, mirando el baile demencial de mi sostén en el aire, sobre su dedo. Le tuve envidia, no sabía cómo, a mi propia roja, por estar tan pegada a él.
-En lo que vamos a hacer-susurró. No me había equivocado-. Y creo que tengo una vaga idea, pero no sé si te va a gustar.
-Dímela.
-No sé si te va a gustar-insistió, como si estuviera pensando en traerse a diez putas a casa y repartírselas entre los chicos mientras las chicas nos sentábamos en el salón a jugar a las palmas, o algo así.
-Venga, amor-le animé, besándole el pecho. Cerró los ojos. Le encantaba cuando hacía eso, y a mí me encantaba  hacerlo.
-¿Dónde he tenido las fiestas más salvajes?
Estuve a punto de contestarle sin vacilar con el nombre de su ciudad natal, pero luego me retuve. La primera vez que estuve en Doncaster Louis no había llegado a emborracharse como se habría emborrachado en otras ocasiones en las que yo no estaba.
-Hace menos de siete meses que te conozco, Louis.
-Y aun así te abres de piernas con más facilidad que nadie-espetó, sonriendo a mi sujetador y alzándole las cejas, igual que a un compañero de chistes. Le pegué en el pecho con el puño, molesta.
-Cállate.
-¿No te vas a poner roja?-inquirió. Ése era el Louis del que me había enamorado en los vídeo diarios, el mismo que me había atraído desde la primera vez. Ése era uno de muchos, y no podría elegirlo sobre los demás, pues todos eran mis favoritos.
-No-protesté, sacándole la lengua. Chasqueó la suya y negó con la cabeza.
-Jo, yo quería que te pusieras roja.
-Más suerte la próxima vez.
-¿Cuando te dé besos más íntimos que los normales?
-¡Subnormal!-repliqué, notando cómo mis mejillas ardían, dándole lo que él quería y arrebatándomelo a mí misma. Me odié por controlarme tan poco y por ser tan fácil de manejar. Pero, claro, no contaba con una cosa: era él quien tiraba de los hilos. Yo no podía evitar ser una marioneta si él era el titiritero que me movía a su antojo.
Me acarició los lumbares, obligándome a reprimir un gemido. Cabrón, lo estaba haciendo a posta. Disfrutaba con mi sufrimiento porque no podía desmelenarme más de lo que yo disfrutaba de sus caricias (que, desde luego, no era poco).
Le hice una mueca de fastidio y él hizo pucheros.
-¿Quieres que llore, de paso?-pregunté,  sonriéndole. La luz de la lámpara le daba directamente en la cara, por lo que tenía los ojos entrecerrados, a pesar de lo que era capaz de ver el brillo que había en ellos.
-Estaría bien-susurró, mordiéndose el labio mientras su mano me alcanzaba el culo y me lo apretaba lenta, muy lentamente. Suspiré.
-Lo estás haciendo a propósito.
-¿Cuándo hago yo algo sin segundas intenciones?
-Respiras-le recordé, inclinando la cabeza hacia un lado, gateando hasta ponerme sobre él, sentándome en su cintura y dejando que el pelo me cayera en cascada a un lado de la cara.
-Sólo porque lo necesito para seguir destrozándote los ovarios.
Me eché a reír a carcajada limpia: la cabeza hacia atrás, los hombros relajados, los ojos cerrados y la boca totalmente abierta, intentando que la risa saliera de mí a borbotones.
-¿Me vas a contar tu idea o no?
Sonrió al techo, tirando de mí para que volviera a tumbarme sobre él. Le arrebaté el sujetador y lo coloqué a nuestro lado en la cama, mientras indagaba qué oscura idea habría dado a luz la retorcida mente de mi novio.
-Bueno, había pensado que podríamos irnos un poco lejos de aquí...
Oh, Dios. ¿No me estaría proponiendo ir a Nueva York? Seguramente mis padres no me dejarían, tendría que irme a escondidas, arriesgándome a una paliza aún mayor de la que me esperaba después de que se enteraran (desde luego, no por mí) de mi falso fin de semana a solas con Louis.
Sabía de sobra de la fama que tenía Nueva York en cuanto a festivales de fin de año se refería. Según tenía entendido, en todas las partes del mundo la gente se besaba en el momento en que la bola de Times Square así lo dictaba, no importaba que el año hubiera comenzado unas horas antes o aún no lo hubiera hecho en otros lugares, como la fabulosa costa Oeste del propio país. Y era muy típico de las parejas de enamorados que acababan de empezar ese año besarse allí, bajo la bola, pero... No estaba segura de poder prepararlo todo para llegar a  Nueva York, y todo eso. Además, en realidad no me apetecía mucho. Quería comer las uvas. El año pasado las había comido todas, por primera vez en mi vida, y no me había ido para nada mal. Tragué saliva y levanté la mirada, pero él seguía con los ojos en el techo.
-¿Dónde es lejos?
-No saldríamos de España.
Explícame eso, Tommo, porque si quieres ir a Nueva York, tienes que salir de España.
-¿A dónde quieres ir?-espeté, confundida, frunciendo el ceño e incorporándome lo justo para  poder mirarlo. Sus ojos bajaron hasta mí.
-Ibiza-susurró con un hilo de voz. Mi ceño fruncido se acentuó aún más, abrí la boca, intentando encontrar algo coherente que contestarle y, al no conseguirlo, volviendo a cerrarla.
Dios, Pachá era enorme, según me habían dicho, y seguro que a alguien a quien le gustaran las discotecas le parecería el paraíso en la tierra y pasaría allí una de las mejores noches de su vida, pero yo... precisamente yo... Louis me había escogido mal en ese sentido: de todas las españolas que tenía para elegir, de las tres que conocía mejor, había elegido justo a la que no soportaba estar metida más de dos horas en una discoteca.
Me encogí de hombros. Bueno, era una opción, y yo tendría mis uvas, la ayuda necesaria para mantener mi relación con mi novio un año más. Porque sería cuestión de suerte que Louis siguiera aguantándome a mí, con todos mis defectos, y no se largara con una modelo ultra perfecta que fuera mejor que yo en la cama.
Me senté en la mía y me pasé una mano por el pelo, mirando la persiana cerrada. Noté su preocupación en cuanto también él se incorporó, pasándome un brazo por los hombros.
-¿No te apetece?
Me encogí de hombros.
-No es lo que había planeado, pero... podría estar bien.
-¿Qué tenías pensado?
Louis y su puñetera facilidad para hacerme preguntas que me desarmaran totalmente. Estaba claro que alguien, algún ser supremo, le había dado esa capacidad hacía tiempo, y que no estaba dispuesto a renunciar a ella.
-Nada-murmuré con un hilo de voz.
-¿Nada?-insistió él, pasándome un dedo abrasador por la mandíbula y obligándome a cerrar los ojos, presa de las corrientes eléctricas que activaban todo mi cuerpo, recordándome quién era él, quién era yo, quienes éramos los dos juntos, qué éramos los dos juntos.
-Supongo que algo más tranquilo...-susurré, enredando con mi anillo, huyendo de su mirada. En cuanto aquel mar de su cara me encontrara, me dejaría hundir en sus profundidades. Tenía que convencerlo a él antes de que fuera al revés, pero no tenía ni idea de cómo hacerlo.
-Eri, Eri, Eri-se rió, besándome el pelo, el cuello, subiendo hasta mi oreja, dejándola a varios centímetros de su boca-. ¿Cuándo aprenderás que a nosotros nos va la marcha?
-Tal vez necesito que me enseñes-repliqué, en absoluto irónica o coqueta, pero él pensó que le estaba tirando los tejos descaradamente.
-¿Como con el sexo?
Me estremecí de placer cuando su dedo bajó por mi espina dorsal. Me mordí el labio y él siguió besándome despacio.
-Sí, como con el sexo.
-Entonces lo voy a tener fácil.
Me habría gustado que me tumbara sobre la cama, me quitara la ropa y me hiciera mía, pero los chicos se pusieron a gritar como locos en el salón y Alba a reírse a carcajadas. Mi novio, como llamado por alguien a quien sólo él oía, miró en dirección a la puerta y tragó saliva, dejando su sensual tortura para más adelante.
Pasó una mano por la cama y sonrió misteriosamente cuando encontró algo que yo no había notado antes.
-No lo habéis arreglado-se rió, apretando la parte del colchón bajo la cual se escondía la barra que nos habíamos cargado en una de nuestras noches de pasión. Negué con la cabeza, divertida.
-¿Cómo le explico a mi padre que he roto la cama? ¿Le cuento detalles de mi vida sexual o sólo le digo que estábamos haciéndolo salvajemente?
-No me digas que no fue bestial lo de aquella vez-negó con la cabeza, divertido. Su pelo bailó sobre ella, pero no lo suficiente como para afectarlo, en absoluto. Yo misma se lo revolví.
-Lo fue. Pero no lo vamos a repetir.
-Ya veremos-replicó, levantándose y obligándome a mí a ponerme de pie. Entrelazó su mano con la mía y prácticamente me arrastró fuera de la habitación. Mientras yo cerraba la puerta, inquirió:
-¿Se lo digo a los chicos?
Noté cierta reticencia en su voz porque sabía que a mí no me iba a hacer ni puñetera gracia que soltara el bombazo sin discutirlo primero. Los chicos se emocionarían y a mí no me quedaría otra que asentir y sonreír, como la perfecta novia que está de acuerdo en todo, la novia que Lou se merecía. Me encogí de hombros.
-Como quieras, Louis-repliqué. Bufó, tiró de mí y me pegó contra su pecho.
-No te pongas de morros.
-No me pongo de morros. Pero es que es muy precipitado.
-Y venir a tu país sin tener nada decidido no lo es, ¿verdad?
Negó con la cabeza, besándome el pelo, pero el ser orgulloso que habitaba en mí no pudo evitar sentir que estábamos guerreando y él había ganado la última batalla. La verdad, no sabía de qué me extrañaba. Él siempre se las apañaba para ganar, tarde o temprano.
Más tarde me daría cuenta de que aquél abrazo era más una manera de marcar territorio que la forma de no hacerme sentir que había perdido una discusión que ni siquiera había tenido lugar. Y es que el póster de Taylor que adornaba mi puerta clavaba sus ojos en nosotros como si le doliera realmente vernos tan juntos y acaramelados.
Me besó la frente y me llevó hasta el salón. Expuso su teoría a los demás chicos, que le escucharon en silencio: podríamos cenar con nuestras familias temprano y coger un avión a Ibiza para pasarlo en grande esa noche, el problema sería conseguir las entradas, pero ya se nos ocurriría algo. Alba frunció el ceño, hundiendo sus dedos en el pelaje de su bola de pelo preferida, y clavó la vista en mí cuando Louis comentó algo de bailar hasta el amanecer, pasarse toda la vida, hasta que los pies no pudieran más y tuviéramos los huesos molidos...
Yo sólo esperaba que hubiera un DJ decente en Pachá, uno del estilo de David Guetta, no de esos que se dedicaban a poner el asqueroso reggaeton para que te convirtieras en una perra en celo y te frotaras contra todo bicho que se moviera y ,supusieras, tuviera polla.
Me limité a cruzarme de brazos y sostenerle la mirada mientras Louis seguía exponiendo su plan perfecto. Alba dejó a Arena en el suelo, pensativa, y salió del salón, esperando que yo fuera detrás de ella. Pero no lo hice. Me quedé allí plantada, escuchando cómo los demás le daban la razón a Louis, mientras pensaba que yo lo único que quería era un fin de año tranquilito con el grupo de gente con el que más cómoda me sentía, a quien yo más quería. Suspiré, me froté la cara y murmuré una confirmación cuando todas las mirabas se centraron en mí, preguntando en silencio si podríamos hacer aquello. Y es que, a veces, sin yo pretenderlo y sin que nadie hiciera nada porque la cosa fuera así, recuperaba el papel de madre del grupo.
Harry desbloqueó su teléfono, que descansaba sobre sus rodillas, y miró algo en la pantalla. Liam se inclinó hacia él, intentando echar un vistazo por encima de los enormes hombros del más pequeño de los chicos, y sonrió.
-¿Noemí?-pregunté, arrepintiéndome al instante de hacerlo, pues el semblante de Hazza se ensombreció.
-No, estaba mirando si quedaban entradas o algo así.
-¿Y quedan?-inquirió Louis, asumiendo el papel de encargado de distraer a Harry y recuperar su sonrisa llena de hoyuelos.
-Sí-murmuró. Louis se sentó a su lado y miró el teléfono. A pesar de que yo no lo quería, terminé inclinándome también para ver qué había en aquella pantalla.
Y una sonrisa me cruzó la cara cuando vi que sólo había siete entradas. No iríamos. O podría quedarme fuera y hacerle chantaje a Lou para que se quedara con...
Sacudí la cabeza despacio. No, no era tan cabrona. Me quedaría en el hotel, no habría problema, pero lo que contaba era que Louis se lo pasara bien. Lo había sacado de casa a pesar de que él no estaba acostumbrado a estar tan lejos de su familia en una fecha tan importante, ¿y ahora quería tenerlo encerrado en una habitación de un hotel? Así me odiaría, no más que yo a mí misma. Y no se merecía aquello.
Alba llegó con un paquete de patatas fritas, que le tendió a Niall. El irlandés lo aceptó, mirándonos pensativo, mientras Victoria jugaba con su pelo azabache, enredando sus dedos cual peine, con la cabeza apoyada en el hombro de su novio. Negó con la cabeza cuando Niall le ofreció una patata, y recogió a Arena del suelo. Parecía preocupada.
-¿Qué pasa?
Vaya, parecía que en Gales tenían buen sentido de la comprensión de los demás.
Negué con la cabeza.
-No hay entradas suficientes.
-Mira en otro sitio, Haz. Siempre quedan algunas libres-le instó Zayn, que pensé que no nos estaba escuchando, pues tenía los auriculares puestos y había cerrado los ojos. Desde que se había sentado en el sofá apenas se había movido, lo que me había llevado a pensar que estaba durmiendo como un bendito.
-Y si no, nos colamos. No sería la primera vez que me cuelo en una discoteca.
Liam frunció el ceño.
-¿Estás hablando en serio?
-Tranquilo, Liam, a ti te compramos entrada, no vaya a ser que Dios se enfade contigo y no te deje entrar en el cielo-se burló Louis, alzando las manos. Me mordí el labio, observando al conejo. Estuve a punto de sentarme en el suelo, pero me contuve a mitad de camino de los impulsos nerviosos. Si me sentaba en un sitio que me dejara más baja que los demás, sería casi como estar sometida a ellos, y no. Estaba decidida a luchar por la fiesta que yo quería, pasara lo que pasara.
Me senté en el reposa brazos libre, al lado de Niall, y metí la mano en la bolsa, en busca de unas patatas. Niall bufó cuando le robé comida, pero no dijo nada más. Victoria lo tranquilizaba de una manera que nadie lo había hecho antes. La chica era buena para él.
Y, justamente mientras todos teníamos la vista clavada en la pantalla del teléfono de Harry, un mensaje de Noemí atrapó la atención de este.
Amor, lo siento, no voy a poder estar en fin de año contigo. Mis abuelos de León han invitado a toda mi familia a ir y mi madre dice que no me lo pierdo ni de coña. Te echo de menos. Lo siento, cielo. Te quiero.
El interpelado tragó saliva, y miró a Louis.
-Te lo dije. Hay otro. Lo sabía. Seguro que va a estar con él.
Y todos explotamos en un cúmulo de gente que intentaba, sin éxito, devolverle la sonrisa a Harry Styles, el de los hoyuelos, el rizoso de One Direction.
Casi me daban ganas de darle una bofetada a Harry, o algo. Noe sólo tenía ojos para él, ¿cómo pensaba que podría haber otra? Aquello no podía ser posible, ni siquiera en el mayor de los sueños, donde cualquier tontería se convertía en realidad.
Una vez el pequeño se hartó de dejar fluir la rabia que tenía dentro por su cuerpo hacia afuera, y se hubo calmado, Liam declaró que era hora de ir a dormir. Y todos empezamos a bostezar, queriendo confirmar aquello.
Victoria frunció el ceño cuando los chicos empezaron a discutir sobre quién se iba a quedar a dormir en el sofá, aunque la solución parecía lógica: Harry y Zayn estaban sin pareja, por lo que lo tendrían más fácil para compartir lugar de descanso.
Carraspeó y todos se la quedaron mirando, pensativos, cuando se aclaró la voz y murmuró:
-¿Y si las chicas dormimos las tres en una cama y vosotros os repartís las otras dos?
Ni Alba ni yo habíamos pensado en que en ninguna casa habría camas suficientes para los demás, por lo que lo de los sofás nos había cogido tan desprevenidas que no nos había dado tiempo a pensar en otras alternativas. Louis se cruzó de brazos, a medio grito con Liam, y me miró directamente a mí, como pidiéndome permiso. ¡Ah! ¿Ahora me pides permiso?
Me encogí de hombros a pesar de ver en sus ojos que sabía que no iba a dormir nada si yo no me metía en la cama con él. Podía dormir sin mí, yo terminaba arreglándomelas para echar una cabezadita cuando él no estaba en el mismo edificio que yo, pero el problema llegaba cuando los dos compartíamos casa. Entonces necesitábamos desesperadamente dormir el uno con el otro.
Bueno, me dije, siempre hay una primera vez para todo. Vas a ir a la discoteca y estar allí encerrada toda la noche, así que podrás dormir sin Louis. Tendrás que hacerlo.
Sus ojos no se apartaban de mí, pero yo me negaba a mirarlo. Aún me duraba un poco el enfado porque hubiera sugerido algo que sabía que a mí no me iba a hacer ni ilusión ni gracia, y no estaba preparada para perdonarlo aún... pero tampoco para tener una bronca de las legendarias con el resto de los chicos en casa, y en un espacio tan reducido, la cosa no iba bien. Además, ahora estaba en mi terreno, y tenía miedo de crecerme precisamente por eso y terminar haciendo algo de lo que arrepentirme.
Los chicos se miraban entre ellos, pensativos, aprovechando ese momento de escasa intimidad en la que podían comunicarse los unos con los otros sin necesidad de nada más, tan sólo con miradas que lo decían todo, ojos que transmitían palabras mejor que las bocas.
Harry asintió con la cabeza. Total, en la parte mala, iba a dormir en el sofá, así que casi era preferible que compartiera cama con otro de los chicos, o con dos.
-¿Entraremos en la cama de Eri?-preguntó Alba, que era la que menos convencida se mostraba con aquello. Entrecerré los ojos cuando la miré, pensativa. Seguramente sí, entraríamos. Pero, ¡claro! La muchacha no quería dormir conmigo y con Victoria. ¿Quién nos elegiría a la galesa y a mí si la otra opción era Liam Payne? Ni yo misma lo haría, francamente.
-Sí que cabéis. De sobra-murmuró Louis, pasándose el dedo pulgar por la mandíbula. Ah, bien, ahora se hacía el ofendido. Íbamos mejorando.
-De sobra, no, pero cabemos-asentí. No estaba para una guerra abierta: ya lo pondría en su sitio cuando estuviéramos solos, no allí. A mí no me gustaba tener público, a pesar de que a él le beneficiaba porque era de lo que más le satisfacía en la vida; que vieran cómo tenía razón era algo que le causaba casi tanto placer como tenerla, simplemente. Cerré los ojos y suspiré.
Además, seguramente los chicos harían piña y me atacarían a mí. No iba a tener aliados. Mejor quedarnos  tranquilos esa noche.
Crucé los brazos, alcé las cejas y dije que me iba a la cama ya. Me metí en la habitación, cerré la puerta y me apoyé con la espalda en ella. Me fui deslizando lentamente hacia abajo, sintiendo cómo le papel de los pósters que tenía allí pegados se rasgaba mientras yo bajaba. Me tapé la cara con las manos.
Iban a meterme en Pachá, estaba segura. O, peor aún, iban a dejarme en el hotel mientras ellos se lo pasaban genial, y yo me veía  obligada a ver cualquier canal de mierda con el típico programa de Nochevieja al que nadie le hacía caso, pues todos los hogares estaban llenos a rebosar de gente que disfrutaba de la última noche del año entre risas que tapaban el volumen de la televisión.
Tenía que haberlo pensado antes, joder. Era culpa mía, sólo mía. Si me hubiera dado cuenta del problema antes de que éste me absorbiera por completo, tal vez la situación sería diferente. No. Tal vez, no. Seguro. Y los chicos no estarían a la que saltaba porque los habíamos separado de sus familias.
Abrí los ojos de golpe en la oscuridad de la habitación, y los clavé en la poca luz que se colaba por la parte de arriba de la persiana, la que yo nunca dejaba sin cerrar. La sensación de la oscuridad envolviéndome mientras me dormía, como una cárcel, era superior a mí y al pájaro que llevaba dentro. Claro. Seguro que Louis llevaba varios días dándole vueltas a cómo hacernos volver a Inglaterra, e Ibiza era la excusa perfecta. Me conocía lo suficiente como para saber que buscaría mil y una formas distintas de poder escabullirme del plan, y que incluso llegaría a sugerir lo que, por un segundo, había cruzado mi mente. Volver a su país y montar algo rápidamente, en plan de emergencias, a contrarreloj.
Me picaban los ojos. Si quería quedarse en casa, sólo tenía que decirlo, y yo... bueno, ya vería lo que hacía. Quería pasar el cambio de año con él, pero no estaba dispuesta a dejar a mi familia, y los aviones no iban a llegar a tiempo, y seguramente nos pasaríamos media noche en el aeropuerto, si es que había vuelos a esas horas...
Me levanté tambaleándome y abrí el cajón donde metía los pijamas. Estaba decidida a no llorar, así que me centré en embutirme dentro del pijama rosa con los personajes de Disney en versión bebé mientras estudiaba a fondo los mini Plutos, Minnies y Mickeys que poblaban mi pantalón.
Encendí la luz de la mesilla de noche, aparté la colcha y me metí dentro de la cama, poniendo especial cuidado en no remover demasiado las mantas. Dado que no me iba a poder acurrucar a ningún cuerpo cálido y suave esa noche, tenía que procurarme una buena estufa de sustitución.
Se abrió la puerta antes de que yo apagara la luz. Alba y Louis entraron, Liam ya se había despedido de ella antes de abrirla. La había oído.
-¿Os dejo solos un momento?-inquirió Alba.
Deseé que lo hiciera, pero ambos negamos con la cabeza, yo movida por el encogimiento de hombros de Louis. Estaba tejiendo su plan y ejecutándolo a la perfección, el muy cabrón. Cada vez estaba más segura de que había repetido curso porque no le había dado la gana hacer nada  cuando debía haberlo hecho, pues inteligencia, lo que se dice inteligencia, no le faltaba.
Mi novio se inclinó hacia mí y me besó la frente. Le acaricié despacio el cuello mientras se incorporaba, murmuró un buenas noches, y salió en silencio, tal y como había entrado.
Alba se desnudó y se puso un pijama azul claro. Se metió en la cama conmigo en silencio, en la parte más estrecha, me dio la espalda, y se despidió con un suave buenas noches. Le contesté con un bufido, callándome el serán buenas para ti, hija de mi vida.
A la media hora, o así, entró Victoria en la habitación, que era seguramente la que más había disfrutado de su noche. Entre las pestañas pude ver cómo Niall la tomaba de la cintura, la besaba apasionadamente y dejaba que sus manos bajaran hasta su culo. Victoria se echó a reír en su boca, le respondió dándole una palmada y echándolo rápidamente, no fuéramos a despertarnos. De no haber estado fingiendo que dormía, incluso habría negado con la  cabeza y puesto los ojos en blanco. Tenían que acostarse ya. El sexo era una de las armas que los chicos utilizaban para controlarnos, pero muchas veces les salía mal y terminábamos consiguiendo lo que nosotras queríamos en la cama... además de ser un buen chantaje, eso sin lugar a dudas.
Vic se quitó la ropa, se puso su pijama, más corto que el nuestro (para algo nos llevaba un par de años), se hizo una coleta, dejando que su pelo azabache se bamboleara a su espalda cual látigo nocturno, sacó las mantas y se metió en la cama a mi lado, poniendo mucho cuidado de no tocarme para no despertarme. Me tocó, y estaba helada. Procuré no dar ningún brinco, pero sí me permití fruncir el ceño (aunque no me lo hubiera permitido, lo habría hecho igual). Victoria se quedó quieta un segundo, escuchando mi respiración, y se giró a apagar la luz.
Estaba completamente segura de que, a los cinco minutos, ya estaba dormida.
Me pasé toda la tarde dando vueltas, pensando qué iba a hacer yo en Ibiza. No se me daba bien el papel de mala de la película, estaba cansada de desempeñarlo, y gastaba mucho el autoestima.
Yo no pintaba nada en una discoteca, no se me daba bien bailar, no tenía ritmo, y la música no me gustaba. Estaba todo en su contra.
No pegué ojo, y, por culpa del cansancio, me imaginaba cosas. Veía sombras moviéndose en la oscuridad, escuchaba pasos de un lado a otro del pasillo, me imaginaba manos posándose sobre el pomo de la puerta y dudando si debían girarlo y entrar o no... un desastre, y aquello iba a notarlo mi cabeza muy pronto. Justo en los momentos en que más necesitaba dormir, menos por la labor parecía Morfeo por ir a buscarme. Joder, amaba esa sensación de cansancio infinito.
Mentiría si dijera que no me había pasado varias horas contando ovejas y que había terminado desistiendo cuando llegué a cifras tan grandes en las que me perdía. Nadie tenía un rebaño de doscientas cuarenta y cinco mil setecientas sesenta y tres ovejas. Ni siquiera había tantas ovejas en el mundo, estaba segura.
Me levanté en cuanto noté los primeros rayos de luz del sol colarse por la ventana, tomando el relevo de las farolas. Me arrastré por la cama, haciendo el menor ruido posible, y salté. Casi me retorcí el tobillo al aterrizar en el suelo. Me senté allí, con las piernas cruzadas, y esperé a que mis compañeras recuperaran el ritmo de sus respiraciones. Me calcé las zapatillas y abrí la puerta despacio, muy despacio. Ni siquiera fui al baño, nadie iba a estar despierto a esas horas y, si lo estaba, no iba a poder fijarse en mi aspecto desaliñado.
Fruncí el ceño y recordé las familias completas de los chicos cuando observé que se habían dejado la luz del salón encendida. Bah, así no tendría que encender la luz mientras leía.
Acercándome despacio, como una pantera cazadora, alcancé la zona bañada por la luz... y vi la tele encendida. Alguien jugaba a la consola.
Me asomé y me quedé mirando al chico que estaba tumbado cuan largo era en el sofá, moviendo pulgares hábilmente mientras obligaba al personaje del juego a escalar lo más arriba posible de la torre, escapando de un perseguidor.
Tomé asiento en el sofá de al lado de él. El chaval estaba tan concentrado en el juego que ni se inmutó. Por el gorro que le cubría la cabeza, primero pensé que era Harry. Luego, más tarde, reconocí aquellas manos que tantas veces habían recorrido mi cuerpo desnudo y tan tiernas caricias me habían dado.
-¿No podías dormir?-inquirí. Louis pasó olímpicamente del juego, movió la cabeza y clavó sus ojos azulísimos en mí. Líneas rojas conectaban su piel con el mar de aquellos dos luceros, y las gafas que llevaba puestas reflejaban mi semblante en cierta medida, pero no lo suficiente como para que no pudiera verlo.
-No he pegado ojo en toda la noche.
-Yo tampoco-susurré, revolviendo en la mochila que había dejado apartada convenientemente en un rinconcito del salón.
Asintió con la  cabeza y volvió a centrar su atención en la pantalla.
-Estás preocupada-murmuró sin mirarme, sacando la espada y apuñalando por detrás a un hombre que se desplomó a los pies de su personaje. Asentí con la cabeza, masajeándome el cuello y luchando contra mis rizos rebeldes que, a pesar de que aquella noche no había sido para nada usual, se negaban a darme un respiro. Todos los demás dormían... era aún temprano, muy temprano. Debería estar en la cama, durmiendo.
-No te rayes-me pidió él, poniendo el juego en pausa y dejando a su personaje en el aire en mitad de un salto. Se incorporó y se me quedó mirando. Me estudió de arriba a abajo, mientras yo no podía apartar la vista de su cara, de los mechones de pelo que le asomaban por el gorro... y lo comprendí. Él había estado despierto toda la noche, había sido él el que se había tirado media hora de un lado a otro del pasillo, había sido él el que había estado a punto de abrir la puerta de mi habitación...
Se sentó a mi lado y yo no hice nada por apartarme. A pesar de que estuviera decidido a salirse con la suya (como siempre), yo seguía amándolo con todo mi corazón.
-¿Cómo quieres que no me raye?-repliqué, pasándome una mano por el pelo en un gesto adquirido de él-. Si Nochevieja va a ser un desastre...
-Eso no lo sabes. Todavía no ha pasado. Vive el ahora, porque lo demás es todo incierto.
Esa cita a su propia biografía de Twitter me sacó una sonrisa.
-Eres bobo.
Sonrió, acercándose a mí.
-Tú no te preocupes. Va a salir todo bien.
-Sí. Porque no me pienso meter en esa discoteca.
-Tú misma-se encogió de hombros-. Una entrada que nos ahorramos.
-¿Una? Somos ocho, Louis, y había siete disponibles. En el supuesto de que estén aún las siete en venta, no ahorraréis nada.
-Entrarán seis.
Parpadeé.
-Tú suspendiste Matemáticas, ¿a que sí?
-No voy a entrar sin ti, nena.
Me quedé a cuadros, mirándolo. Alzó las cejas y levantó las comisuras del labio, igual que hacía Leonardo DiCaprio en Titanic. Noté cómo me sonrojaba lentamente.
-Pero...
-Eh-me levantó la barbilla, obligándome a mirarlo a los ojos-. Sé que no estás segura, que tienes miedo, pero, ¿sabes? No voy a dejar que te caigas. Te cogeré cuando no puedas alzar el vuelo.
Me sentí una completa estúpida por haber pensado tan mal de él.
-Entonces... ¿no es por volver a Inglaterra?-inquirí; las mejillas me ardían cada vez más. Negó con la cabeza, divertido. Seguro que se le había ocurrido que yo habría pensado eso.
-No, nena. Ya sabes que si quiero algo, voy a por ello, y punto. Directamente.
Cerré los ojos, dejándome llevar por su voz. Sus labios acariciaron los míos.
-Además, Ibiza te gustará. En Pachá ponen música decente. No como los antros en los que nos metéis cuando nos traéis aquí.
-¿A ti tampoco te gustan?
-Yo tengo buen gusto, tía-replicó, fingiéndose ofendido-. Mira qué novia tengo.
-Tampoco es para tanto.
-¿QUE MIRANDA KERR NO ES PARA TANTO?
Le di un manotazo mientras se echaba a reír; despertando a toda la casa.
-¿Qué perra te ha dado ahora con Miranda Kerr?
-Es que vi el otro día un reportaje. Y me he enamorado.
Se me escapó una risa sarcástica.
-No hay quien te aguante, Lou, en serio.
-Puede-se encogió de hombros, sacando el teléfono del bolsillo-. Entonces, ¿no vamos a Pachá?
No tenía derecho a monopolizarlo una de las noches más movidas del año. Y en el fondo, muy en el fondo, una parte de mí tenía curiosidad por ver qué pasaba en una de las discotecas más importantes del mundo.
-No...-suspiré. Al final siempre conseguía lo que quería, pero la manera en que lo conseguía-. Está bien, entraremos en Pachá juntos-puse los ojos en blanco, negando con la cabeza-. Eres un cabrón.
-Ya-replicó, inclinándose a besarme y luego tecleando rápidamente.
Estuvimos toda la mañana haciéndonos carantoñas, mimándonos en la escasa intimidad que teníamos momentáneamente, hasta que los demás se levantaron.
Liam y Alba, como movidos por un impulso lujurioso, se metieron en el baño e hicieron temblar las  paredes de mi casa mientras se duchaban. Victoria parecía un tomate mientras los escuchaba, tanto, que Niall tuvo que sacarla de allí para que no reventara de la vergüenza. Louis y yo decidimos quedarnos, dispuestos a preparar la última noche de 2012, mientras Zayn terminaba de completar la partida que mi novio había empezado por la noche. Y Harry desapareció en mitad de la mañana, movido por un impulso que nadie logró identificar, diciendo que luego volvía, en una media hora, o en una hora como mucho.
Empezó a llover, y a los diez minutos Victoria y Niall llamaron a la puerta, empapados. Vic casi no podía mirar a los ojos a Alba, cuando debería ser al revés, pero las que eran decentes para una cosa, lo eran para todo, y las que no lo éramos... bueno, no lo éramos.
Me asomé a la ventana, preguntándome dónde se habría metido Harry, preocupada por el chaparrón que estaba cayendo.
Cuando pasaron dos horas de su salida, convencí a los chicos para salir a por él. Miramos en todas partes de mi edificio, rastreamos todo el parque, pero no conseguimos encontrarlo. Terminamos separándonos, una pareja cubierta con gorras y capuchas para que no les reconocieran tomaba una dirección distinta a las demás.
Al borde de la desesperación, busqué cogí el teléfono de Noemí y lo marqué, pero no daba señal. Maldiciendo por lo bajo mientras Louis no apartaba la vista de un grupo de chicas, cuya existencia no habíamos previsto, pues era demasiado pronto y hacía demasiado frío, no le quitaba el ojo de encima. Él sacó su móvil y fingió mirar algo. No quería hablar para que no lo reconocieran con la voz.
Me vibró el móvil en la mano justo cuando lo estaba guardando. Respondí sin mirar.
-¿Noemí? ¿Dónde te metes?
-¿Eri?-replicó una voz al otro lado de la línea, una voz de chico... Zayn.
-¿Zayn? ¿Qué pasa?
-Lo tenemos-y nos dijo dónde estaba. Minutos después, llegábamos corriendo: éramos los últimos, porque éramos los que más lejos habíamos ido a buscarlo. Se había metido entre unos árboles del parque de debajo  de mi casa, guarecido de las miradas indiscretas pero no de la lluvia.
Levantó la vista y los miró a todos uno por uno, sin mirarnos a las chicas. Por fin, anunció:
-He ido a ver a Noe.
Alba me miró a mí, yo miré a Alba. ¿Lo habían dejado?
-¿Y?-le animó Liam. Niall se mordía las uñas.
-No estaba en casa.
Suspiramos, aliviados.
-Entonces, ¿cuál es el problema? Seguramente ya se haya ido con sus padres a...
-No. Sus padre estaban allí. La que no estaba era ella.
Volví a mirar a Alba,que bajó la vista, pensativa.
-¿Sabes algo?
-No.
-¿Seguro?
-¡SÍ!
-¿DÓNDE ESTÁ?-bramé en mi lengua, sin importarme que estuviéramos en medio de la calle.
-¡NO LO SÉ!
-¡SÍ QUE LO SABES! ¡¿DÓNDE SE ESCONDE?!
-¿Cuánto lleva fuera?-preguntó Louis, llamando a la calma.
Harry apretó los puños.
-Tres semanas.
-Qué hija de puta-replicó rápidamente Zayn.
Eché cuentas mucho más despacio de lo que lo hizo el moreno.
Había ido a clase todos los días, nadie había sospechado nada. Todos pensábamos que llevaba en casa el mismo tiempo que nosotras. Y que, cuando se iba a Cantabria los fines de semana, en realidad se iba allí de verdad. Pero no.
La muy cabrona había vuelto a Nueva York.
Y la muy cabrona, seguramente, no se había movido de Nueva York.

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