domingo, 27 de octubre de 2013

De Louis.

Sabes cuándo alguien es el amor de tu vida cuando estás dispuesto a cualquier cosa con tal de que ella esté cómoda, contenta, a gusto, feliz, y su felicidad, su boca curvándose en la sonrisa más preciosa y auténtica de todas, te hace la criatura más dichosa de la tierra.
Por supuesto, no sabes que alguien es el amor de tu vida nada más conocerlo. Cuando la conocí, supe que iba a ser alguien especial, alguien que cambiaría el rumbo de mi existencia, dándole un giro de 360 grados, mostrándome algo que yo nunca habría visto de otro modo.
Pero fue después de la boda de Liam y Alba cuando me di cuenta de hasta qué punto llegaba mi amor por ella. No fue cuando rompimos y yo me sumí en un pozo negro. No fue cuando se me rompió el corazón cuando me dijeron que había muerto. No fue cuando mis pulmones volvieron a llenarse de aire al verla otra vez allí, de pie frente a mí, en casa, ni cuando me odié a mí mismo, cada poro de mi piel me odiaba con todas sus fuerzas, porque había intentado quitarse la vida por mi culpa.
Sabía que la amaba.
Sospechaba que era el amor de mi vida.
Pero cuando realmente lo supe fue en aquel instante.
Llegamos a casa, y apenas abrí la puerta, se colgó de mis hombros y suspiró. Se arrancó los tacones con los pies, los lanzó lejos de una patada al aire, me besó en los labios y, sin mediar palabra, caminó escaleras arriba como un alma en pena. Yo suspiré, atontado por el alcohol, y fui a la cocina a beber un vaso de agua. Noté cambios en mi interior cuando, en lugar de subir las escaleras y pensar que ya lo recogería todo mañana, decidí quitar los zapatos para que ella no los recogiera al día siguiente, cuando se levantaría agotada, y seguramente de mal humor. 
Así que cogí sus zapatos de tacón, me descalcé los míos sin desanudar los cordones, y los guardé. Luego, con los pies descalzos, subí sigilosamente las escaleras.
Abrí la puerta de la habitación, y me la encontré allí tirada, encima de la cama, respirando suavemente. 
-Eri-dije. No me respondió, tal y como sospechaba. Me encogí de hombros, me quité la ropa hasta quedarme en calzoncillos, me puse los pantalones del pijama y me fui al baño a terminar de asearme. Volví a la habitación sin apenas hacer ruido, lo cual era todo un logro en mí.
-Eri-repetí. Ella se revolvió-. Eri, mi amor, tienes que quitarte el vestido.
-Ñía-replicó ella, acurrucándose contra la almohada.
-Vamos, nena, vas a dormir muy mal-dije yo, poniéndole una mano en la espalda y besándole la frente-. Yo ya me he puesto el pijama. Te he reservado la camiseta, como a ti te gusta.
-Ñe-se limitó a contestar.
Como vi que aquello iba para rato, me puse la camiseta, me senté en la cama y me la quedé mirando. Estaba dejando una pequeña mancha de pintalabios en la sábana; nada que no pudiera quitarse con un par de lavados. La sábana era lo que menos me preocupaba en ese momento.
La conocía demasiado bien como para saber que mañana por la mañana se pondría histérica porque estaría horrible (según ella) y yo no querría mirarla (según ella) y me daría asco (según ella) (la pobre tenía trastornos mentales muy serios, pero, ¿qué íbamos a hacerle? Yo la quería). Me llevaría rato convencerla, así que podía ir poniéndome la camiseta. Así no cogería frío y luego, cuando se la pasara a ella, estaría calentita. Matábamos dos pájaros de un tiro.
-¿Te desmaquillas?
-¡Ñe!-bramó en sueños, lo que vendría a ser como "Louis, por favor, deja de tocarme los cojones y cállate de una maldita vez. Gracias".
-¿Quieres que lo haga yo?
-Ñia.
-¿Solo sabes decir eso?
-Ñe.
Sí, aquello significaba "Louis, por favor, deja de tocarme los cojones y cállate de una maldita vez. Gracias".
Me rasqué la cabeza, suspiré, asentí con la cabeza y me quedé mirando el reloj, sin poder creerme que el sol estuviera a punto de despuntar por el horizonte, y yo todavía despierto.
Metí las manos cuidadosamente debajo de su cuerpo, la alcé en el aire y, pegándola al pecho, la llevé en volandas al baño. La senté en la taza del váter mientras revolvía en los armarios, buscando algo con lo que quitarle el maquillaje.
El ruido la despertó. Se llevó la mano a la sien, gimió, y miró a su alrededor, confusa.
-¿Qué?-dijo en español. Sus pupilas se dilataron, asustadas, pero cuando me vio toda la tensión en su cuerpo se relajó-. ¿Louis? ¿Qué haces?
Me encantaba cómo arrastraba las palabras cuando acababa de levantarse, cómo tenía acento de extranjera cuando hablaba en inglés a horas demasiado dolorosas como para contemplarse en un reloj.
-Desmaquillarte.
-No-replicó, poniendo las manos torpemente en las mías, intentando detenerme.
-Eri-la miré-. Estate quieta, ¿eh?
-No-replicó.
-Me cago en mi puta madre. ¿Quieres estarte quieta?-gruñí, mirándola a los ojos. Ella me miró en silencio-. Oye, ya sé que yo soy un tío, y los tíos no somos nada delicados en estos temas, pero no me apetece una puta mierda aguantarte mañana por la mañana lloriqueando por las esquinas y escondiéndote debajo de las sábanas como un niño en Halloween porque no quieres que te vea con todo el maquillaje corrido.
-Estoy horrible-replicó ella con un hilo de voz.
-Para mí eres preciosa.
-Pero estoy horrible.
-Pero a mí me pareces preciosa con todo eso.
-Pues estás mal de la cabeza.
-Oh, nena-asentí-, ya lo creo que estoy mal de la cabeza. Si no lo estuviera, no estaría viviendo contigo.
Se limpió los ojos, emborronándose la raya que se había pintado hacía muchas horas.
-¿Eso es malo?
-¿Que me vuelvas loco? Si no, no estaríamos juntos, ¿mm?
Se echó a reír y sorbió por la nariz. Pensé que el tema se había acabado, pero no fue así: cuando me acerqué a ella, con un algodón empapado en el líquido que usaba para recuperar su piel pura y limpia, volvió a detenerme.
-Puedo... yo...
-A duras penas puedes mantener los ojos abiertos.
-Pero...
-Soy más alto que tú; en una pelea llevo las de ganar.
Volvió a reírse, esta vez con más cansancio, pero con más ganas. Me arrodillé a su lado y le pasé el algodón despacio por la cara.
-Dime si te manco-murmuré en español; me parecía que no me estaba entendiendo todo lo que le decía. Su idioma materno era una buena baza ahora.
-Manco es asturiano-casi silabeó para que pudiera comprender lo que me decía-. You gotta say-madre de Dios, si me había copiado el acento, ¿yo marcaba tanto las T?-, te hago daño.
-Me habías entendido de sobra.
-Me gusta hacerte rabiar.
-Lo sé-dije, besándola en la mejilla. Ella sonrió, embobada, pero siguió con los ojos cerrados. Bostezó, y me pegó el bostezo a mí. Estuvimos bostezando casi dos minutos, contagiándonos el uno al otro, mientras yo terminaba con su cara.
-¿Lista?
-Ajá-asentí con la cabeza, la cogí de la mano y prácticamente la arrastré hasta la cama.
-Voy a dormirme.
-Tengo experiencia en quitarte la ropa, así que no te preocupes-respondí yo.
-Sobrado.
Le besé la clavícula mientras mis manos tiraban de los tirantes de su vestido. Ella suspiró, liberada de aquella carga que no debía se ser muy mala, y se tumbó boca abajo.
-¿Quieres mi camiseta?
-¿Me violarás de noche si duermo desnuda?-replicó, abriendo la boca de nuevo para bostezar. Me mordí el labio.
-Sí-admití.
Murmuró algo en su lengua.
-¿Eh?
-Dame.
Me la quité y la tendí sobre ella. Eri se dio la vuelta, se la pasó por los hombros y suspiró.
-No puedo más.
-Tiene huevos que te tenga que ayudar a vestirte, ¿no te parece?-protesté, tirando de su camiseta hacia abajo, aunque la verdad era que no me importaba en absoluto. Ella se rió en sueños. 
La arropé como mil veces había hecho mi madre cuando yo era pequeño y la besé en la frente.
-Te quiero. Muchísimo.
Ella me acarició el pecho.
-Yo más-replicó automáticamente.
En ese instante una idea había terminado de formarse en mi mente, pero no fue hasta que no me acosté, sino que bajé a la cocina a coger una botella de agua de la nevera, cuando me di cuenta de que, efectivamente, era el amor de mi vida.
Se acurrucó contra mí y se dejó llevar por el sueño, mientras yo esperaba, casi conteniendo la respiración, a que me abandonara a mi suerte en ese mundo. Me permití el lujo de encender la luz y contemplarla a la luz de la lámpara, solo para maravillarme. Era preciosa. Verdaderamente preciosa. Esperaba que la diosa de la belleza que los antiguos griegos tanto veneraban fuera exactamente igual que ella pues, de lo contrario, se habrían pasado siglos adorando a un ídolo que tenía una competidora mortal capaz de superarla. Apoyó la cabeza en mi hombro, suspiró algo en español, algo que no me molesté en traducir, pues rara vez se callaba en sueños, especialmente cuando acababa de dormirse. Cerré los ojos, metí la cabeza en el hueco entre la almohada y su pelo, apagué la luz tanteando sobre la mesita, y suspiré con la mano en su cintura, seguro de que nada haría que la dejara marchar.
Sin embargo, para mí, lo que tenía mérito de quererla no era hacerlo en los mejores momentos. Cualquiera puede querer a alguien maravilloso, alguien a quien te apetece abrazar hasta fundirlo en tu piel y llevarlo en tu interior para siempre.
Lo que realmente tenía mérito era quererla cuando estaba insoportable, cuando se levantaba con el pie izquierdo y no hacía más que murmurar. Cuando tenía melena de leona y se cabreaba por ello. Cuando te contestaba en tono cortante y borde, en ocasiones sin pretenderlo siquiera, otras veces echando mano de ese sarcasmo venenoso que tanto habíamos perfeccionado ella y yo, separados en un principio, y juntos después.
Aquella noche supe que era el amor de mi vida, pero a la mañana siguiente, y al día siguiente en general, y a partir de entonces, me di cuenta de cómo yo era el de la suya.
Me desperté tarde. Lo supe por las débiles sombras que el sol creaba en la habitación. Las luces ya no entraban paralelas al suelo, sino casi perpendiculares a él.
Alguien había tenido la delicadeza de no abrir demasiado la ventana; tan solo lo justo como para que yo pudiera ver, pero no lo suficiente como para despertarme. Tanteé el colchón a mi lado, cerciorándome de que, efectivamente, estaba solo. Me incorporé despacio y miré la ropa tirada en el suelo, al lado de mi cama. Sonreí, echándome el pelo hacia atrás y arrastrándome fuera del reino de las sábanas. Me puse una camiseta vieja y, después de ir al baño, fui a la cocina.
-Buenos días-dije, mirando en dirección al sofá. Eri bufó; ni siquiera se molestó en despegar los labios, pero no le di importancia. Estaría cansada; se había acostado muy tarde, y no estaba acostumbrada a aquellas fiestas como lo estaba yo-. ¿Has desayunado?
-Sí-espetó en tono más cortante de lo que debería. La culpa de que pudiera haber dormido mal por haber bebido (si se había dado el milagroso caso de que hubiera tenido a bien meterse una gota ínfima de alcohol en ese cuerpo tan supuestamente sano) no la tenía yo.
-¿Me has dejado algo?
-Tienes bizcocho en el horno.
-Gracias, nena.
No respondió, sino que siguió hojeando tranquilamente la revista que sostenía entre las manos, con los pies bajo su culo y las rodillas casi al borde del sofá. Le encantaba sentarse así, sobre todo cuando veíamos una película y mi cuerpo desprendía demasiado calor como para que pudiera soportarlo.
Mujeres, pensé, poniendo los ojos en blanco en mi interior y entrando en la cocina, decidido a no darle más importancia al asunto. La pobre criatura estaba cansada, desorientada, o lo que fuera, y por eso estaba de mal humor. Además, me dije, siempre es más divertido picarla cuando tiene un mal día. Salta más rápido.
Mi humor pacifista se evaporó pronto. Al entrar en la cocina, percibí un fuerte olor a quemado. No se me ocurrió que fuera mi supuesto desayuno, de modo que no empecé a cabrearme hasta que abrí la puerta del horno y me encontré con aquella masa negra que parecía más lava solidificada que un producto de repostería.
Lo dejé encima de la mesa y eché un vistazo a su taza y el plato que había utilizado para desayunar. Fiel a su costumbre de esperar hasta el último minuto para fregar, con la esperanza de que Jesucristo tuviera a bien iluminarme y hacer que hiciera sin protestar lo que en mi vida me había llevado profundas reflexiones acerca de si merecía la pena suicidarse con tal de no volver a fregar un jodido plato (y muchas veces el suicidio era una buena alternativa a los jodidos platos), lo había dejado en el fregadero, a la espera de algo que nunca pasaría.
Salí de la cocina y me la quedé mirando. Ella, después de leer un reportaje entero sobre cómo hacer para tener tiempo libre y no descuidar a tu bebé (a ver, Erikina, no estás preñada, no nos vas a dar esa alegría a los dos ahora, así que déjate de cuentos), terminó recortando que vivía con alguien, que no era una ermitaña, y alzó los ojos.
-No voy a comer eso-espeté-, porque, por si no te has dado cuenta, se te ha quemado un pelín-decidí ser diplomático para no cabrearla más, porque la molestia que había en sus ojos era capaz de derretir el hielo de los dos polos de la Tierra en escasos minutos.
-Haber hecho las cosas antes-replicó ella, y no se necesitaba un máster ni nuestra conexión especial para saber que esas cosas que no había hecho no eran, ni de lejos, levantarme temprano.
Alcé las manos y puse los ojos en blanco.
-Guay, hoy toca bronca-repliqué. Ella me imitó y volvió la vista a las líneas de aquella puñetera revista. Me estaban entrando ganas de quitársela, arrancarle las hojas, enrollar cada una y fumarme hasta el último centímetro cuadrado. Aquello sí que la molestaría. Y seguramente me mataría-. ¿Desayuno esa mierda antes o después de que nos gritemos?
-Haz lo que te salga de los cojones, que es lo que llevas haciendo toda tu vida-gruñó. Me eché a reír.
-Nena, dame un respiro. No tengo un desayuno decente, y solo cuando estoy espabilado estamos equilibrados.
-Ya me has oído: haber hecho las cosas antes. Así ahora podríamos pelearnos a gusto-se humedeció la punta del dedo índice y pasó la página con una parsimonia y una chulería que, francamente, me puso a mil. Me dieron ganas de arrancarle la ropa, tirarla al suelo y follarla con tanta fuerza que, al lado de ese polvo épico que ya se iba gestando en mi imaginación, 50 sombras de Grey terminaría siendo un cuento infantil, equiparable a Los tres cerditos.
Me giré con una sonrisa en los labios, sabiendo que no iba a desayunar antes de que ella explotara como un volcán. En efecto, así fue. Se puso en pie de un brinco.
-¿NO ME NOTAS RARA?
-Tu cara es rara-repliqué sin girarme. Me lanzó la revista a la cabeza. Ahora ya sí que me giré. Sus ojos llameaban, y yo seguía calentándome como una olla a presión. Joder, Louis, tío, joder, para, vais a tener una bronca de las gordas, necesitas toda tu concentración. Toda.
-¿TAL VEZ ESTOY DE MALA HOSTIA?-vociferó, saltando del sofá al suelo y acercándose a mí. Iba descalza, y vestía unos pantalones amplios de pijama, con dibujos de cómics de Disney. Los dibujos antiguos, los que más molaban, no los modernos, que estaban todos hechos a ordenador, en los que no distinguías el alma del dibujante plasmada en el papel. Y, a pesar de todo, de su vestuario de andar por casa estando enferma, de su moño apresurado para que el pelo no molestara, sus movimientos seguían transmitiendo elegancia, sensualidad. Podía ver sus fuertes y apetecibles piernas debajo de aquella capa de algodón. Podía echarle un vistazo a su ombligo si me daba la gana; la camiseta corta que llevaba lo era tanto que dejaba una tira de carne a la vista. 
Parecía una guerrera espartana.
No. Lo era.
Y a mí sólo me apetecía follármela.
Ninguno de los dos era normal, por eso nuestra relación funcionaba así de bien.
-Tú vives de mala hostia.
Recogió la revista del suelo, la enrolló y me golpeó con ella en el brazo a tal velocidad que casi no pude procesar la información. Parecía mi madre cuando iba a casa con uno de mis exámenes suspensos. Solo que mi madre no me ponía.
Estoy muy enfermo.
-Por si no te das cuenta, ¡quiero bronca!
-¡TENDRÁS BRONCA CUANDO DESAYUNE!-bramé yo.
-¡QUIERO BRONCA AHORA! NO RETRASES MÁS LAS COSAS, TOMMO.
-YO NO ESTOY RETRASANDO NADA. QUIERO DESAYUNAR. TENGO HAMBRE. ¿SABES LO QUE ES? PASASTE MUCHA EN EL PASADO, SI MAL NO RECUERDO.
-VETE A METERTE UNA LÍNEA DE COCA COMO LA ÚLTIMA VEZ, A VER SI CONSIGUES VOLVER MÁS GILIPOLLAS DE LO QUE TE HA PARIDO TU MADRE.
-¿ME ESTÁS LLAMANDO GILIPOLLAS?
-SÍ, CHIQUILLO. GILIPOLLAS Y RETRASADO. EN LOS DOS SENTIDOS, ADEMÁS. LO CUAL TIENE MÉRITO.
-¿QUÉ COJONES PASA AHORA, A VER? ¿QUÉ?-espeté, pegándome a ella y sacando pecho, igual que un pavo compitiendo por una hembra. A pesar de que le sacaba una cabeza, y casi cinco años, no se amedrentó, ni mucho menos.
-¿POR QUÉ NO TE QUIERES CASAR CONMIGO?
-ME CAGO EN DIOS-repliqué, dándome la vuelta y santiguándome en mi interior, pidiéndole a Él que no le diera demasiada importancia a esas cosas. A veces se me iba la lengua, pero iba a conseguir llevar a Eri conmigo al cielo. Me habían encomendado una tarea difícil, y la carne era débil.
Muy débil.
-¿ME CAGO EN DIOS QUÉ?
-¡ME CAGO EN DIOS TODO!
-SON CUATRO PUTAS PALABRAS, LOUIS, TAMPOCO TE ESTOY PIDIENDO LA VIDA.
-NO SON SOLO CUATRO PUTAS PALABRAS. ¿QUÉ PASA? ¿QUIERES TENER EL MONOPOLIO OFICIAL SOBRE MÍ? ¿QUÉ VA A CAMBIAR ENTRE NOSOTROS UN PUTO PAPEL, O QUE YO TE DÉ MI APELLIDO?
-ME HARÍAS FELIZ.
-DEBERÍA HACÉRTELO YO, NO MI POSIBILIDAD DE CAMBIARTE EL NOMBRE.
-¡PARA UNA COSA QUE TE PIDO, Y NO QUIERES!
-ME PIDES MÁS COSAS QUE ESTO, ERI, CRÉEME. ME PIDES MUCHO Y YO TE LO DOY TODO, ME SACRIFICO POR TI A CAMBIO DE NADA.
-¿QUÉ?-gritó, y me sorprendió que no echara el edificio abajo-. ¿CÓMO COJONES TE ATREVES? YO RENUNCIÉ A MI SUEÑO POR TI.
Verás, verás, todavía se lía.
Me la quedé mirando en silencio, con los ojos entornados.
-Si tan importante es Hollywood para ti-dije, señalando al pasillo-. Ahí tienes la puerta.
-Debería largarme.
-Ajám.
-Porque eres un puto egoísta.
-Ajám.
-Te odio.
-Lo superarás.
Tragó saliva varias veces, tenía las mejillas encendidas, pero nada comparado con lo que se estaba cociendo en mi interior. Me había pasado tres pueblos, vale, pero... era muy pesada con ese tema. Sabía que se iba a montar gorda cuando Liam y Alba se casaran, pero confiaba en que los efectos narcóticos de la boda durarían más de lo que habían hecho.
La cogí de la muñeca en el último minuto y la pegué contra la pared. Puse mis manos a ambos lados de su cabeza, mi cuerpo ardiendo contra el suyo, de modo que no tenía por dónde escapar.
-¿Qué pasa?
-No te importa, acabas de dejármelo muy claro.
-Sí que lo hace. Eres mi chica-repliqué, pellizcándole la mejilla-. Todo lo que te pase a ti me atañe a mí también. ¿Qué pasa?
-Eso, precisamente. Que soy tu chica, no tu mujer.
Sonreí con chulería.
-Al margen de eso. Porque, si mal no recuerdo, habíamos establecido una pequeña tregua en esta guerra matrimonial que nos traemos tú y yo, ¿mm?
Volvió a tragar saliva. Su cuello tembló ligeramente, y a mí me apetecía muchísimo pegar mis labios a esa piel tan sensible, besarla despacio, no separarme nunca de ella... pero terminaría haciéndolo, tarde o temprano.
-No te tengo miedo, Louis.
-No te tengo miedo, Louis.
-No deberías.
-Podrías pegarme. Y yo no te dejaría. Lo sabes, ¿verdad? Casi prefiero vivir con el miedo a que me pegues una paliza cada día a estar muerta sin ti.
Sonreí.
-¿No me odiabas?
-Me confundes.
-Eso me dicen todas.
-¿Que las confundes?
-No, que te confundo a ti.
Luchó por no sonreír, pero no lo consiguió. Al fin y al cabo, era conmigo con quien estaba hablando.
-Venga, amor, ¿qué te ha pasado? ¿Qué ha alterado ese temple tuyo tan característico que nadie, ni la peor de las criaturas, puede modificar?
Se echó a reír.
-No deberíamos haber empezado a ver Los Tudor juntos.
-Funcionamos mejor en la cama desde que lo vemos, y lo sabes.
-Es verdad-asintió, mirándose las manos-. Es Noemí.
-¿Qué le pasa?
-Se va a casar con Harry.
Me quedé de piedra, mirándola. A ver, llevaba mucho tiempo tomándole el pelo con ese tema, pero nunca, jamás, hubiera pensado que Harry terminara sacándome ventaja y casándose antes que yo. Todo podía pasar, pero era una cosa de lo más improbable. Y, sin embargo, estaba pasando. Iba a pasar, de hecho. A no ser...
-En otoño.
A no ser nada. Harry iba a casarse antes que yo. Todo era demasiado surrealista como para pensarlo.
Suspiré.
-Eri...
-Yo solo quiero...
-Calla y escucha, por una vez en tu vida, ¿vale? Escúchame-le dije, poniéndole las manos en los hombros. Ella asintió-. Yo... ya sabes que quiero estar contigo. No hay nada que me haga más feliz. Y no quiero arriesgarme; he visto parejas que estaban genial juntas y que, nada más casarse, empezaban a tener problemas. Es algo a lo que no me voy a arriesgar contigo.
-¿Qué puede cambiar?
-Nada, así que no tienes de qué preocuparte. Podemos estar casados, o no.
Suspiró.
-Así es más fácil que me dejes.
-Bastaría con que estuviera mal de la cabeza y me marchara de casa, tuviéramos un papel firmado o no.
Miró al suelo.
-Te diré lo que haremos-dije, acariciándole el mentón y resistiendo las ganas de morderle los labios que esa mirada orgullosa y competitiva me daba-. Voy a desayunar. Nos ducharemos. Juntos. Luego iremos a la cama. Echaremos un buen polvo-sonreí, ya imaginándomela desnuda debajo de mí, yo metiéndome entre sus piernas y haciéndola gritar como tan bien se me daba...-. Y nos quedaremos en casa toda la tarde, viendo películas. Las que tú quieras. ¿Qué te parece?
Se mordió el labio, podía notar cómo su interior palpitaba a un solo ritmo: el de mis dedos en su clavícula, encendiendo cosas que nunca deberían apagarse.
-¿De verdad tienes que desayunar?
Sonreí.
-Sí.
-Joder.
-Exacto-repliqué yo, besándole la boca-. Dime que me quieres.
-Te quiero.
-Que suene natural.
-Que suene natural, Christian Grey-replicó, acariciándome el culo y sonriendo, zalamera.
Lo mejor de todo era que incluso las peleas con Eri merecían la pena, no por el hecho de que nos pedíamos perdón de aquella manera tan íntima y placentera, sino porque la pelea en sí no estaba nada mal. Podías sentir la tensión sexual desatándose en nosotros, la rabia que la existencia del otro podía llegar a causarnos, el deseo que sentíamos de fundirnos en un solo cuerpo... pero, sobre todo, la esencia de la realidad de nuestra relación. No me habría gustado estar con alguien que me diera la razón absolutamente en todo. Mi carácter fuerte me obligaba a necesitar buenas broncas de vez en cuando. Y ella me las daba, igual que me daba muchas otras cosas.


Gruñí cuando descubrí que el bote de pintura azul celeste estaba casi acabado. Me limpié a los vaqueros viejos, ya llenos de pintura por tantas partes que parecía que acababa de salir de un paintball, y de un brinco bajé de la escalera. Observé mi pequeña obra maestra; la verdad es que la habitación no se me estaba dando tan mal, después de todo.
Tras un tiempo pensándolo, y con una habitación vacía en la casa ya preparada para aquella persona que sabíamos que terminaría viniendo, habíamos conseguido nuestro objetivo, y por tanto había que ponerse manos a la obra. No estábamos haciendo grandes reformas en la casa, pues las mayores ya estaban acabadas gracias a la colaboración de los chicos, pero sí que había pequeños detalles que teníamos que pulir.
Tapé el bote después de pasar su contenido a otro, con el fin de que el olor no molestara a Eri, cuyo olfato se iba desarrollando más y más con el paso de los días y de su embarazo (aunque eso era normal, ya nos lo había prevenido mi madre y la suya), y salí de la habitación, abriendo las ventanas de par en par para que aquello ventilara.
Eri se giró al ver que me acercaba por detrás de ella, con la escoba en la mano y el recogedor en la otra.
-¿Ya has terminado?
Negué con la cabeza y levanté el bote, ya vacío, con líneas azules de las gotas que se me habían escapado y no había conseguido detener.
-Se me ha terminado. ¿Y tú, cómo vas?
-Voy bien-replicó, recogiéndose un mechón de pelo detrás de la oreja y girándose.
-Te estás dando mucha caña, nena.
-Estoy bien.
-¿Seguro?-dejé el bote en el suelo, alcé una ceja y me acerqué a mi mujer. Observé sus manos, cubiertas con tres anillos que se negaba a quitarse: el anillo que le había regalado por su decimosexto cumpleaños, el de pedida, y la alianza, que yo no llevaba puesta por temor a dejarla azul, y que la pintura estropeara la pequeña pieza.
-Seguro-baló en voz baja, acariciándose el vientre. Poco a poco se le iba notando el embarazo, pero ya sabíamos que el pequeño que estábamos esperando era pequeño, y no pequeña.
Para ser sincero, a pesar de que siempre había dicho que quería un hijo, en realidad me daba igual qué sexo tuviera el primero. Casi hasta prefería una hija, porque mis hermanas habían sido mucho más fáciles de manejar. Yo siempre le había dado problemas a mi madre cuando era pequeño, así que el primer hijo, con el que nunca tenías experiencia, era el que más posibilidades tenía de salir mal.
Le acaricié el vientre y le besé el hombro, recordando cuando fuimos al hospital a que ella se hiciera unos análisis de sangre y comprobar que todo estaba bien. Yo estaba muy preocupado, todavía no terminaba de confiar en el test de embarazo que se había hecho en casa, así que estaba de los nervios. Ella estaba tranquila, demasiado, incluso. Aunque, claro, ella notaba los cambios más que yo. Yo solo sabía que por las noches a veces se despertaba y tenía unas ganas tremendas de comer todo tipo de platos exóticos.
La enfermera clavó la aguja en la cara interna de su brazo y le extrajo el líquido rubí mientras Eri apartaba la pista y se mordía el labio.
-¿Te duele?
Asintió mínimamente con la cabeza. La enfermera le colocó un algodón y le dijo que apretara. Luego, nos envió al ginecólogo, que estuvo casi 45 minutos haciéndole tantas preguntas que a mí me dolía la cabeza. Yo sólo podía cogerla de la mano, acariciarle el dorso y asentir cuando ella se dirigía a mí, demasiado preocupado conjurando a todos los dioses habidos y por haber para que todo aquello saliera bien como para poder prestarle atención.
Al día siguiente nos tocó volver. Los resultados habían tardado muy poco, y supuse que se debía a quién era el padre del crío, lo que hacía que no sólo nosotros dos tuviéramos interés en saber qué pasaba.
-Efectivamente, estás embarazada, Erika-dijo la ginecóloga, sonriendo y consultando sus papeles. Eri sonrió y me miró, yo la abracé y tragué saliva. Ahora me tocaba preocuparme de cuidarla lo mejor que pudiera, al 110% de mi capacidad, a fin de que no les pasara nada a ninguno de los dos-. ¿Queréis saber qué será o preferís que sea una sorpresa?
-¿Ya puede saberse?-preguntamos los dos a la vez, boquiabiertos, nos miramos y nos echamos a reír.
-Sí-asintió ella-, por tu sangre corren unas u otras hormonas dependiendo de cuál sea el sexo del bebé.
Eri me acarició la mano.
-¿Estás listo?
-No-sonreí, encogiéndome de hombros-. Pero... quiero saberlo.
Ella miró a su doctora, asintió. La doctora echó un vistazo a sus papeles, asegurándose de que la información que nos iba a dar era la correcta.
-Es niño.
Y, desde entonces, llevaba viviendo en una especie de nube de la que era casi imposible sacarme. Tenía que controlarme para no ir dando brincos por la vida, pero todo era jodidamente surrealista: iba a pintar las paredes de la habitación vacía de azul, íbamos a tener un hijo, un hijo al que yo podría enseñarle a jugar al fútbol, un hijo al que acompañar a los partidos, un niño, el niño que yo llevaba toda mi vida esperando, ese hermano que había tardado tanto en llegar, y que finalmente lo hacía en forma de hijo.
Le cogí la mano a Eri y le besé el brazo despacio, tan despacio que mis labios apenas se posaban en su piel. Ella sonrió.
-Tengo que terminar de barrer, Louis.
-Puedes descansar-repliqué en tono sensual, esperando que me diera lo que quería. Desde que si vientre se iba abultando poco a poco, yo la trataba con mucha más delicadeza que de costumbre; no era para menos. Al fin y al cabo, llevaba un pequeño ser humano dentro. Un ser humano que habíamos creado entre los dos.
-Si paro ahora, no la cogeré nunca.
-Puedo ayudarte.
-De verdad, amor, puedo yo sola-replicó, apartándome con ternura y negando con la cabeza. Me encogí de hombros.
-El rechazo me duele, ¿sabes?
-Más me va a doler a mí cuando vuelvas a las giras, y todo eso-suspiró, cerrando los ojos  y volviendo a su tarea. Yo fui a tirar el cubo de pintura, pasé a su lado y apenas escuché lo que estaba canturreando. Abrí la puerta de la habitación para que fuera ventilando y me dispuse a ayudarla con las tareas de limpieza. A pesar de que nos las habíamos repartido, me sabía mal tirarme en el sofá a ver la tele mientras ella todavía estaba en plena faena. Ahora que hacía las cosas más despacio, a razón de no cansarse, estaba casi todo el día trabajando.
Y solía cantar.
Sobre todo desde que sabía que alguien iba a estar escuchándola siempre durante 9 meses.
-She wants me to come over, I can tell her eyes don't lie, she's calling me in the dark...
Me asomé a la puerta del baño para verla mover las caderas despacio, al ritmo de la canción y de los balanceos de la escoba.
No me lo puedo creer pensé al reconocer la canción.
-I wanna put my hands on her hands, feel the heat on her skin. Get reckless in the starlight... I'm moving to the beat of her heart, I was so lost until tonight, tonight...
Se giró y pude ver cómo sonreía mientras machacaba al polvo, que huía despavorido ante tal melodía.
-I FOUND YOU IN THE DARKEST TOWER, I FOUND YOU IN THE POURING RAIN, I FOUND YOU WHEN I WAS ALL IN NEED, I WAS LOST, LOST, TILL I...
-Tienes que estar bromeando-repliqué yo. Ella se giró y se echó a reír.
-Me ha venido a la cabeza.
-¿De verdad? ¿The Wanted? Nena, te creía con mejor gusto.
Sí, especialmente porque, a pesar de que le había dicho a mi hermana que  le sonsacara qué anillo le gustaba para pedirle yo la mano, Lottie se las había apañado para que lo dijera conmigo delante sin que ella sospechara nada... o al menos eso pensaba yo. Resultó que mi hermana, muy lúcida ella, se había puesto a buscar anillos en la página de Tiffany (la joyería preferida de mi chica) con ella delante. Eri levantó la vista de la revista, curiosa, mientras yo luchaba por no ponerme pálido al descubrirlas a las dos así.
-¿Qué haces, Lottie?
-Busco anillos de compromiso. Un amigo mío se quiere casar y me ha pedido que le dé mi opinión. Tengo buen gusto-dijo, haciendo un gesto que abarcaba todo su cuerpo, señalando las prendas que llevaba puestas. Mi hermana hubiera podido ser modelo si hubiera querido, y más después de que yo me hiciera famoso. Podría haberse metido en cualquier pasarela con solo pronunciar su apellido, que ya abría muchas puertas.
-¿Cuántos años tiene?-espeté yo en un acto de lucidez por el que me estaría auto felicitando toda la vida. Conseguí incluso fruncir el ceño en una actuación digna de un Oscar.
-Es de tu edad... bueno, no. Un poco mayor. Tú eres del Cretácico, y él, del Mesozoico.
-Estoy a dos segundos de darte un guantazo a mano abierta, nena.
Pero Eri se inclinó hacia su cuñada y miró anillos con ella. Lottie esperaba a ver sus reacciones disimuladamente, y cuando uno parecía gustarle, lo señalaba, decía que era bonito, y le preguntaba su opinión. Cuando Eri se marchó a ver a mi madre, la rubia me miró.
-Me debes una. Gordísima.
-Me lo apuntaré.
Pero sí que se la debía, se la debía incluso ahora que tenía todo lo que podía desear, especialmente ahora.
-¿Qué quieres que te cante, entonces?
-A cualquiera menos a esos.
Eri asintió con la cabeza, se giró y siguió a lo suyo.
-Nada de Nicki.
-¿Por qué?-ladró, girándose con los ojos abiertos.
-Porque te están escuchando ahora mismo, y no creo que sus canciones estén hechas para que nadie de esa edad, o más bien no-edad, las escuche.
-Marilyn Monroe es bonita.
-¿La vas a cantar toda la tarde?
Suspiró.
-Tú te lo has buscado. ¿Quieres música de críos? Pues te daré música de críos.
Cogió la escoba y la usó a modo de micrófono. Se inclinó hacia ella y bramó cosas en español y en inglés, cambiando de idioma sin ton ni son.
No fue hasta que llegué al estribillo cuando la reconocí.
-SEKSI SEÑORRRRRRRRRRRRRRRITA GUONYACOMPLEIMAAAAAAAAAAAAAA, GUO OH OH OH OOOOOOOOOOOH-bramó con acento español. Corrí hacia ella y le tapé la boca.
-Canta a The Wanted, por favor, te lo suplico, niña, canta a The Wanted.
Ella se echó a reír, pero cuando la dejé sola cambió el repertorio. Me entraron ganas de abrazarla tan fuerte que la espachurrara, porque justo cuando yo no estaba pensando en ninguna canción de Robbie Williams, ella se afanaba en She's the one.


¿No es increíble cómo puede pasar el tiempo? ¿Cómo las cosas que estás viviendo y que te parecen eternas, un día pasan a ser recuerdos que puedes rememorar en un solo segundo?
La capacidad de almacenar recuerdos no se valora cuando se es joven, cuando eres tú el que crece. Pero cuando ves a gente que ha nacido frente a ti, gente a la que has criado, las cosas cambian. Eres capaz de ver los cambios a largo plazo como una sucesión de fotografías en tu cabeza.
Y te das cuenta en el momento en que menos te lo esperas, cuando estás tan tranquilo, pensando en tus cosas, sin nada que te haga ver lo rápido que está cambiando tu vida.
Tommy bajó corriendo las escaleras, con una gorra de los Lakers (su madre sabía muy bien cómo educar a sus hijos) tapándole el pelo. Todo el mundo decía que era idéntico a mí, aunque yo pensaba que mi hijo había mejorado la raza... bastante.
-¿A dónde vas tú?-ladró Eri desde la cocina. Esa noche había decidido elaborar una buena cena, por lo que ya se había metido apenas había terminado una película en la tele.
-He quedado, mamá.
-¿Con quién?
-Deja al crío, nena.
-Louis, si a ti te la suda con quién vaya tu hijo, me parece muy bien, pero a mí no. ¿Con quién?
Tommy se balanceó adelante y atrás.
-Layla.
-¿Qué Layla?-ladramos Eri y yo a la vez, incrédulos. De repente el partido de fútbol de mierda que tan interesante estaba siendo en los últimos minutos de juego volvía a ser una mierda.
-Payne. La hija de Liam.
-¿Y qué coño vas a hacer tú con esa chiquilla? NO LA IRÁS A METER EN LAS DROGAS, ¿VERDAD?
-¡QUE NO ME DROGO, MAMÁ!
-No le grites a tu madre-gruñí por lo bajo, volviendo la vista a la televisión. Un jugador se había tirado al suelo y le echaba cuento a una falta que se acababa de inventar.
-Perdón.
-¿Por qué has quedado con Layla?
-Tenemos un trabajo que hacer.
-Va un curso por delante de ti, Tommy, así que mejor te vas pensando la respuesta.
Asentí con la cabeza, dándole todo el apoyo moral posible a mi mujer.
Mi hijo mayor suspiró, miró a sus hermanos pequeños, que jugaban tranquilamente en un rincón. Daniel movía un coche de carreras haciendo el típico ruido del motor mientras que Astrid, la más pequeña de la casa, paseaba una sartén de plástico por encima de la cocina que "Santa Claus" le había traído las Navidades pasadas.
-Van a frotarse en el cine-se burló Eleanor, bajando las escaleras con una falda cortísima y el pelo largo, cayéndole por la espalda
-¿Quieres callarte la puta boca?
-¡Vale! ¡Nada de peleas en esta casa! ¿Me habéis oído?
Eleanor le dedicó una sonrisa de suficiencia a su hermano, que intentó hacerle un corte de manga sin que yo lo viera. No lo consiguió. Yo le lancé una mirada reprobatoria.
-Solo espero que la trates bien. Recuerda que es como de la familia.
-Que sí.
-¿Es eso lo que te va? ¿El morbo de que sea como una prima?
-Mamá, dile algo, porque le voy a cruzar la cara-suplicó Tommy.
-Anda, chaval, vete. Vas a llegar tarde-gruñí, señalándole la puerta. Él brincó de alegría y se lanzó contra la salida-. Y mirad a ver lo que hacéis.
-Vale-dijo, y fue el mismo vale que utilizaba yo con mi madre cada vez que quería quitármela de encima. Sí, ese mismo vale. Atrás había quedado el niño al que Eri y yo habíamos ayudado a aprender a caminar, aquel niño que, el primer día de parvulario, se había girado y había sacudido la mano, contento al ver a tantos niños de su edad alrededor, pero triste porque nos dejaba solos. Aunque más triste estaba su madre, a la que tuve que abrazar y besar en la cabeza. Sin embargo, su mano izquierda, la de menos anillos, tapaba su sonrisa de orgullo. Habíamos conseguido hacer algo bien, habíamos sobrevivido a sus primeros años, y eso tenía mucho mérito.
-Nuestro pequeño...
-Crecen tan deprisa, ¿eh, nena?
Asintió.
-Me siento vieja-comentó.
-¡Joder! ¿Y yo, qué?
Te sumías en un mar de recuerdos con demasiada facilidad, sobre todo cuando tus pequeños dejaban de ser tan pequeños, crecían y buscaban su propia libertad. Equivocarse. Caerse. Hacerse daño.
Y todo para después enmendar sus errores, levantarse, curar sus heridas... ellos solos.
Eleanor me besó en la mejilla, tantos días llevándola al colegio y prácticamente obligándola a que no tuviera miedo de expresar sus sentimientos (siempre había sido muy tímida, hasta cuando cumplió los quince, donde su personalidad cambió radicalmente, y ahora era clavada a su madre). Casi cada día nuestra conversación se repetía. Ella intentaba alejarse con la mochila a la espalda, pero yo era rápido y le cogía la muñeca. Le mostraba la mejilla.
-Dame un beso.
-Papá, no, aquí no, papaaaaaaaaaaaaaaaaaaá.
Siempre me ofendía porque me acordaba de las escenas más desagradables de los telediarios, con abuso a menores y tal. No estaba pidiéndole a mi hija nada del otro mundo. Solo quería un puñetero beso en la mejilla de una de mis dos hijas favoritas (las dos que tenía, en realidad).
-¡Que me des un beso, hostia bendita! ¡Algún día no estaré y te arrepentirás de todos los que me estás racaneando!
Posó su boca en mi mejilla de mala gana. Yo le devolví el beso.
-Y ahora vete ahí y demuéstrales de qué madera estás hecha.
Me miró sin comprender.
Suspiré.
-¿Quién eres, El? ¿Mm? ¿Qué sangre tienes en las venas?
-La de mamá y la tuya, papi.
Asentí con la cabeza.
-¿De quién eres hija?
-De Louis Tomlinson, de One Direction-su madre le había enseñado eso, al principio a mí no me gustaba, pero cuando me explicó a qué se debía, empecé a tomar conciencia de aquel significado: no se refería en absoluto a mi fama. Se refería a cómo era yo. Cuál era mi rol dentro de la banda.
Cómo a mí nadie me tocaba los cojones porque tenían miedo de que pusiera a cada uno en su sitio.
-No te he oído, pequeña.
Su rostro se iluminó en una sonrisa. La sonrisa y los ojos de su madre.
-¡Louis, de One Direction!-dijo, abrazándose a mi pierna rápidamente y echando a correr.
Parecía mentira que ahora Eleanor fuera toda una mujer. O casi.
-Papá, ¿me das 50 libras?
Ni casi, ni hostias. Era una mujer. Esa afición a estar rascando dinero continuamente era la misma de mis hermanas.
-¿Para qué?
-Vamos a ir a una discoteca, y la entrada es cara.
-¿A LA DISCOTECA, UN DOMINGO?
-Tampoco te agobies. Mañana no tengo ningún examen. Tal vez me salte las clases-murmuró, pensativa.
Eri le tiró la zapatilla, sin pretender darle, ni hacerlo.
-¿Qué? ¿QUÉ ACABAS DE DECIR?
Eleanor la miró.
-Mamá, tampoco...
-ELEANOR ANNE TOMLINSON-dios, cómo imponía cuando decía sus nombres completos-, NO VAS A FALTAR MAÑANA A CLASE.
-Vete sin dormir-la instigué-. Échale huevos.
-¡LOUIS! ¡NO ME AYUDAS NADA!
-Oh, venga, Eri, deja que viva la vida. Es joven.
Eri negó con la cabeza, se giró y se marchó farfullando cosas en español. Eleanor se rió y negó con la cabeza.
-¿La entiendes?
-Claro que la entiendo, y preferiría no hacerlo.
-¿Me das el dinero o no, papá?-espetó, impaciente, al ver que no hacía nada por levantar el culo del sofá.
-Es hora de que vayas aprendiendo...
Y ella ya desapareció en busca de su madre.
Eri y Eleanor se intercambiaron varios gritos. Al final, Eleanor consiguió 20 libras, que era bastante más de lo que yo tenía pensado darle.
Fue hasta la puerta y se despidió de sus hermanos pequeños, que sacudieron la mano.
-Espera, espera. ¿Y esa falda, para qué es?
-Tendré que ir buscándome novio, ¿no?
Y cerró la puerta.
Cerró la puta puerta, la madre que la parió. Cerró. La. Puta. Puerta.
Miré a Eri con cara de pánico.
-¿Acaba de decir "novio"?
Eri asintió con la cabeza, distraída.
-No, perdona, ¡eh! ¿¡HA DICHO ESA PALABRA!? ¿MI NIÑA? ¿LA HA DICHO?
Eri suspiró.
-Dios, Louis, tampoco es para tanto. Prefiero que diga esa palabra a que use otras peores que, si me disculpas, le has enseñado tú.
-Pero, ¡no puede tener novio! ¡Aún no! ¡Es muy pequeña! Voy a buscarla. Se queda en casa.
-Déjala que salga, Louis. Que viva la vida. Aún es joven-se burló. Le puse mala cara, se acercó y me besó-. Tienes que dejarles espacio. Ya son mayores.
-¿A qué edad perdiste tú la virginidad?
Se quedó muda.
-¿Qué es la virginidad, papi?-preguntó Dan.
-Un animalito muy simpático que vive en el desierto.
-¿En cuál?-preguntó Astrid.
-No se sabe, por eso está perdida-me giré hacia mi mujer-. ¿Cuántos años tienen?-insistí. Observó la puerta y estuvo a punto de taparse la boca con la mano. Asentí, satisfecho-. Exacto.
-¿Crees que...?
-Ni lo dudo.
-Pero... ¡eran tan pequeños!-murmuró, sentándose en el sofá y abrazándose el pecho. Sí, ahí es cuando ella se sintió mayor. El tiempo que había pasado cayó sobre nosotros como un plumazo.
-Parece que fue ayer-coincidí.
-Sí tampoco hace tanto que tú y yo... ya sabes-se sonrojó. Miró hacia atrás, yo la imité, pero los críos no estaban allí. Habían salido al jardín a jugar, aprovechando los últimos rayos de sol.
Les sonreí a sus mejillas enrojecidas.
-Y tú tienes ya... 37.
-Y tú 41-atacó.
-Me cago en mi madre, ¿ya empezamos con la edad? ¿Eh? ¿Ya empezamos con mi puta edad? ¿Qué pasa? ¿Te sientes la bruja que durmió a la bella durmiente, y ya por eso quieres convertirme en el abuelo de Heidi? Pues no te lo voy a consentir, ¡no señor! ¡Yo no voy a madurar ni cuando tenga 80 años! ¡MADURAR ES DE FRUTAS!-casi le grité, aunque hacía años que esa frase había dejado de hacerme gracia. Se echó a reír y me besó, y juro que aquel beso me quitó 20 años de un plumazo, me devolvió a aquellos maravillosos 20, con el mundo a mis pies, pero partes aún por descubrir... ¿no podía quedarme en esa época, cuando la conocí? ¿O mis hijos congelados para siempre en una edad manejable como podían ser los cinco años, por ejemplo? ¿Por qué teníamos que crecer?
Al menos hacíamos algo bien. Crecíamos, envejecíamos, porque no nos quedaba remedio. Madurar era una optativa.
Y en aquella casa nadie, absolutamente nadie, maduraba.

viernes, 25 de octubre de 2013

I drive all night to keep her warm.



"Escritas en las paredes están escritas todas esas canciones que no puedo explicar. Dejo mi corazón abierto, pero se queda vacío durante días. Ella me dijo por la mañana que no siente lo mismo que yo sobre nosotros en los huesos. Me parece que cuando me muera, esas palabras estarán escritas en mi tumba. Y yo me habré ido esta noche, el suelo bajo mis pies se abre de par en par, la forma en que me he estado agarrando a él con demasiada fuerza, sin nada en realidad. Es la historia de mi vida, la llevo a casa, conduzco toda la noche para mantenerla caliente, y el tiempo... se congela (la historia de, la historia de). Es la historia de mi vida, le doy esperanzas, gasto su amor hasta que está rota por dentro, la historia de mi vida(la historia de, la historia de). Escritos en estas paredes están los colores que no puedo cambiar. Dejo mi corazón abierto, pero se queda ahí quieto, en su cajón. Y yo me iré esta noche, el fuego bajo mis pies arde brillante. La forma en que me he estado aferrando a esto tan fuerte, sin nada a lo que agarrarse en realidad. Es la historia de mi vida, la llevo a casa, conduzco toda la noche para mantenerla caliente, y el tiempo... se congela (la historia de, la historia de). Es la historia de mi vida, le doy esperanzas, uso su amor hasta que ella se rompe por dentro. Es la historia de mi vida, la historia de, la historia de. Y he estado esperando a que este momento llegara, pero, nena, correr detrás de ti es como perseguir a las nubes. Es la historia de mi vida, la llevo a casa, conduzco toda la noche para mantenerla caliente, y el tiempo se congela. Es la historia de mi vida le doy esperanzas, utilizo su amor hasta que ella se rompe por dentro. Es la historia de mi vida. La historia de mi vida.

La historia de mi vida."

viernes, 18 de octubre de 2013

Layla Payne.

Por si no eres de los que me andan espiando las 24h del día, y no te has enterado de que faltan 4 capítulos de esta novela, tal y como digo en la lista de capítulos, te aviso. Faltan 4 capítulos para que esto se acabe. Pero no te preocupes. Si padeces algún tipo de enfermedad mental y por ello te gusta lo que escribo, tengo otra novela. Se llama Light Wings. Te recomendaría que la leyeras... pero, claro, yo soy la autora. Si no te la recomendara ni yo, iríamos mal. Si te gusta, y quieres que te avise, solamente tienes que decirlo.
Ah, y puedes comentar, eh. No voy a comerte si me dejas algún comentario de vez en cuando.



Empujé la puerta de la cafetería y entré. Montones de grupos de adolescentes se apiñaban en las mesas, gritando incoherencias en un idioma que el tiempo había terminado haciendo mío. Sin embargo, hoy no me apetecía mejorar mis conocimientos en el idioma de mi marido, de modo que cambié mi manera de pensar. Busqué el interruptor en mi cabeza y me imaginé un click que indicaba que había eliminado las influencias de aquellos años de vida con Liam. Ya no entendía el inglés. Ahora el barullo, las frases entremezcladas, se convertían en un balbuceo incomprensible.
Eché un vistazo, ignorando las miradas de las pocas personas aburridas en la capital del Reino Unido durante el otoño, hasta que la localicé. Eri estaba sentada en una de las mesas de una esquina, haciendo girar el vaso de plástico con la insignia del Starbucks que contenía el helado que siempre pedía cuando íbamos allí. Un frapuccino de chocolate con nata, y sirope de chocolate por encima de esta. Dio un vago sorbo mientras esperaba, sumida en sus pensamientos.
Me acerqué a ella y sonreí. Ella me devolvió la sonrisa cuando me reconoció.
-Estás más delgada-fue todo lo que dijo, después de meses sin vernos, después de mi luna de miel, después de que Liam y yo termináramos volviendo a Doncaster, donde él había aceptado un trabajo en una pequeña discográfica que estaba intentando despegar, después incluso de que los chicos se fueran en una pequeña gira por Inglaterra mientras nosotras nos encargábamos de las tareas de casa.
-¿Envidia?-repliqué yo, inclinándome y dándole dos besos. Me senté a su lado y la examiné. Tenía la piel del color del caramelo, se notaba que había estado tomando el poco sol que el cielo inglés ofrecía. Le había crecido aún más el pelo, y tenía unos reflejos rubios que no podían ser naturales.
-Más quisieras, nena-replicó, negando con la cabeza y colocándose bien el pañuelo que se había colocado alrededor del cuello.
-¿Por qué llevas un pañuelo y camiseta de tirantes?
-Porque es la moda, perra-replicó ella, alzando los hombros. Entrecerré los ojos.
-Estás mintiendo.
-¿Cómo lo sabes? Solo Louis lo adivina. Y le está empezando a costar-negó con la cabeza, y una sonrisa asomó en su boca, mostrándome los dientes que hacía años que estaban desnudos-. Estoy mejorando en esto.
-¿Qué tal lo del disco? ¿Vas a hacer promoción o algo?
Volvió a encogerse de hombros y abrió los ojos mientras daba un nuevo sorbo de su bebida. Un camarero corrió a atenderme. Era bastante guapo, pero la belleza de su cara se disolvió cuando miró mi mano y descubrió mi alianza. No era normal que estuviera casada tan joven, pero las cosas eran así.
Si tenía que ser sincera, ni siquiera me parecía normal que hubiera terminado con alguien como Liam, no digamos ya con Liam, pero... a veces una persona concentraba toda la suerte que le correspondía a un continente.
El camarero apuntó lo que quería y se marchó rápidamente.
-Louis por una parte quiere que haga promoción, pero por otra no.
-¿Por qué?-dije yo, arrebatándole el vaso y dando un sorbo.
-Porque seguramente tuviera que estar fuera de casa, y ninguno de los dos se encuentra bien cuando no está con el otro.
-No tienes mal aspecto.
-Se llama maquillaje, Alba-replicó ella, tocándose el lugar donde se suponía que estarían unas ojeras-. No sabes los auténticos cardenales negros que tengo por aquí. Y eso que solo llevan de gira una semana.
Asentí con la cabeza.
-Yo estoy en casa de mis suegros. Ruth a veces también viene, sobre todo ahora que estoy... bueno, que Liam no está. Es jodido.
-Yo no duermo una puta mierda-replicó ella-, y eso que Lottie se ha mudado esta semana conmigo.
-¿Qué coño nos habrán hecho?
-Nada bueno, desde luego. Y menos a ti, Payne.
-¿Sigue sin pedírtelo?
Bufó.
-Estoy empezando a pensar que ha decidido que, como no ha nacido con ese apellido, no tiene derecho a ir regalándolo por ahí.
-O tal vez tú no seas la indicada.
-O tal vez tenga que romperte la cara por atreverte a insinuar eso-replicó, mostrándome las muñecas. El 1 y la D que se había hecho aún seguían allí, impasibles al tiempo.
Me eché a reír.
-Sois clavados, Eri. Es imposible que os separéis. Los polos opuestos se atraen, pero las cosas idénticas en realidad son mitades que están completas solamente cuando están juntas.
Se me quedó mirando, pensativa.
-Podría darte un beso en los morros, pero la verdad es que tengo novio y es muy, muy celoso. Tendrás que quedarte con las ganas.
Alcé las manos.
-Tu boca es muy provocativa, pero la furia de Tommo y el respeto que produce puede con todo.
Seguimos poniéndonos al día, pero no demasiado, mientras esperábamos a Noemí, que entró en la cafetería cargada de bolsas y con las gafas de sol aún puestas.
-Os juro por mi madre que no hay cosa que más me ofenda que la hora punta y los taxis-ladró.
-Hola a ti también, Nueva York-replicó Eri, mostrándole la palma de la mano y moviéndola en círculos en el aire. Noemí se echó las gafas hacia atrás, colocándolas de diadema, y sonrió, moviendo también al mano.
-No me haces gracia.
-Tu cara tampoco tiene gracia, y, sin embargo, por ahí andas. Prometida con a Harold-contesté yo, haciéndome a un lado. Tomó asiento junto a mí, me plantó un beso en la mejilla y le pasó las bolsas a Eri, que había pegado la cara a la mesa.
-Me apetece suicidarme. Muchísimo-admitió, encogiéndose de hombros. Noe y yo la miramos.
-¿Por qué?
-¿Tanto le cuesta pedírmelo? Es un maldito papel, una puta palabra. Y nada. No lo soporto, en serio, es superior a mí-suspiró, removiendo su pajita en lo que le quedaba de bebida. Cuando el camarero regresó y me dejó el vaso en la mesa, le pidió otro. Noemí hizo lo propio, dando instrucciones detalladas de cómo debía ser su bebida ideal. El chico asintió con la cabeza, apuntando a la velocidad del rayo, y se marchó otra vez.
-Tal vez esté esperando el momento ideal.
-¿Qué momento ideal? Nuestro aniversario ya ha pasado. Me debe un viaje. Que vamos a hacer en unos días, cuando vuelva de la gira, pero, seamos honestas: Louis no es imaginativo-se encogió de hombros-. Quiere sorprenderme y no va a poder hacerlo. Vamos a ir a París, y lo normal sería que me lo pidiera allí, pero no lo va a hacer, porque está dándole vueltas a algo que no va a conseguir sorprenderme. La lista de los dos soy yo.
-Y también la humilde-comentó Noemí-. Vale, ¿podemos hablar de mi boda, por favor? Que es... aún no tengo fecha-suspiró, frotándose la cara-. Será dentro de poco.
-Define "dentro de poco"-le pedí, mareando la bebida.
La pequeña de las tres miró a Eri.
-Cuando ésta esté prometida.
-Todavía me voy con la mano caliente a casa, ya veréis-gruñó, negando con la cabeza.
-Es broma, Eri-replicó Noemí, echándose por encima de la mesa y poniéndole los brazos sobre los hombros, tratando de aplacar su rabia justiciera. Eri sonrió.
-Seguirá siendo broma cuando te arranque la cabeza. Te vas a casar. Antes que yo-sacudió la cabeza, sus rizos bailaron sobre sus hombros, despegando a Noe de su improvisado abrazo-. ¿En qué cabeza cabe?
-En ninguna, Eri-balamos ambas.
-¿Qué tal con el disco?
-Bien. Está casi terminado.
-Son todo versiones de otras canciones, ¿no?
Eri asintió con la cabeza.
-35.
-¿¡35!?
-Como no son originales, es mejor poner muchas y que la gente se enganche.
-¿Vas a tener originales algún día?-preguntó, alzando la ceja y jugueteando con la pajita de su bebida, que ya le había traído el camarero. Eri se la quedó mirando.
-Sí, cuando se case con Louis-espeté yo, echándome a reír. Noe se unió a mí, Eri enrojeció de la rabia.
-¡No tiene ni puta gracia! ¡Zorras! ¡Golfas! ¡Ojalá seáis ambas estériles y me toque parir a mí a los hijos de Harry y Liam, con todo lo que eso implica!-ladró, apoyándose en la mesa y negando fervientemente con la cabeza. Noe se quedó callada, yo seguí riéndome, ignorando los nudillos que se iban tornando blancos de la mediana de las tres.
-Eso está complicado, Eri.
-¿Por qué? Ya sé que sabemos que Noemí puede quedarse embarazada, pero...
-Yo también puedo.
Eri me miró. Noe me miró, lo que equivalía a que todo el restaurante se girara a posar los ojos en mí. Me acomodé en el asiento y me eché el pelo hacia atrás, sonriendo y alzando las cejas. Noe fue la primera en entender lo que estaba pasando, los cambios que aún no se habían producido en mí, pero que seguramente se iniciaran más temprano que tarde.
-¡No!
Asentí con la cabeza, y ella empezó a dar palmadas. Eri la miró, confusa.
-¿Qué?
-¡Está embarazada!-chilló Noemí.
-¡Estoy embarazada!-la coreé yo. Si todo el restaurante no nos estaba mirando antes de la gran noticia, ahora ya sí que lo hacía. Y toda la ciudad, seguramente, se estaba haciendo eco del bombazo que acababa de soltar.
Eri sonrió.
-¡Joder, tía, me alegro muchísimo por ti!-dijo, incorporándose y plantándome un sonoro beso en la mejilla-. ¿Cómo reaccionó Liam?
Negué con la cabeza y levanté el dedo índice. Jugué con la pajita, recordando el plan que tenía para contárselo al día siguiente, cuando volviera por la noche, y le estuviera esperando con los brazos abiertos.
-Aún no se lo he dicho-confesé, encogiéndome de hombros y notando cómo me sonrojaba estúpidamente. Las chicas no se iban a enfadar conmigo, incluso entenderían que reaccionara así. Quería que fuera una sorpresa, todo estaba siendo perfecto, y necesitaba hacerlo aún más perfecto. No podía decirle a mi marido sin más que estaba esperando un hijo suyo, porque era un tema demasiado trascendental como para anunciarlo de aquella manera.
-¿Nadie más lo sabe?-preguntó Noe, extrañada pero contenta de ser ella la poseedora de tan deseada exclusiva. Negué con la cabeza y levanté una mano.
-Y quiero que siga siendo así.
-¿No puedo pinchar a Louis con esto? Sabes lo mucho que le jode tardar en enterarse de las cosas.
Sacudí la cabeza y el pelo voló a mi alrededor, como el tutú de una bailarina de ballet.
-No, y mucho menos a él, con la boca chancla que tiene.
-¡No me quiere pedir matrimonio!
Me llevé un dedo a la mandíbula, meditando el instante. Tal vez pudiera convencer a Louis para que no dijera nada, lo cual sería prácticamente imposible: de todos era sabido que la incontinencia verbal de Louis era capaz de desplazar el eje de la Tierra varios centímetros. Pero intentando no perdía nada, ¿no?
Suspiré y asentí con la cabeza, mostrándole al techo la palma de mi mano, dándole a mi amiga vía libre. Ella soltó un rápido "yes", celebrando una pequeña victoria, que de seguro había cogido de su chico sin ni siquiera enterarse.
Sacó el móvil de su bolso y desbloqueó la pantalla rápidamente, sin siquiera mirar lo que hacía. Sonrió marcando el número de su chico, que se sabía de memoria como los cristianos se saben el Padrenuestro, y se lo llevó a la oreja.
-Pon el altavoz-exigió Noemí, dando un golpe en la mesa con la base del vaso de plástico. Eri tapó el micrófono:
-No os va a hacer falta-dijo, y se relamió los labios. Se puso recta cuando sintió un cambio en la línea y sonrió.
-Hola-oímos gritar a Louis.
-¿Estás solo?
-He dicho hola-protestó él.
-Hola, mi amor. ¿Estás solo?
-No, ¿por qué?
-Ponles a los chicos una excusa, tengo algo que contarte. Es personal.
-Ay, madre. ¿Me has puesto los cuernos?
-Claro.
-Puta.
-Que no es eso, hostia. Es algo bueno.
-¿Me has puesto los cuernos con Scarlett Johansson y habéis decidido que queréis hacer un trío?
-¡Que no te he puesto unos jodidos cuernos, hostia! ¡¿Quieres separarte de los chicos?!
Louis gruñó algo ininteligible, a lo que ella respondió "tu puta madre" en español, poniendo los ojos en blanco. Se miró las uñas mientras Louis se alejaba de los chicos, balbuceando algo que no logré escuchar, e hizo rodar su iris marrón chocolate durante la espera.
-Vale, ya.
-¿Listo?
-Ajá.
-¿Estás sentado?
-Me siento.
-¿Estás preparado?
-¿A que te cuelgo?
-¡Alba está embarazada!
Un minuto de silencio, yo sonreí, cruzando los dedos para que no se pusiera a gritarlo por ahí.
-¿Louis?
-¡Zorra mentirosa!-replicó él a voces, al otro lado de la línea. Eri se echó a reír, separando el teléfono de la oreja y cerrando los ojos, tapándose la boca con la otra mano para que las carcajadas se ahogaran un poco y no salieran tan escandalosas como ella era experta en fabricarlas.
Eri dio un puñetazo a la mesa mientras Louis seguía despotricando por aquella boca norteña que en tantas peleas se había metido en una vez, y tantas otras había conseguido evitar simplemente con amenazas e insultos.
-¿Cómo cojones te atreves? ¿Cómo te atreves a hacerme separarme de los chicos después de meses sin estar juntos solo para ponerte a soltar mentiras por esa boca de cloaca que tienes en medio de la cara? ¿CÓMO COJONES TE ATREVES?
Pero Eri se estaba riendo tanto que dudaba que hubiera escuchado lo que él le decía.
Extendí la mano hacia el teléfono y lo cogí. Sorprendentemente no ardía, a pesar de todas las cosas que estaba soltando Louis por aquella boca suya, que tanto le gustaba besar a mi amiga. Aunque hubo un tiempo en que sí que la había entendido, ahora ya no lo hacía, puesto que había dejado de ver a los chicos como potenciales polvos de una noche, novios en algún caso, para pasar a verlos como amigos, hermanos, sin los cuales mi vida ya no estaría completa.
-Louis-dije, y él se calló sin más dilación.
-Alba-replicó.
-Es verdad.
-¿Qué es verdad?
-Estoy embarazada.
Me lo imaginé meditando su siguiente respuesta, temiendo ofenderme. La confianza que tenía con Eri le llevaba a bromear con cualquier cosa sin temer las represalias, pero yo era otra historia. Hacía mucho que no nos veíamos, nuestra relación podía haberse resentido... y era la mujer de uno de sus amigos, por lo que si me hacía daño, le hacía daño también a Liam.
Respiró una vez.
Eri alzó las cejas, jugando con su vaso, y me tendió la mano. Le volví a colocar el móvil en la mano y ella volvió a ponérselo contra el oído.
-¿No me debes algo, Tommo?
-¿Cómo iba a saber yo que...?
-¡Zorra mentirosa! ¿Cómo te atreves a separarme de los chicos? ¿Cómo te...?
-Lo pillo, nena, de veras. Lo pillo. Lo siento, ¿vale?
-¿Lo habéis oído?-contestó ella, mirándonos a Noe y a mí. Asentimos con la cabeza-. Bien. Recordadlo, por que no suele pasar a menudo.
Louis suspiró al otro lado de la línea.
-¿Por qué no me lo ha dicho Liam?
-Porque no lo sabe.
-Pon el altavoz; quiero hablar con él-exigí, señalando un espacio vacío en la mesa. Ella asintió con la cabeza, le pidió a su chico que esperara, y tocó la pantalla de su móvil. Lo dejó encima de la mesa, rodeado de vasos aún con bebida dentro.
-Louis-dije, apartándome el pelo de la cara e inclinándome ligeramente hacia delante, como si así fuera a mejorar la manera en la que me oía.
-Dime-dijo él. Eri puso los ojos en blanco, pero noté una chispa en sus ojos, chispa que había estado ahí desde que le dije que podía coger el teléfono. No me podía imaginar hasta qué punto ella lo echaba de menos; el tener a alguien tan idéntico a ti al lado tuyo, siempre, y que ese alguien se fuera y te dejara en casa, muy a su pesar, tenía que ser horrible. Si para mí ya lo era, y eso que Liam y yo teníamos nuestras múltiples diferencias, que hacían que nos complementáramos a la perfección, para Eri y Louis  tenía que ser un verdadero suplicio, siempre necesitando del otro, su mitad, para poder respirar con normalidad.
-Te voy a pedir por favor que no le digas absolutamente nada a Liam, ¿vale?
-Vale.
-¿Cómo que vale?-replicó Eri. La sonrisa de Louis se escuchó en su respuesta.
-Si Liam no nos lo ha dicho ya, es porque no lo sabe. Si no lo sabe es porque Alba quiere darle una sorpresa.
Eri abrió la boca.
-¿Por qué no razonas así cuando estás en casa?
-Porque a la que se le da bien pensar es a ti.
-Oh-replicó Noemí, negando con la cabeza y acariciando despacio los bordes de su vaso. Eri se sonrojó ligeramente.
-Te quiero, mi niño.
-Yo también, pequeña. Hola, Noe-saludó.
-Hola-respondió ella, apartándose el pelo de la cara.
-¿Estás nerviosa?
Noe negó con la cabeza pero, al darse cuenta de que él no podía verla, tragó saliva, aclarándose la garganta, y murmuró:
-No.
-Eso está bien-dijo él, y me lo imaginé rascándose la barriga, pensando cómo continuar con la conversación-. ¿Nena?
-¿Sí?-dijo Eri, envarándose.
-Tengo que volver con los chicos ya-un Louis imaginario se pasaba una mano por el pelo y ponía cara de cachorro abandonado, a fin de aplacar la rabia de su chica, o conseguir que ella no se entristeciera.
-Vale.
-Adiós, chicas-se despidió él. Un susurro de ropa flotó a través del aire. Noe y yo nos despedimos-. Te quiero, nena.
-Yo también te quiero, amor.
Juro que se pudo escuchar su sonrisa cuando él dijo:
-Solo un día más.
-24 horas-dijo ella, cogiendo la pajita del Starbucks-. Hasta mañana.
-Hasta mañana, pequeña.
Colgó, y Eri se hizo con su teléfono. Se frotó los ojos con el dorso de la mano rápidamente, evitando preguntas incómodas, como quien no quería la cosa, y sorbió por la nariz.
-Te duele, ¿eh?
-Lo llevo tatuado a fuego dentro, que es incluso peor que la tinta de la piel, aunque no se vea-dijo ella, encogiéndose de hombros y suspirando, a la vez que miraba la pantalla de su móvil.
-Y, ¿acaso te has hecho un nuevo tatuaje y por eso no te quitas ese puñetero pañuelo?-espetó Noemí, señalando con un dedo terminado en una alargada uña, pintada a la perfección, la pieza que abrazaba el cuello de nuestra amiga. Eri se tocó el pañuelo, distraída, y negó con la cabeza.
-No, no me he hecho más tatuajes. Y tampoco tengo nada en mente-dijo, encogiéndose de hombros. El último que se había hecho estaba en su pie, en la parte izquierda, pues ahí tenía el corazón. Una simple flecha señalando a sus dedos con la palabra "dream" en letras muy elaboradas acompañándola. Siempre caminaría pensando en sus sueños.
-Hace demasiado calor como para que no sea eso, Eri-contesté yo, mediando entre las dos, como siempre, como si nada hubiera cambiado. Eri suspiró, miró en todas direcciones, y se lo desató. Se tocó una parte morada del cuello.
-¿Quién te ha hecho eso?-exclamé. Noemí se inclinó hacia delante, estudiando la piel de mi amiga.
-Louis.
-¿¡Te ha pegado!?
-¿Cómo cojones iba a pegarme?-replicó la marcada, estremeciéndose. Siempre había dicho que si alguien le pegaba se alejaría de él inmediatamente. Pero cuando se trataba de Louis, la cosa cambiaba mucho.
-Si te ha pegado, puedes decírnoslo. No deberías...
-Me dio un mordisco. Mientras follábamos. Y luego lo completó con un chupetón. Para "marcarme"-dijo, poniendo los ojos en blanco y haciendo el gesto de las comillas. Tragué saliva.
-¿Y eso?
-¡Es Louis!¡Es un bruto! ¿Podemos dejar ya el puñetero tema y centrarnos en que vas a tener un jodido bebé?
-Mi bebé no es ningún jodido, guapa.
Eri miró al cielo, ladeando la cabeza, y asintió, frotándose los ojos.
-Vale. ¿Piensas contarnos cómo fue o no?
-No-dije, encogiéndome de hombros y llevando la mano a la pajita, dando un nuevo sorbo. Toqué fondo, y terminé la bebida con un sonido de disgusto.
No les iba a decir  las chicas cómo había sido, porque la creación de mi pequeño bebé era algo demasiado importante como para ir contándolo por ahí. Importante e íntimo. No me apetecía que husmearan más de lo debido. Era el único secreto que iba a tener con ellas, porque, dado que a mí no me interesaría cómo había sido el polvo con el que se habían quedado embarazadas (ya me había planteado eso cuando Harry le pidió matrimonio a Noe, pues no los veía casándose sin que ella tuviera un paquete a la espera), a ellas tampoco debería hacerlo.
Me vi arrastrada por mis propios recuerdos, incapaz de resistirme, mientras las dos me miraban, intentando descifrar mi expresión.
Estábamos sentados frente a la chimenea, tumbados en el sofá, tapados con las mantas mientras fuera llovía a cántaros. de vez en cuando un rayo iluminaba el cielo nocturno, y yo me pegaba instintivamente contra Liam, aprovechando la excusa de que tenía miedo para pegarme arrimarme más a él, aunque ya no hacían falta excusas. Era mío, yo era suya, y la cosa era tan sencilla como caminar por asfalto.
-Liam...-susurré en medio del silencio, mientras él echaba también un vistazo fuera. Sin hablarlo ni nada, habíamos apagado la tele y nos habíamos quedado embobados contemplando el espectáculo que se desarrollaba ante nosotros.
-Mm-respondió él, invitándome a seguir hablando. Sus dedos me acariciaban la cintura, eran tan cálidos y suaves que me apetecía morirme.
-Soy feliz-dije simplemente, y le besé el cuello. Sus ojos se achinaron en una sonrisa, y me vi obligada a continuar, tratando de mantenerla allí más tiempo. Era demasiado preciosa como para dejar que se escapara como el humo-. Estoy casada con el hombre al que amo, en una casa perfecta, con una canción que espero que nos venga como anillo al dedo-dije, enseñándole la pantalla de mi iPod, cuya reproducción había detenido para escuchar el sonido de los truenos rompiendo el aire-. No podría ser más feliz de lo que soy en este preciso instante.
-Yo creo que sí-replicó él-. La forma de colmar este momento es sencilla, mi vida.
-¿Cómo?
-Con un bebé.
Sonrió, me miró a los ojos, y esperó mi consentimiento, que no necesitaba. Me besó despacio, me quitó la ropa debajo de la manta, y me hizo el amor muy lentamente, temiendo romper algo que llevaba años sin estar ahí, siendo suyo, besando cada poro de mi piel y haciéndome suya de mil formas diferentes, todas fascinantes, todas con su estilo propio.
Las cuentas que había hecho encajaban: todo el amor que mi marido había derramado en mi interior estaban evolucionando hasta convertirse en algo mucho más grande. Impensable. Mágico. Perfecto.
-Uy-dijo Eri, sonriendo. Alcé una ceja, Noe también sonreía, aunque lo disimulaba más.
-¿Qué pasa?
-Nada, pero... te has puesto ha sonreír como una gilipollas.
-Tú siempre te ríes como una gilipollas y ni dios te dice nada-contesté, tirándole una servilleta de papel. Ella me sacó la lengua.
-Eso es porque lo es pero tenemos que quererla igual.
-Yo había venido a quedar con mis amigas, ponernos al día, y comprar un vestido para tu inminente boda, AúnNoStyles, no para recibir tales puñaladas traperas por parte de gente que se supone que, como mínimo, me aprecia-respondió ella, altanera, dándole una vuelta a su pañuelo con gracia, tal y como hacían las damas nobles en las películas antiguas.
-Si tanta prisa tienes por el vestido, vamos, SiempreLópez-se cachondeó Noe. Erika la miró fijamente.
-Un día de estos os haré vudú, os lo prometo-replicó, levantándose y yendo a pagar. Me acerqué a Noe.
-¿Por qué la puteamos tanto?
-Porque todo el mundo cantó victoria con ella y con Louis, pero ellos no acaban de llegar a la meta-replicó, cogiendo su chaqueta y colgándosela del brazo. Me eché a reír.
-Dejad de criticarme, putas-exigió Eri, volviendo con nosotras y cogiéndonos de los brazos a ambas. Se inclinó hacia la futura recién casada-. ¿Y bien? ¿Ya tienes algo pensado?
-La boda será en Hawaii.
Las dos la miramos.
-Noemí...-empecé yo.
-¿Cómo coño te vas a casar tú en Hawaii? No te ofendas, pero es demasiado exótico para ti.
-Sí, pequeña, eres la típica tía que soltaría palomas blancas el día de su boda.
-Pues quiero algo íntimo.
-Jesús. ¿Estamos locos? ¿Alba preñada, tú a punto de casarte con una boda exótica e íntima, y Louis sin pedirme que vaya a buscarlo a un puñetero altar? ¿Qué clase de telenovela mexicana barata es esta? Porque no lo entiendo-gruñó Eri, sacudiendo la cabeza.
-Jamás pensé que llegaría este día-respondí yo.
-Cállate, me vas a dar mucho trabajo. Será en Navidad.
-¡CON DOS COJONES! ¡NEVANDO! ¡OLÉ!
-En Hawaii no nieva, Eri-respondí yo, tapándole de paso la boca con la mano.
-Estarás ya embarazadísima en Navidad.
-Tampoco falta tanto-respondí yo, apartándome el pelo de la cara y encogiéndome de hombros.
-Te debería dar vergüenza el quedarte embarazada para la boda de Noemí. Vergüenza.
-No podía esperar a tu boda, Eri.
-Me cago en Dios, mismamente-respondió ella, soltando nuestro abrazo y echando a andar, alejándose de nosotras. Noe y yo nos echamos a reír, y corrimos tras ella, que no hacía más que comentar en español nuestra profesión tan poco deseable.

Tiempo después.
Ya era primavera, y los primeros rayos de luz se encargaban de descongelar la nieve almacenada en los árboles que, perezosos, se negaban a ponerse a trabajar.
Descorrí las cortinas, intentando que los primeros rayos de la primavera de ese año entraran en la casa, y me acaricié el vientre, cada día más abultado, en el que mi pequeña hija avanzaba poco a poco hacia la vida. Mi otra mano fue hacia mi coleta, y me quedé contemplando mi reflejo en la ventana, translúcido, como una fotografía impresa en un papel de plástico bajo la cual se ponía un paisaje totalmente diferente.
Liam se inclinó a coger las llaves del coche, y me miró.
-¿Alba?
-Estoy gordísima, tío-dije, notando cómo mis ojos se llenaban de lágrimas. Estos días había notado a Liam muy distante, y creía saber por qué. No soportaría la idea de perderlo, pero no estaba en condiciones de pelear por él. No podría luchar contra ninguna de las modelos que se le acercaban cada día, cuando tenía alguna reunión en la que presentar los trabajos que retocaba hasta altas horas de la madrugada, mientras yo solo lo estudiaba a la luz de la lámpara del escritorio, demasiado cansada de luchar con el peso de mi vientre como para, siquiera, levantarme de la cama-. Soy... soy una puñetera albóndiga con patas.
Liam se acercó a mí, con las palmas hacia mi cuerpo. Me abrazó por detrás, sus brazos aún alcanzaban a rodearme.
-Puede-concedió, besándome el pelo y cambiándome de lado la coleta, que se posaba en mis hombros delicadamente-, pero... eres mi albóndiga con patas.
-Estoy tan gorda... tan, tan gorda-gruñí, suspirando, pero acariciando mi vientre. Me gustaba lo que estaba pasando en mi interior, pero, a la vez, no me gustaba en absoluto lo que estaba causando en mi aspecto exterior.
-¿Cómo quieres estar, Alba? Estás embarazada-me recordó, como si se me pudiera olvidar que él era el artífice de todo aquello... y todo porque yo había cometido el error de buscar el nombre de su grupo en Internet-. Llevas un bebé dentro. Y yo nunca te he visto más preciosa.
Me giré hacia él, que estaba un poco borroso, por el filtro de lágrimas en mis ojos.
-Por cosas como esta fueron por las que me casé contigo-susurré, sonriendo. Él me devolvió la sonrisa, se inclinó y me besó dulcemente. Me cogió de la mano.
-Vamos a llegar tarde, y los chicos nos esperan.
-Y Eri.
-Y Eri-asintió, poniendo los ojos en blanco.
Veinte minutos después, estábamos aparcando en el camino de entrada de la casa que habían comprado Louis y Eri. Erika era muy buena convenciendo a la gente, pero Louis tampoco era totalmente imparcial con ella, y procuraba darle todos los caprichos que la chica tenía.
Eri salió apresuradamente de la casa, frotándose las manos en los vaqueros, dejando unas manchas grisáceas en sus pantalones azul marino. Tenía las mejillas sonrojadas, pero una sonrisa de dientes perfectamente blancos le cruzó la cara en cuanto nos reconoció.
-¡Hola!-baló cual oveja feliz de que su pastor haya vuelto al prado para echarle un vistazo, asegurándose de paso de que se encuentra bien. La saludé con la mano y ella bajó de dos brincos los escalones de la entrada. Seguía siendo como una cría, como sería yo si no tuviera una carga tan importante como para que todos aquellos movimientos fueran considerados riesgos que no merecían la pena correr.
Me abrazó, y yo le devolví el abrazo, no sin dificultad por el bache que había entre nosotras.
-Dentro de poco es tu cumpleaños-dijo, separándose de mí y dándole un abrazo y un beso a Liam, que se lo devolvió raudo como un cervatillo.
-No me habrás comprado nada.
Ella alzó las cejas y se apartó un mechón rebelde que se negaba a permanecer en la cola de caballo que llevaba en la nuca.
-Dado que no estoy segura de que te vaya a ver el 26-dijo, encogiéndose de hombros y dirigiéndose a una cómoda de sabía Dios qué siglo, abriendo un cajón y tendiéndome un paquete envuelto apresuradamente-, he pensado que te lo debería dar ya.
-¿Y los chicos?-preguntó Liam, haciendo un puchero porque no habían bajado a recibirlo. Eri se llevó una mano a la frente:
-Oh, están arriba, Liam, perdona. No hacen más que meter ruido, y a mí me vuelven loca. ¡¡Chicos!!-bramó, girándose hacia las escaleras mientras yo tiraba de una de las cintas del regalo. Una manada de mastodontes corrió por el piso de arriba, pero, cuando llegó a las escaleras, los mastodontes se convirtieron en 4 chicos que no hacían más que dar gritos, muy acordes con el espíritu de siempre.
-¡Liam! ¡Alba!-gritó Harry, cubierto hasta arriba de una buena capa de polvo blanco.
-¡¡¡Estáis aquí!!!-bramó Zayn mientras se quitaba las gafas con las que había estado pintando algo, y se limpiaba a la parte trasera de sus pantalones una mancha de pintura color crema.
-¡ALBA ESTÁ TAN EMBARAZADA!-chilló Niall, dando un brinco y apareciendo ante mí en menos que cantaba un gallo
-¡ES LA PERSONA MÁS EMBARAZADA QUE HE VISTO EN TODA MI VIDA!-coincidió Louis, dando voces, y de repente los cuatro estaban haciendo un corro a mi alrededor, tocándome el vientre como niños pequeños. Eri dio varias palmadas, tratando de calmarlos, pero fue inútil.
-¡VALE YA! ¡DEJADLA RESPIRAR, HOSTIA! ¡COMO SE PONGA DE PARTO LO QUE ENSUCIE LO VAIS A LIMPIAR VOSOTROS!
Todos se giraron para mirarla, un par de ellos silbaron, pero me dejaron espacio para respirar. "Gracias" articulé en silencio en español, ella sacudió la mano, quitándole hierro al asunto.
-Y ahora, si no os importa, las mujeres necesitamos un momento para hablar de nuestras cosas.
-¿Nos estás echando, nena?-espetó Louis, mirándola de arriba a abajo con evidente fastidio. Eri asintió con la cabeza.
-Venga, a trabajar todo el mundo.
Louis suspiró, pero les hizo un señal a los chicos, indicándoles que había que volver al trabajo. Eri me cogió de la mano libre, pues en la otra aún sostenía su regalo sin abrir, y me condujo hasta la cocina. Tenía una mesa en el centro, una cocina muy moderna que no pegaba en absoluto con el ambiente de la habitación, claramente de más de 50 años, y una bombilla en el techo, muy poco glamourosa. No me quejé, porque entendía su situación, y dentro de poco yo misma la padecería: Liam y yo habíamos hablado largo y tendido sobre hacernos con una casa al más puro estilo inglés (esto es, unifamiliar, con un pequeño jardín, separada de las demás por un seto... lo típico de las películas) para criar a nuestra pequeña hija. Un piso estaba muy bien, pero cuando había niños por en medio, preferíamos un espacio más amplio en el que pudieran corretear y jugar.
Y los chicos tendrían un papel en esto, al igual que lo tenían en aquella mudanza que Louis y Eri habían preparado tan detalladamente. Antes de ir cada uno por su lado, habían acordado que, en el momento en que uno de ellos necesitara ayuda, no importaría el tema que fuera, los demás lo dejarían todo e irían a socorrerlo. Daba igual el sitio en el mundo en el que estuvieran. Daban igual sus planes. One Direction era amistad, una amistad que podía con  todo, una amistad suprema capaz de cambiar el estatus vital de los demás cuando uno pedía auxilio. Liam ya se lo había dicho a los chicos, y ellos se habían mostrado ofendidos de que él se atreviera a creer que no iban a querer ayudar.
Cualquier excusa era buena para reunirse una vez más.
-Perdona el desorden, tía, pero es que estoy tan ocupada limpiando y adecentando las pocas cosas a las que Louis me deja acercarme que me es imposible llevarlo todo al día.
-No te preocupes-repliqué, olisqueando el aire-. ¿Has empezado a preparar la comida?
Negó con la cabeza, deshaciéndose la coleta y volviendo a hacérsela, perfeccionando su obra anterior.
-No sabía qué querrías comer, con esto de los antojos por el embarazo...
-No tengo muchos antojos, así que cualquier cosa estaría bien.
-¿Tortilla para nuestros hombres?
Asentí con la cabeza.
-¿Puedo hacer algo? Sabes que me aburro mucho.
-Pela las patatas, por ejemplo, si quieres-dijo, abriendo una puerta de la parte baja de la encimera y tirando de un pequeño saco marrón. Desató el cordón rojo que tenía controlando a los tubérculos y sacó varios, colocándolos en un bol. Dejó el bol encima de la mesa, me pasó un cuchillo, cogió otro, un plato para las mondaduras y otro para las patatas, y comenzamos con la tarea.
-¿Qué tal todo? ¿Te dan náuseas?
Suspiré.
-A veces, sobre todo cuando vamos en coche y vamos rápido. En casa me dan cuando me pongo a ver programas en la tele y empiezan a cortar pescado, y cosas así.
-¿Te ha cambiado el apetito?
-Ahora, si la carne no está prácticamente quemada, no puedo comérmela.
-¿Y algo más que merezca la pena destacar?
-Huelo mucho más que antes.
-Había leído sobre eso-comentó.
-¿Noemí no viene?
Negó con la cabeza.
-No, ella y Perrie han quedado para ir de compras. Noe quiere renovar el vestuario y, como ella mola mucho, no compra en Nueva York-puso los ojos en blanco-. Me ofreció ir juntas, pero yo no estaba segura de si tú te cansarías, y tengo mucho lío en casa. Cuando terminemos con las reparaciones, me tomaré un descanso, y si eso os invito a una buena sesión de compras.
-Que sea cuando dé a luz, por favor-repliqué, acariciándome de nuevo el vientre. Eri sonrió ante mi gesto.
-Tengo que buscarme un vestido-meditó en tono cantarín. Yo solté un grito y me incliné hacia delante, cogiéndole la mano izquierda.
-¡MENUDO PEDRUSCO, CHIQUILLA!-bramé con toda mi fuerza pulmonar, admirando el diamante que Louis había colocado, por fin, en el dedo de mi amiga. Eri sonrió y se apartó el pelo del hombro con la mano libre, meneando los dedos de la que yo sostenía. El anillo era precioso: con un diamante cuadrado en el centro, engarzado en...
-¿Oro blanco?
-Louis tiene estilo.
-Ya te digo-repliqué, contemplando las pequeñas garras que hacía el anillo para sostener la piedra preciosa. A cada lado de esta, pequeños diamantes, también rectangulares, custodiaban a la gran gema. Y se acababan justo donde los otros dedos tocaban la pequeña obra de arte.
-Aunque, si te soy sincera, el tuyo es más original.
-Si con original te refieres a copia del de Bella, sí, es muy original-asentí con la cabeza, sonriendo. Me miré la sencilla alianza que por fin llevaba en el dedo, y que nunca me quitaba, ni tenía pensado, a no ser que terminara hinchándome como un globo y con el anillo clavándoseme en la piel en la última etapa del embarazo.
El anillo de compromiso que Liam me había regalado era genial.
La alianza era más sencilla, más del estilo del del resto de la gente, pero me gustaba más, porque su significado era más importante.
-¿Estás nerviosa?
Eri suspiró, bajando los hombros y asintiendo despacio con la cabeza.
-Estoy nerviosa porque él no me ayuda en nada. Solamente se encarga de la luna de miel. El resto lo tengo que hacer yo todo.
-A mí me pasó más o menos lo mismo, hasta que le eché la bronca a Liam-me encogí de hombros, recordando aquellos meses de agobio, con una yo histérica perdida porque los centros de mesa no conjuntaban bien con los manteles... pero todo aquello había pasado, la boda había sido perfecta y mi matrimonio era incluso mejor.
-Yo discuto todos los días con Louis-dijo ella, concentrándose en una patata rebelde que se negaba a ser pelada con facilidad-. A todas horas.
Me quedé callada, porque sabía que esa frase tenía una continuación.
Efectivamente, la tenía.
-Pero echamos unos polvos que no son normales.
-¿De malos?
-¡NO, JODER!-abrió los ojos y negó con la cabeza, estupefacta ante la idea de que el sexo con los chicos (con cualquiera de los cinco, en realidad), fuera malo-. ¡DE BUENOS!
Justo en ese instante, como sabiendo que la conversación trataba sobre él (como terminaban haciendo en realidad todas las conversaciones que mantenías con Eri), Louis entró en la cocina.
-Vengo a por cervezas-dijo, alzando las manos al aire, excusándose y a la vez dando a entender que no venía a espiar nuestra conversación de mujeres.
-Louis, he estado pensando... y deberíamos cambiar las ventanas también.
Me lo imaginé poniendo los ojos en blanco mientras se inclinaba hacia la nevera, revolviendo hasta encontrar el paquete de seis cervezas. Estaba segura de que la que sobrara se quedaría en un rincón, los chicos decidirían qué hacer, echarían a suertes quién se la bebería, y, saliera quien saliese, éste le cedería el puesto a su anfitrión, echando por la borda minutos de valioso trabajo, pero consiguiendo más de risas y pullas masculinas.
Louis las dejó encima de la mesa, miró largo y tendido a su chica, y luego posó sus ojos azul cielo en las ventanas. Se encogió de hombros, cerrando aquellos dos zafiros.
-Nah. Yo creo que están bien.
-Tú crees en Dios, Louis-replicó ella, apartándose el pelo de la cara, como si aquello fuera la prueba definitiva de que alguien era, o no, subnormal.
-¿Y? ¿Eso me quita de llevar razón? Arderás en el infierno por todas estas gilipolleces tuyas.
Ella se envolvió la mano en un paño de cocina, se acercó a la ventana, y dio un par de toques en el cristal. Con el primero, el cristal vibró a gran velocidad, emitiendo un sonido terriblemente desagradable. Con el segundo, unas rajas aparecieron  en el punto donde sus dedos habían golpeado; cuales telas de araña, se esparcieron en forma de estrella. Al tercer golpe, a menos de un segundo del primero, el cristal se hizo añicos, desparramándose por el suelo de la cocina, cayendo por todas partes. Yo di un brinco, sin embargo, Louis se limitó a mirarla en silencio.
-Va a ser que sí que tenemos que cambiar las ventajas.
Y se marchó.
Miré a mi amiga, y ella me miró a mí.
-¿Qué te había dicho?
-No me habías dicho que mandaras tú.
-Soy mujer. Y él es feminista. Nos ama-se encogió de hombros, terminando con la patata.
Terminamos de hacer la comida escuchando a los chicos cantar canciones suyas, de hacía años, y canciones nuevas, destrozándolas a base de hacer un gallo detrás de otro para que los demás se rieran.
Esa fue la última vez que los chicos estuvieron todos juntos antes de que mi hija naciera.
Cuando llegué al hospital, con contracciones, Liam ya estaba histérico, correteando de un lado para otro sin saber del todo bien qué hacer. Yo simplemente trataba de controlar mi respiración, pero era demasiado complicado, porque él había conseguido convencerme para regresar, en el último momento del embarazo, a España, a pesar de que yo prefería mil veces parir en su país. Aunque también era cierto, y eso tenía que concedérselo, que era mejor que mientras daba a luz una enfermera borde me gritara en mi propio idioma, una lengua que yo dominaba, a que lo hiciera una extraña en inglés, y yo terminara desconectando porque no podía descodificar ese idioma y parir una masa humana en movimiento de alrededor de dos kilos por un lugar donde a duras penas entraba un tampón.
No me había preparado para ese momento, y lo estaba pagando caro, pero al final, todo el dolor, las horas esperando a que el ritmo de mis contracciones y la dilatación de mi útero aumentara, mereció la pena.
Cuando cogí a Layla en brazos, cuando Liam la sostuvo para que la mirara mientras luchaba por tranquilizar mi corazón desbocado, todo estuvo bien. Todo en el mundo era horroroso comparado con ella, mi primera princesa de ojos iguales a los de su padre.
Estiré la mano y le toqué la mejilla: ya no lloraba, su padre había conseguido que se callara.
Liam me apartó el pelo de la cara, empapada de sudor, y me besó la frente.
-Gracias por este regalo, mi amor.
Le apreté la mano con las escasas fuerzas que me quedaban y, antes de sumirme en un sueño profundo, contemplé a padre e hija, y repliqué:
-No, gracias a ti por hacer esto posible. Por salvarme la vida y por crear una nueva.
Cerré los ojos, pero la imagen de Layla pegándose a mi pecho, reconociéndome como su madre, era demasiado fuerte como para que dos simples párpados pudieran eliminarla.

lunes, 14 de octubre de 2013

Te ha destrozado la vida... y encima te gusta.

Estás en tu casa tan tranquila, o en el parque, o en la biblioteca, o donde sea, y recibes un mensaje. Una llamada. Un email. Lo que quieras. Y tu boca se curva en una sonrisa de felicidad. Le gustas a alguien, alguien que tiene posibilidades contigo. Acordáis quedar, dar una vuelta, ver cómo se os daría una relación. Decidís ir a dar un paseo, recorréis la ciudad, habláis de cualquier cosa, os reís a carcajadas, dejando que las nubes escuchen lo bien que suenan vuestras risas unidas.
A mitad de la cita, ya os habéis cogido de las manos. Es tan fácil como respirar, es tan bonito como una flor abriéndose.
Seguís dando un paseo, la barriga te duele de tanto reír. Miras al cielo y sonríes, preguntándote qué has hecho para merecer algo así. Miras al cielo, esperando que esto sea solo el principio.
Se acaba el día, el sol se va escondiendo poco a poco por el oeste. Se ha portado bien; no ha dejado que ni una sola nube te estropee el día. Él te acompaña a casa, asegurándose deque llegas bien, y te pregunta cuando llegáis a la puerta qué tal lo has pasado. Tú respondes que bien. Él sonríe, y tú le imitas.
Te aparta un mechón de pelo de la cara.
Se inclina hacia ti.
Te pones de puntillas y dejas que te bese en los labios, y ese, ese, es el principio de todo. Tal vez llores, tal vez rías, tal vez llores riendo y rías llorando, pero pocas cosas importan. Estás viva. Estás limpia. Estás enamorada.
Lo estás sintiendo.
Y es precioso.
Parpadeas y, de repente, vuelves a estar frente a ese teléfono, escuchando esa llamada. Se te parte el corazón, pensando en todo lo que vas a perderte y todo lo que pudo ser y no será. Porque no te gusta mentir, no quieres engañar ni hacer daño a nadie. No quieres que nadie sufra intentando encontrar algo que tú no puedes darle, sencillamente porque ya tiene dueño.
Un dueño que vive muy lejos de ti.
Un dueño al que quieres con toda tu alma.
Un dueño que te ha enseñado qué es el amor.
Un dueño que ni siquiera sabe de tu existencia, pero a ti poco te importa. Él te ha enseñado qué es el que tu centro de gravedad cambie, que las cosas que tanto salen en los libros por fin se apliquen a ti.
¿Qué más da que no puedas tocarlo? Está aquí, existe, es real. Y con eso basta.
Ese es el problema.
Sí, Louis, la culpa es solo tuya.

martes, 8 de octubre de 2013

Caza.

Entré en la base tirando de las muñequeras y colocándolas como era debido. Cogí una de las pistolas de la entrada y me la metí en el cinturón, en la parte trasera. El frío metal rozó mi piel, arrancando erizamientos a su paso.
-Kat, tengo una misión para ti...-empezó una de las que administraban las misiones, Mel, pero yo levanté la mano, dándole a entender que no tenía tiempo. Debía llevar a los novatos a su sala de entrenamiento y luego decidir cómo iba a averiguar el nombre del ángel. Una letra era una letra, algo por lo que empezar, pero no era demasiado precisamente.
-Pídeselo a otro, yo ahora entreno a los aprendices, como traidora en potencia que soy-espeté, desabrochándome la chaqueta y desparramando las cosas que me había metido dentro, robadas, en una mesa. Si Puck me pillaba arramplando con todo lo que veía en las tiendas sin pagar, me mataría. Pero los paquetes de tabaco, los bollos de chocolate y demás drogas que siempre teníamos prohibidas no eran bien recibidas cuando aparecían en los tíckets de la compra.
-¿Qué?-replicó Mel, deteniéndose en seco y tocándose el pelo, corto por la barbilla, nerviosa. Me giré en redondo, abrí los brazos y comenté, torciendo la cabeza a modo de excusa:
-Sí, ahora se considera ser traidor al simple hecho de haber estado frente a frente con un ángel y habértelas arreglado para que no te meta un tiro en la cabeza.
Se tocó la mandíbula, meditando su siguiente respuesta:
-¿Cuándo ha sido eso?
-Esta mañana. ¿Acaso importa? El caso es que he pasado de estar en la cima a tener que volver a escalarlo todo... desde el principio-expliqué, lanzando una mirada fulminante a los críos, que se habían acercado al estante de las armas, que no podían tocar bajo ninguna circunstancia, y se habían apelotonado en torno a una ametralladora muy poco útil para nuestro trabajo. Era una antigua reliquia, una de las pocas armas rápidas que aún conservábamos de cuando todas las fuerzas anti sistema se concentraban en una sola, a la que el Gobierno llamaba mercenarios. Expertos en todo y nada a la vez, los mercenarios eran asesinos que habían existido hasta hacía pocos años. Mi padre era uno de ellos, y se decía que la genética de un mercenario se transmitía incluso cuando eras adoptado . Si uno de tus padres había sido mercenario, tú tendrías una facilidad para matar que los demás no tendrían.
Yo había degollado a aquella poli que se había entrenado con los runners y había fingido ser una de nosotros sin contemplación, pero a veces sus ojos en blanco aparecían en mitad de la noche, retozando entre mis sueños, y garantizando un despertar movidito. Y eso que ya habían pasado casi cuatro años.
La había matado la noche que cumplía 14 años.
Chasqueé un dedo y todos los críos se volvieron hacia mí. Abandonando el arma, los llevé a los pisos medios de la base. El edificio en el que se encontraba actualmente nuestra base tenía una estructura pensada para que la defensa fuera fácil, y el asalto, imposible. Con forma de seta,  la base se afianzaba sobre unos cien metros de diámetro, en los cuales se encontraban las oficinas de entrega y envío, las salas con las armas más rudimentarias, y las escaleras que conducían a los pisos superiores. El pie de la base se levantaba varios cientos de metros por encima del nivel del suelo, creando una sombra que se agradecía en verano, y unas ráfagas de viento que en las noches invernales eran insoportablemente ruidosas. Los bajos edificios, de no más de 10 plantas en su mayoría, que rodeaban a la gran seta, eran las viviendas de la gran mayoría de nuestros familiares. Mi familia era una de las pocas que no vivía allí, por lo que era más difícil defenderla y salvarla en caso de ataque (una amenaza con la que lidiábamos constantemente), pero también hacía que fueran un blanco más difícil.
Cabía añadir que el hecho de que mi familia tuviera dinero le había permitido alejarse de allí. Las familias que vivían alrededor de nuestra base no eran las más pudientes de la ciudad. Sobrevivían, simplemente. No había delincuencia (el Gobierno jamás lo habría permitido) porque no había pobreza (el Gobierno tampoco lo habría permitido). Nadie había muerto de hambre en toda la ciudad desde mucho tiempo antes de mi nacimiento. Pero que no hubiera pobreza y que la gente pudiera comer no significaba que nadaran en abundancia.
Eché un vistazo a los críos, procurando contarlos de paso, tal era mi costumbre de aprovechar siempre todo lo que hacía. Todos eran lo mejor de su casa: criados desde pequeños específicamente para entregarlos a los runners, sabían qué era la lealtad y cómo esta estaba por encima de todo. Detestaban a los traidores como buenos futuros runners que eran, y preferirían morir por la causa a someterse al yugo del Gobierno, manifestado en la cantidad de policías que patrullaban las calles y asfixiaban tu libertad hasta el punto de que sentías la falta de oxígeno en tus propios pulmones.
Tenía siguiéndome a la élite de los barrios más pobres, gente con facilidad para la mentira que no dudaba en protegernos con su propia existencia si era necesario. Los hermanos de aquellos chicos darían su vida sin rechistar siempre y cuando el seguir viviendo no implicara la necesidad de revelar dónde estábamos los que, a fin de cuentas, les dábamos de comer.
El simple hecho de que se me considerara una traidora y que, automáticamente, se me relegara a uno de los puestos más bajos, que ni siquiera los aprendices tenían en mucha estima, no era, ni mucho menos, una coincidencia: así se les mostraba  los críos que, fuera cual fuera tu delito, sería preferible que te mataran a vender a tus hermanos y compañeros. Lo pagarías descendiendo en toda la escala social de los runners y pasando a vértelas con críos quejicas que no hacían más que quejarse porque nunca eran suficientes: no soportaban bien el dolor, jamás corrían lo suficientemente rápido, nunca eran capaces de salvar las distancias que les imponías de un salto. Pero, casualmente, toda aquella panda de debiluchos que apenas pasaba de los 20 kilómetros por hora, salía y entraba intacta cuando hacías entrenamientos exteriores. Casi nunca había bajas entre los novatos, a no ser, claro, que la policía te pillara. Procurabas que no fuera así.
Los conté de nuevo de la que entrábamos en los ascensores a los pisos de la parte media del edificio y, con un gesto de la mano, les indiqué que siguieran el largo pasillo a su zona de descanso. La misión había terminado; la habían superado con éxito, y habíamos llevado la compra desde el supermercado a la base sin ninguna incidencia.
Subí a mi habitación y empujé la puerta con la cadera, saludando de paso a una de las pocas runners a las que en algún momento tenía asco. Faith.
Faith no era especialmente buena, pero decían que era descendiente de aquella persona en el que una sociedad de runners primitiva se había basado en una vez para crear nuestras tácticas y misiones anti sistema. La chica salía de un videojuego, tenía el mismo nombre que Faith, pero, dada la calidad de éste y la veracidad de los hechos que allí se contaban, con un detalle escalofriantemente certero, creíamos que la tal Faith había existido de verdad. El videojuego podría ser sólo una celebración a la vida de aquella chica que había salvado a su hermana de las garras de una justicia tan subjetiva como la nuestra, en una ciudad demasiado parecida a la nuestra. El juego parecía premonitorio, y nosotros nos habíamos ceñido a él en la medida de lo posible.
O, al menos, eso me había dicho mi madre que habían hecho.
-¿Qué tal, Kat?-era la única persona que me seguía llamando Kat incluso cuando estábamos ambas fuera de servicio, seguramente porque Faith no fuera su nombre real. Era, también, la única que había adoptado su apodo como nombre auténtico, a pesar de que no la habían bautizado así. No la culpaba; tener un nombre de ese tamaño te haría querer lucirlo cada dos segundos. Así que todo el mundo la llamaba de aquella manera. Yo ni siquiera sabía su nombre auténtico.
-Hola, Faith-saludé, esbozando una sonrisa. Se acercó a mí, ajustándose los guantes sin dedos que utilizábamos para deslizarnos por las tuberías sin quemarnos la palma. Se examinó las uñas un segundo, levantó la cabeza y dijo:
-Voy a salir un rato. No sé si necesito un acompañante, pero creo que estaría bien que fueras tú la que viniera conmigo.
Negué con la cabeza, señalando la habitación.
-No puedo, tía. Soy una traidora. Estoy retenida en mi cuarto hasta próximo aviso.
-Lo del ángel es una jodida putada, pero no creo que sea culpa tuya-se encogió de hombros, negando también con la cabeza. Se rascó el codo y me miró los brazos. Aún tenía abiertas las heridas que me habían causado los cristales de la oficina, pero poco importaba aquello. Las heridas de guerra eran incluso más bonitas que las caras resplandecientes de maquillaje que las revistas se empeñaban en anunciar. Seguro que aquellas súper modelos no aguantarían ni dos segundos en la calle, y nosotras,  las que mejor sabíamos escapar, podríamos burlar la seguridad pasara lo que pasara. Eso nos hacía más atractivas en nuestro círculo social.
-Deberían haberte llamado a ti.
-Que en mis venas corra cierta sangre no implica que su talento haya bajado de los cielos para meterse ne mi cuerpo. Eres la mejor de la sección coliflor-se echó a reír-, por mucho que les joda a los demás. Si alguien podía cumplir esa misión, eras tú. Y lo has hecho, a tu manera.
-No tengo los códigos, lo que viene siendo no tener nada.
Volvió a reírse, echándose el pelo corto hacia atrás. Me apreté la trenza que llevaba dando una vuelta más a la goma del pelo, y me la cambié de lado.
-Tenemos mucho más de lo que teníamos ayer a estas horas. Cuando se den cuenta, te ascenderán.
-No quiero que me asciendan. Quiero volver a correr.
Y venganza, pensé, pero no estaba segura de si quería vengarme del tal L por confundirme de aquella manera, o vengarme del resto de mis amigos y compañeros por llegar a pensar tales cosas de mí.
-Ven conmigo-dijo, haciendo un gesto con la mano, doblando el aire y retorciéndolo hasta apretarlo contra su pecho.
-No puedo, Faith. Te metería en el ojo del huracán.
-Como quieras-se encogió de hombros-. Diviértete en tu habitación-murmuró mientras yo abría la puerta.
-Si ves a Taylor, no le digas que me has visto, ¿quieres?
-¿Que he visto a quién?-se rió ella, negando con la cabeza y asintiendo en silencio-. Ve.
Cerré la puerta detrás de mí y escuché tras un par de segundos de vacilación cómo sus pasos se alejaban por el pasillo, silenciosos como pocos en el lugar. Me tiré en la cama, boca arriba, y cerré los ojos, rememorando todo lo que había pasado.
Había robado los planos.
Había salido con ellos sin levantar sospecha alguna.
Había atravesado medio distrito, y llegaba a la parte donde las cosas se ponían más fáciles, cuando L había dado conmigo.
Había huido de él y me había escondido en una oficina. Él había entrado.
Me había arrinconado contra la pared.
Y me besó.
Me besó como nunca me habían besado en la vida, como jamás creí que pudiera besarse. Pero él podía, y lo hizo.
Y, no contento con eso, volvió a besarme cuando nos volvimos a encontrar.
Y volví a sentir todas esas cosas...
Me abofeteé y traté de controlar mi respiración acelerada. No, no podía pensar en él de aquella manera. No debía. Era el enemigo. Había matado a gente como yo, y mi gente había matado a su gente. No podíamos relacionarnos de aquella manera.
Pero, si las cosas eran así, ¿por qué de repente sólo me apetecía correr, abandonarlo todo, e ir con él, hundirme en sus brazos, y dejar que sus alas me llevaran volando lejos de allí? L no iba a causarme más que sufrimiento y dolor, pero ya no sentía que la vida mereciera la pena si él no amenazaba con hacerle sombra al sol.
Tragué saliva, y le murmuré al silencio:
-Tengo que averiguar cómo se llama.
Me levanté de un brinco, tiré la chaqueta encima de la cama y salí fuera como un bólido, sin preocuparme de que todavía tenía una de sus plumas metida debajo de la camiseta, en el top de deporte, entre los pechos, para que nadie la notara. Nada importaba más que mi carrera hacia la sala de informática para descubrir cosas sobre él.
Como, por ejemplo, por qué su cara me resultaba tan familiar, si no lo había visto en mi vida.
No era tan gilipollas como para olvidar una cara así.
Empujé la puerta con el hombro y entré con la cabeza bien alta. Seguramente todos en la sala ya supieran de mi nueva condición de entrenadora de novatos, así que sólo mi orgullo podría salvar aquella situación. Miré en todas direcciones hasta localizar al encargado de entregas ese día.
-Chace, vengo a por un ordenador-dije, poniendo las manos en las caderas, como si la cosa no fuera conmigo y me lo hubieran encargado.
-¿Para qué es?
-Una investigación personal-repliqué, mirándome las uñas con aburrimiento. Lo miré, y alcé las cejas-. ¿Me lo vas a dar, o no?
-Puck no permite que saquéis ordenadores a estas horas.
-¿Desde cuándo?
-Desde hace un par de días. Se os mandó un correo.
-¿Cómo cojones voy a leer yo los correos si no tengo Internet?-gruñí, arrugando la nariz. Sabía que se lo estaba inventando, un cosquilleo bajo mi piel me lo confirmaba.
Él alzó las manos.
-No es mi problema. ¿Es urgente?
-Sí.
-¿Para qué lo necesitas?
-¿Qué puta sílaba de "personal" es la que no has entendido, fantasma?
-Eh, zorrita, relájate. Yo no soy el que anda morreándose con ángeles por ahí.
Noté cómo toda la sangre huía de mi cara. Me matarían.
No, peor. Me desterrarían si efectivamente sabían lo de L.
-¿Qué coño dices? ¿Cómo voy a ir yo besando a ángeles por ahí? ¿Estás mal de la puta cabeza?-ladré, alzando la voz hasta el punto de que, si quedaba alguien sin los ojos puestos en mí, en ese momento decidió que era el instante perfecto para contemplar a la loca chillona.
-¡Es una maldita metáfora, y lo sabes! No voy a dejarte un puto ordenador, porque aún no tenemos la conexión totalmente controlada. Podrían entrar en nuestros archivos, y guardamos las copias de los documentos que has traído en nuestra red. Si los pillan, se acabó todo.
-No sirven de nada.
-Sí que sirven, en realidad. Podemos hacer muchas cosas si los ángeles creen que tenemos todo.
-El ángel que me atacó se llevó la cápsula. Saben qué tenemos.
-Pero no saben sin podemos descifrar los códigos.
-Dame un maldito ordenador, Chace. No importa cuál. No importa su conexión. Dámelo. Lo necesito para repasar unos cuantos planos de la ciudad. Creo que tengo la solución a mi última cagada, pero necesito repasar todo el alcantarillado de la ciudad.
-¿Vas a ir a desactivar alguna bomba de agua, o qué?
-No te importa. Dame un ordenador-supliqué. Me hubiera puesto de rodillas con tal de acabar con todo aquello.
-No puedo, Cyntia. Lo siento. Todo lo que hagas quedará registrado en la web hasta mañana, cuando termine de poner los programas de protección.
-¿Mañana?-procuré sonar esperanzada.
-Mañana-asintió con la cabeza.
-Podré esperar, entonces-dije, encogiéndome de hombros y dándome la vuelta. Estudié los tatuajes en los brazos y los hombros de los demás, los que nos identificaban con el resto de los runners. Una serie de líneas y cuerpos geométricos tatuados específicamente nos hacían distinguir a alguien de nuestro distrito a alguien que no lo era. No tenía demasiada importancia en qué zona vagabundearas, pero sí la tenía cuando te caías, puesto que el lugar en el que lo hacías era responsable de tus cuidados hasta que pudieras volver a casa, y, en ocasiones, los demás distritos procuraban tratarte con excesivo cariño (hasta el punto de que había runners que por ese cariño no podían volver a correr como antes) para que no le fueras útil a tu distrito, lo que venía siendo la competencia en asuntos de negocios.
Barrí con la mirada la sala y me giré sobre mis talones, echando a continuación a andar hacia la puerta. No me detuve un segundo, pero creé un mapa mental para ingeniármelas aquella noche para entrar.
Cuando casi todos dormían y la poca actividad nocturna se había acabado o alejado como mínimo de la sala de ordenadores, me puse ropa oscura, me recogí el pelo, y salí de mi habitación en absoluto silencio. No en vano mi nombre coincidía con los felinos en el sonido, no en la escritura.
Agarré el pomo de la puerta, tratando de adaptarme a la oscuridad, y lo giré lentamente, sin éxito. La cerradura emitió un suave chasquido de protesta; estaba cerrada. Frustrada, lancé un suspiro de advertencia y decidí colarme por los conductos de ventilación. Nunca me había fijado, pero aquella tarde anterior había visto una salida de ventilación justo sobre la mesa del secretario. Di una patada a la rejilla, que voló varios metros hasta aterrizar entre dos torres de ordenador, que ronroneaban por la actividad (nos descargábamos demasiadas cosas de Internet, por lo que siempre había varias terminales funcionando, además de las que servían de puente entre las conexiones con los runners que estaban en misiones nocturnas), y saqué las piernas del conducto. Caí sobre la mesa, que crujió bajo mi peso. Me bajé rápidamente y miré alrededor.
En una esquina, como siempre, estaba el armario de los portátiles. Rezando porque no le hubieran echado también el cerrojo, me acerqué a él, y comprobé que, efectivamente, estaba abierto.
Saqué delicadamente un ordenador, como quien sostiene un bebé, y abrí la puerta de la sala desde dentro. Recorrí el pasillo a la velocidad de la luz, apoyándome solo en la parte delantera de los pies, para así hacer menos ruido. Entré en el ascensor y me lo metí debajo de la camiseta, temiendo que alguien tuviera insomnio y decidiera que era una buena idea meterse en el ascensor. Por suerte, nadie lo hizo, y llegué a mi habitación sana y salva. Cerré la puerta, eché el pestillo, comprobé que nadie había entrado allí, bajé las persianas, y, en la absoluta oscuridad, encendí el ordenador, que se deleitó en ponerme histérica al tomarse su tiempo para permitir que empezara a trabajar con él.
Rebusqué entre las cosas que había robado del supermercado hasta encontrar la cajetilla de cigarrillos. Le quité el precinto de plástico, abrí la caja y tiré varios encima de la cama. Con el mechero que traía incorporado (qué detalle del Gobierno, sí señor, menudo detalle). Encendí uno y, mientras la luz de mis caladas consumiendo la droga que me garantizaba un cáncer de pulmón que me devoraría por dentro, inicié mi búsqueda, sin saber muy bien por dónde empezar.
Me metí en todas las webs de teorías conspirativas acerca de cómo se había creado a los ángeles y cómo hacía el Gobierno para crear más, pero cada tontería que leía era mayor que la anterior. No sabía muy bien qué esperaba de aquellas webs: una lista de nombres, alguna forma de contactar con alguien que estuviera dispuesto a darme detalles acerca de ángeles de ojos preciosos que besaban como un dios de los antiguos...
Suspiré y me centré después en poner nombres al azar que empezaran por L en el buscador de Internet, pero tampoco conseguí encontrar nada (al margen de una mujer que había vivido en el siglo XXI, una tal Gaga, que acostumbraba a vestir con carne, seguramente porque procediera de una tribu africana en la que la carne y la piel pálida fueran consideradas un símbolo de realeza), de modo que pasé a centrarme en un apellido. Tal vez él no se llamara L, sino que se apellidara L, de modo que había pasado dos horas buscando nombres de chicos en Google para nada.
Sí, aún usábamos Google. Había conseguido mantenerse durante mucho tiempo, destruyendo totalmente a la competencia.
Me metí un puñado de onzas de chocolate en la boca mientras bajaba por la lista de famosos con apellido que empezaba por L. Lautner, Lawrence, Love-Hewitt... tras clickar en todos, y encontrarme a una chica llamada Makena, de rasgos muy parecidos a los de mi novio, en el apellido Lautner, di por finalizada mi infructuosa búsqueda.
-¿Y si tiene un gemelo?-me pregunté, y miré la lista de ciudadanos de la ciudad que el Gobierno colgaba orgulloso y actualizaba prácticamente cada hora, añadiendo a los recién nacidos y colocando una triste cruz en el nombre de alguien que pasaba a mejor vida para, al final, eliminarlo al cabo de un par de días, cuando todo el mundo había enviado sus condolencias a las familias del fallecido). No sabía si también incluirían los nombres de los ángeles, disfrazándolos de personas normales, pero, tras comprobar unas cien veces que dos personas que no compartían apellido (ni siquiera llegué a la letra B, pues me había vuelto la inspiración de que L era la inicial de su nombre), me dejé caer en la cama.
Me levanté despacio y me asomé a la ventana, solo para descubrir que la Luna había avanzado enormemente durante mi infructífera búsqueda. Cerré los ojos, me froté la cara y me tapé la boca con una mano.
Qué coño voy a hacer ahora, pregunté para mis adentros en un tono que no era de pregunta en absoluto.
Y sentí un calor fulgurante en el pecho cuando la recordé.
La pluma.
La puta pluma.
La saqué cuidadosamente de la camiseta y la examiné. Casi parecía estar susurrándome algo, pero no sabía qué era.
La miré con más atención, y una imagen cruzó mi cabeza. Era sencilla y a la vez elaborada. Una simple clave de sol, uno de los símbolos más importantes de las partituras, que parecía hecha de carbón, con poros y líneas a modo de fosas hundiéndose en ella, alcanzando profundidades jamás vistas por el orden.
Cantaba.
Me tiré encima de la cama y tecleé rápidamente L cantante en Google. Otra vez un batallón de nombres que nunca, jamás, había visto. Entré en Google Imágenes.
Y allí estaba.
L, sin alas, sonriendo en un escenario, rodeado de cuatro chicos que seguramente fueran sus coristas. No se me ocurrió pensar que estuviera en una banda, pues las bandas habían desaparecido. Ahora la gente triunfaba en solitario, lo que hacía del éxito algo mucho más aburrido. Pinché en la imagen, y leí los nombres.
De izquierda a derecha: Niall, Liam, Louis (¡Louis! ¡Se llama Louis!), Harry y Zayn.
Me tapé la boca con la mano, y, contenta de tener algo a lo que agarrarme, volví a teclear aquella L, esta vez seguida del nombre completo.
Entré en una enciclopedia y leí los datos acerca del chico. Obviamente, habían introducido una fecha de muerte que no se correspondía con la realidad, ya que el tal Louis seguía vivito y coleando y, no solo eso, sino que ahora iba por ahí con unas alas adornando su espalda.
-Louis William Tomlinson, nacido en Doncaster, Inglaterra, el 24 de diciembre de... ¡¡1991!!-grité, y me tapé la boca con la mano. Agucé el oído justo en el momento en que oía a alguien bajándose de la cama y acercándose a la puerta. Abrí la cama a la velocidad del rayo, guardé el portátil debajo de la cama, acompañado de todas las porquerías que me habían ayudado a sobrellevar la noche, y me metí bajo las mantas justo cuando alguien entraba en tromba en la habitación, sosteniendo una pistola en alto. Encendió la luz y examinó la habitación, mientras yo fingía incorporarme sobresaltada y mirarla con cara somnolienta.
-¿Qué?
-Has gritado. Creía que había alguien en la habitación.
Fruncí el ceño.
-¿He gritado? ¿En serio?
Ella asintió con la cabeza, bajando el arma, pero sin ponerle el seguro ni dejándola fuera de combate.
Me miró, y frunció el ceño. Se inclinó hacia mí, yo notaba cómo los pelos de mi nuca se erizaban con la electricidad estática que el pánico producía en mi cuerpo.
-¿Qué tienes ahí?
Me pasó la mano por la cabeza, tocando con delicadeza algo posado en mi pelo. Lo desenganchó y lo sostuvo en alto, a la luz de la lámpara del techo, que emitía una luz cegadora a la que mis ojos acostumbrados a la luz del ordenador exclusivamente no conseguían habituarse.
-¿Esto es una pluma?
Me levanté de un brinco y se la arrebaté. Fingí examinarla.
-Eso parece. Mañana a primera hora la llevaré a revisión. Tal vez contenga algo útil.
-Es más grande que las de las aves de por aquí, así que seguramente sea de tu ángel.
-No es mi ángel-repliqué, envarándome. Ella asintió.
-Lo que tú digas. Bueno, si... si necesitas algo... si él vuelve...-señaló las ventanas, pero sacudió la cabeza al ver que estaban bien cerradas, y protegidas por las persianas-, tan solo grita. ¿Quieres?
-Como he hecho ahora.
Sonrió, aunque noté un toque suspicaz en su voz.
Esperé a que cerrara la puerta y saqué el ordenador. Leí varias veces la biografía de Louis. Terminé apartando a un lado el ordenador, guardándolo de nuevo en su improvisado escondite, y saliendo de mi habitación a escondidas. El pasillo volvía a estar en silencio.
Atravesé el edificio en dirección a las escaleras y subí las pocas plantas que me separaban de la azotea, una de las pocas zonas del lugar que no tenía cámaras, dado que era muy complicado colocarlas allí, tal era la altura de la Base.
Iba con la pistola aún en los pantalones: siempre iba con ella, salvo en las misiones en las que corría peligro de romperla o dispararme a mí misma sin querer. Incluso dormía con ella, algo que cabreaba mucho a Tay cuando iba a pasar la noche en su cama. Simplemente, se me hacía demasiado raro el ir por ahí sin ninguna clase de defensa, y mi preciosa pistola, mortífera pero manejable, era la compañera ideal.
Sintiéndome más cerca de él que nunca, me acomodé en el suelo de la azotea y dejé que el viento me arañara la cara, arrancando mechones de pelo rebeldes de mi trenza, casi deshecha por el transcurso del tiempo entre la mañana anterior y esa madrugada.
Saqué la pluma y, sujetándola con fuerza para que no saliera volando, la acerqué a mis labios, la rocé contra ellos, abrí la boca y pronuncié su nombre.
-Louis...-murmuré a la noche, y una serie de imágenes me cruzaron la mente a la velocidad de la luz.
Las primeras, eran recuerdos. Yo estaba entre la pared y su pecho, observaba cómo se inclinaba hacia mí. En ambos recuerdos nos besábamos. Pero en el último, mi mente acalorada y agotada introducía detalles que no habían aparecido. Louis me quitaba la chaqueta y sonreía cuando notaba mi pobre camiseta de tirantes, que apenas me tapaba los pechos, contra la suya propia. Me levantaba sobre sus brazos y seguía besándome mientras yo le quitaba la camiseta, le besaba el pecho, me maravillaba por lo fuerte que era su espalda y lo suaves que eran sus alas, y él me descalzaba y jugueteaba con el botón de mi pantalón, y terminaba quitándome también la camiseta, y él se bajaba los pantalones, y...
Abrí los ojos cuando escuché un aleteo en la distancia. Me levanté despacio, examinando, sin éxito, el cielo nocturno. La Luna seguía avanzando inexorablemente, pero con una lentitud que no permitía distinguir los pasos que daba por el cielo nocturno.
Intenté aguzar el oído para saber si el aleteo había pasado de largo, pero el viento me lo impedía.
Algo me rozó la espalda. Yo salté hacia delante, me giré, y disparé sin pensar.
El ángel esquivó mi disparo por poco. Sonrió, su sonrisa era más brillante que el astro que caminaba tranquilamente por la bóveda celestial.
-¿Qué coño haces?
-Acudir a tu llamada, bombón. Para eso tienes mi pluma.