viernes, 18 de octubre de 2013

Layla Payne.

Por si no eres de los que me andan espiando las 24h del día, y no te has enterado de que faltan 4 capítulos de esta novela, tal y como digo en la lista de capítulos, te aviso. Faltan 4 capítulos para que esto se acabe. Pero no te preocupes. Si padeces algún tipo de enfermedad mental y por ello te gusta lo que escribo, tengo otra novela. Se llama Light Wings. Te recomendaría que la leyeras... pero, claro, yo soy la autora. Si no te la recomendara ni yo, iríamos mal. Si te gusta, y quieres que te avise, solamente tienes que decirlo.
Ah, y puedes comentar, eh. No voy a comerte si me dejas algún comentario de vez en cuando.



Empujé la puerta de la cafetería y entré. Montones de grupos de adolescentes se apiñaban en las mesas, gritando incoherencias en un idioma que el tiempo había terminado haciendo mío. Sin embargo, hoy no me apetecía mejorar mis conocimientos en el idioma de mi marido, de modo que cambié mi manera de pensar. Busqué el interruptor en mi cabeza y me imaginé un click que indicaba que había eliminado las influencias de aquellos años de vida con Liam. Ya no entendía el inglés. Ahora el barullo, las frases entremezcladas, se convertían en un balbuceo incomprensible.
Eché un vistazo, ignorando las miradas de las pocas personas aburridas en la capital del Reino Unido durante el otoño, hasta que la localicé. Eri estaba sentada en una de las mesas de una esquina, haciendo girar el vaso de plástico con la insignia del Starbucks que contenía el helado que siempre pedía cuando íbamos allí. Un frapuccino de chocolate con nata, y sirope de chocolate por encima de esta. Dio un vago sorbo mientras esperaba, sumida en sus pensamientos.
Me acerqué a ella y sonreí. Ella me devolvió la sonrisa cuando me reconoció.
-Estás más delgada-fue todo lo que dijo, después de meses sin vernos, después de mi luna de miel, después de que Liam y yo termináramos volviendo a Doncaster, donde él había aceptado un trabajo en una pequeña discográfica que estaba intentando despegar, después incluso de que los chicos se fueran en una pequeña gira por Inglaterra mientras nosotras nos encargábamos de las tareas de casa.
-¿Envidia?-repliqué yo, inclinándome y dándole dos besos. Me senté a su lado y la examiné. Tenía la piel del color del caramelo, se notaba que había estado tomando el poco sol que el cielo inglés ofrecía. Le había crecido aún más el pelo, y tenía unos reflejos rubios que no podían ser naturales.
-Más quisieras, nena-replicó, negando con la cabeza y colocándose bien el pañuelo que se había colocado alrededor del cuello.
-¿Por qué llevas un pañuelo y camiseta de tirantes?
-Porque es la moda, perra-replicó ella, alzando los hombros. Entrecerré los ojos.
-Estás mintiendo.
-¿Cómo lo sabes? Solo Louis lo adivina. Y le está empezando a costar-negó con la cabeza, y una sonrisa asomó en su boca, mostrándome los dientes que hacía años que estaban desnudos-. Estoy mejorando en esto.
-¿Qué tal lo del disco? ¿Vas a hacer promoción o algo?
Volvió a encogerse de hombros y abrió los ojos mientras daba un nuevo sorbo de su bebida. Un camarero corrió a atenderme. Era bastante guapo, pero la belleza de su cara se disolvió cuando miró mi mano y descubrió mi alianza. No era normal que estuviera casada tan joven, pero las cosas eran así.
Si tenía que ser sincera, ni siquiera me parecía normal que hubiera terminado con alguien como Liam, no digamos ya con Liam, pero... a veces una persona concentraba toda la suerte que le correspondía a un continente.
El camarero apuntó lo que quería y se marchó rápidamente.
-Louis por una parte quiere que haga promoción, pero por otra no.
-¿Por qué?-dije yo, arrebatándole el vaso y dando un sorbo.
-Porque seguramente tuviera que estar fuera de casa, y ninguno de los dos se encuentra bien cuando no está con el otro.
-No tienes mal aspecto.
-Se llama maquillaje, Alba-replicó ella, tocándose el lugar donde se suponía que estarían unas ojeras-. No sabes los auténticos cardenales negros que tengo por aquí. Y eso que solo llevan de gira una semana.
Asentí con la cabeza.
-Yo estoy en casa de mis suegros. Ruth a veces también viene, sobre todo ahora que estoy... bueno, que Liam no está. Es jodido.
-Yo no duermo una puta mierda-replicó ella-, y eso que Lottie se ha mudado esta semana conmigo.
-¿Qué coño nos habrán hecho?
-Nada bueno, desde luego. Y menos a ti, Payne.
-¿Sigue sin pedírtelo?
Bufó.
-Estoy empezando a pensar que ha decidido que, como no ha nacido con ese apellido, no tiene derecho a ir regalándolo por ahí.
-O tal vez tú no seas la indicada.
-O tal vez tenga que romperte la cara por atreverte a insinuar eso-replicó, mostrándome las muñecas. El 1 y la D que se había hecho aún seguían allí, impasibles al tiempo.
Me eché a reír.
-Sois clavados, Eri. Es imposible que os separéis. Los polos opuestos se atraen, pero las cosas idénticas en realidad son mitades que están completas solamente cuando están juntas.
Se me quedó mirando, pensativa.
-Podría darte un beso en los morros, pero la verdad es que tengo novio y es muy, muy celoso. Tendrás que quedarte con las ganas.
Alcé las manos.
-Tu boca es muy provocativa, pero la furia de Tommo y el respeto que produce puede con todo.
Seguimos poniéndonos al día, pero no demasiado, mientras esperábamos a Noemí, que entró en la cafetería cargada de bolsas y con las gafas de sol aún puestas.
-Os juro por mi madre que no hay cosa que más me ofenda que la hora punta y los taxis-ladró.
-Hola a ti también, Nueva York-replicó Eri, mostrándole la palma de la mano y moviéndola en círculos en el aire. Noemí se echó las gafas hacia atrás, colocándolas de diadema, y sonrió, moviendo también al mano.
-No me haces gracia.
-Tu cara tampoco tiene gracia, y, sin embargo, por ahí andas. Prometida con a Harold-contesté yo, haciéndome a un lado. Tomó asiento junto a mí, me plantó un beso en la mejilla y le pasó las bolsas a Eri, que había pegado la cara a la mesa.
-Me apetece suicidarme. Muchísimo-admitió, encogiéndose de hombros. Noe y yo la miramos.
-¿Por qué?
-¿Tanto le cuesta pedírmelo? Es un maldito papel, una puta palabra. Y nada. No lo soporto, en serio, es superior a mí-suspiró, removiendo su pajita en lo que le quedaba de bebida. Cuando el camarero regresó y me dejó el vaso en la mesa, le pidió otro. Noemí hizo lo propio, dando instrucciones detalladas de cómo debía ser su bebida ideal. El chico asintió con la cabeza, apuntando a la velocidad del rayo, y se marchó otra vez.
-Tal vez esté esperando el momento ideal.
-¿Qué momento ideal? Nuestro aniversario ya ha pasado. Me debe un viaje. Que vamos a hacer en unos días, cuando vuelva de la gira, pero, seamos honestas: Louis no es imaginativo-se encogió de hombros-. Quiere sorprenderme y no va a poder hacerlo. Vamos a ir a París, y lo normal sería que me lo pidiera allí, pero no lo va a hacer, porque está dándole vueltas a algo que no va a conseguir sorprenderme. La lista de los dos soy yo.
-Y también la humilde-comentó Noemí-. Vale, ¿podemos hablar de mi boda, por favor? Que es... aún no tengo fecha-suspiró, frotándose la cara-. Será dentro de poco.
-Define "dentro de poco"-le pedí, mareando la bebida.
La pequeña de las tres miró a Eri.
-Cuando ésta esté prometida.
-Todavía me voy con la mano caliente a casa, ya veréis-gruñó, negando con la cabeza.
-Es broma, Eri-replicó Noemí, echándose por encima de la mesa y poniéndole los brazos sobre los hombros, tratando de aplacar su rabia justiciera. Eri sonrió.
-Seguirá siendo broma cuando te arranque la cabeza. Te vas a casar. Antes que yo-sacudió la cabeza, sus rizos bailaron sobre sus hombros, despegando a Noe de su improvisado abrazo-. ¿En qué cabeza cabe?
-En ninguna, Eri-balamos ambas.
-¿Qué tal con el disco?
-Bien. Está casi terminado.
-Son todo versiones de otras canciones, ¿no?
Eri asintió con la cabeza.
-35.
-¿¡35!?
-Como no son originales, es mejor poner muchas y que la gente se enganche.
-¿Vas a tener originales algún día?-preguntó, alzando la ceja y jugueteando con la pajita de su bebida, que ya le había traído el camarero. Eri se la quedó mirando.
-Sí, cuando se case con Louis-espeté yo, echándome a reír. Noe se unió a mí, Eri enrojeció de la rabia.
-¡No tiene ni puta gracia! ¡Zorras! ¡Golfas! ¡Ojalá seáis ambas estériles y me toque parir a mí a los hijos de Harry y Liam, con todo lo que eso implica!-ladró, apoyándose en la mesa y negando fervientemente con la cabeza. Noe se quedó callada, yo seguí riéndome, ignorando los nudillos que se iban tornando blancos de la mediana de las tres.
-Eso está complicado, Eri.
-¿Por qué? Ya sé que sabemos que Noemí puede quedarse embarazada, pero...
-Yo también puedo.
Eri me miró. Noe me miró, lo que equivalía a que todo el restaurante se girara a posar los ojos en mí. Me acomodé en el asiento y me eché el pelo hacia atrás, sonriendo y alzando las cejas. Noe fue la primera en entender lo que estaba pasando, los cambios que aún no se habían producido en mí, pero que seguramente se iniciaran más temprano que tarde.
-¡No!
Asentí con la cabeza, y ella empezó a dar palmadas. Eri la miró, confusa.
-¿Qué?
-¡Está embarazada!-chilló Noemí.
-¡Estoy embarazada!-la coreé yo. Si todo el restaurante no nos estaba mirando antes de la gran noticia, ahora ya sí que lo hacía. Y toda la ciudad, seguramente, se estaba haciendo eco del bombazo que acababa de soltar.
Eri sonrió.
-¡Joder, tía, me alegro muchísimo por ti!-dijo, incorporándose y plantándome un sonoro beso en la mejilla-. ¿Cómo reaccionó Liam?
Negué con la cabeza y levanté el dedo índice. Jugué con la pajita, recordando el plan que tenía para contárselo al día siguiente, cuando volviera por la noche, y le estuviera esperando con los brazos abiertos.
-Aún no se lo he dicho-confesé, encogiéndome de hombros y notando cómo me sonrojaba estúpidamente. Las chicas no se iban a enfadar conmigo, incluso entenderían que reaccionara así. Quería que fuera una sorpresa, todo estaba siendo perfecto, y necesitaba hacerlo aún más perfecto. No podía decirle a mi marido sin más que estaba esperando un hijo suyo, porque era un tema demasiado trascendental como para anunciarlo de aquella manera.
-¿Nadie más lo sabe?-preguntó Noe, extrañada pero contenta de ser ella la poseedora de tan deseada exclusiva. Negué con la cabeza y levanté una mano.
-Y quiero que siga siendo así.
-¿No puedo pinchar a Louis con esto? Sabes lo mucho que le jode tardar en enterarse de las cosas.
Sacudí la cabeza y el pelo voló a mi alrededor, como el tutú de una bailarina de ballet.
-No, y mucho menos a él, con la boca chancla que tiene.
-¡No me quiere pedir matrimonio!
Me llevé un dedo a la mandíbula, meditando el instante. Tal vez pudiera convencer a Louis para que no dijera nada, lo cual sería prácticamente imposible: de todos era sabido que la incontinencia verbal de Louis era capaz de desplazar el eje de la Tierra varios centímetros. Pero intentando no perdía nada, ¿no?
Suspiré y asentí con la cabeza, mostrándole al techo la palma de mi mano, dándole a mi amiga vía libre. Ella soltó un rápido "yes", celebrando una pequeña victoria, que de seguro había cogido de su chico sin ni siquiera enterarse.
Sacó el móvil de su bolso y desbloqueó la pantalla rápidamente, sin siquiera mirar lo que hacía. Sonrió marcando el número de su chico, que se sabía de memoria como los cristianos se saben el Padrenuestro, y se lo llevó a la oreja.
-Pon el altavoz-exigió Noemí, dando un golpe en la mesa con la base del vaso de plástico. Eri tapó el micrófono:
-No os va a hacer falta-dijo, y se relamió los labios. Se puso recta cuando sintió un cambio en la línea y sonrió.
-Hola-oímos gritar a Louis.
-¿Estás solo?
-He dicho hola-protestó él.
-Hola, mi amor. ¿Estás solo?
-No, ¿por qué?
-Ponles a los chicos una excusa, tengo algo que contarte. Es personal.
-Ay, madre. ¿Me has puesto los cuernos?
-Claro.
-Puta.
-Que no es eso, hostia. Es algo bueno.
-¿Me has puesto los cuernos con Scarlett Johansson y habéis decidido que queréis hacer un trío?
-¡Que no te he puesto unos jodidos cuernos, hostia! ¡¿Quieres separarte de los chicos?!
Louis gruñó algo ininteligible, a lo que ella respondió "tu puta madre" en español, poniendo los ojos en blanco. Se miró las uñas mientras Louis se alejaba de los chicos, balbuceando algo que no logré escuchar, e hizo rodar su iris marrón chocolate durante la espera.
-Vale, ya.
-¿Listo?
-Ajá.
-¿Estás sentado?
-Me siento.
-¿Estás preparado?
-¿A que te cuelgo?
-¡Alba está embarazada!
Un minuto de silencio, yo sonreí, cruzando los dedos para que no se pusiera a gritarlo por ahí.
-¿Louis?
-¡Zorra mentirosa!-replicó él a voces, al otro lado de la línea. Eri se echó a reír, separando el teléfono de la oreja y cerrando los ojos, tapándose la boca con la otra mano para que las carcajadas se ahogaran un poco y no salieran tan escandalosas como ella era experta en fabricarlas.
Eri dio un puñetazo a la mesa mientras Louis seguía despotricando por aquella boca norteña que en tantas peleas se había metido en una vez, y tantas otras había conseguido evitar simplemente con amenazas e insultos.
-¿Cómo cojones te atreves? ¿Cómo te atreves a hacerme separarme de los chicos después de meses sin estar juntos solo para ponerte a soltar mentiras por esa boca de cloaca que tienes en medio de la cara? ¿CÓMO COJONES TE ATREVES?
Pero Eri se estaba riendo tanto que dudaba que hubiera escuchado lo que él le decía.
Extendí la mano hacia el teléfono y lo cogí. Sorprendentemente no ardía, a pesar de todas las cosas que estaba soltando Louis por aquella boca suya, que tanto le gustaba besar a mi amiga. Aunque hubo un tiempo en que sí que la había entendido, ahora ya no lo hacía, puesto que había dejado de ver a los chicos como potenciales polvos de una noche, novios en algún caso, para pasar a verlos como amigos, hermanos, sin los cuales mi vida ya no estaría completa.
-Louis-dije, y él se calló sin más dilación.
-Alba-replicó.
-Es verdad.
-¿Qué es verdad?
-Estoy embarazada.
Me lo imaginé meditando su siguiente respuesta, temiendo ofenderme. La confianza que tenía con Eri le llevaba a bromear con cualquier cosa sin temer las represalias, pero yo era otra historia. Hacía mucho que no nos veíamos, nuestra relación podía haberse resentido... y era la mujer de uno de sus amigos, por lo que si me hacía daño, le hacía daño también a Liam.
Respiró una vez.
Eri alzó las cejas, jugando con su vaso, y me tendió la mano. Le volví a colocar el móvil en la mano y ella volvió a ponérselo contra el oído.
-¿No me debes algo, Tommo?
-¿Cómo iba a saber yo que...?
-¡Zorra mentirosa! ¿Cómo te atreves a separarme de los chicos? ¿Cómo te...?
-Lo pillo, nena, de veras. Lo pillo. Lo siento, ¿vale?
-¿Lo habéis oído?-contestó ella, mirándonos a Noe y a mí. Asentimos con la cabeza-. Bien. Recordadlo, por que no suele pasar a menudo.
Louis suspiró al otro lado de la línea.
-¿Por qué no me lo ha dicho Liam?
-Porque no lo sabe.
-Pon el altavoz; quiero hablar con él-exigí, señalando un espacio vacío en la mesa. Ella asintió con la cabeza, le pidió a su chico que esperara, y tocó la pantalla de su móvil. Lo dejó encima de la mesa, rodeado de vasos aún con bebida dentro.
-Louis-dije, apartándome el pelo de la cara e inclinándome ligeramente hacia delante, como si así fuera a mejorar la manera en la que me oía.
-Dime-dijo él. Eri puso los ojos en blanco, pero noté una chispa en sus ojos, chispa que había estado ahí desde que le dije que podía coger el teléfono. No me podía imaginar hasta qué punto ella lo echaba de menos; el tener a alguien tan idéntico a ti al lado tuyo, siempre, y que ese alguien se fuera y te dejara en casa, muy a su pesar, tenía que ser horrible. Si para mí ya lo era, y eso que Liam y yo teníamos nuestras múltiples diferencias, que hacían que nos complementáramos a la perfección, para Eri y Louis  tenía que ser un verdadero suplicio, siempre necesitando del otro, su mitad, para poder respirar con normalidad.
-Te voy a pedir por favor que no le digas absolutamente nada a Liam, ¿vale?
-Vale.
-¿Cómo que vale?-replicó Eri. La sonrisa de Louis se escuchó en su respuesta.
-Si Liam no nos lo ha dicho ya, es porque no lo sabe. Si no lo sabe es porque Alba quiere darle una sorpresa.
Eri abrió la boca.
-¿Por qué no razonas así cuando estás en casa?
-Porque a la que se le da bien pensar es a ti.
-Oh-replicó Noemí, negando con la cabeza y acariciando despacio los bordes de su vaso. Eri se sonrojó ligeramente.
-Te quiero, mi niño.
-Yo también, pequeña. Hola, Noe-saludó.
-Hola-respondió ella, apartándose el pelo de la cara.
-¿Estás nerviosa?
Noe negó con la cabeza pero, al darse cuenta de que él no podía verla, tragó saliva, aclarándose la garganta, y murmuró:
-No.
-Eso está bien-dijo él, y me lo imaginé rascándose la barriga, pensando cómo continuar con la conversación-. ¿Nena?
-¿Sí?-dijo Eri, envarándose.
-Tengo que volver con los chicos ya-un Louis imaginario se pasaba una mano por el pelo y ponía cara de cachorro abandonado, a fin de aplacar la rabia de su chica, o conseguir que ella no se entristeciera.
-Vale.
-Adiós, chicas-se despidió él. Un susurro de ropa flotó a través del aire. Noe y yo nos despedimos-. Te quiero, nena.
-Yo también te quiero, amor.
Juro que se pudo escuchar su sonrisa cuando él dijo:
-Solo un día más.
-24 horas-dijo ella, cogiendo la pajita del Starbucks-. Hasta mañana.
-Hasta mañana, pequeña.
Colgó, y Eri se hizo con su teléfono. Se frotó los ojos con el dorso de la mano rápidamente, evitando preguntas incómodas, como quien no quería la cosa, y sorbió por la nariz.
-Te duele, ¿eh?
-Lo llevo tatuado a fuego dentro, que es incluso peor que la tinta de la piel, aunque no se vea-dijo ella, encogiéndose de hombros y suspirando, a la vez que miraba la pantalla de su móvil.
-Y, ¿acaso te has hecho un nuevo tatuaje y por eso no te quitas ese puñetero pañuelo?-espetó Noemí, señalando con un dedo terminado en una alargada uña, pintada a la perfección, la pieza que abrazaba el cuello de nuestra amiga. Eri se tocó el pañuelo, distraída, y negó con la cabeza.
-No, no me he hecho más tatuajes. Y tampoco tengo nada en mente-dijo, encogiéndose de hombros. El último que se había hecho estaba en su pie, en la parte izquierda, pues ahí tenía el corazón. Una simple flecha señalando a sus dedos con la palabra "dream" en letras muy elaboradas acompañándola. Siempre caminaría pensando en sus sueños.
-Hace demasiado calor como para que no sea eso, Eri-contesté yo, mediando entre las dos, como siempre, como si nada hubiera cambiado. Eri suspiró, miró en todas direcciones, y se lo desató. Se tocó una parte morada del cuello.
-¿Quién te ha hecho eso?-exclamé. Noemí se inclinó hacia delante, estudiando la piel de mi amiga.
-Louis.
-¿¡Te ha pegado!?
-¿Cómo cojones iba a pegarme?-replicó la marcada, estremeciéndose. Siempre había dicho que si alguien le pegaba se alejaría de él inmediatamente. Pero cuando se trataba de Louis, la cosa cambiaba mucho.
-Si te ha pegado, puedes decírnoslo. No deberías...
-Me dio un mordisco. Mientras follábamos. Y luego lo completó con un chupetón. Para "marcarme"-dijo, poniendo los ojos en blanco y haciendo el gesto de las comillas. Tragué saliva.
-¿Y eso?
-¡Es Louis!¡Es un bruto! ¿Podemos dejar ya el puñetero tema y centrarnos en que vas a tener un jodido bebé?
-Mi bebé no es ningún jodido, guapa.
Eri miró al cielo, ladeando la cabeza, y asintió, frotándose los ojos.
-Vale. ¿Piensas contarnos cómo fue o no?
-No-dije, encogiéndome de hombros y llevando la mano a la pajita, dando un nuevo sorbo. Toqué fondo, y terminé la bebida con un sonido de disgusto.
No les iba a decir  las chicas cómo había sido, porque la creación de mi pequeño bebé era algo demasiado importante como para ir contándolo por ahí. Importante e íntimo. No me apetecía que husmearan más de lo debido. Era el único secreto que iba a tener con ellas, porque, dado que a mí no me interesaría cómo había sido el polvo con el que se habían quedado embarazadas (ya me había planteado eso cuando Harry le pidió matrimonio a Noe, pues no los veía casándose sin que ella tuviera un paquete a la espera), a ellas tampoco debería hacerlo.
Me vi arrastrada por mis propios recuerdos, incapaz de resistirme, mientras las dos me miraban, intentando descifrar mi expresión.
Estábamos sentados frente a la chimenea, tumbados en el sofá, tapados con las mantas mientras fuera llovía a cántaros. de vez en cuando un rayo iluminaba el cielo nocturno, y yo me pegaba instintivamente contra Liam, aprovechando la excusa de que tenía miedo para pegarme arrimarme más a él, aunque ya no hacían falta excusas. Era mío, yo era suya, y la cosa era tan sencilla como caminar por asfalto.
-Liam...-susurré en medio del silencio, mientras él echaba también un vistazo fuera. Sin hablarlo ni nada, habíamos apagado la tele y nos habíamos quedado embobados contemplando el espectáculo que se desarrollaba ante nosotros.
-Mm-respondió él, invitándome a seguir hablando. Sus dedos me acariciaban la cintura, eran tan cálidos y suaves que me apetecía morirme.
-Soy feliz-dije simplemente, y le besé el cuello. Sus ojos se achinaron en una sonrisa, y me vi obligada a continuar, tratando de mantenerla allí más tiempo. Era demasiado preciosa como para dejar que se escapara como el humo-. Estoy casada con el hombre al que amo, en una casa perfecta, con una canción que espero que nos venga como anillo al dedo-dije, enseñándole la pantalla de mi iPod, cuya reproducción había detenido para escuchar el sonido de los truenos rompiendo el aire-. No podría ser más feliz de lo que soy en este preciso instante.
-Yo creo que sí-replicó él-. La forma de colmar este momento es sencilla, mi vida.
-¿Cómo?
-Con un bebé.
Sonrió, me miró a los ojos, y esperó mi consentimiento, que no necesitaba. Me besó despacio, me quitó la ropa debajo de la manta, y me hizo el amor muy lentamente, temiendo romper algo que llevaba años sin estar ahí, siendo suyo, besando cada poro de mi piel y haciéndome suya de mil formas diferentes, todas fascinantes, todas con su estilo propio.
Las cuentas que había hecho encajaban: todo el amor que mi marido había derramado en mi interior estaban evolucionando hasta convertirse en algo mucho más grande. Impensable. Mágico. Perfecto.
-Uy-dijo Eri, sonriendo. Alcé una ceja, Noe también sonreía, aunque lo disimulaba más.
-¿Qué pasa?
-Nada, pero... te has puesto ha sonreír como una gilipollas.
-Tú siempre te ríes como una gilipollas y ni dios te dice nada-contesté, tirándole una servilleta de papel. Ella me sacó la lengua.
-Eso es porque lo es pero tenemos que quererla igual.
-Yo había venido a quedar con mis amigas, ponernos al día, y comprar un vestido para tu inminente boda, AúnNoStyles, no para recibir tales puñaladas traperas por parte de gente que se supone que, como mínimo, me aprecia-respondió ella, altanera, dándole una vuelta a su pañuelo con gracia, tal y como hacían las damas nobles en las películas antiguas.
-Si tanta prisa tienes por el vestido, vamos, SiempreLópez-se cachondeó Noe. Erika la miró fijamente.
-Un día de estos os haré vudú, os lo prometo-replicó, levantándose y yendo a pagar. Me acerqué a Noe.
-¿Por qué la puteamos tanto?
-Porque todo el mundo cantó victoria con ella y con Louis, pero ellos no acaban de llegar a la meta-replicó, cogiendo su chaqueta y colgándosela del brazo. Me eché a reír.
-Dejad de criticarme, putas-exigió Eri, volviendo con nosotras y cogiéndonos de los brazos a ambas. Se inclinó hacia la futura recién casada-. ¿Y bien? ¿Ya tienes algo pensado?
-La boda será en Hawaii.
Las dos la miramos.
-Noemí...-empecé yo.
-¿Cómo coño te vas a casar tú en Hawaii? No te ofendas, pero es demasiado exótico para ti.
-Sí, pequeña, eres la típica tía que soltaría palomas blancas el día de su boda.
-Pues quiero algo íntimo.
-Jesús. ¿Estamos locos? ¿Alba preñada, tú a punto de casarte con una boda exótica e íntima, y Louis sin pedirme que vaya a buscarlo a un puñetero altar? ¿Qué clase de telenovela mexicana barata es esta? Porque no lo entiendo-gruñó Eri, sacudiendo la cabeza.
-Jamás pensé que llegaría este día-respondí yo.
-Cállate, me vas a dar mucho trabajo. Será en Navidad.
-¡CON DOS COJONES! ¡NEVANDO! ¡OLÉ!
-En Hawaii no nieva, Eri-respondí yo, tapándole de paso la boca con la mano.
-Estarás ya embarazadísima en Navidad.
-Tampoco falta tanto-respondí yo, apartándome el pelo de la cara y encogiéndome de hombros.
-Te debería dar vergüenza el quedarte embarazada para la boda de Noemí. Vergüenza.
-No podía esperar a tu boda, Eri.
-Me cago en Dios, mismamente-respondió ella, soltando nuestro abrazo y echando a andar, alejándose de nosotras. Noe y yo nos echamos a reír, y corrimos tras ella, que no hacía más que comentar en español nuestra profesión tan poco deseable.

Tiempo después.
Ya era primavera, y los primeros rayos de luz se encargaban de descongelar la nieve almacenada en los árboles que, perezosos, se negaban a ponerse a trabajar.
Descorrí las cortinas, intentando que los primeros rayos de la primavera de ese año entraran en la casa, y me acaricié el vientre, cada día más abultado, en el que mi pequeña hija avanzaba poco a poco hacia la vida. Mi otra mano fue hacia mi coleta, y me quedé contemplando mi reflejo en la ventana, translúcido, como una fotografía impresa en un papel de plástico bajo la cual se ponía un paisaje totalmente diferente.
Liam se inclinó a coger las llaves del coche, y me miró.
-¿Alba?
-Estoy gordísima, tío-dije, notando cómo mis ojos se llenaban de lágrimas. Estos días había notado a Liam muy distante, y creía saber por qué. No soportaría la idea de perderlo, pero no estaba en condiciones de pelear por él. No podría luchar contra ninguna de las modelos que se le acercaban cada día, cuando tenía alguna reunión en la que presentar los trabajos que retocaba hasta altas horas de la madrugada, mientras yo solo lo estudiaba a la luz de la lámpara del escritorio, demasiado cansada de luchar con el peso de mi vientre como para, siquiera, levantarme de la cama-. Soy... soy una puñetera albóndiga con patas.
Liam se acercó a mí, con las palmas hacia mi cuerpo. Me abrazó por detrás, sus brazos aún alcanzaban a rodearme.
-Puede-concedió, besándome el pelo y cambiándome de lado la coleta, que se posaba en mis hombros delicadamente-, pero... eres mi albóndiga con patas.
-Estoy tan gorda... tan, tan gorda-gruñí, suspirando, pero acariciando mi vientre. Me gustaba lo que estaba pasando en mi interior, pero, a la vez, no me gustaba en absoluto lo que estaba causando en mi aspecto exterior.
-¿Cómo quieres estar, Alba? Estás embarazada-me recordó, como si se me pudiera olvidar que él era el artífice de todo aquello... y todo porque yo había cometido el error de buscar el nombre de su grupo en Internet-. Llevas un bebé dentro. Y yo nunca te he visto más preciosa.
Me giré hacia él, que estaba un poco borroso, por el filtro de lágrimas en mis ojos.
-Por cosas como esta fueron por las que me casé contigo-susurré, sonriendo. Él me devolvió la sonrisa, se inclinó y me besó dulcemente. Me cogió de la mano.
-Vamos a llegar tarde, y los chicos nos esperan.
-Y Eri.
-Y Eri-asintió, poniendo los ojos en blanco.
Veinte minutos después, estábamos aparcando en el camino de entrada de la casa que habían comprado Louis y Eri. Erika era muy buena convenciendo a la gente, pero Louis tampoco era totalmente imparcial con ella, y procuraba darle todos los caprichos que la chica tenía.
Eri salió apresuradamente de la casa, frotándose las manos en los vaqueros, dejando unas manchas grisáceas en sus pantalones azul marino. Tenía las mejillas sonrojadas, pero una sonrisa de dientes perfectamente blancos le cruzó la cara en cuanto nos reconoció.
-¡Hola!-baló cual oveja feliz de que su pastor haya vuelto al prado para echarle un vistazo, asegurándose de paso de que se encuentra bien. La saludé con la mano y ella bajó de dos brincos los escalones de la entrada. Seguía siendo como una cría, como sería yo si no tuviera una carga tan importante como para que todos aquellos movimientos fueran considerados riesgos que no merecían la pena correr.
Me abrazó, y yo le devolví el abrazo, no sin dificultad por el bache que había entre nosotras.
-Dentro de poco es tu cumpleaños-dijo, separándose de mí y dándole un abrazo y un beso a Liam, que se lo devolvió raudo como un cervatillo.
-No me habrás comprado nada.
Ella alzó las cejas y se apartó un mechón rebelde que se negaba a permanecer en la cola de caballo que llevaba en la nuca.
-Dado que no estoy segura de que te vaya a ver el 26-dijo, encogiéndose de hombros y dirigiéndose a una cómoda de sabía Dios qué siglo, abriendo un cajón y tendiéndome un paquete envuelto apresuradamente-, he pensado que te lo debería dar ya.
-¿Y los chicos?-preguntó Liam, haciendo un puchero porque no habían bajado a recibirlo. Eri se llevó una mano a la frente:
-Oh, están arriba, Liam, perdona. No hacen más que meter ruido, y a mí me vuelven loca. ¡¡Chicos!!-bramó, girándose hacia las escaleras mientras yo tiraba de una de las cintas del regalo. Una manada de mastodontes corrió por el piso de arriba, pero, cuando llegó a las escaleras, los mastodontes se convirtieron en 4 chicos que no hacían más que dar gritos, muy acordes con el espíritu de siempre.
-¡Liam! ¡Alba!-gritó Harry, cubierto hasta arriba de una buena capa de polvo blanco.
-¡¡¡Estáis aquí!!!-bramó Zayn mientras se quitaba las gafas con las que había estado pintando algo, y se limpiaba a la parte trasera de sus pantalones una mancha de pintura color crema.
-¡ALBA ESTÁ TAN EMBARAZADA!-chilló Niall, dando un brinco y apareciendo ante mí en menos que cantaba un gallo
-¡ES LA PERSONA MÁS EMBARAZADA QUE HE VISTO EN TODA MI VIDA!-coincidió Louis, dando voces, y de repente los cuatro estaban haciendo un corro a mi alrededor, tocándome el vientre como niños pequeños. Eri dio varias palmadas, tratando de calmarlos, pero fue inútil.
-¡VALE YA! ¡DEJADLA RESPIRAR, HOSTIA! ¡COMO SE PONGA DE PARTO LO QUE ENSUCIE LO VAIS A LIMPIAR VOSOTROS!
Todos se giraron para mirarla, un par de ellos silbaron, pero me dejaron espacio para respirar. "Gracias" articulé en silencio en español, ella sacudió la mano, quitándole hierro al asunto.
-Y ahora, si no os importa, las mujeres necesitamos un momento para hablar de nuestras cosas.
-¿Nos estás echando, nena?-espetó Louis, mirándola de arriba a abajo con evidente fastidio. Eri asintió con la cabeza.
-Venga, a trabajar todo el mundo.
Louis suspiró, pero les hizo un señal a los chicos, indicándoles que había que volver al trabajo. Eri me cogió de la mano libre, pues en la otra aún sostenía su regalo sin abrir, y me condujo hasta la cocina. Tenía una mesa en el centro, una cocina muy moderna que no pegaba en absoluto con el ambiente de la habitación, claramente de más de 50 años, y una bombilla en el techo, muy poco glamourosa. No me quejé, porque entendía su situación, y dentro de poco yo misma la padecería: Liam y yo habíamos hablado largo y tendido sobre hacernos con una casa al más puro estilo inglés (esto es, unifamiliar, con un pequeño jardín, separada de las demás por un seto... lo típico de las películas) para criar a nuestra pequeña hija. Un piso estaba muy bien, pero cuando había niños por en medio, preferíamos un espacio más amplio en el que pudieran corretear y jugar.
Y los chicos tendrían un papel en esto, al igual que lo tenían en aquella mudanza que Louis y Eri habían preparado tan detalladamente. Antes de ir cada uno por su lado, habían acordado que, en el momento en que uno de ellos necesitara ayuda, no importaría el tema que fuera, los demás lo dejarían todo e irían a socorrerlo. Daba igual el sitio en el mundo en el que estuvieran. Daban igual sus planes. One Direction era amistad, una amistad que podía con  todo, una amistad suprema capaz de cambiar el estatus vital de los demás cuando uno pedía auxilio. Liam ya se lo había dicho a los chicos, y ellos se habían mostrado ofendidos de que él se atreviera a creer que no iban a querer ayudar.
Cualquier excusa era buena para reunirse una vez más.
-Perdona el desorden, tía, pero es que estoy tan ocupada limpiando y adecentando las pocas cosas a las que Louis me deja acercarme que me es imposible llevarlo todo al día.
-No te preocupes-repliqué, olisqueando el aire-. ¿Has empezado a preparar la comida?
Negó con la cabeza, deshaciéndose la coleta y volviendo a hacérsela, perfeccionando su obra anterior.
-No sabía qué querrías comer, con esto de los antojos por el embarazo...
-No tengo muchos antojos, así que cualquier cosa estaría bien.
-¿Tortilla para nuestros hombres?
Asentí con la cabeza.
-¿Puedo hacer algo? Sabes que me aburro mucho.
-Pela las patatas, por ejemplo, si quieres-dijo, abriendo una puerta de la parte baja de la encimera y tirando de un pequeño saco marrón. Desató el cordón rojo que tenía controlando a los tubérculos y sacó varios, colocándolos en un bol. Dejó el bol encima de la mesa, me pasó un cuchillo, cogió otro, un plato para las mondaduras y otro para las patatas, y comenzamos con la tarea.
-¿Qué tal todo? ¿Te dan náuseas?
Suspiré.
-A veces, sobre todo cuando vamos en coche y vamos rápido. En casa me dan cuando me pongo a ver programas en la tele y empiezan a cortar pescado, y cosas así.
-¿Te ha cambiado el apetito?
-Ahora, si la carne no está prácticamente quemada, no puedo comérmela.
-¿Y algo más que merezca la pena destacar?
-Huelo mucho más que antes.
-Había leído sobre eso-comentó.
-¿Noemí no viene?
Negó con la cabeza.
-No, ella y Perrie han quedado para ir de compras. Noe quiere renovar el vestuario y, como ella mola mucho, no compra en Nueva York-puso los ojos en blanco-. Me ofreció ir juntas, pero yo no estaba segura de si tú te cansarías, y tengo mucho lío en casa. Cuando terminemos con las reparaciones, me tomaré un descanso, y si eso os invito a una buena sesión de compras.
-Que sea cuando dé a luz, por favor-repliqué, acariciándome de nuevo el vientre. Eri sonrió ante mi gesto.
-Tengo que buscarme un vestido-meditó en tono cantarín. Yo solté un grito y me incliné hacia delante, cogiéndole la mano izquierda.
-¡MENUDO PEDRUSCO, CHIQUILLA!-bramé con toda mi fuerza pulmonar, admirando el diamante que Louis había colocado, por fin, en el dedo de mi amiga. Eri sonrió y se apartó el pelo del hombro con la mano libre, meneando los dedos de la que yo sostenía. El anillo era precioso: con un diamante cuadrado en el centro, engarzado en...
-¿Oro blanco?
-Louis tiene estilo.
-Ya te digo-repliqué, contemplando las pequeñas garras que hacía el anillo para sostener la piedra preciosa. A cada lado de esta, pequeños diamantes, también rectangulares, custodiaban a la gran gema. Y se acababan justo donde los otros dedos tocaban la pequeña obra de arte.
-Aunque, si te soy sincera, el tuyo es más original.
-Si con original te refieres a copia del de Bella, sí, es muy original-asentí con la cabeza, sonriendo. Me miré la sencilla alianza que por fin llevaba en el dedo, y que nunca me quitaba, ni tenía pensado, a no ser que terminara hinchándome como un globo y con el anillo clavándoseme en la piel en la última etapa del embarazo.
El anillo de compromiso que Liam me había regalado era genial.
La alianza era más sencilla, más del estilo del del resto de la gente, pero me gustaba más, porque su significado era más importante.
-¿Estás nerviosa?
Eri suspiró, bajando los hombros y asintiendo despacio con la cabeza.
-Estoy nerviosa porque él no me ayuda en nada. Solamente se encarga de la luna de miel. El resto lo tengo que hacer yo todo.
-A mí me pasó más o menos lo mismo, hasta que le eché la bronca a Liam-me encogí de hombros, recordando aquellos meses de agobio, con una yo histérica perdida porque los centros de mesa no conjuntaban bien con los manteles... pero todo aquello había pasado, la boda había sido perfecta y mi matrimonio era incluso mejor.
-Yo discuto todos los días con Louis-dijo ella, concentrándose en una patata rebelde que se negaba a ser pelada con facilidad-. A todas horas.
Me quedé callada, porque sabía que esa frase tenía una continuación.
Efectivamente, la tenía.
-Pero echamos unos polvos que no son normales.
-¿De malos?
-¡NO, JODER!-abrió los ojos y negó con la cabeza, estupefacta ante la idea de que el sexo con los chicos (con cualquiera de los cinco, en realidad), fuera malo-. ¡DE BUENOS!
Justo en ese instante, como sabiendo que la conversación trataba sobre él (como terminaban haciendo en realidad todas las conversaciones que mantenías con Eri), Louis entró en la cocina.
-Vengo a por cervezas-dijo, alzando las manos al aire, excusándose y a la vez dando a entender que no venía a espiar nuestra conversación de mujeres.
-Louis, he estado pensando... y deberíamos cambiar las ventanas también.
Me lo imaginé poniendo los ojos en blanco mientras se inclinaba hacia la nevera, revolviendo hasta encontrar el paquete de seis cervezas. Estaba segura de que la que sobrara se quedaría en un rincón, los chicos decidirían qué hacer, echarían a suertes quién se la bebería, y, saliera quien saliese, éste le cedería el puesto a su anfitrión, echando por la borda minutos de valioso trabajo, pero consiguiendo más de risas y pullas masculinas.
Louis las dejó encima de la mesa, miró largo y tendido a su chica, y luego posó sus ojos azul cielo en las ventanas. Se encogió de hombros, cerrando aquellos dos zafiros.
-Nah. Yo creo que están bien.
-Tú crees en Dios, Louis-replicó ella, apartándose el pelo de la cara, como si aquello fuera la prueba definitiva de que alguien era, o no, subnormal.
-¿Y? ¿Eso me quita de llevar razón? Arderás en el infierno por todas estas gilipolleces tuyas.
Ella se envolvió la mano en un paño de cocina, se acercó a la ventana, y dio un par de toques en el cristal. Con el primero, el cristal vibró a gran velocidad, emitiendo un sonido terriblemente desagradable. Con el segundo, unas rajas aparecieron  en el punto donde sus dedos habían golpeado; cuales telas de araña, se esparcieron en forma de estrella. Al tercer golpe, a menos de un segundo del primero, el cristal se hizo añicos, desparramándose por el suelo de la cocina, cayendo por todas partes. Yo di un brinco, sin embargo, Louis se limitó a mirarla en silencio.
-Va a ser que sí que tenemos que cambiar las ventajas.
Y se marchó.
Miré a mi amiga, y ella me miró a mí.
-¿Qué te había dicho?
-No me habías dicho que mandaras tú.
-Soy mujer. Y él es feminista. Nos ama-se encogió de hombros, terminando con la patata.
Terminamos de hacer la comida escuchando a los chicos cantar canciones suyas, de hacía años, y canciones nuevas, destrozándolas a base de hacer un gallo detrás de otro para que los demás se rieran.
Esa fue la última vez que los chicos estuvieron todos juntos antes de que mi hija naciera.
Cuando llegué al hospital, con contracciones, Liam ya estaba histérico, correteando de un lado para otro sin saber del todo bien qué hacer. Yo simplemente trataba de controlar mi respiración, pero era demasiado complicado, porque él había conseguido convencerme para regresar, en el último momento del embarazo, a España, a pesar de que yo prefería mil veces parir en su país. Aunque también era cierto, y eso tenía que concedérselo, que era mejor que mientras daba a luz una enfermera borde me gritara en mi propio idioma, una lengua que yo dominaba, a que lo hiciera una extraña en inglés, y yo terminara desconectando porque no podía descodificar ese idioma y parir una masa humana en movimiento de alrededor de dos kilos por un lugar donde a duras penas entraba un tampón.
No me había preparado para ese momento, y lo estaba pagando caro, pero al final, todo el dolor, las horas esperando a que el ritmo de mis contracciones y la dilatación de mi útero aumentara, mereció la pena.
Cuando cogí a Layla en brazos, cuando Liam la sostuvo para que la mirara mientras luchaba por tranquilizar mi corazón desbocado, todo estuvo bien. Todo en el mundo era horroroso comparado con ella, mi primera princesa de ojos iguales a los de su padre.
Estiré la mano y le toqué la mejilla: ya no lloraba, su padre había conseguido que se callara.
Liam me apartó el pelo de la cara, empapada de sudor, y me besó la frente.
-Gracias por este regalo, mi amor.
Le apreté la mano con las escasas fuerzas que me quedaban y, antes de sumirme en un sueño profundo, contemplé a padre e hija, y repliqué:
-No, gracias a ti por hacer esto posible. Por salvarme la vida y por crear una nueva.
Cerré los ojos, pero la imagen de Layla pegándose a mi pecho, reconociéndome como su madre, era demasiado fuerte como para que dos simples párpados pudieran eliminarla.

2 comentarios:

  1. ¿Sabes quien tiene los ojos enpañados? Si, LA MISMA QUE ACABAS DE PONER A PARIR (Literalmente)
    Juro que cuando vi tu introducción ya me dolió, es increíble como lo que empezó como un "juego" digamos entre nosotras ha acabado calándonos tanto...
    Ojalá algún día llegue un capítulo de nuestra historia real semejante a este, seguramente (por no decir al 99,99999% de posibilidades) no con ellos, pero tal vez con chicos que vean que somos tres tías cojonudas y tan buenas, o mejores, que las demás. Ojalá cuando nos veamos en unos años recordemos esta historia y nos riamos en el banquete de la boda de alguna, y diciendo: "mira, lo que tú un día escribiste, por fin se ha hecho realidad"
    Gracias por dar vida a mi sueño.
    Atentamente,
    Alba Payne

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ay Alba, lo veo muy negro para lo de los hombres eh JAJAJAJA mañana te contesto más ampliamente, me voy a dormir <3

      Eliminar

Dedica un minutito de tu tiempo a dejarme un comentario; son realmente importantes para mí y me ayudarán a mejorar, al margen de la ilusión que me hace saber que hay personas de verdad que entran en mi blog. ¡Muchas gracias!❤