Tal vez "bien" sea nuestro "siempre".
miércoles, 29 de enero de 2014
Okay? -Okay.
No puedo hablar de nuestra historia de amor, así que hablaré de matemáticas. No soy matemática, pero de algo estoy segura: entre el 0 y el 1 hay infinitos números. Están el 0,1, el 0,12, el 0,112 y toda una infinita colección de otros números. Por supuesto, entre el 0 y el 2 también hay una serie de números infinita, pero mayor, y entre el 0 y un millón. Hay infinitos más grandes que otros. Nos lo enseñó un escritor que nos gustaba. En estos días, a menudo siento que me fastidia que mi serie infinita sea tan breve. Quiero más números de los que seguramente obtendré, y quiero más números para Augustus de los que obtuvo. Pero, Gus, amor mío, no puedo expresar lo mucho que te agradezco nuestro pequeño infinito. No lo cambiaría por el mundo entero. Me has dado una eternidad en esos días contados, y te doy las gracias.
domingo, 26 de enero de 2014
Balas.
Antes de que empieces esta lectura tan entretenida (oh por dios), tengo que darte un aviso. Te lo debo. Seguramente estés leyendo esto ahora mismo porque leíste Its 1D bitches. Pues bien. Me congratulo de anunciarte que he publicado el primer capítulo de la "continuación" de esa novela. Se llama Chasing the stars. Aquí tienes el primer capítulo. Léelo. Por favor. Y si te gusta y quieres que te avise cuando suba más... ya sabes qué hacer.
Blondie se pegó a la pared contigua a la calle y se llevó el dedo índice a los labios, indicándome así que no hiciera ruido.
Blondie se pegó a la pared contigua a la calle y se llevó el dedo índice a los labios, indicándome así que no hiciera ruido.
Puse especial cuidado en
acercarme a ella apenas acariciando el suelo, colocando a conciencia
las plantas de los pies de manera que mi caminar fuera lo más
silencioso posible. Ella se hizo una cola de caballo rápidamente, se
sacó la pistola del cinturón, y le quitó el seguro.
-¿Cuánta munición te
queda?
Eché un vistazo al
cargador de mi pistola. Había ido abandonando todas mis armas en la
carrera por perseguir a la policía, a la que habíamos encontrado
minutos después de que las runners de otra Sección se unieran al
grupo que conformáramos, y terminasen disolviéndolo al ordenar
Blondie que Night y el chico de la mochila las llevaran a la Base y
les hicieran cantar como a las gallinas.
-No mucha-medité. Ella
chasqueó la lengua, luego cerró los ojos y se tapó la cara,
molesta por su desliz. Asintió con la cabeza, tragó saliva sonora y
visiblemente y volvió a inclinarse. Hizo un gesto con la mano para
que me acercara a ella. Me pegué a su cuerpo, que ardía como un
sol, y me asomé, poniendo todo el cuidado del mundo en no dejar que
mi trenza nos delatara.
-Estamos rodeadas-dijo.
Bufé, puse los ojos en blanco, e inmediatamente busqué una salida,
tal y como llevaba haciendo desde que nos tendieron una emboscada.
Cada vez estaba más
segura de que la policía había planeado mucho más que el atentado
contra nuestra Base, y sabía que íbamos a salir en su búsqueda
cuando raptaran a algunos de nuestros vigilantes y compañeros. No
podía explicarse, pues, que fueran tan organizados y no dejaran casi
pistas, sólo las justas para que dedujéramos con rapidez y
nerviosismo hacia dónde se dirigían y a quién se llevaban.
Había visto en
ocasiones varias huellas, todas diferentes, que me recordaban
demasiado a Taylor. No sabría decir qué había en ellas que me
había hecho pensar en mi novio, pero tenía la sensación de que
estaba en lo cierto y él estaba con ellos. Era el rehén para algo
más valioso.
Yo.
Se suponía que yo debía
llevar el resto de planos encima...
… si es que no se los
habían llevado todos.
Era lo natural, ¿no? Al
fin y al cabo, yo era la gran ladrona, yo era la que había entrado
en la Central de Pajarracos Express, y era yo la que había salido
impune. No había conseguido cumplir la misión totalmente, pero algo
era mejor que nada.
Mi estómago volvió a
llamear cuando la razón por la que no había conseguido hacer lo que
me pidieron apareció en mi mente.
Tomé aire, alzando los
hombros, y lo dejé escapar muy lentamente. Blondie me miró con ojos
preocupados.
-¿Podrás hacerlo?
-No es la primera vez
que tengo el pellejo en juego-repliqué, asintiendo con la cabeza.
Todo rastro de ira justiciera había desaparecido, y ahora estaba más
ocupada preocupándose de ser mi niñera que de cumplir con su
trabajo y sacarse a sí misma de allí. Que le dieran a la poli. Ella
saldría de allí; para eso se había entrenado. Lo que le ocurriera
a los demás era cosa de ellos, no suya.
¿Es que lo había
olvidado?
-¿Cuántos
hay?-inquirí. Ella volvió a asomarse, silenciosa, apenas enseñando
la punta de la nariz y algunas de sus pestañas, las más largas que
había visto jamás. ¿La conocería Taylor? Si lo hacía y nunca me
había hablado de ella, podría cabrearme mucho. Pero que mucho,
mucho.
-Tres. Al menos ahí.
¿En las azoteas?
-Hacen guardias. Dan
vueltas en círculos. Tendrás a uno a tiro dentro de 7 segundos.
Ella empezó a contar
tan sólo moviendo los labios, en un silencio tan cerrado como un
volcán muerto.
Un hombre con una
escopeta en cuya parte superior había una mira que emitía luz,
vestido con un atuendo azul, gorra y gafas de sol, asomó la cabeza
en el lugar exacto en el que Blondie tenía los ojos clavados. Una
sonrisa cínica apareció en la boca de mi compañera.
-Eres buena contando,
¿eh, cabrona?
-Se irá en seguida. No
he visto a más, pero puede que los haya. La mejor manera de salir de
aquí es siguiendo hacia delante.
-¿Te crees de verdad
que había pensado en dar la vuelta y encontrarme cara a cara con la
poli?-inquirió, escupiendo sarcasmo, recordándome a una serpiente
sacando la lengua, divertida al saber que ese gesto ponía histéricas
a sus víctimas al recordarles lo peligroso que era un beso suyo.
-Sólo por si te habías
vuelto gilipollas momentáneamente-comenté encogiéndome de hombros
y girándome, nerviosa.
-A mi señal-se limitó
a responder, levantando la mano y volviendo su atención a los
hombres que tenía tan bien vigilados que ellos no se daban ni
cuenta. Levantó los dedos, y luego, con un movimiento seco, bajó la
mano y echó a correr sin esperar para ver si yo la contemplaba. La
seguí en silencio, corriendo tan rápido como mi cuidada coartada me
permitía. Nos pegamos contra una nueva pared y levantamos la mirada.
Ahora estábamos bajo la azotea del poli al que tenía controlado.
Nadie se había percatado de nuestros movimientos.
Sin atrevernos a
despegar los cuerpos de las paredes, nos movíamos pegadas como
lagartos, sin atrevernos a cruzar ni media palabra. Yo miraba hacia
delante, ella miraba hacia atrás, buscando una nueva ruta de huida
para usarla en caso de que la que yo encontrara no fuera lo
suficientemente buena; bien por estar ocupada, bien por ser demasiado
difícil de aprovechar, o bien porque no estuviéramos del todo
seguras de que nadie nos vigilara.
Casi todos nuestros
compañeros habían vuelto a la Base, y algún runner con más
inteligencia que los demás había ordenado silencio absoluto de
radio cuando se escucharon los primeros tiros en los que nos vimos
involucradas. A la policía no le gustó especialmente que nos
cargásemos a sus ángeles, y así nos lo hicieron saber disparando
por la espalda.
Un grupo de agentes
especiales había esperado escondido en las casas vacías de
alrededor de la Base a que nosotros saliéramos de nuestro escondrijo
para ir por detrás, expectantes, buscando el momento preciso en que
nos alejáramos lo bastante de nuestro centro de operaciones y la
seguridad que éste nos aportaba para cruzar un poco de fuego y
caldear el ambiente.
Agradecía que se
estuvieran callados si no podían ayudarme, pero en el fondo me
cabreaba que nadie encontrara a ningún vigilante. No podían
haberlos dejado solos a todos; alguien tenía que haber quedado libre
para que ahora nos ayudara. Blondie y yo necesitábamos
desesperadamente que nos dijeran dónde cojones estaban todos y cada
uno de los hijos de puta con pistola que intentaban matarnos sólo
para conseguir una subida salarial.
La idea de verlos como
asesinos a sangre fría hacía que fuera mucho más fácil
cargárselos; al menos para mí. Quería creer que las muertes que yo
repartía eran cosa digna, algo que me ayudaría a alcanzar aquel fin
por el que corría: la venganza suprema de mi hermana y de todos los
que habían muerto en la más absoluta de las inocencias.
En el fondo, así era.
Yo mataba porque no me quedaba más remedio, porque eran ellos o no.
Ellos nos mataban a nosotros porque deseaban una medalla más
adornando uniformes tan horriblemente sosos que eran capaces de
hacerte vomitar hasta la última papilla.
Estaba preparándome
para cruzar otra pequeña callejuela y volver a esconderme tras un
contenedor, lo que habíamos venido haciendo desde que nos alejamos
de lugar seguro, cuando Blondie tiró de mí y me pegó de nuevo
contra la pared. Nos arrastró, literalmente, por el suelo hasta una
pequeña oquedad. Allí había una escalera que conducía a una
puerta excavada en el suelo. La luz no llegaba hasta el final del
pasillo que llevaba a un hipotético infierno, lo cual lo convirtió
en el escondite perfecto para los breves momentos en los que varios
policías pasaron corriendo, recorriendo la ruta que habíamos ido
siguiendo con tanta precisión que creí que la tenían inscrita en
un mapa trazado antes incluso de que nosotras eligiéramos el camino.
-¿Cuántas balas te
quedan?-repitió Blondie. Me giré y contuve el escalofrío que me
recorrió toda la espina dorsal al contemplar sus ojos frotando en la
oscuridad más negra que había visto nunca, como dos centellas a
punto de explotar. La rabia había vuelto a su expresión.
-Seis-dije tras contar
con la yema de los dedos las pequeñas protuberancias de la recámara
de mi pistola. Ella asintió con la cabeza y contó las suyas
propias. Me la imaginé torciendo la boca, cosa que seguramente hizo.
Un runner no necesitaba
vivir con otro toda la vida para conocerlo bien. Bastaba con correr
juntos en un par de ocasiones, o cooperar en una misión casi suicida
una única vez, tal y como hacíamos nosotras.
Me entristecía que
nuestros conocimientos mutuos se dieran así, porque rara vez los
compañeros de misiones suicidas volvían a juntarse. Simplemente el
uno le proporcionaba demasiados recuerdos al otro, y eso sin
pretenderlo, cosa que no nos podíamos permitir.
-Vamos a cargarnos a
esos-sentenció, inclinándose hacia delante, asomando la cabeza,
arrancando destellos de oro con su pelo, y echando una ojeada a la
callejuela nuevamente desierta. Quedaban pocas horas de luz, y la
policía cambiaría turno rápido. Si teníamos las suficientes balas
en la recámara, podríamos tener posibilidades.
-Está bien-dije,
quitando el seguro de mi pistola y saliendo a toda velocidad de la
calle. Escuché sus pasos detrás de mí, su respiración explosiva,
sus jadeos en busca de aire con el que avivar el fuego de su
interior. Me tiró del pelo y me obligó a detenerme justo antes de
que yo girara la esquina en la que se encontraban los policías.
-Yo iré por detrás.
Así tendremos más posibilidades y gastaremos menos balas. ¿Te
parece?
En realidad no estaba
pidiéndome permiso, sino simplemente asegurándose de que yo no era
subnormal profunda y comprendía a la perfección lo que me estaba
pidiendo. Me limité a asentir y esperé a que ella desapareciera por
entre los edificios.
Recé por que en las
azoteas contiguas no hubiera francotiradores, y luego caminé, casi
me pavoneé, hasta quedarme en medio de la callejuela donde estaban
los polis.
Se me cayó el alma a
los pies cuando los conté. Eran ocho. Blondie no tenía tantas
balas.
Estaba jodida.
Estaba jodidísima, de
hecho.
La muy hija de puta me
había tendido una trampa para que me cosieran a tiros mientras ella
salía por la puerta de atrás sin pena ni gloria.
El instinto de auto
protección que tanto había hecho por mí en ocasiones anteriores, y
que tanta fama me había reportado, se puso a gritar en mi cabeza que
diera la vuelta, edulcorando sus órdenes con insultos cargados de
amor.
Pero tenía orgullo, y
no podía hacer eso. Si moría, moriría con dignidad. Prefería que
me atravesasen el estómago por dar la cara a que me dejaran
paralítica por atravesarme la espina dorsal mientras huía.
Levanté la pistola y
encañoné a uno de los guardias. No me rendiría sin luchar.
-¡Eh!-grité, y todos
se dieron la vuelta, más rápido o más despacio. O eran nuevos o
habían olvidado lo que era la disciplina. No me parecían demasiado
jóvenes, pero nunca se sabía cuando el Gobierno era capaz de
despertar en sus ciudadanos un marcado sentimiento de la justicia
social que hacía que los derechos fueran algo de lo que se podía
prescindir.
Sus reacciones fueron
las mismas en el mismo período de tiempo.
-¡Quieta, en nombre de
la ley! ¡Queda usted detenida!
-¡Que le den a vuestra
ley! ¿¡Dónde mierda están nuestros vigilantes!?-inquirí,
ejerciendo una presión en el gatillo tan visible que me permitió
ver su reflejo en sus rostros. Se pusieron tensos. Uno incluso ya
estaba sudando. Sería el segundo al que me cargaría si tenía
tiempo de hacerlo. Me caía mal. Cagado de mierda.
-¡Silencio! ¡Deje la
pistola en el suelo y levante las manos!
Vi un destello rubio en
el flanco derecho del cuerpo policial. Blondie, con una determinación
asesina, se acercaba con aires de depredadora hacia ellos.
Tomé una decisión.
Les seguiría el juego.
No podía dejar la
vieran.
Abrí las manos, en un
gesto exagerado, e hice una profunda reverencia. Dejé la pistola en
el suelo y volví a inclinarme.
El policía central dio
un paso, colocándose en línea con sus compañeros.
Blondie se incorporó a
la velocidad del rayo, colocó su arma en la sien del policía más
cercano a ella y disparó.
Cinco de ellos ni
siquiera supieron lo que sucedía.
Los otros tres apenas
pudieron girarse para ver la cara de su asesina, que, en esta
ocasión, les disparó al costado.
El más alejado de ella
cayó al suelo, derrumbado, y boqueando como pez fuera del agua.
Recogí mi pistola y me
acerqué corriendo a él. Blondie se inclinó hacia su presa y le
obligó a mirarla.
-¿Dónde tenéis a
vuestros vigilantes?
-Nadie... ha salido...
de... vuestr... vuestro edificio-gimoteó el chico. Me dio cierta
pena. No estaba hecha para las muertes lentas; prefería matar rápido
y ocuparme de otros asuntos cuanto antes mejor.
-¡Jodido mentiroso!
¡¿Dónde están?!
-Nadie ha s...sa...lido.
-¿Cómo es eso? ¿Habéis
creado un sótano de repente y habéis conseguido esconderlos allí
sin que los demás nos enteremos?-le reté con la mirada. Blondie
observó su sangre y sonrió sádica, al encontrar una daga escondida
en uno de los compartimentos secretos del chaleco antibalas del
chico, que no había funcionado tan bien como se esperaba de él.
-Arriba-se limitó a
decir, cerrando los ojos y gimiendo de dolor.
-Blondie...-la llamé.
-¿DÓNDE ES ARRIBA?
-Blondie, mátalo. No se
merece sufrir así.
Blondie se giró hacia
mí. Me cortaría el cuello allí mismo si seguía provocándola.
-¿Qué acabas de decir?
-No nos va a decir nada
más; no se merece...
-¡Es un jodido poli!
¡Te haría esto si le dieras la ocasión! ¡Sí que lo merece!
-Dinos dónde es
“arriba” y te remataremos. Dejarás de sufrir.
-Arriba. Los pi...sos.
Sup...riores...-consiguió articular entre estertores. Se alejó en
la medida de lo posible de Blondie; casi podía ver su alma
agazapándose en un rincón de su cuerpo, el más alejado de ella. Su
alma me miró a los ojos, suplicante.
-Espero que no tengas
familia... porque sufrirán tu pérdida y la de la paz.
Y disparé.
Blondie bramó un “no”
con toda la fuerza de sus pulmones, cabreada porque su presa se fuera
antes de poder terminar de jugar con ella. Levantó la vista y me
lanzó una mirada envenenada que me hubiera hecho retroceder de no
estar inclinada para acabar con la vida de aquel pobre chico cuyo
único error había sido entrar en el cuerpo de policía equivocado.
Blondie me cogió del
cuello de la camiseta y tiró de mí hasta colocarme frente a ella;
su aliento cálido me quemaba la boca. Pensé que iba a comerme, tal
era la furia reflejada en aquellos ojos azules que podrían
encandilar a cualquiera con tan sólo proponérselo.
-¿Por qué lo has
hecho?
-Nos ha visto. Sabía
como somos. No podíamos dejar que escapara.
-¿Eres imbécil? No iba
a dejar que escapara. Iba a matarlo, pero después de que nos dijera
dónde están los demás.
Meneé la cabeza, la
trenza se balanceó de un lado a otro.
-Nos cogerán si
seguimos aquí, Blondie. Cojamos las balas y larguémonos.
Ella gruñó por lo bajo
algo que no llegué a entender del todo, pero no le di importancia.
Me parecía más meritorio de atención el hecho de que estábamos en
territorio enemigo, sin apenas munición, y sin nadie cerca que nos
pudiera salvar el culo si las cosas se nos ponían feas.
Le susurré a nuestro
vigilante aficionado en voz baja que rastrearan todo el edificio en
busca de algo que pudiera darnos pistas de dónde habían encerrado a
nuestros compañeros, y Blondie y yo casi nos retorcimos en el suelo
debido al alboroto formado en nuestros oídos. No escuchamos nada más
que gritos durante un breve lapso de tiempo; tal era el escándalo
que ella incluso apagó su pinganillo y todavía oía el escándalo
que manaba del mío a varios metros de distancia. Me tapé la cabeza
con las manos, luchando por no volverme loca, y lo único que
conseguí fue que los ruidos aumentaran más. Focalicé mi atención
exclusivamente en desmontar las armas de los policías, sacar las
balas y, sin tan siquiera examinarlas, sólo pendiente del tacto del
metal y de la frialdad de las pequeñas asesinas, las guardaba una a
una en los bolsillos de mi pantalón, o en la recámara de mi
pistola, si cabían. Blondie caminaba de un lado para otro, vigilando
cada esquina con una escopeta recién adquirida en la mano. Sabía
que dispararía a cualquier cosa que se moviera de un modo sospechoso
sin pararse a preguntar si sería amiga o enemiga.
Estaba terminando mi
tarea cuando escuchamos pasos acercándose a nosotras a toda
velocidad, rebotando en las paredes de los edificios y haciendo eco.
Busqué sin ver nada de dónde procedían. Blondie me instó a que
terminara pronto.
Terminé de revolver en
el uniforme del policía, buscando algo con que defenderme si había
que luchar otra vez, y me topé con un objeto circular metálico que
no había visto antes. No era una bala; hacía años que no se
fabricaban balas así. Las últimas habían sido destruidas porque no
servían para mucho: se desviaban con facilidad, hacían poco daño...
las que había en forma de flecha eran mucho mejores.
-¡Kat, me cago en la
puta!-siseó ella. Me pegaría un tiro si no me apresuraba, y lo peor
era que me daba absolutamente igual. Estaba absorta en la pequeña
bala extinta, casi hipnotizada por ella. ¿Era impresión mía o
realmente tenía una serie de marcas que parecían seguir un patrón
estricto? Las marcas eran rectas sobre la superficie curva; formaban
dibujos minúsculos que no logré entender.
-¡¡Kat!!-chilló mi
compañera cuando los pasos resonaban casi encima de nosotras. Su
grito fue tan fuerte que alertó a todo el mundo de dónde estábamos.
Había que salir de
allí.
Ya.
De modo que cogí el
pequeño objeto circular, me lo metí dentro de la camiseta, donde
solía llevar las cosas preciadas, me levanté y eché a correr como
alma que llevaba el diablo.
Ni siquiera tuve tiempo
a pararme a pensar en por qué había hecho eso de irme con aquello:
podría ser un buscador, una pequeña bomba de última generación de
la que aún no teníamos constancia... cualquier peligro velado que
no conocíamos todavía. No pude preguntarme a mí misma a qué se
debía mi especial interés en aquellas marcas, pues estaba demasiado
ocupada no muriendo en mi huida frenética.
De aquella carrera sólo
recuerdo el mirar a Blondie correr a mi lado, inclinada, casi
paralela al suelo, como una flecha, mirando hacia delante con
determinación asesina, y esquivando las balas con la elegancia de
una bailarina de ballet ejecutando una obra que lleva practicando
toda la obra.
Podría fiarme de ella.
Necesitaría fiarme de
ella.
martes, 21 de enero de 2014
Medidas.
"Te quiero. Ya sé que termino así todos los mensajes, pero es que me da pánico que se te olvide.
Que entre distancias y cosas nuevas crezca una pregunta en tu estómago.
Que un día te tomes un café en a saber dónde y dudes.
No hay nada más peligroso y humano que una duda.
Así que sólo estoy tomando medidas"
Que entre distancias y cosas nuevas crezca una pregunta en tu estómago.
Que un día te tomes un café en a saber dónde y dudes.
No hay nada más peligroso y humano que una duda.
Así que sólo estoy tomando medidas"
domingo, 19 de enero de 2014
Pérdida.
Definitivamente, no.
No se podía correr con
la cabeza en otra parte.
No, a no ser que
quisieras estamparte contra alguna pared, o peor, creer que había
alguna cuando era mentira, y terminar estampándote contra el suelo,
con su correspondiente lesión.
Echando la vista atrás,
me di cuenta de que había saltado las vallas de la misma manera
autómata que había empezado a recoger gente cuando la luz se apagó.
Sin pensar en ello, simplemente había alzado las manos, agarrado con
toda la fuerza posibles el borde de la valla, y alzado las piernas en
una escalada infernal que poco tendría que envidiar a los que habían
subido a la cima más alta del mundo; aquellos montes que se habían
alzado de repente, debido a un enorme terremoto que se sintió en
cada rincón del mundo, en África.
Me pregunté qué se
sentiría al subir un edificio natural que se levantara 10 kilómetros
arañando a las nubes... y si los ángeles podrían subir hasta allí.
Kat, concéntrate
me exigí a mí misma, sacudiendo la cabeza, escuchando los pasos de
mis compañeros a mi alrededor. Algunos se habían adelantado y ya
iban varias manzanas por delante de nosotros, sin preocuparse de
parar a examinar las pistas que los policías podrían haber dejado
en la huida en la que, con toda seguridad, se habían llevado a mi
novio.
Otros,
en cambio, preferíamos detenernos cuando creíamos que algo merecía
la pena y examinar la situación con relativa calma; la que nos
podíamos permitir en aquella situación de tensión. Temíamos con
toda nuestra alma que se hubieran llevado no sólo a algunos de
nosotros, sino a nuestros vigilantes; expertos runners que eran
capaces de leer pantallas llenas de códigos que para nosotros no
tenían más sentido que las nubes en el cielo: estaban allí y
punto, no había manera de interpretarlos, porque no había
interpretación posible.
El
tiempo de preparación y los ejercicios intensivos a los que se
sometían nuestros vigilantes eran tales y tan disciplinarios que,
cuando un vigilante quería dejar su trabajo, debía decirlo con al
menos un par de años de antelación. Después, se elegía al mejor
de los runners que estuvieran al borde de perder su posición de
soldados de calle, y se le entrenaba para que, algún día, se
sentara en una silla que durante años había sido calentada por un
culo que no era el suyo.
Y
no teníamos tiempo para prepararnos, no después de que la policía
hubiera retomado lo dejado hacía décadas y se hubiera atrevido a
entrar en nuestros barrios, nuestra Base, nuestras casas,entrando
hasta la cocina y aterrorizando a los nuestros.
El
chico que corría a mi lado había tenido que vivir cómo su familia
entraba en nuestro centro principal de operaciones, temiendo por lo
peor, y cómo se sumía en el pánico al apagarse todas las luces.
Quería venganza tanto o más que el resto; porque había sido el
encargado de meterlos en lugar seguro y cerciorarse de que estaban
protegidos antes de ir a reclamar la sangre que le habían
arrebatado.
Además,
se rumoreaba que era uno de los aprendices de Puck, que ya se estaba
preparando para irse, esperando en secreto algo que yo estaba
atrasando a propósito: quería ser siempre quien me guiara, nadie
debía hacerse cargo de mí más que él, de modo que se iría cuando
yo lo hiciera... más razón para que yo buscara a la policía y
encontrara a los que los habían secuestrado. Necesitaba a Puck y sus
compañeros para que nos asesoraran y ayudaran a sobrevivir en un
mundo de gatillo suelto a pesar de que rara vez había armas...
…
y tenía que encontrar a Taylor.
Las
voces de nuestros oídos no paraban de hablar entre ellas, como si el
propio pinganillo que llevábamos puesto no fuera más que un objeto
propio de espías. Todos queríamos girarnos y gritarle a la Base,
que se alzaba en la distancia, cada vez más lejos, que se callaran.
Era evidente que nadie era un experto en dirección de runners,
porque cada minuto alguien protestaba al no entender las cifras de
las pantallas... y no había conversaciones privadas. Podía escuchar
perfectamente lo que les decían a los que habían ido en la
dirección contraria, creyendo que los policías saldrían por un
sitio diferente del que entraron.
Era
una locura, y estábamos encerrados en los tejados, por lo que sólo
podíamos correr y luchar por aclarar nuestras ideas, poniendo orden
por encima de los gritos que se seguían en nuestras cabezas cada
segundo.
El
chico de piel de ébano, alto y robusto como pocos runners, gruñó
cuando se detuvo frente a una cornisa. Yo iba tras él, demasiado
rápido para frenar, de modo que me tiré al suelo con la esperanza
de parar antes de precipitarme al vacío...
…
pero él se las apañó para agarrarme y sostenerme en el aire, de
pie, con la punta de los dedos clavados sobre la cornisa.
Exhalé
una exclamación ahogada, mirando aterrorizada el asfalto que se
extendía por el suelo de allá abajo, como la arena de un desierto.
Notaba el corazón latiéndome en la boca, y tenía unas ganas
horribles de vomitar. No podía controlar las náuseas de puro
pánico, así como no podía dejar de mirar hacia abajo, segura de
que si él no me hubiera recogido ahora mismo no lo contaría...
Me
sujetaba con fuerza, agarrándome de la camiseta, que se había
subido hasta mostrar mi vientre plano y duro. Giré la cabeza, la
trenza roja perpendicular con el suelo tan lejano, y susurré un
tímido “gracias”, odiando no haber calculado bien la distancia.
-Más
cuidado la próxima vez-se limitó a decir mi compañero de ébano-.
Somos demasiado valiosos. Y más las gatitas como tú.
-De
modo que sabes de dónde viene mi apodo-repliqué, sonriendo. A mi
cabeza volaron los recuerdos de aquel primer examen en el que me
sometieron a diversas pruebas para demostrar que lo valía. Los que
me evaluaban (uno de ellos, de hecho, era Puck) se habían mostrado
muy interesados en mi talento, hasta el punto de que me dificultaban
las cosas que debía hacer, colocando límites nunca antes
alcanzados.
Me
gané mi nombre cuando escalé algo nunca antes escalado. Recordé
cómo mis manos protestaban al clavar en ellas todo el peso de mi
cuerpo, cómo mis piernas se encogían hasta unirse a mi torso cuando
salté para salvar una distancia imposible, cómo caí de pie, cómo
volví a escalar con rabia y furia, cómo llegué a la cima, nunca
antes conocida, y cómo recogí la bandera roja (como mi pelo) y la
alcé sobre mí.
Mis
compañeros de entrenamiento y preparación aullaron en la parte baja
del recinto, celebrando que hubiera llegado hasta arriba, que me
hubiera colocado entre las más importantes y hubiera subido
rápidamente en los escalafones sociales... como los gatos.
-Te
vi entrenando-se limitó a contestar, y después me tocó el hombro-
y esto ayuda-sonrió, colocando los dedos justo debajo de mi tatuaje
de un gato contemplando con el hocico alzado la luz que manaba de
nadie sabía realmente dónde. Sonreí, sorprendida de que hubiera
visto el animal escondido entre los intrincados tatuajes que me
identificaban, en mi sección y para los demás runners.
Eché
una ojeada a sus brazos, cuyos músculos parecían a punto de
reventar. Las marcas negras apenas se distinguían en su piel, del
mismo color, pero los destellos que manaban de sus brazos, iluminados
por el sudor que le cubría todo el cuerpo, delataban la silueta de
los tatuajes.
Alcancé
a distinguir una luna menguante, sólo dibujada, no pintada. Eché
cuentas, pensando en los runners que conocía y los nombres que ya
había oído. Moon no me parecía un nombre demasiado masculino, y no
casaba muy bien con el porte de mi recién estrenado amigo, pero...
-Night-informó
él, esbozando una sonrisa de un blanco impoluto, que chocó de una
forma impresionante con el carbón que le cubría el cuerpo.
Abrí
la boca y asentí con la cabeza, dispuesta a disculparme por no darme
cuenta antes, pero en seguida Night tiró de mí y me empujó para
que siguiéramos corriendo.
-¿Por
qué has venido por aquí?-preguntó, escupiendo el aire. Me encogí
de hombros salvando una distancia que a los demás habría hecho
recular. Nos habíamos quedado considerablemente rezagados; nada, sin
embargo,que no pudiera recuperarse. Él se impulsó y cayó a pocos
centímetros de mí. Se agarró a la cornisa y, sin inmutarse, se
impulsó hacia arriba, aterrizando a mi lado.
-Creo
que tienen a mi novio. ¿Y tú?
Su
rostro se ensombreció, tomando el aspecto del de un cazador
sanguinario.
-Dispararon
a mi hermana-gruñó.
Noté
unos retortijones en la boca de mi estómago al reconocer la
sensación de furia justiciera. Quise matarlos también por no
distinguir entre mujeres y hombres, ancianos, adultos y niños. La
policía mataba sin detenerse a pensar en qué estaban haciendo,
pues, al fin y al cabo, para ellos sólo éramos delincuentes.
Rebeldes que aún no se habían rebelado pero que algún día lo
harían.
Y
aquel era el momento perfecto para rebelarse.
Corrimos
en silencio, alcanzando al grupo en el que íbamos antes, que se
había detenido a contemplar unas huellas de destrucción
sospechosas. Las voces en nuestra cabeza habían disminuido; bien
habían acusado la distancia que cada vez aumentaba más, o bien
habían encontrado la manera de bajar el volumen y no torturarnos
tanto.
-¿Alguien
sabe dónde están?-preguntó una rubia de rostro duramente hermoso,
alzando la cabeza y mirando hacia el horizonte, justo donde se
levantaba el sol. Quise preguntarle si sabía algo que yo no, pues su
mirada estaba tan segura de que aquella era la dirección correcta,
que creí haber soñado con aquella pregunta.
Pero
ella torció el gesto, molesta porque no le contestaran, y ladró en
voz baja.
-¿Miles?
¿Eres tú? Miles, maldito hijo de puta, ¿dónde está la policía?
-No
encuentro nada, Blondie.
¿Blondie?
Bueno, el apodo le pegaba, al igual que a mi amigo.
-Sigue
buscando.
-¿Qué
crees que hago?-espetó el tal Miles, tan fuerte que todos los
presentes nos llevamos las manos a los oídos; todos salvo la rubia,
que esbozó una sonrisa cínica, se giró y siguió su camino;
despacio, sin embargo, para permitir que fuéramos tras ella.
-¿Vamos,
al menos, en la dirección correcta?-la escuché dentro de mi cabeza.
El tal Miles, o bien había dejado sus auriculares al lado de su
micrófono, o bien había conectado los puertos mal.
-No
lo sé.
Blondie
gruñó, se dio la vuelta y nos miró. Su expresión molesta seguía
en su cara, pero no era tan profunda cuando sus ojos se cruzaron con
los míos.
-¿Qué
opináis?
-Que
hay que seguir en marcha-dijo un chico del equipo, con una mochila a
la espalda. No sabía qué pretendía encontrar, pero me apetecía
desearle suerte en la búsqueda del tesoro.
Ella
hizo sobresalir su labio inferior sobre el superior, asintió con la
cabeza, casi uniendo las cejas en el entrecejo, y echó a andar. Los
demás nos incorporamos, abandonando aquella huella destruida en el
asfalto, y rápidamente nos volvimos a convertir en una masa
conformada de varias partes independientes entre sí; como un
enjambre de abejas.
Cuando
estábamos llegando a la frontera de nuestros suburbios, escuchamos
gritos a nuestra derecha. Blondie, que iba conmigo dirigiendo al
grupo, alzó la cabeza sobre sus hombros y echó un vistazo a los
demás. Yo la miré, vi cómo asentía y volvía sus ojos a los míos.
Me señaló el lugar del que provenía el alboroto, y yo imité su
asentimiento.
Rápidamente
cambiamos el rumbo, con tanta elegancia que todo le hubiera parecido
planeado a quien nos estuviera observando sin saber qué nos
proponíamos.
Los
edificios comenzaron a hacerse más altos y a tener más separación
entre sí. El trabajo pasó a ser más de escalada que de velocidad,
de modo que Blondie, Night, el chico de la mochila y yo rápidamente
dejamos a los demás atrás. Estos decidieron seguir rodeando las
partes más altas, y dos incluso se animaron a bajar a las calles y
correr por allí sin llamar la atención.
El
chico de la mochila les lanzó una botella llena de líquido rosáceo,
que ellos cogieron al vuelo, alzaron sobre sus cabezas, a modo de
trofeo, y celebraron con un “salud”, para dos segundos después
desaparecer entre los edificios.
Night
y el chico no eran tan rápidos como nosotras, y Blondie y yo les
terminamos sacando una ventaja considerable.
Todavía
escuchábamos los gritos cuando llegamos a la parte de arriba del
edificio del que procedían.
Nos
colocamos en el borde, tumbadas, y estudiamos la situación.
Un
grupo de hombres acosaba a dos mujeres, que no parecían amedrentarse
a pesar de que las superaban en número, duplicándolo. Ellas
gritaban algo que yo no logré entender, tal vez por lo lejos que
estaban, tal vez porque lo hacían presas del pánico o tal vez
porque no se molestaban demasiado en vocalizar; casi parecía más
importante gritar cuanto más fuerte mejor que lo que se estuviera
gritando en sí.
Uno
de los hombres se acercó a una de ellas, colocándola contra la
pared y riendo cuando ella luchó por zafarse de él, arañándole el
pecho y golpeándole los pectorales.
No
pude no ver lo pequeña que parecía la chica en relación a su
captor.
La
otra gritaba desesperada que las dejara en paz, ellas no habían
hecho nada, y no estaba consiguiendo asustarlas.
Las
lágrimas que le poblaban el rostro decían más bien lo contrario.
Rápidamente
cogieron a la libre, cuya valentía no le había permitido escapar, y
la pegaron contra la pared. La alzaron sobre sus cabezas, y ella
boqueaba, buscando aire, luchando por no ahogarse, mientras la otra
daba patadas y maldecía con toda la capacidad de sus pulmones.
-¡Se
enterarán de esto! ¡Se enterarán! ¡Bastardos! ¡La policía
vendrá y...!
Uno
de los chicos le cruzó la cara con una sonora bofetada, tan fuerte y
potente que consiguió su propio eco.
Night
y el chico de la mochila seguían sin llegar a la cima de aquella
azotea, y Blondie y yo no hacíamos más que mirar hipnotizadas.
-Deberíamos
hacer algo-susurré, sin demasiadas ganas. Una parte de mi furia
justiciera quería matar a esos bastardos, pero la otra seguía
preocupada por mi novio, temiendo que se estuviera alejando de mí a
cada minuto que pasaba. Y si empezaba una pelea no podía dejarla a
medias; había que matar a todos los que hubieran participado de ella
hasta que quien quedase en pie sólo fuese uno, dos como mucho, y
siempre del mismo bando.
-Nos
estamos retrasando demasiado-dijo Blondie y, para reforzar su
postura, aquellos dos runners que se habían separado de nosotras
pasaron por un callejón contiguo al de los gritos, persiguiendo un
objetivo que no habían visto aún.
Me
palpé los pantalones, y suspiré aliviada al ver que las pistolas
seguían allí. Blondie se giró y se me quedó mirando.
-¿Acertaremos
desde esta distancia?
Negué
con la cabeza, luego asentí, y terminé encogiéndome de hombros.
-Podemos
intentarlo.
-Night
es el mejor en esto-dijo ella, tomando la pistola que le tendí y
sopesándola en sus manos.
-No
podemos esperar-le urgí. Ella frunció el ceño, suspiró y encañonó
a los dos chicos.
-Dime
que son automáticas.
-Lo
son.
-Bien,
porque vamos a tener muy poco tiemp...-dejó la frase en el aire
cuando una de las chicas gritó, aterrorizada, al ver cómo dos alas
enormes se desplegaban frente a ella.
-Mierda,
ángeles-gruñí yo.
-Oh,
bien. Cenaremos pollo al horno-sonrió mi compañera, y mis entrañas
se revolvieron. No podría disparar a mi ángel de la guarda, no
podría disparar a Louis, y, por aquella regla de tres, no podría
disparar a ninguno de sus compañeros... porque no quería herirle,
ni física ni emocionalmente. ¿Y si eran amigos?
-¿Dónde
los tenéis?
-No
sabemos de qué habláis.
-¡Lo
sabéis de sobra!
Pero,
¿qué podía hacer? ¡No había otra solución! Si no disparaba,
Blondie daría la voz de alarma de que yo no era tan de fiar como
había tratado de hacer pensar, y luego se me relegaría, volvería a
ser una traidora, esta vez para siempre...
-¡¿Dónde
los tenéis?!
-¡Ni
siquiera son de nuestra sección!-bramó la de los ojos ahogándose
en lágrimas. Blondie abrió los ojos, yo me volví hacia ellas.
-¡Tenéis
que tener los planos! ¡Sabemos que los han sacado de donde los
guardabais!
-Vamos,
nena-canturreó el ángel de las alas desplegadas, besando en el
cuello a la chica que había cogido-. Tenéis que tenerlos. Sabemos
que los tenéis. ¿Por qué enfadarnos?
La
chica abrió la boca, disfrutando del contacto de aquellos labios.
Mi
vientre ardió de pura rabia, comprendiendo por fin a qué venía
todo aquello.
Louis
me había quitado mis planos con la misma facilidad y de la misma
manera que aquel chico estaba seduciendo a la chica.
-Tío,
son runners. Valen mucho si las llevamos a la Central.
-¡¡No
tenemos esos putos planos!!
Blondie
y yo nos miramos, comprendiendo por fin. Efectivamente, alguien se
había infiltrado en nuestro edificio y habían conseguido los
planos.
-¿Las
reconoces?-inquirí en un susurro.
-No.
¿Y tú?
-Sería
una lástima matarte, nena... eres tan guapa.
La
chica a la que estaban seduciendo lanzó una suave exclamación. La
estaban enamorando.
Como
me habían enamorado a mí.
Mis
mejillas ardían de pura rabia.
-Ya
he visto suficiente-anuncié. De repente no tenía ante mí a unos
ángeles desconocidos, ni siquiera a unos mercenarios que merecían
el castigo.
Louis
estaba frente a mí, mirándome. La imagen duró un segundo en mi
cabeza, y luego se sustituyó por una visión de nosotros dos,
pegados contra la pared de aquella oficina tanto tiempo atrás. Louis
sonrió, me dijo que era tan jodidamente guapa... y... y...
Sentí
su boca en la mía a pesar de que nos veía desde fuera. Vi cómo mis
manos abandonaban la cápsula con las hojas, y cómo se enredaban en
su pelo mientras en su boca se dibujaba la sonrisa del que ha
conseguido ganarse la confianza del enemigo, salirse con la suya, y
de paso obtener un beso robado y bien ofrecido.
-Te
estaba utilizando-dijo un Louis nuevo, colocándose a mi lado, con
las alas desplegadas, y observando la escena con diversión. Tenía
la mano en la barbilla, contemplando lo mismo que yo, con
sentimientos radicalmente opuestos. El sabor de la victoria estaba en
aquel beso que había acudido a sus labios de la misma manera que lo
había hecho con los míos.
-Mira
cuánto me importa-repliqué, alzando la pistola, apuntando
directamente a la cabeza, y apretando el gatillo sin vacilar.
La
bala atravesó el espacio y cruzó la cabeza del ángel que me había
engañado para que pensara en abandonar a los míos, y también mató
al que estaba amenazando a otra runner.
Blondie
disparó dos veces, acertando en ambas. Sólo uno de los abusones se
enteró de lo que sucedía, y estudió el aire, desenfundando la
pistola, antes de que dos balas le atravesaran el cuerpo.
Las
dos runners chillaron, aterrorizadas. La que lloraba saltó hacia
atrás, pegándose de nuevo contra la pared y recuperando el aire,
mientras la otra se las arreglaba para patear el cuerpo moribundo de
su agresor y alejarse para abrazar a su compañera.
Habían
sido bien entrenadas, porque sabían a dónde mirar. Levantaron la
cabeza.
-¡Sección
centro!-gritaron al unísono. Blondie alzó la mano.
-¡Sección
noroeste!
-¿Qué
hacéis tan lejos de casa?-pregunté.
-¡Nos
mandaron señales de socorro, y acudimos! ¿Ha pasado algo?
-La
policía nos ha atacado.
-Supongo
que podríamos decir lo mismo-sonrió una de las de abajo mientras la
otra se encargaba de comenzar a escalar.
-¿No
habréis visto por casualidad a un grupo de policías de la que
veníais?
La
escaladora negó con la cabeza.
-No,
nada.
Me
giré hacia Blondie, alzando las cejas, preguntando sin abrir la
boca.
-¿Deberíamos
seguir?
Ella
asintió con la cabeza.
-Sí,
Night y el otro pueden ocuparse de ellas.
Justo
en ese momento, nuestros dos acompañantes nos alcanzaron. Blondie
les contó lo sucedido mientras yo observaba los cadáveres,
semejantes a mi relación con Louis.
Night
tiró de mí para levantarme, y me empujó para que siguiera a
Blondie, pero lo único que podía hacer en ese momento, era envidiar
a los muertos por no sentir dolor.
Si
no tenía poco con preocuparme por dónde estaba Taylor, ahora para
colmo sufría mal de amores.
Es
lo malo de enamorarse dos veces.
miércoles, 15 de enero de 2014
Defectos.
No puedes confiar en un mentiroso, pero puedes confiar en que te haga un favor cuando la verdad no sea el mejor camino.
No es bonito ser tímido, pero a veces a los demás les resulta tierno.
No es bueno ser un cabrón, pero siéndolo consigues evitarte muchos daños.
Es malo ser egoísta, pero a veces tu propio egoísmo te ayuda a tener algo cuando lo necesitas y en un tiempo creíste que no ibas a hacerlo más.
Es malo robar, pero a veces te ayuda a conseguir algo que de otras maneras nunca habría llegado hasta ti.
Es malo no mostrar tus sentimientos, no sentir demasiado fuerte. Pero es sólo así como consigues que todas las sensaciones que llegan hasta ti sean más especiales y tengan más sentido. No vas a pasarte la vida encerrado en una cárcel fría y oscura. Cuando llegue el rayo de luz, para ti será más brillante y más hermoso de lo que será jamás para los demás.
Por que a veces los defectos se convierten en virtudes. A veces estar aislado te hace involucrarte más que los demás.
Y sólo es con una persona con la que te darás cuenta de esto y serás capaz de darle la vuelta a la situación. Le querrás con todos sus defectos, porque para ti no serán eso, sino simples virtudes que, en ocasiones, simplemente se desmadran y se vuelven delicadamente malas.
Que tengas suerte en tu búsqueda.
No es bonito ser tímido, pero a veces a los demás les resulta tierno.
No es bueno ser un cabrón, pero siéndolo consigues evitarte muchos daños.
Es malo ser egoísta, pero a veces tu propio egoísmo te ayuda a tener algo cuando lo necesitas y en un tiempo creíste que no ibas a hacerlo más.
Es malo robar, pero a veces te ayuda a conseguir algo que de otras maneras nunca habría llegado hasta ti.
Es malo no mostrar tus sentimientos, no sentir demasiado fuerte. Pero es sólo así como consigues que todas las sensaciones que llegan hasta ti sean más especiales y tengan más sentido. No vas a pasarte la vida encerrado en una cárcel fría y oscura. Cuando llegue el rayo de luz, para ti será más brillante y más hermoso de lo que será jamás para los demás.
Por que a veces los defectos se convierten en virtudes. A veces estar aislado te hace involucrarte más que los demás.
Y sólo es con una persona con la que te darás cuenta de esto y serás capaz de darle la vuelta a la situación. Le querrás con todos sus defectos, porque para ti no serán eso, sino simples virtudes que, en ocasiones, simplemente se desmadran y se vuelven delicadamente malas.
Que tengas suerte en tu búsqueda.
domingo, 12 de enero de 2014
Caos.
Antes de la sacudida y la explosión,
lo único que oí fueron los pasos de June mientras trataba de
alejarse de mí en la oscuridad arañada solamente por las linternas,
pequeñas guerreras que no se daban por vencidas.
Pude escuchar la reprimenda a sí
misma que se echó June entre los dientes antes de girarse y
enfocarme con su linterna. El haz de luz me dio justo en la cara,
dañándome la vista. Fruncí el ceño y me tapé la cara
instintivamente, sin tan siquiera pretenderlo.
-¿Qué ha sido eso?
-Estoy aquí contigo-respondí,
cortante, meneando la mano para que apartara la linterna.
Evidentemente, no había pensado en que podría fastidiarme.
O sí que lo había pensado y lo
estaba haciendo a mala uva.
Después empezaron las carreras
demenciales; todos los runners que no estaban haciendo nada buscaban
la manera de enterarse de qué pasaba. Descubrir qué ocurría era la
primera forma, y la más rápida, de resolver la situación.
Con los ojos todavía clavados en mí
y mis facciones, seguramente esperando que hiciera algo que me
delatara, June apartó de mala gana la linterna e hizo un gesto con
la cabeza para que la siguiera. A ninguna de las dos nos apetecía
tener las espaldas descubiertas en ese momento, y podía
comprenderlo. Mejor de lo que me gustaría, de hecho.
Echamos a correr a toda velocidad por
la Base, sin apenas fijarnos en las esquinas y los recovecos más
insospechados que se revelaban a la oscuridad como si poseyeran
bioluminiscencia. Con ella delante y yo pisándole los talones, lo
único que cabía en mi cabeza era la tarea ya automatizada de correr
y dejar la mente en blanco. Ahora no necesitaba salidas, necesitaba
concentrarme en darles a mis piernas el mayor impulso posible.
Sentía la histeria de la gente de los
pisos superiores, que no sabía muy bien qué ocurría, como sentía
la mía propia. Estaba demasiado nerviosa como para apartar mis
pensamientos del continuo “izquierda, derecha, izquierda, derecha,
más rápido, un poco más”, pero eso no hacía que me aislara de
mi entorno, ni mucho menos.
June se detuvo de repente frente a las
escaleras. Le habría preguntado por qué no cogíamos el ascensor,
directamente, dado que nos estábamos apelotonando todos en un mismo
sitio, cuando me di cuenta: podría haber alguien metido en el
ascensor, esperando a que el pánico cundiera y empezar la masacre.
O incluso el ascensor podría haber
sido detenido por la misma persona que había cortado la luz, porque
si había detenido la corriente eléctrica que alimentaba las luces,
siempre encendidas del enorme edificio con forma de hongo, ¿no
podría detener el ascensor?
Recé porque el ascensor estuviera
efectivamente parado y Puck estuviera dentro. Así no habría forma
de llegar hasta él.
Y, sobre todo, quería que tuviera
todos los planos consigo, que nadie pudiera alcanzar nada
comprometedor con lo que hacernos daño si había conseguido entrar.
-Dime que tienes una pistola.
-Tengo una pistola.
June alzó la cabeza, con el pelo
negro cayéndole sobre la cara, la boca abierta en una mueca
aterrorizada que luchaba por disimular:
-¿Es en serio?
Le tendí una a modo de respuesta, y
juro que nunca la había visto sonreír de la manera en que lo hizo
cuando sus dedos tocaron el material del arma. Con un movimiento
seco, apuntó al pie de las escaleras mientras yo hacía lo propio
con la luz que manaba de mi linterna.
-¿Quién eres?
Alguien estaba allí tirado, y no
llevaba mucho tiempo, pues la sangre todavía brillaba
fantasmagóricamente. Noté un sabor metálico esparciéndose por mi
boca, como si me hubiera mordido la lengua; era una tontería pensar
eso ya que, a fin de cuentas, había matado a mucha más gente y
había herido a otros de gravedad. Casi prefería matar a herir,
porque los heridos eran una carga para la familia, pero también
hacían más daño a su Gobierno, que tenía que fabricar excusas
para por qué el policía en cuestión cojeaba cuando había sido
atleta en su instituto.
-Percy-gruñó el chico, levantando la
cabeza y mostrándonos unos ojos verdes, semejantes a esmeraldas.
Quise abalanzarme sobre él para detenerle la hemorragia, pero podía
ser un truco.
Los runners éramos buenos mentirosos,
y si alguien quería hacerse pasar por uno de nosotros, debía serlo
también. Incluso mejor.
-¿Percy?-ladré yo, sacando la otra
pistola que tenía y encañonándolo. June bajó lentamente las
escaleras, cuidando de no perder de vista ni un sólo segundo al
chico. Su ceño se hizo más profundo.
-Sí, Percy, sector 5-jadeó-.
Aerodinámica.
June se giró y me miró largo rato,
preguntándome en silencio qué debíamos hacer. Me encogí de
hombros. No podíamos esperar que nos preguntara quiénes éramos; en
su estado habría aceptado ayuda hasta de la policía, aunque luego
aquello implicara torturas mucho peores que tener un balazo en el
vientre.
-¿Qué haces tú tan lejos de tu
sitio? ¿No se supone que estabais recluidos buscando maneras de ir a
por los ángeles?
-Cuando oímos todo el alboroto
salimos de nuestra investigación-contestó él. Me coloqué al lado
de June, que había vuelto a girarse y atravesarlo con la mirada.
-Tenemos que hacer algo.
-Seguir el camino es la solución, y
él está en medio.
-No, June. Somos valiosos, y los de
aerodinámica, en estos tiempos, lo son más.
June alzó una ceja, mirándome. Bajó
la pistola y el chico suspiró, aliviado de no estar en el punto de
mira. Emitió un gemido de miedo cuando su suspiro hizo que June se
diera cuenta del error y le apuntara directamente a la cabeza. En mi
opinión, hubiera sido mejor apuntarle al vientre, si lo que quería
era amedrentarlo. Se veía en sus ojos que casi prefería morir a
dejarse contemplar como un animal en el zoológico mientras se iba
desangrando lentamente. Tal vez la herida física se curase, pero la
del orgullo permanecería allí para siempre.
-Tenemos que llevarlo a la enfermería.
-¿No es mejor, directamente, a una
planta de médicos?
-La enfermería está aquí
mismo-sacudí la cabeza-. Y no creo que a nuestro amiguito le
importe, ¿verdad que no, Percy del sector 5?
Percy negó con la cabeza, el pelo
negro cubierto de sudor, apelmazado en greñas que hacía unos
minutos no estaban allí.
-Nos retrasará mucho-gruñó June. Yo
bufé y me giré.
-De acuerdo. Lo llevaré sola.
-No me fío de ti. Podrías estar de
su parte.
-¿De parte de quién?-preguntamos
Percy y yo a la vez. A él aún le quedaba sangre en el cuerpo para
ruborizarse al sentir mis ojos clavarse en los suyos.
-De quienes nos atacan-respondió
June, hinchando el pecho con un tono condescendiente, típico del que
se usa con los niños pequeños, cuando quieres explicarles algo que
no van a comprender por mucho que lo intenten. Simplemente les dices
cualquier cosa, sabiendo que va a ser demasiado complicada, y te
sientes superior al tener una mínima idea de lo que a ellos no les
entra en la cabeza.
-¿Y por qué no puedo ir con él si
estoy de parte de “ellos”?-espeté, haciendo el gesto de las
comillas con sorna. Ella apretó los dientes.
-Podrías aprovechar que es de
aerodinámicas y sacarlo por la puerta trasera...
-No hay puerta trasera.
-... y conseguir que uno de tus amigos
lo saque de aquí, lo cure, y luego le sonsaque todo lo que sabemos
de ellos.
-¿Qué amigos?-ladré yo, molesta.
¿Estábamos de verdad discutiendo por esas gilipolleces cuando había
un compañero nuestro, y encima de los que más falta nos hacían,
desangrándose frente a nosotras?
El charco de sangre en que Percy se
estaba convirtiendo ya casi llegaba a alcanzar el primer escalón
sobre el que nos encontrábamos. Un ligero reguero goteaba escaleras
abajo.
-Espera, ¿quién te ha hecho eso?-me
giré para mirarlo. Bajé el escalón que me separaba de él y me
acuclillé a su lado. Respiraba con dificultad y cada vez le costaba
más hablar, pero tenía que decírmelo ahora. Si no, June jamás le
permitiría que se acercara a mí, ni yo a él, y mucho menos que me
contara la verdad.
-No logré verle la cara.
-Qué casualidad-gruñó June.
-¡¿Quieres dejar de tratarlo así?!
¡Todo lo que está pasando no es culpa suya!-exploté. Ella sonrió.
-Estáis compinchados, ¿no es así?
-Estás como una puta cabra.
-Dile a la puta cabra que me lleve a
algún sitio, pelirroja. Prefiero ir con ella a quedarme aquí-jadeó
Percy en un intento de salvarse.
-Oh, no. No te dejaré solo con ella.
-Mientras habláis de vuestros
amoríos, no sé si lo sabéis, nos están atacando. Haced lo que os
dé la gana, pero alguien tiene que bajar ahí abajo-señaló el
límite de las escaleras, a través de las que se veía a algunos
runners saltando de acá para allá, buscando la salida más rápida.
-Yo le llevaré a la enfermería. Baja
tú si quieres-respondí, pasando uno de los brazos del herido por
encima de mis hombros y luchando por levantarlo. June se cruzó de
hombros y torció la boca.
-No voy a darte la espalda.
Puse los ojos en blanco.
-Entonces ayúdame a llevarlo.
No tenía muchas ganas de obedecerme,
estaba claro, pero sabía que en el fondo era más importante cuidar
de ese chico que cualquier otra cosa. Al fin y al cabo, no estábamos
seguras de lo que había sido la explosión, pero sí que sabíamos
que, si alguien no ayudaba a aquel chaval, moriría allí mismo.
De modo que terminó acercándose a mí
y apoyó el peso de Percy contra sí. Él gimió, pero trató de
soportar, estoico, todo el dolor que le estábamos causando.
Apenas llevábamos recorrida la mitad
del camino cuando nos encontramos con un runner de proporciones
típicas de un armario. June levantó la vista y le sonrió.
-Crow.
-¿Qué hay?-respondió él,
recorriéndome con la mirada, sin creerse que estuviéramos juntas,
colaborando.
-Ahora somos enfermeras-respondió
ella, soltando una risotada cínica. Luego se dirigió a mí-.
¿Sabes? Una de las dos podría irse ahora.
-Y esa vas a ser tú, ¿no es así?
Negó con la cabeza y soltó una
risita.
-En realidad, he estado pensando que,
si te quedas a solas con él, tal vez podáis hablar de una coartada,
o le hagas algo. Crow tiene cosas que hacer, ¿no es así?
-Sí.
-Iré yo con él. Tú baja. Entérate
de todo lo que haya pasado e infórmame.
Percy había agachado la cabeza y
exhalaba e inhalaba hondas bocanadas de aire, luchando por conseguir
un poco de oxígeno de cualquier sitio.
-¿Estás segura?
-No voy a poder bajar, pero odiaré
que alguien me lo cuente mal. Sé que tú eres buena en tus informes,
y que tienes buena memoria, así que... largo. Yo me ocupo de éste.
Me quité de encima el peso muerto de
Percy y observé cómo Crow se lo cargaba encima como si de un fardo
bien ligero se tratara. Luego, sin esperar a que June me dijera nada
más, me giré y eché a correr como alma que llevaba el diablo
escaleras abajo. Me daba la impresión de que todo había pasado en
muchísimo tiempo, dilatándose en el espacio, pero la realidad era
que apenas habían pasado 5 minutos entre la explosión y el temblor
hasta que me puse realmente en marcha.
En el piso más bajo de la Base no
necesité utilizar ya la linterna. Un gran boquete en la pared
exhibía todo lo que había fuera y que un día había estado oculto
tras muros de hormigón.
Decenas de compañeros se apelotonaban
en el mismo lugar. Pude distinguir la silueta de Faith poniéndose de
puntillas sobre una chica baja que se encontraba entre las primeras
filas, examinando el destrozo entre las piernas de un chaval alto y
delgado, que recordaba a un espárrago.
Seguramente fuera uno de los que se
colaban por los conductos de ventilación a la menor oportunidad.
Empujé a todos los que se
interpusieron en mi camino y me encargué de comprobar yo misma la
magnitud de la masacre. No había ni una gota de sangre, pero aquello
era comprensible: todos estábamos arriba ayudando a las familias
cuando aquello ocurrió. Los que más abajo se encontraban estaban en
el 7º piso, por lo menos.
Tan sólo dos o tres runners se habían
atrevido a atravesar las fronteras de la luz y colocarse justo debajo
de la abertura, examinando el color ennegrecido de la pared y
escudriñando el suelo en busca de algo que sólo ellos sabían cómo
era.
-¿Qué hacen?-preguntó uno de los
principiantes más avanzados a su tutor. Él puso mala cara, molesto
por tener que explicar aquellas cosas que a los demás nos parecían
tan evidentes.
-Buscan la composición de la bomba.
Quieren saber de qué estaba hecha.
-¿Alguien ha visto a Puck?-levanté
la voz por encima del murmullo general, que iba en aumento a medida
que más runners se acercaban al lugar y demandaban noticias. Varios
de los que estaban a mi lado negaron con la cabeza.
-La pregunta es, ¿alguien ha visto a
alguno de los vigilantes?
Esta vez fueron todas las cabezas las
que negaron automáticamente, y luego se miraron entre sí, sin
comprender muy bien cómo podía ser aquello posible. No es que
hubiera demasiados vigilantes, pero tampoco eran difíciles de
identificar, ni había los suficientes como para poder meterlos a
todos en una sala.
-Tal vez estén arriba coordinando a
los que ayudan a la gente-susurró una chica, no muy segura de
aquello, pero con ganas de creerlo a pies juntillas.
-¿Quién podrá haber sido?
-La policía, ¿no es evidente?
-Se fueron y no han vuelto. Yo no he
visto a nadie, salir corriendo de aquí antes de que la bomba
estallara, y eso que estaba en una de las ventanas de ahí arriba en
el momento de la explosión.
-Han venido de otro lado de la ciudad;
la puerta está justo en el otro extremo.
-Tal vez lo que hayan hecho ha sido
entrar, ¿estaba alguien vigilando cuando...?
Empezaron con sus teorías
conspirativas, achacando los problemas a gente que ni existía. Tan
sólo buscaban la manera de comprender qué había pasado, por qué
sucedían cosas así, a qué se debía todo lo que pasaba...
Y yo no podía ser partícipe de todo
aquello porque estaba aterrorizada ante la idea de que, tal vez, los
vigilantes hubieran ido al bajo con la esperanza de hacer
contabilidad de los runners que iban llegando.
Y la bomba podría haberlos matado,
pero, claro, eso no había sido así: no había cadáveres.
Pero podían haber ido a ver qué
pasaba y ser sorprendidos allí por la policía, que se las habría
arreglado para salir por otro lugar sin que les viéramos. Tal vez,
incluso, hubieran salido por la misma puerta, creyendo que todos
íbamos a ir allí.
-Deberíamos ir a buscarlos-grité por
encima del ruido del grupo, que se había metamorfoseado en
verdaderos gritos.
Todo el mundo se me quedó mirando.
-¿En serio, Kat? ¿En
serio?-respondieron. A ellos no les parecía tan buena idea como a
mí.
-Les necesitamos para que nos
coordinen en las misiones.
-Estamos preparados para vengarnos sin
que ellos estén susurrándonos continuamente al oído-respondió un
chico, molesto por mi insinuación. Parecía entrado en edad,
seguramente estuviera en sus últimos años de servicio y hubiera
elegido aprovecharlos al máximo apagando la mitad de las veces su
comunicador.
Si no, no encontraba ninguna
explicación lógica a por qué le faltaba media oreja.
-Pero les necesitamos para que
localicen todo lo que puede hacernos daño. Además, mi vigilante
estaba comprobando que todo iba bien cuando se fue la luz.
-¿Y qué?
-Hace tiempo fui a una misión. La del
ángel-dije, extendiendo la mano. Todos murmuraron asentimientos, en
parte incrédulos porque hablara de aquello como si nada-. Recogí
unos papeles que podrían hacer que los pájaros perdieran el
monopolio que tienen sobre nosotros. Y eso, lógicamente, a los
pájaros no les gusta. Puck estaba comprobando esos documentos cuando
se fue la luz.
-¿Y qué?-repitió el mismo chico. Me
apeteció meterle la pistola en la boca y disparar, pero me contuve.
-Que la luz no se va así como así.
Alguien de dentro tuvo que apagarla.
Nadie había pensado en eso. Era
increíble, pero nadie lo había hecho; yo había sido la primera. Lo
supe por las caras sorprendidas de los demás: algunos abrieron la
boca, otros parpadearon extrañados, y otros simplemente agacharon la
cabeza, reprochándose no haber caído en ello mucho antes.
-Tal vez los hayan sacado por aquí. Y
estarán muy lejos cuando sepamos dónde tenemos a nuestros
vigilantes si no los buscamos y esperamos a que falten algunos. No
podremos encontrarles a no ser que empecemos ya.
-Las vallas estaban
electrificadas-dijo uno-. No han tenido mucho tiempo para llevarlos
lejos.
-Si no hay luz dentro, es evidente que
tampoco la hay fuera, so gilipollas-replicó una rubia que mascaba
chicle con una rabia digna de admiración. Varios le dieron la razón
mientras el otro enfurecía de furia.
-Nadie los vio salir-protestó otro.
-Tal vez hayan dado la vuelta y
rodeado el edificio aprovechando los puntos ciegos. La policía no es
tan tonta.
-Te sorprenderías.
-Me apuesto lo que quieras a que ha
sido como dice el retaco.
-¿A quién estás llamando retaco?
Y así fue como empezamos a
organizarnos para buscar a nuestros vigilantes. Decidimos que un
grupo se quedaría allí, en el boquete, esperando a que algo
sucediera y vigilando que nadie entrara ni saliera; otros subirían a
los centros de control y nos informarían de lo que pasaba.
Y otros nos armaríamos con los
intercomunicadores y nos echaríamos a la calle, trazando las rutas
más rápidas hasta los cuarteles de la policía, con la secreta
esperanza de llegar antes que ellos.
Como éramos gente de disciplina,
salimos por la puerta que siempre utilizábamos y no nos molestamos
en pensar que aprovecharíamos mucho tiempo si nos íbamos por otro
lugar. Apuntamos nuestros nombres en la pequeña pizarra bajo la
frase Búsqueda, inédita en
aquella pantalla, y nos echamos a la calle.
Sólo
cuando estaba saltando la valla, demasiado ocupada pensando en qué
había sucedido y en las miradas de June, con aquellas palabras
siempre cargadas de doble sentido, cuando su nombre corrió a mi
mente.
Taylor.
Llevaba sin verlo
desde antes de que se apagaran las luces,y recordaba haber subido en
el ascensor con él, pero luego... nada. Ni rastro.
No podía dejar de
pensar en que últimamente pasaba mucho tiempo con Puck, y que tal
vez hubiera quedado con él para examinar los planos y hacer
contabilidad de lo que había y lo que no. No podía dejar de darle
vueltas a eso, ni a que hacía mucho tiempo de que no corría a
buscarme cada vez que algún imprevisto sucedía, aun sabiendo lo
muchísimo que me molestaba.
Puck y el resto de
los vigilantes pasaron a un segundo plano; ahora todo lo que me
importaba era mi novio.
Deseé tener alas
para poder levantar el vuelo y contemplar el suelo desde una
distancia prudente, y poder llegar más rápido a los sitios. Mis
piernas no bastaban para alejarse de las penas, pero confiaba en que
las alas sí.
Las alas podían
ser la solución a muchas cosas, eso lo sabía. Así como también
eran la causa de decenas de problemas.
Un par de alas en
particular había sido el que nos había metido en ese lío.
Deseé que ese par
de alas me ayudara a salir de él, pero... claro.
Eso sería
confirmar que estaba traicionando a todo lo que me importaba. Y, de
momento, no podía permitirme eso.
Traté de
centrarme en correr, pero es muy difícil que tus piernas vayan a un
lugar y tu corazón quiera regresar a otro, del que piensas que nunca
deberías haberte ido. No puedes huir de casa cuando lo único que
quieres hacer es volver.
sábado, 11 de enero de 2014
Chasing the stars.
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No sueles tener mucha suerte si te pillan peleándote en el instituto, y deciden que eres tú el importante y los demás a los que no hacer caso. Pero cuando tu padre trabaja en el mismo instituto, y justamente pasa por la zona de los castigados cuando tú estás sentado a la mesa, bueno... no es momento para comprar un boleto de lotería, colega.
No sueles tener mucha suerte si te pillan peleándote en el instituto, y deciden que eres tú el importante y los demás a los que no hacer caso. Pero cuando tu padre trabaja en el mismo instituto, y justamente pasa por la zona de los castigados cuando tú estás sentado a la mesa, bueno... no es momento para comprar un boleto de lotería, colega.
Scott
Malik se masajeaba la mejilla, cabreado porque no había podido
devolver los golpes recibidos. Levantó la vista, sus ojos color
miel, y la clavó un segundo en la entrada. Frunció ligeramente el
ceño para volver a bajar los ojos, pero su mano se deslizó hasta
pellizcarme suavemente en la cara interna del hombro, en nuestra
señal de cuidado particular.
Yo
estaba tirado en la silla, más tumbado entre ella y el aire que otra
cosa, cuando Scott me tocó. Ni siquiera necesité levantarme; sabía
qué pasaba, algo en mi interior me lo decía.
Además,
había crecido escuchando esa voz, y papá no la cambiaba cuando
hablaba con los demás. Podía cantar muy bien pero, en lo que se
refería a la voz, no hacía unos milagros lo suficientemente buenos
como para que su propio hijo no le reconociera.
-Susan,
¿ya están las fotocopias que te pedí esta mañana?
No
necesité girarme al escuchar la respuesta de la secretaria de los
del instituto, alias la conserje, alias la esclava vital a la que
todo el mundo tenía por allí sin necesitar realmente de sus
servicios, a la que todo se le pedía y exigía (Susan contestó con
timidez, y me la imaginé bajando la vista. A pesar de ser mayor,
todavía tenía gusto por los hombres jóvenes, y mi padre tampoco
era un carcamal, precisamente), para saber que papá le sonreía y
esperaba pacientemente a que ella le entregara los papeles que había
venido a buscar. Papá miraría a su alrededor, intentando recuperar
esos segundos que de todas maneras no iba a utilizar para nada, y...
-¿Scott?
Bam.
-Thomas.
Lo
único peor de que tus padres fueran tan cabrones de ponerte un
nombre tan parecido a tu apellido que le causara gracia a todo el
mundo al que conocías y se lo contabas por primera vez, era cuando
tu padre fingía ser imparcial contigo. Me iba a caer una hostia
monumental en cuanto llegara a casa, pero aquí tenía que guardar
las apariencias.
Levanté
la vista y clavé los ojos en papá, azules, idénticos a los míos.
-Hola-dije.
Siempre procuraba evitar encontrármelo en público, dado que no
sabía cómo dirigirme a él. Es decir, ¿cómo llamas a tu puñetero
padre cuando estás en el instituto y los dos tenéis que fingir que
la relación entre vosotros viene dada exclusivamente por lo que hay
en esas cuatro paredes que, en realidad, rodean al infierno? ¿Lo
llamo papá? ¿Señor Tomlinson, como se empeñan en llamarlo los
alumnos nuevos, hasta que él les convence de que le llamen Louis?
¿Cómo mierdas te diriges a tu padre?
-¿Qué
coño estáis haciendo aquí?
Sentí
a Scott encogerse de hombros detrás de mí.
-Nos
hemos peleado.
Me
di la vuelta y le clavé una mirada envenenada, aunque el pequeño
corte aún sangrante de mi labio (me daba mucho asco estar tragándome
la sangre continuamente, pero más asco me daría la bronca que me
echaría mamá si llegaba a casa con el uniforme blanco teñido de
rubí) no escondía la acción que acababa de producirse,
precisamente.
Él
se encogió de hombros, excusándose por ser un bocazas gilipollas.
Puse los ojos en blanco, negué despacio con la cabeza y me giré
hacia papá. Él se me quedó mirando, con semblante duro, pero sin
decir nada aún. Seguramente estuviera meditando cómo echarme la
bronca, cuándo, dónde... antes de que mamá me pillara por banda y
me hiciera acojonarme.
Le
sacaba una cabeza a mamá, pero mamá siempre se las ingeniaba para
volver eso contra mí. A pesar de que era pequeña (de estatura
normal, salvaba con apenas 3 centímetros el metro 60), y yo llevaba
años contemplándola desde arriba, el poder que le otorga a una
mujer el hecho de haberte parido es inmenso.
-¿Por
qué?-respondió por fin, aceptando con una cálida pero efímera
sonrisa las fotocopias que le tendió Susan. Las ojeó distraído,
sin hacernos mucho caso, y pensé que ahí se acabaría nuestra
conversación... pero no.
-Thomas.
Suspiré.
-¿Acaso
importa? Vamos a ver al director, hablaremos con él, le diremos que
no volveremos a hacerlo, y nos portaremos bien, bla bla bla...
Papá
iba a añadir algo, pero la voz gutural del director del instituto lo
acalló. Frunció el ceño y asintió con la cabeza, dejándome ir.
Ahí no era totalmente suyo, pertenecía a más gente, y aceptaba
compartirme.
No
tenía miedo de perder el trabajo; de hecho, no trabajaba ahí por
necesidad. Podríamos vivir perfectamente y con todas las comodidades
del mundo sin que papá ni mamá trabajaran más, gracias a los
ingresos de ambos antes de que mis hermanos y yo apareciéramos,
pero... la vida nunca dejaba de ser extraña si tus dos padres
estaban en casa, muertos del asco, todo el día.
Claro
que mis padres aprovechaban el tiempo, sabían hacerlo.
Desgraciadamente.
Arrastré
la mochila por el suelo mientras caminaba los pocos metros de pasillo
hacia el despacho del director, siguiendo a Scott, que llevaba la
cabeza bien alta, con la altanería propia de la familia Malik.
Solamente cuando conocías a sus tías y primas comprendías por qué
alguna gente el tenía tanto asco a Scott. Cuando le salía la vena
Malik, esa vena que en su padre rara vez se manifestaba, se volvía
insoportablemente pedante.
Nos
sentamos en las sillas de siempre, escuchamos la bronca de siempre
del hombre de siempre, respondimos lo de siempre con la esperanza de
librarnos pronto, cosa que nunca sucedía. Y, tras media hora de
gritos, por fin el hombre que estaba al frente de nuestro instituto y
era jefe directo de nuestros padres nos permitió marchar. Con un
gesto de la cabeza, haciendo relucir su calva casi perfecta de no ser
por una especie de corona que le rodeaba la parte baja de la cabeza,
nos indicó que podíamos irnos. Ni siquiera movió su rechoncho
cuerpo cuando Scott y yo le dirigimos la mirada más dura que
habíamos conseguido recrear y nos tomamos nuestro tiempo en
abandonar su despacho.
El
día que me graduase, entraría allí con un bate y no dejaría nada
entero. Lo juro por Dios.
Me
eché la mochila al hombro y recé porque papá o Zayn tuvieran
alguna hora ocupada, pero ninguno de los dos tenía nada más
interesante que hacer que reñir a su descarriado hijo por ser la
vergüenza de la familia.
Después
de que Zayn le diera una colleja a Scott, y literalmente se lo
llevara a rastras lejos de mí, papá y yo nos miramos un segundo. Él
se levantó lentamente, dio un sorbo de su café y meneó la taza,
haciendo bailar en círculos el líquido del interior. Mi estómago
se quejó, retorciéndose, al acusar el delicioso aroma del café
reptando hasta mi nariz. Con eso de la pelea, había terminado por no
comer nada.
-¿Qué
clase tienes?
-Filosofía-dije,
recolocándome la mochila, cambiándola de hombro, al igual que
cambié el peso de mi cuerpo de un pie a otro.
-Ah,
bueno. Entonces puedes venir conmigo. Total, llevas sin ir mucho
tiempo, ¿no?
-Fui
la semana pasada-protesté, sin levantar demasiado la voz. En el
colegio había que ser un buen chico, obediente, pero lo justo. Había
que ser rebelde, pero solo una mínima parte; lo necesario para que
te tomaran en serio, pero no lo suficiente como para hacer que
alguien quisiera cruzarte la cara.
Papá
no me hizo caso, como venía siendo tradición cuando alguno de mis
hermanos o yo le cabreábamos, e hizo un gesto con la cabeza para que
lo siguiera. Sabía que no me iba a escapar, ya hacía mucho tiempo
que había aprendido que huir de una bronca de mis padres conseguía
única y exclusivamente que la bronca durara el doble, y fuera aún
mayor. Me cargué la mochila del hombro y lo seguí, fiel como un
cordero, por los pasillos del instituto, que estaban ahora totalmente
vacíos, en silencio excepto por algunos gritos aislados de alumnos
que aún no habían entrado en clase.
No
pude evitar echarme a temblar cuando abrió la puerta de la sala de
profesores de un empujón. Hubiera preferido que lo hubiera dejado
estar, al fin y al cabo, la sala de profesores siempre impresionaba
cuando entrabas, puesto que, al ser alumno, eras capaz de sentir el
poder que almacenaban aquellas cuatro paredes, poder que los
profesores parecían emanar como si de un volcán echando lava se
tratasen. Algunos decidían esconder ese poder y sacarlo a relucir
solamente en las ocasiones especiales (ese era el caso de mi padre,
pero también el menos corriente); por el contrario, otros profesores
llevaban ese halo de poder como una corona de flores que indicaba que
eran mejores a los demás, superiores en todo, recordándonos que
podían jodernos con sólo proponérselo.
De
todas formas, ¿no podía haberme llevado a su departamento?
Seguramente estuviese vacío, y no habría peligro de que nadie
entrara y nos interrumpiera en nuestra discusión (que en realidad
iba a ser un monólogo iracundo del que una vez hubiera llenado
escenarios de tías de mi edad gritando como locas, deseando
follárselo de todas las formas posibles, uf,
y ahora era alguien que llenaba aulas de tías nada interesadas en su
asignatura, pero sí en mojar las bragas bastante, fantaseando con
quitarle el lugar que a mi madre le correspondía porque todos los
astros lo habían decidido así), lo que sería muy humillante.
La
profesora de matemáticas de la clase vecina a la mía levantó la
cabeza un segundo de los exámenes que estaba corrigiendo. Miró a
Louis, que se encogió de hombros. Ella torció el gesto, y volvió a
centrarse en los folios que estaba cubriendo de tachones en rojo.
Daba la impresión de que se habían llevado esos papeles al rodaje
de alguna película de guerras, como aquella que aún veían mis
padres y que presentaba a un actor que apenas podía caminar por sí
solo, Russell Crowe. ¿Cómo se llamaba la película?
-Papá-dije,
y anoté mentalmente que lo había llamado así, precisamente en ese
lugar. La profesora de matemáticas reprimió una sonrisa,
enganchándose el pelo por detrás de las orejas, como si la cosa no
fuera con ella, pero pudiera disfrutar del humor que yo no veía en
la situación.
-Siéntate,
Thomas- gruñó mi padre, haciendo que volviera a estremecerme. En
casa no solían llamarme así, yo siempre era Tommy, Tommy Tomlinson,
porque mis padres eran los dos un par de cachondos y habían decidido
que yo era el sujeto perfecto con el que hacer la gracia.
Dejé
la mochila en el suelo y arrastré en silencio una silla, procurando
no hacer demasiado ruido. Me dejé caer en ella despacio, y jugueteé
con las cremalleras de la mochila, sin saber muy bien qué hacer.
Papá
miró en segundo a la profesora, que seguía a lo suyo. Carraspeó,
pero, al no darse ella por aludida, me miró un segundo, como
diciéndome “espera un minuto”, y se fue hacia ella. Se acercó
y, amablemente, se inclinó a echar un vistazo por encima del hombro
de la mujer, que desvió un segundo la vista, solamente para
comprobar que quien le importunaba era un colega, no uno de aquellos
alumnos que lo estaban haciendo tan mal en sus exámenes.
Al
fin y al cabo, era normal que aquella mujer tuviera tanto que
corregir. Corrían rumores de que era una verdadera zorra. Y tenía
cara de zorra, lo que era más preocupante.
Papá
se inclinó hacia ella y le susurró algo. Ella lo miró con el ceño
fruncido señalando con la punta del bolígrafo el trabajo que estaba
haciendo. Pequeñas lagunas aparecieron en exámenes que parecían
sangrar, sin que ellos hubieran hecho nada para merecerlo. El papel
era la gran víctima de todo aquello. Papá se explicó un segundo,
sin entrar demasiado en detalles, y luego me señaló con la
barbilla. La profesora se giró, asintió con la cabeza, emitió un
sonido de asentimiento y empezó a recoger sus exámenes.
Una
vez los hubo metido en su carpeta, se levantó sin hacer ruido.
Colocó la silla en su posición inicial, pegada a la mesa para que
no ocupase demasiado espacio, y salió sin prisa de la sala.
-Suerte
con ello, Louis.
-Gracias,
Catherine-se limitó a decir mi padre, mirándome a los ojos con una
mirada ardiente que hubiera podido eliminar todo el hielo del
ártico, a pesar de todas las técnicas que la ciencia había logrado
alcanzar para frenar un calentamiento global que, cuando mis padres
eran jóvenes, parecía inevitable. Por suerte, se habían puesto las
pilas, y antes de que entrara el año 2010 ya habían empezado con
protocolos de emergencia que no permitirían que todos los
territorios a menos de 50 m de altitud sobre el nivel del mar se
hundieran totalmente en su superficie salada, llena de oleaje.
Yo
suspiré, cerré los ojos un segundo y me miré los pies, incapaz de
aguantar su inquisidora mirada.
-¿A
qué estás jugando, Tommy?
Bueno,
al menos ya no era Thomas, lo cual era un avance.
-¿Yo?
A nada-respondí, alzando la cabeza a la vez que hacía lo mismo con
los hombros.
-Entonces,
¿por qué me acaba de decir tu profesor de historia que no has
entregado ni uno solo de los exámenes de lo que lleváis de curso
con algo escrito más que tres palabras, lo que viene a ser... déjame
pensar... tu jodido nombre?
Papá
se llevó un dedo a la mandíbula, pensativo. Me encogí de hombros.
-Sabes
que no se me da bien la historia.
-Gilipolleces,
Tommy. Toda tu vida has sido un buen estudiante, y ahora que cuenta
lo que hagas y lo que te esfuerces, ¿decides que no merece la pena
estudiar un poco?
Se
inclinó hacia mí. Me hubiera gustado echarme hacia atrás.
Negué
con la cabeza.
-Solamente
estoy poniendo en orden mis prioridades, y organizando mi vida.
También merezco divertirme-dije, tímido, alzando las cejas como un
niño bueno. Papá las alzó, incrédulo, sin poder entender que me
atreviera a usar ese viejo truco con él, precisamente en ese
momento.
-¿Es
por eso que no trabajas una puta mierda?
-Sí
que trabajo.
-Permíteme
que lo dude, porque, chaval, si estás metiendo la pata hasta el
fondo entregando exámenes en blanco, es que mucho no estás
trabajando.
-Tengo
cosas más importantes en las que pensar. Además, el de historia es
un gilipollas. ¿Para qué necesito la carrera? ¿No iba a hacer
traducción? Es una soberana gilipollez que me obliguen a saber de
memoria todos los reyes de Inglaterra, con fecha de nacimiento,
coronación y muerte incluidos, si luego no los voy a necesitar para
nada.
-Es
cultura general.
-¿Tú
te los sabes?-espeté.
Se
me quedó mirando un instante, con la cabeza inclinada, sin saber si
cruzarme la cara ya o esperar un poco. Le aguanté la mirada,
desafiante.
-Yo
no soy tu madre, Thomas. Sabes que yo te daré una hostia si me tocas
los cojones.
Asentí
con la cabeza, deseando que siguiera con su charla, porque cuanto
menos tardara en soltarme todo lo que me tenía que soltar, antes
podría irme de allí. Me estaba empezando a encontrar mal, me dolía
la cabeza y se me estaba revolviendo el estómago, y las piernas
comenzaban a temblarme en un ritmo rabioso que no sería capaz de
controlar durante mucho tiempo.
-Te
diré lo que haremos-se inclinó hacia mí y me colocó bien el
cuello de la camisa, que siempre se me doblaba y yo nunca me
molestaba en colocar bien. Era perder el tiempo-: vas a volver a
clase, vas a estudiar como has hecho hasta ahora, y mejorarás tus
notas. Puedo conseguirte una prueba extraordinaria; no será como si
todos los errores que has cometido no hubieran sucedido nunca, pero,
¿de qué te serviría eso?-alzó una ceja, y me recordó a ese ser
sarcástico y borde que afloraba en su piel cuando alguien le
cabreaba lo suficiente. Y ese ser raras veces había surgido frente a
mi madre, que estallaba como un fuego artificial, llenaba todo el
radio de alcance de un sonido de explosión durante unos segundos,
para luego volver a darle a la noche silencio y oscuridad-. No
aprenderías nada, y, la verdad, me has cabreado lo suficiente como
para que no me apetezca una puta mierda que nadie te favorezca. No te
lo mereces, Tommy.
Asentí
con la cabeza, porque en el fondo tenía razón. Había descuidado
las cosas, pero, ¿qué podía decir? No era culpa mía, yo no me
había buscado todo aquello, las cosas habían venido a mí, y yo me
había visto arrastrado por ellas; así de simple era todo.
-Volverás
a ser el de antes-qué más quisiera él-, volverás a hacer las
cosas que hacías antes. Tienes buena genética, Tommy- arguyó,
dándome una palmada en el hombro y levantándose-. No te será
demasiado complicado contrarrestar mis genes con los de tu madre, y
las cosas simplemente volverán a su cauce, del que nunca debieron
salir.
Volví
a asentir, sumiso.
Papá
me miró un segundo, con la ceja alzada, disfrutando de la posición
de superioridad que había adquirido por el mero hecho de haberse
puesto en pie.
-¿Por
qué has elegido este momento para arriesgarlo todo, Tommy?
Precisamente ahora que necesitabas la nota.
Me
encogí de hombros y, por fin, me digné a levantar la mirada y
mirarlo a los ojos. Sentí toda su fuerza inquisidora volar hacia mí
como si de flechas punzantes se trataran, sin piedad, sin nada que se
le asemejara.
Reuní
todas las fuerzas de mi interior, la rabia, la tristeza, todos
aquellos sentimientos que barrían mi ser y mi esperanzas vitales
como un tsunami arrasaba una isla a pocos metros del nivel del mar;
la tempestad que había encontrado su lugar en mí ahora parecía
tener sentido. Podría canalizar el viento que no dejaba de amenazar
con echarme abajo para mi propio beneficio.
-Papá...-me
atreví a decir, e ignoré la imperiosa necesidad de apuntarme a mí
mismo que, una vez más, había dicho esa palabra en aquellas cuatro
paredes que convertían al instituto en una cárcel en la que mi
padre era alguien a quien tenía que fingir desconocer-, no sé si
estoy tan seguro de qué es lo que quiero hacer con mi vida.
Lo
que había estado pasando aquellos últimos días me había hecho ver
las cosas de un modo diferente a como había creído que era. Las
cosas en el instituto estaban que echaban humo; se acercaban los
exámenes finales de la primera evaluación, nos lo jugábamos todo a
muy pocas cartas, y muchos teníamos nota de corte que decidiría si
fracasaríamos o triunfaríamos en la vida.
Y
ahora no sabía si merecía la pena deslomarse más de lo que llevaba
haciéndolo toda la vida.
Pero
ese no era el único obstáculo con el que me había encontrado, que
me había hecho tropezar y ver las cosas desde una perspectiva nueva.
Había
sido ella. La razón por la que últimamente no dejaba de pelearme.
La razón por la que ya no había podido controlar más mi vena más
anarquista y largarme por ahí en cuanto pudiera, reivindicando cosas
que en el fondo me daban igual, protestando por cosas que no conocía,
pidiendo cosas que no deseaba... simplemente porque odiaba a aquella
versión de mí mismo que había permitido que ella se alejara de mí
y me hiciera daño, mucho daño, más daño del que nadie había
hecho jamás a otra persona, más daño del que seguramente se podía
hacer a alguien.
-No
sé qué quiero... hacer con mi vida.
En
cuanto las palabras salieron por mi boca me arrepentí de decirlas.
Irle con un cuento así a papá era como irle a un león salvaje con
un filete en la mano y esperar que no te intentara matar a ti después
de probar el aperitivo que le despertaría el hambre y, a
consecuencia, incendiaría la bestia que el animal llevaba dentro.
Papá
tomó aire con fuerza, alzando los hombros, y se me quedó mirando un
segundo.
-Escucha,
Tommy; sé que puedes tener dudas, yo también las tuve, pero tienes
que seguir adelante. Puede que aprovecharte de tu apellido y de todo
lo que conlleva eso sea demasiado tentador, pero, créeme, no quieres
triunfar por otro. No quieres vivir de otro.
Fruncí
el ceño, pero me quedé callado.
-No
desperdicies tu vida, ¿quieres?-me puso la mano en el hombro; ésa
fue la señal para que me levantara. Me cargué la mochila al hombro
y lo seguí hacia la puerta de la sala de profesores, sabedor de que
a esta le seguirían varias, hasta encontrarme por fin en la calle-.
Ya no sólo por ti, porque, créeme, es algo que duele, duele y
mucho, y por lo que vas a tener que luchar. No lo hagas por mí. O,
si eso no te sirve, no lo hagas por tu madre. No tires por la borda
el sacrificio que ha hecho tu madre-parpadeé, incrédulo.
-¿Qué...?
-No
harás nunca lo que llegué a hacer yo, Tommy-se limitó a decir como
si no hubiera nada que pudiera hacerme cambiar de opinión más que
eso. Y, tras revolverme el pelo de forma cariñosa, se giró y
desapareció por el pasillo, sin demasiada prisa, casi disfrutando de
un corto paseo. Seguramente no tuviera ninguna clase, o estuvieran
ocupando su puesto y no le apetecía ir a recuperar su lugar en el
sistema.
Miré
al suelo, negué con la cabeza, me ajusté las tiras de la mochila y
me saqué el móvil de la parte interna, donde nadie podría
robármelo. Después de mucho tiempo debatiendo con Scott sobre dónde
era mejor guardar el aparato, habíamos decidido que lo meteríamos
en un compartimento secreto, hecho por nosotros mismos, donde nadie
podría encontrarlo nunca. Llevarlo en el bolsillo era arriesgarlo
tontamente; al fin y al cabo, no teníamos planeadas las peleas
continuas en las que no parábamos de meternos.
Le
envié un mensaje a mi mejor amigo diciéndole que me largaba a mi
casa y caminé en silencio por los entresijos del pasillo, temiendo
encontrarme con alguien que me obligara a volver a clase. Tuve suerte
y, apenas dos minutos después de que terminara mi reunión con mi
padre, ya estaba fuera. No llovía. Mi suerte aumentaba por momentos.
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