Definitivamente, no.
No se podía correr con
la cabeza en otra parte.
No, a no ser que
quisieras estamparte contra alguna pared, o peor, creer que había
alguna cuando era mentira, y terminar estampándote contra el suelo,
con su correspondiente lesión.
Echando la vista atrás,
me di cuenta de que había saltado las vallas de la misma manera
autómata que había empezado a recoger gente cuando la luz se apagó.
Sin pensar en ello, simplemente había alzado las manos, agarrado con
toda la fuerza posibles el borde de la valla, y alzado las piernas en
una escalada infernal que poco tendría que envidiar a los que habían
subido a la cima más alta del mundo; aquellos montes que se habían
alzado de repente, debido a un enorme terremoto que se sintió en
cada rincón del mundo, en África.
Me pregunté qué se
sentiría al subir un edificio natural que se levantara 10 kilómetros
arañando a las nubes... y si los ángeles podrían subir hasta allí.
Kat, concéntrate
me exigí a mí misma, sacudiendo la cabeza, escuchando los pasos de
mis compañeros a mi alrededor. Algunos se habían adelantado y ya
iban varias manzanas por delante de nosotros, sin preocuparse de
parar a examinar las pistas que los policías podrían haber dejado
en la huida en la que, con toda seguridad, se habían llevado a mi
novio.
Otros,
en cambio, preferíamos detenernos cuando creíamos que algo merecía
la pena y examinar la situación con relativa calma; la que nos
podíamos permitir en aquella situación de tensión. Temíamos con
toda nuestra alma que se hubieran llevado no sólo a algunos de
nosotros, sino a nuestros vigilantes; expertos runners que eran
capaces de leer pantallas llenas de códigos que para nosotros no
tenían más sentido que las nubes en el cielo: estaban allí y
punto, no había manera de interpretarlos, porque no había
interpretación posible.
El
tiempo de preparación y los ejercicios intensivos a los que se
sometían nuestros vigilantes eran tales y tan disciplinarios que,
cuando un vigilante quería dejar su trabajo, debía decirlo con al
menos un par de años de antelación. Después, se elegía al mejor
de los runners que estuvieran al borde de perder su posición de
soldados de calle, y se le entrenaba para que, algún día, se
sentara en una silla que durante años había sido calentada por un
culo que no era el suyo.
Y
no teníamos tiempo para prepararnos, no después de que la policía
hubiera retomado lo dejado hacía décadas y se hubiera atrevido a
entrar en nuestros barrios, nuestra Base, nuestras casas,entrando
hasta la cocina y aterrorizando a los nuestros.
El
chico que corría a mi lado había tenido que vivir cómo su familia
entraba en nuestro centro principal de operaciones, temiendo por lo
peor, y cómo se sumía en el pánico al apagarse todas las luces.
Quería venganza tanto o más que el resto; porque había sido el
encargado de meterlos en lugar seguro y cerciorarse de que estaban
protegidos antes de ir a reclamar la sangre que le habían
arrebatado.
Además,
se rumoreaba que era uno de los aprendices de Puck, que ya se estaba
preparando para irse, esperando en secreto algo que yo estaba
atrasando a propósito: quería ser siempre quien me guiara, nadie
debía hacerse cargo de mí más que él, de modo que se iría cuando
yo lo hiciera... más razón para que yo buscara a la policía y
encontrara a los que los habían secuestrado. Necesitaba a Puck y sus
compañeros para que nos asesoraran y ayudaran a sobrevivir en un
mundo de gatillo suelto a pesar de que rara vez había armas...
…
y tenía que encontrar a Taylor.
Las
voces de nuestros oídos no paraban de hablar entre ellas, como si el
propio pinganillo que llevábamos puesto no fuera más que un objeto
propio de espías. Todos queríamos girarnos y gritarle a la Base,
que se alzaba en la distancia, cada vez más lejos, que se callaran.
Era evidente que nadie era un experto en dirección de runners,
porque cada minuto alguien protestaba al no entender las cifras de
las pantallas... y no había conversaciones privadas. Podía escuchar
perfectamente lo que les decían a los que habían ido en la
dirección contraria, creyendo que los policías saldrían por un
sitio diferente del que entraron.
Era
una locura, y estábamos encerrados en los tejados, por lo que sólo
podíamos correr y luchar por aclarar nuestras ideas, poniendo orden
por encima de los gritos que se seguían en nuestras cabezas cada
segundo.
El
chico de piel de ébano, alto y robusto como pocos runners, gruñó
cuando se detuvo frente a una cornisa. Yo iba tras él, demasiado
rápido para frenar, de modo que me tiré al suelo con la esperanza
de parar antes de precipitarme al vacío...
…
pero él se las apañó para agarrarme y sostenerme en el aire, de
pie, con la punta de los dedos clavados sobre la cornisa.
Exhalé
una exclamación ahogada, mirando aterrorizada el asfalto que se
extendía por el suelo de allá abajo, como la arena de un desierto.
Notaba el corazón latiéndome en la boca, y tenía unas ganas
horribles de vomitar. No podía controlar las náuseas de puro
pánico, así como no podía dejar de mirar hacia abajo, segura de
que si él no me hubiera recogido ahora mismo no lo contaría...
Me
sujetaba con fuerza, agarrándome de la camiseta, que se había
subido hasta mostrar mi vientre plano y duro. Giré la cabeza, la
trenza roja perpendicular con el suelo tan lejano, y susurré un
tímido “gracias”, odiando no haber calculado bien la distancia.
-Más
cuidado la próxima vez-se limitó a decir mi compañero de ébano-.
Somos demasiado valiosos. Y más las gatitas como tú.
-De
modo que sabes de dónde viene mi apodo-repliqué, sonriendo. A mi
cabeza volaron los recuerdos de aquel primer examen en el que me
sometieron a diversas pruebas para demostrar que lo valía. Los que
me evaluaban (uno de ellos, de hecho, era Puck) se habían mostrado
muy interesados en mi talento, hasta el punto de que me dificultaban
las cosas que debía hacer, colocando límites nunca antes
alcanzados.
Me
gané mi nombre cuando escalé algo nunca antes escalado. Recordé
cómo mis manos protestaban al clavar en ellas todo el peso de mi
cuerpo, cómo mis piernas se encogían hasta unirse a mi torso cuando
salté para salvar una distancia imposible, cómo caí de pie, cómo
volví a escalar con rabia y furia, cómo llegué a la cima, nunca
antes conocida, y cómo recogí la bandera roja (como mi pelo) y la
alcé sobre mí.
Mis
compañeros de entrenamiento y preparación aullaron en la parte baja
del recinto, celebrando que hubiera llegado hasta arriba, que me
hubiera colocado entre las más importantes y hubiera subido
rápidamente en los escalafones sociales... como los gatos.
-Te
vi entrenando-se limitó a contestar, y después me tocó el hombro-
y esto ayuda-sonrió, colocando los dedos justo debajo de mi tatuaje
de un gato contemplando con el hocico alzado la luz que manaba de
nadie sabía realmente dónde. Sonreí, sorprendida de que hubiera
visto el animal escondido entre los intrincados tatuajes que me
identificaban, en mi sección y para los demás runners.
Eché
una ojeada a sus brazos, cuyos músculos parecían a punto de
reventar. Las marcas negras apenas se distinguían en su piel, del
mismo color, pero los destellos que manaban de sus brazos, iluminados
por el sudor que le cubría todo el cuerpo, delataban la silueta de
los tatuajes.
Alcancé
a distinguir una luna menguante, sólo dibujada, no pintada. Eché
cuentas, pensando en los runners que conocía y los nombres que ya
había oído. Moon no me parecía un nombre demasiado masculino, y no
casaba muy bien con el porte de mi recién estrenado amigo, pero...
-Night-informó
él, esbozando una sonrisa de un blanco impoluto, que chocó de una
forma impresionante con el carbón que le cubría el cuerpo.
Abrí
la boca y asentí con la cabeza, dispuesta a disculparme por no darme
cuenta antes, pero en seguida Night tiró de mí y me empujó para
que siguiéramos corriendo.
-¿Por
qué has venido por aquí?-preguntó, escupiendo el aire. Me encogí
de hombros salvando una distancia que a los demás habría hecho
recular. Nos habíamos quedado considerablemente rezagados; nada, sin
embargo,que no pudiera recuperarse. Él se impulsó y cayó a pocos
centímetros de mí. Se agarró a la cornisa y, sin inmutarse, se
impulsó hacia arriba, aterrizando a mi lado.
-Creo
que tienen a mi novio. ¿Y tú?
Su
rostro se ensombreció, tomando el aspecto del de un cazador
sanguinario.
-Dispararon
a mi hermana-gruñó.
Noté
unos retortijones en la boca de mi estómago al reconocer la
sensación de furia justiciera. Quise matarlos también por no
distinguir entre mujeres y hombres, ancianos, adultos y niños. La
policía mataba sin detenerse a pensar en qué estaban haciendo,
pues, al fin y al cabo, para ellos sólo éramos delincuentes.
Rebeldes que aún no se habían rebelado pero que algún día lo
harían.
Y
aquel era el momento perfecto para rebelarse.
Corrimos
en silencio, alcanzando al grupo en el que íbamos antes, que se
había detenido a contemplar unas huellas de destrucción
sospechosas. Las voces en nuestra cabeza habían disminuido; bien
habían acusado la distancia que cada vez aumentaba más, o bien
habían encontrado la manera de bajar el volumen y no torturarnos
tanto.
-¿Alguien
sabe dónde están?-preguntó una rubia de rostro duramente hermoso,
alzando la cabeza y mirando hacia el horizonte, justo donde se
levantaba el sol. Quise preguntarle si sabía algo que yo no, pues su
mirada estaba tan segura de que aquella era la dirección correcta,
que creí haber soñado con aquella pregunta.
Pero
ella torció el gesto, molesta porque no le contestaran, y ladró en
voz baja.
-¿Miles?
¿Eres tú? Miles, maldito hijo de puta, ¿dónde está la policía?
-No
encuentro nada, Blondie.
¿Blondie?
Bueno, el apodo le pegaba, al igual que a mi amigo.
-Sigue
buscando.
-¿Qué
crees que hago?-espetó el tal Miles, tan fuerte que todos los
presentes nos llevamos las manos a los oídos; todos salvo la rubia,
que esbozó una sonrisa cínica, se giró y siguió su camino;
despacio, sin embargo, para permitir que fuéramos tras ella.
-¿Vamos,
al menos, en la dirección correcta?-la escuché dentro de mi cabeza.
El tal Miles, o bien había dejado sus auriculares al lado de su
micrófono, o bien había conectado los puertos mal.
-No
lo sé.
Blondie
gruñó, se dio la vuelta y nos miró. Su expresión molesta seguía
en su cara, pero no era tan profunda cuando sus ojos se cruzaron con
los míos.
-¿Qué
opináis?
-Que
hay que seguir en marcha-dijo un chico del equipo, con una mochila a
la espalda. No sabía qué pretendía encontrar, pero me apetecía
desearle suerte en la búsqueda del tesoro.
Ella
hizo sobresalir su labio inferior sobre el superior, asintió con la
cabeza, casi uniendo las cejas en el entrecejo, y echó a andar. Los
demás nos incorporamos, abandonando aquella huella destruida en el
asfalto, y rápidamente nos volvimos a convertir en una masa
conformada de varias partes independientes entre sí; como un
enjambre de abejas.
Cuando
estábamos llegando a la frontera de nuestros suburbios, escuchamos
gritos a nuestra derecha. Blondie, que iba conmigo dirigiendo al
grupo, alzó la cabeza sobre sus hombros y echó un vistazo a los
demás. Yo la miré, vi cómo asentía y volvía sus ojos a los míos.
Me señaló el lugar del que provenía el alboroto, y yo imité su
asentimiento.
Rápidamente
cambiamos el rumbo, con tanta elegancia que todo le hubiera parecido
planeado a quien nos estuviera observando sin saber qué nos
proponíamos.
Los
edificios comenzaron a hacerse más altos y a tener más separación
entre sí. El trabajo pasó a ser más de escalada que de velocidad,
de modo que Blondie, Night, el chico de la mochila y yo rápidamente
dejamos a los demás atrás. Estos decidieron seguir rodeando las
partes más altas, y dos incluso se animaron a bajar a las calles y
correr por allí sin llamar la atención.
El
chico de la mochila les lanzó una botella llena de líquido rosáceo,
que ellos cogieron al vuelo, alzaron sobre sus cabezas, a modo de
trofeo, y celebraron con un “salud”, para dos segundos después
desaparecer entre los edificios.
Night
y el chico no eran tan rápidos como nosotras, y Blondie y yo les
terminamos sacando una ventaja considerable.
Todavía
escuchábamos los gritos cuando llegamos a la parte de arriba del
edificio del que procedían.
Nos
colocamos en el borde, tumbadas, y estudiamos la situación.
Un
grupo de hombres acosaba a dos mujeres, que no parecían amedrentarse
a pesar de que las superaban en número, duplicándolo. Ellas
gritaban algo que yo no logré entender, tal vez por lo lejos que
estaban, tal vez porque lo hacían presas del pánico o tal vez
porque no se molestaban demasiado en vocalizar; casi parecía más
importante gritar cuanto más fuerte mejor que lo que se estuviera
gritando en sí.
Uno
de los hombres se acercó a una de ellas, colocándola contra la
pared y riendo cuando ella luchó por zafarse de él, arañándole el
pecho y golpeándole los pectorales.
No
pude no ver lo pequeña que parecía la chica en relación a su
captor.
La
otra gritaba desesperada que las dejara en paz, ellas no habían
hecho nada, y no estaba consiguiendo asustarlas.
Las
lágrimas que le poblaban el rostro decían más bien lo contrario.
Rápidamente
cogieron a la libre, cuya valentía no le había permitido escapar, y
la pegaron contra la pared. La alzaron sobre sus cabezas, y ella
boqueaba, buscando aire, luchando por no ahogarse, mientras la otra
daba patadas y maldecía con toda la capacidad de sus pulmones.
-¡Se
enterarán de esto! ¡Se enterarán! ¡Bastardos! ¡La policía
vendrá y...!
Uno
de los chicos le cruzó la cara con una sonora bofetada, tan fuerte y
potente que consiguió su propio eco.
Night
y el chico de la mochila seguían sin llegar a la cima de aquella
azotea, y Blondie y yo no hacíamos más que mirar hipnotizadas.
-Deberíamos
hacer algo-susurré, sin demasiadas ganas. Una parte de mi furia
justiciera quería matar a esos bastardos, pero la otra seguía
preocupada por mi novio, temiendo que se estuviera alejando de mí a
cada minuto que pasaba. Y si empezaba una pelea no podía dejarla a
medias; había que matar a todos los que hubieran participado de ella
hasta que quien quedase en pie sólo fuese uno, dos como mucho, y
siempre del mismo bando.
-Nos
estamos retrasando demasiado-dijo Blondie y, para reforzar su
postura, aquellos dos runners que se habían separado de nosotras
pasaron por un callejón contiguo al de los gritos, persiguiendo un
objetivo que no habían visto aún.
Me
palpé los pantalones, y suspiré aliviada al ver que las pistolas
seguían allí. Blondie se giró y se me quedó mirando.
-¿Acertaremos
desde esta distancia?
Negué
con la cabeza, luego asentí, y terminé encogiéndome de hombros.
-Podemos
intentarlo.
-Night
es el mejor en esto-dijo ella, tomando la pistola que le tendí y
sopesándola en sus manos.
-No
podemos esperar-le urgí. Ella frunció el ceño, suspiró y encañonó
a los dos chicos.
-Dime
que son automáticas.
-Lo
son.
-Bien,
porque vamos a tener muy poco tiemp...-dejó la frase en el aire
cuando una de las chicas gritó, aterrorizada, al ver cómo dos alas
enormes se desplegaban frente a ella.
-Mierda,
ángeles-gruñí yo.
-Oh,
bien. Cenaremos pollo al horno-sonrió mi compañera, y mis entrañas
se revolvieron. No podría disparar a mi ángel de la guarda, no
podría disparar a Louis, y, por aquella regla de tres, no podría
disparar a ninguno de sus compañeros... porque no quería herirle,
ni física ni emocionalmente. ¿Y si eran amigos?
-¿Dónde
los tenéis?
-No
sabemos de qué habláis.
-¡Lo
sabéis de sobra!
Pero,
¿qué podía hacer? ¡No había otra solución! Si no disparaba,
Blondie daría la voz de alarma de que yo no era tan de fiar como
había tratado de hacer pensar, y luego se me relegaría, volvería a
ser una traidora, esta vez para siempre...
-¡¿Dónde
los tenéis?!
-¡Ni
siquiera son de nuestra sección!-bramó la de los ojos ahogándose
en lágrimas. Blondie abrió los ojos, yo me volví hacia ellas.
-¡Tenéis
que tener los planos! ¡Sabemos que los han sacado de donde los
guardabais!
-Vamos,
nena-canturreó el ángel de las alas desplegadas, besando en el
cuello a la chica que había cogido-. Tenéis que tenerlos. Sabemos
que los tenéis. ¿Por qué enfadarnos?
La
chica abrió la boca, disfrutando del contacto de aquellos labios.
Mi
vientre ardió de pura rabia, comprendiendo por fin a qué venía
todo aquello.
Louis
me había quitado mis planos con la misma facilidad y de la misma
manera que aquel chico estaba seduciendo a la chica.
-Tío,
son runners. Valen mucho si las llevamos a la Central.
-¡¡No
tenemos esos putos planos!!
Blondie
y yo nos miramos, comprendiendo por fin. Efectivamente, alguien se
había infiltrado en nuestro edificio y habían conseguido los
planos.
-¿Las
reconoces?-inquirí en un susurro.
-No.
¿Y tú?
-Sería
una lástima matarte, nena... eres tan guapa.
La
chica a la que estaban seduciendo lanzó una suave exclamación. La
estaban enamorando.
Como
me habían enamorado a mí.
Mis
mejillas ardían de pura rabia.
-Ya
he visto suficiente-anuncié. De repente no tenía ante mí a unos
ángeles desconocidos, ni siquiera a unos mercenarios que merecían
el castigo.
Louis
estaba frente a mí, mirándome. La imagen duró un segundo en mi
cabeza, y luego se sustituyó por una visión de nosotros dos,
pegados contra la pared de aquella oficina tanto tiempo atrás. Louis
sonrió, me dijo que era tan jodidamente guapa... y... y...
Sentí
su boca en la mía a pesar de que nos veía desde fuera. Vi cómo mis
manos abandonaban la cápsula con las hojas, y cómo se enredaban en
su pelo mientras en su boca se dibujaba la sonrisa del que ha
conseguido ganarse la confianza del enemigo, salirse con la suya, y
de paso obtener un beso robado y bien ofrecido.
-Te
estaba utilizando-dijo un Louis nuevo, colocándose a mi lado, con
las alas desplegadas, y observando la escena con diversión. Tenía
la mano en la barbilla, contemplando lo mismo que yo, con
sentimientos radicalmente opuestos. El sabor de la victoria estaba en
aquel beso que había acudido a sus labios de la misma manera que lo
había hecho con los míos.
-Mira
cuánto me importa-repliqué, alzando la pistola, apuntando
directamente a la cabeza, y apretando el gatillo sin vacilar.
La
bala atravesó el espacio y cruzó la cabeza del ángel que me había
engañado para que pensara en abandonar a los míos, y también mató
al que estaba amenazando a otra runner.
Blondie
disparó dos veces, acertando en ambas. Sólo uno de los abusones se
enteró de lo que sucedía, y estudió el aire, desenfundando la
pistola, antes de que dos balas le atravesaran el cuerpo.
Las
dos runners chillaron, aterrorizadas. La que lloraba saltó hacia
atrás, pegándose de nuevo contra la pared y recuperando el aire,
mientras la otra se las arreglaba para patear el cuerpo moribundo de
su agresor y alejarse para abrazar a su compañera.
Habían
sido bien entrenadas, porque sabían a dónde mirar. Levantaron la
cabeza.
-¡Sección
centro!-gritaron al unísono. Blondie alzó la mano.
-¡Sección
noroeste!
-¿Qué
hacéis tan lejos de casa?-pregunté.
-¡Nos
mandaron señales de socorro, y acudimos! ¿Ha pasado algo?
-La
policía nos ha atacado.
-Supongo
que podríamos decir lo mismo-sonrió una de las de abajo mientras la
otra se encargaba de comenzar a escalar.
-¿No
habréis visto por casualidad a un grupo de policías de la que
veníais?
La
escaladora negó con la cabeza.
-No,
nada.
Me
giré hacia Blondie, alzando las cejas, preguntando sin abrir la
boca.
-¿Deberíamos
seguir?
Ella
asintió con la cabeza.
-Sí,
Night y el otro pueden ocuparse de ellas.
Justo
en ese momento, nuestros dos acompañantes nos alcanzaron. Blondie
les contó lo sucedido mientras yo observaba los cadáveres,
semejantes a mi relación con Louis.
Night
tiró de mí para levantarme, y me empujó para que siguiera a
Blondie, pero lo único que podía hacer en ese momento, era envidiar
a los muertos por no sentir dolor.
Si
no tenía poco con preocuparme por dónde estaba Taylor, ahora para
colmo sufría mal de amores.
Es
lo malo de enamorarse dos veces.
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