domingo, 19 de enero de 2014

Pérdida.

Definitivamente, no.
No se podía correr con la cabeza en otra parte.
No, a no ser que quisieras estamparte contra alguna pared, o peor, creer que había alguna cuando era mentira, y terminar estampándote contra el suelo, con su correspondiente lesión.
Echando la vista atrás, me di cuenta de que había saltado las vallas de la misma manera autómata que había empezado a recoger gente cuando la luz se apagó. Sin pensar en ello, simplemente había alzado las manos, agarrado con toda la fuerza posibles el borde de la valla, y alzado las piernas en una escalada infernal que poco tendría que envidiar a los que habían subido a la cima más alta del mundo; aquellos montes que se habían alzado de repente, debido a un enorme terremoto que se sintió en cada rincón del mundo, en África.
Me pregunté qué se sentiría al subir un edificio natural que se levantara 10 kilómetros arañando a las nubes... y si los ángeles podrían subir hasta allí.
Kat, concéntrate me exigí a mí misma, sacudiendo la cabeza, escuchando los pasos de mis compañeros a mi alrededor. Algunos se habían adelantado y ya iban varias manzanas por delante de nosotros, sin preocuparse de parar a examinar las pistas que los policías podrían haber dejado en la huida en la que, con toda seguridad, se habían llevado a mi novio.
Otros, en cambio, preferíamos detenernos cuando creíamos que algo merecía la pena y examinar la situación con relativa calma; la que nos podíamos permitir en aquella situación de tensión. Temíamos con toda nuestra alma que se hubieran llevado no sólo a algunos de nosotros, sino a nuestros vigilantes; expertos runners que eran capaces de leer pantallas llenas de códigos que para nosotros no tenían más sentido que las nubes en el cielo: estaban allí y punto, no había manera de interpretarlos, porque no había interpretación posible.
El tiempo de preparación y los ejercicios intensivos a los que se sometían nuestros vigilantes eran tales y tan disciplinarios que, cuando un vigilante quería dejar su trabajo, debía decirlo con al menos un par de años de antelación. Después, se elegía al mejor de los runners que estuvieran al borde de perder su posición de soldados de calle, y se le entrenaba para que, algún día, se sentara en una silla que durante años había sido calentada por un culo que no era el suyo.
Y no teníamos tiempo para prepararnos, no después de que la policía hubiera retomado lo dejado hacía décadas y se hubiera atrevido a entrar en nuestros barrios, nuestra Base, nuestras casas,entrando hasta la cocina y aterrorizando a los nuestros.
El chico que corría a mi lado había tenido que vivir cómo su familia entraba en nuestro centro principal de operaciones, temiendo por lo peor, y cómo se sumía en el pánico al apagarse todas las luces. Quería venganza tanto o más que el resto; porque había sido el encargado de meterlos en lugar seguro y cerciorarse de que estaban protegidos antes de ir a reclamar la sangre que le habían arrebatado.
Además, se rumoreaba que era uno de los aprendices de Puck, que ya se estaba preparando para irse, esperando en secreto algo que yo estaba atrasando a propósito: quería ser siempre quien me guiara, nadie debía hacerse cargo de mí más que él, de modo que se iría cuando yo lo hiciera... más razón para que yo buscara a la policía y encontrara a los que los habían secuestrado. Necesitaba a Puck y sus compañeros para que nos asesoraran y ayudaran a sobrevivir en un mundo de gatillo suelto a pesar de que rara vez había armas...
… y tenía que encontrar a Taylor.
Las voces de nuestros oídos no paraban de hablar entre ellas, como si el propio pinganillo que llevábamos puesto no fuera más que un objeto propio de espías. Todos queríamos girarnos y gritarle a la Base, que se alzaba en la distancia, cada vez más lejos, que se callaran. Era evidente que nadie era un experto en dirección de runners, porque cada minuto alguien protestaba al no entender las cifras de las pantallas... y no había conversaciones privadas. Podía escuchar perfectamente lo que les decían a los que habían ido en la dirección contraria, creyendo que los policías saldrían por un sitio diferente del que entraron.
Era una locura, y estábamos encerrados en los tejados, por lo que sólo podíamos correr y luchar por aclarar nuestras ideas, poniendo orden por encima de los gritos que se seguían en nuestras cabezas cada segundo.
El chico de piel de ébano, alto y robusto como pocos runners, gruñó cuando se detuvo frente a una cornisa. Yo iba tras él, demasiado rápido para frenar, de modo que me tiré al suelo con la esperanza de parar antes de precipitarme al vacío...
… pero él se las apañó para agarrarme y sostenerme en el aire, de pie, con la punta de los dedos clavados sobre la cornisa.
Exhalé una exclamación ahogada, mirando aterrorizada el asfalto que se extendía por el suelo de allá abajo, como la arena de un desierto. Notaba el corazón latiéndome en la boca, y tenía unas ganas horribles de vomitar. No podía controlar las náuseas de puro pánico, así como no podía dejar de mirar hacia abajo, segura de que si él no me hubiera recogido ahora mismo no lo contaría...
Me sujetaba con fuerza, agarrándome de la camiseta, que se había subido hasta mostrar mi vientre plano y duro. Giré la cabeza, la trenza roja perpendicular con el suelo tan lejano, y susurré un tímido “gracias”, odiando no haber calculado bien la distancia.
-Más cuidado la próxima vez-se limitó a decir mi compañero de ébano-. Somos demasiado valiosos. Y más las gatitas como tú.
-De modo que sabes de dónde viene mi apodo-repliqué, sonriendo. A mi cabeza volaron los recuerdos de aquel primer examen en el que me sometieron a diversas pruebas para demostrar que lo valía. Los que me evaluaban (uno de ellos, de hecho, era Puck) se habían mostrado muy interesados en mi talento, hasta el punto de que me dificultaban las cosas que debía hacer, colocando límites nunca antes alcanzados.
Me gané mi nombre cuando escalé algo nunca antes escalado. Recordé cómo mis manos protestaban al clavar en ellas todo el peso de mi cuerpo, cómo mis piernas se encogían hasta unirse a mi torso cuando salté para salvar una distancia imposible, cómo caí de pie, cómo volví a escalar con rabia y furia, cómo llegué a la cima, nunca antes conocida, y cómo recogí la bandera roja (como mi pelo) y la alcé sobre mí.
Mis compañeros de entrenamiento y preparación aullaron en la parte baja del recinto, celebrando que hubiera llegado hasta arriba, que me hubiera colocado entre las más importantes y hubiera subido rápidamente en los escalafones sociales... como los gatos.
-Te vi entrenando-se limitó a contestar, y después me tocó el hombro- y esto ayuda-sonrió, colocando los dedos justo debajo de mi tatuaje de un gato contemplando con el hocico alzado la luz que manaba de nadie sabía realmente dónde. Sonreí, sorprendida de que hubiera visto el animal escondido entre los intrincados tatuajes que me identificaban, en mi sección y para los demás runners.
Eché una ojeada a sus brazos, cuyos músculos parecían a punto de reventar. Las marcas negras apenas se distinguían en su piel, del mismo color, pero los destellos que manaban de sus brazos, iluminados por el sudor que le cubría todo el cuerpo, delataban la silueta de los tatuajes.
Alcancé a distinguir una luna menguante, sólo dibujada, no pintada. Eché cuentas, pensando en los runners que conocía y los nombres que ya había oído. Moon no me parecía un nombre demasiado masculino, y no casaba muy bien con el porte de mi recién estrenado amigo, pero...
-Night-informó él, esbozando una sonrisa de un blanco impoluto, que chocó de una forma impresionante con el carbón que le cubría el cuerpo.
Abrí la boca y asentí con la cabeza, dispuesta a disculparme por no darme cuenta antes, pero en seguida Night tiró de mí y me empujó para que siguiéramos corriendo.
-¿Por qué has venido por aquí?-preguntó, escupiendo el aire. Me encogí de hombros salvando una distancia que a los demás habría hecho recular. Nos habíamos quedado considerablemente rezagados; nada, sin embargo,que no pudiera recuperarse. Él se impulsó y cayó a pocos centímetros de mí. Se agarró a la cornisa y, sin inmutarse, se impulsó hacia arriba, aterrizando a mi lado.
-Creo que tienen a mi novio. ¿Y tú?
Su rostro se ensombreció, tomando el aspecto del de un cazador sanguinario.
-Dispararon a mi hermana-gruñó.
Noté unos retortijones en la boca de mi estómago al reconocer la sensación de furia justiciera. Quise matarlos también por no distinguir entre mujeres y hombres, ancianos, adultos y niños. La policía mataba sin detenerse a pensar en qué estaban haciendo, pues, al fin y al cabo, para ellos sólo éramos delincuentes. Rebeldes que aún no se habían rebelado pero que algún día lo harían.
Y aquel era el momento perfecto para rebelarse.
Corrimos en silencio, alcanzando al grupo en el que íbamos antes, que se había detenido a contemplar unas huellas de destrucción sospechosas. Las voces en nuestra cabeza habían disminuido; bien habían acusado la distancia que cada vez aumentaba más, o bien habían encontrado la manera de bajar el volumen y no torturarnos tanto.
-¿Alguien sabe dónde están?-preguntó una rubia de rostro duramente hermoso, alzando la cabeza y mirando hacia el horizonte, justo donde se levantaba el sol. Quise preguntarle si sabía algo que yo no, pues su mirada estaba tan segura de que aquella era la dirección correcta, que creí haber soñado con aquella pregunta.
Pero ella torció el gesto, molesta porque no le contestaran, y ladró en voz baja.
-¿Miles? ¿Eres tú? Miles, maldito hijo de puta, ¿dónde está la policía?
-No encuentro nada, Blondie.
¿Blondie? Bueno, el apodo le pegaba, al igual que a mi amigo.
-Sigue buscando.
-¿Qué crees que hago?-espetó el tal Miles, tan fuerte que todos los presentes nos llevamos las manos a los oídos; todos salvo la rubia, que esbozó una sonrisa cínica, se giró y siguió su camino; despacio, sin embargo, para permitir que fuéramos tras ella.
-¿Vamos, al menos, en la dirección correcta?-la escuché dentro de mi cabeza. El tal Miles, o bien había dejado sus auriculares al lado de su micrófono, o bien había conectado los puertos mal.
-No lo sé.
Blondie gruñó, se dio la vuelta y nos miró. Su expresión molesta seguía en su cara, pero no era tan profunda cuando sus ojos se cruzaron con los míos.
-¿Qué opináis?
-Que hay que seguir en marcha-dijo un chico del equipo, con una mochila a la espalda. No sabía qué pretendía encontrar, pero me apetecía desearle suerte en la búsqueda del tesoro.
Ella hizo sobresalir su labio inferior sobre el superior, asintió con la cabeza, casi uniendo las cejas en el entrecejo, y echó a andar. Los demás nos incorporamos, abandonando aquella huella destruida en el asfalto, y rápidamente nos volvimos a convertir en una masa conformada de varias partes independientes entre sí; como un enjambre de abejas.
Cuando estábamos llegando a la frontera de nuestros suburbios, escuchamos gritos a nuestra derecha. Blondie, que iba conmigo dirigiendo al grupo, alzó la cabeza sobre sus hombros y echó un vistazo a los demás. Yo la miré, vi cómo asentía y volvía sus ojos a los míos. Me señaló el lugar del que provenía el alboroto, y yo imité su asentimiento.
Rápidamente cambiamos el rumbo, con tanta elegancia que todo le hubiera parecido planeado a quien nos estuviera observando sin saber qué nos proponíamos.
Los edificios comenzaron a hacerse más altos y a tener más separación entre sí. El trabajo pasó a ser más de escalada que de velocidad, de modo que Blondie, Night, el chico de la mochila y yo rápidamente dejamos a los demás atrás. Estos decidieron seguir rodeando las partes más altas, y dos incluso se animaron a bajar a las calles y correr por allí sin llamar la atención.
El chico de la mochila les lanzó una botella llena de líquido rosáceo, que ellos cogieron al vuelo, alzaron sobre sus cabezas, a modo de trofeo, y celebraron con un “salud”, para dos segundos después desaparecer entre los edificios.
Night y el chico no eran tan rápidos como nosotras, y Blondie y yo les terminamos sacando una ventaja considerable.
Todavía escuchábamos los gritos cuando llegamos a la parte de arriba del edificio del que procedían.
Nos colocamos en el borde, tumbadas, y estudiamos la situación.
Un grupo de hombres acosaba a dos mujeres, que no parecían amedrentarse a pesar de que las superaban en número, duplicándolo. Ellas gritaban algo que yo no logré entender, tal vez por lo lejos que estaban, tal vez porque lo hacían presas del pánico o tal vez porque no se molestaban demasiado en vocalizar; casi parecía más importante gritar cuanto más fuerte mejor que lo que se estuviera gritando en sí.
Uno de los hombres se acercó a una de ellas, colocándola contra la pared y riendo cuando ella luchó por zafarse de él, arañándole el pecho y golpeándole los pectorales.
No pude no ver lo pequeña que parecía la chica en relación a su captor.
La otra gritaba desesperada que las dejara en paz, ellas no habían hecho nada, y no estaba consiguiendo asustarlas.
Las lágrimas que le poblaban el rostro decían más bien lo contrario.
Rápidamente cogieron a la libre, cuya valentía no le había permitido escapar, y la pegaron contra la pared. La alzaron sobre sus cabezas, y ella boqueaba, buscando aire, luchando por no ahogarse, mientras la otra daba patadas y maldecía con toda la capacidad de sus pulmones.
-¡Se enterarán de esto! ¡Se enterarán! ¡Bastardos! ¡La policía vendrá y...!
Uno de los chicos le cruzó la cara con una sonora bofetada, tan fuerte y potente que consiguió su propio eco.
Night y el chico de la mochila seguían sin llegar a la cima de aquella azotea, y Blondie y yo no hacíamos más que mirar hipnotizadas.
-Deberíamos hacer algo-susurré, sin demasiadas ganas. Una parte de mi furia justiciera quería matar a esos bastardos, pero la otra seguía preocupada por mi novio, temiendo que se estuviera alejando de mí a cada minuto que pasaba. Y si empezaba una pelea no podía dejarla a medias; había que matar a todos los que hubieran participado de ella hasta que quien quedase en pie sólo fuese uno, dos como mucho, y siempre del mismo bando.
-Nos estamos retrasando demasiado-dijo Blondie y, para reforzar su postura, aquellos dos runners que se habían separado de nosotras pasaron por un callejón contiguo al de los gritos, persiguiendo un objetivo que no habían visto aún.
Me palpé los pantalones, y suspiré aliviada al ver que las pistolas seguían allí. Blondie se giró y se me quedó mirando.
-¿Acertaremos desde esta distancia?
Negué con la cabeza, luego asentí, y terminé encogiéndome de hombros.
-Podemos intentarlo.
-Night es el mejor en esto-dijo ella, tomando la pistola que le tendí y sopesándola en sus manos.
-No podemos esperar-le urgí. Ella frunció el ceño, suspiró y encañonó a los dos chicos.
-Dime que son automáticas.
-Lo son.
-Bien, porque vamos a tener muy poco tiemp...-dejó la frase en el aire cuando una de las chicas gritó, aterrorizada, al ver cómo dos alas enormes se desplegaban frente a ella.
-Mierda, ángeles-gruñí yo.
-Oh, bien. Cenaremos pollo al horno-sonrió mi compañera, y mis entrañas se revolvieron. No podría disparar a mi ángel de la guarda, no podría disparar a Louis, y, por aquella regla de tres, no podría disparar a ninguno de sus compañeros... porque no quería herirle, ni física ni emocionalmente. ¿Y si eran amigos?
-¿Dónde los tenéis?
-No sabemos de qué habláis.
-¡Lo sabéis de sobra!
Pero, ¿qué podía hacer? ¡No había otra solución! Si no disparaba, Blondie daría la voz de alarma de que yo no era tan de fiar como había tratado de hacer pensar, y luego se me relegaría, volvería a ser una traidora, esta vez para siempre...
-¡¿Dónde los tenéis?!
-¡Ni siquiera son de nuestra sección!-bramó la de los ojos ahogándose en lágrimas. Blondie abrió los ojos, yo me volví hacia ellas.
-¡Tenéis que tener los planos! ¡Sabemos que los han sacado de donde los guardabais!
-Vamos, nena-canturreó el ángel de las alas desplegadas, besando en el cuello a la chica que había cogido-. Tenéis que tenerlos. Sabemos que los tenéis. ¿Por qué enfadarnos?
La chica abrió la boca, disfrutando del contacto de aquellos labios.
Mi vientre ardió de pura rabia, comprendiendo por fin a qué venía todo aquello.
Louis me había quitado mis planos con la misma facilidad y de la misma manera que aquel chico estaba seduciendo a la chica.
-Tío, son runners. Valen mucho si las llevamos a la Central.
-¡¡No tenemos esos putos planos!!
Blondie y yo nos miramos, comprendiendo por fin. Efectivamente, alguien se había infiltrado en nuestro edificio y habían conseguido los planos.
-¿Las reconoces?-inquirí en un susurro.
-No. ¿Y tú?
-Sería una lástima matarte, nena... eres tan guapa.
La chica a la que estaban seduciendo lanzó una suave exclamación. La estaban enamorando.
Como me habían enamorado a mí.
Mis mejillas ardían de pura rabia.
-Ya he visto suficiente-anuncié. De repente no tenía ante mí a unos ángeles desconocidos, ni siquiera a unos mercenarios que merecían el castigo.
Louis estaba frente a mí, mirándome. La imagen duró un segundo en mi cabeza, y luego se sustituyó por una visión de nosotros dos, pegados contra la pared de aquella oficina tanto tiempo atrás. Louis sonrió, me dijo que era tan jodidamente guapa... y... y...
Sentí su boca en la mía a pesar de que nos veía desde fuera. Vi cómo mis manos abandonaban la cápsula con las hojas, y cómo se enredaban en su pelo mientras en su boca se dibujaba la sonrisa del que ha conseguido ganarse la confianza del enemigo, salirse con la suya, y de paso obtener un beso robado y bien ofrecido.
-Te estaba utilizando-dijo un Louis nuevo, colocándose a mi lado, con las alas desplegadas, y observando la escena con diversión. Tenía la mano en la barbilla, contemplando lo mismo que yo, con sentimientos radicalmente opuestos. El sabor de la victoria estaba en aquel beso que había acudido a sus labios de la misma manera que lo había hecho con los míos.
-Mira cuánto me importa-repliqué, alzando la pistola, apuntando directamente a la cabeza, y apretando el gatillo sin vacilar.
La bala atravesó el espacio y cruzó la cabeza del ángel que me había engañado para que pensara en abandonar a los míos, y también mató al que estaba amenazando a otra runner.
Blondie disparó dos veces, acertando en ambas. Sólo uno de los abusones se enteró de lo que sucedía, y estudió el aire, desenfundando la pistola, antes de que dos balas le atravesaran el cuerpo.
Las dos runners chillaron, aterrorizadas. La que lloraba saltó hacia atrás, pegándose de nuevo contra la pared y recuperando el aire, mientras la otra se las arreglaba para patear el cuerpo moribundo de su agresor y alejarse para abrazar a su compañera.
Habían sido bien entrenadas, porque sabían a dónde mirar. Levantaron la cabeza.
-¡Sección centro!-gritaron al unísono. Blondie alzó la mano.
-¡Sección noroeste!
-¿Qué hacéis tan lejos de casa?-pregunté.
-¡Nos mandaron señales de socorro, y acudimos! ¿Ha pasado algo?
-La policía nos ha atacado.
-Supongo que podríamos decir lo mismo-sonrió una de las de abajo mientras la otra se encargaba de comenzar a escalar.
-¿No habréis visto por casualidad a un grupo de policías de la que veníais?
La escaladora negó con la cabeza.
-No, nada.
Me giré hacia Blondie, alzando las cejas, preguntando sin abrir la boca.
-¿Deberíamos seguir?
Ella asintió con la cabeza.
-Sí, Night y el otro pueden ocuparse de ellas.
Justo en ese momento, nuestros dos acompañantes nos alcanzaron. Blondie les contó lo sucedido mientras yo observaba los cadáveres, semejantes a mi relación con Louis.
Night tiró de mí para levantarme, y me empujó para que siguiera a Blondie, pero lo único que podía hacer en ese momento, era envidiar a los muertos por no sentir dolor.
Si no tenía poco con preocuparme por dónde estaba Taylor, ahora para colmo sufría mal de amores.

Es lo malo de enamorarse dos veces.

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