lunes, 6 de enero de 2014

Oscuro.

 Después de un sueño tan ligero que parecía una bolsa de plástico al servicio del viento, ondeando aquí y allá sin poder defenderse, pero que no me permitió volver en mí hasta que los ruidos fueron demasiado fuertes, me había convencido a mí misma de que todo lo que había sucedido el día anterior no había pasado realmente.
Pero no fue así.
Apenas había abierto la puerta, ya podía escuchar los murmullos sordos que controlaban toda la Base, que parecían surgir de los cimientos de esta, como si los monstruos del interior de la Tierra reclamaran un alimento que llevaban sin darles demasiado tiempo.
Por todas partes había mujeres con niños de la mano, buscando un lugar en el que meterse sin encontrar realmente dónde esconderse de algo que yo no había visto aún.
Detuve a una mujer con menos prisa que las demás sujetándola por el brazo, algo que no le gustó. Se sacudió rápidamente, me miró de arriba a abajo y tiró de la pequeña niña que llevaba pegada a sus faldas.
-¿Qué ocurre?
-Nos han dicho que nos escondamos.
-¿Por qué?
Se encogió de hombros, me miró los tatuajes, asegurándose de que era de fiar, y me dio la espalda para alejarse con las demás, uniéndose al torrente humano que no hacía más que aumentar con el paso del tiempo.
Decidida a descubrir qué pasaba, y todavía con el miedo de haberme quedado fuera el día anterior, cogí mi pistola y corrí a los ascensores. Pude colarme en el último segundo, mientras las puertas se cerraban, e incliné la cabeza hacia mis compañeros runners, que parecían tan preocupados y molestos como yo.
El ascensor chirrió cuando llegó a su destino, y ni siquiera pudo abrirse del todo cuando nosotros saltamos hacia fuera. Corrí hacia el despacho de Puck, que observaba unos planos con desmesurado interés.
-¿No te los sabes de memoria?
-Estoy buscando puntos débiles.
Asentí con la cabeza e hice una mueca, acercándome a la ventana de la pequeña habitación. Todo parecía normal allá fuera, a excepción de la actividad prácticamente nula alrededor de la Base, donde siempre había un ligero frenesí, con gente corriendo de acá para allá. Siempre, eso sí, respetando las vallas. Nadie quería verse dentro de los límites de las vallas cuando había un runner cerca: la bronca que podía caerle a ese alguien podía ser brutal.
-¿Ha pasado algo en mi ausencia?
Mi tutor negó con la cabeza sin levantar siquiera la vista. Se pasó una mano por la cabeza, rasurada (no recordaba haberlo visto con pelo, pero todos decían que Puck lo hacía así porque le apetecía), y sorbió por la nariz, molesto con algo.
-¿Te importa que esté aquí?
Levantó la cabeza con una sonrisa sarcástica tatuada en la boca.
-Pues... la verdad...
-Lo capto-repliqué alzando las manos sobre la cabeza, mostrándole las palmas. Era inofensiva en ese momento. No tenía ganas de pelea. No después de que me echaran por un incidente de nada y tener que trabajar más duro de lo que lo había hecho jamás para que volvieran a depositar confianza en mí.
Que ahora fuera una traidora no significaba que mereciera que me hubieran tachado antes de tiempo de ello.
Pero, desde luego, no era el tipo de traidora que simplemente se desmelena y hace lo que le viene en gana para cumplir sus propios objetivos. En ese aspecto aún era una buena persona y una buena runner. Ayudaría en lo que pudiera.
Me dirigí a la puerta, pero él chistó para que me volviera. Apoyando una mano en el marco, me giré rápidamente, dando a entender que no me apetecía perder el tiempo. Si no me iba a dar nada que yo estuviera buscando, iría a otra parte para conseguirlo.
-¿Cómo está la gente?
Me encogí de hombros.
-Un poco preocupados, pero eso es todo. Nerviosos. No están acostumbrados a estar aquí dentro durante tanto tiempo.
-Es por seguridad. Hasta que hagamos inventario.
Fruncí el ceño.
-¿Crees que han entrado?
-No quiero creer nada, Kat. Quiero estar seguro de que nadie se ha metido aquí dentro.
Y volvió a bajar la cabeza, dando por finalizada la conversación. Salí y cerré la puerta detrás de mí, y miré a mi alrededor, sin saber muy bien a dónde dirigirme. Quería acción, quería salir a patrullar o algo, descubrir cosas que a los demás se le estaban pasando por alto (no era de las mejores de mi distrito sólo por mi pelo largo y sedoso, de un color que no solía darse, sino porque era buena en lo que me proponía, y ahora quería llegar hasta el fondo del asunto). Me agobiaba estar encerrada allí dentro, sin poder salir al aire libre, con el único acceso a la azotea de la Base como premio de consolación por ser buena chica y portarme bien.
Alguien pasó corriendo a mi lado, con la pistola clavada en la espalda... tal y como unas alas, pensé sin desearlo realmente. Cerré los ojos y me masajeé la sien. Sólo después me daría cuenta de que aquella sería Faith, cuando ésta se volviera y me mirase, extrañada.
-¡Kat! ¿Qué haces aquí? Creía que estabas muerta.
Faith y su sinceridad. No tenía pelos en la lengua, lo que hacía que, unido a sus orígenes no del todo claros, pero de ascendencia segura, hacía que muchos no la encontraran agradable. Yo, sin embargo, sí que lo hacía. No era mi estilo andarme por las ramas.
-No van a poder conmigo tan fácilmente. Además, ni siquiera estaba aquí cuando llegó la poli-me encogí de hombros y luego señalé un objeto cuadrado que traía en las manos, tan pequeño que podía correr sujetándolo sin temor de que se le escurriera por los dedos-. ¿Qué llevas ahí?
Se envaró y murmuró una única palabra:
-Confidencial-recitó con ojos como platos, mirando al techo, tal y como hacían los robots de las películas que en ocasiones podíamos ver, cuando estábamos descansando o no había realmente demasiados trabajos que realizar. Cuando la demanda de nuestros servicios disminuía, a veces nos entrenábamos, pero no podíamos estar varios meses entrenando, de modo que acabábamos sorteando quién iría a las misiones. Obviamente, eso te dejaba mucho tiempo libre, y el cine era la única distracción que podíamos permitirnos en la Base.
No nos recomendaban leer libros, a pesar de que teníamos una amplia biblioteca, porque era mucho más difícil controlar quién estaba leyendo y el tiempo en que lo hacía a quién estaba viendo una película y quién llevaba haciéndolo. No era la primera vez que un runner conseguía un buen libro de la biblioteca (había una gran lista de espera para cada libro, porque tan sólo había un ejemplar de cada uno), y, atrapado entre las palabras, que hacían las veces de soga, no podía dejarlo hasta terminarlo, sin importar la hora que fuera.
No era la primera vez que alguien tenía que salir en una misión a las diez de la mañana y acababa haciéndolo a las tres de la madrugada, demasiado tarde como para hacer realmente nada.
Torcí el gesto, pero ella se echó a reír, perdiendo la pose de robot de carne y hueso. Se golpeó los glúteos y negó con la cabeza, secándose una lágrima que realmente ni siquiera estaba allí. Yo suspiré y le sonreí.
-No sé muy bien qué es, pero me hago una idea-comentó, cogiendo la cajita y sosteniéndola muy cerca de sus ojos. La hizo girar varias veces, tal vez esperando encontrar una inscripción que le comunicara qué había en el interior de esta, pero no debió de haber suerte, porque terminó alzando los hombros en un gesto de indiferencia-. Creo que son grabaciones.
-¿Cintas? ¿Eso? ¿Aún se usan?
Asintió con la cabeza, seria.
-Prefieren los Cds, si es que aún consiguen encontrarlos, pero cuando se hacen con una de estas, no la sueltan. Aunque es más difícil de manipular y más fácil de estropear, también se transporta mejor y se daña menos en el transporte.
-¿A dónde lo llevas?
-A seguridad. Seguramente quieran comprobar qué hay aquí. Tonterías suyas-me confió, acercándose más a mí y tendiéndome el pequeño objeto un momento. Yo lo estudié, haciéndolo girar como había hecho ella, pero sin encontrar nada realmente destacable-. Personalmente creo que piensan que van a poder hacer algo con esto, como... yo qué sé. Evitar alguna catástrofe nuclear o algo así. Están acojonados.
-¿Cómo de acojonados?
-No había visto nunca a los subordinados dando voces.
-¿Las secretarias?-alcé las cejas y abrí la boca, estupefacta. Ella asintió con la cabeza, cambió el peso del cuerpo de un pie a otro y se agarró la cara interna del codo con la mano contraria-. Las secretarias, ¿gritando?
-Te lo juro por mi vida-aseguró-. Esto es algo serio, Kat. Algo gordo está pasando. Seguramente en la Central de Pajarracos sepan lo que nos traemos entre manos. No les ha gustado nada que hayas entrado y salido de allí como si nada. ¿Y si te están buscando? O, peor, ¿y si están intentando llegar hasta lo que robaste, y están dispuestos a echar esto abajo?
-No puede ser, Faith. Lo habrían hecho ya.
Ella me arrebató su pequeño mensaje de las manos, miró a ambos lados y se inclinó hacia mí. Yo hice lo propio.
-Vi algo cuando se terminó el ataque, Kat. Ese algo volaba. Era un ángel, estoy segura.
-¿Tan lejos de su área?-repliqué con un deje de histeria en la voz, deje que venía como anillo al dedo. Si habían visto a mi ángel por ahí volando, debería estar acojonada porque se atrevieran a llegar a sitios en los que tenían clara desventaja.
Pero en realidad no era eso lo que me preocupaba, y lo que hizo que una mano helada me cerrara la garganta y casi me impidiera respirar, obligándome a boquear cual pez: tenía miedo de que hubieran visto a Louis. De que fueran capaces de reconocerlo.
-Sí. Abajo, en los suburbios-hizo un gesto con la cabeza en dirección hacia las ventanas, y yo me imaginé saltando por ellas. Sería un verdadero paseo comparado con lo que me iban a hacer.
Nuestra situación era demasiado delicada, y yo hacía el tonto por ahí nada menos que con un ángel. Nuestro enemigo más acérrimo. Y lo traía hasta los confines de nuestro territorio sin preocuparme demasiado por si alguien se enteraba de mi aventura, que tarde o temprano se cobraría víctimas demasiado importantes.
-No digas nada, pero... creo que tienen a alguien dentro.
-¿¡Qué!?-ladré, y escuché mi voz elevarse varias octavas por encima de su tono natural. Ella asintió con la cabeza, haciendo caso omiso de las miradas molestas por mi comportamiento. No estaba bien que yo me pusiera así con toda aquella gente, pero la verdad es que no podía controlarme. Aquella noche no había recibido ninguna visita celestial, había cientos de personas en la Base que no estaban acostumbradas a vagabundear por ella, estaba segura de que muchas se perderían, y tarde o temprano acabaríamos teniendo que ir a por ellas. Trabajo que yo odiaba.
Faith tiró de mí sin mediar palabra e hizo que la siguiera por los entresijos de los pasillos hasta la parte que se encargaba de la seguridad. Aquella zona no estaba muy frecuentada por los runners (cuando tenías que ir era porque habías hecho algo mal, y casi siempre terminabas escaqueándote saliendo antes de tiempo a una misión ya planeada), y el personal que allí trabajaba, no demasiado ducho en el trabajo que yo desempeñaba y que hacía que todo aquello se sostuviera con relativa tranquilidad, conocedor de aquel disgusto que ocasionaba la sola mención de la sección en la que trabajaban, te recibía muy arisco, dando a entender que a ellos tampoco les gustaba tener que recibir a críos que se habían colado en zonas no controladas y que habían hecho saltar varias alarmas.
Los principiantes les daban mucho trabajo, y la mayoría de ellos los detestaba por ello. Bueno, por ello, y por la actitud de los que estaban iniciándose en el arte de correr por las paredes y saltar de edificio en edificio: la sensación de ser mejores y creerse más fuertes que los que estaban sentados en una silla, leyendo códigos binarios y hackeando páginas web continuamente no hacía más que perjudicar a esta relación. Los principiantes llegaban a la sección de seguridad con unos aires de majestuosidad que no deberían darse en ellos, pero que no podían evitar: iban a encontrarse con alguien que dependía de su trabajo, que iba a corregir sus errores. Era como si mandaran sobre los de seguridad. Acababan creyéndoselo, los se seguridad se cabreaban, y ya se armaba gorda.
La última vez que entró un runner en aquellos despachos, el ambiente estaba tan cargado y tan tenso por el continuo desfile de principiantes pretenciosos, que terminó saliendo de allí con la mandíbula desencajada y los puños ennegrecidos de no parar de dar puñetazos.
Sí, había habido una pelea.
Sí, había corrido la sangre.
Y sí, suspendieron a aquel runner durante un mes.
Cabe añadir que ahora cada vez que podía se pasaba por aquella parte y se dedicaba a insultar a quienes se habían enfrentado a él.
Pero Taylor era así.
Y, en el fondo, aunque me molestara su comportamiento de crío, tenía que admitir que me encantaba que se encarara con aquellos que le incordiaban y no les permitiera que lo pisotearan.
Puede que los principiantes tuvieran razón por una vez, y la fueran perdiendo conforme ganaban experiencia en ser como nosotros.
-No tienen idea de quién es, por supuesto, y creo que para esto me han mandado a por las cintas.
-¿Son internas?
Faith negó con la cabeza, sosteniendo las supuestas cintas pegadas a su regazo. Luego frunció el ceño. Luego asintió. Luego chasqueó la lengua.
-No lo sé.
-Faith, prométeme que, si sabes algo, me lo dirás, ¿quieres?
Ella se detuvo y se plantó frente a mí. Me miró a los ojos durante largo rato.
Y luego, para mi sorpresa, me abrazó.
-Siento lo que aquel ángel le hizo a tu pobre hermana. De veras. No se lo merecía. Era inocente aún.
Me quedé sin aliento, recordando el rostro apagado de la pequeña, con los ojos abiertos y la boca entreabierta en un bramido silencioso, de puro dolor, de reproche porque no había llegado hasta allí. La pequeña de ojos saltones que contemplaba a un cielo de estrellas invisibles, cuya luz se ahogaba por la propia luminosidad de aquella horrible ciudad. Las farolas arrancaban chispas de aquellos globos blancos, fingiendo dar una vida ausente.
Cerré los ojos con fuerza, rememorando los últimos instantes que había estado con mi hermana. La pequeña había salido a jugar al balcón, a pesar de que mi madre le dijo que no lo hiciera. Estaba volando una cometa cuando ésta pareció engancharse con algo en la parte de arriba. No pareció demasiado importante, y ella misma se ofreció voluntaria para ir a por su juguete. Levantó sus manitas en el aire, brincando con el brazo alzado como lo hacía en clase, y se lanzó como un bólido escaleras arriba una vez mi padre le dio luz verde.
Tardaba 10 minutos en volver, y mis padres se enfadaban por momentos, así que yo misma subí, por el bien de la pequeña.
Cuando llegué arriba, dos alas gigantes, blancas, estaban tapándome el campo de visión. Oí pequeños gemidos ahogados.
Mi hermana no podía gritar porque la estaban asfixiando.
El ángel se volvió, me contempló con un rostro tan bello que parecía el mismo demonio, y esbozó una sonrisa. Yo tampoco pude gritar; algo dentro me ahogaba. Tan sólo podía contemplarlos con el pánico clavado en mis entrañas, sin moverme, sin hacer nada.
Mis ojos bajaron hasta la niña, y el ángel comprendió sin que yo tuviera que abrir la boca. Mi cabeza sólo gritaba “déjala, por favor, déjala, no te ha hecho nada”.
-¿La quieres?
Conseguí asentir.
-Ven a buscarla-replicó. Di un paso, luego otro, y otros dos más. Cuando la tenía al alcance, el ángel me empujó con sus alas, o con el viento que formó en ellas y, sin temor alguno, como quien sabe a dónde va y cómo va a acabar, agarró a la niña, voló alto, y...
… la sostuvo en el aire...
… se echó a reír...
… yo conseguí gritar, pedir ayuda...
… mientras ella caía.
Me tiré del edificio, literalmente, con la esperanza de salvarla, a pesar de que ella ya estaba casi en el suelo.
No pude hacer nada por ella, vi cómo moría mientras mis padres disparaban al aire, tratando de vengar a su hija pequeña.
Al día siguiente, a pesar de las protestas de mi madre, me apunté al curso de runners, donde me enseñaron a canalizar aquella rabia que siempre sentía cuando pensaba en ella, y a bloquear el momento de su muerte para que nunca me afectara en lo que hacía.
Pero el recuerdo se había cansado de estar reprimido, y me invadió justo cuando yo más alerta debía haber estado.
Estaba segura de que Faith me había gritado y zarandeado antes de largarse, pues notaba un leve mareo, y me había movido de sitio.
Lo sabía porque estaba tocando una especie de sofá que antes no estaba allí.
Y, para colmo, se me había olvidado abrir los ojos, porque no veía nada; sólo luces desperdigadas aquí y allá, ronroneando con la corriente.
Los oídos, llenos de los gritos de mi hermana cuando por fin le soltaron el cuello y la lanzaron al vacío, fueron abriéndose a los sonidos actuales, vaciando los del pasado igual que el agua del grifo cuando éste se cierra y el último chorro se pierde por el desagüe.
Toda la Base parecía estar gritando, y yo con ella. Después de unos instantes de calma, traté de orientarme en la oscuridad. Busqué la manera de saber dónde estaba, y, pegada a la pared, me desplacé en busca de algunas escaleras.
Las encontré después de creer varias veces que estaban al otro extremo. Me pegué a una de las paredes y, sujetándome bien a la barandilla, estiré la mano y toqué con los dedos las placas con los pisos que, gracias a dios, tenían los números grabados en relieve.
Piso 6.
Mi habitación estaba demasiado lejos como para ir a tientas; tenía que encontrar a alguien que me llevara hasta ella, o, por lo menos, que me diera luz.
Ni siquiera pude reaccionar cuando los gritos me encontraron cual horda de cazadores: bajaron por las escaleras en tropel, y, cuando quise darme cuenta, alguien me empujaba y toqueteaba, nervioso, mientras gritaba un nombre tan rápido que no logré saber a quién buscaba. Le sujeté las manos y bramé por encima del estrépito, las voces y los pasos corriendo mezclándose en una música infernal:
-¿Qué ha pasado?
-¡Se ha ido la luz!-me tragué la respuesta sarcástica de rigor, como “oh, menos mal, creía que me había quedado ciega y que tendría que ir a alguno de los hospitales del Gobierno, donde probablemente me sacasen el cerebro para extraer mis recuerdos” y esperé a que aquel hombre que, a juzgar por su voz, sus manos y su rostro surcado por las arrugas, era de edad avanzada-. ¡Dicen que busquemos a alguien que nos ayude y que hagamos lo que nos diga!
Conocía perfectamente el protocolo de cuidados de los nuestros, pero una cosa era saberse la teoría y otra muy distinta, ponerla en práctica, y más en la oscuridad más absoluta.
Agarré de la mano a aquel hombre y le dije que, pasara lo que pasase, no me soltara. Él se limitó a murmurar un temeroso “de acuerdo”, y procedí a subir las escaleras sintiendo siempre su mano entrelazada con la mía.
Debía encontrar a unas 10 personas y meterlas en mi habitación. Para ello haría una cadena, donde el segundo se cogería de la mano del tercero, éste del cuarto, el otro del quinto... así hasta llegar a los diez. Luego los metería en mi habitación, buscaría armas, me las llevaría todas salvo una, y le daría la restante a quien viera con más posibilidades de usarla con acierto. Después cerraría la puerta con llave y ayudaría a los demás hasta que se nos indicara qué hacer.
Sólo había un problema: no encontraba a nadie con luces. Todos daban gritos, sobreponiéndose los unos a los otros, y yo apenas distinguía a mis compañeros de ciudadanos asustados. Encontré a una anciana por el camino, le di órdenes que no le gustaron, pero terminé consiguiendo que me siguiera. Dos niños perdidos, hermanos. Una mujer que seguramente estuviera embarazada (y si no lo estaba necesitaba desesperadamente ir al gimnasio porque, joder, entre sus lorzas podrían esconderse gemelos), un adolescente asustado que no paraba de gritar que aquello era una conspiración para gasearnos a todos (por favor), un novio desesperado en busca de su querida amada, que se había alejado cuando empezó el caos oscuro...
Me topé de bruces con alguien que, en vez de gritar asustado, se cagó en mi puta madre.
-¡¿Quién eres?!
-¡Kat! ¡Sector 34! ¡Saltos!-me presenté automáticamente, diciendo mi sector y mi especialidad-. ¿Y tú?
-Law, sector 25, bombas-contestó él-. ¿Tienes luz?
-¿Te crees que si la tuviera andaría por ahí a oscuras?
-Era una pregunta esperanzada, tía. No pretendía sonar gilipollas. ¿A cuántos llevas?
-Siete.
-De puta madre. Te doy a mis cuatro. ¿Cuál es tu habitación?
-Deberíamos conocernos antes-contesté sonriendo, y le escuché reír.
-De acuerdo, estrecha. No te llevaré la luz-aseguró, y yo ensanché la sonrisa-. ¡De acuerdo! Todos los que me seguís, os voy a poner una mano ahora en las vuestras. Es Kat. Sector 34. Salta muy alto-se burló, y me dieron ganas de aporrearle con un bate de béisbol-. Os llevará a un lugar seguro.
Un batallón de manos se paseó por las mías. El tal Law me dio las gracias en el oído, y salió corriendo (lo noté en la vibración del suelo y en la brisa que levantó) entre toda la oscuridad, buscando algo con que iluminarse.
Yo continué la marcha, esta vez mucho más despacio, sin recoger a más gente, temiendo que no cupieran todos en mi habitación. Cuando llegué a mi piso, el 34, un haz de luz me enfocó en el rostro, cegándome momentáneamente.
-¡¿Kat?! ¿Han fallado los generadores?-espetó una chica cuyo nombre no recordaba, a pesar de que había estado entrenándola cuando me castigaron. Se graduó a los pocos días de que se me torturara de aquella manera, de modo que rápidamente la perdí de vista.
-No lo sé. ¿Tienes más linternas?
-No, pero estoy ayudando a proteger a la gente.
-Ilumina el camino a mi habitación-ordené, y ella obedeció. Se colocó a mi lado y tendió la mano con la linterna en dirección al suelo. Sin temor a pisar a nadie y caerme por culpa de algún blandengue con miedo a la oscuridad que se hubiera desmayado de pánico, recorrí la distancia casi corriendo. A mi séquito le costó seguirme, pero más le costó meterse en aquella habitación.
Abrí los cajones y saqué un rifle. No era muy manejable, de modo que era perfecto para dárselo al viejo. Lo enfoqué con una linterna y le hice prometer que dispararía si alguien forzaba la puerta. Consintió, aterrorizado, se abrazó a la embarazada cuando vio que iba a cerrarles con llave.
-No, por favor, tengo claustrofobia...-susurró con un hilo de voz, que yo sorprendentemente oí, a pesar de los gritos histéricos.
-Me importa una mierda. ¿Quieres que te peguen un tiro entre las cejas?-ladré, y la recientemente ascendida principiante tiró de mí. Tenía una linterna, y ahora mismo lo que sostenía entre las manos se cotizaba a precio de oro-. Quedaos aquí y, por lo que más queráis, no hagáis ruido. Ni un murmullo. ¿Está claro?
Asintieron aterrorizados y gimieron cuando di dos vueltas a la llave. La coloqué en el suelo, entre un manojo de ellas que serían inservibles. Sólo una de las 20 del manojo abría la puerta. Esperaba que el viejo comprendiera a qué me refería con lo de forzar la puerta, pues todos los runners estábamos entrenados para identificar la llave buena y no equivocarnos.
Si alguien se equivocaba... bueno, lo sentiría por él.
Me dirigí con mi antigua semidiscípula por los pasillos, abriendo puertas y tendiendo linternas. Luego, presa de un presentimiento atroz, me las arreglé para librarme de todos los ciudadanos extraviados y adjudicárselos a otros runners para bajar a enterarme de lo que ocurría.
Aporreé la puerta de Puck, rezando porque se hubiera quedado vigilando los planos.
Alguien me tocó la espalda y me hizo gritar con todas mis fuerzas. De paso, me odié a mí misma por cobarde.
Me giré para encontrarme frente a frente con June.
-No me jodas-repliqué en susurros. Ella sonrió.
-Yo también me alegro de verte. ¿Buscas a Puck?
-Sí. ¿No está?
-Se ha ido a comprobar más planos.
-¿Dónde está ahora?
-No lo sé. Se apagó la luz apenas había cerrado la puerta aquí.
Y desapareció, llevándose su luz portátil con ella. Me apeteció pegarle un tiro por aquella condescendencia.
Se había ido la luz, joder. Y no era porque los generadores hubieran fallado, como había dicho la recién estrenada runner. Teníamos cientos de generadores preparados para darnos luz durante años, si era preciso.
Teníamos a alguien dentro.
Y me había propuesto que le costara salir.


4 comentarios:

  1. Eri tia flipo. Como haces para ue se te ocurran estas historias? No, en serio. No es la mitica fanfic pastelosa, es muchísimo mas, me encanta ♥

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  2. Es genial!! Esto no es una fanfic es una NOVELA como dios manda de arriba a abajo no se como se te ocurren todos estos detalles pero lo de escribir as nacido para ello Eri. @LauraTrashorras

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