Después de un sueño tan ligero que
parecía una bolsa de plástico al servicio del viento, ondeando aquí
y allá sin poder defenderse, pero que no me permitió volver en mí
hasta que los ruidos fueron demasiado fuertes, me había convencido a
mí misma de que todo lo que había sucedido el día anterior no
había pasado realmente.
Pero no fue así.
Apenas había abierto la puerta, ya
podía escuchar los murmullos sordos que controlaban toda la Base,
que parecían surgir de los cimientos de esta, como si los monstruos
del interior de la Tierra reclamaran un alimento que llevaban sin
darles demasiado tiempo.
Por todas partes había mujeres con
niños de la mano, buscando un lugar en el que meterse sin encontrar
realmente dónde esconderse de algo que yo no había visto aún.
Detuve a una mujer con menos prisa que
las demás sujetándola por el brazo, algo que no le gustó. Se
sacudió rápidamente, me miró de arriba a abajo y tiró de la
pequeña niña que llevaba pegada a sus faldas.
-¿Qué ocurre?
-Nos han dicho que nos escondamos.
-¿Por qué?
Se encogió de hombros, me miró los
tatuajes, asegurándose de que era de fiar, y me dio la espalda para
alejarse con las demás, uniéndose al torrente humano que no hacía
más que aumentar con el paso del tiempo.
Decidida a descubrir qué pasaba, y
todavía con el miedo de haberme quedado fuera el día anterior, cogí
mi pistola y corrí a los ascensores. Pude colarme en el último
segundo, mientras las puertas se cerraban, e incliné la cabeza hacia
mis compañeros runners, que parecían tan preocupados y molestos
como yo.
El ascensor chirrió cuando llegó a
su destino, y ni siquiera pudo abrirse del todo cuando nosotros
saltamos hacia fuera. Corrí hacia el despacho de Puck, que observaba
unos planos con desmesurado interés.
-¿No te los sabes de memoria?
-Estoy buscando puntos débiles.
Asentí con la cabeza e hice una
mueca, acercándome a la ventana de la pequeña habitación. Todo
parecía normal allá fuera, a excepción de la actividad
prácticamente nula alrededor de la Base, donde siempre había un
ligero frenesí, con gente corriendo de acá para allá. Siempre, eso
sí, respetando las vallas. Nadie quería verse dentro de los límites
de las vallas cuando había un runner cerca: la bronca que podía
caerle a ese alguien podía ser brutal.
-¿Ha pasado algo en mi ausencia?
Mi tutor negó con la cabeza sin
levantar siquiera la vista. Se pasó una mano por la cabeza, rasurada
(no recordaba haberlo visto con pelo, pero todos decían que Puck lo
hacía así porque le apetecía), y sorbió por la nariz, molesto con
algo.
-¿Te importa que esté aquí?
Levantó la cabeza con una sonrisa
sarcástica tatuada en la boca.
-Pues... la verdad...
-Lo capto-repliqué alzando las manos
sobre la cabeza, mostrándole las palmas. Era inofensiva en ese
momento. No tenía ganas de pelea. No después de que me echaran por
un incidente de nada y tener que trabajar más duro de lo que lo
había hecho jamás para que volvieran a depositar confianza en mí.
Que ahora fuera una traidora no
significaba que mereciera que me hubieran tachado antes de tiempo de
ello.
Pero, desde luego, no era el tipo de
traidora que simplemente se desmelena y hace lo que le viene en gana
para cumplir sus propios objetivos. En ese aspecto aún era una buena
persona y una buena runner. Ayudaría en lo que pudiera.
Me dirigí a la puerta, pero él
chistó para que me volviera. Apoyando una mano en el marco, me giré
rápidamente, dando a entender que no me apetecía perder el tiempo.
Si no me iba a dar nada que yo estuviera buscando, iría a otra parte
para conseguirlo.
-¿Cómo está la gente?
Me encogí de hombros.
-Un poco preocupados, pero eso es
todo. Nerviosos. No están acostumbrados a estar aquí dentro durante
tanto tiempo.
-Es por seguridad. Hasta que hagamos
inventario.
Fruncí el ceño.
-¿Crees que han entrado?
-No quiero creer nada, Kat. Quiero
estar seguro de que nadie se ha metido aquí dentro.
Y volvió a bajar la cabeza, dando por
finalizada la conversación. Salí y cerré la puerta detrás de mí,
y miré a mi alrededor, sin saber muy bien a dónde dirigirme. Quería
acción, quería salir a patrullar o algo, descubrir cosas que a los
demás se le estaban pasando por alto (no era de las mejores de mi
distrito sólo por mi pelo largo y sedoso, de un color que no solía
darse, sino porque era buena en lo que me proponía, y ahora quería
llegar hasta el fondo del asunto). Me agobiaba estar encerrada allí
dentro, sin poder salir al aire libre, con el único acceso a la
azotea de la Base como premio de consolación por ser buena chica y
portarme bien.
Alguien pasó corriendo a mi lado, con
la pistola clavada en la espalda... tal y como unas alas,
pensé sin desearlo realmente. Cerré los ojos y me masajeé la sien.
Sólo después me daría cuenta de que aquella sería Faith, cuando
ésta se volviera y me mirase, extrañada.
-¡Kat!
¿Qué haces aquí? Creía que estabas muerta.
Faith
y su sinceridad. No tenía pelos en la lengua, lo que hacía que,
unido a sus orígenes no del todo claros, pero de ascendencia segura,
hacía que muchos no la encontraran agradable. Yo, sin embargo, sí
que lo hacía. No era mi estilo andarme por las ramas.
-No
van a poder conmigo tan fácilmente. Además, ni siquiera estaba aquí
cuando llegó la poli-me encogí de hombros y luego señalé un
objeto cuadrado que traía en las manos, tan pequeño que podía
correr sujetándolo sin temor de que se le escurriera por los dedos-.
¿Qué llevas ahí?
Se
envaró y murmuró una única palabra:
-Confidencial-recitó
con ojos como platos, mirando al techo, tal y como hacían los robots
de las películas que en ocasiones podíamos ver, cuando estábamos
descansando o no había realmente demasiados trabajos que realizar.
Cuando la demanda de nuestros servicios disminuía, a veces nos
entrenábamos, pero no podíamos estar varios meses entrenando, de
modo que acabábamos sorteando quién iría a las misiones.
Obviamente, eso te dejaba mucho tiempo libre, y el cine era la única
distracción que podíamos permitirnos en la Base.
No
nos recomendaban leer libros, a pesar de que teníamos una amplia
biblioteca, porque era mucho más difícil controlar quién estaba
leyendo y el tiempo en que lo hacía a quién estaba viendo una
película y quién llevaba haciéndolo. No era la primera vez que un
runner conseguía un buen libro de la biblioteca (había una gran
lista de espera para cada libro, porque tan sólo había un ejemplar
de cada uno), y, atrapado entre las palabras, que hacían las veces
de soga, no podía dejarlo hasta terminarlo, sin importar la hora que
fuera.
No
era la primera vez que alguien tenía que salir en una misión a las
diez de la mañana y acababa haciéndolo a las tres de la madrugada,
demasiado tarde como para hacer realmente nada.
Torcí
el gesto, pero ella se echó a reír, perdiendo la pose de robot de
carne y hueso. Se golpeó los glúteos y negó con la cabeza,
secándose una lágrima que realmente ni siquiera estaba allí. Yo
suspiré y le sonreí.
-No
sé muy bien qué es, pero me hago una idea-comentó, cogiendo la
cajita y sosteniéndola muy cerca de sus ojos. La hizo girar varias
veces, tal vez esperando encontrar una inscripción que le comunicara
qué había en el interior de esta, pero no debió de haber suerte,
porque terminó alzando los hombros en un gesto de indiferencia-.
Creo que son grabaciones.
-¿Cintas?
¿Eso? ¿Aún se usan?
Asintió
con la cabeza, seria.
-Prefieren
los Cds, si es que aún consiguen encontrarlos, pero cuando se hacen
con una de estas, no la sueltan. Aunque es más difícil de manipular
y más fácil de estropear, también se transporta mejor y se daña
menos en el transporte.
-¿A
dónde lo llevas?
-A
seguridad. Seguramente quieran comprobar qué hay aquí. Tonterías
suyas-me confió, acercándose más a mí y tendiéndome el pequeño
objeto un momento. Yo lo estudié, haciéndolo girar como había
hecho ella, pero sin encontrar nada realmente destacable-.
Personalmente creo que piensan que van a poder hacer algo con esto,
como... yo qué sé. Evitar alguna catástrofe nuclear o algo así.
Están acojonados.
-¿Cómo
de acojonados?
-No
había visto nunca a los subordinados dando voces.
-¿Las
secretarias?-alcé las cejas y abrí la boca, estupefacta. Ella
asintió con la cabeza, cambió el peso del cuerpo de un pie a otro y
se agarró la cara interna del codo con la mano contraria-. Las
secretarias, ¿gritando?
-Te
lo juro por mi vida-aseguró-. Esto es algo serio, Kat. Algo gordo
está pasando. Seguramente en la Central de Pajarracos sepan lo que
nos traemos entre manos. No les ha gustado nada que hayas entrado y
salido de allí como si nada. ¿Y si te están buscando? O, peor, ¿y
si están intentando llegar hasta lo que robaste, y están dispuestos
a echar esto abajo?
-No
puede ser, Faith. Lo habrían hecho ya.
Ella
me arrebató su pequeño mensaje de las manos, miró a ambos lados y
se inclinó hacia mí. Yo hice lo propio.
-Vi
algo cuando se terminó el ataque, Kat. Ese algo volaba.
Era un ángel, estoy segura.
-¿Tan
lejos de su área?-repliqué con un deje de histeria en la voz, deje
que venía como anillo al dedo. Si habían visto a mi ángel por ahí
volando, debería estar acojonada porque se atrevieran a llegar a
sitios en los que tenían clara desventaja.
Pero
en realidad no era eso lo que me preocupaba, y lo que hizo que una
mano helada me cerrara la garganta y casi me impidiera respirar,
obligándome a boquear cual pez: tenía miedo de que hubieran visto a
Louis. De que fueran capaces de reconocerlo.
-Sí.
Abajo, en los suburbios-hizo un gesto con la cabeza en dirección
hacia las ventanas, y yo me imaginé saltando por ellas. Sería un
verdadero paseo comparado con lo que me iban a hacer.
Nuestra
situación era demasiado delicada, y yo hacía el tonto por ahí nada
menos que con un ángel. Nuestro enemigo más acérrimo. Y lo traía
hasta los confines de nuestro territorio sin preocuparme demasiado
por si alguien se enteraba de mi aventura, que tarde o temprano se
cobraría víctimas demasiado importantes.
-No
digas nada, pero... creo que tienen a alguien dentro.
-¿¡Qué!?-ladré,
y escuché mi voz elevarse varias octavas por encima de su tono
natural. Ella asintió con la cabeza, haciendo caso omiso de las
miradas molestas por mi comportamiento. No estaba bien que yo me
pusiera así con toda aquella gente, pero la verdad es que no podía
controlarme. Aquella noche no había recibido ninguna visita
celestial, había cientos de personas en la Base que no estaban
acostumbradas a vagabundear por ella, estaba segura de que muchas se
perderían, y tarde o temprano acabaríamos teniendo que ir a por
ellas. Trabajo que yo odiaba.
Faith
tiró de mí sin mediar palabra e hizo que la siguiera por los
entresijos de los pasillos hasta la parte que se encargaba de la
seguridad. Aquella zona no estaba muy frecuentada por los runners
(cuando tenías que ir era porque habías hecho algo mal, y casi
siempre terminabas escaqueándote saliendo antes de tiempo a una
misión ya planeada), y el personal que allí trabajaba, no demasiado
ducho en el trabajo que yo desempeñaba y que hacía que todo aquello
se sostuviera con relativa tranquilidad, conocedor de aquel disgusto
que ocasionaba la sola mención de la sección en la que trabajaban,
te recibía muy arisco, dando a entender que a ellos tampoco les
gustaba tener que recibir a críos que se habían colado en zonas no
controladas y que habían hecho saltar varias alarmas.
Los
principiantes les daban mucho trabajo, y la mayoría de ellos los
detestaba por ello. Bueno, por ello, y por la actitud de los que
estaban iniciándose en el arte de correr por las paredes y saltar de
edificio en edificio: la sensación de ser mejores y creerse más
fuertes que los que estaban sentados en una silla, leyendo códigos
binarios y hackeando páginas web continuamente no hacía más que
perjudicar a esta relación. Los principiantes llegaban a la sección
de seguridad con unos aires de majestuosidad que no deberían darse
en ellos, pero que no podían evitar: iban a encontrarse con alguien
que dependía de su trabajo, que iba a corregir sus errores. Era como
si mandaran sobre los de seguridad. Acababan creyéndoselo, los se
seguridad se cabreaban, y ya se armaba gorda.
La
última vez que entró un runner en aquellos despachos, el ambiente
estaba tan cargado y tan tenso por el continuo desfile de
principiantes pretenciosos, que terminó saliendo de allí con la
mandíbula desencajada y los puños ennegrecidos de no parar de dar
puñetazos.
Sí,
había habido una pelea.
Sí,
había corrido la sangre.
Y sí,
suspendieron a aquel runner durante un mes.
Cabe
añadir que ahora cada vez que podía se pasaba por aquella parte y
se dedicaba a insultar a quienes se habían enfrentado a él.
Pero
Taylor era así.
Y, en
el fondo, aunque me molestara su comportamiento de crío, tenía que
admitir que me encantaba que se encarara con aquellos que le
incordiaban y no les permitiera que lo pisotearan.
Puede
que los principiantes tuvieran razón por una vez, y la fueran
perdiendo conforme ganaban experiencia en ser como nosotros.
-No
tienen idea de quién es, por supuesto, y creo que para esto me han
mandado a por las cintas.
-¿Son
internas?
Faith
negó con la cabeza, sosteniendo las supuestas cintas pegadas a su
regazo. Luego frunció el ceño. Luego asintió. Luego chasqueó la
lengua.
-No
lo sé.
-Faith,
prométeme que, si sabes algo, me lo dirás, ¿quieres?
Ella
se detuvo y se plantó frente a mí. Me miró a los ojos durante
largo rato.
Y
luego, para mi sorpresa, me abrazó.
-Siento
lo que aquel ángel le hizo a tu pobre hermana. De veras. No se lo
merecía. Era inocente aún.
Me
quedé sin aliento, recordando el rostro apagado de la pequeña, con
los ojos abiertos y la boca entreabierta en un bramido silencioso, de
puro dolor, de reproche porque no había llegado hasta allí. La
pequeña de ojos saltones que contemplaba a un cielo de estrellas
invisibles, cuya luz se ahogaba por la propia luminosidad de aquella
horrible ciudad. Las farolas arrancaban chispas de aquellos globos
blancos, fingiendo dar una vida ausente.
Cerré
los ojos con fuerza, rememorando los últimos instantes que había
estado con mi hermana. La pequeña había salido a jugar al balcón,
a pesar de que mi madre le dijo que no lo hiciera. Estaba volando una
cometa cuando ésta pareció engancharse con algo en la parte de
arriba. No pareció demasiado importante, y ella misma se ofreció
voluntaria para ir a por su juguete. Levantó sus manitas en el aire,
brincando con el brazo alzado como lo hacía en clase, y se lanzó
como un bólido escaleras arriba una vez mi padre le dio luz verde.
Tardaba
10 minutos en volver, y mis padres se enfadaban por momentos, así
que yo misma subí, por el bien de la pequeña.
Cuando
llegué arriba, dos alas gigantes, blancas, estaban tapándome el
campo de visión. Oí pequeños gemidos ahogados.
Mi
hermana no podía gritar porque la estaban asfixiando.
El
ángel se volvió, me contempló con un rostro tan bello que parecía
el mismo demonio, y esbozó una sonrisa. Yo tampoco pude gritar; algo
dentro me ahogaba. Tan sólo podía contemplarlos con el pánico
clavado en mis entrañas, sin moverme, sin hacer nada.
Mis
ojos bajaron hasta la niña, y el ángel comprendió sin que yo
tuviera que abrir la boca. Mi cabeza sólo gritaba “déjala, por
favor, déjala, no te ha hecho nada”.
-¿La
quieres?
Conseguí
asentir.
-Ven
a buscarla-replicó. Di un paso, luego otro, y otros dos más. Cuando
la tenía al alcance, el ángel me empujó con sus alas, o con el
viento que formó en ellas y, sin temor alguno, como quien sabe a
dónde va y cómo va a acabar, agarró a la niña, voló alto, y...
…
la sostuvo en el aire...
…
se echó a reír...
…
yo conseguí gritar, pedir ayuda...
…
mientras ella caía.
Me
tiré del edificio, literalmente, con la esperanza de salvarla, a
pesar de que ella ya estaba casi en el suelo.
No
pude hacer nada por ella, vi cómo moría mientras mis padres
disparaban al aire, tratando de vengar a su hija pequeña.
Al
día siguiente, a pesar de las protestas de mi madre, me apunté al
curso de runners, donde me enseñaron a canalizar aquella rabia que
siempre sentía cuando pensaba en ella, y a bloquear el momento de su
muerte para que nunca me afectara en lo que hacía.
Pero
el recuerdo se había cansado de estar reprimido, y me invadió justo
cuando yo más alerta debía haber estado.
Estaba
segura de que Faith me había gritado y zarandeado antes de largarse,
pues notaba un leve mareo, y me había movido de sitio.
Lo
sabía porque estaba tocando una especie de sofá que antes no estaba
allí.
Y,
para colmo, se me había olvidado abrir los ojos, porque no veía
nada; sólo luces desperdigadas aquí y allá, ronroneando con la
corriente.
Los
oídos, llenos de los gritos de mi hermana cuando por fin le soltaron
el cuello y la lanzaron al vacío, fueron abriéndose a los sonidos
actuales, vaciando los del pasado igual que el agua del grifo cuando
éste se cierra y el último chorro se pierde por el desagüe.
Toda
la Base parecía estar gritando, y yo con ella. Después de unos
instantes de calma, traté de orientarme en la oscuridad. Busqué la
manera de saber dónde estaba, y, pegada a la pared, me desplacé en
busca de algunas escaleras.
Las
encontré después de creer varias veces que estaban al otro extremo.
Me pegué a una de las paredes y, sujetándome bien a la barandilla,
estiré la mano y toqué con los dedos las placas con los pisos que,
gracias a dios, tenían los números grabados en relieve.
Piso
6.
Mi
habitación estaba demasiado lejos como para ir a tientas; tenía que
encontrar a alguien que me llevara hasta ella, o, por lo menos, que
me diera luz.
Ni
siquiera pude reaccionar cuando los gritos me encontraron cual horda
de cazadores: bajaron por las escaleras en tropel, y, cuando quise
darme cuenta, alguien me empujaba y toqueteaba, nervioso, mientras
gritaba un nombre tan rápido que no logré saber a quién buscaba.
Le sujeté las manos y bramé por encima del estrépito, las voces y
los pasos corriendo mezclándose en una música infernal:
-¿Qué
ha pasado?
-¡Se
ha ido la luz!-me tragué la respuesta sarcástica de rigor, como
“oh, menos mal, creía que me había quedado ciega y que tendría
que ir a alguno de los hospitales del Gobierno, donde probablemente
me sacasen el cerebro para extraer mis recuerdos” y esperé a que
aquel hombre que, a juzgar por su voz, sus manos y su rostro surcado
por las arrugas, era de edad avanzada-. ¡Dicen que busquemos a
alguien que nos ayude y que hagamos lo que nos diga!
Conocía
perfectamente el protocolo de cuidados de los nuestros, pero una cosa
era saberse la teoría y otra muy distinta, ponerla en práctica, y
más en la oscuridad más absoluta.
Agarré
de la mano a aquel hombre y le dije que, pasara lo que pasase, no me
soltara. Él se limitó a murmurar un temeroso “de acuerdo”, y
procedí a subir las escaleras sintiendo siempre su mano entrelazada
con la mía.
Debía
encontrar a unas 10 personas y meterlas en mi habitación. Para ello
haría una cadena, donde el segundo se cogería de la mano del
tercero, éste del cuarto, el otro del quinto... así hasta llegar a
los diez. Luego los metería en mi habitación, buscaría armas, me
las llevaría todas salvo una, y le daría la restante a quien viera
con más posibilidades de usarla con acierto. Después cerraría la
puerta con llave y ayudaría a los demás hasta que se nos indicara
qué hacer.
Sólo
había un problema: no encontraba a nadie con luces. Todos daban
gritos, sobreponiéndose los unos a los otros, y yo apenas distinguía
a mis compañeros de ciudadanos asustados. Encontré a una anciana
por el camino, le di órdenes que no le gustaron, pero terminé
consiguiendo que me siguiera. Dos niños perdidos, hermanos. Una
mujer que seguramente estuviera embarazada (y si no lo estaba
necesitaba desesperadamente ir al gimnasio porque, joder, entre sus
lorzas podrían esconderse gemelos), un adolescente asustado que no
paraba de gritar que aquello era una conspiración para gasearnos a
todos (por favor), un
novio desesperado en busca de su querida amada, que se había alejado
cuando empezó el caos oscuro...
Me
topé de bruces con alguien que, en vez de gritar asustado, se cagó
en mi puta madre.
-¡¿Quién
eres?!
-¡Kat!
¡Sector 34! ¡Saltos!-me presenté automáticamente, diciendo mi
sector y mi especialidad-. ¿Y tú?
-Law,
sector 25, bombas-contestó él-. ¿Tienes luz?
-¿Te
crees que si la tuviera andaría por ahí a oscuras?
-Era
una pregunta esperanzada, tía. No pretendía sonar gilipollas. ¿A
cuántos llevas?
-Siete.
-De
puta madre. Te doy a mis cuatro. ¿Cuál es tu habitación?
-Deberíamos
conocernos antes-contesté sonriendo, y le escuché reír.
-De
acuerdo, estrecha. No te llevaré la luz-aseguró, y yo ensanché la
sonrisa-. ¡De acuerdo! Todos los que me seguís, os voy a poner una
mano ahora en las vuestras. Es Kat. Sector 34. Salta muy alto-se
burló, y me dieron ganas de aporrearle con un bate de béisbol-. Os
llevará a un lugar seguro.
Un
batallón de manos se paseó por las mías. El tal Law me dio las
gracias en el oído, y salió corriendo (lo noté en la vibración
del suelo y en la brisa que levantó) entre toda la oscuridad,
buscando algo con que iluminarse.
Yo
continué la marcha, esta vez mucho más despacio, sin recoger a más
gente, temiendo que no cupieran todos en mi habitación. Cuando
llegué a mi piso, el 34, un haz de luz me enfocó en el rostro,
cegándome momentáneamente.
-¡¿Kat?!
¿Han fallado los generadores?-espetó una chica cuyo nombre no
recordaba, a pesar de que había estado entrenándola cuando me
castigaron. Se graduó a los pocos días de que se me torturara de
aquella manera, de modo que rápidamente la perdí de vista.
-No
lo sé. ¿Tienes más linternas?
-No,
pero estoy ayudando a proteger a la gente.
-Ilumina
el camino a mi habitación-ordené, y ella obedeció. Se colocó a mi
lado y tendió la mano con la linterna en dirección al suelo. Sin
temor a pisar a nadie y caerme por culpa de algún blandengue con
miedo a la oscuridad que se hubiera desmayado de pánico, recorrí la
distancia casi corriendo. A mi séquito le costó seguirme, pero más
le costó meterse en aquella habitación.
Abrí
los cajones y saqué un rifle. No era muy manejable, de modo que era
perfecto para dárselo al viejo. Lo enfoqué con una linterna y le
hice prometer que dispararía si alguien forzaba la puerta.
Consintió, aterrorizado, se abrazó a la embarazada cuando vio que
iba a cerrarles con llave.
-No,
por favor, tengo claustrofobia...-susurró con un hilo de voz, que yo
sorprendentemente oí, a pesar de los gritos histéricos.
-Me
importa una mierda. ¿Quieres que te peguen un tiro entre las
cejas?-ladré, y la recientemente ascendida principiante tiró de mí.
Tenía una linterna, y ahora mismo lo que sostenía entre las manos
se cotizaba a precio de oro-. Quedaos aquí y, por lo que más
queráis, no hagáis ruido. Ni un murmullo. ¿Está claro?
Asintieron
aterrorizados y gimieron cuando di dos vueltas a la llave. La coloqué
en el suelo, entre un manojo de ellas que serían inservibles. Sólo
una de las 20 del manojo abría la puerta. Esperaba que el viejo
comprendiera a qué me refería con lo de forzar la puerta, pues
todos los runners estábamos entrenados para identificar la llave
buena y no equivocarnos.
Si
alguien se equivocaba... bueno, lo sentiría por él.
Me
dirigí con mi antigua semidiscípula por los pasillos, abriendo
puertas y tendiendo linternas. Luego, presa de un presentimiento
atroz, me las arreglé para librarme de todos los ciudadanos
extraviados y adjudicárselos a otros runners para bajar a enterarme
de lo que ocurría.
Aporreé
la puerta de Puck, rezando porque se hubiera quedado vigilando los
planos.
Alguien
me tocó la espalda y me hizo gritar con todas mis fuerzas. De paso,
me odié a mí misma por cobarde.
Me
giré para encontrarme frente a frente con June.
-No
me jodas-repliqué en susurros. Ella sonrió.
-Yo
también me alegro de verte. ¿Buscas a Puck?
-Sí.
¿No está?
-Se
ha ido a comprobar más planos.
-¿Dónde
está ahora?
-No
lo sé. Se apagó la luz apenas había cerrado la puerta aquí.
Y
desapareció, llevándose su luz portátil con ella. Me apeteció
pegarle un tiro por aquella condescendencia.
Se
había ido la luz, joder. Y no era porque los generadores hubieran
fallado, como había dicho la recién estrenada runner. Teníamos
cientos de generadores preparados para darnos luz durante años, si
era preciso.
Teníamos
a alguien dentro.
Y me
había propuesto que le costara salir.
Eri tia flipo. Como haces para ue se te ocurran estas historias? No, en serio. No es la mitica fanfic pastelosa, es muchísimo mas, me encanta ♥
ResponderEliminarAw muchas gracias ♥
EliminarEs genial!! Esto no es una fanfic es una NOVELA como dios manda de arriba a abajo no se como se te ocurren todos estos detalles pero lo de escribir as nacido para ello Eri. @LauraTrashorras
ResponderEliminarAw muchísimas gracias Laura, me encantas ♥
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