domingo, 23 de febrero de 2014

Desierto.

Fue dormir, precisamente, lo que no hice esa noche. En absoluto.
Aun así, debía ser honesta: nadie me penalizaría por no dormir aquella noche en la que la luna se mostraba alta en el cielo, y parecía disfrutar observando a los demás, como diciendo “soy mejor que vosotros, y lo mejor es que lo sabéis, y sufrís por ello”.
Estaba segura de que decenas de los míos se encontraban mirando por la ventana a aquel cuerpo celeste, preguntándose qué ocurriría si hallaban la manera de escapar hacia ella, salir volando (mm, volando) hasta perderse en el cielo, haciéndose tan pequeños que nadie pudiera distinguirlos, e instalarse en la superficie blanca, silenciosa y virgen de nuestro satélite.
Gracias a Dios, el Gobierno omnipotente no había trasladado su fuerza hacia ella. Y ahora ella era la esperanza que quedaba. La vía de escape a través de la cual nuestras almas aún se aferraban a la esperanza, especialmente en esos momentos tan duros.
Habían entrado en la Base, habían robado documentos, habían encerrado a nuestros dirigentes... mientras nosotros no sabíamos cuál sería su siguiente movimiento y nos ocupábamos de las víctimas inocentes, que jamás habían pisado el campo de batalla (y jamás deberían pisarlo) sin saber que habíamos salido a cielo abierto, pequeños mochuelos aleteando con furia para aprender a volar mientras un águila imperial se alzaba sobre nosotros, esperando el momento oportuno para abalanzarse sobre la pequeña bandada que representábamos, y destrozarnos.
A pesar del silencio reinante en la Base, sabía que casi nadie estaría durmiendo. Nadie, por supuesto, de nuestras filas.
No éramos tan estúpidos como para dejar que las familias se enterasen de que estábamos jodidos, jodidísimos. Necesitaban dormir. No podíamos ocuparnos de ellos las 24 horas del día, los 365 días de aquel año, y sólo con un buen sueño lograrían volver a ser quienes eran.
Mentiría si dijera que me hubiera gustado dormir esa noche. En realidad no era así. Agazapada en la oscuridad de mi habitación, con los halos de luz blanquecina que se colaban por la ventana a través de las rendijas de la persiana, pensaba en mi siguiente movimiento.
Y jugueteaba estúpidamente con la bola minúscula, acero y zafiro, que le había arrebatado a aquel policía antes de darle el golpe de gracia.
Sólo deseaba poder llorar para así dejar de darle vueltas al asunto; estaba claro que haciendo el tonto con la bola no iba a solucionar nada.
Y necesitaba, además, toda mi capacidad de concentración para pensar en cómo llamar a Louis sin que nadie se diera cuenta de que hasta hace poco intimaba con el enemigo y conseguir vengarme.
Una venganza pequeña. Casi ínfima.
Pero venganza al fin y al cabo.
Pero, ¿qué venganza llevar a cabo? ¿Qué podría ocurrírseme en el lapso de tiempo que había con la noche siguiente, cuando le llamaría y haría lo que tenía que hacer? Nada lo suficientemente bueno, lo cual era una putada, porque tenía que darme prisa.
Todos nos vigilábamos entre todos. Había una conciencia colectiva de lo vulnerables que éramos (al principio nos había dado por pensar que nos habíamos vuelto vulnerables, pero luego, a la hora de la verdad, resultó que caímos en la cuenta de que siempre lo habíamos sido, y no habría forma de cambiar aquello), de la necesidad que teníamos los unos de los otros, de lo poco que nos valorábamos y lo mucho que nos necesitábamos realmente. Ahora, todos cuidábamos de todos, cuando antes había imperado la conciencia del Yo, ese Yo Supremo, el Yo Que Todo Lo Puede y El Yo Que Hace Que Le Jodan Al Resto porque hay que correr, correr por salvar tu vida, y la de los demás... no es cosa tuya.
Ahora era imposible hacer ningún movimiento sin que varios ojos se posaran en ti, ofreciendo su ayuda, pidiendo ayudarte, dejando que les dejaras ser tus aliados y que no te dejaras cazar.
Pero había un fallo: no sabíamos organizarnos en grupo. La Sección Coliflor (jamás me cansaría de ese nombre) no se caracterizaba por ser la más unida, que digamos. Siempre íbamos a nuestra bola, porque éramos los mejores, y no había nada que hacer contra aquello. Las estrellas que se colocaban demasiado cerca unas de otras se atraían entre sí, arrastrándose conjuntamente a una destrucción total, no sólo propia sino de lo que les rodeaba también, porque eran demasiado poderosas para estar unidas. Había que calibrar nuestras uniones, pensar en si merecía o no la pena juntarse y formar un todo indisoluble, y averiguar cómo hacerlo.
Mientras tanto, todavía podría seguir siendo Cyntia, aquella chica cuya hermana pequeña murió y cuya muerte hizo que se alistara entre las filas de los runners. La mejor de su sector. La mejor de su sección. Probablemente la mejor de la ciudad.
Y a la puñetera Cyntia no se le ocurría una buena venganza.
Lo único que me venía a la cabeza era arramplar con todas las armas que teníamos en el edificio, arrastrarlas hasta la azotea y esperar a que Louis se viera llamado hacia mí. Yo no haría nada, simplemente me sentaría y me limitaría a esperar para ver cómo su silueta se recortaba contra el cielo, sus majestuosas alas hiriendo de gravedad la noche, proporcionando un negro oscuro como pocas veces se había visto a todo aquello que tenía luz.
En cuanto lo viera, cogería el arma más dolorosa que hubiera podido encontrar y cargar, y no me lo pensaría dos veces: abriría fuego y lo cosería a balazos. Pobre del que pensara en que no sería capaz de hacerlo, porque le abriría el cuerpo al igual que iba a hacer con el pájaro.
Sacudí la cabeza, golpeando la almohada y azotando el colchón con mi trenza mal hecha. El día había sido duro para ambas.
Fruncí el ceño y me tapé los ojos, pellizcándome de paso el puente de la nariz.
-Tiene que ocurrírsete algo, Kat. Algo bueno. Algo gordo. Algo a la altura de las circunstancias.
El Gobierno podía pensar lo que quisiera de mí: yo no era una mercenaria como las que habían traído, ni tampoco una mercenaria como los ancestros de los runners. Yo no mataba y daba el asunto por zanjado. Prefería mil veces torturar. Y más cuando se me cabreaba lo suficiente.
Y el Gobierno había conseguido cabrearme lo suficiente convirtiéndome en lo que más odiaba y haciendo que algo me gustara por encima de todo lo demás.
Tenía que matar a ese algo antes de que me hiciese perder la cabeza, sí, pero, ¿qué pasaba si efectivamente lo hacía? Convertiría a Louis en un mártir, me sentiría mal por todo, sentiría que él, al fin y al cabo, sería inocente, y que había pagado injustamente con su vida por crímenes que él no había cometido. Yo sólo sería la jueza y él el ejecutor. Yo dictaría sentencia aun sabiendo que la culpa no era suya.
Era por eso por lo que tenía que preparar un buen plan, algo que nos engañara a ambos, tanto a él como a mí. Poner distancia. Levantar barreras. Construir diques. Inundar desiertos y secar océanos. Eso era lo que había que hacer, no convertir al demonio en ángel a través de una bala bien disparada.
¿Se lo merecía? Sí, se merecía que lo matara.
¿Se merecía que lo matara y lo convirtiera en mártir? No. Mi hermana era una mártir. Él jamás debía entrar en la categoría de mi hermana.
Y no sería yo la que hiciera que le confundieran de lugar.
Di mil vueltas en la cama, pensando en qué podía hacer para solucionar la situación. Llegué incluso a apretujar la pequeña bola contra mi cara, pidiéndole con la boca que me ayudase, colocándola contra mi frente para que le fuera más fácil pasar sus ideas a las mías.
Vi salir el sol.
Y me levanté con él, sin preocuparme por mi aspecto. Salí al pasillo y caminé entre los fantasmas de mis compañeros, que aún estaban aturdidos por lo de ayer. Yo había pasado por esa fase con mucha más rapidez que ellos.
Los disparos te hacían espabilar y despejaban tu mente a gran velocidad. En serio. Deberíais probarlos si necesitáis aclararos las ideas. De repente todo está claro, y tus prioridades perfectamente organizadas, cuando ves un arma apuntándote e intuyes la asesina minúscula que sale de ella en dirección a ti, deseosa de matar.
Cientos de miradas cruzadas, cientos de ojeras, pasos vacilantes, intentos de firmeza donde las cosas se habían roto, mentiras con “estoy bien” y “no pasa nada”, “todo saldrá bien”. Mi favorita era “hoy es un nuevo día, las cosas van a cambiar”.
Claro, joder.
Por eso llevábamos medio siglo de esclavitud.
Las cosas cambiaban a una velocidad terriblemente elevada; tanto que no podías distinguir la transición y todo te parecía igual.
Me encontré con Faith en las escaleras camino del comedor que, sorprendentemente, había permanecido intacto. Lo cual daba mucho que pensar.
-¿Qué tal has dormido?-preguntó ella.
-De puta madre. No he dormido una mierda-dije, dándole una palmada en la espalda y dedicándole una sonrisa cansada-. ¿Y tú?
-Más de lo mismo. Si he dormido algo, no ha pasado de la media hora. He estado trabajando toda la noche con los de informática. Las cámaras no han grabado nada.
-¿Y la cinta que llevabas?
-Chamuscada. Nos llevó casi tres horas conseguir sacar algo de ella. Y, ¡sorpresa!-gruñó, bajando la cabeza y negando con ella. El pelo le colgaba como estalactitas de oscuridad hechas de gelatina-. Era un circuito cerrado. Si había grabado algo, se sobrescribió. O no grabó nada.
-Me encanta este sitio, especialmente en días como hoy-casi grité yo. Dos runners que pasaban a mi lado me miraron un segundo. Luego bajaron la cabeza y siguieron su camino.
-Me fastidia que pasen cosas así, y más cuando tenemos gente en casa. Hace que te vean como...
-¿Un imbécil?
-No.
-¿Un mamarracho?
-No...
-¿Gilipollas perdido?
-Creo que “incompetente” es la palabra más adecuada-murmuró con tristeza, los hombros clavándose despacio en el suelo. Sí, estaba jodida, mucho más que yo. Debía de ser muy duro ver cómo algo que tus antepasados de sangre habían fundado se desmoronaba ante tus ojos, y saber que no eras lo bastante bueno como para arreglarlo.
En ese momento estuve segura de que Faith conocía todo el peso de su nombre, y sabía lo alto que estaba, lo grande que le quedaba y lo pequeña que ella era cada vez que la llamabas y era ella quien se volvía a atenderte, no la Faith ancestral. La primera de todas. La auténtica. La única.
-No sé tú, Faith, pero yo quiero venganza-comenté con frialdad, observando el boquete que la policía había hecho cuando pasaron por allí. Aquel souvenir era precioso.
-Ojalá pudiera reclamarla ahora.
-¿Sabes? Llevo toda la vida queriendo venganza. De hecho creo que soy un pozo de venganza esperando para llenarse. Y explotaré algún día. Llego incluso a creer que ese día está llegando, se acerca más y más rápido cada vez, como si... como si estuviera cansado de que yo lo retrase.
-Si necesitas ayuda, ya sabes dónde encontrarme-murmuró, arrastrando los pies lejos de mí. Yo me quedé mirándola, triste, sintiendo cómo el pozo de mi venganza se llenaba un poquito más al contemplar lo que habían hecho de aquella muchacha que siempre estaba amando la vida a su manera.
Se hubiera suicidado de haberlo considerado.
La muerte estaba en sus ojos.
Proseguí mi camino con la imagen de Faith arrastrando su alma en pena hecha de carne y hueso grabada en mis retinas. Me senté en el comedor con los runners con los que mejor me llevaba. Blondie se unió a nosotros y comentó que no había vuelto a ver a las chicas de las que se habían tenido que ocupar Night y el de la mochila.
Alcé la mirada y me dispuse a preguntar algo cuando un trozo de pasta voló por los aires mientras algún gilipollas que deseaba morir antes de tiempo consideraba oportuno que lo que necesitábamos era una guerra de comida.
-¡No estamos en un puto instituto, joder! ¡Pírate a la guardería de la que te has escapado!-grité yo, poniéndome en pie y fulminando con la mirada al subnormal de turno. El tío me miró y trató de enfrentarse a mí, pero su novia fue más rápida y me llamó zorra barata. Le respondí tirándole la bandeja con todo lo que había encima. Mi intención no era ensuciarla: mi intención era dejarla sin dientes.
Al segundo del despegue de mi bandeja, el comedor se posicionó a favor o en mi contra, y se inició una batalla campal que me avergonzó, sobre todo por haber sido yo la que la había iniciado. Era como observar un bosque precioso y prenderle fuego sin querer. Ahora te tocaba quedarte a mirar cómo ardía y sufrir con las vidas que se perdían, vegetales y humanas.
A veces odiaba la poca paciencia que tenía con los retrasados.
Pero, ¿en serio? ¿Una puta guerra de comida?
Entre los gritos y el barullo que se formó, entre las patadas y los puñetazos, se oyeron unos disparos.
El corazón comenzó a latir arrítimicamente, más rápido de lo que yo lo había sentido jamás. Creí que moriría allí mismo, presa del pánico que traía la suposición de que tal vez la poli hubiera llegado hasta nosotros sin que ninguna alarma saltara...
… otra vez.
El comedor se quedó en el más absoluto de los silencios. Tíos que enganchaban a tías por el pelo, tías con la pierna clavada en la entrepierna de los tíos, chicos y chicas con la cara enrojecida por los golpes, dos que apenas podían respirar, uno que boqueaba en busca de aire después de que un mastodonte le clavara el puño en el vientre... todos, absolutamente todos los monstruos humanos en los que nos habíamos convertido nos giramos en el momento en que Puck se subía a una de las mesas, con el arma silenciadora aún humeante en la mano, y nos fulminaba con la mirada.
-¿Qué coño estáis haciendo?
Creí que todos me señalarían y me marcarían como la que inició todo aquello.
Casi deseé que lo hicieran. Prefería ser yo la que pagaba el pato a que fueran todos los demás, algunos de los cuales se habían visto arrastrados y habían empezado a pegar para defenderse.
-No sé si sabéis lo que ha pasado, pero nos han invadido, ¿me oís? Entiendo que estéis tensos, y de hecho lo celebro, porque a partir de ahora estamos en guerra. Pero, ¿me estáis escuchando, panda de inútiles? La guerra no es civil. Repito: LA GUERRA NO ES CIVIL, JODER-gritó, pegando un tiro al aire y destrozando una ventana. Yo fui de los muchos que se giraron a contemplar el destrozo, y una de las pocas que creyó que Puck había querido matar (y lo había conseguido) a alguien-. SI QUERÉIS REPARTIR HOSTIAS, SALID A LA CALLE. CADA UNO DE LOS QUE ESTAMOS AQUÍ PRESENTES VALEMOS ORO AHORA MISMO. Y NO TOLERARÉ QUE OS REBAJÉIS A LUCHAR COMO LA CHATARRA QUE SE HA ATREVIDO A VENIR A POR NOSOTROS. Y PARECE QUE HAN CONSEGUIDO MARCHARSE CON VUESTROS CEREBROS.
Bajé la cabeza, y vi por el rabillo del ojo que unos pocos más lo hacían. Otros, en cambio, contemplaban a Puck con odio, retándole a que siguiera con la perorata. Yo también quería que siguiera, que la cagara y pudiera abalanzarme contra él.
¿De verdad nos estaba echando la bronca cuando habíamos salido a buscarle, a él y a sus compañeros, y le habíamos rescatado? De acuerdo, nuestro comportamiento no era el mejor. Pero de ahí a llamarnos descerebrados...
Los puños me ardían, y quería apagar el fuego que los consumía con el agua de la cara de Puck.
Levanté la mirada justo cuando él comenzó a bajarse de la mesa. Me contempló largo rato. Los runners que estaban entre nosotros se hicieron a un lado, temiendo que el tiroteo empezase de un momento a otro. Yo fruncí el ceño y alcé la mandíbula. Estaba avergonzada, pero jamás lo demostraría. Me iría de aquel mundo como había llegado: gritando y pataleando.
Y en mi estancia tenía planeado hacer lo mismo.
Puck negó levemente con la cabeza, como insinuando que le había decepcionado...
… y el pozo de mi venganza se llenó un poco más mientras a mi cabeza corría una solución.
Aquella misma noche, tal y como había planeado, llamaría a Louis. Y le haría arrepentirse de haberme hecho creer que podía ser como Taylor para mí.
Nunca, jamás, admitiría que ya era más que mi novio. No podía. No debía. No quería. No lo haría.
En lugar de ello sería capaz de desenmascararlo y hacer que todo lo que me había gustado de él se volviese en su contra, y me causase repulsa.

Si había conseguido con dos frases que los runners enloquecieran y se volvieran los unos contra los otros, no había nada, absolutamente nada, que yo no pudiera conseguir.

2 comentarios:

  1. Eres consciente de que me estas causando una adicción grave a esta novela?? JAJA ya me gustaría a mi tener el talento que tienes tu, y realmente tu forma de escribir la tienen pocos solo los grandes escritores hacen ver la historia en tu mente como una película y reir, llorar,asustarse o enfadarse con el personaje como lo haces tu y soy una pesadilla con lo que tienes un don pero es que realmente lo tienes! Bueno espero aquí viciada al próximo capitulo... jaj ;) @LauraTrashorras

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    1. Ay Laura, creo que subestimas mi capacidad de escribir, la verdad JAJAJAJAJAJ pero me alegro mucho de que consigas meterte tanto en la historia y seas capaz de sentir lo que yo intento que sientas :3
      No eres pesada, y lo sabes; me encanta que me dejes comentarios. De verdad. Ojalá no fueras la única que me los dejara, me encanta leer lo que me ponen, y eso... pero estoy agradecida con lo que hay :)

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