domingo, 11 de octubre de 2015

Carpe Dianam.

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               Creo que nunca, en mi vida, agradecería tanto el haber tenido una hermana más pequeña que yo, como el momento en que me encontré a Diana llorando en el sofá. Estaba dispuesto a consolarla, a apretarla entre mis brazos y decirle que todo estaría bien y que no debía preocuparse, a ofrecerme a partirle las piernas al hijo de puta que le hubiera hecho sentirse así… incluso si fuera yo. Pero no hizo falta; con la habilidad de quien esconde sus debilidades porque sabe que son lo primero que atacarán, se limpió las lágrimas con el dorso de la mano y se me quedó mirando con el desafío en la mirada, deseando que le preguntara qué le pasaba para poder contestarme como seguramente me merecía.
               Pregúntame por qué estaba llorando, porque los dos sabemos que mis ojos rojos no son por la consola.
               -La comida está lista, ¿tienes hambre?-inquirí, después de que su mirada se me hiciera insoportable. Asintió despacio-. Pues venga, americana.
               Tenía experiencia tendiendo la mano. Detestaba pensarlo, pero al único al que no había tenido que levantar nunca en ninguna ocasión de mi familia era a mi padre. Nunca se había roto delante de mí, y se lo agradecía, pero todos los demás habían necesitado que los ayudara a levantarse y seguir caminando.
               Incluida mamá.
               Incluido Scott.
               Y, seguramente suene como un hijo de puta diciendo esto, pero no sé cuál de los dos me dolió más.
               Scott, sentado en el suelo del baño, con los ojos rojos y las piernas clavadas en el pecho, negándose a moverse después de enterarse de que le habían puesto los cuernos.
               Mi madre, tirada en el suelo del baño, suplicándome que la dejara donde estaba y que esperase a que llegara papá, que él tenía que encargarse de ella, que tampoco era tan grave, que yo no podía levantarla porque era antinatural. No tenía cáncer, sus piernas respondían (todavía, añadió, y fue eso precisamente lo que me hizo tirar de ella), así que no debía levantarla.
               Desobedecí, inmediatamente, aunque uno no mediara palabra, sino que me lo dijera con la rigidez de su cuerpo, y la otra llorase con más fuerza por tener que suplicar que no la ayudaran, o por dejarse ver así.
               Pero noté algo diferente en cómo se levantó Diana: me acarició la mano con los dedos mientras se aseguraba en mi muñeca, como si ella me agradeciera lo que estuviera haciendo aunque detestase que lo hiciese. Scott había protestado con gruñidos, se había negado a ayudarme a pasarle el brazo por encima de mi cuello, y mamá… bueno, pensé que le tendría que cruzar la cara, pero al final no hizo falta. Sólo tuve que tirar de ella.
               La caricia hizo que algo dentro de mí se estremeciera, pero no dejé que lo notara. Si agradecías que te salvaran era porque estabas al borde de no poder ser salvado, aunque tú es no podías saberlo.
               Y Diana, estaba claro, no iba a dejar que ese pensamiento se formara en su cabeza.
               -No necesitarás que te lleve a cuestas, ¿verdad? No deben de servirte de mucho, esas piernuchas.
               Ella se rió; era justo lo que yo quería. El precipicio se alejaba.
               -No creo que pudieras llevarme con esos brazos de mierda que tienes-susurró, frotándose los ojos y apoyando su peso en mí. La verdad era que sí, podría cargarla a ella y a otra como ella, pero dejé que se creyera la ganadora en ese momento. Se estaba recomponiendo, y yo no tenía ningún derecho a hacer que volviera a romperse.
               Se volvió un momento, justo cuando estábamos cruzando la puerta, y murmuró:
               -No hemos apagado el juego.
               -No pasa nada-repliqué.
               No fue hasta que terminamos de subir las escaleras y aparecimos en la parte trasera del salón que me di cuenta de que todavía seguía dándole la mano. Ella también lo notó en ese instante, contempló nuestros dedos entrelazados con gesto de estupefacción, como si le hubiera brotado un ojo en la mano y hubiera comenzado a ver a través de él.
               Se separó de mí, y una parte de mí la odió por ello. Carraspeó sonoramente, se echó el pelo a un lado y echó a andar por mi casa con gesto gráciles, los de quien se gana la vida literalmente paseando.
               Joder, T escuché reírse en mi cabeza a Scott cuando se me fueron los ojos a su culo. Debería intentar excusarme, decir que estaba en pleno campo de visión y que la culpa no podía ser mía, que ningún jurado me condenaría, pero, ¿qué cojones? La verdad es que quise mirar, y no lo lamenté.
               De hecho, me ayudó a entender por qué había conseguido tantas portadas.
               -Apaga la tele, Tommy-espetó mi madre, poniendo los ojos en blanco y colocando los platos con la comida en la mesa. Diana miró en todas direcciones, decidiendo en qué huequecito esconderse: era la primera vez que estaba con toda mi familia en la misma habitación.
               -Déjala, Eri. Quiero ruido de fondo para interrogar a Diana-se cachondeó papá. Mamá le dirigió una mirada envenenada.
               -No saques el agua, ya lo hago yo.
               -Acabo de venir de trabajar-protestó él, alzando las manos.
               Toda la cocina se quedó en silencio, observando a mi madre. Sabíamos de sobra lo que venía, y la americana parecía sospecharlo.
               -Papá…-llegó a decir Eleanor, estupefacta.
               -¿Sabes cuánto tiempo aguanté tener a tus putos hijos dentro? ¿Lo sabes?
               -No, nena-respondió él, aunque lo sabía de sobra. Era una operación sencilla, incluso Astrid sabía ya hacerlo. Cuatro, multiplicado por nueve, era igual a…
               -¡36 MESES! ¿CUÁNTO TIEMPO ES ESO?
               Treinta y seis, dividido entre 12, era igual a…
               -¡TRES JODIDÍSIMOS AÑOS! ¡ENTEROS! ¡ARRASTRANDO A GENTE DENTRO DE MÍ! ¡Y TODAVÍA LE ERA ÚTIL A LA SOCIEDAD! ¡A ESTA CASA! ¡A TI!
               Diana no podía creerse el espectáculo al que estaba asistiendo. Parecía al borde de un ataque de risa histérica. Me puse a su lado y la pellizqué. No te rías ahora le dije con los ojos, o vendrá a por todos nosotros, y bien sabe Dios que os habríais rendido a los casacas rojas si mi madre hubiera puesto un pie en vuestro continente.
               -¡Y LOS PARTOS!
               Astrid y Dan se miraron, divertidísimos. Cualquier día se empezaban a descojonar, y yo me quedaría sin hermanos del mismo sexo que el mío.
               -¡¿CUÁNTOS HAS AGUANTADO TÚ, EH?! ¿CUÁNTOS?
               -Ninguno, nena-cedió papá, levantándose.
               -¡PUES NO ME TOQUES LOS HUEVOS! ¡NO TENGAS LOS COJONAZOS TAN INMENSOS COMO PARA DECIRME QUE ESTÁS TAN CANSADO DE HABLAR, COSA QUE TE ENCANTA, COMO PARA NO IR A LA PUTÍSIMA NEVERA Y COGER EL AGUA!
               Papá colocó despacio la botella de agua encima de la mesa. Astrid la alcanzó.
               -Perdón.
               -¡GRACIAS, OH DIOS TODOPODEROSO!-mamá alzó las manos al cielo-. ¡MI MARIDO NO SE HA QUEDADO PARALÍTICO DEL ESFUERZO! ¡NO TENDREMOS QUE VIVIR DE NINGUNA PENSIÓN DEL GOBIERNO! ¡GRANDE ES TU GLORIA Y BUENO TU CORAZÓN!
               Vale, eso era una añadidura a la que no estábamos preparados. Eleanor se volvió hacia mí con los ojos cerrados; se estaba mordiendo los labios.
               -¿A QUE NO HA SIDO TAN DIFÍCIL?
               Papá no respondió, sólo se la quedó mirando.
               -¿Cuánto tiempo vas a estar montándome estos pollos?
               El descojone incipiente de Eleanor y mío murió antes de nacer. Nos giramos a mirar a mamá.
               -Hasta que no tengas un morro que te lo pises-contestó ella, serena por fin. Se apartó un mechón de pelo detrás de la oreja-. No creas que no sé por qué lo haces.
               -Porque soy vago.
               Mamá alzó las cejas; sabía de sobra que faltaba algo en esa frase.
               -¿No es por eso?
               Se volvió hacia las chicas, que, casualmente, estaban todas colocadas a su izquierda.
               -Esto es por lo que todavía necesitamos el feminismo-les explicó. Papá sonrió.
               -¿Tendremos una tregua?
               -Depende de cómo te portes.
               -Fregaré los platos.
               -Es que es lo que te toca.
               -Sin protestar.
               Mamá abrió mucho los ojos.
               -Eso lo podré grabar, ¿no?
               Papá se echó a reír, se levantó, le dio un beso en los labios, y puso fin a esa mini guerra que nada tenía que envidiar a las broncas que tenían cuando cerraban la puerta de la habitación en la que estuvieran.
               -Siéntate donde quieras, Didi-invitó papá, y Diana se hizo hueco entre Eleanor y mi madre. Lo cual me dejaba a mí a su lado, custodiando a Dan-. Te gusta que te llamen Didi, ¿no?
               -Me lo llama muy poca gente-se limitó a decir ella, pero se encogió de hombros quitándole hierro al asunto.
               -Aquí a todo el mundo se le acorta el hombre-explicó mamá-. Empezó conmigo. Seguramente Noemí te lo haya contado, pero obligué a los chicos a llamarme Eri porque pronuncian mal Erika.
               -¿A quién coño se le ocurre tener un nombre con una R en medio y que sea la puta R la que empiece la sílaba tónica? No tiene sentido-protestó papá, acercándome la bandeja y observando que no me echara yo antes que a Dan.
               -Ni mi marido es capaz de pronunciarlo bien. Evidentemente, los críos sí. Para algo les he enseñado español.
               -Yo sé español-gruñó papá, echándole agua a Eleanor.
               -Hay un gran debate entre la doctrina sobre eso, Louis.
               Le dirigió una mirada helada.
               -No hay agua para ti-y, efectivamente, se la saltó.
               -Así que seguimos con la tradición con los críos. El, Tommy, Dan, y Ash.
               -A mí todo el mundo me llama Diana. Sólo papá y Zoe me llaman Didi. Y mamá cuando tiene un buen día. Últimamente no es muy a menudo-todos la miramos; ella dio un sorbo a su vaso-, lo cual no me extraña, ni os extrañaría a vosotros. Jo-der. Sus últimos diseños son horribles. Casi me alegro de que me haya mandado al exilio.
               -Entonces te ha mandado al país adecuado, ¿no?-intervino Eleanor, terminando de servirse la lechuga que nos obligaban a comer-. Tenemos a Stella aquí.
               -Si me hubiera enviado al continente, estaría mejor, pero la verdad es que la moda inglesa va al alza. En fin, no es difícil, después de la chapuza que le están haciendo a Chanel…
               -Sí, ¿verdad? Da hasta lástima.
               -¿Lástima? Lo que da es rabia. Créeme, chiquilla: lloré de la felicidad cuando me enteré de que habían echado al diseñador en jefe y habían ascendido a una de sus ayudantes. La única con dos dedos de frente en esa compañía. Sé lo que digo. Hay que ser imbécil para combinar rojo con rosa, pero el pavo lo hacía. Ella nos quitaba los accesorios rosas antes de salir a la pasarela. Era graciosísimo. Una vez, persiguieron a una por media pasarela porque se le olvidó parar ante ella. Yo iba detrás. Me crucé con la ayudante a medio camino, y no se le ocurrió otra cosa que dar una vuelta a mi alrededor y abrir los brazos. Todo el mundo pensó que lo habían hecho a posta, pero no. Bueno, sí: querían evitarles las arcadas a los de la primera fila. Todo salió bien-reflexionó un momento-. Bueno, y, al margen de todo, era la única a la que le funcionaba media neurona y no se ponía a cantarme la canción de One Direction, ¿sabes? Todos lo hacen. Se creen graciosísimos-puso los ojos en blanco y miró directamente a papá-. Me arruinasteis la vida.
               -La canción iba a llamarse Johannah-explicó papá, y era verdad. Lo había dicho cientos de veces: la escribió con ese nombre, pero se le hacía raro cantar una canción que hablase de mi abuela, así que lo cambiaron por un nombre que rimase y mantuviera la esencia… y que, por otra parte, le dio más importancia. Nadie dejaba de verle un mensaje oculto dedicado a Diana de Gales.
               -Dudo que mamá me hubiera puesto un nombre tan horrible. Seguramente tuviera el mío en mente desde antes, pero, claro, estaba la canción. Teníais que hacer una canción con mi nombre.
               -¿Cuál de pondrías, si te dieran la posibilidad de cambiarlo?-le preguntó Astrid. Yo no podía ni mediar palabra; tanta información era nueva para mí. La posibilidad de que hubiera algo de ella que no le gustaba se me antojaba tan remota como que la sonda que habían enviado el año pasado a un sistema solar cercano al nuestro encontrara vida allí, y que yo pudiera llegar a vivirlo.
               Diana torció la boca en un gesto que terminaría encantándome.
               -Me dejaría el que tengo… pero destruiría la canción.
               -Siento haberte amargado la vida-se excusó papá.
               -Podrías haberla llamado Erika, pero, ¡sorpresa! No puedes pronunciar mi nombre.
               -O podrías haberla llamado Thomas, pero el mundo lloraría ante tal desgracia-pinchó mi hermana, sonriendo por encima del tenedor que le estaba volando a la boca. Le devolví la sonrisa.
               -¿Qué tal con Jack, El?
               Ella desencajó la mandíbula, tragándose el golpe.
               -Es gilipollas.
               -¿Quién es Jack?-preguntó papá.
               -O sea que ya no salís más-aventuró mamá.
               -¿Salir?
               -No. Es gilipollas. Yo no me relaciono con gilipollas. A no ser que sean mi hermano mayor. Entonces es obligatorio.
               -¿Que quién es Jack?
               -Bueno, mejor. Tampoco me caía muy bien.
               -No me extraña.
               -¿QUIÉN COÑO ES JACK?
               -Un imbécil que me gustaba, papá, porque antes era estúpida y ciega.
               -Lo de estúpida te viene de fábrica, no sé qué haces mencionándolo ahora-espeté yo, y ella me arreó una patada (o lo intentó) por debajo de la mesa.
               -Oh. No. Ni de coña. Nada de chicos. Nada de chicos hasta… los 40 años.
               -Louis-terció mi madre. Diana se mondaba-. Ni siquiera yo tengo 40 años.
               -Contigo no estaba hablando.
               -Tommy ya ha tenido novias.
               -Pero Tommy es un chico.
               -Eso es machismo-ladró Eleanor, recostándose en el asiento.
               -Así, mi vida, muy bien. Lucha por tus derechos.
               -Vale, cambiaré la frase-papá dejó el tenedor en el plato, apoyó los codos en la mesa y entrelazó los dedos. Estudió el techo-. Tommy tiene que aprovechar ahora que es guapo, porque cuando la gente lo conozca y sepa lo gilipollas que es, nadie querrá salir con él.
               -¿A qué viene tanto ataque hacia mi persona?
               -Yo salgo con un gilipollas.
               -Bueno, Eri, pero es que yo soy millonario-papá le dedicó una sonrisa radiante a mamá, que negó con la cabeza y se echó a reír.
               -Pues yo tengo novio-intervino Ash, y todo el mundo se giró para mirarla-. Se llama Daniel.
               -Ole. El incesto Lannister-musitó mamá, sonriendo.
               -¿Cuándo lo vas a traer a casa, Ash? Tengo que conocerlo-preguntó papá.
               -No lo sé. Todavía no vamos muy enserio-y se comió un trozo de lechuga. Dan, el de verdad, el presente, la miró.
               -No me habías dicho nada.
               -Es que no tengo por qué decírtelo. Soy mayor ya. Soy una mujer fuerte e independiente; no tengo por qué rendirte cuentas. Merezco privacidad.
               Diana abrió muchísimo la boca y los ojos.
               -¿Todos en esta casa sois así?
               -Deberías haber visto a Eleanor. Era toda una rebelde. En el colegio ni siquiera me saludaba. Odiaba que me relacionaran con ella, así que en el recreo yo siempre iba a darle un beso.
               -Te tengo asco desde entonces.
               Diana se echó a reír, y escuchó con todo el interés del mundo nuestras anécdotas familiares. Era como tener a una prima extremadamente guapa quedándose a comer. Los recuerdos fluían, y el hecho de que nuestros padres se conocieran y se movieran en los mismos círculos hacía que, cada vez que alguien mencionaba un nombre o un lugar, ella asintiera con la cabeza, pues ya estaba al tanto de sobre quién se hablaba o dónde transcurría algún hecho.
               -¡Dios! ¡El concierto de Baltimore!-celebró mamá cuando papá mencionó la ciudad. Tenía archivos en el ordenador de gifs de Liam y él tirándose agua y haciéndose mil y una putadas en el escenario.
               -¡Papá me lo contó! ¿No se cabreó mucho Lou porque no le costó mucho quitaros la espuma del pelo?
               -¿Quitárnosla? La cabrona nos lo quería cortar. Niall fue un hijo de puta y le echó espuma y pegamento a partes iguales; me tuvo tres horas con el pelo en remojo para que el pegamento se pusiera blando y poder quitármelo sin raparme, porque ni de coña me iba a rapar.
               -¿Y cuando lo de Zayn? Cuéntaselo, cuéntaselo.
               -Dios, tenías que haber visto a Eri. La emprendió con el tío. Casi lo mata. Tuvimos que separarlos entre Liam y yo, y aun así se las apañó para darle una patada en los huevos antes de que la sacáramos del barco.
               -Te encantó, admítelo.
               -Ahí fue cuando decidí que me iba a casar contigo.
               Mamá sonrió, complacida, y alzó el vaso en dirección a papá.
               Diana se reía, y yo no podía dejar de mirarla, porque se le achinaban los ojos de tal manera que parecía asiática, una asiática de piel morena y pelo rubio, en el que se notaban unos rizos incipientes que, sin embargo, habían conseguido ser domados. Y su boca, dios, su boca se expandía y se expandía exhibiendo sus dientes con el orgullo del escaparate de una juguetería el 24 de Diciembre.
               Tenía hasta hoyuelos.
               Y yo no sé cómo me las apañé para no levantarme y toqueteárselos.
               Megan también los tenía, pensé, y automáticamente me arrepentí de ello. El hecho de hablar de mi exnovia en pasado no iba a mejorar las cosas.
               Antes de poder darme cuenta, ya estaba sumido en aquel océano de recuerdos que me atormentaba cada vez que me la cruzaba por el instituto y sus ojos se detenían en los míos, como asegurando que aún le perteneciera a pesar de que ella ya no fuese mía. Era como si yo fuera un tigre en una jaula, y ella fuese la jaula, y su corazón, el zoo. Nos habían sacado del zoo, pero yo seguía enjaulado en ella, perdido, muriéndome de hambre y lamiendo los barrotes para sobrevivir.
               No ayudaba que hubiera vuelto a sonreírme.
               Cuando quise darme cuenta, la tenía delante de mí, con una de mis camisetas puesta sobre los hombros, cubriendo su desnudez, y colocándome el dedo índice en los labios.
               -Tus padres no pueden enterarse de esto.
               Y se quitaba la camiseta y me tendía encima de la cama, mi cama, y me besaba hasta que los dos nos volvíamos uno.
               -Tommy.
               Sacudí la cabeza, y, con ella, la ensoñación.
               -¿Qué?
               -No habrás hecho planes con Scott para hoy, ¿no?
               Los ojos de Diana quemaban en mi cara, pero me exigí concentración.
               -Sí, vamos a…
               -Cancélalos. Tenemos que ir a comprar. Te quedas al mando de la casa.
               Eleanor abrió la boca.
               -¿Qué? Será coña, mamá.
               -Soy mayor que tú, cállate-espeté. Diana alzó una ceja y me recorrió con los ojos, bajando incluso por mis piernas a pesar de estar tapadas por la mesa-. ¿Puede venir?
               Papá miró a mamá.
               -Son dos ojos más.
               -Son dos ojos menos.
               -Puedo vigilar a Astrid yo, mamá-Dan levantó la mano-. Ya tengo 10 años. Soy mayor. Y responsable.
               -Lo sé, mi vida, y por eso quiero que se quede Tommy. Así, le vigilarás a él también.
               Sentí los ojos de mi hermano clavarse con determinación en mi nuca. Le saqué la lengua, lo cual lo indignó.
               Mis padres se fueron mientras yo le mandaba un mensaje a Scott diciéndole que nos volvíamos caseros por una tarde. Mamá me dio un beso en la mejilla y me recordó qué era lo que no debía hacer, como si fuera imbécil o algo y no lo supiera, y me revolvió el pelo con cariño, como sólo ella sabía. Me sonrió mientras salía por la puerta, seguida por papá, que me lanzó una mirada significativa después de mirar al piso superior, a donde Eleanor había llevado a Diana para hacer sabía Dios qué.
               No pasaron ni 10 minutos cuando llamaron a la puerta. Astrid echó a correr hacia ella, pero Dan la agarró. Ya conocía las reglas: si ni papá ni mamá estaban en casa, quien abría era siempre yo. Y si no estaba yo, en las poquísimas ocasiones en que se quedaba al mando, Eleanor. Ellos, jamás.
               Scott levantó una bolsa de plástico llena a rebosar.
               -Para nuestra tarde de amor-explicó, y luego se fijó en mi indumentaria-. Ah, no. Ni de coña me vas a dar mimos con el uniforme del instituto.
               -¿Quieres venir a cambiarte conmigo, mi vida?
               -No sé yo si podré controlarme.
               Me cambié la camisa y el pantalón del uniforme por una camiseta de baloncesto que tenía, literalmente, más años que yo, y un pantalón de chándal de esos que servían para todo. Scott asintió con la cabeza.
               -Ahora ya puedes ser mi cariñito.
               Nos echamos a reír y, después de decidir que no habría peligro de que mis hermanos se escaparan de casa, fuimos a la habitación de los juegos, donde el Call of duty que había puesto en marcha Diana seguía ofreciendo reanudar la partida, como si ofreciera una ganga.
               -¿Qué tal con la americana? ¿Ya te la has tirado?
               Lo miré por el rabillo del ojo. Acabábamos de empezar la partida; no me gustaría tener que dispararle antes de que comenzara la acción.
               -No.
               -¿A qué esperas? ¿A que lo haga yo? Lo haré si me lo pides. Por el cariño que te tengo.
               -Eres imbécil.
               -Oye, T, ha caído en tu territorio, y eso lo respeto, pero si no vas a…
               -No voy a hacer nada. Mis padres me matarían.
               -He estado investigando. En las revistas de mis hermanas. ¿Sabes cuántos anuncios ha hecho?
               Dos millones. Aproximadamente. Seguro que unos pocos más. Y no tenía que preguntarme por qué.
               El soldado de Scott se detuvo antes de entrar en el campo de batalla. Yo lo empujé, pero me esquivó con firmeza y rotundidad. Suspiré y me volví hacia mi amigo, apoltronado en su sofá preferido, con una gominola entre los labios.
               -Muchos-dije.
               -¿Por qué será?
               -Cobrará poco.
               -No creo-se echó a reír-. Hasta a mi madre le parece guapa. A mi madre. ¿Te lo puedes creer? Con los estándares tan altos que tiene.
               -No los tiene tan altos; tú también le pareces guapo.
               -Lo que pasa es que tienes envidia, porque dice que soy más guapo que tú.
               -Es tu madre, tío, ¿qué quieres que te diga? No te va a decir la verdad; sabe lo minúsculo que es tu autoestima. No quiere que te suicides, lo cual la convierte en una buena madre.
               -¿Eres gay?
               Me lo quedé mirando.
               -Creí que lo habíamos dejado claro, cariño. Sólo tengo ojos para ti.
               -Echa una canita al aire, hombre. Sólo somos jóvenes una vez.
               -Tú lo has sido muchas, S.
               Se rió.
               -No voy a convencerte, ¿verdad?
               -Le tengo aprecio a mi vida.
               -De acuerdo-asintió. Su soldado comenzó a moverse-. Matemos nazis.
               Nos concentramos en el juego, repartiéndonos tareas con toda naturalidad, como siempre hacíamos. A veces él era mi escudo, otras lo era yo; él me guardaba por los tejados, asegurándose de freírle la cabeza a tiros a quien tratara de acercarse. A cambio, yo giraba las esquinas primero y vaciaba la ametralladora en los cuerpos de quienes se nos acercaban, casi sin pararme a identificar quién venía (lo cual nos había ocasionado diversas riñas en el pasado), para que él me cubriese mientras yo recargaba. Yo conducía los coches, él disparaba. Él despegaba los helicópteros y yo los empotraba contra edificios llenos de enemigos, siempre después de que él hubiera saltado y desplegado el paracaídas para llegar al siguiente punto de control.
               A veces, la sangre no era necesaria para que una persona fuese de tu familia.
               Y lo nuestro era genético.
               -Joder, Tommy-gruñó cuando nos pillaron por sorpresa y me mataron unos perros, dejándolo así solo con los soldados controlados por la máquina-. Puto inútil.
               -La próxima granada te la comes tú-murmuré, tamborileando con los dedos en el mando y pasándole las alertas que no podía atender debido al ajetreo que traía-. Ahí tienes un punto de control. Acércate y deja que te maten.
               Me miró un momento después de rajarle la garganta a un general.
               -Tío, dejaría que me disparasen por ti, pero si crees que voy a renunciar al trofeo de Jugador con más puntos, es que estás mal de la cabeza.
               -Qué bonito, hermano.
               -Lo sé.
               -Te digo lo mismo.
               Scott sonrió. El piercing que llevaba en el labio brilló un instante.
               -Lo sé.
               En cuanto la luz del punto de control lo bañó, entré de nuevo en acción, descargando armas y robando en el campo de batalla en cuanto tenía la más mínima oportunidad. Justo cuando íbamos a entrar en el edificio en que nos esperaban nuestras tropas, le insté a que se girara hacia mí.
               -¿Qué pasa?
               Le pegué un tiro en plena cara. Scott me miró sin poder creérselo.
               -No. Me. Jodas.
               -10.000 puntos por entrar solo. Yo tampoco te iba a dejar ganar-sonreí, y me comí una bolsa de Doritos que había criado alas y atravesó la habitación al vuelo. Empujé la puerta y varios soldados de mi mismo ejército me recibieron, tirando de mí para mantener la puerta abierta el menor tiempo posible. Un letrero rojo de “MISIÓN CUMPLIDA” llenó ambas pantallas, sin hacer distinción de la enorme división establecida por el simple hecho de tener dos mandos encendidos.
               -¡Te voy a arrancar la cabeza!
               -¿Puedo verlo?
               Los dos nos volvimos a la fuente de la voz; Scott con el cuerpo encima del mío y las manos en mi cuello, dispuesto a apretar.
               En la cara de Diana se encontraba la mayor expresión de diversión que hubiera visto nunca.
               -Veo que lo de perder a los videojuegos se resuelve de la misma forma sin importar en qué lado del Atlántico estés-comentó, echándole un vistazo a la habitación y luego a nosotros dos. Se colgó los pulgares del peto vaquero que llevaba puesto, que dejaba ver sus piernas larguísimas casi en su totalidad, y el top de Calvin Klein, gris y blanco, que terminaba de cubrirla.
               Eso, si podíamos considerar que la “cubrían”.
               Scott me miró a los ojos.
               -Espero que tengas condones-dijo, y le metí el puño en el estómago, pero no demasiado fuerte. Sonrió, me dio una palmadita en la mejilla, y me dejó libre. Diana sonreía-. Cuando te canses de este crío, llámame, ¿vale?
               -Somos prácticamente familia-replicó ella, invocando a sus hoyuelos y arqueando la cadera.
               Sentí celos de cómo su cintura tocaba la mano de Scott.
               -Nosotros también.
               -Puedo ser muy cariñosa con mi familia-echó el pelo a un lado, Scott se rió.
               -Hasta luego, pareja.
               -Adiós, Scott-dijo ella, que parecía conocerlo a pesar de no haberlo visto nunca.
               -Púdrete-le dije yo, sin poder creerme que tuviera la sangre fría de dejarme allí, con ella, sabiendo lo guapa que era y habiéndome puesto la miel en los labios hacía nada.
               Diana se dejó caer en el mismo sofá en el que hasta hacía un minuto había estado Scott. Cogió el mando, lo examinó con impaciencia, y luego le echó un vistazo a la bolsa llena de comida basura, de esa que no te aporta más que cáncer, pero que sólo puedes disfrutar.
               -Coge lo que quieras-la invité, y ella asintió, sacó una bolsa extra de Doritos (Scott sabía que eran mis preferidos) y la abrió despacio, como si se deleitara con el ruido del plástico rasgándose.
               -¿Me dejas jugar?-preguntó, levantando el mando-. Tu hermana tiene para rato.
               -¿Qué está haciendo?
               -Convencer a una amiga para que vaya a una fiesta-se encogió de hombros-. Yo nunca tuve ese problema.
               -Me pregunto por qué.
               Reanudamos la partida; el estilo de juego que tuve que adoptar con ella era radicalmente distinto a la colaboración que tenía con Scott. A ella no le importaba competir por ser la que ganase, y se lanzaba la primera a los edificios en que teníamos que infiltrarnos, de tal manera que yo siempre hacía de guardaespaldas. Sorprendentemente, no la mataron ni una sola vez: su estilo egoísta le permitía cuidar de ella, sin preocuparse por mí. Decidí imitarla, pero siempre terminaba intentando meterme entre las balas que le disparaban y su cuerpo, de tal manera que lo que habría esquivado de pura suerte acabaría impactando contra mí, haciendo que perdiera puntos y que ella se riera por “lo malos que éramos en este lado del mar”. Lo cual me cabreaba, porque yo nunca perdía cuando jugaba sólo… y ahora que se podía dudar de mis capacidades, ¿era cuando el universo conspiraba contra mí? No era justo.
               Estiró los dedos hasta crujírselos y dejó el mando en la pequeña mesa baja que atravesaba el espacio entre los sofás.
               -Me he cansado de ganarte. ¿Siempre eres así de malo estando solo?
               -Te sorprenderías la cantidad de cosas que hago bien solo-sonreí. Mordisqueó un dorito.
               -Las mejores cosas se hacen siempre acompañados.
               Tuve que darle la razón, e inicié otra partida mientras ella desintegraba doritos con los dedos, se los metía en la boca y se los chupaba, una y otra vez, una y otra vez, de forma que se me hacía casi imposible concentrarme.
               Conseguí terminar la partida sin que me matasen ni una sola vez, con lo que me gané su respeto.
               -Vale-dijo-. Sirves para algo-me tiró una bolsa-. Ahora, recupera fuerzas
               -Los doritos eran para mí.
               -Una lástima; tendremos que compartirlos.
               Me eché a reír, y mis carcajadas fueron a más cuando se levantó y fue a sentarse en mí. Sí.
               En mí.
               En mis rodillas.
               Dejó la bolsa abierta a un lado, y metió la mano dentro. Se llevó un dorito a la boca mientras no dejaba de mirarme. Hice lo mismo, imaginándome que lo que tenía entre las manos era ella.
               Me costó Dios y ayuda no empalmarme. No podía dejarla ganar. Este era nuestro pulso personal, el que de verdad importaba. Si ella veía que quería probarla, estaría perdido. No iba a poder decirle que no, y papá y mamá me matarían… pero lo peor era que me daba igual.
               -Me has dejado intrigada con eso de que eres bueno estando solo-susurró.
               -Es la verdad.
               -¿Sabes? Yo también soy buena sola.
               Se deslizó un poco más hacia mí.
               Si estuviéramos desnudos, estaría dentro de ella.
               Me empecé a endurecer.
               Y ella lo notó.
               Mierda.
               Sonrió y se inclinó hacia mí, de manera que podía ver su escote a pesar de que el peto le llegaba bien arriba. Su aliento olía a doritos, pero no era un olor desagradable. Ella en sí era la cosa más apetecible de aquella habitación.
               -Aunque soy más de jugar en equipo.
               -Yo también-susurré, y me dije a la mierda, y le acaricié el costado. Su sonrisa se ensanchó. Tomó un dorito nuevo y, en lugar de metérselo en la boca, lo acercó hasta la mía.
               Aquello me puso todavía más.
               No la beses, dijo la voz en mi cabeza que conservaba la cordura. La única neurona en funcionamiento que aún tenía. Si la besas, le venderás tu alma.
               Me apetecía venderle su alma. Besarla, que fuera el demonio, y que me hiciera arder en el infierno que tenía que ser su boca. Que le diera sentido a cada una de las células de mi cuerpo.
               No puedes. Está mal. No debes. No la beses.
               Se metió otro dorito en la boca.
               Tommy, cálmate. Cálmate, tío. Puedes con esto, ya se te han acercado otras antes, y tú eres fiel, tú…
               Pero no tengo por qué ser fiel. Y ninguna era Diana.
               -Quiero probar una cosa-susurró, y sus ojos eran el Amazonas, el Amazonas ante el mayor incendio forestal que habría conocido la humanidad jamás. No podríamos volver a respirar por su culpa, aquello sería irreversible, pero, ¿acaso los fuegos no eran preciosos? ¿Acaso no era el fuego más poderoso que había? ¿Acaso no habíamos nacido todos del fuego de una estrella a miles de kilómetros de nosotros?
               Se puso un dorito entre los dientes, se inclinó hacia mí y me acarició la nuca.
               Yo lo cogí, y nuestros labios se rozaron.
               Fue como tirar una bolsa de explosivos a un coche ardiendo.
               Ya no había marcha atrás.
               Masticamos nuestra respectiva comida en silencio, sin dejar de mirarnos a los ojos. Luego, ella se inclinó hacia mí y me besó, con una ternura que no me hubiera imaginado en ese momento. Apenas fue un roce, pero fue suficiente como para que yo supiera que me la iba a tirar allí mismo, sin remedio.
               No podía ponerme más duro, y ella no podía estar más alegre de sentirme debajo de ella.
               Empezó a besarme con más profundidad; luego pasó a la mejilla, subió por el mentón, se detuvo en mi oreja y bajó por mi cuello.
               Me metió las manos debajo de la camiseta; las mías llevaban ya un rato peleándose con su peto.
               -Esto está mal-dije, más para mí que para ella.
               -Entonces, ¿por qué te sienta tan bien?-replicó. Y tenía razón.
               -Mis padres me matarán por lo que te estoy haciendo.
               Se apartó un momento, con una sonrisa divertida en la boca. Los hoyuelos habían vuelto, dispuestos a contemplar el espectáculo que era ver caer mi fortaleza.
               -No te creas que me estás desvirgando, inglés. Además, hace mucho tiempo que mis padres lo saben.
               -No es por eso.
               -Si tanto te duele estar contigo, imagínate que soy una tía que te gusta mucho, ¿eh? Sólo que yo siempre estaré más buena que ella.
               -No puedo-repliqué, y era verdad. Éramos el último chico y la última chica en el mundo, nadie más había existido antes que nosotros, ni lo haría después. Megan no importaba, sus exnovios no importaban, con quién hubiera estado no importaba, mis padres no importaban… sólo importaban sus manos en mi pecho y las pequeñas capas de ropa que había entre nuestras pieles desnudas.
               Por fin, después de lo que parecía una eternidad, consiguió quitarme la camiseta. Se quedó mirando mi pecho con el hambre de la jungla en los ojos. Me pasó las manos por los abdominales, y yo nunca me alegré tanto de hacer deporte. Luego, por los brazos.
               -Me encantan tus brazos, Tommy.
               -Y a mí tus piernas-me apresuré a decir, sin mencionar que me volvía loco tenerlas a mi alrededor. No iba a venderme tan fácilmente.
               -Es una lástima que no te sirvan para mucho.
               Alcé una ceja.
               -Despierta-dijo, inclinándose de nuevo hacia mí, haciendo fricción por encima de mis pantalones. Quería morirme, morirme follándomela, pero morirme-. No te puedo follar si no me desnudas.
               Me ayudó a quitarle el peto y dejó que fuera yo quien jugara con su top y sus bragas (de Calvin Klein también, un punto para ella) igual que hizo con mis calzoncillos.
               Cuando ya me había cansado de morderle el pecho y probarla por casi todo el cuerpo, se separó de mí. Mis ojos escalaron a los suyos desde sus pechos sin apenas esfuerzo; era algo natural en mí.
               Y eso que me encantaba lo sonrosados que le había dejado los pezones.
               -Voy a cerrar la puerta. Odio que me corten el rollo.
               Los momentos desde que la cerró hasta que volvió a mí fueron los más duros de mi vida. Tomé conciencia de todo lo que había hecho y lo que estaba a punto de hacer, pero me importaba poco. Estaba viviendo un carpe diem en toda regla, sólo que aquello podría considerarse, más bien, un carpe dianam.
               Se volvió a sentar sobre mí, sonriendo y dejando escapar un gemido de satisfacción por lo poco que nos separaba. Sólo sus bragas.
               -¿Te imaginas que ahora te propusiera que nos masturbásemos?
               -No serías tan cruel-repliqué, burlón. Ella asintió, me tomó la mano, y me coló por debajo de sus bragas. Casi la sentía palpitar. La acaricié despacio, y ella se derrumbó sobre mí, temblando.
               -Hazlo, Tommy, hazlo ya, házmelo ya, joder…
               Se incorporó lo justo para que yo terminara de desnudarla, y cuando cayó, yo ya estaba dentro de ella. Se echó hacia atrás, moviendo las caderas, disfrutando de lo bien que encajábamos. Tiré de ella hasta pegarla a mi pecho.
               -Mírame a los ojos. Quiero ver cómo te corres.
               Si explicaran con sexo el afán colonialista de Europa en el siglo XIX y XX, yo no habría necesitado ni estudiarlo una vez. Con la clase, bastaría, igual que bastaba con los movimientos de sus caderas para saber que, después de todo, que iba a poder olvidarme de Megan… porque si ella era una cerilla, Diana era el Amazonas que tenía en los ojos ardiendo.

6 comentarios:

  1. DIOS MIO SHIPPEO MUCHISIMO A TOMMY Y DIANA.
    TIANA! ����

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    1. TIANA Y EL SAPO JAJAJAJAJAJAJAJAJA

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    2. JAJAJAJAJA
      no había pensado en eso vale, debería cambiarle el nombre.
      Dommy suena muy mal.....

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    3. No sé por qué, pero Dommy me suena a colina. Mi cerebro, que une lo que quiere.

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  2. Me he leído los últimos cinco capítulos hoy y joder, me he imaginado el flechazo de Chad por Eleanor y no tengo ni puta idea de porque pero xd

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    1. Voy a juntar a todas las familias. No me vais a ver venir. JEJEJEJE. Risa marvada.

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