jueves, 15 de octubre de 2015

Tus hipotéticas bombas atómicas.

¿Tiene derecho la hoja a echarle la culpa al viento que la arranca de su árbol en otoño y la envía lejos a explorar el mundo?
¿Tiene derecho la casa de madera a reclamarle el huracán que se lleve el tejado a su paso?
¿Tiene derecho la flor a protestarle a la nube que le tape el sol?
¿Tiene derecho la manzana a reñirle al pájaro que va a picotearla?
¿Tiene derecho la gacela a enfadarse con el guepardo por cazarla para comérsela?
¿Puede decirle algo la Tierra a la Luna por interponerse entre ella y el sol?
¿Acaso pueden las auroras boreales quejarse de la radiación solar?
¿Puedes tú decir que no te quieres debido a los medios de comunicación y la imagen de belleza que te “están imponiendo tranquilamente”?
Seguro que has querido cambiar la respuesta, que has escalado por las preguntas y has pensado “oye, pues, en realidad, ”, sólo para justificarte ante algo que ya sabes: si no te quieres, es por ti, no es por los demás. Porque dejas que la gente piense por ti, que te diga qué ha de gustarte, que te diga a qué aspirar.
Pero, claro, ese bombardeo es continuo, y uno termina cediendo, y acaba pasando lo que pasa, ¿no es así?
Seguramente yo haya vivido en otro planeta, sola, durante mis 19 años de existencia. Puede que por eso sea inmune a lo que la publicidad intenta hacerme creer, ver, pensar. Puede que por eso valore mis ideas de lo hermoso y lo feo por encima de lo que una corporativa intenta implantarme en la cabeza.
Tal vez por eso yo me dé cuenta de que puedes absorber algo hasta llegar a entenderlo, sin necesidad de compartirlo.
Quizás yo, en el fondo, sea un búnker, y tú nada más que una diana.
O… ¿no serás un búnker, con la puerta abierta?

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