¿Tiene derecho la hoja a echarle la culpa al viento que
la arranca de su árbol en otoño y la envía lejos a explorar el mundo?
¿Tiene derecho la casa de madera a reclamarle el huracán
que se lleve el tejado a su paso?
¿Tiene derecho la flor a protestarle a la nube que le
tape el sol?
¿Tiene derecho la manzana a reñirle al pájaro que va a
picotearla?
¿Tiene derecho la gacela a enfadarse con el guepardo por
cazarla para comérsela?
¿Puede decirle algo la Tierra a la Luna por interponerse
entre ella y el sol?
¿Acaso pueden las auroras boreales quejarse de la
radiación solar?
¿Puedes tú decir que no te quieres debido a los medios de
comunicación y la imagen de belleza que te “están imponiendo tranquilamente”?
Seguro que has querido cambiar la respuesta, que has
escalado por las preguntas y has pensado “oye, pues, en realidad, sí”, sólo para justificarte ante algo
que ya sabes: si no te quieres, es por ti, no es por los demás. Porque dejas
que la gente piense por ti, que te diga qué ha de gustarte, que te diga a qué
aspirar.
Pero, claro, ese bombardeo es continuo, y uno termina cediendo,
y acaba pasando lo que pasa, ¿no es así?
Seguramente yo haya vivido en otro planeta, sola, durante
mis 19 años de existencia. Puede que por eso sea inmune a lo que la publicidad
intenta hacerme creer, ver, pensar. Puede que por eso valore mis ideas de lo hermoso y lo feo por
encima de lo que una corporativa intenta implantarme en la cabeza.
Tal vez por eso yo me dé cuenta de que puedes absorber
algo hasta llegar a entenderlo, sin necesidad de compartirlo.
Quizás yo, en el fondo, sea un búnker, y tú nada más que
una diana.
O… ¿no serás un búnker, con la puerta abierta?
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