El hijo de puta que dijera que los lunes son el peor día
de la semana no tenía ni zorra idea del asco que puede dar un martes.
Cuando
cambiamos de día, es como si mi cuerpo se volviera totalmente loco. Siento una
presión en el pecho que me impide respirar. Una sola palabra cruza mi mente,
breve pero intensa.
Hoy.
Hoy hace exactamente una
semana de que Tommy y yo tuvimos la bronca del milenio. El universo tiene una
semana de edad. O, más bien, el infierno.
Shasha
se acurruca contra mí, gime algo en sueños y continúa durmiendo mientras yo
busco la manera de respirar. No sé cómo voy a dejarlas marchar por la mañana al
instituto. A clase. De donde yo nunca tuve que salir.
Joder,
las cosas estaban bien hace una semana. Eleanor no me dirigía la palabra, sí,
pero podía vivir con eso.
Sin
Tommy, no. Llevo muerto en vida una semana. Siete noches mi corazón ha latido
más por inercia que por ganas de que lo haga. Siete noches desde que atravesamos
la frontera que nunca tuvimos que cruzar.
Se
suponía que iba a ser el año de nuestras vidas. Nos graduaríamos, reclamaríamos
nuestra juventud, y nos largaríamos un año, exactamente como hacía todo el
mundo, bebiendo de nuestra libertad y alimentándonos de nuestras ganas de
comernos el mundo. Se suponía que pasaríamos día y noche juntos como no lo
habíamos hecho nunca, ni siquiera siendo pequeños. 24 horas juntos de verdad.
Veríamos sitios increíbles sólo con una mochila a cuestas, que pararíamos donde
quisiéramos y dormiríamos en cualquier rincón, que comeríamos cualquier mierda
y una vez a la semana nos daríamos un festín para conocer la comida del lugar.
Que follaríamos con chicas de toda Europa cuyos nombres se nos olvidarían, y
cuyo único idioma que pudiéramos comprender sería la de sus manos en nuestras
espaldas, sus piernas abiertas para nosotros, rodeando nuestras cinturas, y sus
caderas acompañando a las nuestras mientras afianzábamos las relaciones de
nuestro país con el suyo; que no pararíamos en cualquier cafetería con buen
wifi para mandar a casa las fotos que hiciéramos.
Que
nos convertiríamos en hombres yendo de acá para allá, cuidándonos solos, y lo
haríamos juntos.
Pero
todo se ha acabado. Yo no voy a graduarme. No me voy a follar a polacas,
rumanas, griegas, austríacas, italianas, españolas. Y, créeme, estoy agradecido
de que no sea así. Por Eleanor.
Pero
no voy a recorrer media Europa y dormirme acurrucado a otro saco de dormir. Por
Eleanor y por Tommy.
No
vamos a superar esto. Una semana sin hablarnos el uno al otro es un puto punto
de inflexión. Yo no tengo fuerzas para ir a verlo por la mañana, y seguro que
él me detesta después de todo lo que le he hecho. No sólo me he reído en su
cara, no sólo le he mentido, no sólo he hecho la única cosa que él no me
perdonaría nunca, es que encima, nuestra segunda pelea, la empecé yo.
Quizá
sobrevivamos a esto, quiero pensar que sí, pero lo que hemos compartido desde
que nacimos, no. Ha muerto esta misma noche. Llevaba agonizando siete, pero ha
exhalado su último aliento ahora.
Lo
hemos matado entre los dos.
Llega el martes, y me rompe el corazón.
La
medianoche me pilla despierto, pero yo no me percato de qué día es hasta que
mamá me acoge entre sus brazos. Es ese día de mierda.
Los
años que mi cumpleaños caiga en martes, no lo celebraré. Si es que consigo
llegar a ellos. El martes no trae más que desgracias.
Hace
una putísima semana de que echaron a Scott del instituto. Por culpa de mi
puñetera hermana. Y hace una semana de que me peleé con él, también por culpa
de mi puñetera hermana.
Nunca
hemos aguantado tanto tiempo sin hablar. Jamás. Y siento un agujero negro con
dientes que me corroe el alma pensando en quién tiene la culpa. Yo,
evidentemente. Seré gilipollas. Seré cabrón. Seré desgraciado. No puedo
interponerme entre Scott y la chica a la que ama. Por mucho que sea mi hermana.
Da igual. No puedo dejar que mi profunda estupidez me arrebate lo único valioso
que he tenido en la vida.
La
vez que más tiempo estuvimos sin hablar Scott y yo fue cuando mis padres me
llevaron (corrección: me arrastraron) hasta un pueblucho perdido de la mano de
dios al sur de Asturias, entre las montañas. Empezó a nevar, a nevar “a
trapos”, como decía mamá, y no pudimos volver a casa en días. No había cobertura.
Y me
ves a mí, con todos mis cojones, cruzando el pueblo como un puto bollo de
canela que apenas puede mover sus extremidades, capeando una tormenta de nieve
impresionante y con un manto blanco que me llega a la cintura, yendo al centro
del pueblo para ir a la única cabina telefónica que no habían quitado aún, en
la plaza mayor del pueblo, metiendo todas las monedas que había conseguido
reunir con dedos temblorosos y azules, y pegándome el auricular a la oreja sólo
para decirle:
-Hola,
hijo de puta; sólo quería decirte que echo de menos tu cara de aborto y que
ojalá estuvieras aquí, porque me estoy hinchando a follar y no doy abasto con
tanta mujer. Resulta que había una excursión de caribeñas macizas y todas
quieren perfeccionar sus relaciones con la madre patria. Se están peleando por
mí, literalmente, y ya sabes lo que detesto la agresividad; es una situación
muy violenta.
Scott
suspiró al otro lado de la línea. En parte fue por alivio, porque había
conseguido contactar con él; y en parte fue de puro asco. ¿En serio, universo?
¿En serio me había tenido que llevar yo su pedacito de alma libre?
-¿Algo
más?
-Hay
un montón de curvas por aquí. Ah, sí. Las pistas de nieve también están bien-me
eché a reír.
-Eres
un puto fantasma, Thomas.
-Gracias,
Yasser-sonreí entonces al pronunciar su segundo nombre, y sonrío ahora al
recordar cómo me imaginé su cara cambiando radicalmente de expresión-. Se me va
a…
-Me
cago en tus muertos-gruñó.
-…
acabar el saldo pronto; estoy en una puñetera cabina, muriéndome de frío, para
que veas cuánto te quiero.
-No
te me pongas golosón, que no cuela. Sé que estás conmigo por mi cuantiosa
herencia. Desgraciado. Sinvergüenza. Mira que aprovecharte de un joven inocente
y bueno como yo…
-Vale,
vale, pero no cambies el testamento hasta que yo no llegue, ¿eh?
-Eres
imbécil.
-Adióooooooos,
mi reeeeeeeyy, me voy a hacer snow-canturreé.
-Vete
a la mier-y se cortó la línea.
Consigo
dejar de temblar, no sé cómo.
Lo
último que consigo pensar antes de que me venza el agotamiento y la
tranquilidad que me transmiten los dedos de mamá, es en Scott.
Espero
que no esté durmiendo con sus hermanas.
Cuando
duerme con sus hermanas, es que está muy mal.
Ojalá
esté durmiendo solo.
¿Cómo estará Tommy?
¿Me
echará de menos?
¿Si
lo llamo por teléfono, él me lo cogerá? ¿A estas horas? Y, ¿qué le digo? Te echo de menos. Quiero que las cosas
vuelvan a ser como antes. Tommy, tío, en serio, te echo muchísimo de menos,
necesito que todo vuelva a ser como antes. No puedo ser yo si no estás tú, T.
Necesito un hermano.
No me muevo, porque hay
demasiados cuerpos en mi cama impidiendo que haga cualquier movimiento, y
porque no sé si sobreviviré a la posibilidad de que Tommy me conteste que a él
ahora le doy igual. De noche nos volvemos mucho más sinceros, y en la
sinceridad es donde crece la crueldad.
Los
rizos de Sabrae me acarician el hombro. Le cae el pelo por encima de la cara de
Duna. Me las quedo mirando en la oscuridad; a Dun y Saab a mi derecha, a Shash
a mi izquierda. Y me siento muy miserable, igual que me siento con Eleanor.
Porque
tengo tres hermanas, estoy compartiendo cama con ellas, pero sin Tommy, es como
si fuera hijo único. Y viviera solo.
Ojalá
T esté bien. Ojalá haya hablado con Diana y hayan solucionado las cosas. Ojalá
ella esté ahora encima de él, haciendo olvidar que me odia, haciendo que
disfrute.
No llores, Scott, me susurra su voz en
mi mente, mi conciencia. No puedo despertar a las chicas. Tienen que madrugar
para ir a clase. Yo voy a tener toda la mañana para dormir. Para dormir y para
darle vueltas a todo lo que he hecho mal con mi mejor amigo, con el hermano que
los cielos no le han concedido el don de darme a mi madre.
Giro
la cabeza y miro la ventana por la que se cuela un esbozo del cielo nocturno.
Es la misma ventana en la que dibujé a Eleanor por primera vez. Pasado mañana,
no podré dibujarla. Pero aquella vez, la dibujé, la besé, le dije que creía que
me estaba enamorando de ella, y le hice el amor con tanta suavidad que hasta
nos dolió.
Las
estrellas permanecían impasibles a lo que nosotros, los mortales, sentíamos,
mirándolas u ocultándonos de su vista. Les importaba bien poco perdernos
durante un segundo en el radar. Volveríamos.
Decidle que le echo de menos. Decidle que
estaremos bien. Decidle que conseguiremos salir de esto.
Por favor, permitidle ser feliz.
Se lo merece.
Mamá me pega más a su pecho. Le pide una camiseta a papá
para cubrir mi torso desnudo. No soporta el calor que desprende mi herida, como
tampoco soporta el acto reflejo que he desarrollado de rascármela cuando bajo
la guardia. Como ahora.
No me
entero de nada de esto, ni de las lágrimas de mi madre mientras me besa la
cabeza y me aparta las manos de mi costado. No la oigo disculparse con mi
padre, porque si yo estoy haciendo esto es porque ella lo hizo antes. Ella
deseaba más que nada darle hijos sanos, sin ese gen defectuoso que nos empuja a
la autodestrucción. Papá la besa, le dice que no es culpa suya, que lo que yo
estoy haciendo es normal, que todo el mundo se levanta la costra de una herida
antes de tiempo, por el ansia de curarse. Mamá no está convencida, pero por lo
menos deja de llorar. Me acuna, me besa la frente, me acaricia el pelo, me dice
que voy a estar bien.
Sí
que lo estaré. Estoy escuchando a Scott. En sueños. Decirle que le echo de menos. Decidle que estaremos bien. Decidle que
conseguiremos salir de esto.
Por favor, permitidle ser feliz.
Se lo merece.
Yo también le echo de menos.
Estaremos bien. Conseguiremos salir de esto. Si sobrevivo a mis brotes, claro.
Y me alejo lo suficiente de los cuchillos.
No
voy a poder ser feliz. No me lo merezco, y encima no está a mi alcance. Lo
necesito a él en mi vida. No puedo ser el hermano mayor siempre. A veces, tengo
que ser el menor. Y ahora no puedo.
No me entero de cuando las chicas se marchan para ir a
desayunar, pero sí de cuando vienen a darme un beso en la mejilla. Duna me da
el más sonoro que puede, Shasha me sostiene la cabeza como si fuera su hijo
recién nacido o algo así, y Sabrae me besa dándome un suave mordisquito.
Estoy
hasta los cojones de las tres.
Como
un día me falte una de mis hermanas, me tiro de cabeza a una trituradora de
basura.
-Aprended
mucho, que vais a tener que mantener al despojo social desempleado de vuestro
hermano-las animo, dándome la vuelta en la cama.
-¡Sí,
hombre! ¡No tengo yo otra cosa mejor que hacer que aguantarte la cara más de 18
años!-protesta Shasha.
-¿Sabes
que, cuando tú tengas 18, él va a tener 23?-inquiere Sabrae, cerrando la
puerta.
-Intentará
ser un tío normal de 23 años, pero… para eso, hay que empezar siendo normal, es
verdad-asiente Shasha, y las dos se echan a reír, histéricas.
Bueno.
Puede que, si no se me muere Duna, pueda posponer lo de la trituradora.
Escucho
cómo cierran la puerta de la calle y me quedo tirado en la cama. Debería
ponerme a hacer algo. Debería. Pero no lo hago, me mantengo muy quieto,
esperando que el peso del mundo caiga sobre mí y me aplaste. Pero no voy a
tener tanta suerte.
Sólo
me quedo dormido.
Es mamá la que me despierta. Me sacude suavemente los
hombros, cubriéndome de besos. Me planta los labios en los párpados.
-Arriba,
dormilón.
Me
pego un poco más a ella, que es cálida, cómoda, y, sobre todo, protectora. Ella
me acaricia la espalda a modo de respuesta.
-¿Quieres
quedarte hoy en casa, conmigo?
Soy
imbécil, y le contesto que no. Me aburriré como una ostra en casa, sin ánimo de
ofender. Ella se muestra de acuerdo, me empuja suavemente hacia el borde de la
cama y espera con paciencia a que me desperece y me vista.
-¿Te
encuentras bien?-me pregunta.
-Claro,
mamá-respondo sin mirarla, buscando las zapatillas que hace años que no uso,
para su continuo malestar.
-Tommy.
Lo digo en serio. ¿Estás bien?
Me
giro y la observo. Tiene las cejas ligeramente más juntas de lo normal, una
arruguita entre ellas que no puede considerarse un ceño. Sus ojos están
abiertos, examinándome, controlando cada centímetro de mi piel. Está
preocupada.
Soy
un asco. No debería preocupar a mi madre así.
-Sí.
Ayer… me vi un poco sobrepasado. Eso es todo. No tuve un buen día-me froto la
mejilla, me encojo de hombros-. Eso es todo.
-Siento
oír eso.
-Sí,
yo también. Eh… bueno, me voy a clase. Me irá bien distraerme, ¿no?
-Sí,
lo mejor es que estés con tus amigos y te despejes un poco. Venga, ve a
vestirte. Yo te preparo el desayuno. Llegarás tarde.
-No
pasa nada, mamá. No tengo hambre.
-¿Seguro?
-Me
llevaré una manzana y me la comeré de camino-mentira-. No te preocupes. Estaré
bien-mentira. Mamá me mira con ojos tristes. Jamás unos ojos de una madre
deberían adquirir ese cariz. Pero asiente sin decirme nada. Deja que me vaya a
mi habitación, me ponga los primeros vaqueros que veo y coja la mochila. Ni
siquiera he cambiado los libros de la mañana anterior, pero total, para la
atención que presto en clase…
Escucho
a Eleanor vestirse en la habitación de al lado, y reprimo el impulso de ir a
preguntarle cómo está Scott. Si cree que le sentará mal que vaya a verlo
después de salir del instituto. No puedo más. Una semana es muchísimo. He
soñado con él. Con su voz. Me echaba de menos.
Fue
un buen sueño. ¿O una pesadilla?
Diana
también está arriba, cambiándose de ropa. No puedo mirarla a la cara, no
después de lo de ayer, así que me cargo la mochila al hombro, saco un abrigo
del armario y salgo de la habitación. Troto escaleras abajo y comienzo a abrir
la puerta.
-Tommy-me
llama mamá. Está ahí de pie, con los pies cubiertos por unos calcetines
gorditos, porque mamá siempre tiene los pies congelados. Papá suele tomarle el
pelo diciendo que, si algún día le fuera infiel, podría enterarse por la
temperatura de sus pies. La amplia camiseta de mi padre que usa para dormir le
llega hasta los muslos-. Puedes volver antes a casa, si quieres. Sólo tienes
que llamarme, e iré a buscarte. O se lo dices a tu padre-asiento con la cabeza,
ella se acerca a mí, se pone de puntillas y me abraza. Mamá es súper pequeña.
Es sorprendente cómo lucha por cubrir dos tercios de mi cuerpo en un abrazo (ha
renunciado hace tiempo a eso de cubrirme entero), y, sin embargo, consigue que
me haga sentir como si nada pudiera alcanzarme cuando la tengo alrededor. Me da
un beso en el cuello-. Te quiero
muchísimo, mi pequeño.
-Yo a ti también, mamá.
-Que tengas un buen día.
-Y tú. Hasta por la tarde.
Mamá
espera a que cierre la puerta. Se frota la mejilla, parpadea fuerte para evitar
echarse a llorar, se traga las lágrimas y espera a que Eleanor baje las
escaleras. Le da un beso en la mejilla.
-No
seas tan dura con tu hermano hoy, ¿quieres, El?
Ella
asiente con la cabeza. Y espera a Diana para venir a clase.
Yo me
cruzo con Sabrae y Shasha. Las dos me saludan con una sonrisa, que yo intento
devolverles. Y sigo mi camino. Y ellas no intentan que las espere. Mataría
porque intentaran que las espere y escuchar, aunque sea de refilón, si Scott
está bien o está mal.
Me despierta mamá, varias horas después, acariciándome la
frente.
-Buenos
días, mi vida-susurra, hundiendo sus dedos en el pelo que tan amablemente me ha
cedido. Me besa la sien-. Voy a preparar la comida, ¿quieres ayudarme?
¿La
comida? ¿Pero… qué hora es?
-Claro.
Enseguida bajo.
-Genial.
Te espero abajo, tesoro-vuelve a darme un beso, se levanta y se va. Yo me quedo
mirando el teléfono. Tengo un par de mensajes. Uno es de Max, que me cuenta que
Logan sigue haciendo trampas a las cartas, como siempre.
Otro,
de Eleanor. Me pregunta si estoy bien. Me dice que me echa de menos. Que es
raro ver a los demás sin mí. Sí, a mí también se me hace raro estar en casa,
echarlos de menos, y, cuando vienen a visitarme, desear que no lo hubieran
hecho.
Me
controlo a duras penas para no mandarle un menaje preguntando cómo está su
hermano. Ya no tengo derecho a preguntar esas cosas. ¿O sí?
¿Qué
me detiene?
¿Es
el miedo a que ella me conteste que está bien, y darme cuenta de que el único
que es incapaz de pasar página en todo esto soy yo?
Buf,
el riesgo es demasiado grande. Así que le respondo que estoy bien, que la
quiero, que se lo pase bien esta tarde de compras, que no se preocupe por mí.
Sin ningún emoji, lo cual la preocupa.
Me
levanto y bajo las escaleras. Mamá está sacando las cosas que vamos a utilizar
para cocinar.
Antes
de ponerme a ello, le mando un mensaje más a Eleanor para tranquilizarla. Le
pido una vida al Candy Crush.
Me recorre un escalofrío, un calambrazo que va desde mi
hombro hasta descender al completo mi columna vertebral, cuando ella posa su
mano en mí. No tengo que girarme para ver quién es. Conozco ese tacto de sobra,
y esa sensación.
Y,
aunque no lo hiciera, aunque la oscuridad de estar sin Scott me impidiera ver
la carretera, todavía tengo las luces de las farolas en la distancia
indicándome dónde está el arcén: las miradas cargadas de odio de mis amigos,
todos apuntando en la misma dirección. Megan.
-Te
reclama tu americana-ronronea en mi oído, y doy gracias al señor de que no se
le haya ocurrido mordisquearme el lóbulo de la oreja. La miro a los ojos, ella
me sonríe, y se escabulle entre la gente con la elegancia de una pantera. La
sigo y me planto delante de Diana. Y le pregunto qué quiere, se me pone chula,
y, como no está el horno para bollos, la saco de allí. Nos empezamos a gritar,
que es lo único que sabemos hacer. Me pregunto cuánto tiempo llevamos sin
gritarnos: bien nuestros nombres con asco cuando discutimos, o bien nuestros
nombres con placer cuando estamos juntos.
Le
suelto una gilipollez, en lo que me estoy convirtiendo un experto. Meto la pata
hasta el fondo y no me deja acercarme y arreglarlo, pedirle perdón. Joder, Diana, escúchame, escúchame, por
favor.
Diana, no te vayas.
Diana, no gires esa esquina.
No, Diana, por favor, no. Te
necesito.
Diana. Por favor. No.
-Creo que es buena idea eso
de que no nos dirijamos la palabra-me dice. Yo nos he hecho esto. ¿Cómo puedo
dar tanto asco?
Me
escucho a mí mismo decir que prefiero no hablar con ella a tener que hablar
así. ¡Cállate, estúpido! ¡Cierra la boca ya!
-Pues
decidido-asiente ella, y se vuelve sin mirar atrás. No se gira cuando yo vuelvo
dos minutos después a la cafetería, fingiendo que mi mundo no se está
desmoronando por completo.
Se
marcha con sus amigas y las de mi hermana antes de que yo termine de
felicitarme por ser un capullo integral y reúna el valor y la fuerza para ir a
pedirle perdón. Puede que sea hora de ir tragándome mi orgullo. Pero me deja
con él a medio masticar, y yo ya no sé qué pensar.
Suena
el timbre y soy el primero de la mesa en levantarme. Los chicos recogen las
cosas, guardan las cartas, dicen que ha sido una buena partida y se dejan
arrastrar por la marea.
-¿No
vienes, T?-pregunta Jordan, esperándome. Tam se gira y me mira.
-Ahora
os alcanzo-digo. Tengo que ir a clase a recoger la mochila, pero primero,
necesito que papá me firme un permiso de que me puedo ir a casa.
Me
quedo solo con una figura femenina en la cafetería, apoyada en la puerta,
sonriendo con suficiencia. Megan parpadea despacio, esperando a que me acerque
a ella. Tiene las manos detrás de la espalda, un pie apoyado en la pared, y las
caderas al aire. Sólo ella es capaz de llevar un body por debajo de unos
vaqueros y asegurarse de que se le marquen esas caderas que tan deliciosas me
parecían.
Aún
me lo parecen. Soy así de despreciable.
-¿Te
has perdido?-ronronea cual gatita. Pongo los ojos en blanco.
-¿Por
qué has hecho eso?
-¿Por
qué he hecho qué?
-Lo
de antes. Llamarme de parte de Diana, cuando es evidente que ella no me mandó a
buscar.
Megan
se encoge de hombros.
-Sólo
tenía curiosidad.
-¿Por
qué?
-Por
ver hasta qué punto estáis mal-colgó sus pulgares de sus pantalones, y arqueó
un poco más sus labios en una sonrisa que me apeteció morderle. Aléjate de ella. Vas a hacerle daño a Diana.
A Diana no puedo hacerle daño. Le
importo una puta mierda.
-¿A ti qué más te da cómo
estemos Diana y yo?
-Me
gusta saber que, por mucho que busques a otras para darme celos, en el fondo
siempre termines pensando en mí-dice, y se acerca a mí, y yo me quedo clavado
en el sitio. La tengo a un palmo de distancia-. ¿Se puso celosa?
-Evidentemente,
¿a ti te parece mínimamente aceptable lo que hicimos?-acuso, y ella se echa a
reír.
Clavo
la vista en sus tetas cuando arquea la espalda. Eso es justo lo que ella
quiere.
¿Que
por qué lo hago?
Pues
porque soy imbécil.
-A mí
me parece que lo que hicimos superó con creces el “mínimamente aceptable”.
-Ya-me
paso una mano por el pelo y ella se muerde el labio. Siempre le puso muchísimo
que yo hiciera eso. Ya no me acordaba-. Bueno, tengo que ir a clase. Y tú
seguramente también. Así que…
-¿Por
qué le permites que te toree así? Vi fotos de ella en Nueva York. Una hace su
investigación, ¿sabes?
-No
sé si pretendes que me sienta halagado de que busques fotos de Diana en
internet, porque tampoco tiene tanto mérito. La tía es modelo, ¿recuerdas?
-¿Lo
recordabas tú cuando me abriste las piernas en el suelo de mi salón?
Pum.
Megan nunca ha fallado un disparo. No va a ser ésta la primera vez.
-Tengo
que ir a clase-digo, dando un paso atrás y rodeándola. Megan se gira sobre sus
talones y me observa marchar sin decir nada.
Hasta
que ya casi creo que me he librado.
-Pienso
mucho en eso, ¿sabes? La sed con la que me tomaste. Nadie me lo había hecho
como me lo hiciste esa vez. Ni siquiera tú.
-¿Y
quieres repetirlo?-espeto, incrédulo, volviéndome. Ella se encoge de hombros.
-Sabes
cómo hacer que una chica disfrute, T.
-Cuando
esa chica me importa-espeto, poniendo los ojos en blanco, dejándole muy claro
que, si pude hacer que se sintiera como nunca incluso estando borracho, era
porque todavía tenía el sabor de las mieles de Diana en los labios.
Ella
me dedica una sonrisa lobuna.
-Lo
cual me confirma mis sospechas de que todavía no me has superado. Pues yo
también te echo de menos-coquetea, pasándose una mano por el costado,
atravesando por su torso, justo por la zona de sus pechos, y llevándosela hasta
el cuello. Me volvía loco que hiciera eso.
Aún
me lo vuelve.
Pero
tengo que pensar en Diana. No puedo volver a pensar con la polla otra vez. Para
un día que no me estuve tranquilito, me jodí la vida. No va a volver a pasar.
-Déjame
tranquilo, Megan. ¿Tanto te cuesta?
-Sí.
-¿Sí?
¿Cómo que sí? ¿Por qué?-inquiero, y ella sonríe, se acerca a mí, yo me quedo
quieto como una estatua, casi sin poder respirar. No. No te me acerques tanto.
No. Para. Para.
Scott.
¿Scott? ¡Scott! ¡Ven! ¡Scott, tienes que quitármela de encima! ¡SCOTT!
¡SOCORRO!
Megan
me sonríe, me mira los labios, se inclina y aprieta los suyos contra los míos.
Me mordisquea el inferior, me pasa la punta de la lengua por la boca. Estoy tan
flipado que no sé ni cómo reaccionar. Me quedo ahí plantado, dejando que
extienda sus tentáculos a mi alrededor. Y, entonces, me apresa. Se pega contra
mí, se restriega, y yo me odio muchísimo cuando noto que pierdo el control otra
vez, que estoy a su merced.
Quieto. Tommy, quieto. Tommy, basta. No.
Basta. Es suficiente.
Le paso las manos por la
cintura. La pego más a mí. La noto sonreír en mi boca. Y yo entreabro los
labios para probar el tacto de sus dientes. Junto mi lengua con la suya, y
Megan gime.
Diana. Mira lo que le estás haciendo a
Diana. Tommy, joder, para esto.
Tommy. Diana.
Consigo volver en mí, separo
a Megan de un empujón, y ella sonríe de nuevo, se relame.
-Por
esto-dice, pasándose el pulgar por los labios-. Porque, en realidad, no quieres
que te deje tranquilo.
Y
sube las escaleras, dejándome allí plantado, en el entresuelo, preguntándome
cuándo se van a poner en contacto conmigo las editoriales para escribir mi
manual sobre cómo ser un cabrón olímpico.
Scott. ¿Scott?
¿Tommy?
¡Scott! ¡Ven! ¡Scott, tienes que
quitármela de encima!
¿Qué? ¿A quién?
¡SCOTT! ¡SOCORRO!
Me quedo plantado mirando las
verduras a medio cocinar.
-¿Scott?-inquiere
una voz a mi lado, mucho más cercana. Doy un brinco y miro a mi madre, que
frunce el ceño-. ¿Qué ocurre?
-Yo…
nada-¿acabo de escuchar en serio a Tommy? ¿Me estoy volviendo chalado? ¿Qué
coño acaba de pasarme?
Oh,
genial. Al final voy a tener que ir al psicólogo. Contarle mis mierdas y que él
me diga lo que yo ya sé: tengo una dependencia obsesiva compulsiva emocional
con Tommy Tomlinson que no es nada sana. Bueno, siendo discrepar: es sana
cuando estamos juntos, pero cuando estamos separados se vuelve un infierno.
Hasta el punto de que oigo voces.
Genial.
Tengo
una sensación de angustia y malestar en el cuerpo que es difícil quitarme. Me
siento… sucio. Como si alguien estuviera obligándome a hacer cosas que no
quiero en este mismo instante. Como si una capa de suciedad inmensa se posara
sobre mi piel.
-¿Hecho
ya la cebolla o espero?-pregunto, porque mamá me está mirando. Ella frunce
ligeramente el ceño. Sabe que me estoy yendo por las ramas para que no me
pregunte qué sucede.
-Eh… no.
Aún no. Hay que esperar un poco más, para que queden doraditas a la vez que el
resto.
-Guay-respondo.
Intento concentrarme en la sartén. Si esto es lo que hace Tommy cuando está
preocupado, no sé cómo es que le tranquiliza. Tengo las voces reproduciéndose
en bucle en mi cabeza. Voy a quemar la comida-. ¿Te ocupas tú de esto? Acabo de
acordarme de que le prometí a Sabrae que le echaría un vistazo a su mp3. Creo
que lo formateó sin querer.
-Claro-mamá
asiente con la cabeza y coge la cuchara que le tiendo. Salgo disparado
escaleras arriba, un poco sospechoso para alguien que se supone que no tiene
prisa.
Me
tumbo en la cama y me duermo al instante. Estoy cansadísimo.
Y,
para colmo, hoy no viene Eleanor. Qué guay, voy a estar toda la tarde
comiéndome el coco pensando si se me estará yendo la olla.
Se me cae la cara de vergüenza cuando me encuentro con
Diana en casa. Seguro que me lo nota. La americana es lista. Pero, por suerte,
está demasiado dolida y cabreada conmigo como para querer mirarme más de un par
de segundos seguidos.
Cosa
que ni siquiera sucede. Y yo casi prefiero que me lo note.
Nos
dispersamos, me tiro en la cama, viene Eleanor y yo estoy a punto de decirle
que si no le parece que me está tocando las pelotas suficiente, como para venir
a provocarme cuando viene a mi habitación, pero mira… que sea lo que tenga que
ser. Si me tengo que morir de ésta, sea pues. Pero no. Sólo quiere las sábanas
de mi cama, así que se las doy y sigo cuidando de mi granjita. Poco a poco,
estoy consiguiendo un imperio. Los únicos que me echarían de menos si me fuera
serían mis cerditos, a los que me aseguro de cebar cada dos horas para
extraerles la panceta. Se supone que debería matarlos para obtener tan preciada
sustancia, pero lo cierto es que un cerdo puede darme cantidades infinitas de
panceta. Sólo tengo que meterlos en un barril, y ya está.
Cuando
estoy seguro de que Eleanor ha salido de la cocina, bajo y me preparo un bol de
cereales. Tío, estoy agotado, y eso que no he hecho nada.
Nada
más que ser un cabrón de mierda y un traidor de proporciones estratosféricas,
pero no creo que me vaya a poner cachas gracias a esas actividades.
Y,
justo cuando pienso que estoy a salvo, me cruzo con Diana en las escaleras. Me
la quedo mirando un segundo. Y me enfado muchísimo conmigo mismo, porque, ¿cómo
puedo pensar en otra, permitir que otra se me acerque, no alejarme a dos
millones de kilómetros de otra, teniendo a semejante criatura en mi casa?
¿Cómo
tengo la poca vergüenza de serle infiel a semejante diosa?
Se me
encoge el estómago, agacho la cabeza y sigo caminando. Noto cómo ella me
escanea, mi camiseta de tirantes, mis pantalones de chándal, mis pies
descalzos, mi bol con cereales y yogur.
Y se
va sin decirme nada. Ni siquiera adiós. Ni siquiera “vete a la mierda, Tommy”.
Me
tiro en la cama, pero ya no tengo hambre. Así que dejo el bol con los cereales
y me quedo mirando a la nada, viendo a Megan delante de mí, una y otra vez,
inclinándome a besarme, y yo no haciendo nada. Estúpido, estúpido, estúpido.
Cómo le va a doler esto a Diana.
Cómo
acabas de joder lo poco que te quedaba con ella. Para algo especial y bonito
que tienes en tu vida, y vas y la cagas. Premio a la subnormalidad, Tommy.
Deberías estar orgulloso.
Se me
ocurre llamar a Layla. Es un fugaz segundo en el que no tengo que dar cuenta a
nadie de lo que hago. Layla lo entenderá, igual que entendió que aquello fue un
desliz. Yo no quería que aquello pasara.
Igual
que Scott no quería enamorarse de Eleanor.
Pero
los dos lo hicimos, importándonos bien poco lo que ocurriría a continuación.
Tampoco
puedo llamar a Layla. La destrozaré. O, como mínimo, la preocuparé muchísimo.
Seguro que me nota el dolor en el tono de voz. No puedo dejar que eche a perder
sus estudios por no poder concentrarse. Lo último que necesita es aguantar mis
mierdas.
Así
que tomo la última salida que me queda, la única puerta que no tiene echada la
llave. Aparto el bol, meto los dedos entre un sospechoso hueco entre los libros
y saco la pequeña bolsita de polvos blancos que le birlé a Tam cuando ella no
miraba.
Me
saco las llaves del bolso, y voy volcando despacito la cocaína en ellas. Vuelco
un poco, me lo lleno a la nariz, y esnifo. Vuelco un poco, me lo llevo a la
nariz, y esnifo.
Ojalá
me muera de una sobredosis.
Estoy
tan chutado que no me entero cuando empiezo a hurgarme en la herida.
Lo
hago mucho tiempo después, cuando me descubro los dedos llenos de sangre.
Bajé a comer por cumplir, y pude escudarme en que Sabrae
y Shasha sabían que no había dormido mucho para decir que me iba a echar una
siesta.
Me
cuesta horrores no llamar a Eleanor para suplicarle que venga a verme. Estoy
fatal. Con ganas de vomitar.
Pero
más me cuesta no coger el móvil, llamar a Tommy y suplicarle que me perdone.
Haré cualquier cosa. Dejaré a su hermana.
Y eso
no le molará nada. Lógicamente. Ni a ella tampoco.
Así
que bajo las persianas, me meto en la cama, me tapo hasta las cejas y cierro
los ojos. Repaso mentalmente lo último que me dijo Tommy. Lo último que le dije
yo. Y luego, todos nuestros recuerdos, 17 años, 17 putos años de vida siendo
inseparables, a la mierda por un beso.
El
efecto mariposa es real. Es lo más real que ha descubierto la humanidad. No sé
si existe Alá, no sé si la tierra es realmente redonda, no sé si el aire está
verdaderamente compuesto de muchos gases, no sé si los dinosaurios existieron o
si Estados Unidos llegó realmente a la Luna. Pero sí sé que el efecto mariposa
es real, firme como una verdad incuestionable.
No
escucho a Alec llegar. Tenía pensado irse a boxear, encontrarse casualmente con
mi hermana, pero, cuando se entera de que Mary va a acaparar a Eleanor toda la
tarde, cambia de plan.
No
nos merecemos a Alec, de verdad que no. Nos metemos demasiado con él, muchísimo
más de lo que él se mete con nosotros.
Al
llama a la puerta.
-Está
abierta-le dice mamá desde el sofá. Es la única que se ha quedado en el piso de
abajo. Oigo a Shasha trastear en su habitación. El resto de la familia ha ido a
comprar. Mamá no se encuentra del todo bien. Mira, como yo.
Y
Shasha está aquí para echarle una mano si necesita algo. Todo el mundo da por
sentado a estas alturas que yo no sirvo para nada en este plan.
Se me
ocurre que, si mamá coge algo gordo y la palma, nadie me juzgaría por
suicidarme porque no soporto vivir sin ella.
Soy
la criatura más miserable del mundo, mira que plantearme que mi madre se muera,
dejando huérfanas a mis hermanas y viudo a mi padre, sólo por ahorrarme que la
gente diga que soy un cobarde por ir voluntariamente al otro barrio…
-Hola,
Al-mamá le sonríe.
-Hola,
Sher-Alec se la queda mirando-. Joder, tienes una pinta horrible.
Casi
puedo escucharlo recriminarse a sí mismo. Pero
qué cojones, Alec.
Pero mamá se ríe, lo cual lo
tranquiliza un poco. Se suena y contesta:
-Sí.
He cogido gripe.
-Vaya.
Que te mejores. Bueno… ¿la alegría de la huerta?
-Se
ha ido con su padre de compras.
Alec
se queda a cuadros.
-¿Habéis
conseguido sacarlo de casa?
-¿Qué?
-Scott-explica
Alec, alzando las cejas.
-¡Ah!
Perdona, tesoro, creía que…
-Joder,
Sherezade; estás perdonadísima. Llámame “tesoro” todas las veces que quieras.
Mamá
se echa a reír de nuevo.
-Qué
encanto. Pensaba que hablabas de Sabrae-Al niega con la cabeza-. Está arriba.
Se acaba de echar.
Él
hace una mueca.
-No
tengo fuerzas para pelearme con él hoy-se excusa mamá.
-No,
si no pasa nada, mujer. Para eso estoy yo aquí. Bueno… voy a ver si consigo
sacarlo de la cama. Seguro que Eleanor se deja caer por aquí de noche-las pocas
ganas de vivir que tengo se ponen a hacer una conga. Eleanor puede venir,
quizás la vea-. Odia verlo así.
-Yo
también, cariño. Yo también.
Sube
las escaleras de dos en dos, impulsándose también con los brazos, y abre la
puerta de mi habitación. Me encojo automáticamente, pero él ni se inmuta de mis
muestras de reticencia.
Coge la manta por los pies y
tira de ella hasta dejarme destapado, completamente a la intemperie. Y hace
muchísimo más frío del que recordaba.
-Arriba,
joder-insta-. Hace un día precioso-afirma, subiendo las persianas, y el
universo le da la razón incidiendo en mis párpados cerrados con la crueldad de
un sorprendente día soleado de invierno-, las mujeres existen, y hay muchas
posibilidades de que tú y yo follemos hoy. Pero por separado. El gay es
Logan-aclara.
-Déjame
tranquilo, Alec-gimo, lastimero.
-¿Quieres
mimos en la cama? ¡Pues vas dado! Venga, me he pasado toda la noche descargando
versiones pirata modificadas del Call of
Duty. Tengo un mod con el que le podemos poner la cara de Donald Trump a
los nazis. ¿No es eso genial? Tú odias a Trump. Yo odio a Trump. Todo el mundo
odia a Trump. ¿No es maravilloso formar parte de la especie humana?
-No
quiero pegarle tiros a nadie, Alec-me doy la vuelta, pero él me coge del cuello
de la camiseta, me da la vuelta y me obliga a incorporarme.
-Que
no es una oferta. Coño. O sales tú de esta puta cama, o te saco yo.
-Pues
sácame tú-respondo, liberándome de sus manos y dejándome caer sobre el colchón.
Alec tira de mí, y casi consigue tirarme al suelo, pero yo me las apaño para
escapar y me aferro con todas mis fuerzas al colchón. Entonces, él tira el
colchón al suelo, pero yo me niego a moverme.
Como
decía Ricardo III: ¡mi reino por un caballo!
Sólo
que yo no tengo reino. Ni quiero un caballo. Yo lo que quiero es que Alec me
deje en paz.
Alec
empieza a tirar de mí por los pantalones. Le doy una patada.
-¿Qué
quieres, tío? ¡Déjame tranquilo!
-Quiero
verte ese culito que Dios… bueno, Alá en tu caso… te ha dado-dice, y me da una
palmada tan fuerte que me vuelto y le suelto un manotazo, y él aprovecha para
cogerme de la muñeca y tirar de mí.
-¡Levántate
de ese colchón, Scott!
-¡No!
-¡Levanta
el culo!
-¡No!
Alec
me suelta, coge aire y se me queda mirando.
-¿Esas
tenemos? Muy bien. Te vas a cagar. Tú no sabes quién soy yo.
Sale
de la habitación, pero yo mantengo la respiración. Esto no ha acabado. Está
lejos de acabarse.
Cuando
vuelve, viene con Shasha.
-¿Qué
hago?-pregunta mi hermana.
-Ayúdame
a levantar un poco el colchón. Luego, yo le doy la vuelta.
Así
que eso hacen; yo los miro con desconfianza mientras se ponen a mi lado; Alec,
a la altura de mi hombro, y Shasha, a la de mi rodilla. Cuentan 3 y empiezan a
levantar el colchón. Yo clavo las uñas en él. Ni de coña van a conseguir
tirarme.
Poco
a poco, levantan el colchón. Yo me pongo a patalear, pero necesito hacer fuerza
también con los pies para conseguir mantenerme, de manera que tengo que parar.
Lo ponen en vertical. Yo miro a Alec con odio.
-¿Tus
últimas palabras?-inquiere.
-Eres
el ser más despreciable que he conocido en mi vida-escupo entre dientes, y Alec
sonríe.
-Qué
bonito lo que me dices. Luego te hago una mamadita de agradecimiento, venga-y
empuja el colchón contra la cama, y yo me caigo contra el suelo, y el colchón
se me cae encima, pero no me aplasta gracias a la pequeña diferencia de distancia
que ha habido ahora que el colchón ha estado de canto unos segundos. Shasha
chilla extasiada y se lanza contra el colchón. Siento su culo en mi cara.
-¡QUÍTATEME
DE ENCIMA, PUTA CRÍA DE LOS COJONES!-bramo, sintiendo que casi no puedo
respirar. Empiezo a dar puñetazos, Shasha se levanta de un brinco, y Alec me
coge por los pies y me arrastra fuera de mi improvisada tienda de campaña.
Me
deja a la altura de su cara, y me sonríe alzando una ceja. Puedo ver cómo
cuelgan los colgantes que lleva, cada uno de un país diferente. Al compra algo
parecido a las chapas que usa el ejército para identificar a sus soldados, pero
con el nombre de las ciudades que visita.
Shasha
está fascinada con la ocurrencia de Alec. El tío le da al coco que da gusto.
Así
es como él se gana a la última Malik que se le resistía.
-Así
que… lo de la mamada…-bromeo, y él se echa a reír, me tiende la mano y me ayuda
a levantarme. Choca los cinco con Shash y la invita a venir con nosotros a
jugar.
Mi
hermana mi sorprende aceptando su propuesta. Joder. No sé qué tiene Alec, pero,
desde luego, en esta casa es como una droga.
La
cría enseguida se marcha, aburrida de nuestros juegos, pero el avance ahí está.
Yo me quedo mirando cómo juega Alec, con un cigarro en la boca al que da caladas
cada vez que llega a un punto de partida.
No
podría alegrarme más de que esté aquí, conmigo. Bueno, sí que podría. Pero eso
está fuera de toda posibilidad ahora mismo.
-Al-lo
llamo, pero él no me hace caso-. Al.
-Espera.
Emboscada-dice, tira una granada y sonríe al ver que termina la misión-. Vale,
guay. Dime.
-Gracias
por ser el único hermano que me queda.
Alec
alza las cejas.
-¡Ah,
no! ¡Ni de puta coña! ¿Hermanos, tú y yo? Qué pereza, eso es ir tirando el
dinero por la vida; o sea, ¡no voy yo, tonto de mí, y le compro unas zapatillas
de ballet a Mary, porque estaba que no callaba con que las suyas eran muy
viejas, para Navidades, y va la muy psicópata, y cuando se las doy, lo primero
que hace (bueno, lo segundo, lo primero es darme un beso, porque tengo muy bien
educada a mi señorita), es ponerse a darles hostias contra el suelo, como una
salvaje! ¡Como una troglodita! ¿A ti te parece puto normal? ¡Salgo ahí a la
calle a ganarme el pan, voy de punta a punta de Londres entregando paquetes con
mi puñetera moto, saltándome semáforos para llegar antes, arriesgando mi vida
como pocos héroes de guerra, para pagar 150 libras por unas putas zapatillas
que parecen más bien calcetines duros, para que ella les dé contra el suelo!
¡Pues ni puta gracia me hace!-yo me echo a reír, y Alec se envalentona-.
¡Además! ¡El préstamo que pedí para la cena del sábado, lo tengo por el cuello!
No sé si voy a poder pagarlo, verás como me tenga que prostituir, le coja el
vicio y no me veáis más el pelo-yo me río más fuerte, me duele la tripa, joder,
adoro a Al-. Ahora en serio, golosón. No hay de qué-me guiña un ojo-. Si ya
sabes que yo a esa carita no le puedo decir que no.
-Qué
bonito, ¿me das un besito?
-Uno
pequeñito, no se vaya a poner celosa Eleanor y me termine asesinando mientras
duermo. Y no me metas mano, ¿eh?-le pellizco el costado-. ¡Ay, cabrón, es que
te asesino, de verdad!
Nos
echamos a reír y nos quedamos quietos un momento, pensando en nuestras cosas.
Se me hace más amena esta tarde de mierda estando con él.
-Pero…
que sepas que agradezco un montón lo que estás haciendo por mí. No quedándote a
jugar a baloncesto, y tal. Puede parecer que no lo aprecio, pero lo hago.
-No
me estoy quedando por ti; me quedo para ver si hoy tengo suerte y Sabrae viene
con ganas de echarme un polvo.
-Os
lo pasasteis bien este fin de semana, ¿eh?
-Oh,
chico. Si tú supieras-da una nueva calada y sonríe. Me guiña un ojo y continúa
con su partida, mientras yo me arrebujo en la manta. Espero que Eleanor venga
pronto. Ojalá se le pase por la cabeza venir a visitarme. Aunque sólo sean
cinco minutos. Necesito la luz de mi luna, no puedo seguir dando palos de ciego
por más tiempo.
Se me están pasando los efectos de las drogas cuando
llaman a la puerta. Sé que no es Eleanor. Bufo un permiso para entrar.
Dan
empuja la puerta y me mira.
Y ver
la cara de mi hermano pequeño, que no tiene que saber bajo ningún concepto los
deseos que escondo en mi interior, me hace espabilar. Me pongo la chaqueta
rápidamente, para que no vea las manchas de sangre en la camiseta gris, y tiro
la manta a mi lado del colchón, tapando a duras penas los restos de lo que he
estado haciendo.
-¿Qué
pasa, fiera?-inquiero, frotándome la mejilla y fingiendo que no estoy muerto
por dentro. Dan me muestra una caja gigante del monopoly.
-¿Quieres
jugar conmigo? Ash está de morros. Dice que no es justo que le cobre por pasar
por mis calles. Se ha echado a llorar y le ha dado la vuelta al tablero. Estaba
a punto de conseguir todas las casillas rojas-susurra en voz baja, triste. Yo
me aparto y doy una palmada en el colchón, y Dan se acerca a mí, obediente.
-No
es muy justo cobrar por tener calles y que la gente pase por ellas, no-asiento,
besándole la frente y estrechándolo contra mí.
-Pero
es como las carreteras, ¿no? Las carreteras son las calles de los países. ¿Por
qué yo no puedo cobrar por tener calles, pero los empresarios sí pueden cobrar
por usar sus carreteras?
-Pues…
porque las carreteras son más grandes. Y no tienen peatones. Es más fácil
controlar quién las usa.
-Pues
no es justo-espeta, cruzándose de brazos.
-Ya-replico,
dándole otro beso en la frente-. Bueno, ¿quién empieza la partida?
Dan
sonríe, da un brinco y salta de la cama. Me coge de la mano y me lleva
escaleras abajo, a la sala de estar donde mamá suele trabajar. Pero ella no
está aquí. Ha terminado hace poco sus trabajos pendientes de la empresa, y creo
que está leyendo un libro. Dan coge una silla y la arrastra a una esquina para
que me siente. Extendemos la tabla, nos repartimos el dinero y cogemos un dado.
Él se empeña en echar a suertes quién saca primero; yo consigo un número por
encima de él, se disgusta, y al final le dejo tirar el dado primero.
-Pero,
¡eso es trampa!-protesta.
-Yo
no se lo voy a contar a nadie, ¿y tú?
Dan
sonríe, por toda respuesta.
Llevamos
una vuelta y media al cuadrado cuando me pregunta:
-¿Por
qué Scott no viene a casa?
Se me
cae el mundo a los pies cuando dice su nombre con un tono tan casual.
-Porque…
estamos enfadados.
Dan
abre muchísimo los ojos. Nunca, en su vida, me he peleado con Scott. ¿Qué coño?
Nunca en mi vida me he peleado con
Scott. Y yo tengo casi el doble de edad que mi hermano pequeño.
-¿Por
qué?
Me
encojo de hombros.
-Está
saliendo con Eleanor.
Dan
frunce el ceño. Algo no encaja.
-Ya.
¿Y?
-Que yo
no quería que saliera con Eleanor.
-¿Por
qué? Yo creo que Scott es muy bueno con ella. Es decir… no los he visto
juntos-tira su dado y le sale el número necesario para ir a la cárcel, así que
lo toca con el dedo para que cambie de cantidad.
-Te
acabo de ver, Dan-pongo los ojos en blanco y él hace un puchero.
-Y…
¿por qué estás triste?
-Porque
estoy enfadado con Scott-explico.
-Pues
vete a verlo. Y haz las paces con él.
-No
es tan sencillo.
-¿Por
qué no?
-Porque
me pone triste verlo-no puedo mirar a Scott a la cara, ya sé que me duele
mirarlo y pensar en las posibilidades que hay de que se abalance sobre mí como
la última vez que nos vimos. No sobreviviré a eso.
-Ay,
dios mío-mi hermano se lleva las manos a la cabeza-. Esto no tiene sentido.
¿Cómo puedes estar triste porque estás enfadado con Scott y no querer hacer las
paces con él? No tiene sentido.
-Igual
que el cobrar por pasear por una calle-espeto, y Dan se tapa la boca,
reflexionando.
-¿Y
Diana? ¿Por qué no le preguntas a Diana? Sois amigos. A veces le haces esas
cosquillas que papá le hace a mamá. Lo sé. Os escucho cuando os las
hacéis-informa, pagado de sí mismo. Alzo las cejas.
-Vale,
comisario, ¿me vas a leer mis derechos?-Dan frunce el ceño-. Nada, déjalo. ¿Qué
hay de Diana?
-¿Por
qué no le pides a ella que hable con Scott?
-Porque
ella también está enfadada conmigo.
-Jopé,
yo no creo que seas tan malo como para que tanta gente esté enfadada contigo.
¿Es por lo de Scott?
-No.
Es que le hice esas cosquillas a otra chica, y a Diana no le pareció bien.
Dan
abre tanto los ojos que se convierte únicamente en un par de ojos marrones.
-¿A
Layla?-inquiere con un hilo de voz, pero yo niego con la cabeza.
-No.
A Layla le hicieron demasiadas cosquillas antes, incluso cuando no quería, y
ahora necesita un tiempo para recuperarse.
-Vaya.
O sea, ¿qué las chicas no quieren que les hagas cosquillas siempre?
-De
hecho, es más común que no quieran que les hagas cosquillas a que quieran.
Dan
parpadea.
-Pero…
entonces… ¿por qué les haces cosquillas cuando no quieren?
-Porque
a nosotros también nos gusta hacerles cosquillas.
-Pero…
cuando yo le hago cosquillas a Ash, o a Duna, yo me lo paso bien porque ellas
se ríen. No saco nada. Tampoco creo que tú o Eleanor saquéis nada cuando me las
hacéis a mí.
-Es
que son un tipo de cosquillas especiales. Os gusta a los dos. Es como… os
hacéis cosquillas a la vez el uno al otro, ¿entiendes?
Dan
asiente.
-No
lo entiendes-sonrío, y él niega con la cabeza-. Vale-suspiro, joder, yo no
debería tener que explicarle esto a mi hermano, tiene dos padres que deberían
comerse este marrón. Me paso la mano por el pelo-. A ver. Sabes de dónde vienen
los niños, ¿no?
-¡Claro
que sí!-espeta, ofendidísimo.
-Vale,
pues… un hombre y una mujer no hacen eso…
-¿Te
refieres a follar?-espeta.
-¡Bueno!
¡No digas eso! ¡Eres demasiado pequeño para usar esa palabra!
-¡Tú
y Scott la decís constantemente!
-¡Sí,
pero Scott y yo somos mayores!
-¡Pues
no es justo!-se pone de morros.
-Dejémoslo
en hacer el amor, ¿vale?-Dan asiente, con los ojos entrecerrados-. Vale, pues
cuando un hombre y una mujer… bueno, en realidad, ya sabes que un niño puede
tener dos padres o dos madres, si lo adoptan, pero de momento nos vamos a ceñir
a lo biológico…
-¿Qué
es biológico?
-Cuando
una mujer se queda embarazada-resumo. Dan parece interesadísimo. Bueno, al
menos, si sobrevivo a esto y tengo críos, ya sabré cómo contarles los misterios
del sexo-. Pues… cuando una mujer se queda embarazada, la mayoría de las veces
no es porque quiera tener un hijo. O sea, evidentemente, ella quiere. Los
padres quieren. Pero hay veces en que es por casualidad. Muchas veces, las
parejas hacen el amor porque les gusta. No porque quieran tener hijos. ¿Lo
entiendes?
Dan
se me queda mirando.
-¿Mamá
y papá no querían tenernos a nosotros?
-¡No!
¡No, claro que sí! ¡O sea, esto es… a ver! Dios-me paso una mano por el pelo-.
Lo que estoy intentando decirte es que… hacer el amor mola. De por sí. Tener
una familia e hijos también, pero…
-¿Quieres
que Diana se quede embarazada de ti?
Me
quedo a cuadros.
-¿Eh?
-Que
si quieres tener hijos con Diana.
-Yo…
pues… tengo 17 años.
-Bueno,
pero si una mujer está embarazada 9 meses, tendrías 18 si Diana se quedara
embarazada ahora. Ya podrías conducir-para Dan, conducir es el punto de
inflexión en la vida de una persona. No es su graduación, no es su primer
trabajo, no es el día que se casa ni cuando tiene hijos. No. Es el día en que
se saca el carnet de conducir.
-Nos
estamos saliendo del tema-lo corto, y él hincha los mofletes-. El caso es que
yo hago el amor con Diana. Pero ella está enfadada conmigo porque lo hice con
otra chica.
-¿Y
qué tiene de malo?
-Pues…
que se supone que no podía acostarme con otra chica.
-Pero
eso no tiene sentido. Si se disfruta follando…
-Que
no uses esa putísima palabra, Dan-protesto.
-…
¿no debería hacerse con quien se quisiera, cuando se quisiera, y donde se
quisiera?
-No
cuando tienes pareja.
Dan
medita un momento.
-¿Y
por qué no le pides perdón?
-¿Yo?
¿Por qué?
-Pues…
porque te acostaste con otra chica.
-Es
más complicado que eso. Ella también se acostó con otros chicos-Dan se lleva
una mano a la boca, escandalizado-. Pero no pasa nada. Yo le di permiso. ¿Lo
entiendes?
-¿Y
ella a ti no?
-Sí,
claro.
-Pues
no lo entiendo. ¿Por qué se enfada porque hiciste algo para lo que te dio
permiso?
Me lo
quedo mirando. Este crío es un puto genio. Tenemos que asegurarnos de que lo
cojan en Oxford. Puede que descubra la cura contra el cáncer.
-Eh…
-No
tiene ni cabeza ni pies.
-Se
dice al revés, Dan.
-Pues
eso. Que no tiene ni pies, ni cabeza.
Mi
hermano hace que algo dentro de mí haga clic. No me puedo sentir mal por lo de
Megan. Sólo fue una chica, y lo de hoy sólo fue un beso. Diana se tiró a todo
el que le dio la gana estando en Nueva York, y, ya de vuelta en casa, a quien
quiso también aquí, por muy mal que estuviéramos nosotros. Incluso si quería
darme una lección, no tenía ese derecho.
Me
llevo inconscientemente los dedos a la herida. He descubierto que presionarla
me ayuda a pensar, puede que porque el dolor físico sustituye al emocional.
-¿Qué
tienes ahí?-pregunta mi hermano.
-Nada-respondo-.
¿Tiras el dado?
-Estoy
en la cárcel-se lamenta.
-Bueno,
pero nadie se va a enterar. Yo no lo voy a contar, ¿y tú?
Dan
sonríe, estira la mano y coge el dado. El chaval me machaca, pero yo no estoy a
lo que tengo que estar.
Me
estoy armando, poco a poco, la coraza de indiferencia ante todo lo que pueda
decirme Diana.
Los
dos podemos utilizarnos, no va a ser todo sólo en una dirección.
Sabrae se tira en el sofá, al lado de Alec, ya recién
duchada y con la ropa de andar por casa puesta. Él la recibe con una sonrisa y
un beso en los labios.
-Me
preguntaba cuándo vendrías.
-Estaba
haciéndome de rogar.
Se
ponen a jugar mientras yo los observo, tapado cual oruga. Me invitan a jugar un
par de veces, pero yo niego con la cabeza. Quizá me vendría bien, después de
todo, se me está revolviendo todo por dentro a intervalos más o menos
regulares, y una distracción estaría bien para hacer caso omiso a ese maremágnum
de sensaciones que no sé muy bien cómo procesar.
Pero
estoy mejor así, créeme.
Todos
mis deseos se cumplen cuando Eleanor viene a visitarme. Incluso trae una caja
de donuts, mis favoritos, porque es digna hermana de Tommy y sabe que a mí se
me conquista con el estómago.
De lo
que no se da cuenta mi chica es de que Tommy haría exactamente lo mismo para
animarme: traerme comida, los mismos donuts, y negarse en redondo a darles
aunque sea un mordisquito para probarlos.
Mi
luna no se queda demasiado tiempo conmigo. No puedo culparla. Tiene que volver
a casa para que mi sol no se enfade con ella. Eso me cabrea un poco. Pero yo ya
no tengo fuerzas para cabrearme. Soy como un girasol nocturno; persigo a la
reina de la noche mientras hace acto de presencia, sin poder pedirle que se
quede más tiempo o que directamente no me abandone.
Y me
entristezco muchísimo cuando se va.
Aunque
ella me deja una pincelada de estrellas en el cielo para que no me engulla la
oscuridad en forma de mensajes.
El
problema es que, por muchas estrellas que haya en el cielo, sigues sin poder
hacer más que andar a tientas.
El martes se acaba conmigo despierto. La medianoche me
pilla en vela, sin poder pegar ojo. No he tenido cojones de decirle a Diana lo
que he hecho esta mañana.
Igual
que sé que no los voy a tener para quitarme de en medio y que voy a tener que
vivir una patética vida sumido en una tristeza infinita.
Quizá
confesarle lo de hoy me haga matar dos pájaros de un tiro. Diana me detesta, es
evidente. Le falta muy poco para decidir aplastarme. Muy poco. Apenas nada.
Enciendo
la luz de la mesilla de noche y miro al techo. Diana está durmiendo arriba.
Barajo la posibilidad de subir, despertarla y meterme entre sus piernas. Lo
único que me queda, lo único que me hace levantarme cada mañana, es que todavía
hay una pizquita de mí que aún le gusta a mi americana. Y tengo que
aprovecharme de eso. La echo de menos. Muchísimo. Lo peor de no tener a alguien
es cuando lo tienes al alcance de la mano, estiras el brazo, y se te escapa
entre los dedos.
Pero
no. Esta noche es mi noche de luto. Mi luto por mi mejor amigo, mi luto por mi
novia, mi luto por la persona que una vez fui y que no voy a poder volver a
ser.
No
sin Scott, y a él ya no voy a recuperarlo.
No
sin Diana, y a ella ya no voy a recuperarla.
Me
paso las manos por el costado. Mi herida recibe la caricia relamiéndose. ¿Voy a
revivirla?
Es
lo que más me apetece en el mundo. Sentir ese ardor entrándome en el pecho,
haciendo que el monstruo de fauces colmadas de dientes retroceda.
Así
que lo hago. Me destapo, enciendo un cigarro, y empiezo a hurgar. Quiero sentir
el dolor. Quiero que me haga daño de verdad. No quiero que ninguna droga me
quite lo único que todavía es mío, lo que nadie me podrá arrebatar jamás.
Cuando
estoy demasiado cansado para seguir, cojo lo que queda del paquete de polvos
mágicos y lo esnifo. Me preparo para oír a Scott.
Y lo
escucho mientras me meto de nuevo en la cama, me tapo con la sábana, e ignoro
la humedad de mi sangre.
Me
quedan días.
Lo
sé.
Van a
ser los más largos de la historia.
Me doy cuenta de que estoy fatal cuando veo que Eri viene
a verme. Me doy cuenta de hasta qué punto estoy flotando en mitad de la nada.
Soy un planeta que ha perdido a su estrella. Ojalá fuera una luna y pudiera
permitirme engancharme al campo gravitacional de otro cuerpo terrestre. Pero
no, soy demasiado grande para que nada me arrastre, pero demasiado pequeño como
para arrastrar yo a nada.
Eleanor
me besa, me mima, me da calor, me mantiene a flote mientras voy a la deriva. No
deja que las olas me hundan. No permite que me vaya a pique.
Pero
yo ya no puedo dibujarla.
Mi
chica ya no es suficiente para hacerme feliz.
Dios
mío. Voy a terminar haciéndolo. No tengo ganas aún, pero me fijo en ese aún. Voy a acabar haciéndolo.
Eleanor
no se lo perdonará nunca si me suicido.
Y
Tommy… quizás él me siga, después de todo.
Ojalá
nos encontremos.
Me
pego a ella todo lo que puedo, a su cuerpo cálido y confortable, inhalo el
aroma que desprende su pelo y cierro los ojos. No quiero echarme a llorar
delante de ella.
Pero
sé cómo terminé la última vez que perdí mi capacidad de dibujar. Y la persona
que me salvó entonces es, precisamente, la que me ha arrebatado el don.
Me duele muchísimo que mamá se vaya a casa de Scott. Me
duele, me molesta, me cabrea, me hace sentir una rabia impresionante por debajo
de la piel. Soy como un volcán en plena erupción, de estos que estallan en un
millón de pedazos, no de los que escupen lava tranquilamente.
Y
empiezo a alimentar a la bestia de colmillos afilados y garras hundidas en mi
pecho con esos pensamientos putrefactos que tanto le encantan: las mujeres de
esta familia tienen una inclinación natural hacia los Malik. Llevan
prefiriéndolos sobre nosotros desde que el mundo es mundo.
Cuando
mamá descubrió a la banda, el primero que le llamó la atención fue Zayn. No
papá.
Después,
cuando Zayn se fue, y no se hablaba con papá, y sacó un disco, papá le preguntó
a mamá que qué tal estaba.
-Mucho
mejor que los vuestros-espetó mamá, hiriente. Los meses en que Zayn dejó la
banda y se puso a hacer cosas fueron los peores para mis padres. Mi madre
culpaba a papá de que hubiera permitido que lo pasara tan mal que la única
solución posible fuera irse, y papá bastante tenía ya con no hablarse con él,
como para tener bronca también con la que entonces aún era su novia.
-Pues
me cago en mi madre-fue todo lo que contestó papá.
Así
que no debería molestarme que mamá quiera ir a ver a Scott. Pero joder, lo
hace. Yo soy su hijo, no Scott. Si tantas ganas tenía de parir a un Malik, que
se hubiera liado con Zayn antes de que él conociera a Sherezade.
Me
pongo a cocinar, que es lo único que me tranquiliza estos días. Hago caso omiso
de cuando papá o mis hermanos entran o salen de la cocina, de cuando lo hace
Diana. No le he dicho nada de lo de Megan. Hoy me he cruzado con ella en el
instituto, la pelirroja me ha mirado y se ha relamido, y mis amigos la han
fulminado con la mirada, pero yo he pasado. No estoy para meterme en más
movidas.
Pero cuando
llega mamá y viene a verme, me vuelven a entrar ganas de bronca.
-¿Qué
cocinas?-me pregunta, inclinándose y dándome un beso en la mejilla. Yo apenas
la miro de reojo.
-Aún
no lo sé. ¿Qué tal tu excursión a tierra enemiga?
Mamá pone
los ojos en blanco.
-Pues…
peor de lo que me imaginaba.
-¿De
veras? Qué lástima-gruño. No se me escapa que sólo he escuchado sus pasos por
casa. Eleanor no ha venido con ella. Sigue con Scott.
Aprieto
con más fuerza la cuchara.
-Si
hubieras venido con nosotras, seguramente estarías de acuerdo conmigo en que
las cosas se os están yendo de las manos.
-A mí
no se me está yendo nada de las manos. Sólo se le ha ido a Scott.
Mamá me
pone una mano en el brazo, haciendo que la mire.
-Diana
y Scott están sufriendo por esto, Tommy. Tú puedes cambiarlo. Está en tus
manos.
-Nada
está en mis manos, mamá-respondo, sacudiéndome su mano de encima-. Deberías
preocuparte un poco más por mí-ataco, y ella alza las cejas, sorprendida de que
me revuelva de esta manera. Tengo la lengua larguísima, es cierto, pero no
suelo lanzar dardos con tal cantidad de veneno. Ésta es la forma de proceder de
Eleanor-. Ellos no son tus hijos. Yo sí.
-¿Qué
importa que no sean mis hijos? Me preocupo por ellos igual, Tommy. Es cierto
que no me importan tanto como tú, evidentemente, pero aun así… ¿cómo pueden
darte igual?-suelto un bufido y pongo los ojos en blanco-. Estás cambiadísimo. Yo
no te he criado para que seas así de egoísta.
-Pues
cámbiame por Scott-gruño en voz baja, y ella da un paso atrás-. Es tu
oportunidad. Lo que llevas esperando desde que nací, ¿no? Además, a todos os
vendrá genial. Así Eleanor tendrá que ir sólo de un lado a otro del pasillo
para echar un polvo.
-Pero, ¿qué cojones te pasa, Tommy? ¿Desde
cuándo eres así de imbécil?
-¿Que qué cojones me pasa? Me he
acostado con Megan, ¿vale?-ladro, y ella abre tantísimo los ojos que me
sorprende que no se le salgan de las órbitas y se caigan al suelo-. ¡Me he acostado con Megan, y la echo de
menos, y la sigo queriendo-joder, por fin encuentro una explicación lógica
y razonable a que no pueda terminar de escaparme del área de influencia de Megan,
por mucho que intente huir de ella. Por eso no puedo permitirme mirarla-, pero también quiero a Diana, y también
quiero a Layla, y no puedo contarle a Layla esto y si le digo a Diana que ayer Megan
me besó terminará de odiarme; y no tengo con quién hablar de ellas, porque los
demás no lo entienden como lo entiende Scott, pero Scott está con Eleanor, y me
mintió durante meses, y ya no sé si puedo confiar en él, o si seré capaz de
volver a confiar en él, y…! ¡Joder, mamá, me siento tan solo, tan terriblemente
solo, que no sé lo que me va a pasar!
Y me echo a llorar, a llorar
a lo bestia, y me llevo una mano al costado para hacer que mi cerebro se calle
de una maldita vez, pero cuando mis manos llegan a tocar piel, descubren que no
es la mía, que son sus brazos los que me rodean. Mamá pega mi cabeza a su cuello
y me acaricia el pelo y la espalda mientras me besa, me susurra que ya está,
mamá está aquí, yo no estoy solo, todo saldrá bien, ella me cuidará, ella
siempre estará conmigo, pero a mí no me basta, aunque cuando me sigue
acariciando la cabeza, dejando que llore tranquilo, que me desahogue todo lo
que necesito y que la estreche entre mis brazos con la fuerza con que te
aferras al último salvavidas disponible en el naufragio, y me besa en la oreja,
me susurra que me quiere, que soy importante, y especial, y buena persona, yo
me lo creo. No porque piense que es verdad, sino porque necesito creérmelo en
ese momento.
-Tú
no te mereces lo que te está pasando, mi amor-me dice, limpiándome las
lágrimas.
-Scott
me detesta.
-Scott
te echa de menos.
-Diana
me detesta.
-Diana
está molesta contigo, pero no te odia. Sabes que te quiere. ¿Cómo no iba a
quererte? Mírate. Si eres precioso. Todo en ti es precioso, Tommy. Tu interior
y tu exterior. Es imposible que nadie te odie. Y tampoco te mereces a esa zorra
que no te deja vivir.
-Megan…
-Prométeme
que no te volverás a acercar a ella. Prométemelo, Tommy-me dice, levantándome
la mandíbula para que la mire a los ojos-. No vas a dejar que te siga jodiendo
la vida.
-Está
bien.
-Prométemelo.
-Te
lo prometo.
Mamá sonríe,
me da un beso en la mejilla y me estrecha contra ella.
-Vamos
a darnos un baño. Tú y yo. Como cuando eras pequeñito, ¿qué te parece?
-Tengo
que…
-Deja
la comida. Tu padre se ocupará de ella. Vamos, mi amor.
Me
toma de las manos, espera con paciencia a que deje de temblar, me abraza cuando
vuelvo a hacerlo a mitad de camino hasta que consigo tranquilizarme, me sienta
en la taza del váter mientras abre el grifo del agua caliente. Llena la bañera
hasta arriba. Siempre me ha chocado que, con lo concienciada que está con todo
eso del medio ambiente, haya querido poner en el baño una bañera que parece
poco menos que una piscina olímpica. Supongo que era previendo estas
situaciones.
Me meto
cuando todavía el grifo está escupiendo agua, y el nivel sube en cuanto mi
cuerpo entra en contacto con el líquido ardiente. Me relaja un montón. Mamá echa
unas sales de baño raras que empiezan a hacer espuma en el acto. Se hace un
moño, se pone un par de horquillas, y se mete también el agua, por detrás de
mí. Me agarra por los hombros y me mete entre sus piernas, me hace apoyar la
cabeza en su pecho y nos quedamos ahí, quietecitos, esperando a que las sales
terminen de hacer espuma. Me apoyo en su hombro y cierro los ojos.
Todo está
bien cuando estoy en brazos de mamá.
Ella me
besa la cabeza, me acaricia el pecho con el pulgar.
-Mamá.
-Dime,
cariño.
-¿Me
lavas el pelo?-recuerdo cómo me gustaba que me lo lavara de pequeño. Siempre se
ponía en la misma posición, en la que estoy ahora. Me metía entre sus piernas,
me daba un beso, y me pasaba el teléfono de la ducha por la cabeza para mojarme
la melena. Se echaba un poco de champú en las manos y me masajeaba la cabeza
mientras yo me derretía y me mezclaba con el agua. Me encantaba muchísimo que
mamá hiciera eso.
-Claro,
tesoro-ella sonríe, me da un pellizco en la espalda cuando me inclino a coger
el champú, y me dejo hacer mientras me lava el pelo. Cierro los ojos,
concentrándome en sus dedos en mi cabeza, suaves aunque firmes y decididos.
Cuando
termina, me echa el pelo hacia atrás y sonríe.
-Tu
padre llevó el pelo así en la primera entrega de premios a la que fue después
de conocerme.
Apoyo
la cabeza en su hombro y miro su mandíbula.
-¿Crees
que Diana me perdonará?
Mamá
toma aire muy profundamente, y luego lo suelta despacio.
-Creo-dice
después de unos angustiosos segundos que se me hacen eternos-, que al final
ella terminará viendo que le gustas más de lo que le disgustas ahora.
-No entiendo
por qué se pone así conmigo. No he hecho nada que ella no haya hecho. Es más,
si alguien debía estar enfadado, sería yo. Y no lo estoy.
-¿No?
-No-bajo
su atenta mirada, me vuelvo pequeñito-. Bueno… estoy molesto con ella. No sé
por qué se ha puesto así. Es decir, ella lo ha hecho con un montón de chicos en
Nueva York, y yo no he dicho ni mu.
-Sí
que lo has dicho.
-No,
no lo he dicho.
-Lo
estás diciendo ahora.
-Ya.
Bueno. Pero es diferente-juego con la espuma, parecen nubes, me siento un dios
que decide dónde hay sequía y dónde inundaciones.
-¿En
qué sentido?
-Ella
estuvo con un montón. Yo sólo con una. Bueno, una y media. También me acosté
con Layla-noto que mamá frunce el ceño-. Es largo de contar.
-Lo
dejaremos para otro día, entonces.
-Nos
dimos permiso. Pero… no sé, yo no pensé que se fuera a poner así. Me habría
controlado muchísimo más de saber que acabaríamos de esta manera.
-¿Sabes
cuál creo que es la diferencia aquí?
-¿Cuál?
-Creo
que tú te esperabas que ella estuviera con otros chicos. Pero ella no se
esperaba que tú estuvieras con otras.
Tiene
sentido. Joder, tiene sentido. Tiene todo el sentido del mundo.
Aun así,
no hace que ella tenga razón, ni que se deje de comportar como una cabrona de
campeonato poniéndose así conmigo, sobre todo sabiendo lo mal que estoy con Scott
y que no necesito más problemas.
-Sigue
pareciéndome mal cómo está reaccionando.
-Porque
tú sigues confiando en ella, y lo hacías aun sabiendo que estaba con otros. En cambio,
ella, al no esperarse lo de la otra… perdió su confianza en ti. Dale tiempo, T.
No la presiones-me da un beso en la cabeza-. Necesita descubrir en qué punto
está vuestra relación ahora.
-Sólo
en el sexo-suelto, y mamá pone los ojos en blanco.
-La
confianza es todo en una relación. Si no tenéis confianza, no tenéis nada. Y ahora,
ella tiene que decidir cómo vuelve a confiar en ti.
-¿Y
qué hago yo mientras tanto?
-Esperar.
-¿Así,
sin más? ¿Me cruzo de brazos mientras la chica más alucinante que he conocido
nunca decide si yo soy digno de confianza?
-Sí-dice,
toda convencida. Yo bufo.
-Mira
que sois complicadas las mujeres, eh.
-No
es por ser mujeres. Es por ser personas. ¿Qué crees que os está pasando a Scott
y a ti? Lo mismo que a Diana contigo. Cada uno sois la Diana del otro. La diferencia
está en que no os veis, y así no os dais espacio para confundiros.
Cierro
los ojos y suspiro.
Me parece
exagerado que compare lo que tengo con Diana con lo que tengo con Scott. A ella
la conozco de hace meses. Y a él, de toda la vida. Literalmente. Toda la vida.
Sé que
me va a matar tener que esperar sin hacer nada. Pero mamá consigue relajarme. Me
canta, me besa, me mima, me colma de cariño y atención que no sabía que necesitaba
hasta que ella me lo da. Me siento mucho mejor cuando salgo del baño y me pongo
ropa limpia, y cuando bajo a cocinar. Consigo dormir de un tirón esa noche.
Pero tengo
pesadillas. Vuelvo a soñar con la voz de Scott.
Eleanor me nota cambiado. Cuando se marcha su madre, me
dice de subir a mi habitación, y yo me dejo arrastrar. Me quita la ropa y me
besa, y yo me dejo hacer. Me tumba sobre la cama y se pone encima de mí. Y yo
me dejo hacer.
Se queda
quieta, aún encima de mí. Yo no estoy disfrutando, la embisto más por inercia
que por otra cosa. Y ella tampoco se lo está pasando precisamente bien.
-¿Quieres
que hablemos?
Me encojo
de hombros. Ella se incorpora, y se sienta a mi lado. Se cubre con la manta
hasta el pecho, pasándose la sábana por debajo de los brazos, como si fuera una
toga. Nos miramos largamente.
-Una
libra por tus pensamientos-dice por fin, y yo me llevo la mano a la boca, me
mordisqueo el pulgar, dejo caer las manos en mi pecho y le digo, encogiéndome
de hombros:
-¿Te
sale rentable?
-¿El
qué?
-Pues…
todo esto. Preocuparte por mí, venir a verme, estar a malas con tu hermano,
sólo por mí.
-No
hay un “sólo” por ti, S.
-Vas
a hacer muchos sacrificios por esto, ¿verdad?
Eleanor
se encoge de hombros.
-Voy
a hacer los que crea convenientes.
-¿Cuál
es mi precio, Eleanor? ¿Cuánto estás dispuesta a dar hasta que te des cuenta de
que estar conmigo ahora que no soy ni la sombra del chico que te gustaba no
merece la pena?
-Tu
precio es todo lo que tengo-dice, convencida. Yo suspiro.
-No
puedes… yo no… no valgo eso. No merezco que lo pases mal por mí.
-Sí
que lo haces. Tú estás haciendo lo mismo por mí.
-No
veo cómo.
-No puedes
ir a clase. No te vas a graduar con tus amigos. No puedes dibujar. Llevas sin
hablarte con Tommy una semana. Incluso si tu vida fuera normal, sólo el hecho
de que no te hables con Tommy ya me dice todo lo que yo necesito saber sobre lo
en serio que te tomas lo nuestro.
-Para
mí es importante.
-Lo
sé. Para mí también. Por eso estoy aquí-posa sus manos sobre sus piernas
cruzadas-. Bueno… ¿quieres que sigamos?
Le dedico
una sonrisa torcida a modo de disculpa.
-Estoy
cansado.
-No
pasa nada. Te veré mañana, ¿vale?-me dice, y se inclina y me da un beso. Me pone
muy triste que no se ofrezca a quedarse a dormir. Puede que no lo haga porque
sabe que yo le diré que sí. Se viste, me da un piquito, me dice que me quiere y
se va.
Y me
quedo a oscuras de nuevo. No soy un animal nocturno, necesito algo de luz, por
eso me revuelvo contra Sabrae cuando entra en mi habitación para decirme:
-El
sábado que viene voy a casa de Alec, ¿te parece bien?
¡Cómo
me molesta que venga a contarme su vida, como si quisiera restregarme lo bien
que le va! Aunque en el fondo sé que quiere mi aprobación y no mi envidia, la
parte más oscura de mi alma es la que controla mi lengua, que escupe:
-Vete
a donde quieras, Sabrae. Yo no soy tu padre. Una pista: es el de los ojos marrones
y los tatuajes.
Sabrae
alza las cejas, pone una mano en la cadera, coge aire para decirme algo del
estilo “tampoco hace falta ponerse así, la época de caza del rinoceronte ya ha
terminado”, pero debo de tener tan, pero tan mala pinta, que se frena en el
último segundo, sacude la cabeza y me deja solo con mis pensamientos.
Busco
la cajetilla y me enciendo un cigarro.
Me espera
una noche muy larga.
Por muy profundo que duermas, si tienes una pesadilla, no
vas a descansar mucho.
Es por
eso que, cuando vuelvo a casa, como y me echo a dormir de nuevo. Diana no me
pregunta si quiero follar, aunque yo me muero por hacerlo. Pero estoy demasiado
cansado. Creo. Así que cierro los ojos y me dejo llevar por el sueño.
Me despierto
más tarde. Unas manos lo hacen, acariciándome la frente. Abro los ojos y mi
corazón da un vuelco.
Unos ojos
marrón verdoso, con motitas doradas, como si de un barco hundido cubierto de
algas cuyo tesoro refulge en su interior, me devuelven la mirada.
Scott.
Scott.
Scott.
¡Scott!
Los ojos
chispean en una sonrisa. Se alegran de verme. Joder. Vamos a estar bien. Lo sé.
-Hola,
mi niño-dice, y yo frunzo el ceño. La voz no se corresponde con los ojos. Hasta
que caigo.
Scott
tiene los ojos de su madre.
Es Sherezade.
No es Scott.
Todas
mis ilusiones se destruyen.
-Mamá
me dijo que estabas un poco alicaído, así que te he hecho un bizcocho de
chocolate, con el centro cremoso, como a ti te gusta. ¿Qué te parece?
-Genial.
Gracias, Sher. Me alegro muchísimo de verte-y
de ver a tu hijo en tus ojos.
-Yo también
me alegro de verte, T. La casa está muy vacía ahora que ya no vienes.
Hablo
un poco con ella. Me gustaría que hubiera venido Zayn para poder cambiar mi
vista de uno a otro y así hacerme por un segundo una imagen perfecta de Scott.
Pero más
me hubiera gustado que viniera él.
Cuando
Sher se marcha, yo me quedo sentado en la cama. Enciendo un cigarro, me lo
fumo, espero, pienso, medito, cavilo, me tranquilizo, me digo que aún hay posibilidades
de salir de esta.
Y luego,
subo las escaleras hacia la habitación de Diana.
Me la
encuentro mirando algo en internet. Pasa el dedo con aburrimiento por el panel
táctil de su ordenador.
-Diana.
Ella bufa,
expulsando todo el aire de sus pulmones por la nariz.
-Mm.
-¿Quieres
follar?
Parpadea
despacio. Asiente con la cabeza, aparta el ordenador a un lado, lo coloca en la
mesilla de noche, y se incorpora.
-Pero
tienes que tratarme con más consideración que las otras veces-me advierte.
-Vale.
¿Diana?
-¿Qué
quieres, Thomas?
-Tengo
algo que decirte.
Ella suspira.
-A
ver.
-He
besado a Megan.
En
sus ojos hay una explosión. Pero ella la oculta deprisa.
-Me
da igual.
-Sólo
quería que…
-He
dicho que me da igual.
-… lo
supieras y que sepas que yo lo sien…
-No
me importa. Puedes hacer lo que quieras. No somos nada. Lo dejamos claro la
última vez que hablamos.
-Yo
no la… no quería. Sólo pasó, y me arrepiento un montón.
-Vale.
¿Te desnudas, o lo hacemos vestidos?
-¿Me
perdonas?
-No
tengo nada que perdonarte. Bájate los pantalones, venga.
-Para
mí es importante que…
-Dios
mío, Thomas, ¡vale, te perdono! ¡Y ahora quítate los pantalones!
-¿Seguro
que no quieres hablar de…?
Tira de
mí, me empuja contra su cama y se sienta a horcajadas sobre mi pecho.
-¿Quieres
hablar? Vale. Empieza.
Estoy
formulando mi excusa cuando ella se quita las bragas y se sienta en mi cara. Fin
de la conversación. Ahora es cuando consigo que ella me eche de menos y decida
volver a confiar en mí. Pongo todo mi empeño en hacerla disfrutar, y creo que
lo hago bastante bien, porque enseguida se echa a temblar y se rompe sobre mí.
-Oh,
mi inglés-gime cuando no es dueña de sí misma.
Y la
miro a los ojos. Esos ojos que son una jungla de la que yo no quiero escapar
nunca.
Ojalá
ella me eche de menos la décima parte de lo que yo la echo de menos a ella. Se sienta
sobre mí y me lo hace despacio. Pero no me hace el amor. Ojalá esto cambie
pronto. No sé cuánto tiempo más podré aguantar sin que en sus ojos no haya más que
lujuria. Echo de menos el cariño que veía cuando la besaba, la acariciaba o
estaba con ella.
Pero son
sus hoyuelos lo que más extraño de todo, y lo que más me duele.
Porque
hace semanas que Diana no es feliz estando conmigo. Y la prueba de eso es la
permanente ausencia de sus hoyuelos, la segunda cosa que me encantó de ella.
La
primera, irremediablemente, fueron sus piernas. Esas piernas que ahora me
rodean y me hacen suyo, me hacen querer vivir.
Esas piernas
que, con todo, no son lo bastante largas como para hacerme querer soportar
muchos días más sin ella, y sin esos preciosos hoyuelos suyos.
Te recuerdo que puedes hacerte con una copia de Chasing the stars en papel (por cada libro que venda, plantaré un árbol, ¡cuidemos al planeta!🌍); si también me dejas una reseña en Goodreads, te estaré súper agradecida.😍
Juro por Dios, Alá, el karma, el universo y la mismísima Meryl Streep que me estoy ahogando en mis puras lágrimas con todo el capítulo. Si en el anterior no tenía palabras para describirlo, ahora sólo podría utilizar: desgarrador. Ha sido como si me hubieras abierto el alma y la hubieras rajado de arriba a abajo. No recuerdo cuando fue la última vez que lloré tanto, quizás cuando Scommy se pelearon en la cancha de baloncesto. Pero aun así creo que está vez se ha superado por el doble.
ResponderEliminarMe siento tan dividida porque: 1.No entiendo como pueden ser tan putamente gilipollas e idiotas como para no ser capaces de ver el daño que se están haciendo por estar separados. Pero 2.como una tía de 20 años entiendo que son sólo unos putos críos de 17 años que se sienten heridos por sus perspectivas de la situación y que en esos momentos no piensan con la madurez necesaria.
PERO DIOS SUFRO TSNTO QUE QUIERO ARRANCARME EL CORAZÓN.
pd1:Megan es una maldita víbora que no deja de soltar veneno con todo lo que hace.
Pd2:Eres M-A-R-A-V-I-L-L-O-S-A
Mira no me menciones a Meryl eh no me la menciones, eso es sacrílego.
EliminarLa verdad es que cuando se me ocurrió que los dos se alternaran narrando pensé que iba a ser un poco locura, pero cumplió JUSTO con su objetivo, que es hacer que tengamos una visión global de todo lo que pasa y de lo muy mal que lo están pasando mis niños, ay :(
pd1:Hay que matar a Megan, estoy muy ofendida.
pd2: qué cuqui eres jo❤
Creo que desde que fue la pelea no hay capítulo en el que no lloré. Esto es un puto sufrimiento de verdad. Tommy no puede estar peor, necesito que se aleje para siempre de Megan por Cristo.
ResponderEliminarPd: Me encanta como has escrito este cap, alternando los dos puntos de vista
Todavía nos queda lo peor Julianna :( lo bueno es que falta un capítulo para la reconciliación, MADRE MÍA QUÉ NERVIOS
Eliminarpd: ¡muchas gracias! Estaba preocupada por si me quedaba un poco lioso, espero que todo estuviera claro ☺ ❤
estoy llorando por qué son tan tontos ay mi madre
ResponderEliminarpero cómo pueden pensar los dos que el otro va a estar mejor sin ellos erika estoy muy triste :(
si te digo que me ha gustado que t besara a megan me pegas????? es que no sé me parece que dan tiene toda la razón del mundo o sea tommy ha hecho lo mismo que diana y me pone super nerviosa que encima vaya de victima. A ver que tampoco es que quiera que tommy empiece a salir con ese engendro pero me ha gustado que hiciera lo que ''le diera la gana''
esa contestación de s a su hermana que se relaje un poco por favor
me ha parecido super bonita la ''conexión'' que han tenido s y t
rezando para que no se me borre el comentario como me pasó en el otro capítulo
SON MUY IMBÉCILES DE VERDAD LES METO UN BOFETÓN.
EliminarEs que chica, una semana sin hablarse para ellos dos es como un millón de años, y no sé, piensan que si el otro no se ha puesto en contacto con ellos ya es porque lo están pasando "bien" y no porque esto es una competición de a ver quién es más orgulloso (o imbécil) de los dos.
DIOS TÍA TIENES QUE EXPLICARME ESO DE QUE TE GUSTARA QUE TOMMY BESARA A MEGAN PERO SI HASTA ÉL SE ODIA POR ESO yo no puedo odiarle porque pobrecito, T está como muy idealizado en esta novela (más que Scott, diría yo) y ése ha sido un momento antihéroe precioso pero :) *se limpia una lagrimita*
Sabrae a punto de soltarle un bofetón bueno bueno ai temsion en casa Malik
DIOS YO CUANDO SE ME OCURRIÓ ES COMO NO ERIKA NO SEAS SOBRADA TELEPATÍA NO PERO QUÉ MÁS DA ME DA TODO TAN IGUAL
¿se te borró el comentario en serio? mira pues lloro fortísimo :((((((((((((((( (lo cierto es que te eché de menos, pero pensé que no habías podido comentar porque estabas pillada con exámenes o algo así❤)
yo de verdad que me muero joder scott y tommy son unos putos orgullosos quiero que hagan las paces, por el amor de dios no pido tanto lloran2 putos críos de verdad,,, en fiiin me encanta como escribes de verdad !!! jsjsj
ResponderEliminarNo sé quién es más tonto de los dos de verdad es que en este punto de la película ya he decidido sentarme y tratar de "disfrutar" porque menudo espectáculo están liando estos dos
EliminarMuchísimas gracias corazón❤❤❤
Que tensión y qué dolor durante todo el capítulo, creo que el ir alternando sus perspectivas así ha contribuido a esa sensación. Me ha encantando esa forma de escribir el capítulo ❤
ResponderEliminar- Ana
Muchas gracias Ana❤ la verdad es que para mí fue muy interesante escribirlo de esta manera porque, no sé, era un reto, pero me gustó muchísimo por lo que tú dices, ayuda a crear tensión y dolor ☺
Eliminar