domingo, 5 de febrero de 2017

Efecto mariposa.

El hijo de puta que dijera que los lunes son el peor día de la semana no tenía ni zorra idea del asco que puede dar un martes.
               Cuando cambiamos de día, es como si mi cuerpo se volviera totalmente loco. Siento una presión en el pecho que me impide respirar. Una sola palabra cruza mi mente, breve pero intensa.
               Hoy.
               Hoy hace exactamente una semana de que Tommy y yo tuvimos la bronca del milenio. El universo tiene una semana de edad. O, más bien, el infierno.
               Shasha se acurruca contra mí, gime algo en sueños y continúa durmiendo mientras yo busco la manera de respirar. No sé cómo voy a dejarlas marchar por la mañana al instituto. A clase. De donde yo nunca tuve que salir.
               Joder, las cosas estaban bien hace una semana. Eleanor no me dirigía la palabra, sí, pero podía vivir con eso.
               Sin Tommy, no. Llevo muerto en vida una semana. Siete noches mi corazón ha latido más por inercia que por ganas de que lo haga. Siete noches desde que atravesamos la frontera que nunca tuvimos que cruzar.
               Se suponía que iba a ser el año de nuestras vidas. Nos graduaríamos, reclamaríamos nuestra juventud, y nos largaríamos un año, exactamente como hacía todo el mundo, bebiendo de nuestra libertad y alimentándonos de nuestras ganas de comernos el mundo. Se suponía que pasaríamos día y noche juntos como no lo habíamos hecho nunca, ni siquiera siendo pequeños. 24 horas juntos de verdad. Veríamos sitios increíbles sólo con una mochila a cuestas, que pararíamos donde quisiéramos y dormiríamos en cualquier rincón, que comeríamos cualquier mierda y una vez a la semana nos daríamos un festín para conocer la comida del lugar. Que follaríamos con chicas de toda Europa cuyos nombres se nos olvidarían, y cuyo único idioma que pudiéramos comprender sería la de sus manos en nuestras espaldas, sus piernas abiertas para nosotros, rodeando nuestras cinturas, y sus caderas acompañando a las nuestras mientras afianzábamos las relaciones de nuestro país con el suyo; que no pararíamos en cualquier cafetería con buen wifi para mandar a casa las fotos que hiciéramos.
               Que nos convertiríamos en hombres yendo de acá para allá, cuidándonos solos, y lo haríamos juntos.
               Pero todo se ha acabado. Yo no voy a graduarme. No me voy a follar a polacas, rumanas, griegas, austríacas, italianas, españolas. Y, créeme, estoy agradecido de que no sea así. Por Eleanor.
               Pero no voy a recorrer media Europa y dormirme acurrucado a otro saco de dormir. Por Eleanor y por Tommy.
               No vamos a superar esto. Una semana sin hablarnos el uno al otro es un puto punto de inflexión. Yo no tengo fuerzas para ir a verlo por la mañana, y seguro que él me detesta después de todo lo que le he hecho. No sólo me he reído en su cara, no sólo le he mentido, no sólo he hecho la única cosa que él no me perdonaría nunca, es que encima, nuestra segunda pelea, la empecé yo.
               Quizá sobrevivamos a esto, quiero pensar que sí, pero lo que hemos compartido desde que nacimos, no. Ha muerto esta misma noche. Llevaba agonizando siete, pero ha exhalado su último aliento ahora.
               Lo hemos matado entre los dos.

Llega el martes, y me rompe el corazón.
               La medianoche me pilla despierto, pero yo no me percato de qué día es hasta que mamá me acoge entre sus brazos. Es ese día de mierda.
               Los años que mi cumpleaños caiga en martes, no lo celebraré. Si es que consigo llegar a ellos. El martes no trae más que desgracias.
               Hace una putísima semana de que echaron a Scott del instituto. Por culpa de mi puñetera hermana. Y hace una semana de que me peleé con él, también por culpa de mi puñetera hermana.
               Nunca hemos aguantado tanto tiempo sin hablar. Jamás. Y siento un agujero negro con dientes que me corroe el alma pensando en quién tiene la culpa. Yo, evidentemente. Seré gilipollas. Seré cabrón. Seré desgraciado. No puedo interponerme entre Scott y la chica a la que ama. Por mucho que sea mi hermana. Da igual. No puedo dejar que mi profunda estupidez me arrebate lo único valioso que he tenido en la vida.
               La vez que más tiempo estuvimos sin hablar Scott y yo fue cuando mis padres me llevaron (corrección: me arrastraron) hasta un pueblucho perdido de la mano de dios al sur de Asturias, entre las montañas. Empezó a nevar, a nevar “a trapos”, como decía mamá, y no pudimos volver a casa en días. No había cobertura.
               Y me ves a mí, con todos mis cojones, cruzando el pueblo como un puto bollo de canela que apenas puede mover sus extremidades, capeando una tormenta de nieve impresionante y con un manto blanco que me llega a la cintura, yendo al centro del pueblo para ir a la única cabina telefónica que no habían quitado aún, en la plaza mayor del pueblo, metiendo todas las monedas que había conseguido reunir con dedos temblorosos y azules, y pegándome el auricular a la oreja sólo para decirle:
               -Hola, hijo de puta; sólo quería decirte que echo de menos tu cara de aborto y que ojalá estuvieras aquí, porque me estoy hinchando a follar y no doy abasto con tanta mujer. Resulta que había una excursión de caribeñas macizas y todas quieren perfeccionar sus relaciones con la madre patria. Se están peleando por mí, literalmente, y ya sabes lo que detesto la agresividad; es una situación muy violenta.
               Scott suspiró al otro lado de la línea. En parte fue por alivio, porque había conseguido contactar con él; y en parte fue de puro asco. ¿En serio, universo? ¿En serio me había tenido que llevar yo su pedacito de alma libre?
               -¿Algo más?
               -Hay un montón de curvas por aquí. Ah, sí. Las pistas de nieve también están bien-me eché a reír.
               -Eres un puto fantasma, Thomas.
               -Gracias, Yasser-sonreí entonces al pronunciar su segundo nombre, y sonrío ahora al recordar cómo me imaginé su cara cambiando radicalmente de expresión-. Se me va a…
               -Me cago en tus muertos-gruñó.
               -… acabar el saldo pronto; estoy en una puñetera cabina, muriéndome de frío, para que veas cuánto te quiero.
               -No te me pongas golosón, que no cuela. Sé que estás conmigo por mi cuantiosa herencia. Desgraciado. Sinvergüenza. Mira que aprovecharte de un joven inocente y bueno como yo…
               -Vale, vale, pero no cambies el testamento hasta que yo no llegue, ¿eh?
               -Eres imbécil.
               -Adióooooooos, mi reeeeeeeyy, me voy a hacer snow-canturreé.
               -Vete a la mier-y se cortó la línea.
               Consigo dejar de temblar, no sé cómo.
               Lo último que consigo pensar antes de que me venza el agotamiento y la tranquilidad que me transmiten los dedos de mamá, es en Scott.
               Espero que no esté durmiendo con sus hermanas.
               Cuando duerme con sus hermanas, es que está muy mal.
               Ojalá esté durmiendo solo.

¿Cómo estará Tommy?
               ¿Me echará de menos?
               ¿Si lo llamo por teléfono, él me lo cogerá? ¿A estas horas? Y, ¿qué le digo? Te echo de menos. Quiero que las cosas vuelvan a ser como antes. Tommy, tío, en serio, te echo muchísimo de menos, necesito que todo vuelva a ser como antes. No puedo ser yo si no estás tú, T.
               Necesito un hermano.
               No me muevo, porque hay demasiados cuerpos en mi cama impidiendo que haga cualquier movimiento, y porque no sé si sobreviviré a la posibilidad de que Tommy me conteste que a él ahora le doy igual. De noche nos volvemos mucho más sinceros, y en la sinceridad es donde crece la crueldad.
               Los rizos de Sabrae me acarician el hombro. Le cae el pelo por encima de la cara de Duna. Me las quedo mirando en la oscuridad; a Dun y Saab a mi derecha, a Shash a mi izquierda. Y me siento muy miserable, igual que me siento con Eleanor.
               Porque tengo tres hermanas, estoy compartiendo cama con ellas, pero sin Tommy, es como si fuera hijo único. Y viviera solo.
               Ojalá T esté bien. Ojalá haya hablado con Diana y hayan solucionado las cosas. Ojalá ella esté ahora encima de él, haciendo olvidar que me odia, haciendo que disfrute.
               No llores, Scott, me susurra su voz en mi mente, mi conciencia. No puedo despertar a las chicas. Tienen que madrugar para ir a clase. Yo voy a tener toda la mañana para dormir. Para dormir y para darle vueltas a todo lo que he hecho mal con mi mejor amigo, con el hermano que los cielos no le han concedido el don de darme a mi madre.
               Giro la cabeza y miro la ventana por la que se cuela un esbozo del cielo nocturno. Es la misma ventana en la que dibujé a Eleanor por primera vez. Pasado mañana, no podré dibujarla. Pero aquella vez, la dibujé, la besé, le dije que creía que me estaba enamorando de ella, y le hice el amor con tanta suavidad que hasta nos dolió.
               Las estrellas permanecían impasibles a lo que nosotros, los mortales, sentíamos, mirándolas u ocultándonos de su vista. Les importaba bien poco perdernos durante un segundo en el radar. Volveríamos.
               Decidle que le echo de menos. Decidle que estaremos bien. Decidle que conseguiremos salir de esto.
               Por favor, permitidle ser feliz.
               Se lo merece.
              
Mamá me pega más a su pecho. Le pide una camiseta a papá para cubrir mi torso desnudo. No soporta el calor que desprende mi herida, como tampoco soporta el acto reflejo que he desarrollado de rascármela cuando bajo la guardia. Como ahora.
               No me entero de nada de esto, ni de las lágrimas de mi madre mientras me besa la cabeza y me aparta las manos de mi costado. No la oigo disculparse con mi padre, porque si yo estoy haciendo esto es porque ella lo hizo antes. Ella deseaba más que nada darle hijos sanos, sin ese gen defectuoso que nos empuja a la autodestrucción. Papá la besa, le dice que no es culpa suya, que lo que yo estoy haciendo es normal, que todo el mundo se levanta la costra de una herida antes de tiempo, por el ansia de curarse. Mamá no está convencida, pero por lo menos deja de llorar. Me acuna, me besa la frente, me acaricia el pelo, me dice que voy a estar bien.
               Sí que lo estaré. Estoy escuchando a Scott. En sueños. Decirle que le echo de menos. Decidle que estaremos bien. Decidle que conseguiremos salir de esto.
               Por favor, permitidle ser feliz.
               Se lo merece.
               Yo también le echo de menos. Estaremos bien. Conseguiremos salir de esto. Si sobrevivo a mis brotes, claro. Y me alejo lo suficiente de los cuchillos.
               No voy a poder ser feliz. No me lo merezco, y encima no está a mi alcance. Lo necesito a él en mi vida. No puedo ser el hermano mayor siempre. A veces, tengo que ser el menor. Y ahora no puedo.

No me entero de cuando las chicas se marchan para ir a desayunar, pero sí de cuando vienen a darme un beso en la mejilla. Duna me da el más sonoro que puede, Shasha me sostiene la cabeza como si fuera su hijo recién nacido o algo así, y Sabrae me besa dándome un suave mordisquito.
               Estoy hasta los cojones de las tres.
               Como un día me falte una de mis hermanas, me tiro de cabeza a una trituradora de basura.
               -Aprended mucho, que vais a tener que mantener al despojo social desempleado de vuestro hermano-las animo, dándome la vuelta en la cama.
               -¡Sí, hombre! ¡No tengo yo otra cosa mejor que hacer que aguantarte la cara más de 18 años!-protesta Shasha.
               -¿Sabes que, cuando tú tengas 18, él va a tener 23?-inquiere Sabrae, cerrando la puerta.
               -Intentará ser un tío normal de 23 años, pero… para eso, hay que empezar siendo normal, es verdad-asiente Shasha, y las dos se echan a reír, histéricas.
               Bueno. Puede que, si no se me muere Duna, pueda posponer lo de la trituradora.
               Escucho cómo cierran la puerta de la calle y me quedo tirado en la cama. Debería ponerme a hacer algo. Debería. Pero no lo hago, me mantengo muy quieto, esperando que el peso del mundo caiga sobre mí y me aplaste. Pero no voy a tener tanta suerte.
               Sólo me quedo dormido.

Es mamá la que me despierta. Me sacude suavemente los hombros, cubriéndome de besos. Me planta los labios en los párpados.
               -Arriba, dormilón.
               Me pego un poco más a ella, que es cálida, cómoda, y, sobre todo, protectora. Ella me acaricia la espalda a modo de respuesta.
               -¿Quieres quedarte hoy en casa, conmigo?
               Soy imbécil, y le contesto que no. Me aburriré como una ostra en casa, sin ánimo de ofender. Ella se muestra de acuerdo, me empuja suavemente hacia el borde de la cama y espera con paciencia a que me desperece y me vista.
               -¿Te encuentras bien?-me pregunta.
               -Claro, mamá-respondo sin mirarla, buscando las zapatillas que hace años que no uso, para su continuo malestar.
               -Tommy. Lo digo en serio. ¿Estás bien?
               Me giro y la observo. Tiene las cejas ligeramente más juntas de lo normal, una arruguita entre ellas que no puede considerarse un ceño. Sus ojos están abiertos, examinándome, controlando cada centímetro de mi piel. Está preocupada.
               Soy un asco. No debería preocupar a mi madre así.
               -Sí. Ayer… me vi un poco sobrepasado. Eso es todo. No tuve un buen día-me froto la mejilla, me encojo de hombros-. Eso es todo.
               -Siento oír eso.
               -Sí, yo también. Eh… bueno, me voy a clase. Me irá bien distraerme, ¿no?
               -Sí, lo mejor es que estés con tus amigos y te despejes un poco. Venga, ve a vestirte. Yo te preparo el desayuno. Llegarás tarde.
               -No pasa nada, mamá. No tengo hambre.
               -¿Seguro?
               -Me llevaré una manzana y me la comeré de camino-mentira-. No te preocupes. Estaré bien-mentira. Mamá me mira con ojos tristes. Jamás unos ojos de una madre deberían adquirir ese cariz. Pero asiente sin decirme nada. Deja que me vaya a mi habitación, me ponga los primeros vaqueros que veo y coja la mochila. Ni siquiera he cambiado los libros de la mañana anterior, pero total, para la atención que presto en clase…
               Escucho a Eleanor vestirse en la habitación de al lado, y reprimo el impulso de ir a preguntarle cómo está Scott. Si cree que le sentará mal que vaya a verlo después de salir del instituto. No puedo más. Una semana es muchísimo. He soñado con él. Con su voz. Me echaba de menos.
               Fue un buen sueño. ¿O una pesadilla?
               Diana también está arriba, cambiándose de ropa. No puedo mirarla a la cara, no después de lo de ayer, así que me cargo la mochila al hombro, saco un abrigo del armario y salgo de la habitación. Troto escaleras abajo y comienzo a abrir la puerta.
               -Tommy-me llama mamá. Está ahí de pie, con los pies cubiertos por unos calcetines gorditos, porque mamá siempre tiene los pies congelados. Papá suele tomarle el pelo diciendo que, si algún día le fuera infiel, podría enterarse por la temperatura de sus pies. La amplia camiseta de mi padre que usa para dormir le llega hasta los muslos-. Puedes volver antes a casa, si quieres. Sólo tienes que llamarme, e iré a buscarte. O se lo dices a tu padre-asiento con la cabeza, ella se acerca a mí, se pone de puntillas y me abraza. Mamá es súper pequeña. Es sorprendente cómo lucha por cubrir dos tercios de mi cuerpo en un abrazo (ha renunciado hace tiempo a eso de cubrirme entero), y, sin embargo, consigue que me haga sentir como si nada pudiera alcanzarme cuando la tengo alrededor. Me da un beso en el cuello-. Te quiero muchísimo, mi pequeño.
               -Yo a ti también, mamá.
               -Que tengas un buen día.
               -Y tú. Hasta por la tarde.
               Mamá espera a que cierre la puerta. Se frota la mejilla, parpadea fuerte para evitar echarse a llorar, se traga las lágrimas y espera a que Eleanor baje las escaleras. Le da un beso en la mejilla.
               -No seas tan dura con tu hermano hoy, ¿quieres, El?
               Ella asiente con la cabeza. Y espera a Diana para venir a clase.
               Yo me cruzo con Sabrae y Shasha. Las dos me saludan con una sonrisa, que yo intento devolverles. Y sigo mi camino. Y ellas no intentan que las espere. Mataría porque intentaran que las espere y escuchar, aunque sea de refilón, si Scott está bien o está mal.

Me despierta mamá, varias horas después, acariciándome la frente.
               -Buenos días, mi vida-susurra, hundiendo sus dedos en el pelo que tan amablemente me ha cedido. Me besa la sien-. Voy a preparar la comida, ¿quieres ayudarme?
               ¿La comida? ¿Pero… qué hora es?
               -Claro. Enseguida bajo.
               -Genial. Te espero abajo, tesoro-vuelve a darme un beso, se levanta y se va. Yo me quedo mirando el teléfono. Tengo un par de mensajes. Uno es de Max, que me cuenta que Logan sigue haciendo trampas a las cartas, como siempre.
               Otro, de Eleanor. Me pregunta si estoy bien. Me dice que me echa de menos. Que es raro ver a los demás sin mí. Sí, a mí también se me hace raro estar en casa, echarlos de menos, y, cuando vienen a visitarme, desear que no lo hubieran hecho.
               Me controlo a duras penas para no mandarle un menaje preguntando cómo está su hermano. Ya no tengo derecho a preguntar esas cosas. ¿O sí?
               ¿Qué me detiene?
               ¿Es el miedo a que ella me conteste que está bien, y darme cuenta de que el único que es incapaz de pasar página en todo esto soy yo?
               Buf, el riesgo es demasiado grande. Así que le respondo que estoy bien, que la quiero, que se lo pase bien esta tarde de compras, que no se preocupe por mí. Sin ningún emoji, lo cual la preocupa.
               Me levanto y bajo las escaleras. Mamá está sacando las cosas que vamos a utilizar para cocinar.
               Antes de ponerme a ello, le mando un mensaje más a Eleanor para tranquilizarla. Le pido una vida al Candy Crush.

Me recorre un escalofrío, un calambrazo que va desde mi hombro hasta descender al completo mi columna vertebral, cuando ella posa su mano en mí. No tengo que girarme para ver quién es. Conozco ese tacto de sobra, y esa sensación.
               Y, aunque no lo hiciera, aunque la oscuridad de estar sin Scott me impidiera ver la carretera, todavía tengo las luces de las farolas en la distancia indicándome dónde está el arcén: las miradas cargadas de odio de mis amigos, todos apuntando en la misma dirección. Megan.
               -Te reclama tu americana-ronronea en mi oído, y doy gracias al señor de que no se le haya ocurrido mordisquearme el lóbulo de la oreja. La miro a los ojos, ella me sonríe, y se escabulle entre la gente con la elegancia de una pantera. La sigo y me planto delante de Diana. Y le pregunto qué quiere, se me pone chula, y, como no está el horno para bollos, la saco de allí. Nos empezamos a gritar, que es lo único que sabemos hacer. Me pregunto cuánto tiempo llevamos sin gritarnos: bien nuestros nombres con asco cuando discutimos, o bien nuestros nombres con placer cuando estamos juntos.
               Le suelto una gilipollez, en lo que me estoy convirtiendo un experto. Meto la pata hasta el fondo y no me deja acercarme y arreglarlo, pedirle perdón. Joder, Diana, escúchame, escúchame, por favor.
               Diana, no te vayas.
               Diana, no gires esa esquina.
               No, Diana, por favor, no. Te necesito.
               Diana. Por favor. No.
               -Creo que es buena idea eso de que no nos dirijamos la palabra-me dice. Yo nos he hecho esto. ¿Cómo puedo dar tanto asco?
               Me escucho a mí mismo decir que prefiero no hablar con ella a tener que hablar así. ¡Cállate, estúpido! ¡Cierra la boca ya!
               -Pues decidido-asiente ella, y se vuelve sin mirar atrás. No se gira cuando yo vuelvo dos minutos después a la cafetería, fingiendo que mi mundo no se está desmoronando por completo.
               Se marcha con sus amigas y las de mi hermana antes de que yo termine de felicitarme por ser un capullo integral y reúna el valor y la fuerza para ir a pedirle perdón. Puede que sea hora de ir tragándome mi orgullo. Pero me deja con él a medio masticar, y yo ya no sé qué pensar.
               Suena el timbre y soy el primero de la mesa en levantarme. Los chicos recogen las cosas, guardan las cartas, dicen que ha sido una buena partida y se dejan arrastrar por la marea.
               -¿No vienes, T?-pregunta Jordan, esperándome. Tam se gira y me mira.
               -Ahora os alcanzo-digo. Tengo que ir a clase a recoger la mochila, pero primero, necesito que papá me firme un permiso de que me puedo ir a casa.
               Me quedo solo con una figura femenina en la cafetería, apoyada en la puerta, sonriendo con suficiencia. Megan parpadea despacio, esperando a que me acerque a ella. Tiene las manos detrás de la espalda, un pie apoyado en la pared, y las caderas al aire. Sólo ella es capaz de llevar un body por debajo de unos vaqueros y asegurarse de que se le marquen esas caderas que tan deliciosas me parecían.
               Aún me lo parecen. Soy así de despreciable.
               -¿Te has perdido?-ronronea cual gatita. Pongo los ojos en blanco.
               -¿Por qué has hecho eso?
               -¿Por qué he hecho qué?
               -Lo de antes. Llamarme de parte de Diana, cuando es evidente que ella no me mandó a buscar.
               Megan se encoge de hombros.
               -Sólo tenía curiosidad.
               -¿Por qué?
               -Por ver hasta qué punto estáis mal-colgó sus pulgares de sus pantalones, y arqueó un poco más sus labios en una sonrisa que me apeteció morderle. Aléjate de ella. Vas a hacerle daño a Diana.
               A Diana no puedo hacerle daño. Le importo una puta mierda.
               -¿A ti qué más te da cómo estemos Diana y yo?
               -Me gusta saber que, por mucho que busques a otras para darme celos, en el fondo siempre termines pensando en mí-dice, y se acerca a mí, y yo me quedo clavado en el sitio. La tengo a un palmo de distancia-. ¿Se puso celosa?
               -Evidentemente, ¿a ti te parece mínimamente aceptable lo que hicimos?-acuso, y ella se echa a reír.
               Clavo la vista en sus tetas cuando arquea la espalda. Eso es justo lo que ella quiere.
               ¿Que por qué lo hago?
               Pues porque soy imbécil.
               -A mí me parece que lo que hicimos superó con creces el “mínimamente aceptable”.
               -Ya-me paso una mano por el pelo y ella se muerde el labio. Siempre le puso muchísimo que yo hiciera eso. Ya no me acordaba-. Bueno, tengo que ir a clase. Y tú seguramente también. Así que…
               -¿Por qué le permites que te toree así? Vi fotos de ella en Nueva York. Una hace su investigación, ¿sabes?
               -No sé si pretendes que me sienta halagado de que busques fotos de Diana en internet, porque tampoco tiene tanto mérito. La tía es modelo, ¿recuerdas?          
               -¿Lo recordabas tú cuando me abriste las piernas en el suelo de mi salón?
               Pum. Megan nunca ha fallado un disparo. No va a ser ésta la primera vez.
               -Tengo que ir a clase-digo, dando un paso atrás y rodeándola. Megan se gira sobre sus talones y me observa marchar sin decir nada.
               Hasta que ya casi creo que me he librado.
               -Pienso mucho en eso, ¿sabes? La sed con la que me tomaste. Nadie me lo había hecho como me lo hiciste esa vez. Ni siquiera tú.
               -¿Y quieres repetirlo?-espeto, incrédulo, volviéndome. Ella se encoge de hombros.
               -Sabes cómo hacer que una chica disfrute, T.
               -Cuando esa chica me importa-espeto, poniendo los ojos en blanco, dejándole muy claro que, si pude hacer que se sintiera como nunca incluso estando borracho, era porque todavía tenía el sabor de las mieles de Diana en los labios.
               Ella me dedica una sonrisa lobuna.
               -Lo cual me confirma mis sospechas de que todavía no me has superado. Pues yo también te echo de menos-coquetea, pasándose una mano por el costado, atravesando por su torso, justo por la zona de sus pechos, y llevándosela hasta el cuello. Me volvía loco que hiciera eso.
               Aún me lo vuelve.
               Pero tengo que pensar en Diana. No puedo volver a pensar con la polla otra vez. Para un día que no me estuve tranquilito, me jodí la vida. No va a volver a pasar.
               -Déjame tranquilo, Megan. ¿Tanto te cuesta?
               -Sí.
               -¿Sí? ¿Cómo que sí? ¿Por qué?-inquiero, y ella sonríe, se acerca a mí, yo me quedo quieto como una estatua, casi sin poder respirar. No. No te me acerques tanto. No. Para. Para.
               Scott. ¿Scott? ¡Scott! ¡Ven! ¡Scott, tienes que quitármela de encima! ¡SCOTT! ¡SOCORRO!
               Megan me sonríe, me mira los labios, se inclina y aprieta los suyos contra los míos. Me mordisquea el inferior, me pasa la punta de la lengua por la boca. Estoy tan flipado que no sé ni cómo reaccionar. Me quedo ahí plantado, dejando que extienda sus tentáculos a mi alrededor. Y, entonces, me apresa. Se pega contra mí, se restriega, y yo me odio muchísimo cuando noto que pierdo el control otra vez, que estoy a su merced.
               Quieto. Tommy, quieto. Tommy, basta. No. Basta. Es suficiente.
               Le paso las manos por la cintura. La pego más a mí. La noto sonreír en mi boca. Y yo entreabro los labios para probar el tacto de sus dientes. Junto mi lengua con la suya, y Megan gime.
               Diana. Mira lo que le estás haciendo a Diana. Tommy, joder, para esto.
               Tommy. Diana.
               Consigo volver en mí, separo a Megan de un empujón, y ella sonríe de nuevo, se relame.
               -Por esto-dice, pasándose el pulgar por los labios-. Porque, en realidad, no quieres que te deje tranquilo.
               Y sube las escaleras, dejándome allí plantado, en el entresuelo, preguntándome cuándo se van a poner en contacto conmigo las editoriales para escribir mi manual sobre cómo ser un cabrón olímpico.

Scott. ¿Scott?
               ¿Tommy?
               ¡Scott! ¡Ven! ¡Scott, tienes que quitármela de encima!
               ¿Qué? ¿A quién?
               ¡SCOTT! ¡SOCORRO!
               Me quedo plantado mirando las verduras a medio cocinar.
               -¿Scott?-inquiere una voz a mi lado, mucho más cercana. Doy un brinco y miro a mi madre, que frunce el ceño-. ¿Qué ocurre?
               -Yo… nada-¿acabo de escuchar en serio a Tommy? ¿Me estoy volviendo chalado? ¿Qué coño acaba de pasarme?
               Oh, genial. Al final voy a tener que ir al psicólogo. Contarle mis mierdas y que él me diga lo que yo ya sé: tengo una dependencia obsesiva compulsiva emocional con Tommy Tomlinson que no es nada sana. Bueno, siendo discrepar: es sana cuando estamos juntos, pero cuando estamos separados se vuelve un infierno. Hasta el punto de que oigo voces.
               Genial.
               Tengo una sensación de angustia y malestar en el cuerpo que es difícil quitarme. Me siento… sucio. Como si alguien estuviera obligándome a hacer cosas que no quiero en este mismo instante. Como si una capa de suciedad inmensa se posara sobre mi piel.
               -¿Hecho ya la cebolla o espero?-pregunto, porque mamá me está mirando. Ella frunce ligeramente el ceño. Sabe que me estoy yendo por las ramas para que no me pregunte qué sucede.
               -Eh… no. Aún no. Hay que esperar un poco más, para que queden doraditas a la vez que el resto.
               -Guay-respondo. Intento concentrarme en la sartén. Si esto es lo que hace Tommy cuando está preocupado, no sé cómo es que le tranquiliza. Tengo las voces reproduciéndose en bucle en mi cabeza. Voy a quemar la comida-. ¿Te ocupas tú de esto? Acabo de acordarme de que le prometí a Sabrae que le echaría un vistazo a su mp3. Creo que lo formateó sin querer.
               -Claro-mamá asiente con la cabeza y coge la cuchara que le tiendo. Salgo disparado escaleras arriba, un poco sospechoso para alguien que se supone que no tiene prisa.
               Me tumbo en la cama y me duermo al instante. Estoy cansadísimo.
               Y, para colmo, hoy no viene Eleanor. Qué guay, voy a estar toda la tarde comiéndome el coco pensando si se me estará yendo la olla.

Se me cae la cara de vergüenza cuando me encuentro con Diana en casa. Seguro que me lo nota. La americana es lista. Pero, por suerte, está demasiado dolida y cabreada conmigo como para querer mirarme más de un par de segundos seguidos.
               Cosa que ni siquiera sucede. Y yo casi prefiero que me lo note.
               Nos dispersamos, me tiro en la cama, viene Eleanor y yo estoy a punto de decirle que si no le parece que me está tocando las pelotas suficiente, como para venir a provocarme cuando viene a mi habitación, pero mira… que sea lo que tenga que ser. Si me tengo que morir de ésta, sea pues. Pero no. Sólo quiere las sábanas de mi cama, así que se las doy y sigo cuidando de mi granjita. Poco a poco, estoy consiguiendo un imperio. Los únicos que me echarían de menos si me fuera serían mis cerditos, a los que me aseguro de cebar cada dos horas para extraerles la panceta. Se supone que debería matarlos para obtener tan preciada sustancia, pero lo cierto es que un cerdo puede darme cantidades infinitas de panceta. Sólo tengo que meterlos en un barril, y ya está.
               Cuando estoy seguro de que Eleanor ha salido de la cocina, bajo y me preparo un bol de cereales. Tío, estoy agotado, y eso que no he hecho nada.
               Nada más que ser un cabrón de mierda y un traidor de proporciones estratosféricas, pero no creo que me vaya a poner cachas gracias a esas actividades.
               Y, justo cuando pienso que estoy a salvo, me cruzo con Diana en las escaleras. Me la quedo mirando un segundo. Y me enfado muchísimo conmigo mismo, porque, ¿cómo puedo pensar en otra, permitir que otra se me acerque, no alejarme a dos millones de kilómetros de otra, teniendo a semejante criatura en mi casa?
               ¿Cómo tengo la poca vergüenza de serle infiel a semejante diosa?
               Se me encoge el estómago, agacho la cabeza y sigo caminando. Noto cómo ella me escanea, mi camiseta de tirantes, mis pantalones de chándal, mis pies descalzos, mi bol con cereales y yogur.
               Y se va sin decirme nada. Ni siquiera adiós. Ni siquiera “vete a la mierda, Tommy”.
               Me tiro en la cama, pero ya no tengo hambre. Así que dejo el bol con los cereales y me quedo mirando a la nada, viendo a Megan delante de mí, una y otra vez, inclinándome a besarme, y yo no haciendo nada. Estúpido, estúpido, estúpido. Cómo le va a doler esto a Diana.
               Cómo acabas de joder lo poco que te quedaba con ella. Para algo especial y bonito que tienes en tu vida, y vas y la cagas. Premio a la subnormalidad, Tommy. Deberías estar orgulloso.
               Se me ocurre llamar a Layla. Es un fugaz segundo en el que no tengo que dar cuenta a nadie de lo que hago. Layla lo entenderá, igual que entendió que aquello fue un desliz. Yo no quería que aquello pasara.
               Igual que Scott no quería enamorarse de Eleanor.
               Pero los dos lo hicimos, importándonos bien poco lo que ocurriría a continuación.
               Tampoco puedo llamar a Layla. La destrozaré. O, como mínimo, la preocuparé muchísimo. Seguro que me nota el dolor en el tono de voz. No puedo dejar que eche a perder sus estudios por no poder concentrarse. Lo último que necesita es aguantar mis mierdas.
               Así que tomo la última salida que me queda, la única puerta que no tiene echada la llave. Aparto el bol, meto los dedos entre un sospechoso hueco entre los libros y saco la pequeña bolsita de polvos blancos que le birlé a Tam cuando ella no miraba.
               Me saco las llaves del bolso, y voy volcando despacito la cocaína en ellas. Vuelco un poco, me lo lleno a la nariz, y esnifo. Vuelco un poco, me lo llevo a la nariz, y esnifo.
               Ojalá me muera de una sobredosis.
               Estoy tan chutado que no me entero cuando empiezo a hurgarme en la herida.
               Lo hago mucho tiempo después, cuando me descubro los dedos llenos de sangre.

Bajé a comer por cumplir, y pude escudarme en que Sabrae y Shasha sabían que no había dormido mucho para decir que me iba a echar una siesta.
               Me cuesta horrores no llamar a Eleanor para suplicarle que venga a verme. Estoy fatal. Con ganas de vomitar.
               Pero más me cuesta no coger el móvil, llamar a Tommy y suplicarle que me perdone. Haré cualquier cosa. Dejaré a su hermana.
               Y eso no le molará nada. Lógicamente. Ni a ella tampoco.
               Así que bajo las persianas, me meto en la cama, me tapo hasta las cejas y cierro los ojos. Repaso mentalmente lo último que me dijo Tommy. Lo último que le dije yo. Y luego, todos nuestros recuerdos, 17 años, 17 putos años de vida siendo inseparables, a la mierda por un beso.
               El efecto mariposa es real. Es lo más real que ha descubierto la humanidad. No sé si existe Alá, no sé si la tierra es realmente redonda, no sé si el aire está verdaderamente compuesto de muchos gases, no sé si los dinosaurios existieron o si Estados Unidos llegó realmente a la Luna. Pero sí sé que el efecto mariposa es real, firme como una verdad incuestionable.
               No escucho a Alec llegar. Tenía pensado irse a boxear, encontrarse casualmente con mi hermana, pero, cuando se entera de que Mary va a acaparar a Eleanor toda la tarde, cambia de plan.
               No nos merecemos a Alec, de verdad que no. Nos metemos demasiado con él, muchísimo más de lo que él se mete con nosotros.
               Al llama a la puerta.
               -Está abierta-le dice mamá desde el sofá. Es la única que se ha quedado en el piso de abajo. Oigo a Shasha trastear en su habitación. El resto de la familia ha ido a comprar. Mamá no se encuentra del todo bien. Mira, como yo.
               Y Shasha está aquí para echarle una mano si necesita algo. Todo el mundo da por sentado a estas alturas que yo no sirvo para nada en este plan.
               Se me ocurre que, si mamá coge algo gordo y la palma, nadie me juzgaría por suicidarme porque no soporto vivir sin ella.
               Soy la criatura más miserable del mundo, mira que plantearme que mi madre se muera, dejando huérfanas a mis hermanas y viudo a mi padre, sólo por ahorrarme que la gente diga que soy un cobarde por ir voluntariamente al otro barrio…
               -Hola, Al-mamá le sonríe.
               -Hola, Sher-Alec se la queda mirando-. Joder, tienes una pinta horrible.
               Casi puedo escucharlo recriminarse a sí mismo. Pero qué cojones, Alec.
               Pero mamá se ríe, lo cual lo tranquiliza un poco. Se suena y contesta:
               -Sí. He cogido gripe.
               -Vaya. Que te mejores. Bueno… ¿la alegría de la huerta?
               -Se ha ido con su padre de compras.
               Alec se queda a cuadros.
               -¿Habéis conseguido sacarlo de casa?
               -¿Qué?
               -Scott-explica Alec, alzando las cejas.
               -¡Ah! Perdona, tesoro, creía que…
               -Joder, Sherezade; estás perdonadísima. Llámame “tesoro” todas las veces que quieras.
               Mamá se echa a reír de nuevo.
               -Qué encanto. Pensaba que hablabas de Sabrae-Al niega con la cabeza-. Está arriba. Se acaba de echar.
               Él hace una mueca.
               -No tengo fuerzas para pelearme con él hoy-se excusa mamá.
               -No, si no pasa nada, mujer. Para eso estoy yo aquí. Bueno… voy a ver si consigo sacarlo de la cama. Seguro que Eleanor se deja caer por aquí de noche-las pocas ganas de vivir que tengo se ponen a hacer una conga. Eleanor puede venir, quizás la vea-. Odia verlo así.
               -Yo también, cariño. Yo también.
               Sube las escaleras de dos en dos, impulsándose también con los brazos, y abre la puerta de mi habitación. Me encojo automáticamente, pero él ni se inmuta de mis muestras de reticencia.
               Coge la manta por los pies y tira de ella hasta dejarme destapado, completamente a la intemperie. Y hace muchísimo más frío del que recordaba.
               -Arriba, joder-insta-. Hace un día precioso-afirma, subiendo las persianas, y el universo le da la razón incidiendo en mis párpados cerrados con la crueldad de un sorprendente día soleado de invierno-, las mujeres existen, y hay muchas posibilidades de que tú y yo follemos hoy. Pero por separado. El gay es Logan-aclara.
               -Déjame tranquilo, Alec-gimo, lastimero.
               -¿Quieres mimos en la cama? ¡Pues vas dado! Venga, me he pasado toda la noche descargando versiones pirata modificadas del Call of Duty. Tengo un mod con el que le podemos poner la cara de Donald Trump a los nazis. ¿No es eso genial? Tú odias a Trump. Yo odio a Trump. Todo el mundo odia a Trump. ¿No es maravilloso formar parte de la especie humana?
               -No quiero pegarle tiros a nadie, Alec-me doy la vuelta, pero él me coge del cuello de la camiseta, me da la vuelta y me obliga a incorporarme.
               -Que no es una oferta. Coño. O sales tú de esta puta cama, o te saco yo.
               -Pues sácame tú-respondo, liberándome de sus manos y dejándome caer sobre el colchón. Alec tira de mí, y casi consigue tirarme al suelo, pero yo me las apaño para escapar y me aferro con todas mis fuerzas al colchón. Entonces, él tira el colchón al suelo, pero yo me niego a moverme.
               Como decía Ricardo III: ¡mi reino por un caballo!
               Sólo que yo no tengo reino. Ni quiero un caballo. Yo lo que quiero es que Alec me deje en paz.
               Alec empieza a tirar de mí por los pantalones. Le doy una patada.
               -¿Qué quieres, tío? ¡Déjame tranquilo!
               -Quiero verte ese culito que Dios… bueno, Alá en tu caso… te ha dado-dice, y me da una palmada tan fuerte que me vuelto y le suelto un manotazo, y él aprovecha para cogerme de la muñeca y tirar de mí.
               -¡Levántate de ese colchón, Scott!
               -¡No!
               -¡Levanta el culo!
               -¡No!
               Alec me suelta, coge aire y se me queda mirando.
               -¿Esas tenemos? Muy bien. Te vas a cagar. Tú no sabes quién soy yo.
               Sale de la habitación, pero yo mantengo la respiración. Esto no ha acabado. Está lejos de acabarse.
               Cuando vuelve, viene con Shasha.
               -¿Qué hago?-pregunta mi hermana.
               -Ayúdame a levantar un poco el colchón. Luego, yo le doy la vuelta.
               Así que eso hacen; yo los miro con desconfianza mientras se ponen a mi lado; Alec, a la altura de mi hombro, y Shasha, a la de mi rodilla. Cuentan 3 y empiezan a levantar el colchón. Yo clavo las uñas en él. Ni de coña van a conseguir tirarme.
               Poco a poco, levantan el colchón. Yo me pongo a patalear, pero necesito hacer fuerza también con los pies para conseguir mantenerme, de manera que tengo que parar. Lo ponen en vertical. Yo miro a Alec con odio.
               -¿Tus últimas palabras?-inquiere.
               -Eres el ser más despreciable que he conocido en mi vida-escupo entre dientes, y Alec sonríe.
               -Qué bonito lo que me dices. Luego te hago una mamadita de agradecimiento, venga-y empuja el colchón contra la cama, y yo me caigo contra el suelo, y el colchón se me cae encima, pero no me aplasta gracias a la pequeña diferencia de distancia que ha habido ahora que el colchón ha estado de canto unos segundos. Shasha chilla extasiada y se lanza contra el colchón. Siento su culo en mi cara.
               -¡QUÍTATEME DE ENCIMA, PUTA CRÍA DE LOS COJONES!-bramo, sintiendo que casi no puedo respirar. Empiezo a dar puñetazos, Shasha se levanta de un brinco, y Alec me coge por los pies y me arrastra fuera de mi improvisada tienda de campaña.
               Me deja a la altura de su cara, y me sonríe alzando una ceja. Puedo ver cómo cuelgan los colgantes que lleva, cada uno de un país diferente. Al compra algo parecido a las chapas que usa el ejército para identificar a sus soldados, pero con el nombre de las ciudades que visita.
               Shasha está fascinada con la ocurrencia de Alec. El tío le da al coco que da gusto.
               Así es como él se gana a la última Malik que se le resistía.
               -Así que… lo de la mamada…-bromeo, y él se echa a reír, me tiende la mano y me ayuda a levantarme. Choca los cinco con Shash y la invita a venir con nosotros a jugar.
               Mi hermana mi sorprende aceptando su propuesta. Joder. No sé qué tiene Alec, pero, desde luego, en esta casa es como una droga.
               La cría enseguida se marcha, aburrida de nuestros juegos, pero el avance ahí está. Yo me quedo mirando cómo juega Alec, con un cigarro en la boca al que da caladas cada vez que llega a un punto de partida.
               No podría alegrarme más de que esté aquí, conmigo. Bueno, sí que podría. Pero eso está fuera de toda posibilidad ahora mismo.
               -Al-lo llamo, pero él no me hace caso-. Al.
               -Espera. Emboscada-dice, tira una granada y sonríe al ver que termina la misión-. Vale, guay. Dime.
               -Gracias por ser el único hermano que me queda.
               Alec alza las cejas.
               -¡Ah, no! ¡Ni de puta coña! ¿Hermanos, tú y yo? Qué pereza, eso es ir tirando el dinero por la vida; o sea, ¡no voy yo, tonto de mí, y le compro unas zapatillas de ballet a Mary, porque estaba que no callaba con que las suyas eran muy viejas, para Navidades, y va la muy psicópata, y cuando se las doy, lo primero que hace (bueno, lo segundo, lo primero es darme un beso, porque tengo muy bien educada a mi señorita), es ponerse a darles hostias contra el suelo, como una salvaje! ¡Como una troglodita! ¿A ti te parece puto normal? ¡Salgo ahí a la calle a ganarme el pan, voy de punta a punta de Londres entregando paquetes con mi puñetera moto, saltándome semáforos para llegar antes, arriesgando mi vida como pocos héroes de guerra, para pagar 150 libras por unas putas zapatillas que parecen más bien calcetines duros, para que ella les dé contra el suelo! ¡Pues ni puta gracia me hace!-yo me echo a reír, y Alec se envalentona-. ¡Además! ¡El préstamo que pedí para la cena del sábado, lo tengo por el cuello! No sé si voy a poder pagarlo, verás como me tenga que prostituir, le coja el vicio y no me veáis más el pelo-yo me río más fuerte, me duele la tripa, joder, adoro a Al-. Ahora en serio, golosón. No hay de qué-me guiña un ojo-. Si ya sabes que yo a esa carita no le puedo decir que no.
               -Qué bonito, ¿me das un besito?
               -Uno pequeñito, no se vaya a poner celosa Eleanor y me termine asesinando mientras duermo. Y no me metas mano, ¿eh?-le pellizco el costado-. ¡Ay, cabrón, es que te asesino, de verdad!
               Nos echamos a reír y nos quedamos quietos un momento, pensando en nuestras cosas. Se me hace más amena esta tarde de mierda estando con él.
               -Pero… que sepas que agradezco un montón lo que estás haciendo por mí. No quedándote a jugar a baloncesto, y tal. Puede parecer que no lo aprecio, pero lo hago.
               -No me estoy quedando por ti; me quedo para ver si hoy tengo suerte y Sabrae viene con ganas de echarme un polvo.
               -Os lo pasasteis bien este fin de semana, ¿eh?
               -Oh, chico. Si tú supieras-da una nueva calada y sonríe. Me guiña un ojo y continúa con su partida, mientras yo me arrebujo en la manta. Espero que Eleanor venga pronto. Ojalá se le pase por la cabeza venir a visitarme. Aunque sólo sean cinco minutos. Necesito la luz de mi luna, no puedo seguir dando palos de ciego por más tiempo.
              
Se me están pasando los efectos de las drogas cuando llaman a la puerta. Sé que no es Eleanor. Bufo un permiso para entrar.
               Dan empuja la puerta y me mira.
               Y ver la cara de mi hermano pequeño, que no tiene que saber bajo ningún concepto los deseos que escondo en mi interior, me hace espabilar. Me pongo la chaqueta rápidamente, para que no vea las manchas de sangre en la camiseta gris, y tiro la manta a mi lado del colchón, tapando a duras penas los restos de lo que he estado haciendo.
               -¿Qué pasa, fiera?-inquiero, frotándome la mejilla y fingiendo que no estoy muerto por dentro. Dan me muestra una caja gigante del monopoly.
               -¿Quieres jugar conmigo? Ash está de morros. Dice que no es justo que le cobre por pasar por mis calles. Se ha echado a llorar y le ha dado la vuelta al tablero. Estaba a punto de conseguir todas las casillas rojas-susurra en voz baja, triste. Yo me aparto y doy una palmada en el colchón, y Dan se acerca a mí, obediente.
               -No es muy justo cobrar por tener calles y que la gente pase por ellas, no-asiento, besándole la frente y estrechándolo contra mí.
               -Pero es como las carreteras, ¿no? Las carreteras son las calles de los países. ¿Por qué yo no puedo cobrar por tener calles, pero los empresarios sí pueden cobrar por usar sus carreteras?
               -Pues… porque las carreteras son más grandes. Y no tienen peatones. Es más fácil controlar quién las usa.
               -Pues no es justo-espeta, cruzándose de brazos.
               -Ya-replico, dándole otro beso en la frente-. Bueno, ¿quién empieza la partida?
               Dan sonríe, da un brinco y salta de la cama. Me coge de la mano y me lleva escaleras abajo, a la sala de estar donde mamá suele trabajar. Pero ella no está aquí. Ha terminado hace poco sus trabajos pendientes de la empresa, y creo que está leyendo un libro. Dan coge una silla y la arrastra a una esquina para que me siente. Extendemos la tabla, nos repartimos el dinero y cogemos un dado. Él se empeña en echar a suertes quién saca primero; yo consigo un número por encima de él, se disgusta, y al final le dejo tirar el dado primero.
               -Pero, ¡eso es trampa!-protesta.
               -Yo no se lo voy a contar a nadie, ¿y tú?
               Dan sonríe, por toda respuesta.
               Llevamos una vuelta y media al cuadrado cuando me pregunta:
               -¿Por qué Scott no viene a casa?
               Se me cae el mundo a los pies cuando dice su nombre con un tono tan casual.
               -Porque… estamos enfadados.
               Dan abre muchísimo los ojos. Nunca, en su vida, me he peleado con Scott. ¿Qué coño? Nunca en mi vida me he peleado con Scott. Y yo tengo casi el doble de edad que mi hermano pequeño.
               -¿Por qué?
               Me encojo de hombros.
               -Está saliendo con Eleanor.
               Dan frunce el ceño. Algo no encaja.
               -Ya. ¿Y?
               -Que yo no quería que saliera con Eleanor.
               -¿Por qué? Yo creo que Scott es muy bueno con ella. Es decir… no los he visto juntos-tira su dado y le sale el número necesario para ir a la cárcel, así que lo toca con el dedo para que cambie de cantidad.
               -Te acabo de ver, Dan-pongo los ojos en blanco y él hace un puchero.
               -Y… ¿por qué estás triste?
               -Porque estoy enfadado con Scott-explico.
               -Pues vete a verlo. Y haz las paces con él.
               -No es tan sencillo.
               -¿Por qué no?
               -Porque me pone triste verlo-no puedo mirar a Scott a la cara, ya sé que me duele mirarlo y pensar en las posibilidades que hay de que se abalance sobre mí como la última vez que nos vimos. No sobreviviré a eso.
               -Ay, dios mío-mi hermano se lleva las manos a la cabeza-. Esto no tiene sentido. ¿Cómo puedes estar triste porque estás enfadado con Scott y no querer hacer las paces con él? No tiene sentido.
               -Igual que el cobrar por pasear por una calle-espeto, y Dan se tapa la boca, reflexionando.
               -¿Y Diana? ¿Por qué no le preguntas a Diana? Sois amigos. A veces le haces esas cosquillas que papá le hace a mamá. Lo sé. Os escucho cuando os las hacéis-informa, pagado de sí mismo. Alzo las cejas.
               -Vale, comisario, ¿me vas a leer mis derechos?-Dan frunce el ceño-. Nada, déjalo. ¿Qué hay de Diana?
               -¿Por qué no le pides a ella que hable con Scott?
               -Porque ella también está enfadada conmigo.
               -Jopé, yo no creo que seas tan malo como para que tanta gente esté enfadada contigo. ¿Es por lo de Scott?
               -No. Es que le hice esas cosquillas a otra chica, y a Diana no le pareció bien.
               Dan abre tanto los ojos que se convierte únicamente en un par de ojos marrones.
               -¿A Layla?-inquiere con un hilo de voz, pero yo niego con la cabeza.
               -No. A Layla le hicieron demasiadas cosquillas antes, incluso cuando no quería, y ahora necesita un tiempo para recuperarse.
               -Vaya. O sea, ¿qué las chicas no quieren que les hagas cosquillas siempre?
               -De hecho, es más común que no quieran que les hagas cosquillas a que quieran.
               Dan parpadea.
               -Pero… entonces… ¿por qué les haces cosquillas cuando no quieren?
               -Porque a nosotros también nos gusta hacerles cosquillas.
               -Pero… cuando yo le hago cosquillas a Ash, o a Duna, yo me lo paso bien porque ellas se ríen. No saco nada. Tampoco creo que tú o Eleanor saquéis nada cuando me las hacéis a mí.
               -Es que son un tipo de cosquillas especiales. Os gusta a los dos. Es como… os hacéis cosquillas a la vez el uno al otro, ¿entiendes?
               Dan asiente.
               -No lo entiendes-sonrío, y él niega con la cabeza-. Vale-suspiro, joder, yo no debería tener que explicarle esto a mi hermano, tiene dos padres que deberían comerse este marrón. Me paso la mano por el pelo-. A ver. Sabes de dónde vienen los niños, ¿no?
               -¡Claro que sí!-espeta, ofendidísimo.
               -Vale, pues… un hombre y una mujer no hacen eso…
               -¿Te refieres a follar?-espeta.
               -¡Bueno! ¡No digas eso! ¡Eres demasiado pequeño para usar esa palabra!
               -¡Tú y Scott la decís constantemente!
               -¡Sí, pero Scott y yo somos mayores!
               -¡Pues no es justo!-se pone de morros.
               -Dejémoslo en hacer el amor, ¿vale?-Dan asiente, con los ojos entrecerrados-. Vale, pues cuando un hombre y una mujer… bueno, en realidad, ya sabes que un niño puede tener dos padres o dos madres, si lo adoptan, pero de momento nos vamos a ceñir a lo biológico…
               -¿Qué es biológico?
               -Cuando una mujer se queda embarazada-resumo. Dan parece interesadísimo. Bueno, al menos, si sobrevivo a esto y tengo críos, ya sabré cómo contarles los misterios del sexo-. Pues… cuando una mujer se queda embarazada, la mayoría de las veces no es porque quiera tener un hijo. O sea, evidentemente, ella quiere. Los padres quieren. Pero hay veces en que es por casualidad. Muchas veces, las parejas hacen el amor porque les gusta. No porque quieran tener hijos. ¿Lo entiendes?
               Dan se me queda mirando.
               -¿Mamá y papá no querían tenernos a nosotros?
               -¡No! ¡No, claro que sí! ¡O sea, esto es… a ver! Dios-me paso una mano por el pelo-. Lo que estoy intentando decirte es que… hacer el amor mola. De por sí. Tener una familia e hijos también, pero…
               -¿Quieres que Diana se quede embarazada de ti?
               Me quedo a cuadros.
               -¿Eh?
               -Que si quieres tener hijos con Diana.
               -Yo… pues… tengo 17 años.
               -Bueno, pero si una mujer está embarazada 9 meses, tendrías 18 si Diana se quedara embarazada ahora. Ya podrías conducir-para Dan, conducir es el punto de inflexión en la vida de una persona. No es su graduación, no es su primer trabajo, no es el día que se casa ni cuando tiene hijos. No. Es el día en que se saca el carnet de conducir.
               -Nos estamos saliendo del tema-lo corto, y él hincha los mofletes-. El caso es que yo hago el amor con Diana. Pero ella está enfadada conmigo porque lo hice con otra chica.
               -¿Y qué tiene de malo?
               -Pues… que se supone que no podía acostarme con otra chica.
               -Pero eso no tiene sentido. Si se disfruta follando…
               -Que no uses esa putísima palabra, Dan-protesto.
               -… ¿no debería hacerse con quien se quisiera, cuando se quisiera, y donde se quisiera?
               -No cuando tienes pareja.
               Dan medita un momento.
               -¿Y por qué no le pides perdón?
               -¿Yo? ¿Por qué?
               -Pues… porque te acostaste con otra chica.
               -Es más complicado que eso. Ella también se acostó con otros chicos-Dan se lleva una mano a la boca, escandalizado-. Pero no pasa nada. Yo le di permiso. ¿Lo entiendes?
               -¿Y ella a ti no?
               -Sí, claro.
               -Pues no lo entiendo. ¿Por qué se enfada porque hiciste algo para lo que te dio permiso?
               Me lo quedo mirando. Este crío es un puto genio. Tenemos que asegurarnos de que lo cojan en Oxford. Puede que descubra la cura contra el cáncer.
               -Eh…
               -No tiene ni cabeza ni pies.
               -Se dice al revés, Dan.
               -Pues eso. Que no tiene ni pies, ni cabeza.
               Mi hermano hace que algo dentro de mí haga clic. No me puedo sentir mal por lo de Megan. Sólo fue una chica, y lo de hoy sólo fue un beso. Diana se tiró a todo el que le dio la gana estando en Nueva York, y, ya de vuelta en casa, a quien quiso también aquí, por muy mal que estuviéramos nosotros. Incluso si quería darme una lección, no tenía ese derecho.
               Me llevo inconscientemente los dedos a la herida. He descubierto que presionarla me ayuda a pensar, puede que porque el dolor físico sustituye al emocional.
               -¿Qué tienes ahí?-pregunta mi hermano.
               -Nada-respondo-. ¿Tiras el dado?
               -Estoy en la cárcel-se lamenta.
               -Bueno, pero nadie se va a enterar. Yo no lo voy a contar, ¿y tú?
               Dan sonríe, estira la mano y coge el dado. El chaval me machaca, pero yo no estoy a lo que tengo que estar.
               Me estoy armando, poco a poco, la coraza de indiferencia ante todo lo que pueda decirme Diana.
               Los dos podemos utilizarnos, no va a ser todo sólo en una dirección.

Sabrae se tira en el sofá, al lado de Alec, ya recién duchada y con la ropa de andar por casa puesta. Él la recibe con una sonrisa y un beso en los labios.
               -Me preguntaba cuándo vendrías.
               -Estaba haciéndome de rogar.
               Se ponen a jugar mientras yo los observo, tapado cual oruga. Me invitan a jugar un par de veces, pero yo niego con la cabeza. Quizá me vendría bien, después de todo, se me está revolviendo todo por dentro a intervalos más o menos regulares, y una distracción estaría bien para hacer caso omiso a ese maremágnum de sensaciones que no sé muy bien cómo procesar.
               Pero estoy mejor así, créeme.
               Todos mis deseos se cumplen cuando Eleanor viene a visitarme. Incluso trae una caja de donuts, mis favoritos, porque es digna hermana de Tommy y sabe que a mí se me conquista con el estómago.
               De lo que no se da cuenta mi chica es de que Tommy haría exactamente lo mismo para animarme: traerme comida, los mismos donuts, y negarse en redondo a darles aunque sea un mordisquito para probarlos.
               Mi luna no se queda demasiado tiempo conmigo. No puedo culparla. Tiene que volver a casa para que mi sol no se enfade con ella. Eso me cabrea un poco. Pero yo ya no tengo fuerzas para cabrearme. Soy como un girasol nocturno; persigo a la reina de la noche mientras hace acto de presencia, sin poder pedirle que se quede más tiempo o que directamente no me abandone.
               Y me entristezco muchísimo cuando se va.
               Aunque ella me deja una pincelada de estrellas en el cielo para que no me engulla la oscuridad en forma de mensajes.
               El problema es que, por muchas estrellas que haya en el cielo, sigues sin poder hacer más que andar a tientas.


El martes se acaba conmigo despierto. La medianoche me pilla en vela, sin poder pegar ojo. No he tenido cojones de decirle a Diana lo que he hecho esta mañana.
               Igual que sé que no los voy a tener para quitarme de en medio y que voy a tener que vivir una patética vida sumido en una tristeza infinita.
               Quizá confesarle lo de hoy me haga matar dos pájaros de un tiro. Diana me detesta, es evidente. Le falta muy poco para decidir aplastarme. Muy poco. Apenas nada.
                Enciendo la luz de la mesilla de noche y miro al techo. Diana está durmiendo arriba. Barajo la posibilidad de subir, despertarla y meterme entre sus piernas. Lo único que me queda, lo único que me hace levantarme cada mañana, es que todavía hay una pizquita de mí que aún le gusta a mi americana. Y tengo que aprovecharme de eso. La echo de menos. Muchísimo. Lo peor de no tener a alguien es cuando lo tienes al alcance de la mano, estiras el brazo, y se te escapa entre los dedos.
               Pero no. Esta noche es mi noche de luto. Mi luto por mi mejor amigo, mi luto por mi novia, mi luto por la persona que una vez fui y que no voy a poder volver a ser.
               No sin Scott, y a él ya no voy a recuperarlo.
               No sin Diana, y a ella ya no voy a recuperarla.
               Me paso las manos por el costado. Mi herida recibe la caricia relamiéndose. ¿Voy a revivirla?
               Es lo que más me apetece en el mundo. Sentir ese ardor entrándome en el pecho, haciendo que el monstruo de fauces colmadas de dientes retroceda.
               Así que lo hago. Me destapo, enciendo un cigarro, y empiezo a hurgar. Quiero sentir el dolor. Quiero que me haga daño de verdad. No quiero que ninguna droga me quite lo único que todavía es mío, lo que nadie me podrá arrebatar jamás.
               Cuando estoy demasiado cansado para seguir, cojo lo que queda del paquete de polvos mágicos y lo esnifo. Me preparo para oír a Scott.
               Y lo escucho mientras me meto de nuevo en la cama, me tapo con la sábana, e ignoro la humedad de mi sangre.
               Me quedan días.
               Lo sé.
               Van a ser los más largos de la historia.

Me doy cuenta de que estoy fatal cuando veo que Eri viene a verme. Me doy cuenta de hasta qué punto estoy flotando en mitad de la nada. Soy un planeta que ha perdido a su estrella. Ojalá fuera una luna y pudiera permitirme engancharme al campo gravitacional de otro cuerpo terrestre. Pero no, soy demasiado grande para que nada me arrastre, pero demasiado pequeño como para arrastrar yo a nada.
               Eleanor me besa, me mima, me da calor, me mantiene a flote mientras voy a la deriva. No deja que las olas me hundan. No permite que me vaya a pique.
               Pero yo ya no puedo dibujarla.
               Mi chica ya no es suficiente para hacerme feliz.
               Dios mío. Voy a terminar haciéndolo. No tengo ganas aún, pero me fijo en ese aún. Voy a acabar haciéndolo.
               Eleanor no se lo perdonará nunca si me suicido.
               Y Tommy… quizás él me siga, después de todo.
               Ojalá nos encontremos.
               Me pego a ella todo lo que puedo, a su cuerpo cálido y confortable, inhalo el aroma que desprende su pelo y cierro los ojos. No quiero echarme a llorar delante de ella.
               Pero sé cómo terminé la última vez que perdí mi capacidad de dibujar. Y la persona que me salvó entonces es, precisamente, la que me ha arrebatado el don.

Me duele muchísimo que mamá se vaya a casa de Scott. Me duele, me molesta, me cabrea, me hace sentir una rabia impresionante por debajo de la piel. Soy como un volcán en plena erupción, de estos que estallan en un millón de pedazos, no de los que escupen lava tranquilamente.
               Y empiezo a alimentar a la bestia de colmillos afilados y garras hundidas en mi pecho con esos pensamientos putrefactos que tanto le encantan: las mujeres de esta familia tienen una inclinación natural hacia los Malik. Llevan prefiriéndolos sobre nosotros desde que el mundo es mundo.
               Cuando mamá descubrió a la banda, el primero que le llamó la atención fue Zayn. No papá.
               Después, cuando Zayn se fue, y no se hablaba con papá, y sacó un disco, papá le preguntó a mamá que qué tal estaba.
               -Mucho mejor que los vuestros-espetó mamá, hiriente. Los meses en que Zayn dejó la banda y se puso a hacer cosas fueron los peores para mis padres. Mi madre culpaba a papá de que hubiera permitido que lo pasara tan mal que la única solución posible fuera irse, y papá bastante tenía ya con no hablarse con él, como para tener bronca también con la que entonces aún era su novia.
               -Pues me cago en mi madre-fue todo lo que contestó papá.
               Así que no debería molestarme que mamá quiera ir a ver a Scott. Pero joder, lo hace. Yo soy su hijo, no Scott. Si tantas ganas tenía de parir a un Malik, que se hubiera liado con Zayn antes de que él conociera a Sherezade.
               Me pongo a cocinar, que es lo único que me tranquiliza estos días. Hago caso omiso de cuando papá o mis hermanos entran o salen de la cocina, de cuando lo hace Diana. No le he dicho nada de lo de Megan. Hoy me he cruzado con ella en el instituto, la pelirroja me ha mirado y se ha relamido, y mis amigos la han fulminado con la mirada, pero yo he pasado. No estoy para meterme en más movidas.
               Pero cuando llega mamá y viene a verme, me vuelven a entrar ganas de bronca.
               -¿Qué cocinas?-me pregunta, inclinándose y dándome un beso en la mejilla. Yo apenas la miro de reojo.
               -Aún no lo sé. ¿Qué tal tu excursión a tierra enemiga?
               Mamá pone los ojos en blanco.
               -Pues… peor de lo que me imaginaba.
               -¿De veras? Qué lástima-gruño. No se me escapa que sólo he escuchado sus pasos por casa. Eleanor no ha venido con ella. Sigue con Scott.
               Aprieto con más fuerza la cuchara.
               -Si hubieras venido con nosotras, seguramente estarías de acuerdo conmigo en que las cosas se os están yendo de las manos.
               -A mí no se me está yendo nada de las manos. Sólo se le ha ido a Scott.
               Mamá me pone una mano en el brazo, haciendo que la mire.
               -Diana y Scott están sufriendo por esto, Tommy. Tú puedes cambiarlo. Está en tus manos.
               -Nada está en mis manos, mamá-respondo, sacudiéndome su mano de encima-. Deberías preocuparte un poco más por mí-ataco, y ella alza las cejas, sorprendida de que me revuelva de esta manera. Tengo la lengua larguísima, es cierto, pero no suelo lanzar dardos con tal cantidad de veneno. Ésta es la forma de proceder de Eleanor-. Ellos no son tus hijos. Yo sí.
               -¿Qué importa que no sean mis hijos? Me preocupo por ellos igual, Tommy. Es cierto que no me importan tanto como tú, evidentemente, pero aun así… ¿cómo pueden darte igual?-suelto un bufido y pongo los ojos en blanco-. Estás cambiadísimo. Yo no te he criado para que seas así de egoísta.
               -Pues cámbiame por Scott-gruño en voz baja, y ella da un paso atrás-. Es tu oportunidad. Lo que llevas esperando desde que nací, ¿no? Además, a todos os vendrá genial. Así Eleanor tendrá que ir sólo de un lado a otro del pasillo para echar un polvo.
               -Pero, ¿qué cojones te pasa, Tommy? ¿Desde cuándo eres así de imbécil?
               -¿Que qué cojones me pasa? Me he acostado con Megan, ¿vale?-ladro, y ella abre tantísimo los ojos que me sorprende que no se le salgan de las órbitas y se caigan al suelo-. ¡Me he acostado con Megan, y la echo de menos, y la sigo queriendo-joder, por fin encuentro una explicación lógica y razonable a que no pueda terminar de escaparme del área de influencia de Megan, por mucho que intente huir de ella. Por eso no puedo permitirme mirarla-, pero también quiero a Diana, y también quiero a Layla, y no puedo contarle a Layla esto y si le digo a Diana que ayer Megan me besó terminará de odiarme; y no tengo con quién hablar de ellas, porque los demás no lo entienden como lo entiende Scott, pero Scott está con Eleanor, y me mintió durante meses, y ya no sé si puedo confiar en él, o si seré capaz de volver a confiar en él, y…! ¡Joder, mamá, me siento tan solo, tan terriblemente solo, que no sé lo que me va a pasar!
               Y me echo a llorar, a llorar a lo bestia, y me llevo una mano al costado para hacer que mi cerebro se calle de una maldita vez, pero cuando mis manos llegan a tocar piel, descubren que no es la mía, que son sus brazos los que me rodean. Mamá pega mi cabeza a su cuello y me acaricia el pelo y la espalda mientras me besa, me susurra que ya está, mamá está aquí, yo no estoy solo, todo saldrá bien, ella me cuidará, ella siempre estará conmigo, pero a mí no me basta, aunque cuando me sigue acariciando la cabeza, dejando que llore tranquilo, que me desahogue todo lo que necesito y que la estreche entre mis brazos con la fuerza con que te aferras al último salvavidas disponible en el naufragio, y me besa en la oreja, me susurra que me quiere, que soy importante, y especial, y buena persona, yo me lo creo. No porque piense que es verdad, sino porque necesito creérmelo en ese momento.
               -Tú no te mereces lo que te está pasando, mi amor-me dice, limpiándome las lágrimas.
               -Scott me detesta.
               -Scott te echa de menos.
               -Diana me detesta.
               -Diana está molesta contigo, pero no te odia. Sabes que te quiere. ¿Cómo no iba a quererte? Mírate. Si eres precioso. Todo en ti es precioso, Tommy. Tu interior y tu exterior. Es imposible que nadie te odie. Y tampoco te mereces a esa zorra que no te deja vivir.
               -Megan…
               -Prométeme que no te volverás a acercar a ella. Prométemelo, Tommy-me dice, levantándome la mandíbula para que la mire a los ojos-. No vas a dejar que te siga jodiendo la vida.
               -Está bien.
               -Prométemelo.
               -Te lo prometo.
               Mamá sonríe, me da un beso en la mejilla y me estrecha contra ella.
               -Vamos a darnos un baño. Tú y yo. Como cuando eras pequeñito, ¿qué te parece?
               -Tengo que…
               -Deja la comida. Tu padre se ocupará de ella. Vamos, mi amor.
               Me toma de las manos, espera con paciencia a que deje de temblar, me abraza cuando vuelvo a hacerlo a mitad de camino hasta que consigo tranquilizarme, me sienta en la taza del váter mientras abre el grifo del agua caliente. Llena la bañera hasta arriba. Siempre me ha chocado que, con lo concienciada que está con todo eso del medio ambiente, haya querido poner en el baño una bañera que parece poco menos que una piscina olímpica. Supongo que era previendo estas situaciones.
               Me meto cuando todavía el grifo está escupiendo agua, y el nivel sube en cuanto mi cuerpo entra en contacto con el líquido ardiente. Me relaja un montón. Mamá echa unas sales de baño raras que empiezan a hacer espuma en el acto. Se hace un moño, se pone un par de horquillas, y se mete también el agua, por detrás de mí. Me agarra por los hombros y me mete entre sus piernas, me hace apoyar la cabeza en su pecho y nos quedamos ahí, quietecitos, esperando a que las sales terminen de hacer espuma. Me apoyo en su hombro y cierro los ojos.
               Todo está bien cuando estoy en brazos de mamá.
               Ella me besa la cabeza, me acaricia el pecho con el pulgar.
               -Mamá.
               -Dime, cariño.
               -¿Me lavas el pelo?-recuerdo cómo me gustaba que me lo lavara de pequeño. Siempre se ponía en la misma posición, en la que estoy ahora. Me metía entre sus piernas, me daba un beso, y me pasaba el teléfono de la ducha por la cabeza para mojarme la melena. Se echaba un poco de champú en las manos y me masajeaba la cabeza mientras yo me derretía y me mezclaba con el agua. Me encantaba muchísimo que mamá hiciera eso.
               -Claro, tesoro-ella sonríe, me da un pellizco en la espalda cuando me inclino a coger el champú, y me dejo hacer mientras me lava el pelo. Cierro los ojos, concentrándome en sus dedos en mi cabeza, suaves aunque firmes y decididos.
               Cuando termina, me echa el pelo hacia atrás y sonríe.
               -Tu padre llevó el pelo así en la primera entrega de premios a la que fue después de conocerme.
               Apoyo la cabeza en su hombro y miro su mandíbula.
               -¿Crees que Diana me perdonará?
               Mamá toma aire muy profundamente, y luego lo suelta despacio.
               -Creo-dice después de unos angustiosos segundos que se me hacen eternos-, que al final ella terminará viendo que le gustas más de lo que le disgustas ahora.
               -No entiendo por qué se pone así conmigo. No he hecho nada que ella no haya hecho. Es más, si alguien debía estar enfadado, sería yo. Y no lo estoy.
               -¿No?
               -No-bajo su atenta mirada, me vuelvo pequeñito-. Bueno… estoy molesto con ella. No sé por qué se ha puesto así. Es decir, ella lo ha hecho con un montón de chicos en Nueva York, y yo no he dicho ni mu.
               -Sí que lo has dicho.
               -No, no lo he dicho.
               -Lo estás diciendo ahora.
               -Ya. Bueno. Pero es diferente-juego con la espuma, parecen nubes, me siento un dios que decide dónde hay sequía y dónde inundaciones.
               -¿En qué sentido?
               -Ella estuvo con un montón. Yo sólo con una. Bueno, una y media. También me acosté con Layla-noto que mamá frunce el ceño-. Es largo de contar.
               -Lo dejaremos para otro día, entonces.
               -Nos dimos permiso. Pero… no sé, yo no pensé que se fuera a poner así. Me habría controlado muchísimo más de saber que acabaríamos de esta manera.
               -¿Sabes cuál creo que es la diferencia aquí?
               -¿Cuál?
               -Creo que tú te esperabas que ella estuviera con otros chicos. Pero ella no se esperaba que tú estuvieras con otras.
               Tiene sentido. Joder, tiene sentido. Tiene todo el sentido del mundo.
               Aun así, no hace que ella tenga razón, ni que se deje de comportar como una cabrona de campeonato poniéndose así conmigo, sobre todo sabiendo lo mal que estoy con Scott y que no necesito más problemas.
               -Sigue pareciéndome mal cómo está reaccionando.
               -Porque tú sigues confiando en ella, y lo hacías aun sabiendo que estaba con otros. En cambio, ella, al no esperarse lo de la otra… perdió su confianza en ti. Dale tiempo, T. No la presiones-me da un beso en la cabeza-. Necesita descubrir en qué punto está vuestra relación ahora.
               -Sólo en el sexo-suelto, y mamá pone los ojos en blanco.
               -La confianza es todo en una relación. Si no tenéis confianza, no tenéis nada. Y ahora, ella tiene que decidir cómo vuelve a confiar en ti.
               -¿Y qué hago yo mientras tanto?
               -Esperar.
               -¿Así, sin más? ¿Me cruzo de brazos mientras la chica más alucinante que he conocido nunca decide si yo soy digno de confianza?
               -Sí-dice, toda convencida. Yo bufo.
               -Mira que sois complicadas las mujeres, eh.
               -No es por ser mujeres. Es por ser personas. ¿Qué crees que os está pasando a Scott y a ti? Lo mismo que a Diana contigo. Cada uno sois la Diana del otro. La diferencia está en que no os veis, y así no os dais espacio para confundiros.
               Cierro los ojos y suspiro.
               Me parece exagerado que compare lo que tengo con Diana con lo que tengo con Scott. A ella la conozco de hace meses. Y a él, de toda la vida. Literalmente. Toda la vida.
               Sé que me va a matar tener que esperar sin hacer nada. Pero mamá consigue relajarme. Me canta, me besa, me mima, me colma de cariño y atención que no sabía que necesitaba hasta que ella me lo da. Me siento mucho mejor cuando salgo del baño y me pongo ropa limpia, y cuando bajo a cocinar. Consigo dormir de un tirón esa noche.
               Pero tengo pesadillas. Vuelvo a soñar con la voz de Scott.

Eleanor me nota cambiado. Cuando se marcha su madre, me dice de subir a mi habitación, y yo me dejo arrastrar. Me quita la ropa y me besa, y yo me dejo hacer. Me tumba sobre la cama y se pone encima de mí. Y yo me dejo hacer.
               Se queda quieta, aún encima de mí. Yo no estoy disfrutando, la embisto más por inercia que por otra cosa. Y ella tampoco se lo está pasando precisamente bien.
               -¿Quieres que hablemos?
               Me encojo de hombros. Ella se incorpora, y se sienta a mi lado. Se cubre con la manta hasta el pecho, pasándose la sábana por debajo de los brazos, como si fuera una toga. Nos miramos largamente.
               -Una libra por tus pensamientos-dice por fin, y yo me llevo la mano a la boca, me mordisqueo el pulgar, dejo caer las manos en mi pecho y le digo, encogiéndome de hombros:
               -¿Te sale rentable?
               -¿El qué?
               -Pues… todo esto. Preocuparte por mí, venir a verme, estar a malas con tu hermano, sólo por mí.
               -No hay un “sólo” por ti, S.
               -Vas a hacer muchos sacrificios por esto, ¿verdad?
               Eleanor se encoge de hombros.
               -Voy a hacer los que crea convenientes.
               -¿Cuál es mi precio, Eleanor? ¿Cuánto estás dispuesta a dar hasta que te des cuenta de que estar conmigo ahora que no soy ni la sombra del chico que te gustaba no merece la pena?
               -Tu precio es todo lo que tengo-dice, convencida. Yo suspiro.
               -No puedes… yo no… no valgo eso. No merezco que lo pases mal por mí.
               -Sí que lo haces. Tú estás haciendo lo mismo por mí.
               -No veo cómo.
               -No puedes ir a clase. No te vas a graduar con tus amigos. No puedes dibujar. Llevas sin hablarte con Tommy una semana. Incluso si tu vida fuera normal, sólo el hecho de que no te hables con Tommy ya me dice todo lo que yo necesito saber sobre lo en serio que te tomas lo nuestro.
               -Para mí es importante.
               -Lo sé. Para mí también. Por eso estoy aquí-posa sus manos sobre sus piernas cruzadas-. Bueno… ¿quieres que sigamos?
               Le dedico una sonrisa torcida a modo de disculpa.
               -Estoy cansado.
               -No pasa nada. Te veré mañana, ¿vale?-me dice, y se inclina y me da un beso. Me pone muy triste que no se ofrezca a quedarse a dormir. Puede que no lo haga porque sabe que yo le diré que sí. Se viste, me da un piquito, me dice que me quiere y se va.
               Y me quedo a oscuras de nuevo. No soy un animal nocturno, necesito algo de luz, por eso me revuelvo contra Sabrae cuando entra en mi habitación para decirme:
               -El sábado que viene voy a casa de Alec, ¿te parece bien?
               ¡Cómo me molesta que venga a contarme su vida, como si quisiera restregarme lo bien que le va! Aunque en el fondo sé que quiere mi aprobación y no mi envidia, la parte más oscura de mi alma es la que controla mi lengua, que escupe:
               -Vete a donde quieras, Sabrae. Yo no soy tu padre. Una pista: es el de los ojos marrones y los tatuajes.
               Sabrae alza las cejas, pone una mano en la cadera, coge aire para decirme algo del estilo “tampoco hace falta ponerse así, la época de caza del rinoceronte ya ha terminado”, pero debo de tener tan, pero tan mala pinta, que se frena en el último segundo, sacude la cabeza y me deja solo con mis pensamientos.
               Busco la cajetilla y me enciendo un cigarro.
               Me espera una noche muy larga.

Por muy profundo que duermas, si tienes una pesadilla, no vas a descansar mucho.
               Es por eso que, cuando vuelvo a casa, como y me echo a dormir de nuevo. Diana no me pregunta si quiero follar, aunque yo me muero por hacerlo. Pero estoy demasiado cansado. Creo. Así que cierro los ojos y me dejo llevar por el sueño.
               Me despierto más tarde. Unas manos lo hacen, acariciándome la frente. Abro los ojos y mi corazón da un vuelco.
               Unos ojos marrón verdoso, con motitas doradas, como si de un barco hundido cubierto de algas cuyo tesoro refulge en su interior, me devuelven la mirada.
               Scott.
               Scott.
               Scott.
               ¡Scott!
               Los ojos chispean en una sonrisa. Se alegran de verme. Joder. Vamos a estar bien. Lo sé.
               -Hola, mi niño-dice, y yo frunzo el ceño. La voz no se corresponde con los ojos. Hasta que caigo.
               Scott tiene los ojos de su madre.
               Es Sherezade. No es Scott.
               Todas mis ilusiones se destruyen.
               -Mamá me dijo que estabas un poco alicaído, así que te he hecho un bizcocho de chocolate, con el centro cremoso, como a ti te gusta. ¿Qué te parece?
               -Genial. Gracias, Sher. Me alegro muchísimo de verte-y de ver a tu hijo en tus ojos.
               -Yo también me alegro de verte, T. La casa está muy vacía ahora que ya no vienes.
               Hablo un poco con ella. Me gustaría que hubiera venido Zayn para poder cambiar mi vista de uno a otro y así hacerme por un segundo una imagen perfecta de Scott.
               Pero más me hubiera gustado que viniera él.
               Cuando Sher se marcha, yo me quedo sentado en la cama. Enciendo un cigarro, me lo fumo, espero, pienso, medito, cavilo, me tranquilizo, me digo que aún hay posibilidades de salir de esta.
               Y luego, subo las escaleras hacia la habitación de Diana.
               Me la encuentro mirando algo en internet. Pasa el dedo con aburrimiento por el panel táctil de su ordenador.
               -Diana.
               Ella bufa, expulsando todo el aire de sus pulmones por la nariz.
               -Mm.
               -¿Quieres follar?
               Parpadea despacio. Asiente con la cabeza, aparta el ordenador a un lado, lo coloca en la mesilla de noche, y se incorpora.
               -Pero tienes que tratarme con más consideración que las otras veces-me advierte.
               -Vale. ¿Diana?
               -¿Qué quieres, Thomas?
               -Tengo algo que decirte.
               Ella suspira.
               -A ver.
               -He besado a Megan.
               En sus ojos hay una explosión. Pero ella la oculta deprisa.
               -Me da igual.
               -Sólo quería que…
               -He dicho que me da igual.
               -… lo supieras y que sepas que yo lo sien…
               -No me importa. Puedes hacer lo que quieras. No somos nada. Lo dejamos claro la última vez que hablamos.
               -Yo no la… no quería. Sólo pasó, y me arrepiento un montón.
               -Vale. ¿Te desnudas, o lo hacemos vestidos?
               -¿Me perdonas?              
               -No tengo nada que perdonarte. Bájate los pantalones, venga.
               -Para mí es importante que…
               -Dios mío, Thomas, ¡vale, te perdono! ¡Y ahora quítate los pantalones!
               -¿Seguro que no quieres hablar de…?
               Tira de mí, me empuja contra su cama y se sienta a horcajadas sobre mi pecho.
               -¿Quieres hablar? Vale. Empieza.
               Estoy formulando mi excusa cuando ella se quita las bragas y se sienta en mi cara. Fin de la conversación. Ahora es cuando consigo que ella me eche de menos y decida volver a confiar en mí. Pongo todo mi empeño en hacerla disfrutar, y creo que lo hago bastante bien, porque enseguida se echa a temblar y se rompe sobre mí.
               -Oh, mi inglés-gime cuando no es dueña de sí misma.
               Y la miro a los ojos. Esos ojos que son una jungla de la que yo no quiero escapar nunca.
               Ojalá ella me eche de menos la décima parte de lo que yo la echo de menos a ella. Se sienta sobre mí y me lo hace despacio. Pero no me hace el amor. Ojalá esto cambie pronto. No sé cuánto tiempo más podré aguantar sin que en sus ojos no haya más que lujuria. Echo de menos el cariño que veía cuando la besaba, la acariciaba o estaba con ella.
               Pero son sus hoyuelos lo que más extraño de todo, y lo que más me duele.
               Porque hace semanas que Diana no es feliz estando conmigo. Y la prueba de eso es la permanente ausencia de sus hoyuelos, la segunda cosa que me encantó de ella.
               La primera, irremediablemente, fueron sus piernas. Esas piernas que ahora me rodean y me hacen suyo, me hacen querer vivir.
               Esas piernas que, con todo, no son lo bastante largas como para hacerme querer soportar muchos días más sin ella, y sin esos preciosos hoyuelos suyos.

Te recuerdo que puedes hacerte con una copia de Chasing the stars en papel (por cada libro que venda, plantaré un árbol, ¡cuidemos al planeta!🌍); si también me dejas una reseña en Goodreads, te estaré súper agradecida.😍

10 comentarios:

  1. Juro por Dios, Alá, el karma, el universo y la mismísima Meryl Streep que me estoy ahogando en mis puras lágrimas con todo el capítulo. Si en el anterior no tenía palabras para describirlo, ahora sólo podría utilizar: desgarrador. Ha sido como si me hubieras abierto el alma y la hubieras rajado de arriba a abajo. No recuerdo cuando fue la última vez que lloré tanto, quizás cuando Scommy se pelearon en la cancha de baloncesto. Pero aun así creo que está vez se ha superado por el doble.
    Me siento tan dividida porque: 1.No entiendo como pueden ser tan putamente gilipollas e idiotas como para no ser capaces de ver el daño que se están haciendo por estar separados. Pero 2.como una tía de 20 años entiendo que son sólo unos putos críos de 17 años que se sienten heridos por sus perspectivas de la situación y que en esos momentos no piensan con la madurez necesaria.
    PERO DIOS SUFRO TSNTO QUE QUIERO ARRANCARME EL CORAZÓN.
    pd1:Megan es una maldita víbora que no deja de soltar veneno con todo lo que hace.
    Pd2:Eres M-A-R-A-V-I-L-L-O-S-A

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Mira no me menciones a Meryl eh no me la menciones, eso es sacrílego.
      La verdad es que cuando se me ocurrió que los dos se alternaran narrando pensé que iba a ser un poco locura, pero cumplió JUSTO con su objetivo, que es hacer que tengamos una visión global de todo lo que pasa y de lo muy mal que lo están pasando mis niños, ay :(
      pd1:Hay que matar a Megan, estoy muy ofendida.
      pd2: qué cuqui eres jo❤

      Eliminar
  2. Creo que desde que fue la pelea no hay capítulo en el que no lloré. Esto es un puto sufrimiento de verdad. Tommy no puede estar peor, necesito que se aleje para siempre de Megan por Cristo.
    Pd: Me encanta como has escrito este cap, alternando los dos puntos de vista

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Todavía nos queda lo peor Julianna :( lo bueno es que falta un capítulo para la reconciliación, MADRE MÍA QUÉ NERVIOS
      pd: ¡muchas gracias! Estaba preocupada por si me quedaba un poco lioso, espero que todo estuviera claro ☺ ❤

      Eliminar
  3. estoy llorando por qué son tan tontos ay mi madre
    pero cómo pueden pensar los dos que el otro va a estar mejor sin ellos erika estoy muy triste :(
    si te digo que me ha gustado que t besara a megan me pegas????? es que no sé me parece que dan tiene toda la razón del mundo o sea tommy ha hecho lo mismo que diana y me pone super nerviosa que encima vaya de victima. A ver que tampoco es que quiera que tommy empiece a salir con ese engendro pero me ha gustado que hiciera lo que ''le diera la gana''
    esa contestación de s a su hermana que se relaje un poco por favor
    me ha parecido super bonita la ''conexión'' que han tenido s y t
    rezando para que no se me borre el comentario como me pasó en el otro capítulo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. SON MUY IMBÉCILES DE VERDAD LES METO UN BOFETÓN.
      Es que chica, una semana sin hablarse para ellos dos es como un millón de años, y no sé, piensan que si el otro no se ha puesto en contacto con ellos ya es porque lo están pasando "bien" y no porque esto es una competición de a ver quién es más orgulloso (o imbécil) de los dos.
      DIOS TÍA TIENES QUE EXPLICARME ESO DE QUE TE GUSTARA QUE TOMMY BESARA A MEGAN PERO SI HASTA ÉL SE ODIA POR ESO yo no puedo odiarle porque pobrecito, T está como muy idealizado en esta novela (más que Scott, diría yo) y ése ha sido un momento antihéroe precioso pero :) *se limpia una lagrimita*
      Sabrae a punto de soltarle un bofetón bueno bueno ai temsion en casa Malik
      DIOS YO CUANDO SE ME OCURRIÓ ES COMO NO ERIKA NO SEAS SOBRADA TELEPATÍA NO PERO QUÉ MÁS DA ME DA TODO TAN IGUAL
      ¿se te borró el comentario en serio? mira pues lloro fortísimo :((((((((((((((( (lo cierto es que te eché de menos, pero pensé que no habías podido comentar porque estabas pillada con exámenes o algo así❤)

      Eliminar
  4. yo de verdad que me muero joder scott y tommy son unos putos orgullosos quiero que hagan las paces, por el amor de dios no pido tanto lloran2 putos críos de verdad,,, en fiiin me encanta como escribes de verdad !!! jsjsj

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. No sé quién es más tonto de los dos de verdad es que en este punto de la película ya he decidido sentarme y tratar de "disfrutar" porque menudo espectáculo están liando estos dos
      Muchísimas gracias corazón❤❤❤

      Eliminar
  5. Que tensión y qué dolor durante todo el capítulo, creo que el ir alternando sus perspectivas así ha contribuido a esa sensación. Me ha encantando esa forma de escribir el capítulo ❤

    - Ana

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias Ana❤ la verdad es que para mí fue muy interesante escribirlo de esta manera porque, no sé, era un reto, pero me gustó muchísimo por lo que tú dices, ayuda a crear tensión y dolor ☺

      Eliminar

Dedica un minutito de tu tiempo a dejarme un comentario; son realmente importantes para mí y me ayudarán a mejorar, al margen de la ilusión que me hace saber que hay personas de verdad que entran en mi blog. ¡Muchas gracias!❤