sábado, 11 de febrero de 2017

Veintitrés y diecisiete.

Papá llama despacio con los nudillos en la puerta. Apenas lo oigo.
               O no debería oírlo, pero lo hago.
               Mamá se ha ido al despacho. Por la tarde, cuando prácticamente nunca, a no ser que sea vea muy pillada con la preparación de un caso, lo hace. Y es sospechoso, muy sospechoso.
               Papá empuja despacio la puerta de mi habitación. Me encuentra tumbado en la cama, con un cigarro entre los labios y la mirada fija en el techo. Llevo 20 minutos pensando en qué sucedería si salto en la cama lo suficiente como para hacer que mi cabeza impacte contra éste.
               De una mala, me quedaría en silla de ruedas (que es, básicamente, como ya me siento, inútil en mi propio cuerpo, encerrado en una prisión asfixiante).
               De una buena, me partiría el cuello y la palmaría.
               Me la suda que se suponga que he dejado de fumar. O que mi padre no debería verme haciéndolo, por eso de que soy muy joven y tengo toda la vida por delante. Pues precisamente porque tengo toda la vida por delante estoy fumando. Puede que me dé un tumor y me quede tieso en cosa de una semana.
               -¿Puedo pasar?-pregunta. Yo me encojo de hombros, sin mirarlo. Doy otra calada y todo mi ser se concentra en la sensación de la nicotina penetrándome en el cuerpo.
               -Es tu casa-doy otra calada, sigo sin mirarle. Ya no estoy a oscuras. Esta mañana me he despertado vacío, y en las tinieblas. Conozco esa sensación. No me voy a dejar arrastrar. Por Eleanor.
               Eleanor no se merece que yo me suicide.
               Pero me aterroriza pensar en que terminaré perdiendo las fuerzas como las perdí la última vez. Ashley tampoco se lo merecía, pero por motivos muy distintos. Era demasiado bueno para ella; Eleanor es demasiado buena para mí.
               No puedo volver a caer. Pero no voy a aguantar mucho más tiempo.
               Papá se sienta al pie de la cama. Está a punto de decir algo, pero yo me adelanto.
               -¿Dónde está mamá?
               Quiero que me lo diga. Quiero que me lo confirme. Está con Tommy. Ha elegido. No ha sido a ti. Yo no puedo elegir. Te pareces demasiado a mí. Quiero que duela. Quiero que escueza. Quiero que me haga deshacerme.
               -Ella… ha salido un momento. Volverá enseguida. ¿Qué necesitabas? ¿Te sirvo yo?
               Pobre papá, realmente se esfuerza en ser lo mejor padre que puede.
               -Sé que está con Tommy-espeto, y él se hunde un poco, agotado-. No pasa nada. Tú también puedes ir con ella. No tienes por qué estar aquí.
               -¿Qué?
               Me incorporo.
               -Oh, venga, papá, como si no lo supieras. Tommy es todo lo que yo no soy. A Tommy lo buscaron, lo desearon, hicieron todo por tenerlo, y a mí… bueno, conmigo, se os rompió el condón, os falló la píldora, ¿recuerdas? Soy un accidente. No debería estar aquí. No voy a culparte por preferirlo a él, igual que no culpo a mamá por estar con él ahora.
               -Tienes que estar loco para pensar que tu madre realmente prefiere a Tommy por encima de ti.
               -Bueno, hoy no ha sido capaz de levantarme de la cama, y le ha faltado tiempo para ir a su casa, ¿no?
               -No pienses ni por un segundo que tu madre prefiere a nadie por encima de ti. Ni que yo lo hago. Eres mi hijo.
               -Sí, tu único hijo varón, y también tu único bastardo-escupo, y él desencaja la mandíbula.
               -¿Quieres que te diga que me arrepiento de cómo te tuve? ¿De cómo te engendré con tu madre? Porque de lo único que me arrepiento, Scott, es de haber dejado una mínima posibilidad de que tú no existieras. Lo mejor que me ha pasado en la vida ha sido dejar embarazada a tu madre de ti, que ella me buscara y me permitiera ver cómo crecías en su interior-espeta-. Sé que piensas que mi mayor logro son todos los premios que guardo en casa, pero de lo que más me enorgullezco es del hombre en el que te estás convirtiendo. Y no sabes lo que me flipa pensar que yo he tenido algo que ver en la persona que eres. Adoro que te parezcas a mí. Adoro que seas mi hijo. Joder, pero si lo mejor que he hecho en mi vida ha sido ponerte tu nombre, y no esa abominación con la que pretendía llamarte tu madre-dice, mordiéndose el labio al sonreír, y yo también sonrío. Me acaricia la mandíbula y me da un beso en la mejilla. Papá no suele darme besos, ni yo a él.
               Me pregunto por qué.
               Me sienta bastante bien.
               Papá se sienta un poco más cerca de mí, me revuelve el pelo y me pone una mano en el hombro. Clava los ojos en mí, lo único diferente entre nosotros, el único misterio de su código genético que no se pudo desentrañar. Me pregunto qué verá él cuando me mira: a mamá con su cuerpo, o a él con los ojos de mamá.
               -Entiendo que ahora se te haga todo un mundo-me dice, y me acaricia el cuello, me lo masajea despacio-, pero las cosas vuelven a su cauce tarde o temprano. Eres un Malik-dice, y hay orgullo en su voz, como si el haberme tenido fuera un logro o algo así, y no pura suerte-, y él es un Tomlinson. Ninguno se ha muerto nunca por no pasar una temporada juntos.
               -Yo no voy a aguantar el año y pico que aguantaste tú, papá. A duras penas podemos estar separados una semana. Bueno… en lo que a mí respecta. Él… no lo tengo tan claro.
               Papá me pasa los dedos por la nuca.
               -Los amigos de verdad…-comienza, pero yo lo corto.
               -Me he reído de Tommy. Tiene razón. Le he traicionado, y defraudado, y he hecho lo único que no podría perdonarme-digo con un hilo de voz. Los ojos de papá se oscurecen, tristes-. Al menos… aún me queda Eleanor.
               -No tienes que ser tan duro contigo mismo, S…-dice, pero yo me sacudo su mano de encima y voy hasta mi escritorio, en parte porque no soporto la pena con que me mira (papá nunca me ha mirado así, papá nunca mira así a nadie, porque sabe perfectamente lo que es que te miren con pena, y cuando lo hace la gente que en teoría más te quiere es cuando puedes perder la cabeza), y en parte para enseñarle una cosa. Me he pasado la noche en vela, con un montón de voces gritándome dentro de las paredes de mi cráneo. Ha llegado a darme el ataque de temblores que le dio a Tommy, y la única cura que he encontrado ha sido coger lápiz y papel. Creí que iba a dibujar hasta que me puse a hacer otra cosa.
               -He escrito una cosa-explico ante su mirada interrogante, y frunce ligeramente el ceño.
               Le tiro la libreta, que él coge con curiosidad. La abre, pasa un par de páginas, se detiene donde hay más barullo de palabras y se pone a leer. Yo me quedo apoyado en el escritorio, a la espera. Me doy cuenta de que es la primera vez en todo el día que me levanto por voluntad propia. Y me mareo un poco.
               -Esta mierda es buena, S-dice, y yo me encojo de hombros. Cambio el peso del cuerpo de un pie a otro y luego cruzo las piernas.
               -No merece la pena-digo, y él clava los ojos de nuevo en mí. Seguro que sabe de lo que le hablo, tiene que saber de lo que le hablo-. Estoy hecho polvo por dentro. Prefiero mil veces sentirme bien y escribir mierda que escribir bien y sentirme mierda. No sé cómo lo haces, papá. No sé cómo coño puedes vivir con todo eso dentro y ser feliz.
               -Encuentras el equilibrio.
               -Yo no valgo para tener equilibrio-respondo, sentándome en la cama de nuevo.
               -Él te puso aquí para hacer grandes cosas. Te eligió. Luchó por ti, S.
               -Ya, bueno, pues si quiere que las haga solo, que no cuente conmigo.
               Papá sonríe cuando me da de nuevo un beso, esta vez en la frente. No sé qué coño le hace gracia.
               -Todo pasa, hijo-doy una calada y pongo los ojos en blanco, ¿qué va a saber él? Lo que yo tengo con Tommy no se puede comparar a lo que él tenía con Louis. Por dios, dudo que se pueda comparar a lo que tiene con mamá. Es diferente. Han pasado meses separados, siempre por las giras de él, y mamá no enfermaba ni se deprimía. Sólo lo echaba terriblemente de menos, pero nada más.
               A mamá no se le quitaba el apetito, a él no se le iban las ganas de vivir.
               -Termínate rápido el cigarro. Enseguida vendrá Eleanor.
               -Me lavaré los dientes y tomaré un chicle-digo. Papá asiente, me revuelve el pelo, se levanta y me da otro beso-. Papá-lo llamo, y él se gira, detenido en la puerta-. ¿Seguías queriéndola?
               -¿A quién?
               -Ya sabes a quién. ¿Seguías queriéndola cuando te acostaste con mamá?
               -Uno no elige lo que siente, Scott. Y a veces, tampoco elige lo que hace.
               -Yo lo elegí. Y, ¿sabes qué es lo que más me jode? Que si hubiera sabido lo que iba a pasar, seguramente me hubiera apartado de Eleanor desde el principio.
               -No, S. No tienes control sobre esto. ¿Crees que yo hubiera querido pasar el mes más jodido de mi vida, comiéndome la cabeza por si no volvía a ver a tu madre? ¿Cómo iba a poder escribir sobre una mujer con la que sólo pasé una noche, y que seguía en mi mente muchísimo después de que se pasaran los efectos que su cuerpo tenía sobre el mío? Sherezade me eligió, igual que yo la elegí a ella, sí, pero en realidad, íbamos a terminar juntos. Eleanor te eligió a ti. Tú la elegiste a ella. Pero lo vuestro venía de mucho antes. Nacemos destinados a alguien, S. Elegimos luchar, postergar lo inevitable, o no.
               Me miro las manos. Me pican los ojos.
               -Y… ¿qué pasa si yo no estoy destinado a Eleanor?-se me llenan los párpados de lágrimas, y miro por la ventana-. ¿Y si es a Tommy? ¿Y si estoy siendo terco y la estoy cagando con la persona que se supone que tiene que estar conmigo siempre sólo porque yo… porque no puedo estar sin ella?
               -Eres de los dos. No tienes por qué estar destinado sólo a una persona.
               -Pues es una puta mierda-aprieto los puños-. Si Él me creó para tenerme dividido, podría habérselo ahorrado-sacudo la cabeza-. No quiero ser un mártir. Ser un mártir duele. Muchísimo-añado, levantando la vista y contemplándolo.
               Y ahí está esa mirada. La mirada que papá odia. La que nunca podría echarle a nadie. Salvo a su hijo mayor. El accidente. El desliz. El condón roto que le cortó las alas.
               Todo el mundo quiere a una persona frágil para sentirse importante protegiéndola, pero en el momento en que las aristas y astillas de esa persona se te clavan en la piel, se dan cuenta de que no merece la pena y de que es mejor alejarse, no vaya a terminar siendo una bomba y se los lleve por delante, con todo lo que eso implica.
               Papá vuelve a mí, se me queda mirando, estira la mano para acariciarme la cabeza como si fuera un  puto perrito, y hunde los dedos en mi pelo.
               Toca el punto que siempre tocaba Tommy cuando volvíamos a encontrarnos (al cabrón siempre le ha gustado despeinarme, porque dice que tengo un pelo genial, como de mofeta, y yo le tengo que romper la cara cada vez que suelta eso) y yo cierro los ojos. Me imagino que es él por un momento.
               Y yo me deshago entre sus dedos. Literal y metafóricamente. Vuelvo a estar tirado en la playa, pasando mi primer verano como soltero mirando al mar. Los demás están en una fiesta, dando brincos con la música que se oye de fondo, pero Tommy está conmigo. Le digo que no puedo hacer esto. Él se sienta a mi lado, se queda callado, me escucha hablar, me pasa un brazo por los hombros, me acaricia la espalda, el cuello, los hombros, y hunde los dedos en mi pelo y me acaricia la melena mientras yo me como la cabeza, pensando que no soy bastante, que no voy a poder superar esto, pero me dice que sí. Que podemos hacerlo si estamos juntos.
               El problema es que, precisamente, estoy mal porque no estamos juntos.
               Papá me besa la cabeza, piensa en algo inteligente, cariñoso y útil que decirme, pero estoy tan jodido que sabe que no hay palabras para conseguir arreglarme. Así que continúa acariciándome el pelo, me vuelve a besar, me dice que me quiere y que lo tengo ahí para lo que necesite. Y se marcha con un asentimiento de cabeza cuando le digo que necesito estar solo.
               Me tumbo de lado en la cama y enciendo otro cigarro; no me doy cuenta de que estoy fumando hasta que casi me lo he terminado. Me tapo hasta las cejas, a pesar de que me muero de calor, cierro los ojos y abro la mente.
               El monstruo de los recuerdos de una vida mejor aprovecha para colarse, porque es lo que hacen los monstruos: encuentran el más mínimo recoveco y se introducen por él, lo infectan todo, devoran la comida que atesorabas para cuando llegara el invierno y apagan la luz cuando la luna se oculta y al sol no se le espera.
               No respondo cuando mamá vuelve a casa y abre la puerta de la habitación.
               -¿S?-susurra. Abre la puerta un poco más, y yo aguanto la respiración-. ¿Estás dormido?
               Suelto el aire muy despacio, ella se queda quieta, pensando, y finalmente cierra la puerta.
               Me da muchísimo miedo que mi madre huela a él. No puedo perder la familiaridad de su olor a frutas y cariño materno.
               Pero más miedo me da el que ella pueda disimular que ha estado con él. Necesito una gotita de él. Soy un puto alcohólico, un yonqui que no puede pasar mucho más tiempo sin probar esa sustancia que le da la vida y se la jode a partes iguales.
               Necesito un trocito de Tommy. Sólo un trocito. Minúsculo. Prometo no pegarme el atracón.
               Estoy tan abstraído que no me entero de cuando suena el timbre y Eleanor entra en casa. Abre la puerta de mi habitación y se me queda mirando; acaricia el vano de la puerta y los bordes antes de cerrarla despacio, dejar su bolso (me ha traído galletas, ¿por qué todo el mundo me trae comida? ¿Es que estoy perdiendo peso muy rápido? ¿O que quieren cebarme para, cuando me mate, que las tribus caníbales de los lugares más recónditos del planeta les agradezcan el regalo que será mi cuerpo?) en una esquina y acercarse a mí. Se inclina un poco hacia adelante. Puede que, si no estuviera dormido, me dejara tranquilo.
               Pero yo me giro y me la quedo mirando.
               Porque necesito sentir que los ojos de Eleanor merecen dejarle que me destroce la vida.
               Y es echarles un vistazo a esos ojos de gacela, y sentir que sí, que evidentemente merece la pena que me destroce la vida.
               -¿Te he despertado?-pregunta.
               -No estaba dormido-digo, incorporándome un poco y haciéndole sitio. Ella se sienta y sonríe. Se quita los zapatos antes de meter los pies dentro de las sábanas.
               Tiene los pies helados. Creo que es cosa de mujeres. Papá siempre protesta de que mamá los tiene como dos témpanos, Tommy no paraba de quejarse de cuando dormía con Megan.
               Recuerdo la primera vez que me di cuenta de lo fríos que tiene los pies Eleanor. Fue el fin de semana. Ella los pegó a los míos y suspiró de satisfacción.
               -¿Vienes del polo?
               -Acostúmbrate, Malik-replicó, en una de las pocas veces en que usó mi apellido, y no mi nombre, para referirse a mí, en el mismo tono en que lo hacía Tommy-. Si quieres hijos míos, vas a tener que aguantar mis pies fríos.
               -Mientras sea lo único que te dejo frío-respondí, poniéndome encima de ella.
               Echo de menos al Scott que era cuando estaba con ella. Él se lo pasaba mil veces mejor. Lo tenía todo. Era feliz.
               Yo no lo soy.
               No me merezco que me llamen por su nombre. Ya no soy ese chico.
               -¿Qué quieres hacer hoy, S?-Eleanor ya ni siquiera usa mi nombre. Lo pronunciaba con admiración cuando empezamos, como diciendo “no puedo creer que Scott sea mi novio”.
               Supongo que a ella tampoco le parece que a mí se me deba mencionar con ese nombre. Puede que no le haga ilusión. Puede que ella también le eche de menos.
               Me encojo de hombros a modo de respuesta.
               -¿Qué te parece si damos una vuelta?-sugiere.
               -¿Podemos quedarnos aquí?-pregunto, y ella asiente.
               -¿Bajamos a la sala de juegos? ¿Quieres jugar a algo?
               -¿Y si nos quedamos en la cama?
               Eleanor me sonríe.
               -Por mí, perfecto-se pega un poco a mí-. Quítate la camiseta.
               -No me apetece, Eleanor.
               -Bueno, tampoco venía con esa intención-Eleanor pone los ojos en blanco-. Quiero que estemos abrazaditos. ¿Te quitas la camiseta, y me la das, por favor?-pregunta. Yo la miro.
               -¿No puedes cogerla del armario? Tienes un montón por ahí.
               -Lo cual me recuerda… te he traído la de la NASA. Pero quiero que me prestes la que tienes ahora-me la miro. Creía que la detestaba-. Es que está calentita-explica con la paciencia de una profesora de preescolar que se afana con un niño particularmente lento-. Y me gusta cómo huelen cuando te las quitas para dármelas-se sonroja un poco, ay, mi niña-. Además-sonríe, tímida-; así de paso puedo echarle un vistazo a esa tableta de chocolate que tienes.
               Me la quedo mirando.
               -No puedo creer que te acabes de referir a mis abdominales como “tableta de chocolate”.
               Eleanor se levanta como un resorte.
               -¡A ver, Scott! ¡Eres marrón! ¡Y son cuadrados! ¿Cuadrado y marrón?
               -Tranquila, catedrática de gastronomía-pongo los ojos en blanco y levanto los brazos. Ella aprovecha para coger la parte de abajo de mi camiseta y tirar de ella. Me la deja a medio quitar. Mi mundo se vuelve una mancha verde desenfocada.
               -Creo que me gustas más así-reflexiona Eleanor.
               -¿Porque soy vulnerable?
               -Porque no te tengo que ver la cara.
               Tiro de mi camiseta hacia abajo.
               -Se acabó. Estás castigada. Nada de camisetas para ti.
               -Pues qué pena-replica, y empieza a quitarse la ropa, y se queda en bragas y sujetador a mi lado. Se mete debajo de las mantas y suspira. Me mira y aletea con las pestañas, se tapa los hombros y se muerde el labio. Yo bufo, me quito la camiseta, se la paso y ella sonríe-. Qué caballero-me dora la píldora, porque la verdad es que me lo merezco. Se desabrocha el sujetador, se lo quita y se pone mi camiseta mientras yo la miro. Me apetece hacer algo con ella. Una parte de mí lo desea.
               Pero es una parte tan pequeña que no sé qué pensar. No sé si decepcionarme, preocuparme, alarmarme, las tres cosas, o ninguna. Así que la pego a mí, le paso un brazo por debajo de su cuerpo y le acaricio la cintura. Y nos quedamos así, quietecitos, dándonos calor, ella con sus manos en mi pecho y yo con las mías en su cintura. Cierra los ojos. Yo también. Pega su cara a mi pecho y yo me quedo quieto, recibiendo su calor.
               Eso me basta.
               Y, a ella, durante un tiempo, también.
               Pero uno se cansa de ser un sol, supongo que no puedo culparla.
               -Scott-susurra en voz baja, temiendo que me haya quedado dormido. Pero, por muy cómodo que esté, no creo que pueda dormirme. Eleanor ya no puede parar esa sensación de inquietud que crece en mi interior. La amortigua, me distrae, sí.
               Pero ya no la termina de eclipsar de todo.
               -Mm.
               -¿Hacemos algo?
               Abro un ojo y la miro.
               -¿Como qué?
               Ella se encoge de hombros. Mete las manos por debajo de la almohada y se me queda mirando. Yo la pego un poco más a mí. Tengo que compensar que ahora son menos los centímetros de piel de nuestros cuerpos que se están tocando.
               -No sé. Algo-se muerde un poco el labio, y yo bajo la mirada hacia el pequeño rincón en que se asoma un trocito de diente. El Scott que fui en otra vida, en Scott que la enamoró, se revuelve en lo más profundo de mi alma. Todavía está vivo. Le queda poco tiempo, pero todavía está vivo.
               Supongo que quiere irse con una explosión. No puedo culparlo.
               -Ya llevamos dos meses-observa. Yo consigo fingir que me había dado cuenta hace tiempo.
               Con tanto lío, nosotros discutiendo, rompiendo, volviendo, peleándonos de nuevo, con la bronca con Tommy y lo de mi expulsión, me he caído en una charca tormentosa en la que el tiempo ya no existe.
               -Sí. Es verdad-advierto-. No te he comprado nada.
               -No pasa nada. Yo a ti tampoco-me tranquiliza-. Pero hoy no es…
               -Sí. Lo sé.
               Me acaricia la nariz con la suya.
               -¿Y si nos damos una duchita? ¿Tú y yo?-sugiere, y sonríe, pícara.
               -¿Es que huelo mal?-suelto en un tono más duro de lo que pretendía. Pero es que, joder, otra igual con la duchita. Cuando mamá vio que no iba a ser capaz de levantarme y que nada me atraía, me dijo lo de ir a ducharme. La verdad es que me vendría bien. Me noto un poco de barba. Pero, ¿qué más da? A Eleanor le gusta mi barba. Y yo no tengo fuerza de voluntad para afeitarme.
               Y, desde luego, no se lo voy a pedir a ella.
               Eleanor niega con la cabeza.
               -El fin de semana… bueno, en el fin de semana que pasamos juntos, me dijiste que podríamos hacerlo en la ducha cuando hiciéramos dos meses. Que teníamos que reservarnos-sonríe-. No puedo creer que en todas las parejas sea la chica la que pone los límites, pero en la nuestra seas tú-bromea, y yo me encojo de hombros, y sonrío un poco para que se sienta mal.
               -Es que, si por ti fuera, estaríamos todo el día follando, Eleanor.
               -Para mí, esto es más que sexo. El sexo es un plus.
               -Y menudo plus.
               Ella se echa a reír, se inclina y me besa.
               -¿Qué me dices, Scott? ¿Vamos al baño y nos duchamos juntos, mm?-ronronea, acariciándome el pecho-. Además. Tienes que lavarte el pelo. Parece que lleves dos kilos de gomina.
               -Pero no los llevo, no puedo hacerme una cresta para ir a un concierto de punk.
               Eleanor se echa a reír. Tiene la risa más preciosa del mundo. Pienso en decírselo, pero ya lo sabe, así que, ¿qué más da?
               -Dame la camiseta.
               -¿Qué?
               -No me voy a pasear medio desnudo por mi casa, Eleanor. Dame la camiseta y te buscaremos ropa para ti.
               Ella da un brinco y se pone a dar palmas, porque en realidad estoy saliendo con una recién nacida, y me cubre de besos cuando yo me quedo sentado en la cama. Me pasa las manos por el pelo, sonríe, me planta un beso en la frente y me entrega su camiseta. Se pone el sujetador, yo le pregunto si se da cuenta de lo tonto que es ponerse el sujetador para quitárselo de nuevo en un minuto, ella se gira, revuelve en mi armario y mis cajones, regalándome una vista perfecta de su culo en bragas que el Scott que una vez fui celebra lanzándole ochenta bombas atómicas al vacío de mi pecho, y por un momento pienso que ella podrá devolverme a donde estaba hace dos meses con su cuerpo.
               Pero el vacío de mi interior es una cucaracha, y ya sabes lo que dicen de las cucarachas: resisten a la radiación.
               Dejo que me lleve hasta el baño y encienda la estufa, cierre la puerta y se acerque a mí. Empieza a besarme y a quitarme la ropa. Ni se inmuta de que yo no hago ademán de desnudarla de vuelta. No tengo fuerzas. Estar de pie es un puto suplicio. Tengo que volver a la cama, echarme y dormir durante, al menos, seis siglos.
               Me empuja despacio contra la bañera, se quita la ropa rápidamente, la deja en un montón al lado de la mía, y me esquiva para abrir el grifo. Tira de mí para colocarme debajo del chorro y espera pacientemente a que empiece a enjabonarme el pelo, o el cuerpo, o algo.
               No hago nada.
               -Scott.
               -Estoy cansado.
               Ella suspira, asiente con la cabeza, coge el champú y me lo pone en la mano.
               -Venga. Lávate el pelo. Que te vuelva a brillar.
               Me echo un chorro de champú en la mano.
               -Échate más.
               Me echo más. Y la miro. Necesito que me diga lo que tengo que hacer. Yo no tengo espíritu, ni tengo nada.
               -Vamos-invita-. Lávate el pelo.
               Me lo froto un poco, consigo que se forme un poco de espuma, y me doy por satisfecho. Eleanor suspira.
               -A ver, acércate. Ya te lo lavo yo. Pero no te acostumbres, ¿vale?
               Se pone de puntillas y hace lo que me promete. Tira de mí cada vez que termino de erguirme para que le facilite el trabajo. Menea los dedos en mi cabeza, y eso me gusta y lo odio a partes iguales.
               No lo hace como Tommy.
               Nadie puede tocarme el pelo como lo hace Tommy.
               Termina después de una eternidad, se hace una trenza, y con ésta, un moño, y se mete debajo del chorro. Tira de mí para empujarme debajo de la cascada, y empieza a besarme con profundidad. Se pega a mí y yo me pego a ella. Es un acto reflejo del Scott de hace dos meses.
               -Scott-gime. Bajo una de mis manos por su espalda, me detengo en su cintura, pero ella la empuja hasta colocarla en su culo. Espera a que yo vaya más allá por mí mismo.
               Cosa que no hago.
               Me mira a los ojos.
               Y luego, me empuja un poco y se pone de rodillas.
               -No me apetece, Eleanor-le digo. Ella me acaricia-. Eleanor-la riño.
               Me mira con ojos de corderito degollado.
               -¿Seguro?
               -Sí.
               -Vale. Perdona-dice, se vuelve a poner de pie y me mira-. ¿Me acaricias?-espeta, y me molesta muchísimo que me lo diga así, cuando antes le costaba dios y ayuda pensar en eso. No se sonroja. Qué rabia me da.
               -Claro-replico. La empujo contra la pared, empiezo a besarla como si le estuviera dando mi primer beso (o sea, sin tener ni puta idea de lo que hago) y bajo mi mano por su cuerpo. Al principio, lo hago con torpeza, pero a medida que me acerco a su sexo voy ganando confianza y sé qué es lo que tengo que hacer.
               Eleanor separa un poco los muslos. Yo llevo mis dedos hasta ese rinconcito rizado y ella suspira. Me clava los dedos en la nuca. Me mira y me besa. Y yo le devuelvo el beso. Y continúo acariciándola. Y me regodeo en cómo se le acelera la respiración y se le encienden las mejillas. Empieza a hablarme. Me vuelve loco que me hable mientras le estoy haciendo algo que la pone así. Me pone a mil.
               Bueno, me ponía. Me lo volvía.
               Porque ahora, apenas siento nada. Sólo un poco de ese orgullo masculino que un chico siente cuando le da placer a la persona que le gusta. A todos nos satisface sentirnos deseados, ¿no?
               Pues a mí, parece ser, ya no.
               Eleanor también se da cuenta de que estoy respondiendo mecánicamente, más por inercia que por otra cosa.
               Lo malo de ser chico es que se te nota a simple vista si estás excitado o no.
               Y eso apaga su fuego interior. Deja de jadear. Sigue besándome. Sigo acariciándola. Sigue con sus dedos en mi nuca. Pero ya no estamos haciendo nada.
               -Scott-me llama.
               -¿Quiere que pare?
               -Sí.
               -Sí-repito, y me detengo en el acto. Veo la decepción en sus ojos. Manda huevos, siglos diciendo que “no es no”, y ahora lo que quiere es que insista. Llevo viviendo rodeado de mujeres 17 años, y cada día son más retorcidas y difíciles de entender. No lo entiendo.
               Luego protestan cuando dices que ni ellas saben lo que quieren. Tanto morado y tanta tontería. Coño ya.
               Quiero que me pida que le pase la esponja por el cuerpo y compensarle lo que acaba de pasar. Pero no lo hace. Aprovecha para acariciarme con ella y luego se la pasa por la espalda, el pecho, las piernas y entre los muslos. Ni me mira cuando se acerca a ese último lugar. Quizá una mirada serviría para arreglar lo que se nos acaba de romper.
               Salimos, nos secamos, nos vestimos en silencio y volvemos a mi habitación. Eleanor me ayuda a hacer la cama y luego nos tiramos encima de las mantas, costado con costado.
               Nos estamos tocando, pero no. Ella tiene las manos en la tripa, yo no sé qué hacer con ellas.
               -¿Quieres que me quede a dormir?-pregunta. No me mira. Así que yo tampoco lo hago.
               -Como quieras.
               -No-replica, en ese tono que sólo usa para su hermano cuando él le suelta alguna bordería, o cuando está con la regla y no está para que él le toque los huevos, o cuando ha tenido un mal día, o cuando quiere camorra y ve que Tommy no está por la labor de dársela. ¿Cómo coño se atreve a usar ese tono conmigo?
               Soy su novio.
               Y ése es el tono de Tommy.
               Hay que tener poca vergüenza para usar el tono de Tommy conmigo, especialmente ahora, que todo lo que esté relacionado con su hermano me clava una espina en mi corazón. Mi corazón ya no tiene espinas; son las espinas las que tienen a mi corazón.
               -Como quieras tú, Scott-gruñe, y usa mi nombre no con la adoración de antes, sino con el cansancio vital de mi madre cuando estoy más rebelde o chulo de la cuenta. Así que reacciono. Y le contesto mal. Y todo empieza a crecer.
               -Me da igual, Eleanor, joder.
               Se incorpora de un brinco.
               -Si quieres, me voy.
               -Si es lo que quieres-me encojo de hombros y me paso las manos por el pelo. No. Nadie puede tocármelo como me lo toca Tommy, y tranquilizarme a través de ése como lo hace él.
               -Joder, Scott-bufa ella, pasándose una mano por la cara y negando con la cabeza. Apoya la barbilla en la mano y cierra los ojos-. Qué paciencia hay que tener contigo.
               -¿Qué coño esperas que te diga, Eleanor? Ya sabes lo que quiero. Quiero estar con tu hermano-espeto antes de poder frenarme, y la verdad es que es lo mejor, porque un segundo más sin admitir eso podría llevarme a explotar.
               -¿Me cambiarías por él?-contesta, y en sus ojos veo, y en los míos ve ella, que los dos desearíamos que no hubiera hecho esa pregunta. Pero ahora, el mal está hecho. La bomba ha salido del avión. Se está precipitando hacia el suelo. No hay fuerza humana ni divina que pueda detenerla. La gravedad es siempre algo constante en el universo, de hecho, es lo único que hay de verdad en el universo.
               Me quedo callado.
               -Te voy a hacer una pregunta, y como no me digas la verdad, te juro por Dios que no me vuelves a ver el pelo-amenaza. A mí es que me da igual todo, la verdad-. ¿Te arrepientes de esto?
               Sus ojos son dos pozos de hielo. Ninguna gacela ha tenido nunca una mirada tan horrible. Vuelvo a quedarme callado. Una respuesta nace en mi garganta. Como se lo diga, acabaré con ella. Y conmigo detrás. Pero yo no soy el importante aquí.
               -Scott-exige. Y yo estallo.
               El Scott de hace dos meses termina de morir. Ha sido una larguísima agonía, de más de una semana. En el fondo, sabía que no sobreviviría al puñetazo que me pegó el hermano de la que ahora comparte cama conmigo el martes de la semana pasada.
               -¿Por qué necesitas que te lo diga en voz alta, si ya lo sabes? ¿Quieres que te lo diga de verdad, Eleanor? Pues cuidado con lo que deseas. Sí-admito, y sus ojos atraviesan una nueva glaciación que nada tiene que envidiar a la que pilló por sorpresa a los mamuts-. Te cambiaría por él. Gustoso, además-di que sí, Scott, por qué ser un gilipollas cuando puedes ser un gilipollas y un sádico, Dios, ojalá Shasha siguiera necesitando pastillas para dormir, el mundo estaría mejor sin ti-. No puedo estar sin él, pero sin ti, estuve muchísimo tiempo… y perdona que te diga que me fue bastante bien. ¿Quieres que te diga que te necesito más que a él?-ella no reacciona. Sólo alza un poco una ceja. Un rayo de esperanza.
               Me convierto en el enemigo público número uno cuando destruyo cualquier rastro de esa esperanza en sus ojos.
               -Porque no te voy a mentir a la puta cara. Mira lo que me ha pasado por no soltar más que mentiras. Mira cómo estoy.
               Una parte de mí está horrorizada de lo que le acabo de decir.
               Y prácticamente todo yo se horroriza cuando ella empieza a llorar.
               -No llores, Eleanor.
               No acerco una mano para tocarla y calmarla. No hago nada. Me quedo ahí, mirando cómo llora. Y ella sigue sollozando.
               -No llores, Eleanor, joder-espeto, porque el 1% de mi ser que está hasta disfrutando con este momento de sinceridad no puede creerse que ella tenga los huevos de ir de víctima cuando está claro que, quien está mal aquí, soy yo. Y es precisamente ese 1% el que está hablando ahora mismo-. A mí mis padres me quieren más que a mis hermanas porque soy el único hijo varón que tienen, y no las ves lloriqueando por las esquinas. Haz el favor de crecer.
               Se levanta de la cama como un resorte.
               -Me voy a casa-dice.
               -Si es lo que quieres-contesto en tono frío. Nunca en mi vida he hablado en un tono tan de ultratumba.
               -Ahora mismo, lo único que quiero es estar lejos de ti, Scott-contesta en tono venenoso.
               -Mira, por fin algo en lo que estás de acuerdo con Tommy-escupo, sin permitirme regodearme en cómo suena su nombre ahora que he tenido el valor de pronunciarlo en voz alta por primera vez después de mi rápida metamorfosis.
               Ella coge su abrigo, su bolso, y se marcha dando un portazo, el portazo que no dio su hermano cuando salió por esa misma puerta por última vez.
               Y me doy cuenta de lo que he hecho con ese sonido. Me levanto cuando la escucho cerrar la puerta de la calle con otro portazo que nadie le recrimina en mi casa. Seguro que todos se han enterado de que mi madre ha parido a un monstruo. Menos mal que cogió práctica y, con las otras dos personas que expulsó de su cuerpo, consiguió hacerlo mejor.
               Corro a una esquina de la casa y me asomo a la ventana para ver cómo Eleanor desaparece corriendo con el bolso en la mano en una mano y el abrigo en otra. Ni siquiera le ha dado tiempo a colgarse uno ni a ponerse otro.
               Es desvanecerse ella y hacerlo toda pizca de cordura que aún conservaba. Le doy un puñetazo a la pared, vuelvo a abrirme las heridas de los nudillos que tenía casi curadas, me siento en el suelo y me paso las manos por la cabeza, con tanta fuerza que me arranco un poco de pelo. Me gusta esa sensación de dolor. Hace que el monstruo se aleje.
               Me quedo mirando las manos, con las muestras de pelo de mi cabeza.
               Nadie me va a tocar el pelo como él. Ashley nunca lo hizo. Eleanor no lo consigue.
               Me levanto despacio, con el peso del mundo en mis hombros, y voy al baño. Revuelvo hasta encontrar la máquina de afeitar, la que usa papá para darse la primera pasada después de dejarse crecer la barba durante varias semanas, cuando mamá le pregunta si le apetece arrastrarse por el suelo para no tener que encender la aspiradora (en broma, porque a mamá le encanta la barba de papá). Me la quedo mirando, y miro mi reflejo en el espejo a continuación.
               ¿Quieres llevarte todo lo que tengo, Dios? Ya te he dado todo lo que quería, ¿qué más quieres?, debería lavarme para hablar con Él de ese modo tan desafiante, a Él no le gusta que estemos sucios cuando nos ponemos en contacto, pero estoy tan cabreado con todas las putadas que me está haciendo, con que me haya puesto en este mundo en primer lugar, que la sola idea de poder enfadarle me produce un placer que me enviará al infierno, pero arderé gustoso por toda la eternidad, ¿Quieres también este pelo que ya no tiene sentido? Pues toma.
               Y empiezo a pasármelo por la cabeza. Me lo acerco tanto a la piel que me libro por los pelos un par de veces de arañármela. Si Tommy no me va a tocar más el pelo, y si Eleanor no se me vuelve a acercar, y aunque lo haga no consiga tranquilizarme como lo hace su hermano, no tiene puto sentido que lo siga llevando.
               Además, así volveré a parecerme a papá en el mismo momento de su vida. Él perdió a su Tommy, yo he perdido a mi Louis. A tomar por culo nuestra mata negra.
               Me quedo mirando los mechones caídos en el lavabo. Mentiría si dijera que no me decepcionó el no sentir nada al verlos por ahí desparramados. Me miro al espejo. Mil millones de voces se juntan en mi cabeza para decirme: “eres la viva imagen de tu padre”.
               Yo soy más imbécil que él, si cabe.
               Me tiro en la cama, y es entonces cuando me pongo a llorar a lo bestia. Cierro los ojos; con suerte, me ahogaré con las lágrimas que no pueden escaparse de mi cuerpo. Pero no caerá esa breva.
               ¿Qué más crees que puedes quitarme? ¿En cuantos trocitos diminutos intentas romperme?
               Pienso en Eleanor, en cómo se ha marchado llorando, en que seguramente pensara antes que yo que era un monstruo, pero no me lo dijo. Pienso en su hermano, en cómo me dijo que no quería volver a verme. Pienso en mí, diciéndole a Tommy que, como volviera a ponerle la mano encima a Eleanor, lo mataría. Pienso en Diana, diciéndome que deje de jugar con Eleanor y de darle esperanzas de algo que no iba a pasar, pero que pasó, y que no debería haber pasado nunca. Pienso en la contestación borde que nunca escucharé de Sabrae cuando le dije que se fuera a donde le diera la gana el sábado, que yo no era su padre, que él era el de los ojos marrón café. Pienso en Shasha cabreándome prácticamente desde que empezó a andar. Pienso en Duna, apartándose de mí el martes pasado, después de que le diera la primera bofetada de nuestras vidas y le saltara un diente.
               Pero, sobre todo, pienso en el Scott que he sido durante 17 años. 17 largos años siendo la mitad de un todo muchísimo más grande e importante que yo. Pienso en Tommy, en nosotros, en lo que nos he hecho y nos ha hecho él.
               ¿Por qué me los has dado, si desde el principio sabías que ibas a quitármelos?
               Cierro los ojos, intento concentrarme en su hermano, pero mi mente no para de vagar hacia ella. Eleanor sonriendo, Eleanor besándome, Eleanor acariciándome y suspirando cuando yo la acaricio a ella, Eleanor metiéndose por debajo de las sábanas, Eleanor mordiéndome el labio, Eleanor desnudándose para mí y desnudándome para ella, Eleanor dando saltos de alegría, Eleanor pasándome los dedos por la nuca mientras nos besamos, Eleanor mirándose en el espejo con el colgante del avión de papel al cuello y sus ojos chispeando de lo bien que le queda, Eleanor gimiendo mi nombre cuando entro en ella, Eleanor llorando en ese baño infernal, Eleanor gritándome, Eleanor soplando velas que cada vez son menos, Eleanor en el parque, jugando con nosotros, Eleanor en casa, cuando todavía no puede andar, luchando por decir mi nombre o el de su hermano, Eleanor tocándome la cara le día que nos conocimos, agitando sus manitas mientras yo la cojo en brazos.
               Eleanor jugando con mi hermana más pequeña, que se parece a mí, diciéndome que no va a ser la única niña que se parezca a mí con la que ella pretende intercambiar mimos.
               El móvil da tantos toques que yo estoy seguro de que la he perdido a ella también. Pero mi chica no me decepciona. Mi chica es la valiente y la lista de la relación. Luchará por nosotros incluso cuando yo me dé por vencido. Tengo el corazón en un puño.
               -Qué pasa, Sc…-empieza a gruñir, pero yo la interrumpo.
               -Te quiero-le digo, y ella se calla. Me paso una mano por el pelo y doy un brinco cuando me encuentro con algo que pincha. ¡Au! ¡Me cago en la puta, qué coño…! Ah, espera, es verdad, ahora soy un puercoespín. Pero mira que eres gilipollas, Scott, ¡te has cortado el pelo tú! Anda que… vaya puto frío vas a pasar, se te va a congelar el cerebro, menos mal que el 90% del tiempo piensas con la polla-. Perdona, El-escucho cómo sonríe en su forma de respirar. Podría escribir una tesis doctoral sobre las formas de respirar de mi chica-. No sé lo que me pasa, es que… Yo… joder. Dios. Soy un gilipollas. Uno de manual. ¿Podrás perdonarme?
               -No pasa nada-dice ella, y la escucho sentarse, o tumbarse, en algún sitio. El Scott de hace dos meses se la imaginaría metiéndose la mano dentro de los pantalones y concentrarse en mi voz.
               Bueno, puede que el Scott que soy ahora también se la imagine así. Un poco.
               -Sí que pasa, soy un imbécil. Si me vuelvo a portar así contigo, me das un par de hostias.
               -No pensé que te fuera el sado, pero todo se puede probar-los dos nos reímos-. ¿Quieres que vuelva?
               -Prefiero tener un poco de distancia entre nosotros hoy. Por si me vuelve a salir la vena imbécil. ¿Lo entiendes?
               -Está bien.
               -¿Estamos bien?
               -¿Tú y yo? Pf. Somos la pareja del milenio. Claro, S. Siempre.
               -Mañana te acompaño al instituto-suelto, y ella se queda sin aliento.
               -¿Qué?
               -Mañana me visto y voy contigo al instituto. A las 8 menos cuarto te recojo. Sales a esa hora, ¿no?
               -Sí. Pero Tommy…
               -Me la suda tu hermano. Como si se mete a monje. O como si te lo tiras también. Como si tengo que tengo que coger turno para estar contigo. Te voy a llevar al instituto.
               -Vale-ella se ríe.
               -Eleanor.
               -¿Sí?
               -No te tires a tu hermano. Es asqueroso. Además, como tengáis un crío, os saldrá subnormal.
               -Hay más posibilidades, pero…
               -Eleanor. Tu hermano es subnormal. Es imposible que no tenga críos subnormales-bromeo, y echo de menos hacerlo con él y no con ella.
               Colgamos, Sabrae avisa a la casa de que la cena está lista. Cuando bajo a la cocina, mi corte de pelo causa sensación. Shasha me dice que parezco una bola de billar, yo le digo que parece un círculo, porque no se distingue su fin de su principio, ella se me queda mirando sin entenderme, hasta que Sabrae le dice que es porque su cara y su culo son iguales. La que mejor se lo toma es Duna. Chilla al verme, se pone a llorar, pero yo le digo que toque, que mola, y ella me pasa las manos por la cabeza, lanza un grito de alegría y se echa a reír mientras le hago cosquillas en las manos con mi pelo rapado casi al cero.
               -Sherezade, el crío se nos va a la guerra-dice papá.
               -O a sacar un disco-contesta mamá, riéndose. Papá pone los ojos en blanco y niega con la cabeza.
               -Me rapo porque me ayuda a pensar.
               -¿Te he dicho yo algo, Zayn?
               -No, pero lo estabas pensando.
               -¡Bueno! ¡Ahora leerás mentes!
               -La de mi mujer, sí. Para algo me casé con ella-papá le da una palmada en el culo a mamá y ella se echa a reír.
               -Eres tonto, Zayn.
               -Qué pena que estés tan enamorada de mí, ¿eh?
               Mamá le da un pico, me dice que estoy muy guapo (porque una madre no te ve feo nunca) y se sienta a la mesa. Estoy bastante más animado ahora que he arreglado las cosas con Eleanor y me he rapado. Siento que me he quitado un peso de encima. Se lo digo a Sabrae y ella me contesta que ahora tengo menos peso encima. Y se pregunta cuánto le pesará el pelo. Y se lo pone en una báscula de cocina y le pide a Shasha que le diga cuánto sale.
               No hay nadie normal en mi puñetera familia.
               Subo las escaleras y me tiro en la cama. Me llega un mensaje de Eleanor, le respondo sin abrirlo que estoy combatiendo con mi aldea guerrera y que enseguida le contesto.
               -Me parece muy mal que me pongas por delante de tus estúpidos muñequitos-protesta ella, entrando en mi habitación y cerrando la puerta. Lleva el pelo recogido en una coleta alta y una mochila al hombro: la del instituto.
               -Y a mí me parece muy mal que me desobedezcas y vengas a verme cuando yo te he dicho que no lo hagas.
               -Voy a hacer lo que me dé la gana en esta relación, Scott, acostúmbrate-contesta, sentándose a horcajadas encima de mí-. ¿Te has cortado el pelo?
               -No, Eleanor, me ha crecido la cabeza-pongo los ojos en blanco y ella me pasa los dedos por mi semi calva.
               -El agua moja-susurra por lo bajo, y yo me inclino hacia ella y la beso.
               -El.
               -S-replica.
               -Si te mando que te desnudes para que te haga el amor, ¿lo harás?
               -No, pero si me lo pides, puede.
               Se lo pido, pues. Y ella sonríe.  Y me obedece.

Diana.
El alboroto en el patio no era el común. La gente se congregaba en una esquina de las inmensas canchas, jaleando a un grupo de chicos a los que no se les veían las caras. Leigh Anne fue la primera en levantarse, apoyarse en las mesas de ping-pong que casi nunca se usaban, y echar un vistazo por encima de las cabezas con el ceño fruncido.
               Y, entonces, las identificó.
               -Eleanor-dijo solamente, en tono de advertencia, y la interpelada se levantó para imitar a su amiga mientras las demás también nos incorporábamos. Como yo era un poco más alta que las demás, y estábamos a bastante distancia, pude ver de quién se trataba.
               -¡Shasha!-exclamó Eleanor, y se lanzó a la carrera por entre los cuerpos, que gritaban todos a uno:
               -¡PELEA! ¡PELEA! ¡PELEA! ¡PELEA!
               Conseguí llegar antes que ella al círculo externo y empecé a hacerme sitio entre la gente, mientras ella luchaba por que le dejaran espacio a su menudo cuerpo. Normalmente, los estudiantes opondrían resistencia a la posición que habían conseguido con su propia lucha, pero nadie estaba tan mal de la cabeza como para discutirle nada a Diana Styles. Me hice hueco como buenamente pude, y estaba a punto de llegar para ayudar a la chiquilla a la que Eleanor quería proteger cuando otra persona entró en el círculo exterior.
               Mi corazón dio un vuelco al ver cómo separaba a las dos crías con eficacia, empujaba a Shasha hacia atrás y se quedaba de frente a la otra.
               -Te parecerá bonito meterte con una de primero, Jolene. Ya que te crees tan mayor de ir pegando a gente dos años por encima, ¿por qué no te las ves conmigo?-espetó, cruzándose de brazos. La tal Jolene lo miró de arriba abajo, amedrentada, pero tratando de que no se le notara. La gente lanzó un coro de “Oh” desafiantes.
               -Ha empezado ella-rugió, y Tommy se echó a reír, la cogió del brazo y la agarró por el cuello de la camiseta del uniforme.
               -Me la suda quién haya empezado-Sabrae se soltó del abrazo de Alec, que había llegado para cogerla antes de que Tommy se metiera a parar la pelea, con un “¿adónde te crees que vas, nena?”, y corrió a ver cómo se encontraba su hermana-. Vuelve a tocar a Shasha, o a Sabrae, y no te queda Inglaterra para correr-amenazó Tommy, y todo el mundo se quedó en silencio. Se suponía que estaba medio deprimido, y por lo tanto medio muerto, por culpa de la expulsión de Scott. ¿De dónde venía esta chulería?
               ¿Y por qué a mí me gustaba tanto?
               -Su hermano no estará aquí, pero todavía respondéis ante mí como se os ocurra ponerles la mano encima; y pobres de vosotras como intentéis hacerlo sin que yo me entere. A no ser que queráis un billete de ida de una hostia a Marte, os sugiero que no les levantéis la mano. ¿Estamos?
               La tal Jolene bufó algo.
               -No te he oído-rugió Tommy, sacudiéndola de nuevo.
               -Estamos.
               -Guay-la soltó de la camiseta e hizo un gesto para que la chiquilla se fuera-. ¿Alguien más tiene ganas de bronca?-preguntó, mirando en derredor. No sabía hasta qué punto se respetaba a Tommy en ese instituto. Siempre pensé que los miraban con consideración cada vez que pasaban porque estaban en último curso, o porque eran los hijos de los profesores. O porque estaban buenos.
               No sabía que se metieran así a separar a la gente.
               Nadie dijo nada, así que Tommy asintió con la cabeza.
               -Me parecía-replicó, se dio la vuelta y se inclinó hacia Shasha. Eleanor esperó a que la gente se dispersara un poco para acercarse a su cuñada, que les aseguraba a Tommy y a Sabrae que estaba bien, que había sido una tontería.
               -¿En qué coño estabas pensando, Shash? ¿No ves que era mayor que tú?
               -Se metió con Scott-protestó ella, incorporándose y limpiándose la falda.
               -Mira, y yo que pensaba que nunca tendría que darle las gracias por nada a Scott-soltó una voz que hizo que se me revolvieran las tripas-, y resulta que le voy a agradecer toda la vida esta exhibición de masculinidad por parte de su mejor amigo.
               -¿No tienes nada mejor que hacer?-bufé yo, y noté cómo una nube de tensión y expectación se empezaba a formar a nuestro alrededor.
               -Relájate, perrita americana; sólo estaba felicitando a mi chico por comportarse como un hombre.
               -¿Acaso es Tommy tu chico, zorra pelirroja?-repliqué yo, alzando las cejas-. De serlo, ¿por qué es conmigo con quien folla cada noche?
               Megan me dedicó una sonrisa lobuna.
               -Chicas-se metió Tommy, pero ninguna de las dos le hizo caso.
               -Porque no puede hacerlo conmigo, tesoro.
               -¿En serio, ricura? Vaya, no sabía que tu nombre fuera Diana. Creía que lo decía por mí cada vez que se corría, por cómo me lo estaba follando.
               -Yo no tengo problemas de cómo me pueda llamar un tío, cosa que me parece que no se puede decir de ti. ¿O no es verdad que te aterra la posibilidad de que te llame por mi nombre, y por eso apenas habláis?
               La gente contuvo el aliento a mi alrededor.
               -Déjala, Diana-me dijo Tommy, tocándome el brazo-. No merece la pena.
               -¿Que no merece la pena? Créeme, la merece muchísimo. Voy a disfrutar de esto muchísimo, zorra pelirroja-le prometí a la puta ésa-. Se acabó, zorra. Te voy a enseñar lo que les hacemos en el Bronx a las putas como tú.
               -Tiemblo de mied…-empezó, pero yo me abalancé sobre ella y la tiré al suelo. Le arañé la cara, disfruté de cómo exhalaba un grito y trataba de quitarme de encima de ella, mientras el resto de los alumnos volvía a colocarse en círculo y a bramar aquella consigna que atraía a todo el mundo, popular o no.
               Le arreé una bofetada antes de que ella me diera un puñetazo en el estómago y me empujara a un lado, luego, intentó ponerse encima de mí, pero alguien se lo impidió.
               -¡Ayudadme a separarlas!-tronó Tommy, tirando de ella con todas sus fuerzas, pero Megan estaba enloquecida, Eleanor nos miraba con asombro, Sabrae y Shasha me animaban a gritos (“¡Mátala, Diana, mata a la zorra!”, “¡Déjala calva, Diana!”), Alec alejaba a las amigas de Megan para que no vinieran a zurrarme y…
               -¡TRES A UNO A LA AMERICANA, TENGO TRES A UNO A LA AMERICANA, APUESTAS, SE ADMITEN APUESTAS, PELEA INTERNACIONAL DE GATAS, FINAL DEL MUNDIAL DE PELEA FEMENINA EN EL BARRO!
               -¡JORDAN, ME CAGO EN DIOS, DEJA EL PUTO DINERO POR UNA VEZ Y VEN A ECHARME UNA MANO!
               -¡INGLATERRA CONTRA ESTADOS UNIDOS, LONDRES CONTRA NUEVA YORK, PELIRROJAS CONTRA RUBIAS, LA BATALLA DEL SIGLO, EL MOMENTO QUE TODOS ESTABAIS ESPERANDO, AMIGOS! ¡DOS A UNO A LA AMERICANA, DOS A… No, Richard, no te voy a coger nada, que todavía me debes el dinero de las Olimpiadas!
               Megan le dio un codazo a Tommy para apartarlo de sí y corrió hacia mí, tiró de mi camiseta y me dio un tortazo a mano abierta que yo le devolví gustosa. Le devolví el puñetazo, la tiré al suelo y empecé a darle patadas.
               -¡Diana!-protestó Tommy, apartándome de ella.
               -¿De qué puta parte estás?-ladré, mirándolo, momento que la pelirroja aprovechó para darme una patada en el tobillo y tirarme al suelo. La cogí del pelo otra vez mientras ella me clavaba las uñas en el brazo, intentando hacerme sangre.
               Alguien llegó a recogernos. Eleanor reaccionó cuando me arrastré hasta su lado; me cogió de un pie y tiró de mí para alejarme de Megan. Las dos nos miramos con rabia, nos insultamos y tratamos, sin éxito, de volver a enzarzarnos en la pelea. Hubo murmullos de decepción cuando Tommy consiguió levantar a Megan y tenerla bien sujeta lejos de mi alcance. Alec me agarró de la cintura, igual que había hecho con Sabrae, y me mantuvo firme entre sus brazos.
               Llegó un profesor.
               -¿Qué está pasando?
               -Nada-dijeron Alec y Tommy a la vez, pero Shasha seguía aún magullada, Megan y yo estábamos hechas un desastre, y los dos chicos jadeaban, intentando mantenernos en nuestro lugar.
               -Así que… ¿Quién diríais que ha ganado? ¿Lo dejamos en empate?
               -Cierra la boca por una putísima vez en tu triste vida, Jordan-protestó Alec.
               -Whitelaw, Tomlinson, Styles, Reynolds, Malik, al despacho del director, ¡ahora!
               Tommy puso los ojos en blanco, Alec se encogió de hombros, Megan se atusó el pelo y se contoneó delante de Tommy por el patio en dirección a la puerta mientras Sabrae seguía a su hermana. Ni en sueños iba a dejar que se fuera sola al despacho del director.
               Las niñas entraron primero; enseguida mandaron llamar a la abusona que se había metido con Shasha. Tommy se levantó como un resorte y se metió en el despacho a decir que la bronca la había empezado él. El director lo amenazó con expulsarlo, Tommy dijo que le daba igual, le contestaron que no dijera gilipolleces y que esperara fuera.
               Se sentó en el mismo sofá que Megan, mal vamos. Bufé y me crucé de piernas, él me miró de reojo y se apoyó en el reposabrazos. Miró a su ex de reojo cuando ésta se acercó un poco más a él en el sofá, y le tocó la pierna con el pie.
               Las rubias seremos tontas, pero las pelirrojas son malas hasta decir basta. Zorras de mierda. No me extraña que al demonio lo pinten de rojo.
               -¿Le has dicho lo de nuestra reconciliación?-ronroneó cual gatita. Tommy puso los ojos en blanco.
               -Cierra la boca, Megan.
               -¿Eso es que no?
               -Me lo ha dicho, no vas a poder cabrearme yendo por ahí-repliqué. Alec frunció el ceño.
               -¿Qué reconciliación?
               -Nada.
               -Thomas.
               -No me llames Thomas-advirtió Tommy. Megan suspiró.
               -Me encanta cuando te pones así.
               -No me estoy poniendo de ninguna manera. Y haz el favor de irte a tu sitio. Me estás atosigando.
               -¿Te atosigué cuando nos acostamos a principios de año?
               Alec estaba flipando.
               -No voy a jugar a esto.
               -¿Por qué?-contesté yo-. ¿Porque no puedes meterla en este juego?
               -Ya he terminado de hablar.
               -Tommy, ¿qué coño? ¿Con Megan? ¿En serio? Es una zorra.
               -Claramente es su tipo-contestó la pelirroja, fulminándome con la mirada.
               -¿Va por mí, guapa?-ella asintió, y yo me eché a reír-. Vaya, gracias. Viniendo de una experta, eso es todo un halago.
               -Tesoro, créeme, aquí la única experta que hay, eres tú.
               -¿Qué se siente al saber que se le pone dura pensando en otra?-ataqué, sonriendo.
               -No lo sé, princesa, ¿me lo dices tú?-coqueteó, pasándole una mano por el brazo de forma íntima y seductora. Tommy sólo volvió a poner los ojos en blanco. No hizo ademán de apartarla.
               Ahí fue cuando decidí que cogería los billetes de avión en los mejores asientos de toda la flota.
               -¿No tienes nada que decir?
               -Hace poco me dijiste que preferías no hablar conmigo, para las cosas que nos decíamos.
               -Eh… creo que yo sobro en este triángulo amoroso, cuando terminéis el episodio del culebrón del milenio, me llamáis-dijo Alec, levantándose, pero su huida fue infructuosa, pues la puerta del despacho del director se abrió apenas había dado dos pasos, y Sabrae, Shasha y la tal Jolene salieron de ella con aire digno. Fitz salió a por nosotros, nos metió dentro, nos puso a vuelta y media hasta que yo le tuve que soltar mi famoso: “¿pero tú sabes quién cojones soy yo?”, a lo que Tommy me dedicó una sonrisa y Megan un silencioso “fulana pretenciosa”, para que nos dejara marchar.
               Nos dijo que, como volviéramos a armar una pelea como la de esa mañana, nos pondría a todos de patitas en la calle.
               Pero, técnicamente, cuando esperé a Megan a la salida y me volví a pegar con ella, y corrí todo lo que pude con un mechón de pelo rojo como la sangre y todo lo amplio que pude enganchar, no me estaba peleando en el instituto, de manera que estaba a salvo durante los dos telediarios que me quedaran dentro.
               -¿Es que estás mal de la cabeza?-me preguntó Tommy cuando llegamos a casa y le contaron lo que había hecho. Yo me encogí de hombros.
               -Tranquilo, le he dejado pelo suficiente para que se lo cojas cuando te la tiras.
               -No me la he vuelto a tirar desde que volviste. Y yo no le cojo el pelo a nadie mientras me la tiro. Aunque puede que deba empezar a hacerlo contigo.
               -¿Crees que puedes domarme?-espeté, incrédula-. Venga, prueba, a ver-lo reté. Él me estudió un único segundo, y luego, le dio una patada a la trampilla de la puerta para cerrarla y poder abalanzarse tranquilamente sobre mí.
               Tenía tantas ganas de castigarlo con mi cuerpo después de ver que no se inmutaba con las caricias de aquella sucia perra que le rasqué la camiseta que llevaba puesta. Él me quitó los pantalones de chándal, me quitó la camiseta, me bajó el sujetador y me magreó y mordió los pechos todo lo que quiso y más, hasta que, finalmente, se bajó los pantalones, se quitó los bóxers, me dio la vuelta, me hizo ponerme a cuatro patas, me arrancó las bragas y metió la cara entre mis muslos. Mordió mis labios sonrojados y abiertos, listos para que él se colara entre ellos, los lamió con toda la lengua hasta que yo grité que me la metiera, y se metió en mí.
               Joder, joder, joder, cómo me gustó la rabia con que me lo hizo. Me embistió sin descanso, me sujetó con fuerza para que no pudiera escaparme (como si quisiera), me la metió y me la sacó y me la metió y me la sacó hasta hacerme perder la razón. Me eché el pelo a un lado y me acaricié mientras él me embestía, y eso le hizo perder la razón, notar mis dedos en la base de mi sexo mientras me reclamaba como suya.
               Cumplió su promesa, me agarró del pelo y me tiró de él, y me encantó. Ningún chico había tenido las agallas de hacerme eso. No vas a la iglesia a pecar, sino a pedir perdón.
               Nadie había utilizado mi cuerpo como lo había hecho Tommy, ni nadie me había llevado hasta límites que yo no sabía que existían, mientras follábamos sin piedad, nos provocábamos el uno al otro y afianzábamos lo único que aún nos quedaba: aquella química insondable contra la que nadie, ni siquiera nosotros, podíamos luchar, aquellas hormonas histéricas que nos hacían encontrarnos y echar los polvos del siglo.
               Me eché hacia atrás hasta cargar todo mi peso sobre sus caderas, a lo que él respondió dejándose caer sobre sus talones. Seguí moviendo la pelvis, rozando los dedos contra ese rincón en el que se escondía la llave de mi paraíso privado, y disfrutando de lo profundo, sucio y animal que lo sentía. Tommy me acarició el costado, pasó por mis pechos, se distrajo con ellos, y noté cómo se envalentonaba en mi interior, endureciéndose más incluso de lo que ya estaba, cosa que podía parecer imposible. Pero mi inglés convertía lo imposible en realidad.
               -Eres mi perdición, Diana-gimió contra mi oreja, sobándome y dejándome que hiciera lo mismo mientras mi espalda se frotaba contra su pecho.
               -¿Duras tanto con ella?
               -Es que quiero impresionarte-replicó, pero noté cómo se tensaba en ese mismo momento. Bajó una de sus manos de mis tetas a mi coño, y comenzó a acariciarlo él-. Sí, nena. Eso es. Córrete conmigo. Así-gimió en mi cuello, me mordisqueó por debajo de la mandíbula, y yo cerré los ojos, borracha de él. Me mordí el labio mientras me rompía y todo mi cuerpo temblaba, con él haciendo lo propio a mi alrededor, en mi interior.
               Nos quedamos un rato aún unidos, recuperando el aliento. Me notaba palpitar en torno a sí.
               Me arrastré por la cama hasta dejar caer la cabeza en la almohada. Exhalé un profundísimo suspiro y me balanceé delante de él.
               A los tíos les vuelve locos verte desnuda, créeme, pero si encima les dejas un primer plano de ese jardín de las delicias en que se quieren meter, acabas con ellos. Y Tommy no iba a ser una excepción.
               -Ha estado bien-ronroneé. Se me quedó mirando, agotado. Tenía las mejillas sonrosadas, el pelo alborotado, y los ojos aún negros de deseo.
               -Mejor que bien.
               Era el primer polvo que echábamos en que los dos estábamos satisfechos. El resto habían sido una constante conversación con nuestros cuerpos acoplados. ¿Cómo vas? ¿Te queda mucho? Apresúrate, tengo que ir a trabajar. Venga, que tengo que hacer un trabajo. No hace falta que te desnudes. Separa las piernas. Empálmate. Venga. ¿Quieres debajo?... no, mejor, ponte debajo, yo quiero estar encima.
               -¿Mañana a la misma hora?-preguntó, y yo sonreí, me di la vuelta y disfruté de cómo me escaneaba.
               -Aprovecha mientras puedas, inglés.
               Si me hubiera preguntado a qué me refería, puede que me lo hubiese pensado. Pero Tommy sólo soltó una risa ahogada, asintió con la cabeza, se vistió y se llevó dos dedos a la frente. Yo hice lo mismo; los separamos y él se marchó. Sin decir nada.
               Me daba tan por sentada que no se le podía ocurrir que, igual que le había llovido del cielo, también podía evaporarme. Y no hay cosa que a una modelo le siente peor que el ser obviada. Es lógico que esté en todas las pasarelas; o sea, tiene contactos. Por supuesto que va a hacer la portada de tal revista, es decir, mírala. Está en todas partes. Hasta en la sopa.
               Así que abrí el ordenador, introduje los datos en la web de la aerolínea y le di a reservar billetes. Me quedé mirando cómo el círculo compuesto de varios arcos muy abiertos giraba sobre sí mismo, pidiéndome que fuera paciente.
               Después de dos minutos, finalmente apareció la información de los billetes, los asientos, y la puerta de embarque. Me había dado una semana de margen, todavía me quedaba convencer a Erika y a mi madre de que me dejaran volver. Esperaba que mamá me hiciera caso esta vez.
               Esperaba que se diera cuenta de que me había portado mal a propósito para que me volviera a mandar a Londres. Seguro que no se esperaba que en mes y medio mi actitud pudiera cambiar tanto en un país extranjero. Pero era lo que me había hecho Tommy, no la influencia de Inglaterra, lo que me había hecho merecerme volver.
               Se me encogió el corazón cuando recibí el mensaje de la aerolínea dándome las gracias por confiar en ella y felicitándome porque ya iba a conocer Nueva York, la ciudad que nunca duerme. Volvía a casa y, sin embargo, no dejaba de sentirme como si acabara de abandonar el único bastión del reino que aún me quedaba en pie.
               Tomé aire varias veces, cerré los ojos, me concentré en las imágenes de mi ciudad favorita en el mundo, me animé a mí misma pensando en lo feliz que se pondría Zoe de que volviese a casa, y me hice un ovillo. Cogí mi móvil y le hice una foto a la pantalla.
               -Prepárate para los problemas-le escribí a Z. Enseguida abrió la foto.
               -¡Y hazlos dobles!-celebró-. ¿Es oficial? Te lo juro, zorrita; como esto sea una coña, voy ahí a patearte ese culo multimillonario que tienes.
               Me eché a reír.
               -Todavía tengo que decirlo en casa, pero ya no lo aguantaba más. Te echo de menos. Echo de menos Nueva York.
               -¿Y qué hay de tu inglés?
               Me quedé mirando la pantalla del teléfono.
               -Ya no es mi inglés-escribí, sintiendo cómo se me empañaba la vista.
               -Mi niña, lo siento mucho. Él se lo pierde. En fin, hay más peces en el mar. Joder, si con lo guapa que eres, tienes a tu disposición a cientos de planetas cubiertos de agua. Puedes elegir al pececito que quieras.
               -Supongo que tardaré un poco en dejar de estar encaprichada del pececito de ahora, ¿no?
               -Todo es cuestión de tiempo. Tengo que dejarte-añadió, poniendo un emoticono con una lágrima-, voy a entrar a clase. Te quiero. Hablamos en el descanso.
               -Estudia mucho, que a los tíos no les gusta que seamos guapas y listas. Te quiero. Adiós.
               Z me lanzó varias risas, muchos besos, un par de corazones, y finalmente se desconectó. Me quedé mirando la pantalla del ordenador. Me apetecía tener los billetes en físico, así que les mandé un correo pidiéndoles dónde podría ir a buscarlos. También les mandé un correo a los de Victorias Secret: ahora que me iba, bien me quitarían las alas, o bien me pondrían una entrenadora personal en Nueva York para asegurarse de que no perdiera la figura. Esperaba que fuera lo siguiente.
               Sinceramente, me daba igual. Lo que no podía soportar era ver todos los días cómo Megan se regodeaba en lo que Tommy me había hecho con ella, y cómo él era tan imbécil de ser incapaz de ver que no era lo que había hecho, sino con quién. Podría haberse tirado a media Inglaterra y yo no habría dicho ni mu. Pero su ex era otra cosa.
               Me puse a mirar el parte meteorológico de Nueva York para mañana, como si mi salida fuera inminente, y de esa guisa me encontró Eleanor cuando subió las escaleras de mi buhardilla.
               -¡Vaya! ¡Dios, Didi, lo siento, yo… volveré más tarde!-dijo, tapándose los ojos y girándose a tal velocidad que me sorprendió que no se cayera rodando.
               -¡No pasa nada!-repliqué, cogiendo una camiseta y pasándomela por los hombros rápidamente. También rebusqué en las mantas hasta encontrar mis bragas-. Ya está. Acabo de estar con tu hermano, ¿sabes?
               -Sí, bueno. Me lo imaginaba, yo… eh… venía a ver si estabas bien. Menuda tunda le diste a Zoe. Eres mi heroína-sonrió, y se sentó a mi lado en la cama.
               -Estoy genial. En serio. Tenía unas ganas de aporrear a esa perra…
               -No me extraña. Todo el mundo que quiere a Tommy la detesta con toda su alma.
               Hice un mohín.
               -¿Qué ocurre?
               -Nada, bueno, respecto de tu hermano… yo… voy a volver a Nueva York-ella abrió muchísimo los ojos-. Acabo de reservar los billetes. Bueno, el billete.
               -¿Es en serio?
               Asentí despacio con la cabeza. A ella se le empezaron a humedecer los ojos.
               -¡Diana! ¡No! ¿Con quién voy a criticar ahora al imbécil de mi hermano?-bromeó, pero en su mirada se veía que todo eso le dolía. La estreché entre mis brazos y le di un beso en la cabeza mientras ella se pegaba a mí.
               -Vas a tener que hacerlo sola, pequeña-le dije, y la noté sonreír.
               -No tengo manera de convencerte, ¿verdad?
               -Me voy porque no quiero terminar odiando a Tommy-expliqué-. Con todo lo que le quiero, no puedo dejar que joda lo único bonito que he tenido en la vida.
               -Lo entiendo-asintió, separándose de mí-. Es que… jopé. Eres como de la familia. Otra hermana más-dijo-. Me va a costar volver a acostumbrarme a no tener pelos rubios en mi cepillo-dijo, y yo me eché a reír-. ¿Lo sabe él?-negué con la cabeza.
               -Eres la primera en saberlo. Confío en que no se lo dirás, ¿verdad?
               -No me corresponde. ¿Y mamá?
               -Voy a comentárselo ahora. Tengo que hablar también con mi madre para que lo prepare todo y me dé permiso para regresar.      
               -¿Y si le pido a Noemí que no te deje volver?
               -Me voy de hotel, ya ves qué problema-me encogí de hombros y las dos nos reímos, limpiándonos las lágrimas. Nunca me había percatado de lo mucho que había empezado a querer a Eleanor. Había sido un cariño silencioso, como la primavera tímida de un bosque de hoja perenne. No te das cuenta de que está sucediendo hasta que, de repente, todos los árboles tienen las flores abiertas en pleno apogeo.
               -¿Cuándo te marchas?
               -La semana que viene. Tengo que ir avisando a las agencias, y hacer las cosas pendientes esta semana.
               -¿Lo de hoy ha tenido que ver en tu decisión?
               -Ya llevaba dándole vueltas, pero… no sé, creo que lo de hoy fue la gota que colmó el vaso. Y tu hermano podría haberlo arreglado, pero como es tonto perdido, no se dio cuenta de que estaba en sus manos.
               -Los tíos son tontos-dijo ella, y yo me encogí de hombros.
               -¿Cómo está Scott?
               -Bien. Bueno. Está-esta vez fue ella la que se encogió de hombros.
               -No he ido a verlo por lo mal que están las cosas con T. No quiero que se pongan peor si ahora a mí me da por ir a visitar a su mejor amigo.
               -Lo entiendo. Si te soy sincera, él no pregunta por ti. No pregunta por nadie, en realidad. Me duele muchísimo verlo como está. Es como…
               -¿Una sombra?
               -Sí.
               -Sí, Tommy está igual.
               Eleanor se miró las rodillas.
               -En todo-añadió.
               -Igual que Tommy-asentí. Eleanor me miró y sonrió un poco-. Sí, vale, con el mío el sexo también es bastante mediocre-ella se echó a reír.
               -Vale, ya estaba preocupada por si se le habían pasado las ganas de tenerme porque ahora podía hacerlo sin miedo. Ya sabes lo que dicen, los amores prohibidos son los más queridos, y todo eso. Pero, ¡eh! No te disgustes-me dio una palmadita en el muslo-. Se pasa pronto. No es como la primera vez. Cuando rompes con un chico por primera vez, es como… buf. Se te viene el mudo encima. Ahora que vuelves a casa, puedes estar tranquila.
               -Tommy es mi primer novio-informé, y ella alzó las cejas.
               -¿Nunca has…?
               -No.
               -¿Pero eras… virgen? ¿Cuando llegaste?
               -Claro que no-me eché a reír.
               -¿Entonces… no la perdiste con tu novio?
               Negué con la cabeza, sonriendo. No iba a pensar en mi introducción al sexo ahora. No podía permitírmelo.
               -Vaya, creía que…
               -Tommy es el primer chico que me importa de verdad.
               Ella me cogió la mano.
               -Siento que las cosas hayan terminado así.
               -Yo también. Oye, tengo una tarjeta de regalo de Victorias Secret, ¿quieres que miremos el catálogo por internet y vayamos el sábado a por algo?-ella sonrió, más animada, se colocó a mi lado y se dejó llevar.
               Cuando bajó a ducharse, diciendo que había quedado en ir a ver a Scott, yo me tomé eso como la oportunidad del siglo para ir a ver a mi madre adoptiva. Bajé las escaleras y me encontré a Louis en el salón, mareando un montón de papeles.
               -Hola, Didi-saludó sin mirarme. Me conocía por mi forma de caminar.
               -Hola. ¿Tu mujer?
               -En la sala del piano, ¿por qué? ¿Necesitas algo?-se volvió como un resorte-. ¿Es por lo de la píldora? Porque creo que ya es…
               -Era un farol, ¿recuerdas? No he hecho nada con nadie-sacudí la cabeza-. No te preocupes. Es que tengo que hablar con ella.
               Debería hablarlo con él también, pero tenía la sensación de que ella era la que mandaba en casa, y me sería más fácil entenderme con una mujer que con una pareja. Así que me colé por el pasillo que bajaba a las entrañas de la casa y empujé la puerta de aquella sala en la que no había vuelto a entrar desde mi primer día en aquel lugar. Se me hizo un nudo en la garganta recordando que me había echado a llorar, sobrepasada por la situación, al verme en Inglaterra sola, lejos de mi familia y mis amigos, en un país extraño…
               … y el nudo se acentuó cuando recordé que Tommy me había tendido la mano y me había sacado de allí con delicadeza.
               Erika acariciaba las teclas del piano con la yema de los dedos. No las presionaba, así que la estancia estaba en silencio. Me miró en cuanto entré.
               -Diana-reconoció. Yo asentí con la cabeza.
               -¿Podemos hablar?
               -Claro. De hecho, tenía ganas de hablar contigo-dijo, apartándose un poco en el banquito del piano para dejarme sitio. Dio una palmada y yo me senté-. ¿Quién empieza?
               -Pues… ¿yo?-sugerí, ella asintió. Tomé aire y lo solté muy despacio-. Vale, yo… eh… me vuelvo a Nueva York-dije. Ella parpadeó, escuchando. No dije nada más.
               -¿Qué ha dicho Noemí?
               -Aún no he hablado con ella. Espero que tú puedas interceder por mí. Yo… quiero volver a casa, Eri-se me empañaron los ojos y ella hizo una mueca, como diciendo “qué lástima”- Me portaré bien. Lo prometo. Dile a mi madre que quiero volver a casa.
               Me acarició las rodillas.
               -¿Y qué hay de tu vida aquí, tesoro?
               -Es mi castigo-expliqué, aceptando el pañuelo que se sacó de la manga como si fuera una maga-. Ahora lo entiendo. Hay cosas que es mejor no conocer, para no desearlas.
               Me cogió las manos.
               -Mi vida, si quieres irte, yo no te voy a obligar a quedarte, y hablaré con Noemí para que lo prepare todo para tu vuelta, pero… ¿qué hay de Tommy?
               Me limpié las lágrimas con el dorso de la mano. ¿Que qué hay de Tommy? De Tommy no hay nada. De Tommy lo hay todo. Él es la razón de que yo quiera marcharme. Él es la razón de que quiera quedarme. Cuando estoy sola siento alivio, porque no tengo que ponerme nerviosa a cada segundo que pasamos juntos, temiendo que nos pongamos a discutir, y también es un suplicio sin ver sus ojos azules como el mar que nos separó durante tanto tiempo, porque no puedo dejar de preguntarme en quién pensará ahora, si me echa de menos, si no estoy haciendo las cosas mal, si no las estará haciendo él bien.
               -De él no hay nada-susurré.
               -Estás enamorada de mi hijo-replicó la española en tono extremadamente dulce. Me acarició el hombro y el cuello.
               -Eso no cambia nada.
               -Tesoro, lo cambia todo. Lo cambia todo, mi amor-aseguró, besándome la frente.
               -Se acostó con otra. Me lo dijo.
               -¿Y qué te molesta?-preguntó, en tono suave, nada acusador, tranquilizador. Su hijo me había hecho la misma pregunta mil veces, ahora venía el reproche; eres una puta, Diana, no puedes culparle a él por comportarse igual que te estás comportando tú-. ¿Que te lo dijera para que lo perdonaras, que lo hiciera, o darte cuenta de que él bebe los vientos por ti hasta el punto de que prefiera perder tu cariño a perder tu confianza?
               Me dolía el corazón pensando en los billetes esperando en una base de datos a la que nadie salvo yo podría acceder, la prueba de que acababa de darme por vencida con la única persona que me había importado de verdad.
               -Él no va a impedir que me vaya.
               -¿Y es lo que deseas? ¿Decírselo y que él te suplique que no te subas a ese avión?
               Me encogí de hombros.
               -No sé si cambiaría algo. De todas formas, no me lo planteo. Ahora mismo, nos odiamos.
               -¿Tú y él? Mi niña, pero si Tommy te idolatra. Si está mal, es porque estáis mal.
               -Está mal por estar mal con Scott-repliqué.
               -También le duele no poder estar contigo como antes. Soy su madre, me doy cuenta de esas cosas-dijo, acariciándome los nudillos y cuadrando los hombros, como lo haría alguna emperatriz de la China-. Y, de todas formas, si sigues queriendo irte, debes preguntarte si serás capaz de subirte a un avión, y dejarlo a él atrás. Si te vas a permitir marcharte, o una parte de ti siempre va a quedarse aquí, con él.
               Me dio un beso en la mejilla cuando me quedé callada, meditando.
               -No sé si me merezco que seas tan buena conmigo.
               -Pues claro que te lo mereces, mi niña-me acarició el pelo. Negué con la cabeza.
               -Tú no sabes lo que he hecho para que mis padres me mandaran aquí. Yo… no soy… buena persona.
               -Sí que lo sé-replicó, y yo me la quedé mirando.
               -¿Mamá te lo dijo?
               Por toda respuesta, ella se incorporó, abrió la tapa del piano de cola, metió la mano dentro y cogió algo.
               Se me aceleró el corazón al recoger el sobre. Pliegues blancos, manchas de tinta, dobleces hechas por mí y por mi madre… el nombre de mi anfitriona en la caligrafía de la mujer que me había dado la vida.
               Y estaba abierto.
               La miré con el pánico escrito en la mirada.
               No me había acordado de cogerlo cuando me marché a Nueva York. Lo había dejado escondido en la funda de la almohada. Dios, dios, dios, Tommy podría haberlo encontrado, haber leído su contenido y descubrir el porqué de que yo estuviera en su casa. Había sido un regalo de los dioses que no lo hiciera.
               -¿De dónde…-tragué saliva-…, de dónde lo has… cómo lo encontraste?
               -Tommy me lo dio-explicó, y yo noté que me quedaba sin respiración. Los bordes de mi campo de visión se tornaron negros, y la cabeza comenzó a darme vueltas. La sola idea de que Tommy hubiera tenido a milímetros de su piel (no digamos en contacto) la verdad sobre lo que había hecho hizo que se me revolviera el estómago. Tenía ganas de vomitar-. Cerrado. No lo ha leído. Nadie lo sabe. Menos Louis, evidentemente.
               Sentí cómo iba perdiendo la capacidad de respirar.
               -Cuando te fuiste, cambiamos las sábanas de tu cama. Al principio, él no quería. Se pasaba horas metido en tu habitación; el tiempo que no estaba con Scott, lo pasaba contigo, aunque tú no estuvieras en casa-sonrió-. Cuando por fin conseguimos convencerlo de que teníamos que adecentar tu habitación, se empeñó en que lo haría él solo. Así que quitó las sábanas, y se encontró con el sobre.
               -¿Estás segura de que…?
               -Mi hijo es una persona decente. Bueno…-inclinó la cabeza a un lado-, cuando le parece. Pero esto era para mí. Así que me lo dio sin abrir.
               -¿Y cómo has permitido que yo… que estemos juntos, sabiendo lo que hice?
               -Todo el mundo merece una segunda oportunidad.
               -Yo no… no la he… no la he tenido. Ni creo que me la merezca.
               -Te la mereces. Y la has tenido. Yo te la di. Hace 17 años.
               Negué con la cabeza.
               -Él no es mi segunda oportunidad.
               -Es verdad, él es lo que necesitas para darte cuenta de que las malas personas no son las que hacen cosas malas, sino las que hacen el mal porque les gusta y no se arrepienten. Eres una buena chica, Diana-me apartó le pelo del hombro-. Llevo viendo desde el día que llegaste lo mucho que te pesa lo que pasó. Y el miedo que te da que Tommy se entere y se aparte de ti. Por eso sé, que, en el fondo, no vas a marcharte.
               -¿Por qué?
               -Porque mi hijo no te perdonaría que te fueras así, sin más.
               -A mí me da igual que Thomas no me perdone-espeté, siendo la Diana que estaba encerrada hasta hacía nada en el sobre.
               -Thomas te da igual. Pero amas a Tommy. Y eso va a hacer que tú tampoco te perdones así sin más.
               Cerré los ojos.
               -Puedo vivir sin perdonarme a mí misma. Ya tengo experiencia-dije, y ella asintió-. ¿Hablarás con mi madre?
               -Si es lo que quieres… por supuesto.
               Asentí despacio con la cabeza, me quedé mirando las teclas del piano y suspiré y me dejé llevar cuando me pasó el brazo por los hombros. Me apoyé en el suyo y cerré los ojos, liberando las lágrimas.
               -Pero, Didi… antes de que te vayas…
               -¿Sí?
               -Tienes que cantarme algo. Tommy dice que tienes una voz preciosa.
               Sonreí.
               -Seguro que no te esperabas menos de la hija de Harry.
               -No me esperaba menos de alguien tan bonito como tú-respondió, besándome la cabeza.
               -¿Debería decírselo a tu hijo?
               -Yo creo que sí.
               Asentí, me armé de valor, me despedí de ella y fui hasta la puerta. Me detuve y me volví cuando me reclamó.
               -Siempre vas a tener la puerta abierta, independientemente de lo que os pase a Tommy y a ti. Mientras yo esté viva, y seguramente mientras él lo esté también, vas a tener una casa en Inglaterra impaciente porque regreses.
               -Gracias-repliqué, con los ojos anegados en lágrimas. Cerré la puerta de la habitación y la dejé sola con sus pensamientos, mientras a mí me acompañaban los míos. Subí las escaleras y llamé a la puerta de su habitación. La empujé sin esperar a que contestara. Tenía un libro entre las manos, un libro en español.
               -¿Tienes un minuto? Tengo que decirte algo-pregunté, y él asintió con la cabeza, le dio la vuelta al libro y lo dejó con el lomo vuelto hacia arriba, las páginas sobre la cama. Me quedé allí plantada, sin saber qué hacer.
               -¿Quieres… sentarte?-preguntó, sentándose sobre sus piernas dobladas, pero yo negué con la cabeza.
               -Me voy-solté, y él asintió, con los ojos entrecerrados. Nos miramos largo y tendido, hasta que en sus ojos algo cambió. Los abrió de golpe y se me quedó mirando.
               -Espera… ¿qué? ¿Es eso lo que querías decirme?-asentí con la cabeza-. ¿Adónde?
               -Pues… a casa, Tommy.
               -Ya estás en casa-replicó él, levantándose y viniendo hacia mí. Me tocó el codo y me cogió la mano, yo aparté la cara. No podía hacerme esto. Ahora no. Tenía la mano suave y calentita-. Diana. Didi. Eh. Mírame, por favor-me tomó de la mandíbula e hizo que nuestros ojos se encontraran.
               Y el mundo estalló, como suele suceder cuando mis junglas se encuentran con sus océanos.
               El problema era que yo estaba en una nave espacial, volando muy lejos de la órbita de su planeta.
               -Me marcho a Nueva York. Vuelvo a casa.
               -Una vez me dijiste que yo era tu casa-respondió él, con la voz rota. Asentí con la cabeza.
               -Sí, bueno, yo… se me da bien mudarme. Lo he hecho ya tres veces en tres meses. 
               -Pero… ¿por qué?-inquirió, sin aliento-. ¿Es por lo de antes? Porque… sé que me pasé tres pueblos. ¿Te hice daño? No volveré a hacértelo así, te lo prometo, y lo de cogerte el pelo… no sé en qué estaba pensando, fue una puta sobrada, una falta de respeto in…
               -No lo entiendes. Me gustó. Me encantó. Ése es el problema. Es lo primero que me encanta en semanas-le acaricié la cara, porque ya tenía los billetes comprados, me marchaba, y ahora que había recuperado por un instante a mi inglés, pensaba aprovecharlo-. No puedo contaminarte. No me lo perdonaría en la vida.
               -No me estás contaminando.
               -No puedo dejar que cojas esa costumbre y, cuando elijas a Layla, le hagas eso y ella se asuste-repliqué, pasándome una mano por la cara.
               -No voy a elegir a Layla-me prometió-. Y que haga eso contigo porque a los dos nos gusta no significa que…
               -Tengo que protegerme. Es mejor así. Estás cambiando por mi culpa. Antes eras bueno. Ahora… ahora te estás volviendo como yo.
               -Diana…
               -Deberías irte. Es tarde. Vas a llegar tarde a baloncesto.
               -No me voy a ir a ningún sitio mientras no me prometas que te vas a quedar.
               -Me voy la semana que viene-informé-. No voy a pedirte que vengas conmigo al aeropuerto. Sé que lo vamos a pasar mal.
               -¿Te estás escuchando? No puedes pedirme que me quede aquí plantado oyéndote decir esas cosas.
               -Bueno, Tommy, tú tampoco puedes pedirme que me quede aquí plantada mirando cómo intentas resistirte a Megan. No puedo soportarlo. Y tú no me vas a pedir que lo haga.
               -Entre ella y yo no hay nada.
               -Pero lo hubo todo-contesté, y él me observó, derrotado-. Me lo terminarás agradeciendo, créeme. Yo no soy buena para ti.
               -Eres mejor de lo que necesito.
               No iba a dejar que me fuera. Tenía que hacer que me echara. Así que lo miré a los ojos, e hice lo más duro que puede hacer nadie: romperle el corazón a la persona a la que amas mientras clavas la mirada en la suya, observar sin intentar detenerlo cómo se desmorona por dentro.
               -Tú tampoco eres bueno para mí, Tommy.
               Él dio un paso atrás, herido. Intenté que no se me notara que me dolía tanto como a él. Hundió los hombros, se hizo pequeño y a la vez viejo y cansado bajo mi mirada. Ya no tenía delante al hijo. Tenía frente a mí al padre.
               -Está bien, si… si es lo que quieres. Puede que debamos dejarlo aquí.
               -Gracias por entenderlo.
               -No lo entiendo. Pero te quiero. Ya lo sabes. Y si no te hago feliz, y quieres marcharte, yo…-dime que no me lo impedirás, hazme pensar que esto es decisión mía y que puedo subir corriendo y cancelar mi vuelo, mandar correos diciendo que es broma, volver a bajar y besarte y abrazarte y no dejarte marchar hasta que nuestros cuerpos se fundan…-, pues no soy nadie para impedírtelo, ¿no?
               Tragué saliva, asentí, negué con la cabeza, y me quedé quieta cuando él volvió a pegarse a mí. Me apartó un mechón de pelo detrás de la oreja y me miró a los ojos.
               -Voy a echarte muchísimo de menos.
               -Yo ya lo estoy haciendo.
               Se inclinó y me besó en los labios muy suavemente, como si me fuera a romper, como si supiera que lo que nos unía fuera un hilo tan fino que cualquier movimiento brusco acabaría con él.
               -Pásatelo bien en la cancha-le dije, y él asintió, me apretó despacio la mano y se fue. Yo subí a mi habitación y lloré todo lo que quise y más. Y después, hice Skype con Layla, para decirle que me marchaba, que era todo suyo.
               -Pero, Diana-protestó ella, triste-. Yo no lo quiero sin ti.
               -Es más tonto-protesté-. No nos merece, de verdad deberíamos hacernos lesbianas y liarnos entre nosotras, y que le den-Layla sonrió.
               -Sí-asintió. Me abracé las piernas-. Pero él te gusta mucho.
               -Muchísimo-corregí.
               -Ojalá deje de ser tonto y se dé cuenta de que el único que puede hacer que te quedes es él.
               -Soñar es gratis-repliqué.
               Sí, soñar era gratis.

Eleanor
Tommy volvió con ganas del partido de baloncesto; nadie le sonsacaría qué le había pasado, pero se le notaba el mar humor a leguas.
               Para colmo, yo no tenía el día para que me tocara los huevos.
               Había quedado en que iría a ver a Scott más tarde, después de decirle antes de marcharme al instituto que le quería y que esperaba que me estuviera esperando con ilusión. Él sonrió, se encogió de hombros, me dijo que lo hacía siempre y me devolvió el beso.
               -Sabes que no tienes por qué venir si tú no quieres, ¿no? Es decir… no quiero que nos vuelva a pasar lo de ayer-me dijo, cogiéndome las manos, refiriéndose a la bronca que habíamos tenido y en la que yo terminé llorando (mal, Eleanor, muy mal) y largándome a todo correr de su casa.  Yo negué con la cabeza.
               -Necesitas a un Tomlinson cerca-le acaricié la mejilla y él acunó su cabeza hacia ella, prolongando nuestro contacto-. Ya sé que yo no soy exactamente al que necesitas, pero puedo hacerte de sustituta-sonreí, pero él no me devolvió la sonrisa. Acababa de recordarle que estaba fatal. Scott me miró con infinita tristeza; parecía mayor, mucho mayor.
               Yo ya había visto esa cara antes. No con esos ojos, aquello era lo único que cambiaba. Pero la mirada, el rostro… todo era lo mismo. Lo había visto en Zayn. Quince días antes de aquella publicación en Facebook que le perseguía aún hoy, 20 años después.
               Scott no era feliz. Quería morirse. Y a mí me dolía en el alma. Y no lo permitiría, por encima de mi cadáver tendría que apagarse la luz de Scott.
               Y si tenía que pasar por encima de Tommy, que así fuera. Tonta de mí, creía que era mi hermano el que estaba mejor de los dos, cuando todo apuntaba a que era al revés.
               Salí de la ducha, me puse la sudadera favorita de Scott, que le había quitado esa misma mañana, porque a él le encantaba vérmela puesta, me saqué el pelo de la capucha y me puse unos leggings. Y bajé las escaleras, con tan mala suerte de que Tommy acababa de volver del baloncesto. Estaba con mamá, en la cocina. Empujé la puerta, me afiancé la correa del bolso en el hombro, y dije:
               -Voy a ver a Scott-miré con intención a Tommy, a ver si reaccionaba. Diana debería haberle contado ya que se marchaba, y mi hermano odiaba quedarse solo, así que puede que la partida de la americana le terminara de dar el empujoncito que necesitaba (y qué asco que Tommy necesitara un empujoncito para ver a Scott, pero bueno) para ir a ver a su mejor amigo y arreglar las cosas.
               Pero he crecido con literalmente dos dioses del orgullo y del “yo llevo la razón siempre y no estoy equivocado nunca”, así que tampoco me hacía demasiadas ilusiones. Mentiría si dijera que no me sorprendía que Tommy no reaccionara.
               -¿Vas a dormir en su casa?-preguntó mamá, pelando unas patatas. Hoy le tocaba hacer la cena a ella.
               -Aún no lo sé. Ya veré.
               -Avísanos. Pásatelo bien. Da recuerdos en su casa.
               -¿No estuviste hace poco?-espetó el hijo mayor de mi madre, y yo puse los ojos en blanco.
               -Cierra la boca, Thomas-exigió mi madre en español, y mi hermano me imitó con eso de los ojos, y siguió a lo suyo.
               -Podrías venir tú también, ¿sabes? No va a pasar nada porque des tu brazo a torcer de vez en cuando-solté yo antes de poder frenarme.
               -Paso. Eleanor-me llamó cuando estaba saliendo por la puerta, mordisqueando el sándwich que se había hecho. Lo miró sin interés-. ¿Qué vais a hacer tú y Scott cuando te venga la regla?-mamá se giró y lo miró estupefacta, la verdad es que yo también me quedé bastante a cuadros con esa sobrada-. ¿Dejáis de hacerlo y entonces él viene a mí, o folláis contigo sangrando?
               En ese instante, Diana terminó de bajar las escaleras y se encaminó hacia mí.
               -No paramos de follar por muy jodida que esté yo en el coño-repliqué, y Diana abrió los ojos, preguntándose qué puñeteras conversaciones teníamos aquí-, pero gracias por preocuparte, hermanito.
               -No le deis mucho, a ver si se va a cansar de follarte antes de lo que piensas y te ves sin saber qué hacer.
               Diana miró a Tommy como si se acabara de volver verde y le hubieran crecido púas por todo el cuerpo. Mamá suspiró, sabiendo lo que venía.
               -Niños…
               -Me lo seguiré follando de todos modos, hasta que me canse yo, que para algo soy la que más disfruta corriéndose de los dos.
               Tommy se giró para mirarme, sonriente.
               -Eso es mala señal.
               -No me esperéis para cenar-le dije a mamá, recolocándome el bolso. Diana se coló entre el hueco de la puerta y mi cuerpo y abrió la nevera. Me giré sobre mis talones y estaba a punto de echar a andar hacia la puerta cuando mi maldito hermano mayor escupió:
               -Sí, que bastante empacho de comerle la polla vas a tener.
               Me volví como un resorte, de dos zancadas salvé la distancia que nos separaba, y le di tal bofetada que sentí cómo crujían los huesos de mi mano. Le di tan fuerte que conseguí tirarlo al suelo.
               Tommy salió de su sorpresa en apenas medio segundo, y me dio una patada que hizo que perdiera el equilibrio y me cayera de culo al lado de él.
               Diana hizo amago de agacharse a separarnos, pero mamá la detuvo con el brazo y suspiró:
               -Disfruta del espectáculo, Diana-mamá no se metía en nuestras peleas cuando llegábamos a las manos porque sabía que, si no sacábamos de dentro todo lo que habíamos acumulado, terminaríamos reventando en algún otro momento en que ella no estuviera en casa. Así que nos dejaba desahogarnos a hostia limpia. Y a puñetazo. Y patada. Y mordisco.
               Tommy y yo rodamos por el suelo mientras intentábamos ver quién ganaba, y parecía que él había sido el vencedor cuando se sentó en mi pecho y esquivó mis puñetazos infructuosos, luchando por quitármelo de encima y liberarme. Lo miré con odio, él me sonrió. Se estaba pensando una respuesta lacerante que soltarme cuando yo le escupí en la cara. Él levantó la mano para darme una bofetada, pero mamá fue más rápida: lo enganchó del brazo, me cogió a mí del otro y nos obligó a levantarnos.
               Y, luego, nos cogió a los dos del pelo, lo cual tenía un gran efecto en mí pero a él casi no le afectaba. Salvo en el orgullo. La humillación era inmensa.
               -¡OS VOY A MANDAR AL ZOO! ¡BESTIAS, QUE SOIS UNAS BESTIAS! ¡Eleanor! ¡Deja ya de provocar a tu hermano, estoy hasta el mismísimo coño de que vivas para putearlo!
               -¡Pero…!
               -¡NI PERO NI HOSTIAS, ELEANOR!-rugió mamá, y Tommy se rió-. ¡Y TÚ!-ladró, volviéndose hacia él y tirándole más fuerte del pelo de la nuca-. ¡DEBERÍA DARTE VERGÜENZA! ¡ERES EL MAYOR, Y DEBERÍAS DAR EJEMPLO, PERO TE COMPORTAS COMO UN PUTO BEBÉ! ¡Con quién esté tu hermana, con quién se acueste y cómo lo haga no es asunto tuyo! ¿Qué es Eleanor? ¿Es de tu propiedad?
               -¡Tiene 15 años!
               -¿Y TÚ NO FOLLABAS CON 15 AÑOS, THOMAS? AHORA ME IRÁS DE PURO Y CASTO. NO TE JODE. PUES LO MISMO PUEDE HACER ELLA. ¡Y ni una puta palabra! ¡Como si les va pegarse o atarse o lo que sea mientras se acuestan!-Diana apartó la vista, como si fuera a ellos a los que les iba atarse-. ¿Estamos?
               Los dos asentimos despacio.
               -Pedíos perdón.
               Nos miramos con odio.
               -No.
               -¿Cómo decís?
               -No-replicamos los dos en voz más alta, y nuestra serenísima madre nos soltó un bofetón a cada uno que nos iba a doler hasta el día en que nos casáramos.
               -No os oigo-Tommy y yo seguimos callados, mirándonos-. Muy bien. Eleanor, nada de ir a casa de Scott. Tommy, nada de salir de esta puñetera cocina.
               -¡Pero por qué!-gritó él, tan fuerte que me hizo daño en los oídos.
               -No quiero que te acuestes con Diana mientras te dura la jornada de reflexión.
               -¡Pero mamá, Scott me necesita, yo…!
               -¡Pues pide perdón, Eleanor!
               Miré a mi hermano con rabia. Él no se merecía que lo perdonaran. Si Scott estaba mal era por su culpa.
               -Perdón-gruñí.
               Tommy se me quedó mirando.
               -De corazón, Eleanor-exigió mamá.
               -Perdón-repetí, apretando los puños y sintiendo cómo se me formaban lágrimas de rabia en los ojos.
               -Perdónala, Tommy-Tommy se me quedó mirando-. Tommy.
               -Vale.
               -¿Algo más?
               -No-dijo él.
               -Vete, Eleanor.
               Y salí pitando de la cocina, a por mi abrigo, mientras él intentaba marcharse, pero ella lo castigaba dentro de la cocina.
               -¡No es justo, mamá!
               -¡Tampoco es justo que Amy Adams no estuviera ni nominada al Oscar por La llegada, y ahí lo tienes!
               Tommy suspiró, sacó la cabeza por la puerta de la cocina en el momento en que yo terminaba de bajar a toda velocidad las escaleras.
               -Eleanor.
               -¿Qué?
               -Perdona-susurró en voz baja.
               -¿Cómo dices? No te he oído-repliqué, acercándome a él. Iba a disfrutar con esto.
               O no. Porque mi puñetera madre siempre ha tenido predilección por Tommy.
               -¡Eleanor! ¡Deja a tu hermano!
               -¡No le he oído!
               -Perdona-escupió Tommy, y yo me lo quedé mirando.
               -Eleanor-recriminó mamá.
               -No lo ha dicho de corazón-protesté.
               -Le ha salido de dentro, cosa que no se puede decir de ti.
               -Sí, claro.
               -O perdonas a tu hermano o no sales de casa.
               -¡Vale! ¡Te perdono!
               -Y ahora daos un beso.
               -¡Tampoco nos vamos a pasar, eh, señora!-protestó Tommy, girándose hacia ella.
               -¡Que os deis un beso, me cago en mi putísima vida ya!-tronó mamá, y Tommy y yo acercamos las caras y nos tocamos las mejillas, nada más-. ¡Venga, fuera, no os quiero ver a ninguno de los dos! ¡Madre mía, cómo me estáis dejando los chakras! ¡Voy a reencarnarme en cucaracha, como sigáis en este plan!
               Corrí como alma que lleva el diablo por el barrio, más rápido incluso de lo que había vuelto a casa el día anterior. Scott estaba esperándome en la cama, deseoso de preguntarme si me parecía que era el momento oportuno para ir a hablar con Tommy y aclarar las cosas.
               Sherezade lo había despertado por la mañana con una llamada de teléfono clara y rápida:
               -Scott. En mi despacho, en el tercer cajón, tengo una carpeta de color marrón de papel. Cógela y me la traes al juzgado. Acabo de mandar a una becaria para allá. Date prisa, tenemos 10 minutos-Scott habría protestado, ¿por qué tenía él que llevarle nada si ya venía una becaria a buscarlo? Pero Sher no le dio tiempo a formular su contestación-. Ni se te ocurra venir en sudadera. Te pones una camisa-y colgó sin más, así que mi chico se tuvo que levantar como un resorte, prepararse, desayunar, y correr hacia la carretera más amplia para ganar tiempo. La becaria le dijo que era igual que su padre, porque todo el mundo que conoce a Scott o a mi hermano siente la necesidad imperiosa de descubrirles América, ¡caray, eres igual que Zayn/Louis!
               Eso ya lo puso de peor humor, pero se lo guardó para sí y saltó del coche aún en marcha (una costumbre que le va a terminar saliendo cara) para corretear por el imponente edificio en el que estaba su madre. Entró en la sala a toda velocidad, todo el mundo se giró, la primera su madre, y él se quedó clavado en el sitio, sin saber qué hacer.
               Sherezade se acercó a la barandilla del corral en el que se desarrolla el juicio, y que separa a los que están en él del público, y extendió la mano. Scott caminó por el pasillo con las mejillas coloradas y sin aliento hasta entregársela.
               -Gracias, cariño-Sher le sonrió-. Siéntate ahí, con las chicas-las becarias se apiñaron para dejar espacio a Scott.
               -¡Señoría! ¡Protesto! ¡La acusación no puede recibir documentos de alguien ajeno al proceso!-protestó la defensa.
               -Señoría, si la defensa estuviera bien preparada, sabría que todo documento aportado tanto por ella como por la acusación proviene, de hecho, de alguien ajeno a este proceso-Sher se tiró de la chaqueta del traje y le dedicó una sonrisa de suficiencia a su contrincante que dejó a su hijo flipado. Era la primera vez que la veía trabajando.
               -Señora Malik, ¿puedo preguntar quién es?-bufó la jueza en cuestión, hastiada, mientras Sher echaba un vistazo al interior de la carpeta que acababa de recibir.
               -Mi esclavo-contestó Sher, sonriendo, y toda la sala prorrumpió en carcajadas.
               -¡Orden! ¡Señora Malik, se le ha hecho una pregunta! ¡Le sugiero que no conteste con esa autocomplacencia si no quiere que informe al Colegio para que le abran un expediente!
               -Es que es mi esclavo, señoría, pero es legal que lo tenga sometido.
               -Explíquese.
               -El chico se me parece, ¿correcto?
               -¿Qué tendrá eso que ver?-bufó la abogada de la defensa.
               -Resulta que es mi hijo-Sher se volvió hacia él-, que me ha traído un documento esencial para este caso, desafortunadamente olvidado en mi escritorio la noche pasada, mientras recopilaba toda la información.
               -Que sea la última vez, señora Malik. Esto no es una guardería.
               -Se comportará, señoría.
               -Más vale.
               -Gracias, señoría.
               -Qué emocionante debe ser, ir dejándose papeles confidenciales por ahí y preparar los casos de madrugada.
               -Algunas no necesitamos de varios meses para resolver un sencillo asesinato de manual en casos de violencia de género. Nos bastamos con una noche.
               -Señoras, orden.
               -Señoría, quisiera exigir que esa contestación conste en el acta específicamente.
               -Secundo la moción, señoría, y protestaría por los demás ataques de la defensa hacia la acusación en este caso, pero lo cierto es que me vienen bien para evidenciar el poco sustento que tiene la defensa para la coartada del acusado; así que, señoría, si lo tiene a bien, me gustaría repetir lentamente mi respuesta a la acusación para que los taquígrafos pudieran tenerla bien copiada.
               La sala volvió a reírse, la juez dijo que no sería necesario, y Scott asistió con asombro a cómo su madre daba la vuelta al caso destrozaba a la defensa, consiguiendo que la juez al final apreciara la causa y elevara la pena que se había recurrido. Hasta ahí, todo bien.
               Pero Scott sabía que algo no cuadraba y que su madre no estaba tan bien como parecía.
               -Tú nunca te dejas nada en casa, mamá.
               Sher suspiró.
               -Estaba a punto de perder el caso-confesó-. Y ya sabes que yo no pierdo casos.
               -¿Por qué? ¿Es por la carpeta?
               Sher abrió la carpeta y le mostró un par de facturas de un viaje que había tenido que hacer una de sus colegas a Gales. No necesitaba para nada aquellos documentos. Pro eso estaban en una carpeta marrón, y no en una negra, las carpetas que usaba para los juicios.
               -No podía dejar de darle vueltas a que te había dejado solo, como la última vez-confesó, mirándose los pies-. Y Tommy no estaba ahí para cuidarte, y, ahora que no tenías las pastillas de Shasha, tendrías que usar algo eficaz, y no los placebos de vitaminas que tu hermana se tomaba para poder dormir.
               Scott se quedó helado.
               -¿Qué? ¿Tú lo sabías?
               -Claro que lo sabía, Scott, te vi varias veces mirando el botecito, pero me quedaba la tranquilidad de saber que no te harían nada, igual que no se lo hacían a tu hermana. Pero ahora era distinto.
               Y lo peor fue cuando llegaron al coche y escucharon los mensajes de voz de Zayn, histérico perdido porque no encontraba a Scott por ninguna parte, se había dejado el móvil y temía que hiciera alguna locura. Cuando volvieron a casa, su padre lo estrechó entre sus brazos tan fuerte que a Scott le crujió la espalda.
               -No vuelvas a hacerme esto, no se te ocurra volver a hacerme esto-le ordenó Zayn, y Scott asintió. Fue en ese momento cuando decidió que ya había sufrido bastante, que la cosa había ido demasiado lejos.
               Pero, en cuanto me vio, su resolución se evaporó.
               -¿Qué coño te ha pasado?
               -No preguntes.
               -Dime que el corte en el labio no te lo ha hecho tu hermano, y que la mano que tienes marcada en el mentón no es la suya.
               -¡Te he dicho que no preguntes, Scott!
               -¡ESTOY HASTA LOS COJONES DE ÉL!-bramó, levantándose de un brinco y poniéndose la sudadera, con tanta rabia que lo hizo al revés-. ¡VENGO AHORA! ¡VOY A CARGÁRMELO!
               -¡Tú no vas a ningún sitio, que ya me he defendido yo! ¡Eh! ¡¡Eh!!-intentó hacerme a un lado-. ¡¡SCOTT YASSER MALIK!! ¡¡TE VOY A DAR UN TORTAZO COMO SIGAS EMPUJÁNDOME!!
               -¿Qué quieres que haga? ¿Que me quede aquí? ¡Apártate, Scott, le voy a partir las piernas al subnormal de Tommy!-empezó a gritarme todo lo que le iba a hacer, y yo le cogí la cara y lo obligué a mirarme.
               -¡Scott! ¡S! S-exigí, acariciándole la cabeza-. Por mucho que me gusten estos niveles de testosterona, y me pongas muchísimo cuando te enfadas, no quiero que vayas a hacerle nada a mi hermano. Se os pasará, y os sentiréis mejor después.
               -Estoy que me llevan los demonios, Eleanor, quítate de en medio.
               Estoy que me llevan los demonios. ¡Eso es!
               Lo cogí, tiré de él, me puse de puntillas y lo besé. Surtió efecto. Igual que la primera vez. La historia se repite.
               -Quítate la ropa, S. Voy a recuperarte de los demonios.

Tommy.
Diana se va.
               Diana se va.
               Diana se va.
               Es lo único que me cruza la cabeza con cada paso que doy. Diana se va. Diana se va. Diana se va.
               Bey me ha prometido que no me voy a quedar solo. Pero yo también les prometí para siempres a Scott y Diana que al final no voy a cumplir.
               Cuando llego a la cancha de baloncesto, después de dar varias veces la vuelta y tirar para casa, diciéndome que es mejor que piense mi siguiente movimiento, y vuelva a darme la vuelta porque no tengo nada que hacer, los demás me están esperando.
               -Ya creíamos que no venías-sonríe Tam, pero se queda helada al ver mi expresión.
               -¿Qué ocurre, T?-pregunta Logan, poniéndome una mano en el hombro.
               -Diana se marcha.
               -¿Qué?
               -¿Adónde?
               -¿Cuándo?
               -¿Por qué?
               Sus preguntas no hacen más que hundirme todavía más profundo en la miseria.
               -Dice que no le gusta en lo que me está convirtiendo. Pero yo me estoy convirtiendo solo-los miro-. Vosotros no os vais a ir también, ¿verdad?
               Jordan da un brinco, como si le acabaran de pinchar con una aguja invisible.
               -¡Pues claro que no, Tommy! ¡Menudas cosas tienes!
               -Puede que esto sea la señal que estabas esperando para ir a hablar con Scott, ¿mm?-sugiere Bey, masajeándome el otro hombro. Yo pongo los ojos en blanco.
               -¿Por qué todos no paráis de mencionarme a Scott? Sabéis que yo tengo personalidad propia, ¿verdad?
               -Venga, T, si te lo decimos porque lo estás pasando fatal…
               -Pues lo pasaría peor si él estuviera aquí. No traga a Diana, nunca la ha tragado. Le gustaría que se marchara. Pues a mí me gusta que no nos hablemos, para así no tener que aguantar sus “te lo dije”.
               -Thomas, tío. Te estás pasando tres pueblos con él.
               -Tú no te metas, Max.
               -¡Me meteré si me sale del rabo!-protesta el otro.
               -Esto no va contigo.
               -Exacto, pero sois mis amigos. Los dos. ¿Por qué piensas que no te lo dijo antes? ¿Para putearte? ¿Para reírse de ti? ¿No será porque la quiere de verdad? ¡Dios nos libre, Scott enamorado!-alza las manos, y yo quiero pegarle un puñetazo-. ¿No será que está enamorado de ella y sabía que, en cuanto te lo dijera, harías lo posible por separarlos?
               -¡Tengo todo el derecho del mundo! ¡Mira cómo trata las demás!
               -¿Cómo las trata? Se asegura de que disfruten igual que él antes de irse. Se larga para que n ose hagan ilusiones, o crean que quiere algo más cuando no es así. Es el único de los seis… cinco-se corrige, mirando a Logan, que asiente con la cabeza- que hace eso. El único. Algunos no cumplimos, otros juegan, y otros dan esperanzas que luego, al final, no cumplen. Scott es el único que no las trata como objetos como en algún momento hemos hecho los demás. No se le ocurriría en su vida. Por eso tal vez tiene a tantas. Porque ellas saben que las tratará como se merecen. ¿Las has tratado tú a todas como se merecen?
               Me quedo callado. No voy a entrar al trapo. Porque no puedo y porque no quiero.
               -¿Qué te cabrea más, Tommy? ¿Que sea tu hermana, o que no te haya dicho a nada?
               -¡Que sea mi hermana!-estallo.
               -Ella también te lo podría haber dicho. Y sólo te cabreas con él.
               -También estoy cabreado con ella.
               -Por acercarse a él-Max se cruza de brazos. Quiero pegarle dos puñetazos.
               -Toda la vida fue así-replico.
               -¡Pues alégrate por ella entonces, me cago en dios! Es algo entre Scott y Eleanor. No voy a seguir aguantando vuestras gilipolleces sin poder hablar de nada porque la conversación gire inevitablemente hacia Scott, porque somos amigos y hacemos cosas juntos y vivimos cosas juntos. Me parecería de puta madre que te cabrearas con él si fuera su culpa que Megan ya no esté contigo…
               -¡Max!-protesta Karlie, escandalizada, pero él no le hace caso. Quiero pegarle ochenta puñetazos.
               -Pero no le eches la culpa de lo que no puede controlar. Bastante tiene con estar encerrado en casa él solo, sin querer hacer nada, como para que ahora vengas tú de víctima a martirizarlo todavía más. Perdona, pero no-deja la mano horizontal, estática, y sus ojos duros y fríos clavados en mí-. No voy a dejar que pisotees a la única persona que ha estado ahí para ti siempre, y que ha dejado todo lo que estaba haciendo (y tú sabes a qué “todo” me refiero) cuando supo que lo necesitabas porque no soportes la idea de que tu hermana lo prefiera antes que a ti.
               -Eres un puto gilipollas, Max-espeto, y me giro sobre mis talones, me desembarazo de las manos de mis amigos y atravieso la cancha.
               -¡Se quieren, Tommy, te joda o no!
               -¡No puedo protegerlos del otro!-bramo, volviéndome y mirándolo-. ¡No puedo cuidar de él si ella le rompe el corazón! ¡No entiendes la putada que me han hecho, Max! ¡Si lo dejan, se destrozarán, y a mí no me quedará nada!
               -¡Pues cuida de que no lo dejen, en lugar de intentarlo por todos los medios!
               -¡Que te vayas a la mierda, Max!
               Vuelvo a casa, cosa que no debería hacer, pues soy un cúmulo de tensión que va a estallar en el momento más inoportuno. Pero es que no tengo a dónde ir. Mi cabeza vaga de un lado a otro, dándole vueltas y más vueltas a todo.
               Mi hermana. Mi hermana pequeña.
               No puedo acudir a Diana. Ella se va. Tengo que resolver esto con…
               Necesito acudir a Scott.
               Pero Tommy, estúpido, el problema es, precisamente, Scott.
               Nos peleábamos por coger a Eleanor en brazos cuando éramos pequeños y Sabrae todavía no había nacido. Le hacíamos cosquillas juntos. La tratábamos como a una verdadera princesa juntos. No había niña más mimada por un hermano que Eleanor por nosotros dos.
               ¿Cuándo empezó todo esto?
               ¿La estaba preparando para lo que le esperaba?
               ¿Fue él?
               ¿O fue ella?
               Vuelvo a casa, me hago un sándwich, mamá viene a preparar la cena, y Eleanor baja a restregarme que tiene a Scott y yo no. Y no puedo soportarlo más. La provoco hasta que consigo que salte y nos desahogamos el uno con el otro. Ojalá mamá te hubiera abortado. Me importas una puta mierda, Tommy. Tócale un pelo a tu hermana, y te mataré.
               Me hace daño en la herida, pero nada comparado con lo que viene a continuación. Se marcha a casa de Scott. Yo me quedo tirado en mi cama, rezando porque a Diana se le baje algún santo y le diga que no puede dejarme así. Me meto en Instagram. Me echo a llorar. Miro fotos de ella. Pienso en lo mucho que la voy a echar de menos.
               Estoy decidiendo si llamo a Layla para contárselo todo y que ella me traiga de vuelta del terreno inestable que estoy empezando a pisar, cuando me llega una notificación.
               scottmalik17 ha subido una foto.
               Entro como alma que lleva el diablo. Es la primera que sube desde que nos peleamos.
               Estoy a un pelo de morirme, literalmente, cuando la veo. Es una foto de mi hermana, con el pelo recogido, el cuello estirado y la cabeza ligeramente inclinada, para que se vean bien sus lunares.
               Pero no es eso lo que me hace daño.
               Lo que me hace daño es la leyenda.
               “Tanto tiempo fantaseando con ser un dios, y frustrándome con mi mortalidad, y ahora prefiero mil veces ser su siervo y ser feliz. La unión de sus lunares es mi constelación favorita”.
               -No me lo puedo creer. No me lo puedo creer. No. Me. Lo. Puedo. Creer.
               Lo voy a hacer esta noche.
               Pero se va a acordar de mí. Los dos se van a acordar de mí.
               Le doy “me gusta” y preparo la mía.
               -Te vas a cagar, Scott. ¿Quieres guerra? La vas a tener.
               Busco en los grupos fotos que nos hayamos pasado de la noche de fiesta que tuvimos sin Scott. Cojo la primera que veo en la que estemos todos los que salimos, le pongo un filtro a boleo, y la subo.
               “De las mejores noches de mi vida, gracias por ayudarme a hacer limpieza”, tecleo. Y pienso un momento. Y pongo un emoji con gafas de sol. Y un corte de manga. Más claro, agua.
               Sé que Scott ve la foto en cuanto la subo. Recibe la misma notificación que yo para asegurarse de que es el primero en dejar un comentario jodiendo la obra de arte.
               tommytomlinson23 ha subido una foto.
               No tarda en darme “me gusta”. Y se desata la tercera guerra mundial. Rompemos lazos con las aldeas, nos declaramos la guerra, yo asedio sus torres de control mientras él borra los mensajes que me ha mandado. Yo lo bloqueo, limpio mis fotos de sus comentarios y me quedo mirando su perfil. Le quito todos los “me gusta” y él no tarda en hacer lo mismo.
               Me bloquea en Telegram. Yo lo bloqueo en twitter.
               Y, justo cuando creo que ya no podemos llegar a más, que no hay manera de jodernos más el uno al otro, lo hace.
               Se quita el 17 de su nombre. Y se pone un 23. Su número ya no es el 17. Lo he contaminado yo. Así que vuelve al que le pertenece por derecho. El 23.
               Me quedo mirando su perfil, estupefacto. Intento darle a “seguir” varias veces, pero siempre me da error. Le mando un par de mensajes, pero no los recibe.
               -Scott. Scott, por favor. No hagas esto. Scott. Perdona. Soy gilipollas. Scott. Scott, contéstame. Scott.
               Pero él está tirado en la cama, con el móvil estrellado contra la pared, y Eleanor acariciándole el pecho, diciéndole que no pasa nada, que sólo es una riña tonta, que lo solucionaremos.
               No vamos a solucionarlo. Todo el mundo lo sabe. Menos nosotros, hasta ahora. Menos yo. Por eso todavía respiro.
               Me echo a temblar, no paro en toda la noche, le digo a mamá que no tengo hambre y ella no insiste, está cabreadísima conmigo. Diana no baja a verme. Me odia, oficialmente. Debo dar gracias de que no adelante el viaje para no tener que verme la cara más días de los estrictamente necesarios.
               Lo único que me detiene de bajar y abrirme las venas en la cocina es el pensar en el disgusto que se llevarían mis padres si me pillaran con las manos en la masa. Por eso, cuando entran a decirme que Ash está enferma y se la llevan al hospital, yo veo eso como lo que es: un regalo del cielo, la señal de que puedo irme.
               Cojo las bolsitas de cocaína que me quedan, me levanto, cojo el móvil, me quito el 23 del nombre de usuario y bajo las escaleras. Esnifo la primera bolsa y saco un cuchillo, que se retuerce como una serpiente en mi mano. Y luego, una botella de Vodka.
               Me siento en la sala de estudios, mirando al jardín. Voy a ver las estrellas con las que me voy a mezclar. Lo que más deseo observar son las constelaciones del cielo. Quiero morirme viéndolas.
               No va a poder ser eso de morirse mirando a Scott a los ojos, los dos tan viejos que no podamos movernos y rodeados de nuestros respectivos nietos, que se tratarán como hermanos igual que nosotros. Porque nosotros ya no somos hermanos.
               Me pongo el cuchillo en el antebrazo y reúno el valor necesario. Hago un pequeño corte. Uno solo. Pero no tengo cojones a hacer más.
               No pasa nada, me digo. Por eso he traído la coca y el vodka. Puede que no tenga cojones para abrirme las venas, pero sí para palmarla de una sobredosis.
               Así que esnifo todo lo que me queda y empiezo a beber. Dejo caer el cuchillo a mi lado y me hurgo en la herida. Acaricio el charco de sangre que cada vez se hace mayor. Mi cuerpo recibe las sustancias bien, luego, protesta, luego, se vuelve loco. Pienso que voy a morir con estos malditos temblores.
               Estoy a punto de marcharme, mis pulmones no dan más de sí y tengo el corazón desbocado, cuando me doy cuenta de una cosa. No he escrito nada. No le he pedido perdón a mamá. Pobrecita, ella no se merece que yo me mate sin explicarle por qué, ni sin saber en qué he pensado mientras me iba.
               Pero sé que sabe el por qué. Y sé que sabe en qué voy a pensar, en qué pienso antes de perder el conocimiento.
               Scott y yo, sentados en el borde de la piscina de casa, los pies en el agua, discutiendo si somos hermanos, novios, o qué somos.
               No podemos ser hermanos. No compartimos la misma fecha de nacimiento.
               Así que tenemos que ser…
               … tenemos que ser…
               Mi corazón no lo soporta más. Mi cerebro no puede con tantísima información. Me desmayo. Me quedan minutos de vida.
               Y, a un kilómetro de donde estoy, sangrando y llorando y muriendo, exactamente el mismo segundo en el que yo pierdo el conocimiento, Scott Malik se despierta sobresaltado.

Eleanor
Yo no lo sabía, pero agradecería toda la vida el haber dejado el móvil sin silenciar esa noche. Cuando recogí el teléfono de la mesilla de noche, estuve a punto de apagarlo sin mirar quién llamaba.
               Pero vi un nombre familiar e importante, y descolgué.
               -¿Sí?
               -Vete a ver a tu hermano-dijo Sabrae, con la voz de Scott. Miré la pantalla. Era el número de Sabrae, pero… espera, Scott había estampado su móvil contra la pared.
               -¿Qué?
               -Tu hermano. ¿Cómo está? Vete a verlo.
               -Scott, son las 2 y media de la…
               -Eleanor, me cago en mi putísima madre, vete a ver a tu hermano-gruñó él, y yo me levanté tambaleándome. Me calcé las zapatillas y abrí la puerta de mi habitación. Fui a la de Tommy y abrí la puerta-. ¿Cómo está?
               -Durmiendo, ¿por qué?
               -Vale. Dios-Scott bufó-. He tenido una sensación horrible, como si… como si no pudiera respirar. Como si estuviera conectado a él y acabara de cortarse la comunicación. ¿Sabes de qué hablo? Es como cuando estás en una habitación con ruido, y tú no te das cuenta de que éste está ahí hasta que se acaba. ¿Tiene sentido?
               -Sí. Bueno. Gracias por llamar.
               -Siento haberte despertado, mi amor.
               -No importa. Mejor asegurarse de que está bien.
               -Mañana voy a ir-anunció.
               -Eso es fantástico, S. Mañana hablamos, ¿vale?-bostecé.
               -Sí, claro. Perdona. Que duermas bien.
               -Y tú. Adiós.
               Colgué y me quedé mirando el bulto que hacía el cuerpo de mi hermano en la cama. Cerré la puerta y me dirigí a mi habitación.
               Me detuve en seco al ver la de Dan y Ash abierta. Y la luz de la cocina encendida.
               Ellos no bajaban a la cocina a beber. Tenían una botella.
               -No-dije yo-. No, por favor, estás dormido. Estás dormido-me dije, abriendo la puerta y encendiendo la luz de la habitación de Tommy. Le sobresalía el pelo por debajo de las mantas.
               Menos mal.
               Me acerqué. Qué raro, no parecía moverse…
               -¿Eleanor?-me volví. Dan me estaba mirando-. Eleanor, a Tommy le pasa algo. No me contesta. No se mueve.
               -Tommy está aquí-repliqué, señalando los bultos pero sabía de sobra dónde estaba mi hermano.
               -Tommy está abajo-respondió Dan. Y yo corrí a la cama, tiré de las mantas, y me volví loca.
               Una almohada y un abrigo de esos que tienen pelo en la capucha, eso es lo que me encontré.
               Aparté a Dan de un empujón y salí disparada hacia la cocina. Pero Tommy no estaba allí. Se había sentado en el suelo, mirando las estrellas. Tenía un cuchillo ensangrentado al lado, un charco de sangre considerable.
               -No. No. ¡No! ¡NO! ¡TOMMY! ¡TOMMY, DESPIERTA! TOMMY, DESPIERTA, POR FAVOR-supliqué-. DAN. DAN. ¡DAN! ¡VETE A TU HABITACIÓN! ¡NO SALGAS HASTA QUE YO TE LO DIGA!
               Dan asomó la cabeza por la puerta de la cocina.
               -Vete a por mi móvil. CORRE, DAN, POR DIOS, VETE A POR MI MÓVIL. DESPIERTA A DIANA. DAN, VETE A POR DIANA-chillé, y él dio un brinco, asustado, e hizo lo que le pedía. Lo escuché correr escaleras arriba.
               Me incliné hacia Tommy y le busqué el pulso. No tenía. Dios mío, no, por favor.
               -Tommy, no puedes hacerme esto, por favor, Tommy, no te mueras, no me hagas esto, Tommy-me eché a llorar, histérica. Corrí al teléfono de la pared, lo descolgué y marqué con dedos temblorosos. Voy a perderlos a los dos en una noche. En cuanto Scott sepa que Tommy se ha… se ha… dios mío, no pro favor-. Mimi. ¡Mimi!-chillé-. Mimi, DESPIERTA A TU HERMANO, DILE QUE VENGA.
               -¿Eleanor? ¿Qué pasa? ¡En inglés, Eleanor, me estás hablando en español!
               -¡Es Tommy!-bramé, enloquecida-. ¡Despierta a Alec, Tommy está… está…!
               -¡Alec!-la escuché chillar al otro lado de la línea, y ésta se cortó. Volví junto a Tommy, lo tiré encima de mí y le acaricié el pelo.
               -No me hagas esto, por favor, te odiaré toda la vida si te mueres, Tommy, de verdad-tenía su sangre en mis manos, lo estaba empapando con mis lágrimas. Intenté buscarle el pulso, reanimarlo, pero no respondía.
               Alec llegó en moto cinco minutos después de la llamada. Llamó al timbre, y, como nadie le abrió, rodeó la casa y llamó despacio con los nudillos a la puerta de cristal.
               Cuando me vio tirada en el suelo, con Tommy cubierto de sangre encima de mí, le dio una patada al cristal y entró por su propio pie.
               -¡Joder! ¡Eleanor! ¿Tiene pulso?
               -¡No se lo encuentro!-sollocé, y Alec me apartó de debajo de él, apoyó a Tommy contra la pared, le cogió la cara y lo miró-. ¡¿Qué haces?! ¡Tenemos que despertarlo! ¡No le encuentro el pulso, Alec, ayúdame, tenemos que llamar a una ambulancia o algo así, mis padres no están en casa, estoy yo sola, Dan ha ido a por Diana…!
               -Tiene pulso-sentenció Alec. Y le regalaría a mi primogénito para que se comiera sus entrañas si quería por tal afirmación-. Poco, pero lo tiene. Tenemos que despertarlo y hacerlo vomitar-señaló la sangre-. No lo ha matado esto. Debe de haberse tomado pastillas. Ayúdame, tenemos que levantarlo-se pasó un brazo de Tommy por debajo de los hombros y empezó a arrastrarlo hacia la cocina. Lo conseguimos subir a la mesa y Alec lo puso de lado, le apartó la suciedad de la cara y le miró la nariz. Cogió un poco de líquido blanco.
               -Me cago en la puta, voy a matar a Tam-se volvió hacia mí-. ¿Tenéis jeringuillas?-asentí con la cabeza-. Necesito jeringuillas y algo parecido a la adrenalina.
               -¿Cómo voy a saber…?
               -¡Bájame la caja con los medicamentos y yo lo miraré!
               Subí como un avión y bajé más rápido aún. Alec escuchaba el latir de su corazón.
               -Está respirando solo-dijo, qué buena noticia, le daría a mis dos primeros hijos-. Ven. Voy a abrirle la boca y tú tienes que meterle los dedos en la garganta para que vomite. A ver si así se despierta.
               -¿Y si se ahoga?-pregunté con un hilo de voz. Él se quedó callado-. ¡Alec!
               -¡Estoy pensando, coño! Vale, cambio de planes. Dame la jeringuilla. Voy a pincharle algo. A ver…-cogió lo que le tendía y revolvió en las cajas. Encontró un botecito con un líquido que no había visto nunca.
               -¿Qué es eso?
               -Creo que…
               -¿Crees? ¡No podemos darle nada sólo por que tú creas que…! ¡Tenemos que llevarlo al hospital!
               -¡Si lo llevamos y lo ingresan, acabaremos con él!
               -¿Y si le damos una descarga?-pregunté, girándome hacia los enchufes. Alec entrecerró los ojos.
               -Lléname una fuente con agua. Todo lo fría que puedas.
               Hice lo que me pedía y se la tiramos por encima a mi hermano.
               Y, dios bendito, abrió los ojos y nos miró asustadísimo.
               -¡NO PONGAS ESACARA, GILIPOLLAS DE MIERDA! ¿Qué pretendías? TE VOY A CORRER A HOSTIAS-ladró Alec, pero Tommy se puso blanco, blanco, blanco-. No, ni se te ocurra desmayarte, ¡ni de coña te vas a desmayar! ¡Tienes que vomitar!-Alec tiró de él para ponerlo en pie y se lo cargó al hombro-. ¡ELEANOR! ¡ELEANOR, DEJA ESO, MÉTELE LOS DEDOS MIENTRAS ESTÁ DESPIERTO!
               Hice lo que me pedía y no me inmuté cuando sentí la bilis de Tommy subiendo por mis dedos y atravesando mi brazo. Alec me dio un empujón para no asfixiarlo mientras vomitaba, lo sujetó por los hombros y le sostuvo la frente para que no se golpeara contra la pared.
               Cuando por fin las arcadas cesaron, Alec se apoyó en la pared, se deslizó por el suelo y se quedó sentado mientras Tommy seguía luchando por respirar.
               -Yo de ti me moriría ahora-le dijo Alec, y Tommy lo miró, débil-. Vas a sufrir menos que con lo que te estoy planeando yo.
               Tommy se echó a llorar, volvió a desmayarse, “sí, sí, practica, tú practica”, le dijo Alec, y me ayudó a subirlo a su habitación. Lo dejamos en la cama y fui a buscar a Dan, que seguía aporreando la trampilla de la habitación de Diana, pero la americana estaba tan agotada que no lo escuchaba. Mejor. Así no tendría razón para no marcharse.
               Alec se quedó conmigo, a mi lado, con Tommy, hasta que volvieron mis padres a primera hora de la mañana. Ash era asmática y había tenido un ataque aquella misma noche.
               Mamá se echó a llorar como loca cuando le contamos lo que había intentado Tommy, papá también lloró, y él les pidió disculpas una y mil veces. Alec se fue con la cabeza gacha, diciendo que sentía no haber estado ahí para que a su hijo no se le ocurriera hacer eso, y nos dejó solos.
               -No me obligues a ir mañana a clase, mamá, por favor-suplicó Tommy, llorando a moco tendido-. No puedo ir y ver su asiento vacío una vez más, mamá, por favor-dijo, y mamá le dijo que no pasaba nada, que no tenía que ir si no quería.
               Fui hasta el baño, vomité, me limpié los dientes y volví a vomitar. Tommy se había dormido hacía poco, y mamá montaría guardia a su lado para asegurarse de que no le sucedía nada. Pero, antes, pudo ir a su habitación.
               -Yo le he hecho esto al niño-le dijo a mi padre.
               -No digas eso, Eri.
               -Sí lo digo, Louis, mírame las muñecas, míramelas, Louis, mira lo que tengo en ellas, esto le dice a él que lo haga, si al final se suicida es por mi culpa. Esto es genético, Louis-mamá se echó a llorar-, y él las ve todos los días, y son como una imitación, y Louis, te juro por dios que si mi hijo se muere, yo me cuelgo, no puedo vivir sabiendo que yo lo maté.
               Yo también me eché a llorar escuchándola.
               -A Tommy no le va a pasar nada-papá la cogió por los hombros-, y tú no le estás haciendo daño, amor. Nuestro hijo saldrá de esta, ya verás como es tan fuerte como lo fuiste tú.
               -Si estoy viva es por pura suerte-replicó mi madre.
               -Si estás viva es porque eres fuerte.
               Mamá se abrazó a él, siguió llorando.
               -Voy a verle-dijo, y papá la acompañó hasta la habitación. Me encontraron abrazada a Tommy, llorando, mientras él dormía plácidamente con su cuerpo recuperando la energía perdida-. Vete a tu habitación, Eleanor. Lo has hecho muy bien.
               -No quiero que Tommy se muera-sollocé, pegándome más a mi hermano.
               -No le va a pasar nada. Estamos aquí para cuidarle.
               Me separaron de él y papá me llevó a mi habitación, me tapó con la manta y me besó en la frente.
               -Estoy orgulloso de ti. Has sido muy valiente.
               Yo me lo quedé mirando. No he sido nada valiente, me habría gustado decirle. Por mi culpa, él está así.
               Sí que fue valiente, no obstante, la decisión que tomé cuando cerró la puerta. Tommy no volvería a pasar por esto.
               Dejé de llorar en cuanto lo decidí. Salvaría a mi hermano costara lo que costase.
               Como si tenía que romperme el corazón en mil pedazos.
               Voy a dejar a Scott.
              


Te recuerdo que puedes hacerte con una copia de Chasing the stars en papel (por cada libro que venda, plantaré un árbol, ¡cuidemos al planeta!🌍); si también me dejas una reseña en Goodreads, te estaré súper agradecida.😍               

PD: volved el 14 de febrero para cierto capítulo que todos estamos esperando 😉💙

28 comentarios:

  1. ESTOY EN SHOCK JODER QUÉ CAPITULO MÁS INTENSO NO ESTOY BIEN POR DIOS ME ENCUENTRO LLORANDO TE LO PUEDES CREER DIOS MIO NECESITO QUR SCOTT Y TOMMY VUELVAN A SER AMIGOS, HERMANOS LO QUE SEA PERO POR DIOS

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    1. QUEDAN DOS DÍAS DE SUFRIMIENTO, ESPERO ESTAR A LA ALTURA ESCRIBIENDO SU RECONCILIACIÓN

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  2. MI PUTISIMA VIDA ERIKA. PERO QUE COÑO TE PASA. POR QUE HACES ESTO.
    ESTOY LLORANDO A MOCO TENDIDO

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    1. Me pareció la solución más lógica, ahora sabemos quién de los dos lo ha pasado peor :( qué ganas de ponerme a escribir la reconciliación y subírosla y CHILLAR

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  3. PERO COMO XOJONES SE TE OCURRE ESCRIBIR UN CAPÍTULO ASÍ!! ME CAGOE NS MI PUTISIMA VIDA
    Soy incapaz de ver más allá de mis lágrimas en este momento porque son demasiadas las cosas que ha habido en este capítulo. Desde el corte de pelo de Scott hasta...dios Tommy me cago en la PUTISIMA. Creo que ha sido el capítulo más tenso y en el qjw más he llorado de todos y es horrible el nudo en el pecho en este momento. Lo mal que se ha sentido Tommy para dar el paso final, lo mal que se ha sentido ELEANOR al final y lo mal que sw va a dnetir Scott en cuanto se entere PORWUE ÉL LO HA SENTIDO. HA SABIDO QUE SU TOMMY NO ESTABA BIEN y...y me va a explotar la puta cabeza después de todo esto.
    Se que ha sido un capítulo completo pero no puedo dejar de pensar una y otra vez y esta última parte y en lo qie me va a costar continuar hasta que llegue el siguiente capítulo para saber que pasará con todo. EDTO ES UN SIN VIVIR

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    1. SOY MUY MALA PERSONA ARI TE RUEGO QUE ME PERDONES
      A mí me parece sin duda el capítulo más duro de la novela porque por muchas peleas que hayan tenido Sceleanor o por gorda que fuera la bronca Scommy cuando tuvo lugar, o cuando se pegaron después, no se compara a lo que es presenciar cómo LOS DOS se dan cuenta de que ya no hay vuelta atrás y ven que ya no pueden vivir la vida de antes porque les falta una mitad...
      PERO POR DIOS HABLEMOS DE ELEANOR, LO DURO QUE TUVO QUE SER PARA ELLA VER A SU HERMANO TENDIDO EN EL SUELO EN UN CHARCO DE SANGRE Y QUE ÉL NO CONTESTARA. HABLEMOS DE LO MUCHO QUE SE VA A COMER LA CABEZA PENSANDO EN CÓMO LO SINTIÓ SCOTT.
      La buena noticia de todo esto es que FALTAN DOS DÍAS PARA QUE SCOMMY SE RECONCILIEN MADRE MÍA QUÉ BONITO

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  4. SIN PALABRAS, TÍA

    NO ME PUEDO CREER QUE ACABE DE LEER SEMEJANTE CAPÍTULO NO ME PUEDO CREER QUE TOMMY LO HAYA HECHO DIOS MÍO ESTOY ABSOLUTAMENTE EN SHOCK Y LLORANDO COMO SI ACABARA DE VIVIR ALGO ASÍ DIOS DIOS DIOS NO SÉ NI QUÉ DECIRTE NECESITO MAYÚSCULAS MÁS GRANDES PARA PODER DESAHOGARME PORQUE ACABO DE LEER EL MEJOR PUÑETERO CAPÍTULO DE ESTA HISTORIA, SIGUES SUPERÁNDOTE CADA DÍA MÁS Y NO SÉ COMO ES POSIBLE

    BENDITO SCOTT SINTIENDO A TOMMY Y AVISANDO A ELEONOR, BENDITO ALEC SABIENDO QUE EXACTAMENTE LO QUE HACER, Y POBRE EL HABIÉNDOSE ENCONTRADO A T ASÍ Y SUFRIENDO POR ÉL...
    NO PUEDES MANDAR A DIANA DE VUELTA, TIENEN QUE DARSE CUENTA DE CÓMO SE NECESITAN Y TIENE QUE QUEDARSE Y AYUDAR A TOMMY A ESTAR BIEN, PERO AHORA ENSERIO NO AGUANTO MÁS SIN QUE SE RECONCILIEN, ESTO ES HORRIBLE Y LA VEZ INCREÍBLE DIOS, NO SÉ QUE VOY A HACER HASTA LEER EL PRÓXIMO CAPÍTULO

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    1. "Necesito mayúsculas más grandes para poder desahogarme" buENO YO ESTOY IGUAL, CUANDO ESTABA ESCRIBIENDO ESTABA TRANQUILA Y NADA NERVIOSA Y MUY DISTANTE CON TODO, NO LLORÉ NI NADA, ERA UNA COSA RARÍSIMA PORQUE CUANDO PASAN COSAS GORDAS SUELO PONERME FATAL PERO AHORA ESTABA COMO YO TAMBIÉN MUERTA POR DENTRO???????? PERO HA SIDO SUBIR EL CAPÍTULO Y SUFRIR DE LO LINDO PORQUE HOLA TOMMY A ESTADO A ESTO DE CONSEGUIR SUICIDARSE, Y OTRA VEZ SCOTT SALVÁNDOLE LA VIDA YO ES QUE ASÍ NO PUEDO DE VERDAD
      Lo bueno del 14 de febrero va a ser que no sólo viene reconciliación Scommy

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  5. ESTOY LLORANDO A MOCO TENDIDO ZORRA DEL AVERNO. COMO LE HACES ESTO A MI NIÑO POR DIOS. COMO.

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    1. SOY MUY MALA PERSONA ESPERO QUE LA RECONCILIACIÓN SEA LO BASTANTE BUENA COMO PARA MERECERME VUESTRO PERDÓN

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  6. Erika me cago en mi vida, reconcilia a mis hijos ya. Me da igual que Sceleanor tenga que romper, quiero a Scommy vivo otra vez joder

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  7. "-Yo no… no la he… no la he tenido. Ni creo que me la merezca.
    -Te la mereces. Y la has tenido. Yo te la di. Hace 17 años." ME HA EXPLOTADO UNA ARTERIA CON ESTO. TIANA SON HERMOSOS JODER Y TU ERES UNA MADRE SABIA,ESTÁN DESTINADOS COÑO.

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    1. Y encima a ella me la imagino sonriendo y mirándose las manos y pensando "ay no sé es que él es tan ... y yo soy tan... " ME DUELE TODO

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  8. Estoy en la puta intigra de que es eso que hizo Diana, de verdad, cada vez que lo mencionas en un capitulo no me deja dormir.
    Pd: Falta mucho para que acabe la novela Eri?

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    1. Vais a tardar todavía un poco en enteraros, pero os prometo que os vais a quedar muy en shock :3
      PD: calculo que, como muchisísisisisismo, 40 capítulos. No tengo "material" por así decirlo para tantos, pero conociéndonos a mí y a mi pasión por enrollarme y escribir siguiendo venadas, me doy ese margen de error

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  9. MI POBRE NIÑO. MIRA ESTOY LLORANDO A MARES. PODEMOS HABLAR DE QUE SCOTT LE HA SALVADO LA VIDA A TOMMY JODER. NO HA SIDO EL O ALEC HA SIDO SCOTT DESPERTANDOSE EN MITAD DE LA NOCHE SINTIENDO QUE ALGO LE FALTABA PORQUE TOMMY SE ESTABA MURIENDO.

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  10. No he visto una relación tan aposionante como la de Tommy y Scott nunca. No es una amistad, es un vínculo, un vínculo que va más allá del tiempo y del espacio. Si uno de los dos muriese el otro viviría como un muerto en vida y pediría a todos los dioses que lo enterrasen junto a él. Son como almas gemelas, como almas que vivieron hace siglos mil batallas para poder estar juntas y dicidieron que se reencarnarian en cuerpos que les permitiese llevar una relación más tranquila, una en la que no tuvieran que luchar tanto, sin saber que siempre han estado destinados a luchar en algún momento de su vida para estar juntos.
    Cumplen sin duda alguna la leyenda del hilo rojo. "Existe un hilo, un hilo rojo, que conecta a personas de cualquier parte del mundo. Todos nacemos con un hilo rojo atado a nuestro dedo sin saber que el otro extremo también está atado. A veces ese hilo no necesita tensarse mucho porque la otra persona ha estado contigo desde que naciste, otras si. Ese hilo rojo conecta a los amores eternos, a los amores profundos, a los que no conciben una vida sin el otro y que da igual cuanto tiempo pasé, siempre encontraran el camino de vuelta a casa. Porque sí, el otro siempre será su casa."
    Sí, Scommy ratifican la leyenda del hilo rojo.

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    1. "No es una amistad, es un vínculo, un vínculo que va más allá del tiempo y del espacio." ME ENCANTA ESA FRASE LA QUIERO COPIAR Y USAR EN LA NOVELA, CON TU PERMISO.
      Has dicho algo en tu comentario, Coquito, que va muy por delante de la narrativa actual. No sabes hasta qué punto Scommy van a ser importantes en el futuro, van a ser preciosos y fuertes y valientes juntos y ay, se me cae una lagrimita.
      La leyenda del hilo rojo me ha encantado, me sonaba de haberla escuchado en algún sitio pero me alegro de tener ahora un lugar en el que poder acceder a ella; muchísimas gracias por tu comentario ❤

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  11. HOLAAAAAAAAAAAAAAAAA??????????????????????!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
    sabía que tommy iba a hacerlo tarde o temprano pero no me imaginaba que fuera a ser tan intenso madre de dios
    no me gusta diana pero si a tommy le hace tanto daño que se vaya quiero se quede :(
    scott al principio ha sido un gilipollas de primera y yo ya se lo había perdonado al segundo que no se noten mis preferencias
    tommy defendiendo a las hermanas de scott se puede ser mejor hermano no lo creo
    casi lloro con s cortandose el pelo menudo pecado
    la última escena de s preocupandose por t y eleanor intentado que tommy recuperase la consciencia que agonía afu
    no quiero imaginarme a s cuando se entere de lo que ha hecho t menos mal que en el siguiente ya se perdonan llorando

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    1. HOLAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA madre mía es que en mi opinión a Tommy se le veía venir de lejos porque uf, está bastante peor que Scott bajo mi punto de vista, y al final era lógico que acabara así :( aunque en mi opinión, ha faltado salseo; estaba muy cansada terminando el capítulo y pasé por encima cosas en las que pensaba detenerme, pero bueno, había que publicarlo sí o sí porque si no me descuadraba el calendario
      DIANA ES UNA BIZCOCHA CÓMO PUEDE NO GUSTARTE ENCIMA ES HIJA DE TU FAVORITO F U E R A
      Scott es un gilipollas siempre pero como para nada es el ojo derecho de una diosa aquí presente pues se le maquilla el comportamiento
      Toshabrae va a ser endgame me has pillado
      (╭☞ ͡ ͡° ͜ ʖ ͡ ͡°)╭☞
      RIP MELENITA DE SCOTT 2016-2017 FUE PELUDA MIENTRAS DURÓ
      Hablemos de la conexión que tienen Scott y Tommy por favor yo creo que sienten los orgasmos del otro aunque estén en puntas distintas de Londres
      QUÉ GANAS DEL SIGUIENTE VERDAD QUE SÍ ME VOY A DISPARAR UN PIE PARA PODER SOPORTARLO

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  12. Me muerooooooo!!!!!!!! No puedo estar mas enganchada ❤️❤️❤️❤️❤️❤️❤️❤️
    Casi yo lloro, y eso es dificil.
    Por favor no pares nunca de escribir ❤️❤️😘

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    1. Ayyyy corazón, me alegro muchísimo de que te enganche❤ No pararé dentro de poco, eso te lo puedo garantizar ;3

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  13. Una parte de mí decía que era imposible que Tommy fuera capaz de hacerlo y que de alguna forma u otra Scott iba a llegar en el momento clímax y no iba a hacerlo. Pero no. La vida no es una fábrica de conceder deseos y esta no iba a ser una excepción y es que de verdad pensaba que iba a llegar Scott o su madre o Diana o el puñetero Obama y él recapacitaría. UF mi pobre corazón estaba a mil y en EL MOMENTO le estaba lloriqueando al móvil. Es que vuelvo a recordarlo y te prometo que la patata no me cabía en el pecho. Y para terminar de matarme el momento en el que Eri le dice a Louis que el suicidio es genético yo ya estaba en la mierda (necesitaba helado y el Mercadona no estaba abierto). Necesito que esos dos vuelvan ya por favor.

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    1. ¿De veras? Porque yo desde el primer momento en que Tommy se plantea lo del suicidio, he sabido que iba a terminar llevándolo a cabo. Todo esto se hacía demasiado grande para él, y sinceramente me parece la única solución "lógica" a la situación en la que se encontraba...
      Y LA POBRE ERI, DE VERDAD, no se perdonará en la vida lo que Tommy ha intentado porque piensa que es culpa suya (si leíste Its 1D bitches, sabes por qué). Quiero abrazarla.

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  14. DIOS MIO CUANTO MIEDO HE PASADO CON TOMMY DE VERDAD QUE TENSION Y TENIA QUE PARAR DE LEER CADA DOS POR TRES PORQUE NO VEIA DE TANTAS LAGRIMAS QUE SE ME ESTABAN FORMANDO MADRE MIA
    - Ana

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    1. EL CAPÍTULO MÁS JODIDO DE LA HISTORIA, ESTAMOS DE ACUERDO

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