jueves, 2 de febrero de 2017

Fruta de la pasión.

Os daría una tonelada de gracias por las 200.000 visitas al blog, pero, ¿qué demonios? ¡¡200.000 toneladas de gracias por las visitas al blog! Vosotras hacéis que me encante tanto este pequeño rincón de mi alma.💙

Estaba a punto de atravesar la cafetería e ir a gritarle si no tenía una pizca de vergüenza, si no le bastaba con haberse enrollado con la zorra de su ex novia, como para ahora también estar tonteando con una de sus amigas delante de mí, después de ponerse como una fiera cuando le pregunté directamente si se la estaba tirando también, cuando una melena negra se materializó delante de nosotras.
               Me había sentado en la mesa de Eleanor y sus amigas, porque las chicas de mi clase eran básicamente retrasadas y no tenían nada mejor que hacer que babear por los inútiles de nuestro curso, a cada cual más feo que el anterior. Por lo menos, Eleanor y sus amigas tenían conversaciones mínimamente interesantes, que yo estaba dispuesta a seguir.
               -Esto se les está yendo de las manos-dijo Sabrae, apartándose una de sus frondosas trenzas del hombro y mirando en dirección a la mesa que ocupaban Tommy y sus amigos. El inglés había venido de muy mal humor a casa el día anterior, habíamos tenido una bronca horrible (puede que yo la estuviera buscando, si soy sincera), habíamos echado un polvo pésimo y no nos habíamos vuelto a dirigir la palabra.
               Se suponía que él no quería que yo hablara con él, aunque yo necesitaba echarle en cara todo el daño que me estaba haciendo y más.
               Eleanor entornó los ojos, triste; no mirar en dirección a la mesa de su hermano y sus amigos le hacía olvidar momentáneamente todas las penas que la sobrevolaban como buitres a un cadáver.
               Su novio estaba expulsado.
               Su novio y su hermano, los mejores amigos del mundo mundial, no se dirigían la palabra.
               Su hermano no le dirigía la palabra a ella.
               Su hermano la odiaba.
               Su novio estaba al borde de una depresión.
               Su hermano estaba al borde de una depresión.
               Y lo único que se interponía entre la felicidad de todos, era la suya propia. Sceleanor o Scommy, ésa es la cuestión.
               Le lancé todo mi amor telepático mientras la observaba preguntar en un susurro qué pasaba.
               -Alec y Tommy tuvieron bronca ayer. De las gordas. Alec básicamente le leyó la cartilla-Sabrae suspiró-, que es lo que más le gusta hacer en esta vida. Debería hacerse camorrista profesional-puso los ojos en blanco-. Y, ¿a que no sabéis por qué se pelearon?
               -Ilumínanos-le pedí yo. Las amigas de Eleanor estaban en un silencio sepulcral.
               -Scott-informó ella, confirmando mis sospechas. Miré en dirección a los chicos. Alec le revolvía el pelo a Logan y Tommy se reía a carcajadas, sosteniendo una baraja de cartas que se estaban repartiendo a la velocidad del rayo. No sabía a qué jugaban.
               No sabía a qué jugaba el inglés tanto en el recreo como en la vida en general.
               -Pues yo no los veo muy cabreados-pinché, y Sabrae asintió.
               -Alec es imbécil la mayor parte del tiempo, pero una de sus virtudes es que sabe pedir perdón.
               -Depende de con quién-precisó Mary, y las chicas la miraron. ¿Cómo se atrevía a criticar a Alec Whitelaw, el segundo dios de aquella mini secta que veneraba a Scott Malik?
               ¿Acaso su posición como hermana del Mesías le daba derecho a ser así de cabrona?
               -Y puede que influyera el hecho de que yo le dijera que no haga más el gilipollas, que por este año ya estuvo bien-reflexionó la recién llegada, estudiando uno de los mechones de pelo que le colgaban de la trenza-. Pero no quiero que tenga más movidas.
               -Alec podrá soportarlo-la tranquilizó Mary, haciendo un gesto con la mano para restarle importancia y subiéndose las gafas.
               -Sí, pero Tommy no-se percató Eleanor, mirándose las manos. Sabrae le puso una mano en el hombro.
               -Ya sabes que adoro que mi hermano y tú estéis juntos y que no tengo problema alguno en cogerle asco a Tommy. Le tengo un poco de asco, igual que a Scott, pero porque son mis hermanos; se supone que no tengo que adorarlos.
               -Pues cuéntame tu secreto, chica, porque yo no sé todavía qué razones me da Alec para quererlo-protestó por lo bajo Mary.
               -Que está bueno-terció Marlene, y las tres hermanas de los implicados en nuestro debate la fulminaron con la mirada-. Eh, ¡lo siento! ¡Pero es la verdad! ¡Alec está como un tren!
               -Aléjate de mi hermano, sucia víbora.
               -¿Qué sugieres, Saab?
               -Le he dicho a Al que se deje de meter mierda y trate de interceder por los dos, pero él es…-buscó la palabra.
               -¿Subnormal? ¿Imbécil? ¿Irrespetuoso? ¿Machista a más no poder?
               -Vale ya, Mary-Eleanor le dio un manotazo en la mano, pero la pelirroja continuó.
               -¿Cabrón? ¿Chulito? ¿Terco como una mula? ¿Cabezota? ¿Cínico? ¿Prepotente?
               -Terco-eligió Sabrae. Mary la miró por encima de sus inmensas gafas de montura fina como un hilo y cristales redondeados.
               -¿Seguro que no quieres usar más de los adjetivos que acabo de poner a tu disposición?
               -Es que yo no veo así a tu hermano.
               Mary chasqueó la lengua.
               -Quizá necesites gafas.

               -El caso-Sabrae se atusó el pelo-, es que tenemos que intentar acercar a los chicos.
               -Tommy no me escucha.
               -Eres su hermana, El.
               -No, literalmente, Tommy no me escucha. Apenas me dirige la palabra, y menos desde que pasé el sábado en tu casa. Para él es como una especie de traición.
               Todos los ojos se volvieron hacia mí.
               -No-crucé las piernas, me crucé de brazos, negué con la cabeza-. No, ni de coña, no pienso hablar con Tommy. Bastante hago que no le vomito en la cara cada vez que lo veo. No puedo hablar con él.
               -Pero, Diana, tú le quieres-protestó Eleanor, cogiéndome la mano. Sabrae echó un vistazo en dirección a la mesa de los chicos.
               -Sí, bueno, quería a la versión de él que era antes de que yo volviera de Nueva York. La nueva no me gusta tanto-torcí el gesto, impidiendo que el mar de recuerdos me engullera viva. Criaría cola, si hacía falta; me convertiría en sirena y nadaría a toda velocidad hacia la superficie. No podía pensar en lo que pasó ayer, cuando salí de su habitación desnuda y herida.
               Tanto física como psicológicamente.
               -No obstante, puedo pedírselo a Lay…
               -Layla ya tiene bastante con lo suyo, de esto tenemos que encargarnos nosotras.
               -¿Por qué es eso? Quiero decir, los dos son mayorcitos para decidir si quieren o no seguir siendo amigos. No sé, quizás alguien que no esté de acuerdo con que tu novio te quiera no se merezca estar cerca de él, Eleanor-me encogí de hombros-. Yo nunca he tenido novio, pero me imagino que así es como tienen que funcionar las cosas.
               -Si nunca has tenido novio, ¿quién es el chico que está sentado en esa mesa, contando las chapas de las botellas como si fueran fichas de póker?
               Me giré y me encontré con los ojos más azules y bonitos que había visto en mi vida. Tommy notó mi mirada y también alzó la vista. Nuestros ojos se encontraron un momento y literalmente saltaron chispas.
               Y más que chispas.
               Antes de poder evitarlo, estaba de nuevo encima de él, cabalgándolo con rabia, ignorando cómo me sujetaba por las caderas para pegarme más a su cuerpo, como si detestara tenerme encima pero no pudiera parar precisamente ahora que estaba tan cerca. Recordé cómo se vaciaba en mí, la misma sensación de presión en la parte baja del vientre y el ardor en el estómago mientras la bilis se iba condensando allí para subir a toda velocidad, como un géiser. Cómo luché contra mi propio cuerpo, cómo lo miré a los ojos, le supliqué que volviera conmigo y le ordené que me dejara marchar, cómo le odié y lo amé, cómo le arañé la espalda y le mordí los labios hasta casi hacerle sangre, cómo me rompí.
               Cómo recogí mi ropa y fui corriendo al baño, desnuda, a vomitar. Exactamente igual que me había pasado la primera vez que estuve con un chico. Cómo me desplomé en el suelo y me eché a llorar a lágrima viva, por qué a mí, por qué ahora, por qué con él, por qué así, cómo me abofeteé, me dije que era Diana Styles, que tenía que comportarme como tal, y subí las escaleras hacia mi buhardilla, ignoré sus gemidos en el piso de abajo y me encogí cuando le escuché abrir la puerta de su habitación. Si viene hacia mí, estoy perdida. Si viene a verme, no voy a poder decirle que no. Pero no quiero, ahora no, por favor, ahora no.
               Sentí cómo todos los ojos de las mesas se clavaban en mí, a la espera de que yo hiciera algo. Seguro que Tommy ya les había contado a sus amigos lo malísima persona que soy, lo bruja, lo perra, lo todo.
               Yo no había visto la utilidad de ir contando mis penas por ahí. No había necesidad. Los problemas con Tommy eran eso: de él y míos.
               Continuamos mirándonos, no sabría decir con qué emoción, hasta que él no lo soportó más y rompió el contacto visual. Agachó la cabeza de nuevo y se concentró en las chapas, como si fuera a obtener dinero de verdad con ellas. Iba a volverme un segundo antes de lo que finalmente lo hice, pero Bey le colocó la mano en el antebrazo y se la apretó con cariño, en un gesto íntimo y dulce que me molestó muchísimo, la verdad. Aunque no tanto como la sonrisa que le dedicó él.
               Joder, chico, que está todo el instituto delante, por lo menos ten un mínimo de decoro.
               -¿A que jode, americana?-se burló una voz asquerosa, a cuya dueña sí que le vomitaría en la cara. Eleanor puso los ojos en blanco y se apartó un poco, evitando que Megan la tocara, tanto con su pelo como con sus manos, cuando la pelirroja se inclinó sobre su silla, entretenida por mi combate visual por su ex novio-. Cuando te reemplazan. Tranquila, que las ganas de morirte se pasan pronto-me guiñó un ojo.
               -¿A ti quién coño te ha dado vela en este entierro?-escupió Eleanor, mientras Sabrae fulminaba con la mirada a Megan. Eran buenas Tomlinson y Malik, respectivamente.
               -¿Es lo que te sucedió a ti con él? Qué lástima, si yo me hubiera perdido una polla como la suya, creo que me suicidaría-hice un puchero, pero eso no le afectó a la pelirroja.
               -Tesoro, si tanto le echas de menos, vete ahí y móntatelo con él. Prometo no mirar demasiado.
               -Estoy muy bien servida, gracias.
               -¿Estás segura? Porque yo sé tirar de las fibras sensibles de Tommy, sólo tienes que pedírmelo-las perras de sus amigas se echaron a reír-. Es más, ¿qué coño? Voy a ir a recuperarlo sólo para ti, para que luego digan que las pelirrojas somos todas unas zorras-y se levantó con todos sus huevos, se subió un poco la falda de tubo negra que traía (los de último curso no tienen que venir de uniforme, algo que las inglesas aprovechaban para darles verdaderas patadas a los diccionarios de moda) y se encaminó con paso decidido en dirección a la mesa de mi inglés.
               Te juro por dios que, como lo tocara, rodarían cabezas.
               Me eché a reír, la ignoré deliberadamente y di un sorbo del zumo de una de las amigas de Eleanor, que no protestó (nunca se los terminaba) para así tener una excusa para darle la espalda a Megan y así no tener que ver cómo se inclinaba hacia Tommy, le ponía una mano en ese robusto hombro suyo, le susurraba al oído algo y se contenía para no morderle la oreja y hacer que él se corriera allí mismo.
               Me lo trajo al lado.
               Me lo trajo, joder.
               Megan se sentó en su sitio con una sonrisa de suficiencia mientras Tommy me miraba.
               -¿Qué?-dijo solamente, y yo lo escaneé con los ojos, alcé las cejas y miré en otra dirección-. ¿Qué coño pasa, Diana?
               Sonreí.
               -¿No te cansas de ser el perrito faldero?-acusé. Sabrae se llevó las manos a la cabeza.
               -Pero, ¿yo qué te acabo de decir, Diana?
               -¿Perrito faldero, yo?-espetó él, incrédulo-. ¿He sido yo el que ha mandado a alguien ir a la otra mesa para poder hablar?
               -Además de lameculos, imbécil; no me extraña que Scott te la pegara tanto tiempo con Eleanor.
               -¡Diana!-protestó Eleanor, pero su hermano fue más rápido que ella captando mi atención. Me agarró de la muñeca, tiró de mí para ponerme en pie y me arrastró fuera de la cafetería, a un rincón apartado, lejos de miradas indiscretas. Me soltó y se volvió hacia mí.
               -¿Qué cojones te pasa? ¿Ni siquiera puedo tener una puta mañana de descanso contigo? ¿Qué es lo que quieres ahora?
               -¿Por qué haces todo lo que te pide cualquiera, pero cuando yo te pido una única cosa eres incapaz de concedérmela?
               -¿Ahora de qué coño estás hablando?
               -¡Te pedí que me fueras fiel!
               -¡Me pediste que me acostara con Layla si hacía falta!
               -¡Eso es serme fiel!
               -¡Tienes una concepción muy chunga de lo que es ser fiel, tía! ¡La gente no es fiel follándose a medio equipo de béisbol!
               -¡Tú me diste permiso para ello!-grité, sintiendo cómo los ojos empezaban a arderme. Ni de coña iba a llorar delante de él.
               -¡Y tú a mí también!-bramó, pasándose una mano por el pelo-. ¡Joder, Diana, se supone que las relaciones son algo bidireccional, no voy a estar yo solo dando todo el tiempo!
               -¡Todavía estoy esperando a que tú me des nada!
               -¡Te lo daba todos los días! ¡¿Qué se supone que me has dado tú, eh?! ¿Qué coño me has dado tú, aparte de gritos y reproches desde que volviste?
               -¡Te di todo lo que tenía, gilipollas! ¡Te di mi ciudad! ¡Te di mi puto corazón! ¡Volví para estar contigo, y tú estabas aquí esperándome con los besos de otra todavía por el cuello! ¡HAY QUE SER SINVERGÜENZA!
               -¡ESO YA ME LO DIJISTE! ¿QUÉ ES LO QUE BUSCAS, DIANA?-me cogió de los hombros-. ¿QUÉ ES LO QUE QUIERES? ¿QUIERES QUE ME MATE PARA DEMOSTRARTE QUE ME ARREPIENTO? ¿ES ESO? ¿QUIERES QUE ME SUICIDE PARA QUE VEAS LO MUCHO QUE ME ESTÁ MATANDO?
               Me lo quedé mirando. A él también le brillaban los ojos. Me soltó y yo volví a poder respirar. Me alejé de él y cerré los ojos, puse los brazos en jarras, me aparté el pelo de la cara y negué con la cabeza. Él se pasó las manos por el pelo, entrelazó los dedos en la nuca y bufó, dándome la espalda. No soportábamos mirarnos. Había recorrido 5500 kilómetros para verlo, y ahora no soportábamos mirarnos.
               -Es mentira.
               Él suspiró.
               -¿El qué es mentira, Diana?
               -Que te arrepientes. No lo es. Si te arrepintieras, no estarías como estás con Bey.
               -La madre que me parió-bufó, con las manos juntas sobre su boca, como si rezara-. A ver, ¿cómo estoy con Bey?
               -Acarameladito total. Pareces el del museo cuando estás con ella. O… no sé. Parece que estuvieras con Layla.
               Entrecerró los ojos.
               -O sea, que todo esto es porque me acosté con Layla. Joder, me están saliendo caros, los dos empujones de mierda que di dentro de ella.
               Me lo quedé mirando, ojiplática.
               -Me dijiste que no habías… que no… Dios-bufé. Él también me miró, rendido. A la mierda, iba a llorar delante de él, a la mierda.
               -Didi.
               -No, joder, ni Didi ni hostias, ¡ni Didi, ni hostias, Thomas! Eres un…
               -Didi, por favor, no me llames así, hace meses que no me llamas así-me suplicó, pero yo no le hice caso.
               -¡Eres un puto mentiroso, joder, y luego hablas de Scott, la madre que te parió! ¡Me dijiste que no habías hecho nada con ella, ME DIJISTE QUE NO HABÍAS ESTADO ASÍ CON ELLA, ME DIJISTE QUE NO PUDISTE PORQUE TE RECONCOMÍA LA CONCIENCIA, PERO, ¿QUÉ CONCIENCIA, THOMAS? ¡TÚ NO TIENES CONCIENCIA! ¡Y LUEGO TIENES LA POCA VERGÜENZA DE CRITICAR LO QUE HACE SCOTT, CUANDO ÉL POR LO MENOS SE ACUESTA CON LA CHICA A LA QUE QUIERE!
               -No quería preocuparte, Didi, y no digas eso de nosotros, por favor-me cogió de las manos, pero yo se las solté-. Diana. Diana, deja de llorar. No llores. Joder, Diana, no llores, por favor, sabes que no iba en serio, sabes que te quiero, sabes que lo hice para que no te disgustaras… no quería que estuvieras mal, tú sola, en Nueva York.
               -Yo no estaba sola en Nueva York, Tommy. Donde estoy sola es aquí.
               Me cogió la mano, en sus ojos podías ver cómo se iba resquebrajando por dentro.
               -No digas eso. Yo estoy aquí. No estás sola.
               -Llevo toda la vida sola, ¿por qué iba a ser ahora diferente?-acusé, zafándome de su mano-. Al menos admítelo. Admítelo que te gustó estar con ella. Que hubo un segundo en que sólo estabais vosotros dos. Así podremos dejar de fingir que tenemos todavía un mínimo de confianza en el otro.
               Llevaba los hombros tan hundidos que parecía que hubiera cargado sobre ellos el peso del mundo al completo. Podría ser así, de no tener yo ese peso en el pecho. No podía respirar.
               -Yo sigo confiando en ti. Sigo estando ahí para ti.
               -¿Y yo no estoy ahí para ti?
               -Joder, ¿lo estás, Diana?-acusó, yo negué con la cabeza.
               -Estaría, si me necesitaras. Pero tienes chicas de sobra que estén pendientes de ti; no necesitas otra más.
               -¿Sabes lo que me duele que me digas eso, estando como estamos?
               -¿Y tú sabes lo que me duele que tú estés tan felizmente con ellas, estando como estamos? Pero mira… eres libre de hacer lo que quieras, ¿no? Deberíamos dejar de engañarnos. Que yo viniera aquí fue un error desde el principio. Todavía no sé cómo he sido tan estúpida de querer volver. Todavía no sé cómo soy tan imbécil de seguir queriendo acostarme contigo a pesar de todo lo que me haces.
               -¿Yo te hago daño? ¿Quién ha elegido la peor semana de mi puta vida, en la que no me hablo con Scott, para montarme todos los pollos que no me montó desde que me conoció?
               Negué con la cabeza.
               -No puedo seguir. No así-alcé las manos-. No voy a dejar que te hagas la víctima, Thomas. Todo esto te vino porque te lo buscaste.
               Me giré sobre mis talones y le di la espalda, por lo que no pude ver con qué cara de asco, tanto hacia mí como a sí mismo, me miró antes de escupir:
               -¿Tú de verdad te piensas que es casualidad que te hayan mandado a Inglaterra castigada, y que lo pases mal aquí? ¿No se suponía que ése era el objetivo?
               Me volví para mirarlo, a punto de girar la esquina.
               -Creo que es buena idea eso de que no nos dirijamos la palabra.
               -Yo prefiero no hablar contigo, a tener que hablar así.
               Asentí con la cabeza.
               -Pues decidido.
               Y me fui sin mirar atrás. No volví la cabeza cuando él pasó detrás de mí para ir a sentarse en la mesa de sus amigos. Tommy ya no era problema mío.
               O eso me quería hacer creer a mí misma, porque lo cierto era que la presión en el pecho que estaba sintiendo al saber que, si me giraba y lo miraba, no encontraría nada más que vacío de acero en unos ojos que antes lo habían sido todo para mí, unos ojos oceánicos que me habían hecho volver a este minúsculo país en que me encontraba.
               -No puedo hacerlo, Eleanor-me disculpé, negando con la cabeza y limpiándome rápidamente un par de lágrimas indiscretas que todavía no habían terminado de deslizarse por mi rostro, como me gustaría que se hubieran deslizado los dedos de su hermano, tranquilizándome, calmando mi rabia y haciéndome ver que Megan era un desliz, que yo era su vida, y no al revés-. Lo siento, Eleanor, yo, no puedo…-me eché a llorar, me odié muchísimo a mí misma por mostrarme débil y vulnerable delante de toda aquella gente que aún no había decidido cuál era mi lugar en su jerarquía. Si hasta hacía poco había estado escalando, a punto de encontrar la cima, ahora surfeaba por encima de una avalancha y no era capaz de mantener la cabeza por encima del nivel de nieve y respirar.
               No sé si la zorra pelirroja me estaba mirando, me daba lo mismo si Bey y los demás me estaban contemplando con estupefacción, o la lástima que se reflejaba en los ojos de aquellas crías que ahora eran mi nuevo grupo de amigas: necesitaba a Zoe, que ella viniera y me dijera que Tommy no me merecía, aunque fuera mentira y la que no se lo mereciera fuera yo a él, aunque fuera verdad y yo no pudiera ver que él ya no era lo que yo había pensado; pero, sobre todo, necesitaba que Tommy viniera, me abrazara por la espalda, me besara en la mejilla y me susurrara al oído que todo iba a salir bien.
               Cosa que no sucedió.
               Pero su hermana no me defraudó; Eleanor se levantó, rodeó la mesa y vino hacia mí. Me cogió las manos entre las suyas y me hizo mirarla.
               -Didi-murmuró, y yo la detesté por usar ese nombre que sólo debería usar Zoe; nadie en Inglaterra merecía llamarme así-. Didi, mi hermano es un capullo y un imbécil, pero él te quiere. No te preocupes. Sea lo que sea que te haya dicho, no iba en serio.
               -No puedo ir a hablar con él-dije, y ella asintió.
               -No importa. No te preocupes. Esta no es tu guerra.
               -No puedo hacerlo, Eleanor-gemí, y ella me rodeó la cabeza con sus brazos y me la acunó contra su pecho-. Quiero a tu hermano, adoro a Tommy, pero odio al monstruo en que se está convirtiendo.
               -Yo también, Didi. Yo también.
               Sabrae torció la boca, mirando en dirección a la mesa de los chicos.
               -Vete si quieres-le dije, pero ella negó con la cabeza.
               -Vamos, buscaremos un sitio más tranquilo por si quieres hablar.
               -Créeme, Sabrae, no voy a poder pasar por nuestra discusión otra vez.
               -Podemos hablar de cualquier cosa. No tiene por qué ser de Tommy. Seguro que en tu vida hay más cosas que él-sonrió, tendiéndome la mano, y su sonrisa blanquísima se amplió cuando yo se la acepté. Eleanor me besó la cabeza, las chicas se levantaron y me llevaron hacia algún rincón apartado del instituto. Tuve la suerte de que no se les ocurriera llevarme al lugar en el que me había peleado con Tommy, no habría podido soportarlo.
               Mary y Eleanor iban a ir al centro a dar una vuelta esa tarde, me invitaron a ir de compras con ellas, pero yo me negué. Tenía la sensación de que era una especie de ritual entre ellas dos, y no me sentía con derecho a estropearlo. Además, tampoco tenía fuerzas.
               Haría lo que hacíamos Zoe y yo cuando una de las dos teníamos un mal día en Nueva York: ir al salón de belleza más caro que encontrase en la ciudad y pasarme media tarde allí metida, dejando que las esteticien me torturaran como gustasen. Que me pusieran piedras calientes en la espalda para liberar tensión, que me echaran potingues que olían fatal por el cuerpo para limpiarme los poros, que me llenaran de cera caliente que luego retirarían entre mis gritos…
               … todo sería mejor que tener que soportar un minuto más encerrada en mi habitación, echando de menos a mi inglés, preguntándome si él me echaría de menos, decidiendo si debería bajar a verlo o por el contrario debería esperar a que viniese él, cogiéndome asco por mi paciencia, y también por mi impaciencia.
               Así que me enfundé en mi mejor par de vaqueros, cogí el bolso más grande que me había traído de Nueva York, metí un montón de tonterías dentro de él (hasta un libro), y bajé dando brincos las escaleras de mi buhardilla, con tan mala suerte que me di de bruces con Tommy, que subía arrastrando los pies con un bol de cereales repleto hasta arriba de leche en la mano. Nos quedamos mirando un momento. Él miró mi bolso, mis vaqueros, mis zapatillas y mi camiseta blanca; yo miré su bol, sus pantalones de chándal, su camiseta de tirantes, su chaqueta también de chándal, y sus pies descalzos. Nos miramos con muchísima tristeza, cosa que hizo que estuviera a punto de quedarme.
               Tommy suspiró, se hizo a un lado para dejarme pasar, y continuó subiendo las escaleras. Sus ojos no volvieron a posarse en mí. Casi hasta lo agradecí.
               Me asomé a la pequeña estancia con vistas al jardín, donde Erika tecleaba en su ordenador. Me miró por encima de sus gafas.
               -Me voy al centro.
               -¿Hoy te toca entrenar?
               -No, voy a teñirme-dije, revolviéndome el pelo para que viera lo sospechosamente poco rubias que tenía las raíces. Estaba a un par de días de que se empezara a notar que yo no había nacido con esa melena dorada, que el oro de mi cabello era comprado y no natural.
               -¿Quieres que te acompañe Tommy?
               -¿A teñirme?-espeté, antes de poder frenarme, y ella sonrió.
               -No, al centro.
               -Es igual.
               -Como quieras-dijo, y volvió a su ordenador, lo cual interpreté como una despedida. Yo tampoco le dije adiós. Me fui a la parada de bus más cercana y me senté a esperar a que llegara, abriendo el libro que había rescatado de mi habitación.
               Apenas había leído dos páginas cuando una chica familiar se sentó a mi lado, en el banco.
               -¿Vas al centro?-preguntó Bey, y yo asentí. No le dije nada más, volví a mi libro, y noté sus ojos posados en mí mientras se preguntaba qué bicho le había picado a la americana-. ¿Diana? ¿Estás bien?
               -Perfectamente.
               -¿Quieres hablar de lo que pasó esta mañana?
               La miré de soslayo.
               -¿Contigo?
               Miró en derredor. Puñeteros ingleses pretenciosos, intentando hacerse los graciosos cuando no tienen ni pizca de sangre en las venas. Ugh.
               -Yo no veo a nadie más por aquí.
               -No, gracias.
               -¿Por qué estáis tan mal Tommy y tú?
               -He dicho “no, gracias”.
               Hizo una mueca, cruzó las piernas y balanceó su pie a un lado y a otro. Miró su móvil, lo desbloqueó, respondió a un mensaje, me miro, o volvió a bloquear y se cruzó de brazos.
               -¿Qué estás leyendo?
               Bufé.
               -¿No tienes nada mejor que hacer que venir a molestarme? ¿Como, por ejemplo… no sé, zumbarte a Tommy otra vez?
               Abrió tantísimo los ojos que, a su lado, su melena afro parecía minúscula. Era como si el tamaño de su cabeza no hubiera variado, pero sus rasgos tuvieran que reestructurarse.
               -¿Tommy y yo?–inquirió, y se echó a reír, histérica. Se dio una palmada en los glúteos y continuó descojonándose en mi puta cara. Cerré el libro de un golpetazo y estuve a punto de marcharme; estaba considerándolo seriamente cuando, por fin, ella se calló. Me miró y se le borró la sonrisa de la boca-. Ah, ¿es en serio?
               -No lo sé, Bey. Dímelo tú. Joder, chica, creía que éramos más o menos amigas. Vale que no nos conocemos mucho, pero, no sé, eso de follarte al novio… bueno, ex novio de una amiga apenas han cortado, me parece mal incluso a mí, que soy la mayor zorra que ha visto este planeta.
               -Yo no creo que seas una zorra, Diana.
               -Tengo mis referencias. Pero no te me salgas por la tangente. ¿A ti te parece normal?
               -Entre Tommy y yo no hay nada-me aseguró, inclinándose hacia atrás-. De verdad. Sólo somos amigos.
               -Sí, “sólo”-puse los ojos en blanco.
               -Es verdad. Él es como un hermano para mí.
               -También Scott era como un hermano para Eleanor, y mira cómo se lo tira.
               -Es diferente.
               -¿En qué? ¿En la edad?-acusé, frunciendo el ceño.
               -En todo. No sé-se encogió de hombros-. Pero te garantizo que entre T y yo no hay absolutamente nada más que amistad. Yo no podría hacer eso, por dios-se pasó una mano por la cara-, incluso aunque él estuviera por la labor, cosa que no es así, yo no sería capaz–aseguró.
               -¿Por qué debería creerte?
               Me miró con sus ojos oscuros. Era la noche del espacio contra la jungla del amazonas.
               -Porque sabes de quién está enamorado Tommy en realidad.
               -Sí, de la zorra pelirroja.
               Bey puso los ojos en blanco.
               -Megan está superadísima, créeme.
               -Siento discrepar.
               -No seas estúpida, Diana. Se nota a leguas que Tommy te quiere a ti.
               -Pues los ingleses lo disimuláis muy bien. Cuando a mí me gusta alguien, no me tiro a mi ex. Son reglas básicas de coherencia, hasta un tonto puede seguirlas-me encogí de hombros.
               -Tommy…
               -… se folló a la zorra pelirroja en mi ausencia, y yo tengo que poner buena cara y hacer como que me da igual, según tú, ¿no? Pues paso de tus trucos morales, Bey. Me duele muchísimo que se la haya tirado, pero por lo menos ahora sé cuál es mi lugar con él.
               Me esperaba que me siguiera el juego, que me preguntara cuál era ese lugar para que yo pudiera responderle “encima de él”, echarme a reír y no volver a cruzar palabra con ella hasta que llegara nuestro autobús.
               Pero no lo hizo, los ingleses son así: criaturas extrañas que se te escapan entre los barrotes de la jaula perfectamente fabricada para retenerlos.
               -Y, ¿no crees que a él le duele que tú creas que tu lugar a su lado ha cambiado por lo que os ha pasado?
               Puse los ojos en blanco.
               -¿Me vas a salir tú también con lo del equipo de béisbol, o eso no te lo ha contado?
               -Nos ha dicho que te acostaste con más chicos estando en Nueva York, y sabemos que lo pasaba muy mal porque… coño, lo veíamos, Diana. Estaba destrozado, pero no sabes la ilusión que había en sus ojos cuando hablaba de ti, cuando nos decía que habías adelantado tu llegada o que te iba a regalar tal cosa cuando volvieras…
               -Cosa que no sucedió, puede que estuviera demasiado ocupado tirándose a su ex como para prepararme ningún regalo.
               Bey me miró con tristeza.
               -Siento que pienses que para Tommy eso significó tanto.
               -¡Ahora pretenderás hacerme creer que no fue así!
               -¿Quieres saber qué es lo primero que le dijo a Scott cuando le contó lo de Megan? “No puedo creerme que haya sido tan cabrón de hacerle esto a Diana”. A Diana. No a Megan. Tú le importas muchísimo más que ella.
               -¿Cómo puedes saber lo que le dijo a Scott? Supuse que estaban solos cuando…
               -Él fue derechito a casa de Scott, como buenos amantes que son en secreto-Bey se envaró-. Scott se lo contó hace poco a Alec, y Alec me lo contó hace poco a mí. Joder, Diana, es que es surrealista-se echó a reír-. Perdona, chica, pero… vaya, menuda imaginación tienes. Que pensaras que me estoy tirando a Alec, pues… vale, pero, ¿a Tommy? ¡Madre mía, si ni siquiera me gusta!
               Que pensaras que me estoy tirando a Alec, vale, pero, ¿a Tommy? ¡Si ni siquiera me gusta!
               ¡Ni siquiera me gusta!
               ¡NI SIQUIERA ME GUSTA!
               -¿Es en serio?-inquirí. Bey asintió.
               -O sea, Tommy me encanta, lo adoro, pero lo único a lo que le quiero hacer el amor son a sus manos, y por lo bien que cocina. Dios mío, ayer nos preparó a mí y a mi hermana una cena-se besó los dedos unidos-. Chica, ese chico tiene un don. Si yo fuera tú, le obligaría a cocinarme todos los días. Y le pagaría en especie. Ya me entiendes.
               -Sí, la verdad es que Tommy cocina genial-me miré los pies.
               -¿Es cariño lo que noto en tu voz?
               -No te pases-advertí. Ella me dio un codazo.
               -¿Por qué no lo habláis? Lo de Megan, quiero decir.
               -No es tan sencillo. Él se pone a la defensiva en cuanto yo saco el tema.
               -Vale, o sea, que no es sólo Alec el que es imbécil. Les viene de fábrica.
               -Supongo-consentí.
               -No le des mucha guerra, ¿mm? Pero defiéndete si se te pone chulo. Hay que ponerlos en su sitio-Bey puso morritos-. Como les dejes un poco de cancha, los cabrones te dejan sin nada. Les das la mano y se te llevan el brazo entero.
               -Eso antes solía encantarme-susurré, y ella sonrió. Me dio un beso en la mejilla, me dijo que todo iba a pasar, y nos subimos al bus. Yo me bajé un par de paradas antes que ella, y me metí en el salón de belleza aún con las gafas de sol puestas. La aburrida recepcionista no me dedicó la más mínima atención mientras me acercaba a su mostrador de algo muy parecido al cristal. Continuó limándose las uñas, hablando por teléfono y mirando la pantalla de su ordenador mientras masticaba un chicle sonoramente.
               -Espera un momento, tesoro, tengo trabajo-dijo al teléfono-. Bienvenida, ¿tiene cita?
               -Tenía la esperanza de que me pudieras hacer un huequecito.
               -Qué lástima, estamos al completo, ¿tiene algún momentito libre la semana que v…?-empezó, pero yo me quité las gafas de sol y me las puse de diadema. La chica se quedó tan impactada que casi sentí en mi propio pecho cómo su corazón se detenía-. Joder, ¡bienvenida, señorita Styles! ¡Claro que tenemos un hueco para usted! ¡Lo que quiera! ¡Gemma! ¡GEMMA!-bramó, levantándose de su silla de cuero y yendo hacia las profundidades del local-. ¡Prepárame la cabina 3! ¡Y déjame un sillón de pedicura para libre! ¡Caliéntame el…!
               -Todavía no te he dicho qué es lo que quiero que me hagáis-le dije, siguiendo a la recepcionista, o la que supuse que sería la dueña del local, porque eso de ponerse a gritarles órdenes a las demás no me parecía muy de estar en la parte más baja del escalafón.
               Todo el mundo, literalmente todo el mundo, se me quedó mirando. Sólo una señora de pelo blanco, que parecía estar tiñéndose de aún más blanco, me miró un segundo por encima de su revista y continuó pasando páginas. Me hice fan de ella.
               Especialmente porque estaba leyendo una revista en la que me hacían un reportaje precioso, de bañadores en la costa de Miami. Me habían puesto un bañador blanco con estampado de sandías que me había terminado quedando. Incluso lo había traído a Inglaterra, porque, ¿quién sabía si me iban a invitar a alguna fiesta de playa en el helado invierno inglés?
               La recepcionista (Alison) me escuchó con atención, asintió con la cabeza, le ordenó a Gemma que estuviera pendiente de la recepción y me llevó al fondo del local. Me limpió los poros, me exfolió, me masajeó la espalda (sospeché que me habría besado los pies si se lo hubiera pedido), me echó una crema deliciosa, de kiwi, por las piernas, me hizo una limpieza facial con una mezcla de maracuyá y melocotón, me tiñó el pelo con exactamente el mismo color que me ponían en Nueva York (no me sabía de memoria mi número de la seguridad social, pero ya te digo que el compuesto del tinte que me ponían en mi peluquería favorita de Nueva York te lo puedo recitar hasta en ruso), me ayudó a poner a Tommy a vuelta y media (lo necesitaba muchísimo), alabó los cambios que había sufrido mi cuerpo (vaya, gracias), me felicitó por mis últimos desfiles antes de venir a su país, me arregló las puntas del pelo y me echó un spray que hizo que brillara incluso más, y oliera 100 veces mejor.
               Acabé adorando a esa mujer.
               -¿Crees que él se merece tantos sacrificios?-preguntó cuando le tendí la tarjeta de crédito. Me aparté mi mimado pelo del hombro y aleteé con las pestañas.
               -Esto lo hago para mí, tesoro.
               Ella se echó a reír.
               -Sí, claro-dijo, pasando la tarjeta por la terminal y devolviéndomela-. Suerte con tu inglés.
               -No la necesito-le dije, y salí del local segura de que la que mandaba en la relación era yo. Estaba de tan buen humor después de darme tanto capricho corporal, que decidí alegrarle el día a algún taxista. Me metí en el primero que encontré, ignoré las miradas que me lanzaba por el retrovisor, y le pedí que me llevara a casa. Le tiré un billete de cien libras y salí del coche antes de que él pudiera percatarse
               -¡Señorita! ¡Espere! ¡El cambio!
               -Quédatelo-le dije, haciendo un gesto con la mano para restarle importancia.
               -Pero… ¡son cien libras!
               -Para que le compres algo a tu mujer-espeté, enfilando el camino de grava. Él me dio las gracias, yo dije “sí, lo que sea” y me puse a rebuscar mis llaves en el inmenso bolso. Empujé la puerta de casa, anuncié que ya había llegado y subí las escaleras en dirección a mi habitación.
               Me quedé helada cuando me encontré a Tommy allí, sentado en la cama. Y me lo tomé como una oportunidad que me brindaba el universo para, por lo menos, hacer más tolerable la presencia del otro.
               -T-dije, y él entrecerró los ojos un segundo, esperando la bronca que había estado anticipando-. He estado pensando lo que hemos hablado hoy, y creo que los dos hemos dicho cosas que…
               -¿Me estás pidiendo perdón?-me cortó, estupefacto. Me lo quedé mirando.
               -Pues… no lo sé. ¿Estoy?
               -Ah, no sé. Por un momento, creí que estabas recapitulando lo que habíamos hablado hoy, y yo estoy demasiado cansado para volver a pelearme contigo. Y yo no voy a dejar que me eches la culpa de todo lo que haces mal.
               Puse los brazos en jarras, dejé caer el bolso al suelo.
               -¿Disculpa? No estarás…
               -Estás disculpada-me volvió a cortar, y no hay cosa que más me joda en el mundo que el que alguien me impida terminar lo que estoy diciendo-. Y ahora, quítate la ropa. Vamos a follar, venga.
               Noté cómo se me encendían las mejillas de pura rabia.
               -Pero, ¿tú quién coño te crees que soy yo? ¡¿Tu puta a domicilio?! ¡Vete a la mierda!
               -Mira, Diana, los dos sabemos en lo que va a degenerar esto: tu me gritas, yo te grito, me largo dando un portazo, tú destrozas la habitación, nos quedamos con ganas del otro y terminamos follando duro en tu cama o en la mía. Sólo estoy intentando ganarnos un poco de tiempo, ahorrarnos esfuerzos, ¿mm?-se inclinó hacia atrás-. Tú también quieres eso, te lo noto.
               -Vete. A. La. Mierda.
               -¿Te has hecho algo en el pelo?
               -¿Es que no me has oído, puto inglés? ¿Quieres que lo busque en el traductor de Google y así te lo puedo decir en español?
               Él me contestó algo en español, sabedor de lo mucho que me ofendía que me hablara en un idioma que yo no entendía, ´so
               -Fuera de mi habitación.
               -Estoy en mi casa-me recordó, con una sonrisa cínica que me apeteció arrancarle a base de bofetadas.
               -¡FUERA DE MI HABITACIÓN!-rugí. Él alzó las manos, se levantó y pasó a mi lado.
               -Tú misma, princesa.
               -¡NI SE TE OCURRA LLAMARME ASÍ! ¡QUE TE FUNCIONE CON LAYLA NO QUIERE DECIR QUE TE VAYA A FUNCIONAR CONMIGO!
               -Lo que tú digas, ¿cuánto tiempo crees que vas a poder resistirte a bajar… princesa?-me puteó, y yo le solté un tortazo, que él esquivó con habilidad. Me pregunté por qué hacía esto, por qué me empujaba hasta mi último límite.
               Había un vacío en su mirada que me aterrorizaba, era como si el océano se hubiera secado y en su lugar ahora no hubiera ni tierra, ni aire, ni agua, ni nada. Era sólo eso, la nada absoluta del mismo color que antes, como burlándose de lo que había sido y ya no más.
               Me pinchaba para que yo saltara porque el único momento en que no se odiaba a sí mismo y no se hurgaba en la herida por la ausencia de Scott era cuando yo estaba con él. Y así, por lo menos, se garantizaba más tiempo conmigo.
               -Estaré en mi habitación.
               -¿Te acuerdas de lo que te dije el sábado?-sonreí, y él se detuvo un momento. Se le cayó la máscara y me miró.
               -¿Que si quería follarte?-atacó.
               -No, que te lo pasaras bien con tu mano, campeón-le di un golpecito en el pecho y le guiñé el ojo. Y él se echó a reír.
               -Me lo paso mejor con las tuyas, Didi.
               Lo empujé escaleras abajo y di un portazo en la trampilla, me quedé sentada en la cama, con un pensamiento taladrándome la cabeza. Me quiero ir. Le odio. Me quiero ir, le odio, me quiero ir, le odio, me quiero ir, le odio, me quiero ir, me quiero…
               La cama olía a él. Me incorporé de un brinco y me la quedé mirando. Pensé en su mandíbula, en sus brazos cruzados, en sus ojos oscurecidos por el deseo, en cómo me había sujetado el día anterior…
               Sí. Eso es. Claro.
               Lo único que me había atado a Inglaterra había sido Tommy; era lógico que fuera él, precisamente, el que pudiera expulsarme de ella.
               Volví a abrir la trampilla, bajé las escaleras y abrí la puerta de su habitación.
               -¿Y si te digo que el que no quiere ahora soy yo?
               Cerré la puerta detrás de mí, y él se me quedó mirando. Dejó el móvil en la mesilla de noche y esperó a que yo respondiera.
               -Pero quieres-sonreí, malévola, acercándome a él. Me senté a horcajadas sobre sus caderas y le arranqué la camiseta. Él hizo lo mismo con la mía, y con mi sujetador, y mis vaqueros, y yo con sus pantalones, y él con mis bragas, y yo con sus calzoncillos, y se puso encima de mí, y yo me puse encima de él, y hasta follando nos las apañamos para discutir. Eso sí, sin palabras. Sólo reñíamos con nuestros cuerpos, lo cual era más que suficiente.
               Me masturbé con su cuerpo y él con el mío, le arañé la espalda no porque me gustara el polvo que estábamos echando (era más bien mediocre), sino porque quería hacerle daño y me ponía muchísimo el pensar que, si se enrollaba otra vez con la puta de su ex, ella sentiría las marcas de mi placer en su cuerpo, y puede que eso le revolviera el estómago y le estropeara la noche. Tommy me sujetó contra él, me folló sin piedad y me mantuvo dolorosamente cerca de él mientras se corría, me dejó libre para que yo hiciera lo que quisiera con él, y aproveché esa libertad para llegar al clímax, por fin.
               Lo miré a los ojos, le mordí los labios.
               -¿Vas a encontrar a otra que te folle como te follo yo?
               -No lo necesito-respondió, acariciándome los pechos, que estaban enrojecidos por sus mordiscos-. Ya te tengo a ti.
               -Yo de ti, iría haciendo cástings para buscar mi sustituta. Seguro que hasta te gusta.
               Él volvió sus ojos de mis pechos a mis ojos. Lo saqué de mi interior, me vestí y me fui a mi habitación. Tomé nota mental de tomar la píldora del día después, sólo por si acaso. No me extrañaría haber roto el condón.
               Y ni de coña me iba a quedar preñada de él.
               Cogí mi ordenador, me tiré en la cama y abrí 5 pestañas, cada una con una web de viajes diferente. Lo único que quedaba entre Tommy y yo era esa pasión rabiosa, como la esencia de la fruta con la que me habían cubierto la cara para purificarme, solo que lo de mi inglés era, más bien, todo lo contrario. Era sucio. Despiadado.
               Y me iba a permitir marcharme.
               Tecleé dos palabras en los buscadores de cada web y sonreí para mis adentros.
               Volvía a casa.

              
Estaba bastante segura de que me habían dado leche sin lactosa.
               -Así que voy y le digo, le digo, “mira, Anastasia, no puedes…”
               Y se habían pasado con el azúcar de mi chocolate.
               -… porque ella no lleva bailando tanto como llevo yo, y sinceramente no me parece justo que…
               Encima, ¿le habían echado un toque de licor?
               Qué horrible.
               ¿Estaría Tommy bien?
               -… aparte, ¡se me había olvidado decírtelo!, tuvo una lesión increíble que la dejó fuera durante casi una temporada entera, y…
               ¿Estaría Scott bien?
               Por la ventana caía una fina lluvia que casaba perfectamente con mi estado de ánimo. Y el inmenso cuerpo y rostro de Diana nos contemplaba desde la fachada de un imponente edificio, su piel refulgiendo como la de una diosa recién bajada del Olimpo, que todavía conservaba su color.
               Sólo un animal tan exótico como Diana Styles podría tener así a mi hermano, y no patearle el culo por dejar que puteara a Scott como lo estaba haciendo.
               Di un sorbo de mi chocolate y seguí sumida en mis pensamientos, con la mente continuamente escapándoseme hacia las afueras, hacia mi casa, el epicentro del Mal. Diana llorando, Tommy llorando, los dos diciendo que no quieren hablar del tema, Scott metido en la cama, acurrucado contra mí porque tiene mucho frío en cuanto yo me alejo (él pensaba que yo no lo notaba, pero lo notaba), yo gritándole a Tommy que ojalá lo hubiera abortado (por dios, Eleanor), él gritándome que no le dirija más la palabra…
               Mary me miró un momento, yo asentí con la cabeza. Puede que me hubiera hecho una pregunta.
               -Totalmente-asentí, y ella continuó parloteando, ajena a que no le estaba haciendo el más mínimo caso, pobrecita.
               -… así que le dije a mi hermano que Trey no quería saber nada de vírgenes (no sé cómo se ha enterado, o sea, ni que llevara un cartel en la frente que diga “no he conocido hombre”)-continuó mientras yo miraba a la gente pelearse con sus paraguas mientras intentaba andar dos metros en línea recta-, le pregunté si le importaría echarme una mano con eso, y él me dijo que claro, que sin problema, ¿para qué están los hermanos? Y, la verdad, no sé por qué todas os quejáis tanto, perder la virginidad no duele nada; aunque, claro, supongo que con Alec es diferente porque como es mi hermano y tal, se supone que tiene mucho más cuidado que los imbéciles que os encontráis por la calle (sin ánimo de ofender a Scott, pero es que ¡Jesús, Eleanor!, el subnormal con el que estuvo Leigh Anne tiene tela). El caso es que Alec fue súper atento conmigo y… Eleanor, por dios bendito, ¡me están dando arcadas!, reacciona de una puñetera vez, te acabo de decir que me he tirado a mi hermano y tú sigues mirándome y asintiendo como si fueras un gatito dorado de esos que venden en los chinos.
               ¿Debería volver? ¿Y si Diana en este preciso instante estaba de camino a casa? ¿Y si ella lo solucionaba por mí? Madre mía, no podría agradecérselo lo suficiente ni en un millón de…
               -¡Eleanor!-tronó Mary, dando un manotazo en la mesa y haciendo que la mirara, con los ojos como platos-. ¿Me estás escuchando?
               Di un brinco y la miré.
               -¿Qué? ¡Sí! ¡Claro que…!-salté, intentando recapitular. Perder la virginidad no duele tanto. Alec fue muy atento conmigo. Los imbéciles que os encontráis por la calle.
               Perder. La. Virginidad. No. Duele. Tanto. Alec. Fue. Muy. Atento. Conmigo.
               Alec. Fue. Virginidad.
               ¿qué?
               ¿¡qué!?
               ¿QUÉ?
               -¡Mary Elizabeth Whitelaw, dime que es mentira lo de tú y…!-bramé, y ella se inclinó hacia delante para taparme la boca, poniendo los ojos en blanco.
               -¡Ves como sólo escuchas cuando tú quieres! ¡Con lo fácil que es decir “mira, Mary, lo siento, voy a sentarme aquí mirando a la nada y pensando en el todo mientras tú me das la tabarra”! ¡Por favor, Eleanor, que me voy a tener que lavar la boca con jabón cuando llegue a casa! ¡Y no sé si podré comer en lo que me quede la vida! Alec y yo. Uf-se estremeció.
               -Tu hermano es muy guapo, Mimi; por lo menos no te pongas así.
               -Como si es míster universo, es mi puñetero hermano y da asco pensar en eso, uf-volvió a estremecerse-. Además, ¿a ti cómo te parecería si yo te sugiriera que te enrollaras con Tommy?
               Esta vez, la que me estremecí fui yo.
               -Está bien, da bastante asco.
               -¿Bastante?
               -Vale, da muchísimo asco.
               Ella alzó las palmas de las manos.
               -Gracias. En fin, ¿qué pasa?-preguntó, en un tono mucho más dulce, menos exaltado, siendo ya más ella, mi dulce, tímida y risueña Mary. Me cogió una mano y me acarició los nudillos con el pulgar. Tenía las manos frías de estar moviéndolas según hablaba; cuando se soltaba, Mary no paraba de gesticular, nosotras decíamos que un día íbamos a atarle las manos a la espalda y ver si era capaz de decir una frase con un mínimo de coherencia.
               Yo, en cambio, tenía las manos calentitas de estar sujetando la taza de chocolate.
               -Había sangre en sus sábanas-confesé, tragando saliva y tratando de llevarme por delante el nudo en la garganta que me atenazaba. Antes de quedar con Mary, había terminado de hacer mis tareas para esa tarde y la siguiente. Mañana iba a ver a Scott, a quedarme con él toda la tarde para compensarle el no poder ir hoy. Yo me había sentido fatal, pero él me había dicho que sería mejor que saliera con Mary, que me despejara un poco. Me aseguró que estaría bien.
               Una mierda estaría bien.
               Una persona que te mira como Scott me miraba a mí cada vez que yo aparecía no podía estar bien.
               Scott estaba destrozado, y la culpa era sólo mía. Por dios, Mary había crecido con él al lado y no se había enamorado, ¿por qué había tenido que hacerlo yo? Le había destrozado la vida, lo había estropeado todo con Tommy.
               Tommy…
               Había llamado a la puerta con los nudillos; él no había dicho nada, cosa que yo solía interpretar como un “pírate, plasta” retroactivo, que sólo sonaba cuando yo abría la puerta de la habitación y revelaba mi identidad. Esta vez no fue así. Me miró un segundo, puede que para comprobar que no fuera Diana buscando sexo (esos dos no hacían más que acostarse, es más, su relación era inexistente salvo por los polvos que echaban), y siguió con la vista fija en su móvil.
               Me quedé plantada en medio de la habitación, con el cesto de la ropa sucia colgando bajo el brazo.
               -Eh… tengo que poner la lavadora. ¿Me das las sábanas?-pregunté, con una mínima esperanza de que reaccionara como siempre, me contestara que si me pasaba algo en las manos, se levantara y me hiciera quitarlas yo, igual que yo lo obligaba a él a quitarlas cuando le tocaba hacer la colada.
               Pero no fue así.
               Tommy se levantó, dejó el móvil encima de la mesa, tiró de las mantas de su cama, quitó las sábanas, y la funda de la almohada. Metió lo que había venido a buscar en el cesto sin mirarme y se tiró de nuevo en la cama, encima del colchón desnudo. Volvió a adoptar la pose de paso-de-todo, con una pierna doblada y una mano por debajo de la cabeza, desbloqueó el móvil y abrió sabe Dios qué juego.
               Yo las apretujé para que me cupieran más cosas en el cesto y no tener que dar dos viajes.
               -¿Tienes más ropa sucia?
               Él miró la silla del escritorio y negó con la cabeza. Había quitado la foto que tenía con Scott en una playa el verano pasado. Se me revolvió el estómago.
               No podía hurgarse en la herida con Scott mirándole. Si se hurgaba en la herida era, precisamente, porque Scott no estaba allí para vigilarle.
               -Vale, pues… voy a poner la lavadora-dije, dándome la vuelta y caminando con pies de plomo hacia la puerta.
               -Eleanor-me llamó con voz ronca, como si se hubiera pasado media vida gritando.
               -¿Sí, T?
               -Acuérdate de cerrar la puerta.
               Y no me dijo nada más. No me dedicó más miradas que aquella de dos milisegundos, preguntándose si yo era rubia o castaña.
               -Claro-asentí con la cabeza, mordiéndome el labio. Había tenido bronca con Alec, mejor sería no calentarlo. Aunque eso ya estuviera arreglado.
               Salí de su habitación sin reparar en las pequeñas bolsas escondidas debajo de libros. De dónde había sacado más droga sería un misterio para todos nosotros, porque Tam se había negado en redondo a proporcionarle más. “No, te vas a puto enganchar, y ya verás lo gracioso que va a ser meterte en una clínica para que te limpies”.
               Pero mi mente recapituló todo lo que había recopilado mi subconsciente cuando me arrodillé frente a la lavadora, abrí la puerta y empecé a meter cosas sin prestarles atención, hasta que me percaté de la pequeña mancha roja de la almohada de Tommy. Al parecer, mi hermano, después de hurgarse en la herida, se pasaba los dedos por la cara para sentir su propia sangre.
               Claro que de eso yo no me enteraría hasta que Scott me lo confesase borracho mucho tiempo después.
               Tiré de la funda de la almohada, y lo primero que se me vino a la cabeza fue que a Dan se le había caído un diente, y no nos habíamos enterado porque quería secuestrar al Ratoncito Pérez (el chiquillo estaba empeñado en que, si lo secuestraba, le pagarían su peso en chuches por su liberación).
               Hasta que caí en que aquella no era la funda de la almohada de Dan, sino la de Tommy.
               Revolví en la lavadora y saqué del tambor la funda del colchón. Me quedé mirando horrorizada la mancha marrón de un costado. Tenía la forma exacta del cuerpo de Tommy: por un lado, se desparramaba en el más absoluto caos, pero por el otro, la sangre, ahora más sucia que del tono rubí del que se había escapado del pecho de T, recorría la mitad de su espalda hasta esparcirse por su culo, desparramándose de nuevo al no tener nada que la constriñera.
               Me habría pegado la mancha marronácea a la cara y me habría echado a llorar desesperada, de no aparecer un rostro en mi mente. Mamá. Como mamá viera eso, se le rompería el corazón. No podíamos seguir sus pasos. Y menos Tommy. Tommy era el mayor. Se suponía que Tommy tenía que ser el que nos cuidara, el más fuerte y el más feliz al ver a sus hermanos felices, a su hermana pequeña, su preciado tesorito, enamorada hasta las trancas como yo estaba de Scott.
               Pero no, no lloré, ni me pegué nada a la cara. Ésa sería la reacción de una chiquilla, y ya no podía permitirme ser una chiquilla. Tenía un novio del que cuidar, un hermano al que salvar y una pareja de amigos a los que reconciliar. No podía permitirme ser una cría.
               Así que me levanté, le eché jabón a la sábana, la limpié como pude, poniéndole todo lo que se me ocurría, y la metí en la lavadora sin decir nada más. Se suponía que sería yo la que sacara la ropa de la lavadora cuando volviera a casa. Mamá no lo haría por mí. Papá, puede. Astrid había intentado meterse una vez en la lavadora para ver qué se sentía cuando te centrifugaban, y papá la había castigado sin acercarse a ella a menos de 4 metros sin que hubiera nadie presente.
               Y Dan no podía con la ropa. Así que sólo quedaba yo.
               Bueno, y Tommy. Pero, si no daba un palo al agua de normal, ¿por qué iba a hacerlo ahora? Tenía cosas más importantes que hacer, como cuidar de su estúpida granja y ser un cabrón de manual con Scott.
               -¿Quieres que hablemos de ello?
               -Es que me da tantísima vergüenza, Mimi…-gemí, y ella asintió con la cabeza, se sentó a mi lado en los sofás de cuero y dio un sorbito de su chocolate-. Mi hermano está muy mal, creo… creo que está peor que Scott.
               Si pillara a Scott haciéndose eso, yo creo que me moriría. Lo dejaría automáticamente, claro. No iba a consentir que se hiciera daño por no estar con Tommy, y si no podía estar con Tommy estando conmigo, pues adiós Sceleanor, adiós amor de mi vida, adiós sus besos y adiós sus abrazos. Adiós todo con tal de tenerlo enterito y sano.
               Pero cuando el problema viene con tu hermano la cosa cambia, cambia dolorosamente.
               Me sentía muy miserable, echándole la culpa de todo siempre a T. Quizá él tuviera razón y yo había jodido lo que tenían, pero, ¡oye! Una amistad como la suya, de 17 años, no se estropeaba en una semana…
               … oh, dios mío.
               -Hoy es martes-corté a Mimi, y ella frunció el ceño, su consuelo a medias.
               -¿Y qué pasa con los martes?-preguntó en un susurro.
               -Hoy hace una semana de que se pelearon Scott y Tommy.
               Mimi abrió mucho los ojos, se apartó el pelo detrás de las orejas, se acarició la mejilla y susurró.
               -Vaya… ¿quieres que volvamos? Podemos atrasar nuestra sesión de compras.
               -No sé, Mimi… es que, cuando estoy en casa, me siento fatal pensando en cómo estará Scott-confesé, y estar diciendo eso en voz alta me parecía surrealista, de tan liberador-; y cuando estoy con Scott tengo miedo de cómo puede estar Tommy y… dios, todo esto es tan duro, no sé qué voy a hacer, la culpa la tengo sólo yo… y…-otra vez el condenado nudo en la garganta y las lágrimas poblando mis ojos. Mimi me acarició la mejilla, me apartó el pelo de la cara y me besó la punta de la nariz.
               -Tú no tienes culpa de nada. Son ellos, que son tontos. Pero lo solucionarán. Son Scott y Tommy.
               -Ya no son Scott y Tommy, y yo… dios mío, Mary, es todo tan duro, no sé de parte de quién ponerme porque… ¡me parecen tan egoístas y tan críos comportándose así! ¡No sé qué va a ser de mí, en serio!-sollocé, pegándome a su hombro y llorando como una niña pequeña. A la mierda. Ahora le tocaba a Mary ser la adulta.
               -Alec está con Scott-me recordó, pasándome una dulce mano por la espalda-. Y fijo que Diana y Tommy están acostándose ahora mismo; tú misma dijiste que esos dos eran como conejos. No tienes que preocuparte de nada, ¿vale, mi vida?-me separó de ella para hacer que la mirara-. Ay, no llores. Eres una Tomlinson, a ver si va a venir un paparzzi y va a pensar que te acabo de decir que el mejor miembro de One Direction era Liam-bromeó, y yo me eché a reír. Adoro a Mary porque es como el Scott de mi Tommy. No sé qué haría sin ella, la verdad-. Te diré lo que haremos: saldremos de compras, miraremos faldas; tomaremos un yogur helado, con extra de sirope de caramelo, porque estamos en enero y es buena época para saltarse la dieta inexistente; miraremos más faldas, y luego nos comeremos una hamburguesa tan, tan grande, que se nos desencaje la mandíbula intentando morderla. Tú y yo solas. Tarde de chicas. ¿Qué te parece?
               -Suena bien-consentí, y ella me volvió a besar la nariz.
               -Y no vuelvas a llorar, que como se entere Scott de que lloras cuando sales conmigo, no nos deja salir más juntas.
               -A buena vas tú a parar, como si Scott fuera mi dueño y pudiera decirme con quién puedo o no salir.
               -¡Ésa es mi niña, sí señor! ¡Primero las hermanas, luego ya, si eso, las pollas!-festejó.
               -¡Mary!-le recriminé, dándole un manotazo-. ¡Esa lengua! ¡Estás desatada!
               -Es que me exalto pensando en el body gris de Mango que me voy a agenciar esta tarde-sonrió, encogiéndose de hombros, y sus mechones caoba se deslizaron por sus hombros como una cascada que encuentra su cauce, como una flor que se abre en las mañanas de primavera.
               -Mimi-la llamé.
               -¿Qué, fea?
               -Gracias.
               -No me des las gracias, El. Haz algo productivo, y cómprame el body gris de Mango-me guiñó un ojo, me dio un codazo y yo me eché a reír. Nos terminamos nuestras bebidas más animadas, escuché cómo protestaba porque le habían dado un solo como bailarina a una chica que había estado más de 6 meses sin aparecer por el estudio de danza, y nos fuimos a comprar. Al final, fue ella la que se pagó el body gris.
               Como también fue ella la que me sugirió que cogiera algo para mis chicos. Nos detuvimos antes de subir al bus en un Dunkin Donuts, y cogimos 3 para cada uno: a Tommy, unos donuts normales con azúcar glas y nubes de colores por encima, y a Scott, donuts del monstruo de las galletas, evidentemente. Los metimos en cajas separadas, para que no se pusieran tensos recordando que el otro aún existía, y regresamos a casa ya de noche cerrada.
               Mary me acompañó hasta casa de Scott. Su hermano estaba allí, haciendo de rabiar a Sabrae con la consola, mientras ella protestaba y lo llamaba tramposo. Scott sólo miraba, aburrido. Sonrió nada más verme, y yo le sonreí a él. A veces se me olvidaba lo guapo que era, lo preciosa que era su sonrisa y lo brillantes que eran sus ojos.
               -Que corra el aire-protestó Al cuando se inclinó para besarme, yo me puse de puntillas y Scott me rodeó la cintura, pegándome a él y comiéndome la boca como estaba mandado. Le eché los brazos al cuello, y, menos mal que Mary era la que tenía los donuts, le enredé los dedos en la melena. Mary le revolvió el pelo a Alec, él le preguntó si era subnormal, o algo así.
               Scott puso todo de su parte para entregarme su vida en ese beso, pero en cuanto nos separamos, se apagó con la velocidad con que lo hace una cerilla. Fue hasta la puerta con nosotros, abrió la caja, me dio las gracias por el postre y me puso un poco de nata en la punta de la nariz, para luego lamérmela sólo por sacarme una sonrisa.
               -Te quiero, lo sabes, ¿verdad?-le dije, y él asintió, me besó una última vez-. ¿Seguro que no quieres que me quede?
               -Mañana tienes clase, y yo me levanto tarde. Es lo bueno de ser un nini-se burló, mordiéndose el piercing.
               -Mañana pasaremos toda la tarde juntos, ¿te parece?
               -Está bien.
               -Vale. Hasta mañana. Te quiero.
               -Te quiero.
               -De noche hablamos.
               -Dalo por hecho.
               -Eleanor-protestó Sabrae, alzando las cejas-. Que no te vas a la guerra. Cuidaremos de él.
               -Yo no necesito que cuidéis de mí-protestó Scott, volviéndose para mirarla, bastante más arisco de lo que solía ser con Saab. Se me clavó una espinita en el corazón. Yo les estaba haciendo esto: a él y a Sabrae, a él y a Tommy, a Tommy y a Diana, a Tommy y a mí.
               -Claro que sí, mi pequeñín-Alec le sacó la lengua-. Acuérdate de no comer muchas chuches de noche, que cuando te da un empacho, tienes pesadillas.
               -Vete a la mierda, Alec.
               Le di un último beso en la mejilla y seguí a los hermanos persiguiendo las luces intermitentes de las farolas. Mary le preguntó a Alec si podían acompañarme, él le contestó que si era tonta, o algo, porque claro que me iban a acompañar a casa.
               -Alec-le dije, antes de girar la esquina de mi calle, interrumpiendo su discusión de hermanos sobre quién decía más tonterías en un día y quién conseguía cabrear más a mamá, amén de a quién querían más sus padres. Los dos me miraron, con ojos marrones idénticos. Era lo único igual en ellos.
               -Di, El.
               -Si te hago una pregunta, bastante dura… ¿me serás sincero?
               -Claro, dime.
               Mary aprovechó para soltarle la mano a Alec, que siempre la obligaba a dársela por el mero hecho de que ella no lo soportaba. O quizá porque le gustaba tener a su hermanita cerca.
               -¿Crees que debería romper con Scott?
               Mimi se atragantó con su propia saliva. Noté cómo Alec se ponía pálido. ¿Era porque le aterrorizaba que yo pudiera dejar a Scott, o porque le había hecho justo la pregunta que él no quería contestar?
               -¿Qué?-inquirió Mary, mientras su hermano luchaba por respirar.
               -He estado dándole vueltas-expliqué-. Puede que, si pongo un poco de distancia entre Scott y…
               -No-cortó Alec.
               -y hablo con mi hermano, las cosas se arreglen entre ellos…-continué, como si no lo hubiera oído.
               -No-repitió, y yo me volví hacia él.
               -Los estoy matando, Alec. Prefiero no tener a Scott y tenerlos a los dos, que tener a Scott entero y no tener a ninguno.
               -¿De qué serviría? El mal ya está hecho, ya han descubierto que el otro es tonto. Ahora lo único que puedes hacer es esperar, y…
               -Ser feliz-terminó Mary.
               -Esto… yo iba a decir “no dejarlos solos”, Mary El…
               -Pero no lo has dicho, y el mundo te agradece que cierres la boca de vez en cuando, Alec-ella lo miró con dureza, y él alzó las manos.
               -No dejarlos solos. No romper con Scott. Parece fácil-asentí con la cabeza-. Creo que podré hacerlo. ¿Entráis?
               -Voy a ver cómo está Tommy, sí-asintió Alec, y Mary puso los ojos en blanco, soltó algo como “¿por qué no os casáis ya los tres?” y me siguió al interior de mi casa.
               No fue fácil, la verdad. Me pasé la mañana siguiente inventándome una excusa para no ir a ver a Scott, porque cada segundo que pasaba fuera de casa las cosas empeoraban para Tommy. No ya solo conmigo, me daba igual que mi hermano no me hablase, pero me daba la impresión de que había tenido una bronca monumental con Diana, porque ni siquiera se miraban por el pasillo del instituto, y hacían lo posible por no coincidir por casa. Se sentaban lo más lejos posible el uno del otro y procuraban pedirles las cosas a otros comensales que las tuvieran al alcance.
               Pero me apetecía muchísimo ir a ver a mi novio, y me sentiría fatal si lo dejara solo… así que, al final, me vestí, me puse los guantes, busqué mi bufanda más grande y me la envolví al cuello. Mamá me dijo que vendría conmigo, que tenía unos papeles que enseñarle a Sherezade para que ella le diera su “opinión de experta”, como si no tuviera abogados suficientes en su empresa como para que encima tuviera que andar molestando a la madre de Scott. Pero yo no dije nada, me limité a colgarme de su brazo y caminar lo más pegada a ella posible para guarecerme del frío de la calle.
               Por lo menos Tommy había salido a hacer no sé qué con sus amigos. Creo que lo habían sacado de casa para animarlo un poco porque había tenido una mañana de mierda. Mira, igual que yo.
               Mamá me acarició la cintura, me preguntó cómo estaba, cómo estaba de verdad, y yo le mentí y le dije que bien, volví a mentirle y le dije que bien. Me aseguró que todo se arreglaría pronto, pobre incauta, y me besó las cejas antes de llamar al timbre de casa de Scott.
               Fue Sherezade la que abrió, y a una velocidad que me hizo sospechar que nos esperaba.
               -¡Consuegra!-celebró mamá.
               -¡Consuegra!-contestó Sherezade, dándole dos besos.
               -Mamá-protesté yo, y escuché también protestar a Scott. Me alegré muchísimo de encontrármelo en el sofá y no en la cama. Desde que fuera con Sabrae de compras, siempre que se encontraba con alguien, él estaba en la cama. Había que sacarlo de ella. Menos mal que las cosas ya no funcionaban así.
               Le di un beso rápido en los labios y me acurruqué en su pecho. Nos tocaba tarde de peli y manta. Me metí por debajo de la manta, me quité la bufanda y los guantes y los dejé encima de la mesa. Él me besó la cabeza y me pegó contra su pecho, acariciándome la cintura.
               -Qué bien te huele el pelo, El.
               -Es que me lo acabo de lavar. Quiero decir, ya tocaba, ¿no?
               -Sí, ya se había cumplido la década el viernes, pero yo no te quise decir nada.
               Me eché a reír, le acaricié la mandíbula y lo besé. Mamá y Sherezade entraron en la cocina, dejaron la puerta entreabierta para poder vernos y se sentaron en la barra americana. Mamá ni siquiera se molestó en hacer el paripé, y ni sacó las hojas de apuntes que papá usaba para dar clase y que había cogido para fingir que el propósito de su visita a casa de los Malik no era otro que vernos juntos.
               -¿Cómo lo ves, Sher?-preguntó. Sher torció el gesto.
               -Cuando ella está aquí, todo está bien, pero en cuanto se marcha…
               -Tommy está muy mal también. Ha tenido que dormir con nosotros. Por los temblores.
               -¿Temblores?
               -Sí, al parecer cuando siente demasiadas cosas a la vez, es incapaz de asimilarlo, se bloquea, y… se pone a temblar como loco. Como si se quisiera sacudir los demás.
               -¿Ya lo habéis llevado al psicólogo?
               -No, ¿por qué?
               -Simplemente me sorprende que ya sepas tanto de cómo está.
               -Ver cómo reacciona cuando empieza a tenerlos me hace sospechar de que ya le ha pasado más veces, y que alguien-hizo un gesto con la cabeza en dirección al sofá donde Scott y yo nos dábamos calor mutuamente- le echaba una mano cuando eso sucedía. Y cuidaba de él.
               -Qué horrible. ¿Está comiendo?
               -Como un animal. ¿El tuyo?
               -Ni gota. Come por no preocuparme, pero está inapetente total. Tengo que mandar a sus hermanas a por él; a Zayn y a mí ya no nos hace caso.
               -Es terrible.
               -Sí, la verdad. En cuanto le dices de hacer alguna tarea, enseguida va. En eso es diligente. Creo que es porque se aburre. De no ser por Eleanor y por Alec, estaría mirando el techo sin nada que hacer todo el día.
               -¿Y tus hijas?
               -No es lo mismo. Está tan acostumbrado a estar con ellas, que tenerlas en la habitación es estar solo para él. No es como con Tommy. La relación no es así. En cambio, con Eleanor está ilusionado. Y con Alec… bueno, él no lo deja quieto, lo cual se lo agradezco. Siempre está haciendo por sacarlo de la cama y conseguir que se entretenga un poco. ¿Cómo le va al tuyo?
               -Sale 10 minutos antes de casa para ir a jugar, y vuelve media hora más tarde. No le gusta estar en casa. Además, le pasa algo con Diana. Los dos están rarísimos, salen por separado, apenas se dirigen la palabra… quiero decir, entiendo lo de Eleanor, que no le hable ni nada, porque mi hijo toda la vida fue tonto-mamá puso los ojos en blanco-, aunque no sabía hasta qué extremo. Pero con Diana… me sorprende, la verdad. Especialmente porque parece que es ella la que está marcando las distancias, cuando, al irse, era también ella la que menos ganas tenía de marchar.
               -Pues es una lástima. Lo poco que los vi juntos, me pareció que estaban hechos el uno para el otro.
               -Sí, la hija de Noemí hace muy feliz a mi hijo. O lo hacía, al menos, antes de esto.
               -Puede que sea por lo de Scott.
               -Quizás. No sé.
               -Llevan ya una semana sin pelearse, ¿cuánto tiempo crees que tardarán en dar el paso?
               -Demasiado. Creo que, esta vez, necesitan un empujoncito. Siempre han ido por empujoncitos, ¿recuerdas? Scott dio sus primeros pasos para ir a buscar a Tommy, y Tommy… en fin, dijo su primera palabra, básicamente, para llamar mi atención sobre que quería venir a veros-mamá puso los ojos en blanco y Sherezade se echó a reír, limpiándose una lagrimilla-. ¿Qué van a hacer ahora, que no tienen al otro para continuar?
               -No lo había pensado, la verdad. Si todo seguía como hasta ahora, había decidido que el sábado lo arrastraría a tu casa y lo obligaría a hablar con Tommy.
               -¿Y no te preocupa que vuelvan a pelearse?
               -No volverá a pasar. Fue culpa de Scott. Y dudo que él tenga ganas. Además, como vuelva a hacer semejante burrada, no le queda Inglaterra para huir de mí.
               -A mí me habían dicho que la culpa fue de Tommy. En cierto modo tiene sentido, Sher. Él empezó toda esta movida.
               -Pues ojalá la terminen pronto, porque se me acaban las ideas para intentar animarlos.
               -A mí también, corazón.
               Me di la vuelta y le mordisqueé el cuello. Scott me acarició la parte baja de la espalda, pegándome contra él. Me sentí un poco decepcionada al comprobar que no estaba nada excitado. Esto solía encantarle, al menos antes.
               -S-ronroneé, y él cerró los ojos, dejó escapar un suave gemido y suspiró.
               -Oh, joder…
               -Tengo algo que pedirte.
               -Las llaves de Roma, nena. Pídemelas. Yo te las doy.
               -Algo más sencillo.
               Me dio una palmada en el culo.
               -¿Eso?
               -No. Mi madre está ahí. Podría oírnos-yo no podía escuchar sus susurros, pero mamá me tendría que oír estando con Scott. A él le encantaba hacerme gritar, y yo a duras penas lograba mantenerme callada.
               -¿Me dibujas?
               Scott alzó las cejas.
               -¿Quieres que… tienes ganas de que te dibuje?
               -Hace mucho que no me dibujas. Desde ese fin de semana tan genial-le pasé la nariz por el cuello-. ¿Puedes?
               -Claro, eh… espera aquí. Voy a por las cosas. Ahora vengo. No te muevas.
               -Vale.
               -No te muevas.
               -Ya te he oído-sonreí, y él se pasó una mano por el pelo, se mordió el piercing y sonrió.
               -Vale, yo, eh… vengo ahora.
               Subió las escaleras a zancadas largas como el cuello de una jirafa. Yo me quedé mirando la puerta entreabierta de la cocina. Mamá y Sher me miraban. Les sonreí, y ellas a mí.
               -El-me reclamó mi chico desde la parte de arriba de las escaleras. Lo miré a él-. No te muevas.
               Me eché a reír y lo esperé pacientemente mientras rebuscaba en su habitación el bloc y un lápiz. O puede que un boli. Bajó despacio, como temiendo asustar a su inspiración, y se quedó plantado delante de mí.
               -Esto… vale, eh… ¿dónde quieres ponerte?
               -¿Dónde tienes mejor luz?
               -¿Eh?-espetó.
               -Luz. Necesitas buena luz, ¿no? ¿Me pongo mejor ahí?-señalé al otro sofá.
               -Sí, claro, ¡luz! Claro, tiene sentido. Sí, sí, donde quieras. Ahí estás bien-me senté en el sofá y lo miré.
               -¿Qué hago ahora?
               -No sé, tú me pediste que te dibujara, ¿no? ¿Qué quieres hacer?
               -Tú eres el artista, Scott.
               Él se estremeció.
               -Me llamas eso porque sabes que me gusta. Eres mala conmigo-ronroneó, y yo me eché a reír. Se me quedó mirando largamente. Yo busqué algo que me pudiera dar una idea, hasta que me fijé en las flores de la sala acristalada donde hacíamos los deberes a veces. Las inmensas orquídeas que colgaban de tallos tan ridículamente finos que parecía imposible que no se rompieran.
               -¿Qué tal se te da pintar flores?
               -Pues… nunca he pintado flores-frunció el ceño-. Suelo pintar a gente. Y dinosaurios. O dragones. Esos, más bien, en las mesas. Para pinchar a…-se quedó callado de repente, sus ojos se oscurecieron y sus hombros se hundieron un poco-. Ya sabes a quién-se aclaró la garganta-. Puedo intentarlo, ¿quieres que lo intente?
               -¿Qué te parece si me pongo una flor en el pelo y tú me dibujas con ella?
               -Suena bien.
               Se quedó mirándome.
               -¿Voy a por ella?
               -Ah, sí, claro, ¿querías que fuera yo? Porque puedo ir yo.
               -No sé-me miré los pies-. No quiero cogerla muy difícil.
               -Me van los retos-alzó las cejas, y por un momento fue ese Scott gallito de corral que me dijo que ojalá mi maquillaje no fuera lo único que se corría la noche en que nos acostamos por primera vez. Me eché a reír, fui a por una de las orquídeas, elegí la flor más pequeña (no quería que Sherezade me odiara por estropear sus preciosas flores), me la enganché en la oreja y me senté en el sofá. Me crucé de piernas y Scott empezó a dibujar.
               -¡Espera, Scott! ¡Tengo que pensar una pose!
               -Ay, vale. Perdón-pasó una goma por el papel y esperó con paciencia a que yo decidiera cómo ponerme. Con tanta paciencia, que al final me tuvo 5 minutos de reloj quieta en la misma postura sin inmutarse.
               -Scott.
               -¿Qué?
               -Que ya estoy.
               -Ah. Creí que estabas pensando-espetó. Porque todos mis ex son subnormales, así que es lógico que mi novio también lo sea. Me van los subnormales-. Vale-estudió mi melena cayendo por mis hombros, mis dedos en mi barbilla, mis párpados medio caídos y mi media sonrisa-. Vale, estate quieta…
               Empezó a trazar líneas, clavando sus ojos en mí cada dos segundos. Líneas, líneas, líneas. Y no le gustaba. Y borraba y volvía a empezar. Y volvía a borrar después de muchas líneas. Y arrancó una hoja. Y luego, dos. Y luego, otra. Y bufó. A mí estaban empezando a darme calambres de mantenerme en la misma postura.
               -¿Estás cansada?
               -Estoy bien.
               -¿Seguro?
               -Que sí.
               Pasó otra eternidad interminable hasta que Scott bufó, arrancó de nuevo una hoja, me miró, hizo cuatro trazos rápidos y me dijo que ya podía ir a ver su obra de arte. Me levanté y me senté a su lado.
               Un monigote. Un puto monigote, en la misma postura que yo, sí; pero un monigote, con sus piernas de palillos y su cabeza compuesta de un círculo.
               Quería gritarle por tenerme como dos horas quieta en la misma postura para vacilarme de semejante manera, pero me dedicó esa sonrisa suya de no haber roto un plato en su vida, y yo estuve segura de que aceptaría parir quintillizos suyos sin epidural como me sonriera así.
               -Me has hecho calva-observé, y él se echó a reír. Le besé la cabeza y me deslicé por su pecho, de vuelta a mi posición inicial. Le puse la flor en la nariz, dada la vuelta, y me reí cuando él hizo una mueca-. Creo que te quedaba mejor a ti.
               -Es posible.
               -Ah, vale, gracias por llamarme feo, Eleanor. Lo aprecio un montón.
               Volví a reírme y le pedí que me firmara el monigote; él me dijo que no, que seguro que lo vendía en eBay para sacar una pasta cuando fuera un pintor famoso. Lo dejamos encima de la mesa y volvimos a mirar la tele, aunque ya sin verla, realmente.
               Los dos estábamos pensando en lo mismo: ¿qué le había pasado? Recordaba cómo hablaban de que, cuando Scott estuvo mal, una de las primeras cosas que perdió fue su capacidad para dibujar. Scott sólo puede dibujar cuando es feliz, explicaba Tommy.
               Miré a Scott. Sus ojos tristes por el don perdido. La frustración oculta por no darme lo que le pedí. Le besé la mejilla y él me sonrió, pero su sonrisa no pudo salvar el gran vacío que había ente su boca y sus ojos. Me acarició el costado.
               -No te preocupes.
               -No lo estoy.
               -No pasa nada. Les pasa a los mejores.
               -Ya.
               -Te quiero-le dije, y él me sonrió de verdad.
               -Yo a ti no-me picó, y yo me eché a reír y volví a besarme-. Es coña, ya lo sabes, mi amor.
               -Sí, ya lo sé.
               Igual que sé que yo nunca voy a dejar de cuidar de ti.
               Jamás. Pase lo que pase.
               Pero, ¿y si Scott nunca podía volver a dibujar…

               … porque yo nunca dejara de él?

Te recuerdo que puedes hacerte con una copia de Chasing the stars en papel (por cada libro que venda, plantaré un árbol, ¡cuidemos al planeta!🌍); si también me dejas una reseña en Goodreads, te estaré súper agradecida.😍

6 comentarios:

  1. Llorando estoy. Estoy sufriendo demasiado con todos estos putos personajes. Y casi me da un infarto con Eleanor pensando en.dejar a Scott

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    1. Perdóname Julianna :( prometo compensártelo pronto con creces, ya no queda nada ♥

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  2. En primer lugar quiero disculparme por haber tardado tanto en leer y en comentar el capítulo pero la verdad es que estas últimas 24 horas han sido un completo lío para mí y no tenía ni tiempo para respirar. Pero por fin estoy por aquí para darte el coñazo de la mayor forma posible: comentando jajajaja
    La verdad es que no sabría que decir de este capítulo aparte de que me ha dejado un sabor amargo. No en el sentido de que haya sido un capítulo malo, todo lo contrario, si no por la gran cantidad de momentos de tensión y "desagradables" que hay en ellos. Iba soportando mis emociones a lo largo del capítulo hasta que ha llegado la parte en la que Eleanor recordaba como había sido encontrar la sangre en las sábanas de Tommy. Se me ha cerrado el puto estómago y tuve que parar como 20 minutos antes de poder seguir leyendo. Era como una punzada horrible así que no quiero saber ni como te sentiste tu al tener que escribirlo, al ser tu hijo.
    La verdad es que ha sido un capítulo muy intenso en lo que se refiere a reflexiones de las dos narradoras que hemos tenido, un capítulo en el que tienes momentos de odiar a Diana pero también de apoyarla en algunos de sus pensamientos, un capítulo en el que se ve a una Eleanor menos egoísta y más realista ante la situación de como es un Scott sin Tommy y un Tommy sin Scott.
    Creo que me ha quedado un comentario rarísimo pero la verdad es que no tengo ni idea de las palabras adecuadas para comentarlo.

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    1. No, Ari,de verdad, perdona tú por haber tardado tanto en responderte, me estoy volviendo una vaga en esto de los comentarios y no sé por qué soy tan hipócrita de pedir que me comentéis si luego yo no contesto :( te prometo que me hace ilusión, joder, es de lo que más me gusta de escribir CTS: saber que puedo tener comentarios.
      Lo cierto es que tenía muchas ganas de escribir este capítulo porque me parece interesante ver cómo están viviendo la pelea Scommy las que no la sufren directamente, pero sí indirectamente: Diana y Eleanor son las más afectadas después de ellos dos, y no sé, creo que dan una buena visión de cómo es todo desde fuera. Te ayuda a tener perspectiva y a entender mejor lo que sucede.
      Lo mejor de todo es la cabeza fría de Eleanor, lo generosa que es, pensando "voy a renunciara mi felicidad si con eso consigo que mi hermano/novio esté bien". Me parece muy valiente por su parte, dudo que muchos hicieran lo que está haciendo ella aquí.
      Sinceramente, Diana está hecha para crear disyuntivas: o la quieres o la amas, no te es indiferente. Es un personaje complejísimo, con muchas luces y sombras en el que no paro de trabajar. Me muero de ganas de que la historia avance para que la vayáis conociendo mejor.
      Tu comentario no ha sido raro para nada; claro y conciso, muchísimas gracias por comentar, en serio♥ puede parecer que, por todo lo que tardo en contestar, no lo aprecio, pero lo hago, de veras.

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  3. La sangre en sábanas de Tommy me ha partido el corazón :'(
    Scott sin poder dibujar me ha partido el corazón :'(

    - Ana

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    1. Se echan tantísimo de menos de verdad, se necesitan para estar vivos.

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