domingo, 12 de noviembre de 2017

Rocher.

Sé que algo no va del todo bien en el momento en que me despiertan con más mimos de lo normal. Scott lleva nervioso prácticamente toda la semana, preparándose para algo que yo todavía no sé qué es.
               Sospecho que ese día ha llegado.
               El tan temido fin de verano que ya he vivido varias veces.
               Shasha se despereza a nuestro lado, se incorpora un poco y emite un gemido de protesta porque quiere que nos dejen dormir. Algo en mí me dice que no lo vamos a tener tan sencillo hoy.
               Pero yo soy positiva. Me dejo mimar y respondo a los besos con más besos, a las carantoñas con más carantoñas y a los mimos en general con más y más mimos. Mamá me prepara el desayuno canturreando mientras papá nos ayuda a Scott y a mí a vestirnos.
               Me pone una camiseta de algodón que huele genial. A fresas. Me encantan las fresas.
               Y unos pantaloncitos muy cómodos que me llegan por debajo de la rodilla. Me ata los cordones y me da un beso en la frente cuando yo me abalanzo a su cuello.
               Nos comemos los cereales. Shasha lo pone todo perdido con su entusiasmo culinario, tan típico que no sé de dónde lo ha sacado. No ha podido ver cómo yo tiraba la comida de un lado a otro, ¡ella no estaba aquí cuando yo era un bebé!
               Papá me baja de la silla y me da una palmada en el culo para que me ponga en movimiento mientras mamá saca a Shasha de la trona en la que ha estado comiendo, le da un mordisco en la mejilla que arranca una carcajada de su boca, y se la lleva tras nosotros. Nos lavamos los dientes mientras mamá termina de preparar a Shasha.
               Me esfuerzo en no salpicarme con pasta de dientes, y creo que lo hago bastante bien, para demostrarles a papá y Scott que soy mayor.
               Nos marchamos de casa con Scott cargando con su mochila, ese infernal aparato en el que lleva todo lo que necesita para pasar medio día lejos de mí… y nos encaminamos al colegio. Scott se despide de papá y mamá, pero me coge de la mano y se me queda mirando, esperando algo que yo no sé qué es.
               Mamá se inclina y saca de la silla de Shasha, que se está mordisqueando uno de los zapatos que le ha regalado Eri, una pequeña mochila que he usado varias veces cuando nos íbamos de vacaciones. Papá se arrodilla mientras mamá se agacha y se inclina hacia mí. Me alisa la camiseta, me arregla el pelo y me da un beso en la punta de la nariz. Papá me sonríe, infundiéndome ánimos.
               -Es hora de ir al cole-dice, y yo parpadeo y me lo quedo mirando. ¿Qué? No puedo ir al cole. Scott va al cole, yo no.
               Yo me quedo en casa.
               Cuidando de mamá.
               Y de papá.
               Y de Shasha.
               No puedo ir al cole. Tengo que estar con ellos. ¿Y si se vuelven locos?
               Mamá me dedica una cálida sonrisa y me entrega la mochila, que entre papá y Scott me cuelgan de la espalda.
               -¿Por qué?-pregunto, y papa y mamá se miran. Descubro que mamá tiene los ojos brillantes. ¿Está a punto de llorar?
               Mamá no puede llorar.
               No va a llorar, porque yo no voy a ir al cole. Será mejor que Scott entre antes de que le llamen la atención por ser lento.
               -Porque ya eres una niña, y los niños tienen que ir al cole.
               -¿Y qué pasa con Shasha?-espeto, señalándola, y Shasha abre mucho los ojos y nos mira a todos con esos dos discos color café que son tan parecidos a los de papá. No entiende por qué de repente la conversación tiene que versar sobre ella.
               Yo tampoco, la verdad. No sé por qué he hecho eso. No ha estado bien.
               -Shasha se viene a casa con nosotros.

               -Pero, ¡es una niña!-discuto, enfadada. Escucho unos pasos que se acercan a nosotros. Es Tommy, que viene a buscar a Scott. No va a entrar sin él.
               Y Scott no va a entrar sin mí.
               Así que nadie va a entrar al cole, porque yo no voy a ir ni de broma.
               ¿Por eso nos hemos pasado la última semana comprándome cosas? ¿Los juguetes, las botellas y las fiambreras para la comida eran para que yo fuera al cole? Creía que Scott ya había terminado definitivamente el cole y ahora nos dedicaríamos el resto de nuestras vidas a ir de excursión, tomar helado en la playa y tumbarnos en el prado a contemplar las estrellas.
               Me gustaba mi antigua vida. Y no iba a renunciar a ella sin luchar.
               -Shasha es aún pequeña; tú ya eres una señorita, y las señoritas van al cole para estudiar mucho y aprender un montón.
               -¡No quiero ser una señorita!-protesto-. ¡Quiero seguir siendo pequeña y estar con vosotros!
               -¿No quieres venir conmigo?-pregunta Scott, y yo me vuelvo hacia él, encolerizada. ¡Cómo se atreve! ¡Hacerme chantaje emocional a mí, que soy la criatura más buena y sensible y entrañable que nunca ha conocido el mundo!
               -¡No!-respondo-. ¡No vamos a ningún sitio! ¡Nos vamos a casa!-sentencio, decidida, y le cojo la mano y comienzo a tirar de él con todas mis fuerzas. No consigo que se mueva. Así que me siento en el suelo y me echo a llorar desconsoladamente-. ¡Mamá!-gimoteo, llevándome los puños a los ojos y frotándomelos tan fuerte que incluso me hago daño. Mamá me rodea la cintura con ojos tristes y me da un beso en la sien.
               -Mi amor, te voy a echar mucho de menos. Pero tienes que ir al cole y conocer a un montón de niños que están deseando ser tus amigos.
               -Yo no quiero tener amigos-protesto, abrazándome a su cuello-. Me basta contigo.
               Mamá sonríe, me acaricia la espalda y cierra los ojos, disfrutando del olor de mi pelo. Se pregunta cómo he crecido tan deprisa. Cómo es posible que ya me esté despidiendo de ella cuando hace un día estaba buscándome desesperada, cómo puedo decir que no quiero a nadie más cuando hace nada apenas era capaz de pronunciar su nombre.
               -Te lo vas a pasar muy bien. Y vas a aprender un montón de cosas. ¿No es emocionante?
               -Yo ya sé muchas cosas, no quiero aprender más.
               Mamá se echa a reír, papá se inclina y prueba a convencerme.
               -Cariño-me dice-, ¿te acuerdas de los libros que te leía cuando eras pequeña?-pregunta, y yo me lo quedo mirando-. Los de los reyes en castillos lejanos y princesas y dragones y niños y niñas que van por bosques. Te gustaban mucho, ¿no es así?-yo asiento con la cabeza, despacio. Papá me rodea la cintura y me gira para que mire la puerta del cole, las escaleras por las que ya están subiendo niños-. Pues ahí te van a contar muchísimos más cuentos. Todos los que tú quieras. Incluso más. Te van a enseñar el mundo en el que vives-me dice-, y en este mundo pasan cosas continuamente. Cosas fascinantes que seguro que te encantan.
               -¿Y no me las puedes contar tú?
               -No, mi amor-contesta él, sacudiendo la cabeza y acariciándome el pelo-. Yo no conozco todos los cuentos del mundo.
               -Pues apréndetelos-respondo-, y luego me los cuentas tú a mí-me aferro a su camiseta y le paso las piernas por el pecho, negándome a alejarme. Papá mira a mamá.
               -¿Y si lo intentamos mañana…?-pregunta, y casi gano. Casi.
               La única que puede tocarle mejor que yo la fibra sensible a papá es mamá.
               -No-sentencia ella-, tiene que ser hoy. No puede perderse su primer día.
               -¡NO!-chillo, llorando a moco tendido mientras lucho por aferrarme a papá, que se zafa de mí con pena y dolor y me observa mientras Scott y Tommy prácticamente me arrastran en dirección al cole-. ¡No! ¡Mamá! ¡Papá! ¡MAMÁ! ¡PAPÁ!-bramo, y pataleo y me retuerzo, pero Tommy y Scott son más fuertes que yo y consiguen meterme dentro. Veo que Alec y Jordan les han estado esperando, porque se acercan a nosotros y me sonríen con timidez.
               Alec me mira.
               -Mi primer día de cole también fue horrible-me dice, como si eso me fuera a hacer sentir mejor-. No quería separarme de Mimi.
               -Shasha-respondo, tirándome en el suelo y frotándome la cara, viendo el rostro de mi hermanita contraerse en una mueca de tristeza mientras mi hermano y su mejor amigo me apartan de su lado. Mi niña. Tengo que cuidarla. ¿Cómo la voy a cuidar si no estoy con ella?
               -Jopé, Al-protesta Scott, dándole un empujón. Alec me mira, tirada en el suelo, y se muerde el labio.
               -Sólo intentaba ayudar.
               -Ven, Saab-ofrece Tommy, cogiéndome una mano-. Te enseñaremos el cole. Te va a encantar.
               -Quiero irme a casa-replico, apartándome de él.
               -¿No quieres quedarte conmigo?-pregunta Scott, y yo le fulmino con la mirada. Ahora mismo, la única palabra que se me ocurre para definirlo es traidor.
               -No. Quiero a mamá.
               -Esto no está tan mal-responde Alec, encogiéndose de hombros-. Hay una piscina con bolas en la que te vas a poder meter los domingos.
               -Y camas muy cómodas.
               -Yo no quiero otra cama, quiero mi cama-protesto, pero tengo que admitir que ya no estoy tan enfadada. Siento curiosidad por lo que será eso de una piscina de bolas.
               -Ven-contesta Alec, ofreciéndome la mano-. Todavía queda un poco para que empiece el cole. Te ayudaremos a escoger tus juguetes preferidos.
               Yo lo miro un momento. Sé que está mal lo que voy a hacer. Sé que debería levantarme, dar media vuelta y salir corriendo.
               Pero sus ojos.
               Hay tanta bondad en ellos…
               No puedo marcharme sin más. No puedo dejarle ahí.
               Descubro que una parte de mí nunca podrá decepcionar a Alec Whitelaw. Nunca. Además, no quiero hacerlo.
               Miro su mano un momento, confusa. Tengo que marcharme, tengo que quedarme, quiero alejarme de aquí, quiero irme con él…
               Un pensamiento se me pasa por la cabeza un segundo antes de que Alec lo diga.
               -Estarás con nosotros todo el tiempo-me promete, y yo miro a Scott, que asiente con la cabeza. Es entonces cuando caigo en que ya no voy a echar de menos a Scott porque estoy en el mismo sitio que él.
               Acepto la mano que me tiende Alec con un poco menos de desconfianza. Y él me sonríe y me levanta y me lleva de la mano por las clases, ayudándome a esquivar una riada de niños de todas las edades, mayores que yo en prácticamente todos los casos, y me va guiando por el edificio, de paredes de colores, con dibujos de trenes y casitas y personas con cabezas grandes y ojos muy grandes que resultan incluso graciosos. Me lleva a una sala en la que hay dibujadas mariposas, pájaros, flores y un par de estanques con ranas.
               -Ésta es tu clase-me dice, y yo me vuelvo y frunzo el ceño. Scott me coloca correctamente la batita de cuadros rosas y blancos (ya me parecía a mí raro que mamá se empeñara en ponerme eso cuando yo no quería…) y los chicos me miran, aprobadores-. Estás muy guapa, Saab.
               Noto que sonrío un segundo antes de enfadarme conmigo misma. Todo esto son trucos para que yo no oponga resistencia y acceda a quedarme. Pues no lo van a conseguir. Si Scott quiere desatender sus tareas como hermano mayor, allá él.
               Pero yo debo buscar la manera de salir de esta prisión y regresar con Shasha. Tenemos muchos juegos pendientes que ella no puede llevar a cabo sola.
               Oh, no, ¿y si mamá se despista y Shasha se pone a jugar con algo que le pueda hacer daño? Le gusta mucho chupar el mando de la tele, y el mando de la tele no se chupa.
               Como yo no esté ahí con ella, nos terminará saliendo tonta.
               Hago una mueca, aprieto los labios y los puños y me quedo mirando la habitación, diseñada especialmente para gustarme y que me apetezca estar ahí. Pero de eso nada.
               Entra una chica joven con el pelo recogido en una coleta. Viste un traje como el mío, pero con parches de colores. La observo un momento mientras empieza a contar a los niños que hay en la habitación.
               Se me cae el mundo encima cuando repara en Scott, Jordan, Tommy y Alec y parpadea.
               -Niños, ¿no deberíais ir a clase?
               -Sí, profe-balan todos, girándose. Me levanto como un resorte y cojo a mi hermano de la mano.
               -¡Scott!-suplico-. ¿Dónde vas?
               -Tengo que irme a clase.
               -No me dejes-imploro-. Llévame contigo. No puedes dejarme aquí, con todos estos niños. No les conozco.
               -No pasa nada, Saab. Estarás bien. Eres muy mona y muy graciosa, enseguida harás amigos.
               -¡No!-lloro, aferrándome a el-. ¡Scott, no, por favor!-suplico, tirándome por el suelo, aferrándome a sus pies, pero él se separa de mí, no quiere llevarme con él-. Tommy-pido, pero Tommy niega con la cabeza y susurra un lo siento-. Jordan…-Jordan también niega con la cabeza, pero no se disculpa. Clavo los ojos en Alec-. Alec…
               -Te terminará gustando, te lo prometo, Saab.
               -No…
               -Tenemos que irnos-se vuelve hacia Scott, que ahora me mira con remordimiento en la mirada. Scott asiente, me ayuda a ponerme en pie, me limpia la cara y me da un beso en la frente.
               -Pásatelo bien. Ya verás cómo volveremos con papá y mamá antes de lo que esperas.
               -No…-gimo, pero él no me hace caso y, con el corazón roto por la traición cometida, sale por la puerta y la cierra tras de sí.
               Empieza el infierno, que por lo menos no quema. La chica, que resulta ser una profesora (ni idea de lo que es eso) nos anima a presentarnos con un juego en el que nos pasamos una pelota que huele a vainilla. Las reglas son simples: le tenemos que pasar rodando la pelota a quien nos apetezca conocer, y esa persona se presenta, dice su nombre y algo que le guste hacer, y se la pasa al siguiente.
               Una niña con una batita del mismo tono rosa que yo me envía rodando la pelota. La recojo a regañadientes y la examino.
               -Me llamo Sabrae-digo, y todos dicen “hola, Sabrae”-. Y me gusta estar con mis padres. ¿Cuándo volveré con ellos?-pregunto, y la profesora se pasa las manos por las piernas.
               -En un par de horas, cariño. ¿No te apetece pasártelo bien?
               -No-contesto-, pero vale-me encojo de hombros y le doy la pelota al niño que tengo al lado. Jugamos a un par de cosas más en las que yo no participo. Nos dejan salir a la calle y los niños se abalanzan sobre juguetes incrustados al suelo.
               Yo me siento al lado de la valla detrás de la que se encuentra Scott y me dedico a llorar mientras él me mira y me acaricia la cara y me consuela y me dice que tengo que ser positiva.
               Entramos de nuevo en la clase (a mí tienen que separarme de la verja) y jugamos a más juegos. Me voy al lado de una ventana y miro el patio en el que he estado muy cerca y muy lejos de mi hermano mayor, llorando a moco tendido.
               Noto que la niña que me pasó la pelota me mira con curiosidad mientras agita un peluche en el aire. Creo que espera a que la mire para acercarse a mí.
               No lo hago.
               Así que no se acerca.
               Por fin nos dicen que podemos marcharnos y nos obligan a ponernos en fila, como hacen en las pelis del ejército que mamá y papá se dedican a ver cuando se supone que Scott, Shasha y yo estamos durmiendo.
               Me apetece más estar en el ejército que aquí. Seguro que al ejército pueden acompañarme mis padres.
               Troto hacia mis padres en cuanto salimos, me abrazo a ellos y pego la cara a sus piernas, oliendo su aroma a casa y protección, justo lo que no he tenido durante esta mañana infernal que me ha cundido como dos meses.
               -¿Qué tal en el cole? ¿Te ha gustado?-pregunta mamá, con tono ilusionado. No contesto.
               -¿Qué te han parecido las clases?-insiste papá-. Chulas, ¿eh? ¡Y cuántos juguetes! ¡Seguro que te lo has pasado genial!
               -Las clases estaban bien-digo-. Y había muchos juguetes. Pero no me hagáis volver.
               Me enorgullezco de mí misma cuando al día siguiente Tommy y Scott tienen que tirar de mis pies para conseguir meterme en mi clase. Enfadada con el mundo y especialmente con mi hermano, que es la principal causa de que yo esté encerrada en esa sala llena de orugas y mariposas, me prometo a mí misma que no dejaré que nada me desconcentre de mi propósito vital:
               Llorar como una loca.
               Así que me siento al lado de la ventana a través de la que se ve el patio y me niego a moverme de allí mientras los demás niños juegan y se van conociendo los unos a los otros. Me dedico a llorar y llorar y llorar hasta que me canso, tras lo cual, después de una pausa para beber agua, vuelvo a la carga con sollozos y gritos cada vez más fuertes.
               Nos invitan a salir al patio pero yo estoy tan enfadada que no me muevo de mi rincón. Veo a través del cristal y mi cortina de lágrimas que Scott se acerca a la verja y empieza a mirar a los niños, buscándome. Me enfurruño y me cruzo de brazos mientras las lágrimas de rabia me queman por la mejilla. Eleanor se acerca a saludar a Tommy y Mary le coge una mano a Alec, que se sienta al lado de ella y le besa la palma de la mano mientras escucha las palabras de su hermana.
               Scott mira a las dos parejas con el corazón roto. Está preguntándose dónde estoy. Casi hasta me da lástima. Casi hasta quiero salir y decirle que me encuentro bien y que no se preocupe, que le sigo queriendo.
               Pero no. Porque es un traidor. Él me ha metido aquí. Seguro que fue idea suya ir al cole en primer lugar. Seguro que él les dijo a papá y mamá que ya era hora de que me hiciera mayor y me fuera con él a este sitio. Puede que incluso les contara a papá y mamá qué debían decir para convencerme.
               Doy un puñetazo en el suelo, furiosa, y continúo llorando en soledad mientras los niños juegan, pensando que las historias prometidas por papá no son más que otra treta para que yo me metiera voluntariamente en esta cárcel de colores chillones y dibujos exageradamente monos.
               Scott se sienta al lado de la valla y empieza a toquetear la ramita de un árbol cuando la puerta de la clase se abre y unos pasos se acercan a mí.
               -Hola-dice una voz de niña tras mi espalda. Ni siquiera me giro para ver quién es. Sólo quiero que se marche y me deje sola. No contesto, sigo mirando por la ventana. Quizás, si finjo que no está ahí, se terminará yendo y volverá al patio con el resto de niños.
               Pero la chiquilla no se da por vencida.
               -Hola-insiste, y yo me vuelvo hacia ella como un resorte. Examino sus pupilas oscuras, sus ojos del color del chocolate negro fundido, como los que tomamos en casa cuando se acerca fin de año o con los que cubrimos los brownies que mamá prepara a principios de invierno para celebrar que ya llegan las fiestas. Miro su pelo rizado, disparado en todas direcciones, revolviéndose con tonos cobrizos contra la diadema de oro que le atraviesa la cabeza, intentando contener su melena rebelde. Me siento un poco como su pelo, con el mundo intentando atraparme y yo haciendo lo posible por encontrar una vía de escape.
               O, por lo menos, de expresar mi negativa a dejarme someter.
               Es la misma niña que me pasó la pelota ayer para que dijera mi nombre.
               -Hola-respondo. Porque yo me sentiría mal si saludara a alguien y la otra persona no me respondiera. Y papá y mamá me han enseñado que no hay que hacerle a la gente las cosas que no queremos que nos hagan a nosotros.
               La niña me mira, me observa como yo a ella. Me pregunto qué está buscando en mí, puesto que me mira como si fuera una caja de juguetes dentro de la que se esconde su pieza favorita. Me fijo en que lleva de la mano un conejito de peluche de color canela de tonos apagados. Seguro que es su peluche favorito.
               Me sobreviene una sensación de tristeza infinita. Mi hermano era mi peluche favorito y la cosa a la que más me gustaba abrazarme… hasta que él decidió traicionar mi confianza vendiéndome al mejor postor.
               Me vuelvo y estudio la imagen de Scott rompiendo el palito en trozos muy pequeños mientras Alec y Mimi y Tommy y Eleanor se toquetean a través de las varillas de metal, reconociendo la presencia del otro con el contacto de sus pieles.
               -¿A qué juegas?-pregunta la niña, y yo suspiro internamente. Déjame en paz, me gustaría decirle. Pero tengo que ser buena. A mamá le disgustaría muchísimo que no me portara bien.
               Le gusta que sea traviesa, pero ser traviesa no está reñido con tener educación y ser una buena niña.
               -No juego-digo en tono neutro, como si fuera evidente. Aunque lo es.
               -Ah-responde la niña, y escucho cómo se pasa una mano por el pelo, pensativa. ¿Por qué no se marcha ya?-. Entonces, ¿qué haces?
               -Llorar-contesto, arrastrando la palma de la mano por la alfombra de espuma verde y roja. Tiene el diseño de un puzzle y, cuando aprenda lo que son los números, descubriré que los extraños dibujos en rojo, azul, verde, amarillo, son cifras. Estoy sentada encima del número 2.
               -¿Puedo llorar contigo-pregunta la niña. Me vuelvo de nuevo y la miro. Se ha llevado una mano a la boca y se mordisquea con nerviosismo los dedos.
               -Vale-me escucho decir. Y ella no se lo piensa dos veces. Se sienta a mi lado, pone a su peluche entre sus piernas cruzadas, coloca sus orejas, y me mira. Espera a que yo empiece. Yo clavo los ojos de nuevo en mi hermano, que se levanta en ese momento, y se aleja, abatido, por su inmenso patio, con los hombros gachos por no haber podido verme.
               Veo cómo Tommy y Alec le dan palmaditas y le intentan animar, y eso me hace sentir horrible. Scott está triste por culpa mía. El labio empieza a temblarme y yo me dejo llevar. Vuelvo a echarme a llorar y la niña me acompaña, en un llanto que a veces es silencioso y a veces es tan atronador como una tormenta.
               Por fin llega el momento de volver a casa. Yo me limpio las lágrimas y los mocos contra las mangas de mi mandilón rosa y me levanto y me voy hacia mi mochila. Avanzo un poco más despacio que ayer, no sé si es por el cansancio o por la presencia de la niña, que no se separa de mí más de un par de metros. Descuelga la mochila de su percha, guarda el conejo de peluche dentro y cierra la cremallera de modo que la cabeza salga por la parte exterior. Se pasa los tirantes de la mochila por la espalda y da unos saltitos para terminar de colocársela en condiciones.
               Me río y me mira, y ella se ríe también. Salimos juntas, ninguna de los dos lo planea pero tampoco lo evita. Bajamos las escaleras y ella se gira hacia mí, con las manos en los tirantes de su mochila y su pelo alborotado bailando al son del viento, un poco como el mío, pero con muchísima más violencia.
               -¿Nos vemos mañana?-pregunta, y yo asiento con la cabeza.
               -Sí.
               -Hasta mañana-se despide, girándose sobre sus talones y agitando la mano en el aire.
               -Hasta mañana-respondo, mirando cómo se aleja dando brincos, su pelo danzando en todas direcciones, su mochila saltando por su espalda y las orejas del conejito de peluche disparándose en todas direcciones.
               Podría enamorarme de ella. Y ni siquiera sé su nombre. Sé que, si fuera un poco más mayor, si supiera cómo funciona el mundo realmente y supiera que puedo sentir cosas por gente con la que no vivo, podría sentirlas por ella. Empiezo a quererla al ver su pelo brillando bajo el sol. Pero yo no me doy cuenta hasta mucho, muchísimo tiempo después.
               Alguien me toca la mano y yo me giro bruscamente. Es Scott. Me sonríe con timidez, dándome a mí el poder de empezar la conversación y, con suerte, tal vez, perdonarle.
               -Hola-susurro, y él me sonríe, aliviado.
               -Hola. Vine a verte al patio. Pero no estabas.
               -No me encontraba bien-respondo.
               -¿Estás malita?
               -Estoy triste.
               -Siento que tengas que separarte de papá y mamá y Shasha. Pero todavía puedes estar conmigo, si quieres.
               -¿Y qué se supone que voy a hacer entre medias? ¿Cuando tenga que estar sola? No me gusta estar sola.
               -Tiene que empezar a gustarte, Saab. No podemos estar juntos siempre.
               Yo tuerzo la boca y asiento. Acepto la mano que Scott me tiende y dejo que me lleve con mis padres, que intentan animarme al verme un poco “apagadita”. Camino en silencio al lado del carrito en el que va Shasha, asintiendo o negando con la cabeza, apática, mientras los demás hablan. Scott nos cuenta su día y las cosas que ha aprendido, y a mí eso me enfada muchísimo, porque él no para de escuchar cuentos de profesores diversos mientras a mí me destierran a un rincón y me obligan a jugar.
               Bueno, vale, me destierro yo sola. Pero yo quiero entretenerme como se entretiene él. Quizás el cole no me pareciera tan horrible si los días no fueran exactamente iguales, si alguien me hiciera ver diferencias en ellos.
               Camino con resignación en dirección a las escaleras al llegar el tercer día. Me abrazo a papá y mamá y me despido de ellos con el corazón en un puño pero con las ganas de llorar disminuidas. Scott me lleva de la mano hasta la puerta de mi clase y me da un beso en la frente.
               Veo cómo Alec y Tommy se despiden de sus hermanitas y se acercan a nosotros, acompañados de Jordan.
               -¿Qué tal el cole?-pregunta Tommy alzando las cejas. Lo miro y me encojo de hombros.
               -Bueno-respondo con cierta resignación. Me estoy acostumbrando a todo esto, y ya no me parece tan horrible. Las paredes son graciosas, los dibujos son bonitos, y la verdad es que resulta bastante emocionante la cantidad de juguetes, todos diferentes y exóticos, que se van desperdigando por el suelo a medida que avanzan las horas.
               Aunque sigo prefiriendo estar en casa.
               -Eso es un avance-dice Alec, y yo lo miro-. Al menos ya no te parece todo tan horrible, -¿no?
               -¿Por qué no podéis quedaros conmigo?-pregunto. No me importaría estar toda la mañana lejos de casa si eso significa que, al menos, estoy con ellos. Ya he pasado tardes enteras en casa de Tommy, después de que mamá o papá nos dejen a la hora de comer y nos recojan justo antes de cenar y acostarnos. La presencia de los demás me haría creer que estoy en una de esas tardes tan felices y agotadoras.
               -Porque somos mayores-contesta Alec en tono sabio-, y tienes que hacer amigos pequeños, como tú.
               -¡Yo no soy pequeña!-protesto, alzando los puños. Aunque sí que soy más pequeña que él, que es más alto, no soy pequeña. Pequeña es Shasha, que a duras penas habla, le cuesta caminar. Yo puedo mantener una conversación. No demasiado complicada, pero puedo mantenerla. Recojo mis juguetes. Sé leer, un poco. No todo lo que lee papá, pero, desde luego, más que Shasha, que ni siquiera sabe coger un libro bien.
               El hecho de que quien me mete en la misma categoría que mi hermana, necesitada de atenciones y cuidados todo el tiempo, sea precisamente Alec, me enfada muchísimo más que si lo hubiera dicho cualquier otra persona. Me enfurruño y me doy la vuelta, me marcho sin decir adiós.
               Los chicos se miran entre sí, luego clavan los ojos en Alec.
               -¿Qué?-pregunta él-. ¿Qué he dicho? Es pequeña.
               -Al…-Tommy sacude la cabeza.
               -¡Es la verdad! Es pequeña. A veces la miro y creo que me la podría meter en la mochila y llevármela a casa-espeta-. Yo no quepo en mi mochila. ¿Cabes tú en mi mochila, T?
               -¡No importa que quepa en tu mochila, Al-protesta Scott-, esas cosas no se dicen y ya está!
               -No era mi intención ofenderla-responde Alec, alicaído. Tommy le pasa un brazo por los hombros y le ofrece un trago de su zumo multifrutas.
               -Ya. Pero, a la salida, deberías disculparte con ella.
               Alec se disculpa conmigo en el patio, nada más verme. Me dice que lo siente y que sabe que yo no soy pequeña y que no entiende por qué me ha dicho eso. Yo le suelto un tímido vale, porque no puedo procesar lo guapo que está pidiéndome perdón.
               Aunque eso me escuece un poco en el alma, me descubro deseando que se pase toda la mañana pidiéndome perdón.
               Incluso por cosas que a mí se me olvidan, pues, nada más entrar en la clase y dejar la mochila colgada en la percha, descubro a la niña de ayer sentada en el mismo sitio que ocupamos durante toda la mañana, al lado de la ventana, sobre la alfombra de espuma de puzzles numéricos, agitando las orejas y las patitas de su conejo de peluche mientras murmura cosas para sí misma.
               Me acerco a ella y me retuerzo la parte de abajo de la bata de colores.
               -Hola-susurro. Ella levanta la cabeza y sonríe.
               -¡Hola! Me preguntaba cuándo llegarías. Te has hecho de rogar.
               -Sí-asiento-, es que he estado…haciendo cosas. Soy una persona ocupada-espeto, porque recuerdo que es lo que papá dice cuando llega tarde a los sitios, y eso parece aplacar un poco la molestia de los demás.
               La niña de los rizos de cobre se echa a reír.
               -Ya veo. Bueno, ¿qué hacemos hoy? ¿Volvemos a llorar?
               -Ya no quiero llorar más-contesto, sentándome en el suelo al lado de ella y acariciando la superficie de color verde chillón-. Mi padre dice que tengo que ser positiva.
               -Eso es algo muy típico de padres-asiente la niña.
               -¿Quieres jugar?-pregunto.
               -¿A qué?
               -No sé. A algo-me encojo de hombros-. Elige tú.
               -Mamá me dice que no debería jugar con desconocidos-medita después de un momento, agitando las orejas de su conejo.
               -Pero tú y yo no somos desconocidas-respondo-. Hemos llorado juntas.
               -Ya, pero yo no sé cómo te llamas.
               -Pues pregúntamelo.
               -O podrías decírmelo, directamente.
               -Es raro que te diga mi nombre sin que tú me preguntes antes cuál es.
               La niña sonríe. La verdad es que su sonrisa es bonita. Tiene los dientes un poco separados, pero no como los personajes de las series de dibujos animados que tienen unos dientes horribles, a kilómetros de distancia unos de otros. En los dibujos, puedes meterte una mano entre los dientes. Ella no puede. Ni siquiera le cabría un dedo.
               -Es verdad. ¿Cómo te llamas?
               -Sabrae-contesto-. ¿Y tú?
               -Amoke-me responde.
               -¡Qué nombre más raro!
               -¡Tu nombre sí que es raro!
               -¡No lo es! ¡Me lo puso mi hermano! Mi nombre es muy bonito.
               -¿Tienes un hermano?-pregunta Amoke, y yo asiento.
               -Es mayor. Se llama Scott. Viene al cole, aunque no a esta clase-señalo las paredes, y Amoke las mira.
               -Qué guay. Yo no tengo ningún hermano. ¿Cómo es?
               -Pues es moreno, tiene los ojos un poco verdes…
               -¡No, no digo tu hermano! ¡Digo tener hermanos! ¡En general!
               -¡Ah!-separo las piernas y juego con los cordones de mis zapatos. Empiezo a tirar de uno y recuerdo de repente que no sé atarme los cordones, así que lo suelto antes de deshacer el nudo-. Es genial. Tiene siempre alguien con quién jugar. Y a quien dar besitos. Me encanta darle besitos a mi hermano. Y que él me los dé a mí.
               -Jo-contesta ella, tumbándose sobre su tripa-. Ojalá yo tuviera un hermano. Mi padre tiene que irse a trabajar y vuelve muy cansado. Y mamá está siempre ocupada. No tenemos mucho tiempo para darnos besitos.
               -¿Y por qué no pides que te busquen un hermanito?
               -Pues… porque papá y mamá no tienen tiempo para cuidarlo. Dicen que conmigo tienen bastante-se encoge de hombros y agita las patas inferiores de su peluche. Parece triste. Sus ojos se clarean un poco con la luz del sol.
               Como no quiero que se disguste, la tranquilizo:
               -Bueno, no te preocupes. Los hermanos a veces dan mucho la lata. A veces yo quiero jugar, pero a Scott no le da la gana, y me tengo que aguantar. Y Shasha llora de noche y a veces…
               -¿Quién es Shasha?-pregunta Amoke, arrugando la nariz.
               -Mi hermanita-explico-. Es pequeña. Tiene un año y cuatro…
               -¿TIENES DOS HERMANOS?-grita Amoke, incorporándose de un salto. Yo doy un brinco, noto cómo mi corazón se detiene un momento y asiento despacio.
               -Sí…
               -¡JOLÍN! ¡ERES COMO LA NIÑA CON MÁS SUERTE DEL MUNDO! ¿Quieres que seamos amigas?
               Parpadeo un momento. Has hecho que me apetezca venir hoy, ¿y me estás preguntando tú si quiero que seamos amigas?
               -No sé-contesto-, ¿el agua moja?
               Amoke me mira sin entender.
               -No entiendo lo que significa eso.
               -Significa que sí. Mi madre lo dice mucho. Y mi hermano. Es un dicho tonto-me encojo de hombros.
               -¡Oh! A mí me gusta. El agua moja-repite, pensativa-. Suena muy intelectual.
               -¿Qué es intelectual?
               -No lo sé, pero mi madre lo dice cuando una cosa es guay.
               -Qué intelectual.
               -¡Súper intelectual!-contesta ella, y nos echamos a reír.
               -¿Y qué te parece si somos mejores amigas?-sugiero, y ella me estudia.
               -¿Qué hacen las mejores amigas?
               -Juegan juntas y duermen en la casa de la otra. A veces. No siempre. Mi hermano tiene un mejor amigo. Se llama Tommy. A veces se queda a dormir con nosotros en casa. Es muy guay. Cuando viene, tenemos noche de pelis Cenamos pizza y comemos gominolas hasta que nos duele la tripa.
               -Me gustan las gominolas. Pero no me gusta que me duela la tripa.
               -No tienes que comer gominolas hasta que te duela la tripa, tonta. Cuando quieras, puedes parar.
               -¡Qué guay! ¿Y qué más?
               -Se dejan los juguetes. Y los peluches-señalo su conejito de peluche y ella lo mira. Se lo lleva al pecho.
               -Orejotas es importante para mí-dice, y yo asiento. Tuerce la boca y se lo piensa un momento-. Pero creo que contigo podré compartirlo-me lo tiende y yo lo cojo con cuidado, asegurándome de no hacerle daño.
               -Parece que le gusto.
               -Podemos ser sus madres-sugiere. Me echo a reír.
               -Le daremos de comer verduras y le racionaremos las chuches para que no coja un empacho y le salgan bichitos en los dientes.
               -Le acostaremos temprano y le obligaremos a cepillarse los dientes-asiente Amoke, divertida.
               -Pobre Orejotas, la que le espera.
               Amoke se acerca un poco a mí y le devuelvo el peluche, al que ella abraza y acaricia. Se me queda mirando con sus ojazos brillantes.
               -¿Cómo se llaman las mejores amigas la una a la otra?
               -Por el nombre.
               -Ya sé, boba-saca la lengua y pone los ojos en blanco-. Pero… ¿no tienen un nombre especial? Mamá y papá se llaman mi amor el uno al otro.
               -Mi familia me llama Saab-digo tras un momento de meditación.
               -A mí me llaman Momo-contesta
               -Momo es bonito.
               -No tanto como Saab.
               -A mí me gusta Momo.
               -Sabrae es un nombre precioso.
               -Tu nombre sí que es precioso.
               -No, el tuyo.
               -No, el tuyo más.
               -¡Que no! El tuyo más-dice, riéndose y dándome un empujoncito. Se lo devuelvo y las dos nos echamos a reír.
               -¿Quieres sentarte conmigo?-le pregunto cuando la profesora nos manda ponernos en las mesas de diferentes colores y patas muy amplias.
               -¡Claro!
               Nos levantamos y nos ponemos en una mesa azul (ella) y en otra blanca (yo). Amoke deja a Orejotas encima de la mesa, entre nosotras, y las dos nos lo pasamos bomba cantando canciones con los demás.
               Van a pasar los años y Orejotas terminará ajado y abandonado en una caja en lo más alto de su estantería. Amoke tendrá hijos y tendrá que vaciar cajas y lo encontrará mucho después de este día. Se acordará de cómo nos hicimos amigas, del esplendor de su peluche favorito, que ahora ha perdido uno de los botones que le hacen de ojo y tiene una oreja rota por la que se escapará el relleno. No podrá tirarlo.
               No podrá dejarlo marchar.
               Porque Orejotas es la prueba viviente de la amistad que nos une, y nos unirá hasta el día en que una de las dos muera.
               Claro que eso, todavía, nosotras no lo sabemos.
               Sólo somos dos niñas que se han sentado juntas en el parvulario.
               Ninguna de las dos es consciente de la trascendencia de la decisión que acabamos de tomar.


En la fiesta de Halloween, Amoke me recuerda nuestro primer día de clase, cómo había odiado el cole con lo que ahora me encanta. Llevamos toda la semana preparando este día, y por fin ha llegado. No he dormido casi nada de los nervios y la emoción, y a la hora de ponerme el disfraz de dálmata que mamá y papá me han estado preparando, estaba tan nerviosa que no podía dejar de moverme. Tanto, que incluso tuvieron que reñirme para poder subirme la cremallera del mono con manchas y colocarme correctamente la diadema con las orejitas blancas y negras.
               La clase está totalmente cambiada, con guirnaldas de calabazas naranjas y murciélagos negros que sonríen colgadas por todas partes. En una esquina hay una araña gigante de ojos enormes a las que no nos atrevíamos a acercarnos hasta que la profesora le puso aquellos ojos y le dibujó una sonrisa: ahora, la clase la llama Señorita Margaret y todos le hemos traído una golosina que depositamos en el cubo con forma de sombrero de bruja que la araña tiene entre sus muchísimas patas.
               -¡Muy bien, niños! ¡Hoy vamos a cambiar el tema de las fichas para colorear!-anuncia la profe, sacando un paquete de folios y pasándonos varios tacos de folios, que nos vamos pasando entre nosotros tras recoger un par de hojas-. ¿Quién quiere pintar vampiros?
               -¡Yo, yo, yo!-clamamos todos, levantando las manos y dando brincos en nuestras sillas, emocionados.
               -¿Entonces, no queréis pintar a Frankenstein?
               -¡Sí, sí!
               -¿Y nada de brujas?
               -¡Sí!
               -¿Y murciélagos?
               -¡También!
               -Venga, pues daos prisa-anima la profe, repartiendo las fichas con vampiros, momias, brujas, murciélagos, calabaza y pociones burbujeantes a las que tendremos que dar color-. ¡Luego tenemos que hacer los cuencos de calabaza para que podáis ir a pedir chuches!
               Abrimos las cajas de los lápices de colores y nos afanamos con los dibujos.
               -Nada de salirse, chicos…
               -¡Profe!-levanta la mano David, un niño con el que jugar a la pilla no tiene gracia, de tan rápido como es-. ¿Qué pasa si no nos da tiempo a terminar la calabaza?
               -¡Una catástrofe!-responde la profe, dándole en la cabeza con su escoba de bruja-. ¡No podréis salir a por chucuhes!
               -¡Noooooooooooooooooooooooooooooo!-gritamos todos, empujando los dibujos a un lado y concentrándonos en los que tenemos entre los dedos. Amoke me enseña su murciélago arcoíris y yo le muestro mi Drácula con vestido rojo y camiseta verde.
               -Parece Robin, el de Batman y Robin.
               -Es que llevar la misma ropa siempre tiene que cansar-respondo.
               -Nosotras llevamos el babi todos los días y no nos cansamos.
               -¡Porque es bonito!-respondo. Amoke se encoge de hombros y comprueba que las gafas de pasta y la chaqueta de científico loco de Orejotas estén en perfecta posición. Todo correcto, podemos seguir dibujando.
               Metemos al peluche en su mochila y nos sentamos en corro mientras la profesora nos explica lo que tenemos que hacer para hacer nuestro cuenco de calabaza. Mezclamos una pasta rara que vertemos dentro de cuencos de plástico y dejamos secar cerca de una estufa mientras salimos al recreo. Scott y Tommy se acercan a nosotras, que ya les esperamos en la valla. Scott me acaricia la tripa por encima del disfraz y yo me echo a reír.
               -¿De qué vas disfrazada tú, Amoke?
               -Soy una granjera zombie-contesta ella, señalando sus botas, su sombrero de paja, y el corte en la cara que su madre le ha dibujado con pintalabios esta mañana.
               -Aterrador-contesta Scott.
               -¡Escalofriante!-respondo yo, brincando sobre mí misma y agitando la colita de perro que llevo cosida al culo. Eleanor y Mimi se acercan a nosotras; Eleanor va vestida de princesa alada, y Mimi, de bailarina momia (ese detalle se nos escapa hasta que ella nos señala las tiras blancas de alrededor de su cintura).
               -¿Ya tenéis vuestros cuencos de calabaza?-pregunta Mary, y Amoke y yo asentimos.
               -Se están secando dentro.
               -¡Nosotras hemos hecho sombreros de bruja!-festeja Eleanor-. ¿Qué habéis hecho vosotros, chicos?
               -Aprender a restar números grandes-contesta Tommy, limpiándose un polvo imaginario de su traje de espía.
               -Qué aburrido.
               -Eso es información clasificada-le riñe mi hermano a Tommy, que se encoge de hombros.
               -La familia está en el negocio también.
               -Eso es en la mafia; nosotros no somos mafiosos.
               -¿Quién dice que no haya espías en la mafia?
               -¿Conoces a algún espía mafioso, tonto?
               -¿Y tú?-espeta Tommy-. ¡Claro que no!-suelta antes de que Scott pueda responder-. ¡Porque los espías no pueden decir que lo son! ¿Cuántos años tienes, Scott? ¿Cinco?
               -¡Cállate!-contesta Scott, dándole un empujón.
               -Amoke, ¿vienes con nosotros a buscar chuches esta noche?-pregunta Eleanor, girándose hacia ella. Amoke da unos saltos antes de asentir con la cabeza.
               -¡Ya lo creo! ¡Será muy emocionante, ¿a que sí, Saab?!
               -¡E intelectual!
               -¡Muy intelectual!
               -¡Ultra mega híper extra intelectual!-celebro yo, chocando las palmas con Amoke. Las profesoras de Scott y Tommy les llaman y ellos se alejan de la valla tirándonos besos y despidiéndose de nosotras hasta la hora de la salida.
               -¿Saltáis a la comba?-nos invita Eleanor, y trotamos tras ella y Mimi, a pasar el rato mientras se acerca la noche. Yo corro hacia mis padres en el momento en que nos dejan salir, me despido hasta las siete de Amoke y ultimo los detalles pendientes de mi disfraz.
               Papá y mamá llevan ayudándome a prepararlo más de un mes. Termino de ponerle purpurina dorada por todas las esquinas en las que la ha perdido sobre el papel dorado y me pongo los pantalones, la camiseta, el jersey y los guantes negros antes de pasarme la pequeña armadura redondeada que me convierte en un bombón gigante.
               Mi intención al principio era la de llevar el mismo disfraz de dálmata tanto a clase como a pedir golosinas, pero, después de que mamá me indicara sabiamente que sería mejor que tuviera dos disfraces, por si al final ensuciaba el de dálmata (como efectivamente pasó), al final he preparado dos modelos que llevar.
               Me muero de ganas por ver las caras de mis amigos cuando me vean por la calle. Scott y yo vamos prácticamente corriendo, hasta que nuestro padre nos llama la atención y nos dice que, como nos alejemos mucho, se nos llevará un monstruo de los que salen a pasear por Halloween.
               -Yo la protegeré-dice Scott, cogiéndome del cuello y pegándome a su pecho, girando sobre sí mismo y mirando en todas direcciones, buscando el peligro.
               -Como os sigáis alejando, nos damos la vuelta y nada de chuches-advierte papá, y, ante la amenaza de una noche de Halloween sin golosinas, volvemos obedientemente a su lado y no nos separamos de él. Incluso les damos las manos, Scott a él, yo a mamá.
               Después de unos minutos caminando en silencio, llegamos a la esquina del cole, donde hemos quedado con los demás. Las gemelas, Tommy y Eleanor ya están allí esperándonos. Por una esquina veo aparecer a Amoke con el mismo disfraz de por la mañana, escondido bajo un abrigo de plumón que la hace parecer una bola de nieve gigante. Me acerco a ella y le doy un abrazo trabajosamente mientras ella me examina.
               -¿Eres una bola de nieve de las que se ponen a los árboles de navidad?-pregunta, y yo niego con la cabeza. Las gemelas se acercan a mí; llevan puestos dos trajes con lentejuelas que me recuerdan a las películas de baile de hace muchísimos años.
               -¿Eres un sol?-pregunta Bey, a la que distingo por traer el pelo suelto.
               -No.
               -¿Una bola de fuego?-sugiere Jordan, y yo niego con la cabeza, frustrada, señalándome la diadema con un lazo blanco y marrón. Vamos, tampoco es tan difícil.
               -¡Soy un bombón!-proclamo.
               -¡Los bombones no son dorados!-protesta Tommy.
               -¡El envoltorio sí, imbécil!-discute Scott.
               -¡Scott!-riñen papá y mamá, y Scott se amedrenta al oír las voces de los dos. Esconde las manos en los bolsillos de su pantalón y agacha la mirada.
               Alec y Mimi llegan a los pocos minutos, acompañados de sus padres. Mimi viene disfrazada de muñeco de nieve, con una nariz de plástico imitando a una zanahoria sobre la suya. Pincha a Eleanor en la mejilla y se ríe cuando la hermana de Tommy protesta.
               Me quedo mirado a Alec, preguntándome de qué va. Lleva el caldero-calabaza en una mano y una escoba de madera en la otra. Trae unas gafas sin cristal, una capa negra, un jersey del mismo color, con un escudo rojo en el pecho, y corbata de color amarillo y rojo sobre una camisa blanca.
               -¿Qué eres?-le pregunta Amoke, y Alec se señala la frente, en la que se ha dibujado un rayo rojo. Amoke y yo nos miramos y negamos con la cabeza.
               -¿Hola? ¡Harry Potter!-contesta Alec, y Amoke y yo volvemos a mirarnos-. ¡El niño que sobrevivió! ¡Por dios bendito, ¿es que no tenéis cultura?
               -¿Quién es Harry Potter?
               -Ay, madre mía-Alec se pasa una mano por la cara y niega con la cabeza-. Decidme que, por lo menos, sabéis de qué va disfrazada Mimi.
               -¿Eres Olaf, de Frozen?-pregunto yo, y Mimi chilla y asiente.
               -¡Sí! Let it go, let it go…
               -Olaf no canta en Frozen-discute Alec.
               -Can’t hold it back anymoreeeeeeeeee-chillan Eleanor y Mimi, cogiéndose de las manos y dando saltos en círculos. Alec pone los ojos en blanco.
               -No puedo creer que no sepáis quién es Harry Potter-continúa Alec, sacudiendo la cabeza.
               -¡Somos pequeñas!
               -¡Y muy bobas!-responde Alec-. Mira que no saber apreciar mi disfraz…
               -Yo creo que estás muy guapo-espeto, y Alec me mira-. Te sientan bien las camisas.
               Tommy y Scott se miran un momento antes de empezar a gritar:
               -¡A Sabrae le gusta Alec, a Sabrae le gusta Alec, a Sabrae le gusta Alec!
               -¡Callaos! ¡Es la verdad! ¡Está guapo!-respondo, notando cómo me sube el calor a las mejillas. No sé qué es peor, si la forma en que me sonríe Alec, o lo que están cantando mi hermano y el tonto de su amigo.
               -Gracias, Saab-dice él, ignorando a Scott y Tommy, que enseguida se callan-. Tú también estás muy guapa. ¿Has hecho tú el disfraz?
               -Me han ayudado papá y mamá-respondo, cuando en realidad, lo único que he hecho yo ha sido tirar purpurina dorada por encima. Pero bueno.
               -Qué guay.
               -A ver si adivinas de qué va-le pincha Jordan, y Alec alza las cejas, sorprendido.
               -¿No es un Ferrero Rocher?-pregunta, y todo el mundo se queda alucinado. Hasta yo. La verdad es que, después de que nadie acertara mi disfraz, ya no tenía esperanzas de que alguien lograra adivinarlo.
               Aunque, claro, sólo a mí se me ocurre dudar de Alec.
               Me quiero casar con él, reverbera una voz en mi interior, pero yo no la escucho.
               -Sí, ¡sí!-celebro, corriendo hacia él y cogiéndole la mano-. ¿Lo ves, Scott? ¡Te dije que alguien lo entendería!
               -¿Por qué has elegido un Ferrero Rocher?-pregunta Tamika, con el ceño fruncido.
               -Porque me gustan.
               -A mí también-interviene Alec-. Son geniales. El chocolate que tienen por dentro, mmm…-se toca la tripa y se relame, y después, abre los ojos y me mira-. ¿No es genial?
               -Es lo mejor. Oye, ¿crees que nos darán alguno?
               -Espero que sí.
               -Pues más os vale poneros en marcha-dice la madre de las gemelas-, o se acabarán todos los dulces para cuando vosotros lleguéis.
               Me lo paso genial esa noche. Llamamos a todas las puertas del vecindario, recitamos al unísono el “truco o trato” y nuestras calabazas se van llenando poco a poco. Casi nadie me pregunta de qué voy disfrazada, y me lo tomo como una buena señal. Alec nos explica a Momo y a mí que Harry Potter es un mago que va a una escuela de magia en un castillo al norte de Inglaterra, en Escocia.
               -¿Qué hay que hacer para ir?-pregunta Amoke, y Alec se mete la mano en el bolsillo y saca su varita mágica.
               -Bueno, hay que tener aptitudes para la magia. Te llega una carta y tienes que ir a comprar una varita…
               -Haznos un hechizo-exige Amoke.
               -No puedo, chicas. Nada de magia fuera de Hogwarts-recita como si fuera un mantra-. Y no quiero haceros daño.
               -Pero, ¿tienes aptitudes para la magia?-pregunto.
               -No es por presumir, pero… sí-Alec se encoge de hombros-. Es decir, puedo hacer que el teléfono de mi madre llame a mi abuela con sólo ordenárselo.
               -El móvil de mi padre también hace eso-respondo yo, haciéndome la ofendida por su intentona de engaño. Alec alza las cejas.
               -¿De veras? ¡Vaya, Saab! ¡Igual tú también eres una bruja! Veamos-me entrega la varita y me hace sujetarla-. Sí, definitivamente, hay un poco de magia en ti. Cuando cumplas 11 años, te llegará una lechuza y tendrás que ir a Hogwarts.
               -¡No! Yo quiero quedarme en mi casa siempre, ¡en Hogwarts no conoceré a nadie!
               -Estaré yo-contesta él, y eso me tranquiliza muchísimo-. Y yo cuidaré de ti, no te preocupes.
               Suelto una risita y asiento con la cabeza, esbozo un tímido “vale” y le devuelvo la varita. Alec se la guarda en el bolsillo y revuelve en su calabaza en busca de una gominola que llevarse a la boca mientras seguimos con nuestra exploración de golosinas.
               Papá termina llevándome la calabaza y mamá me coge en brazos cuando ya no puedo más. Hemos recorrido tres barrios enteros y me duelen los pies y me muero de sueño.
               Y todavía nos queda lo mejor. Después de toda la noche recolectando golosinas, llega la hora de la verdad: elegirlas. Volvemos a mi casa y todos los niños nos sentamos en el salón, haciendo un corro, y seleccionando las golosinas que hemos vertido previamente en el suelo. Shasha se lo pasa en grande agitando todo lo que se le pone a tiro y abriendo envoltorios a diestro y siniestro.
               Por desgracia, no hay más de dos bombones a los que voy imitando en todo el montón de chucherías. Uno le ha tocado a Jordan y otro a Bey, y Alec los convence para que me los den.
               Si tuviera diez años más, en ese momento le juraría amor eterno y le ofrecería mi vientre para tener hijos conmigo. Pero, como sólo tengo 3 años, lo único que puedo hacer es sonreír y darle las gracias por los esfuerzos que está dedicando a hacerme feliz. Scott y Tommy se vuelven a poner a cantar que estamos enamorados y Alec les lanza un caramelo de menta. Nos repartimos las golosinas y nos vamos a la cama, al sótano. Ellos encienden una linterna y se ponen a contar historias de miedo, hasta que Amoke y yo nos echamos a llorar de terror y Scott se pone como un basilisco con todos ellos por asustarnos hasta ese punto.
               Subimos a la habitación que yo comparto con Scott y nos metemos en la cama, hablando del día y de lo bien que lo hemos pasado. Colmamos de mimos a Shasha y nos tapamos bien con las mantas hasta quedarnos dormidas.
               Me despierto en mitad de la noche, con ganas de ir al baño. Así que me levanto y voy sigilosamente a hacer pis, para luego bajar a la cocina y servirme un vaso de agua. Las calabazas con las chuches ya repartidas están encima de la mesa, y en cada una hay un nombre escrito para distinguirlas de las demás.
               Consigo entender cuál es la de Alec y cuál es la mía y, sin pensármelo dos veces, saco los paquetitos de regalices rellenos de una pasta blanca y los meto en la suya.
               Quizás no tenga 13 años y no pueda bromear con tener hijos con él porque no sé de dónde vienen aún los niños.

               Pero tengo 3 y ya puedo darle las gracias ofreciéndole lo mismo que él me ha ofrecido a mí: su dulce favorito. Bombones por regalices. Me parece un trato más que justo.


¡Empieza lo bueno! Ahora que he terminado Chasing the Stars, me alegra anunciar que Sabrae pasará a ser semanal. Los días 23 también tendréis capítulo garantizado, ¡dale fav a este tweet para que te avise en cuanto suba un nuevo capítulo! 

8 comentarios:

  1. SABRALEC POR FAVOR!!!!!!
    Me muero de amor con estos dos es que son lo más de lo más!!!
    Y Sabrae indignada, traicionada, herida por tener que ir al cole, chiquito espectaculo el que ha montado solo porque no quería estar allí.
    PERO LO ÁS IMPORTANTE HA SIDO SABRALEC DIOS MIO

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    1. Tío es que yo me la imagino totalmente así eh, indignadísima por tener que ir al cole, con lo casera que es JAJAJAJAJAJA la quiero un montón pobrecita mía

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  2. "Me llamo Sabrae y me gusta estar con mis padres" me parto JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA
    Ay Alec que super adorable me he enamorado jo <3 que ganas tengo de que crezca Saab y se enrollen o algo!!!

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    1. "y se enrollen o algo" yONE TÍA QUE LOS VOY A CASAR JAJAJAJAJAJAJAJAJAJA

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  3. ALEC ES UN BIZCOCHO QUE ME MUERO CON ESTE NIÑO POR DIOS ENTRE QUE CONVENCE A JORDAN Y A BEY PARA QUE LE DEN SUS BOMBONES A SABRAE, LA CHARLA DE ALEC DICIENDOLA QUE ÉL CUIDARÍA DE ELLA EN HOGWARTS Y ALEC INTENTANDO ANIMARLA PA QUE ENTRE EN CLASE ES QUE ME VOY A INRFARTAR ANTES DE QUE EMPIECEN A SALIR MADRE MIA
    La escena de sabrae viendo como scott la espera en el patio y ella no sale por traidor jejejejjejejejejejjeje
    "yo no me sé todos los cuentos del mundo" "pues te los aprendes" sabrae la jefa desde los 3 años

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    1. En el fondo Sabralec lleva rising desde que ellos eran unos piojos me encanta esta puta novela porque la disfrazo de porno pero es un slow burn importante ah
      Venganza al hermano traidor, ni perdonamos ni olvidamos

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  4. Sabralec llevan toda la vida siendo otp y me encanta ❤
    "No sé, ¿el agua moja?" No hay cosa más Malik que esa frase xd
    Me encantan Sabrae y Amoke
    "Porque Orejotas es la prueba viviente de la amistad que nos une, y nos unirá hasta el día en que una de las dos muera." ❤

    - Ana

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    1. Buah es que si no meto "el agua moja" cada 10 capítulos no estoy escribiendo yo la historia que lo sepáis
      Amoke y Sabrae son monísimas de verdad cómo odio que ella no apareciera nada en Chasing the Stars porque se merecía un poquito de protagonismo por lo mucho que la quiere Sabrae, pero claro, cómo iba a saber yo cuando metí a Saab en la novela que iba a tener tanta importancia...
      Ay Ana por Dios me sigue encantando que cojas alguna frase y me la pongas en los cometarios, es una de las cosas que más echo de menos de Chasing the Stars y del principio de Sabrae, espero que te vaya todo muy bien ❤

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