sábado, 18 de agosto de 2018

Medicina.


Para cuando me animé a levantarme de la cama, mi móvil llevaba un rato sin vibrar. Yo me lo había quedado mirando hasta que finalmente se dio por vencido, sumido en un sueño del que no iba a despertarse a no ser que yo lo invocara.
               Muerto, como estaban mis ilusiones.
               Una marea negra, pegajosa y pesada se había instalado en mi interior. Si antes me había sentido ligera como una pluma y valiente como una leona, ahora me notaba pesada como un lagarto, cobarde como una gallina. Nunca pensé que alguien que no fuera nada mío, absolutamente nada, pudiera hacerme ese daño y sin ni siquiera pretenderlo.
               Me incorporé hasta quedar sentada y me limpié algo húmedo que me mojaba las mejillas. Lágrimas. Me había echado a llorar y ni siquiera me había enterado. Sorbí por la nariz y me miré en el espejo, hecha un completo y absoluto desastre. Tenía el pelo alborotado como si me hubiera estado tirando de los rizos para no volverme loca, y los ojos hinchados y rojos propios de alguien que es adicto a la heroína, no a un chico.
               Un chico que no podía ser más que el antagonista de mi historia particular.
               Ojalá le hubiera dicho que no. Ojalá hubiera cerrado la conversación en cuanto vi los tintes que adoptaba. Ojalá él no tuviera ese efecto hipnótico sobre mí. Ojalá no le hubiera mandado aquellos estúpidos mensajes, que me hacían parecer débil y emocionalmente involucrada. Seguro que yo no era más que una muesca en su cama, un puto palo que añadir a la lista que seguro que guardaba en la funda de la almohada a modo de representación de todas las chicas que habían caído en sus redes.
               Ojalá no me hubiera pasado la vida odiándolo, porque lo único que me molestaba más del comportamiento de Alec, era que yo sabía que era así.
               Volar tiene sus riesgos, y yo me había dado la hostia. Un paso en falso había hecho que me precipitara al vacío; toda la vida había vivido en la cuerda floja, resistiéndome a lo atractivo que era por fuera recordando que no lo era en absoluto por dentro. Un instante de debilidad me había hecho perder el equilibrio, y había estado cayendo durante un glorioso mes en el que me sentí libre como un pájaro.
               Pero si yo era un pájaro, acababa de descubrir mi tipo: un estúpido, incauto, ingenuo e imbécil pingüino. El suelo llegó sin que yo lo previera, y me había estampado contra él con tantísima fuerza que fracaso y cuerpo éramos uno.
               Por qué tuve que equivocarme este mes y estar en lo cierto todos estos años contigo, pensé observando mi reflejo en el espejo, imaginándome a Alec sentado a mi lado en la cama, sintiendo una tristeza que de seguro no experimentaba. Sólo yo. Sus palabras habían sido dulces porque yo era la hermana de Scott. Qué casualidad que justo cuando hablábamos de decírselo a mi hermano, él corría a los brazos de otra. Era un cobarde, un jodido cobarde. Si quería terminar conmigo incluso antes de empezar, no tenía más que decirlo.
               Contuve un nuevo sollozo y me calcé mis zapatillas de bota. El calor que manaba de ellas no me reconfortó en absoluto. Un frío gélido me corroía las entrañas, y una única frase de tres palabras se repetía en mi interior, como un mantra que se sobreponía a las cacofonías que mi cerebro formaba con la voz de Alec y la chica con la que había estado esa misma tarde.
               Necesito a mamá. Necesito a mamá. Necesito a mamá.
               Tiré de los bordes de mi chaqueta hasta convertirme en un improvisado y patético capullo desastroso y me encaminé a la puerta de mi habitación. Sorbí por la nariz y me pasé una mano por los rizos, intentando resolver el desastre en que me había convertido.
               Por supuesto que no iba a quedarse en casa el sábado. Eres una estúpida. Si fue amable contigo cuando tenías la regla era para que no le fueras con el cuento a Scott.
               Y por si decidías chupársela.
               Envidié a mi yo del sábado mientras bajaba las escaleras; la Sabrae del pasado las había subido con ilusión, había esperado con ansias que cayera la noche para hablar con él. Ahora, me aterrorizaba la soledad de mi cuarto. Y mi único fuerte al que batirme en retirada no sólo no estaba en casa (Scott se iría a dormir a casa de Tommy esa noche), sino que tampoco era un puerto seguro para mí en esas condiciones.
               Por mucho que Alec me hubiera hecho daño, yo no quería que Scott se lo devolviera.
               Eso me haría quedar todavía peor, como si me hubiera destrozado lo que había hecho. En cierto modo, así era, pero jamás debía dejar que Alec lo adivinara.
               Además... no quería que él sufriera por mí. Eso me rebajaría a su nivel. Y me dolería más aún.
               Descendí penosamente las escaleras, cada movimiento me dolía horrores en mis músculos agarrotados por la regla y la decepción arrastrada durante toda mi vida. Me tambaleé en el último escalón y logré sujetarme a la pared para no caerme al suelo. Hundirme físicamente era lo último que yo necesitaba.
               Me acerqué a la puerta de la cocina y apoyé la mano abierta en ella, jadeante.
               -Mam…-empecé, sabedora de que mamá estaba en el interior de la estancia, preparando una cena que yo no estaba segura de poder ingerir. Pero un ruido procedente del interior me contuvo.

               Escuché susurros quedos de mis padres, que intercambiaban ideas en tono bajo… asustado.
               Helada, me detuve en seco. Dejé de empujar la puerta y clavé los ojos en la pequeña rendija que había abierto, a través de la cual entreveía un brazo de papá. Sobre sus hombros, los brazos de mamá rodeaban su cabeza y le acariciaban despacio del vientre, mientras papá jadeaba con lágrimas en los ojos y vomitaba palabras que en un principio no tuvieron sentido para mí. Se había cortado el pelo.
               Su pelo rapado era señal de que iba a empezar el proceso creativo.
               Y su respiración acelerada, mirada pedida y sudores fríos, que estaba en plena crisis de inicio del ciclo.
               -… y vosotros no vais a poder salir a la calle. Será la primera vez que no os dedique algo. Será una basura. Nunca superaré lo que he hecho ya. Nunca. La crítica no me dejará vivir. No quiero que digan nada malo de vosotros. No quiero hacer una mierda y dedicárosla. No quiero. No puedo volver a componer. No salen. No pueden. No hay nada. Estoy solo. A oscuras. En silencio. No puedo…
               -Respira, Z-susurraba mamá, acariciándole el pecho con los pulgares y besándole la cabeza-. Respira.
               -Me retiro. No lo soporto más. Seguiré con las clases y ya está. Soy un fraude. Una estafa. No puedo seguir componiendo. No voy a seguir haciendo música. Cada cosa que se me ocurre es basura. Zayn ha muerto. No volveré a salir de casa.
               -Concéntrate en mi voz-le dijo mamá con tono paciente.
               -Las niñas, qué van a decir. Se mueren de ganas de que les dé nueva música, y yo… necesito… Scott por lo menos será el único que no se decepcionará. Le parece una basura, todo lo que yo hago. Esto no es diferente. Seguro que lo detesta. Seguro que no consigo que cambie de opinión tampoco esta vez-papá abrió los ojos y jadeó un segundo, asfixiado ante la posibilidad de que su primogénito cambiara de canal en la radio si volvía a sacar música.
               -Sabes que no es verdad, a Scott le gusta tu música, es sólo que prefiere…
               -Si ni mi propio hijo quiere escucharme, ¿por qué debería hacerlo nadie más?
               Mamá lo rodeó y le tomó de la mandíbula.
               -Zayn-le llamó, y papá levantó la vista y parpadeó confuso, como si la viera por primera vez-. Mírame. Estoy aquí. Soy yo. Sherezade-le acarició la barba y papá continuó hiperventilando-. Respira. Sigue mi voz, ¿vale? Respira cuando lo haga yo-cogió sus manos y las colocó en su pecho. Se inclinó hasta ponerse casi de rodillas frente a él. Papá miró en todas direcciones, como perdido-. Mírame. Zayn. Dos números. Uno-mamá inhaló profundamente y papá la miró-. Dos-exhaló despacio y le sonrió-. ¿Vale? Podemos con esto. Como lo hacemos siempre. Venga. Uno-mamá inhaló y papá intento imitarla-. Dos. Genial. Sí. Vuelve conmigo, mi amor-mamá sonrió y se puso en pie.
               Papá la agarró con violencia por las mangas de la sudadera.
               -Sherezade-susurró, suplicante.
               -Estoy aquí-mamá le acarició la cabeza y le besó la frente.
-No sé por qué soportas esto…
-No voy a dejarte. Jamás te dejaré. Eres el padre de mis hijos. Eres el hombre al que amo.
               -No estoy a tu altura.
               Mamá apoyó la frente en la de papá.
               -Sí lo estás. Somos uno. Ante Él, somos el mismo ser en dos cuerpos. La misma alma. En la salud y en la enfermedad, ¿recuerdas? Tanto cuando te sobre el oxígeno como cuando te cueste respirar. Sobre todo, cuando te cueste respirar. Puedes con esto y con mucho más, mi amor. Tienes talento de sobra, eres trabajador, eres…
               -Antes era joven.
               -Sigues siéndolo.
               -La ansiedad va a más, cada vez… las críticas…
               -Lo único que te importa es que a mí me guste tu música. Y a mí me encanta todo lo que viene de ti. Todos tus hijos. Los que tienes tú solo y los cuatro que hemos tenido juntos. Eres un padre de diez con Scott y las niñas-le besó la frente-. Un par de canciones no son nada al lado de esto.
               Papá apoyó la cabeza en el busto de mamá y respiró profundamente. Su respiración se fue normalizando y yo me alejé escaleras arriba. Mamá ya tenía bastante con la ansiedad de papá, no necesitaba la mía también. Sabía cómo sufría con los ataques que le daban a mi padre cada vez que se le presentaba un nuevo proyecto. La ilusión y el sufrimiento venían de la mano.
               Yo misma estaba experimentando la otra cara de la moneda en ese mismo instante.
               Y necesitaba a alguien a mi lado.
               Me tumbé de nuevo en la cama y estiré el brazo hacia la mesita de noche. Recogí el móvil y traté de ignorar el nudo en el estómago que me produjo ver el nombre de Alec en la pantalla de las notificaciones. Lo desbloqueé y abrí la pantalla del teléfono. Toqué el nombre de Amoke y esperé.
               Un tono. Dos. Tres. Cuatro. Cinco. Seis. Siete.
               Ocho.
               El móvil dio la llamada por finalizada sin darme ocasión a escuchar un nuevo tono. Me hice un ovillo sobre mí misma, notando cómo me desgarraba por dentro.
               En lo único en que podía pensar era en Scott. Él sabría exactamente qué decirme, cómo abrazarme para evitar que me descompusiera. Volvería a encajar las piezas de mi puzzle con una facilidad que asustaría.
               Y yo no podía decirle absolutamente nada. Porque la culpa era mía por pillarme por Alec Whitelaw.
               Tecleé el número de casa de Amoke, esperando que se hubiera dejado el móvil en su habitación y estuviera viendo la televisión en el salón, por improbable que eso fuera. Un tono se sucedió tras otro y nadie respondió al teléfono.
               -Momo, por favor-gemí, desesperada, intentándolo de nuevo con su móvil, pero nada. Derrotada, decidí abrir Telegram y toqué directamente en su nombre, ignorando los números azules al lado del nombre de Alec. Toqué el nombre de Amoke y escribí:
Llámame cuando puedas, Momo, por favor.
               Me acurruqué contra el colchón y cerré los ojos un momento, conteniendo las arcadas. Me daba vueltas toda la habitación y no podía dejar de temblar.
               No podía dejar de escuchar a Alec gimiendo encima de una chica de la que yo no sabía nada más que su nombre: Pauline. Decidí ponerme los auriculares en los oídos, como si así fuera a acallar las voces de mi mente. Me puse la capucha de mi chaqueta, me acurruqué bajo las mantas y cerré los ojos. Presioné el botón central de los auriculares y me mordí el labio mientras esperaba a que la primera canción comenzara a sonar.
               Sometimes, de Ariana Grande, se abrió paso a través de mis oídos. A pesar de su letra prometiéndole amor eterno a su amado, luchar por él y todas esas cosas, que me hundía un puñal en el corazón, no la pasé. Me sentía una masoquista de primer nivel, necesitaba que alguien compartiera mi dolor conmigo. Que me diera una excusa para seguir llorando.
               Una nueva canción comenzó a sonar en los auriculares. Me puse tensa en cuanto escuché la voz de mi padre, cantando la misma canción que había bailado estando con Alec. Aquella canción en la que pensé que algo había cambiado entre nosotros. Que aquello significaba algo para él más allá del sexo, un sexo genial en el que me sentía comprendida y respetada como nunca.
               Qué irónico que en lo único en que Alec me respetaba fuera en el sexo. Y qué ilusa había sido hablándole a mi madre de él, preguntándole si le parecía que debía arriesgarme, cuando él no había tardado nada en traicionarme. Ni siquiera había esperado una noche antes de irse con otra y dejarme tirada. Pero lo peor no era eso: lo peor era que me había mentido a la cara, me había dicho que se quedaría también en casa, dándome unas ilusiones con las que en ningún momento pensó cumplir. Me aferré a la almohada mientras papá cantaba a una chica imaginaria, que en la vida real era mi madre, que le dejara ser su hombre, para así poder quererla, y poder cuidarla.
               Un nuevo torrente de lágrimas me bajó por la nariz y empapó mi almohada. Me hice un poco más pequeña, acusando mi soledad.
               El aleatorio era caprichoso y se había propuesto hundirme en la miseria. Cuando las últimas notas de Let me murieron en mis oídos, apenas pasó un momento antes de que una nueva canción se  hiciera con toda mi atención. Esta vez era otra voz femenina, que había descubierto hacía poco y cuyo primer trabajo me había dejado fascinada. Wicked games de Kiana Ledé.
               Me puse boca arriba y boqueé en busca de aire mientras la intérprete se afanaba con la canción.
               -You love to be a trouble maker, leaving me now then fuck me later…
               Tragué saliva y me limpié las lágrimas de los ojos, conteniendo las ganas de pasar la canción. Quizá, si conseguía superarla, superaría todo lo que estaba sintiendo. Sentía que estaba atravesando un punto crítico en mi bache emocional.
               -And I let you come back ‘cause sticking ‘round is in my nature, and tolerating bad behaviour. You know that I do that, you love that I do that-tomé aire y recogí el teléfono, me quedé mirando la portada del EP, con el rostro de la artista en primer plano-. You, you know my weaknesses, you banking a break of my rules.
               Sí, definitivamente Alec sabía cómo entrar por los recovecos de mi armadura mental y conseguir que rompiera mis normas. La regla de oro: no relacionarse con fuckboys como él.  Eran peligrosos porque sabían cómo hacer que una chica se enamorara de ellos.
               -Yes you take advantage, know how to manage my whole fucking planet.
               -You’ve been playing wicked games-cantamos las dos, y me incorporé y me limpié las lágrimas. Totalmente derrotada, decidí que no había manera de que cayera más bajo, así que recogí mi móvil e, ignorando las notificaciones de Telegram, todas pertenecientes a la misma persona, decidí entrar en Instagram.
               No buscaba distraerme, sino hurgar más en la herida. Tecleé una única letra en el buscador y el perfil de Alec apareció arriba del todo, disponible para mí. Sorbí por la nariz y toqué en su nombre de usuario. Seguí una ruta diferente a la acostumbrada: en lugar de meterme en sus publicaciones, toqué en el número de personas a las que seguía, rezando por no encontrarme a quien estaba buscando.
               Una parte de mí, por pequeña que fuera, albergaba la esperanza de que, a pesar de que tenía sexo con ella, y por la forma en que me lo había confesado, también le tenía aprecio, no siguiera a Pauline. Lamentándome de que alguien en Instagram hubiera decidido poner una barra de búsqueda también en la lista de seguidores y personas a las que cada persona seguía, toqué en ese pequeño rectángulo y escribí con las manos temblorosas “Pauline”.
               A cada letra que añadía a ese nombre, un puñado de perfiles desaparecían de las posibilidades. Eso me permitía respirar con alivio. Alivio que no sentí cuando sólo encontré a una persona en mi búsqueda.
               ¿Nunca has hecho algo que tú sabes que va a perjudicarte, y aun así sigues adelante? Lo peor de mirar las redes sociales de alguien es que podías encontrarte con algo que te hiciera daño. Algo que tú deberías fingir no haber visto.
               Toqué su perfil y mi corazón dio un vuelco. Si había algo que pudiera dolerme más que el hecho de que Alec hubiera resultado ser como yo siempre había sospechado que era, era que encima estuviese con ella.
               No podía competir con una chica así. Tenía un cuerpo perfecto: pelo negro y largo, liso, que seguro que no le formaba nudos por las mañanas. Labios carnosos y una sonrisa amplia y blanquísima. Unas piernas de infarto, cintura de avispa y pechos pequeños, que por fuerza tenían que ser firmes y redonditos, no como los míos, tan grandes que ya empezaban a acusar el impacto de la gravedad. Tenía complexión atlética, pero no de las de las chicas que hacían deportes de alto impacto, como podría ser mi caso, sino de las que se mantenían en forma comiendo sano, a base de verduras, y haciendo un poco de ejercicio cada día.
               Ejercicio en el que se incluía el sexo.
               Bajé por sus fotos, odiándome más y más a mí misma por haber sido tan estúpida como para pensar que yo tenía posibilidades con Alec. Ni siquiera me extrañaba que se acostara con ella: viéndolo a él, cualquiera sabía que podría tener a todas las chicas que quisiera.
               Me detuve en una selfie de Pauline en la que sonreía ligeramente a la cámara mientras un rayo de sol le arrancaba destellos dorados a sus ojos de un ligero tono verdoso. Un montón de personas comentaban en su foto. Descendí más hasta instantáneas del verano pasado, en las que ella lucía un bikini blanco que no podría quedarle mejor.
               Ya está bien, Sabrae, me dije, sintiendo cómo me mareaba. Subí de nuevo a su perfil, no sé para qué…
               Y entonces, lo vi.
               En el recuadro azul de “seguir”, no sólo estaba esa palabra. Una más se mostraba a su lado. “También”.
               Mi corazón comenzó a latir 300 veces por minuto mientras miraba aquella pequeña palabra, con un significado tan horrible. Me metí en la gente a la que seguía y me busqué. Allí estaba yo, con mi foto de perfil y el círculo de colores que indicaba que había subido nuevas historias.
               En algunas mostraba mi cuerpo, que no tenía nada que hacer a su lado.
               Me quedé sin respiración y luché por recuperar el aire mientras por mi cabeza circulaban un millón de teorías, cada una peor que la anterior. La más amable indicaba que sólo me había seguido para saber qué otro tipo de chicas le iba a Alec.
               La más malvada, y a la que yo me aferré sin pretenderlo, me decía que me seguía sólo para reírse de mí. Casi podía escuchar las carcajadas crueles de ambos mientras pensaban que no podía ser más patética, esperando que Alec se fuera a la cama religiosamente un sábado por la noche. Y lo había hecho, vaya que sí. Pero no a la suya.
               Hecha un manojo de nervios y con un nudo en la garganta que me impedía respirar, lo único que se me ocurrió fue tocar los tres puntos de su perfil y bloquearla. No quería que tuviera acceso a mí, no quería que tuviera acceso a nada mío. No quería ponerle en bandeja la posibilidad de que ella había ganado, y yo había perdido. Seguro que había disfrutado muchísimo con Alec esa misma tarde, teniéndolo dentro mientras yo le enviaba mensajes como una estúpida. Por lo menos me quedaba el consuelo de que no los había leído delante de ella. Por lo menos ella no sabía nada de cómo había necesitado al chico que compartíamos, sin yo saberlo, ese mismo día.
               Hecha una furia con Alec por haber sido tan cabrón como para dejar que Pauline me siguiera, regresé a su perfil. Estaba a punto de tocar los tres puntos y bloquearlo a él también cuando la pantalla de mi móvil se volvió negra. El nombre de Momo apareció en letras blancas en la parte superior, y yo deslicé el dedo por la pantalla para responder a su llamada.
                -Momo-jadeé.
               -Acabo de leer tu mensaje, ¿qué ocurre?
               -¿Puedes venir?-le pedí con un hilo de voz, y noté cómo se me quebraba la frase a la mitad. Amoke no necesitó ni un segundo para analizar lo que ocurría.
               -Claro, cariño. Me visto y en diez minutos estoy en tu casa.
               Yo ni siquiera tenía fuerzas para pedirle que se diera prisa, ya no digamos bajar a abrirle la puerta. Por suerte, papá fue quien el franqueó el paso, y Amoke murmuró algo de que habíamos quedado para un trabajo de clase y se le había pasado por completo; por eso venía corriendo.
               -¿Necesitáis…?
               -Sabrae ya ha terminado su parte, se me había olvidado darle la mía para juntarla-Amoke sonrió, subió las escaleras de dos en dos y atravesó el pasillo en dirección a mi habitación.
               Abrió la puerta sin más dilación y la cerró rápidamente. Sorbí por la nariz y me senté a lo indio. Amoke se desabrochó la chaqueta y avanzó hacia la cama.
               -Me ha mentido-me lamenté con voz quejosa, y Amoke arqueó las cejas e hizo una mueca, compartiendo mi dolor-. Se ha acostado con otra-añadí, y la voz se me rompió de nuevo.
               -Estúpidos chicos-gruñó, sentándose a mi lado y atrayéndome hacia mí. Me dejó llorar tranquila, desahogarme en su cuello, mientras me acariciaba la cabeza y me susurraba palabras de aliento-. No te preocupes, se te pasará pronto. Él es un imbécil, nunca me cayó bien. Podemos ir a pegarle, si tú quieres.
               En el fondo de mi corazón le agradecí que se ofreciera tan rápido a ir a romperle las piernas a Alec. Yo sabía que él no le caía mal (de mi grupo de amigas, quien más lo detestaba era yo), pero que se pusiera de mi parte tan rápido, sin necesitar nada más que mi palabra y un brevísimo resumen de lo que Alec había hecho, hizo que la quisiera un poco más de lo que ya lo hacía. Tenía a la mejor amiga del mundo.
               Amoke me cogió la mano y me miró a los ojos cuando yo me separé de ella, agotada de tanto llorar.
               -Bien, ¿me explicas qué ha pasado?
               Asentí con la cabeza, acepté el pañuelo que me tendía, extraído directamente de su mochila (en mi habitación tenía pañuelos, pero Amoke había venido preparada) y sonándome. Le entregué el móvil ya desbloqueado y ella entró en Telegram.
               -Te ha hablado-informó.
               -No le contestes.
               -Vaya que si le voy a contestar-gruñó, molesta-. Nadie hace llorar a mi mejor amiga y vive para contarlo.
               Amoke subió por la conversación, analizando despacio los mensajes para saber dónde se encontraba el principio del fin. Por fin, llegó al génesis del apocalipsis.
Bombón, ¿estás sola? Necesito hablar contigo de una cosa.
Estoy en mi habitación, sí. ¿Qué pasa? ¿De qué quieres hablar?
Es sobre hoy. Y sobre el sábado por la noche, también.
¿Sobre hoy y el sábado? No entiendo.
No puedo seguir hablando contigo sin que lo sepas. Me siento un puto traidor, Sabrae.
Me estás asustando, Alec. ¿Qué pasa?
Mira, como no sé cómo decirte esto para hacértelo más llevadero, te lo voy a decir sin rodeos. Espero que no te moleste mi falta de tacto. Créeme si te digo que no me hace gracia darte la noticia que te tengo que dar.
Alec, por favor. Soy mayorcita, puedo soportarlo.
Me he acostado con otra.
               -Sucio cabrón. Maldito hijo de puta.
               -Ya lo sabíamos-contesté, abrazándome a mi peluche gigante de Bugs Bunny.
               -Eso no quita que esté mal.
               -No es mi novio-gemí, porque aquello me dolía. Si al menos fuera mi novio, por lo menos no sería una patética de campeonato llorando por la falta de monogamia de un chico que no era nada mío.
               Si Alec fuera mi novio, tendría motivos legítimos para sentirme en la mierda.
¿Y qué?
               Había fingido indiferencia, y en cierto modo la había sentido. Una cosa era que hiciéramos lo que hacíamos los fines de semana, y otra que fuera mío y yo fuera suya. Por mucho que a mí me ilusionara un futuro, Alec no me lo había prometido, así que no tenía que cumplir con él.
               Además, yo estaba empezando a asumir que estaba comenzando a sentir cosas por él. Era perfectamente normal que él no sintiera lo mismo.
               Aunque mentiría si dijera que el que lo que hacíamos no fuera igual de importante para ambos no me dolía.
Quiero decir… hoy he estado con una amiga. Se llama Pauline.
Alec, no tienes que darme explicaciones sobre tu vida. No somos nada, ¿recuerdas?
               Había dicho eso para provocarle. Para arrancar una contestación desmesurada por su parte. Y no lo conseguí.
Sí, lo sé, pero yo quiero que lo sepas de todos modos. Me siento como si te estuviera mintiendo. Y no quiero mentirte, bombón. No quiero mentirle a nadie, pero menos a ti.
El caso es que he estado con Pauline esta tarde. Hemos follado y tal. Lo hacemos a veces, cuando yo tengo que entregar un envío en casa de sus padres y ella está disponible.
Pero… no entiendo cómo estar con esta chica es mentirme.
También estuve con ella el sábado.
               Me había quedado sin respiración al leer eso. Yo sabía a lo que se refería, pero aun así, intenté que no me afectara demasiado. Me dije que estaba bien, que no pasaba nada, que él podía hacer su vida… pero una parte de mí se retorcía de dolor pensando que me había engañado.
               Me había dicho una cosa y luego había hecho otra totalmente distinta.
Ya veo.
Sé que te dije que me iba a quedar en casa, pero de verdad, quiero explicarte lo que pasó.
No tienes por qué darme explicaciones, Alec, es tu vida.
El caso es que estaba de chill con Jordan jugando a videojuegos y poniéndome hasta el culo de pizza y…
Pero yo quiero dártelas, Sabrae.
Pues eso, estábamos en su casa y
El caso es que me acordé de que Pauline me había dicho que se iba a una fiesta a la sala Asgard esa noche, y que si no tenía planes y me apetecía pasarme era más que bienvenido.
Y bueno, pues fui. Me despedí de Jordan y esas cosas y me piré con ella, cogí la moto y tal, fui en su busca, la encontré, bailamos un poco, bebimos un poco, y una cosa llevó a la otra y terminamos yendo a su casa.
En realidad, era lo que ella quería: que fuéramos a su casa.
Y no te voy a mentir, yo también lo quería.
Es decir, llevaba toda la semana con muchas ganas de verte, y ayer no pudimos hacer mucho, y pues, no sé, supongo que tenía la libido por las nubes y no pensaba con la cabeza.
No suelo pensar con la cabeza cuando estoy cerca de chicas guapas, seguramente  te hayas dado cuenta ya, porque tampoco pienso cuando estoy contigo.
El caso, bueno, que nos acostamos y tal y me quedé a dormir en su casa, y por eso tardé en contestarte. Me parecía muy fuerte hacerlo cuando estaba en la cama con ella.
A pesar de que yo quería contestarte. Odio dejarte esperando, Saab. Te lo juro por mi madre, que es lo que más quiero en esta vida.
Y también odio mentirte. Y necesitaba decírtelo.
Bueno, ahora que lo pienso, ha quedado un poco como si te estuviera echando la culpa, cuando para nada es así. No es culpa tuya, soy yo que soy imbécil. Y me lo pasé genial el viernes y me encantaría repetirlo las veces que hiciera falta. Es sólo que… no sé. Soy gilipollas, como te digo. Y no quería que te llevaras una impresión equivocada de mí si llegabas a enterarte.
Quería ser yo quien te lo contara. Para asegurarme de que no entiendes lo que no es.
               A esas alturas, a mí me había costado respirar.
Ya. A ver, tampoco hay mucho que entender.
Lo que quiero decir es que no quiero que saques las cosas de contexto. Me apetecía echar un polvo y lo eché.
Sé que eso no cambia el hecho de que no te dije nada de mis planes.
Como te he dicho, no tienes que darme explicaciones de tu vida.
El caso es que llevo desde el sábado sintiéndome fatal porque siento que te he mentido y no quiero traicionar la confianza que has depositado en mí. Tu confianza significa mucho para mí, ¿sabes?
               Sí, había pensado, porque sin confianza, yo no me abriría de piernas y tú tendrías que cruzar media ciudad para un polvo cuando conmigo lo tienes a la vuelta de la esquina.
Ya. Bueno, gracias por contármelo.
Me llama mi madre, tengo que dejarte.
               Había sido ahí cuando bloqueé el teléfono y lo lancé sobre la cama. Cuando mi corazón comenzó a romperse. No había sido más que un polvo para él, y yo me estaba pillando. Con esos mensajes, Alec me había confirmado lo que yo ya sospechaba: que lo del viernes había sido una molestia y que prefería mil veces estar con otra chica a tenerme tumbada sobre él sin poder hacer nada. Seguro que le había parecido patética cuando me negué a que me diera un orgasmo, cuando a él le faltaba tiempo para salir corriendo en busca de otra.
               Amoke tragó saliva, repasando la conversación.
               -Menudo cabrón. Y, encima, te lo dice por teléfono. Hay que ser cobarde-escupió, asqueada, y negó con la cabeza. Bloqueó el teléfono y lo dejó boca abajo sobre las mantas de mi habitación mientras y me abrazaba las piernas.
               -¿Sabes? Creo que es lo único que me gusta de todo lo que me ha dicho. Por teléfono es mucho más impersonal. Así puedo reaccionar como yo quiera sin temor a quedar más patética de lo que ya me siento.
               -A mí me parece que es de ser un cobarde.
               -No podría llorar si me lo dijera en persona. Quedaría de débil.
               -Yo lloraría. O, créeme, le montaría un numerito trágico sólo para que se sintiera como la mierda. No creo que Alec sea de los que se regodean en el sufrimiento que le causan a otras chicas. Es cruel incluso para él.
               -Te sorprendería lo cruel que puede llegar a ser.
               Amoke frunció el ceño.
               -¿Qué insinúas?
               Le dije que sacara su móvil y que abriera Instagram. Le dije de memoria el nombre de usuario que tenía que buscar, y ella se quedó mirando el perfil de Pauline.
               -¿Quién es esta? Parece una modelo.
               -Es Pauline-ante la cara extrañada de Amoke, añadí-: la chica con la que se acostó estos días.
               Amoke alzó las cejas y tragó saliva, examinando el perfil de la chica.
               -No deberías haberla buscado. ¡Eso es de primero de relaciones! Nunca se busca a las competidoras.
               -No tengo nada que hacer contra ella. No es ninguna competición-murmuré.
               -¿Se puede saber de qué hablas? Eres guapísima, Saab. Tienes un cuerpazo, una melena increíble y una sonrisa preciosa, aunque últimamente no la enseñes.
               -No tengo cuerpazo. Ella, sí.
               -A mí no me gustan las tías, a mí me gustas tú-soltó Amoke, esbozando una tímida sonrisa que yo le agradecí. Se sentó sobre sus rodillas-. Y mira, aun en el hipotético caso de que él la prefiriera a ella antes que a ti, pues, ¡él se lo pierde! Seguro que tú tienes mucha más conversación que doña Me Hago Fotos En Posturas Imposibles Para Que Mis Tetas Parezcan Más Grandes.
               Me gustaría haberle dicho que no hiciera eso de intentar minimizar a Pauline, pero más me hubiera gustado que no me hiciera sentir mejor.
               -Dime, por favor, que la has bloqueado.
               -Sí, pero ya me había mirado todo el perfil. Me estaba siguiendo.
               -¿Cómo dices?
               -Busqué su cuenta en la de Alec, y me aparecía que me seguía. Así que la bloqueé. A eso me refería, ¿sabes? Estoy segura de que ella y Alec se lo pasaron la mar de bien viéndome estos días subiendo cosas como una imbécil, sólo para ver si él me contestaba.
               Amoke tamborileó con los dedos sobre su barbilla.
               -¿Te puedo ser sincera?
               -Depende-me abracé un poco más al conejo de peluche y parpadeé.
               -Entiendo que estés triste y creo que tienes motivos de sobra para ello, y te voy a dar un par de días de luto antes de que empecemos a trazar un plan, pero… ¿no crees que estás siendo un poco dura con Alec? Es decir, sabíamos cómo era, ya desde un principio. Si tú no lo soportabas, era porque era un mujeriego de mil pares de cojones.
               -Yo ya no le aguantaba antes de ser un mujeriego. Y de todas formas, no es el hecho de que se haya tirado a esta tía lo que me molesta. Pauline me da absolutamente igual; tiene un total de cero unidades de relevancia en mi vida. Lo que me cabrea es que me mintió. Llevamos hablando varios días y él no ha dicho ni pío. ¿Por qué me lo dice ahora?
               -Creo que se sentía mal. Por el tono de los mensajes, le carcomía la conciencia.
               -Es Alec Whitelaw-le recordé, detestando su nombre completo-. No tiene conciencia.
               -Tienes que tener conciencia para que te importe alguien. Y yo creo que le importas, Saab. Vale que los mensajes no son plato de buen gusto y yo estaría igual, o incluso peor, que tú. Pero no creo que seas insignificante en su vida.
               -No soy insignificante por el mero hecho de que me abro de piernas, Amoke-respondí, limpiándome la cara con rabia-. Mi coño ya tiene importancia para él. Y créeme, es lo único que tiene importancia para él.
               -No lo único-respondió Amoke, recogiendo mi móvil y abriendo los mensajes.
               -¿Qué insinúas?
               Amoke se aclaró la garganta y comenzó a leer.
               -“Me siento un puto traidor, Sabrae”. “No sé cómo decirte esto para hacértelo más llevadero”. “Me siento como si te estuviera mintiendo, y no quiero mentirte, bombón. No mentirle a nadie, pero menos a ti”. “Pero yo quiero darte explicaciones, Sabrae”. “Llevaba toda la semana con ganas de verte”.
               -No es necesario que hagas esto. Por si no te has dado cuenta, he leído la conversación.
               -“No suelo pensar con la cabeza cuando estoy cerca de chicas guapas, seguramente te hayas dado cuenta ya, porque tampoco pienso cuando estoy contigo”.
               -Típico de él.
               -“Me parecía muy fuerte contestarte cuando estaba en la cama con ella.” “Odio dejarte esperando, y también odio mentirte.” “No es culpa tuya, soy yo que soy imbécil”.
               Aparté la vista y la clavé en la pared.
               -“Me lo pasé genial el viernes y me encantaría repetirlo las veces que hiciera falta.” “No quería que te llevaras la impresión equivocada de mí.”
               Intenté no saborear la que yo sabía que sería la última frase.
               -“No quiero traicionar la confianza que has depositado en mí. Tu confianza significa mucho para mí”-Amoke bajó el teléfono y se me quedó mirando, pero yo rehuía sus ojos. Sorbí por la nariz y negué con la cabeza-. Escúchame, Saab. Nos conocemos lo suficiente como para que yo sepa qué es lo que te duele de verdad de todo esto. No es Pauline.
               -No, no es Pauline-me volví para enfrentarla-. Lo que me duele es que Alec sea el que yo siempre creí que es.
               -Siempre pensaste que sólo había una cosa que le importara en la vida. Ahora ya sabes que, como mínimo, son dos.
               -¿Su madre y su hermana?
               -El sexo y tú-contestó, y yo me quedé callada-. Escucha, lo que te ha hecho es una putada, y creo que deberíais hablarlo. No está bien que te haga sentir así, pero tampoco está bien que tú te cierres en banda y te desprecies de esta manera. Lo has leído y me has escuchado. Sabes que le importas. Y bastante, además-miró la pantalla apagada de mi móvil-. Nunca pensé que él pudiera mandar mensajes así, si te soy sincera. Parece una persona totalmente diferente cuando está contigo.
               -Ése es el problema, Momo-gemí-. Que es una persona diferente cuando está conmigo. No me gusta el Alec de Pauline, pero mi Alec me encanta. Y mi Alec sólo existe un par de horas a la semana.
               -¿Y por qué no intentas estirarlo?
               -No merece la pena. Sólo le veo los fines de semana.
               Amoke parpadeó y alzó las cejas. Se reclinó sobre sus manos y esbozó una sonrisa.
               -Quizás sólo lo veas los fines de semana, pero las ojeras crónicas que llevas arrastrando varias semanas me hacen pensar que no es el único momento en el que estás con él.
               Puse los ojos en blanco.
               -No tengo tantas ojeras.
               -Has pegado un cambio radical, Saab. Física y mentalmente. No eres la misma desde que hablas con él. Eres más feliz. ¿A que sí?
               Me mordí los labios para contener una sonrisa.
               -Tus trucos de psicología de revista del corazón no funcionan conmigo.
               -Dime que no te gusta cómo eres cuando estás con él. Dime que él no merece la pena y la Sabrae que eres cuando estáis juntos tampoco, y yo misma me encargaré de bloquearlo en todas tus redes sociales y le impediré acercarse a ti a un radio de 50 metros.
               -No hay que ser melodramática.
               -Dímelo.
               -Me gusta la Sabrae que soy cuando estoy con él-admití, y Amoke prorrumpió en un aplauso.
               -¡Genial! ¿Ves? Podemos trabajar con esto. Al menos, tienes algo a lo que aferrarte. Lo que necesitas es hacer que Alec espabile. Lucha por él. Quítaselo a la Pauline ésta.
               -No estoy segura si me sale rentable lo mal que lo estoy pasando por un par de polvos.
               - Y luego te quejas de que él no piense más que en sexo, cuando es a lo único que te aferras ahora.
               -¿Y si creo que no merece la pena?
               -Haz que la merezca-sentenció, estirándose y apoyando el codo en su rodilla flexionada-. Oblígale a merecerla.
               Me la quedé mirando. Amoke me limpió una lágrima y me acarició la mejilla con el pulgar.
               -No sé qué tengo que hacer para conseguirlo.
               Ella arqueó las cejas.
               -Mírate. Eres Sabrae Malik. ¿De verdad crees que necesitas hacer algo para que un chico quiera merecerte?
               Apoyé la cabeza en su mano y cerré los ojos, dejándome llevar por la sensación de hogar y placentero calor de la mano de Momo. El aroma a canela y galletas que desprendía su piel era lo más parecido a un portal interdimensional a mi infancia que tenía. Amoke llevaba toda la vida oliendo así, haciendo que recordara lo bien que nos lo habíamos pasado juntas a lo largo de nuestras vidas incluso cuando estaba en mis momentos más oscuros.
               Mi mejor amiga tenía un magnetismo natura que le era tan inherente como la belleza a un pavo real. Un don natural para que me sintiera segura y querida incluso cuando estaba en peligro.
               Me alegraba de haberle entregado mi primer beso a ella. De haber descubierto tantísimas cosas a su lado. Sabía que Amoke jamás me traicionaría. Toda mi alma tenía un lugar en que cobijarse mientras ella viviera.
               Y la suya, mientras yo lo hiciera.
               -Vamos a algún sitio para levantarte el ánimo-dijo, girándose y recogiendo su mochila. Fruncí el ceño y miré por la ventana; la oscuridad de la noche de diciembre llenaba el escenario exterior. A lo lejos, las luces del centro de Londres rasgaban el negro para convertirlo en añil.
               -Es tarde, Momo.
               -¿Y qué?
               -Pues que es de noche.
               -Estamos en Inglaterra, chica. En diciembre-me recordó-. Ya es de noche a las 12 del mediodía. ¿Alguna otra excusa?
               Puse los ojos en blanco, detestando el momento en que Momo me convenciera para salir afuera y helarme la nariz.
               -Hace frío.
               -Tenemos guantes y bufandas-sentenció y me cogió las manos, entusiasmada-. De verdad, Saab, quiero ayudarte. Venga. Cogemos nuestros abrigos, nos calzamos las botas de invierno, y nos vamos a la pastelería que hace brownies con bizcocho de nueces. Necesito nueces para afrontar la noche de devaneo de sesos que se nos presenta mientras decidimos qué hacer para convertir a Alec Fuckboy® Whitelaw en Alec Me Encanta La Monogamia Whitelaw-Malik.
               -¿Whitelaw-Malik?-estallé en una carcajada-. No sé si lo sabes, pero quien adopta el apellido del otro es la mujer.
               -O el hombre, en los matrimonios gays. Toda esta movida forma parte de un plan maestro para separar a Scott de Tommy y que yo pueda casarme con él. Alec es una pieza esencial en esta fase del plan. Te lo confesaré porque somos amigas: le hipnoticé para que fuera con Pauline y tú te olvidaras de él. Así, él se deprimiría y caería en brazos de tu hermano.
               -Scott es escandalosamente heterosexual.
               Amoke agitó la mano.
               -Todos los tíos son escandalosamente heterosexuales hasta que se emborrachan lo suficiente y le meten la lengua en el esófago a su mejor amigo. Entonces, descubren que igual las pollas no están tan mal.
               -Las pollas no están mal, pero los coños mandan.
               Amoke asintió con la cabeza, la mirada perdida.
               -Los coños son la hostia, pero-se giró y me miró-no vas a conseguir distraerme. Quiero brownies de nuez. Ya. Te lo juro, Sabrae, o vamos a por nueces, o nos peleamos. Te monto el pollo del siglo, te lo prometo.
               -Vale, vale-alcé las manos y me dirigí a mi armario.
               -Ponte guapa-ordenó, sentándose a lo indio sobre mi cama-, que nos vamos a hacer fotos para que Alec rabie viendo que tú también tienes vida más allá de él. Necesitas salir guapa.
               -Alec dice que estoy guapa siempre-se me escapó antes de poder frenarme, y vi en el espejo de al lado de mi armario cómo me ruborizaba y Amoke, detrás de mí, alzaba una ceja.
               -¿No decías que pasaba de ti?
               -Eso era en plena crisis existencial-respondí, sacado un jersey amarillo y otro rojo y colocándolos a mi costado-. ¿Cuál me pongo?
               -Sabes que me pirra Piolín-respondió, y me eché a reír. Me quité la chaqueta y la camiseta y me enfundé el jersey amarillo que había comprado hacía poco. De tela suave, era gordito, mullido y cálido: la combinación perfecta para un día invernal de mal de amores.
               Terminé mi atuendo con unos pantalones negros y unas botas militares. Intenté no pensar que eran las que había llevado a la pelea, las que había usado la primera vez que estuve con Alec, pero fracasé.
               Me hice con mi abrigo verde militar con forro interior y parches en los brazos y recogí una bolsa. Metí 20 libras en la cartera, me aseguré de que el bono de transporte estuviera en su interior, y me volví hacia Momo.
               -Estoy preparada.
               -Genial, porque me muero de hambre. Te lo juro, Saab, ser buena amiga le abre a una el estómago que no veas. Me comería 2 docenas de brownies de nuez.
               -Te los comerías en cualquier ocasión.
               -¡Y estoy orgullosa de ser una entusiasta de los brownies!-proclamó, levantando el puño. Me eché a reír, le di un beso, posé con ella para las historias de Instagram y abrí la puerta de mi habitación en el momento en que Duna pasaba por delante, arrastrando una carretilla de plástico en colores vivos.
               Duna me miró con los ojos como platos.
               -¿Adónde vas?
               -Al centro.
               -A por pasteles-reveló Amoke, y yo me giré hacia ella. Genial, ahora Duna querría venir y yo tendría que hacer de niñera.
               La cara de mi hermana más pequeña se iluminó con ilusión. Una sonrisa gigante le cruzó el rostro.
               -¿De veras? ¿Puedo ir?
               -No sé si mamá…
               -¡Es una idea estupenda, Dundun! Vístete, que nos vamos. Avisaremos a Sher mientras tú te preparas.
               -¡GENIAL!-gritó la niña, y volcó su carretilla en su afán de llegar antes a su habitación. Me giré hacia mi mejor amiga.
               -Pero, Momo…
               -Así te distraes-sentenció-. No vas a quedarte en casa compadeciéndote de ti misma; no lo toleraré. Y tampoco consentiré que dejes a una pobre niña pequeña con la ilusión de comerse un pastelito.
               -¿No estarás pensando en utilizar a mi hermana para que nos den una golosina extra?
               -¿Quién te has creído que soy? Si me hablaras de dos, pues bueno…
               -Amoke…-le advertí, echándome a reír.
               -Sabrae, el azúcar es algo muy serio sobre lo que no hay que bromear-replicó con ceremonia, y yo me eché a reír con más fuerza. Bajamos las escaleras y avisamos a mis padres de que nos íbamos a dar una vuelta. Papá estaba mucho mejor ahora que mamá había hecho su terapia milagrosa con él, e incluso se ofreció a llevarnos al centro, pero declinamos su invitación. Shasha y Scott estaban en el salón, cada uno concentrado en sus cosas: Shasha miraba una serie coreana en su iPad mientras Scott se mordisqueaba el piercing con aire distraído, haciendo tiempo hasta la hora en que Tommy le dijera que fuera a su casa.
               -¿Adónde vais?-preguntó al vernos con nuestros abrigos y nuestras mochilas de cuero. Abrí la boca, pero mi hermano levantó un dedo-. Ah, espera, no me lo digas. Acabo de recordar que no me interesa.
               -¡Gilipollas!-cogí un cojín y le di en la cara con él mientras Scott se reía. Duna bajó las escaleras mientras yo me encargaba del mayor de nuestra generación.
               Y a mamá le cambió la cara al ver a su pequeña con un abrigo impermeable rosa y botas de agua en las que había enfundado sus pies con calcetines gruesos para no pasar frío.
               -¿Tú también vas, mi amor?-preguntó, y el deje de preocupación en su voz me molestó. Duna asintió con la cabeza y se dio un golpe en el pecho.
               -¡Soy mayor!-proclamó, y Scott la miró de arriba abajo y esbozó su sonrisa torcida. Intenté que no me recordara a Alec y, evidentemente, fracasé.
               -Es de noche-instó mamá.
               -Déjala que vaya, Sher-replicó papá, acariciándole la cintura. Mamá se mordió el labio y me miró.
               -¿Seguro que quieres que vaya con vosotras? Os retrasará y…
               -Pues, ¡correré, mamá! ¡Déjame ser libre!
               -¿Scott?
               -Ni de coña. ¿Con lo calentito que estoy en casa? Yo no me muevo de aquí.
               -¿Ni por cincuenta libras?
               -Por cien…
               -No voy a darte cien libras cuando cuidar de tus hermanas es tu deber.    
               -También lo es de Sabrae.
               -Sí, y a mí no me ofrecéis dinero-discutí, molesta. Puse los brazos en jarras y mamá nos miró alternativamente a Duna y a mí. Después de un momento de debate interno, asintió con la cabeza y se encaminó con nosotras al recibidor. Cogió una bufanda y la enrolló alrededor del cuello de Duna.
               Recordé haber sufrido la misma preocupación por su parte cuando era pequeña, la primera vez que salí con Scott. Me había enfundado en un abrigo gordito y me había ordenado que no me separara de mi hermano bajo ningún concepto, que le obedeciera en todo y que me portara bien.
               -No te separes de Sabrae bajo ninguna circunstancia, ¿entendido? Ahora la que manda es tu hermana. Pórtate bien, y sé obediente. Ten cuidado cuando te bajes de los autobuses; baja siempre agarrándote a la barandilla para que no te tire la gente. Y cuidado con el hueco entre el vagón de metro y el andén; puedes meter un pie. Nada de ser quejica y nada de intentar ir a tiendas de animales, que nos conocemos, Dundun. Si te cansas, se lo dices a tu hermana, y volveréis a casa-me lanzó una mirada cargada de intención y yo asentí con la cabeza-. El abrigo te lo desabrochas al entrar en los centros comerciales, y te lo abrochas antes de salir. Nada de abrochártelo en la calle, ¿entendido? Y la bufanda, que te la ponga Sabrae. Ella sabe ponértela mejor que tú.
               -Mamá… que ya soy mayor…
               -No. Te. Separes. De. Tu. Hermana-le recordó, cogiéndola por los brazos-. ¿Me has entendido, señorita?
               -Sí-Duna se frotó la cara, masajeándose un ojo, y lanzó una débil protesta acallada por su bufanda cuando mamá le colocó un gorro de lana con un pompón en la cabeza. Mamá le besó la punta de la nariz.
               Y, entonces, me tocó el turno a mí.
               -Esto va a ser divertido-comentó Scott tras de mí cuando mamá se giró para mirarme.
               -Ni se te ocurra perderla de vista un segundo, ¿está claro, Sabrae? No la sueltes nunca. En lugares muy concurridos, menos todavía. Que camine delante de ti para no dejarla atrás. ¿Llevas el móvil con suficiente batería? ¿Y dinero? Llámanos si necesitas algo, cualquier cosa, ¿vale? Y si se cansa, vais a la calle y nos llamáis. Pasaremos a recogeros en cuanto podamos.
               Mamá me dio un beso en la frente y otro en la mejilla a Amoke.
               -Cuidadla bien, chicas.
               -Ya eres oficialmente una hermana mayor, Sabrae, ¿qué se siente?-me pinchó Scott cuando abrí la puerta y el frío aire de la calle me azotó las mejillas.
               -¿Por qué? ¿Quieres estar preparado para cuando te toque a ti?
               -¡Buo! ¡Lo que te ha dicho!-se burló Shasha, a la que Scott lanzó un cojín después de insultarme a mí.
               Si Amoke pretendía distraerme con Duna, desde luego, lo consiguió con creces. Aunque supongo que no se esperaba que todas nuestras atenciones tuvieran que centrarse en mi hermana, que parecía entusiasmada con su primera salida de casa sin algún adulto responsable, o Scott, que la acompañara. Apenas llegamos a la parada de autobús, saltó sobre un charco y gritó al verse las botas empapadas de agua y un poco de nieve aún cuajada. Se echó a reír y protestó cuando le ordené que se sentara en el banco de la marquesina del bus con Amoke y conmigo.
               Cuando llegamos al centro comercial en el que mataríamos un poco el tiempo antes de ir a la pastelería que Amoke quería, Duna nos dejó muy claro qué era lo que más le apetecía de nuestra improvisada excursión.
               -Quiero un gofre de esos recién hechos, crujientes por fuera y tiernos por dentro. Con sirope de praliné, tan calentito que ahúme. ¿Podré tomar chocolate a la taza?-preguntó Duna entusiasmada, y yo asentí con la cabeza.
               -Siempre y cuando no cenes…
               -¡Guay!-Duna echó a correr entre la gente en dirección a la primera tienda que dijimos que queríamos visitar, arrastrándome tras ella y obligando a Momo a forzar el paso. Después de mirar unos jerséis y camisetas, salimos y nos dirigimos a una zapatería.
               Después, a una tienda de libros.
               Nos detuvimos en un puesto con fundas para el móvil, en el que Momo se compró una de caramelos con caritas sonrientes.
               Después, fuimos a una tienda de ropa interior, donde yo decidí darme un capricho y comprarme un sujetador.
               -¿Piensas usarlo con alguien en particular?-me provocó Amoke, y yo puse los ojos en blanco.
               -Cállate.
               -Cuando me crezcan las tetas, ¿me lo prestarás?-quiso saber Duna, hundiendo la cara dentro de la bolsa de papel de la casa de lencería. Momo y yo nos echamos a reír y le dije que, cuando fuera mayor, le compraría sujetadores mucho más monos que el que acababa de conseguir yo.
               Pasamos por delante de una tienda de animales y sufrí para conseguir que Duna no entrara. A cambio, le prometí que pararíamos en el primer kiosco disponible a por una buena bolsa de golosinas.
               Subimos al piso superior y nos metimos en la Fnac. A estas alturas de la película, Duna ya tiraba de mi mano y me hacía saber que llamaría a mamá si no íbamos inmediatamente a por un gofre para ella.
               -Termino mis compras y vamos, Dundun-le prometí, arrastrándola a través de la sección de videojuegos, deteniéndome frente uno con el que Scott llevaba dando la lata un mes, y pasando de largo al ver el precio, demasiado alto para mí. Momo me llamó desde la esquina de la sección de cine y Duna y yo nos acercamos. La carátula de una película con rasgos asiáticos y un boli en su boca mientras escribía algo tumbada en su cama me llamó la atención.
               Recordaba vagamente haber visto el anuncio de la película por internet, y si no recordaba mal incluso la tenía en pendientes, pero…
               -¿Buscamos dos más? Está de oferta, 3 por 1-Amoke giró la caja-. Además, está muy bien de precio. Cuatro libras…
               -¿Y después vamos a por el gofre?-insistió Duna, agitando mi mano con furia de forma que mi brazo pareciera un látigo.
               -Está bien-cedí, tanto a mi mejor amiga como a mi hermanita. Momo y yo revolvimos en las estanterías hasta finalmente hacernos con otras dos películas (ambas románticas) en las que hacer nuestra compra. Salimos hasta llegar a la entrada y nos pusimos a la cola en las cajas. Duna se encaprichó de un bote de gominolas con tapa azul que tuve que terminar comprándole, y cuando llegó nuestro turno de pagar, mi hermana se quedó mirando en derredor mientras yo sacaba la cartera y le tendía un billete a la dependienta, que trató de convencernos de que nos hiciéramos socias del club de la tienda.
               -Chicas, si os hacéis la tarjeta tenéis un 5% de descuento adicional en toda la tienda y envío gratis a casa. Además, si os la hacéis esta semana tenéis los libros con un 10% adicional, por la campaña de Navidad.
                Momo y yo intercambiamos una mirada y cogimos uno de los formularios que había en la caja. Duna lanzó un chillido quejumbroso y se sentó en el suelo, amenazándome con que no iríamos a ningún sitio más que a la pastelería de los gofres. Tiré de ella para levantarla.
               -Basta, Duna. Tú has querido venir con nosotras, así que te toca apechugar. Iremos después a la pastelería y te compraré el gofre más grande que tengan, pero ahora vamos a ir a mirar libros.
               Dio un taconazo en el suelo y se puso de morros.
               -Scott siempre me lleva a comer primero-refunfuñó, enfurruñada.
               -¿Me ves un piercing en el labio? No, ¿verdad? Eso significa que yo no soy Scott. Vamos, venga. Como sigas portándote así de mal, puede que nos vayamos derechitas para casa y te quedes sin gofre.
               -Ya lo veremos-bufó Duna, siguiéndome con paso cansino.
               -Oh, ya lo creo que lo veremos, señorita.
               Momo vino a mi encuentro con un ejemplar de un cómic de Wonder Woman.
               -¿Crees que el descuento entra también para los cómics?
               -Bueno… técnicamente, son libros. Tienen páginas.
               -Ya, pero no sé. Me parece demasiado bueno para ser real-Momo abrió el cómic y lo puso en vertical. Examinó los colores y regresó a la estantería. Paseamos por entre las diferentes secciones, ignorando las quejas de Duna. En la cafetería de la tienda ofrecían vasos de cartón con chocolate, y un niño que venía acompañado de sus padres lo sostenía en una mano mientras con la otra revolvía entre las baldas de la estantería de literatura infantil.
               Después de hundir la nariz en un par de libros eróticos sobre los que Duna no comentó nada, nos acercamos a la prosa poética. Poesía vino después, y luego, los best sellers de terror, donde no podía faltar Stephen King.
               -Quizá debería coger uno de estos libros para la madre de Tommy-comenté-. No sé los que tiene, pero sé que le gusta Stephen King, así que seguro que aprecia el detalle.
               -Camélate a mi futura suegra, sí.
               -Luego podríamos acercarnos a la sección del cole. Incluso podríamos coger una lámpara de Mr Wonderful, de ésas que tanto te gustan, ¿qué te parece, Dun…?-empecé, girándome sobre mí misma.
               Se me cayó el libro al suelo.
               No había rastro de mi hermana por ningún sitio. Ni siquiera me había dado cuenta de que le había soltado la mano hasta que me percaté de que había estado sosteniendo el libro con las dos.
               -¿Duna?
               Di un paso vacilante hacia delante, convencida de que estaría todavía en la sección infantil, toqueteando los libros para bebés, de aquellos que tenían varias telas y materiales de los que disfrutar con las manos.
               Amoke vino detrás de mí. Todo el aire que había tenido en los pulmones me faltaba de repente.
               -¡Duna!
               Corrí por entre los pasillos, pero no había ni rastro de mi hermana. Me acerqué a la sección de informática y me fijé en cada estantería, en cada mesa con ordenadores, rezando porque estuviera poniendo sus manitas sobre los iPad de última generación, o aporreando los teclados de los Mac (le encantaban los teclados de los Mac por el hecho de que se encendían cunado presionabas las teclas, dejando una especie de código morse luminoso que era totalmente hipnótico).
               Ni rastro.
               -No-gemí-. No, no, no, no. ¡DUNA!-chillé, desesperada, ignorando las miradas cargadas de preocupación y de exasperación de los otros potenciales clientes.
               -Quizá haya ido a la cafetería-sugirió Momo, y corrimos hacia allí. Recorrimos la estancia con las mesas redondas, incluso me acerqué al borde del escenario, pero seguía sin haber señales de vida de mi hermanita. Fuimos a la sección de los muñecos y el merchandising, yo rezando porque estuviera sentada agitando un peluche de Pokémon. Regresamos a la sección de cine y pasamos por la de música. Nada.
               La cara de papá en su primer disco me miró sonriente y acusadora a la vez.
               Has perdido a tu hermana.
               No sabía que estaba hiperventilando hasta que Amoke me cogió de los hombros y me miró a los ojos.
               -No te preocupes. No habrá ido muy lejos. Tiene unas piernas muy cortas.
               -¡HE PERDIDO A MI HERMANA, AMOKE! ¿CÓMO QUIERES QUE NO ME PREOCUPE?-chillé.
               -No le pasará nada, la encontraremos antes de que te des cuenta, y tus padres…
               -¡ME DAN IGUAL MIS PADRES!-le grité, y eché a correr. Amoke me siguió al trote, cargando con las bolsas de ambas mientras yo empezaba a detener a la gente, hecha un manojo de nervios, para preguntarles si habían visto a mi hermana. Una niña de 8 años, va vestida con abrigo rosa impermeable y unas botas de agua. Es pakistaní. Más o menos, así de alta. ¿No? ¿Seguro? Vale, gracias, adiós.
               Hola, ¿ha visto a mi hermana?
               Hola, ¿podría ayudarme?
               Hola, ¿no habrá visto a una niña…?
               Hola, ¿no habrá…?
               Hola…
               ¿Por favor?
               Recorrimos todas las tiendas mientras el aviso sonaba por megafonía; se había perdido una niña de 8 años, delgada, de metro veinte, vestida con un abrigo rosa y botas de agua, ojos oscuros, piel aceitunada, pelo negro como el carbón, de rasgos pakistaníes, llamada Duna.
               Subí y bajé por las escaleras mecánicas, empujé gente y me planté en la puerta de los ascensores.
               -¿Y si vamos a la pastelería?-me sugirió Amoke, y yo la miré.
               -No tiene dinero y está lejísimos.
               -Puede que se haya ido andando.
               -¿En serio piensas que mi hermana me haría algo así? Se la han tenido que llevar, Momo, Duna es caprichosa, pero tampoco es tonta. Sabe que hay gente que sabe quién es, y si las personas equivocadas la encuentran…
               ¿Por qué no le había hecho caso? ¿Por qué no había ido a la puñetera pastelería para tenerla vigilada? ¿Por qué le había soltado la mano y por qué ella había dejado que yo la soltara?
               ¿Por qué no había chillado cuando alguien intentó llevársela?
               ¿Y SI LA HABÍAN DROGADO PARA SECUESTRARLA?
               ¿Y SI NOS PEDÍAN UN RESCATE POR ELLA, LA ENCERRABAN EN UN ZULO Y LA TENÍAN ALLÍ DURANTE SEMANAS, SIN APENAS COMIDA NI AGUA? ¿Y SI AHORA MISMO ESTABA EN UNA FURGONETA, SOLA, ASUSTADA?
               ¿¿¿¿¿¿¿¡Y SI LE HACÍAN ALGO!????????
               -Volvamos a la Fnac por otra ruta-sugirió Momo, agarrándome del brazo-. Puede que se sentara a esperarnos en la plaza de fuera, donde los sofás tan mullidos. Le gustan esos sofás, ¿verdad?
               Asentí de forma mecánica y dejé que Momo me arrastrara hacia las escaleras. Puse un pie sobre los escalones de hierro y dejé que me arrastraran hacia arriba mientras el resto de gente seguía con su vida como si tal cosa. Completamente ajenos a que la mía se desmoronaba a pedazos.
               No quería ni pensar en lo peor que podían hacerle a Duna. Si pensar que yo pasara por ello me atemorizaba, el mero hecho de imaginarme que fuera mi hermanita, dulce e inocente, la que sufriera esas monstruosidades, me aterrorizaba hasta la locura.
               Amoke me arrastró lejos de las escaleras y atravesamos el piso superior del centro comercial, asomándonos a las barandillas para echar un vistazo a los pisos inferiores allí donde había huecos en el suelo, esperando un golpe de suerte que no llegaba.
               Estábamos a punto de llegar a la Fnac cuando mis ojos se detuvieron de golpe en una tienda de dulces con chocolate que había a mi izquierda. En las paredes blancas y azules había paneles luminosos anunciando tortitas, bizcochos, magdalenas, cupcakes y…
               … gofres.
               Me detuve en seco y Amoke chocó contra mi espalda. Busqué ansiosa con la mirada un regalo de Dios.
               Casi me echo a llorar de alivio cuando la vi sentada en una de los redondos taburetes de color azul, con la boca oscurecida con algo marrón. Duna dio un bocado a su gofre y sonrió con satisfacción mientras un par de chicas, situadas cada una a un costado de mi hermana, con un taburete entre cada una, le dirigían unas palabras. Duna asintió con la cabeza, masticó, tragó y volvió a morder su gofre.
               -¡DUNA!-le chillé en cuanto llegué a ella, y varias personas dieron un brinco en sus sillas y se volvieron hacia mí-. ¿¡Se puede saber qué haces!? Me has dado un susto de muerte-la cogí entre mis brazos y la abracé, la cubrí de besos y lloré sobre ella mientras las dos chicas me observaban.
               -Tenía hambre-explicó mi hermanita.
               -¿Y la solución era escaparte? ¿Tienes idea de las cosas horribles que podían haberte sucedido?
               -Pues sí. Cuando Dan no me deja sus juguetes, yo me quedo con los míos-explicó-; él se cela, y me los ofrece sin más. Cuando quieres algo, tienes que ir a por ello. A Astrid le hace gracia, pero mi plan surte efecto.
               -Mamá te va a poner el culo al rojo vivo en cuanto le cuente que te has escapado.
               -Mamá me puede castigar, pero no puede hacer que descoma este delicioso gofre-sentenció mi hermana, y a modo de puntualización de una verdad incontestable, dio un bocado de su aperitivo y masticó a dos carrillos.
               Las dos chicas que estaban a su lado rieron, y entonces me percaté de que las chaquetas que habían rodeado a Duna habían desaparecido. Momo se acercó a ellas y se subió a un taburete mientras yo las miraba: tenían el pelo negro y la piel clara.
               -¿La habéis estado cuidando?-pregunté, y Duna asintió con la cabeza y me miró desde abajo.
               -Y me han pagado el gofre.
               -¿¡Qué!?
               -No es lo único que le hemos pagado a tu familia, créeme-informó una de ellas con un fortísimo acento extranjero, que yo no tardé en catalogar como español. La otra soltó una carcajada.
               -Disculpad, ¿nos conocemos de algo?-¿acaso serían vecinas de los pueblos que visitábamos en verano, a las que yo no reconocía?
               -Vosotras a nosotras, no, pero nosotras a vosotras, sí. Tú eres Sabrae, y ella es Duna.
               -Somos Zquad-dijo sin más la que no había hablado hasta entonces. Abrí la boca.
               -Oh. Ya veo.
               -La vimos en la cola y nos pareció que era ella, así que cuando se acercó a hacer su pedido y vimos que no tenía dinero, decidimos dárselo. La reconocimos por la voz.
               -Tengo una voz carismática-dijo Duna en tono interesante, alzando las cejas en tono seductor, y mordiendo de nuevo su gofre. Me dieron ganas de llorar de la risa, y también de soltarle un bofetón.
                -¿Cuánto ha sido? Os lo pagaré.
               -No te preocupes-respondió una, dando un sorbo de sus respectivos cafés y levantándose de los taburetes-. Nos ha encantado charlar un poco con ella.
               -Saab… me estás ahogando-se quejó Duna al ver que no la soltaba. Las chicas se rieron, le dieron sendos toquecitos en el hombro, nos dedicaron una sonrisa a modo de despedida, y se marcharon.
               -Pues te fastidias. No pienso soltarte en lo que nos quede de vida. ¿Tienes idea del infarto que me ha dado al ver que no estabas? Me puse en lo peor, Duna. Eso no se hace. Ha sido muy irresponsable.
               -Pero me ha salido bien.
               -Termínate el gofre. Nos vamos a casa.
               Momo me miró con ojos de cordero degollado.
               -¿Y la pastelería?
               -Pararemos de camino, aunque yo no comeré nada-cogí a Duna de las axilas para bajarla del taburete y esperé a que se chupara los dedos de la mano. Me agaché para limpiarle la boca con un pañuelo húmedo y luego le cogí la mano, que tenía pringosa.
               -¿Podré comerme otro gofre?
               -No.
               -¿POR QUÉ?
               -Ya te has comido uno.
               -Pues vuelvo a escaparme.
               -Ya verás lo rápido que te devuelven, mocosa.
               Cuando volvimos a casa, Scott ya se había marchado. Invitamos a Momo a dormir conmigo y aceptó. Cenamos y nos sentamos en el sofá, todo chicas excepto papá, a ver una de las películas que habíamos comprado ese día, la primera que había encontrado Amoke: A todos los chicos de los que me enamoré.
               Me vino bien ese momento de tranquilidad y oda al amor, porque me hizo recuperar un poco las esperanzas. Cuando llegó la hora de acostarse, Duna se colgó de mi cuello y me dijo que quería dormir con nosotras.
               -No-la reñí, dándole una palmada en el culo. Y Duna, ni corta ni perezosa, se fue a dormir con Shasha.
               Amoke se puso uno de mis pijamas y se sentó en la cama mientras yo terminaba de cepillarme el pelo.
               -Lo de hoy de Duna…
               -Ha sido horrible-la corté.
               -Totalmente, pero me ha dado una idea.
               -No pretenderás que me escape de casa-ironicé, poniendo los ojos en blanco, y Amoke me lanzó el peluche de Bugs Bunny-. ¡Oye! ¡A Bugs, no!
               -¿Recuerdas lo que dijo sobre Dan? ¿Lo de los juguetes? Si quieres algo, tienes que cogerlo. Si quieres que alguien te lo dé, la solución no es quitárselo, sino no mostrar interés.
               Fruncí el ceño y me senté en la silla de mi escritorio.
               -¿A qué te refieres?
               -Duna dice que Dan le ofrece sus juguetes cuando ella ya no muestra interés en ellos. Los niños son simples, y los chicos, más aún. Alec fue un niño una vez, ¿no?
               -No te sigo, Momo…
               -Dale celos-Amoke sonrió, maligna. Tenía los ojos abiertos y una sonrisa amplia, llena de dientes, como Edna en Los Increíbles cuando le decía a Elastigirl, “¡lucha, gana!”.
               -¿Y eso va a hacer que Alec cambie?-reí-. Creo que paso.
               -Es el plan perfecto. Está acostumbrado a tenerlo todo-Momo se abrazó a mi almohada-. Si no te tiene a ti, seguro que le explota la cabeza.
               -Necesito la cabeza para follármelo, si es que me lo vuelvo a follar. En la cabeza tiene la lengua-comenté en tono mordaz, sonriente.
               -¿“Si es que me lo vuelvo a follar”? Guau, realmente te está gustando el papel de reina del drama.
               -De reina del drama nada. Él es un puto imbécil que suda de mí-señalé el teléfono como si éste representara a Alec-, y yo soy lo suficientemente tonta como para quererle.
               -Más bien emperatriz del drama. No suda de ti, ya lo hemos visto por los mensajes-recogió mi teléfono y lo agitó en el aire cual prueba del delito-. Es horrible lo que te ha hecho de pirarse con otras y engañarte diciéndote que estaba en casa, pero por lo menos te lo ha dicho, y a mí me parecía genuinamente arrepentido.
               Esa última palabra hizo que un peso, el último del día, se evaporara en mi pecho.
               -¿Tú crees?
               -Estoy segura. No sé-se encogió de hombros-. Si no le diera importancia, ni siquiera te lo habría mencionado. Y si sudara de ti, no le daría importancia, ¿no crees?
               -No sé-me aparté un mechón de pelo de la cara-. Sinceramente, paso de los tíos.
               -No parecías tan convencida de eso hace un par de horas.
               -Sí, bueno, ¡hace un par de horas no se te había ocurrido algo tan absurdo como que yo le dé celos a Alec! Además, ¿qué es esto? ¿El festival de la toxicidad?
               -¿Qué tiene de absurdo que le des celos a Alec?
               -Celos. Alec-fingí una carcajada-. Ya.
               -No. Celos, Alec, no. Se te olvida algo esencial en la ecuación.
               -¿El qué?
               -Pues, tú. Chica. Estoy convencida de que tú eres la única persona en el mundo que podría ponerlo celoso. Aprovecha ese poder.
               -¿Y cómo lo haría, listilla?
               Momo se encogió de hombros.
               -No sé, podrías… por ejemplo, hacerte una foto provocativa y…
               -No voy a enviarles nudes a todos mis contactos masculinos, muchas gracias.
               -Gilipollas, ¿me quieres dejar terminar? No va a ser a todos tus contactos, sólo a él… pero que parezca que se la enviaste por equivocación. Atraerás su interés y él se dará cuenta, además, de que eres una chica muy solicitada.
               Parpadeé.
               -Es la forma más elegante que he escuchado para decir “puta”. Creía que tú estabas por encima de eso, Momo.
               -¿Hay algún chico sobre el que te haya preguntado alguna vez?
               -Amoke.
               -¿Un ex?
               -Momo. Basta.
               Momo sonrió.
               -Te preguntó por Hugo, ¿verdad?
               Puse los ojos en blanco y a ella le bastó como contestación.
               -¡DIOS! ¡Te preguntó por Hugo!-dio una palmada-. ¡Ya tenemos candidato!
               -No voy a usar a Hugo de conejillo de Indias.
               -Él no se enteraría.
               -Me da igual, Momo. Está mal. No voy a meter a Hugo en esto. Es un asunto entre Alec y yo.
               -Entre Alec, tú, y Pauline-me pinchó, y yo la fulminé con la mirada-. Y vas perdiendo la partida, amiga. Son dos contra uno. O equilibras fuerzas, o te vas a casa con el rabo entre las piernas… y no el rabo que a ti te gustaría.
               Parpadeé, girando en mi silla. Tenía la vista fija en el suelo, examinando los nudos de la alfombra.
               Quizás lo que Momo me decía no era tan descabellado. A fin de cuentas, todo el mundo le daba celos a todo el mundo, y no pasaba nada. No era ético, pero sí práctico.
               -Demuéstrale que no te tiene asegurada. ¿Quieres que cambie? ¿Qué sólo sea tuyo?-Momo se inclinó hacia mí y se pasó la lengua por los dientes-. Enséñale que tú no eres sólo suya. Dale de probar su propia medicina.
               La estudié. Sonreía como solía hacerlo cuando sabía que llevaba razón. La razón absoluta.
               Sus argumentos eran irrefutable; su lógica, aplastante. Si Alec me había mentido era porque creía que yo le perdonaría sin más. Y, aunque no tenía nada que perdonarle, yo me sentía herida igual.
               Tomé aire y clavé mi mirada en ella.
               -Pásame mi móvil.







Apúntate al fenómeno Sabrae 🍫👑, ¡dale fav a este tweet para que te avise en cuanto suba un nuevo capítulo! ❤🎆

6 comentarios:

  1. HUELO EL DRAMAAAAAAAA. DIOS MÍO, TENGO EL HYPE POR LAS NUBES HULIO.
    No sé si el plan de Momo me ha convencido del todo, pero debo de reconocer de que obviamente llegará a buen puerto y por lo tanto no es un mal plan al fin y al cabo. Hablando de momo, es un algodón con patas y quiero adoptarla. Por otro lado casi me muero de pena con la parte de Zayn y mira a pesar de que lo de la escapada furtiva de Duna me haya hecho algo de gracia debo de reconocer que yo soy Sabrae y le doy una burna zurra en el culo, el paro cardíaco que me podría dar sería serio.
    Pd: No pienso mencionar el hecho de que dos frases de Scott han calentado mi alma e inchado mi corazón de felicidad.

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    1. NO SOLO LO OLISTE SINO QUE LO DISFRUTASTE COMO UNA PERRA JAJAJAJA
      Tengo que admitir que el plan de Momo es un poco rastrero para Sabrae pero la verdad es que la situacion lo requeria, y me moria de ganas de escribir el capitulo que subi ayer porque de verdad pienso que es importantisimo para la relacionn. Momo es cuquisima y Zayn se merece que lo protrejan de todo mal, Sabrae no hace mas que rodearse de gente preciosa, normal que la nena nos haya salido asi
      Duna en el fondo una cabrona pero oye la reina de que le quiten lo bailao realmente amamos a una diosa del salseo💅🏽
      Que no se note que a Scott ya lo meto muchas veces para tenerte contenta y que hables de el no te dejo avanzar jsjsjjsjsjs

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  2. AAAAAAAH HAS METIDO TATBILB JSBSBBDBSBD bua hacía AÑOS que no comentaba nada me siento: horrible pero finalmente estoy aquí otra vez!!!!
    solo quería decirte que cada capítulo que escribes es mejor Eri de verdad. Estoy así: ☺️☺️💖🤧

    pd. cant wait a que escribas sobre mimi jsjsjdbbsj

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    1. JUNE JO DE VERDAD NO VEAS LO QUE ME ALEGRO VERTE EN LOS COMENTARIOS ES QUE DE VERDAD PENSE QUE YA NO ME LEIAS Y AAAAAH 🤤🤤🤤🎆💘💘 te como la carina de verdad
      Muchisimas gracias jo, la verdad es que ahora estoy muy contenta con el rumbo que tiene la novela y estoy muy hypeada con el futuro, espero no estarlo demasiado y poder disfrutar de Turquía jajajaja
      Ya verás, la historia de Mimi te va a encantar, tengo bastantes ideas aunque esta todo un poco en el aire pero por una serie que vi sobre baile me entusiasma todo ese mundo y quiero explorarlo con ella y ay 💘💘

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  3. ¿El principio del capitulo? He sufrido mas mas en toda mi vida. Sabrae llorando por un lado y por el otro Zayn con un ataque de ansiedad. Mira de verdad la ANGUSTIA ES REAL.
    Amoke apoyando a Sabrae me ha encantando sinceramente, girls supporting girls. Por cierto, no me ha gustado que haya bloqueado a Pauline, ella no es el enemigo. El problema es de Alec no de ella. Bueno y ese magico plan de ultima hora de darle celos a Alec? Hermana no, vales más que eso. Encima enviándole una foto provocativa y haciendo como que se la enviaba a Hugo. O sea no. ERROR FATAL SABRAE. Es que encima la idea la han sacado de Duna, o sea una niña. TODO MAL JODER.
    Y por ultimo, Duna. Que. Haces. TENGO YO UNA HERMANA Y ME HACE ESO Y TE JURO QUE LA MATO ES QUE LA REVIENTO. Tenia una pequeña esperanza de que a la pasteleria que fuesen fuera la de Pauline y hablaran, pero no siempre se gana en esta novela. Digo siempre por no decir NUNCA PORQUE VAYA SUFRIMIENTO

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    1. PATRI QUE NO SE NOTE QUE ESTABA INSPIRADA EN LO DE QUE ZAYN NO SALIERA A CANTAR CON TAYLOR SWIFT buah realmente deberia pensar en escribir sobre su ansiedad y como Sher se la calma porque me los imagino super domesticos h casados, para nada llevan 18 años viviendo juntos y 14 de matrimonio en fin
      La reaccion de Sabrae bastante retrograda pero yo tambien la entiendo la verdad, hay que tener en cuenta que Alec es mauor que ella h en ese sentido ella siente como que se esta “rebajando” cuando va con ella cuando no es asi en absoluto, pero bueno, como se tiene la madurez y la experiencia tan glorificada....
      Como os engañe con lo de las fotos jejejej
      Y bueno Duna me lo tomo a cachondeo pero yo estoy en la situacion de Sabrae y me da tal infarto que me entierran te lo juro y la guaja tan pancha gorroneando de la zquad un gofre es que te tienes que descoñar 🤣

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