jueves, 9 de agosto de 2018

Troya.


Lo más inteligente en esa situación habría sido mostrarme sumiso y dejar ver que su presencia me preocupaba. Que entendía a qué había venido y no había necesidad de darme la charla porque yo mismo me daba cuenta de que había hecho mal.
               Pero seamos francos.
               En 17 años de mi vida no he hecho nunca lo más inteligente.
               No iba a empezar justo ahora, hecho un puto lío y con las endorfinas del sexo emponzoñándome la piel.
               Así que dejé que mi mecanismo de defensa favorito se activara sin oponer resistencia ni considerar las consecuencias: me puse chulo.
               -¿Ahora tú también vas detrás de mí?
               Bey alzó las cejas y cambió el peso de su cuerpo de un pie a otro, los brazos aún cruzados. Me examinó de arriba abajo y chasqueó la lengua, como diciendo: no estoy para tus historias, chico.
               -Tienes tres segundos para abandonar esa actitud de mierda antes de que te suelte una bofetada.
               -No tengo ninguna actitud de mierda.
               -Uno.
               -¿A qué viene esto?
               -Dos.
               -¿Te crees que te tengo miedo?
               -Tres.
               -Pégame si tienes co…-empecé, pero no pude terminar la frase. Bey me cruzó la cara con una sonora bofetada que hizo que me pitaran los oídos. Me la quedé mirando, estupefacto, y ella esbozó una sonrisa de suficiencia mientras un par de pájaros que anidaban en la casa de al lado se alejaban volando, asustados por el escándalo.
               Al otro lado de la calle, desde la ventana entreabierta de la cocina de Jordan, se escuchó un glorioso:
               -¡Gracias, Bey!
               -¡A ti te pillaré yo luego!-gruñí, frotándome la zona dolorida, en la que seguramente se me estuviera formando una mancha roja con los dedos de Bey perfectamente delineados-. Y a ti, ¿qué bicho te ha picado, tía?
               -No aprendes, ¿eh? ¿Quieres otra? He dicho que tenemos que hablar. ¿Te imaginas por qué?
               -Dudo que sea sobre algún examen-respondí, mirándome la mano, como si esperara que parte de la rojez de la bofetada se traspasara a ella.
               -Te dejaré adivinar-Bey puso los brazos en jarras y los ojos en blanco. Como no contesté, sino que me mantuve estoico y hostil, Bey suspiró, su paciencia perdiéndose a cada minuto que pasara-. ¿Adónde has ido esta noche?
               -¿Qué te importa?
               -Jordan me ha contado todo. Te has comportado como un gilipollas.
               -¿Porque he ido a meterle la polla a otra y no a ti?-solté antes de poder reprimirme, y Bey alzó las cejas, impresionada por mi ataque. Me llevé una mano a la boca y empecé con mi disculpa. Claramente no pensaba, para nada, lo que acababa de decir. No utilizaría a Bey de ese modo. Ni para darle en la boca a Jordan ni para ninguna otra cosa. La quería demasiado. Era mi mejor amiga, y para colmo, ambos sabíamos que estaba colada por mí. Manteníamos una distancia prudencial a pesar de nuestra cercanía y mi constante coqueteo, porque ella nunca me dejaba atravesar una frontera invisible que ella misma nos había dibujado-. Reina B…-retrocedí un par de pasos hasta tropezar con la moto, momento en el que me detuve y alcé una mano a la altura de mi pecho para demostrarle que iba en serio.
               Pero a Bey no le interesaba mi excusa. Ni siquiera comprendí sus intenciones hasta que fue demasiado tarde. Levantó la rodilla y un dolor estrellado, cegador, me atravesó de abajo arriba. Me doblé sobre mí mismo, llevándome una mano a la zona dolorida y perdiendo por un momento todo el aire que había en mis pulmones. Se me llenaron los ojos de lágrimas y la cara se contrajo en una mueca de dolor mientras me hacía una bola para proteger mis partes nobles.

               Eso pareció tranquilizarla un poco. Me tenía, débil y vulnerable, en sus manos. Mientras yo me doblaba de dolor, gemía y exhalaba una maldición para ella y toda su familia, viva y muerta, ella chasqueó la lengua de nuevo, sorbió por la nariz y miró a un lado y a otro, como lamentándose de que nadie hubiera visto la legendaria patada en los huevos que acababa de darme.
               ¿Me lo merecía? Puede.
               ¿Me lo echaría en cara? Sí.
               ¿Serviría para algo? Ya lo creo.
               ¿Estaba disfrutando con esto? Joder, claro que lo disfrutaba. Se trataba de Bey.
               -Es la primera vez que te toco los huevos literal y no metafóricamente hablando-comentó como quien habla del tiempo, y yo la miré desde abajo. Fíjate si la querría que no podía guardarle rencor, porque en el fondo yo sabía que lo hacía por mi bien. Muy, muy en el fondo, pero yo lo sabía.
               Además… estaba guapísima. Con el pelo alborotado en una nube de algodón de azúcar de color trigo, la ropa de andar por casa, la cara lavada, sin rastro de maquillaje, y una llama de fiera determinación en sus ojos castaños…
               -¿Y qué… tal… la experiencia?-jadeé, bizqueando para que el sol no me cegara y pudiera verla sin confundir su aspecto con el de una diosa. Lo conseguí a medias. Pude verla, pero no dejar de compararla con algún símbolo de espiritualidad. Bey era, a su manera, mi tranquilidad espiritual.
               -Sorprendentemente satisfactoria-comentó, haciendo sobresalir su labio inferior y asintiendo imperceptiblemente con la cabeza.
               -Pues… cuando quieras…-comencé a incorporarme-, me los tocas… de otra forma… y comparamos cuál… es más… satisfactoria-me apoyé en el asiento de la moto y la miré con aire inocente. Bey se echó a reír-. Pero ahora no-me apresuré a añadir-. Que no estoy en mi mejor momento.
               -Menos mal que eres guapo-se llevó una mano a la melena y capturó un rizo entre sus dedos. Lo estiró y enrolló de manera cíclica, distraída-, porque si no, cualquiera te aguantaría esa actitud de mierda.
               -Por eso tengo esa actitud de mierda, reina B-coqueteé-. Porque soy guapo, y me la puedo permitir.
               Bey puso los ojos en blanco, se giró sobre sí misma con los pies clavados en el cemento, y yo vi ese momento de distracción como la oportunidad del siglo. Sin vacilar, todavía con la entrepierna escocida, la agarré de la cintura y la pegué a mí. Bey ni siquiera me miró.
               -No me seduzcas.
               -¿Quién te seduce?
               -Tú. O al menos, eso intentas.
               -¿No vas a dejarme?
               -Ni en tus sueños-contestó, pero yo noté cómo sus defensas caían y su enfado se aplacaba cuando busqué el agujero de su escote y empecé a besarle por el hombro. Bey se estremeció y me puso una mano en el pecho, intentando alejarse de mí, pero eso sólo sirvió para que yo la agarrara con más firmeza y le impidiera alejarse-. Estos truquitos de mierda no funcionan conmigo. Sigo enfadada.
               -¿Y si te como un poco la orejita?-me ofrecí, zalamero, y Bey levantó el dedo índice.
               -Déjame la oreja tranquila.
               -Un mordisquito, nada más. ¡Venga, amor! Si no funciona, paro; te lo juro.
               -Quita-se echó a reír y consiguió separarse de mí. La oreja de Bey era su punto débil. Cuando querías algo, sólo tenías que tocársela. Y se ponía muy tonta. A veces tenía la sensación de que podría conseguir que se corriera a base de darle mordisquitos en el lóbulo de la oreja. Claro que ella nunca me dejaría acercarme, ya no digamos poner mi teoría a prueba, pero, ¡oye! Por intentarlo, que no falte, ¿no?
               -No vas a conseguir distraerme, Alec. Tenemos que hablar muy seriamente.
               -¿No puede ser más tarde? Estoy matado, en serio-visto que ella se negaba a dejar correr el tema, decidí optar por el plan B: ignorarla y rezar internamente para que se marchara.
               Por supuesto, lo que Bey tenía de maciza lo tenía también de tozuda.
               Si es que estamos hechos el uno para el otro, joder. Dios nos cría, y nosotros nos juntamos.
               -Deberías estar acostumbrado a arrastrar esos cojonazos de dos kilos que tienes-espetó-. A veces incluso me pregunto cómo consigues caminar con ellos.
               -Beyoncé-ladré-. No me jodas, ¿quieres?
               -¿Es que no has tenido suficiente?
               Me volví y la fulminé con la mirada. Una sonrisa victoriosa le cruzó la cara.
               -A veces tengo la impresión de que ni metiéndote la lengua en el esófago sería capaz de hacerte callar.
               -¡Anda! Mencionas la lengua y no otras cosas, ¡y yo que pensaba que eras tonto!
               -Tengo mis momentos-le di una patada a la moto para sacarle la pata y la dejé apoyada entre ésta y la pared. Bey se quedó en la puerta del garaje, dentro del habitáculo, contemplándome en silencio-. ¿Qué?
               -Pobre Annie-fue todo lo que dijo.
               Y fue todo lo que necesité para que se me cruzaran los cables.
               -¿POBRE ANNIE?-bramé, acercándome a ella, amenazante. Bey no movió ni un músculo. No me tenía miedo, no porque no tuviera motivos (que tampoco) sino porque sabía que iba a ganar la discusión sí o sí. Ella siempre ganaba nuestras discusiones. No sé cómo coño lo hacía, pero cuando parecía quedarse sin argumentos, se las apañaba para dejar que yo me hiciera la picha un lío y terminar arrinconándome cuando estaba claro que ella no llevaba la razón-. ¡A MI MADRE LA DEJAS FUERA DE ESTO, ¿ESTAMOS, BEYONCÉ?! ¡Las cosas que yo haga o deje de hacer no son asunto tuyo, ni de Jordan, ni de mi putísima madre, ¿te enteras?! ¡A ver si ahora te voy a tener que pedir permiso para salir, o algo! ¿En qué coño estamos? ¿En la mili? ¡A mi madre ni mentarla, Bey, me cago en Dios!
               -Simplemente digo-se miró las uñas, aburrida por mi rabieta de niño de 3 años-, que menuda decepción parirte y criarte y que termines saliendo así.
               -Yo no soy lo peor que ha parido mi madre-la fulminé con la mirada-. Ni lo más decepcionante. Y si lo que pretendías era cabrearme para que hablemos, ¡felicidades!, no ha surtido efecto. No quiero ni verte.
               -¿Te crees que yo a ti sí?
               -Yo estoy bueno.
               -¿Te tengo que calentar la otra mejilla, o qué? Yo estoy bueno-me imitó-. Serás gilipollas. La única vez en tu vida que tuviste una neurona fue cuando estabas en la tripa de tu madre.
               -¡Y dale con mi madre!
               Bey abrió la boca para contestar, pero, ¡hablando del rey de Roma! Una puerta se abrió y la cara de mi madre apareció por el hueco.
               -¿Qué te pasa, Al? ¿A qué viene tanto…? ¡Bey!-su rostro se iluminó y a mí me dieron ganas de potar. Lo pillo, mamá, quieres que me case con ella. Créeme, no es a mí a quien tienes que convencer- ¡Qué sorpresa!
               -Buenos días, Annie-canturreó Bey, y yo me volví hacia ella, anonadado. ¿Cómo podía ser así de falsa? Estaba a un pelo de volver a partirme la cara, ¿y ahora de repente era amiguísima de mi madre? Acojonante, lo de las tías. Un caso de laboratorio.
               -¿Has desayunado?
               -Estoy cansado, mamá, creo que voy a acostarme, así que…-empecé, pero mamá me miró y, aunque su expresión no fuera amenazante, yo capté el mensaje como si estuviera escrito en las estrellas. Cállate, Alec.
               -No, la verdad. He venido en cuanto me he levantado y he escuchado la moto de Alec-me puso una mano en el hombro y la apretó, clavándome las uñas. Si no fuera por la cazadora, me habría hecho sangre.
               -¿Te apetece quedarte?
               -Me encantar…
               -No puede-solté, y ambas mujeres me miraron-. Sería incómodo. Me voy a acostar. Buah-fingí un bostezo y me estiré-. ¡Estoy molido! De tarde hablamos, nena-le di un beso a Bey en la cabeza y me acerqué a mi madre-. Mami-ronroneé como un gatito, pero ni por esas. Si Bey y yo estuviéramos atrapados en una casa en llamas, ya podía tener el testamento en regla, porque mi madre salvaría a mi amiga.
               -No digas tonterías, Al, ¡si siempre te quedas! Hasta cuando tenías competición de noche y luego salías de juerga y venías al amanecer, desayunábamos todos juntos. Es tradición-me dio un beso en la mejilla y me acarició el mentón con dos dedos, como diciendo deja de dar la tabarra, pesado, que eres un pesado. Mamá parecía decidida a que disfrutáramos de ese desayuno en familia, familia en la que venía incluida, evidentemente, Bey. No contenta con sus argumentos de peso, por si acaso yo me resistía había recurrido a la artillería pesada: “es tradición”. Eso venía a significar que a mi madre le hacía ilusión (y a mí también, no iba a mentir), y ella sabía que yo haría todo lo posible por complacerla y cumplir sus ilusiones.
               Así que suspiré, asentí con la cabeza y me volví hacia Bey en el momento exacto en que ella terminaba de esbozar una sonrisa de suficiencia. Puse los ojos en blanco y extendí la mano ante mí, señalando el pasaje por el que acababa de desaparecer mi madre. Mi amiga, sin embargo, negó con la cabeza: no iba a dejarme mirarle el culo.
               Claro que yo no se lo miraría.
               Mucho, quiero decir.
               Volví a suspirar trágicamente y seguí a mi madre por el pequeño pasillo en dirección al salón. Unos golpecitos rítmicos sobre el parqué me indicaron que el conejo se acercaba a toda velocidad. Me consolé pensando que por lo menos alguien se alegraba de verme. Trufas giró la esquina a todo lo que daban sus minúsculas y rechonchas patas, y, derrapando, se encaminó hacia nosotros con las orejas gachas y las pezuñas golpeteando el suelo como una marcha apresurada en pos de una batalla. Parecía realmente contento de verme, y la forma de acercarse, como si hiciera mucho tiempo que no nos veíamos, me conmovió. Doblé las rodillas para recibirlo en cuanto llegara.
               -¿Qué pasa, tío…?-comencé a saludarlo.
               Y entonces, el puto conejo, ni corto ni perezoso, se coló entre mis piernas y se abalanzó hacia Bey. Golpeó las rodillas de mi amiga con su cabeza a modo de saludo, aterrizó sobre sus patas traseras y se puso en pie sobre éstas.
               Hijo de puta… pensé mientras Bey lanzaba una exclamación de fingida sorpresa pero sincera felicidad.
               -¡Hola, Trufas! ¿Quién es mi peludito favorito? ¿Lo eres tú, rechonchín? ¿Lo eres?-Bey tomó al conejo entre sus manos y lo levantó en el aire. Trufas agachó las orejas y la estudió un momento, debatiéndose entre sus manos, ansioso porque le acariciara la cabeza y le diera un par de chucherías.
               -Traidor…-murmuré mientras Bey le hacía carantoñas a Trufas, que jamás había disfrutado tanto de una de mis llegadas de juerga. Chasqueé la lengua y decidí dejarle a la pareja un poco de intimidad. Entré en la cocina y recogí un bol con nueces ya peladas, de esos que utilizaba Mimi para sus desayunos que más bien consistían en un festival de macedonias. Mimi recogió una jarra de zumo de naranja, me miró, asintió con la cabeza a modo de saludo, como una criada de palacio de esas series antiguas que tanto le gustaba ver, y desapareció por la puerta que daba al comedor. La seguí y dejé el bol en la mesa. Estaba todo listo, sólo faltaba que nos sentáramos, así que me dirigí a mi sitio.
               Y Bey me quitó la silla por cuestión de segundos. Tiró de ella hacia atrás, hundió la mano en su pelo en un gesto casual y desenfadado, y posó sus preciosas nalgas sobre el cojín de mi silla. Me la quedé mirando.
               -¿Qué pasa?-preguntó  con inocencia, mordiéndose el labio y haciéndose la inocente. Me dieron ganas de gritarle que no parecía tan casta cuando le estaba mordisqueando el cuello y por poco se mea en las bragas.
               -Estás en mi sitio-dije con toda la tranquilidad que pude reunir (que no fue mucha). Bey parpadeó.
               -Vaya…
               -Ve a por otra silla, Al-indicó mi madre, y yo me volví hacia ella, dispuesto a espetar que aquello definitivamente no era justo. Trufas saltó del regazo de Bey y fue a acurrucarse a los pies de Mimi, que ya extendía un poco de margarina sobre una tostada de un ligero tono dorado.
               Como nadie en esa casa tenía en cuenta mis sentimientos y yo era literalmente la última mierda, decidí no oponer más resistencia, hacer lo que se me decía, terminarme deprisita el desayuno e irme a la cama antes de que Bey pudiera seguirme. Seguro que si me metía en mi habitación, mi madre la disuadiría de hablar conmigo y la convencería para posponer la bronca. Está cansado, perdónalo, Bey. Estoy segura de que lo que queréis hablar puede esperar, ¿verdad? Necesita dormir, ya sabes cómo se pone de gruñón cuando tiene sueño. Y, últimamente, duerme bastante poco. Ha empezado a tomar café.
               Mamá parecía tan preocupada por mi recién adquirida afición al café que se lo comentaba a todo aquel que quisiera oírla. Frutera, panadero, repartidor de las revistas a las que estábamos suscritos en casa… todo valía con tal de expresar su consternación ante algo que no era propio de mí. Chocante era poco para definir el hecho de que yo ahora tomara café por las mañanas.
               Cualquiera diría que su marido no se tomaba un tazón de café bien cargado en el que podría vivir cómodamente una ballena azul.
               Tenía intención de dejar la silla entre mi madre y mi hermana, pero Bey se movió para hacerme un hueco y yo supe que no me quedaba alternativa. Me senté a su lado y entonces me di cuenta de que no tenía plato, vaso ni cubiertos. La miré haciendo una mueca.
               -¿Podrías…?
               -Soy tu invitada-me recordó, cogiendo una magdalena con pasas y abriéndola por la mitad-. No tu esclava.
               Puse los ojos en blanco e hice amago de levantarme, pero mi padrastro me hizo el favor.
               -Gorrona-musité por lo bajo, y Bey me dio un manotazo en la ingle. Le devolví otro y ella sonrió, satisfecha, mientras se echaba un poco de mermelada de fresa sobre la masa recién horneada, todavía caliente.
               Bey cruzó las piernas y me dio un toquecito en la rodilla con el pie mientras yo me hacía con mi ración diaria de beicon y huevos revueltos.
               -¿A qué se debe tu visita, Bey?-inquirió mi hermana, lanzándome una mirada cargada de intención. En ese momento lamenté no haberla estrangulado en la cuna cuando se me presentó la ocasión, pero supongo que ya era un poco tarde para intentar cambiar el pasado. Mimi terminó de untar la margarina en su tostada y le dio un mordisco con aire inocente. Bey abrió la boca para responder.
               -Me echaba de menos. Como ayer no me vio…-le cogí la cara  le apreté ligeramente las mejillas, en una advertencia velada que yo sabía que no iba a seguir, pero no perdía nada por intentarlo-. ¿Me pasas el zumo?-le pregunté después de soltarla, y Bey me fulminó con la mirada. Me acercó la jarra, pero antes la inclinó para llenarse el vaso… y luego la volvió a dejar en su sitio. Mamá contempló nuestra lucha de poder con rostro impenetrable, pero una sonrisa parecía querer asomar en su boca.
               Dylan, por el contrario, no podía disimular lo divertida que le parecía la situación. No sé si sabía la que se me venía encima, pero si lo hacía, no iba a demostrar ningún tipo de lástima por mí.
               Mi queridísima hermana, sin embargo, no iba a dejar pasar la oportunidad tan fácilmente.
               -Si no fuiste a verla, ¿por qué saliste corriendo ayer?
               Contuve las ganas de preguntarle cuándo me había visto a salir corriendo en pos de Bey, porque: a) lo había hecho varias veces a pesar de que vivíamos a un par de casas de distancia y b) Bey se me pondría chulita en cuanto recordara de repente el poder que podía ejercer sobre mí.
               -Sí-intervino Bey-, ¿de quién huías?
               Clavó sus ojos castaños en mí y me pareció que me taladraba con la mirada. Si las miradas matasen, yo estaría ya a 3 metros bajo tierra.
               -Había quedado y llegaba tarde-fue todo lo que contesté, y jugueteé con un poco de huevo revuelto antes de llevármelo a la boca. Dylan estalló en una carcajada.
               -¡Qué novedad!
               -¿Me harías el increíble favor de acercarme el puñetero zumo, Bey, mi reina, mi diosa, mi princesa, mi todo?-parpadeé rápidamente.
               -Que te lo acerque la chica con la que quedaste ayer-gruñó, y Mimi abrió los ojos y se la quedó mirando un momento, estupefacta. Pronto se concentró en su tostada.
               -Llegas de sobra, Alec, no seas pesado-urgió mi madre, dejando escapar un suspiro de exasperación. Abrí la boca para protestar, pero enseguida me detuvo con un-: ¿por qué no te quitas la cazadora? ¿Es que sigues ahora una absurda moda de chicos malos que has visto en las páginas que visitas de madrugada?
               -Yo no visito páginas de madrugada, madre-contesté.
               -Que te quites la chaqueta, Alec, que estamos en la mesa, no en la autopista a 100 millas por hora. Y no me respondas.
               Bey se mordisqueó una sonrisa para no revelar lo mucho que estaba disfrutando de todos y cada uno de los rapapolvos que me estaban dando las mujeres más importantes de mi vida, una detrás de otra.
               Intenté no regodearme en lo rápido que cambió su humor cuando me bajé la cremallera de la chaqueta, saqué los brazos de las mangas y la dejé colgada en el respaldo del respaldo de mi silla. En la mesa se hizo el silencio, que yo llené con un carraspeo y metiéndome un trozo de beicon en la boca, masticando lo más sonoramente que pude.
               -¿Qué le ha pasado a tu camisa?-preguntó Mimi, que no podía contener su curiosidad. Mamá estudió mi pecho desnudo y noté cómo crecía el enfado en su interior por las marcas de uñas femeninas que me delineaban el esternón y me dibujaban diseños rectos en el torso. No sabría decir qué le molestaba más: que me hubieran roto la camisa (lo cual le daría un trabajo de costurera de un ratito), o que no lo hubiera hecho Bey.
               -Eres pequeña para oír hablar de esas cosas-me burlé.
               -Quizá deberías cuidar tus amistades, Al-comentó Bey en tono neutro. Mamá me estudió con una mirada glacial que lo dijo todo. Ah, genial, la tregua de los fines de semana acababa de evaporarse. Bueno, por lo menos yo había echado un polvo esa noche.
               Y me había comido la cabeza pensando en Sabrae.
               Y probablemente volvería a soñar con Sabrae.
               Estaría demasiado ocupado pensando en ella como para preocuparme por la brevedad de nuestra tregua. Vi que Bey asentía por el rabillo del ojo.
               -Tienes razón, nena, quizá debería juntarme más con chicas que estén dispuestas a arrancarme la ropa y menos con las que protestan porque me desnude-espeté, y Bey cogió su vaso de zumo un segundo, lo sostuvo en alto…
               … pensé que me lo tiraría a la cara…
               … porque no sería la primera vez que recurría a esa medida desesperada cuando yo ganaba una discusión…
               … pero, finalmente, optó por llevárselo a la boca. Esbocé una sonrisa.
               -Luego, si quieres, me la das para que te la cosa-dijo mamá. Dylan se volvió hacia mí.
               -¿Tienes los botones?
               Hice un mohín.
               -Sí, claro, no tenía otra cosa que hacer que ponerme a buscarlos debajo de la cama.
               Mi padrastro rió entre dientes; claramente, era el único que estaba disfrutando con nuestra conversación. Mientras las chicas me daban por todos lados, Dylan disfrutaba del espectáculo cómodamente desde el palco VIP, con vistas privilegiadas y comida y bebida a su disposición. Menuda vidorra se pegaba, el tío.
               Bey dejó escapar una exhalación agotada de mi chulería y continuó con su desayuno. Pensé que había ganado finalmente la batalla, y con ello nuestra brevísima guerra, porque aunque no volvió a dirigirme la palabra, tampoco me provocó ni me hizo sentir incómodo. Era como si estuviera de visita y estuviera enfurruñada conmigo, pero no hubiera sido invitada por mí sino por mi madre, así que yo era una especie de inconveniente con el que tenía que lidiar.
               Lo que yo no sabía era que Bey era discípula de la escuela de la venganza, y la venganza se servía fría, muy, muy fría. Justo cuando estaba a punto de terminar de desayunar, dejando como siempre lo que más me gustaba para el final (un trocito de beicon que había apartado para la ocasión y un poco de huevo revuelto para mezclarlo y llevármelo a la boca antes de levantarme de la mesa), mi amiga, ni corta ni perezosa, captó mi atención con un golpecito en mi rodilla con la suya. Cuando la miré, sonrió con malicia, llevó el tenedor hasta mi plato y capturó mis presas.
               Los huevos revueltos se habían acabado y el beicon que quedaba apenas podía calificarse de migajas. La fulminé con la mirada, notando el regusto de la tostada que acababa de comerme arder en mi boca edulcorado con la traición de Bey.
               Dejé caer los cubiertos sonoramente sobre el plato, malhumorado, y aparté la vista de mi amiga. No quería ni mirarla, ni tenerla delante, ni que nada de ella me recordara lo que acababa de hacer. Mientras yo cantaba victoria prematuramente, ella preparaba una puñalada por la espalda que hacía que lo de Troya fuera un juego de niños.
               -¿Habéis acabado, chicos?
               -Sí.
               -Estaba delicioso, Annie-sonrió Bey, limpiándose un poco de la grasa del beicon de la boca con la servilleta. Mamá esbozó una sonrisa radiante.
               -Gracias, corazón. Podéis iros, si queréis. Seguro que tenéis muchas cosas de las que hablar, ¿no es así, chicos?-nos miró alternativamente, pero su expresión cambiaba conforme sus ojos se posaban en mí o en Bey. Mientras que a Bey le transmitía coraje, a mí me miraba con paciente reproche. Era la típica mirada de “ya hablaremos cuando estés bien” que tan a menudo nos echaban nuestras madres, especialmente cuando veníamos muy borrachos a casa.
               Subí las escaleras dando pisotones, con lo que Trufas enseguida desistió de seguirnos. Regresó a los pies de Mimi y se acurrucó entre ellos mientras Bey venía tras de mí, con un caminar ligero como el vuelo de una pluma mientras cae de un nido. Abrí la puerta de mi habitación en tromba, con tanta fuerza que golpeó la pared. Incluso se desconchó un poco.
               -¿Te está volviendo la conciencia?-empezó a pincharme Bey, y yo me volví hacia ella. Tiré la chaqueta sobre la silla de mi escritorio y solté una maldición cuando la escuché caerse, porque eso le quitaba dramatismo a mi rabia, pero no me amedrenté. El espectáculo debía continuar.
               -¿De qué demonios hablas? ¿Todavía sigues con la cantinela de que tenemos que hablar?
               -¿Por qué, si no, crees que he seguido aquí, y sigo aquí aguantando tus rabietas?
               -Porque te da la gana-contesté, sentándome en la cama y tirando de los cordones de mis zapatillas. No se desataban.
               -Si tú no tienes ni media neurona para pensar las cosas que haces, mi deber como amiga es prestarte las mías. Me lo agradecerás más tarde, cuando te vuelva la sangre al cerebro. ¿Quieres relajarte?
               -¿Que me relaje? Vete a la mierda, Bey. Sabes lo quisquilloso que soy con la comida; esto no te lo voy a perdonar tan fácilmente.
               Bey frunció el ceño, los brazos cruzados. Levantó las punteras de sus zapatos por la sorpresa, como si lo que acababa de decirle le impactara tanto que incluso mis palabras tuvieran consecuencias físicas.
               -¿De qué estás hablando?-preguntó en un tono que no me gustó nada, como si yo estuviera loco o algo por el estilo. Bufé.
               -Te has comido mis huevos.
               Bey soltó una risotada.
               -Qué más quisieras tú que yo me comiera tus huevos, Alec-soltó, y yo puse los ojos en blanco.
               -Ya sabes a lo que me refiero. Qué raro que tengas siempre eso en mente, ¿no se supone que me estabas superando?
               -Cada uno es gilipollas a su manera-dio un manotazo al aire, restando importancia al asunto y apartando la cuestión de nuestra conversación-. Más vale que se te bajen esos humos, porque…
               -Beyoncé-suspiré, descalzándome de un puntapié. A la mierda los cordones. A la mierda todo. Me presioné el puente de la nariz-. No estoy para tus historias. Estoy cansado, y la charlita que quieres darme (que, por cierto, es totalmente innecesaria), bien puede esperar a que me eche una siestecita y vuelva a ser persona.
               -¿Sabes lo que dicen de entrenar a los perros? Que hay que castigarlos en el momento en que hacen algo, no después. Si llegas a casa y te encuentras con que han roto algo, de poco sirve castigarlos porque no saben a qué se debe su castigo.
               Ahora el que me tuve que reír cínicamente fui yo.
               -¿Me estás comparando con un perro?
               Bey cuadró los hombros, preparada para la lucha.
               -Tienes razón, eso no sería justo. Los perros son fieles. Tú, no.
               La atravesé con la mirada, pero Bey no se amedrentó. Iba ganando y ella lo sabía. La pelota estaba en su tejado y no pensaba pasármela pronto.
               -¿A ti cuándo te va a crecer la vergüenza?-quiso saber-. Porque si naciste sin ella, deberías conseguirla en alguna parte.
               -¿Ahora resulta que no estoy siendo fiel?
               -Sé lo de anoche.
               Mierda. Cómo coño no vas a saberlo, si a Jordan poco le faltó para ponerlo en Facebook.
               Empecé a desabotonarme los botones que aún quedaban intactos en mi camisa.
               -No sé de qué me…
               -Es lo que tiene ser un mujeriego de tu calibre: que cuando te hablan de chicas, necesitas detalles más específicos. Hablo de Sabrae, no de Pauline, evidentemente. Lo que hagas con ella me trae sin cuidado.
               -La ignorancia es una bendición, ¿eh?-terminé con el último botón y empecé a tirar de la camisa. Estaba tan enfadado que no atinaba a sacármela. Bey lanzó un quejido lastimero, como diciendo “¿por qué a mí?”.
               -No hagas eso.
               -¿El qué?
               -Eso-me señaló, llevándose una mano a la cara-. Madre mía, es increíble que estés usando tus truquitos de ligón conmigo. ¿Pretendes distraerme con tus puñeteros pectorales?
               Puedo tener muchos defectos: ser un bocazas, un chulo, y un inoportuno. Pero te aseguro que entre ellos no se cuenta la tendencia a dejar que una buena oportunidad se me escape.
               Ante mí acababa de abrirse una puerta y yo pensaba lanzarme a atravesarla de cabeza. Esbocé mi mejor sonrisa torcida, esa que traía locas a todas las mujeres con las que la usaba, mi arma más infalible, y decidí lanzar los dados sobre el tablero de la seducción, seguro de que obtendría la puntuación más alta.
               -¿Mis pectorales te parecen una distracción?-Bey gruñó y puso los ojos en blanco, estupefacta. Sacudió la cabeza y se pasó una mano por la cara-. Entonces, creo que hoy dormiré sin pijama.
               Estuve a punto de perder la mano ganadora, pero conseguí quitarme la camisa y me recliné hacia atrás. Me apoyé en las manos y estudié a Bey con la mirada oscurecida por el deseo, induciéndome a concentrarme en que estábamos en mi habitación, solos, ella con ropa que se quitaría en cuanto llegase a casa y yo con ropa que estaba más que dispuesto a hacer volar para que su imaginación no tuviera que hacerlo mucho. Bey me miró un momento, y aunque se odiaría toda la vida si alguna vez llegara a admitirlo, una guerra civil se inició en su interior.
               Su piel color café se tiñó de un suavísimo tono rosado mientras intentaba reprimir sus impulsos más primitivos. Se estaba recordando a sí misma que estaba enfadada conmigo. Que acercarse a mí y acariciarme los brazos y tumbarse a mi lado y dejarse llevar no era lo que se suponía que había venido hacer.
               Una parte de mí se moría de ganas porque explotara. Otra, porque siguiera dándome caña y sacándome de mi zona de confort. Si reconocía en voz alta lo que había pasado de noche con Pauline respecto de Sabrae, ya no habría vuelta atrás.
               Y otra minúscula parte de mí temía que la fortaleza de Bey no fuera lo bastante fuerte y terminásemos haciéndolo, después de años y años de toma y daca y de tensión sexual no resuelta. Porque podía pensar en Sabrae mientras estaba con ella. Y pensar en Sabrae estando con mi mejor amiga no era lo mismo que hacerlo con una de mis follamigas y que de repente sus gemidos llenaran mi cabeza.
               Una sonrisa siniestra apareció en la boca de Bey.
               -¿Te piensas que eres el único que puede jugar a esto?-preguntó, y se quitó la sudadera por la cabeza. Su pelo bailó cuando se vio libre de nuevo de la capucha, y cayó a acariciarle unos hombros semidescubiertos por una camiseta estirada que dejaba a la vista sus clavículas.
               -Me gusta el rumbo que está tomando nuestra discusión, reina B-sonreí, inclinando la cabeza y mirándole descaradísimamente la forma de sus pechos debajo de la camiseta-. Te dejo elegir qué prenda me quito ahora, si luego puedo elegir yo la tuya-le guiñé un ojo y ella puso los ojos en blanco de nuevo. Como siguiéramos en este plan, conseguiría un nuevo récord mundial.
               -Eres gilipollas.
               Se cruzó de brazos, en parte para conservar su calor corporal y en parte para que yo dejara de mirarla así. Me eché a reír, negué con la cabeza y me senté a lo indio sobre las mantas. Di unas palmadas frente a mí y Bey se sentó a mi lado, con las piernas colgando de la cama. Se mesó los rizos y, por fin, se armó de valor para mirarme.
               -¿Vas a contarme tu versión de los hechos?
               -Estoy seguro de que Jordan fue bastante minucioso en sus detalles-respondí, tirando de un hilo suelto de la funda nórdica. Bey esbozó una sonrisa cansada.
               -¿No quieres defenderte?
               Me armé de valor para levantar la vista; me costó mucho más de lo que pensé que lo haría.
Por un momento pensé que me sinceraría. Por un momento pensé que de verdad, por primera vez en mi vida, aceptaría que no había hecho algo bien a la primera y trataría de enmendarlo. Me comportaría como un hombre.
               Pero Bey esbozó una sonrisa esperanzada, pensando lo mismo que yo… y me asusté. Me asusté de su orgullo, de esa esperanza, de todo lo que podía venir detrás. Me asusté de cómo todo en mi interior se revolvía. Es sólo una chica, intenté convencerme. Pero yo sabía que era más, muchísimo más.
               Ninguna chica me había hecho pensar en ella mientras estaba con otra. Ninguna chica había conseguido que me corriera en sueños pensando en ella. Ninguna chica había reducido mi calidad a la hora de boxear.
               Sabrae era cualquier cosa menos “sólo una chica”.
               Y yo sólo era un chico que no estaría nunca a su altura.
               -No he hecho nada malo-me excusé, porque soy un puto cobarde-, Sabrae no es mi novia.
               Bey suspiró, visiblemente decepcionada. Realmente creyó que estábamos haciendo progresos, que puede que hubiera esperanza para mí y una remota posibilidad de sacarme de mi caparazón.
               -Mira, chico, yo no estoy aquí por lo que hayas hecho y con quién. Por mí, como si te vas a una orgía y treinta tías te chupan la polla hasta dejártela inexistente…
               -La tengo intacta-contesté, en tono de broma, porque de verdad que no estaba preparado para mantener esa conversación-, si quieres comprobarlo…
               De nuevo obtuve como respuesta sus ojos en blanco y la continuación de su discurso.
               -La cosa es que te has largado con Pauline para darle en la boca a Jordan por las cosas que te decía sobre Sabrae, y eso no está bien, ¿sabes?
               -¿Te crees que no lo sé?
               -No lo sé, Alec-se apartó un rizo de la cara y se movió para estar cara a cara conmigo. Su rostro estaba a un metro de mí y yo notaba la calidez que manaba de su cuerpo como la de un rabioso sol. Ardía en mis mejillas y las hacía encenderse de pura vergüenza. Su energía me atravesaba la piel y me ponía los pelos de punta. Bey se sentó sobre uno de sus pies, el otro todavía colgando por la cama, y parpadeó un par de veces, intentando descubrir cuál sería el camino más corto y menos espinoso para llegar a donde quería llevarme-. Sinceramente, estás tan cambiado que casi no te reconozco. ¡Joder!-se pasó una mano por el pelo, frustrada-. ¡Tú nunca te enfadas, y ahora estás a la que salta por cualquier cosa! El viernes casi follamos, y ahora no quieres ni que me acerque a ti-arqueó las cejas, y entonces caí en lo estresante que había tenido que ser todo para ella: había sido mi ángel de la guarda, mi mejor amiga, mi roca y mi intento de ligue fallido, todo a la vez-. ¿Pero qué coño te pasa?
               Se le humedecieron los ojos y eso me volvió loco. No. Bey no podía llorar por mi culpa. No podía caer tan bajo. No podía llegar a ser tan mierdas como para hacerla llorar.
               Quizá le hiciera daño a Sabrae, a pesar de que no nos unía nada. Quizá la había traicionado aun cuando ella no tenía ningún tipo de expectativas hacia mí. Podría vivir con eso, pero, ¿con Bey sufriendo por mi culpa? Eso era demasiado, yo no era lo bastante fuerte. Y no me merecía sus lágrimas.
               -¡Que no me aguanto a mí mismo, eso me pasa!-estallé, y Bey abrió los ojos, sorprendida. Sorbió por la nariz y esperó a que yo continuara. Me pasé la mano por el pelo, intentando aclarar mis ideas. Tenía que poner orden antes de empezar a vomitar frases inconexas y revelar el desastre en que me estaba convirtiendo-. Y no necesito que vengáis los demás a reíros de que estoy hecho un puto lío, porque si ya me siento mal sin saber qué es lo que quiero, ¡imagínate si vienen mis amigos y se burlan de ello y me hacen sentir solo!
               -Jordan no se burlaba-se apoyó en sus rodillas y me cogió las manos.
               -Tú no estabas allí.
               -Jordan está ilusionado. Igual que yo. Y que Tam-me acarició los nudillos y yo me atreví a mirarla. Tenía los ojos húmedos y brillantes, pero ya no era por cómo la había tratado esa semana. No era por la situación límite que estábamos viviendo, sino… por lo que yo estaba pasando.
               Con otra chica.
               Bey era un rayo de sol. Y yo no me la merecía. Ni viviendo cien vidas me la merecería.
               -Y no estás solo, mi osito-me dio un beso en la mejilla y me acarició la contraria.
               -Me estás riñendo, Bey-lloriqueé como un niño consentido al que le dicen que no va a tener su juguete favorito número cincuenta esas Navidades, que se tendrá que conformar con los otros cuarenta y nueve.
               -Porque no haces las cosas bien-susurró en tono dulce-. ¿Eso quiere decir que te estoy dejando solo? Soy tu mejor amiga y te voy a decir las cosas que hagas mal, te guste o no. Porque te quiero, Al. Ya lo sabes. Más que a nada-me volvió a dar un beso y yo le rodeé la cintura-. Si no quieres que te eche la bronca, no metas la pata y punto.
               La atraje hacia mí y me permití hundir las manos en su pelo un momento. Ella cerró los ojos, acariciándome la espalda.
               -Ella no es mi novia-susurré, y Bey se apartó un poco de mí para poder mirarme-. Yo no… no le debo nada. Puedo hacer lo que quiera.
               -Y estoy segura de que Sabrae no tendrá ningún problema con lo que has hecho hoy; al fin y al cabo, tienes razón. No le debes nada a ella, pero sí te lo debes a ti mismo. Esta noche pasada has traicionado a alguien, Al, pero no ha sido a Sabrae-me acarició la mejilla y yo apoyé la cara en su mano. No quería escuchar lo que iba a decirme, pero lo necesitaba, así que Bey me lo dijo de todos modos y yo la escuché de todos modos-. Te has traicionado a ti mismo.
               -No he hecho nada malo-repetí, tozudo. Bey sonrió, enternecida.
               -Tú la quieres.
               Lo dijo en un susurro, pero lo dijo convencida. Ni gritándolo habría podido hacer que lo entendiera mejor.
               Me dio vértigo. Me sentía como un barco velero que acababa de estrenarse en el mar y que se encontraba con la tormenta más poderosa de todos los tiempos. Tenía el mástil roto, las velas rajadas. No sobreviviría mucho tiempo a flote, pero yo lucharía y lucharía, por muy altas que fueran las olas y muy fuertes fueran sus embates.
               -Eso no es verdad, Bey. No la… me gusta. Muchísimo. Sí. Vale. Creo que eso es evidente…
               -Créeme, cariño: decir que es evidente es decir poco-sonrió, revolviéndome el pelo.
               -Pero no estoy pillado por ella. No la…-Dios, ¿por qué no podía decirlo en voz alta? No es tan difícil. No la… no la… no…
               Oh, genial. Ni siquiera puedo pensarlo.
               -Me gusta un montón-repetí, y Bey alzó una ceja y sonrió-, y ya. Como la actuación de Starboy en el desfile de Victoria’s Secret.
               Bey lanzó una carcajada al aire, sorprendida por mi capacidad para meter a modelos y The Weeknd en cualquier conversación.
               -Comparas esa actuación con sexo-me recordó.
               -A ver, nena-intenté bromear, porque era lo único que me quedaba. Nuestra charla nos estaba quedando demasiado seria y demasiado vertiginosa como para que yo soportara seguir por esos derroteros permaneciendo cuerdo-. Starboy, modelos en ropa interior… créeme, se parece mucho al sexo.
               -Eso dice mucho de tu relación con Sabrae-se mofó, reclinándose hacia atrás, apoyándose en sus codos.
               -Es que con Sabrae tengo sexo, nena-le recordé, y Bey sonrió.
               -Tienes más que sexo-dijo tras una pausa-. Mucho más.
               -¿Quieres que te niegue la conexión que siento con ella? Porque no pienso hacerlo. Puedo ser muchas cosas, pero no soy un mentiroso. Y tú lo sabes. Me gusta estar con ella, me lo paso bien, creo que nuestra relación es algo más que físico… pero la atracción no implica amor. Tú lo sabes.
               -¿Cómo se supone que he de saberlo?-rió.
               -Nosotros somos el ejemplo perfecto.
               -Eh, no-chasqueó la lengua y sacudió el dedo índice-. Nosotros somos el ejemplo perfecto de que la atracción trae amor. Sabes que te quiero-se abrazó las rodillas.
               -Soy tu mejor amigo.
               -Y que tienes un polvazo.
               Se sonrojó un poco, la pobre.
               -Procuro cuidarme-me encogí de hombros y ella me empujó, juguetona.
               -Déjate de historias. Sabes a qué me refiero. Sabes que si me hubieras dicho de salir hace un mes, te habría dicho que sí.
               -Sería un pésimo novio.
               -¿No se supone que no eres mentiroso?-hizo un mohín.
               -Las tías realmente sois de otra especie, ¿eh? Siempre os fijáis en el que no os da bola. ¿No estarás intentando comerme el coco para que me líe contigo para olvidar a Sabrae?
               -Estoy a gusto en tu friendzone. Hay muchísimo espacio. Soy la única chica en todo Londres-abrió los brazos y yo me eché a reír-. Sabrae puede quedarse contigo. Bastante me agobias a veces, no quiero ni pensar en cómo serías si te tuviera encima.
               -Siempre puedes tenerme debajo-me incliné hacia ella y le di un beso en la mejilla. Bey lanzó una exclamación cuando me acerqué a su oreja. Giró la cara para defenderse y nuestras bocas se quedaron a centímetros. Frotó su nariz contra la mía, cariñosa.
               -Di que la quieres.
               -No.
               -Dilo, Al.
               -No es verdad.
               -Sí lo es-sus labios se posaron en mi nariz cuando me dio un suave besito en la punta.
               -Bey…
               -Vale. Entonces, di que no la quieres. Dilo, y te dejaré en paz. Yo misma enmendaré tus errores. Sin rechistar. Palabra de exploradora.
               -Bey…
               -La quieres. Lo sé. Y vas a enamorarte de ella. Y me muero de ganas por verte enamorado, porque estoy segura de que ella va a corresponderte y vas a ser el típico novio que es absolutamente adorable. Ella te viene bien.
               -¿No crees que te estás precipitando un poco?-me aparté de ella y la estudié. Sus labios se curvaron en una mal disimulada sonrisita.
               -Para nada. Es más, tengo indicios científicos irrefutables de que la quieres.
               -¿Y son…?          
               -La forma en que la miras.
               -¿La miro de alguna forma?
               -De una forma especial-volvió a abrazarse las rodillas-. Vas a enamorarte de ella. Ya la quieres.
               -¿Qué tiene eso que ver…?
               -Te vi mirar a otra chica una vez como miras ahora a Sabrae. Fue hace años. Le decías en broma que estabais hechos el uno para el otro, que ibais a casaros. ¿Lo recuerdas?
               -Pues claro que me acuerdo de lo que te decía, reina B-sonreí, y ella me devolvió la sonrisa-. Que, por cierto, mi oferta sigue en pie. Es decir… tú eres guapa, yo soy guapo… tengo una moto y trabajo. La verdad es que soy todo un partidazo. Haríamos bebés interraciales muy monos, y podría mantenerlos bien. ¿Qué me dices? ¿Hace?-la agarré de la cintura y tiré de ella, que me puso las manos en el pecho y se echó a reír.
               -Empiezas a pertenecerle a otra, y con eso yo no puedo competir. Además… ¿qué demonios? La verdad es que me encanta tu friendzone. Es amplísima. Como tu cama. ¿Sabes qué te digo? Que me hagas hueco y me des una camiseta. Me quedo a dormir contigo, osito.
               -¿Seguro que quieres la camiseta?
               -Me quedo a dormir-alzó la mano con la palma vuelta hacia mí para detenerme-. Y sólo a dormir.
               -Mi gozo en un pozo.
               -Eres imposible, ¿es que nunca te das por satisfecho?
               -Demasiado no es suficiente-contesté, pasándole la primera camiseta que encontré y podría servirle.
               Y, mucho menos, cuando estamos hablando de Sabrae, pensé al acurrucarme al lado de Bey y pasarle una mano por la cintura.
               Agradecí a los cielos haber sorteado su bronca con tanta destreza, y les pedí un último favor antes de abandonarme al sueño: nada de fantasear con Sabrae mientras compartía cama con Bey. Si pasaba algo, ella me lo recordaría hasta el día en que se muriera.
               Bey era la lista de los dos. Créeme, no necesitaba sacarme ventaja.


-Ha visto la historia-anuncié a las chicas, que canturreaban y se mecían al ritmo de Jason Derulo mientras sostenían frente a sí sus cartas. Que nos hubiéramos motivado con la canción no conducía a que renunciáramos a una partida muy reñida así como así. Taïssa alzó la cabeza y me miró a través de sus ojos oscuros, sus trenzas azules enmarcando su rostro. Amoke se inclinó a un lado para mirar la pantalla de mi teléfono, mientras Kendra dejaba sus cartas vueltas hacia abajo sobre la mesa y estiraba las manos:
               -¿Me dejas ver?
               -Ni de coña-me llevé el móvil al pecho-, que lees la conversación.
               -Chica, ¿qué tienes que ocultar?-Taïssa se echó a reír mientras alzaba las cejas, y yo la fulminé con la mirada.
               -Sus nudes-reveló Amoke, y yo le pegué en el hombro.
               -¿Ya te las manda, o se las mandas tú?-pinchó Ken.
               -¿A ti qué te importa? Pesada.
               -Jolín, nena, ¡no te piques!-Taïssa se abalanzó sobre mí y me dio un beso en la mejilla mientras yo decidía si abrir la historia y revelar que tenía las notificaciones de la cuenta de Alec activadas, o me hacía la dura y de paso me mataba un poco por dentro.
               -¿Se las mandarías?-Kendra alzó una ceja, curiosa. Tenía una expresión pagada de sí misma que me habría encantado borrarle de la cara.
               -No-contesté, apartándome una trenza tras el hombro-, porque fijo que las pasa.
               -Ya, fijo que las pasa, pero bien que te abres de piernas para él, so cochina.
               -No me fío de él en ese aspecto-la miré por encima de mis cejas y dejé caer mi teléfono sobre la alfombra de pelo en la que nos habíamos sentado. Era genial para nuestras reuniones nocturnas: suave, mullida y calentita. Me encantaba cuando mamá me dejaba sacarla del armario en que la guardábamos cuando llegaba la primavera, una vez que empezaba el otoño y el suelo se enfriaba por el efecto de los días acortándose.
               Ignoré el suave tirón que sentí en mi estómago al decir aquella frase. En realidad, sí que me fiaba de Alec. Me había dado motivos de sobra para confiar en él, y cuando yo decía que lo hacía, no estaba mintiendo. Sabía perfectamente que él no pasaría nada mío; sin embargo, no lo haría por los motivos correctos. No quería que me decepcionara en ese aspecto, porque eso no se lo perdonaría. No parecía típico de Alec hacer esas cosas de capullo, pero una cosa era que no creyera que fuera capaz y otra muy diferente ponerle la miel en los labios.
               No mandaría nada que consiguiera de mí a nadie por la sencilla razón de que lo había conseguido él. No le gustaba compartir sus conquistas, ya fueran chicas o pequeños logros. Que fuera egoísta me beneficiaba, pero eso no implicaba que respetara mis decisiones o a mí cuando no me tenía delante.
               Quizá estaba siendo un poco dura y cínica con él, pero no quería arriesgarme. Me dolería descubrir que me había tenido atrapada en sus redes el último mes, y que lo que había pensado de él durante toda mi vida era lo verdadero.
               -¿No vas a verla?-inquirió Momo, y yo me encogí de hombros.
               -Acaba de subirla; no quiero parecer necesitada. Él ha tardado bastante en ver mis historias.
               -Suerte que no tenga el perfil privado-Momo se sacó el móvil del bolsillo del albornoz que llevaba puesto y, mientras Jason seguía atronando en la habitación con una canción que no había tenido el gustazo de bailar con Alec, pero que sin embargo ya asociaba con él, entró en la aplicación y me preguntó su usuario. Se lo dije de memoria, lo que hizo que mis amigas corearan sendos “uuuuh” a los que respondí con cortes de manga y, por fin, el perfil de Alec apareció en la pantalla de Amoke. Tocó su cara y nos inclinamos para ver en el teléfono lo que fuera que Alec acababa de subir.
               -Un vídeo-musitó Taïssa.
               -Ojalá de él entrenando. O masturbándose.
               -Eres una cerda, Kendra.
               -¿Por qué te molesta, Saab? ¿Crees que no lo hace? Es un tío. Todos se la menean. ¿O es que te cabrea que puede que no lo haga contigo?
               -No hay quien te soporte.
               La rueda de carga del vídeo desapareció y todas contuvimos el aliento. Fruncí el ceño, intentando comprender lo que veía. Alec enfocaba una pantalla en la que aparecía un coche haciendo un derrape, y jaleaba a Jordan cuando conseguía la primera posición en la última vuelta. Se veían sus calcetines y sus pantalones grises en la parte inferior de la pantalla, y una música cargada de marcha salía por los altavoces del teléfono de Amoke.
               -You don’t have to spend your life with me, you don’t have to waste your energy…
               -We can just be rocking…-terminé yo, y sonreí. No podía creerme que hubiera grabado una historia justo cuando sonaba una canción de The Weeknd. ¿Lo había hecho a posta? ¿O yo me estaba haciendo unas ilusiones demasiado grandes con él?
               Me mordí el labio y recogí mi teléfono. Iba a contestarle.
               Mientras lo desbloqueaba, las chicas abrieron su perfil y se pasearon por sus fotos.
               -Uf. Qué cuerpo. Le dejaría hacerme todas las maldades que él quisiera-musitó Taïssa, que no era nada dada a estos comentarios. Puse los ojos en blanco mientras mi estúpido móvil tardaba dos siglos en abrir Instagram.
               -¿Se la has chupado ya?-exigió saber Kendra, y Amoke abrió mucho los ojos y se me quedó mirando. Estaba segura de que sopesaba las posibilidades de que lo hubiera hecho y no se lo hubiera contado, no sé si por vergüenza si por evitar que se metiera un poco conmigo. Que dudara de mí me dolió: se lo contaba todo, absolutamente todo. No escatimaba en detalles porque sabía que Amoke no me juzgaría. Cuando encuentras a alguien con el que puedes hablar con total libertad de cualquier cosa, de la más trascendental a la más absurda, no lo dejas escapar ni traicionas su confianza así como así.
               Irremediablemente pensé que había encontrado otra persona con la que me sentía tan cómoda hablando como lo hacía con Amoke. La diferencia estaba en que nuestras conversaciones sucedían de madrugada, a través de la misma pantalla con la que pensaba comunicarme con él.
               -¿Qué te importa?
               -Eso es que no-Kendra se inclinó hacia un costado y se relamió los labios.
-¿A qué esperas?-insistió Taïssa, y Kendra la miró con el ceño ligeramente fruncido y una sonrisa en los labios.
               -A tener el testamento en regla, me imagino. Fijo que con lo grande que la tiene, le perfora un pulmón.
               -¡Kendra!-reprochó Momo.
               -¡Es verdad! Podrían usarla para hacer una estetoscopia o una de estas cosas en las que te meten una cámara dentro, si le pusieran una en…
               Kendra se calló de repente, justo a tiempo de ver cómo la puerta a mi espalda se abría y mi padre asomaba la cabeza por el hueco. Quise que me tragara la tierra. ¿Habría escuchado algo de nuestra conversación? Me llevé una mano a la frente para disimular lo roja que me puse. Amoke me dio la mano y me la apretó para que me tranquilizara, pero eso sólo contribuyó a ponerme más nerviosa.
               -Chicas, perdonad que os interrumpa-se disculpó mi padre, ajeno a la conversación que acabábamos de finalizar apresuradamente por su inesperada entrada en escena-. Saab, ¿has cogido tú el zumo de la nevera?-volvió los ojos a mí y yo me atraganté con mi saliva. Carraspeé y negué con la cabeza.
               -No, ¿por?
               -Vale, es que no sabíamos si lo tenías tú o lo ha robado Duna. Ya sabes el vicio que le tiene, parece una alcohólica con su botella favorita de vino. Con lo mal que le viene el azúcar por la noche-suspiró trágicamente y sacudió la cabeza, como diciendo yo sólo quería una familia, ¿por qué tengo que ocuparme de amaestrar a un mini zoológico?-. ¿Necesitáis algo?
               -No, papá-balé, deseando que se fuera. Cuanto más tiempo pasara con nosotras, más posibilidades había de que descubriera mi incomodidad.
               -Que saques tu nuevo disco-sonrió Amoke, robándome el foco de atención. Cómo la quería. Papá se echó a reír y sacudió la cabeza.
               -Las cosas de palacio van despacio, Momo.
               -¿Pero estás componiendo?-Taïssa se incorporó, esperanzada. Cuando llegaba el día de lanzamiento de un nuevo trabajo de papá, cogía religiosamente su bono del transporte público y bajaba a Harrod’s a comprar la edición de lujo, que le metían en una bolsa que pasearía con mucho orgullo por la ciudad de vuelta a casa. Cuando llegara a su habitación, dejaría el nuevo disco, sencillo, o lo que fuera, colocado en su funda de plástico intacta sobre la estantería. Era la primera en enterarse de si algo que había hecho mi padre se filtraba, incluso antes que Shasha, que era un genio de la informática y que se dedicaba a reconfigurar el sistema operativo de su ordenador cuando estaba aburrida.
               -Bueno, algo me está rondando la cabeza…-papá se pasó una mano por el pelo. Pronto se raparía y el proceso de creación comenzaría realmente.
               -¿Cómo va a sonar? ¿Es algo novedoso? ¿Vas a sacar algo parecido a Let me? Me encanta Let me. Es preciosa. Y el vídeo es genial.
               -A Sabrae también le encanta Let me-canturreó Amoke, y yo le di un codazo en las costillas.
               -Gracias, guapa, pero todavía está todo muy en el aire. No obstante, cuando lo sepa, serás la segunda en enterarte-papá esbozó una radiante sonrisa, de esas que sólo reservaba para las entrevistas o las sesiones de fotos. Su típica sonrisa de estrella del rock.
               -¿La segunda?-Taïssa parecía desinflada.
               -La primera es mi mujer-papá se encogió de hombros.
               -¿Y yo qué?-protesté, y papá se echó a reír.
               -Pasadlo bien, chicas.
               Cerró la puerta despacio y cuando sonó el clic de la cerradura, yo me volví hacia Taïssa.
               -¿Quieres que vuelva a buscar en su estudio por si tiene más demos de canciones que no ha sacado? Seguro que me dice que vaya con él algún día de estos.
               -Vale-Taïssa sonrió y Kendra me arrebató el móvil de las manos. Miró el mensaje que había estado escribiendo, demasiado arriesgado y después de esbozar una sonrisa malévola, acercó el dedo a la pantalla.
               -¡Kendra, NO!
               Kendra soltó una risita mientras Taïssa me sujetaba para impedir que alcanzara el teléfono y evitar el desastre.
               -¡Oye, Siri!-grité, y Kendra se puso pálida y tocó el botón de menú de mi teléfono.
               -Dime, Bombón-urgió la voz ligeramente entusiasmada y a la vez impersonal de Siri.
               -¡Cierra todas las aplicaciones!
               -Lo siento, Bombón, no puedo hacer eso-contestó mi asistente virtual.
               -No seáis malas-riñó Amoke, pero Kendra seguía amenazando con enviar el mensaje.
               -¡Oye, Siri!
               -¿Qué hay, Bombón?
               -¡Activa el modo avión!
               -Activando modo avión… adiós…
               -NO-chilló Kendra, tocando la pantalla a toda velocidad. No podía creerme mi suerte, ¡había ganado la partida! Me lancé a por ella y luchamos por el móvil hasta que éste se bloqueó. Kendra entonces renunció a él, refunfuñando sobre que no me gustaba nada divertirme. Le di un sopapo y me volví a mi sitio.
               -¿Eres estúpida? ¿Qué pensaría Alec si viera ese mensaje?
               -Cuando lo vea-corrigió Taïssa, y yo fruncí el ceño. Desbloqueé el teléfono y abrí la aplicación. Mierda. Noté cómo el color huía de mi rostro cuando vi que el mensaje estaba en una pequeña nube gris, bajo la cual un corto pero amenazante “enviando” se mostraba con orgullo.
               -Tía-gemí, chasqueando la lengua. Apagué el móvil y lo dejé en mi regazo, rezando porque no hubiera salido de él ni estuviera ya viajando por el espacio en dirección al teléfono de Alec. Bufé y apoyé la cabeza en las manos, los puños cerrados me cubrían las mejillas-. Ya te vale.
               -¿Qué pasa? Deberías ser sincera con él. Si quieres quedar, díselo.
               -¿Qué le habéis mandado?-inquirió Amoke.
               -¿Por qué no se lo enseñas, Saab?
               -Ni de coña. No enciendo el móvil en lo que nos queda de noche. Lo último que necesito es que me haya leído el mensaje y haya contestado con alguna bordería de las suyas. Me amargaría la noche, y no estoy para historias-suspiré y cogí un nuevo trozo de brownie de chocolate. Me lo metí en la boca y mastiqué despacio, notando cómo la dulzura de su interior me llenaba y me tranquilizaba en cierta medida.
               -¿Es que alguna vez ha sido borde contigo?-preguntó Amoke, y noté cómo todas se ponían tensas. Hasta hacía un segundo, estábamos de cachondeo, picándonos unas a otras y tratando de hacernos de rabiar. Pero, en cuanto alguien de fuera, por importante que pudiera parecer para una de nosotras, nos amenazaba, nos convertíamos en verdaderas perras de presa. No dejaríamos que nadie hiciera daño a una de nosotras.
               A pesar de cómo se habían portado conmigo y del asco que había empezado a cogerles por su afición por  hacerme de rabiar, me sentí enternecida por la rapidez con que dejaron de jugar. Tenía suerte de tenerlas, incluso en las ocasiones en que no quería contarles algunas cosas porque sabía que no me darían tregua nunca.
               -No ha sido borde-contesté, encogiéndome de hombros y apartándome las trenzas de la cara de nuevo. Siempre terminaban colocándoseme por delante de la cara, lo cual yo odiaba-. Me refería a que no habría quién lo aguantara. Ya sabéis que tiene un ego inmenso; toda la vida ha sido así. Por eso yo no le soportaba hasta hacía nada-me cogí los pies y volví a encogerme de hombros. Ni siquiera me percaté de que les había servido mi cabeza en bandeja de plata.
               Amoke esbozó una sonrisa malévola.
               -Creo que no es lo único que tiene inmenso.
               -¡Tía!
               -Bombón-se burló Taïssa, y yo puse los ojos en blanco.
               -Ni una palabra de eso.
               -¿Por qué, bombón?-insistió ella. Alcé una mano.
               -Estoy cansada de que Siri pronuncie mal mi nombre. No sé qué obsesión tiene con pronunciarlo como el apellido de la animadora de Glee, cuando hay que separarle las letras. Se lo repito, y se lo repito, y nada.
               -Y la solución era hacer que te llamara como te llama Alec, ¿no?-Amoke se tumbó sobre su tripa-. Me pregunto cuánto tardó en ocurrírsete ese mote.
               -Menos de lo que tarda en correrse con su inmensidad-pinchó Kendra, y yo puse los ojos en blanco.
               -¿Sabes lo que significa esa palabra, siquiera?
               -¿Vas a ofrecerme descubrirlo con tu hombre?
               Nos echamos a reír, negué con la cabeza y continuamos con nuestra partida interrumpida. El aleatorio había puesto una canción lenta, basada en un piano y una voz aterciopelada pero potente de mujer. Parecía jazz. Eso me relajó, y por un instante dejé que la voz de la intérprete me transportara a otro lugar y me hiciera olvidar la historia de Alec. Mi mente se despejó y pude concentrarme en la partida un ratito más.
               Hasta que volvió a sonar Jason Derulo; concretamente, la canción que habíamos bailado por primera vez. Noté cómo me sonrojaba ligeramente  detrás de las cartas cuando las chicas me miraron, y Amoke, como buena mejor amiga que era, se levantó de un brinco y anunció que quizá era hora de seguir documentando nuestra noche de chicas.
               Ella sabía mejor que yo que quería volver a encender el teléfono y mirar un poco más su perfil. Había cogido la costumbre de sentarme en mi cama, o incluso tumbarme bajo las mantas, a escuchar música que relacionara con Alec mientras hablaba con él o miraba las fotos que había colgado en sus redes sociales. El simple hecho de estar metida en la cama, con los auriculares puestos, una balada romántica sonando en mis oídos, mientras él y yo charlábamos de cualquier tontería se había convertido en mi actividad favorita de todos los tiempos en un cortísimo intervalo de tiempo.
               Así que nos pusimos en pie, encendí el móvil, y empecé a dar brincos siguiendo a las chicas. Rápidamente abrí Instagram y me lancé a la página donde subir las historias, temerosa de entrar en lo mensajes y encontrarme con que Alec me había respondido. Después de subir la historia, entré en mi bandeja de mensajes, sólo para descubrir que el mío se había enviado hacía apenas unos segundos. Respiré tranquila y a la vez me desesperé: una parte de mí quería que él hubiera recibido el mensaje hacía tiempo y que ya tuviera una respuesta preparada, lista para sorprenderme y hacer que soñara con el momento en que tuviéramos que irnos a la cama y pudiera hablar con él oculta bajo las mantas.
               Las chicas siguieron bailando mientras yo me sentaba en la alfombra a lo indio. Apoyé la cabeza en un puño y esperé a que él hiciera acto de presencia. Sentí un cosquilleo en el estómago cuando vi que un círculo verde aparecía en una esquina de su foto de perfil. Estaba conectado. Cualquiera diría que tenía mis notificaciones activadas, la coincidencia era demasiado grande como para que yo no pudiera permitirme soñar.
               Miré de nuevo el mensaje, que no me indicaba que hubiera sido leído. Me mordí el labio y volví a mi historia, la visualicé una segunda vez y por fin vi que su nombre aparecía en lo alto de la lista de personas que la habían visto. Me parecía increíble la magia de Instagram, que podía perfectamente adivinar quién era el chico que te gustaba o la persona a la que querías ver en la cima de los interesados por tus vivencias efímeras, y te la colocaba donde tú la deseabas, como un genio de una lámpara virtual.
               Esperé.
               Y esperé.
               Y esperé.
               Pero él no comentó nada.
               Sentí cómo se me hundían los hombros mientras un desfile de pensamientos negativos me atravesaban la mente. ¿Y si ya no se acordaba de que ésa había sido nuestra primera canción? ¿Y si ya no recordaba la forma en que yo le había dicho que saliéramos a bailar después de que él dijera que le encantaba? ¿Y si había olvidado la forma en que me agarró de las caderas en el estribillo y juntamos nuestros cuerpos?
               ¿Y si nuestro primer beso, con una canción diferente pero consecuencia de ésta, estaba oculto en un rincón de su memoria al que él no podía acceder?
               Tú le importas, me dije. Tú le importas, te lo demostró la noche pasada. Se acuerda. Se acuerda de todo.
               Suspiré y, cuando vi que se desconectaba, con un círculo gris sustituyendo al verde en su perfil, cerré la aplicación y tiré el móvil a mi lado, con la pantalla vuelta hacia el suelo. Hinché los carrillos en un bufido que dejé escapar lentamente y negué con la cabeza cuando las chicas me preguntaron qué ocurría.
               -Nada-contesté, dejando que me ayudaran a ponerme en pie-. Es sólo que pensé que me contestaría.
               -Quizá esté un poco liado. Puede que Jordan le haya cogido su móvil mientras él echa una partida. Te contestará luego, ya verás.
               -No sé-me abracé a mí misma y Amoke dejó escapar un enternecido gemido antes de besarme la sien y acariciarme la cabeza.
               -Confía un poco en él, Saab.
               -Come-me urgió Taïssa, tendiéndome un nuevo brownie-. Sólo estás tristona por la regla. Ya verás cómo se te pasa.
               -Podemos ver una peli romántica, si quieres-ofreció Kendra, recogiendo el ordenador de una de las mesas de al lado del sofá.
               -No me apetece ver a Ryan Gosling besándose con alguna chica blanca.
               -¿Por qué Ryan Gosling? Podemos ver la de Amandla Stenberg. En la que está enferma y se muda un blanco al lado de su casa y empiezan a hablar por el móvil.
               -Seguro que te sientes identificada-sonrió Amoke, volviendo a besarme. Me aferré a su costado y asentí con la cabeza, mimosa. Taïssa recogió un brownie y me lo acercó a la boca. Mastiqué despacio, enganchada al torso de Amoke como si fuera un koala, mientras Kendra preparaba la película.
               Diez minutos después, estábamos tumbadas en el sofá, poniéndonos hasta arriba de dulces y totalmente absorbidas por la historia. Nuestros móviles descansaban en la mesa frente a nosotras. Todos tenían la pantalla vuelta hacia abajo, salvo el mío, que la tenía hacia arriba; no podía arriesgarme a que Alec se conectara, me contestara y se cansara de esperarme.
               Por desgracia, no lo hizo ni mientras veíamos la película, ni mientras jugábamos al parchís, ni en el intervalo que pasó entre que salimos del cuarto de juegos y subimos a mi habitación. Me dormí con el móvil en la mano, e incluso así, Alec no dio señales de vida.
               No podía decir que no le culpara: tenía la esperanza de que abandonara todo lo que estaba haciendo por mí, como si él me debiera algo. Como lo había hecho la noche anterior. Pero tampoco podía culparlo: a fin de cuentas, él no me debía nada.
               Con un millón de excusas que ni siquiera sabía si él quería, el teléfono en la mano y el cuerpo de Amoke dándome calorcito en la otra, me quedé dormida. Tuve un sueño ligero, cargado de imágenes en las que el protagonista era él. Me acariciaba las piernas, acallando el fuego que las consumía, me daba besos en la mandíbula y me hablaba al oído; me susurraba palabras bonitas que hacían que yo me derritiera entre sus brazos.
               Preferí mil veces al Alec de mi sueño, ruidoso y etéreo, que al real, silencioso y distanciado. El Alec ficticio, por lo menos, estaba presente.


Mi móvil vibró a mi lado. Shasha se revolvió en el asiento en la cama y continuó tecleando despacio en su ordenador, mientras yo leía un libro sentada sobre mi almohada. Tenía las piernas de mi hermana justo en la planta de mis pies.
               Lo mejor de mi hermana era que nunca hacía preguntas: su pasión por el silencio hacía que lo valorara por encima de todas las cosas. No me presionaría para que le contara nada, pero tampoco le sería indiferente el ligero dolor que me pinzaba el corazón. Shasha lo percibía de una forma en que sólo podemos hacerlo las hermanas, y su mera presencia en mi habitación hacía que me sintiera cobijada y apoyada. Que no hablara no quería decir que no tuviera cosas que decirme. Y que no hablara no quería decir que no estuviera dispuesta a aconsejarme tras escuchar lo que fuera que me preocupaba.
               Cogí el móvil por inercia, pensando que serían las chicas intentando convencerme para que saliera por la tarde. Les deseaba suerte con eso: no sólo me seguían doliendo horrores las piernas (incluso me había puesto unos pantaloncitos de algodón que utilizaba como pijama en verano, blancos con un ligero vuelo), sino que había vomitado por la mañana, poco después de que se fueran. No les había dicho nada porque insistirían en quedarse, ya mí, lo que me apetecía, era quedarme sola.
               Sola con Shasha, quiero decir.
               Me dio un vuelco el corazón, y en parte me odié por ello.
               ¡Alec (@Alecwlw05) te ha enviado un mensaje!
               Dejé el móvil un momento sobre el colchón, con la pantalla hacia abajo. Me dije que no iba a abrir su mensaje corriendo como si estuviera desesperada. Me dije que mi lectura estaba muy entretenida. Me dije que lo de anoche no podía repetirse y que debería frenar.
               Me dije que no me importaba tanto como para hacer que le adorase en sueños.
               Me dije que no era lo bastante importante como para soñar con él.
               Me dije que sólo estaba siendo débil.
               Miré el móvil de nuevo, el pequeño logo de la manzana plateada sobre el fondo blanco. El círculo del mordisco era todo lo que yo necesitaba para excusarme. Podía permitirme ser débil, si ser débil era no resistirse a él.
               Cogí el teléfono y lo desbloqueé.
Ninguna fiesta es interesante si tú no estás en ella, bombón.
               Sonreí y tomé aire. No me daba cuenta de que había estado aguantando la respiración hasta que pude inhalar tranquila.
               Vi que continuaba conectado. Me dije que sólo estaba mirando su página de inicio, pero algo dentro de mí sospechaba que me había estado esperando pacientemente, igual que yo le había esperado a él. Me reí para mis adentros y comencé a teclear.
Seguro que les dices eso a todas 😉
Me hieres, Saab. ¿Qué clase de tío te piensas que soy?
Un mujeriego irreversible.
Me conoces bien, ¿eh?😏
Una, que es observadora 😜 Ya pensaba que estabas enfadado conmigo.
Sí, respecto a eso… perdona, bombón. Me acabo de despertar. Abrí tu mensaje de noche, pero no te contesté porque no quería despertarte.
Vaya lo que duermes, ¿no? ¿Recuperando el sueño perdido durante la semana en el finde? Jajaja.
Jajajaja algo así. Es que ayer tuve una noche movidita.
               Fruncí el ceño. ¿“Movidita”? Cuando Scott y Tommy se quedaban en casa durante el fin de semana, tenían una “noche de descanso”, no una noche “movidita”. Con una leve sensación de preocupación que intenté ignorar sin éxito, respondí.
               No estaba segura de si quería saber la verdad, pero tenía que pedírsela.
¿Y eso? Creía que al final te habías quedado en casa.
Bueno
Al final, salí a ver a una amiga.
Ah.
               A una amiga. Claro. Por eso no había contestado.
               No saques conclusiones precipitadas, chica. Puede que fuera a ver a Bey. Y ellos no están juntos. Es decir… ¡fíjate! ¡Mira cómo ella le para los pies! No, no hay nada entre ellos.
               Finge despreocupación, Saab. Estás exagerando. Seguro que no es nada.
¿Y qué tal?
Pues… bien, la verdad. Me lo pasé bien con ella.
Fuimos a esta sala, Asgard. No sé si has estado allí alguna vez.
               Me incorporé de un brinco hasta quedar con la espalda recta. Shasha me miró desde detrás de sus gafas con filtro azul. Se pasaba tantas horas frente al ordenador que, a pesar de que veía perfectamente, mamá y papá la habían llevado al oculista para que no le doliera la cabeza de tanto estar mirando una pantalla.
               -¿Qué pasa?-preguntó mi hermana, a la que había sacado de su trance mientras escribía el décimo código html del mes para su Tumblr.
               Sabía de sobra lo que sucedía en la sala Asgard a pesar de que no había estado nunca. De hecho, aunque quisiera entrar, no podría. Ni siendo una Malik superaría el obstáculo de ser menor de 16.
               Y bajita.
               Y tirando a gordita.
               No, allí sólo entrabas si tenías cuerpo de supermodelo y 16 años.
No, pero he oído hablar de ella.
Por lo que dice Scott, es el paraíso del exceso. Sexo, drogas, y rock n’ roll.
Sí, bueno, digamos que los que van al baño a hacer sus necesidades son minoría. Ya me entiendes.
               Noté cómo se me llenaban los ojos de lágrimas. No. Alec. Por favor. No me lo cuentes así, como si no tuviera importancia. La tiene. Para mí, la tiene.
               Sentí un nudo en la garganta mientras decidía si seguía con la conversación o me comportaba como una cría y me desconectaba, corriendo a esconderme tras las faldas de mi madre.
               No le preguntes.
¿Lo dices por experiencia propia?
Pues… sí, jajajajaja.
               Bufé y Shasha se me quedó mirando. Cerró la tapa de su ordenador y estiró la mano en mi dirección, pero yo me revolví, eludiendo su contacto. Me daba vueltas la cabeza y tenía ganas de echarme a llorar. Necesitaba salir de mi habitación corriendo.
               Era un gilipollas. Era un gilipollas de manual, un capullo de campeonato, y yo había descubierto el sexo con él, y estaba redescubriendo otras cosas con él.
Pero ayer no fui a los baños.
Si es eso lo que me estás preguntando.
               Me limpié una lágrima de la mejilla y sonreí, aliviada. Sentí que se me quitaba un peso de encima. Shasha dejó su ordenador en la esquina de la cama y gateó a mi lado. Se sentó junto a mí mientras yo escribía mi respuesta. Mi cínica, estúpida, y falsa respuesta.
Puedes hacer lo que quieras, Al.
               Había tomado la precaución de llamarlo “Al” en el último segundo. Me daba la sensación de que ponerle “Alec” mientras él me trataba de “Saab” y “bombón” sonaría demasiado hostil.
Ya lo sé.
               ¿Era rabia lo que notaba en esa respuesta?
               -Shash, lee esto-le enseñé el móvil a mi hermana, que lo cogió y frunció el ceño-. ¿Crees que se está cabreando?
               -¿Suele ponerte emoticonos?
               -A veces.
               -Pues puede ser-se apartó el pelo negro como el carbón, herencia de mamá, de la cara, y me tendió el teléfono-. Veamos qué te dice.
               Alec estaba escribiendo.
Pero no sé.
               -Vale, se estaba poniendo chulo, pero ha cambiado de opinión-sentenció Shasha, soltando una risita, mientras yo miraba cómo unos círculos aparecían al lado de su foto, indicándome que todavía no había terminado de hablar.
Quería que lo supieras. No pasó nada en Asgard.
               Sonreí y me mordisqueé el labio.
Vale
¿? ¿A qué viene el ?
Nada, me alegra saber que no apareció Loki por ahí a fastidiarte la noche.
😂 qué tía. Pues no, nada de Loki, pero tampoco de Valkiria. #NocheDesperdiciada
¿#NocheDesperdiciada? Tú has ido de fiesta mientras yo comía brownies.
Igual te piensas que me dieron brownies en ese puto sitio. Ni las gracias por el sablazo de la entrada, oye. Todavía no sé por qué coño voy.
😂😂 seguro que no te haces ni una idea.
Pues no. Pero bueno, ¿cómo te encuentras hoy?
Un poco peor. Estoy algo revuelta. Y me duelen las piernas.
Uy uy, ¿eso es una indirecta? ¿Quieres un masajito? 😏
Gilipollas 😂 me gustaría verte venir a mi casa.
Ya he ido más veces a tu casa. Puedo usar a Scott de excusa.
Scott está castigado.
Los hay con suerte.
¿Qué quieres decir?
Scott está castigado oficialmente. Yo también estoy castigado, pero nadie siente lástima por mí.
Algo habrás hecho. A ver, ¿en qué consiste tu castigo?
En que no me dejes ir a verte.
               -Dios mío-jadeó Shasha a mi lado, y yo le puse una mano en la cara y la empujé para que me dejara intimidad.
¿Es que no tienes vergüenza? ¿Cómo tienes el morro de decirme esas cosas y luego pirarte de fiesta con otra?
No tengo nada que perder. ¿Estás celosa?
Mi vida no gira en torno a ti, Alec.
Ahora la sinvergüenza eres tú, mira que mentir de esa forma tan descarada…
Eres imbécil 😂
               -Un imbécil que lleva razón-instó mi hermana, y yo puse los ojos en blanco y le hice un corte de manga.
Me llaman para comer. ¿Hablamos, bombón?
Vale. Que aproveche
Qué seca, hija.
¿Seca por qué? ¿Qué quieres que te ponga?
Adiós, mi amor, mi rey, mi sol😗😍
????????
Joder, SÍ. ¿Qué tengo que hacer para conseguir eso cada vez que hablemos?
Suscribirte a la versión premium 😉
¿Cuánto cuesta?
20 libras. Al mes.
Pásame tu cuenta bancaria y te hago la transferencia ahora mismo.
😂😂 que se te enfría
Voy en serio, Sabrae.
VETE A COMER.
VALE. NO ME GRITES.
Adiós, mi amor, mi reina, mi sol 😗😍
Eres más tonto…
Y lo que te encanta 😉
               Estaba tecleando mi respuesta, pero se desconectó mientras lo hacía, así que la borré. Miré la conversación hasta que la pantalla del móvil se me apagó por no usarla. Vi el reflejo de Shasha en la pantalla negra, y noté cómo sonreía, satisfecha.
               -¿Qué?
               -No me habías dicho que tonteabais.
               -Sí te lo conté-contesté, encogiéndome de hombros y escondiendo el móvil sobre mi piel.
               -Pero no así-Shasha abrió mucho los ojos y recogió el móvil. Lo desbloqueó con mi huella y releyó la conversación, acurrucada a mi lado. Apoyé la cabeza en su hombro y releí los mensajes más rápido que ella. Shasha se mordisqueó la uña del dedo pulgar, una cosa que también habíamos heredado de mamá, y sonrió. Se volvió para mirarme con su sonrisa juguetona y satisfecha bailando en su boca.
               -Es diferente a como te lo imaginabas, ¿verdad?
               -Sí.
               -No quiero decir que te lo dije, pero… ¡te lo dije!-recogió la almohada y me pegó con ella en la cara.
               -¿De qué hablas, tía?
               -Siempre que te ponías a despotricar contra él yo te decía que si era amigo de Scott era por algo. Que Scott es gilipollas, pero no imbécil.
               -Puedes perfectamente relacionarte con gente imbécil aunque tú no lo seas. Míranos a nosotras-le saqué la lengua y Shasha puso los ojos en blanco.
               -Somos hermanas, vivimos puerta con puerta, ¿qué remedio nos queda? Bueno… ¿qué piensas a hacer?
               -¿Con respecto a…?
               -Alec. ¿Vais a empezar a salir?
               -Sólo nos estamos conociendo, Shash-le arrebaté mi teléfono y jugueteé con él. La sola idea de estar con Alec me daba vértigo. En realidad, no le conocía. Quiero decir, había muchas cosas de él que no sabía. Cosas básicas que cualquier persona mínimamente cercana a él conocería. Nosotros teníamos una ilusión de cercanía e intimidad. Pertenecíamos a mundos diferentes que compartían una estrella común: Scott.
               Bueno, y nuestra atracción mutua.
               Pero el caso es que porque Venus aparezca en el cielo nocturno al igual que lo hacen Júpiter y Marte, no puedes decir que sean parte de lo mismo, ¿no?
               Sí. Del sistema solar.
               Y de tu cielo particular.
               Alec era a Scott lo que la luna al sol. Uno se debía al otro, uno era visible por el otro… y sin embargo uno tenía más atención, más poemas, más magia, que otro. Que la ecuación no tuviera el mismo resultado dependiendo de cómo se ordenaran los factores o en qué punto se centraba más una ya decía bastante de cómo estaba yo a esas alturas.
               No noté que estaba sonriendo hasta que empezaron a dolerme las mejillas mientras me imaginaba haciendo cosas normales con Alec, no sólo follar en sofás o estar tumbada sobre él durante una noche entera. Ir al cine, dar una vuelta, dejar que me acompañara a casa o meterme en su habitación aunque no hiciéramos nada más que acariciarnos me parecían los planes más apetecibles del mundo.
               -¿Cuándo vas a terminar de conocerlo y se lo vas a pedir?
               -Yo no le voy a pedir nada.
               Shasha se envaró.
               -¿Sabrae, la princesa del feminismo, esperando que un tío se le declare? Qué ejemplo me estás dando.
               -Cállate-le di con la almohada y ella se echó a reír. Atraída por nuestro improvisado jaleo, Duna subió las escaleras y abrió la puerta de mi habitación.
               -Hola, Dundun-saludó la mediana de nosotras mientras Duna escalaba hacia la cama y se acurrucaba en mi regazo.
               -Hay muchas cosas que podrían salir mal con esto-le di un beso en la cabeza a la pequeña y continué con la conversación-. Que Alec no sea tan imbécil como yo pensaba no quiere decir que no lo sea. Los amigos de Scott sí pueden ser tontos.
               -Bueno, depende de qué amigos. La verdad es que Alec es un figura de cuidado, pero Jordan no es que se quede atrás, precisamente…
               -¿A qué te refieres?
               -Los amigos de Scott son buenos. Yo me voy a casar con Tommy-espetó Duna, y las dos la miramos-. Todavía me coge en brazos-explicó al ver que no comprendíamos su arrebato de pasión y sinceridad con respecto a lo que sentía por el mayor del clan Tomlinson-. Sus brazos son muy cómodos.
               -¿Y cuándo se lo piensas pedir, princesita?-le pregunté, estrechándola en mis brazos y pidiendo que nunca creciera a los cielos.
               -¿Pedir? No se lo voy a pedir. Nos vamos a casar, y punto. Pedírselo a Tommy-repitió, sacudiendo la cabeza y conteniendo una risa-. Qué tontería.
               Duna se bajó de la cama, decepcionada por el tinte de nuestra conversación. Seguro que pensaba que estaríamos hablando de cosas más interesantes que los chicos.
               -Sabes que si te casas con Tommy, no te podrás casar con Alec, ¿verdad?-inquirió Shasha, y Duna se volvió. Agarraba el pomo de la puerta con su manita adorable.
               -Tommy puede ser mi marido, y Alec mi novio. Le he preguntado a mamá y eso no está prohibido.
               -Alec va a ser el novio de Sabrae.
               -Eso es parte de mi plan maestro para conquistar a Alec. Cuando nos coja el gusto a las Malik gracias a Sabrae, yo entraré en escena y se lo robaré-urdió, maligna, y yo solté una carcajada.
               -¿No te parece que eso estaría mal?
               -Lo que estaría mal sería que me obligaran a partirme el corazón a la mitad-sentenció, tirando de la puerta y cerrándola-. ¡Scott, ¿jugamos a las cocinitas?!
               -Tengo que hacer deberes-contestó nuestro hermano mayor desde el piso inferior.
               -Te dejaré ser mi subchef.
               -A la mierda, no voy a ponerme al día nunca, así que… ¿qué hay de menú hoy?
               Duna lanzó un chillido y corrió escaleras abajo.
               -A esta niña tenemos que mandarla a un colegio de superdotados-murmuré, estupefacta ante lo irrefutables de sus argumentos.
               -¿A dar clases, quieres decir?-rió Shasha-. Mira, ya tienes una excusa para acercarte a Alec-me guiñó un ojo.
               -No necesito excusas para acercarme a Alec; Alec viene a mí.
               Eso era cierto a medias. Sí que es cierto que desde que habíamos empezado a hablar, yo tenía tendencia a pasear por el patio del instituto hasta que conseguía verlo, aunque fuera entre la multitud.
               Pero, después de aquellos mensajes, especialmente la despedida del domingo, y la forma en que me trató el viernes, yo sentía la imperiosa necesidad de tenerlo bien cerca. Una parte de mí se moría de ganas por cumplir esas fantasías que Shasha había puesto en mi cabeza cuando habló de la posibilidad de que saliéramos.
               Es por eso que, al día siguiente a la conversación en que se ofreció para inscribirse en la “versión premium” de mis conversaciones, fui a su encuentro cuando nos cruzamos en la cafetería.
               Scott y Tommy no andaban cerca, debían de haberse quedado fuera, en el patio, mientras Jordan, Bey, Tam y Alec iban a por una bolsa de pipas. Alec hablaba despreocupadamente con Jordan mientras las gemelas se abrían hueco a codazo limpio hasta la barra. Jordan le dio un codazo a Alec al ver que me acercaba, y él se giró con el ceño fruncido.
               La sonrisa que le cruzó la cara al verme hizo que casi flotara hasta su lado.
               -Hola-canturreé.
               -Hola, bombón-fue su respuesta, mirándome de arriba abajo. Me apeteció darle un beso en la mejilla, pero con todo el instituto presente, me parecía un poco arriesgado.
               -Mira, este fin de semana he estado pensando mucho en nosotros…-comencé, y Alec asintió con la cabeza. No rompió el contacto visual ni siquiera cuando Bey le preguntó si quería que le esperaran o que nos dejaran solos-. Y en Scott. La atracción es innegable, ¿no te parece?
               Alec sonrió con su típica sonrisa torcida. Madre mía, no podía hacerme esto. Llevaba falda.
               -“Innegable” es un adjetivo que la describe bastante bien.
               -No sabía que conocieras la palabra “adjetivo”-le provoqué. Él se encogió de hombros.
               -Acabo de salir de clase de lengua, tienes 10 minutos para preguntarme lo que quieras sobre adverbios y toda esa mierda.
               -Bueno, el caso es que nos evitaría muchos problemas que Scott lo supiera cuanto antes…
               -¿Problemas, en qué sentido?-noté que se ponía un poco tenso, pero trataba de disimularlo para no ponerme nerviosa a mí.
               -Puede hacerse incómodo. Es decir… yo… bueno… si tú quieres… podríamos salir alguna vez. Quedar-expliqué, aturullada-. Salir no. No como novios. O sea… no todavía. Dios. Ya me entiendes. Estar juntos.
               -Ya estamos juntos, Saab.
               -Me refiero… a no de noche. De día. No sé. ¿Sabes?
               -Estaría guay.
               -¿De verdad?-casi chillé. Alec rió entre dientes.
               -¿De qué te sorprendes, Sabrae? Continuará, y todo eso. Lo decía en serio. Cuando digo que esto no es sólo sexo para mí, lo digo de verdad. Iba totalmente en serio cuando dije el otro día que me apeteces tú. No sólo tu…
               -Mi… ¿qué?-le provoqué, y él puso los ojos en blanco, se mordió el labio y miró por encima de mi cabeza.
               -Sabrae, la mesa de los profesores está a dos metros, ¿de verdad quieres que comentemos lo mucho que me gusta comerte el coño con tu padre tan cerca?
               Le di un empujón, divertida, y él retrocedió. Por suerte, no chocó contra nadie.
               -Habla con Scott. Tengo ganas de hacer cosas, pero en vacaciones estaré bastante ocupada. Soy una chica muy sociable, ¿sabes? Voy mucho a la pista de hielo y a tomar chocolate caliente en el centro.
               -Sí, apuesto a que eres súper sociable-asintió con la cabeza, acariciándome la mejilla y descendiendo por mi mandíbula. Le di un manotazo antes de que llegara al hombro, porque lo conocía lo suficiente como para saber sus intenciones-. Vale, tía dura, ¿quieres que se lo diga a tu hermano ahora?
               -¿Para que te rompa la cara? Estoy segura de que tienes pensado algo bastante pacífico.
               -Soy un poco más alto que él. Scott lleva las de perder en una pelea.
               -Tommy le defenderá.
               -En cuanto me vea partirle la cara a tu hermano, T me querrá dar un morreo. Me apasiona la relación amor-odio que les une, aunque me cueste entenderla a veces-Alec se encogió de hombros y se echó a reír.
               -Tú solo… procura no posponerlo demasiado, ¿vale?-me puse de puntillas y le di un beso en la mejilla. Él se volvió hacia mí.
               -Podría ir más rápido si tuviera ciertos… privilegios.
               Alcé las cejas.
               -¿Privilegios?-me pegué a él, coqueta-. ¿Acaso piensas que te dejo hacerme poco, Alec?
               -Ni la millonésima parte de lo que quiero hacerte, Sabrae-me apartó un mechón de pelo de la cara-. Te lo aseguro. Y más cuando traes el pelo suelto.
               -Quería darte las gracias por lo del viernes.
               -¿Me vas a llevar a rastras al baño y te vas a poner de rodillas, o cuál es tu plan maestro?-me eché a reír-. Tu número de teléfono-exigió, y yo alcé una ceja.
               -¿Qué se dice?
               -Por favor. El privilegio que me merezco. Creo que Instagram no te va muy bien, ¿verdad? He estado mirando tus historias y me he dado cuenta de que a veces no se suben como es debido. Sí, soy un obseso. Te puedes reír-se llevó una mano al pecho y yo chasqueé la lengua.
               -Hecho-asentí-. Pero tendrás que esperar hasta que salga de clase.
               -Eres cruel, mujer.
               -Es lo que hay-me encogí de hombros y me dirigí hacia mi mesa, sacudiendo bien las caderas para asegurarme de que no perdía su atención. Cuando me senté, Alec todavía me miraba. Negó con la cabeza, rió entre dientes, y con su sonrisa de Fuckboy® abandonó la cafetería.
               Revolví en mi mochila en busca de mi móvil, que mantenía en silencio y con el modo “no molestar activado”.
               Tenía un mensaje de un número que yo no conocía. Desbloqueé el teléfono y disimuladamente abrí la conversación.
Oye, que paso de esperar. Holaaaa.
¿ALEC? ¡Pero si no te lo he pasado aún!
Ya. Es que ya lo tenía. Llevo teniéndolo desde el primer polvo. Se lo pedí a Eleanor. 😂
               Qué zorra. Levanté la mirada y me encontré con la novia aún secreta de mi hermano, que se reía con sus amigas unas mesas más allá. Eleanor notó mi mirada sobre ella y se giró. Mimi la imitó y las dos sonrieron; Mimi se inclinó hacia ella cuando Eleanor levantó su vaso de zumo en mi dirección y le susurró algo. No tenía mucha experiencia leyendo labios, pero estaba segura de que dijo algo que incluía las palabras “mi hermano”. Eleanor alzó las cejas, sorprendida, agitó su melena rizada de color chocolate y me guiñó un ojo.
¿Y, se puede saber, a qué esperabas para hablarme?
A que me dieras permiso.
Pero qué rico.
Tenía miedo de que me bloquearas, la verdad. Aunque pensé que sería divertido si te mandaba de sorpresa una foto de mi polla, a ver si adivinabas que se trataba de mí, pero dudo que sea tu estilo.
Chico listo.
¿No es tu estilo? L
Depende de la confianza que tenga.
Tú y yo tenemos mucha, ¿no te parece, bombón?
Eres un fantasma.
La culpa es tuya, que me das razones para serlo.😎
               Bufé una risa y negué con la cabeza.
               -¿Qué pasa?
               -Alec. Tenía mi número-expliqué, y Amoke sonrió.
               -Sabralec manda, y no tu banda.
               -No hay ningún Sabralec-respondí a la defensiva, pero mi estrategia fracasó en cuanto mi móvil vibró en mi mano con un nuevo mensaje de Alec.
               -Creo que Alec y tu móvil no opinan lo mismo.
               Guardé el móvil en mi mochila y mordisqueé mi sándwich.
               -¿No contestas?-sonrió Taïssa, alzando las cejas.
               -Ha esperado para hablarme un mes, creo que puede esperar un par de horas.
               -Nosotras no-se quejó Kendra. Y yo sonreí por encima de mi vaso de zumo.
               -Pues precisamente.
               Puede que sonara egoísta, pero le quería solo para mí.





Apúntate al fenómeno Sabrae 🍫👑, ¡dale fav a este tweet para que te avise en cuanto suba un nuevo capítulo! ❤🎆

4 comentarios:

  1. Vale,lo admito Bey me ha caído muy bien en este capítulo y a Alec he tenido muchísimas ganas de darle una patada en los huevos incontables veces a lo largo de todo el capítulo.
    Me encanta el lado cariñoso de la relación de sasha y sab que has mostrado, en cts parecían siemore estar como el perro y el gato y me ha gustado ver este lado cariñoso de ambas.
    POR OTRO LADO, AMO A DUNA.
    Por otro lado, estoy llorando con la parte final del capítulo porque quiero proteger a Sabrae de todo mal y me tiembla el culo de como piede reaccionar a cuando se entere de que Alec si que follo con otra, porque sinceramente no me ha quedado claro de si ya lo intuye o algo por el estilo.
    Por último decir que lo del número de teléfono me parece una cucada dónde las haya y que estaba rezando para que Alec soltase en medio de la cafetería "oye Scott, que tu hermana y yo follamos"
    Pd: Ha sido leer el nombre de scott o un simple diálogo suyo y ya me ha dado un salto al corazón. Hablemos de superar.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¿Ves? Te dije que Bey era una cuquita, no sé por qué la odias cuando tiene un corazón enorme, la queremos muchísimo, y Alec el pobre es imbécil
      Una de las cosas que más ilusión me hacía de Sabrae era poder ver la familia Malik desde otros ojos distintos de los de Scott, y también a Scott desde los ojos de Sabrae y BUAH me encanta todo
      Todavía no me he puesto a escribir el momento en el que se entera de lo de Alec pero mira es que me doy miedo a mí misma porque hoy mientras caminaba se me ocurrieron situaciones crueles que, no nos engañemos, estoy más que dispuesta a usar JEJEJEJE
      BUAH lo del teléfono casi lo spoileo hace bastantes capítulos, de hecho quiero subir lo que escribí primero porque, aunque ya tenía un nota con lo que finalmente puse, casi me puede la tentación y lo meto en otro sitio
      Lo de oye Scott habría sido un momentazo pero como os tengo preparado un momentazo mayor pues os toca esperar

      Eliminar
  2. No estoy cabreada, estoy decepcionada y no pararé de decirlo hasta que Alec tenga los cojones, de los que tanto alardea, de admitir que quiere a Sabrae y de decirle que se folló a otra cuando le había dicho que esa noche se quedaba en su casa. ES QUE ME CAGO EN TODO LO QUE VUELA. Menos mal que ha ido la reina B para cantarle las cuarenta porque si no al final me metía yo en la novela a cantarle las cien mil al inutil este que tiene Annie como hijo.
    Luego la aparición de zayn? Realmente este hombre es iconico hasta en las novelas? Le amo julio. Amoke soy yo diciendole que saque música, bueno y Taïssa ya ni te cuento. Zayn desgraciado saca el disco que me tienes harta.
    Bueno y Sabrae practicamente llorando cuando cree que Alec ha follado con otra, es que no te la mereces desgraciado. Y luego le dice que no ha utilizado los baños, pERO COMO SE PUEDE TENER TANTA JETA COLEGA. CLARO QUE NO HAS UTILIZADO LOS BAÑOS PORQUE TE FUISTE A CASA DE ELLA A UTILIZAR LOS BAÑOS, PF DE VERDAD ME TIENES NEGRA Y ESO QUE YO SOY MÁS BLANCA QUE LA LECHE. Menos mal que ha aparecido Duna diciendole a Scott que juegue con ella a las cocinitas y el otro ha aceptado porque si no telita. Ah y al final Sabrae y Shasha van a ser best sis forever (acabo de inventarme ese termino)
    Ojala Zayn hubiese pasado por la cafeteria en el momento en el que Alec decia que no iba a decir que le comía el coño delante de la mesa de profesores y le hubiese mirado y acto seguido le hubiera dicho "Olvidate de pisar mi casa en un mes chaval" La hostilidad hacia Alec se me ha bajado un poco cuando ha hablado a Sabrae por telegram (doy por hecho que lo usan) y le ha dicho que ha esperado a tener su confirmación para hablarle por si le bloqueaba. Es que le odio pero a la vez le quiero abrazar.
    pd: he tenido que ponerme la banda sonora del gran showman para tranquilizarme y no dejarte un comentario de mil palabras y que todas fuesen insultos hacia alec y hacia tu persona por hacerme esto

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ES QUE ES DE TONTO EN SERIO ENCIMA SE VE COMO SUPERADO POR LA SITUACIÓN Y LE DA MIEDO QUERERLA Y POR ESO LO NIEGA PERO LUEGO SE ENORGULLECE DE SUS SENTIMIENTOS????? ES MUY RARO ESTE CHAVAL ME VA A DAR UN ANEURISMA DE ESCRIBIRLO
      Que no se note que metí a Zayn en el siguiente capítulo porque me inspiraste con lo de que es icónico hasta en las novelas Patri menuda leyenda estás hecha
      Buah mira eso lo hablaba yo con Paula hace una semana o así que Sabrae ya esá como super investida (?) (sólo me sale invested perdón) con Alec y es que le diría que sí a cualquier cosa y el hecho de que él vaya con otras aunque lo entiende le duele un montón y encima él lo sabe y por eso no le miente pero tampoco le dice la verdad en plan :) no yo en los baños no hice nada :) en los baños eh :) baños
      TÍO ME ENCANTA QUE OS ENCANTE QUE SHASHA Y SABRAE SE LLEVEN TAN BIEN ES QUE YA CREÍA QUE OS IBAIS A ENFADAR CONMIGO POR CAMBIAR LA NARRATIVA CON ELLAS JAJAJAJAJAJAJAJAJA
      Tía patri eres una puta genio tengo que hacer que eso salga en la novela sí o sí déjame pensar estoy tomando notas *emoji de los ojos y de un lápiz anotando en un papel*
      Es que Alec es un cuqui, es un imbécil pero también es cuqui
      pd: me alegro de que te tranquilizaras realmente me encantó tu comentario ay no sabes lo que me está prestando que ahora los hagáis un poquito más largos mi coraçao hurts

      Eliminar

Dedica un minutito de tu tiempo a dejarme un comentario; son realmente importantes para mí y me ayudarán a mejorar, al margen de la ilusión que me hace saber que hay personas de verdad que entran en mi blog. ¡Muchas gracias!❤