jueves, 23 de agosto de 2018

Monstruo.

Antes de que comiences a leer, tengo una "mala" noticia que darte. Mañana me voy de viaje, así que pasaré bastantes días sin escribir, y por tanto, sin actualizar. No obstante, cuando regrese, que será antes de lo que te imaginas, te tengo preparado un capítulo y una sorpresa que harán que tu espera merezca la pena.
¡Que disfrutes del capítulo! Nos vemos en septiembre 


Mamá inclinó la cabeza hacia un lado mientras yo me pegaba una nueva prenda al pecho. Había llegado el viernes después de una lentísima semana en la que yo había pensado que terminaría subiéndome por las paredes, y, decidida como estaba a salir a matar, en vez de a jugar, le había pedido que me hiciera ella las trenzas. Le quedaban muchísimo mejor que a mí, sin ningún mechón suelto y mucho más apretadas, y eso que no me molestaban. Cuando terminara de vestirme le pediría también que me maquillara ella. La experiencia le daba un pulso y una precisión a la hora de hacer los rabitos de las rayas del ojo contra los que los que mi talento innato no podía competir.
               Pero, claro, eso si conseguía encontrar algo que me gustara.
               -¿Y si me pongo un pañuelo anudado al pecho…?
               -Estamos en diciembre, Sabrae-me recordó, y yo asentí con la cabeza. Incluso si me ponía un top con un escote increíble, seguiría abrigándome más que uno de los trucos que mamá me había enseñado con los pañuelos. Los pañuelos eran demasiado finos para retener mi calor corporal-. Aunque se me ocurre…-se levantó y fue derecha a mi armario mientras yo me hacía un lado para dejarla trabajar.
               No le había contado todo lo que había hecho Alec entre el domingo y el martes; sólo le había dicho que hoy salía y que quería dejarlo con la boca abierta, ante lo que ella había alzado las cejas y me había preguntado: “¿Necesitas preservativos?”. Yo había negado con la cabeza y le había dicho que no, que sólo me gustaría… disfrutar un poco del poder que mi cuerpo ejercía sobre el suyo.
               Porque puede que Alec follara con otras, pero estaba claro que no era de piedra. Y yo estaba buenísima, y pretendía salir esa noche, como mínimo, de toma pan y moja. Atrás habían quedado mis inseguridades con respecto a la perfección de Pauline. Puede que ella fuera más alta, más delgada, más guapa que yo, pero yo tenía unas armas de mujer que no iba a dejar en el trastero, cogiendo polvo. Disfrutaría de la seducción y le dejaría claro a Alec que él se lo perdía cuando no me elegía a mí.
               -¿Sigues con la regla?-preguntó mamá, pasando una mano por mi ropa. Las yemas de sus dedos acariciaron todo mi vestuario mientras buscaba algo en concreto.
               -Se me ha terminado de quitar hoy. Por la mañana-especifiqué.
               Intuí la sonrisa de mamá cuando me escuchó. Seguramente el plan maestro que se urdía en la cabeza requería que yo no tuviera la regla. Nunca pensé que nadie pudiera arreglarse tanto de que por fin mi periodo se terminara como me alegraba yo, pero después de notar su cambio de humor, no estaba tan segura.

               Extrajo una prenda blanca con inscripciones rojas. Se trataba de uno de mis bañadores favoritos: me gustaba tanto que nunca lo guardaba en la caja de ropa de verano cuando el otoño llegaba a su pleno apogeo. A veces me acercaba y lo miraba colgado en una percha, recordando lo bien que me quedaba.
               Me lo mostró y yo me la quedé mirando.
               -¿Estás segura?
               -El blanco te queda espectacular. No sé por qué no te lo pones más a menudo. Te realza el delicioso dorado de tu piel de caramelo, mi amor-me acarició cariñosamente la mandíbula-. Y el corte del bañador te hace una figura increíble.
               -Estamos en diciembre, mamá-sonreí, y ella me devolvió la sonrisa.
               -Esto te abrigará más. Además, no vas a salir a la calle mucho, ¿no es así? Tienes que llevar algo de abrigo, y luego, te lo quitas cuando entres a los locales. De hecho…-se dio un toquecito entre las cejas y se volvió-, si tuvieras algo como la chupa negra de tu hermano… es una lástima que se la haya regalado a Eleanor.
               -Me compré una a principios de mes, ¿recuerdas?-sonreí, revolviendo y sacando una cazadora negra de corte simétrico, con varios parches en los hombros y cremalleras en la cintura que no servían para nada más que para adornar. Mamá sonrió. Sacó unos vaqueros azul oscuro del armario y los colocó sobre mi cama. Yo abrí la cazadora y deposité el bañador blanco en medio. La inscripción en letras rojas BAY WATCH parecía un toque de atención, algo así como una alarma, sobre lo peligroso que podía llegar a ser mi cuerpo cuando yo me decidía a usarlo.
               -¿Zapatos?
               -Se me ocurren los botines negros por el tobillo. Los que imitan a piel de cocodrilo por delante, y por atrás tienen una tira de terciopelo.
               Mamá sonrió y me dio un beso en la cabeza.
               -Menos mal que Dios me ha regalado tres hijas preciosas con las que voy a poder hacer esto un montón de noches-sonrió, y yo me abracé a ella. Hundí la cara en su pecho y cerré los ojos un momento, respirando el aroma familiar que el cuerpo de mamá desprendía. Mamá me dio un beso en la cabeza, me acarició despacio el pelo recogido en las trenzas, y me pellizcó la mejilla cuando yo me separé de ella.
               -¿Estás disgustada porque tú no pudiste hacer esto con tu madre?-le pregunté al ver que tenía los ojos un poco húmedos, y mamá sacudió la cabeza.
               -A veces se me olvida lo mucho que la echo de menos. Eso es todo. ¿Nunca te ha pasado que extrañas a alguien a quien no has conocido nunca?
               -No tengo motivos para echar de menos a nadie que no se haya quedado ahí para mí-respondí, encogiéndome de hombros, y mamá sonrió y me dio un beso en la cabeza de nuevo. Carraspeó para recomponerse. El hecho de que mi contestación hubiera sido tan rotunda debió encantarle. De todos sus hijos, yo era la única que podía añorar a personas que no había conocido nunca: mis padres biológicos. Pero, ¿qué sentido tenía echar de menos a alguien que me había abandonado cuando no tenía más que unos días de vida?
               Ninguno de mis abuelos había muerto, así que yo no tenía motivos para echar la vista atrás y contemplar el pasado con nostalgia. Mi familia estaba al completo en mi presente, y a mí me encantaba mi presente.
               -Lo único que… ¿estás segura de que no quieres tener sexo hoy?
               Me llevé una mano a la tripa y sacudí la cabeza. Le dije que estaba un poco revuelta y que tenía pensado no beber. Aunque era cierto, no exactamente por los mismos motivos: no quería beber para que se me nublara el juicio y me acercara a Alec más allá de la zona en la que su influencia era débil. Siempre había estado un poco chispa cuando me acosté con él. No me malinterpretes: follármelo me encantaba y lo haría con los ojos cerrados, pero el hecho de que me desinhibiera tanto con él tenía mucho que ver con la confianza que me había transmitido hasta entonces (ahora ya no las tenía todas conmigo), y, a la vez, un poco con el alcohol que llevaba en vena. Ese mismo alcohol era el que acallaba las voces que me decían “esto es un error” cuando le seguía en dirección al cuarto morado. El mismo que me abandonó el sábado y me destrozó el martes, cuando él me confesó a qué se había dedicado.
               Los chupitos me recordaban que Alec estaba muy bueno y yo me sentía atraída hacia él como una polilla a la luz, pero también me hacían olvidar que Alec era un mujeriego y que en esa luz ardería.
               Además, necesitaba estar mentalmente al máximo para seguir con mi plan de esa noche.
               La noche en que Amoke se había quedado a dormir y me intentó llenar la cabeza con lo de mandarle fotos provocativas a Alec, un plan se me presentó como por arte de magia. En el fondo yo sabía que a Alec se la sudaba que yo intercambiara fotos con otros chicos (y, si le molestaba algo, se tendría que joder, que yo hacía lo que me daba la gana con quien me daba la gana), salvo por el mero hecho de que a él no le había pasado nada. Puede que no supiera mucho de él más allá de nuestras conversaciones nocturnas y lo poco que había entrado en mi vida durante toda mi existencia, pero había sacado una cosa en claro de nuestras escapadas nocturnas: cuando Alec quiere a una chica y Alec tiene a esa chica, a Alec no le mola nada compartirla. La chica en cuestión, en su tiempo libre, puede hacer lo que quiera. Pero, en el momento en que se acercaba y se entregaba a él, debía ser al 100%.
               A Alec no le molestaría que yo me fuera con otros entre semana por el mero hecho de que él no me tenía entre semana. Lo que contaba es que yo era total y absolutamente suya desde la noche del viernes hasta el amanecer del domingo. Lo que hiciera fuera de ese tiempo no era asunto suyo.
               Bueno, pues eso estaba a punto de cambiar.
               -¿Cómo te vas a poner?-me había preguntado Amoke en cuanto le pedí que me pasara el móvil y me senté en la cama, a su lado. La necesitaba bien cerca para que me dijera si estaba yendo por el buen camino a la hora de redactar las contestaciones de Alec, o si me estaba pasando en algo.
               La miré con el ceño fruncido y chasqueé la lengua.
               -¿A ti te parece que él se merece que le recompense con una nude? Incluso aunque se suponga que no es para él.
               Momo imitó mi gesto.
               -¿Y cuál es tu plan maestro, si no es ponerle celoso?
               -Oh, créeme, le voy a poner celoso. Pero con algo más efectivo-me había echado el pelo a un lado y había desbloqueado mi teléfono. Leí sus mensajes.
Vale, cuando puedas seguimos hablando.
No quiero que todo esto se interponga entre nosotros.
¿Saab? ¿Hola?
De verdad que lo siento. Por favor, cuando puedas, háblame.
Aunque sea para mandarme a la mierda, pero me estoy volviendo loco.
¿Estás bien?
               Decidí ignorar el resto de sus mensajes y centrarme en el primero.
No quiero hablarlo por aquí.
               Su respuesta no se hizo esperar.
Pero… ¿quieres hablarlo?
Sí, quiero hablarlo. Sólo que no por aquí.
DIOS. Ya pensaba que me habías bloqueado o algo por el estilo.
No, es que tenía cosas que hacer. Y luego estuve un poco con Amoke. Teníamos que hacer un trabajo y esas cosas. No tenía la tarde tan disponible como creía. Menos mal que has sabido entretenerte tú solito 😉
               -Buah-Amoke rió-. Como no te conteste a esa pulla, es que te ama.
Vale, vale. Genial, pues te busco mañana en el instituto y hablamos todo lo que quieras. ¿Dónde sueles estar a la hora del recreo?
¿Estás loco? ¿Qué hay de Scott? ¿Qué pensará al vernos a los dos?
No, hablaremos el viernes.
Pero… no sé si voy a aguantar hasta el viernes sin hablarte.
               -Este chaval es un impulsivo de la hostia-protestó Momo, lanzando un bufido exasperado-. No aguanta hasta el viernes sin hablarte y no aguanta una noche sin follar.
               -¿Momo?
               -¿Sí?
               -Cállate.
               Reprimí mis ganas de escribirle un “pues te jodes, por calientabragas”, y respondí con un escueto:
Podemos seguir hablando.
Sólo que esta noche no. Amoke se queda a dormir y no quiero molestarla.
¿Estás segura?
Sí.
Buenas noches
               Omití los emoticonos de rigor y bloqueé el teléfono mientras él escribía, como haciéndole saber que no me importaba lo más mínimo lo que tuviera que decirme.
               Como si no me muriera por saber cómo tenía intención de continuar la conversación a pesar de que yo no parecía nada interesada en él.
               Como si no fuera a desbloquear el teléfono en mitad de la noche para saber qué me había respondido.
Pues qué ganas de que llegue mañana por la noche. Que descanses, bombón.
               Me gustaría decir que no había sonreído al leer su mensaje, pero estaría mintiendo. Ese pequeño “bombón” del final realmente podía hacer milagros. Puede que no le hubiera perdonado y todavía estuviera más que decidida a darle una lección, pero por lo menos ahora tenía la impresión de que podía divertirme con mis planes.
               Me dirigía al punto en el que había quedado con las chicas después de que mamá me hiciera la raya de ojos con precisión milimétrica y me subiera a mis botas de plataforma cuando me sonó dentro del bolso. Lo saqué, temiéndome lo peor, pero, como un mensaje de Alec diciéndome que al final no salía (con las correspondientes mentiras que eso conllevaría).
Todavía estoy cenando con los chicos. ¿Por dónde vas a estar?
Me froté las manos para calentármelas y contesté.
Voy a dar una vuelta con las chicas. Luego supongo que iremos a la discoteca de siempre. ¿Nos vemos allí?
Vale. No tardéis mucho.
No tardes mucho TÚ.
😂
               Gilipollas, si supieras la que se te viene encima te reirías por algo.
               Doblé la esquina y me acerqué a la entrada del parque, donde siempre quedábamos, riéndome y guardando el teléfono en el bolso. Amoke y Taïssa ya estaban apoyadas en el banco de siempre, esperando que llegáramos Kendra y yo. Dejaron escapar un silbido cuando vieron que me acercaba y yo troté hasta ellas para darles un empujón.          
               -¿Qué os habéis creído que soy? ¿Un perro?
                -Una perra, más bien-se burló Momo mientras Taïssa me examinaba de arriba abajo.
               -¿Vestida para matar?
               -Siempre-respondí, y en ese momento Kendra apareció por la esquina contraria a la mía. Después de repartirnos los besos de rigor, fuimos a la calle de las fiestas. Ya había bastante ambiente, incluso los más espabilados en esto de las juergas ya iban lo bastante contentos como para que se les pudiera calificar de borrachos. Las chicas se volvieron hacia mí.
               -¿Cuál es el plan de hoy?
               -No voy a beber.
               -¡Uh!-se cachondeó Kendra-. ¿Alguien quiere recordar todo lo que va a suceder esta noche?
               -Quiero estar lúcida para hablar con Alec-expliqué.
               -¿No vas a contarnos nada de ese plan maestro tuyo?-Taïssa alzó una ceja y me flageló con sus trenzas. Yo me llevé un dedo a los labios, fingiendo que me lo pensaba.
               -Si me invitáis a un cóctel sin alcohol, quizá me lo piense.
               -Al Mandala, todas-urgió Amoke, agarrándome de la mano para que no me diera tiempo a escaparme y arrastrándome entre la gente. Varias veces me tambaleé por culpa de los tacones y la muchedumbre, pero milagrosamente no me caí. Después de un buen rato abriéndonos paso a codazo limpio y luchando contra corrientes que iban y venían sin ningún tipo de lógica, por fin entramos en el local al que solíamos ir incluso de día: se trataba de un pequeño bar en la esquina de un edificio cubierto de enormes ventanales, con sofás en su interior, en cuyas mesas de colores podías disfrutar de cualquier tipo de bebida exótica: desde zumos de frutas tropicales hasta complicadísimos cócteles que no podías encontrar en ningún otro lugar en varios kilómetros a la redonda.
               Lo cual, viviendo en Londres, es mucho decir.
               Dejamos nuestras cosas en una mesa y yo me desabroché la chaqueta mientras Amoke y Kendra iban a por sus bebidas. La doblé cuidadosamente y la dejé a mi lado. Taïssa alzó las cejas y abrió la boca, examinando mi escote y la parte de piel de la espalda que se quedaba al aire.
               -¡Vaya! Realmente quieres volverlo loco, ¿verdad?
               -¿Volverlo loco? Quiero que lo pase fatal-le confié, riéndome.
               -Chica, se va a arrepentir muchísimo de haberse ido con otra.
               -Ésa es la idea-sonreí. Kendra se sentó al lado de Taïssa y me miró de arriba abajo.
               -¿Hay un concurso de Miss Inglaterra en bañador y no hemos sido informadas?
               -Cállate-respondí, incorporándome y contoneándome hacia la barra. Momo me inspeccionó la espalda mientras mezclaban sus zumos y yo me inclinaba hacia el camarero para hacerle mi pedido: el tropical mix, que combinaba granadina, maracuyá, naranja, mango y frambuesa.
               -¿Te lo vas a follar?-quiso saber Momo, estudiándome. Recogió su jarrita con un asa y bordes espolvoreados de azúcar cristalizada y pasó el dedo por el adorno. Se lo llevó a la boca mientras estudiaba mi cuerpo.
               -Está castigado-contesté, notando cómo los ojos de todos los chicos se perdían en mi espalda mientras cruzaba los pies.
               -Eres mala, Saab.
               -Vengo a pasármelo bien. La idea fue tuya, ¿recuerdas?
               -He creado un monstruo, ¿verdad?
               Asentí con la cabeza, regalándole una sonrisa. Le tendí un billete al camarero y recogí mi jarrita. Regresé al sofá con Amoke y Taïssa se levantó. Esperé a que estuviéramos todas juntas para contarles mi plan, perfeccionado a lo largo de los días.
               Mentiría si dijera que no me moría de ganas de pagar a Alec con la misma moneda. Sabía de sobra que eso de darle celos era rastrero y estaba totalmente en contra de mis principios, pero a la vez, me apetecía vengarme. Había una rabia pegajosa en mi interior de la que no me podía desprender tan fácilmente, y la única solución que encontraba era darle de comer a la bestia con la esperanza de que se fuera a molestar a otra persona.
               Además, y por muy mal que esa idea estuviera, sospechaba que de hoy dependía muchísimo de nuestra relación. Si Alec reaccionaba como yo esperaba que reaccionase, incluso desde lejos me haría saber mucho más de lo que me decía cuando estábamos juntos. Cuando me tenía sobre él o cuando estaba dentro de mí, era muy fácil regalarme los oídos, prometerme el oro y el moro para que yo estuviera más que dispuesta complacerle.
               Su interés por mí cuando no me tuviera me diría hasta qué punto él quería complacerme a mí.
               -Eres retorcida-sonrió Taïssa al terminar yo de hablar, y a modo de respuesta, le dediqué una sonrisa angelical, alcé un hombro para hacerme la inocente y aleteé con las pestañas mientras daba un nuevo sorbo de mi bebida. Las notas ácidas de la maracuyá se mezclaban a la perfección con la dulzura de la granadina.
               Estuvimos haciendo tiempo un rato antes de que mi plan pudiera comenzar a ponerse en marcha. El Mandala no sólo era uno de nuestros locales preferidos por lo que había en su interior: asientos cómodos, buena música y bebidas deliciosas, sino también por su posición estratégica, de la que estábamos disfrutando en ese momento. Desde su posición, se controlaba toda la calle, y las ventanas te permitían echar un vistazo al exterior sin apenas ser visto.
               Una de las puertas de los locales que se veían a través del cristal era la de la discoteca de Jordan.
               Y, como el grupo de amigos de mi hermano era bastante grande, no me fue difícil enterarme de cuándo terminaron la cena y decidieron salir de verdad. Me volví sobre mí misma para mirar por la ventana en el momento exacto en que los chicos aplaudían por encima de sus cabezas, celebrando que ya estaban en el local predilecto del grupo. No se me escapó la sonrisa de satisfacción de Alec cuando Bey se inclinó a decirle algo. Le puso una mano en los lumbares y le franqueó el paso, contestándole a su comentario sin que yo pudiera entender la conversación.
               Las chicas me miraron.
               -¿Vamos?
               -Que venga él.
               Como esperaba, no pasaron ni cinco minutos antes de que mi móvil vibrara y sonara en dentro del bolso.
¿Dónde estás?
Dando una vuelta. ¿Ya habéis llegado?
Sí, justo ahora. ¿Voy a buscarte?
Nah, estamos jugando al “yo nunca”. Nos va a llevar tiempo; acabamos de empezar.
Iré a dar una vuelta yo también. Para matar el tiempo, y tal.
Ok
               En menos de un minuto, Alec salía en compañía de las gemelas y Max del local. Se frotó la cabeza cuando el grupo se dirigió hacia él, y se encogió de hombros. Se sacó el móvil del bolsillo y escribió:
Cuando terminéis la partida, mándame un mensaje y voy.
               Contuve una risa y escribí:
De acuerdo 👍
               Miré a las chicas.
               -Diez minutos para la operación, nenas.
               Todas lanzaron un grito emocionado y nos pusimos a parlotear para matar el tiempo. Cuando ya no soportaba más la anticipación, me puse la chaqueta, recogí mi jarrita y salí del Mandala. Kendra, Momo y Taïssa me seguían de cerca.
               -¿Adónde vamos ahora?
               -A jugar al billar.
               Conocía a Alec lo suficiente como para saber adónde había ido. Durante las conversaciones insulsas que habíamos mantenido por la semana (que, en parte, habían hecho que anticipara tanto el viernes), me había confesado que cuando yo tardé en aparecer el  viernes pasado, las gemelas se lo llevaron a echar un par de partidas en el billar para tranquilizarlo. Mi trabajo de investigación fue muy breve; sólo tuve que ir a preguntarle en tono casual a Scott si conocía algún sitio en el que se pudieran echar unas partidas al billar cerca de la discoteca de los padres de Jordan.
               -Está este sitio, Dakar, un par de calles más abajo… yo hace bastante que no voy, te dan garrafón-se mordisqueó el piercing y me miró con picardía-. ¿Por qué? ¿Ahora quieres apuntarte a uno de esos campeonatos ilegales? Si quieres ganar pasta rápido, puedes apostar por mí en la pecera.
               -Bastante te veo en casa como para encima verte cuando salgo con mis amigas-le había contestado yo. Y me había largado del salón antes de que él terminara de regañarme, sonriendo para mis adentros ante lo detallado de mi plan.
               Lo mejor de todo fue cuando Scott y papá empezaron a discutir sobre quién era más guapo de los dos: papá era “el original” y Scott “la copia”, todo el mundo lo decía; Scott lo acusaba de apoyarse en “sus groupies” para creerse el más guapo de la casa, a lo que papá le contestó que dejara a sus fans tranquilas y que fuera agradecido: si papá no fuera guapo, mamá no se lo habría tirado y Scott no estaría allí.
               -¿Me lo vas a recordar cada vez que puedas?
               -Sí.
               El caso es que sorteamos a la gente de nuevo y nos dirigimos al local que me había indicado Scott; de fachada oscurecida por el tiempo y la contaminación, el enorme cartel de neón azul con las letras DAKAR arrancaba un brillo zafiro de la piel de mis amigas; en especial, de la de Taïssa, la más oscura de nosotras.
               Un portero nos fulminó con la mirada cuando nos acercamos.
               -¿Cuántos años tenéis?
               Me lo quedé mirando.
               -Los suficientes, ¿nos dejas entrar?
               -He dicho que cuántos años tenéis.
               -Y yo que los suficientes. Para partirte las piernas, quiero decir-solté, y las chicas se volvieron hacia mí. No, no, y no. No iba a permitir que un gorila se interpusiera entre mi noche de venganza y yo.
               -¿Qué has dicho, mocosa?
               -¡Bueeeeeeno!-Kendra me dio un empujón y se colocó frente al portero-. ¿Por qué no nos calmamos todos un poco? Sólo vamos a echar unas partidas, Nicky, nos portaremos bien.
               -¡Kendra! No te había reconocido. Bueno, siempre que no bebáis y no os metáis en líos…-el portero se hizo a un lado y le dedicó una sonrisa a Kendra, que se congeló al pasar yo por delante de él.
               -Deberías calmarte un poco, Saab.
               -Sí, esa actitud beligerante no te va a llevar a ningún sitio.
               -Es que estoy cabreada. Y, si os soy sincera, prefiero estar cabreada a estar triste.
               -¿Y si le perdonas?-sugirió Taïssa, y todas nos volvimos para mirarla. Taïssa tragó saliva y asintió con la cabeza-. Vale, bueno, te ha hecho una putada, pero… tampoco deberías abandonarte a ti misma sólo por darle una lección a él, ¿no crees?
               Amoke y Kendra se detuvieron en seco. Se miraron entre sí y luego me miraron un momento.
               -No me estoy perdiendo a mí misma. ¡Tú me lo dijiste, Momo! Alec me importa, pero no quiero que me haga daño. Tiene que espabilar.
               -Si te apoyamos en todo lo que te propongas, Saab. Es sólo que… no deberías cambiar por alguien cuando ya eres perfecta como tú eres, y a esa persona le gustas así.
               Las palabras de Taïssa cayeron sobre mí como un jarro de agua fría. En cierto modo, tenían razón. No estaba comportándome como yo misma, y lo mejor de todo era que yo era plenamente consciente. Las cosas que había llegado a pensar (no sólo con respecto a Alec, sino también con respecto a mí, e incluso con respecto a Pauline), me eran  totalmente ajenas.
               Especialmente, en lo que respectaba a Pauline. Aunque mi reacción con ella al bloquearla había sido totalmente natural (o, más bien, coherente con el sistema en que me había criado), se suponía que yo tenía más cabeza y estaba más deconstruida como para coger y bloquearla y considerarla mi enemiga a la primera de cambio. Pauline no era mi enemiga ni mi competencia, sino otra mujer con la que Alec se acostaba. Y yo debía aceptar que entre ellos hubiera ese tipo de relación, tanto porque él no me debía nada como porque era totalmente natural.
               Que fuera natural no implicaba que fuera fácil, pero…
               Eso no justificaba mi comportamiento de la semana. Por lo menos, con ella.
               De repente, ya no estaba tan segura de todo mi plan. No me sentía con la suficiente base moral como para continuar con él, y aun así… yo sabía que lo que Momo me había dicho era verdad: Alec sólo reaccionaría si veía que no me tenía asegurada. Ése era su problema: me daba por sentado igual que al sol que sale cada mañana. Y yo tenía que mostrarle que no era así, ni mucho menos.
               Me mordí el labio y me miré los pies. Me pasé una mano instintivamente por la cabeza, apartándome una melena que casi nunca estaba ahí. ¿Me estaba equivocando? ¿Y si estaba metiendo la pata hasta el fondo?
               Momo dio un paso hacia mí, como sintiendo mi inmenso dilema moral. Me sentía en la cuerda floja, inclinándome peligrosamente a un lado y otro, sin terminar de precipitarme al vacío pero tampoco de recupera el equilibrio. Mi mejor amiga me puso una mano en la mejilla.
               -Eh-susurró, llamando mi atención-. Lo estás haciendo bien. Darle un poco de caña no es malo. Tu reacción es normal, Saab. Sólo te decimos que intentes controlarla, en vez de dejar que ella te controle a ti.
               -Sí, Saab-sonrió Kendra, posando una mano en mi hombro-. Un poco de ojo por ojo está justificado. Sólo cuando te dan tu propia medicina sabes el daño que puedes hacerles a los demás.
               Taïssa me plantó un beso en la mejilla y me limpió con cuidado los restos de pintalabios que me dejó en la piel. Sabía lo que mucha gente decía sobre el ojo por ojo: al final, todo el mundo se queda ciego. Pero mamá me había enseñado a ver más allá.
               En la facultad, le habían contado que antes de que se inventara la famosa ley de Talión (lo que nadie llamaba así, sino de modo coloquial), la justicia era básicamente una venganza desmedida. Antes del ojo por ojo, si a ti te robaban una gallina, tú no sólo podías recuperar la gallina, sino todo el corral, e incluso hacerle daño a la familia del ladrón, no sólo al ladrón. Antes de ese “ojo por ojo, diente por diente”, un robo se convertía en la justificación perfecta para asesinar a una línea familiar al completo, simplemente porque “te habían ofendido”.
               Yo tampoco estaba haciendo nada que Alec no me hubiera hecho a mí. Estaba justificado, ¿no? Además, no tenía pensado llevarlo tan al extremo como lo había hecho él. Simplemente le pondría un poco celoso, y ya está.
               Pero las chicas tenían razón: tenía que relajarme.
               -Puede que lo de las partidas del billar al final no sea una excusa-sonreí, y ellas me devolvieron la sonrisa. Fuimos a la parte trasera del bar, atravesamos una puerta oscilante a través de la cual se coló el calor que manaba del interior de la sala, que olía a humanidad, tabaco y alcohol. Un ligero aroma a ambientador no conseguía sobreponerse al tufillo propio de cualquier sala de juegos.
               Escuché las voces de Max y Tam hablando mientras entrábamos. Las voces se callaron y noté varios pares de ojos posarse sobre nosotras. Me dirigí a la mesa de la esquina opuesta a la que el cuarteto ocupaba. Me dio un vuelco el corazón cuando escuché unos pasos que se dirigían hacia nosotras.
               Estaba segura de que se trataba de Alec. Había estado con él las veces suficientes como para reconocer su manera de acercarse, como un verdadero depredador. Tomé aire y lo expulsé lentamente, sintiendo una suave adrenalina llenar mis venas con la anticipación del momento.
               -Chicas, qué sorpresa-sonrió él, y mis amigas le dedicaron una cálida sonrisa que me pareció sincera. Puede que pensaran que yo cambiaría de planes al verlo.
               Sinceramente, una parte de mí estaba convencida de que su cara me quitaría cualquier convencimiento.
               Me volví hacia él y clavé mis ojos en los suyos. Noté cómo las comisuras de mis labios se curvaban en una sonrisa que, para mi sorpresa, era genuina. Me alegraba de tenerlo delante. Tenerlo delante significaba que no podría odiarlo, porque tenerlo delante significaba que sería mío.
               -Alec-se escapó de mis labios, en el mismo tono de siempre. El tono que indicaba qué alegría que existas.
               -Bombón-me dedicó su mejor sonrisa torcida, la sonrisa de Fuckboy®. En cierta medida, me hizo recordar por qué estaba allí, cuáles eran mis objetivos de la noche, por qué me había puesto un bañador y no cualquier otra prenda debajo de los vaqueros.
               Y, en cierta medida, hizo que me temblaran las rodillas y me olvidara de mi nombre.
               -Creía que estabas dando una vuelta-murmuré, y sin pretenderlo, señalé la puerta. Alec la miró e hizo eso tan sensual con la mandíbula, ese sutil gesto que a mí me volvía completamente loca. Me permití el lujo de observarlo con detenimiento: estaba guapísimo, con el pelo un poco alborotado, la piel sin sombra de barba, la camisa gris con un diminuto logotipo bordado en el corazón remangada hasta los codos, unos vaqueros oscuros y unas Converse de cuero negras que nunca le había visto, pero que me pegaban en él. Parecían de su estilo.
               -Y yo que estabas jugando al “yo nunca”. ¿Qué pasa? ¿Se te han terminado las ideas y vienes a buscar nuevas cosas de las que presumir?
               -Nos apetecía cambiar de juego-contesté, cogiendo un taco de la pared y sopesándolo entre mis manos. Miré a Amoke con intención y ella me miró a mí. Sonreí despacio y ella asintió imperceptiblemente con la cabeza. Contuvo una risa cuando sostuve el taco al revés: lo agarré por la parte más fina y lo coloqué en la mesa.
               -¿Me estás siguiendo?-preguntó, y yo me eché a reír. Negué con la cabeza y, tras colocar el último de los tres tacos cruzados sobre la mesa, lo miré.
               -No eres el centro de mi vida, Alec.
               -Eres muy buena mentirosa, Sabrae.
               Miré en dirección a su mesa. Max nos observaba con actitud curiosa, pero su pose era de aburrimiento.
               -¿Cómo va la partida? ¿Está interesante?
               -Todavía no es tarde para que te unas.
               -Sois pares, igual que nosotras. Quizá deberías seguirla.
               Alec se acercó peligrosamente a mí.
               -¿Me estás rechazando?-ronroneó en tono seductor. Esas palabras activaron una ligera vibración entre mis piernas. Instintivamente, apoyada contra la mesa, apreté los muslos y me relamí.
               -Tengo que calentar.
               -Deja que te caliente yo-susurró en tono hambriento, pasándome el dedo por el mentón.  Se pegó un poco más a mí, de forma que nuestras entrepiernas estuvieran juntas. Pensar en su paquete creciendo y rozándome en ese punto tan sensible de mi cuerpo hizo que se me acelerara la respiración.
               Decidida a darle mucha guerra, levanté la vista y me hundí en sus ojos castaños. Entreabrí la boca y me pasé la punta de la lengua por el labio superior, movimiento que Alec no quiso perderse.
               Justo cuando parecía que estaba a punto de volverlo loco y conseguir que se inclinara a besarme, me giré y le di la espalda.
               -Ken, ¿vas conmigo?
               -Hecho-canturreó mi amiga, recogiendo su taco. Escuché la carcajada incrédula de Alec cuando recogí mi taco y rodeé la mesa para ponerme al lado de Kendra mientras Taïssa recogía las bolas y las colocaba en el triángulo.
               -Si necesitas algo, ya sabes dónde encontrarme, nena.
               -Disfruta, Al-me llevé una mano a la frente y realicé el saludo militar con el que él siempre se despedía. Taïssa y Momo rieron.
               -Créeme-Alec inclinó la cabeza para echarme un vistazo: pies, piernas, culo, vientre, tetas, cara-. Lo estoy haciendo.
               ¿Eso crees? Espera a que me quite esta chaqueta, y verás. He ido a la playa más vestida de lo que salgo esta noche.
               Regresó a su mesa y realizó un tiro un tanto sucio. Amoke me ofreció la posibilidad de romper el triángulo, pero yo negué con la cabeza y fingí preocupación. Dije en voz lo bastante alta como para que los otros me escucharan que ya sabía que yo era la peor jugadora de las cuatro, así que sería mejor que otra se ocupara de la crucial tarea de tirar.
               Eso atrajo la atención de Alec, que a partir de entonces no pudo apartar los ojos de mí.
               -Perdona la partida de mierda que voy a hacer-le dije a Kendra al oído mientras Taïssa tiraba para meter su segunda bola, rayada, hacia una de las troneras.
               -¿Es broma?-rió Kendra, mirando a Alec-. Por mí como si no metes ninguna bola en toda la noche. Me está encantando la forma en que te mira.
               -Y eso que todavía no ha abierto la boca.
               -Dudo que puedas hacerlo.
               -¿Es un reto?
               -Cinco libras a que no consigues sorprenderle en lo que nos queda de partida.
               -Si consigo que la abra en mi siguiente tirada, ¿me das diez?
               -Claro-Kendra sacudió la mano y se apoyó en la mesa mientras Taïssa intentaba una nueva tirada, que falló. Mi compañera de equipo jaleó su error y se inclinó hacia una de nuestras bolas, pero la blanca no iba con la suficiente fuerza y la dejó a un par de centímetros de la tronera. La siguiente tirada de Amoke tampoco consiguió reducir el número de bolas, pero alejó la que Kendra me había dejado preparada de su caída. Momo me sacó la lengua cuando pasé a su lado para ocuparme de nuestra bola.
               Eso hizo que le diera la espalda a Alec. Fingí calcular el lanzamiento (que estaba tirado y podría cumplir con los ojos cerrados) con incomodidad. Me incliné hacia delante un poco, me incorporé, me volví a inclinar y volví a incorporarme.
               Se suponía que Alec estaba apuntando, pero yo sabía que tenía los ojos clavados en mí. Me abaniqué con la mano, me pasé los dedos por el cuello y exhalé un jadeo.
               -Dios, hace muchísimo calor aquí dentro-protesté, quitándome la chaqueta.
               Juro que sentí cómo a Alec se le secaba la boca al ver mi espalda al descubierto. Sin pensar, empujó su taco, que apenas rozó la bola blanca, y ésta salió disparada hacia un borde de la mesa, con tanta fuerza que saltó por encima y botó en el suelo.
               Las chicas intentaban disimular su risa cuando yo me eché una trenza por encima del hombro y me giré.
               -¿Todo bien?
               -Eh…
               -Estupendamente-intervino Tam, y las gemelas se echaron a reír mientras Max miraba con fastidio a Alec, que tenía pinta de estar dándole un ictus.  Me mordí el labio en mi sonrisa y sonreí, volviendo la atención a mi juego.
               Fallé la tirada a propósito, haciendo que la bola blanca girara sobre sí misma mientras iba en la dirección opuesta a la que se suponía que tendría que ir para garantizarme otra tirada. Chasqueé la lengua y dejé escapar un infantil y decepcionado:
               -Jo.
               Alec no podía apartar los ojos de mí. Me mordisqueé el dedo pulgar e hice un puchero, lamentando mi mala pata o mi falta de talento para el billar.
               Realicé varias jugadas como ésa: cometí fallos tan garrafales que me sorprendió que Kendra no se cabreara conmigo ni empezara a gritarme, a pesar de que odiaba perder. Sin embargo, cuando una echaba un vistazo en dirección a Alec, enseguida comprendía por qué mi amiga era incapaz de enfadarse conmigo. La paliza que Momo y Taïs nos estaban dando bien merecía mi numerito.
               Alec terminó su partida y les dijo a sus amigos que echaran otra sin él.
               -¿Necesitas una mano, bombón?
               Me volví hacia él y aleteé con las pestañas.
               -¿A qué te refieres?
               -Me dio la sensación de que hay un par de trucos que mejorarían tu juego. ¿Quieres que te enseñe?
               Me volví hacia las chicas, fingiendo indecisión. Después de un momento, en el que me mordí el labio para tortura de Alec y deleite de todos, asentí con la cabeza.
               Él no iba a desperdiciar la oportunidad de arrimarse a mí todo lo posible, y una parte de mí quería que no hubiera el más mínimo espacio entre nuestros cuerpos. Tras darle mi consentimiento, Alec me dio la vuelta con delicadeza y colocó el taco entre mis manos.
               -Para empezar…-susurró en mi nuca, colocando una mano en mi espalda y haciendo la presión justa para que me inclinara-, te inclinas demasiado. Desde tan abajo no puedes tener un buen ángulo.
               -Para ti es fácil decirlo-respondí, notando su mano en mi vientre para impedir que bajara más-. Eres muy alto.
               -Tú tampoco te quedas muy atrás con esos taconazos-me besó la nuca y yo me estremecí. Las chicas contuvieron una sonrisa, sabedoras de que eso no formaba parte de mi plan… pero yo lo disfrutaba de todas maneras.
               -Después… la puntería-dijo-. Es mejor que hagas un anillo con los dedos para dirigir el taco-me demostró a qué se refería inclinándose un poco sobre mí y haciendo una circunferencia con los dedos-. Así lo controlas más.
               -Círculo y taco. Captado-asentí, sonriendo-. Parece fácil.
               -La práctica hace al maestro-noté cómo ejercía levemente presión sobre mi entrepierna al recuperar su postura sobre mí, no totalmente incorporada pero tampoco avasallándome. Me froté un poco contra él sólo por hacerle de rabiar, y él llevó sus dedos por mi brazo, desde mi muñeca hasta mi codo. 
               -Por último… el codo-me dijo al oído-. El codo es la clave de todo. Te deja más control a la hora de apuntar y tirar.
               Me volví y le miré.
               -¿Algún consejo más?
               Depositó su pulgar sobre mi barbilla y me dio un ligerísimo pellizco en la piel.
               -Ten tacto a la hora de lanzar. No te apresures.
               -Nunca me apresuro-sonreí. Alec soltó una risa entre dientes y asintió con la cabeza.
               -Veamos si se te ha quedado todo.
               Se apoyó en el taco mientras la partida de sus amigos continuaba y observó cómo ponía en práctica todos sus consejos, pero se le había olvidado el más importante: nada de poner el taco en diagonal, debía ir paralelo a la mesa.
               Disparé y la bola dio un brinco hasta chocar con las contrarias, empujando la última de Amoke y Taïssa hacia la tronera. Ya sólo les quedaba la negra.
               -Ups-miré hacia Kendra, que se encogió de hombros, y a Alec, que chasqueó la lengua.
               -Tienes que ser más paciente, Saab. Te frustras enseguida.
               -¿Por qué me da la sensación de que ya no estamos hablando del billar?-coqueteé, acercándome a él y dejando caer el taco en el suelo. Botó entre mis manos con un golpe seco e inspeccioné a Alec de arriba abajo, como si tuviera rayos X en la mirada y pudiera detectar un arma que llevar oculta en lo más recóndito de su ropa. En cierto modo, así era.
               Fingió sorpresa.
               -¿Estábamos hablando de billar?
               Solté una carcajada y me apoyé en la mesa, al lado de él. Observé cómo Taïssa empujaba la bola 8 hasta conseguir que se la tragara el mismo agujero que había devorado la última bola que yo había metido. Taïssa y Amoke brincaron y chocaron los cinco en el aire mientras Kendra se terminaba su zumo y yo pasaba las manos por la punta del mío.
               Mamá me había transmitido esa costumbre la única vez que fuimos a jugar al billar en familia. Cuando cualquiera que no fuera ella estaba tirando, mamá calculaba la jugada haciendo que su mano subiera y bajara por el taco, hasta que papá se cansó y le pidió que parara.
               -¿Qué pasa?
               -Quizá ya no te acuerdes porque prefiero hacer otras cosas contigo, pero hay algo muy parecido a lo que estás haciendo tú con ese taco que me impide pensar con claridad.
               Mamá había sonreído con suficiencia y le había dado una paliza a papá, porque no dejó de acariciarlo lascivamente.
               El azúcar del borde de mi zumo estaba casi derretido, pero todavía quedaban algunos cristales aquí y allá. Lo recogí con el dedo y me lo llevé a la boca con inocencia, como si la mirada hambrienta que Alec tenía posada en mí no fuera conmigo.
               Él parecía a punto de estallar, sin saber si mirar a mi mano acariciando de forma seductora el taco, o mi dedo en mi boca. Caí en la cuenta de que nunca le había probado de esa manera, y él a mí, sí. Sonreí, traviesa, pensando que esa noche no tenía por qué haber una primera vez en exclusiva. Bien podían ser varias.
               -¿Qué hacemos, chicas?
               -Quiero practicar-dije de repente, y Alec dio un brinco, como si le sorprendiera que fuera capaz de hablar. Me volví hacia él-. Es lo que decías, ¿no? Practicar me hará mejorar.
               -Tienes poco margen de mejora-espetó, y yo me eché a reír, le di una palmada en el hombro.
               -Creo que hay opiniones al respecto.
               Me eché las trenzas a la espalda y avancé hacia la mesa. Me incliné hacia delante, poniéndome sobre mis puntillas para regalarle unas buenas vistas de mi culo, y probé a forzar mi suerte. Conseguí acercar una bola a una tronera, pero todavía estaba lejos.
               -Las gemelas se van a celar-comenté al ver que Alec no se movía de mi lado, y él las miró por encima del hombro-. Estaré bien, Al. Ve con ellas.
               -¿Otra partida?-sugirió Bey, riendo al ver cómo provocaba a su amigo. A modo de respuesta, yo me incliné y disparé. Conseguí meter una bola y lancé un grito de júbilo. Las chicas me aplaudieron.
               Hice tiempo mientras la partida de Alec avanzaba, y cuando él no miraba, metí dos bolas en distintas troneras con el mismo lanzamiento.
               Me acerqué a él trotando.
               -¿Hace un uno contra uno?
               -¿Seguro que a las chicas no les importa?
               -¿Qué pasa? ¿Tienes miedo de que te dé una paliza?
               -Mi madre me ha enseñado a meterme con gente de mi tamaño.
               -No te acordaste mucho de eso los últimos fines de semana-le guiñé un ojo y él soltó una risotada-. ¿Te falta motivación? Apostemos. Diez libras.
               -Vas fuerte, ¿eh, Saab?
               -He conseguido meter dos bolas de una vez. Me siento afortunada.
               -Me vendrán bien diez libras. No será la primera vez esta noche que le saco pasta a un Malik-sonrió, recogiendo el taco y colocando las bolas en el triángulo. Lo retiró con precaución y me invitó a hacer los honores.
               -¿Seguro de que no quieres intentarlo tú?
               -Subamos la apuesta. Veinte libras… y me dejas hacerte lo que yo quiera.
               Reí entre dientes y me incliné hacia las bolas. Clavé la vista en la primera, que formaba el vértice. Flexioné las rodillas y coloqué mis pies en posición, preparada para dirigir el taco con todo mi cuerpo y no sólo con el codo, como Alec me había dicho. Cerré un ojo para apuntar con más precisión y, confiada, lancé mi disparo.
               El triángulo perfecto de las bolas se hizo añicos circulares, tres de los cuales fueron a parar a distintas troneras. Max y Bey estallaron en sonoras carcajadas al ver la cara de Alec.
               -Doble o nada-le dije-. Tengo cambio de cincuenta. Y ganas de ver cómo te sometes a mí.
               Se frotó la sien.
               -Realmente no tengo posibilidad alguna, ¿verdad?
               -¿Quieres que falle algo a posta sólo para que puedas tirar?-ronroneé, lanzando mi segunda tirada y metiendo la cuarta bola en su tronera.
               -¿Quién te ha enseñado a tirar así?
               Tiré de nuevo. Una bola más cayó dentro del mecanismo que las mostraba a un lado de la mesa, levanté la vista y sonreí al pronunciar:
               -Tommy.
               Mi sonrisa fue torcida, juguetona, y a la vez inocente y orgullosa. Alec se frotó la mejilla y miró a Max.
               -Falla una-me pidió-. O este cabrón les contará a los demás que no me has dado oportunidad ni a meter una.
               -¿Te parece que metes poco?-acusó Max, y yo solté una carcajada, pero hice que la bola blanca saltara sobre una de las mías, empujara una de Alec y la llevara hasta la tronera. Con un toquecito bastaría para hacerla caer.
               -Toda tuya, tigre-le di una palmada en el hombro y me apoyé en la mesa de antes. Di el último sorbo a mi cóctel sin alcohol y me crucé de brazos, esperando que Alec fallara, como no tardó en hacer. Ventilé la partida en un momento y me volví hacia él, victoriosa.
               -No tengo pasta-fue su excusa-, pero si quieres, te compenso de otra manera-me agarró de la cintura y me pegó a él.
               -El dinero es el dinero. Pero no te preocupes. Puedes tomarte tu revancha… y no la tienes que jugar tú.
               -Maximiliam-pidió Alec, y Max se bajó de un salto de la mesa en la que compartía un cigarro con Tamika.
               -Tu caballero de la brillante armadura está listo para defender tu honor de doncella-le dio una palmadita en la mejilla a Alec y éste se la frotó.
               -Eres gilipollas, pero como necesito la pasta…
               Max no me dio tregua en la partida. Fui yo la que rompí y yo la que metí las primeras bolas, pero un lanzamiento mal calculado en el que la bola blanca llevó demasiado efecto fue fatal. A partir de entonces, Max no sólo se dedicó a recuperar terreno, sino que me dificultó tanto la partida que llegué a estar cinco minutos de reloj tratando de calcular el ángulo y la fuerza que necesitaría en un impacto que me permitiera mantener mi ventaja.
               Alec, cansado de tanto jueguecito, se acercó a mí y me pasó un dedo por la columna vertebral. Me estremecí y dejé el taco apoyado sobre el tapiz verde.
               -Distraerme es trampa.
               -Entonces deberíamos anular todas las partidas que llevo echadas esta noche-inhaló el perfume de mi cuello y continuó con la nariz hacia mi oreja-. Termina pronto. Tenemos asuntos pendientes-me mordisqueó despacio el lóbulo mientras me daba una suave palmada en el culo, lo suficientemente suave como para que nadie más la oyera, pero no lo bastante como para que yo no la notara.
               Me acarició el trasero cuando se separó de mí, dejando que sus dedos se acercaran peligrosamente a mi sexo. Cambié el peso de mi cuerpo de un pie a otro, ignorando la sensación de cálida humedad que notaba entre mis piernas.
               Si en ese momento Alec se hubiera vuelto loco, me hubiera agarrado de la cintura, sentado sobre la mesa, arrancado los pantalones, roto mi bañador y me hubiera penetrado con rudeza, yo le habría recibido con un grito y una sonrisa antes de devorarle la boca.
               Traté de apartar la imagen de Alec metiéndose en mi cuerpo y follándome como si no hubiera un mañana, o como si quisiera combatir la rabia que notaba en mi interior con más rabia, de mi mente. No lo logré, y la anticipación pudo conmigo. Todo rastro de cordura escapó de mi ser, y pensé: de perdidos, al río.
               Ejecuté mi disparo, que lanzó la bola blanca sobre los bordes barnizados de la mesa y la hizo caer al suelo. Botó en la pizarra rayada por los años y los malos lanzamientos y se detuvo en un rincón. Me volví hacia Alec y alcé la barbilla, altiva.
               -Ha ganado Max.
               -¿Nos dejáis solos?-pidió Alec, mirando a sus amigos. No necesité mirarlas para que las chicas comprendieran mis intenciones.
               -Todavía me quedan un par de…-comenzó Max, pero Alec lo miró, dio un manotazo a la mesa y metió la bola de colores que a su amigo le quedaba. Agarró la negra y la encestó con habilidad dentro de la tronera central. Ni siquiera él pudo creerse su golpe de suerte. Max se marchó refunfuñando, y cerró la puerta tras de sí.
               El silencio amenazó con aplastarnos.
               -Estoy cabreadísima contigo.
               -Tu cuerpo no dice lo mismo.
               Se remojó los labios con la lengua y, aunque yo sentía el delicioso roce de la tela del bañador contra mis pechos sensibles, bajé la mirada, sólo para descubrir la carne de gallina y las dos montañitas que mis pezones formaban en la prenda.
               -¿Porque te he hecho perder una partida o por lo del sábado?
               -Por todo. Y porque no me estás follando ahora mismo. Te follaría tan fuerte que se te caería la polla a cachos. Quizá así me aseguraría de que no la vas repartiendo por ahí.
               -¿Te molesta que la reparta?-se cachondeó, apoyando las manos en los bordes de la mesa-. Eso tiene fácil solución. Sé mía.
               Me crucé de brazos.
               -No me molesta que la repartas. Me molesta que me mientas. Dijiste que no ibas a ir a ningún sitio y te faltó tiempo para largarte corriendo a follarte a otra.
               -¿Cambiaría algo que dijera que no dejé de pensar en ti mientras estaba dentro de ella?
               -No.
               Pero sí que lo cambiaba. Lo cambiaba todo. Yo nunca había pensado en otro chico estando con uno. Jamás había pensado ni por un segundo en Hugo estando con Alec.
               El retorcido pensamiento de que no podía sacarme de su cabeza incluso cuando era otra la que hacía gozar a su cuerpo empezó a enredarse en lo más profundo de mi ser, pero intenté calmarme y pensar con la cabeza. Alec era experto dorándole la píldora a la gente. Era imposible que un chico tan insoportable como él fuera el rey del sexo en Londres. Con permiso de Scott, claro.
               Bueno, y he de reconocer que su físico ayudaba.
               -La situación me supera a veces, Sabrae.
               -¿Qué situación?-me crucé de brazos.
               -Esto. Lo nuestro. Aunque no exista-se apresuró a añadir, y yo tragué saliva-. Desde el momento en que nos besamos… desde el mismo instante en que entré en ti… desde la vez que te saboreé por primera vez… nada en mi vida ha sido igual. Estoy intentando aclimatarme a unas arenas movedizas que amenazan con tragárseme.
               -Tú tampoco eres lo que yo esperaba.
               -No me refiero a que me estés decepcionando. Ni pienso que me hagas mal.
               -Tú tampoco me estás decepcionando-puse los brazos en jarras-. Ése es el problema. Eres exactamente como llevaba toda la vida pensando que eras.
               -¿Cómo soy?
               -Promiscuo-solté, porque llamarle fuckboy de buenas a primeras me parecía un poco fuerte.
               Alec se echó a reír.
               -Me gusta el sexo, ¿qué tiene de malo?
               -Yo confié en ti. Confié en que me dirías la verdad. Te creí cuando me dijiste que lo que tenemos significa algo para ti.
               -Y significa. Mucho. La conexión que siento contigo va más allá del sexo, Sabrae.
               -Sí, ya.
               -¿Sí, ya?
               -Mira… paso-respondí, yendo a por mi chaqueta-. Ni siquiera sé por qué me sorprendo ni intento hablar las cosas contigo. Está claro que queremos cosas diferentes. Lo mejor será que me largue y… sólo me acerque a ti cuando esté cachonda.
               -Sabrae, no seas cría.
               -Déjalo.
               Me dirigí hacia la puerta, pero él me cogió de la muñeca y tiró de mí para girarme y hacer que lo mirara.
               -No, no lo dejo. Por mis cojones que arreglamos esto-me juró-. Mírame a los ojos-me instó-, y dime que de verdad crees que no me importas.
               -Con importar no es suficiente-respondí, zafándome de su abrazo.
               -¿Quieres que deje de follar con otras?
               -Me la suda lo que hagas con tu vida, a ver si te queda claro.
               Se cruzó de brazos, satisfecho.
               -Luego no es porque yo me tire a otras. Entonces, ¿por qué es?
               -¿Cómo que por qué? ¡Porque tienes la cara de decirme que yo soy importante y a la mínima de cambio coges y te largas! ¡Y no me dices nada!
               -¿Querías que te mandara un mensaje nada más correrme? ¡Oye, Sabrae, nada, que me estoy tirando a una amiga, espero que estés pasando una buena noche!
               -¿Tienes idea de lo estúpida que me sentí? Me pasé días imaginándote en tu casa, pensando en mí como yo lo hacía contigo, sonriendo como yo lo hago aún cuando pienso en ti…!
               -Pienso en ti. Y sonrío. Siempre.
               -Ya, bueno, pues no debe de ser muy a menudo.
               -Incluso sueño contigo, niña-espetó, molesto-. No intentes ni por un segundo creer que no me acuerdo de ti cada minuto que pasa y no me muero de ganas de que llegue el viernes porque sé que te veré.
               -Me anticipas como quien anticipa un buen polvo.
               -Me gusta follar contigo. Me gusta comerte el coño. Pero también me gusta hablar contigo. Me pareces una criatura fascinante, Sabrae. Preferiría mil veces una noche contigo a mil con cien mujeres distintas, aunque no tuviéramos sexo, como la semana pasada… especialmente como fue la semana pasada. Pero no puedes esperar que detenga toda mi vida por ti. Tú tenías tus planes, y a mí me surgieron los míos.
               -¿Habrías dado la vuelta si yo te lo hubiera pedido?
               -¿Por ti? Por ti haría de escudo humano de una jodida bomba nuclear.
               Se me formó un nudo en el estómago y aparté la vista, conteniendo las lágrimas. Tragué saliva y carraspeé.
               -Lo que más lamento, al margen de fallarte, es la forma en que te lo dije-me reveló-. Debería haber sido un hombre y haber quedado contigo para decírtelo en persona.
               -Decírmelo por teléfono fue lo mejor que pudiste hacer.
               -Fui un cobarde…
               -Me diste espacio-susurré, enfrentándome a él. Las lágrimas me resbalaban por la cara-. Y yo te lo agradezco. Aunque no era eso lo que pretendías, yo… me alegro de que me lo dijeras como me lo dijiste. Y… fue un detalle por tu parte. Porque en el fondo, tienes razón. Tu vida no me pertenece-me limpié con el dorso de la mano-. Es sólo que… Dios, Alec. A veces siento que la única persona por la que podría morirme deshidratada a base de llorar, eres tú.
               Se acercó a mí despacio, me acarició despacio el hombro y, al ver que no le rechazaba, subió por mi mentón. Me levantó la cara para hacer que lo mirara.
               -No pienso perderte. Eres lo mejor que me ha pasado.
               -No puedes perderme porque no me tienes-susurré con la voz rota.
               -Pues no pienso perder la oportunidad de tenerte-me besó la mejilla, absorbiendo una lágrima-. Dime todo lo que te moleste de mí y dejaré de hacerlo.
               Negué con la cabeza.
               -No deberías cambiar por mí.
               -No voy a cambiar por ti. No seas egocéntrica. Voy a cambiar por mí. Porque no puedo vivir sin nuestros viernes, Sabrae. Ahora entiendo por qué es vuestro día sagrado.
               Esbocé una tímida sonrisa ante su intento de pulla religiosa y él sonrió y me besó la frente.
               -¿Quieres que deje de follar con otras?
               Levanté la cabeza y me lo quedé mirando. En sus ojos había algo precioso: una firme determinación a mantener la promesa que estaba más que dispuesto a hacerme.
               -No puedo pedirte eso.
               -Y no me lo estarías pidiendo. Tú sólo dime si quieres que deje de hacerlo, y yo lo haré. No es pedir. Ni que fuera el genio de la lámpara, chica. Aunque, bueno… cuando me frotas, pues sí que te concedo el deseo que a ti te dé la gana.
               Me eché a reír y rodeé su cintura.
               -No.
               -¿No, qué? A ver, las reglas de los genios son bastante sencillas. Regla número uno: no puedo resucitar a los muertos, es asqueroso, ¡y huele muy mal!-recitó, y yo me eché a reír-. Regla número dos: no puedo hacer que alguien se enamore de otro alguien.
               Intenté no acurrucarme contra él, pero no lo conseguí. Apoyé la cabeza en su pecho y cerré los ojos cuando él depositó un suave beso en mi cabeza.
               -¿Y qué hay de la regla número tres?
               -A ver… es que a veces mi madre me llama chillando para que vaya a matar alguna araña que se cuela del jardín, así que…
               Estallé en una carcajada que a Alec le supo a gloria.
               -¿Y bien, bombón? ¿Qué me dices? ¿Sí, o no?
               -No.
               -Sabía que te ponía imaginarme con otras-me guiñó un ojo-. Oye, ¿no te apetecerá un trío, por un casual? Porque arreglarlo es un momento…
               -Mira que eres imbécil-le di un empujón y sacudí la cabeza-. No, no quiero hacer un trío. Además… sigo molesta contigo. Así que quiero pedirte algo.
               -¿Mi corazón?
               -¿Acaso no lo tengo ya?
               Me dedicó una sonrisa pícara.
               -Dios nos cría y nosotros nos juntamos, ¿eh?
               -Sinceridad-dije como si no me hubiera interrumpido, y él alzó las cejas-. Todo lo que nos digamos a partir de ahora, que sea verdad. Nada de decir algo sólo porque pensamos que es lo que el otro quiere oír.
               -¿Por qué me da la impresión de que esto me lo estás diciendo por algo?
               -Me dijiste que soy tu casa-me crucé de brazos-. Doce horas después, te fuiste con Pauline.
               -No he dicho que seas mi casa-contestó-, he dicho que estando contigo me siento en casa.
               -Perdona mi ignorancia-protesté, a la defensiva-, pero es que no veo la diferencia.
               -Contigo esto a gusto, y soy 110% yo. Nadie consigue eso, ni siquiera Jordan o Bey. Con ellos soy yo a 100, pero tú me haces serlo al 110. Pero… eso no quita de que a veces no me apetezca salir. ¿Nunca has sentido que te asfixias incluso en tu propia habitación? Yo me asfixio en lo mucho que te necesito, y a veces necesito tomar distancia, Sabrae.
               -Guau-chasqueé la lengua, aunque en el fondo yo sabía que me estaba haciendo un cumplido, era incapaz de no ponerme a la defensiva. Supongo que la herida aún estaba demasiado reciente-, realmente lo estás arreglando.
               -No miento cuando te digo que me importas muchísimo. Ni mentiría si te dijera que eres la persona que más puede importarme.
               Inhalé y exhalé en silencio, emborrachándome de su presencia y del aroma familiar y atractivo de su piel.
               -Ahora te toca a ti. Dime la verdad. Si te lo pidiera, ¿me dirías que sí?


No se me escapó el tono de sorpresa que atravesó sus preciosos ojos. Los abrió ligeramente, sus pestañas bañadas en rímel imposiblemente largas acariciando sus hermosas cejas (nunca habría dicho que unas cejas fueran hermosas, pero las suyas lo eran), y un chispazo atravesó sus ojos.
               Se relamió los labios, enfundados en un lápiz labial de un ligero tono granate que llevaba toda la noche queriendo probar.
               -Si me pidieras, ¿qué?
               -Cuando te lo conté, dijiste que no podías pedirme nada porque no era tu novio. Mi pregunta es, ¿si yo te pidiera serlo, me dirías que sí?
               Se cruzó de brazos, a la defensiva.
               -No puedes vivir sin riesgo, Al. A veces hay que saltar a la piscina antes de mirar si hay agua.
               Eso es que no.
               O, bueno, no es que sí. Pero tampoco es que no.
               -No quiero arriesgarme con esto-respondí, y ella parpadeó. Pero no lo entendía. Me había odiado a mí mismo sabiendo que le había hecho daño, y la pregunta había manado de mi interior como un puto géiser. Ni siquiera supe que iba a hacérsela hasta que la escuché flotando en el aire como un copo de nieve.
               Si no me había aguantado durante toda la semana, ¿qué pasaría si se lo preguntaba y ella me decía que no? ¿Y si me volvía más gilipollas aún y le cogía tirria por no darme lo que yo quería? ¿El único y verdadero deseo que parecía tener?
               Pedirle salir a Sabrae y arriesgarme un no era la cosa más tremenda que se me ocurría que podía hacer en mi vida.
               ¿Y si ella se sentía incómoda y se alejaba de mí? Me había acostumbrado demasiado rápido a su compañía, a tenerla al lado a pesar de estar a calles de distancia. No volvería a dormir por las noches si no recibía un mensaje de despedida suyo. No podría levantarme de la cama si ella no me daba los buenos días primero.
               Mis sueños se volverían pesadillas, porque si ahora ella era visitante habitual de mi subconsciente en la fase REM, estaba seguro de que se convertiría en la protagonista absoluta si nuestros encuentros se evaporaban.
               -Ni yo darte una contestación a una pregunta que no me has hecho.
               La atravesé con la mirada.
               De todas las chicas que había en Inglaterra… ¿por qué coño tenía que estar pillándome por ella?
               Había ocasiones en que no la soportaba. Comprendía perfectamente lo que Scott decía de ella.
               Aquella fue una de esas ocasiones.
               Sabrae sonrió, satisfecha consigo misma. Se apartó una trenza del hombro, recogió de nuevo su chaqueta y trató de dirigirse hacia la puerta, pero yo le corté el paso.
               -Sé mía.
               -Eso no es una pregunta.
               Te voy a meter la polla en el esófago, a ver cómo coño me das una de tus contestaciones de sabionda con mis huevos entre los dientes.
               -Y así no hay riesgo de que me digas que no.
               Sabrae soltó una carcajada, que en un principio sonó falsa, pero parecía divertida de verdad.
               -Si tú te pones chulo, yo también me lo pondré.
               Me mordí el labio y sus ojos bajaron en caída libre hasta mi boca.
               -A ti te gusta que me lo haga-coqueteé, pasándome una mano por el pelo y guiñándole un ojo.
               -Ya veremos si a ti te hace la misma gracia-se puso de puntillas y se inclinó para besarme. Caí entonces en que era la primera vez en toda la noche que sus labios tocaban los míos. Le pasé una mano por la cintura y la aupé para que llegara más arriba.
               Me pasó las piernas por la cintura y se quedó ahí, en un abrazo de koala, mientras nuestras bocas se juntaban, sin pausa pero sin prisa. La agarré de las trenzas y tiré de ellas para separarla un poco de mí, con cuidado de no hacerle daño.
               -¿Me has perdonado ya?
               -Sigo queriendo follarte hasta que se te caiga la polla a cachos-respondió, hundiendo las manos en mi pelo y gimiendo cuando yo la sujeté contra mí. Notaba mi erección creciendo en mis pantalones, y me pareció que era un buen momento para halagar a Sabrae recordándole a quién pertenecía mi placer. Sujetándola con fuerza de las caderas, la froté contra mi entrepierna y ella dejó escapar un gemido de satisfacción.
               Bajé por su cuello mientras ella comenzaba a mover las caderas en un lento baile tribal para disfrutar de nuestro contacto, y con la nariz empujé el tirante de su bañador, que llevaba deseando mandar a la mierda desde que la vi. Si su espalda era deliciosa, su escote era para echarse a llorar directamente.
               Ni corto ni perezoso, descendí con los labios por su piel, y rocé su pezón con la punta de la lengua. Sabrae dejó escapar un gemido y continuó moviéndose en círculos. Imité el movimiento de sus caderas con mi lengua, notando cómo el pequeño pezón se endurecía entre mis labios.
               Sabrae se liberó del otro tirante y se acarició el pecho que yo tenía desatendido.
               La deposité sobre la mesa de billar y disfruté con su manera de arquear la espalda. Apoyé el codo a su lado y seguí mordisqueándola, torturando sus pechos, mientras con la otra mano descendía hacia su sexo, colándome bajo la tela del bañador del que pronto la liberaría.
               Cuando llegué al monte de Venus, caí en la cuenta de que, cuando le quitara el bañador, sería la primera vez que la viera desnuda. Desnuda de verdad, no como en mis sueños.
               Me la imaginé abierta de piernas, sin nada más que su placer cubriéndola, lista para que yo entrara en su interior y la reclamara.
               -Alec…-jadeó, excitada, y no pude más. Me llevé una mano al paquete, lo desabroché y empecé a tocarme mientras mi otra mano continuaba descendiendo-. Estoy muy mojada…
               Lo dijo en el momento en que mi dedo corazón llegaba a la abertura de su sexo. Con mi lengua aún en sus tetas, disfruté de la sensación de éxtasis líquido que cubría aquel rincón que me pertenecía sólo a mí. Mi erección palpitaba entre mis dedos. Le di un mordisquito en el pezón y Sabrae dejó escapar un gemido, que su cuerpo acompañó con una contracción de su sexo en mi dedo.
               -Y pronto estarás muy llena-le aseguré, colándome entre sus piernas. Aún con mi miembro en una mano y su sexo en la otra, dejé desatendidos sus pechos para cumplir con un objetivo mayor: inhalarla.
               Separé sus rodillas y me incliné hacia el espacio entre sus muslos, donde veía el juego sensual de mi dedo bajo la tela de sus vaqueros, en los que ya se intuía una tenue mancha oscura, fruto de su excitación.
               Sin pensármelo dos veces, acerqué la nariz a aquel espacio e inhalé. Sabrae se quedó quieta, escuchando mi jugada. Jadeó una única vez que a mí me bastó.
               -Primero vas a follarme la boca-le dije, y ella lanzó un débil gemido de conformidad cuando le desabroché los botones de los vaqueros y tiré de ellos para liberar sus muslos. Los bajé hasta sus tobillos para abrirla lo más posible y luego aparté la tela empapada de la única prenda que aún conservaba. Observé su sexo palpitante, hinchado, ansioso de mí.
               Me zambullí en aquella piscina de placer y sonreí contra sus labios cuando Sabrae dejó escapar un grito ahogado. Sus uñas se clavaron en el tapiz de la mesa de billar. Seguro que el dueño sabría lo que había hecho allí y me prohibiría entrar de nuevo, pero sinceramente, me daba igual. Lo único que quería era degustar el placer de mi chica.
               Moví mi lengua arriba y abajo, a un lado y a otro, acelerando a una de por sí ya excitadísima Sabrae, que movía sus caderas buscando el mayor punto de fricción posible. Llegó un punto en que tuve que agarrarla con ambas manos para evitar que marcara su propio ritmo: había decidido torturarla con mi boca, ignorar sus súplicas de “por favor, más rápido”; “Alec, por favor, más rápido” y cambiar rapidez por profundidad.
               -Alec… dios mío… no pares-respiró agitadamente y arqueó la espalda cuando un latigazo de placer la dividió en dos.
               -Estás mojadísima, bombón. Vas a conseguir que me corra sin tocarme-bufé contra su sexo, y ella negó con la cabeza, temblando de arriba abajo.
               -No te… hagas nada… te voy… a devol… ver… el OH. AH. SÍ… favor.
               Abrí los ojos y miré lo poco que podía ver de su cara, atrapada en el valle que formaban sus pechos.
               -¿Mmf?
               -Después… te… toca… a ti.
               Sonreí en su jardín de las delicias y eso fue lo que necesité para catapultarla a un increíble orgasmo en el que tuve que luchar contra ella para que me dejara degustarla. No había cosa que más me fastidiara en todo el mundo que esa puñetera costumbre de las chicas cuando les estabas haciendo un buen cunnilingus de tratar de apartarse de tu boca cuando se corrían. Habías hecho todo el trabajo, por lo menos que te dejaran disfrutar del premio.
               Sabrae me clavó las uñas en el cuero cabelludo mientras terminaba, como si quisiera escaparse y mantenerse unida a mí hasta que el tiempo se acabara.
               Cuando terminó de convulsionar, y yo de beberme hasta la última gota de su delicioso éter, salí de entre sus piernas y me puse en pie para mirarla. Sabrae miraba al techo con gesto atontado, una sonrisa boba en la boca y los ojos desenfocados.
               Al entrar en su campo de visión, su mirada me buscó con infinito cansancio.
               -Ha sido… el orgasmo más intenso… que he tenido en toda mi vida-comentó en tono agotado después de una intensa celebración.
               -Llevaba dos semanas sin probarte, así que tenía hambre de ti y te he cogido con ganas-respondí, como quien habla de que el bus que pretende tomar se ha retrasado unos minutos. Sabrae inspiró hondo varias veces, luchando por normalizar su pulso. Me incliné y comencé a besarla, y ella hizo una mueca al probar el regusto salado que su placer había dejado en mi boca-. No hagas eso. Tus orgasmos están a punto de convertirse en mi sabor favorito en todo el mundo.
               -Me pregunto qué quedará en segunda posición.
               -Las albóndigas de mi madre.
               Sabrae se echó a reír y se llevó una mano al vientre.
               -¿Te encuentras bien?
               -Estoy en una nube. No sé si recordaré cómo se camina.
               -Y hemos dejado lo mejor para el final.
               Ella sonrió, atontada, me miró y parpadeó. Su maquillaje estaba impecable, aunque había algo que la hacía más hermosa aún: su piel manaba la magia del sexo por cada poro.
               -¿Te apetece seguir?
               Asintió con la cabeza y yo me saqué la cartera del bolsillo del pantalón. Temblando, conseguí extraer un condón, pero Sabrae negó con la cabeza y me cerró los dedos en torno al paquetito.
               -Necesito… tiempo de… recuperación-jadeó, agotada. La ayudé asentarse y tiré de sus pantalones para que se vistiera. De un brinco, aterrizó en el suelo, y me vi obligado a cogerla cuando sus piernas amenazaron con desplomarse ante la intensidad del orgasmo y lo alto de sus plataformas.
               -No tenemos ninguna prisa.
               -Podemos… hacer otras cosas… mientras…-volvió a jadear y yo silbé.
               -Guo, respira, chica.
               Me agarró del cuello de la camisa y tiró de mí.
               -Has sido… muy bueno… conmigo. A pesar de lo de Pauline. Eres… una buena persona. Siempre piensas… en mí… primero. Quiero… compensarte.
               -De verdad, Saab, no lo hago por que me devuelvas el favor, yo sólo…
               Me quedé callado cuando su mano aterrizó en mi paquete.
               -Me apetece… mucho… probarte… como tú me pruebas… a mí.
               Se puso de puntillas y me besó en los labios, y luego, fue lentamente bajando. Sus besos continuaron por mi piel, mientras abría mi camisa para poder llegar al músculo con su boca. Siguió bajando lentamente, dando pequeños besitos sobre mis músculos, siguiendo la línea invisible por la que mi columna vertebral me dividía en dos. Se detuvo en mi ombligo y me dio un mordisquito debajo, donde el último bulto del abdominal se perdía en la planicie que daba paso a mi zona más preciada.
               Sabrae abrió mis pantalones, desabrochando el botón que quedaba y bajando la bragueta. Se apoyó sobre sus rodillas y acarició mi miembro expectante de su boca mientras yo mantenía los ojos fijos en su cara. Poco a poco, parecía salir de su embobamiento.
               Lenta, muy lentamente, como si se estuviera pensando cada movimiento, y con paso un tanto vacilante, finalmente Sabrae introdujo su mano dentro de la tela de mis bóxers y rodeó con los dedos mi pene erecto. Tomé aire y lo solté muy despacio, deleitándome en la sensación de presión que su mano ejercía en mi erección.
               Sabrae empezó a tirar de la tela de mis calzoncillos, preparada para liberar mi miembro. Por fin, la tela no fue suficiente para mantener mi masculinidad enjaulada, y ésta salió disparada en el aire, liberada al fin.
               Jamás olvidaré la expresión de Sabrae al ver mi polla a centímetros de su cara. La estudió con gesto curioso mientras no dejaba de acariciarla, asegurándose de que no menguara en tamaño. Levantó la vista y clavó sus ojazos oscuros en mí. Sin romper el contacto visual, se inclinó hacia delante y depositó un suave beso en la punta.
               Me estremecí de pies a cabeza, presa de una anticipación que podía volverme loco.
               Estaba a punto de saber qué era sentir aquellos preciosos y provocativos labios en la parte de mi cuerpo que más me gustaba.
               Sabrae tocó la punta con la punta de su lengua, parpadeando con inocencia, como si no supiera qué hacer. Por la técnica que estaba empleando y la forma en que jugaba conmigo, diría que yo no era precisamente el experimento de iniciación en el noble arte de hacer mamadas. Me habría cabreado de no saber a ciencia cierta que estaba preparada para entrar directamente en mi podio de mejores hacedoras de mamadas de Londres.
               -No me mires.
               -¿Por qué no? Me pone muchísimo el contacto visual.
               -Me da vergüenza-explicó, apoyándose sobre su trasero y continuando con sus decididas caricias. Ahora su boca estaba muy lejos de mi sexo.
               -No hay nada de malo en… yo te lo hago constantemente. No te voy a juzgar. No creo que seas fácil.
               -Me da igual que pienses que soy fácil. De hecho, soy bastante fácil-se encogió de hombros-. Pero no sé. Creo que no te va a gustar. Se me pondrá la cara rara.
               -¿Cómo no me va a gustar ver mi polla en tu boca, Sabrae?
               Ella chasqueó la lengua y frunció el ceño, como diciendo no seas crío.
               -Vale-apoyé la nuca en la pared y cerré los ojos, dispuesto a disfrutar. Me concentré en la sensación de los dedos de Sabrae en mi polla, y cuando estos desaparecieron, contuve el aliento, esperando que en cualquier momento sus labios rodearan mi miembro y comenzaran a empujarme hacia las estrellas.
               Pasó el tiempo…
               Y pasó el tiempo…
               Y pasó el tiempo.
               Y Sabrae no se acercaba.
               La busqué con la mano, pero no la alcancé. Entreabrí un ojo y no llegué a verla. Si se había agachado más allá, no estaba en mi campo de visión. Así que la desobedecí y abrí los ojos.
               Cuál fue mi sorpresa cuando no me la encontré arrodillada frente a mí, dispuesta a dejar que me follara su boca, sino apoyada en la puerta, los brazos y los pies cruzados. Estaba completamente vestida y llevaba la jarrita del Mandala, con la que había entrado, metida en un bolsillo de la cazadora.
               Abrí la boca para preguntarle qué hacía ahí. En ese momento estaba tan cachondo y tan confundido que ni se me ocurrió que me hubiera tomado el pelo.
               -Tenías un cordón desatado, y me daba miedo que te enredaras con él. Considera mi orgasmo un pago por lo de esta semana-Sabrae sonrió y tiró de la puerta para abrirla-. Quizá quieras reconsiderar el hecho de que yo soy la fija, y Pauline, la suplente. Seguro que ella no te hace estas cosas.
               Dicho esto, abrió la puerta y se fue.


Cuando salí de la sala de billar, físicamente más calmado pero mentalmente furioso, me encontré con la curiosidad de mis amigos, que habían decidido esperarme. Los fulminé con la mirada nada más atravesé la puerta, colocándome la chaqueta de malos modos para que supieran que no me apetecía hablar.
               Pero ellos me hicieron hablar de todas formas.
               -¿Y bien? ¿Qué tal ha ido?-Bey se acercó a mí con un botellín de cerveza en la mano, los ojos chispeando una curiosidad que yo sabía que se vería más que recompensada.
               -Bien, salvo por el hecho de que le he comido el coño y, cuando pensaba que iba a devolverme el favor y tenía los gayumbos por los tobillos, cambió de opinión y se piró.
               Tamika soltó una carcajada.
               -¿Que qué?-rió, y Max tuvo la delicadeza de morderse los labios para no estallar en una risotada él también-. ¡Repite eso!
               -La tía incluso me besó la punta. ¿Tenéis idea de lo hija de puta que hay que ser para hacer esas cosas?-protesté, arrebatándole la cerveza a Bey y dando un buen trago. Dios, necesitaba un cigarro. Un cigarro y tener a Sabrae a tiro para poder cargármela.
               Y follármela bien fuerte.
               No en ese orden, claro. Tengo unas tendencias sexuales muy raras, pero por suerte la necrofilia no es una de ellas.
               -Si te sirve de consuelo, Bella me lo hace constantemente cuando quiere sacarme algo.
               Fulminé a Max con la mirada. El hecho de que me hablara de su novia, con la que llevaba años saliendo (dudaba de que Max se acordara de cómo era su vida antes de ir a comer todos los domingos a casa de sus suegros), mientras que a mí Sabrae acababa de darme plantón de una manera muy fea no terminó de arreglarme el estado de ánimo.
               Cuando Sabrae se marchó, estuve lo que me preció una eternidad decidiendo si debería salir tras ella y cantarle las cuarenta por cómo me había dejado, cascármela para que se me pasara el calentón, o ir a la discoteca y enrollarme con la primera tía que estuviera dispuesta a dejar que me corriera en su boca.
               Al final me había decantado por la segunda opción. No es que la primera no me convenciera: créeme, casi me apetecía más tener una movida gorda con Sabrae que el hecho de correrme, pero, seamos francos: yo no iba a ganar esa discusión. Y si algo me había enseñado el boxeo, era que decir que no te podía salvar de una humillación de la que no te recuperarías en años.
               Así que me encerré en el baño, pensé en las mil cosas que me gustaría hacerle a Sabrae, y terminé mucho antes de lo que esperaba. Apenas aguanté un par de minutos, aunque tampoco es que estuviera muy tranquilo con todo lo que habíamos hecho. Su orgasmo había sido intensísimo, sí, y haberla visto totalmente atontada y sometida después de que yo prácticamente me la comiera de un bocado me había subido el ego a niveles estratosféricos.
               -Sí, Max, la putada es que tu novia te deja correrte en su boca cuando se lo das, y yo a Sabrae ya le he dado lo que quería esta noche.
               Había pensado de verdad que terminaríamos follando. Es más, había creído sinceramente que lo haríamos encima de una de las mesas de billar, lo cual me hacía especial ilusión por el hecho de que nunca había estado con una chica de esa forma. Y el haber tenido a Sabrae abierta de piernas, desnuda en sus partes íntimas, expuesta y lista para mí me había desquiciado de una forma en que nunca había sentido la locura.
               Y la tía había tenido los huevos de pirarse sin esperar a ver lo que yo podía ofrecerle. La detestaba.
               -El profeta de algunos nació hace 2000 años-se burló Tam-. La mía, hace 14-soltó una sonora carcajada y a mí me dieron ganas de matarla.
               Bey le dio un manotazo en el brazo mientras su hermana se reía, desquiciada, y se volvió para mirarme.
               -Te está al pelo. Es tu castigo por haber sido un imbécil con ella estos días.
               -Yo no la dejé con el calentón-contesté, terminándome la botella y dejándola sobre la barra, donde un camarero la recogió.
               -¿Adónde vas, tan corriendo?
               -A emborracharme, a ver si se me pasa esta mala hostia-contesté, echando mano de mi chaqueta y sacando un paquete de tabaco. Encendí un cigarro y le di una larguísima calada, notando cómo la nicotina ya hacía el efecto de mezclarse con mi sangre. Exhalé el humo por la nariz y esperé a que los demás salieran. Me quedé mirando a Bey, que salió la última y se mesó el pelo-. ¿Bailarás conmigo?
               -Depende de la canción.
               -Le pediré a Jordan que ponga las que te gustan.
               -Qué detalle-me dio un beso en la mejilla y yo le di una palmada en la cintura.
               -Soy todo un romántico.
               Así fue como más o menos Bey consiguió aplacar mi mal humor. La hostilidad que manaba de mi cuerpo fue rebajándose a medida que íbamos hacia la discoteca y nos encontrábamos con gente, que nos saludaba y nos gritaba planes que tenían pensados, con la esperanza de que nos uniéramos y arrastráramos a nuestro grupo con nosotros.
                La gente nos jaleó al vernos llegar; Tam levantó la mano y se puso a saludar como si fuera la reina de Inglaterra mientras Max se abría paso y yo iba cogido de la cintura de Bey, que me iba susurrando al oído las numerosas razones por las que debía ser paciente por Sabrae.
               De alguna forma, todas nacían del mismo punto de mi pasado: lo que había pasado el sábado por la noche y mi forma de justificarlo diciendo que no éramos nada, cuando estaba claro que para mí estábamos a un poco de serlo todo.
               Nos sentamos en el sofá y rápidamente llegó la primera ronda de chupitos que Tommy se encargó de pedir. Se sentó al lado de Diana, que puso una de sus larguísimas piernas por encima de las suyas y le devoró la boca con hambre. Joder, qué puta suerte tenían algunos. Él vivía con la tía a la que se estaba follando, y yo tenía que aguantar que Sabrae fingiera que iba a chupármela para terminar tomándome el pelo descaradamente.
               -Estás muy taciturno, Al-observó Tommy, que tenía una mano en la cintura de Diana y de vez en cuando subía para acariciarle el busto, a lo que ella respondía frotándose sensualmente contra él.
               -Pienso en las posibilidades que me brinda la noche.
               -¿Son muchas?
               -Bueno…
               -En realidad está de morros porque una chica fingió que iba a hacerle una mamada y lo dejó con las ganas.
               -¡Menuda reina!-se burló Tommy, soltando una risotada. Diana se apartó el pelo del hombro.
               -Un clásico. Sirve para meteros en cintura.
               -¿Yo necesito que me metan en cintura?-pregunté, alzando las cejas y esbozando una sonrisa. La americana se echó a reír.
               -Sabe Dios lo que le habrías hecho.
               -Si te lo hiciera a ti, te faltaría tiempo para pedirles a tus padres que te dejaran mudarte a mi casa-le puse una mano en la rodilla y ella no me la apartó. Al contrario, cruzó la pierna contraria por encima de la que yo tenía, sin preocuparse de que ahora estaría tocando sus muslos.
               -Las manos donde pueda verlas, Al, a no ser que prefieras que te las corte-gruñó Tommy, y yo me eché a reír y las levanté.
               -¿Nuestro querido Scott?
               -Adivina-Diana se echó el pelo sobre el hombro y se miró las uñas. Que Scott y ella no se soportaban no era ningún secreto, lo cual me chocaba un poco. Diana era una fiera en la cama, según Tommy (cuyo criterio era del que más me fiaba en todo el grupo), y a Scott le gustaba follar más que a un tonto un lápiz. Que hubieran chocado de esa forma apenas se conocieron y que no estuvieran en una escalada de tensión sexual constante me parecía increíble, pero no sería yo quien protestara por las cosas y cómo sucedían.
               -¿No te sirvo yo?-quiso saber Tommy, y yo me encogí de hombros.
               -No le necesito para nada, en realidad-fingí desinterés, cuando la realidad era bien diferente. Llevaba toda la semana comiéndome la cabeza con cómo le diría que me estaba enrollando con su hermana y cómo se lo tomaría él. Y el hecho de que Sabrae y yo nos hubiéramos distanciado en cierto sentido cuando sucedió lo de Pauline no ayudaba a normalizar la situación. Yo quería ir a hablarlo con ella en persona, estaba harto de que nuestras conversaciones se volvieran superficiales cuando habíamos llegado a hablar de cosas tan trascendentales como lo que opinábamos de los miedos de la gente o nuestras aspiraciones más secretas. Sabrae había llegado a conocer una parte de mí que nadie, ni siquiera yo, creyó existente, y ella… ella era todo un palacio con habitaciones infinitas a las que yo no me cansaba de entrar.
               Y yo lo había jodido todo.
               Así que ahora, lo único que se interponía entre la normalidad de nuestras conversaciones, era hermano: la única persona que podía impedirme que fuera a casa de los Malik a arreglar cualquier estupidez que yo pudiera hacer.
               De modo que me dirigí a la barra, desde donde podría tener bien vigilada la entrada a los baños, y, por consiguiente, a Scott.
               Jordan me tendió un vaso de chupito sin decir nada y me miró a los ojos. Vio algo en ellos que el resto de la gente no podía ver: el rastro de que había estado con una mujer. Y qué mujer.
               -La noche, ¿bien?
               -Podría quejarme, la verdad.
               -Te encanta quejarte.
               -Y es cierto, pero hoy tengo motivos. ¿Sabes cuánto tiempo lleva Scott en el baño?
               Jordan se encogió de hombros.
               -Pf, ¿quién lo controla? A este paso yo ya he dejado de preocuparme de las gilipolleces que os dedicáis a hacer.
               -La envidia, amigo-respondí, inclinándome por encima de la barra y regalándole una amplia sonrisa.
               -Prefiero tener un buen fajo de billetes en la mano, la verdad.
               -Eso es porque nunca has tocado un buen par de tetas, Jor-le saqué la lengua y él puso los ojos en blanco. Me quitó el vaso de chupito antes de que pudiera terminar de beberlo-. ¡Oye!
               -No necesitas más esto. Con el alcohol se te suelta la lengua, y hoy estás muy subidito.
               ¿Quién no estaría subidito haciendo que Sabrae se corriera como lo había hecho yo? Me merecía un aplauso y una religión en mi honor.
               -Ahí tienes a tu hombre-Jordan señaló los baños con la barbilla y yo me giré en el momento en que Scott atravesaba la puerta, mirando en todas direcciones, pasándose el dorso de la mano por la boca para limpiarse los restos de pintalabios. Le arrebaté un vaso de chupito a una de las chicas que tenía al lado, que iba a nuestro instituto, y que me gritó cuál era mi problema, pero yo avancé entre la gente sin hacerle el más mínimo caso.
               Scott llevaba un tiempo actuando de forma extraña cuando salía con nosotros; estar en la discoteca ya no era lo mismo para él. Cuando se iba con alguna chica, siempre procuraba que nunca viéramos quién era (y eso que yo intentaba fijarme para no ir luego detrás de la misma chavala, eso de pillarlas cansadas por culpa de otro no iba conmigo, y menos cuando ese otro era un amigo), y cuando salía del baño, lo hacía como si acabara de matar a alguien y se asegurara de pasar desapercibido.
               Atrás había quedado el chico chulo que poco más y gritaba que se iba a follar con tal chica, o que salía sonriente y venía derechito con nosotros para disfrutar de cómo tratábamos de sacarle información. Información que, por otro lado, nunca nos ofrecía. Era un caballero en ese sentido.
               Yo era igual, si la chica me pedía que no dijera nada. Si no, bueno… mi madre me había dado una lengua, y la sociedad, herramientas con la que mantenerla entretenida, ¿no?
               Debido a su nueva doble vida como agente secreto, Scott dio un brinco cuando me vio aparecer por entre la gente.
               -¿Tienes un momento, S?
               -¡JODER! ¡Alec! Tío, casi me da un puto chungo. ¿Qué pasa? ¿Necesitas…?-se llevó una mano a los vaqueros, en busca de la cartera. Scott y yo éramos competidores y a la vez aliados: nos poníamos de exhibición y las chicas decidían a cuál de los dos querían meterse entre las piernas, y luego nosotros nos intercambiábamos preservativos como quien se intercambia droga en un macrofiestón.
               -Estoy servido, tranqui-le di un toquecito en el hombro y Scott se mordió el piercing.
               -¿Entonces…?
               -¿Podemos salir a hablar?-pregunté, señalando la rampa que conducía al piso superior, y en consecuencia, a la calle. Scott volvió a morderse el piercing y asintió con la cabeza.
               -Claro, Al. Lo que necesites.
               Tomé aire, tratando de decirme a mí mismo que no debía preocuparme. Scott era enrollado y fijo que no me haría nada por haberme liado con su hermana pequeña. Probablemente pasara.
               O habría pasado si yo no hubiera jodido a Sabrae tirándome a Pauline. Mierda. Cuanto más lo pensaba, peor idea había sido ir a casa de Pauline y acostarme con ella. A medida que pasaba el tiempo, no paraban de salir complicaciones. Una parte de mí añoraba el tiempo en que había sido completamente libre: libre de follar con quien quisiera, libre de enrollarme con la que me diera la gana, sin ningún tipo de ataduras ni necesidad de darle explicaciones a nadie.
               Sabrae me había abierto la puerta a un mundo lleno de posibilidades, pero en aquel mundo también había cosas que podían hacerme daño. Sombras en el bosque que me acechaban entre los árboles.
               Scott y yo subimos por la rampa, esquivando a la gente y apartándonos. Scott iba saludando aquí y allá, como una estrella en alza, mientras y nos iba abriendo paso y buscaba un pretexto con el que empezar la conversación.
               Si le decía de buenas a primeras que me estaba follando a su hermana pequeña (o, más bien, que ella me follaba a mí cuando, donde y como le daba la gana), probablemente me diera un puñetazo que me saltase los dientes.
               Y yo no podría culparle, la verdad. A cada segundo que pasaba, más vueltas le daba a mi vida y más me convencía de que yo no me merecía a Sabrae… y que la estaba pervirtiendo de alguna manera. Desde luego, a mí no me haría gracia que Scott, Tommy o quien fuera se liase con Mary. Era mi niña preciosa, igual que Sabrae lo era de Scott, o Eleanor de Tommy.
               Por fin, llegamos a la calle. A esas horas la gente ya empezaba a decantarse por algún bar en el que sentarse y emborracharse, un karaoke o discoteca en la que entrar a bailar. Los más pequeños incluso ya estaban mirando el reloj para no llegar pasado el toque de queda que les habían fijado en sus casas.
               Tomé aire, maldiciendo lo corto que había sido el trayecto hacia la superficie, y me volví hacia Scott, que me miró con una cierta incredulidad, como diciendo no puedo creer que me estés montando este numerito por cualquier gilipollez.
               -Bueno…
               -Bueno-asintió Scott, conteniendo una sonrisa.
               -Pues… aquí estamos-me metí las manos en los bolsillos de los vaqueros y me balanceé sobre mis pies. Adelante, atrás. Talón, empeine, punta. Punta, empeine, talón. Scott se subió la cremallera de la cazadora y miró hacia el interior del local de Jordan.
               -Oye, Al… no quiero apurarte, ni nada por el estilo, pero… hace un poco de frío, si quieres…
               -¿Fumas un piti?
               Scott parpadeó, estupefacto.
               -¿Eh?
               -Que si quieres fumar.
               -Ah. Vale. Bueno.
               Aceptó el cigarro que le tendí y se inclinó para que mi mechero lo encendiera. Dio un par de caladas y expulsó despacio el humo por la boca, haciendo una mezcla con el vaho y el dióxido de carbono que me recordó a una locomotora.
               -Emm… verás… quería hablar contigo sobre…
               Scott me miró, esperó, dio una nueva calada.
               -Si es por lo de la cena, no te preocupes. Siempre me llamas “niño rico”, así que no me lo tomo a mal. Además, que tienes razón.
               -¿Qué?
               -A ver, que lo dices en un tono un poco despectivo, pero yo sé que no es por mí, y que es de cachondeo…
               -Te juro que no sé de qué me estás hablando, S.
               Scott parpadeó.
               -De lo de las vacaciones. Nuestra pequeña pelea por lo que haremos en verano-razonó, y yo fruncí el ceño, sin comprender, hasta que algo en mi cerebro conectó.
               Una de las razones por las que habíamos quedado en que saldríamos todos juntos a cenar, los nueve de siempre más Diana, era porque teníamos que empezar a planear las vacaciones de verano. El año pasado habíamos hecho un viaje a Chipre que fue bestial, y yo me moría de ganas de irme con los demás de marcha por ahí, pero tenía un presupuesto muchísimo más limitado que el del año anterior, y una disponibilidad mil veces más reducida.
               En julio, todavía no sé qué día, me iría a hacer voluntariado a África. Estaba realizando mis últimos pagos de lo que sería mi estancia allí, y estaba pelado de pasta.
               Es por eso que me había revuelto como un gato acorralado cuando Scott sugirió que fuéramos a Singapur.
               -Suena bien-sonrió Karlie, cogiendo un muslo de pollo y dándole un mordisco. A Karlie cualquier viaje le sonaba bien; estaba a dos vuelos de conseguir que bautizaran a un portaaviones con su nombre. Los demás esbozaron murmullos de asentimiento, y yo en ese instante detesté ir a un colegio privado, porque todo el mundo tenía un nivel de vida al que yo había renunciado por orgullo en cuanto empecé a trabajar en Amazon. A mis amigos, sus padres les daban la pasta para las copas.
               Los únicos que la sacábamos de nuestro propio bolsillo éramos Jordan y yo. Y Jordan se las sacaba de los negocios familiares, así que…
               -Vale, ¿alguien sabe si hay un Tindr exclusivo de mujeres millonarias que estén mal folladas? Porque la única opción que veo de que yo pueda pagarme ir a Singapur es liarme con una cuarentona forrada y sola.
               -Podrías prostituirte-sugirió Tam, mordisqueando un palito de queso.
               -Tendrás de dónde sacar la pasta, Al-protestó Scott, dando un sonoro bocado a su hamburguesa.
               -A mí no me crece el dinero de los árboles, niño rico.
                -Y a mí tampoco, gilipollas. Mis padres lo consiguen con el sudor de su espalda.
               -Tu madre, vale, pero tu padre… que saca música, tío. Cantando no se suda.
               -Haciendo giras, sí-protestó Tommy, clavando los ojos en mí.
               -Ya me entendéis.
               -No, no te…
               -Calma, calma, chicos-Bey levantó dos nuggets de pollo mojados en barbacoa-. Que sólo estamos sugiriendo planes.
               -Singapur está fuera de mis posibilidades.
               -Lo de la prostitución tampoco está tan mal-reflexionó Logan.
               -Tendría que echar como 200 polvos al día para poder pagarme el viaje, porque fijo que queréis ir en primera.
               -Son más de 10 horas de avión, si no vamos en primera estaremos dos días sin poder ir a ningún sitio-gruñó Scott.
               -¿Ves? Niño rico total.
               -Imbécil.
               -¿Qué me sugieres, entonces? No puedo hacerme puto de lujo sin tener referencias.
               -Podrías cobrar por tamaño de erección-Tamika se encogió de hombros-. Negocios, Al.
               -Me gusta cómo piensas, Tam.
               -No vas a prostituirte-me riñó Bey-. Punto.
               -Singapur descartado, entonces-Scott suspiró y se frotó la cara.
               -Ya iremos en otra ocasión-Tommy le masajeó la nuca y Scott lanzó un bufido. Me ponía enfermo cuando se ponía en modo o hacemos lo que yo diga o finjo una depresión aquí mismo.
               -¿Alguna sugerencia?
               -Venid a Grecia-miré directamente a Scott, como intentando tenderle una rama de olivo.
               -No cabemos todos en tu casa-respondió el mayor de todos nosotros.
               -Ah, no. Yo me voy a mi puta casa, vosotros os buscáis la vida. Por mí, como si dormís al raso, pero ya sabéis que yo con el tema del voluntariado no tengo pasta para gastármela en las vacaciones que me merezco.
               -No pienso dormir al raso.
               -En Grecia también hay suites.
               -Deja de pinchar, Alec.
               -No estoy pinchando.
               -Sí estás pinchando-cortó Max, y yo puse los ojos en blanco.
               -No se puede abrir la boca ahora, joder, vaya puta dictadura…
               -Toma, cómete mis nuggets, pero cierra la boca-Bey me tendió la cajita, y yo, por despecho, dejé los trozos de pollo rebozado intactos.  
               -Porque…-Scott me arrastró de vuelta al presente-, si es por eso, yo también tengo que pedirte perdón. O sea, todos sabemos de sobra que no es que andes precisamente muy sobrado de pasta con lo de África, y sugerir Singapur sabiéndolo fue un poco de gilipollas por mi parte.
               -No me pareció mal, S. En serio.
               -Guay-Scott sonrió-. Me alegro de que lo hayamos aclarado-me dio una palmadita en la mejilla y me guiñó el ojo, se giró para entrar y yo me acobardé.
               -Scott. Espera. No era de eso de lo que quería hablarte.
               Se volvió y me miró con el ceño fruncido.
               -¿No?
               -No. Verás… no sé cómo decírtelo. El caso es que… me… estoy viendo con alguien.
               Así, si le daba información poco a poco, quizá le diera tiempo a digerirlo y no me rompería las piernas.
               Scott abrió los ojos, sorprendido. Vale, seguro que ya lo había adivinado. Puede que hubiera visto mi nombre en algún momento en el teléfono de Sabrae, o que se le ocurriera en cuanto le dije aquello.
               -¡Eso es estupendo, Al!-se acercó a mí y me dio una palmada en el hombro, sonriente-. ¡Joder! ¿Quién iba a decirlo? Tú con una chica… guau. Pero, espera, ¿por qué nos lo dices por separado?
               -¿Por separado?
               -Sí, ¿por qué no nos lo dices estando juntos?
               -Es que es un asunto un poco delicado, verás… joder, esto es complicadísimo, no sé cómo cojones lo hacen los demás… bueno, mira… que… estoy… me… yo…
               Scott frunció el ceño.
               -¿Sí?
               -Me estoy… viendo con…
               -¿… con…?
               Su nombre estaba atrancado en mi garganta. Me era imposible escupirlo.
               -¿Te imaginas que no la conozco, y todo esto es para nada?-Scott sonrió, intentando quitarle hierro al asunto.
               -Te aseguro que la conoces. De hecho, fuiste la primera persona en conocerla-solté sin poder frenarme, y él frunció el ceño un instante. Un único instante.
               Cuando comprendió a quién me refería, le cambió totalmente la cara. Se le borró la sonrisa de la boca y un gesto de estupefacción y enfado le atravesó el rostro.
               Se acabó. Ya lo sabe. Y te va a pegar. Así que dilo en voz alta y cierra los ojos para que te pueda dar un puñetazo sin que tus reflejos lo esquiven.
               -Me estoy viendo con Sabrae.
               Cerré los ojos y la negrura me tragó. Tomé aire y lo retuve en mis pulmones, a la espera de que llegara el golpe. Scott parecía estar calculando impacto, ángulo y fuerza.
               Tardaba demasiado.
               Así que abrí un ojo y me lo quedé mirando por entre las pestañas, exactamente igual que había hecho con su hermana esa misma noche.
               Scott dio una calada de su cigarro y esperó a que continuara.
               -¿No vas a pegarme?
               -¿Debería? Mi hermana ya es mayorcita para saber lo que se hace, y tú también. No soy su dueño.
               -A ver, que técnicamente no me he acostado con ella aún, pero… estamos follando, vaya.
               Scott parpadeó.
               -Bueno, follamos a veces, otras veces sólo yo le…-me quedé callado, pensando con qué cara me quedaría yo si Jordan viniera y me dijera que a veces no  follaba con Mimi, sólo le comía el coño.
               Scott alzó las cejas y se mordió los labios.
               -Guo, eh… demasiada información-chasqueé la lengua.
               -Sí, un poco, la verdad-Scott se mordió el piercing y soltó una risa nerviosa-. Sólo por aclarar… ¿desde cuándo?
               -Hace un mes. Y pico. Desde la pelea. La noche que te fuiste a acompañar a Eleanor a casa y Sabrae siguió con nosotros.
               Scott asintió.
               -Que sepas que seguimos su ritmo, ¿eh? Soy súper respetuoso con ella. Se ha corrido más veces que yo.
               -Alec…
               -Estadísticamente, estamos hablando de un promedio de tres contra uno.
               -Es impresionante, Alec, pero…
               -Gracias, pero bueno. Ya sabes que me gusta tener a las chicas contentas. La primera vez fue un poco… desastre, la verdad. Se puso a llorar. Pero no por nada que yo le hiciera, ¿vale?-atajé al ver la cara de Scott-. Es que le hice daño. O sea, no a propósito. Quiero decir…
               -Alec.
               -… ya sabes que cuando la chica no está lo suficientemente excitada, puede molestarle.
               -Alec.
               -Y yo soy muy grande y tu hermana es pequeñita, así que en realidad es culpa mía por no haberlo previsto.
               -Aaaaaaaaaaaalec.
               -Pero quiero que sepas que en cuanto me dijo que le dolía yo paré y cambiamos de tema. O sea, la excité más; la puse contra la pared del cuarto morado y…
               Scott abrió muchísimo los ojos y se abalanzó hacia delante. Me puso la mano en la boca y nos miramos un momento cuando me calló.
               La separó despacio de mí, asegurándose de que no decía nada más.
               -Te agradezco un montón toda la información que me estás dando, Al, y estoy seguro de que si Sabrae te ha elegido a ti es porque eres un compañero sexual increíble, pero… entiéndeme. Tengo que verla en casa a todas horas. No puedo saber qué hacéis o dejáis de hacer. Además, es mi niña. Mi tesorito. No la veré de la misma forma si me entero de que se dedica a gemir como una perra contigo cada fin de semana.
               -No gime. Grita.
               Scott me fulminó con la mirada.
               -Grita muy fuerte.
               -Tú quieres que yo te pegue para poder ir llorándole y que te consuele, ¿no es así?-espetó con los ojos entrecerrados, y yo me eché a reír.
               -Te juro que no lo hago a posta, S. Ya me conoces. No puedo mantener la lengua quieta.
               -¡ALEC!
               -¡Te prometo que no lo decía con mala intención!
               Scott soltó una risotada.
               -No puedo contigo, Al, te lo juro-negó con la cabeza y me dio una palmadita en la mejilla-. ¿Me permites un consejo?
               -No.
               -Soy tu cuñado, así que te lo voy a dar igual-soltó, y yo me crucé de brazos.
               -No somos novios.
               -Tu cuñado sexual-especificó Scott, y yo me eché a reír.
               -¿Qué consejo?
               -Ten cuidado-me miró a los ojos y yo me estremecí ante la intensidad de su mirada.
               -Sí, sí. Tranquilo, que lo hacemos con condón y me aseguro de que no se rompan para no dejarla embarazada ni…
               -No, si yo no lo digo por preñarla. Lo digo por si os pasáis algo-Scott me miró con intención y yo asentí con la cabeza. Agradecí que dijera os pasáis y no le pasas, aunque las posibilidades de que fuera yo el portador de una enfermedad eran casi del 100%.
               Salvo las genéticas, claro.
               -Porque a ver, Al. No te ofendas, pero estando con varias chicas a la vez, es cuestión de tiempo que… ya sabes.
               -Ya.
               -Que no te lo digo a mal ni nada, ¿eh? Que no te parezca mal, pero yo sé lo que tengo en casa, y también sé con quién ando.
               -Si te sirve de consuelo, nunca lo he hecho sin nada con Sabrae. Y Pauline y Chrissy están limpias. Me ocupo de mis asuntos.
               -Pues me quitas un peso de encima, hermano-sonrió, agradecido, y yo asentí-. Y me alegro de que seas tú, la verdad-me dio una palmada en el hombro y se frotó las manos.
               -Que sea yo, ¿qué?
               -Pues… el que tiene a la pequeña tan contenta. Es contigo con quien habla por el móvil, ¿no? Está todo el día con él, y no lo suelta. No para quieta, y no hay quien la cabree. Especialmente los fines de semana. En el fondo ya no es divertido, pero si se está pillando por ti, pues genial-Scott se encogió de hombros y sonrió. Se giró sobre sus talones y echó a andar en dirección a la puerta.
               -¿De veras crees que se está pillando por mí?-dije en tono esperanzado, olvidada toda afrenta que Sabrae me hubiera hecho a lo largo de la noche.
               Scott se agarró a la puerta y se volvió para mirarme sobre su ceño semi fruncido, como diciendo: Alec, te quiero un montón… pero no eres completito.
               -A ver, Al. Le han salido unas ojeras del tamaño de Siberia. Está dejando de dormir por ti, y tú también. Si eso no es amor, que baje Alá y lo vea.
               Noté cómo una sonrisa estúpida me cruzaba la cara. Cuando Sabrae se marchó, parte de mi enfado se debía a que me había rechazado a su manera.  Le había puesto mis cartas encima de la mesa y ella las había recogido y me las había devuelto sin mirarlas siquiera. Sólo era un juego.
               O eso pensaba yo. Porque, si era verdad lo que Scott decía, no sólo no era un juego para ella, sino que iba tan en serio como yo.
               La hacía feliz. Hacía que sonriera, que no soltara el móvil y que fuera imposible que Scott y sus hermanas pequeñas la picaran. Me la imaginé hablándoles de mí a sus amigas, me la imaginé pidiéndole consejo a Sherezade con respecto a cómo lidiar conmigo… y me dije a mí mismo que la buscaría en cuanto pudiera. Iría en su busca y la perdonaría a pesar del mal que nos habíamos hecho, porque hasta Scott le parecía que teníamos futuro.
               Aunque mis emociones enseguida se desinflaron como un pez globo una vez pasa el peligro. Puede que hubiera sido así hasta entonces, y que estuviera dispuesta a decirme que sí con anterioridad, pero yo la había cagado y necesitaba recuperar su confianza. Sabrae seguía cabreada conmigo y yo tenía que encontrar el modo de hacer que me perdonara.
               Cuando entré en la discoteca y me senté con mis amigos a disfrutar de lo que quedaba de noche, trazando mis planes y decidiendo cómo volvería a estar a la altura, no me esperaba que ella ya estuviera dentro.
               Empezaron a sonar unos acordes familiares y Diana y Tam se levantaron extasiadas.
               Miré a las chicas que se dedicaban a abrirse paso en la pista de baile, en una canción que era sólo para ellas.
               -Talking in my sleep at night, making myself crazy…
               Y, de la nada, entre la multitud, como una aparición, surgió ella. Sus trenzas brillaban con los colores del espectro de los colores que pertenecían a los dos sexos: primero azul, después morado, finalmente rosa. Caminó hacia el centro de la pista con decisión, sus pechos balanceándose al ritmo que marcaban sus caderas y sus pies, y se giró para mirar a sus amigas y gritar:
               -OUT OF MY MIND, OUT OF MY MIND.
               Se dedicaron a dar brincos al ritmo de Dua Lipa, prometiéndole al chico con el que estaban que no pensaban cogerle el teléfono, abrirle la puerta ni dormir con él. En el momento en que la intérprete decía la última parte del estribillo (eso de que “si estás debajo de él, no vas a poder superarlo”), sus ojos buscaron el sofá entre la multitud y me encontraron.
               Establecimos contacto visual y Sabrae sonrió, giró sobre sí misma y se volvió hacia sus amigas, dejándome bien claro el mensaje.
               Esta canción es para ti, Al.
               Todas buenas vibraciones que me hubiera transmitido la charla con Scott se evaporaron. En lo único en que podía pensar era en que se divertía a mi costa, se lo pasaba bien sabiendo que yo permanecía sentado mirando cómo me torturaba con ese cuerpo.
               ¿Esas tenemos? Muy bien.
               Decidí que no me acercaría a ella, que no le seguiría el juego como lo había hecho todas las noches. Siempre iba yo en su busca, y no al revés. Puede que yo la hubiera cagado, pero ya era hora de que Sabrae me trajera su precioso culo hasta mí, en lugar de ir yo a por él.
               Cuando terminó la canción, me miró una última vez por encima del hombro y se volvió con sus amigas a la esquina de la que habían salido. Nos pasamos las siguientes canciones mirándonos sin pudor ninguno, ella cruzando y descruzando las piernas, recordando mi lengua en ellas, y yo bebiendo chupito tras chupito, imaginándome que atravesaba la pista de baile y la hacía mía.
               Un par de tíos aparecieron por entre la gente y las chicas les sonrieron. Sabrae se levantó y se colgó del cuello de uno de ellos: Hugo. A pesar de que me había dicho que era amiga de su exnovio, y nada más, el mismo sentimiento oscuro y ardiente que me había invadido cuando vi su perfil de Instagram por primera vez explotó en mi interior.
               Como sabiendo los efectos que tenía en mí, y deseosa de torturarme, Sabrae hizo un hueco en el sofá y palmeó el espacio a su lado. Espacio que el chaval no tardó en ocupar. Apenas había terminado de sentarse cuando Sabrae volvió a mirarme, y, esbozando una sonrisa traviesa, se cruzó de piernas y tocó con una de sus rodillas la de Hugo, en la misma actitud íntima que Diana tenía con Tommy.
               Me levanté y miré a Bey.
               -¿Te gusta esta canción?
               Bey hizo una mueca.
               -Has tardado en sacarme.
               -Lo bueno se hace esperar, reina B.
               Bey se echó a reír, se terminó su bebida y sorteó el mar de piernas del sofá en dirección a la pista de baile. Cuando encontré un hueco, me volví hacia ella y dejé que pegara su cuerpo al mío mientras sonaba el ritmo enloquecido de Crazy, Stupid Love de Cheryl Cole. Bailamos como nunca y disfrutamos como siempre, acoplándonos y separándonos en el momento preciso, con la sincronización de la que sólo una amistad verdadera te puede hacer disfrutar.
               La canción se terminó y Bey jaleó los primeros acordes de la siguiente. Aproveché para girarme en busca de Sabrae, y cuál fue mi sorpresa cuando no me la encontré con sus amigas. Escaneé el local con la mirada, pero no había rastro de ella.
               La encontré en una esquina de la pista, dando brincos mientras sonaba Thunder a todo volumen junto al tal Hugo, a quien quise ir a cruzarle la cara. Tomé aire y traté de concentrarme en el cuerpo de Bey, pero no pude aguantarlo más y me fui al sofá para intentar tranquilizarme mientras Logan y Scott competían por ver quién era el más rápido en terminarse unos chupitos.
               Supe que no iba a solucionar fácilmente lo de mi cabreo con Sabrae cuando se me llenó la boca de ácido al verla acercarse a Tommy y saltar, literalmente, sobre él. Tommy la recogió en el aire y Sabrae soltó una carcajada, le hundió la mano en el pelo y le dio un beso en la mejilla.
               Y luego, mientras sonaba Work, de Rihanna, empezó a frotarse contra él como se había frotado contra mí. Le ponía el culo en la entrepierna y bajaba y bajaba y bajaba tanto que parecía no tener huesos en la espalda que impidieran que descendiera más. Se giró y se encaró con él en el momento en que Drake entraba en escena, y los dos se inclinaron hacia atrás mientras el rapero decía que había que bajar, bajar, bajar. Y bajaron, bajaron, bajaron, mientras yo me bebía un chupito detrás de otro y trataba de frenar el maremoto de celos que me azotaba.
               Como se siga pegando así a ella, voy y le arranco la cabeza.
               Me pregunto qué hará si le doy tal puñetazo que lo mando a España.
               Le voy a cortar las putas manos.
               No. La. Toques. Así.
               Alec, tío me recriminé a mí mismo, ¿qué haces pensando cosas así de una tía que no es tu novia, y de uno de tus mejores amigos?
               Bebí un nuevo chupito y abrí la boca para deshacerme de su fuego.
               -¿Qué pasa, Al?-preguntó Diana, que se había percatado de la forma en que no dejaba de consumir alcohol como un poseso.
               -Nada.
               -Pareces molesto.
               -Pues no lo estoy-protesté, frunciendo aún más el ceño y arrugando la nariz. Diana siguió la trayectoria de mi mirada y se encontró con que observaba a Tommy y Sabrae, que en ese momento volvía a frotarse contra él de forma lasciva.
               -¿Tienes celos de Tommy?
               La atravesé con la mirada.
               -Es de mis mejores amigos.
               -Yo una vez me tiré de los pelos con una amiga por un chico. Y la polla lo mereció-sonrió, perdida en sus recuerdos. Me imaginé dándome de hostias con Tommy por ver quién se llevaba a casa a Sabrae, y lo peor de todo es que la idea no terminó de disgustarme.
               -Debería ser yo quien está bailando así con ella.
               -Pues vete a bailar así con ella-Diana se cruzó de piernas y se encogió de hombros.
               -Eso implicaría que ella ha ganado. Y siempre gana ella.
               -A las chicas nos gusta ganar.
               -Y yo odio perder.
               Me levanté y me dirigí a la barra. Si tenía que arder, por lo menos lo haría a lo grande: en una hoguera que vieran desde Egipto.
               -Ponme lo más fuerte que tengas-le dije  una de las camareras de Jordan, y ella me miró con aprensión. Jordan se acercó y ocupó su puesto.
               -Lo más fuerte que tengo es absenta.
               -Pues absenta.
               -¿Con qué?
               -A palo seco.
               -Con dos cojones, di que sí-dio una palmada en la barra y me miró-. ¿Qué te pasa?
               -Sabrae es lo que me pasa, ¿me das mi puta bebida o no?
               -Te doy una cerveza y vas que chutas. ¿Cuántos chupitos te has tomado ya?
               -¿Quién es el pringado que se cuenta los chupitos?
               Jordan puso los ojos en blanco, me abrió una cerveza y me la tendió. Puse los ojos en blanco y le di un trago, apoyado en la barra. Ni siquiera quería mirar hacia la pista, pero mi pesadilla vino en mi busca.
               -Coca Cola, Jor, cuando puedas-le tendió un billete que Jordan recogió con rapidez, antes de que alguien le dijera que debería cambiar de opinión por tratarse de la hermana pequeña de uno de sus amigos. Sabrae tamborileó con los dedos en la barra y fingió no verme, así que yo no abrí la boca y me centré en mi cervecita, que por lo menos estaba fría.
               Por fin, Sabrae me miró de reojo y se volvió hacia mí. Recogió su cambio y la Coca Cola y me sonrió con fingida calidez.
               -Uy, Alec. Estabas ahí. No te había visto.
               -Mido casi metro noventa-espeté-. Es un poco difícil no verme.
               -Yo, por el contrario, soy bastante bajita. Supongo que es por eso por lo que no has venido a visitarme.
               -¿Es que siempre tengo que ir yo?
               -Es lo suyo-contestó ella, encogiéndose de hombros.
               -Sí, bueno, disculpa si no me apetece ir en tu busca para que vuelvas a dejarme a medias.
               Sabrae soltó una risotada y se giró para mirarme.
               -¿Sigues cabreado por eso?
               -¿Por qué lo dices en ese tono? Habría que verte a ti si estuvieran las tornas cambiadas.
               -Te recuerdo que esto de dejar a medias lo empezaste tú. Yo sólo te sigo el juego.
               -Así que esto es sólo un juego para ti, ¿eh? Ya es la segunda vez que me lo haces. ¿Vamos al mejor de tres, o qué?
                -Al de cinco. Así, será más divertido-dio un sorbo de su Coca Cola y sonrió al alzar las cejas. Apreté la mandíbula y no se me escapó la forma en que sus ojos volaron hacia mi mentón.
               -¿Estás intentando ponerme celoso a posta con Tommy?
               -¿Está funcionando?-la sonrisa marca de la casa, aquella sonrisa torcida que Scott tenía tan dominada, le atravesó la boca.
               -No me busques las cosquillas, Sabrae-advertí en tono oscuro, y Jordan se me quedó mirando un segundo-, o te terminaré cogiendo con tantas ganas que se te olvidará hasta tu nombre de lo fuerte que te lo voy a hacer.
               -Dudo que pueda olvidármelo-contestó ella, recogiendo su vaso-, si tú no paras de gemirlo.
               Y se fue así, sin más, dejándome con la palabra en la boca y unas ganas tremendas de ir corriendo tras ella y demostrarle que la que mejor se lo pasaba de los dos, era ella. No le interesaba cabrearme.
               Vi cómo iba derecha con el tal Hugo y yo me terminé la cerveza, obediente, y regresé al sofá. Sabrae bailaba de nuevo, esta vez con un chico que yo no conocía, y me recliné en el sofá a observarla y trazar un plan.
               ¿Qué pasará si voy a arrancarle la cabeza a ese subnormal?
               ¿Y si le pego una paliza?
               Fijo que nadie se atreve a acercarse a ella.
               Pero ella me odiará.
               Pero tengo formas de hacer que se le pase la mala hostia.
               Sonreí pensando en lo bien que se me daba hacer que Sabrae se olvidara de todo menos de mi nombre. La recordé tumbada en la mesa de billar, preparada para mí, y me mordí el labio tan fuerte que noté el sabor metálico de mi propia sangre en la boca.
               Sí, sospecho que hay pocas cosas que ella no me perdonaría.
               Nuestras miradas se encontraron un segundo, atraídas hacia la presencia del otro como dos imanes de polaridad diferente. Nuestros ojos chocaron entre la multitud y Sabrae se mordió el labio. Rompió el contacto visual para mirar a Hugo y sonrió ante algo que él le decía. Le acarició la mejilla de esa forma en que sólo ella puede acariciarla, haciendo que te creas el más especial del mundo… y me miró por el rabillo del ojo, disfrutando del efecto que sus acciones tenían en mí.
               ¿Esas tenemos? ¿Quieres celos? Te voy a dar yo celos.
               -Sí-le dije a Bey a una pregunta que acababa de hacerme, sin prestar atención. Ella alzó una ceja e hizo un mohín.
               -¿En qué estás pensando?
               -En nada-escaneé la multitud en busca de unos destellos rubios, y enseguida me encontré con Diana, que daba brincos al ritmo de la música, en el centro de un minúsculo sistema solar compuesto por ella y un puñado de tíos que babeaban con la longitud de su falda y la profundidad de su escote.
               -T-me volví hacia Tommy, que en ese momento charlaba a gritos con Max-, ¿me prestas a Diana para una cosa?
               Tommy se puso tenso.
               -No es lo que piensas.
               -Sí es lo que pienso. Es lo que pensamos todos los tíos en esta habitación.
               -No todos-atajé, y Tommy sonrió, se encogió de hombros y agitó la mano en el aire.
               -Hazle todo lo que ella te deje.
               Fui en su busca, abriéndome camino entre la multitud, y Diana lanzó un grito de alegría al verme. Los tíos que la rodeaban se detuvieron un instante.
               -¿Me ayudas con una cosa?
               Diana buscó por toda la discoteca hasta dar con Sabrae.
               -¿Soy tu nueva arma?
               -Algo por el estilo-contesté-. ¿Te importa?
               -¿Es broma?-respondió, llevándose una mano al pecho y soltando una carcajada sincera-. En absoluto.
               Atraer a Sabrae a nosotros como una mosca a la miel fue coser y cantar. Apenas terminé la segunda canción con ella, escuché que unos acordes familiares atronaban en los altavoces. Una presencia cálida y familiar se presentó a mi espalda.
               -¿Qué hay, Didi?
               -Estás guapísima, nenita.
               -Gracias-sonrió Sabrae, y me señaló con el dedo-. ¿Me lo prestas?
               -Todo tuyo, bonita-Diana le dio un beso en la mejilla y se escabulló entre la gente. Sabrae alzó una ceja, altiva.
               -¿Usar a Diana para atraerme? ¿En serio?
               -¿Celosa, Malik?
               -¿De ti, Whitelaw? Ya quisieras-se puso de puntillas para susurrármelo al oído-. ¿Enterramos el hacha de guerra?
               -Justo me iba a marchar a sentarme. Estoy molido. Demasiada actividad, y confío en que la noche terminará sonriéndome.
                -Te está sonriendo ahora mismo-contestó, señalando al techo. Sacudí la cabeza y le dediqué mi mejor sonrisa torcida, aquella que conseguiría que hasta una monja tuviera pensamientos impuros.
               -Yo creo que no. Lo siento, bombón. No bailo a The Weeknd con cualquiera.
               Sabrae frunció el ceño, abrió la boca, la cerró, pensó sus palabras… y la volvió a abrir.
               -La semana pasada la bailaste conmigo.
               -Era una ocasión desesperada que requería una medida desesperada.
               Sabrae parpadeó, estupefacta y un poco herida.
               -¿Yo era una ocasión?
               -Sabrae… no empieces.
               -No. Está bien saberlo. Está de puta madre saberlo-comenzó el puente antes del estribillo e inclinó la cabeza-. Por cierto… ni se te ocurra decir nigga.
               -Nos ha jodido. ¿No sólo no me dejas correrme como yo quiero, sino que tampoco puedo cantar mi canción favorita como la canta The Weeknd?
               -No tienes derecho. Eres blanco. Y yo no soy un conjunto de agujeros donde meterla.
               -¿A qué viene eso?-la agarré de la muñeca para que no se escapara.
               -A que que ibas a decir nigga. Te he visto hacerlo más veces, pero quiero achacarlo a que no eres racista, sólo gilipollas.
               -Me refiero a lo de los agujeros. ¿Cuándo coño te he tratado yo como un conjunto de agujeros donde meterla?
               -Acabas de hacerlo-respondió, zafándose de mi mano, fulminándome con la mirada y desapareciendo entre la gente. Hecho una furia, fui a sentarme en el sofá, y apenas mi culo tocó la piel de cuero, me arrepentí de todo lo que había dicho. Sí, Sabrae tenía razón: la había tratado como un puto trozo de carne. Mi actitud no era propia de mí, estaba como enloquecido. Jamás había tratado a una chica de esa forma ni nunca le había hablado a una mujer así.
               Sabrae me sacaba de mis casillas, Dios. Su área de influencia era demasiado grande, y yo era demasiado pequeño.
               Le envié un mensaje a Jordan, rezando porque no fuera demasiado tarde. Le pedí que pusiera a Jason Derulo, una lentita para que pudiéramos arrimarnos y hablar. Me levanté cuando Starboy terminaba y me dirigí hacia el sofá donde Sabrae estaba con sus amigas, y las tres se giraron hacia mí para fulminarme con miradas hostiles nada más llegar. Ella ni siquiera se dignó a mirarme.
               -Es Jason Derulo.
               Sabrae suspiró.
               -Eres muy observador.
               -¿Bailas conmigo?
               -¿Por qué debería hacerlo?-preguntó, jugueteando con su vaso.
               -Porque te lo estoy pidiendo ahora.
               Parpadeó, cansada.
               -Me lo prometiste.
               -Era una situación desesperada.
               Eso me cabreó un montón. Situación desesperada, ¿de qué? Si me lo había dicho ella sin que yo le dijera nada para provocar esa reacción. Había sido ella quien había decidido hacerme la promesa de que sólo bailaría a Jason Derulo conmigo… sólo conmigo.
               -¿En qué sentido?
               Sabrae hizo sobresalir su labio inferior y buscó con la mirada a Hugo, que estaba unos sillones más allá, hablando con unos críos de su edad.
               -Necesitaba una polla-contestó-, y tú estabas ahí.
               Asentí con la cabeza, imitando su gesto.
               -Y ahora que tienes una, yo salgo de escena, ¿no?
               -Puedes quedarte por aquí, por si tu suerte cambia. A mí no vas a molestarme-dio un sorbo de su bebida, se levantó, pasó a mi lado, chocando mi hombro con el suyo, y se dirigió hacia Hugo. Se inclinó hacia él, le cogió la cara entre las manos y le plantó el beso más largo que le había visto dar en mi vida.
               Y no me lo estaba dando a mí.
               Las tres chicas estaban tan alucinadas como yo, pero ellas podían permitirse el lujo de poder mostrarlo. Yo, no. Fui a por mi chaqueta al sofá y regresé a su mesa. Eché un vistazo hacia Sabrae, que se enrollaba de forma obscena con el tal Hugo. Quise dejarlo paralítico.
               Sus ojos oscuros se abrieron y se clavaron en los míos mientras Hugo la cogía de la cintura y la frotaba contra él, haciendo que gimiera en silencio, mostrando sus dientes al cielo nocturno que no podía verla bajo tantas capas de cemento.
               -Decidle que no voy a molestarla más esta noche-les dije a las chicas, y Amoke, la del pelo naranja, abrió la boca.
               -Alec…
               -Decidle que puede hacer lo que quiera, que es exactamente lo que voy a hacer yo.
               Con la chaqueta en la mano, ascendí por la rampa y me perdí en la noche de diciembre.


Alec tardó en llegar a casa lo mismo que tardé yo en que había cometido el error más grave de toda mi vida.
               Aproximadamente entre nada, y aún menos.
               No sé cómo lo hizo, si trotó o directamente se teletransportó, pero el caso es que cuando yo lo vi marcharse y no conseguí reunir el suficiente valor para ir tras él y decirle que sólo le demostraba hasta qué punto podía doler verme, o imaginarlo, con otra persona que no entrara en el reducido círculo de nosotros dos, fue demasiado tarde.
               Terminé de enrollarme con Hugo y me acerqué a mis amigas.
               -¿Os ha dicho algo?
               -Que hagas lo que quieras, que él también lo va a hacer-contestó Taïssa con cara de circunstancias, sus trencitas azules enmarcando su cara. Kendra miraba por la rampa por la que había desaparecido Alec, todavía sin creerse lo que estaba sucediendo.
               Momo se levantó y vino a abrazarme; sentí las yemas de sus dedos en mi espalda desnuda.
               -Lo siento tantísimo, cariño, yo… no pensé que las cosas se saldrían tan de madre.
               -No pasa nada. Me has dado un buen consejo. Si nos separamos, es que no estábamos destinados el uno al otro. Sólo nos haríamos daño-mentí, pensando en que era imposible que Alec sólo me hiciera daño. Era demasiado bueno para mí, me entendía a la perfección incluso cuando yo había creído que no me conocería.
               Nos lo pasábamos demasiado bien juntos, tanto física como emocionalmente. Nunca me había reído tanto con los comentarios de un chico como me había reído con los suyos. Jamás había gozado del sexo como él me hacía gozar.
               Y ahora él se había ido. Yo lo había alejado de mí, y, a la vez, no había hecho más que ver cómo se me escurría entre los dedos como la arena de un desierto. Me dije a mí misma que sólo había acelerado el proceso: simplemente abrí las manos.
               Lo que no me esperaba era sentir aquella sensación de vacío en mi interior.
               -Me marcho-anuncié, y las chicas se levantaron-. No. Vosotras, quedaos. Me voy con Hugo.
               Las chicas parpadearon, confusas.
               -Necesito alguien que me caliente la cama esta noche.
               -Yo puedo…
               -Un chico, Momo.
               Momo tragó saliva y asintió con la cabeza. Me abrazó de nuevo.
               -Lo lamento tanto…
               Le di un beso en la mejilla y sorteé a la gente en dirección a mi hermano, a quien me encontré riéndose con Tommy y Bey. Ignoré a la última y les dije a los chicos:
               -Hoy no dormiré en casa. ¿Se lo diréis a mamá?
               -¿Se puede saber dónde vas?
               -Estaré bien. Díselo a mamá. No quiero que se preocupe-le di un beso en la mejilla-. Adiós.
               -Hasta mañana, peque.
               Me dirigí derecha a Hugo, intentando no tambalearme. Me abracé a mí misma cuando llegué hasta su mesa y él se levantó.
               -¿Me llevas a casa?
               Hugo asintió con la cabeza, y en al minuto siguiente el viento me azotaba en la cara. La temperatura había descendido demasiado y me notaba helada a pesar de que llevaba toda la noche metida en sitios con calefacción.
               Alec le dio una patada al suelo para arrancar su moto. Había tomado la precaución de llevarla en silencio hasta el final de la calle, donde nadie la relacionaría con él. El motor rugió cuando impulsó la moto hacia delante, llevando a Alec a su nuevo objetivo: la casa de Chrissy.
               Todo habría sido mucho más fácil si nos hubiéramos cruzado y yo hubiera salido a su encuentro, pero no fue así. Estábamos demasiado lejos, el uno del otro.
               Hugo me miró, confundido, cuando vio que no tomaba el camino hacia mi casa, sino que continuaba recto en dirección a la suya.
               -¿Saab?
               Me acerqué a él, odiándome a mí misma por cómo lo estaba utilizando para llenar el vacío que Alec acababa de dejar en mí.
               -¿Puedo dormir contigo esta noche?
               Hugo parpadeó.
               -Hace mucho que no estoy con una chica.
               -Eso no me importa.
               Me miró un momento, sopesando las posibilidades, y luego asintió.
               -Mis padres no están en casa.
               Eso eran las estrellas, demostrándome que estaba tomando el camino correcto, aunque fuera un sendero lleno de espinas.
                Cuando llegamos a su casa, Hugo se giró hacia mí y me besó.
               -¿Estás segura de esto?
               -Te echo de menos-contesté, acariciándole el cuello y tragándome el nudo de mi garganta-. A ti, y a lo fácil que era todo cuando estábamos juntos.
               Me devolvió el beso y metió las llaves en la puerta de su casa. Subimos las escaleras en silencio, cogidos de las manos, lentamente.
               Mientras tanto, Alec subía las escaleras del edificio de Chrissy de dos en dos, apoyándose en la barandilla e impulsándose hacia delante. Llamó a la puerta  de Chrissy, que se había quedado en casa porque se le había terminado el dinero.
               -¿Alec…? ¿Qué…?
               -Quiero follar-dijo él, y se abalanzó sobre ella. Devoró su boca mientras yo besaba a Hugo-. Muy, muy duro-metió la mano por su camiseta y manoseó sus tetas mientras yo me descalzaba y tiraba despacio de mis vaqueros-. Avísame si te hago daño.
               La agarró de la cintura y la clavó en el bulto de sus pantalones, que se había despertado al ver que dormía con una camiseta blanca de tirantes y unas bragas, y nada más.
               Hugo me besó despacio, metió la mano por dentro del tirante de mi bañador y acarició despacio mis pechos, sonrojándose al notar la reacción de mi cuerpo a unas caricias cuyo dueño no se correspondía con la cara que yo veía en mi mente.
               -¿Tienes preservativo?-pregunté.
               -No podemos hacer mucho ruido-dijo Chrissy-. Los vecinos…
               -Que se quejen-contestó Alec, que literalmente le rompió la camiseta para liberar sus atributos femeninos-. Dios-jadeó, abalanzándose a devorar sus pechos.
               -Sí, todavía me queda la caja de… bueno, ya sabes de cuándo-comentó Hugo, y se giró para buscarla mientras Chrissy le arrancaba la camisa a Alec y le bajaba rápidamente los pantalones, frotándose contra él, húmeda, lista, ansiosa.
               Hugo y yo seguimos besándonos, el condón sobre la mesilla de noche.
               Cuando me harté de tanto preliminar, tiré de sus pantalones y liberé su erección. La acaricié para que creciera y Hugo jadeó en mi mano, vertiéndose en mi palma.
               -Lo siento, Saab.
               -No te preocupes-contesté.
               En ese instante, Alec entraba con fuerza en el interior de Chrissy.
               -AH-gritó ella-. SÍ.
               -Sí-gimió él-. Que se quejen. Sí-la embistió con fuerza y Chrissy chilló.
               A las dos nos dolió el sexo esa noche. A mí, porque Hugo era pequeño y yo necesitaba la grandeza de Alec. A Chrissy, por la fuerza con la que Alec la poseía, toda la rabia que sentía hacia mí volcada sobre ella.
               Chrissy y Hugo disfrutaron a la vez; Alec y yo, no. A pesar de que él llegó a correrse, no se sentía satisfecho.
               A mí no me gustó, a pesar de que Hugo me hizo el amor como nunca. Pero yo no quería que me hiciera el amor: quería que me follara duro. Sólo quería que Alec me hiciera el amor, o que otro chico me follara duro para que así no me doliera estar con Alec y sí estar con otro.
               Alec le dio la vuelta a Chrissy y la penetró por detrás, en la postura que más tarde a mí me volvería loca en la que su miembro entraba tan profundo que casi lo sentías en tus entrañas. Chrissy jadeó, gritó, le arañó, y Alec jadeó, gritó, la manoseó, la empaló y la sujetó por las caderas, generosas, sudorosas, ansiosas de él, mientras derramaba su placer dentro de ella.
               Hugo jadeó, gimió, me besó y me acarició mientras yo jadeaba, gemía, besaba y le acariciaba, acompañando los movimientos de su cadera con las mías, luchando por engañarme a mí misma y decirme que el que me poseía era Alec. Y me odiaba por ello.
               Alec se follaba a Chrissy engañándose a sí mismo y diciéndose que a quien estaba poseyendo era a mí. Y se odiaba por ello.
               Cuando se corrió, siguió pensando en mí, y cuando se derrumbó en la cama, sudoroso, jadeante y agotado, siguió pensando en mí.
               Esto habría sido mil veces mejor con ella.
               Cuando me cansé de que Hugo estuviera en mi interior, haciéndome daño no siendo quien yo anhelaba, fingí correrme. Hugo se quedó quieto y continuó besándome mientras yo me detestaba por tratar de engañarlo de una manera tan ruin y mezquina. Hugo se tumbó a mi lado, cansado, sonriendo.
               -¿Te ha gustado?
               -Sí-luché por sonreír y le di un beso en la palma de la mano. Entrelacé mis dedos con los suyos y cerré los ojos un momento, incapaz de soportarme a mí misma.
               Esto habría sido mil veces mejor con él.
               Alec se revolvió en la cama y Chrissy se acurrucó a su lado, temblando aún por el orgasmo.
               Porque estoy enamorándome de ella. La quiero.
               Me revolví en la cama y me acerqué a Hugo. Le di un beso en la mejilla y apoyé la frente en su pecho, escuchando la cadencia agitada de su corazón.
               Porque estoy enamorándome de él. Le quiero.








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6 comentarios:

  1. alec y sabrae son: TONTISIMOS.

    Una vez aclarado esto, vamos con lo importante:

    QUÉ BUENA ERES ERIKA DE VERDAD ES QUE NO ME LO CREOOOO Y QUÉ LARGO EL CAPÍTULO Y QUÉ BUENO DE VERDAD UFUF
    💖💖💖💖💖

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    1. IMBÉCILES DESDE QUE NACIERON

      buah que no se note que queria dejarlo en este punto exacto y que por eso estuve tanto tiempo escribiendo, y tambien en parte para que tuvierais mas que releer si os apetecia ais 🙈
      Gracias por comentar otra vez June jo ojala esto se convierta en costumbre, no sabes la ilusion que me hace volver a verte por aqui💘

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  2. PEDAZO CAPÍTULO TE HAS MARCADO ERIKA DE MI VIDA. O SEA, LITERALMENTE HE CASI LLORADO, HE REÍDO Y HE TERMINADO EL CAPÍTULO CON LAS LÁGRIMAS CORRIENDOME POR LAS MEJILLAS MIENTRAS CHILLABA COMO UN CERDO EN UNA MATANZA. DE VERDAD, PARA DE ESCRIBIR TAN JODIDAMENTE BIEN. NO PUEDO MÁS.
    VAMOS POR PARTES.
    LA PARTE DEL BILLAR O SEA, QUÉ COJONES ME ESTÁS CONTANDO. LITERALMENTE YO TMB ME HE CABREADO CON SAAB POR LA NO MAMADA PERO LA CONVERSACIÓN HA SIDO MUY CUQUI, ME PONE DE MALA HOSTIA QUE TODO SE HAYA TORCIDO TANTO, SON UNOS CABEZONES LOS DOS JODER.
    HABLEMOS DE QUE MI NIÑO SCOTT MI PRÍNCIPE MI REY Y MI VIDA HA REACCIONADO COMO UN HERMANO EJEMPLAR Y QUE HE SHIPPEAFO COMO UNA PERRA LO DE QUE SALÍA DE LOS BAÑOS CON UNA SONRISA ETC, MI YO SHIPPER SCELEANOR HA VUELTO ZORRAS.
    LUEGO EL MOMENTO DE CELOS INTENSOS Y LO DE TOMMY MAMINAAAA, ESTABA PUTO LIVING JODER ES QUE MEES HA PARECIDO UNA MARAVILLA. LOS CELOS ME PARECEN UNA SANTISIMA MIERDA PERO ES QUE ESTABA LIVING JODER, LIVING.
    Y POR ÚLTIMO EL FINAL DEL CAPÍTULO, MIRA ME CAGO EN TODOS MIS MUERTOS MISMAMENTE, POR POCO NO ME PONGO A LLORAR A LÁGRIMA VIVA ES QUE ME HA DADO MAZO PENA JODER. QUE LO ARREGLEN YA YO NO PUEDO ESTAR ASÍ MUCHO TIEMPO MÁS JODER.
    Pd: Me acabo de dar cuenta de que he escrito todo el mensaje en mayúsculas y parece qje estoy enferma, en fin. Te quiero eri 💜

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    1. FUI A POR VOSOTRAS DESCARADAMENTE BUAH Y PIENSO EN LO QUE SE VIENE ENCIMA Y NO ESTAIS PREPARADAS HERMANA
      El momento billar se nota se siente Patch y el calenton estan presentes
      Scott siendo un sol literal staneamos por siempre
      BUAH TIA A MI LO DE LOS CELOS ME DEJO BUAH ES QUE NO SE ME PARECEN ALGO LOGICO Y DE HECHO SABRAE LO VA A AHABLAR CON SHER QUE TENGO LA CONVERSACION YA ANOTADA Y BUF INTERESANTISIMA LA CHARLA MADRE HIJA AY
      El final no sera el bombazo del verano??,,,🤔🤔 asi es
      Pd: me pide me perdona😉 yo tambien te quiero mucho ais 💘

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  3. Cuando me dijiste que querías dejar la novela en un momento determinado pensé, ilusa de mí, que iba a ser en la reconciliacion. Por un lado te beso la cara por subirnos esto antes de irte y por otro te la golpeo por dejarnos así antes de irte. No entiendes que tenemos que aguantar asi dos semanas?! DOS SEMANAS ERIKA. DOS. 2. TWO. DEUX (ni si quiera se si escribe asi en frances porque odio ese idioma pero no pasa nada, pa lante). Que jesus me guarde porque no se si aguantaré.
    Me ha parecido de puta madre que Sabrae le diese su merecido a Alec, que se joda un poco sinceramente. Se pensaba que se le había perdonado rapidamente y no no, error. Pero también te digo que de darle su merecido a hacerle lo que le ha hecho Sabrae hay una gran diferencia. Aun que mas bien ha sido mutuo. Se han comportado como dos crios de dos años que se quitan sus juguetes favoritos mutuamente. Es que ni Scott y Tommy cuando eran bebes y jugaban juntos tenian tantas tonterias. Ya que menciono Scott aprovecho para decir que le amo y que le echaba de menos. Ha sido un cuquito con Alec dios mio, le como la cara la boca y lo que no es la boca. Le ha animado muchisimo y le ha hecho ver que Sabrae estan igual de enchochada que el (aun que le haya durado poco). No me puedo creer que le matases maldita perra. UNA PERSONA NO MUERE SI SIGUE EN NUESTRO RECUERDO Y POR ESO SCOTT NUNCA HA MUERTO.
    Continuamos para bingo, me ha parecido rastrero utilizar a Hugo de esa manera, joe que el chico es un chachico de pan. Y de igual manera a Chrissy. Que valen que se pueden follar a quienes quieran pero no con esos fines coño, como se nota que son adolescentes (hablo como si yo tuviese 40 años, en fin). Y BUENO. BUENO. Cuando Alec le dice a las amigas de Sabrae lo de “Decidle que no voy a molestarla más esta noche” me lo he imaginado con una expresión super triste, pero que luego se ha tornado a furiosa cuando ha vuelto a hablar y me ha dado muchisima pena. Son los dos exactamente iguales y eso es lo peor de ellos dos como pareja. Es que le pegaba una colleja a cada uno para que se espabilasen porque telita. TELITA. Encima los dos se arrepentiran un monton de los que han hecho o no, capaz que se ponen gallitos los dos y se tiran otra semana o semanas sin hablarse porque así son ellos. Encima cuando he terminado de leer he recordado que voy a tener que volver a vivir la pelea de Scott y Tommy y encima desde el punto de vista de Sabrae que ve como sufre Scott y Alec. Es que no estoy preparada. ODIO ESTA NOVELA DIOS MIO. LO UNICO QUE HACE ES HACERME SUFRIR O BIEN POR CODAS BONITAS O POR COSAS FEAS COMO ESTA, PERO LA COSA ES SUFRIR.
    En fin, ni si quiera se cuando te voy a dejar este comentario, son todo desgracias en este blog.

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    1. Ilusa de ti INDEED patri ay como puedes ser tan ser de luz y no desconfiar de mi a estas alturas de la película
      Bésame y azotame lo que quieras porque realmente me lo merezco, lo deje en un punto muy bueno tanto por el interes como por la linea temporal, ya entenderas a que me refiero A SU DEBIDO TIEMPO JEJEJEJEJEJE (lo escribiste bien oleeee vive la france 🇫🇷)
      Sabrae Puñales Malik me encanta esta cancion y como esta Alec flipado y como se chinan h se ponen farrucos y les sale el tiro por la culata buah que pasada de historia sinceramente no se que hice para merecer escribirla solo espero estar a la altura
      La aparicion especial de Scott me dio años de vida ay dios mio le echo un monton de menos mi hijisimo
      Mira cuando meten a Chrissy y Hugo ya se pasan sinceramente especialmente Sabrae porque Chrissy como ya vereis se huele ya algo porque ya noto los cambios de actitud de Alec pero es que Hugo el pobre es super inocente y no sabe NADA pero en fin nadie es perfecto y Sabrae por desgracia tampoco 😞 aunque tendra tiempo de redimirse
      Y lo de “no la voy a molestar” lo dice enfadado y triste a la vez es que cuando lo escribi me lo imaginaba chulo pero al leer tu comentario dije “buah es que en realidad el esta DESTROZADO” es que date cuenta de que le pregunto oor el a Sabrae y ella dijo que no pasaba nada y el primer chico por el que alec se preocupa le come la boca a su chica delante suya buah su corazoncitoel momento en que se dan cuenta sinceramente de los mejores de la novela buah que ganas de que se pongan las cartas sobre ma mesa el salseo ya esta aqui
      Cada vez que sonrias al ver un nuevo capitulo piensa que eso es que falta uno menos para ver la pelea de Scommy de nuevo😈
      Que tengas una buena semana😇

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