miércoles, 1 de agosto de 2018

Señor de la guerra.

Antes de que te pongas a leer, quiero que sepas que al final del capítulo tienes una encuesta respecto de éste que me gustaría que contestaras. ¡Tu opinión es muy importante para mí! 


La moto ronroneó y vibró entre mis piernas, impaciente, mientras yo me quedaba mirando la nada. Ante mí se extendía el asfalto iridiscente de uno de los miles de puentes que atravesaban el Támesis y conectaban las dos mitades de Londres entre sí. La decisión se cruzar de una orilla a otra sólo te correspondía a ti, pero tu ciudad te brindaba todas las oportunidades que quisieras para cruzar al otro lado.
               Hacer lo que necesitaras hacer.
               Lo correcto.
               O meter la pata hasta el fondo.
               Eras quien decidía y eras quien lidiaba con las consecuencias, no nuestra gloriosa capital. Por eso, había que escoger muy bien, con mucho cuidado, cuál sería tu siguiente movimiento.
               El semáforo sobre mi cabeza parpadeó sin que yo me moviera. El verde continuó brillando con la fuerza de mil soles, pero yo mantenía la vista fija en la carretera, incapaz de tomar una decisión.  Incapaz de sentir la moto bajo mis pies.
               Da la vuelta, Alec. Da la vuelta, tío. Da la vuelta, joder.
               Casi podía escuchar la llamada de Jordan desde la distancia, implorándome que hiciera lo correcto y que no me marchara con Pauline por puro despecho. No tenía nada que demostrarle, nada que ocultar que Jordan no supiera ya. El problema era que yo no quería admitirlo en voz alta, apenas me atrevía a admitirlo para mí mismo.
               Y, aunque me dolía reproducir en bucle lo que Jordan me había dicho con respecto a Scott (¿Crees que te querrá cerca de ella si no puedes decirlo en voz alta?), una parte de mí creía que estaba haciendo lo correcto. No podía dejar que ella me definiera. No podía dejar que ella me hiciera dejar de ser quien era.
               Todos los fines de semana echaba un polvo. Todos. Sin excepción. Nunca me encontraba con un obstáculo lo suficientemente grande como para que yo no pudiera salvarlo y cumplir con mi objetivo en la vida: meterme en las bragas de la chica de la semana. Por mucho que ese obstáculo fuera Sabrae.
               Me odié a mí mismo por considerarla un obstáculo, después de todo lo que había hecho por ella, no sólo la noche anterior, sino a lo largo de todas nuestras vidas juntos.
               Me recliné en el asiento de la moto, sosteniéndola en pie sobre la punta de mis zapatos, y miré el vacío mientras decidía. Algo en mí estaba intentando hacer clic. El semáforo cambió y yo levanté la vista. Rojo. Como sus labios. Como sus mejillas mientras yo le decía alguna guarrada. Como el sentimiento que me llenaba cuando estaba con ella.
               Como el mismo sentimiento que me había llenado cuando leí, hacía tiempo, los comentarios de aquel tal Hugo en su perfil de Instagram. Aquellos celos viscerales que ella había puesto en mí, que ninguna otra sería capaz de poner. Los celos que no me había gustado sentir por ser hijos de quien yo lo era, por ser la conexión que mantenía con mi padre, la última de todas las que había intentado romper durante 17 años de existencia.
               No te la mereces.
               Y ella no se merece cambiarte, respondió una voz oscura dentro de mí. Me volví a inclinar hacia la moto y, haciendo caso omiso tanto del color del semáforo como de las voces en mi interior que me decían que diera la vuelta, me dejé llevar por la rabia que me llenaba y giré la muñeca para apretar el acelerador. La moto salió disparada hacia delante, con un rugido triunfal de puro júbilo que compartí con la boca dentro de mi casco. Pasé zumbando delante de edificios emblemáticos que hacían las maravillas de los turistas que abarrotaban la ciudad, intentando ignorar cómo me juzgaban desde su augusta altura, y atravesé calles iluminadas por farolas que me ardían en los ojos.
               Estaba traicionando a Sabrae. Yo lo sabía. En el momento en que me bajara de la moto y fuera en busca de Pauline, estaría asesinando lo que fuera que tuviéramos. No es nada, me dije cuando giré la última de las esquinas para llegar a mi objetivo: una inmensa sala de fiestas en el barrio más exclusivo de la ciudad, lleno de hijos de papá y de niñas bien, cuyas faldas eran más cortas a medida que mayor fuera el fondo fiduciario que sus padres les hubieran abierto en esos bancos en los que firmas con pluma y no con un bolígrafo normal y corriente.
               Hay algo intrínseco en la naturaleza de todo londinense que el resto de los ingleses admiran y repudian a partes iguales. Somos una nación orgullosa preocupada de su imagen, pero este afán por hacernos de más se multiplica en Londres. Los que nacemos bajo los dominios de Buckingham Palace y a los ojos de la silueta recortada del London Eye y el Big Ben tenemos un talento innato para hacer de forma natural lo que al resto de ingleses les cuesta más o les cuesta menos: nos encanta aparentar. Somos reyes haciéndonos pasar por lo que no somos. Fingimos mejor que nadie en este país que inventó el teatro con Shakespeare, y los realities con Geordie Shore.
               Estando allí, yo aparentaba que Sabrae no había puesto mi vida patas arriba.
               Aparqué la moto frente a un garaje e ignoré las miradas cargadas de intención de los tíos que se tambaleaban en la acera, esperando a que la cola de la sala Asgard avanzara. Pauline me había enviado la ubicación hacía varias horas, y sin embargo yo tenía la certeza de que no se había movido del sitio. La sala Asgard era una de las salas de fiesta más prestigiosas de la ciudad, con una entrada que casi nunca bajaba de las 50 libras y unas bebidas de garrafón que te hacían que te preguntaras por qué te gastabas ese pastizal en un alcohol que te sentaría peor que beber lejía directamente de la botella de fregar de tu madre. Podías pasarte perfectamente varias horas haciendo cola para que te dieran un sablazo impresionante, y todo…
               … porque el paraíso del pecado se escondía tras sus puertas.
               Si las minifaldas de las niñas bien en el Soho son escandalosamente cortas, la sala Asgard era al Soho lo que Las Vegas a un ludópata. Los tíos pagábamos por entrar a ver una colección variadísima de ropa interior femenina, que de interior tenía más bien poco. Y las tías, entraban a pescar a algún niño mimado con la cartera suelta que les financiara la borrachera.
               Anda que Max y yo no habríamos espantado a busconas en cuanto a Tommy o Scott los reconocían en esa sala. Prácticamente teníamos que hacer de sus guardaespaldas mientras ellos se emborrachaban y se quedaban sin dinero: entonces, podían irse tranquilos con alguna de las chicas que estaría encantada de entretenerles la tarde.
               Avancé con decisión hacia las puertas del local, rezando porque estuviera el gorila que nos había atendido las últimas dos veces que fuimos a la sala de fiestas. Contuve una sonrisa triunfal cuando me acerqué lo suficiente para ver cómo un mastodonte de origen latino y gafas de sol extendía el brazo para evitar que un par de chicas borrachas como cubas entraran en la sala Asgard. Era mi hombre.
               -No lleváis tacones.
               -Los hemos perdido-protestó la más lúcida de las dos, intentando mantenerse en equilibrio. El gorila frunció los labios.
               -Sin tacones, no hay entrada. Descalzas, menos todavía. Apartaos de la cola.
               -¡Venga, tío! Que nos ha tocado la lotería, ¡queremos gastar!-protestó la más borracha, arrastrando las vocales de una forma en que me dieron ganas de reírme. El portero se fijó en que yo me acercaba, noté su mirada clavarse en mí mientras yo me sacaba las manos de los bolsillos y hacía crujir mis nudillos.
               Entraría en la sala a hostia limpia, si hacía falta. Pero a mí no me impedían meterme dentro, sacar a Pauline y descargar toda mi rabia en su cuerpo. Si tenía que tumbar al colega de traje y gafas a lo Will Smith en Men in black, que así fuera.
               Cuadró los hombros, listo para un enfrentamiento. Mierda. Puede que me rompiera el labios antes de que consiguiera dejarlo inconsciente. Bueno, no sería la primera vez que una tía me mordía el labio partido y me ponía cachondísimo.
               -Richard-saludé, alzando las cejas. Recordar su nombre en el último segundo fue un movimiento magistral que no esperaba guardarme en la manga. Richard se quitó las gafas de sol para estudiarme con sus ojos oscuros y la nariz arrugada. Estiró de nuevo el brazo para impedir que las dos borrachas se colaran en la fiesta-. Soy Alec-le recordé.
               -Sé quién eres. ¿Vienes solo?
               -Lo siento-alcé los hombros-, hoy vuestras minas de oro están castigadas.
               Richard frunció el ceño.
               -Al jefe no le va a gustar.
               -Ya, bueno… siempre me puedes dejar pasar a mí, dejar que me lo pase bien, que les dé envidia a Scott y Tommy y conseguir que vengan el fin de semana que viene, ¿qué te parece?
               Richard se echó a reír.
               -¿Cómo tienes tanto morro, chaval?-indicó la cola con un movimiento de cabeza y yo me giré. Fingí estudiar unas posibilidades que ni de coña iba a tener en cuenta. Me mordí el labio y me pasé una mano por el pelo, notando el efecto que eso tenía en todas las féminas de la cola. Incluidas mis dos amigas, doña Coma Etílico Incipiente y Borrachera Del Siglo.
               -Hacer cola es de pringados-espeté, tirando de mi mejor sonrisa de niño bueno pero con un puntito travieso. Richard se echó a reír, me dio una palmada en el hombro y dejó que me acercara a la taquilla. Las chicas que mantenía retenidas comenzaron a protestar.
               -¿No puedes hacer una excepción con nosotras? ¿Por favor?
               -Tú, encanto-me llamó la más borracha, que parecía ser la lista de las dos. Me giré y me llevé una mano al pecho, como diciendo, ¿es a mí?-. Sí, tú. Llevamos una hora y tres cuartos haciendo cola, ¿podrías ayudarnos?
               -Las reglas de este local son muy estrictas.
               -Haremos lo que sea-prometió, y la sonrisa oscura que me atravesó la boca hizo que a su amiga la recorriera un escalofrío.
               -Emeraude, no sabes lo que…
               -Te la chuparemos. Las dos.
               -¡Emeraude!
               Miré a Richard, y mi sonrisa se acentuó un poco.
               -¿Rick, podrías…?
               -Qué morro tienes, chaval.
               -Considera esto un favor personal.
               -¿Como el que van a hacerte estas dos?-quiso saber él, y yo les guiñé un ojo a mis nuevas amigas.
               -A ver qué te parece el trato: dejas pasar a Emeraude y su ángel de la guarda, y yo te consigo una sesión de entrenamiento personal con uno de los mejores entrenadores de todo Londres. Una fábrica de campeones. Mi propio entrenador-Richard parecía tentado-. ¿Alguna vez te he hablado de mis campeonatos? Me retiré campeón.
               -Te retiraste subcampeón. Tu amiga, la del pelo afro, me lo contó.
               -Sí, bueno, el campeón hizo trampas. Pero no soy una persona rencorosa-me encogí de hombros-. ¿Tenemos trato?
               Por toda respuesta, Richard apartó el brazo y la borracha corrió hacia mí mientras su amiga la seguía, reticente. Sacaron sendos billetes de sus bolsos minúsculos mientras el grupo de chicas de detrás protestaba.
               -¡Yo se la chuparía en este mismo callejón, sin pedirle nada a cambio!-escuché que gritaba una mientras abría la puerta para mi obra benéfica de la noche. Estuve a un pelo de girarme y pedirle a Richard que la dejara pasar a ella también.
               -No pienso chupártela-anunció la amiga de Emeraude, alzando un dedo meñique en mi dirección. Emeraude se volvió hacia mí.
               -Pues yo sigo interesada, ¿dónde quieres que…?
               -Paso. Disfrutad de la noche, chicas-ambas se miraron, asintieron con la cabeza, se despidieron de mí con sendos besos en la mejilla y se perdieron entre la gente a la velocidad del rayo. En los ojos de la lúcida pude comprobar la confusión.
               Has rechazado una mamada, Al. Jordan tiene razón, estás pilladísimo.
               Tomé aire y lo expulsé lentamente por la nariz. Fui esquivando a la gente por el pasillo que conectaba la sala grande con los reservados, los baños y las instalaciones exclusivas del personal, y, por fin, llegué a la puerta gigante por la que se colaban unos acordes de rap que me encantaron. Por eso había querido ir Pauline esa noche. Había una actuación en directo.
               Después de comprobar la escasa cobertura que tenía allí dentro, me armé de paciencia y fui en busca de mi francesa preferida.
               Ya había salido de fiesta con Pauline otras veces, e incluso aunque no lo hubiera hecho, la conocía lo suficiente como para saber que le encantaba estar en el foco de atención. Llegaba la última a los conciertos y no le importaba tirar de atractivo sexual o de agresividad femenina para acabar posicionada en la primera fila. Siempre que quedábamos y había algún tipo de artista relacionado, ella me arrastraba entre la gente hasta quedar tan cerca del cantante que pudiéramos tocarlo. Normalmente no me molestaba, pero esa noche me desquició. Me costó Dios y ayuda llegar hasta la mitad de la sala, y la cosa empeoraba a medida que te acercabas al escenario. Apenas podía prestar atención a la retahíla de canciones que se iban sucediendo y que amenazaban con echar la sala abajo.
               Y entonces, la vi. En un flanco del escenario, levantando las manos al ritmo de la música y cantando a la vez que el artista invitado de la noche. A su alrededor había un espacio libre, ocupado por tíos demasiado ocupados en mirar su espectacular culo moviéndose al ritmo de la música y realzado por los tacones como para molestarse siquiera en llenarlo.
               Estaba con sus amigas, que gritaban y jaleaban al artista igual que lo hacía ella. Estaba increíblemente sexy, con un vestido corto, de color verde, ceñidísimo a sus curvas y que le dejaba la espalda al aire. Dejaba muy poco a la imaginación; tanto, que incluso su riñones disfrutaban del roce de las puntas de su pelo negro mientras no dejaba de dar brincos.
               -I WILL NEVER STOP-clamó el artista, y Pauline sonrió y gritó esa frase con toda la fuerza de sus pulmones. Como si fuera una señal, salí de mi ensimismamiento y me acerqué a ella cual depredador, confiado en mí mismo. Esa presa no se me iba a escapar-. GOT, GOT, GOTTA GIVE EVERYTHING I GOT. YEAH, YEAH, I WILL, I WILL, I WILL NEVER STOP, NOW I’M IN THE SPOT, THEY SAY I’M GETTING HOT, SO LIKE IT OR NOT, I WILL NEVER STOP.
               El escandaloso estribillo dio paso a una segunda estrofa con una base del rítmico chasquido de unos nudillos que me catapultó a la primera vez que había escuchado esa canción. Never stop, de Hidden Citizens y Jung Youth. Formaba parte de la banda sonora de The Equalizer II, ¿cómo podía no haberla reconocido? Jordan y yo solíamos ponernos ciegos a comida basura mientras veíamos en bucle las películas de Denzel Washington, y ésta formaba parte del tráiler.
               Aprovechando la música que me rodeaba, me acerqué a ella. El artista se paseó por el escenario mientras Pauline, ajena a mi manera de acecharla, agitaba la cabeza y movía los labios pintados de rojo en el mismo sentido en que lo hacía el cantante.
               -Got ‘em shook to the core, know I’m making moves, I ain’t never getting bored…
               No, yo no iba a aburrirme esa noche. Le pesara a quien le pesara. Jordan podía cabrearse conmigo todo lo que quisiera, que con Pauline de esa guisa, yo no podía pensar en otra cosa que no fuera si llevaba o no ropa interior.
               Mi apuesta era que sí, pero me encantaría no llevar la razón.
               Estiré la mano y rocé la parte baja de sus lumbares, haciendo que ella se estremeciera con el contacto. Sorprendentemente, ni me soltó una bofetada ni trató de zafarse de mí. Se giró un poco para comprobar que efectivamente era yo, sonrió complacida y se inclinó hacia mi oreja para gritarme en el oído:
               -¡Has venido!
               Asentí con la cabeza, acariciándole la cintura. Pauline sonrió, me acercó a la boca su vaso a medio beber, y soltó una estridente carcajada que apenas escuché por el caos de la fiesta cuando di un largo trago. Me limpié un par de gotas que se me deslizaron por la barbilla con el dorso de la mano y Pauline, borracha, emocionada por la música y excitada por la fiesta y por mi presencia, ni corta ni perezosa, me pasó la punta de la lengua por la mano y luego me comió la boca.
               Noté la decepción y el odio visceral de todos los tíos perforarme como si de mil taladros se tratara. Me giré con satisfacción para ver cómo se dispersaban poco a poco cuando Pauline se giró y siguió cantando a voz en grito. Le di una palmada en el culo y dejé mi mano allí, satisfecho con la expresión de ira del último de mis intentos de contrincantes.
               De normal yo soy una persona tranquila y pacífica, pero en el amor y en la guerra todo vale. Así que imagínate lo que valdrá en la guerra por hacerle el amor a una tía. Me convertiría en un señor de la guerra, si hacía falta.
               -If you wonder why I push it day and night, then y’all be sleeping, ah!-gritamos todos, pero yo más que ninguno, pensando en el tanto que me había apuntado contra los otros tíos y lo bien que me lo iba a pasar esa noche. Pauline daba brincos sobre sus tacones a mi lado, con mi mano en sus lumbares y una sonrisa iluminándole el rostro. Incluso parecía colocada de tanta felicidad que exudaba, pero no podía importarme menos. La haría disfrutar, sudar cada milímetro de todo lo que hubiera tomado, y pertenecerme sólo a mí.
               Terminó la canción y el artista aplaudió al público, haciendo reverencias y agradeciendo la atención que le habíamos prestado. Pauline se volvió hacia mí, me cogió la cara con las manos, me clavó las uñas en las mejillas y sonrió como sólo una chica que sabe que has cruzado media ciudad por estar con ella puede hacerlo.
               No hay nada que haga crecer el orgullo femenino como un tío moviendo cielo y tierra para meterse entre sus piernas.
               -Sabía que no me defraudarías.
               -¿Lo he hecho alguna vez?-inquirí, juguetón, y Pauline se echó a reír, negó con la cabeza y se volvió hacia sus amigas, aprovechando el instante de silencio mientras la banda se preparaba para una nueva canción.
               -¡Chicas! ¿Os acordáis de Alec?-se colocó a mi costado y se apoyó en mi hombro mientras me daba una palmadita en el pecho y aleteaba con las pestañas, como diciendo “sed buenas con él”. Aunque preferí pensar que lo que intentaba era que la cubrieran y que no me contaran la cantidad de veces que Pauline les había hablado de mí después de un polvo bestial en una tarde en que no esperaba verme.
               -Como para no hacerlo-se burló una, examinándome de arriba abajo. Le guiñé un ojo y las chicas se rieron, complacidas por mi poca vergüenza y mi durísima cara.
               -La pregunta es, ¿nos acordaremos de ti, o de tu familia, cuando él te saque de este tugurio?
               -Nenas, estáis en cualquier cosa menos en un tugurio-las reprendí, y ellas volvieron a reírse-. ¿Me acompañas a por una copa?-me giré hacia mi francesa favorita, que asintió con la cabeza, se mordió el labio y se despidió con un gesto de la mano de sus amigas, las cuales no parecieron sorprendidas por su repentino cambio de actitud. Dejé que Pauline me guiara entre la gente, que se abría para ella como el Mar Rojo para Moisés, aunque con intenciones bien diferentes, y fingí no darme cuenta de la forma en que me miró cuando llegamos a la barra y me incliné para pedir un vodka negro.
               -Odias el vodka negro-rió cuando la camarera me dejó el vaso enfrente sin más ceremonia, demasiado ocupada en atender los cientos de pedidos que le llovían como un diluvio. Pauline se puso una mano en la cintura y pestañeó despacio, juguetona.
               -Pero vas a pedirme que te invite, ¿a que sí?
               -¿No va a salir de ti?
               -Ya lo ha hecho-respondí, dando un trago de la bebida y tratando de disimular el fuego que me ardió en la garganta-, pero yo también quiero emborracharme.
               Se acercó a mí y me puso las manos en el pecho. Las mías volaron hacia su cintura y se quedaron allí, firmes y valientes como el asentamiento de una avanzadilla en campo enemigo.
               -Alec…-ronroneó, y yo di otro sorbo para mantener las distancias. Estábamos jugando a una partida de póker complicadísima, y yo no quería mostrarle mis cartas todavía.
               Aún no las había leído. Lo único que sabía era que iba a ganar la partida hiciera lo que hiciera; los dos lo haríamos. Otra cosa era la forma de llegar. Despecho o excitación. Ira… o lujuria.  Iba a cometer un pecado esa noche, estaba claro que no iba a ir al cielo. Pero, puestos a ser malos, al menos yo tenía la última palabra en cuanto a lo que la razón de apartarme del camino de la probidad se trataba.
               Nadie me quitaría eso. Ni siquiera cierta chica con la piel de chocolate y una sonrisa que otorgaba superpoderes.
               -No uses ese tono conmigo-la reprendí en el mismo tono coqueto, y ella se mordió el labio, y mis ojos bajaron en picado hacia su boca.
               -¿Por qué?-una sonrisa le cruzó la boca.
               -Necesito una cama para lo que tengo en mente hacer contigo.
               Pauline soltó una risa escéptica.
               -Nunca te ha importado hacerlo en un baño.
               -Puede-asentí con la cabeza y di un nuevo sorbo antes de que Pauline me arrebatara el vaso, como finalmente hizo-, pero me gusta ser el que los estrena. Los de aquí están demasiado utilizados.
               Asgard prometía pocas cosas para poder cumplir con todas, y una de esas promesas consistía en el desenfreno de sus fiestas. Desenfreno que, por otra parte, solía desembocar en que no podían utilizarse en los baños. ¿Cómo lo había escuchado decir alguna vez por un relaciones públicas más espabilado que los demás?
               Ah, sí. Música alta, ríos de alcohol, y un montón de sexo escandaloso y tremendamente sucio en los baños.
               Adivina cuál fue la razón de que convenciera a mis amigos de visitar ese sitio.
               Si tenía el nombre de la casa de los dioses nórdicos, no era por casualidad.
               Pauline dio un sorbo lento de su copa, poniendo morritos y con los ojos fijos en mí. Se me secó la boca.
               -Así que…-separó el vaso de sus labios y bajó sus enormes pestañas cuando contempló el borde del vaso, al que comenzó a acariciar con la punta de su dedo índice, acabado en una uña afilada y bien pintada que me moría por sentir arañando la piel de mi espalda mientras la hacía gritar indecencias-… ¿has cambiado de opinión?-sus ojos se alzaron y me estudiaron. Se pegó el vaso al hombro para que no pudiera robárselo-. Me disgustaste un montón esta tarde, cuando me dijiste que no tenías pensado salir de casa.
               -Es que te echaba mucho de menos-contesté. En sus ojos apareció una chispa de inteligencia.
               -¿A toda mí, o sólo a partes de mi cuerpo?
               La tomé de la cintura, le aparté un mechón de pelo que se le había quedado pegado a los labios tras la oreja, y contesté:
               -Yo te follo a ti entera.
               Pauline rió como una niña con juguetes nuevos. Se terminó la copa de un trago y disfrutó de mi mirada cargada de intención, pensando en qué más cosas podía hacer con esa lengua tan diestra en lo que beber vodka respectaba.
               -Vamos a mi casa.
               -Llevo esperando que digas eso toda la noche.
               Se inclinó hacia mí, me dio un húmedo y apasionado beso, y tiró de mí para llevarme de vuelta fuera a la calle. Dejó que me adelantara para ir hacia la moto y dejó escapar una exclamación cuando la vio.
               -Me encanta cuando la traes-acarició la tapicería con absoluta adoración, y yo sentí celos de mi moto. En ese momento, lo único que quería era sentir esas caricias. Aunque puede que me gustaran más las caricias de otra.
               -No pensarías que había venido andando, ¿verdad?
               -Cuando se trata de echar un polvo, es como si te salieran alas en la espalda.
               -No me jodas-me detuve en seco y me envaré-, ¿sólo vamos a echar un polvo?
               -Dame el casco, venga-extendió la mano y se lo colocó en la cabeza.
               -¿Quieres que te tape?-me ofrecí, y ella frunció el ceño-. Quiero decir… si no quieres darles una alegría a todos los tíos de la fila y que sepan de qué color llevas las bragas-señalé la cola creciente de gente, en la que varios ojos se habían vuelto hacia nosotros, todos masculinos, todos observándola a ella-, te sugiero que me utilices de pantalla.
               -Ya te gustaría que me exhibiera para ti de esa manera-se burló, y yo me eché a reír, me encogí de hombros y me subí a la moto-. Pensándolo bien…-meditó, y yo me volví hacia ella-. No mires-ordenó, y yo alcé las manos y arranqué la moto, aprovechando que todavía estaba yo solo, mientras Pauline se demoraba en subir. Parecía buscar el ángulo perfecto para que nadie viera nada, y por fin, después de varias maniobras, sentí la calidez de su cuerpo contra el mío y su peso agachando la moto por la parte trasera. Me rodeó con las piernas y se pegó a mí.
               -Agárrate-ordené.
               -Tú mandas-contestó, y me abrochó la cazadora antes de meter las manos en sus bolsillos. Me eché a reír. Pauline haría lo que fuera con tal de no darme un gusto, pero a la vez estaba dispuesta a cualquier cosa con tal de acariciar mis abdominales. Confieso que los cuidaba más desde que me había enterado de que eran la segunda parte de mi cuerpo que más le gustaba.
               A la primera ya le daba bastante amor, no estaba precisamente desatendida. Ella misma se encargaba de comprobarlo en inspecciones rutinarias y aleatorias.
               Giré la muñeca y la moto se lanzó hacia delante, haciendo que Pauline soltara una exclamación ahogada y se echara a reír cuando el cóctel de adrenalina y alcohol comenzó a invadir todo su cuerpo. Se pegó más y más a mí y yo hice varios giros cerrados por el mero placer de sentir cómo clavaba las uñas en los músculos de mi vientre, convencida de que se iba a caer en cualquier momento.
               Frené en seco en medio de la calle para sentir la presión de su busto en mi espalda y ella sacó una mano de los bolsillos para darme un manotazo en el hombro.
               -¡No seas malo!-me riñó, y yo me eché a reír. A partir de entonces, mi conducción fue mucho más tranquila y pausada. Noté cómo se relajaba tanto en la presión que ejercía como en su lenguaje corporal. Incluso apoyó la cabeza en mi espalda mientras pasábamos por la orilla del Támesis bajo el límite de velocidad-. Es preciosa-comentó, apartándose el pelo de la cara y estudiando los reflejos de la parte de negocios en las aguas calmadas del río. Brillaban como un espejismo multicolor sobre el negro pizarra que dividía Londres en dos.
               -Sí. Y toda tuya-casi grité para hacerme oír por encima del sonido del viento, que le arremolinaba el pelo en torno al rostro, y de la barrera del casco. Vi que Pauline esbozaba una sonrisa por el retrovisor y me besó la espalda.
               Por fin, llegamos a su casa. Apagué la moto a los pocos metros y dejé que la inercia nos arrastrara hacia el callejón. Frené en seco y Pauline volvió a pegarme, soltando una risita por lo bajo. Se quitó el casco y se inclinó para comprobar que estaba todo en orden: pelo, maquillaje…
               Me bajé de la moto y le tendí la mano. Pauline alzó una ceja.
               -¿Ahora eres un caballero?
               -Que te vaya a hacer todo lo que las religiones prohíben no quiere decir que no vaya a tratarte bien-contesté, y Pauline parpadeó, su ceja un poco más alzada, pero una incipiente sonrisa le bailaba en la boca. Aparté la mano-. ¿O es que no te trato bien?
               -Depende-se deslizó por la moto de un modo sensual, hasta quedar sentada donde iba yo siempre. Pasó los dedos por el manillar y apretó una manilla. Eso habría hecho que saliéramos disparados hacia delante si hubiéramos estado los dos sobre la moto en marcha. Por suerte, nada de eso sucedió.
               -¿Depende?
               -¿Crees que follarme duro es la forma apropiada de tratar a una dama?
               Me acerqué a ella y pegué mis labios a los suyos. Pauline disfrutó de la cercanía. Se mordió el labio y sacó la lengua de su boca. Con la punta acarició mi labio superior, pero yo estaba demasiado metido en mi papel de mafioso como para responder a su provocación.
               -Cuando te follo duro es cuando más me preocupo de estar tratándote bien.
               -Me preguntas demasiado.
               -La culpa es tuya-contesté, y abrí la boca para intentar darle un mordisco en la lengua, pero ella fue más rápida y la guardó entre sus dientes-. Siempre me contestas. Y todo son guarrerías. ¿Besas a tu madre con esa boca que dice cosas tan sucias?
               -¿Besas tú a tu madre con la tuya, que hace cosas tan sucias?
               -Y la abrazo con estas manos-contesté, colocándoselas en los muslos y apretándola contra mí. Pauline lanzó un gemido, notándome duro. Parecía incluso sorprendida de la respuesta de mi cuerpo, pero, ¿qué esperaba? Se había pasado todo el viaje frotándose contra mí, y yo no era de piedra. Sabía lo que estaba provocando, lo quería.
               Empecé a besarla de una forma invasiva, como adelantando lo que pasaría a continuación. Pauline gimió de nuevo cuando mis labios descendieron por su cuello. Me clavó las manos en el culo mientras yo la mordisqueaba, siguiendo la trayectoria de las venas, y comenzó a subir sus manos por mi espalda, lento pero fuerte, como si quisiera grabarme sus huellas dactilares a base de hacer presión. El bulto de mi entrepierna la presionaba en el centro de su ser, y a pesar de que nos molestaban las capas de ropa que había entre nosotros, fue una tortura de la que disfrutamos ambos. Comencé a mover las caderas y Pauline jadeó en mi oreja. Pude escuchar cómo se mordía los labios y dejaba escapar un lascivo “oh, joder…” cuando mis movimientos se hicieron más acentuados y la presión en su sexo aumentó.
               Noté cómo se excitaba para mí, cómo se abría como si de una flor que recibe la primavera se tratara. Pauline me clavó las uñas en los omóplatos y yo solté un gemido que hizo que ella suspirara.
               -Sí…-gimió cuando yo me vengué presionándola con más fuerza en su sexo.
               Y entonces, comenzó a jugar sucio. Llevó sus manos hasta mi nuca y enredó los dedos en mi pelo, impidiendo que yo me alejara más de un centímetro de su boca (como si tuviera pensado hacerlo). Me pasó la lengua por los labios y yo aproveché para morderle el inferior. Una de mis manos bajó hasta su busto y le acarició los pechos, arrancándole un nuevo gemido.
               La otra bajó hasta sus muslos. La dejé descansar en su rodilla el tiempo suficiente como para que temblara de anticipación, y entonces empecé a subir. Me deslicé por la tela de su vestido y ella se echó a temblar. Podía olerla. Podía notar el aroma de su excitación encendiendo todas las células de mi cuerpo, haciéndome crecer, endurecerme.
               -Alec…-jadeó, y si mi nombre no era la palabra más sucia del mundo, no quería escuchar la que le hubiera quitado la corona. Podría correrme sólo con escuchar a las tías diciendo mi nombre así. Mi nombre jadeado en ese susurro ronco que se escapaba de los labios de las mujeres era mi punto débil, mi talón de Aquiles.
               -Dilo otra vez-le pedí, y mi otra mano bajó hasta su culo. La situé de modo y manera que apenas quedara apoyada en la moto, todo el peso de su cuerpo reposando en un punto: mi erección. Si estuviéramos desnudos, estaría dentro de ella.
               Estaba a dos segundos de arrancarle las bragas, bajarme la bragueta y follármela allí, en la calle, encima de mi moto. Imaginarme la sensación de su sexo rodeándome mientras la poseía sobre una de mis pertenencias más preciadas hizo que mi excitación creciera un poco más.
               Joder, me encantaba mi imaginación, aunque me torturase la gran mayoría de las veces.
               -Para, por favor-jadeó.
               -¿Por qué? Te está gustando.
               -Para, o terminaremos haciéndolo aquí-gimió mi nombre y un murmullo gutural me pidió que no me alejara de ella, y yo decidí hacerle caso a ese murmullo. Ese murmullo era su verdadero ser, su instinto no contenido, las ganas que me tenía y los deseos más oscuros. Yo era una especie de genio de la oscuridad, dispuesto a concederle todo lo que ella más ansiara, aunque temiera decirlo en voz alta por vergüenza. Estaba dispuesto a hacer con ella cosas que ninguno de los dos se atrevería a contar nunca para que no nos juzgaran, porque nadie comprendería el fuego que nos consumía salvo nosotros dos, que lo estábamos experimentando en nuestras propias carnes.
               -Siempre he querido hacerlo en la calle-respondí en su oreja, siguiendo la línea que conectaba su cuello con su hombro con la nariz. Pauline se estremeció.
               -¿Y qué hay de lo de mi cama?-inquirió en tono juguetón, pero también curioso, incluso un poco asustado. Me reí cuando la besé en el punto en que cuello y hombro se unen, haciendo que se estremeciera.
               -Nadie ha conseguido echarme en el primer asalto. Sería una novedad que lo hicieras tú.
               Ella rió, y su risa me pareció el sonido más bonito y erótico que había escuchado en toda mi vida. La tomé de la mandíbula y le di un profundo beso, tragándome su felicidad. Ella me puso las manos sobre el pecho y me apartó de ella de un fuerte empujón cuya fuerza me sorprendió. Di un paso atrás para no perder el equilibrio y me llevé una mano a la boca, como si no me creyera lo que acababa de hacer. Pauline sonrió, se deslizó sobre sus muslos y dejó caer sus pies sobre el cemento rajado de la parte trasera de la pastelería.
               Di un paso de nuevo hacia ella, estirando los dedos, pero me detuvo con una simple palabra.
               -No.
               Suspiré y dejé caer la mano a mi costado, poniendo ojos de corderito degollado. Pauline rió, salvó la distancia que nos separaba y me puso una mano en la nuca mientras se inclinaba hacia mi oído.
               -Creía que lucharías un poco más.
               -Soy un chico obediente-contesté, besándole la otra mano.
               -Ya lo veo.
               -¿Por qué me haces esto? Hace literalmente diez segundos íbamos a…
               -Mis padres están en casa. Los vecinos podrían vernos.
               -Me importan una mierda tus vecinos. Quiero tu sabor en mi boca.
               Pauline abrió los ojos por la sorpresa y luego sonrió.
               -No podemos hacer ruido. Y menos en la calle. Podríamos despertar a alguien.
               -Pues que se despierte. Y que se muera de envidia. O, si es una chica, y está buena… ¡estoy abierto a tríos!-levanté la voz y Pauline me tapó la boca, riéndose.
               -Venga, ¡adentro, antes de que venga alguna lagarta! No pienso compartirte.
               Me empujó hacia la puerta trasera de la pastelería y la abrió con un manojo de llaves que sacó de su minúsculo bolso. Me fijé en que, al lado de su móvil y su cartera, había un paquetito de plástico de colores.
               -¿Habías elegido ya a tu plan B?-quise saber, y ella miró el preservativo.
               -Nunca se sabe con qué Dios del sexo puedo encontrarme.
               -Dios sólo hay uno.
               -¿Cómo estás tan seguro?
               -Porque no tengo ningún clon.
               Pauline se echó a reír y empujó la puerta, que se abrió con un débil chirrido. Se llevó un dedo a los labios perfectamente delineados.
               -No hagas ruido, no quiero despertar a mis padres-encendió una luz y un fluorescente titiló en el techo, iluminando cajas y cajas de ingredientes que no necesitaban refrigeración.
               -Pues espero que tengan el sueño profundo, porque he venido a hacerte gritar.
               Ella se echó a reír.
               -Pues, ¡menos mal!
               Fue encendiendo y apagando luces, con mi mano en la suya para evitar que me perdiera, y por fin, después de un breve laberinto, salimos al espacio abierto que yo conocía tan bien: la pastelería. Los expositores de pasteles estaban vacíos, y las cestas con el pan y empanadas recién horneadas descansaban en soledad sobre unas estanterías inclinadas, cubiertas por una fina capa de harina que parecía el rocío de una noche de verano en los campos del interior de Inglaterra. Pauline me llevó hasta la puerta que conducía a su casa e introdujo una nueva llave dentro de la cerradura. Comenzó a subir las escaleras mientras yo me quedaba estudiando el local en silencio, pensando en las posibilidades que había de que la convenciera para echar un polvo allí. Quizá debería plantarme, simplemente, y puede que consiguiera excitarla lo suficiente como para que me dijera que sí a todo…
               -Al-me requirió, y me volví hacia el hueco de las pequeñas escaleras-. ¿Vienes?
               -¿No hay ninguna posibilidad de que perdamos la poca decencia que nos queda y follemos en el suelo donde tus padres se ganan, literal y metafóricamente, el pan?
               -Si nos pillan, me castigarán de por vida. Me mandarán a un convento. Y me harán fregar el suelo con un cepillo de dientes.
               -Soy bueno tapándote la boca cuando estás a punto de correrte. Me pone muchísimo que me muerdas mientras lo haces-me encogí de hombros y Pauline hizo una mueca de fingido fastidio.
               -Estoy a esto-juntó sus dedos corazón y pulgar- de mandarte a casa, meterme en mi habitación y ponerle pilas nuevas a mi vibrador.
               -¿Sabías que ahora los venden con baterías recargables? Si quieres puedes pedirlos, están a mitad de precio. Además, si pones mi nombre como código promocional, te harán un 10% de descuento adicional-sonreí-. Puedo traértelo yo mismo a casa y ayudarte a probarlo.
               -Me estás tocando el coño más de la cuenta.
               Esbocé mi mejor sonrisa traviesa.
               -No sueles quejarte cuando lo hago.
               -Madre mía, estoy a punto de tirarme a un gilipollas-suspiró y continuó subiendo por las escaleras-. Haz lo que quieras, por mí, como si te quedas ahí toda la noche. No me vas a fastidiar el orgasmo, que conste.
               -¿Sólo aspiras a uno? Entonces, te sorprenderé-empecé a subir las escaleras en pos de ella, y me felicité a mí mismo por haber tardado tanto en subir. Eso le permitió sacarme una ventaja que hizo que pudiera disfrutar de una increíble visión de sus piernas. Continué subiendo y subiendo por aquellas piernas kilométricas, sus deliciosos muslos, y…
               Me detuve en seco.
               -Pauline-dije con la boca seca, o más bien gruñí. Ella se detuvo y se volvió levemente hacia mí. Me miró desde arriba, dándome la espalda, como una diosa de la muerte que desciende al campo de una batalla a llevarse las almas de los moribundos que todavía lo pueblan.
               -¿Sí?
               -¿Qué… qué has…?-carraspeé para aclararme la garganta-. ¿Qué has hecho con tus bragas?
               Noté su sonrisa flotar en el aire. Se volvió, condenadamente despacio, y apoyó un codo en la pared mientras separaba sus piernas, haciendo que sus pies tocaran los extremos de la escalera: pared, barandilla.
               No podía dejar de mirarla. Estaba como hipnotizado. Parecía un maldito virgen que veía un coño por primera vez. No sé por qué, recordé a Jordan quejándose de que las tías estuvieran tan “obsesionadas” con que les comiéramos el coño, cuando “lo que tienen allí abajo es feo y sabe mal”.
               No me había reído tan fuerte en toda mi vida. Se notaba un huevo que mi amigo no tenía ni puta idea de mujeres, de sexo, y ya no digamos de coños. No hay nada como escuchar a una tía gemir mientras le das placer con la boca y tú mismo lo devoras. Dios. Sólo con pensarlo se me ponía dura.
               -¿Sabes lo que hay que hacer antes de poner una lavadora?-inquirió en tono críptico.
               -¿Qué…?-fue mi contestación en tono suplicante, y ella sonrió. ¿De qué coño me hablaba? La única relación que encontraba entre una lavadora y lo que me apetecía hacerle era la ropa. Ambas cosas implicaban cantidades indecentes de ropa: una entrando, la otra saliendo.
               -Vacíate los bolsillos.
               La miré sin entender, y ella repitió su orden. Enseguida me llevé las manos a los bolsillos del pantalón, luego, de la chaqueta.
               En el bolsillo contrario al de la cajetilla de tabaco había un bulto tibio y suave. Lo saqué y me lo quedé mirando.
               Estudié la tela de algodón con intrincados bordados en sus extremos de un color rojo pasión. Pauline sonrió mientras mi cerebro procesaba la información.
               -Por cierto-dijo, y yo me la quedé mirando, estupefacto-. Los fines de semana, ya sabes que llevo tanga.
               -¿Cuándo te lo has…? No te he quitado el ojo de encima desde…-me quedé callado. No había dejado de mirarla desde que la encontré en la sala Asgard, salvo por una brevísima interrupción. Cuando me pidió que me diera la vuelta para subirse a la moto.
               La sola idea de imaginármela quitándose la ropa interior en público, subiendo a la moto detrás de mí y pegándose a mí para calentarme, metiéndomela en el bolsillo a modo de sorpresa, me volvió loco. Pensé en lo que había pasado hacía unos instantes, cuando la apoyé sobre mis ganas de ella, y entonces, clavé una mirada hambrienta, primitiva, animal, en sus ojos.
               Si la había olido había sido porque no llevaba nada.
               Si había gemido así era porque la había masturbado con mi erección.
               Si casi habíamos follado encima de mi moto, era porque estaba lista y dispuesta para que yo la tomara como un colonizador a una isla ignota.
               -Si sobrevives al polvo que voy a echarte-la miré, y ella sonrió-, yo mismo te fundaré una religión.
               -Estoy impaciente por ver cómo te arrodillas ante mí para suplicarme que sea misericordiosa contigo, porque no pienso serlo ni un poco.
               Y allí estaba. La noté en su mirada y en cómo todo su cuerpo se puso rígido.
               Mi mejor sonrisa torcida. La que nunca fallaba. La que en Scott tenía nombre. La que hacía que ninguna chica pudiera decirme que no, ni siquiera la chica de la que estaba huyendo esa noche.
               La que haría que Sabrae protestara. “¡Alec, tu sonrisa de Fuckboy® es trampa! ¡Si te piensas que vas a conseguir algo con ella… estás muy…! Vale, venga, vamos a la cama. Tenemos un asunto pendiente que resolver, esa boca y yo”.
               -A mí lo que me gusta es que te portes mal conmigo, no que tengas misericordia.
               Y me abalancé hacia ella. Pauline dejó escapar una exclamación ahogada y echó a correr en dirección a su habitación, pero yo la alcancé antes. La agarré de una mano y la pegué a mi pecho, y con toda la rudeza de mi corazón, la pegué contra la pared y comencé a besarla. Estaba atrapada entre la pared y mi cuerpo, pero no parecía en absoluto intimidada. Se liberó de mi gancho y me recorrió la espalda antes de empezar a pelearse con los botones de mi camisa. Mi chaqueta yacía en el suelo, olvidada, como esperaba que pronto lo estuviera el resto de mi boca.
               Decidí no darle tregua y bajé hasta sus piernas. Le levanté el vestido hasta la cintura y llevé mis dedos a su entrepierna. Pauline dejó escapar un gemido y me mordió la oreja, peleándose más con la camisa.
               -Odio cuando te pones las putas camisas-gruñó en mi boca mientras yo luchaba por separarle las piernas para poder acariciarla mejor, pero ella se resistía. Tenía una neurona aún en funcionamiento, y sabía que si conseguía meterme entre sus piernas, aunque sólo fuera con mis dedos, terminaríamos haciéndolo allí, en el pasillo, donde sus padres podían vernos-. Es mejor el polo de trabajo. Te lo saco por la cabeza y ale, a arañar.
               -Las camisas son mejores. Más eróticas. Las prefiero mil veces. Me tenéis que acariciar para quitármelas.
               -Todavía te la rompo.
               -No tienes valor-la provoqué.
               -¿No?
               Empezó a tirar de los bordes de mi camisa hasta hacer que varios botones se saltaran. La agarré de la mandíbula y la pegué contra la pared.
               -Era de mis camisas preferidas.
               -¿Y cómo piensas castigarme?-se giró y me mordió la piel del arco entre el pulgar y el resto de los dedos, y yo dejé escapar una exclamación. Metí una rodilla entre las suyas y la moví para obligarla a separar las piernas. Subí una mano hasta el centro de su sexo y le pellizqué el clítoris. Pauline gimió.
               -Así.
               Me arrodillé frente a ella y la agarré de la cintura con fuerza, impidiendo que se me escapara. Le separé aún más los muslos y pegué la cara a su sexo. Hundí la nariz en sus valles y en sus montañas e inhalé. Luego, tremendamente despacio, llevé la lengua por cada uno de sus pliegues, haciendo que se retorciera y que se me aceleraran la respiración y el pulso. Estaba mojadísima. Parecía al borde del clímax. Estaba seguro de que me bastaría con un par de embestidas para hacer que se corriera.
               -Tengo que portarme mal más a menudo-jadeó.
               -A-já-asentí, introduciendo un dedo en su palpitante interior. Pauline dejó escapar un nuevo gemido y pegó la cabeza a la pared, mientras sus manos volaban a la mía y me clavaban las uñas en mi cuero cabelludo. Separó voluntariamente las piernas y me obligó a pegarme aún más a ella. No tenía posibilidad de escapar, y apenas podía respirar. Lo único que me quedaba era emborracharme de su dulce néctar y hacer que estallara en un orgasmo explosivo que para mí sería un placer devorar.
               En ello estábamos, olvidado cualquier ápice de decoro y sensación de peligro, cuando escuchamos un ruido.
               Pauline se quedó quieta y yo me detuve y miré hacia mi espalda. Acababa de encenderse una luz.
               -Mierda-dijimos los dos a la vez, y me puse en pie mientras ella se bajaba el vestido y se colocaba delante de mí, bloqueándome la visión. Se giró para comprobar que estaba oculto tras su cuerpo, aliado con la oscuridad, y se alisó el pelo y se aclaró la garganta.
               Una figura oscura apareció por la puerta.
               -¿Pauline?
               -Salut, maman.
               -Quand es-tu arriveé?
               -Il y a quelques minutes. Por quoi? Est-ce que je t’ai réveilleé?
               -En t’en fais pas. Bonne nuit, ma petite.
               -Bonne nuit, maman.
               La madre de Pauline desapareció por una esquina, y al poco se escuchó el chasquido de una puerta al abrirse.
               -Quizá deberíamos hacer menos ruido la próxima vez-murmuró.
               -Te ha dicho que no la hemos despertado.
               Pauline se giró hacia mí.
               -Creía que no hablabas francés.
               -Lo estudio en el instituto-me encogí de hombros-. Pero bueno, que tampoco soy un Dios del francés, ¿sabes? Aunque… me las apaño.
               -¿Cómo que te las apañas? ¿Se puede saber qué sabes decir en francés para ser capaz de apañártelas?
               Sonreí.
               -Voulez-vous coucher avec moi ce soir?
               Pauline soltó una risotada.
               -Bueno, ¿cuál es tu respuesta?-inquirí, coqueto. Pauline asintió con la cabeza, se puso de puntillas para darme un beso, y me dio un manotazo en la mano cuando notó que yo bajaba hasta su culo. Tiró de mí para meterme en su habitación y me tumbó en la cama. Continuó desabrochándome la camisa hasta que yo le pregunté si ya no tenía fuerza.
               -Quiero tenerte dentro, y sé que no lo voy a conseguir si te la sigo rompiendo.
               -Tus deseos son órdenes para mí, diosa-le prometí-. Pide, y se te dará.
               -Te deseo a ti-contestó, soltando el último de los botones.
               Me incorporé hasta quedarme sentado, con los ojos a su altura.
               -Ya me tienes.
               Pauline tiró de mí y me besó en la boca mientras con la otra mano me liberaba de mi camisa. Me acarició los brazos y sonrió con satisfacción en mi boca cuando sus dedos se deslizaron por los músculos de mi espalda.
               -Comprendo… tu… estrategia… ah…-jadeó mientras yo volvía a acariciarla. Le cogí el borde del vestido y comencé a tirar de él. Se lo saqué por la cabeza y le arranqué el sujetador de silicona, de estos que llevan las tías cuando no quieren que se note que llevan sujetador incluso aunque vayan con la espalda totalmente al aire, y me concentré en adorar sus pechos con la boca y con las manos. Pauline gimió, se balanceó sobre mí y me pidió que no parara.
               -¿No crees que estoy un poco demasiado vestido para todo lo que quieres hacerme?
               -Me encanta la anticipación-contestó, pasando una mano por el bulto de mi entrepierna y haciendo que yo me olvidara un momento de mi nombre, de mi edad, mi nacionalidad o quién era mi familia. Lo único que me importaba en ese instante era la placentera sensación de su mano en mi sexo. Gemí y Pauline devoró mi gemido, empezó a empujarme para que me quedara tumbado con la cabeza sobre la almohada de su cama y me desabrochó los pantalones. Entre los dos, tiramos de ellos hasta conseguir que cayeran al suelo después de una lucha que casi nos cuesta la cordura.
               Pauline se quedó sentada sobre sus rodillas entre mis pies, me estudió un momento.
               -¿Qué pasa? ¿Vas a ofrecerle trabajo a mi madre por crear semejante bombón?
               -Estaba calculando el peso de las ganas que le echaron tus padres a hacerte.
               Me eché a reír.
               -¿Cuántos kilos estimas?
               -Creo que fueron toneladas.
               Si yo te contara…
               Pauline se acercó a mí, deslizándose sobre mi cuerpo como una serpiente, frotándose contra mí de un modo obsceno, y por fin hizo lo que yo más deseaba. Metió la mano por la tela de mis calzoncillos y liberó mi erección. Le pasé una mano por debajo del cuerpo y la pegué a mí para que continuara besándome con la intensidad y profundidad con la que lo estaba haciendo, mientras me acariciaba de una forma tortuosamente lenta. Empecé a jadear, suplicando que no parara, que lo hiciera más rápido, más fuerte.
               -¿A que jode?-se burló, divertida, pero enseguida perdió toda su chulería: aproximadamente cuando yo colé una mano entre sus muslos y empecé a acariciarla como recompensa por lo que me hacía. Separó las piernas y empezó a responder a mis movimientos con las caderas, y lenta, muy lentamente, empezó a empaparme los dedos.
               Cuando la notaba tremendamente cerca, la respiración acelerada y la presión en mi miembro insoportable, la necesidad de sentirla rodeándome con su calor líquido tan intensa que no podía pensar en otra cosa, detuve mi masaje. Pauline se mordió el labio.
               -Por favor…
               -Pauline-la llamé, y ella abrió los ojos y los levantó. Eran todo pupila: negra, profunda, hambrienta. Estaba famélica de hombre, y yo de mujer.
               Me llevé los dedos que hasta hacía nada habían estado en su interior a la boca y me pasé la lengua por ellos. Pauline abrió los ojos, impresionada, su boca entreabierta en un jadeo de pura excitación. Sonreí, complacido con su reacción.
               -Te vas a acordar de esto-me prometió, y antes de que yo pudiera siquiera fantasear con lo que se proponía, se incorporó y se sentó a horcajadas sobre mí, haciendo que entrara con fuerza en su interior. Los dos gritamos en silencio, cada uno el nombre de su dios.
               -Dios…
               -Joder…
               Creo que no hará falta que aclare a cuál adoro yo, ¿no?
               -Estás tan grande-alabó ella, con los ojos cerrados y los dientes clavándosele en el labio. Empezó a moverse encima de mí-. Me gusta.
               -Pues la culpa es tuya.
               -Lo sé-asintió, echándose el pelo hacia atrás y moviéndose de una forma que me hizo perder la razón. Llevé mis manos hasta sus pechos y los manoseé mientras ella me montaba. Me puse tenso debajo de ella y me rompí en su interior demasiado rápido. Clavé las uñas en su busto (no estoy orgulloso de eso, pero no pude evitarlo) y ella gimió mi nombre.
               -No pares, por favor.
               Esas palabras eran música para mis oídos, las más mágicas que había escuchado en toda mi vida, y de lejos, además. Pauline continuó moviéndose, haciendo que entrara y saliera de su delicioso interior a una velocidad cada vez mayor. Cuando redujo el ritmo supe que estaba cansada y decidí ser yo quien tomara las riendas de la situación. Me incorporé de nuevo y salí de dentro de ella, que protestó, pero después de que le diera un beso en la zona, un poco dolorida pero todavía ansiosa de mí, le di la vuelta e hice que se pusiera de rodillas.
               Le pasé un dedo por la columna vertebral y Pauline se estremeció. Bajando por su espalda y luego ascendiendo con los dientes, conseguí que se dejara caer sobre el colchón. La levanté por la cintura y entonces me metí dentro de ella, notando cómo el ángulo era más profundo que antes y nos permitía disfrutar más a ambos. Ella soltó un alarido que yo contuve tapándole la boca, y clavó las uñas en el colchón mientras yo la poseía, montándola como si fuéramos dos animales en celo.
               La verdad es que la postura del perrito no era de mis favoritas: esa mierda del “menos es más” es mentira en el sexo, y cuanto más toques a tu compañera, más placer vais a sentir ambos. Sin embargo, tiene sus ventajas, y una de ellas es ese ángulo. Te permite entrar en toda tu plenitud en el interior de ella, y muchas veces eso las arrastra a un orgasmo increíble del que disfrutas en el momento, y recordándolo más tarde.
               No llevaba ni un par de minutos embistiéndola cuando noté que su cuerpo se tensaba y se echaba a temblar. Apoyé una mano al lado de las suyas y pegué mi pecho a su espalda mientras seguía poseyéndola, ahora todo el peso de mi peso cayendo sobre su sexo y mi mano, pero tremendamente mal repartido.
               -Voy a correrme-me anunció, como si fuera tonto y no lo notara. Aunque en su defensa diré que me encantaba cuando las chicas me avisaban, era como si quisieran que supieras lo descontroladas que estaban, lo muchísimo que les gustaba lo que les estabas haciendo.
               O por si querían que te apartaras.
               -Córrete para mí-la insté, besándole el hombro y gozando de cómo se estremecía y se aferraba con su cuerpo (con todo su cuerpo) a mí.
               Pero yo ya me había escapado.
               Estaba de vuelta en aquella habitación morada, con una música atronando al otro lado de la puerta. Estaba de vuelta con ella. Me inclinaba entre sus piernas y la devoraba, después de que se echara a llorar porque yo era demasiado grande, ella demasiado pequeña, o las dos cosas a la vez.
               -Voy a correrme-me dijo Sabrae desde arriba, y yo me había apartado lo suficiente para mirarla, sonreírle, y transmitirle que no había nada que me gustase más que probarla.
               Ella se había deshecho en mi boca y yo había tenido el privilegio de degustar su primer orgasmo por esas causas. Y luego, me había dicho que le “robara el placer que acababa de darle”. De dónde coño habían sacado a esta niña.
               Y por qué no había 3.000 como ella.
               Me desplomé, agotado, sobre la espalda de Pauline, que recuperaba el aliento tumbada sobre la cama. Me quité de encima de ella y me arrastré a su lado cuando se tumbó sobre la cama, completamente desnuda, cubierta en una fina película de sudor. Pauline se pegó a mí y yo me pregunté si Sabrae sería como ella. ¿Si tuviéramos sexo en una cama, se acurrucaría a mi lado al terminar? ¿O necesitaría su espacio, como lo necesitaba Chrissy?
               Una sensación de vacío desconocida se apoderó de mí. Me causó vértigo la espiral de emociones que se tragó todo lo que había sentido hasta ahora. La inmensidad de lo que me atenazaba era inconmensurable. Me llenó lo que sentía: nada. Absolutamente nada.
               No estaba satisfecho ni insatisfecho. Excitado ni calmado. Alegre ni molesto. Simplemente… estaba.
               Toda emoción abandonó mi cuerpo y sólo sentía sensaciones físicas, como el calor del cuerpo de Pauline y sus dedos en mi pecho mientras mirábamos cada uno a un punto diferente, los dos en el vacío.
               Qué he hecho.
               Pensaba que ver a Pauline me haría dejar de pensar en Sabrae. Creía que estar con otra mujer, una que me importara de verdad, me haría olvidarla, aunque fuera sólo por un instante. Jamás hubiera creído que pensaría en ella mientras otra se corría conmigo dentro. Jamás habría creído que echaría de menos el sexo cuando lo estaba manteniendo.
               El sexo es especial porque es con ella, no porque es sexo. Algo así me había dicho Jordan.
               Miré mis pantalones; mi móvil seguía en ellos. Contuve las ganas de inclinarme y recoger el teléfono y abrir el mensaje que me había abierto. Tenía una minúscula esperanza de que fuera ella mandándome a la mierda por algo que hubiera hecho y le hubiera molestado. Quería que me permitiera volver a disfrutar de la vida que había tenido antes de estar con ella por primera vez.
               Yo había sido feliz antes de ella. Lo había tenido todo: todo cuanto quería estaba al alcance de mi mano para que yo lo cogiera. Ahora, en cambio… ni una montaña de oro compraría lo que yo más deseaba. Ni mi nombre gritado a la vez por mil mujeres distintas llenaría el silencio que atronaba mis oídos.
               Sabrae me había matado cuando entré en ella la primera vez, y me revivió en ese mismo momento. Nuevo, diferente. Exclusivamente suyo.
               No soportaba ese vacío que me comía por dentro. Necesitaba llenarlo como fuera. Con palabras, con risas, con gemidos. Con caricias. Con más sexo.
               Me volví hacia Pauline y le di un beso en la frente.
               -Estás callada.
               -No quería interrumpir tus pensamientos-murmuró, mirando cómo sus dedos dibujaban intrincadas figuras invisibles en mi piel.
               -¿Pensamientos?
               -Me gusta cuando te empanas-se encogió de hombros, esbozando una tímida sonrisa.
               -Tú también parecías bastante concentrada en tus cosas-su sonrisa se acentuó-. ¡Uy! ¿Y esa sonrisita? ¿De quién tengo que ponerme celoso?
               -Pensaba en un chico de mi instituto-suspiró y apoyó su cabeza en mi pecho, escuchando los latidos de mi corazón, que ya no sentía, que ya sólo se limitaba a repartir sangre por mi cuerpo.
               Necesito que me distraiga.
               -¿Pretendes que me pique con él, o que intente recuperarte?
               -Me gustaría saber cuál es tu plan para recuperarme-se echó a reír.
               -¿No lo sabes ya?-negó con la cabeza y deslicé una mano por su hombro, su brazo, más abajo…-. ¿De verdad no se te ocurre cómo puedo hacer que no pienses en otros?
               -¿Cómo?-preguntó con inocencia fingida, y yo continué descendiendo. Pauline sonrió y se inclinó para darme un beso mientras yo me abría paso por sus curvas. Separó las piernas y yo me colé en el hueco entre sus muslos. Sonrió, cerró los ojos y se mordió el labio mientras yo la acariciaba en círculos amplios y lentos.
               -Alec…
               -¿Mm?
               -Para.
               -Vaaaleee-balé, pero no lo hice. Continué con mi masaje y Pauline sonrió, enternecida por mi tozudez.
               -¿Vas a parar?
               -¿Por qué quieres que pare?
               -Mis padres…
               -Olvídate de ellos.
               -Hemos tenido un golpe de suerte.
               -No se enterarán.
               Su cuerpo empezó a ondularse involuntariamente. Llevó una mano a mi muñeca y cerró los dedos en torno a mi articulación.
               -¿Por qué haces esto?-me miró a los ojos.
               -Puedo ser muy celoso si me lo propongo-la besé en la frente y ella se echó a reír. A media carcajada, su risa se transformó en un gemido.
               -Sabes que es mentira.
               -Y sabes que lo mío también-alzó una ceja-. Dios, chica, ¿por qué necesitas una razón? Me gusta escucharte. Me gusta darte placer. Me gusta oírte. Simple y llanamente. Considéralo una llamada de atención, un castigo por haber sido mala conmigo antes…
               -Pues parece un premio por haber gritado fuerte-sonrió, mimosa, y me soltó la mano para dejarme hacer.
               -Eso también-concedí, y le di un mordisquito en la oreja. Continué acariciándola tranquilamente, y le mordí la oreja cuando noté que se acercaba peligrosamente al precipicio.
               Le dibujé un orgasmo en su sexo mientras mi boca lo devoraba, intensificado por la acción de la otra mano adorando sus pechos perfectos, turgentes y anhelantes de mis caricias.
               El vacío volvió a arrastrarme, esta vez mucho más cerca. Recordé la noche pasada, en la que había estado a punto de conseguir que Sabrae disfrutara de lo mismo que Pauline, pero ella finalmente se había negado. Nuestra relación debía ser recíproca, decía. Como si a mí no me encantara saber que podía llevarla a las estrellas simplemente estando a su lado, besándola y acariciándola. Me gustaba satisfacerla y me gustaba saber que a ella le gustaba mi presencia. Me gustaba que ella quisiera estar a la altura conmigo. Me gustaba que mi propio placer fuera importante para ella, como lo era también para Pauline y para Chrissy.
               -¿En quién piensas?-preguntó mi compañera, y yo alcé una ceja y fingí una sonrisa.
               -¿Cómo dices?
               -Lo has hecho pensando en otra-murmuró-. Jamás me habías tocado así. Parecías… ausente-se incorporó un poco-. ¿Nos estamos despidiendo?
               Negué con la cabeza.
               -¿Te preocupa algo?
               -No es nada, Pau, de verdad.
               -No sabes cómo odio esto. Eres como un enigma. Nunca sé en qué estás pensando, pero soy buena adivinando lo que quieres.
               -¿Ni siquiera lo vas a intentar?
               -Sé que no piensas en mí-deslizó sus dedos por mi anatomía y sujetó mi hombría con firmeza, que se despertó de un suave letargo al contacto de sus dedos.
               -¿Vas a hacer que eso cambie?
               Ella sonrió, juguetona, y empezó a acariciarme muy, muy lentamente. Mi mano volvió a su sexo, pero ella me apartó.
               -Ahora te toca a ti.
               -Me siento mal si…
               -No lo hagas-me besó la comisura del labio y continuó besándome. Respondí a su beso, pero la aparté de mi sexo. No lo había hecho por ella, pero tampoco lo había hecho por mí. No sabía por quién le había dado un nuevo orgasmo, pero no quería que me lo devolviera. Lo que quería era que esa sensación de estar lleno de aire y que no hubiera hueco para nada más dentro de mí desapareciera.
               Ella sonrió, asintió con la cabeza, me dio un piquito y volvió a apoyarse en mi pecho.
               -Estoy aquí.
               -Ya sé que estás aquí-le acaricié la cabeza y le di un beso en la raíz del pelo.
               -No, quiero decir… no estoy celosa, ni nada por el estilo. Sólo digo… somos amigos. Tenemos más que sexo. Estoy aquí para ti. Física y emocionalmente-se incorporó hasta quedar acodada y mirándome-. Puedes hablar conmigo-se colocó un mechón de pelo detrás de la cara-. Quiero estar ahí para ti. Tú siempre lo estás para mí.
               Esbocé una sonrisa triste que no me subió a los ojos.
               -No tienes que…
               -¿Siempre haces esto?
               -Hacer, ¿qué?
               -Con tus amigos. ¿Siempre te callas lo que te preocupa? ¿Para que ellos no se preocupen también?
               -No suelen preocuparme muchas cosas.
               -Eso no es verdad, Al-sacudió ligeramente la cabeza y yo suspiré. Me froté la cara. Algo dentro de mí me dijo que, si reconocía la existencia de Sabrae con Pauline, no habría vuelta atrás.
               Y que, si lo hacía, el globo se pincharía y podría volver a sentir cosas.
               -Hay una chica-admití por primera vez en voz alta, y en cierto sentido me sentí un estafador. Pauline era una de mis follamigas, no éramos amigos cercanos más que en lo físico. Debería habérselo dicho primero a Bey.
               Debería habérselo reconocido a Jordan. No debería haber salido corriendo a la primera señal de que se notaba externamente que Sabrae me importaba.
               -¿Hay una chica?-Pauline parecía sinceramente ilusionada-. Interesante-sonrió, y yo puse los ojos en blanco.
               -Je… sí…-murmuré, aunque la i estuvo más cerca de un “eh”.
               -¿Es más guapa que yo?-alzó una ceja y yo clavé la vista en ella. No podía estar hablando en serio…
               ¿Cómo coño iba a compararlas?
               O… ¿con qué puta cara le decía yo que sí?
               -Eh… sois… distintas-respondí, cauteloso, y Pauline se echó a reír.
               -Vale, eso es que sí. De lo contrario, me habrías dicho que no directamente. ¿Quién es?
               -No la conoces.
               -Como al 99% de la gente con que te relacionas. Ni siquiera conozco a la otra chica con la que te comparto. ¿Christina…?
               -Chrissy. Os caeríais bien.
               -Tenemos gustos parecidos. Y esta chica que misteriosa que te quita el sueño, también-me guiñó un ojo-. ¿Me dices su nombre?
               -¿Para buscarla en Facebook?
               -¿Cómo sabes que le voy a mandar un mensaje diciéndole “nena, Alec piensa en ti mientras follamos, ya puedes ir contándome qué es lo que le haces cuando estáis juntos”?-soltó una nueva risa que me enterneció. Parecía realmente feliz, a pesar de lo que le estaba contando. Dudaba que yo pudiera tomarme tan bien que Pauline me contara que había un chico en el que pensaba mientras lo hacíamos. Se lo estaba tomando todo con una deportividad que incluso me asustaba. Ni siquiera yo jugaba tan limpio.
               -Tiene buena técnica con las caderas, lo admito-alcé las manos y silbé-. Guau. No sé dónde lo ha aprendido, pero…
               Me dio un golpe con la almohada.
               -¿Pretendes ponerme celosa, o que te robe el móvil y mire tus mensajes para averiguar su nombre?
               -¿Por qué te importa tanto, Pau?
               -Hemos estado juntas-soltó, y yo clavé la vista en ella. Sentí una sensación de vértigo impresionante. Si Pauline conocía a Sabrae, si le contaba lo que yo hacía con ella…
               … si Sabrae se enteraba de hasta qué punto me tenía comiendo de la palma de su mano...
               Podía darme por muerto.
               -En esta cama hemos sido tres-reveló-. Tú, y yo, y ella.
               Sus ojos volaron a mi garganta cuando tragué saliva y la nuez se me movió.
               -Lo siento.
               -No lo sientas. ¿Estás de coña? Me pone un montón. Me la imagino celosa de ti. Te imagino a ti celoso de otro, haciendo eso que haces a veces con la mandíbula, cuando te incordian más de la cuenta… oh, Dios, justamente eso-me señaló con un dedo y yo puse los ojos en blanco-. Y... uf. Quiero follarte. Duro. Toda la noche. En serio. Si no estuviera tan cansada y me dolieran tanto los pies, te juro que te tendría despierto hasta que saliera el sol. Quizá debiéramos invitarla a venir un día y unirse a nosotros…-sonrió con malicia.
               -No creo que quisiera-pero mi mente ya estaba trabajando a toda velocidad, encargándose de subir mi libido a base de imaginarme a Pauline con Sabrae.
               En esta habitación.
               En esta misma cama.
               Sin ropa.
               Con una única cosa entre las dos.
               Yo.
               Quieto parado, Al. No quieres ir por ahí.
               -Si quieres intentarlo, por mí, puedes-se puso en pie y meneó la mano, restándole importancia al asunto-. Estoy abierta a probar cosas nuevas, y esta chica misteriosa ha despertado mi curiosidad. Además… tú puedes ser muy convincente. Ni de coña habría dejado yo que nadie me lo comiera en el pasillo de mi casa estando mis padres en ella, pero tú… tienes algo, Alec.
               -¿Un atractivo sexual irresistible?-bromeé, pasándome las manos por detrás de la cabeza y alzando las cejas. Pauline puso los brazos en jarras y los ojos en blanco.
               -Es algo diferente. Haces que quiera hacer cosas contigo que no quiero hacer con otros. Me siento… segura. Con ganas de complacerte.
               -Me complaces con sólo respirar, muñeca.
               -Sí, bueno… menos mal que no te basta con que sólo respire a tu lado-sonrió, sacudiendo la cabeza-. Voy al baño. Dame diez minutos antes de irte, ¿vale?
               Asentí con la cabeza y observé cómo recogía una camiseta y unas bragas del armario y se marchaba, dejando la puerta entreabierta. Me pasé una mano por la cara, frotándome las facciones y librándome del lío que tenía formado en mi interior, y me incorporé. Busqué mis calzoncillos ignorando aquella sensación de malestar de dentro de mí, y me senté en el borde de la cama para ponerme los pantalones.
               Mi móvil estaba en el suelo, sobre una de las alfombras turquesa de la habitación de Pauline. Por un breve instante, se me había olvidado que una sorpresa me aguardaba.
                ¡Saab.🍫👑(@sabraemalik) ha respondido a tu historia!
               Deslicé la notificación hacia un lado para abrir su mensaje.
               Era corto, pero certero.
Qué recuerdos 😍 la próxima vez que montéis una fiesta así, invítame, porfa
               Releí el mensaje una, dos, tres veces.
               No sabría decir qué era peor.
               El primer emoticono.
               El invítame.
               El último emoticono.
               El mensaje implícito de que vendría. El mensaje implícito de que se lo pasaba bien conmigo. El mensaje implícito de que me echaba de menos.
               Eres un hijo de puta, Alec. Eres un hijo de puta y le estás haciendo daño.
               Eres un hijo de puta y no te la mereces.
               Eres un hijo de puta y Scott jamás permitirá que te acerques a ella.
               Eres un hijo de puta y ella nunca te querrá volver a ver.
               Y ella te importa.
               Eres un hijo de puta y has apartado a la única chica que te ha importado como ella lo hace en toda tu miserable vida.
               Abrir el mensaje de Sabrae me hizo descender de la nube de complacencia a la que me había subido nada más montarme a la moto. Ésta había sido algo así como mi Pegaso particular: me alejé de todo en lo que me estaba convirtiendo y regresé a la casilla de salida como si hubiera tenido la peor combinación posible de los dados.
               Y lo mejor de todo es que me dio absolutamente igual. Releí sus palabras y me mordí el labio, pensando en cómo contestarle sin que pareciera que había estado haciéndome el interesante (lo último que quería ahora mismo era que ella sintiera que yo trataba de poner distancia entre nosotros y de parecer poco implicado), pero, sobre todo, preguntándome cómo podría hacer para que nunca llegara a adivinar qué me ocurría. Dónde estaba. Con quién.
               Dejé de ser el Alec de siempre y comencé a ser su Alec, ese que había nacido hacía alrededor de un mes. No el que estaba tendido en la cama de una chica a la que le había echado el polvo de su vida intentando olvidar, sino el que estaba más que dispuesto a pasarse un sábado por la noche metido en la cama como un niño bueno, casto y tremendamente fiel.
               El olor de las sábanas de Pauline, en las que habíamos retozado tan ricamente, era ahora diferente. No olía mal, pero había dejado de oler bien. Me transportaba a recuerdos que yo no quería evocar, recuerdos que ampliaban el significado de las palabras de Jordan con respecto a Scott. Recuerdos que atesoraba y había hecho con alegría, pero que ahora me hacían pensar en lo cabrón que podía llegar a ser.
               El último verano había habido una mañana en que había amanecido desorientado y con un dolor de cabeza increíble, fruto de la resaca y del cansancio de la noche anterior. Una de mis manos estaba sobre la espalda de una chica, mientras que la otra rodeaba su cintura. Me había despertado hecho mierda, y a los dos segundos estaba pletórico de alegría al reconocer los cuerpos a mi lado: dos chicas a las que había conocido de fiesta aquella misma noche y que había conseguido llevarme a la cama a la vez. Un poco como las chicas a la entrada de Asgard. Me había levantado mientras ellas se revolvían en la cama y buscaban mi calor, que se apagó y fue sustituido por el del cuerpo de la otra.
               Exultante y con ganas de gritarle a los cuatro vientos lo que había pasado esa noche, que venía a mí poco a poco como el goteo de una gota que poco a poco hace crecer una estalactita, salí de la habitación con una mano en la entrepierna, tapando mis vergüenzas. Karlie y Tommy ya se habían despertado y tomaban su desayuno; Karlie mojaba unas galletas en su cacao en polvo mientras Tommy se untaba mermelada en una tostada. Max dormía en un sofá a su lado, y Logan estaba tumbado boca arriba, contemplando el techo. Los dos comensales se giraron hacia mí.
               -Buenos días-saludó Karlie, y Max se revolvió en sueños. Logan se giró para mirarme.
               A mi lado, la puerta de la habitación que Tommy y Scott compartían se abrió y una chica morena salió de su habitación apresuradamente.
               -Para algunos más que para otros-comentó Tommy con intención.
               -He perdido mis gayumbos-espeté-. ¿Me prestas unos?
               Tommy rió entre dientes.
               -Si no te quedan grandes…
               -Tranquilo, que lo que me sacas por atrás, te lo aventajo yo por delante-me burlé, y Logan se echó a reír tan fuerte que despertó a Max.
               -¿Qué pasa?
               -Nuestro Al, que está crecido. Será por sus amigas-comentó con intención el más pequeño del grupo-, está claro que le han disparado el ego.
               -Las invitarás a algo, después de tenerlas gritando hasta altas horas de la noche ayer, ¿no?-rió Karlie.
               -No quiero que te celes, mi vida-respondí, entrando en la habitación de Scott y cogiendo unos calzoncillos de la maleta de Tommy-. Sabes que yo sólo tengo ojos para ti.
               -Sé bueno y diles a tus rusas que coman todo lo que quieran.
               -¿Mis rusas?-pregunté, saliendo de nuevo a la suite. Logan asintió con la cabeza, pero Tommy habló por él. Soltó una nueva carcajada y espetó:
               -¿Es que ni siquiera te fijas en qué idioma hablas con una tía?
               -Su idioma no es la lengua que más me interesa de una mujer, la verdad-había contestado, encogiéndome de hombros. Pero, oye, luego hice de intérprete durante el día que las chicas decidieron pasar con nosotros, tras la invitación de mis amigos y mi refrenda en ruso. Que me diera igual ocho que ochenta no quería decir que no tuviera educación, y toda chica que entrara en mi vida, bienvenida fuera.
               Había vivido libre, sin complicaciones ni remordimientos, disfrutando de un sexo cuyo único ingrediente secreto era el placer, y ahora…
               … ahora ese ingrediente secreto se diluía en el agua, dando paso a una mezcla que me era más difícil de alcanzar.
               Y, a medida que se diluía, me impedía llegar a ese nivel de gozo.
               Sintiendo una incómoda sensación de vergüenza y decepción conmigo mismo instalarse en la boca de mi estómago, seguí contemplando el mensaje. Estaba demasiado absorto en decidir si yo me merecía contestarle a Sabrae como para escuchar a Pauline llegar.
               Se quedó quieta, parpadeando despacio, como asimilando el cuadro que estaba viendo. Yo, tumbado en su cama, visiblemente hecho mierda, con el lío que tenía en la cabeza tan enmarañado que me impedía respirar.
               -¿Qué te pasa?
               No iba a soportarme a mí mismo esa noche. No debían dejarme solo. Jordan me mandaría a la mierda si me plantaba en su casa pidiéndole que me dejara dormir en su habitación. Mimi no podía enterarse de lo que acababa de hacer. Me perdería el respeto que me tenía. El poco que aún le quedaba.
               -¿Te importa si me quedo a dormir?
               -En absoluto-respondió ella, cauta-. Pero recuerda que…
               -Me iré antes de que tus padres se despierten.
               -No, si a mí me da igual cuándo te vayas-se sentó en la cama y abrió la sábana para meterse debajo y tener contacto con mi piel-. Te lo digo porque sé que te da pánico que te pillen aquí…
               -Yo no tengo miedo a nada-respondí, tozudo, y Pauline bajó la mirada hacia mi teléfono y asintió. Sólo a que Sabrae me perdone lo que acabo de hacerle contigo.
               Sólo ella puede parar esto. A mí ya se me ha ido de las manos.
               -¿Es ella?-inquirió Pauline, y yo asentí-. ¿Puedo?-señaló el teléfono y yo se lo tendí, alzando las manos-. Sabrae…-susurró-. Malik, además. ¿De qué me suena?
               -Es la hija de Zayn Malik-informé, y Pauline me miró, confusa-. Ya sabes. Zayn…
               -Ya. Sé quién es Zayn, claro. Es sólo que… perdona-se encogió de hombros-. A veces se me olvida que conoces a sus hijos.
               -No conozco a sus hijos. Su hijo mayor es de mis mejores amigos.
               -Y una de sus hijas es la chica en la que piensas cuando estás con otras-sonrió. Puse los ojos en blanco-. ¡No te pongas así, hombre! Además, ¿a qué la cara larga? El mensaje es bueno.
               -Ella no sabe que estoy aquí.
               -Bueno, ¿y?
               -Ella no sabe que yo me acuesto contigo.
               Pauline parpadeó, comprendiendo de repente.
               -Oh. Ya veo. ¿Temes que le parezca mal?
               -que le va a parecer mal.
               -Tampoco tiene por qué. Es decir… no es tu novia, ¿verdad? No estamos haciendo nada malo.
               -Sé cómo es Sabrae. La conozco desde que nació. Hasta hace menos de un mes, me odiaba. Mucho. Si yo estuviera en llamas y ella tuviera una botella de agua, se la bebería antes que echármela por encima.
               Pauline contuvo una sonrisa.
               -Bueno… la verdad es que en tus días difíciles te pones bastante insoportable.
               -Sí, pues según ella, todos mis días eran difíciles hasta que empezamos a… bueno, a follar-me crucé de brazos y seguí mirando el mensaje-. Ahora parecía estar convenciéndose de que merezco la pena, pero… después de esto, no va a querer volver a dirigirme la palabra.
               -Hay más peces en el mar.
               La fulminé con la mirada mientras ella releía el mensaje.
               -Yo no quiero un pez, Pauline, yo quiero a Sabrae.
               -Sabes que lo de los peces es metafórico, ¿no? Además, si la quieres a ella, ¿por qué no se lo dices?
               Hice un mohín.
               -No puedo ir, y simplemente… decírselo. Ni siquiera sé qué coño tengo que decirle.
               -“¿Quieres ser mi novia?” suele funcionar.
               -No quiero que sea mi novia-ladré, tozudo, y Pauline alzó una ceja.
               -Alec. Que son las 3 y media de la madrugada, y estás aquí sentado, releyendo un mensaje suyo mientras se te cae la baba. Dudo que tu interés en ella se limite a querer invitarla a una taza de té.
               -El té me da asco-me defendí. Pauline se echó a reír.
               -Me pregunto por qué la pobre criatura te odió toda su vida, con lo amoroso que eres-ironizó, y yo puse los ojos en blanco-. Lo que me sorprende es que haya cambiado de opinión ahora.
               -Tengo métodos convincentes, tú misma lo has dicho, ¿no?
               -¿Te importa si…?-señaló la conversación y deslizó el dedo arriba y abajo. Me encogí de hombros.
               -Sírvete. Total. Para lo mucho que la voy a ampliar de aquí a que me muera…
               -¿Siempre eres tan positivo?-deslizó el dedo hacia arriba mientras ascendía hacia los orígenes de nuestra conversación. La leyó por encima durante una media hora, bajo mi atenta mirada. Cuanto más supiera de Sabrae, más ideas tendría para ayudarme a intentar contestarle y conseguir que no me odiara hasta el punto de querer hacerme vudú.
               -Me cae bien-comentó-. Es simpática. Y vacilona. Y muy inteligente. Haríais buena pareja.
               -Los polos opuestos se atraen, ¿cómo íbamos a…?
               -Te complementa.
               -¿Cómo que me complementa, Pauline? No me jodas. Yo soy simpático. Y vacilón. Y muy inteligente.
               -Bueno…-chasqueó la lengua-. Simpático, vale. Vacilón, sin duda. Ahora, inteligente… tienes tus momentos.
               Alcé las cejas.
               -Yo no he venido aquí a que me insultes.
               -Has venido a follar y hemos follado, ahora te aguantas. ¿Puedo mirar su perfil? Parece guapa.
               -Tengo buen gusto con las mujeres.
               -Quiero ver si es más guapa que…-se quedó callada. Frunció el ceño.
               -¿Qué pasa? ¿Ha subido algo nuevo?-me incorporé como un resorte, esperando una publicación nueva que no hubiera visto aún. Pero nada.
               -¿Cuántos años tiene?
               -¿Qué coño importa?
               -Importa porque hay gente terminando mi carrera que no une las cosas como lo hace ella. ¿Cuántos…?
               -Catorce.
               -¿CATORCE?
               -A ver, que yo no la estrené ni nada por el estilo, ¿sabes, Pauline? Ya venía aprendida de casa cuando…
               -Habla de algunas cosas como si llevara años siendo catedrática. Tengo profesores más imbéciles que ella. Profesores de universidad, Alec. Joder, ahora que tienes que presentármela. Y que pedirme salir. Me encantaría veros juntos. Seguro que te mete caña por un tubo. Pagaría por ver cómo te vacila, sinceramente.
               -Sabrae no me vacila-protesté, hundiéndome en la cama y quitándole el móvil. Bloqueé la pantalla y tamborileé con los dedos sobre el teléfono-. No me mires así.
               -Te encanta que las chicas te tomemos el pelo.
               -Me gustan los retos.
               -Si Sabrae te tiene así, no creo que sea porque coma de la palma de tu mano.
               -Para mi desgracia, Sabrae no come nada de mí-solté un gruñido y Pauline soltó una estridente carcajada.
               -Mira, si no le pides salir tú, lo hago yo. Qué tía. Menuda diosa. Estoy a sus pies. Quiero ser su amiga, y le saco… buah. Cinco años. Menuda burrada.
               -Es una persona interesante.
               -Tienes un rango de edad bastante amplio, ¿no te parece, Al?
               La fulminé con la mirada.
               -Podría decir lo mismo de ti.
               -Déjame volver a verla. Quiero tatuarme su cara. Ojalá fuera lesbiana para poder casarme con ella. Es que, ¡mírala! Es monísima. La quiero adoptar. ¿Me dejarán adoptarla?
               -Ni se te ocurra decirle eso si algún día la conoces, ¿estamos? Es adoptada. Y voy en serio. No se lo digas, Pauline. Si yo lo fuera, no me gustaría que me lo recordaran.
               -Es que… ¡es tan mona! Me la quiero comer.
               -No es mona, Pauline. Está buena.
               -Sí, sí, bueno, hay opiniones. Qué cosita.
               -¿Quieres parar? Cualquiera que te oiga pensará que tiene dos años y que yo soy un puto pederasta o algo así, tronca. Y no aparenta los años que tiene.
               -Un poco sí. Quiero decir, no de cara. Ni de cuerpo. Pero de estatura, sí. Parece bajita. ¿Cuánto mide?
               Me froté la cara y me encogí de hombros.
               -No sé, ¿uno cincuenta? ¿Cincuenta y cinco? No voy midiendo a las tías con las que me acuesto.
               Pauline lanzó un chillido.
               -¡DEBÉIS SER MONÍSIMOS JUNTOS! ¿No tenéis alguna foto?
               -Pauline...
               -Te debe de llegar… como por aquí-se puso una mano en el pecho, y sorprendentemente por ahí me llegaba Sabrae.
               -Pauline.
               -Me la tienes que traer un día a la pastelería. La quiero ver. Contigo. Seguro que sois monísimos. La invitaré a un pastel.
               -¡Pauline!
               Le arrebaté el teléfono y ella sacó el suyo. Buscó su nombre de usuario y yo me puse pálido.
               -No la sigas.
               -Si no se va a enterar.
               -Pauline, por tu madre, no la sigas.
               -¿Te imaginas que nos hacemos amigas? Y te criticamos. Muy duramente. Oh, jo jo jo jo-soltó una carcajada-. Tenemos que hacernos amigas.
               Tocó el botón de seguir y éste cambió de color.
               -Te mato-sentencié, le quité el teléfono y me abalancé sobre ella, que lanzó un alarido. Nos peleamos bajo las sábanas hasta que conseguí tenerla dominada e hice que me prometiera que no iba a intentar acercarse a Sabrae. Bastante tenía yo con manejarlas a las dos por separado como para que ahora se me juntaran. Me dio su palabra, hicimos promesa de meñique, y sacudió la almohada para dejarla más mullida e hinchada antes de acostarse.
               Yo me quedé mirando el móvil, el mensaje, preguntándome si debería contestarle o dejar que pasara el tiempo. No se me ocurría nada interesante que decirle, y Pauline dormía a mi lado, así que tampoco me sería de mucha ayuda. Así que lo dejé en la mesilla de noche de mi lado de la cama, y me volví para rodearle la cintura a mi amiga y atraerla hacia mí.
               -Mm, Alec-ronroneó, y yo me odié por estar con ella y me odié más aún por fantasear con dormir con Sabrae y escucharla a ella decir eso, en el mismo tono somnoliento y amoroso con el que lo dijo Pauline.
               Dormí durante varias horas, en un sueño ligero con el que no conseguí descansar ni una pizca. Cuando me desperté, el sol despuntaba por el horizonte. Me vestí en silencio, recogí mi móvil, le di un beso a Pauline en la frente y salí de su habitación de puntillas. Su padre ya estaba amasando el pan, que pronto tendría que meter en el horno, así que me tocó bajar sin hacer ruido y colarme por la puerta de atrás cuando nadie miraba. Arranqué la moto y me largué de allí a toda pastilla, antes de que nadie se fijara en mí.
               Atravesé la ciudad con la creciente sensación de angustia que me producía saber que Sabrae esperaba una respuesta por mi parte y que se me acababa el tiempo en el paraíso. Pronto no tendría ninguna excusa en la que escudarme y tendría no sólo que contestarle, sino que hablarle de lo ocurrido.
               A ella no le importa dijo una voz en mi cabeza, una voz cínica.
               Pero yo quiero que lo sepa.
               Y, en lo más profundo de mi corazón, también quería que le importara.
               Eso querría decir que yo significaba para Sabrae lo mismo que ella significaba para mí.
               Llegué a mi calle con esa sensación de teletransporte que sufres cuando viajas sin ser consciente de tu viaje, y aminoré la marcha hasta un lento paseo para intentar posponer un poco más el momento de enfrentarme a mi familia por el numerito de ayer.
               Por desgracia, Sabrae y mi familia tendrían que esperar un poco.
               Porque en el camino de entrada a mi casa, sentada en el bordillo, había una figura. Yo no necesitaba que se levantara para intimidarme, ni tampoco para saber quién era y qué hacía allí.
               Pero, de todos modos, antes de cruzarse de brazos y fulminarme con la mirada. Lo hizo.
               Los problemas de uno en uno, pensé. Primero mi familia, después Sabrae. Al final, ya, mis amigos.
               Sin embargo, Bey tenía su propio orden para mi lista de “cagadas de las que ocuparse”. Y mentiría si dijera que no me acojonó la parsimonia con la que se levantó, como si supiera el miedo que me producía tenerla allí, lista para leerme la cartilla. Apagué la moto y me quité el casco.
               -Hola-saludé, intentando apaciguar la tensión que manaba de ella. Bey se cruzó de brazos y pronunció las palabras que más asustan a todo el mundo. Imagínate lo terroríficas que suenan de labios de tu mejor amiga:
               -Tenemos que hablar.


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8 comentarios:

  1. He tenido una lucha interna con este capitulo porque cuando Alec se arrepiente de todo y empieza a encontrarse mal he sentido lastima las el, pero al segundo pensaba en lo que le había hecho a Sabrae y paso de lastima a furia en milisegundos.
    Claro también he tenido el dilema de que Alec tiene que hacer lo que le salga del nardo porque no esta con Sabrae y no tienen compromiso ninguno, pero es que pffffff no se.
    Y por ultimo, Pauline, cariño, de la heterosexualidad se sale, y a ti te queda nada.

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    1. Es que es eso, buf, me encanta escribir esta parte porque aquí su relación empieza a ser más compleja y ellos evolucionan un montón y adquieren un trasfondo impresionante... y son súper humanos, especialmente Alec, que hasta ahora estaba haciendo las cosas relativamente bien.
      Tienen que encontrar el balance entre libertad y respetar al otro y demás; además, Alec ha hecho las cosas mal no yendo a por Pauline, sino marchándose PARA FASTIDIAR A JORDAN, es que si hubiera sido un calentón no tendríamos nada que reprocharle, el problema es la razón
      Pauline monísima de verdad la amamos en silencio

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  2. Vaya dilema es Alec en sí. Por un lado el mismo es consciente de que no tiene que sentirse mal por acostarse con otra porque no está con sabrae pero por otro lado, en el fondo, sabe que sabrae es más importante que cualquier otra chica

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    1. Sí sí totalmente, Ari, es que es eso, ahora mismo está en una posición muy delicada en la que cualquier cosa que haga va a fastidiar a alguien, porque por un lado no tiene NADA a lo que agarrarse con Sabrae, pero por otro tampoco se siente tan libre de hacer lo que él quiera porque en el fondo sabe que a ella le repercuten sus acciones y le dolerán las cosas que haga. él todavía no se ha dado cuenta, pero sabe que Sabrae le quiere y le importa y creo que traicionar esa confianza que ella depositó en él (y que Alec considera tan importante) le molesta más que cualquier sacrificio que tenga que hacer
      Gracias por tu comentario ay, se te echaba de menos por aquí ☺

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  3. Quiero pegarle unas cuantas hostias a Alec en este capítulo. De verdad que me ha puesto mala al principio del capítulo y cachonda a partes iguales (xd) He muerto de amor cuando él y Pauline se han puesto a habalr de Sabrae, realmente está pilladisimo y ni lo sabe.

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    1. Está súper misógino pero a la vez en modo macho alfa y buah que me domine con su cuerpo por favor y gracias
      La forma en que hablan de Sabrae y cómo la protege y la defiende cuando piensa que Pauline le va a decir algo malo???????? el contenido por el que me registré

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  4. Hermana, una vez más, te felicito por lo que haces, por hacerme sentir desesperacion esperando cada capítulo, y hacerme sentir rabia cuando se acaba.
    Alec es un bobo que no se aclara la cabeza, pero aún así tiene algo que me encanta de verdad. No tardes mucho para el proximo porfi.

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    1. Ayyy Angeles, muchísimas gracias por tu comentario y por leerme ♥ No sabes la ilusión que me hace saber que a alguien le llega lo que escribo ☺
      Alec es tonto, pero no tiene mala intención, así que se hace querer ☺
      Intentaré no teneros demasiado tiempo esperando, pero prometo que merecerá la pena ♡

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