La moto ronroneó y vibró entre mis piernas, impaciente, mientras yo me quedaba mirando la nada. Ante mí se extendía el asfalto iridiscente de uno de los miles de puentes que atravesaban el Támesis y conectaban las dos mitades de Londres entre sí. La decisión se cruzar de una orilla a otra sólo te correspondía a ti, pero tu ciudad te brindaba todas las oportunidades que quisieras para cruzar al otro lado.
Hacer lo que necesitaras hacer.
Lo
correcto.
O meter la pata hasta el fondo.
Eras tú quien decidía y eras tú quien
lidiaba con las consecuencias, no nuestra gloriosa capital. Por eso, había que
escoger muy bien, con mucho cuidado, cuál sería tu siguiente movimiento.
El semáforo sobre mi cabeza
parpadeó sin que yo me moviera. El verde continuó brillando con la fuerza de
mil soles, pero yo mantenía la vista fija en la carretera, incapaz de tomar una
decisión. Incapaz de sentir la moto bajo mis
pies.
Da la vuelta, Alec. Da la vuelta, tío. Da la vuelta, joder.
Casi podía escuchar la llamada de
Jordan desde la distancia, implorándome que hiciera lo correcto y que no me
marchara con Pauline por puro despecho. No tenía nada que demostrarle, nada que
ocultar que Jordan no supiera ya. El problema era que yo no quería admitirlo en
voz alta, apenas me atrevía a admitirlo para mí mismo.
Y, aunque me dolía reproducir en
bucle lo que Jordan me había dicho con respecto a Scott (¿Crees que te querrá cerca de ella si no puedes decirlo en voz alta?),
una parte de mí creía que estaba haciendo lo correcto. No podía dejar que ella
me definiera. No podía dejar que ella me hiciera dejar de ser quien era.
Todos los fines de semana echaba
un polvo. Todos. Sin excepción. Nunca me encontraba con un obstáculo lo suficientemente
grande como para que yo no pudiera salvarlo y cumplir con mi objetivo en la
vida: meterme en las bragas de la chica de la semana. Por mucho que ese
obstáculo fuera Sabrae.
Me odié a mí mismo por
considerarla un obstáculo, después de todo lo que había hecho por ella, no sólo
la noche anterior, sino a lo largo de todas nuestras vidas juntos.
Me recliné en el asiento de la
moto, sosteniéndola en pie sobre la punta de mis zapatos, y miré el vacío
mientras decidía. Algo en mí estaba intentando hacer clic. El semáforo cambió y
yo levanté la vista. Rojo. Como sus labios. Como sus mejillas mientras yo le
decía alguna guarrada. Como el sentimiento que me llenaba cuando estaba con
ella.
Como el mismo sentimiento que me
había llenado cuando leí, hacía tiempo, los comentarios de aquel tal Hugo en su
perfil de Instagram. Aquellos celos viscerales que ella había puesto en mí, que
ninguna otra sería capaz de poner. Los celos que no me había gustado sentir por
ser hijos de quien yo lo era, por ser la conexión que mantenía con mi padre, la
última de todas las que había intentado romper durante 17 años de existencia.
No te la mereces.
Y ella no se merece cambiarte, respondió
una voz oscura dentro de mí. Me volví a inclinar hacia la moto y, haciendo caso
omiso tanto del color del semáforo como de las voces en mi interior que me
decían que diera la vuelta, me dejé llevar por la rabia que me llenaba y giré
la muñeca para apretar el acelerador. La moto salió disparada hacia delante,
con un rugido triunfal de puro júbilo que compartí con la boca dentro de mi
casco. Pasé zumbando delante de edificios emblemáticos que hacían las
maravillas de los turistas que abarrotaban la ciudad, intentando ignorar cómo
me juzgaban desde su augusta altura, y atravesé calles iluminadas por farolas
que me ardían en los ojos.
Estaba traicionando a Sabrae. Yo
lo sabía. En el momento en que me bajara de la moto y fuera en busca de
Pauline, estaría asesinando lo que fuera que tuviéramos. No es nada, me dije cuando giré la última de las esquinas para
llegar a mi objetivo: una inmensa sala de fiestas en el barrio más exclusivo de
la ciudad, lleno de hijos de papá y de niñas bien, cuyas faldas eran más cortas
a medida que mayor fuera el fondo fiduciario que sus padres les hubieran
abierto en esos bancos en los que firmas con pluma y no con un bolígrafo normal
y corriente.
Hay algo intrínseco en la
naturaleza de todo londinense que el resto de los ingleses admiran y repudian a
partes iguales. Somos una nación orgullosa preocupada de su imagen, pero este
afán por hacernos de más se multiplica en Londres. Los que nacemos bajo los
dominios de Buckingham Palace y a los ojos de la silueta recortada del London
Eye y el Big Ben tenemos un talento innato para hacer de forma natural lo que
al resto de ingleses les cuesta más o les cuesta menos: nos encanta aparentar.
Somos reyes haciéndonos pasar por lo que no somos. Fingimos mejor que nadie en
este país que inventó el teatro con Shakespeare, y los realities con Geordie Shore.
Estando allí, yo aparentaba que
Sabrae no había puesto mi vida patas arriba.
Aparqué la moto frente a un
garaje e ignoré las miradas cargadas de intención de los tíos que se
tambaleaban en la acera, esperando a que la cola de la sala Asgard avanzara.
Pauline me había enviado la ubicación hacía varias horas, y sin embargo yo
tenía la certeza de que no se había movido del sitio. La sala Asgard era una de
las salas de fiesta más prestigiosas de la ciudad, con una entrada que casi
nunca bajaba de las 50 libras y unas bebidas de garrafón que te hacían que te
preguntaras por qué te gastabas ese pastizal en un alcohol que te sentaría peor
que beber lejía directamente de la botella de fregar de tu madre. Podías
pasarte perfectamente varias horas haciendo cola para que te dieran un sablazo
impresionante, y todo…
… porque el paraíso del pecado se
escondía tras sus puertas.
Si las minifaldas de las niñas
bien en el Soho son escandalosamente cortas, la sala Asgard era al Soho lo que
Las Vegas a un ludópata. Los tíos pagábamos por entrar a ver una colección
variadísima de ropa interior femenina, que de interior tenía más bien poco. Y
las tías, entraban a pescar a algún niño mimado con la cartera suelta que les
financiara la borrachera.
Anda que Max y yo no habríamos
espantado a busconas en cuanto a Tommy o Scott los reconocían en esa sala.
Prácticamente teníamos que hacer de sus guardaespaldas mientras ellos se
emborrachaban y se quedaban sin dinero: entonces, podían irse tranquilos con
alguna de las chicas que estaría encantada de entretenerles la tarde.
Avancé con decisión hacia las
puertas del local, rezando porque estuviera el gorila que nos había atendido
las últimas dos veces que fuimos a la sala de fiestas. Contuve una sonrisa
triunfal cuando me acerqué lo suficiente para ver cómo un mastodonte de origen
latino y gafas de sol extendía el brazo para evitar que un par de chicas
borrachas como cubas entraran en la sala Asgard. Era mi hombre.
-No lleváis tacones.
-Los hemos perdido-protestó la
más lúcida de las dos, intentando mantenerse en equilibrio. El gorila frunció
los labios.
-Sin tacones, no hay entrada.
Descalzas, menos todavía. Apartaos de la cola.
-¡Venga, tío! Que nos ha tocado
la lotería, ¡queremos gastar!-protestó la más borracha, arrastrando las vocales
de una forma en que me dieron ganas de reírme. El portero se fijó en que yo me
acercaba, noté su mirada clavarse en mí mientras yo me sacaba las manos de los
bolsillos y hacía crujir mis nudillos.
Entraría en la sala a hostia
limpia, si hacía falta. Pero a mí no me impedían meterme dentro, sacar a
Pauline y descargar toda mi rabia en su cuerpo. Si tenía que tumbar al colega
de traje y gafas a lo Will Smith en Men
in black, que así fuera.
Cuadró los hombros, listo para un
enfrentamiento. Mierda. Puede que me rompiera el labios antes de que
consiguiera dejarlo inconsciente. Bueno, no sería la primera vez que una tía me
mordía el labio partido y me ponía cachondísimo.
-Richard-saludé, alzando las
cejas. Recordar su nombre en el último segundo fue un movimiento magistral que
no esperaba guardarme en la manga. Richard se quitó las gafas de sol para
estudiarme con sus ojos oscuros y la nariz arrugada. Estiró de nuevo el brazo
para impedir que las dos borrachas se colaran en la fiesta-. Soy Alec-le
recordé.
-Sé quién eres. ¿Vienes solo?
-Lo siento-alcé los hombros-, hoy
vuestras minas de oro están castigadas.
Richard frunció el ceño.
-Al jefe no le va a gustar.
-Ya, bueno… siempre me puedes
dejar pasar a mí, dejar que me lo pase bien, que les dé envidia a Scott y Tommy
y conseguir que vengan el fin de semana que viene, ¿qué te parece?
Richard se echó a reír.
-¿Cómo tienes tanto morro,
chaval?-indicó la cola con un movimiento de cabeza y yo me giré. Fingí estudiar
unas posibilidades que ni de coña iba a tener en cuenta. Me mordí el labio y me
pasé una mano por el pelo, notando el efecto que eso tenía en todas las féminas
de la cola. Incluidas mis dos amigas, doña Coma Etílico Incipiente y Borrachera
Del Siglo.
-Hacer cola es de
pringados-espeté, tirando de mi mejor sonrisa de niño bueno pero con un puntito
travieso. Richard se echó a reír, me dio una palmada en el hombro y dejó que me
acercara a la taquilla. Las chicas que mantenía retenidas comenzaron a
protestar.
-¿No puedes hacer una excepción
con nosotras? ¿Por favor?
-Tú, encanto-me llamó la más
borracha, que parecía ser la lista de las dos. Me giré y me llevé una mano al
pecho, como diciendo, ¿es a mí?-. Sí,
tú. Llevamos una hora y tres cuartos haciendo cola, ¿podrías ayudarnos?
-Las reglas de este local son muy
estrictas.
-Haremos lo que sea-prometió, y
la sonrisa oscura que me atravesó la boca hizo que a su amiga la recorriera un
escalofrío.
-Emeraude, no sabes lo que…
-Te la chuparemos. Las dos.
-¡Emeraude!
Miré a Richard, y mi sonrisa se
acentuó un poco.
-¿Rick, podrías…?
-Qué morro tienes, chaval.
-Considera esto un favor
personal.
-¿Como el que van a hacerte estas
dos?-quiso saber él, y yo les guiñé un ojo a mis nuevas amigas.
-A ver qué te parece el trato:
dejas pasar a Emeraude y su ángel de la guarda, y yo te consigo una sesión de
entrenamiento personal con uno de los mejores entrenadores de todo Londres. Una
fábrica de campeones. Mi propio entrenador-Richard parecía tentado-. ¿Alguna
vez te he hablado de mis campeonatos? Me retiré campeón.
-Te retiraste subcampeón. Tu
amiga, la del pelo afro, me lo contó.
-Sí, bueno, el campeón hizo
trampas. Pero no soy una persona rencorosa-me encogí de hombros-. ¿Tenemos
trato?
Por toda respuesta, Richard
apartó el brazo y la borracha corrió hacia mí mientras su amiga la seguía,
reticente. Sacaron sendos billetes de sus bolsos minúsculos mientras el grupo
de chicas de detrás protestaba.
-¡Yo se la chuparía en este mismo
callejón, sin pedirle nada a cambio!-escuché que gritaba una mientras abría la
puerta para mi obra benéfica de la noche. Estuve a un pelo de girarme y pedirle
a Richard que la dejara pasar a ella también.
-No pienso chupártela-anunció la
amiga de Emeraude, alzando un dedo meñique en mi dirección. Emeraude se volvió
hacia mí.
-Pues yo sigo interesada, ¿dónde
quieres que…?
-Paso. Disfrutad de la noche,
chicas-ambas se miraron, asintieron con la cabeza, se despidieron de mí con
sendos besos en la mejilla y se perdieron entre la gente a la velocidad del
rayo. En los ojos de la lúcida pude comprobar la confusión.
Has rechazado una mamada, Al. Jordan tiene razón, estás pilladísimo.
Tomé aire y lo expulsé lentamente
por la nariz. Fui esquivando a la gente por el pasillo que conectaba la sala
grande con los reservados, los baños y las instalaciones exclusivas del
personal, y, por fin, llegué a la puerta gigante por la que se colaban unos
acordes de rap que me encantaron. Por eso había querido ir Pauline esa noche.
Había una actuación en directo.
Después de comprobar la escasa
cobertura que tenía allí dentro, me armé de paciencia y fui en busca de mi
francesa preferida.
Ya había salido de fiesta con
Pauline otras veces, e incluso aunque no lo hubiera hecho, la conocía lo
suficiente como para saber que le encantaba estar en el foco de atención.
Llegaba la última a los conciertos y no le importaba tirar de atractivo sexual
o de agresividad femenina para acabar posicionada en la primera fila. Siempre
que quedábamos y había algún tipo de artista relacionado, ella me arrastraba
entre la gente hasta quedar tan cerca del cantante que pudiéramos tocarlo.
Normalmente no me molestaba, pero esa noche me desquició. Me costó Dios y ayuda
llegar hasta la mitad de la sala, y la cosa empeoraba a medida que te acercabas
al escenario. Apenas podía prestar atención a la retahíla de canciones que se
iban sucediendo y que amenazaban con echar la sala abajo.
Y entonces, la vi. En un flanco
del escenario, levantando las manos al ritmo de la música y cantando a la vez
que el artista invitado de la noche. A su alrededor había un espacio libre,
ocupado por tíos demasiado ocupados en mirar su espectacular culo moviéndose al
ritmo de la música y realzado por los tacones como para molestarse siquiera en
llenarlo.
Estaba con sus amigas, que
gritaban y jaleaban al artista igual que lo hacía ella. Estaba increíblemente
sexy, con un vestido corto, de color verde, ceñidísimo a sus curvas y que le
dejaba la espalda al aire. Dejaba muy poco a la imaginación; tanto, que incluso
su riñones disfrutaban del roce de las puntas de su pelo negro mientras no
dejaba de dar brincos.
-I WILL NEVER STOP-clamó el artista, y Pauline sonrió y gritó esa
frase con toda la fuerza de sus pulmones. Como si fuera una señal, salí de mi
ensimismamiento y me acerqué a ella cual depredador, confiado en mí mismo. Esa
presa no se me iba a escapar-. GOT, GOT,
GOTTA GIVE EVERYTHING I GOT. YEAH, YEAH, I WILL, I WILL, I WILL NEVER STOP, NOW
I’M IN THE SPOT, THEY SAY I’M GETTING HOT, SO LIKE IT OR NOT, I WILL NEVER
STOP.
El escandaloso estribillo dio
paso a una segunda estrofa con una base del rítmico chasquido de unos nudillos
que me catapultó a la primera vez que había escuchado esa canción. Never stop, de Hidden Citizens y Jung
Youth. Formaba parte de la banda sonora de The
Equalizer II, ¿cómo podía no haberla reconocido? Jordan y yo solíamos
ponernos ciegos a comida basura mientras veíamos en bucle las películas de
Denzel Washington, y ésta formaba parte del tráiler.
Aprovechando la música que me
rodeaba, me acerqué a ella. El artista se paseó por el escenario mientras Pauline,
ajena a mi manera de acecharla, agitaba la cabeza y movía los labios pintados
de rojo en el mismo sentido en que lo hacía el cantante.
-Got ‘em shook to the core, know
I’m making moves, I ain’t never getting bored…
No, yo no iba a aburrirme esa
noche. Le pesara a quien le pesara. Jordan podía cabrearse conmigo todo lo que
quisiera, que con Pauline de esa guisa, yo no podía pensar en otra cosa que no
fuera si llevaba o no ropa interior.
Mi apuesta era que sí, pero me
encantaría no llevar la razón.
Estiré la mano y rocé la parte
baja de sus lumbares, haciendo que ella se estremeciera con el contacto.
Sorprendentemente, ni me soltó una bofetada ni trató de zafarse de mí. Se giró
un poco para comprobar que efectivamente era yo, sonrió complacida y se inclinó
hacia mi oreja para gritarme en el oído:
-¡Has venido!
Asentí con la cabeza,
acariciándole la cintura. Pauline sonrió, me acercó a la boca su vaso a medio
beber, y soltó una estridente carcajada que apenas escuché por el caos de la
fiesta cuando di un largo trago. Me limpié un par de gotas que se me deslizaron
por la barbilla con el dorso de la mano y Pauline, borracha, emocionada por la
música y excitada por la fiesta y por mi presencia, ni corta ni perezosa, me
pasó la punta de la lengua por la mano y luego me comió la boca.
Noté la decepción y el odio
visceral de todos los tíos perforarme como si de mil taladros se tratara. Me
giré con satisfacción para ver cómo se dispersaban poco a poco cuando Pauline
se giró y siguió cantando a voz en grito. Le di una palmada en el culo y dejé
mi mano allí, satisfecho con la expresión de ira del último de mis intentos de
contrincantes.
De normal yo soy una persona
tranquila y pacífica, pero en el amor y en la guerra todo vale. Así que
imagínate lo que valdrá en la guerra por hacerle el amor a una tía. Me
convertiría en un señor de la guerra, si hacía falta.
-If you wonder why I push it day and night, then y’all be sleeping, ah!-gritamos
todos, pero yo más que ninguno, pensando en el tanto que me había apuntado
contra los otros tíos y lo bien que me lo iba a pasar esa noche. Pauline daba
brincos sobre sus tacones a mi lado, con mi mano en sus lumbares y una sonrisa
iluminándole el rostro. Incluso parecía colocada de tanta felicidad que
exudaba, pero no podía importarme menos. La haría disfrutar, sudar cada
milímetro de todo lo que hubiera tomado, y pertenecerme sólo a mí.
Terminó la canción y el artista
aplaudió al público, haciendo reverencias y agradeciendo la atención que le
habíamos prestado. Pauline se volvió hacia mí, me cogió la cara con las manos,
me clavó las uñas en las mejillas y sonrió como sólo una chica que sabe que has
cruzado media ciudad por estar con ella puede hacerlo.
No hay nada que haga crecer el
orgullo femenino como un tío moviendo cielo y tierra para meterse entre sus
piernas.
-Sabía que no me defraudarías.
-¿Lo he hecho alguna
vez?-inquirí, juguetón, y Pauline se echó a reír, negó con la cabeza y se
volvió hacia sus amigas, aprovechando el instante de silencio mientras la banda
se preparaba para una nueva canción.
-¡Chicas! ¿Os acordáis de
Alec?-se colocó a mi costado y se apoyó en mi hombro mientras me daba una
palmadita en el pecho y aleteaba con las pestañas, como diciendo “sed buenas
con él”. Aunque preferí pensar que lo que intentaba era que la cubrieran y que
no me contaran la cantidad de veces que Pauline les había hablado de mí después
de un polvo bestial en una tarde en que no esperaba verme.
-Como para no hacerlo-se burló
una, examinándome de arriba abajo. Le guiñé un ojo y las chicas se rieron,
complacidas por mi poca vergüenza y mi durísima cara.
-La pregunta es, ¿nos acordaremos
de ti, o de tu familia, cuando él te saque de este tugurio?
-Nenas, estáis en cualquier cosa
menos en un tugurio-las reprendí, y ellas volvieron a reírse-. ¿Me acompañas a
por una copa?-me giré hacia mi francesa favorita, que asintió con la cabeza, se
mordió el labio y se despidió con un gesto de la mano de sus amigas, las cuales
no parecieron sorprendidas por su repentino cambio de actitud. Dejé que Pauline
me guiara entre la gente, que se abría para ella como el Mar Rojo para Moisés,
aunque con intenciones bien diferentes, y fingí no darme cuenta de la forma en
que me miró cuando llegamos a la barra y me incliné para pedir un vodka negro.
-Odias el vodka negro-rió cuando
la camarera me dejó el vaso enfrente sin más ceremonia, demasiado ocupada en
atender los cientos de pedidos que le llovían como un diluvio. Pauline se puso
una mano en la cintura y pestañeó despacio, juguetona.
-Pero vas a pedirme que te
invite, ¿a que sí?
-¿No va a salir de ti?
-Ya lo ha hecho-respondí, dando
un trago de la bebida y tratando de disimular el fuego que me ardió en la
garganta-, pero yo también quiero emborracharme.
Se acercó a mí y me puso las
manos en el pecho. Las mías volaron hacia su cintura y se quedaron allí, firmes
y valientes como el asentamiento de una avanzadilla en campo enemigo.
-Alec…-ronroneó, y yo di otro
sorbo para mantener las distancias. Estábamos jugando a una partida de póker
complicadísima, y yo no quería mostrarle mis cartas todavía.
Aún no las había leído. Lo único
que sabía era que iba a ganar la partida hiciera lo que hiciera; los dos lo
haríamos. Otra cosa era la forma de llegar. Despecho o excitación. Ira… o
lujuria. Iba a cometer un pecado esa
noche, estaba claro que no iba a ir al cielo. Pero, puestos a ser malos, al
menos yo tenía la última palabra en cuanto a lo que la razón de apartarme del
camino de la probidad se trataba.
Nadie me quitaría eso. Ni
siquiera cierta chica con la piel de chocolate y una sonrisa que otorgaba
superpoderes.
-No uses ese tono conmigo-la
reprendí en el mismo tono coqueto, y ella se mordió el labio, y mis ojos
bajaron en picado hacia su boca.
-¿Por qué?-una sonrisa le cruzó
la boca.
-Necesito una cama para lo que
tengo en mente hacer contigo.
Pauline soltó una risa escéptica.
-Nunca te ha importado hacerlo en
un baño.
-Puede-asentí con la cabeza y di
un nuevo sorbo antes de que Pauline me arrebatara el vaso, como finalmente
hizo-, pero me gusta ser el que los estrena. Los de aquí están demasiado
utilizados.
Asgard prometía pocas cosas para
poder cumplir con todas, y una de esas promesas consistía en el desenfreno de
sus fiestas. Desenfreno que, por otra parte, solía desembocar en que no podían
utilizarse en los baños. ¿Cómo lo había escuchado decir alguna vez por un
relaciones públicas más espabilado que los demás?
Ah, sí. Música alta, ríos de
alcohol, y un montón de sexo escandaloso y tremendamente sucio en los baños.
Adivina cuál fue la razón de que
convenciera a mis amigos de visitar ese sitio.
Si tenía el nombre de la casa de
los dioses nórdicos, no era por casualidad.
Pauline dio un sorbo lento de su
copa, poniendo morritos y con los ojos fijos en mí. Se me secó la boca.
-Así que…-separó el vaso de sus
labios y bajó sus enormes pestañas cuando contempló el borde del vaso, al que
comenzó a acariciar con la punta de su dedo índice, acabado en una uña afilada
y bien pintada que me moría por sentir arañando la piel de mi espalda mientras
la hacía gritar indecencias-… ¿has cambiado de opinión?-sus ojos se alzaron y
me estudiaron. Se pegó el vaso al hombro para que no pudiera robárselo-. Me
disgustaste un montón esta tarde, cuando me dijiste que no tenías pensado salir
de casa.
-Es que te echaba mucho de
menos-contesté. En sus ojos apareció una chispa de inteligencia.
-¿A toda mí, o sólo a partes de
mi cuerpo?
La tomé de la cintura, le aparté
un mechón de pelo que se le había quedado pegado a los labios tras la oreja, y
contesté:
-Yo te follo a ti entera.
Pauline rió como una niña con
juguetes nuevos. Se terminó la copa de un trago y disfrutó de mi mirada cargada
de intención, pensando en qué más cosas podía hacer con esa lengua tan diestra
en lo que beber vodka respectaba.
-Vamos a mi casa.
-Llevo esperando que digas eso
toda la noche.
Se inclinó hacia mí, me dio un
húmedo y apasionado beso, y tiró de mí para llevarme de vuelta fuera a la
calle. Dejó que me adelantara para ir hacia la moto y dejó escapar una
exclamación cuando la vio.
-Me encanta cuando la
traes-acarició la tapicería con absoluta adoración, y yo sentí celos de mi
moto. En ese momento, lo único que quería era sentir esas caricias. Aunque
puede que me gustaran más las caricias de otra.
-No pensarías que había venido
andando, ¿verdad?
-Cuando se trata de echar un
polvo, es como si te salieran alas en la espalda.
-No me jodas-me detuve en seco y
me envaré-, ¿sólo vamos a echar un polvo?
-Dame el casco, venga-extendió la
mano y se lo colocó en la cabeza.
-¿Quieres que te tape?-me ofrecí,
y ella frunció el ceño-. Quiero decir… si no quieres darles una alegría a todos
los tíos de la fila y que sepan de qué color llevas las bragas-señalé la cola
creciente de gente, en la que varios ojos se habían vuelto hacia nosotros,
todos masculinos, todos observándola a ella-, te sugiero que me utilices de
pantalla.
-Ya te gustaría que me exhibiera
para ti de esa manera-se burló, y yo me eché a reír, me encogí de hombros y me
subí a la moto-. Pensándolo bien…-meditó, y yo me volví hacia ella-. No
mires-ordenó, y yo alcé las manos y arranqué la moto, aprovechando que todavía
estaba yo solo, mientras Pauline se demoraba en subir. Parecía buscar el ángulo
perfecto para que nadie viera nada, y por fin, después de varias maniobras,
sentí la calidez de su cuerpo contra el mío y su peso agachando la moto por la
parte trasera. Me rodeó con las piernas y se pegó a mí.
-Agárrate-ordené.
-Tú mandas-contestó, y me abrochó
la cazadora antes de meter las manos en sus bolsillos. Me eché a reír. Pauline
haría lo que fuera con tal de no darme un gusto, pero a la vez estaba dispuesta
a cualquier cosa con tal de acariciar mis abdominales. Confieso que los cuidaba
más desde que me había enterado de que eran la segunda parte de mi cuerpo que
más le gustaba.
A la primera ya le daba bastante
amor, no estaba precisamente desatendida. Ella misma se encargaba de
comprobarlo en inspecciones rutinarias y aleatorias.
Giré la muñeca y la moto se lanzó
hacia delante, haciendo que Pauline soltara una exclamación ahogada y se echara
a reír cuando el cóctel de adrenalina y alcohol comenzó a invadir todo su
cuerpo. Se pegó más y más a mí y yo hice varios giros cerrados por el mero
placer de sentir cómo clavaba las uñas en los músculos de mi vientre,
convencida de que se iba a caer en cualquier momento.
Frené en seco en medio de la
calle para sentir la presión de su busto en mi espalda y ella sacó una mano de
los bolsillos para darme un manotazo en el hombro.
-¡No seas malo!-me riñó, y yo me
eché a reír. A partir de entonces, mi conducción fue mucho más tranquila y
pausada. Noté cómo se relajaba tanto en la presión que ejercía como en su
lenguaje corporal. Incluso apoyó la cabeza en mi espalda mientras pasábamos por
la orilla del Támesis bajo el límite de velocidad-. Es preciosa-comentó,
apartándose el pelo de la cara y estudiando los reflejos de la parte de
negocios en las aguas calmadas del río. Brillaban como un espejismo multicolor
sobre el negro pizarra que dividía Londres en dos.
-Sí. Y toda tuya-casi grité para
hacerme oír por encima del sonido del viento, que le arremolinaba el pelo en
torno al rostro, y de la barrera del casco. Vi que Pauline esbozaba una sonrisa
por el retrovisor y me besó la espalda.
Por fin, llegamos a su casa.
Apagué la moto a los pocos metros y dejé que la inercia nos arrastrara hacia el
callejón. Frené en seco y Pauline volvió a pegarme, soltando una risita por lo
bajo. Se quitó el casco y se inclinó para comprobar que estaba todo en orden:
pelo, maquillaje…
Me bajé de la moto y le tendí la
mano. Pauline alzó una ceja.
-¿Ahora eres un caballero?
-Que te vaya a hacer todo lo que
las religiones prohíben no quiere decir que no vaya a tratarte bien-contesté, y
Pauline parpadeó, su ceja un poco más alzada, pero una incipiente sonrisa le
bailaba en la boca. Aparté la mano-. ¿O es que no te trato bien?
-Depende-se deslizó por la moto
de un modo sensual, hasta quedar sentada donde iba yo siempre. Pasó los dedos
por el manillar y apretó una manilla. Eso habría hecho que saliéramos
disparados hacia delante si hubiéramos estado los dos sobre la moto en marcha.
Por suerte, nada de eso sucedió.
-¿Depende?
-¿Crees que follarme duro es la
forma apropiada de tratar a una dama?
Me acerqué a ella y pegué mis
labios a los suyos. Pauline disfrutó de la cercanía. Se mordió el labio y sacó
la lengua de su boca. Con la punta acarició mi labio superior, pero yo estaba
demasiado metido en mi papel de mafioso como para responder a su provocación.
-Cuando te follo duro es cuando
más me preocupo de estar tratándote bien.
-Me preguntas demasiado.
-La culpa es tuya-contesté, y
abrí la boca para intentar darle un mordisco en la lengua, pero ella fue más
rápida y la guardó entre sus dientes-. Siempre me contestas. Y todo son
guarrerías. ¿Besas a tu madre con esa boca que dice cosas tan sucias?
-¿Besas tú a tu madre con la
tuya, que hace cosas tan sucias?
-Y la abrazo con estas
manos-contesté, colocándoselas en los muslos y apretándola contra mí. Pauline
lanzó un gemido, notándome duro. Parecía incluso sorprendida de la respuesta de
mi cuerpo, pero, ¿qué esperaba? Se había pasado todo el viaje frotándose contra
mí, y yo no era de piedra. Sabía lo que estaba provocando, lo quería.
Empecé a besarla de una forma
invasiva, como adelantando lo que pasaría a continuación. Pauline gimió de
nuevo cuando mis labios descendieron por su cuello. Me clavó las manos en el
culo mientras yo la mordisqueaba, siguiendo la trayectoria de las venas, y
comenzó a subir sus manos por mi espalda, lento pero fuerte, como si quisiera
grabarme sus huellas dactilares a base de hacer presión. El bulto de mi
entrepierna la presionaba en el centro de su ser, y a pesar de que nos
molestaban las capas de ropa que había entre nosotros, fue una tortura de la
que disfrutamos ambos. Comencé a mover las caderas y Pauline jadeó en mi oreja.
Pude escuchar cómo se mordía los labios y dejaba escapar un lascivo “oh,
joder…” cuando mis movimientos se hicieron más acentuados y la presión en su
sexo aumentó.
Noté cómo se excitaba para mí,
cómo se abría como si de una flor que recibe la primavera se tratara. Pauline
me clavó las uñas en los omóplatos y yo solté un gemido que hizo que ella
suspirara.
-Sí…-gimió cuando yo me vengué
presionándola con más fuerza en su sexo.
Y entonces, comenzó a jugar
sucio. Llevó sus manos hasta mi nuca y enredó los dedos en mi pelo, impidiendo
que yo me alejara más de un centímetro de su boca (como si tuviera pensado
hacerlo). Me pasó la lengua por los labios y yo aproveché para morderle el
inferior. Una de mis manos bajó hasta su busto y le acarició los pechos,
arrancándole un nuevo gemido.
La otra bajó hasta sus muslos. La
dejé descansar en su rodilla el tiempo suficiente como para que temblara de
anticipación, y entonces empecé a subir. Me deslicé por la tela de su vestido y
ella se echó a temblar. Podía olerla. Podía
notar el aroma de su excitación encendiendo todas las células de mi cuerpo,
haciéndome crecer, endurecerme.
-Alec…-jadeó, y si mi nombre no
era la palabra más sucia del mundo, no quería escuchar la que le hubiera
quitado la corona. Podría correrme sólo con escuchar a las tías diciendo mi
nombre así. Mi nombre jadeado en ese susurro ronco que se escapaba de los
labios de las mujeres era mi punto débil, mi talón de Aquiles.
-Dilo otra vez-le pedí, y mi otra
mano bajó hasta su culo. La situé de modo y manera que apenas quedara apoyada
en la moto, todo el peso de su cuerpo reposando en un punto: mi erección. Si
estuviéramos desnudos, estaría dentro de ella.
Estaba a dos segundos de
arrancarle las bragas, bajarme la bragueta y follármela allí, en la calle,
encima de mi moto. Imaginarme la sensación de su sexo rodeándome mientras la
poseía sobre una de mis pertenencias más preciadas hizo que mi excitación
creciera un poco más.
Joder, me encantaba mi
imaginación, aunque me torturase la gran mayoría de las veces.
-Para, por favor-jadeó.
-¿Por qué? Te está gustando.
-Para, o terminaremos haciéndolo
aquí-gimió mi nombre y un murmullo gutural me pidió que no me alejara de ella,
y yo decidí hacerle caso a ese murmullo. Ese murmullo era su verdadero ser, su
instinto no contenido, las ganas que me tenía y los deseos más oscuros. Yo era
una especie de genio de la oscuridad, dispuesto a concederle todo lo que ella
más ansiara, aunque temiera decirlo en voz alta por vergüenza. Estaba dispuesto
a hacer con ella cosas que ninguno de los dos se atrevería a contar nunca para
que no nos juzgaran, porque nadie comprendería el fuego que nos consumía salvo
nosotros dos, que lo estábamos experimentando en nuestras propias carnes.
-Siempre he querido hacerlo en la
calle-respondí en su oreja, siguiendo la línea que conectaba su cuello con su
hombro con la nariz. Pauline se estremeció.
-¿Y qué hay de lo de mi
cama?-inquirió en tono juguetón, pero también curioso, incluso un poco
asustado. Me reí cuando la besé en el punto en que cuello y hombro se unen,
haciendo que se estremeciera.
-Nadie ha conseguido echarme en
el primer asalto. Sería una novedad que lo hicieras tú.
Ella rió, y su risa me pareció el
sonido más bonito y erótico que había escuchado en toda mi vida. La tomé de la
mandíbula y le di un profundo beso, tragándome su felicidad. Ella me puso las
manos sobre el pecho y me apartó de ella de un fuerte empujón cuya fuerza me
sorprendió. Di un paso atrás para no perder el equilibrio y me llevé una mano a
la boca, como si no me creyera lo que acababa de hacer. Pauline sonrió, se
deslizó sobre sus muslos y dejó caer sus pies sobre el cemento rajado de la
parte trasera de la pastelería.
Di un paso de nuevo hacia ella,
estirando los dedos, pero me detuvo con una simple palabra.
-No.
Suspiré y dejé caer la mano a mi
costado, poniendo ojos de corderito degollado. Pauline rió, salvó la distancia
que nos separaba y me puso una mano en la nuca mientras se inclinaba hacia mi
oído.
-Creía que lucharías un poco más.
-Soy un chico obediente-contesté,
besándole la otra mano.
-Ya lo veo.
-¿Por qué me haces esto? Hace
literalmente diez segundos íbamos a…
-Mis padres están en casa. Los
vecinos podrían vernos.
-Me importan una mierda tus
vecinos. Quiero tu sabor en mi boca.
Pauline abrió los ojos por la
sorpresa y luego sonrió.
-No podemos hacer ruido. Y menos
en la calle. Podríamos despertar a alguien.
-Pues que se despierte. Y que se
muera de envidia. O, si es una chica, y está buena… ¡estoy abierto a tríos!-levanté
la voz y Pauline me tapó la boca, riéndose.
-Venga, ¡adentro, antes de que
venga alguna lagarta! No pienso compartirte.
Me empujó hacia la puerta trasera
de la pastelería y la abrió con un manojo de llaves que sacó de su minúsculo
bolso. Me fijé en que, al lado de su móvil y su cartera, había un paquetito de
plástico de colores.
-¿Habías elegido ya a tu plan
B?-quise saber, y ella miró el preservativo.
-Nunca se sabe con qué Dios del
sexo puedo encontrarme.
-Dios sólo hay uno.
-¿Cómo estás tan seguro?
-Porque no tengo ningún clon.
Pauline se echó a reír y empujó
la puerta, que se abrió con un débil chirrido. Se llevó un dedo a los labios
perfectamente delineados.
-No hagas ruido, no quiero
despertar a mis padres-encendió una luz y un fluorescente titiló en el techo,
iluminando cajas y cajas de ingredientes que no necesitaban refrigeración.
-Pues espero que tengan el sueño
profundo, porque he venido a hacerte gritar.
Ella se echó a reír.
-Pues, ¡menos mal!
Fue encendiendo y apagando luces,
con mi mano en la suya para evitar que me perdiera, y por fin, después de un
breve laberinto, salimos al espacio abierto que yo conocía tan bien: la
pastelería. Los expositores de pasteles estaban vacíos, y las cestas con el pan
y empanadas recién horneadas descansaban en soledad sobre unas estanterías
inclinadas, cubiertas por una fina capa de harina que parecía el rocío de una
noche de verano en los campos del interior de Inglaterra. Pauline me llevó
hasta la puerta que conducía a su casa e introdujo una nueva llave dentro de la
cerradura. Comenzó a subir las escaleras mientras yo me quedaba estudiando el
local en silencio, pensando en las posibilidades que había de que la
convenciera para echar un polvo allí. Quizá debería plantarme, simplemente, y
puede que consiguiera excitarla lo suficiente como para que me dijera que sí a
todo…
-Al-me requirió, y me volví hacia
el hueco de las pequeñas escaleras-. ¿Vienes?
-¿No hay ninguna posibilidad de
que perdamos la poca decencia que nos queda y follemos en el suelo donde tus
padres se ganan, literal y metafóricamente, el pan?
-Si nos pillan, me castigarán de
por vida. Me mandarán a un convento. Y me harán fregar el suelo con un cepillo
de dientes.
-Soy bueno tapándote la boca
cuando estás a punto de correrte. Me pone muchísimo que me muerdas mientras lo
haces-me encogí de hombros y Pauline hizo una mueca de fingido fastidio.
-Estoy a esto-juntó sus dedos corazón
y pulgar- de mandarte a casa, meterme en mi habitación y ponerle pilas nuevas a
mi vibrador.
-¿Sabías que ahora los venden con
baterías recargables? Si quieres puedes pedirlos, están a mitad de precio.
Además, si pones mi nombre como código promocional, te harán un 10% de
descuento adicional-sonreí-. Puedo traértelo yo mismo a casa y ayudarte a probarlo.
-Me estás tocando el coño más de
la cuenta.
Esbocé mi mejor sonrisa traviesa.
-No sueles quejarte cuando lo
hago.
-Madre mía, estoy a punto de
tirarme a un gilipollas-suspiró y continuó subiendo por las escaleras-. Haz lo
que quieras, por mí, como si te quedas ahí toda la noche. No me vas a fastidiar
el orgasmo, que conste.
-¿Sólo aspiras a uno? Entonces,
te sorprenderé-empecé a subir las escaleras en pos de ella, y me felicité a mí
mismo por haber tardado tanto en subir. Eso le permitió sacarme una ventaja que
hizo que pudiera disfrutar de una increíble visión de sus piernas. Continué
subiendo y subiendo por aquellas piernas kilométricas, sus deliciosos muslos,
y…
Me detuve en seco.
-Pauline-dije con la boca seca, o
más bien gruñí. Ella se detuvo y se volvió levemente hacia mí. Me miró desde
arriba, dándome la espalda, como una diosa de la muerte que desciende al campo
de una batalla a llevarse las almas de los moribundos que todavía lo pueblan.
-¿Sí?
-¿Qué… qué has…?-carraspeé para
aclararme la garganta-. ¿Qué has hecho con tus bragas?
Noté su sonrisa flotar en el
aire. Se volvió, condenadamente despacio, y apoyó un codo en la pared mientras
separaba sus piernas, haciendo que sus pies tocaran los extremos de la
escalera: pared, barandilla.
No podía dejar de mirarla. Estaba
como hipnotizado. Parecía un maldito virgen que veía un coño por primera vez.
No sé por qué, recordé a Jordan quejándose de que las tías estuvieran tan
“obsesionadas” con que les comiéramos el coño, cuando “lo que tienen allí abajo
es feo y sabe mal”.
No me había reído tan fuerte en
toda mi vida. Se notaba un huevo que mi amigo no tenía ni puta idea de mujeres,
de sexo, y ya no digamos de coños. No hay nada
como escuchar a una tía gemir mientras le das placer con la boca y tú mismo
lo devoras. Dios. Sólo con pensarlo se me ponía dura.
-¿Sabes lo que hay que hacer
antes de poner una lavadora?-inquirió en tono críptico.
-¿Qué…?-fue mi contestación en
tono suplicante, y ella sonrió. ¿De qué coño me hablaba? La única relación que
encontraba entre una lavadora y lo que me apetecía hacerle era la ropa. Ambas
cosas implicaban cantidades indecentes de ropa: una entrando, la otra saliendo.
-Vacíate los bolsillos.
La miré sin entender, y ella
repitió su orden. Enseguida me llevé las manos a los bolsillos del pantalón,
luego, de la chaqueta.
En el bolsillo contrario al de la
cajetilla de tabaco había un bulto tibio y suave. Lo saqué y me lo quedé
mirando.
Estudié la tela de algodón con
intrincados bordados en sus extremos de un color rojo pasión. Pauline sonrió
mientras mi cerebro procesaba la información.
-Por cierto-dijo, y yo me la
quedé mirando, estupefacto-. Los fines de semana, ya sabes que llevo tanga.
-¿Cuándo te lo has…? No te he
quitado el ojo de encima desde…-me quedé callado. No había dejado de mirarla
desde que la encontré en la sala Asgard, salvo por una brevísima interrupción.
Cuando me pidió que me diera la vuelta para subirse a la moto.
La sola idea de imaginármela
quitándose la ropa interior en público, subiendo a la moto detrás de mí y
pegándose a mí para calentarme, metiéndomela en el bolsillo a modo de sorpresa,
me volvió loco. Pensé en lo que había pasado hacía unos instantes, cuando la
apoyé sobre mis ganas de ella, y entonces, clavé una mirada hambrienta,
primitiva, animal, en sus ojos.
Si la había olido había sido
porque no llevaba nada.
Si había gemido así era porque la
había masturbado con mi erección.
Si casi habíamos follado encima
de mi moto, era porque estaba lista y dispuesta para que yo la tomara como un
colonizador a una isla ignota.
-Si sobrevives al polvo que voy a
echarte-la miré, y ella sonrió-, yo mismo te fundaré una religión.
-Estoy impaciente por ver cómo te
arrodillas ante mí para suplicarme que sea misericordiosa contigo, porque no
pienso serlo ni un poco.
Y allí estaba. La noté en su
mirada y en cómo todo su cuerpo se puso rígido.
Mi mejor sonrisa torcida. La que
nunca fallaba. La que en Scott tenía nombre. La que hacía que ninguna chica
pudiera decirme que no, ni siquiera la chica de la que estaba huyendo esa
noche.
La que haría que Sabrae
protestara. “¡Alec, tu sonrisa de Fuckboy® es trampa! ¡Si te piensas que vas a
conseguir algo con ella… estás muy…! Vale, venga, vamos a la cama. Tenemos un
asunto pendiente que resolver, esa boca y yo”.
-A mí lo que me gusta es que te
portes mal conmigo, no que tengas misericordia.
Y me abalancé hacia ella. Pauline
dejó escapar una exclamación ahogada y echó a correr en dirección a su
habitación, pero yo la alcancé antes. La agarré de una mano y la pegué a mi
pecho, y con toda la rudeza de mi corazón, la pegué contra la pared y comencé a
besarla. Estaba atrapada entre la pared y mi cuerpo, pero no parecía en
absoluto intimidada. Se liberó de mi gancho y me recorrió la espalda antes de
empezar a pelearse con los botones de mi camisa. Mi chaqueta yacía en el suelo,
olvidada, como esperaba que pronto lo estuviera el resto de mi boca.
Decidí no darle tregua y bajé
hasta sus piernas. Le levanté el vestido hasta la cintura y llevé mis dedos a
su entrepierna. Pauline dejó escapar un gemido y me mordió la oreja, peleándose
más con la camisa.
-Odio cuando te pones las putas
camisas-gruñó en mi boca mientras yo luchaba por separarle las piernas para
poder acariciarla mejor, pero ella se resistía. Tenía una neurona aún en
funcionamiento, y sabía que si conseguía meterme entre sus piernas, aunque sólo
fuera con mis dedos, terminaríamos haciéndolo allí, en el pasillo, donde sus
padres podían vernos-. Es mejor el polo de trabajo. Te lo saco por la cabeza y ale,
a arañar.
-Las camisas son mejores. Más
eróticas. Las prefiero mil veces. Me tenéis que acariciar para quitármelas.
-Todavía te la rompo.
-No tienes valor-la provoqué.
-¿No?
Empezó a tirar de los bordes de
mi camisa hasta hacer que varios botones se saltaran. La agarré de la mandíbula
y la pegué contra la pared.
-Era de mis camisas preferidas.
-¿Y cómo piensas castigarme?-se
giró y me mordió la piel del arco entre el pulgar y el resto de los dedos, y yo
dejé escapar una exclamación. Metí una rodilla entre las suyas y la moví para
obligarla a separar las piernas. Subí una mano hasta el centro de su sexo y le
pellizqué el clítoris. Pauline gimió.
-Así.
Me arrodillé frente a ella y la
agarré de la cintura con fuerza, impidiendo que se me escapara. Le separé aún
más los muslos y pegué la cara a su sexo. Hundí la nariz en sus valles y en sus
montañas e inhalé. Luego, tremendamente despacio, llevé la lengua por cada uno
de sus pliegues, haciendo que se retorciera y que se me aceleraran la
respiración y el pulso. Estaba mojadísima. Parecía al borde del clímax. Estaba
seguro de que me bastaría con un par de embestidas para hacer que se corriera.
-Tengo que portarme mal más a
menudo-jadeó.
-A-já-asentí, introduciendo un
dedo en su palpitante interior. Pauline dejó escapar un nuevo gemido y pegó la
cabeza a la pared, mientras sus manos volaban a la mía y me clavaban las uñas
en mi cuero cabelludo. Separó voluntariamente las piernas y me obligó a pegarme
aún más a ella. No tenía posibilidad de escapar, y apenas podía respirar. Lo
único que me quedaba era emborracharme de su dulce néctar y hacer que estallara
en un orgasmo explosivo que para mí sería un placer devorar.
En ello estábamos, olvidado
cualquier ápice de decoro y sensación de peligro, cuando escuchamos un ruido.
Pauline se quedó quieta y yo me
detuve y miré hacia mi espalda. Acababa de encenderse una luz.
-Mierda-dijimos los dos a la vez,
y me puse en pie mientras ella se bajaba el vestido y se colocaba delante de
mí, bloqueándome la visión. Se giró para comprobar que estaba oculto tras su
cuerpo, aliado con la oscuridad, y se alisó el pelo y se aclaró la garganta.
Una figura oscura apareció por la
puerta.
-¿Pauline?
-Salut, maman.
-Quand es-tu arriveé?
-Il y a quelques minutes. Por
quoi? Est-ce que je t’ai réveilleé?
-En t’en fais pas. Bonne nuit, ma
petite.
-Bonne nuit, maman.
La madre de Pauline desapareció
por una esquina, y al poco se escuchó el chasquido de una puerta al abrirse.
-Quizá deberíamos hacer menos
ruido la próxima vez-murmuró.
-Te ha dicho que no la hemos
despertado.
Pauline se giró hacia mí.
-Creía que no hablabas francés.
-Lo estudio en el instituto-me
encogí de hombros-. Pero bueno, que tampoco soy un Dios del francés, ¿sabes?
Aunque… me las apaño.
-¿Cómo que te las apañas? ¿Se
puede saber qué sabes decir en francés para ser capaz de apañártelas?
Sonreí.
-Voulez-vous coucher avec moi ce soir?
Pauline soltó una risotada.
-Bueno, ¿cuál es tu
respuesta?-inquirí, coqueto. Pauline asintió con la cabeza, se puso de puntillas
para darme un beso, y me dio un manotazo en la mano cuando notó que yo bajaba
hasta su culo. Tiró de mí para meterme en su habitación y me tumbó en la cama.
Continuó desabrochándome la camisa hasta que yo le pregunté si ya no tenía
fuerza.
-Quiero tenerte dentro, y sé que
no lo voy a conseguir si te la sigo rompiendo.
-Tus deseos son órdenes para mí,
diosa-le prometí-. Pide, y se te dará.
-Te deseo a ti-contestó, soltando
el último de los botones.
Me incorporé hasta quedarme
sentado, con los ojos a su altura.
-Ya me tienes.
Pauline tiró de mí y me besó en
la boca mientras con la otra mano me liberaba de mi camisa. Me acarició los
brazos y sonrió con satisfacción en mi boca cuando sus dedos se deslizaron por
los músculos de mi espalda.
-Comprendo… tu… estrategia…
ah…-jadeó mientras yo volvía a acariciarla. Le cogí el borde del vestido y
comencé a tirar de él. Se lo saqué por la cabeza y le arranqué el sujetador de
silicona, de estos que llevan las tías cuando no quieren que se note que llevan
sujetador incluso aunque vayan con la espalda totalmente al aire, y me
concentré en adorar sus pechos con la boca y con las manos. Pauline gimió, se
balanceó sobre mí y me pidió que no parara.
-¿No crees que estoy un poco demasiado vestido para todo lo que
quieres hacerme?
-Me encanta la
anticipación-contestó, pasando una mano por el bulto de mi entrepierna y
haciendo que yo me olvidara un momento de mi nombre, de mi edad, mi
nacionalidad o quién era mi familia. Lo único que me importaba en ese instante
era la placentera sensación de su mano en mi sexo. Gemí y Pauline devoró mi
gemido, empezó a empujarme para que me quedara tumbado con la cabeza sobre la
almohada de su cama y me desabrochó los pantalones. Entre los dos, tiramos de
ellos hasta conseguir que cayeran al suelo después de una lucha que casi nos
cuesta la cordura.
Pauline se quedó sentada sobre
sus rodillas entre mis pies, me estudió un momento.
-¿Qué pasa? ¿Vas a ofrecerle
trabajo a mi madre por crear semejante bombón?
-Estaba calculando el peso de las
ganas que le echaron tus padres a hacerte.
Me eché a reír.
-¿Cuántos kilos estimas?
-Creo que fueron toneladas.
Si yo te contara…
Pauline se acercó a mí,
deslizándose sobre mi cuerpo como una serpiente, frotándose contra mí de un
modo obsceno, y por fin hizo lo que yo más deseaba. Metió la mano por la tela
de mis calzoncillos y liberó mi erección. Le pasé una mano por debajo del
cuerpo y la pegué a mí para que continuara besándome con la intensidad y
profundidad con la que lo estaba haciendo, mientras me acariciaba de una forma
tortuosamente lenta. Empecé a jadear, suplicando que no parara, que lo hiciera
más rápido, más fuerte.
-¿A que jode?-se burló,
divertida, pero enseguida perdió toda su chulería: aproximadamente cuando yo
colé una mano entre sus muslos y empecé a acariciarla como recompensa por lo
que me hacía. Separó las piernas y empezó a responder a mis movimientos con las
caderas, y lenta, muy lentamente, empezó a empaparme los dedos.
Cuando la notaba tremendamente
cerca, la respiración acelerada y la presión en mi miembro insoportable, la
necesidad de sentirla rodeándome con su calor líquido tan intensa que no podía
pensar en otra cosa, detuve mi masaje. Pauline se mordió el labio.
-Por favor…
-Pauline-la llamé, y ella abrió
los ojos y los levantó. Eran todo pupila: negra, profunda, hambrienta. Estaba
famélica de hombre, y yo de mujer.
Me llevé los dedos que hasta
hacía nada habían estado en su interior a la boca y me pasé la lengua por
ellos. Pauline abrió los ojos, impresionada, su boca entreabierta en un jadeo
de pura excitación. Sonreí, complacido con su reacción.
-Te vas a acordar de esto-me
prometió, y antes de que yo pudiera siquiera fantasear con lo que se proponía,
se incorporó y se sentó a horcajadas sobre mí, haciendo que entrara con fuerza
en su interior. Los dos gritamos en silencio, cada uno el nombre de su dios.
-Dios…
-Joder…
Creo que no hará falta que aclare
a cuál adoro yo, ¿no?
-Estás tan grande-alabó ella, con
los ojos cerrados y los dientes clavándosele en el labio. Empezó a moverse
encima de mí-. Me gusta.
-Pues la culpa es tuya.
-Lo sé-asintió, echándose el pelo
hacia atrás y moviéndose de una forma que me hizo perder la razón. Llevé mis
manos hasta sus pechos y los manoseé mientras ella me montaba. Me puse tenso
debajo de ella y me rompí en su interior demasiado rápido. Clavé las uñas en su
busto (no estoy orgulloso de eso, pero no pude evitarlo) y ella gimió mi
nombre.
-No pares, por favor.
Esas palabras eran música para
mis oídos, las más mágicas que había escuchado en toda mi vida, y de lejos,
además. Pauline continuó moviéndose, haciendo que entrara y saliera de su
delicioso interior a una velocidad cada vez mayor. Cuando redujo el ritmo supe
que estaba cansada y decidí ser yo quien tomara las riendas de la situación. Me
incorporé de nuevo y salí de dentro de ella, que protestó, pero después de que
le diera un beso en la zona, un poco dolorida pero todavía ansiosa de mí, le di
la vuelta e hice que se pusiera de rodillas.
Le pasé un dedo por la columna
vertebral y Pauline se estremeció. Bajando por su espalda y luego ascendiendo
con los dientes, conseguí que se dejara caer sobre el colchón. La levanté por
la cintura y entonces me metí dentro de ella, notando cómo el ángulo era más
profundo que antes y nos permitía disfrutar más a ambos. Ella soltó un alarido
que yo contuve tapándole la boca, y clavó las uñas en el colchón mientras yo la
poseía, montándola como si fuéramos dos animales en celo.
La verdad es que la postura del
perrito no era de mis favoritas: esa mierda del “menos es más” es mentira en el
sexo, y cuanto más toques a tu compañera, más placer vais a sentir ambos. Sin
embargo, tiene sus ventajas, y una de ellas es ese ángulo. Te permite entrar en
toda tu plenitud en el interior de ella, y muchas veces eso las arrastra a un
orgasmo increíble del que disfrutas en el momento, y recordándolo más tarde.
No llevaba ni un par de minutos
embistiéndola cuando noté que su cuerpo se tensaba y se echaba a temblar. Apoyé
una mano al lado de las suyas y pegué mi pecho a su espalda mientras seguía
poseyéndola, ahora todo el peso de mi peso cayendo sobre su sexo y mi mano,
pero tremendamente mal repartido.
-Voy a correrme-me anunció, como
si fuera tonto y no lo notara. Aunque en su defensa diré que me encantaba
cuando las chicas me avisaban, era como si quisieran que supieras lo
descontroladas que estaban, lo muchísimo que les gustaba lo que les estabas
haciendo.
O por si querían que te
apartaras.
-Córrete para mí-la insté,
besándole el hombro y gozando de cómo se estremecía y se aferraba con su cuerpo
(con todo su cuerpo) a mí.
Pero yo ya me había escapado.
Estaba de vuelta en aquella
habitación morada, con una música atronando al otro lado de la puerta. Estaba
de vuelta con ella. Me inclinaba entre sus piernas y la devoraba, después de
que se echara a llorar porque yo era demasiado grande, ella demasiado pequeña,
o las dos cosas a la vez.
-Voy a correrme-me dijo Sabrae
desde arriba, y yo me había apartado lo suficiente para mirarla, sonreírle, y
transmitirle que no había nada que me gustase más que probarla.
Ella se había deshecho en mi boca
y yo había tenido el privilegio de degustar su primer orgasmo por esas causas.
Y luego, me había dicho que le “robara el placer que acababa de darle”. De
dónde coño habían sacado a esta niña.
Y por qué no había 3.000 como
ella.
Me desplomé, agotado, sobre la
espalda de Pauline, que recuperaba el aliento tumbada sobre la cama. Me quité
de encima de ella y me arrastré a su lado cuando se tumbó sobre la cama,
completamente desnuda, cubierta en una fina película de sudor. Pauline se pegó
a mí y yo me pregunté si Sabrae sería como ella. ¿Si tuviéramos sexo en una
cama, se acurrucaría a mi lado al terminar? ¿O necesitaría su espacio, como lo
necesitaba Chrissy?
Una sensación de vacío
desconocida se apoderó de mí. Me causó vértigo la espiral de emociones que se
tragó todo lo que había sentido hasta ahora. La inmensidad de lo que me
atenazaba era inconmensurable. Me llenó lo que sentía: nada. Absolutamente
nada.
No estaba satisfecho ni
insatisfecho. Excitado ni calmado. Alegre ni molesto. Simplemente… estaba.
Toda emoción abandonó mi cuerpo y
sólo sentía sensaciones físicas, como el calor del cuerpo de Pauline y sus
dedos en mi pecho mientras mirábamos cada uno a un punto diferente, los dos en
el vacío.
Qué he hecho.
Pensaba
que ver a Pauline me haría dejar de pensar en Sabrae. Creía que estar con otra
mujer, una que me importara de verdad, me haría olvidarla, aunque fuera sólo
por un instante. Jamás hubiera creído que pensaría en ella mientras otra se
corría conmigo dentro. Jamás habría creído que echaría de menos el sexo cuando
lo estaba manteniendo.
El sexo es especial porque es con ella, no porque es sexo. Algo así
me había dicho Jordan.
Miré mis pantalones; mi móvil
seguía en ellos. Contuve las ganas de inclinarme y recoger el teléfono y abrir
el mensaje que me había abierto. Tenía una minúscula esperanza de que fuera
ella mandándome a la mierda por algo que hubiera hecho y le hubiera molestado.
Quería que me permitiera volver a disfrutar de la vida que había tenido antes
de estar con ella por primera vez.
Yo había sido feliz antes de
ella. Lo había tenido todo: todo cuanto quería estaba al alcance de mi mano
para que yo lo cogiera. Ahora, en cambio… ni una montaña de oro compraría lo
que yo más deseaba. Ni mi nombre gritado a la vez por mil mujeres distintas
llenaría el silencio que atronaba mis oídos.
Sabrae me había matado cuando
entré en ella la primera vez, y me revivió en ese mismo momento. Nuevo,
diferente. Exclusivamente suyo.
No soportaba ese vacío que me
comía por dentro. Necesitaba llenarlo como fuera. Con palabras, con risas, con
gemidos. Con caricias. Con más sexo.
Me volví hacia Pauline y le di un
beso en la frente.
-Estás callada.
-No quería interrumpir tus
pensamientos-murmuró, mirando cómo sus dedos dibujaban intrincadas figuras
invisibles en mi piel.
-¿Pensamientos?
-Me gusta cuando te empanas-se
encogió de hombros, esbozando una tímida sonrisa.
-Tú también parecías bastante
concentrada en tus cosas-su sonrisa se acentuó-. ¡Uy! ¿Y esa sonrisita? ¿De
quién tengo que ponerme celoso?
-Pensaba en un chico de mi
instituto-suspiró y apoyó su cabeza en mi pecho, escuchando los latidos de mi
corazón, que ya no sentía, que ya sólo se limitaba a repartir sangre por mi
cuerpo.
Necesito que me distraiga.
-¿Pretendes que me pique con él,
o que intente recuperarte?
-Me gustaría saber cuál es tu
plan para recuperarme-se echó a reír.
-¿No lo sabes ya?-negó con la
cabeza y deslicé una mano por su hombro, su brazo, más abajo…-. ¿De verdad no
se te ocurre cómo puedo hacer que no pienses en otros?
-¿Cómo?-preguntó con inocencia
fingida, y yo continué descendiendo. Pauline sonrió y se inclinó para darme un
beso mientras yo me abría paso por sus curvas. Separó las piernas y yo me colé
en el hueco entre sus muslos. Sonrió, cerró los ojos y se mordió el labio
mientras yo la acariciaba en círculos amplios y lentos.
-Alec…
-¿Mm?
-Para.
-Vaaaleee-balé, pero no lo hice.
Continué con mi masaje y Pauline sonrió, enternecida por mi tozudez.
-¿Vas a parar?
-¿Por qué quieres que pare?
-Mis padres…
-Olvídate de ellos.
-Hemos tenido un golpe de suerte.
-No se enterarán.
Su cuerpo empezó a ondularse
involuntariamente. Llevó una mano a mi muñeca y cerró los dedos en torno a mi
articulación.
-¿Por qué haces esto?-me miró a
los ojos.
-Puedo ser muy celoso si me lo
propongo-la besé en la frente y ella se echó a reír. A media carcajada, su risa
se transformó en un gemido.
-Sabes que es mentira.
-Y sabes que lo mío también-alzó
una ceja-. Dios, chica, ¿por qué necesitas una razón? Me gusta escucharte. Me
gusta darte placer. Me gusta oírte. Simple y llanamente. Considéralo una
llamada de atención, un castigo por haber sido mala conmigo antes…
-Pues parece un premio por haber
gritado fuerte-sonrió, mimosa, y me soltó la mano para dejarme hacer.
-Eso también-concedí, y le di un
mordisquito en la oreja. Continué acariciándola tranquilamente, y le mordí la
oreja cuando noté que se acercaba peligrosamente al precipicio.
Le dibujé un orgasmo en su sexo
mientras mi boca lo devoraba, intensificado por la acción de la otra mano
adorando sus pechos perfectos, turgentes y anhelantes de mis caricias.
El vacío volvió a arrastrarme,
esta vez mucho más cerca. Recordé la noche pasada, en la que había estado a
punto de conseguir que Sabrae disfrutara de lo mismo que Pauline, pero ella
finalmente se había negado. Nuestra relación debía ser recíproca, decía. Como
si a mí no me encantara saber que podía llevarla a las estrellas simplemente estando
a su lado, besándola y acariciándola. Me gustaba satisfacerla y me gustaba
saber que a ella le gustaba mi presencia. Me gustaba que ella quisiera estar a
la altura conmigo. Me gustaba que mi propio placer fuera importante para ella,
como lo era también para Pauline y para Chrissy.
-¿En quién piensas?-preguntó mi
compañera, y yo alcé una ceja y fingí una sonrisa.
-¿Cómo dices?
-Lo has hecho pensando en
otra-murmuró-. Jamás me habías tocado así. Parecías… ausente-se incorporó un
poco-. ¿Nos estamos despidiendo?
Negué con la cabeza.
-¿Te preocupa algo?
-No es nada, Pau, de verdad.
-No sabes cómo odio esto. Eres
como un enigma. Nunca sé en qué estás pensando, pero soy buena adivinando lo
que quieres.
-¿Ni siquiera lo vas a intentar?
-Sé que no piensas en mí-deslizó
sus dedos por mi anatomía y sujetó mi hombría con firmeza, que se despertó de
un suave letargo al contacto de sus dedos.
-¿Vas a hacer que eso cambie?
Ella sonrió, juguetona, y empezó
a acariciarme muy, muy lentamente. Mi mano volvió a su sexo, pero ella me
apartó.
-Ahora te toca a ti.
-Me siento mal si…
-No lo hagas-me besó la comisura
del labio y continuó besándome. Respondí a su beso, pero la aparté de mi sexo.
No lo había hecho por ella, pero tampoco lo había hecho por mí. No sabía por
quién le había dado un nuevo orgasmo, pero no quería que me lo devolviera. Lo
que quería era que esa sensación de estar lleno de aire y que no hubiera hueco
para nada más dentro de mí desapareciera.
Ella sonrió, asintió con la
cabeza, me dio un piquito y volvió a apoyarse en mi pecho.
-Estoy aquí.
-Ya sé que estás aquí-le acaricié
la cabeza y le di un beso en la raíz del pelo.
-No, quiero decir… no estoy
celosa, ni nada por el estilo. Sólo digo… somos amigos. Tenemos más que sexo.
Estoy aquí para ti. Física y emocionalmente-se incorporó hasta quedar acodada y
mirándome-. Puedes hablar conmigo-se colocó un mechón de pelo detrás de la
cara-. Quiero estar ahí para ti. Tú siempre lo estás para mí.
Esbocé una sonrisa triste que no
me subió a los ojos.
-No tienes que…
-¿Siempre haces esto?
-Hacer, ¿qué?
-Con tus amigos. ¿Siempre te
callas lo que te preocupa? ¿Para que ellos no se preocupen también?
-No suelen preocuparme muchas
cosas.
-Eso no es verdad, Al-sacudió
ligeramente la cabeza y yo suspiré. Me froté la cara. Algo dentro de mí me dijo
que, si reconocía la existencia de Sabrae con Pauline, no habría vuelta atrás.
Y que, si lo hacía, el globo se
pincharía y podría volver a sentir cosas.
-Hay una chica-admití por primera
vez en voz alta, y en cierto sentido me sentí un estafador. Pauline era una de
mis follamigas, no éramos amigos cercanos más que en lo físico. Debería
habérselo dicho primero a Bey.
Debería habérselo reconocido a
Jordan. No debería haber salido corriendo a la primera señal de que se notaba
externamente que Sabrae me importaba.
-¿Hay una chica?-Pauline parecía
sinceramente ilusionada-. Interesante-sonrió, y yo puse los ojos en blanco.
-Je… sí…-murmuré, aunque la i
estuvo más cerca de un “eh”.
-¿Es más guapa que yo?-alzó una
ceja y yo clavé la vista en ella. No podía estar hablando en serio…
¿Cómo coño iba a compararlas?
O… ¿con qué puta cara le decía yo
que sí?
-Eh… sois… distintas-respondí,
cauteloso, y Pauline se echó a reír.
-Vale, eso es que sí. De lo
contrario, me habrías dicho que no directamente. ¿Quién es?
-No la conoces.
-Como al 99% de la gente con que
te relacionas. Ni siquiera conozco a la otra chica con la que te comparto.
¿Christina…?
-Chrissy. Os caeríais bien.
-Tenemos gustos parecidos. Y esta
chica que misteriosa que te quita el sueño, también-me guiñó un ojo-. ¿Me dices
su nombre?
-¿Para buscarla en Facebook?
-¿Cómo sabes que le voy a mandar
un mensaje diciéndole “nena, Alec piensa en ti mientras follamos, ya puedes ir
contándome qué es lo que le haces cuando estáis juntos”?-soltó una nueva risa
que me enterneció. Parecía realmente feliz, a pesar de lo que le estaba
contando. Dudaba que yo pudiera tomarme tan bien que Pauline me contara que
había un chico en el que pensaba mientras lo hacíamos. Se lo estaba tomando
todo con una deportividad que incluso me asustaba. Ni siquiera yo jugaba tan
limpio.
-Tiene buena técnica con las
caderas, lo admito-alcé las manos y silbé-. Guau. No sé dónde lo ha aprendido,
pero…
Me dio un golpe con la almohada.
-¿Pretendes ponerme celosa, o que
te robe el móvil y mire tus mensajes para averiguar su nombre?
-¿Por qué te importa tanto, Pau?
-Hemos estado juntas-soltó, y yo
clavé la vista en ella. Sentí una sensación de vértigo impresionante. Si
Pauline conocía a Sabrae, si le contaba lo que yo hacía con ella…
… si Sabrae se enteraba de hasta qué punto me tenía
comiendo de la palma de su mano...
Podía darme por muerto.
-En esta cama hemos sido
tres-reveló-. Tú, y yo, y ella.
Sus ojos volaron a mi garganta
cuando tragué saliva y la nuez se me movió.
-Lo siento.
-No lo sientas. ¿Estás de coña?
Me pone un montón. Me la imagino celosa de ti. Te imagino a ti celoso de otro, haciendo eso que
haces a veces con la mandíbula, cuando te incordian más de la cuenta… oh, Dios,
justamente eso-me señaló con un dedo y yo puse los ojos en blanco-. Y... uf.
Quiero follarte. Duro. Toda la noche. En serio. Si no estuviera tan cansada y
me dolieran tanto los pies, te juro que te tendría despierto hasta que saliera
el sol. Quizá debiéramos invitarla a venir un día y unirse a nosotros…-sonrió
con malicia.
-No creo que quisiera-pero mi
mente ya estaba trabajando a toda velocidad, encargándose de subir mi libido a
base de imaginarme a Pauline con Sabrae.
En esta habitación.
En esta misma cama.
Sin ropa.
Con una única cosa entre las dos.
Yo.
Quieto parado, Al. No quieres ir por ahí.
-Si
quieres intentarlo, por mí, puedes-se puso en pie y meneó la mano, restándole
importancia al asunto-. Estoy abierta a probar cosas nuevas, y esta chica
misteriosa ha despertado mi curiosidad. Además… tú puedes ser muy convincente.
Ni de coña habría dejado yo que nadie me lo comiera en el pasillo de mi casa
estando mis padres en ella, pero tú… tienes algo, Alec.
-¿Un atractivo sexual
irresistible?-bromeé, pasándome las manos por detrás de la cabeza y alzando las
cejas. Pauline puso los brazos en jarras y los ojos en blanco.
-Es algo diferente. Haces que
quiera hacer cosas contigo que no quiero hacer con otros. Me siento… segura.
Con ganas de complacerte.
-Me complaces con sólo respirar,
muñeca.
-Sí, bueno… menos mal que no te
basta con que sólo respire a tu lado-sonrió, sacudiendo la cabeza-. Voy al
baño. Dame diez minutos antes de irte, ¿vale?
Asentí con la cabeza y observé
cómo recogía una camiseta y unas bragas del armario y se marchaba, dejando la
puerta entreabierta. Me pasé una mano por la cara, frotándome las facciones y
librándome del lío que tenía formado en mi interior, y me incorporé. Busqué mis
calzoncillos ignorando aquella sensación de malestar de dentro de mí, y me
senté en el borde de la cama para ponerme los pantalones.
Mi móvil estaba en el suelo,
sobre una de las alfombras turquesa de la habitación de Pauline. Por un breve
instante, se me había olvidado que una sorpresa me aguardaba.
¡Saab.🍫👑(@sabraemalik) ha respondido a tu historia!
Deslicé la notificación hacia un
lado para abrir su mensaje.
Era corto, pero certero.
Qué recuerdos 😍 la próxima vez que montéis
una fiesta así, invítame, porfa☺
Releí el mensaje una, dos, tres veces.
No sabría decir qué era peor.
El primer emoticono.
El invítame.
El último emoticono.
El mensaje implícito de que
vendría. El mensaje implícito de que se lo pasaba bien conmigo. El mensaje
implícito de que me echaba de menos.
Eres un hijo de puta, Alec. Eres un hijo de puta y le estás haciendo
daño.
Eres un hijo de puta y no te la
mereces.
Eres un hijo de puta y Scott
jamás permitirá que te acerques a ella.
Eres un hijo de puta y ella nunca
te querrá volver a ver.
Y ella te importa.
Eres un hijo de puta y has
apartado a la única chica que te ha importado como ella lo hace en toda tu
miserable vida.
Abrir el
mensaje de Sabrae me hizo descender de la nube de complacencia a la que me
había subido nada más montarme a la moto. Ésta había sido algo así como mi
Pegaso particular: me alejé de todo en lo que me estaba convirtiendo y regresé
a la casilla de salida como si hubiera tenido la peor combinación posible de
los dados.
Y lo mejor de todo es que me dio
absolutamente igual. Releí sus palabras y me mordí el labio, pensando en cómo
contestarle sin que pareciera que había estado haciéndome el interesante (lo
último que quería ahora mismo era que ella sintiera que yo trataba de poner
distancia entre nosotros y de parecer poco implicado), pero, sobre todo,
preguntándome cómo podría hacer para que nunca llegara a adivinar qué me
ocurría. Dónde estaba. Con quién.
Dejé de ser el Alec de siempre y
comencé a ser su Alec, ese que había nacido hacía alrededor de un mes. No el
que estaba tendido en la cama de una chica a la que le había echado el polvo de
su vida intentando olvidar, sino el que estaba más que dispuesto a pasarse un
sábado por la noche metido en la cama como un niño bueno, casto y tremendamente
fiel.
El olor de las sábanas de
Pauline, en las que habíamos retozado tan ricamente, era ahora diferente. No
olía mal, pero había dejado de oler bien. Me transportaba a recuerdos que yo no
quería evocar, recuerdos que ampliaban el significado de las palabras de Jordan
con respecto a Scott. Recuerdos que atesoraba y había hecho con alegría, pero
que ahora me hacían pensar en lo cabrón que podía llegar a ser.
El último verano había habido una
mañana en que había amanecido desorientado y con un dolor de cabeza increíble,
fruto de la resaca y del cansancio de la noche anterior. Una de mis manos
estaba sobre la espalda de una chica, mientras que la otra rodeaba su cintura.
Me había despertado hecho mierda, y a los dos segundos estaba pletórico de
alegría al reconocer los cuerpos a mi lado: dos chicas a las que había conocido
de fiesta aquella misma noche y que había conseguido llevarme a la cama a la
vez. Un poco como las chicas a la entrada de Asgard. Me había levantado
mientras ellas se revolvían en la cama y buscaban mi calor, que se apagó y fue
sustituido por el del cuerpo de la otra.
Exultante y con ganas de gritarle
a los cuatro vientos lo que había pasado esa noche, que venía a mí poco a poco
como el goteo de una gota que poco a poco hace crecer una estalactita, salí de
la habitación con una mano en la entrepierna, tapando mis vergüenzas. Karlie y
Tommy ya se habían despertado y tomaban su desayuno; Karlie mojaba unas
galletas en su cacao en polvo mientras Tommy se untaba mermelada en una
tostada. Max dormía en un sofá a su lado, y Logan estaba tumbado boca arriba,
contemplando el techo. Los dos comensales se giraron hacia mí.
-Buenos días-saludó Karlie, y Max
se revolvió en sueños. Logan se giró para mirarme.
A mi lado, la puerta de la
habitación que Tommy y Scott compartían se abrió y una chica morena salió de su
habitación apresuradamente.
-Para algunos más que para
otros-comentó Tommy con intención.
-He perdido mis gayumbos-espeté-.
¿Me prestas unos?
Tommy rió entre dientes.
-Si no te quedan grandes…
-Tranquilo, que lo que me sacas
por atrás, te lo aventajo yo por delante-me burlé, y Logan se echó a reír tan
fuerte que despertó a Max.
-¿Qué pasa?
-Nuestro Al, que está crecido.
Será por sus amigas-comentó con intención el más pequeño del grupo-, está claro
que le han disparado el ego.
-Las invitarás a algo, después de
tenerlas gritando hasta altas horas de la noche ayer, ¿no?-rió Karlie.
-No quiero que te celes, mi
vida-respondí, entrando en la habitación de Scott y cogiendo unos calzoncillos
de la maleta de Tommy-. Sabes que yo sólo tengo ojos para ti.
-Sé bueno y diles a tus rusas que
coman todo lo que quieran.
-¿Mis rusas?-pregunté, saliendo
de nuevo a la suite. Logan asintió con la cabeza, pero Tommy habló por él.
Soltó una nueva carcajada y espetó:
-¿Es que ni siquiera te fijas en
qué idioma hablas con una tía?
-Su idioma no es la lengua que
más me interesa de una mujer, la verdad-había contestado, encogiéndome de
hombros. Pero, oye, luego hice de intérprete durante el día que las chicas
decidieron pasar con nosotros, tras la invitación de mis amigos y mi refrenda
en ruso. Que me diera igual ocho que ochenta no quería decir que no tuviera
educación, y toda chica que entrara en mi vida, bienvenida fuera.
Había vivido libre, sin
complicaciones ni remordimientos, disfrutando de un sexo cuyo único ingrediente
secreto era el placer, y ahora…
… ahora ese ingrediente secreto
se diluía en el agua, dando paso a una mezcla que me era más difícil de
alcanzar.
Y, a medida que se diluía, me
impedía llegar a ese nivel de gozo.
Sintiendo una incómoda sensación
de vergüenza y decepción conmigo mismo instalarse en la boca de mi estómago,
seguí contemplando el mensaje. Estaba demasiado absorto en decidir si yo me
merecía contestarle a Sabrae como para escuchar a Pauline llegar.
Se quedó quieta, parpadeando
despacio, como asimilando el cuadro que estaba viendo. Yo, tumbado en su cama,
visiblemente hecho mierda, con el lío que tenía en la cabeza tan enmarañado que
me impedía respirar.
-¿Qué te pasa?
No iba a soportarme a mí mismo
esa noche. No debían dejarme solo. Jordan me mandaría a la mierda si me
plantaba en su casa pidiéndole que me dejara dormir en su habitación. Mimi no
podía enterarse de lo que acababa de hacer. Me perdería el respeto que me
tenía. El poco que aún le quedaba.
-¿Te importa si me quedo a
dormir?
-En absoluto-respondió ella,
cauta-. Pero recuerda que…
-Me iré antes de que tus padres
se despierten.
-No, si a mí me da igual cuándo
te vayas-se sentó en la cama y abrió la sábana para meterse debajo y tener
contacto con mi piel-. Te lo digo porque sé que te da pánico que te pillen
aquí…
-Yo no tengo miedo a
nada-respondí, tozudo, y Pauline bajó la mirada hacia mi teléfono y asintió. Sólo a que Sabrae me perdone lo que acabo de
hacerle contigo.
Sólo ella puede parar esto. A mí
ya se me ha ido de las manos.
-¿Es ella?-inquirió Pauline, y yo
asentí-. ¿Puedo?-señaló el teléfono y yo se lo tendí, alzando las manos-.
Sabrae…-susurró-. Malik, además. ¿De qué me suena?
-Es la hija de Zayn
Malik-informé, y Pauline me miró, confusa-. Ya sabes. Zayn…
-Ya. Sé quién es Zayn, claro. Es
sólo que… perdona-se encogió de hombros-. A veces se me olvida que conoces a
sus hijos.
-No conozco a sus hijos. Su hijo mayor es de mis mejores amigos.
-Y una de sus hijas es la chica
en la que piensas cuando estás con otras-sonrió. Puse los ojos en blanco-. ¡No
te pongas así, hombre! Además, ¿a qué la cara larga? El mensaje es bueno.
-Ella no sabe que estoy aquí.
-Bueno, ¿y?
-Ella no sabe que yo me acuesto
contigo.
Pauline parpadeó, comprendiendo
de repente.
-Oh. Ya veo. ¿Temes que le
parezca mal?
-Sé que le va a parecer mal.
-Tampoco tiene por qué. Es decir…
no es tu novia, ¿verdad? No estamos haciendo nada malo.
-Sé cómo es Sabrae. La conozco
desde que nació. Hasta hace menos de un mes, me odiaba. Mucho. Si yo estuviera
en llamas y ella tuviera una botella de agua, se la bebería antes que echármela
por encima.
Pauline contuvo una sonrisa.
-Bueno… la verdad es que en tus
días difíciles te pones bastante insoportable.
-Sí, pues según ella, todos mis
días eran difíciles hasta que empezamos a… bueno, a follar-me crucé de brazos y
seguí mirando el mensaje-. Ahora parecía estar convenciéndose de que merezco la
pena, pero… después de esto, no va a querer volver a dirigirme la palabra.
-Hay más peces en el mar.
La fulminé con la mirada mientras
ella releía el mensaje.
-Yo no quiero un pez, Pauline, yo
quiero a Sabrae.
-Sabes que lo de los peces es
metafórico, ¿no? Además, si la quieres a ella, ¿por qué no se lo dices?
Hice un mohín.
-No puedo ir, y simplemente… decírselo. Ni siquiera sé qué coño tengo
que decirle.
-“¿Quieres ser mi novia?” suele
funcionar.
-No quiero que sea mi
novia-ladré, tozudo, y Pauline alzó una ceja.
-Alec. Que son las 3 y media de
la madrugada, y estás aquí sentado, releyendo un mensaje suyo mientras se te
cae la baba. Dudo que tu interés en ella se limite a querer invitarla a una
taza de té.
-El té me da asco-me defendí.
Pauline se echó a reír.
-Me pregunto por qué la pobre
criatura te odió toda su vida, con lo amoroso que eres-ironizó, y yo puse los
ojos en blanco-. Lo que me sorprende es que haya cambiado de opinión ahora.
-Tengo métodos convincentes, tú
misma lo has dicho, ¿no?
-¿Te importa si…?-señaló la
conversación y deslizó el dedo arriba y abajo. Me encogí de hombros.
-Sírvete. Total. Para lo mucho
que la voy a ampliar de aquí a que me muera…
-¿Siempre eres tan
positivo?-deslizó el dedo hacia arriba mientras ascendía hacia los orígenes de
nuestra conversación. La leyó por encima durante una media hora, bajo mi atenta
mirada. Cuanto más supiera de Sabrae, más ideas tendría para ayudarme a
intentar contestarle y conseguir que no me odiara hasta el punto de querer
hacerme vudú.
-Me cae bien-comentó-. Es
simpática. Y vacilona. Y muy inteligente. Haríais buena pareja.
-Los polos opuestos se atraen,
¿cómo íbamos a…?
-Te complementa.
-¿Cómo que me complementa,
Pauline? No me jodas. Yo soy simpático. Y vacilón. Y muy inteligente.
-Bueno…-chasqueó la lengua-.
Simpático, vale. Vacilón, sin duda. Ahora, inteligente… tienes tus momentos.
Alcé las cejas.
-Yo no he venido aquí a que me
insultes.
-Has venido a follar y hemos
follado, ahora te aguantas. ¿Puedo mirar su perfil? Parece guapa.
-Tengo buen gusto con las
mujeres.
-Quiero ver si es más guapa que…-se
quedó callada. Frunció el ceño.
-¿Qué pasa? ¿Ha subido algo
nuevo?-me incorporé como un resorte, esperando una publicación nueva que no
hubiera visto aún. Pero nada.
-¿Cuántos años tiene?
-¿Qué coño importa?
-Importa porque hay gente
terminando mi carrera que no une las cosas como lo hace ella. ¿Cuántos…?
-Catorce.
-¿CATORCE?
-A ver, que yo no la estrené ni
nada por el estilo, ¿sabes, Pauline? Ya venía aprendida de casa cuando…
-Habla de algunas cosas como si
llevara años siendo catedrática. Tengo profesores
más imbéciles que ella. Profesores de universidad, Alec. Joder, ahora sí que tienes que presentármela. Y que
pedirme salir. Me encantaría veros juntos. Seguro que te mete caña por un tubo.
Pagaría por ver cómo te vacila, sinceramente.
-Sabrae no me vacila-protesté,
hundiéndome en la cama y quitándole el móvil. Bloqueé la pantalla y tamborileé
con los dedos sobre el teléfono-. No me mires así.
-Te encanta que las chicas te
tomemos el pelo.
-Me gustan los retos.
-Si Sabrae te tiene así, no creo
que sea porque coma de la palma de tu mano.
-Para mi desgracia, Sabrae no
come nada de mí-solté un gruñido y
Pauline soltó una estridente carcajada.
-Mira, si no le pides salir tú,
lo hago yo. Qué tía. Menuda diosa. Estoy a sus pies. Quiero ser su amiga, y le
saco… buah. Cinco años. Menuda burrada.
-Es una persona interesante.
-Tienes un rango de edad bastante
amplio, ¿no te parece, Al?
La fulminé con la mirada.
-Podría decir lo mismo de ti.
-Déjame volver a verla. Quiero
tatuarme su cara. Ojalá fuera lesbiana para poder casarme con ella. Es que,
¡mírala! Es monísima. La quiero adoptar. ¿Me dejarán adoptarla?
-Ni se te ocurra decirle eso si
algún día la conoces, ¿estamos? Es adoptada. Y voy en serio. No se lo digas,
Pauline. Si yo lo fuera, no me gustaría que me lo recordaran.
-Es que… ¡es tan mona! Me la
quiero comer.
-No es mona, Pauline. Está buena.
-Sí, sí, bueno, hay opiniones.
Qué cosita.
-¿Quieres parar? Cualquiera que
te oiga pensará que tiene dos años y que yo soy un puto pederasta o algo así,
tronca. Y no aparenta los años que tiene.
-Un poco sí. Quiero decir, no de
cara. Ni de cuerpo. Pero de estatura, sí. Parece bajita. ¿Cuánto mide?
Me froté la cara y me encogí de
hombros.
-No sé, ¿uno cincuenta? ¿Cincuenta
y cinco? No voy midiendo a las tías con las que me acuesto.
Pauline lanzó un chillido.
-¡DEBÉIS SER MONÍSIMOS JUNTOS!
¿No tenéis alguna foto?
-Pauline...
-Te debe de llegar… como por
aquí-se puso una mano en el pecho, y sorprendentemente por ahí me llegaba
Sabrae.
-Pauline.
-Me la tienes que traer un día a
la pastelería. La quiero ver. Contigo. Seguro que sois monísimos. La invitaré a un pastel.
-¡Pauline!
Le arrebaté el teléfono y ella
sacó el suyo. Buscó su nombre de usuario y yo me puse pálido.
-No la sigas.
-Si no se va a enterar.
-Pauline, por tu madre, no la
sigas.
-¿Te imaginas que nos hacemos
amigas? Y te criticamos. Muy duramente. Oh, jo jo jo jo-soltó una carcajada-. Tenemos que hacernos amigas.
Tocó el botón de seguir y éste
cambió de color.
-Te mato-sentencié, le quité el
teléfono y me abalancé sobre ella, que lanzó un alarido. Nos peleamos bajo las
sábanas hasta que conseguí tenerla dominada e hice que me prometiera que no iba
a intentar acercarse a Sabrae. Bastante tenía yo con manejarlas a las dos por
separado como para que ahora se me juntaran. Me dio su palabra, hicimos promesa
de meñique, y sacudió la almohada para dejarla más mullida e hinchada antes de
acostarse.
Yo me quedé mirando el móvil, el
mensaje, preguntándome si debería contestarle o dejar que pasara el tiempo. No se
me ocurría nada interesante que decirle, y Pauline dormía a mi lado, así que
tampoco me sería de mucha ayuda. Así que lo dejé en la mesilla de noche de mi
lado de la cama, y me volví para rodearle la cintura a mi amiga y atraerla
hacia mí.
-Mm, Alec-ronroneó, y yo me odié
por estar con ella y me odié más aún por fantasear con dormir con Sabrae y
escucharla a ella decir eso, en el mismo tono somnoliento y amoroso con el que
lo dijo Pauline.
Dormí durante varias horas, en un
sueño ligero con el que no conseguí descansar ni una pizca. Cuando me desperté,
el sol despuntaba por el horizonte. Me vestí en silencio, recogí mi móvil, le
di un beso a Pauline en la frente y salí de su habitación de puntillas. Su padre
ya estaba amasando el pan, que pronto tendría que meter en el horno, así que me
tocó bajar sin hacer ruido y colarme por la puerta de atrás cuando nadie
miraba. Arranqué la moto y me largué de allí a toda pastilla, antes de que
nadie se fijara en mí.
Atravesé la ciudad con la
creciente sensación de angustia que me producía saber que Sabrae esperaba una
respuesta por mi parte y que se me acababa el tiempo en el paraíso. Pronto no
tendría ninguna excusa en la que escudarme y tendría no sólo que contestarle,
sino que hablarle de lo ocurrido.
A ella no le importa dijo una voz en mi cabeza, una voz cínica.
Pero yo quiero que lo sepa.
Y, en lo más profundo de mi
corazón, también quería que le importara.
Eso querría decir que yo
significaba para Sabrae lo mismo que ella significaba para mí.
Llegué a
mi calle con esa sensación de teletransporte que sufres cuando viajas sin ser
consciente de tu viaje, y aminoré la marcha hasta un lento paseo para intentar
posponer un poco más el momento de enfrentarme a mi familia por el numerito de
ayer.
Por desgracia, Sabrae y mi familia
tendrían que esperar un poco.
Porque en el camino de entrada a
mi casa, sentada en el bordillo, había una figura. Yo no necesitaba que se
levantara para intimidarme, ni tampoco para saber quién era y qué hacía allí.
Pero, de todos modos, antes de
cruzarse de brazos y fulminarme con la mirada. Lo hizo.
Los problemas de uno en uno, pensé. Primero mi familia, después Sabrae. Al final, ya, mis amigos.
Sin embargo, Bey tenía su propio
orden para mi lista de “cagadas de las que ocuparse”. Y mentiría si dijera que
no me acojonó la parsimonia con la que se levantó, como si supiera el miedo que
me producía tenerla allí, lista para leerme la cartilla. Apagué la moto y me
quité el casco.
-Hola-saludé, intentando
apaciguar la tensión que manaba de ella. Bey se cruzó de brazos y pronunció las
palabras que más asustan a todo el mundo. Imagínate lo terroríficas que suenan
de labios de tu mejor amiga:
-Tenemos que hablar.
Aquí tienes la encuesta (consta de dos tweets, por favor, contesta en ambos)
¿Qué te parece el tono en el que se narra el sexo de forma explícita en este capítulo?— Magic between words. (@caliraspberry) 1 de agosto de 2018
Apúntate al fenómeno Sabrae 🍫👑, ¡dale fav a este tweet para que te avise en cuanto suba un nuevo capítulo! ❤🎆
He tenido una lucha interna con este capitulo porque cuando Alec se arrepiente de todo y empieza a encontrarse mal he sentido lastima las el, pero al segundo pensaba en lo que le había hecho a Sabrae y paso de lastima a furia en milisegundos.
ResponderEliminarClaro también he tenido el dilema de que Alec tiene que hacer lo que le salga del nardo porque no esta con Sabrae y no tienen compromiso ninguno, pero es que pffffff no se.
Y por ultimo, Pauline, cariño, de la heterosexualidad se sale, y a ti te queda nada.
Es que es eso, buf, me encanta escribir esta parte porque aquí su relación empieza a ser más compleja y ellos evolucionan un montón y adquieren un trasfondo impresionante... y son súper humanos, especialmente Alec, que hasta ahora estaba haciendo las cosas relativamente bien.
EliminarTienen que encontrar el balance entre libertad y respetar al otro y demás; además, Alec ha hecho las cosas mal no yendo a por Pauline, sino marchándose PARA FASTIDIAR A JORDAN, es que si hubiera sido un calentón no tendríamos nada que reprocharle, el problema es la razón
Pauline monísima de verdad la amamos en silencio
Vaya dilema es Alec en sí. Por un lado el mismo es consciente de que no tiene que sentirse mal por acostarse con otra porque no está con sabrae pero por otro lado, en el fondo, sabe que sabrae es más importante que cualquier otra chica
ResponderEliminarSí sí totalmente, Ari, es que es eso, ahora mismo está en una posición muy delicada en la que cualquier cosa que haga va a fastidiar a alguien, porque por un lado no tiene NADA a lo que agarrarse con Sabrae, pero por otro tampoco se siente tan libre de hacer lo que él quiera porque en el fondo sabe que a ella le repercuten sus acciones y le dolerán las cosas que haga. él todavía no se ha dado cuenta, pero sabe que Sabrae le quiere y le importa y creo que traicionar esa confianza que ella depositó en él (y que Alec considera tan importante) le molesta más que cualquier sacrificio que tenga que hacer
EliminarGracias por tu comentario ay, se te echaba de menos por aquí ☺
Quiero pegarle unas cuantas hostias a Alec en este capítulo. De verdad que me ha puesto mala al principio del capítulo y cachonda a partes iguales (xd) He muerto de amor cuando él y Pauline se han puesto a habalr de Sabrae, realmente está pilladisimo y ni lo sabe.
ResponderEliminarEstá súper misógino pero a la vez en modo macho alfa y buah que me domine con su cuerpo por favor y gracias
EliminarLa forma en que hablan de Sabrae y cómo la protege y la defiende cuando piensa que Pauline le va a decir algo malo???????? el contenido por el que me registré
Hermana, una vez más, te felicito por lo que haces, por hacerme sentir desesperacion esperando cada capítulo, y hacerme sentir rabia cuando se acaba.
ResponderEliminarAlec es un bobo que no se aclara la cabeza, pero aún así tiene algo que me encanta de verdad. No tardes mucho para el proximo porfi.
Ayyy Angeles, muchísimas gracias por tu comentario y por leerme ♥ No sabes la ilusión que me hace saber que a alguien le llega lo que escribo ☺
EliminarAlec es tonto, pero no tiene mala intención, así que se hace querer ☺
Intentaré no teneros demasiado tiempo esperando, pero prometo que merecerá la pena ♡