¡Hola, delicia! Esta tarde-noche rescato una parte de mi blog
que llevo teniendo abandonada mucho tiempo, aquella en la que doy mi opinión sobre
algún libro, película o serie que he visto recientemente. Volveré a hablar de
un libro, en este caso de:
¡Cielo infinito, de
Katharine McGee! Se trata de la tercera y última entrega de la primera saga de
esta autora, El piso mil. Después de
todo lo que ocurrió en Vértigo, los
protagonistas de la historia ven cómo el pasado les alcanza, haciendo que se
enfrenten a decisiones de vida o muerte. No puedo contarte mucho más de la
historia sin destriparte el final del segundo libro por si te animas a leerlos
en un futuro, pero lo que sí diré es que Cielo
infinito es el broche final perfecto para la saga. Ata todos los cabos
sueltos y da un final cerrado a la mayoría de los personajes, haciendo que los
que sí tienen un final abierto tengan un futuro lleno de posibilidades con el que
puedes llenarte de esperanza.
En esta entrega me ha dado la sensación que Avery ha
recobrado protagonismo en detrimento de Leda, que había conseguido hacerse con
la importancia absoluta en el segundo libro. La evolución del personaje de Leda
entre ambas historias es notable, consiguiendo que pasara de detestarla a
tolerarla, e incluso cogerle cariño. No me ha pasado así con Avery: a pesar de
que vive altibajos a lo largo de la historia y le ocurren putadas que hacen que
inevitablemente te compadezcas de ella, no he dejado de sentir que sigue siendo
esa princesita en la torre de marfil a la que no puede acercarse nada, porque
todo le hace daño. Me encantan los personajes vulnerables y llenos de matices (quienes
me lean lo habrán notado), pero con Avery no he congeniado en ninguno de los
tres libros que protagoniza. Me sigue pareciendo (y en esta tercera entrega más
que nunca) un personaje insulso, construido sin ningún tipo de lógica, y el
hecho de que sea la “abeja reina” sobre la que gira toda la trama y a la que
todo el mundo idolatra sin quererlo ella no hace más que aumentar mi tirria por
Avery.
Tirria que por otro lado se transforma en amor absoluto
hacia Calliope, la que yo creo que es su alter ego a pesar de que no se
presenten así en absoluto. Para mi desgracia, Calliope no tiene tanto
protagonismo en Cielo infinito como
lo tenía en Vértigo, donde era la
recién llegada y por tanto daba mucho más juego. Sin embargo, los capítulos en
los que sale ella, al margen de ser pocos te dejan con ganas de más: siempre le
está ocurriendo algo que te hace devorar las páginas que se centran en ella, y
siempre hace que gimas internamente cuando ves que una narración se termina a
media página porque eso significa que no vas a tener la oportunidad de
disfrutarla hasta dentro de bastantes hojas. Eso sí, todo lo que toca, lo convierte
en oro, haciendo que te intereses por personajes por los que antes no lo habías
hecho y mostrándote una cara nueva de aquellos a los que tú creías conocer muy
bien (¿de qué me sonará eso? *cof* *cof* Sabrae *cof* *cof*).
En lo que respecta a Watt y Rylin, un poco más de lo
mismo. Rylin se ve relegada a mera secundaria, mientras que Watt, que sí que
aparece más que ella, consigue que su estatus se eleve por encima de esta
última y convertirse en un secundario importante,
pero sin llevar las riendas de la trama, a pesar de que muchas cosas de las
que suceden tienen que ver con él.
Otra de las cosas a destacar es la variedad de los
personajes. Me ha gustado especialmente que Katharine se moleste de vez en
cuando en recordarte que hay gente procedente de todos los continentes en su
historia; y que cada uno tiene su diferente color de piel y rasgos
contribuyendo a dibujar una sociedad muy diversa, tal y como se supone que es
la neoyorquina, pero en vez de distribuida a lo largo de varios kilómetros
cuadrados, organizada en tres kilómetros de altitud.
El final de la historia me ha gustado especialmente, con
un plot twist que me tenía en vilo y
que yo no me habría imaginado jamás a pesar del tiempo que invertí en elucubrar
sobre quién había hecho ESO con lo
que termina Vértigo. He de decir que
la revelación final superó mis expectativas, aunque en mi defensa como lectora
y a modo de crítica de la autora diré que es un final un poco sacado de la
manga. No tienes ninguna pista que te haga echar la vista atrás en el libro y
pensar “¡Dios, pero si estaba aquí, era obvio!”
como sí me ha ocurrido con otras historias. Creo que haber introducido algo a
lo que luego agarrarse para descubrir quién es el responsable del final de Vértigo no habría puesto en peligro el
factor sorpresa de haberlo sabido llevar la autora, y que habría hecho este
final tan bueno incluso un poco mejor.
Por último, del estilo de escritura poco puedo decir.
Katharine McGee escribe de una forma simple y puramente deliciosa, con frases
tremendamente poéticas y metáforas muy bien traídas que me encantaría que se me
ocurrieran a mí solita. Escribo esto con el libro a mi lado, lleno de
marcadores de colores (incluso terminé varios de los colores del plastiquito en
el que vienen todos recogidos), con lo que creo que los hechos hablan por sí
solos.
Lo mejor: la
forma de escribir de la autora, que consigue que sepas que la revisitarás en un
futuro quizás no muy lejano.
Lo peor: los
personajes. La distribución de la carga de la trama está demasiado mal
repartida, haciendo que los más planos y simplones sean los que tiren por la
historia, mientras que los que tienen más profundidad se ven relegados a segunda
fila.
La molécula
efervescente: la cita en la que a Calliope le hacen un bombón a medida, de
forma que no le guste nada más en el mundo que eso. Me parece el colmo del
romanticismo y la mejor manera de utilizar la tecnología. En general, la cita
de Calliope es preciosa, pero esa parte en particular, chapó.
Grado cósmico: Estrella
galáctica {4.5/5}. Un muy bien final a una de mis sagas preferidas.
¿Y tú? ¿Lo has
leído? Si es así, ¡no dejes que te domine la timidez y comparte tu opinión
conmigo! ❤