viernes, 30 de noviembre de 2018

Terivision: Cielo infinito (El piso mil, #3)


¡Hola, delicia! Esta tarde-noche rescato una parte de mi blog que llevo teniendo abandonada mucho tiempo, aquella en la que doy mi opinión sobre algún libro, película o serie que he visto recientemente. Volveré a hablar de un libro, en este caso de:
 
Sigo enfadada porque las portadas en inglés son cuquísimas y en español... bueno.
¡Cielo infinito, de Katharine McGee! Se trata de la tercera y última entrega de la primera saga de esta autora, El piso mil. Después de todo lo que ocurrió en Vértigo, los protagonistas de la historia ven cómo el pasado les alcanza, haciendo que se enfrenten a decisiones de vida o muerte. No puedo contarte mucho más de la historia sin destriparte el final del segundo libro por si te animas a leerlos en un futuro, pero lo que sí diré es que Cielo infinito es el broche final perfecto para la saga. Ata todos los cabos sueltos y da un final cerrado a la mayoría de los personajes, haciendo que los que sí tienen un final abierto tengan un futuro lleno de posibilidades con el que puedes llenarte de esperanza.
En esta entrega me ha dado la sensación que Avery ha recobrado protagonismo en detrimento de Leda, que había conseguido hacerse con la importancia absoluta en el segundo libro. La evolución del personaje de Leda entre ambas historias es notable, consiguiendo que pasara de detestarla a tolerarla, e incluso cogerle cariño. No me ha pasado así con Avery: a pesar de que vive altibajos a lo largo de la historia y le ocurren putadas que hacen que inevitablemente te compadezcas de ella, no he dejado de sentir que sigue siendo esa princesita en la torre de marfil a la que no puede acercarse nada, porque todo le hace daño. Me encantan los personajes vulnerables y llenos de matices (quienes me lean lo habrán notado), pero con Avery no he congeniado en ninguno de los tres libros que protagoniza. Me sigue pareciendo (y en esta tercera entrega más que nunca) un personaje insulso, construido sin ningún tipo de lógica, y el hecho de que sea la “abeja reina” sobre la que gira toda la trama y a la que todo el mundo idolatra sin quererlo ella no hace más que aumentar mi tirria por Avery.
Tirria que por otro lado se transforma en amor absoluto hacia Calliope, la que yo creo que es su alter ego a pesar de que no se presenten así en absoluto. Para mi desgracia, Calliope no tiene tanto protagonismo en Cielo infinito como lo tenía en Vértigo, donde era la recién llegada y por tanto daba mucho más juego. Sin embargo, los capítulos en los que sale ella, al margen de ser pocos te dejan con ganas de más: siempre le está ocurriendo algo que te hace devorar las páginas que se centran en ella, y siempre hace que gimas internamente cuando ves que una narración se termina a media página porque eso significa que no vas a tener la oportunidad de disfrutarla hasta dentro de bastantes hojas. Eso sí, todo lo que toca, lo convierte en oro, haciendo que te intereses por personajes por los que antes no lo habías hecho y mostrándote una cara nueva de aquellos a los que tú creías conocer muy bien (¿de qué me sonará eso? *cof* *cof* Sabrae *cof* *cof*).
En lo que respecta a Watt y Rylin, un poco más de lo mismo. Rylin se ve relegada a mera secundaria, mientras que Watt, que sí que aparece más que ella, consigue que su estatus se eleve por encima de esta última y convertirse en un secundario importante, pero sin llevar las riendas de la trama, a pesar de que muchas cosas de las que suceden tienen que ver con él.
Otra de las cosas a destacar es la variedad de los personajes. Me ha gustado especialmente que Katharine se moleste de vez en cuando en recordarte que hay gente procedente de todos los continentes en su historia; y que cada uno tiene su diferente color de piel y rasgos contribuyendo a dibujar una sociedad muy diversa, tal y como se supone que es la neoyorquina, pero en vez de distribuida a lo largo de varios kilómetros cuadrados, organizada en tres kilómetros de altitud.
El final de la historia me ha gustado especialmente, con un plot twist que me tenía en vilo y que yo no me habría imaginado jamás a pesar del tiempo que invertí en elucubrar sobre quién había hecho ESO con lo que termina Vértigo. He de decir que la revelación final superó mis expectativas, aunque en mi defensa como lectora y a modo de crítica de la autora diré que es un final un poco sacado de la manga. No tienes ninguna pista que te haga echar la vista atrás en el libro y pensar “¡Dios, pero si estaba aquí, era obvio!” como sí me ha ocurrido con otras historias. Creo que haber introducido algo a lo que luego agarrarse para descubrir quién es el responsable del final de Vértigo no habría puesto en peligro el factor sorpresa de haberlo sabido llevar la autora, y que habría hecho este final tan bueno incluso un poco mejor.
Por último, del estilo de escritura poco puedo decir. Katharine McGee escribe de una forma simple y puramente deliciosa, con frases tremendamente poéticas y metáforas muy bien traídas que me encantaría que se me ocurrieran a mí solita. Escribo esto con el libro a mi lado, lleno de marcadores de colores (incluso terminé varios de los colores del plastiquito en el que vienen todos recogidos), con lo que creo que los hechos hablan por sí solos.
Lo mejor: la forma de escribir de la autora, que consigue que sepas que la revisitarás en un futuro quizás no muy lejano.
Lo peor: los personajes. La distribución de la carga de la trama está demasiado mal repartida, haciendo que los más planos y simplones sean los que tiren por la historia, mientras que los que tienen más profundidad se ven relegados a segunda fila.
La molécula efervescente: la cita en la que a Calliope le hacen un bombón a medida, de forma que no le guste nada más en el mundo que eso. Me parece el colmo del romanticismo y la mejor manera de utilizar la tecnología. En general, la cita de Calliope es preciosa, pero esa parte en particular, chapó.
Grado cósmico: Estrella galáctica {4.5/5}. Un muy bien final a una de mis sagas preferidas.
¿Y  tú? ¿Lo has leído? Si es así, ¡no dejes que te domine la timidez y comparte tu opinión conmigo!  

lunes, 26 de noviembre de 2018

Acquainted.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Me detuve frente a la estantería con dulces especiales que sólo venían en Navidad y me giré para ponerme ojitos a mamá. Como si hiciera falta intentar seducirla mínimamente cuando se trataba de bombones.
               Si mis padres ya me consentían muchísimo durante el resto del año, cuando llegaban las Navidades prácticamente era imposible que me dijeran que no. Además, en lo que respectaba a los dulces, en muy pocas ocasiones papá o mamá se negaban a comprarme algo que me apeteciera. Y menos cuando se trataba de un antojo por estar con la regla.
               Siempre me había preguntado a qué se debía aquello, porque los padres de mis amigas estaban todo el rato controlándoles lo que comían, especialmente a Amoke. Tenía antecedentes de diabetes en la familia, así que les preocupaba mucho lo que mi mejor amiga comiera, a pesar de que estaba en plena forma y no tenía un gramo de grasa en su cuerpo, como me pasaba a mí. Un día, después de hacerme con una caja de roquitas de  cereales recubiertas de chocolate, le había preguntado a mamá por qué nunca me decía que no a un dulce, a lo que me contestó:
               -Porque estás sana. Si no lo estuvieras, ya verías lo rápido que te cerraba el grifo.
               No habíamos vuelto a hablar del tema y habíamos seguido con nuestra política de pide-y-se-te-dará.
               Mamá soltó una risita, asintió con la cabeza, y dejó que metiera en el carrito a medio llenar la caja de bombones austríacos con la cara de Mozart en todos los lados del pequeño envoltorio. Los bombones de Mozart eran mi perdición: recubiertos con una capa de chocolate negro puro, tenían un interior de mazapán y un corazón de trufa que se te deshacía en la boca cuando lo probabas. La primera vez que los habíamos comprado, me había ventilado una caja entera yo sola; me sentaron mal y estuve fatal de la barriga durante más de dos días, así que a mis padres no les hizo falta darme una lección sobre razonamiento de azúcar: yo misma la aprendí por las malas.
               -Están de oferta-comentó mamá, guiñándome un ojo, y se echó a reír cuando yo intenté vaciar la estantería en el carro, pero había demasiados productos y no teníamos suficiente espacio-. Coge otras tres y ya vale, Saab-me aconsejó, y yo las coloqué obedientemente en una pila perfecta, ansiosa por guardarlas en la despensa y tenerlas disponibles para mí incluso en verano.
               Estaba de muy buen humor, y cuando estaba de muy buen humor, compraba compulsivamente. La noche anterior, después de llegar de dar una vuelta con Alec, había terminado de cerrar mis planes para ese día. Iba a salir con mis amigas, las cuatro en grupo, por el centro de Londres durante la tarde, justo después de ir con Eleanor a la tienda donde Scott se había hecho el piercing. Les enseñaría lo que tenía pensado hacerme a las chicas y, tras recibir su aprobación por mi pequeño arrebato de libertad, quedaría con Alec de noche y nos iríamos por ahí, no sé si a cenar, a enrollarnos, a las dos cosas o sólo a una (y yo sabía cuál preferíamos los dos). Él todavía no me había confirmado si podía por la noche, pero yo daba por hecho que movería cielo y tierra para que estuviéramos juntos.
               La única parte del día que había pensado que tendría libre era la mañana, en la que pensaba remolonear leyendo un libro, dibujando o viendo una película con mis hermanas, seguramente alguna comedia romántica de las que nunca veíamos cuando Scott estaba en casa (porque a Scott le entretenían las comedias románticas, así que nos las reservábamos para nosotras y a él lo obligábamos a ver un dramón importante, sólo para que se durmiera y poder pintarrajearle la cara).
               Por supuesto, cuando mamá se sentó en mi cama y me acarició la frente para despertarme, me dio un beso en la sien a modo de saludo y me dijo “vámonos de compras”, decidí cancelar todos mis planes mañaneros. Me gustaba muchísimo ir de compras con mamá, ya fuera al súper o a por ropa. Y cuando se acercaba Fin de Año, más todavía: no sólo porque tenía que ayudarla a elegir el mejor atuendo para la comida anual de su bufete, sino porque siempre me concedía algún caprichito y, para colmo, nos permitíamos la una a la otra llenar el carrito de la compra con manjares en los que papá ni se fijaba cuando íbamos a por provisiones.
               Se acercaba la hora de comer, y en el coche nos esperaban el traje de falda-pantalón que mamá había cogido en la tienda en que yo había comprado el mono de Nochevieja, y las dos cajas de diseñador con el bolso de mano dorado y las botas del mismo material y color que habíamos cogido para terminar mi atuendo.
               -¿Se lo vamos a decir a papá?-le pregunté con inocencia cuando vi el ticket con la firma de mamá en el que el precio de mis accesorios ascendía a las cinco cifras. Mamá se limitó a guardar la cartera en su bolso y recoger la bolsa mayor. Ellos nunca me habían dicho nada respecto a las cosas que compraba, principalmente porque nadábamos en la abundancia, pero no estaba segura de si a papá le parecería adecuado que me gastara cerca de 15 mil libras en mi primera Nochevieja.
               -Sí, porque al contrario de lo que te pueda parecer, yo gano más dinero que tu padre. Una de las razones de que lo aguante es que, como no firmamos acuerdo prenupcial, si nos divorciáramos, él saldría ganando.
               -Y porque le quieres-atajé, echándome a reír. Mamá siempre se mostraba indiferente cuando hablaba de papá en tono ligeramente negativo, pero cualquiera con ojos en la cara podía ver lo mucho que se le iluminaba la mirada cada vez que hablaba del hombre con el que había formado una familia. La verdad es que no me extrañaba: papá la quería tanto como una persona puede querer a otra.
               Yo sólo aspiraba a conocer una décima parte del amor que se profesaban mis padres.
               Con Alec estaba empezando a conocer la mitad.

viernes, 23 de noviembre de 2018

Desinhibida.


¡El lunes habrá un nuevo capítulo! Oferta especial del Black Friday 😉

¡Toca para ir a la lista de caps!


Todo el mundo se había desintegrado a mi alrededor, como si estuviera dentro de un agujero negro en el que lo único que existía era el cuerpo de Alec encima del mío. Sus manos recorrían mi cuerpo con delicadeza, como si temiera romperme, como lo hacían las manos de las prometidas que visitaban una tienda de vestidos de novia y acariciaban las distintas telas, en busca de la perfecta.
               No me di cuenta de que las luces se habían apagado hasta que un pequeño círculo blanco apareció por el extremo del iglú, allí donde se encontraba el pequeño túnel de salida. A través de la cremallera cerrada entraban pequeños haces de luz, como garras luminosas que se escabullían por fuera de una jaula.
               -Voy a entrar-anunció una voz masculina, y Alec se incorporó un poco, reticente-, tapaos un poco y dejad de hacer lo que sea que estáis haciendo.
               Por el tono cansino del chico que sostenía la linterna, al que aún no podíamos ver ni siquiera en su silueta, supe que ya debía de haberse enfrentado muchas veces a una situación como en la que nos encontrábamos Alec y yo. Me pregunté cuántas parejas se habrían acostado allí, cuántas veces habrían tenido que cambiar rápidamente las mantas por si había huellas de sexo que hicieran que los clientes siguientes no volvieran más.
               Me senté sobre las piernas cruzadas cuando Alec se apartó de mí, apoyado en su codo y mirando hacia la cremallera por la que estaba a punto de entrar uno de los empleados del complejo de iglús. Tenía el pelo revuelto, la respiración un poco agitada y los ojos brillantes en la oscuridad. Se entreveía un bulto en su entrepierna contra el que a mí me había gustado mucho frotarme.
               -Vale, vamos a ver-el chico abrió la cremallera y comenzó con su retahíla perfectamente estudiada-. Lleváis 10 minutos aquí metidos, se os ha pasado la hora y tengo gente esperando, ¿os queréis marchar, por…? ¡Hostia, Alec!
               Alec frunció el ceño, el haz de luz de la linterna dibujando sombras cambiantes en su rostro.
               -¡Coño, Rufus, tío!-sonrió mi chico, incorporándose y dándole la mano al que nos había interrumpido-. ¿Qué pasa? No sabía que currabas aquí.
               -Ya ves. En la bolera ahora han recortado los turnos, por eso de que la gente prefiere ir a patinar y esas cosas, así que… he tenido que buscarme la vida para pagar el alquiler, ya sabes. Macho, en menudos sitios más raros te da por follar ahora, ¿eh? A mí personalmente no me molaría una mierda hacerlo aquí, se oye literalmente todo, pero…
               -¡Qué dices, flipado!-Alec se echó a reír y negó con la cabeza-. Que no estaba haciendo nada, ¿cuántas veces me has visto a mí follar con la ropa puesta?
               -Pues nunca, la verdad, aunque en mi defensa diré que no te he visto follar jamás, punto.
               -Joder, pues tú te lo pierdes, tronco, porque la verdad que es un espectáculo digno de ver-se cachondeó Al, dándole un puñetazo en el hombro y arrancándole una carcajada a su amigo.
               -Seguro que sí. Bueno, ¿y quién es la genio que consigue que te comportes  y mantengas la polla guardada en los gayumbos?-preguntó el chico, que se inclinó hacia un lado para enfocarme con la linterna. La bajó inmediatamente cuando yo levanté una mano para taparme la cara, y me pidió unas disculpas que yo no dudé en aceptar.
               -Ésta es Sabrae. Sabrae, éste es Rufus, un antiguo compañero de curro. Bueno… más bien, él estaba por allí mientras yo curraba-Alec le lanzó una mirada cargada de intención y Rufus se echó a reír.
               -Te juro que me tenían tirria en Administración, macho. Siempre me encargaban paquetes fuera del área metropolitana. ¡Si no me hubiera puesto en huelga, me habrían mandado a Cheshire! Estoy convencido.
               -Debes de ser la única persona que ha protestado en toda la historia de Amazon por tener que llevarle algo al Primer Ministro.
               -No soporto a los putos conservadores-Rufus se cruzó de brazos y Alec se echó a reír. Después, se giró para mirarme-. Chica, lamento mucho haberte cortado el rollo con este payaso.
               -No pasa nada-me encogí de hombros-. Es tu trabajo, ¿no?
               -Macho, ya te vale, para una vez que necesito que no seas diligente, y haces exactamente lo que te mandan-Alec chasqueó la lengua y Rufus puso los ojos en blanco.
               -La gente se desmadra aquí, tío. Hace un par de días una compañera tuvo que sacar a un grupo que estaba a punto de montarse una orgía. Siento no haberte llamado-le dio una palmada en el hombro y Alec sacudió la mano.
               -Creo que ya no me interesan tanto esas cosas-objetó, mirándome y sonriendo con una pizquita de nostalgia. Si no le conociera lo suficiente diría que lamentaba no haber estado presente el día en que la cosa se salió tanto de madre en ese mismo parque pero, después de la sesión de besos, caricias y mimos que habíamos compartido, estaba segura de que era por algo bien diferente: echaba de menos lo que habíamos tenido hacía dos minutos, tumbados en el suelo, besándonos y queriéndonos como si el tiempo no fuera a hacer mella en nosotros.

domingo, 18 de noviembre de 2018

Burbuja crepuscular.


¡Toca para ir a la lista de caps!

-¿Qué cojones quieres, Mary Elizabeth?-gruñó Alec frente a mí, su mandíbula dura por el cabreo repentino que le había ocasionado que Mimi nos interrumpiera. Una parte de mí celebró que él se enfadara tan rápido, porque se le acentuaban los músculos del cuello y la mandíbula de una forma que podía volverme loca.
               No era para menos, la verdad. Terminaría queriendo muchísimo a Mary con el paso del tiempo y las experiencias que compartíamos juntas; incluso entonces, ya le tenía bastante cariño por las cosas que Alec y Eleanor me contaban de ella. Pero en ese momento… en ese momento me pareció la persona más inoportuna y detestable de la historia.
               Después de recoger el mono que iba a llevar en Nochevieja con Amoke, y de que ella no dejara de tomarme el pelo sobre cómo me había gastado 500 libras en “la comida más cara de Alec, porque estaba claro que me arrancaría el mono a mordiscos en cuanto me viera con él”, me había metido en la ducha con un moño apresurado, para tener la piel bien fresquita e hidratada, me había enfundado en un vestido de invierno que me llegaba dos dedos por encima de las rodillas, y había salido en busca de Alec con muchas ganas de verlo y más ganas aún de guerra.
               Tras haberme asegurado de que tenía la dirección correcta preguntándole a Scott, había llegado a su casa y me había detenido un instante en la puerta. No había cogido las pastas que Pauline me había dado para Annie, aunque tampoco había permitido que Amoke se las comiera, porque no se me ocurría ninguna excusa para presentarme en su casa, preguntar por su hijo y de paso entregarle algunos dulces. Alec no me había dicho nada de si le había contado a su madre lo nuestro, lo cual me hacía pensar que ella no estaba al corriente de lo que yo me traía con su hijo, y yo quería respetar los tiempos que él quisiera imponerse. No me parecería bien que él se presentara de buenas a primeras en mi casa y le soltara a mis padres que nos habíamos acostado sin darme la ocasión a decírselo yo en persona, así que no tenía intención de hacer lo mismo con él.
               El caso es que no tenía ni idea de lo que diría una vez llamara al timbre, cómo preguntaría por Alec y cómo reaccionaría Annie cuando tuviera por fin una cara que atribuirle a ese ente sin rostro que hacía que su hijo trasnochara y apareciera por casa con una sonrisa boba en la boca cada vez que volvía de fiesta, sonrisa que sólo las endorfinas del sexo podían colocar en sus más que apetecibles labios.
               Así que para mí fue un alivio y una revelación casi milagrosa que la puerta del garaje de la casa de los Whitelaw estuviera abierta, y de ella se deslizara suavemente el compás acelerado de una canción de rap sucio. Anhelando lo que me encontré, me colé por la pequeña abertura y me quedé mirando un momento la estancia.
               Al lado de un BMW plateado en perfecto estado estaba la moto negra de Alec, con su corte aerodinámico y sensual. No sabía si era normal que una moto me pareciera sexy, aunque sospechaba que gran parte se debía en quién era su novio.
               Por debajo de la moto sobresalían un par de piernas flexionadas. Me fijé en que el chasis descansaba en una de las estanterías ajadas por el tiempo y cubiertas de polvo que cubrían los lados del garaje. Alec estaba reparando su moto.
               Di un par de pasos hacia él y me detuve en seco, notando un tirón en la parte baja de mi vientre al fijarme en cómo iba vestido. No estaba acostumbrada a ver a Alec así: siempre que le había visto vestido de calle y no con el uniforme del instituto, había llevado vaqueros bien cuidados. Y, salvo aquella gloriosa tarde en Camden donde me permitió verlo con sudadera, el resto del tiempo siempre había ido con camisa y jersey.
               No es que me disgustara la manera de vestir de Alec. Todo lo contrario: me encantaban sus camisas y el estilo que tenía llevándolas, como si fuera el hijo consentido de un hombre de negocios que cubría sus necesidades tirándole un fajo de billetes de 200 a su retoño para que se lo gastara en lo que le diera la gana, que siempre era diversión.
               Pero una cosa era ver a Alec como un niño bien de Londres, algo chulo e incluso presumido, y otra muy diferente era verlo con la ropa de andar por casa. Playeros de Nike relucientes, de esos que apenas tenían suela; sudadera con cremallera gris abierta, dejando ver una camiseta, y…
               … uf.
               Uf.
               UF.
               Vaqueros azules, desgastados por el uso, en los que se intuían las manchas negras de la grasa de la moto.
               Como no llevaba cinturón (gracias, Alá), se le habían bajado un poco por el movimiento, y la camiseta se le había levantado, lo cual me dejaba una vista deliciosa de sus abdominales. Tuve que contener las ganas de arrodillarme y lamérselos, porque sabía que si me ponía de rodillas al lado de él, ni siquiera Alec sería capaz de levantarme.
               Tenía muchísimas ganas de él. Le necesitaba a mi lado como al aire que respiraba. No había parado de soñar con él desde la noche en que tuvimos sexo por teléfono, con la excepción de cuando Jazz me dijo aquellas cosas horribles sobre él, y todas las veces en que se me había aparecido en sueños, había sido para poseerme de una forma animal, casi violenta, como si yo fuera lo único que inclinaba la balanza de la vida y la muerte en favor de la primera.
               Incluso había sentido cómo entraba en mí una de esas veces, y había dejado escapar tal gemido que Shasha me despertó pensando que me dolía algo o que tenía alguna pesadilla. Cuando me arrancó de sus brazos, casi me dieron ganas de llorar.

domingo, 11 de noviembre de 2018

Praliné.

Parece ser que Blogger está otra vez haciendo de las suyas y no dejando que se publiquen comentarios, así que si quieres escribirme algo (porfitas), cópialo por si acaso y, si no se publica, me lo envías por md a twitter y yo estaré encantada de subirlo por ti 😘 Dicho esto, ¡que disfrutes del capítulo!

¡Toca para ir a la lista de caps!


Mi móvil emitió un nuevo pitido, era el tercero en ese minuto. Pero, como correspondía con el que tenía asignado a mi grupo con Amoke, Kendra y Taïssa, decidí seguir ignorándolo. Ahora mismo sólo me apetecía responder mensajes de Amoke o de Alec. No debería habérseme escapado mi repentino desinterés por la gente cuya inicial no fuera la A, pero como era una pura coincidencia, ni siquiera me había parado a pensarlo.
               Nos habíamos marchado de Bradford la mañana anterior. Después de despedirnos de toda nuestra familia, repartiendo besos sinceros y algún que otro abrazo incómodo y tenso, habíamos puesto rumbo primero al sur, y luego al oeste. Cada kilómetro que habíamos recorrido me había parecido una diminuta liberación, como si la influencia de Jazz se manifestara en forma de incendio y yo no pudiera sentir su calor a medida que la distancia entre nosotras aumentaba. Había dormido mal, despertándome cada poco, cuando mi subconsciente decidía que era un buen momento para torturarme y hacerme dudar de Alec en sueños. Mi yo consciente sabía que lo que ella me había dicho era un juicio errado aunque tremendamente comprensible, dado su historial; que lo que Scott me había dicho (que Alec se estaba enamorando de mí) era algo que podía notarse cada vez que los dos estábamos juntos, parte de lo que me hacía estar tan a gusto a su lado y que cada hora en su compañía se me pasara como un suspiro.
               Pero mi subconsciente llevaba años de ventaja detestando a Alec, con un catálogo de ofensas que yo misma había ido engordando con el paso del tiempo. Y era éste el que dominaba cuando yo cerraba los ojos y me echaba a dormir.
               Así que, por muy mal que me sintiera porque ni mis abuelos ni mis tías y primos se merecían que yo pensara así, marcharme de Bradford supuso para mí una pequeña liberación. Llegar a Burnham me despejó de todos mis miedos, como si hubiese desbloqueado una parte de mi cerebro en la que yo tenía absoluto control de mis pensamientos. Todas las dudas se habían quedado encerradas bajo llave en un cajón cuya llave había arrojado metafóricamente al mar cuando lo vi refulgir en el horizonte.
               Cuando les dije a las chicas que nos habíamos ido un poco antes (se supone que comeríamos en Bradford, aunque el tiempo acompañó y las nubes de tormenta que se acercaban a la costa de Irlanda y chocarían contra el país a media tarde nos hicieron de excusa perfecta) por lo que había sucedido la noche anterior. Faltaban aún un par de días para Navidad, pero dado que pronto volveríamos a Londres porque Scott ya acusaba la separación de Tommy (estaba arisco y tremendamente dependiente a partes iguales, como si se hubiera montado en una montaña rusa emocional de la que no podría bajarse hasta ver a su mejor amigo), aprovecharíamos para igualar nuestra estancia con la familia de mi madre.
               -¿Es por la tormenta?-había tecleado Taïssa mientras yo atravesaba el centro de Inglaterra, a punto de coger el desvío cuyos carteles marcaban la palabra GALES en mayúsculas en su parte superior-. Porque el viaje es muy largo y no debe de ser guay estar tanto tiempo en la carretera con la lluvia que anuncian.
               -Un poco-respondí.
               -¿Cómo que un poco?-la foto de Amoke apareció en un lado de la pantalla, y Kendra envió un emoticono de dos ojos, haciendo ver que estaba lista para mi explicación.
               -Es que ayer pasó algo-y les escribí rápidamente, con muchas faltas de ortografía por lo mareada que estaba, un resumen de la conversación que había tenido con Jazz. Tanto Taïssa como Amoke se mostraron escandalizadas y tremendamente ofendidas, como si Alec fuera su hermano y no estuvieran dispuestas a permitir que nadie menoscabara su honor.
               Pero Kendra…
               -No puedo decir que la culpe. Y vosotras tampoco deberíais. El chava tiene un historial, cuanto menos, interesante.
               Me había quedado mirando el mensaje, alucinada. No podía creerme que Kendra dijera una cosa así de Alec, sabiendo lo que me importaba, sabiendo lo mal que lo había pasado las dos semanas que no supe nada de él, sabiendo lo a gusto que me hacía sentir y lo bien que me había tratado y cuidado cuando incluso yo misma me habría dejado tirada, de ser él. No entendía por qué mi amiga saltaba con esas, después de lo mucho que me había animado a que me acercara a él, le diera una oportunidad y le permitiera cambiar la imagen que había tenido de él a lo largo de mi vida. ¡Pero si incluso había llegado a empujarme hacia él, físicamente, cuando nos encontrábamos por el pasillo y yo me hacía la local, sólo por hacer la gracia!
               Me dolía que Kendra pudiera decir una cosa así de Alec. Me dolía que le juzgara como lo había hecho yo. Porque yo lo había hecho por la animadversión malsana que había sentido por él desde que prácticamente tenía uso de razón, pero Kendra… a Kendra siempre le había gustado Alec.
               -Se nota que no le conoces-había respondido, dando por finalizada la conversación. Silencié el grupo durante unas horas y hablé con Taïssa y Amoke por el mismo cuando se terminó el silencio, pero ahora, Momo, Taïs y Kendra estaban decidiendo en qué sitio quedar para ir a tomar algo antes de verse recluidas en sus casas a partir del día siguiente, Nochebuena.
                Ni siquiera sabía por qué tenía el móvil a mano, cuando estaba claro que Amoke estaría preparándose para salir, y Alec estaba demasiado liado con el último día de entrega de paquetes de la campaña intensiva de Navidad.
               -¿No contestas?-preguntó Shasha, que tenía un cuaderno de dibujo en la mano igual que yo. Me la quedé mirando un segundo y sacudí la cabeza; luego, volví a presionar la punta del portaminas contra la superficie del papel. Mientras Shasha se dedicaba a dibujar mandalas con temática navideña para que los niños estuvieran entretenidos coloreando cuando la siguiente tormenta llegara a Burnham (aproximadamente esa madrugada), yo le estaba haciendo un retrato más o menos fiable. Me estaba tomando algunas licencias con respecto a su pelo, que no paraba de enredarse en su cara y a su espalda por culpa del viento del mar, pero por lo demás, estaba muy satisfecha con cómo me estaba quedando el dibujo de mi hermana.

domingo, 4 de noviembre de 2018

Héroes.


Normalmente yo no tendría preferencia por ninguna de las dos ramas de mi familia. Siempre me encantaba visitar Bradford y visitar Burnham on Sea, a partes iguales, porque los dos lugares eran parte de mis padres de la misma forma que lo eran de mí, las dos mitades de un todo. A pesar de que eran diferentes, ninguna de las dos conseguía destacar por encima de la otra: Bradford tenía cerca la frontera con Escocia; Burnham, la de Gales. Bradford tenía nieve garantizada, y Burnham una playa en la que jugar. Bradford era el hogar de mi padre y Burnham, el de mi madre.
               Aunque esas Navidades intentaron que yo me decantara más por un lugar que por otro. Y me dolió que fuera prácticamente desde el principio.
               Me lo había pasado bien en casa de los abuelos Malik las veces que fuimos a visitarlos, tan a menudo que a lo único a lo que íbamos a casa de la tía Waliyha era a dormir y poco más. Pero ya el primer día había habido algo que se me clavó un poco en el corazón, algo que, visto en retrospectiva, sucedía todos los años, pero que yo era incapaz de ver.
               Me había colocado detrás de Duna, con Shasha a mis espaldas y mis padres cerrando la marcha. Mamá estaba en un discreto último plano mientras los hombros de la mediana de nosotras estaban cubiertos por las manos de papá, como una especie de capa de protección. Llamamos al timbre y Duna se revolvió, impaciente, hasta que la abuela Trisha vino trotando a la puerta para poder vernos por fin. Dejó escapar una exclamación y se abrazó a mi hermana más pequeña, para luego volverse hacia mí, estrecharme entre sus brazos, cubrirme con un sonoro beso y acariciarme las mejillas.
               -Mi niñita-sonrió, dejándome pasar y acariciándome la barbilla-. Cariño, qué guapa estás-admiró, y lo decía en serio. Me gustaba muchísimo ver a mi familia, y ponerme guapa para mis abuelos era una de las cosas intrínsecas de la Navidad de las que yo más disfrutaba-. Pero…-fue entonces cuando la abuela Trisha empezó a construir el fuerte en el que se alojarían mis dudas y mi necesidad de tener a Scott conmigo, pero él aún estaba demasiado lejos de mí, en los brazos de Eleanor, incapaz de consolarme de cosas que ninguno de los dos podía definir con claridad. La abuela Trisha deslizó sus dedos por mi cuello; de mi cuello, pasó a los hombros, y de los hombros, a mis trenzas, que reposaban sobre mi pecho como un par de pendientes tremendamente gruesos y oscuros-, ¿por qué no traes el pelo suelto? Con lo bonitos que son tus rizos… te hacen destacar-me guiñó un ojo y yo forcé una sonrisa, aunque en mi interior acabara de caerme por el borde de una catarata.
               La abuela Trisha me dio un beso en la frente mientras entraba en casa y tiraba de las mangas de mi jersey, ocupada ahora en agasajar a Shasha.
               No podía dejar de pensar en que la razón de que tuviera que llevar mis rizos sueltos fuera porque  me hacían destacar, y si me hacían destacar era porque mis hermanas no los tenían…
               Y sabes por qué no los tienen, ¿verdad?, me susurró una voz malévola en mi interior, esa voz que se encargaba de dictar mis pesadillas, aquellas que aún tenía en la que yo me veía de nuevo envuelta en una mantita, dentro del capazo en el que me habían llevado a casa, llorando para que una puerta que se había abierto en el pasado lo volviera a hacer… pero esta vez, la puerta permanecía cerrada a cal y canto, y yo continuaba llorándole a una ciudad desierta que se negaba a salir a ayudar a un bebé indefenso como yo.