domingo, 9 de diciembre de 2018

Catedral.


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Todo apuntaba a que la superficie del banco estaba helada. Yo no sabría decirlo. Apenas Alec se había sentado en él, tirando de mí como si la vida le fuera en ello, había puesto todo su empeño en que yo me sentara sobre su regazo. Me había sentado de lado, de forma que mi costado se colocara sobre su pecho en una curiosa forma de T hecha de carne y huesos.
               No había necesitado que me invitara a compensar mi negativa para empezar a besarlo como si no hubiera un mañana. Los talones de mis pies se balanceaban en el banco mientras yo me movía para acoplarme a su boca en los típicos besos que sólo está socialmente aceptado que se den los adolescentes. Ninguna mujer adulta debería besar a un hombre como yo estaba besando a Alec, ni ningún hombre adulto debería corresponder a una mujer como Alec me correspondía a mí.
               Pero nos daba igual. Incluso cuando sentíamos las miradas reprobatorias de los ancianos o de las parejas paseando carricoches a nuestro lado, continuábamos con nuestra fogosidad. No me había dado cuenta de lo mucho que lo había echado de menos hasta que prácticamente me obligué a mí misma a renunciar a él.
               Suerte que él fuera terco como una mula y no fuera a aceptar un no por respuesta con facilidad.
               Una ola gigantesca rompió sobre mi cabeza. No sabía que estaba buceando hasta que me vi arrastrada por la corriente de vuelta a la orilla de la que había estado intentando escapar. Era náufraga en una isla desierta de la que jamás me rescatarían si yo no intentaba alejarme de su costa de arrecifes de coral punzantes, que me arañaban la piel recordándome por qué había llegado hasta allí. Había dudado de él. Aún lo hacía, de hecho.
               Dudaba de nuestro futuro, y más ahora que había renunciado a ese proyecto común que Alec quería construir conmigo. Me sentía tonta y a la vez espabilada, cobarde y al unísono razonablemente prudente. Las cosas podían salir muy bien o muy mal con él. No había espacio para un término medio.
               ¿En qué nos dejaba ahora lo que yo le había dicho? ¿Estaba poniendo toda esa pasión porque quería despedirse? Vale que acababa de decirme que con cualquier cosa de mí le bastaba, pero aquella forma de besar, como si fuera un soldado que se va al frente en plena guerra… no terminaba de descuadrarme un poco.
               Me separé de él en busca de aire. Necesitaba pensar, actividad que me resultaba imposible si tenía su boca sobre la mía. Apoyé una mano en su pecho y él se zambulló en mi cuello. Me besó el mentón y subió por la línea imaginaria que descendía de mi oreja hasta mi omóplato, mordisqueándome la cima. Me hizo cosquillas. Reí entre dientes y le empujé suavemente para que me dejara un poco de espacio. No es que no pudiera pensar con él besándome, es que no podía pensar con él tan cerca, así de simple.
               -¿Qué?-preguntó en tono sonriente, feliz, en el típico tono que tienen las parejas en el día de su aniversario, o cuando acaban de acostarse y disfrutan de esa deliciosa charla postcoital a la que mi padre le había dedicado su primera canción en solitario.
               Me pregunté cuánto tardaría en tener una charla de alcoba con Alec.
               Me pregunté si la tendría en absoluto.
               He visto el dolor, he visto el placer.
               Noté cómo me perdía en sus ojos mientras me abandonaba a la letra de una de las primeras canciones que había escuchado en toda mi vida.
               Nadie más que tú, nadie más que yo, nadie más que nosotros, cuerpos juntos.

               -Alec…
               -Sabrae…-me imitó él, juguetón. ¿Es que no se daba cuenta de que estaba pasando por un momento trascendental?
               Me encantaría abrazarte bien fuerte, esta noche y siempre.
               -Necesito… necesito…
               Me encantaría despertarme junto a ti.
                Tragué saliva. Todo aquello era muy difícil de decir. Era imposible de decir, si teníamos en cuenta que debería decírsele a un novio, no a un chico al que acabas de rechazar.
               Alec me colocó un mechón de pelo por encima del hombro y me acarició despacio la curva que éste hacía con el pulgar. Su caricia propulsó descargas eléctricas por todo mi cuerpo. Contuve el impulso de estremecerme y pedirle que aumentara un poco más la presión o el cariño con que estaba trabajando.
               Entonces, se me encendió la bombilla. Puede que no tuviera ningún derecho a pedirle que durmiera conmigo. Puede que no pudiera pedirle pasar a más cuando yo misma me había negado a eso.
               Lo que sí podía hacer era pedirle que todo lo que ya nos dábamos se convirtiera en un manantial del que nunca dejaba de brotar agua.
               -Prométeme algo-le pedí, pasándole una mano por la nuca y acariciándosela despacio. Alec asintió con la cabeza, se mordió el labio y esperó. Me sentí desnuda bajo su escrutinio, como si sus ojos pudieran ver a través de la ropa que me cubría.
               Lo peor no es que me gustara.
               Lo peor es que deseé estarlo. Deseé estar desnuda y que él me tomara, que me convenciera para cambiar de opinión. Sabía que podía conseguirlo. Si sus palabras habían estado a punto, no lograría resistirme al efecto que su cuerpo tenía en mí. Me llenaría como sólo él podía y me haría ver que no estaba incompleta cuando estaba sola, pero sí era más perfecta cuando estábamos juntos.
               -Lo que quieras.
               -No me mires así-protesté.
               -Así, ¿cómo?
               -Así. Como si quisieras comerme-sonreí y su boca se convirtió en un espejo de la mía-. Quiero que me escuches. Lo que te tengo que pedir es serio.
               -Y estoy escuchando. Y quiero comerte. Cuando acabes de hablar, lo haré-me guiñó un ojo-. Pero antes, te escucho.
               -Eres un chulo-sacudí la cabeza y aparté la mirada de él.
               -¿Lo soy?
               -Sí, y encima tienes motivos para serlo. Eres un chulo porque tienes a todas las chicas que quieres-acusé, aunque no lo hice con mala intención. Y él, desde luego, no se ofendió por mi pequeña pulla inocente.
               -No a todas.
               -Sí, seguro-puse los ojos en blanco y sacudí la cabeza.
               -Voy a dejar de ser un chulo, si eso es lo que te molesta.
               -¿Y por qué harías eso?
               Me tomó de la mandíbula y me hizo mirarle.
               -No tengo razón para ello. A la única chica que quiero, no la tengo. Ni podría tenerla nunca-me pasó el pulgar por los labios-. Ahora me doy cuenta.
               Tardamos más de diez minutos en volver a hablar. Creo que lo hizo a propósito. Era imposible que me hubiera dicho eso con la sola intención de hacerme la pelota. Estaba segura de que echaba de menos mi boca en la suya y la forma más rápida de conseguir tenerla era seduciéndome de nuevo, y vaya cómo lo hizo.
               -Tengo entendido que querías decirme algo…-me recordó, y yo asentí con la cabeza. Tenía el pelo revuelto, los ojos chispeantes. La intensidad de la energía que manaba de él era mil veces superior a la que desprendía en el vídeo de por la mañana, aquella visión fatal que había hecho que todo mi mundo se desmoronara ante mí.
               -Es cierto-carraspeé y me senté un poco más erguida sobre su regazo, en el que notaba una nada desagradable presión-. Prométeme que no vas a malinterpretar lo que ha pasado hoy. Me importas. Muchísimo. Prométeme que no dudarás de que esto es real.
               Alec me dedicó una sonrisa torcida contra la que no tenía nada que hacer mi hermano. Nadie se le resistiría cuando sonriera así, ni siquiera yo en mis momentos más tozudos.
               -Te lo prometo.
               -No quiero que las cosas entre nosotros cambien.
               -No van a hacerlo.
               -¿Vas a ser sincero conmigo?
               -Ya lo soy, Sabrae.
               Quise recordarle que no quería decirme dónde había estado la noche anterior, pero me callé. Me callé porque no quería volver a discutir, y sobre todo porque estaba tan borracha de él que el mero pensamiento de añadir una brizna más de desconfianza a la balanza en la que sopesaba sus distintas facetas me volvía loca.
               Me hacía sentir ruin.
               -¿Estamos bien?
               Alec asintió con la cabeza.
               -¿Seguimos siendo amigos?
               -¿Sólo amigos?-me acarició la cintura y yo me estremecí.
                -Al…
               -Somos buenos amigos-me recordó, besándome el hombro-. O eso piensa toda la gente de este parque, al menos-hizo un barrido con sus ojos por la superficie arbolada y alzó las cejas-. Pero, ¿qué hay de ti? ¿Pueden ir las cosas como hasta ahora para ti?
               -Nada va a ser igual, pero… no quiero que cambien.
               -O sea, que vas a seguir mojando las bragas cada vez que me ves.
               -Bueno, quizá sí que haya algo que deba cambiar…
               Alec se echó a reír y sacudió la cabeza.
               -¿Qué hay del sexo? ¿Vas a ser ahora más comedida?
               -Ni de broma. Te gusta cómo soy.
               -“Gustar” es un término un tanto suave para lo que me produce tu forma de ser cuando usas menos ropa.
               Acercó su boca a la mía y yo me di cuenta de que no le había pedido lo más importante, pero no me importaba. Me había dado unas garantías a las que yo me aferraría contra viento y marea.
               Su boca fue deslizándose por mi cara hasta llegar a mi oído. Me arrancó un escalofrío cuando me mordisqueó el lóbulo de la oreja y noté cómo sonreía ante mi gemido ahogado. Hundí las uñas en sus brazos y él, a modo de respuesta, me pegó hacia sí.
               -Sé lo que necesitas-reveló-. Necesitas que sea tu Al siempre. Voy a conseguir ser sólo t Al, y tú no vas a tener ninguna excusa para resistirte a ser mía.
               Me separé para mirarlo, mis manos en su jersey, tirando de él para que, a pesar de la distancia, no se me escapara. Sus palabras fueron el fuego en la mecha que las mías necesitaron para explotar en formas preciosas de colores brillantes en el cielo nocturno.
               -Prométeme que no dejarás que se interpongan entre nosotros. Ni otras personas, ni tú, ni yo-clavé en él una mirada intensa, cargada de todas las emociones que me habían arrasado durante las últimas veinticuatro horas. Me sorprendió que él no se mareara con lo rápido que giraba el mundo. Me sorprendió que consiguiera ser mi roca incluso cuando la tempestad más embravecía al mar-. Prométeme que no dejarás que me aleje de ti.
               Alec asintió despacio con la cabeza, y fue aumentando la velocidad a medida que procesaba lo que acababa de pedirle, mi pequeña declaración. Él me había pedido compromiso… y yo acababa de pedirle que no me permitiera dejar de comprometerme.
               Quizá eso no fuera todo lo que él me pedía, pero era una concesión importantísima. El primer paso en un camino que puede que termináramos coronando juntos.
               Me acarició la mejilla con la palma de la mano y la dejó allí, descansando. En sus ojos había una cortina de emociones que no conseguí descifrar del todo.
               -¿Qué me estás haciendo, Sabrae?-me preguntó, y yo me mordí el labio. Me incliné para besarlo y dejé que mi boca hablara sin emitir sonido alguno.
               No sabía qué estaba haciéndole, pero sabía de sobra lo que estábamos haciendo. Lo que habíamos estado haciendo durante tanto tiempo.
               Estábamos enamorándome poco a poco de él.
               Estábamos enamorándolo poco a poco de mí.
               Los flechazos serán impresionantes, pero igual que un rayo no derriba una torre completa cuando cae, un castillo no tiembla ante un huracán.
               En cambio, paso a paso, se construye una catedral.
               Cuando llegamos a la esquina de mi calle, me detuve y le miré. A pesar de los límites que habíamos acordado, yo me esperaba que Alec reaccionara tal y como lo estaba haciendo: empujándolos, haciéndome ver que me equivocaba. Me mordí el labio cuando él se giró, un paso por delante de mí, y se me quedó mirando con cara de cachorrito que no entiende por qué le echan la bronca; está claro que los destrozos en la casa en la que lleva toda la tarde solo no los ha ocasionado él.
               -¿Qué pasa?
               -Nuestro primer límite-le recordé, y él alzó las cejas.
               -Que te crees tú que no te voy a acompañar hasta casa. Ni de coña, vamos.
               -Pero, ¡lo hemos acordado!
               -No, bombón: lo has dicho tú, yo no he dado mi consentimiento. Y no voy a renunciar a acompañarte a casa y despedirme de ti en tu porche. Lo siento, pero eso está fuera de la zona de negociación.
               -¿Por qué?-me eché a reír-. ¿Te mola la adrenalina de pensar que mi padre puede abrir la puerta y pillarnos en cualquier momento?
               Me dedicó una oscura sonrisa traviesa, una de las mejores de Fuckboy® que le he visto esbozar jamás. Siempre me encantaría esa faceta suya, fiel pero rebelde, leal pero traviesa, todo a la vez. Quise abrazarme a mí misma o pedirle que me abrazara. Tenía muchísima suerte de tenerlo conmigo, aunque no de la forma en la que queríamos ninguno de los dos.
               Todo por culpa de mis estúpidas dudas.
               -¿Cómo lo has descubierto?
               Volví a reírme, sacudí la cabeza y le dije que no iba a consentir que me acompañara, que eso sería como ejercer de “novio en funciones”, expresión que le encantó. Me respondió que bien podría tener ese puesto antes de pasar a novio oficial, para que cuando subiera un peldaño más en la escalera de las relaciones interpersonales ya se le diera bien. Me limité a sacudir la cabeza, porque tenía que callarme muchas cosas:
               Que me encantaría que ejerciera de novio en funciones.
               Que me encantaría poder dar marcha atrás y marcharme de casa de Taïssa antes de que las chicas metieran aquellos pájaros carpinteros en mi cabeza que no paraban de taladrarme por dentro.
               Que no necesitaba practicar. Yo ya sabía que sería el mejor novio del mundo, y que la chica con la que estuviera sería la más afortunada de la historia. Todo eso si no era la más estúpida de la galaxia y no le rechazaba de buenas a primeras.
               -No vas a ceder con esto, ¿no es así?-inquirió, y yo sacudí la cabeza de nuevo, soltándole una sonrisa exultante. Alec asintió con la cabeza y entonces hizo algo totalmente inesperado, que sin embargo era muy típico de él.
               Encontró una solución original en un terreno totalmente trillado. Sólo a él podían ocurrírsele cosas como la que hizo a continuación. Donde cualquier otro chico me hubiera dado una contestación ingeniosa para hacerme ceder, o conseguir que no me pareciera que estaba renunciando a mi orgullo si finalmente cambiaba de opinión, Alec decidió respetar mis deseos, como llevaba haciendo toda la mañana.
               Y, a la vez, consiguió salirse con la suya.
               Se dio la vuelta y me tomó de la mano derecha con la suya. Se quedó mirando a mi espalda y esperó pacientemente a que yo hiciera algo que no sabía muy bien qué.
               -¿Qué haces?
               -Si voy mirando hacia atrás mientras te acompaño a casa, no te estaría acompañando a casa como un novio, ¿no?-reflexionó, y yo solté una carcajada que hizo que a él le chispearan los ojos.
               -¿Vas a ir de espaldas todo el trayecto hasta mi casa?
                Sonrió.
               -Iría haciendo el pino, pero el suelo está frío y resbaladizo. No quiero darme de morros y dejarme los dientes. Los necesito para morderte esa boquita tan deliciosa que tus padres te han dado.
               Noté cómo el calor me subía a las mejillas mientras otro fuego bien diferente se propagaba por mi interior, descendiendo hacia mi sexo como una cascada de lava.
               -Eres imbécil.
               -Pero sincero.
               Puse los ojos en blanco y tiré de él para echar a andar. Procuré acercarme a todos los baches y obstáculos posibles por el mero placer de hacer que trastabillara y protestara. Me decía que era muy mala y yo pasaba ganas de decirle que no tenía ni idea de hasta qué punto podía llegar a serlo, todo con segundas intenciones, evidentemente.
               Me detuve frente a la verja de mi casa y él chasqueó la lengua.
               -Fin de trayecto-anuncié.
               -No estamos en tu porche.
               -No pienso permitir que subas de espaldas las escaleras de mi porche.
               -Te saco tres cabezas, Sabrae. ¿De verdad piensas que vas a poder impedirme algo?
               -Puedo impedirte muchas cosas-coqueteé, pegándome a él, poniéndome de puntillas y mordiéndome el labio. Alec clavó los ojos en mi boca y fue incapaz de apartarlos de ahí. Sabía que le volvían loco mis labios, sabía que le encantaba lo carnosos y llenos que eran. Sabía que no podía dejar de desear besarlos cuando me los mordía, y menos cuando se los acercaba tanto. Entreabrió los suyos para poder respirar por la boca: se estaba quedando sin oxígeno y no era plan de desmayarse en las escaleras de mi casa.
               Dios mío, qué ganas tenía de que se me quitara la regla y poder echar con él el polvo del milenio. Le echaba tanto de menos que me dolía.
               -¿Como cuáles?-preguntó con un jadeo, y yo le sonreí. Me pegué un poco más a él y mis pechos se pegaron a su pecho. Estiró una mano para rodearme la cintura y puede que tocarme el culo, pero yo le di un manotazo. Estábamos jugando a someterlo, no magreándonos. No pensaba renunciar a mi momento de seducción sólo porque él tuviera las manos muy largas.
               -Pensar con claridad.
               -Joder, Sabrae…-farfulló, y yo me levanté sobre las puntas de mi pies y pegué la boca a la suya. Terreno demasiado peligroso, una zona de guerra en la que ambos teníamos igualdad de armas. Le pasé las manos por el cuello mientras él las llevaba a mi cintura. Me cogió del culo y me ayudó a levantarme un poco más para facilitar nuestro beso: prácticamente era él quien sostenía la totalidad del peso de mi cuerpo entre sus manos. Yo apenas estaba apoyada sobre las puntas de los pies.
               Tener un novio alto es una mierda porque si él no quiere que os beséis, tú lo tienes imposible para conseguirlo.
               Pero tener un novio alto es genial porque puede hacer estas cosas contigo.
               No es tu novio, ¿recuerdas?, me susurró una voz venenosa en la cabeza. Pero yo tenía la lengua de Alec metida en el esófago: podría caerme una bomba nuclear en la cabeza y yo no me enteraría.
               Para cuando nos separamos, sin aliento y con las mejillas arreboladas por el calor del beso de otro, nos miramos y nos sonreímos. Había pocas cosas que me gustasen más que la sonrisa de Alec cuando terminábamos de besarnos. Era como si jamás hubiera conocido algo diferente a la felicidad, como si besarme fuera su último propósito en la vida, y le proporcionara una tremenda alegría poder cumplir con su meta tan a menudo.
               -¿En qué piensas?-pregunté, mimosa, frotando mi nariz con la suya. Alec jadeó y me atrajo hacia sí.
               -En qué no pienso.
               -Vale, pues, ¿en qué no piensas?
               Se echó a reír y negó con la cabeza.
               -En que me da igual que tu padre me odie. Me compensa vivir acojonando por él si a cambio tú vas a besarme así.
               Esbocé una sonrisa que él se encargó de besar fugazmente.
               -Papá no te odia.
               -¿Estás segura? Porque yo creo que hay opiniones divergentes al respecto.
               -Sólo se hace el duro contigo para que no intentes pasarme por encima.
               -Soy un simple mortal, Sabrae. No puedo pasarle por encima a una diosa como tú.
               Me mordí los labios y le acaricié el dorso de la mano. Seguí las falanges de sus dedos con los míos.
               -Prométeme algo más-susurré.
               -Lo que tú quieras.
               -No quiero que las cosas entre nosotros cambien-le miré a los ojos y me hundí en aquellas piscinas de chocolate, que cambiaban de color dependiendo del momento del día o del humor de su dueño. Los ojos marrones son sólo eso, ojos marrones, hasta que te enamoras de alguien que los tiene. Lo había leído hacía mucho tiempo, no recordaba dónde, pero no podía estar más de acuerdo con ese autor anónimo. Hay verdades que son tan incontestables que se te hace imposible olvidarlas.
               Hay ojos bonitos y ojos preciosos, miradas bonitas y miradas preciosas, y luego están las privilegiadas, las que son simplemente algo, mucho más: los ojos de las personas a las que quieres, las miradas de las personas de las que estás enamorada.
               -No van a cambiar-me juró, besándome la mano. En ningún momento rompió el contacto visual, y yo me vi buceando en el mar de mis recuerdos.
               De bebé me habían encantado los ojos de Alec. Siempre me habían parecido de los más bonitos que había visto nunca. Eran puros, de un único color. No tenían la mezcla casi aleatoria de los de mi madre o mi hermano. No eran ese terreno intermedio de los de mi padre. Eran marrones, simple y llanamente marrones, y a mí me había bastado con eso para que me encantaran entonces.
               Ahora los adoraba. Porque no eran sólo marrones. Eran marrón de chocolate  con leche cuando el día estaba nublado, eran marrón ambarino en verano, eran marrón de chocolate negro cuando era de fiesta, marrón tinieblas cuando estábamos juntos en nuestro sofá.
               Cambiaban de la misma forma en que lo hacía el cielo dependiendo del momento del día o de la noche en el que alzaras la vista hacia él. Y, como al cielo, esos matices eran los que los hacían únicos.
               -Necesito que así sea. No puedo permitirme perderte. Eres parte de mí. Eres mi mejor parte, Alec. No te haces una idea de lo importante que eres para mí. Ni siquiera yo misma logro entenderlo a veces. Te necesito conmigo. Aunque no sea como tú deseas…
               -Los dos lo deseamos-me interrumpió, y yo me lo quedé mirando mientras comenzaba a desenfocarse. Una cortina de lágrimas empañó mi visión y yo asentí con la cabeza.
               -Sí-admití-. Los dos lo deseamos. Pero… lo siento muchísimo. Siento haberte dicho que no, yo… estoy hecha un lío.
               -No te preocupes.
               -Tú no te mereces esto.
               -No pasa nada, Saab.
               -Te mereces a alguien bueno…
               -Tú eres buena.
               -… alguien que te cuide…
               -Tú me cuidas.
               -Alguien que no dude de ti. Te mereces a cualquiera menos a mí.
               Sus ojos se oscurecieron un poco. Hace meses no sabría a qué se debía y lo achacaría a que se había enfadado. Ahora sabía que aquel era el color de la determinación.
               -Es verdad. Me merezco a cualquiera menos a ti. Porque tú estás por encima de todas las demás. Y ése es el problema. Que ya no hay ningún “demás”. Sólo estás tú. Y es a ti a la que quiero conmigo. Si me dieran a elegir mil veces entre cualquier otra que me acompañara sin reservas y tú con todas tus dudas, mil y una te escogería a ti. Siempre te escogeré a ti.
               Noté cómo algo en mi interior se revolvía. Y, de repente, dejé de pesar. Estaba flotando como en una nube, levantándome lentamente de la superficie. Me pegué a él y hundí la cara en su pecho. Cerré los ojos y traté de inhalar el aroma que desprendía su cuerpo: a lavanda, su colonia y un poco de suavizante. Antes, el olor a hogar era el aroma del pelo de mi madre.
               Ahora, el olor a hogar era el que manaba del cuerpo de Alec.
               Y yo había salido de casa, había cerrado la puerta de un portazo, y me había dejado las llaves dentro.
               Todo por mis tontas dudas.
               Jamás iba a perdonarme haber sido tan tonta. Cuando se trata de sentimientos, dejarse guiar por el corazón y no por la cabeza no es síntoma de necedad. Es una prueba de la más absoluta sabiduría.
               Alec me besó la cabeza y me acarició la espalda lentamente, calentando todos los huecos helados que había en mi interior. Si yo viviera en la tundra, él sería la hoguera que me mantendría calentita cada noche. Si viviera sobre un glaciar, él sería cada capa de abrigo que impediría que me helara.
               En ningún momento me pidió que dejara de llorar, aunque yo sabía de sobra lo mucho que le dolía verme así. Pero una vez más, como teníamos por costumbre, me puso por encima de lo que necesitaba y se prestó a servirme sin rechistar. Nunca nadie que no perteneciera a mi familia me había cuidado con tanto cariño y tanta paciencia como lo hacía Alec.
               Él me quería como no me habían querido nunca, y yo se lo había pagado negándome a concederle la única cosa que me había pedido en todo lo que llevábamos de breve pero intensa relación.
               Esperó a que me tranquilizara con paciencia, dándome mimos sin esperar nada a cambio. Cuando conseguí dejar de hipar y pude reunir todo el aire que necesitaba, me dio un pellizquito en el costado para arrancarme una risa producto de las cosquillas.
               -No te pienses que no me he dado cuenta de por qué estás tan disgustada.
               Levanté la cabeza y apoyé la barbilla en su pecho. Parpadeé. Me limpió las lágrimas con los pulgares y me dio un besito en la nariz.
               -¿Porque no te mereces que te haya dicho que no?-pregunté, y él sacudió la cabeza.
               -Te gusta Halloween. Muy respetable.
               -¿Qué tiene que ver Halloween con…?
               -Me has dado calabazas-alzó las cejas y yo lo estudié un segundo, mientras procesaba lo que acababa de decirme, y finalmente me eché a reír-. ¡No te rías! ¡Es la verdad! Tengo calabazas para alimentar a medio Londres. Seguro que te ha supuesto un coste increíble darme tantas calabazas. Me voy a poner gordito y ya no me vas a querer. Lo estoy viendo venir-puso los ojos en blanco sacudió la cabeza.
               -¿Quién dice que yo te quiera?-pregunté, aleteando con las pestañas.
               -Tengo ojos en la cara, Sabrae. No necesito que me lo digas para saberlo.
               -Así que, cuando me apetezca decírtelo, ¿quieres que me lo calle?
               -Mira, niña-se separó de mí y me fulminó con la mirada-. Te juro por mi madre que, como te calles eso…-se llevó el puño cerrado a la boca, cerró los ojos y bufó-. Dios. No pienso morirme sin escucharte decir que me quieres, ¿me estás oyendo?
               -Sí, mi general-me llevé una mano a la frente y solté una risita-. Prepárate para vivir para siempre.
               -¿Me estás retando?
               -No te lo diré-le saqué la lengua y él arqueó las cejas.
               -¿Vas a dejar de mirarme, entonces?
               -¿Qué?
               -Me lo dices cada vez que me miras.
               -Estás como una cabra-sacudí la cabeza y volví a reírme, y él me atrajo hacia sí tomándome de la cintura.
               -Mm, me pregunto quién me habrá vuelto loco así-me besó de nuevo en la boca y saboreó el regusto salado de las lágrimas en mi lengua.
               Me separé de su boca y me acurruqué en su pecho. Nos balanceamos lentamente, al son de una canción que sólo sonaba en nuestros corazones.
               -Lo lamento de veras.
               -Deja de disculparte, bombón. No pasa nada.
               -Es que… me siento fatal por todo. Te lo digo en serio. No es por decir, ni mucho menos. Nada me gustaría más que darte el sí rotundo que tú te mereces, pero ahora mismo me resulta imposible.
               -Sabrae-me tomó de la mandíbula-. Sólo es una palabra. No cambia nada lo que nos une. No te comas el coco por eso. Todo seguirá como hasta ahora. Siento mucho que sientas que esto era una especie de ultimátum, porque… de verdad que no lo era. Me encanta estar contigo y hacer las cosas que hacemos. En qué calidad lo hagamos es irrelevante. Me da igual que seas mi novia o sólo mi amiga. ¿Crees que me importará con qué palabra te piense cuando vuelva a estar dentro de ti?-frotó su nariz con la mía y yo cerré los ojos. Me besó la sien-. Necesitaba decírtelo, eso es todo. Que supieras que las cosas para mí tienen importancia. Porque, en el fondo, creo que sabía que tú pensarías que esto para mí es sólo un juego. Y es normal que lo pienses. Después de cómo he sido hasta ahora…
               -Para. No hagas eso-le cogí la mano y negué con la cabeza-. Lo que te he dicho ha sido muy injusto. Tu pasado no te define. Te define el presente que tienes ahora. Las personas cambian. Todos lo hacemos. Juzgarte por quién eras hace dos meses ha estado muy feo por mi parte.
               -Pero tienes parte de razón…
               -Que yo te sacara a colación eso estaría igual de mal que tú me recriminaras que no te soportara hace dos meses. No somos las mismas personas que éramos hace dos meses. Especialmente, respecto al otro. Y es injusto que yo me base en tu pasado para tomar una decisión respecto a ti cuando ya no eres ese Alec.
               -¿Aunque tú sí sigas siendo esa Sabrae?
               Alcé las cejas.
               -La Sabrae de hace dos meses se habría descojonado en tu cara si le hubieras pedido salir.
               -El Alec de hace dos meses ni siquiera te habría pedido salir.
               -¿Ah, no?-fruncí el ceño y sonreí-. ¿Y eso por qué?
               -Porque eras una puta niñata estirada.
               Abrí los ojos como platos y le di un empujón.
               -¡Y tú eras un fuckboy de mierda!
               -De hecho, ahora que lo pienso…-meditó-, la verdad es que sigues siendo un poco niñata.
               -Y tú sigues siendo un fuckboy de mierda-protesté.
               -Puede-cedió, agarrándome de nuevo de la cintura y atrayéndome hacia sí-. Pero te olvidas de un minúsculo detalle-me mordisqueó la oreja y yo intenté no derretirme.
               Creo que no hace falta que diga que fracasé estrepitosamente.
               -Que es…
               -Si yo no fuera un fuckboy-me susurró al oído, haciendo que un escalofrío me recorriera de arriba abajo. Todas mis células se activaron. Noté cómo mi sexo se desperezaba y exigía calor masculino-, no te haría disfrutar como lo hago.
               Levanté la vista y me encontré con sus ojos, que tenían un brillo juguetón.
               -Eres un creído-le acusé.
               -Pero soy sincero. ¿O vas a negarme ahora que no te lo has pasado tan bien con nadie como te lo estás pasando conmigo?
               Levanté la mirada y lo escudriñé. Su ceño ligeramente fruncido, que se acentuaba más cuando estaba a punto de llegar al clímax. Sus ojos claros, que adquirían un seductor tono nocturno cuando nuestros cuerpos se unían. Su pelo ensortijado, que se descontrolaba aún más cuando mis manos lo recorrían mientras su sexo se hundí en mí. Su sonrisita de suficiencia, que se rizaba aún más convirtiéndose en esa sonrisa que tanto me gustaba cuando veía mi placer al desnudo.
               -Tienes tus momentos-cedí.
               -Serás mentirosa…
               Lancé un chillido cuando me hizo cosquillas y me separé de él. Mira lo feliz que te hace, y tú te niegas a abrirte a él como él se merece.
               Una marea de disculpas ascendió de nuevo por mi garganta, y empecé a vomitarla hasta que Alec levantó una mano y dijo que no hacía falta.
               -No tienes que disculparte por lo que sientes, nena. Además… esto te va a durar poco, créeme.
               -¿A qué te refieres?
               -¿Te piensas que soy estúpido? Sé de sobra por qué me has dicho que no.
               -¿En serio?
               -Pura estrategia-reveló, y yo alcé las cejas.
               -¿Disculpa?
               -Me has dicho que no quieres que sea mi novio porque así no tengo nada que esgrimir en contra tuya en el momento en que quiera pedirte nudes.
               Su contestación me dejó tan descolocada que ni siquiera supe si reírme porque lo decía de broma, o enfadarme por si lo decía en serio. La palabra con la que yo lo definiera no tenía nada que ver con mis deberes con él. Le debería respeto tanto si era mi novio como si era mi amigo con derechos.
               Por mucho que fuera mi novio, no tendría que hacer nada que yo no quisiera.
               Y decidí dejárselo bien claro. Una parte de mí se enfadó ilógicamente con él. Era como si esa parte pensara que sólo me había pedido para tener más derechos sobre mí, cuando yo sabía que no era así. Simplemente le hacía ilusión. Quería tener conmigo las cosas que me había pedido. Hablarles de mí a sus amigos, a su familia, llevarme a comer a su casa… las típicas cosas que hacían las parejas oficiales, lo aburrido de las relaciones que, con Alec, sería igual de interesante que el sexo.
               Bueno, vale. No iba a pasármelo tan bien comiendo con sus padres como acostándome con él.
               Pero seguro que entiendes por dónde voy.
               -Podrías pedirme nudes igual, y yo pasaría de pasártelas, aunque fueras mi novio.
               -Bueenoo-canturreó-, ya veríamos si eras tan chula cuando a mí no me diera la gana pasarte las que tú me pidieras en represalia por tu tozudez.
               Entrecerré los ojos y Alec se echó a reír.
               -Eso ya no te mola tanto, ¿verdad?
               Me pasé la lengua por las muelas, en un gesto que le había robado a él.
               -Todavía no he recibido ninguna, así que no tengo con qué comparar.
               -Esta noche, si quieres, cuando salga de trabajar me pillo un disco duro de dos teras, me hago una sesión y te lo traigo para que te entretengas.
               -Pero, ¿dos teras? ¿Cuántas fotos piensas hacerte, alma de cántaro?
               -Un par. Lo que pasa que pesan mucho. Mi rabo es demasiado grande, tendría que hacer panorámicas.
               Estallé en una sonora carcajada que a Alec le hizo sonreír.
               -O quizá sea demasiado pequeño y necesites una resolución microscópica.
               Eso le borró de un plumazo la sonrisa de la cara.
               -Menuda payasita estás tú hecha, ¿eh?
               -He aprendido del mejor, créeme-respondí, sacudiendo la cabeza y limpiándome las lágrimas.
               -Sí, bueno, si no estuvieras tan guapa cuando te ríes, yo no sería tan payaso.
               Me lo quedé mirando y me acerqué a él para volver a besarlo, pero él dio un paso atrás.
               -¡Alec!
               -Me ha dolido lo que has dicho de mi polla. Pídeme disculpas.
               -Sabes que iba en de broma.
               -Me da lo mismo, Sabrae. Ha sido muy traumático para mí-se llevó una mano al pecho como el rey del melodrama que era-. Que me pidas perdón. Mi orgullo no se recuperará de esto si no me pides perdón.
               -Al-puse los ojos en blanco-. Venga. Que, literalmente, me dolió la primera vez que estuvimos juntos. No seas así.
               -Es verdad-sonrió, mirando al cielo, y aceptando que mis manos le rodearan la cintura-. Casi se me olvida que soy un poquito demasiado grande para ti.
               -Tampoco te flipes. Soy muy elástica.
               -Reconoce que soy un poquito grande para ti.
               -¿Sólo un poquito?-sonreí, poniéndome de puntillas y dándole un beso.
               -Ésa es mi chica-celebró, devolviéndomelo. Continuamos intercambiando frases a la par que besos: cada vez que yo hablaba, le besaba. Y cada vez que Alec hablaba, me besaba.
               -Un poquito bastante.
               -Bastante tirando a mucho.
               -Creo que mucho es la palabra adecuada, sí. Bueno, al menos… abajo.
               -¿Estás insinuando lo que creo que estás insinuando?
               -Tenemos que tomarte las medidas en relación a varias partes de mi cuerpo. Y te debo algo.
               -¿Ah, sí? ¿Y vas a pagar tu deuda ahora?
               -Puede ser.
                -¿Vas a subirme a tu habitación?
               -Ni de coña te subo a mi habitación. Tengo la casa llena de gente. Y tú eres ruidoso.
               -Mira quién habla, doña Silencio.
               -El garaje, en cambio…-coqueteé, envalentonada por una excitación que no era propia de mi yo anterior. Pero con Alec era incapaz de pensar en las consecuencias de mis actos. Sólo existía el aquí y el ahora, no había nadie más en el mundo que nosotros dos.
               Claro que el mundo en realidad no funcionaba así.
                Un carraspeo a nuestro lado hizo que nos separáramos de un brinco. Los dos miramos hacia mi casa, donde mi padre estaba apoyado en una de las columnas de madera del porche.
               -Cuando termines, Sabrae, si todavía tienes hambre, la comida está lista.
               Noté que el calor de mil soles subía a mis mejillas y se negaba a irse de allí. Me sobraba el abrigo. Y el jersey.
               -Va… vale-tartamudeé. Papá se despegó de la columna, fulminó con la mirada a Alec y entró de nuevo en casa. Tuvo la delicadeza de cerrar la puerta, pero creo que más que por darnos intimidad, lo hizo para no escuchar cómo yo me ofrecía a chuparle la polla a Alec en el garaje de mi casa.
               -Al final se van a cumplir tus deseos-comentó él, y yo me lo quedé mirando. Había perdido un poco de color.
               -¿Qué?
               -No voy a poder seguir acompañándote a casa. Es más, creo que si Zayn me permite seguir viviendo en Inglaterra, puedo considerarme afortunado.
               -Eres un exagerado. Papá no está acostumbrado a volver a verme con chicos, eso es todo. En cuanto se acostumbre…
               -Sabrae-me detuvo, arqueando las cejas-. No va a poder acostumbrarse. Voy a tener que trabajar día y noche para poder pagarme un guardaespaldas que impida que los sicarios que me mande tu padre me maten.
               -Papá nunca contrataría sicarios. Buscaría uno muy bueno y con ése bastaría.
               -Qué graciosa es la niña, Dios mío. La más chistosa de Europa-Alec puso los ojos en blanco y yo volví a reírme. Me colgué de su cuello y le di un pico.
               -A papá le caes bien. Te quiere.
               -Sí, me quiere ver a cien kilómetros de ti.
               Empecé a tirar de él para que me acompañara hasta la puerta.
               -Ven. Vamos a despedirnos antes de que salga.
               -Ni de coña entro yo en tu casa-tiró de mí en dirección contraria-. Eso es allanamiento, Sabrae. Zayn podría pegarme un tiro y ningún jurado lo condenaría.
               -Papá podría pegarte un tiro en cualquier sitio y ningún jurado lo condenaría porque es Zayn Malik-le recordé-. Y además, le defendería mi madre.
               Alec se quedó mirando las puertas de mi casa con gesto aterrorizado.
               -Creo que será mejor que me vaya.
               -¡Porfa! Quédate un ratito más.
               -¿ES QUE QUIERES QUE ME MATEN?
               -¿No te gusta correr riesgos?
               Alec miró la puerta.
               -¿Porfa, Al?-le pedí-. ¿Por mí?
               Se me quedó mirando.
               Y empezó a subir los escalones de mi porche.
               Di un gritito cuando terminó de subirlos y me abalancé sobre él como una perrita que lleva un día entero sin ver a su dueño, lo cual es una maldita eternidad. Alec sonrió, pasándome una brazo por la cintura para pegarme aún más a él, y me besó la cabeza.
               -¿Seguro que no quieres pasar?
               Meneó la cabeza y se quedó allí plantado, mirando la puerta de mi casa como el guerrero que mira la cueva en la que debe adentrarse para matar al dragón.
               -No me voy a ir para siempre. Simplemente tengo que comer. Y tú tienes que ir a trabajar-le recordé, y él me miró un momento, confuso. Me dio la sensación de que no entendía lo que le estaba diciendo. Le había mandado muy lejos, a un mundo en el que yo no podía alcanzarle, un planeta al que mis naves espaciales todavía no habían llegado.
               Comprobé con horror que lo había vuelto a hacer: lo había excitado sólo para dejarle con la miel en los labios una vez más. Le había dicho que estaba dispuesta a hacerle una mamada en el garaje de mi casa, y ahora no sólo le decía que se marchara a la suya, sino que encima le había hecho ver a mi padre, con todo lo que eso implicaba para él. Una vez más, me sentí ruin por haberlo rechazado. Estaba claro que yo le importaba más de lo que estaba dispuesto a admitir o incluso era capaz de poner por palabras, y yo se lo pagaba negándome a atarme a él de una forma más o menos cercana, y no dándole el placer que él quería.
               No se me había olvidado la cantidad de veces que él se había metido entre mis piernas sin que yo hiciera nada por proporcionarle el mismo placer. El marcador de orgasmos era muy superior en mi nombre; mi deuda crecía más y más y yo no hacía nada por compensarla.
               No se merece esto.
               -¿Podemos vernos?-pregunté, y Alec parpadeó.
               -Nos funcionan los ojos.
               -No, Al-repliqué después de reírme-. Me refiero a si podemos vernos después. No sé. Cuando tú salgas de trabajar, o… no quiero esperar a fin de año. Quedan… ¿tres noches? Es una eternidad.
               Me dedicó una sonrisa cansada.
               -Sí, una absoluta eternidad si estoy sin ti.
               Sus dedos pasaron por mis mejillas, dibujando patrones místicos a los que sólo idolatraría él. Me gustaba muchísimo que me acariciara así, perdido en sus pensamientos mientras sus manos exploraban mi piel. Sentía que estaba conectando con una parte de sí mismo a la que solía tener abandonada, y me gustaba pensar que esa parte le susurraba en su mente con mi voz.
               ¿Qué has hecho? Mírate. Le quieres más que a nada y le has dicho que no.
               Me mordí el labio y los ojos de Alec bajaron automáticamente a mi boca. Tomó aire y estudió los pequeños valles que mi piel formaba en mis labios, la rojez que mis dientes ocasionaban en la carne. Se relamió los suyos contemplando uno de sus manjares preferidos y tomó aire.
               -Sí… voy a necesitar verte. No sólo por verte, sino para muchas otras cosas.
               -¿Qué otras cosas?
               -Puedo ver que no te me resistes toda tú a decirme que sí-me reveló, y yo me estremecí. ¿Tan evidente era? Me sentía un barco a la deriva, sin remos ni velas, zozobrando con cada embate de las olas furiosas de un vendaval. Decirle que no había sido la decisión más precaria que había tomado en mi vida, y ojalá hubiera sido también la más efímera-. Y te juro que voy a esforzarme por estar a la altura de tu sí, Saab. Sé que necesitas tiempo para terminar de cambiar sobre mí, y si algo nos sobra es tiempo. Creo que tú eres mi Sher, y yo soy tu Z, Saab-me acarició la mejilla con su pulgar y yo sentí la tentación de cerrar los ojos y que la corriente de sus palabras me meciera, barco que regresaba al mar del que nunca debía haber salido-. Da igual que no quieras verlo. E, igual que hizo Zayn con Sher, yo pienso esperarte el tiempo que haga falta. Te daré el espacio que necesites. Haré lo mismo que hizo él para conseguir a tu madre. Bien sabe Dios que tú te mereces todo eso y mucho más.
               Le cogí de la muñeca y acaricié su brazo con la yema de los dedos. Cerré un momento los ojos. Me imaginé que éramos mis padres, que protagonizábamos una historia de amor como la que ellos tenían. En cierto modo, éramos parecidos: nuestra relación también había tenido como punto de partida un polvo en una noche loca.
               Pero en lo demás… yo no iba a quedarme embarazada de Alec, no iría a su casa exigiendo que se hiciera cargo de mi hijo, él no se ofrecería a hacerse cargo de mí también. No me daría un techo, porque yo ya lo tenía. No me daría esperanzas, porque ya las traía de serie.
               No me daría un hogar, porque él mismo ya lo era.
               -Mi padre le escribió canciones a mi madre-musité, mirándolo-, ¿qué tienes pensado hacer tú?
               Alec estalló en una carcajada con tintes tristes. Nos estábamos despidiendo y yo me di cuenta de que no sabíamos hasta cuándo. Detestaba no saber cuándo volvería a verle, pero… bastante había hecho yo ya esa mañana como para seguir exigiéndole. Daba igual la cosa que yo le pidiera: él me la daría.
               -Mira, bombón… pídeme lo que quieras, salvo que te cante, porque igual te dejo sorda.
               Reí suavemente y negué con la cabeza. Me puse de puntillas para darle un beso en los labios a modo de despedida. Después, él bajó las escaleras del porche y se apoyó en la verja de mi casa bajo mi atenta mirada.
               -¿Saab?
               -¿Sí?
               -No te resistas a que te convenza. No tardes mucho-se mordisqueó el labio-. ¿Me lo prometes?
               -Te lo prometo.
               -Vale. Genial. Yo… ya me voy.
               -¿Al?
               -¿Mm?
               -Me apeteces.
               Me sonrió con tanto cansancio que, a pesar de que su sonrisa era sincera, no escaló a sus ojos.
               -Me apeteces, bombón.
               Y sin más, se marchó. Me quedé mirando el lugar por el que se había ido durante un rato, hasta que finalmente el tintineo lejano de los platos al otro lado de la casa me devolvió a la realidad. Introduje las llaves en la cerradura, entré en mi casa y colgué mi abrigo del perchero. Fui derecha a la mesa, donde apenas hablé, y creo que nadie se dio cuenta. Estaban todos demasiado ocupados intercambiando detalles de su día y de lo que tenían pensado hacer esa tarde (Shasha iba a salir con sus amigas a ver las luces de Navidad y patinar sobre el hielo en la pista que habían montado en Hyde Park, y Scott iría a casa de Tommy, como era de esperar) como para darse cuenta de que yo apenas probaba la comida. No tenía apetito, no después de todo lo que me había pasado esa maña. Incluso me sentía un poco mareada.
               Papá me miró desde el otro extremo de la mesa, pero no dijo nada. Fuera lo que fuera lo que me pasase, sabía que no debía intentar sacarme de mi caparazón antes de tiempo. Necesitaba un espacio que papá estaba más que dispuesto a darme.
               Terminamos la comida, yo probé un par de cucharadas de la cuajada que con tanto cariño había hecho mamá, y después se la pasé a Scott. Él me miró con suspicacia, sopesando si había escupido en el bol o algo, pero yo rehuí su mirada sacándome el móvil del bolsillo. Tenía mensajes de las chicas, pero comprobé con desilusión que Alec no me había escrito nada.
               Pensé que toda mi vida sería así a partir de ahora, anhelando cosas que no podía exigirle, y me entraron ganas de llorar. Por suerte, ese día me tocaba fregar a mí los platos, así que empecé a recogerlos para poder estar sola en la cocina y, quizá, entretenerme con algo.
               Scott dejó el bol en el fregadero mientras yo me afanaba en quitar salsa de los platos y me dio un beso en la sien.
               -¿Estás bien?
               Asentí con la cabeza.
               -¿Seguro?
               Volví a asentir. No podía mirarlo. Mi hermano era la única persona capaz de leerme como lo hacía Alec. Scott se mordisqueó el piercing un segundo, sopesando las posibilidades, y finalmente depositó un suave beso en mi frente de nuevo y musitó:
               -Te quiero, pequeña.
               Se marchó sin obtener respuesta. Te estoy diciendo que te quiero y que me estoy enamorando de ti, y con lo único con lo que te quedas es con que lo hice mientras estaba con otra.
               Noté cómo me temblaba el labio y una presión me hundía el pecho. Cerré los ojos con fuerza un momento y abrí el grifo a máxima potencia. El agua me ardía en las manos, pero por lo menos mantenía esas voces en mi cabeza ahogadas.
               Sentí una presencia a mi espalda un segundo antes de ver cómo papá se apoyaba en la encimera y me miraba.
               -¿Qué te pasa, mi vida?
               Noté que me ahogaba en mi arrepentimiento, y mis dudas y mis miedos tiraban de mí hacia el fondo. No podía respirar. No podía hacer nada que no fuera marearme con la estupidez que acababa de cometer.
               Sólo estaba siendo prudente, me dije. Estaba siendo consecuente con mis creencias y justa con Alec. Si no confiaba en él al cien por cien, lo justo era que no le diera alas. Sólo estaba siendo justa con él.
               Justa como un verdugo que aplica una pena de muerte en la que no cree, y totalmente inmerecida, pero que está establecida por una ley muy superior a él.
               Sacudí la cabeza, deseando que papá me dejara sola. No quería llorar delante de él, porque él me abrazaría y me consolaría, y yo no me merecía que me consolaran. Me merecía sentir el mismo dolor que estaba ocasionando. Me merecía ahogarme yo sola en el océano de dudas que yo había licuado del cielo.
                -¿Esto es por algo que… bueno… que te haya dicho Alec?
               Me lo quedé mirando, estupefacta. Sí, exactamente, es por algo que me ha dicho Alec, pero no en el sentido que tú crees.
               -¿Qué tienes en contra de él?-me escuché decir, envalentonada por una rabia que mi padre no se merecía, pero que yo iba a volcar contra él de todos modos.
               Con que yo se lo hiciera pasar mal a Alec, bastaba. No había necesidad de que se metiera él también.
               Papá alzó las cejas, se  cruzó de brazos y negó con la cabeza.
               -Poca cosa.
               -Pues déjalo tranquilo. Se lo haces pasar mal-bufé, frotando y frotando hasta el punto de que podría haberle arrancado la cobertura de pintura a la cerámica.
               -Ni de coña pienso dejarlo tranquilo. Me encanta esto de aterrorizar a tus novios. Si quieres que los deje en paz, líate con Tommy. A él no voy a poder meterle miedo.
               Se separó de la encimera y yo le ignoré deliberadamente.
               Debería haberle dicho que Alec no era mi novio.
               -Además… algo te habrá hecho. Ayer, cuando te fuiste con tus amigas, estabas bien, y hoy que vuelves con él, te comportas así-suspiré y dejé los platos limpios a un lado del fregadero-. Te está haciendo algo. Lo sé. Tengo ojos en la cara, ¿sabes, Sabrae? Y puedo ver que…
               -No puedes ver nada-me revolví-. No sabes por qué estoy así. Podría estar así por mis amigas y no por Alec.
               Papá arqueó las cejas.
               -¿Y por qué ibas a estar así por tus amigas, y no por Alec?
               -Déjalo. Tú no lo entiendes.
               -Sabrae, de verdad, si te pasa algo, puedes decírmelo. Puede que tú no veas solución, pero yo…
               -¡No soy una niñita desvalida! ¡Puedo cuidarme sola! ¡Dejé de ser un bebé indefenso hace mucho tiempo!-me revolví, y papá me cogió de la muñeca y dio un paso hacia mí. Me había pasado, lo sabía. Pero no podía detener el torrente de rabia que sentía.
               -Soy tu padre, Sabrae. Siempre serás mi bebé. Voy a cuidarte lo quieras o no, ¿me estás entendiendo?
               Intenté zafarme de su mano, pero sólo conseguí aumentar más la presión.
               -¿Qué bicho te ha picado?
               -¿Crees que es malo? ¿De verdad?-le pregunté, alzando la vista y enfrentándome a sus ojos.
               -¿Qué?
               -Alec. ¿De verdad lo crees capaz de hacerme sufrir?
               -Todos podemos hacer sufrir a la gente, Sabrae. Todos-miró hacia el salón, donde mi madre estaba hablando por teléfono con una de sus socias de bufete, ultimando detalles para la comida de fin de año a la que iría en un par de días.
               -Alec no me ha hecho nada-conseguí soltarme, por fin, de su mano-. Es más, jamás se le pasaría por la cabeza hacerme daño. Sólo estoy cansada. Y con la regla. Ya se me pasará.
               -¿En serio piensas que soy tan estúpido como para tragarme eso?
               -Pensaba que confiarías en tu hija.
               Papá se rió, sacudió la cabeza y se pasó una mano repleta de tatuajes por la barba. Viendo las figuras que le teñían la piel de diversos colores, recordé el detonante de todo lo que había explotado desde que entré en casa de Taïssa y me dieron ganas de arrancármelo de cuajo.
                -No he dicho que no confíe en ti. Pero te estás comportando de una forma muy rara, Sabrae, y no te creas ni por un segundo que voy a tragarme que es sólo porque estés con…
               -¿Qué esperas que te responda a eso, viendo cómo estás?
               -Alec no me ha puesto así-negué con la cabeza-. Quiero que me contestes. ¿Crees que es bueno?-papá se mordió el labio, indeciso-. Olvídate de lo que piensas de él con respecto a mí. ¿Alec es bueno? El hijo de Annie y de Dylan. ¿Te parece una mala persona?
               Papá bajó la vista un momento, tomó aire, la levantó y negó con la cabeza.
               -Así que crees que es un buen chico.
               -Sí.
               -Y que podría hacerme bien.
               -A veces una buena persona puede hacerle mucho más mal a otra que alguien que no es bueno desde el principio.
               -¿Hablan los años que llevas conociéndole, o los minutos que llevas viéndome mal?
               Papá tomó aire y lo soltó despacio.
               -No sé qué quieres que te conteste.
               -La verdad, papá. Olvídate de cómo estoy hoy. Piensa en cómo he estado desde que empecé a verme con él. En cómo llevo estando dos meses. ¿Crees que Alec es bueno para mí?
               Papá me escudriñó como si no me entendiera. Ahora mismo sentía que no era su hija. Era una persona completamente diferente en el cuerpo de su pequeña, era como su libro preferido con la portada de su edición predilecta, en un idioma que no entendía, cuyas letras era incapaz de reconocer.
                -Papi-le pedí-. Por favor.
               -Sí-dijo por fin, después de mucho luchar contra su verdad. Y eso fue lo que más me dolió, lo que terminó de tirarme al pozo. Papá tenía clara la respuesta desde el principio, lo único que le hacía dudar de él era mi comportamiento.
               Me volví hacia los platos y me apoyé en los bordes de la encimera, sintiendo que me ahogaba. No me soportaba a mí misma. Era una miserable.
               Yo me decía a mí misma que no había persona que quisiera más a Alec de lo que yo lo hacía, que confiara en él como yo lo hacía, y ahora… ahora le daba la espalda a la mínima oportunidad.
               Empezaba a pensar que la única persona que no confiaba en él plenamente era, precisamente, yo.
               El mundo se desplomó sobre mis hombros mientras asimilaba que todo el mundo tenía fe en Alec menos yo. El lodo me tragó y me ahogué en él mientras reproducía en mi cabeza su sonrisa cansada, su hastiado me apeteces. Era una persona horrible. Él había cedido a todo lo que le había pedido, y yo no le había concedido el único deseo que me había formulado en todo lo que llevábamos juntos. No había cedido en absolutamente nada.
               Cerré los ojos y dejé que papá me abrazara. Depositó un beso en mi cabeza mientras me acariciaba los hombros y me decía que me fuera si necesitaba estar sola, que él terminaría mis tareas.
               Me marché de la cocina con lágrimas en los ojos, que empezaron a derramarse mientras subía las escaleras. Llorando a moco tendido, me puse el pijama, me metí en la cama y me tapé con las mantas hasta que la única prueba de que estaba allí tumbada consistió en el bulto de mi cuerpo debajo de las sábanas. Lloré y lloré durante lo que me pareció una eternidad, deseando que alguien viniera a arroparme y a la vez sintiéndome indigna de todo cariño, sucia, corrupta.
               Quise llamar a Alec y decirle que necesitaba verle, que tenía que decirle que sí, que teníamos que dar marcha atrás en el tiempo y reescribir la historia allí donde yo había tomado aquella decisión tan horrible.
               En mi cabeza, la absurda idea de que Alec había hecho una apuesta de todo o nada conmigo y había obtenido un nada cobraba más sentido y peso que ninguna otra. Te estoy diciendo que te quiero y que me estoy enamorando de ti, y con lo único que te quedas es con que lo hice estando con otras.
               Te estoy diciendo que te quiero y que me estoy enamorando de ti, y me dices que no.
               Te quiero y me dices que no.
               Me estoy enamorando de ti y me dices que no.
               ¿De qué coño vas?
               Serás calientapollas.
               Me encogí sobre mí misma mientras mi subconsciente se ensañaba conmigo. Un millón de insultos llovieron sobre mi cabeza con la voz de Alec: eran cosas que yo pensaba de mí misma en ese momento, emponzoñadas por su tono de voz.
               Debería haber seguido tirándome a las chicas mientras tuve ocasión.
               Jamás debería haberte hecho esa estúpida promesa.
               Ni siquiera escuché la puerta cuando Shasha llamó con los nudillos y entró en mi habitación. Me había escuchado llorar desde la suya. Se acercó a mí con paso vacilante y me destapó un poco. Me encogí un poco más en posición fetal y ni siquiera me atreví a mirarla.
               -¿Saab? ¿Qué te pasa?
               -Alec me ha pedido salir-le conté con una voz que no era la mía, y mi hermana frunció el ceño.
               -¿Y por qué lloras?
               -Pues porque le he dicho que no, Shash.
               Shasha hizo una mueca, me observó un momento mientras yo me deshacía en lágrimas, y se marchó a mi habitación.
               Volvió con su pijama puesto, el pelo suelto cayéndole en cascada, y los pies descalzos.
               Apartó el peluche gigante de Bugs Bunny de mi cama, se metió conmigo dentro, me pasó un brazo por la cintura y se pasó dándome besos y susurrándome palabras de consuelo al oído hasta que yo me dormí.  

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2 comentarios:

  1. Eri a mi tanto sufrimiento por Alec no me comoensa, bastante tengo con Scott y Tommy como para ahora encima este, casi que estaba mejor odiándole la verdad

    pero en serio y Sabrae es que pobrecita, que deje de ser amiga de la otra imbécil que no le compensa, si solo estando con Alec va a poder superar esos miedos!!!!!!!!

    dame alguna alegría en el próximo que si no me mato ya

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    1. Quién nos iba a decir a ti y a mí que estarías así con Alec, ¿eh? Ay, todavía me río pensando en cómo decías antes que no lo tragabas y MÍRANOS AHORA
      Por favor odio a Kendra NO que yo la entiendo también, sólo la está protegiendo
      En el próximo puede que haya alegría, no te prometo nada pero de momento es todo bastante dramático, las cosas como son ☻

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