Me metí un nuevo bombón de Mozart en la boca mientras
Shasha daba un sorbo de su batido de plátano y esperaba a que yo empezara a
teclear. No quería pensar en lo mal que tenía que haberme visto mi hermana para
finalmente cancelar sus planes con sus amigas y quedarse en casa conmigo,
abrazándome mientras dormía un poco y luego sugiriéndome planes para levantarme
la moral.
Habíamos
empezado suave, mirando en tiendas de ropa y accesorios hasta el último
producto y añadiendo cosas a la lista de deseos como si nos pagaran por ello o
tuviéramos un hada madrina particularmente generosa. Después de pasearnos por
todas las webs de marcas, Shasha y yo nos miramos un momento, yo más animada y
ella con ganas de simplemente más, y decidimos meternos en los blogs de
cotilleos sobre famosos.
Seguramente
pienses que por ser hija de un famoso yo detestaba esas páginas en las que no
se publicaban más que mentiras y cuyo único objetivo en la vida era hacer
miserables a las personas que aparecían en ellas para conseguir más visitas y,
por tanto, más dinero, y en cierto sentido así era. Odiaba cuando sacaban fotos
de una famosa en alguna posición que le sacaba unos michelines que parecían ser
un insulto a la seguridad nacional, o cuando se criticaba el fracaso
sentimental de tal cantante o actor y se hurgaba en la herida diciendo que una
relación de varios años no había sido real, sino producto del márketing.
Además, yo como Malik entre todo el mundo debía tenerle muchísimo más odio a
ese tipo de páginas por todo lo que le habían hecho a mi padre antes de que yo,
o incluso mi hermano, naciera.
Y las
detestaba. Las detestaba yo, las detestaba Shasha, y las detestaba Scott. Duna
crecería para detestarlas también, pero… ¿dónde si no iba yo a meterme para ver
los reportajes más completos de las modelos más cotizadas, o los vídeos
promocionales de alguna colonia, disco o serie? Puede que fuera un poco
hipócrita por mi parte, pero me encantaba
eso de entrar en cualquier blog de algún inútil que lo único que sabía
hacer era meterse en la vida de otra gente porque él carecía de una sólo para
criticar en voz alta el poco partido que le habían sacado a las caderas de una
actriz los responsables de una línea de ropa, o lo poco favorecida que había
salido la misma actriz por culpa de los maquilladores.
Además…
en esas páginas podía hacer de justiciera. Precisamente las cosas que generaban
rechazo en mí de todos esos lugares de Internet eran las que más me entretenían
a la hora de defenderme. Estábamos metidas en la sección de comentarios de una
noticia que nos había llamado la atención: estaba encabezada por la foto de mi
padre y las inmensas palabras en mayúsculas “ZAYN VUELVE A LA CARGA”, seguido
de un texto en letras grises con tipología Georgia muy bonita en la que
desgranaban el proceso de creación del próximo disco de mi padre. Como de
costumbre con todo lo que tenía que ver con papá, la sección de comentarios se
había convertido en una auténtica batalla campal en la que todo valía, desde
insultos a los artistas con los que se suponía que papá se llevaba mal (que yo
supiera, sólo detestaba a Azealia Banks), a insultos a papá por: a) cómo había
dejado One Direction, b) cómo había “vuelto”, más o menos, a One Direction, c)
cómo se había “colgado de la carrera musical de Liam” (lo cual había hecho que
yo respondiera con un “¿?¿?¿?¿? Zayn ya tenía un puto disco en el mercado y
estaba a meses de sacar el segundo cuando Liam sacó su primer EP, siéntate DOS
MILENIOS”), d) cómo “romantizaba las drogas y las relaciones tóxicas” (a lo que
Shasha directamente contestó al troll que para hacerse pajas, mejor pasaba a
las físicas y dejaba las mentales para los científicos), o e) simplemente por
su color de piel o su religión (a lo que nos turnábamos para sumarnos a la
retahíla de insultos e incluso darle me
gusta a las respuestas que invitaban al autor del comentario a tirarse por
un puente o sucedáneos –vale, puede que eso fuera un poco fuerte, pero
estábamos muy enfadadas-).
Así
que allí estábamos Shasha y yo, ella con el estómago lleno después de darse un
atracón de bizcocho precocinado que había encontrado en las alacenas, y yo con
las mejillas aún un poco tirantes por las lágrimas que se me habían secado,
esperando a que a mí se me ocurriera algo inteligente que responder a un
comentario que decía:
“Ugh,
que deje de intentar ser relevante ya, por favor. ¿Cuándo se va a dar cuenta de que su carrera lleva muerta
desde que se piró de 1d? Nunca entenderé todo el hype que tiene este tío cuando literalmente tiene cara de haber olido
una mierda. Todas las que babeáis con los reportajes que le hace sois unas
mojabragas que no vais a encontrar trabajo en vuestra vida. En fin, escuchad lo
nuevo de Justin Bieber, que eso sí que
es música y no las berridas que pega este tío”.
Moví
el ratón hasta la opción de responder, tecleé en ella y, en la primera cajita
que apareció para que introdujera el nombre, puse lo mismo que ponía Taïssa,
habitual en estas páginas, para proteger a papá: ZaynDefenzeZquad.
Empecé a teclear a toda
velocidad, llamando clasista, ignorante, maleducada y rencorosa a la tía que
había escrito ese comentario tan nocivo
mientras Shasha se reía y me jaleaba. Me fui creciendo y creciendo terminé
calificando de gilipollas a semejante tipeja y coronando mi comentario con un:
“Me
gustaría que me dijeras cómo puede no ser relevante una persona que
literalmente hace una canción con el nombre de su hija y gana un Grammy al año
siguiente, que no sabe dónde coño va a meter todos los premios que le dan cada
vez que saca un nuevo trabajo o que tiene que declinar tantas ofertas de
productores internacionales que en las discográficas se refieren a que les ha
tocado la lotería por el mero hecho de que Zayn siquiera se digne a mostrar
interés por algo que le hayan ofrecido. La carrera de Zayn está lejos de estar
muerta, payasa de los huevos, al contrario que tus neuronas, sin las cuales te
las apañaste para nacer.”
Pulsé
enviar y me sentí genial conmigo
misma cuando vi la parrafada aparecer en la sección de comentarios. Shasha y yo
chocamos los cinco y le pasé el ordenador a ella para que se ocupara del
siguiente troll.
Mi hermana estaba
respondiéndole a alguien que había puesto “nunca tuvo talento, escuchad el
nuevo disco de Selena Gomez” con un “talento no tuvo tu madre para hacer semejante
engendro” cuando se abrió la puerta de mi habitación. Tanto Shasha como yo
levantamos la cabeza, preparadas para cerrar la pestaña en la que nos
encontrábamos y fingir que estábamos comentando en una historia buenísima
protagonizada por Louis situada en un universo alternativo en el que él era un
ángel justiciero, o algo así. La verdad es que todavía no habíamos avanzado lo
bastante en la trama como para pillar muy bien de qué iba el asunto, pero
bueno, esperábamos que se hiciera un poco menos caótico.
Por
suerte, no tuvimos que hacernos las inocentes ante nuestra madre, a la que no
le gustaba nada pescarnos en esos sitios, soltando veneno como si fuéramos las
reinas de las víboras, y Shasha pudo publicar su comentario. La puerta de mi
habitación no la había abierto mamá, sino Amoke, que traía una mochila colgada
de su hombro que me resultó familiar.
Suspiré. Ni siquiera recordaba que me había
ido de su casa sin recoger mis cosas, demasiado ocupada en ir a ver a Alec como
para pensar en que la había convertido en mi almacén particular. Y luego, con
todo el tema de su proposición, mi negativa y demás… se me había ido la cabeza
completamente.
Inconscientemente
me pasé el dorso de la mano por las mejillas, aunque era inútil. Seguro que
Momo ya se había dado cuenta de que algo iba mal en cuanto entró en mi casa y
descubrió que estaba en ella. Seguro que había creído que no había pasado a
recoger mis bártulos porque me había ido con Alec por ahí. Sospechaba que lo
último que ella se esperaba era encontrarme en mi cama, con mi pijama gordito
de invierno, acompañada de mi hermana,
dándole caña a los haters de
papá y rodeada de envoltorios de bombones arrugados.
Amoke
se detuvo en seco y me miró. Vale, genial. No se había dado cuenta de nada
hasta que yo me limpié las lágrimas que ya no tenía.
-Venía
a traerte esto porque supuse que estarías cansada después de… bueno. Ya sabes
después de qué-miró a mi hermana con nerviosismo, como si Shasha no supiera qué
hacía yo con Alec o que precisamente lo que tanto nos gustaba hacer era el
proceso de formación de los bebés.
Mis
ojos también se desplazaron hacia Shasha, quien se mordió el labio, cerró la
tapa del ordenador y se levantó. Se echó el pelo a la espalda y cerró las
mantas para que yo no tuviera frío.
-Os dejo
solas-anunció, y tanto yo como Amoke protestamos sin pretenderlo. La verdad es
que sí queríamos que nos dejara solas, sí queríamos poder hablar, pero Amoke se
sentía mal haciendo que Shasha, quien claramente había estado haciendo un
magnífico trabajo de manutención emocional conmigo, se viera obligada a dar un
paso atrás.
Y yo
me sentía muy miserable haciendo que mi hermana, que había renunciado a una
tarde con sus amigas pasándoselo en grande para estar conmigo haciéndome de
sostén emocional, se marchara como si fuera un actor secundario que se retira
discretamente al fondo del escenario cuando entra el principal.
La
quería mucho, era mi hermanita, y le estaba tremendamente agradecida por el
cariño con el que me había cuidado. Sabía que Shasha tenía un instinto
fraternal, incluso maternal, que la hacía muy intuitiva y mimosa cuando yo
necesitaba que lo fuera. Sabía que le dolía verme mal y que se sentía mejor
cuando no me dejaba sola y me cuidaba, pero aun así… me sentía fatal. Le había
chafado la tarde y yo renunciaba a su compañía en cuanto una opción nueva se
presentaba.
Por
mucho que Momo fuera esa opción nueva… seguía estando un poco mal.
-No
pasa nada-Shasha sonrió con cansancio, aunque su sonrisa era sincera. Mi
hermana era tan buena que era capaz de alegrarse de que yo no quisiera estar
con ella, porque eso significaba que estaba un poquito mejor. Pronto
volveríamos a chillarnos y a pelearnos como siempre. Pero ahora, debía ceder en
detrimento de Momo-. Tenéis cosas que comentar. Además…-señaló el ordenador-,
acaba de salir un capítulo nuevo del dorama que estoy viendo, así que me viene
genial que haya llegado Momo. Luego, si queréis, hacemos algo las tres.
Su
sonrisa se amplió hasta volverse radiante, y entonces cerró la puerta.
Momo
se volvió hacia mí.
-¿Qué
te pasa?
Y,
entonces, una mano me agarró del hombro y tiró de mí hacia atrás. Me caí al
suelo de nuevo, y me descubrí rota otra vez.
Pensaba
que la tarde de compras fingidas, cotilleos y justicia filial me había curado
el corazón roto, pero no era así. Iba a necesitar mucho más que insultar a
desconocidos para volver a sentirme yo, con todo lo que ello implicaba:
principalmente, no pensar que era imbécil.
Pero
allí estaba, sentada en mi cama, intentando contener el nudo en la garganta que
amenazaba con sobrepasarme. Me sentía como si fuera una presa que a duras penas
podía contener una inundación.
Cuando
noté que se me empañaba la visión por culpa de las lágrimas, entré en pánico.
Sorbí por la nariz y luché contra el nudo que se me había formado en la
garganta. A estas alturas ya había perdido la cantidad de veces que había
llorado por Alec, y lo curioso era que en poquísimas ocasiones había llorado
por su culpa. Él me hacía sentir todo con muchísima más intensidad que nadie
que hubiera conocido jamás; con Hugo no había estado subida en aquella montaña
rusa de emociones en la que Alec me había hecho montarme. Debería preocuparme
que mis lágrimas durante los dos últimos veces tuvieran como causa exclusiva al
chico al que había rechazado esa misma mañana, porque no era una chica que
llorara con facilidad, y sin embargo con él siempre me sentía al borde del
precipicio. Cualquier cosa que me dijeran en referencia a Alec me dolía cien
veces más que si lo hicieran sobre cualquier otra persona; cualquier cosa que
él hiciera y me molestara, lo haría más que con ningún otro.
No
podía dejar que Momo me viera llorar de nuevo por él. Me había consolado
demasiadas veces, y yo estaba hecha un lío demasiado enmarañado como para que
nada de lo que mi mejor amiga pudiera decirme lo solucionara. Además, Momo
había compartido las dudas con Kendra y Taïssa. Seguro que pensaba que lo había
hecho bien, por mucho que yo tuviera la sensación de que había cometido el
error más grande de mi vida.
Momo
se acercó a mí y se sentó en la cama. Me cogió una mano y me la apretó, con sus
ojos marrones fijos en los míos, la profundidad de su mirada tan
inconmensurable como la del océano.
-Has
estado llorando-constató con lástima en la voz, y por un momento me hizo pensar
que se arrepentía de lo que había pensado mal de Alec. Si lo viera como lo veía
yo, si lo sintiera como lo sentía yo… nada de esto habría pasado. Me habría
defendido a muerte frente a Kendra y Taïssa. Habría hecho que me echara en
brazos de Alec y le dijera que sí sin dudarlo ni un segundo.
Claro
que todo eso era en un mundo de cuento de hadas, donde los vídeos en los que él
tenía el pintalabios de otra en la comisura de los labios no existían, donde
los errores que habíamos cometido los dos no se habían escrito. Donde nuestra
relación habría evolucionado de una bonita amistad a algo más, una película con
toques rosados en los bordes y romanticismo por doquier, en el que
terminaríamos acostándonos al final del todo en una expresión de colores y
belleza. Las cosas no eran como en las películas, y mi vida tampoco.
-Es
que… Alec me ha pedido salir.
Momo
se quedó en silencio, parpadeó un par de veces con la sorpresa impregnada en
toda su aura. Sus ojos estaban abiertos como si acabara de ver un fantasma. Me
hizo sentir un poco mejor saber que a ella también le pillaba de sorpresa lo
que había hecho Alec… y me hizo pensar que él no era tan malo como las chicas
pensaban. Por supuesto que conmigo enseñaba una cara más amable, igual que yo
lo hacía con él, pero no tenía ese trasfondo del que había desconfiado tanto
durante toda mi vida, del que mis amigas aún desconfiaban porque no habían
probado sus besos ni el cariño de sus caricias.
Rehuí
su mirada apartando la vista. Me daba vergüenza mirarla. Me daba vergüenza que
pensara que era una boba por dejar que todo fuera a tanto. Pero Momo buscó mis
ojos, mordiéndose el labio.
-¿Y
por eso lloras?-quiso saber con inocencia. El cariño de su voz era tan infinito
que me era imposible no sentir que ella me apoyaría hiciera lo que hiciera.
Estaba segura de que si alguna vez le pedía a Momo que me ayudara a esconder un
cadáver, no haría ningún tipo de pregunta y ella misma se encargaría de
organizarlo todo.
-No.
Es que… le he dicho que no.
El
silencio que volvió a instalarse entre nosotras pesaba más que las piedras
empleadas por las civilizaciones prehistóricas para construir sus monumentos
divinos, aquellos que se alineaban con las estrellas de una forma magistral… de
la misma manera en que me había alineado yo con ellas la noche en que Alec y yo
nos besamos por primera vez.
Momo
me acarició los nudillos con los pulgares, esperando a que yo dijera algo más.
Puede que estuviera dándome espacio para que yo le contara cómo finalmente
ellas tenían razón: cómo Alec se había portado como todos los tíos a los que
rechazan y se había metido conmigo, diciéndome que no era tan guapa, ni estaba
tan buena, ni follaba tan bien, como para creerme con el derecho a tener
opiniones propias. Me puso tremendamente triste pensar que ellas tuvieran tan mala imagen de él. Yo
sabía que él sería incapaz de decirme algo así.
Y
entonces, mi mejor amiga me sorprendió con la única pregunta que yo no me
esperaba que me formularía con respecto a nosotros. No después de sus dudas, al
menos.
-¿Por
qué harías algo así?
Levanté
la cabeza y me encontré con su mirada. Momo había fruncido el ceño, confusa por
cómo se habían desarrollado los acontecimientos. En sus ojos había algo que me
dio alas y a la vez me hundió en la pegajosa oscuridad, como si fuera una
gaviota que se hunde por accidente en un charco de petróleo.
Momo
no podía creérselo. No que Alec me hubiera pedido salir, sino mi respuesta.
Momo
pensaba que yo le diría que sí.
Momo
pensaba que yo debía decirle que sí.
-Porque…
porque…-boqueé en busca de aire, un aire que la madre naturaleza me negó. Si mi
boca no iba a besar a Alec, no debería servir para nada más. Si mi nariz no iba
a respirar el aroma que desprendía su cuerpo, no tenía ninguna otra función por
la que mereciera la pena mantenerla-. Porque tenéis razón-jadeé, y jamás me
había dolido tanto darles la razón a mis amigas, especialmente en temas de
chicos. Cuando yo me había prendado de verdaderos gilipollas y ellas me habían
avisado, sólo los había defendido hasta el punto en el que podría peligrar mi
amistad con ellas, así que no me había dolido tanto darles la razón cuando
finalmente se habían quitado la careta conmigo. A mí me habían dado también la
razón las demás cuando les sucedió a ellas. Pero ahora todo era diferente. Yo
quería que estuvieran equivocadas con Alec. Yo quería pelearme con ellas para
defenderlo hasta mi último aliento, aunque supiera que eso estaba mal-. Kendra
tiene razón. Soy estúpida. Soy estúpida por dejar que él se meta debajo de mi
piel como lo ha hecho y me condicione tanto.
-No
hables de él como si fuera un parásito-contestó Amoke con dureza, el ceño
ligeramente fruncido en una silenciosa determinación: demostrarme que no tenía
razón-. No lo es.
-No
he dicho que sea un parásito. Todo lo contrario. Yo soy la que se siente un
parásito. Le necesito demasiado.
-Y él
te necesita a ti. ¿Qué problema hay? Sinceramente, Saab, creo que lo estás
sacando todo un poco de quicio. Es decir… vale, sí, tenemos nuestras reservas
respecto a él, pero yo he visto una evolución en Alec. Estoy segura de que
Taïssa y Kendra la han visto también. Que en el pasado no fuera digno ni de que
le miraras no implica que no pueda serlo en el futuro, o que incluso no lo sea
ya.
-Es
demasiado bueno para mí-musité con un hilo de voz, jugueteando con un hilo
suelto de mi edredón. No podía dejar de pensar en cómo yo le había negado la
única cosa que él me había pedido en toda nuestra relación, y en cómo él me
había concedido hasta el último capricho. Cómo me acompañó a casa, cómo me
prometió un delicioso “continuará” que había cumplido, cómo me buscaba entre la
multitud, cómo llegaba a mi lado en cuanto me veía aparecer entre la gente,
cómo bailaba conmigo, cómo me dejaba elegir la canción, cómo se agachaba entre
mis piernas y bebía de mi sexo para catapultarme a las estrellas y a la vez me
preparara para que él entrara en mí y nos volviéramos uno; cómo aguantaba
estoicamente que yo le excitara, cómo me había cuidado cuando yo no me sentía
preparada para mantener relaciones, cómo no me había presionado en absoluto…
Cómo
me había prometido que no dejaría que nadie se interpusiera entre nosotros. Ni
siquiera yo. Ni siquiera él. Sabía que él lucharía por mí, incluso cuando todo
pareciera perdido. Y, egoístamente, esperaba que jamás perdiera la paciencia.
Que
no se diera cuenta de que él merecía la pena luchar, pero yo no.
Puede
que Momo escuchara mi último pensamiento, y por eso me soltara una bofetada.
-¿Eres
estúpida?-espetó, enfadada, y yo la miré mientras me frotaba la mejilla
dolorida y gemía un suave “au”-. Es Alec Whitelaw, por el amor de Dios. Un tío. No ha nacido el tío que sea
demasiado bueno para ti. Ni siquiera ha nacido el tío que sea lo bastante bueno
para ti.
-Eso
no es verdad-gruñí, pensando en que Alec no se merecía que dijeran algo así de
él. Momo se llevó un dedo a los labios y fingió pensar.
-Vale,
sí, es verdad. Puede que haya un tío lo bastante bueno para ti: Idris Elba.
Me la
quedé mirando, estupefacta. Momo asintió, satisfecha, y entonces…
… nos
echamos a reír a carcajada limpia. Vale, sí, Idris Elba sí que se merecía una
calificación aparte.
-Pero
Idris Elba no va a venir a pedirme salir.
-Ya
te gustaría.
-De
momento-especifiqué-. Soy menor de edad. No puedo casarme.
-¡Como
si eso fuera un problema! Me fugaría con él sin problemas, y que venga la poli
detrás de mí si se atreven-Momo sonrió, absolutamente enamorada-. Menudo
hombre. Eso sí es un hombre y no lo
que tenemos nosotras a nuestro alrededor.
-Alec
tampoco está tan mal-murmuré, abrazándome las rodillas y pensando en lo guapo
que estaba cuando se quitaba la camiseta y me dejaba ver esos abdominales de
infarto. Puede que no tuviera la complexión de Idris Elba, pero, sinceramente,
Alec era la única persona que yo conocía que no creía que pudiera mejorarse. Ni
siquiera haciéndolo mestizo. O negro.
Momo
sonrió, se tumbó sobre su vientre y me pellizcó el glúteo.
-Deberías
llamarlo.
-No
tengo su teléfono. Ya me gustaría.
-Me
refiero a Alec.
-Ah.
¿Para qué?
-¿Cómo
que para qué? Pues, ¡para quedar con él y arreglar esto! Me parece ofensivo que
le hayas dicho que no con todo el coñazo que nos das con él. Alec esto, Alec lo
otro. Alec me ha hecho esto, Alec me ha hecho lo otro. Alec tiene esto, Alec
tiene aquello. Alec, Alec, Alec. Pareces un loro los sábados por la mañana.
Todo el rato con lo mismo. Alec, Alec, Alec-puso los ojos en blanco y sacudió
la cabeza.
-Soy
una pesada, ¿verdad?
-A mí
me gusta. Hablas de él con ilusión. Mira, Saab…-se incorporó y me colocó un
rizo tras la oreja, que rápidamente se soltó de su prisión-. A pesar de que
todas tengamos nuestras reservas con respecto a Alec, todas estamos de acuerdo
en que te hace feliz y en que te quiere. No nos ponemos de acuerdo en cuánto te
quiere, pero de que lo hace hay unanimidad.
-No
me dio esa impresión ayer-bufé.
-A
ver, Saab… sinceramente, si yo apareciera con un piercing que me he hecho por…
no sé, Jordan, al que llevo tirándome alrededor de dos meses, ¿no fliparías
como lo hicimos nosotras?
-¿Por
qué has puesto de ejemplo a Jordan?
-Sus
rastas son sexys-constató Momo, parpadeando despacio-. No me cambies de tema.
-¿Te mola Jordan?
-No
me importaría que me azotara con sus rastas.
-¡Tía!
Tenemos que organizar una cita doble. Jordan y tú y Alec y yo. Sería un
puntazo, ¿no te parece? Es su mejor amigo.
Amoke
parpadeó.
-Espera,
¿me lo estás diciendo para que yo cambie de opinión?
Momo
sonrió.
-No…
qué va…
-Amoke-protesté-.
No tiene gracia. He tomado mi decisión. Alec la respeta, ¿por qué tú no puedes?
-Me
da igual lo que ese penco haga o deje de hacer. Si estás siendo lerda perdida,
yo te lo voy a decir. Soy tu mejor amiga. Es mi obligación.
-No
le insultes.
-Le
he llamado “penco”.
-No
quiero que lo llames así.
Momo
puso los ojos en blanco y sacudió la cabeza.
-Estás
siendo tan tozuda…
-No
estoy siendo tozuda. Soy consecuente. Puede que sí que sea un poco lela por
haber dejado que me hagan dudar de Alec, porque eso ha hecho que me lo merezca
aún menos. Alec no se merece a alguien que no confía en él.
-¿Desde
cuándo tú no confías en él?
-No
soy tonta. Le tengo muchísimo cariño, pero entiendo por qué vosotras le veis
así. Y no debería entenderlo. Debería haberlo defendido a muerte. Creo que, a
pesar de todo, de cómo reaccioné ayer y demás… tenéis razón. Y yo no debería
creer que tenéis razón.
-Tú
le amas-dijo Momo, y aquella frase me arrasó como un maremoto. Me descubrí
desnuda ante su mirada, lista para saltar al océano y ser devorada en cualquier
momento.
Nunca
lo había formulado así. Por supuesto que le tenía cariño y ya sabía que le
quería, pero jamás había pensado que yo le amara.
Y, sin embargo, en cuanto Momo empleó aquella palabra, supe que era la más
acertada para describir mis sentimientos hacia él.
Me
había descubierto pensando algunas noches en la manera en que quería a Alec.
Estaba dispuesta a hacer cosas por él que no haría por mis padres ni por mis
hermanos, o incluso por mis amigas. Eran cosas diferentes. Le quería de una
forma distinta a como quería a mamá, a Scott, o a Amoke.
Fue
en ese instante cuando desentrañé el secreto que me había acompañado en mis
noches en vela. Yo quería a mamá, a Scott, y a Amoke. También quería a Alec.
Pero
a Alec lo amaba. Y a mamá, a Scott, y a Amoke, no.
Aunque
en inglés fueran el mismo verbo, en muchas otras lenguas se distinguían las dos
acciones. Y yo ahora sabía por qué.
-Sí.
-No
era una pregunta. Se ve mejor que el sol-alzó las cejas y me dedicó una sonrisa
chula.
-Pero
lo que no puede ser, no puede ser, Momo. Aunque sólo sienta calidez cuando él
me toca… debo acostumbrarme.
-¿A
qué?
-A
vivir helada. Porque no es sólo esto que me habéis dicho vosotras, ¿sabes?
Quiero decir… no había pensado mucho en ello hasta ahora, pero… él terminará el
instituto y se marchará, como hacen todos. Hasta mi hermano. Scott me romperá
inevitablemente el corazón yéndose, pero con Alec… con Alec yo puedo decidir
evitar permitirle que me lo pulverice.
-Es
mejor que lo hagas tú, ¿no?-ironizó ella, poniendo los ojos en blanco.
-Esto
no puede ir a más, Momo.
-Claro
que sí-se incorporó hasta quedar sentada sobre sus rodillas.
-No.
No puede-sacudí la cabeza y me aparté el pelo de la cara.
-Es
una tontería que te agobies porque vaya a marcharse cuando para eso aún quedan meses, Sabrae. Además, no sabes lo que
quiere hacer. Puede que en su año sabático quiera irse a trabajar a un taller
mecánico, o algo por el estilo, como todos los tíos a tope de testosterona.
-Alec
no es de esos-sonreí, mirándome las manos, y negué con la cabeza-. Tiene ganas
de ver mundo. Estoy segura de que se irá muy, muy lejos.
-Aun así, todavía tendríais posibilidades de
seguir juntos. Las relaciones a distancia se mantienen más o menos bien, podéis
hablar cada poco e incluso ir a veros. Desde Heathrow hay vuelos muy baratos y
conexión con todo el mundo, y…
-Mi
decisión es firme. Es un cúmulo de circunstancias. Y, sinceramente, no quiero
empezar nada por lo que mis amigas no estén dispuestas a poner la mano en el
fuego. Yo no soy imparcial con él y no quiero involucrarme demasiado y hacerme
daño. Estoy enamorada de él y todas lo desaprobáis; eso es por algo. Algo
veréis que yo no veo.
-O
puede que sea a la inversa-replicó Momo, tocándome el hombro-. Puede que
nosotras no veamos algo que tú sí. Puedo tener ante mí un libro con lo que a mí
me parecen garabatos, y tú puedes ser capaz de leer las palabras extranjeras
que pone ahí, y enamorarte de ellas. Pues con las personas pasa lo mismo. Creo
que ves en Alec algo que nadie más ve. Que le das un nuevo significado que te
hace enamorarte un poquito más de él cada vez que lo ves.
Una
idea terrible y tormentosa se me había empezado a formar en la mente, pero por
suerte esas palabras de Momo consiguieron difuminarla. Había pensado que estaba
sacando demasiadas razones para no salir con Alec como para que nuestra
relación se mantuviera tal y como estaba. No debía pedirle que me fuera fiel
cuando yo me agarraba a cualquier clavo ardiendo que se me pusiera a tiro para
excusar mi cobardía: que no confiara en él, que no me lo mereciera, que mis
amigas no quisieran verme con él o que él fuera a marcharse. Pensaba que estaba
siendo como el perro del hortelano, y que debía pedirle que volviera a ser como
antes, un fuckboy en toda regla, el fuckboy original. Sólo si volvía a ser
como antes podría dejar de ser perfecto e irresistible, y hacer que yo no lo
quisiera cerca a base de volverme loca de celos… como si él fuera a acceder a
fingir que no había pasado nada entre nosotros y su antiguo yo no fuera lo que
me había terminado seduciendo. Puede que Alec fuera distinto ahora, pero había
conseguido llamarme la atención eligiéndome como había hecho con todas las
chicas que me habían precedido.
No
había nada de malo en eso.
Además,
¿quién me garantizaba a mí que el hecho
de que siguiera con otras iba a jugar en su contra? Habíamos llegado a un punto
en el que yo le perdonaría casi cualquier cosa, lo había descubierto esa misma
mañana, cuando me vi dispuesta a tratar de darle una segunda oportunidad aun en
el caso de que se pusiera conmigo como un energúmeno. Le excusaría en cualquier
situación. Si seguía con otras, yo era capaz de imaginármelo poniéndoles mi
cara. Y eso sería aún peor.
Momo
se puso en pie, sabedora de que debía dejarme sola con mis pensamientos para
que reflexionara. Había dado su golpe de gracia, ya sólo le quedaba esperar.
-¿Crees
que es posible?-le pregunté, alzando la vista-. ¿Que quienes estéis equivocadas
seáis vosotras, y no yo?
-Tú
pensabas como nosotras antes-reflexionó en voz alta, llevándose una mano al
mentón y tamborileando con los dedos en la barbilla-. Y luego empezaste a
quedarte a solas con él y pudiste ver cómo es Alec cuando no le está viendo
nadie. Puede que lo idealices, no te digo que no, pero… Alec es diferente. He
estado pensando en ello desde que te marchaste, y he llegado a la conclusión de
que no es como el resto de chicos con los que querías algo y que a nosotras no
nos gustaban. Con ellos no tenías historia. Con Alec, sí. Y no me refiero a
todos estos años en los que erais como el perro y el gato.
Fruncí
el ceño, sin entender. No había habido nada
antes de que Alec y yo nos lleváramos como el perro y el gato.
Excepto…
-¿A
qué te refieres?
-Piénsalo,
Saab. Nos encantaba estar con él cuando éramos más pequeñas. Y él era muy bueno
con nosotras. Especialmente contigo. Creo que, de alguna manera, esto tenía que
pasaros tarde o temprano. Estabais predestinados.
-Momo,
apenas llevamos un par de meses, ¿no crees que es pronto para hablar así?
-Al
contrario. Creo que es tarde. No te equivoques, Saab: no lleváis siendo
compatibles un par de meses. Sois compatibles desde que os conocisteis. Me
acuerdo perfectamente de los primeros días que pasamos en la guardería, cuando
Scott, Tommy y Alec se acercaban a ver qué tal nos iba. Tú estabas enfadada con
Scott y también un poco con Tommy, pero a Alec siempre lo saludabas. Puede que,
después de todo, le concedas cosas a Alec no por lo que lleváis haciendo estas
semanas, sino porque es lo que llevas haciendo toda la vida: le sonreías
incluso cuando no sonreías a Scott.
Me quedé callada, con la vista fija en Amoke.
Decir que no recordaba los días de parvulario en los que corríamos a las vallas
para saludar a mi hermano y sus amigos y yo terminaba agarrándole la mano
también a Alec sería simplemente decir mentira. Por supuesto que lo recordaba.
Recordaba que él me había cuidado como si fuera mi propio hermano. Que se ponía
delante de cualquiera que intentara hacerme daño antes incluso de que a Scott
se le presentara la ocasión. Siempre había creído que era porque Alec tenía
mejores reflejos que Scott. Ahora ya no lo tenía tan claro. ¿Y si había sido el
más rápido en defenderme no porque era el más rápido a secas, sino porque le
importaba lo que me pasara, incluso cuando él tenía cinco años y yo sólo tenía
dos?
-Piénsatelo,
Saab. Me has dado razones de peso para no estar con él y también excusas
baratas para ocultar tu cobardía. Tienes que decidir si te basas en las razones
o en las excusas y decidir en consecuencia.
-No
sé cuál puede ser la decisión correcta-murmuré, triste, con los ojos anegados
en lágrimas. Momo gimió, se inclinó, me cogió la cara y me dio un beso en el
mismo lugar en que antes me había dado una bofetada. Me sentía afortunada de
tremenda. No mucha gente tenía alguien capaz de abofetearla o besarla
dependiendo de sus necesidades. Momo sabía leerme incluso mejor de lo que yo
misma podía.
-Lo
que decidas estará bien. Tú sólo piénsatelo, ¿vale? Y pase lo que pase, Ken,
Taïs y yo te apoyaremos. Decidas lo que decidas.
Me
colgué de su cuello y le di un beso en la mejilla.
-Gracias,
Momo. Te quiero un montón.
-No
se dan, Saab-me acarició la espalda y se separó de mí para limpiarme las
lágrimas que yo no sabía que me estaban rebosando-. Yo también te quiero.
Descansa un poco, ¿quieres? No tienes por qué rectificar ya. Hasta en las
tiendas te dan un plazo de 15 días para devolver la ropa que no te guste. Estoy
segura de que Alec no tiene ninguna prisa por escuchar su “sí”… si decides
dárselo.
-¿Crees
que debería?
-No
voy a meterme en eso. Bastante la hemos liado ya.
-Momo,
por favor. Eres mi mejor amiga. Necesito tu consejo. ¿Qué harías tú en mi
lugar?
Momo
parpadeó.
-¿Si
te soy sincera? Es de Alec puñetero Whitelaw
de quien estamos hablando. Su reputación le precede y literalmente te has
puesto a pensar en él mientras yo te hablaba de Idris Elba. Creo que si un tío
merece que corras el riesgo de pegarte la hostia con él, ése es él.
Me
eché a reír.
-Aunque
sospecho que, tratándose de ti, vas a correr, pero no riesgos-me guiñó el ojo y
agitó la melena.
-¿Tantas
ganas tienes de que os dé envidia con él?
-A
decir verdad, yo lo que quiero es ver la cara de las perras de último curso
cuando vean que las de cuarto empezamos a quitarles a los hombres. Se comportan
como si curaran el cáncer-puso los ojos en blanco-. Puede que yo no use una
copa D, pero desde luego también sé cómo usar mis tetas.
-Yo
uso una copa D.
Momo
parpadeó.
-A
veces me pregunto por qué coño somos amigas.
Me
eché a reír, tiré de ella para darle un sonoro beso en la mejilla y me despedí
de ella con un:
Momo me sonrió desde la puerta y,
finalmente, la cerró suavemente para dejarme sola con mis pensamientos. No sé
si lo hizo para que no saliera del leve estado de trance en el que me había
metido con sus palabras, para no interrumpir el tren de mis pensamientos o
simplemente para evitar que Shasha supiera que ya se marchaba y viniera a mi
habitación a sonsacarle partes de nuestra conversación.
Me tumbé en la cama y alcancé el
móvil para meterme en el perfil de Alec. Dicen que tomar una decisión muy
importante con respecto a una persona es mucho más sencillo si lo haces sin
tenerla delante, pero yo sentía que ya había muchas cosas que había decidido
sin apenas tenerle en cuenta a él. Rodé hasta colocarme sobre un costado y me
tapé con las mantas, estudiando las sonrisas que plagaban su cuenta de
Instagram, todas con un corazón rojo debajo del final de la foto que indicaba
que yo había pasado por allí para admirar lo guapo que se ponía.
Me detuve en una de las pocas
fotos en las que salía en solitario y sin presumir de su impresionante físico:
estaba riéndose de algo que seguro que no había sido tan gracioso, pero que le
había llegado al fondo del corazón, mientras miraba a alguien que tenía a su
derecha. A todas luces, aquella foto había sido tomada por otra persona, y a
Alec le había gustado tanto que se había animado a colgarla. Parecía realmente
feliz, despreocupado y libre, todas cualidades que yo adoraba de él.
Especialmente la primera.
Acaricié la pantalla siguiendo la
línea ligeramente borrosa por el movimiento de su mandíbula, sopesando los pros
y los contras de cambiar la respuesta a la pregunta que él me había hecho esa
mañana. Todos los pros tenían tanto peso que deberían haber mandado los contras
catapultados por encima del eje de la balanza en que se depositaran.
Además, a ellos había que sumarle
una nueva ventaja: Momo me había dicho, básicamente, que tenía que decirle a
Alec que sí. Me había hecho ver que el que lleváramos poco tiempo juntos no
implicaba que no tuviéramos historia, y que el sentirnos atraídos el uno por el
otro no era nuevo y tampoco algo tan irracional como me habían hecho pensar la
noche anterior. Alec me había llamado la atención incluso antes de que a mí me
llamara la atención nadie fuera de mi familia, Alec me había protegido antes
incluso de que yo supiera que necesitaba protección.
Que sintiéramos lo que sentíamos
el uno por el otro simplemente era el siguiente paso natural de nuestra
relación. Mi infancia había sentado las bases de lo que ahora teníamos; que mi
rebelde preadolescencia se hubiera dedicado a agrietar las paredes y
derribar las columnas no implicaba que Alec y yo hubiéramos empezado de cero.
No lo habíamos hecho. Es más, diría que incluso tenía más mérito y lo nuestro
se merecía más oportunidades precisamente por el mero hecho de que habíamos tenido
un pasado que habíamos logrado superar.
Se me
formó un nudo en el estómago. Que Amoke me hubiera animado de forma más o menos
velada a estar con Alec hacía que todo cobrara un nuevo sentido. Era como si
hasta ese momento hubiera visto el mundo a través de una cerradura, y ahora se
hubiera abierto la puerta y pudiera entrar en él.
Lo
único que ese mundo era mucho más caótico de lo que había creído en un
principio. Desde mi posición con sólo una pequeña porción de visibilidad, veía
luces y sombras, colores y tonos de gris, y había llegado a la nada irracional
conclusión de que estaba asistiendo a una película con varios formatos
diferentes a medida que avanzaba el metraje. Dentro del mundo, sin embargo,
todo era radicalmente diferente. Las sombras se convertían en ondulaciones del
espacio; los colores, en ilusiones ópticas, y el movimiento eran simplemente
mezclas de colores aleatorios que daban la sensación de movilidad cuando en
realidad todo estaba estático. No había blanco, negro ni gris, y aun así todo
estaba en blanco, negro, y gris, porque mis ojos eran incapaces de procesar
toda aquella explosión de color.
Amoke
creía que yo debía empezar a salir en serio con Alec. Lo creía y lo quería, y
yo… yo quería serlo, pero a la vez nada me aterrorizaba más.
No me
sentía digna de él a pesar de que ella me había jurado y perjurado que yo no
era digna de nadie porque todavía no había nacido persona que estuviera a mi
altura. No creía que Alec se mereciera que yo empezara a salir con él como
quien camina lentamente por la orilla de la playa, esquivando las olas mientras
se arma de valor para hundir el pulgar en el agua y descubrir la temperatura
del mar. Alec se merecía que me entregara a él sin reservas, y yo no podía
hacer eso entonces.
Quería
decirle que sí, pero quería darle el sí que él se merecía: un sí sin fisuras,
sin miramientos, sin vacilación. El sí con el que respondería a la pregunta de
si le quería. El sí con el que respondería a la pregunta de si me veía pasando
mi vida con él. El sí con el que respondería a la pregunta de si confiaba en
él.
Pero
no podía utilizar ese sí rotundo si me preguntaban si nuestra relación no
tendría baches. Los tendría, como todas las relaciones. Yo lo sabía, y Alec
también. Entre nosotros había una diferencia: él los consideraba baches, porque
era más alto que yo. Yo era más pequeña, y los veía más bien como montañas.
No
estaba segura de si sería capaz de escalar esas montañas.
Dios.
Estaba hecha un verdadero lío, me sentía sucia y mezquina por todo lo que
estaba pensando. No sabía dónde había ido la noche anterior y era normal que no
me fiara del todo de él, me decía, pero al minuto siguiente me horrorizaba la
sola idea de que yo estuviera desconfiando de su palabra. No dudaría de él,
mantendría sus promesas.
¿Seguro?
Sí.
¿Seguro?
Sí.
¿Seguro?
…
¿sí?
¿Seguro?
No lo
sé.
Me
incorporé de un brinco y me quedé sentada en la cama, con el móvil bloqueado a
mi lado y la mente llena de imágenes de Alec pasándoselo bien y susurrándoles
al oído las mismas promesas que me hacía a mí a un millón de chicas diferentes.
No era mi Alec, yo lo sabía. Pero él bailaba con otras, se iba de fiesta con
otras, se acostaba con otras.
¿Realmente estaba reaccionando de una forma tan ilógica como trataba de hacerme
creer?
Miré
mi reflejo en la pantalla de mi móvil. No había recibido ningún mensaje suyo
desde que se marchó. Tanto silencio me inquietaba, aunque sabía que no podía
culparlo. Le daría todo el espacio que él necesitara para sopesar de verdad lo
que quería hacer con nosotros a partir de ahora: dado que habíamos puesto las
cartas sobre la mesa y habíamos descubierto que la jugada que cada uno planeaba
era imposible, era momento de una retirada para pensar en la siguiente
estrategia.
Me
había prometido que no nos separaríamos y que todo sería igual, pero de la
misma forma en que Momo me había dicho que yo tenía todo el derecho del mundo a
cambiar de opinión y darle una respuesta diferente, Alec también tenía ese
derecho a decidir que prefería alejarse de mí. Y yo no lo culparía.
Me
dolería muchísimo, sí. Pero no podría culparle. Me lo había buscado yo solita,
me había metido derechita en la boca del lobo sin preocupación ninguna por
dónde estaba entrando.
Así
que actué como actúan todas las chicas de 14 años que se meten en la boca del
lobo y no saben salir: saqué los pies de mi cama y me fui al salón, con la
intención de acurrucarme en el pecho de mi padre y hacer que él me diera mimos
hasta que se me pasaran todos los males. Había pocos sitios en los que
estuviera tan segura de las amenazas de fuera como de las de mi interior, y uno
de ellos eran los brazos de papá, aquel pecho en el que me había acurrucado
desde que era un bebé y cuyos latidos me tranquilizaban. Sabía que mientras ese
corazón latiera yo encontraría un amor que me curase todas las penas, y que
dentro de aquellos costados tenía un hogar y un refugio.
Bueno,
pues ahora necesitaba desesperadamente ese refugio.
Abrí
la puerta de mi habitación y bajé las escaleras a toda velocidad, hasta el
punto de que casi se me sale una zapatilla y tuve que agarrarme a la barandilla
para no caer rodando. Shasha estaba sentada en uno de los sillones del salón,
con los auriculares puestos, toqueteando la pantalla del iPad de mamá mientras
ella dormitaba en el sofá como siempre solía hacerlo papá en época de exámenes.
Se incorporó al escuchar el estruendo y Shasha levantó la mirada, alertada más
por mamá que por el ruido que había hecho yo al tropezar. No había rastro de
Duna, ni tampoco de Scott.
Ni de
papá.
-¿Estás
bien, pequeña?-preguntó mi madre, y yo asentí con la cabeza, bajando con
cuidado el último escalón.
-¿Dónde
está papá?
-En
el estudio. Le han mandado una demo de una de las canciones que terminó en
Bradford. ¿Por qué? ¿Necesitas algo?
Mamá
se incorporó hasta quedarse sentada mientras Shasha me miraba por debajo de sus
cejas, preparándose para la lluvia de lágrimas que se avecinaba. Pero yo no me
eché a llorar. Ya no estaba tan destrozada como mi hermana me había visto:
hablar con ella y con Momo había contribuido a tranquilizarme bastante.
Me
crucé de brazos y me abracé a mí misma, rodeándome la cintura con las manos de
la misma forma en que lo hacía Alec cuando se ponía detrás de mí y
contemplábamos lo mismo. Era como si nuestros cuerpos tuvieran que estar
alineados cuando nuestras miradas lo estaban también, como si no pudiéramos
tener una conexión ligera, sino completa. Intenté apartarlo de mis
pensamientos y eso solo consiguió que los dominara aún más. Mamá palmeó el sofá
a su lado y yo me acerqué a ella, vacilante.
-¿Nena?
-Es
que… no importa.
-Sí
que importa. Acabas de bajar las escaleras como un caballo garañón. La última
vez que vi a alguien bajar tan rápido, fue en El rey león, aunque por suerte a ti no te ha pasado nada.
Mamá
esperó a que yo me echara a reír y dijera que me servía ella perfectamente,
pero no era el caso. Mamá era la sabia, la de los conejos perfectos y los mimos
que me curaban todos los males, pero papá representaba la tranquilidad, el
espacio seguro en el que yo podía disfrutar de la independencia mental que
necesitaba para poder tomar mi decisión.
-¿Qué
tienes?
-Necesitaba
a papá. Pero si no está… no pasa nada. Puedo esperar.
Shasha
alzó una ceja y sacudió la cabeza mínimamente, y yo contuve las ganas de
encogerme de hombros y preguntarle si pretendía que llamara a papá para decirle
que necesitaba acurrucarme sobre su pecho. Como si él fuera a venir.
Aunque,
ahora que lo pienso… a papá le encantaba que yo me acurrucara en su pecho.
Había veces que incluso me lo pedía él.
Dios
mío, qué don tienen los padres para ser inoportunos. Los míos nunca habían
entrado en mi habitación mientras me masturbaba o estaba con otra persona, pero
sí que se ausentaban en el momento más crítico.
Mamá
chasqueó la lengua y se estiró para coger su teléfono.
-No
vas a esperar. Le pediremos que venga.
-Mamá,
está ocupado, no hace falta que…
Mamá
se giró lentamente. Respetaba la vocación de papá más incluso de lo que lo
hacían muchas esposas de artistas. Jamás le había reprochado que tuviera que
marcharse y dejarla sola a horas intempestivas o cuando la cama todavía no se
hubiese calentado del todo, simplemente porque las musas le llamaban. Sabía que
había muchas parejas de artistas que no soportaban la irregularidad de los
horarios, pero mamá siempre había tenido muy presente cuáles eran las
prioridades temporales de papá: a ella la tendría siempre, disponible a todas
horas, que para algo era su esposa y ella siempre estaría ahí para él; en
cambio, la inspiración iba y venía, y papá era esclavo del capricho de las
notas que empezaran a sonar en su cabeza.
Claro
que todo eso se iba al traste cuando quien se quedaba esperando era alguno de
sus hijos. Entonces, todo cambiaba. La música pasaba a un segundo plano y se
convertía en una afición muy rentable, pero nosotros, Scott, Shasha, Duna y yo
éramos la obligación. El trabajo.
-Me
da igual que sea Zayn solamente con mayúsculas, Zayn Malik, o Zayn el de One
Direction. Es tu padre. Por muchas
que le llamen Zaddy, las únicas que
tenéis verdadero derecho a hacerlo sois las que estáis en esta habitación-hizo
un gesto con la cabeza en dirección a Shasha y a mí, y yo me mordisqueé el
labio. No debería, pero me apetecía muchísimo que mamá llamara a papá y
consiguiera que viniera.
Marcó
el número de memoria y se quedó mirando un momento la pantalla antes de tocar
el botón verde por fin. Se llevó el teléfono a la oreja, pero luego se lo pensó
mejor, lo colocó encima de la mesa y activó la opción de manos libres. Nos miró
a Shasha y a mí con una sonrisa maliciosa en la boca.
-¿Qué
os apostáis a que consigo traerlo en diez minutos?
-El
estudio está a media hora-le recordó Shasha, que se había quitado un auricular
del oído.
-Veinte
minutos, como mínimo, sin tráfico-aduje yo, sentándome al lado de mamá. Su
sonrisa se amplió.
-Cómo
se nota que no estáis casadas…-ronroneó, y se sentó con la espalda recta cuando
se escuchó la voz de mi padre al otro lado de la línea.
-¿Sherezade?
¿Qué pasa? Te dije que me iba al estudio, si querías que comprase algo, sólo
tenías que enviarme un mensaje y lo leería antes de subirme al coch…
-Zayn-ronroneó
mamá, cruzando las piernas, y tanto Shasha como yo nos la quedamos mirando.
Había empleado un tono sexy que me habría puesto cachonda incluso a mí.
Papá
se quedó un momento en silencio.
-¿Qué?-preguntó
en tono mucho más suave, sin rastro de la molestia que empañaba su voz cuando
cogió el teléfono.
-Es
que… estaba aburrida, escuchando el primer disco de Icarus Falls, y… estoy sola en casa.
Papá
estuvo tanto tiempo callado que pensé que se había cortado la llamada.
-Y
quieres que vaya-constató casi sin aliento, y Shasha y yo contuvimos una
carcajada. Mamá asintió con la cabeza, se mordisqueó el labio y jadeó.
-Es
que… ¿te he dicho alguna vez que eres un puto artista? Madre mía. Menudos discos
haces, cariño. Mi deporte favorito es ser tu esposa.
-Vale,
termino con la demo que me están poniendo ahora y...-musitó papá, no muy
convencido.
Y
entonces mamá decidió soltar la bomba.
-Estoy
desnuda.
No
era verdad. Tenía puesta una sudadera vieja de papá y el pelo revuelto por la
siesta bien merecida, unos pantalones de chándal que juraría que le había
quitado a Scott antes de que pudiera hacerlo yo, y los pies enredados en una
manta. Pero, claro, eso papá no lo sabía.
Había
hablado en un tono tremendamente sensual, provocativo, que hacía que fuera
imposible no imaginársela sin nada de ropa tumbada en su cama, sólo cubierta
por los acordes del primer disco que papá había sacado siendo padre y ya
conociendo las mieles de su cuerpo. Como para que él no quisiera venir
corriendo a poseerla mientras sonaban las canciones que había compuesto
inspirándose en ella.
-Salgo
ya.
-Vale-respondió
mamá, relamiéndose los labios y conteniendo una sonrisa, pero papá ya había
colgado el teléfono y puede que incluso hubiera saltado por la ventana para
llegar antes al coche. Cuando escuchamos los pitidos que indicaban que la
llamada había concluido, nos echamos a reír.
-¡Eres
mala, mamá!
-Se
lo tiene bien merecido-sentenció ella, cruzando las piernas y reclinándose en
el sofá-. ¡Me obliga a tolerar que se magree con modelos ligeritas de ropa en
sus videoclips!
-Lo
hace porque tú no quieres salir con él-le recordé, muerta de risa, y mamá alzó
una ceja.
-¡Por
supuesto que no quiero salir con él en sus vídeos! ¿Sois conscientes de lo que
podemos llegar a hacer vuestro padre y yo cuando nos tocamos como él lo hace
con esas chicas? Soy feminista: quiero abolir el porno, no protagonizar la
película más picante que se haya hecho nunca. Además… si saliera en sus vídeos,
él no llamaría a otras mujeres, y yo no tendría nada que echarle en
cara-añadió, entrando en la aplicación de correos electrónicos. Shasha sacudió
la cabeza.
-De
mayor quiero ser como tú, mamá.
-Con
que no te cases con un cantante, me doy por satisfecha-mamá agitó la mano-. Es
imposible enfadarse con ellos cuando componen canciones tan preciosas como Natural inspirándose en ti.
-¿Cómo
sabes que Natural va sobre ti,
mami?-me acurruqué a su lado y me pasé su brazo sobre los hombros, ganándome
una caricia con su pulgar.
-Me
he visto desnuda. Tu padre no es el único que sabe apreciar este cuerpo.
-¡Bueno!-Shasha
se echó a reír-. ¡Cualquiera diría que tienes admiradores secretos haciendo
cola en la puerta, mamá!
-Me
parece ofensivo que no los tenga, la verdad-respondió ella, mirándose las uñas
con aburrimiento-. Deberían estar haciendo cola ahora mismo, con el frío que
hace y la tormenta de nieve que hay anunciada.
-Eres
cruel, ¿no crees, mamá? Estaremos a… cinco grados, o así.
-Nenita-mamá
me dio una palmada en la rodilla-, si supieras las cosas que hacían los hombres
por mí antes de que yo conociera a vuestro padre… cualquier hombre pasaría por
lo que fuera con tal de metérmela-espetó, y Shasha y yo soltamos una risotada-.
Y no les culpo. ¿Habéis visto lo buena que estoy? Quiero decir… sin esta ropa,
claro. Tengo que decir que desnuda gano mucho. Es más, me dan ganas de echarme
un polvo a mí misma cuando me miro en el espejo cada vez que salgo de la ducha.
-Vale,
sí, eres bastante guapa-concedí, sacándole la lengua, y mamá abrió la boca.
-¡A
mí no me insultes, nena! ¿“Guapa”? Tu padre va a entrar por esa puerta-señaló
la que daba al garaje- en diez minutos. Si yo fuera sólo “guapa” no llegaría
tan pronto.
-Está
enamorado de ti.
-Y yo
de él. Pero las cosas como son: va a venir corriendo porque quiere echarme un
polvazo. Y quiere hacerlo porque estoy más buena que el pan. Los jóvenes seguís
diciendo eso, ¿no? Más buena que el pan-lo repitió para asegurarse de que le
sonaba bien, y Shash y yo nos reímos-. Bueeno-musitó mamá, dándome un beso en
la sien-. Ahora que tu padre ya está viniendo, ¿puedo saber qué dote especial
tiene él que no tenga yo?
-Puede
cantar-arguyó Shasha, y mamá la miró.
-Yo
también.
-Ya,
pero la gente paga para escuchar a papá cantar, mamá. A ti te pagarían para que
te callaras.
Mamá
parpadeó.
-Me
da la impresión de que alguien va a quedarse sin paga el año que viene.
Shasha
sonrió por lo bajo y se colocó los auriculares de nuevo, en parte para darnos
intimidad a mamá y a mí y en parte porque ya sabía lo que le iba a decir.
-Necesito
mimos-respondí, y mamá me dio un achuchón y se balanceó conmigo hasta
arrancarme una sonrisa-. Pero no este tipo de mimos.
-Ya
sé. Quieres que papá te haga de cama. No puedo culparte, la verdad. Tiene un
pecho muy cómodo. Una de las cosas que más me gustaba cuando me quedaba
embarazada era tumbarme sobre su pecho y escuchar los latidos de su corazón.
Bueno, y los masajes de pies. Los echo de menos. Quizá sea hora de intentar
aumentar la familia-bromeó, tamborileando con los dedos en la mandíbula, y yo
me acurruqué sobre su pecho.
-Tengo
demasiadas cosas en la cabeza, y papá es el único que puede hacer que deje de
darle un millón de vueltas a las cosas.
-¿Qué
es eso que tan pensativa te tiene?
-Alec
me ha pedido que salgamos.
-Ya
habéis salido más veces.
-Me
refiero a ser su novia, mamá-puse los ojos en blanco y ella asintió con la
cabeza, acariciándome la raíz del pelo.
-Lo
sé, pequeña. Sólo estaba tomándote un poco este pelo precioso que tienes-me alabó,
porque aquel era su método para hacerme feliz. Me hacía cumplidos y yo me
sentía más valiosa y bonita, y todo se me hacía un poco más llevadero-. De
momento, lo que me estás contando es una buena noticia pero, dado que necesitas
que venga tu padre a darte mimitos, sospecho que no me he enterado todavía de
toda la película.
-Le
he rechazado.
Mamá
siguió acariciándome el pelo como si no hubiera hablado. No parecía en absoluto
sorprendida por lo que acababa de decirle.
-¿Quieres
que hablemos de eso o de otra cosa?-dijo por fin, sus dedos masajeándome el
cuero cabelludo de tal forma que pensé que podría dormirme. Shasha me miraba de
reojo de vez en cuando, comprobando que estaba bien-. Quizá yo pueda hacer que
dejes de darle vueltas girándolo en la dirección contraria.
Alcé
la vista y me la quedé mirando. Sus ojos marrones con motitas verdes y doradas,
que había heredado Scott. La forma de su nariz, que había heredado Duna. Los
mechones azabache que le caían sobre la cara, que Shasha había obtenido. Su ardor
a la hora de querer y cuidar de los suyos, que quería pensar que había heredado
yo. Su templanza para tratar a sus hijos y a su marido.
Puede
que papá pudiera hacer que no escuchara las voces que me gritaban en mi cabeza,
pero mamá también tenía el poder de hacerlas callar.
-Quiero
saber qué opinas tú.
-No
tengo opinión. Yo te apoyaré en lo que hagas siempre. Soy tu madre-me recordó,
abrazándome con cariño.
-Aun
así… me gustaría escucharla. Algo tendrás que pensar. Necesito tu consejo,
mamá.
Mamá
me miró un momento, estudiando mis facciones. Me pasó los dedos por el rostro
como si fuera el de una estatua en el que lleva trabajando toda la vida, y al
que le quita el polvo después de haberlo terminado. Me dedicó una dulce sonrisa
y me besó la punta de la nariz.
-Creo
que eso podré hacerlo. Al fin y al cabo, por eso me pagan-me guiñó un ojo-.
Pero para eso, necesito pedirte lo que les pido a mis clientes. Cuéntame tu
caso.
-¿Vas
a cobrarme?
-La
tarifa estándar-se burló-. Mil la hora.
-¡Mamá!
¡Que soy estudiante!
-No
he dicho qué-replicó, dándome un mordisquito en la sien-. Te cobraré en besos.
Me
eché a reír y le planté un sonoro beso en la mejilla, y tras decir ella a mi
hermana que se quitara los cascos para escuchar nuestra conversación, porque
también podía aprender algo, empecé a contarle todo lo que había pasado esa
mañana, omitiendo por supuesto el tema del piercing. Cuando llegué a la parte
en la que Alec me pedía y yo le rechazaba, mamá parpadeó despacio y asintió con
la cabeza. Seguí contándole lo que habíamos hablado después de que nos
calmáramos un poco, y finalmente llegué a la promesa que nos habíamos hecho de
que nada de eso que acababa de pasarnos cambiaría nuestra relación, pero yo
temía que en el fondo rompiéramos nuestra promesa aunque fuera sin quererlo.
Me
quedé en silencio unos instantes, dejando que mamá asimilara toda la
información que acababa de proporcionarle. Echó un vistazo a mi hermana, como
dándole pie a que Shasha dijera algo, pero como ella se quedó callada, finalmente
formuló la primera pregunta que le rondaba la cabeza.
-Me
has dicho varias veces a lo largo de tu explicación que le quieres, y que él te
hace feliz. Ya hemos hablado de tus sentimientos con respecto a él en otras
ocasiones, y parecías bastante más ilusionada con lo que te estaba pasando de
lo que estás ahora. Cuando nos marchamos a Bradford estabas muy entusiasmada
con la tarde que habíais compartido. Estoy segura de que le habrías dicho que
sí de calle, pero ahora… Casi pareces abatida por estar sintiendo por él lo que
sientes. ¿Qué ha cambiado?
¿Qué ha cambiado?
Puede
que no hubiera cambiado nada en mí. Puede que mis miedos estuvieran ahí y yo
hubiera decidido ignorarlos, o no hubiera podido verlos hasta que alguien me
los señaló, como una minúscula imperfección en una foto que no aprecias hasta
que te dicen que está ahí. No quería pensar en Alec como una especie de ilusión
óptica, pero visto cómo me había puesto con él y cómo se habían puesto las
chicas, en especial Kendra y Taïssa, había una parte de mí que se empeñaba en
buscarle unos defectos que yo había dejado de verle desde que empecé a verme
con él. No es oro todo lo que reluce, y yo lo había sabido a lo largo de mi
vida.
O
puede que absolutamente todo hubiera cambiado y ya nada fuera igual. Puede que
había depositado en él demasiada confianza, o lo hubiera hecho de forma
demasiado temprana. Puede que estuviera yendo más rápido de lo que él podía y
quería, esperando que cambiara de forma radical su vida como él había cambiado
la vida por el mero hecho de que yo deseaba ser la única. Me sentiría especial
siendo la única de Alec, porque él nunca había tenido una única.
-Es
que… hay un vídeo.
Mamá
asintió con la cabeza, invitándome a continuar, y yo le expliqué que habíamos
quedado en vernos por la noche, pero que por casualidades del destino que a mí
empezaban a no parecerme tales, finalmente no habíamos podido encontrarnos. Él
me había enviado mensajes borracho, eso sí, y me había encantado que tuviera el
detalle de decirme que se acordaba de mí (aunque fuera en un tono un poco
demasiado picante para estar hablándolo con mi madre), pero luego había
cometido el error de enviarme un vídeo en el que yo no podía embobarme lo
suficiente con lo guapo que era y lo bien que sonaba su voz como para no ver la
marca de pintalabios que le adornaba la comisura del labio.
Le
mostré el vídeo a mamá y Shasha se inclinó sobre su hombro para echar un
vistazo a la pantalla del teléfono. Mientras Alec hablaba, ellas lo estudiaban
con el ceño fruncido en un gesto de concentración. Cerré las manos hasta
clavarme las uñas en la palma, tan fuerte que me sorprendió no hacerme sangre.
Finalmente,
cuando el vídeo terminó y empezó a reproducirse en silencio, mamá me tendió el
móvil y Shasha se sentó sobre sus nalgas. Se mordisqueó el labio mientras
reflexionaba, puede que replanteándose sus opiniones con respecto a Alec de la
misma forma en que lo había hecho yo.
-¿Y
ese vídeo ha sido lo que ha hecho que le digas que no?
-Sí y
no, mamá. Es… no sé. Supongo que ha sido la gota que colmó el vaso-me senté
sobre un pie y me agarré la rodilla, mientras tamborileaba en el suelo con el
otro pie, haciendo ritmos casi tribales. Sabía que tenía que hablar de eso con
alguien, pero no me gustaba exteriorizar mis dudas de aquella forma tan
visceral. Si ya me sentía una traidora por pensar tan mal de Alec después de
que él sólo me hubiera dado un motivo para desconfiar, y doscientos para fiarme
de él, decirlo en voz alta era pasar al siguiente nivel-. Hablar con mis amigas
me ha abierto un poco los ojos. Puede que tengan razón y él no sea tan bueno
como yo pienso. ¿Tiene sentido?
-Es
cierto que al principio de las relaciones te parece que la otra persona es
perfecta y que no hace nada mal, y que con el tiempo esa sensación va desapareciendo
a medida que todo se asienta, pero si te soy sincera, mi amor, creo que tú
siempre has sido lo bastante crítica con Alec como para fiarte de tus
impresiones con respecto a él. No necesitabas que tus amigas te señalaran sus
defectos: tú los veías de sobra.
-Ya,
pero no me molestaban. Es más, es que lo que más me ha dolido de hablar con mis
amigas y descubrir su opinión de él no es que me recordaran su pasado: lo
conozco perfectamente. Fue saber que ellas piensan que yo estoy siendo un poco
demasiado crédula. Y yo al principio no creí que lo estuviera siendo. Pero,
después de ver el vídeo…
-Pero
a ver, Saab-intervino Shasha-. No creo que puedas juzgar todo lo que sientes
por una persona por un vídeo de poco más de medio minuto.
-Es
que no es el vídeo solamente lo que me molesta. Es el vídeo y su contexto.
Ahora me ha hecho pensar que no es sincero. Ayer estuvo de fiesta, vale, y yo
eso lo respeto, pero nos prometimos sinceridad, y cuando yo le pregunté si
había estado con alguna chica, me dijo que no.
-Y tú
no te lo crees-constató mamá.
-Quiero
creérmelo, mamá, pero no soy tonta. Le pedí que me dijera dónde había estado y
me dijo que no podía contármelo. Le dije que creía que había estado con otra
chica y él ni siquiera intentó inventarse alguna excusa. No me quería decir qué
hizo anoche. No me quería decir nada.
Mamá
se frotó las manos un segundo, pensativa.
-Es…
raro. Te lo compro.
-¿Y
sabéis qué es lo peor? Que yo se lo habría perdonado, si hubiera estado con
otra. Estaba un poco borracho, llevamos mucho tiempo sin hacer nada, y… bueno,
es Alec-me aparté un mechón de pelo de la cara-. Necesita follar, y me ha dicho
que lleva bastante tiempo sin hacerlo. La cabra tira al monte, ya sabéis. Pero
lo que no puedo perdonarle es que me mienta. Le quiero muchísimo, estoy
enamorada de él, pero no me parece justo iniciar nada con una persona en la que
yo no confío plenamente.
Mamá
se reclinó en el sofá, meditabunda, y Shasha se mordió el labio y la miró. Las
dos hermanas esperamos a que nuestra madre llegara a una conclusión y decidiera
compartirla con nosotras, como efectivamente hizo.
-Sé
sincera, Sabrae: ¿tú lo piensas en el fondo de tu corazón?
-¿El
qué?
-Que
te está mintiendo.
-Bueno,
mamá, no ha querido decirme…
-Olvídate
de que no haya querido decirte dónde estaba. Te dijo que no había hecho nada
con ninguna chica. ¿Tú le crees?
-En
el vídeo se ve…
-En
el vídeo se le ve con marcas de pintalabios en las comisuras de la boca. Ni
siquiera yo conseguiría que un juez dictara un veredicto diciendo que estuvo
con una chica. Podría haberse hecho esas marcas por mil y una razones. Si las
tuviera en la boca… por supuesto, tendrías todo el derecho del mundo a
enfadarte y pedirle explicaciones, pero, nena… no es la primera vez que yo
misma os dejo marcas incluso más cerca de la boca a vosotros cuando me despido
porque voy a salir con vuestro padre por la noche y quiero que os portéis bien.
Miré
el vídeo que se reproducía en la pantalla oscurecida. Alec sonreía y hablaba a
la cámara como si fuera un actor de una película indie en el que los planos
demasiado cercanos son la seña de identidad del director. No parecía
arrepentido de nada que hubiera hecho, y yo creía que si lo que teníamos le
importaba algo, se habría sentido mal si me hubiera traicionado como yo me
empeñaba a pensar.
Había
dos opciones: Alec no había hecho nada y lo del pintalabios era una
desafortunada casualidad…
O era
el mejor mentiroso del mundo. Llevaría meses hablando conmigo a horas
intempestivas para construir mejor su engaño, me miraría a los ojos y
disimularía a la perfección que no pensaba lo que me decía… Lo tuyo es muy fuerte, Sabrae, te digo que
te quiero y que me estoy enamorando de ti, y con la única copla que te quedas
es con que lo he descubierto estando con otra. Si aquello tampoco era
sincero, era una interpretación digna de Oscar.
Y
entonces lo supe: cuando las mentiras parecen demasiado perfectas, cuando las
actuaciones son tan desgarradoras, es porque no son mentiras ni actuaciones.
Son verdad. Son espontaneidad.
No
sabía que había hecho anoche, pero Alec me había dicho que no había hecho nada
con Chrissy y yo le creía.
Había
rechazado al chico del que estaba enamorada, y que también estaba enamorado de
mí, por mi estúpido orgullo herido y mi necedad a la hora de escuchar otras
voces que no fueran las de mi corazón.
-Mi
niña-continuó mamá, y yo contuve un brinco y la miré. Mi gran revelación me
había arrancado de la realidad como quien arranca unas flores preciosas del
campo-, a mí me parece que ha sido muy sabio lo que has hecho.
-¿Qué?
-Me
refiero a ser sincera con él, explicarle lo que hay y no iniciar nada aún. Es
doloroso, evidentemente, pero no me parece sabio iniciar algo con alguien si no
estás cien por cien segura de eso en lo que te embarcas. Aunque yo personalmente
creo que Alec te está siendo sincero y lo que te promete es de verdad. Pero eso
tienes que pensarlo tú. Ver si decides creerle o por el contrario te crees a ti
misma, y decidir. Aunque también te digo que, si prefieres ser prudente y no
tener algo con él, y luego vas a sufrir más que por no tenerlo, te merece más
la pena arriesgarte. Soy tu madre, así que te diré que hagas lo que más feliz
te haga, o por lo menos lo que menos te haga sufrir, y si estar con él va a ser
doloroso porque tengas dudas, no estés. Pero si estar juntos va a ser menos
doloroso que no estarlo, te diría que te lanzaras a la piscina-miré a Shasha y
ella asintió con la cabeza, sonriendo con timidez, como si pensara lo mismo que
mamá-. Lo único que te diré es que te hagas un favor a ti misma y no seas terca
como una mula. Hay veces que nos dejamos llevar por nuestro ego y queremos
tener la razón hasta el último aliento, y lo único que hemos hecho es malgastar
nuestra vida. No tengas miedo a rectificar jamás, ¿me has oído? Rectificar es
de sabios, mi pequeña-me cogió la cara entre las manos y me acarició las
mejillas con los pulgares-, y tú eres muy sabia. No seas como yo, que me pasé
meses convenciéndome de que no debía enamorarme del hombre cuyo hijo llevaba en
mi vientre sólo porque me decía que él no era como parecía, que era todo un
espejismo. Todo el mundo decía que Zayn no era bueno y que trataba a las
mujeres casi como si fueran de usar y tirar, así que yo me convencí a mí misma
de que sólo estaba siendo bueno conmigo porque yo era un reto que le gustaba.
Supongo que ya sabrás de qué me arrepiento más de los meses en que estuve
embarazada de Scott, ¿no?
-¿De
desconfiar de papá?
-De
decirme que quería meterse en mi cama para después meterse entre mis piernas,
cuando lo único que él quería era despertarse junto a mí. Lo único que lamento
de esos meses es de no haber dormido con él desde el primer día.
Mamá
levantó la mirada cuando un coche se detuvo en el camino de la entrada, y
sonrió levemente, puede que recordando esa época en la que tenía un puñadito de
años menos y muchísimas menos responsabilidades con cierto cariño, el que sólo
te puede dar la nostalgia de tu propia estupidez.
-Alec
no es papá-medité, porque papá no me haría daño ni sin pretenderlo. No podía.
Alec, sí.
-No-sonrió
mamá, escuchando los pasos de papá en el exterior-. Alec no es papá. Nadie es
como papá. Por lo menos, para mí. Pero hay un pequeño problema: que tú me estás
hablando de tu padre, y yo te estoy hablando de mi marido. No son la misma
persona. Por mucho que sean el mismo cuerpo y el mismo alma, no son la misma
persona. Por eso tus amigas no están equivocadas, ni tampoco lo estás tú: Alec
no es el mismo para ti que para tu hermano. Aunque estéis todos en la misma
habitación a la vez, veréis cosas diferentes. Y eso no es malo-me acarició la
espalda con las uñas muy despacio-. Con el tiempo lo descubrirás.
Me
besó la frente y se giró para mirar el vestíbulo, en el que apareció un papá
muy apresurado. Prácticamente jadeaba, lo cual me hizo sentir algo de pena por
él. Venía con la esperanza de echar un polvo increíble con mamá, y lo único que
iba a hacer era tumbarse en el sofá y dejar que yo lo convirtiera en mi colchón
privado.
No se
merecía esto. Papá era buena persona.
Se
detuvo en seco al vernos a Shasha y a mí al lado de mamá, y estaba tan
sorprendido que ni siquiera pudo disimular su decepción.
-¡Hola!-festejó
mamá, levantándose y yendo a darle un beso en la mejilla. Papá se la quedó
mirando sin saber muy bien qué hacer.
-Creí
que estabas sola.
-Sí,
bueno, verás: te mentí. Ni estaba escuchando el disco, ni estaba sola.
-¿Y
tampoco estabas desnuda?-prácticamente gimió mi padre, y mamá se echó a reír y
negó con la cabeza.
-¿Y
qué iba a hacer yo desnuda con las niñas, Zayn?
-¿Y
yo que sé, Sherezade? Podrías darles alguna clase de sexología o algo por el
estilo. ¿Para qué coño me has llamado, entonces? ¿Es que estabas aburrida y ya?
¡Estaba trabajando, tía! ¿Te incordio yo cuando estás con algún caso?
-Te
he llamado porque tu hija-me señaló con el dedo índice y papá me miró- te
necesita.
Papá
siguió estudiándome, entrecerró los ojos, y volvió los ojos a mamá.
-¿Y
era necesario que me pusieras cachondo como un mono? ¿O simplemente ha sido por
diversión? Joder, Sherezade, que casi entro en casa con los pantalones por los
tobillos. Me cago en tu vida, chavala, el calentón que me has hecho coger en un
momento, Dios-se frotó la cara y negó con la cabeza-. Madre mía, no sé qué hago
casado contigo, si es que no me das más que disgustos.
-Venga,
machote, que luego follamos-mamá le dio una palmada en la espalda y se colocó
una mano en la cadera. Papá abrió las manos tras las que había ocultado su
rostro y se la quedó mirando.
-No-protestó-.
Ahora, el que no quiere follar soy yo.
-¿Que
no qué? ¿Estás seguro?
-Fijísimo,
vamos. Estoy de que me torees hasta los cojones, Sherezade.
-Que
te crees tú que me vas a rechazar un
polvo, Zayn. Te enseño las teas y te tengo espatarrado en la cama en dos
segundos.
Papá
alzó las cejas.
-¿Cuántos
años te piensas que tengo? ¿Quince?
Mamá
arqueó una ceja, se echó a reír con cinismo y se desabrochó la chaqueta. Papá
abrió muchísimo los ojos y le agarró la parte baja de la camiseta para que no
pudiera levantársela.
-Para,
Sher. Para, ¡PARA! Que están las niñas delante, coño. Estate quieta.
Mamá
sonrió, se soltó la camiseta, cogió a papá de la mandíbula y, apretándole los
carrillos, le dio un beso en la boca.
-Te
quiero, esposo mío.
-Sí,
ya. Tú lo que quieres es ser la viuda más cotizada de Inglaterra.
-El
negro me sienta muy bien, pero tenerte a ti encima me sienta mejor-ronroneó, y
Shasha y yo nos echamos a reír.
-Sher,
ya estoy en casa-papá le dio una palmada en el culo y mamá sonrió-. No tienes
que seducirme más.
-Pero
es divertido.
-Mi
hija me necesita.
Mamá
hizo un puchero.
-Puede,
pero la que te llamó fui yo.
-No
haberlo hecho.
-¡Sabrae
necesitaba que vinieras pronto!
-¿Y
se te ocurrió que vendría más rápido si me decías que estabas desnuda?
-¿Es
que no lo harías?
Papá
alzó una ceja y le dedicó una media sonrisa.
-Es
mi hija. Mi prioridad.
Mamá
se apartó de él de un empujón.
-Esas
tenemos, ¿eh? Muy bien. Si tú tienes tan claras tus prioridades, es hora de que
yo reordene las mías. Si me disculpas, estaré cargando mi colección de
vibradores-soltó, subiéndose la cremallera de la chaqueta y echando a andar
hacia las escaleras.
-Buena
suerte con eso-rió papá, dándole un beso a Shasha en la cabeza y saltando el
sofá para sentarse a mi lado y atraerme hacia él.
-¿No
me crees capaz?
-Me
gustaría ver cómo te apañas para cargarlos cuando les he quitado la batería a
todos.
Mamá
apretó los puños.
-No
sé por qué me casé contigo cuando podría tener ahora mismo una colección de
vibradores que hacen lo mismo que tú y me dan menos disgustos.
-¿Los
vibradores también te comen el coño como lo hago yo?-espetó papá, rizando la
media sonrisa que en su hijo tenía nombre. Mamá sonrió, bufó, se apartó el pelo
de la cara y se volvió hacia mí.
-Cuando
acabes con él me lo mandas, Saab.
-No
tengas ninguna prisa-me instó papá, y yo me eché a reír, asentí con la cabeza y
me acurruqué contra su pecho. Esperé un tiempo prudencial para dejar que el
calentón se le pasara, y cuando finalmente estuve segura de que ya estaba
tranquilo, le pedí que se tumbara y yo me coloqué encima de él mientras Shasha
seguía con sus crucigramas y su música.
-¿Qué
tienes, pequeña?-preguntó papá mientras me acariciaba el pelo de una forma muy
similar a la que lo había hecho Alec, y yo solté un suspiro de satisfacción,
negué con la cabeza y le dije que le echaba de menos, simple y llanamente. Él
se echó a reír y me dijo que no pasaba nada cuando yo me disculpé por haber
interrumpido su sesión de escucha de las demos que le habían enviado. Yo era
más importante que una ridícula melodía.
Me
hundí tanto en su pecho que creo que incluso me quedé dormida, porque cuando
volví a reunir el coraje suficiente para abrir los ojos, las calles se habían
oscurecido más aún y Shasha se había marchado. Papá continuaba acariciándome la
espalda y mimándome, con la paciencia de quien espera toda la vida para poder
tener una familia como la suya.
Cambié
de postura sobre su pecho y él se reacomodó a mi nueva posición, y siguió
mirando la tele silenciada mientras yo disfrutaba de la calma que reinaba en mi
cabeza. Había llegado a la conclusión de que debía decirle que sí a Alec un
segundo antes de que mamá me hiciera cambiar de opinión con respecto a ello,
diciéndome que había sido inteligente y justa como me había comportado con él.
Puede que ella lamentara no haber dejado libertad a su corazón para que las
cosas con mi padre hubieran fluido antes, pero al final habían llegado a un
punto incluso mejor del que podrían haber alcanzado saliendo antes. Sabiendo
cómo era su vida estando juntos pero no revueltos, valoraban más la que habían
construido en común, con mis hermanos y yo como pilares de su relación. Mamá
había esperado hasta confiar plenamente en papá, descubrir una faceta suya, la
paternidad, con la que convivir toda la vida, para iniciar algo con él.
Yo
debía hacer lo mismo. Debía darme el tiempo suficiente para disipar mis dudas y
que las heridas en la confianza de Alec que otras personas y yo habíamos
infligido en ella sanasen. Sólo entonces podríamos tener lo que ambos
queríamos: algo duradero, hermoso y muy sano.
Sólo
necesitaba tiempo, y tiempo era justo lo que Alec me había prometido, así que
no debía preocuparme.
O eso
pensaba yo.
Escuché
que llamaban a la puerta desde mi tranquila duermevela y me incorporé para ir a
abrir. Me enrollé en la manta que papá me había echado por encima para que no
me quedara fría y avancé hacia el vestíbulo como un canutillo gigantesco con la
típica cola de piel que usan los reyes. La abrí despacio y me quedé helada un
segundo.
Bey
era la que había llamado al timbre. Venía hecha un pincel, con un jersey gris
de cuello cisne y vaqueros negros que la hacían incluso más delgada y alta.
Tenía el pelo suelto en su típica melena afro del color del caramelo y unos
pendientes de aro que le adornaban las orejas. Me sonrió con calidez y yo le
devolví la sonrisa, tímida, mientras por mi cabeza desfilaban un montón de
ideas sobre qué podía hacer ella aquí, como si yo no lo supiera.
Era
la mejor amiga de Alec, y yo le había rechazado, así que venía a hacerme
cambiar de opinión.
-Hola.
-Hola,
Saab.
-Esto…
mi hermano no está. Aunque llegará enseguida-argüí, y Bey alzó las cejas-.
¿Quieres que le avise de que has venido para que se apure?
-En
realidad, he venido a verte a ti.
Ambas
nos miramos un instante, como midiendo nuestras fuerzas, pero de una forma que
no fue nada competitiva. Era casi como si fuéramos animales de continentes
diferentes que se habían encontrado por casualidad durante una migración, y que
se contemplaban con curiosidad, valorando para qué servirían los extraños
atributos que el otro poseía.
Bey
era preciosa, y me descubrí pensando cómo era posible que yo hubiera conseguido
robarle el corazón a Alec en vez de ella, con sus medidas perfectas, su jersey
impoluto, su melena bien controlada a pesar de su volumen. Me imaginé qué haría
si en ese momento él apareciera por la esquina de mi casa, como si hubieran
venido en pareja a hacerme una visita, y si me preferiría a mí incluso cuando
yo estaba enrollada como un canelón especialmente melenudo con una camiseta de
pijama de melones sonrientes.
Desde luego, si él me prefería a mí a pesar
de mis pintas, es que era la mujer de su vida. Y hacía bien enviando a Bey para
que suplicara en su nombre.
Aunque
no me gustase un pelo que no fuera un hombre y viniera él mismo.
-Ah.
Vale. Bueno. Esto… pasa, por favor.
Me
hice a un lado para que pudiera atravesar la puerta, sintiéndome
sorprendentemente incómoda ante su presencia. Del grupo de amigos de mi
hermano, Bey era con la que más había conectado a lo largo de mi vida (con
permiso, por supuesto, de Tommy, a quien todos considerábamos parte de la
familia, más hermano de Scott incluso que yo misma). Bey era el modelo a seguir
que mi yo, incluso sin conciencia de mí misma, había adoptado desde mi más
tierna infancia. Su condición de chica y negra en un mundo machista y racista
me había hecho verme reflejada y protegida por ella incluso en mi pequeña
burbuja feminista y racializada. Además, Bey siempre me había tratado con mucho
cariño, protegiéndome casi como si fuera una hermanita pequeña que no había
tenido: era la menor de las gemelas, nacida por sorpresa tras un embarazo en el
que sus padres no habían querido mirar las ecografías para descubrir que venían
dos, y cuyo nombre se había decidido en el momento de su nacimiento por la devoción
que sus padres sentían por Beyoncé. Incluso en eso de haber sido una sorpresa
para sus padres me sentía identificada con ella; aunque, claro, ella era hija
natural, y yo, adoptada.
Es
por eso que nos miramos un momento, sin saber muy bien cómo proceder. Siempre
habíamos orbitado en los confines del mundo de la otra, como un cometa que pasa
una vez cada cien años por el cielo nocturno y que jamás interfería en la vida
terrenal más que para levantar la vista hacia el cielo y sonreír.
Por
el contrario, ahora no sólo formábamos parte del mismo sistema solar, sino que
se suponía que tirábamos del mismo objeto en direcciones diferentes, un poco
como hacían el Sol y Júpiter, que había estado a punto de ser estrella y cuya
masa contribuía al equilibrio del sistema. A ambas nos interesaba el mismo
chico: éramos rivales.
O eso
se suponía.
-Esto…
¿quieres que vayamos a mi habitación para hablar más tranquilas?
Bey
me dedicó una dulce sonrisa que contribuyó a relajar mis nervios ya de por sí
sobreexcitados por todo lo que había pasado a lo largo del día. Saludó a mi
padre, que se incorporó en el sofá un poco sorprendido por su presencia allí, y
subió las escaleras detrás de mí. Tuve la precaución de desenrollarme de mi
manta y subir con ella a rastras, posada sobre mis hombros, ahora ya por fin
como una auténtica capa real.
Abrí
la puerta de mi habitación y la invité a pasar la primera: ella entró mirando
en todas direcciones, un poco como se veía hacer a los turistas que entraban en
la Capilla Sixtina. Dejé la manta doblada sobre la cama y esperé a que ella
decidiera dónde sentarse, si en el colchón o en la silla del escritorio; yo
optaría por lo que ella me dejara libre.
-Tienes
una habitación preciosa-alabó, sentándose por fin sobre el colchón, y yo me
acerqué a la silla del escritorio. Deseé que hubiera escogido la silla, porque
así yo podría disimular un poco mejor la diferencia de longitud de mis piernas,
sentada más cerca del suelo y por tanto sin tener que estirarme tanto.
-Gracias.
Siguió
admirando las paredes de un suavísimo tono lila que casi se confundía con
blanco, lo que quedaba del mural de una puesta de sol que mi padre, Tommy y
Scott habían pintado en la pared contraria a mi cama cuando yo aún era un bebé,
y en el que se veían todavía las huellas de mis manitas. Estudió los muebles,
las fotos, la decoración, la mesa del escritorio y la alfombra del suelo, y
luego finalmente se detuvo en la cama. Acarició la manta con los dedos
extendidos.
Fue
entonces cuando yo me di cuenta de lo que estaba haciendo: visualizaba cómo
habría sido la primera vez de Alec entrando en mi habitación. Cómo habría sido
él tumbado en mi cama. Cómo su cuerpo habría ondulado las mantas.
-No
ha estado aquí-le revelé, y Bey me miró por debajo de sus cejas.
-Seguro
que le gustaría mucho, si lo trajeras-musitó con suavidad. No parecía el tono
de una competidora. Yo no la sentía como una competidora.
-Todo
depende.
-¿De
qué?
-De
lo bien que me convenzas para que salga con él.
Bey
me miró un segundo y luego se echó a reír: una risa musical, tremendamente
adorable. La típica risa de una chica con la que simplemente no puedes estar
enfadado durante mucho tiempo.
-¿Crees
que he venido para eso?
-¿Para
qué te pediría que vinieras, si no?-subí un pie a la silla y apoyé la mejilla
en la rodilla. Empecé a balancearme de un lado a otro en la silla, haciendo que
Bey danzara en mi campo de visión con la cadencia de un péndulo.
No
quería imaginármela en la habitación de Alec, negándose a venir hasta que él
consiguiera convencerla, escuchando cómo le suplicaba y cediendo finalmente
después de que él le prometiera el cielo con todas sus estrellas a cambio de
este favor. Un favor que me molestaba que le hubiera pedido.
Alec
no necesitaba ningún intermediario conmigo. Me gustaban sus palabras porque
salían de su boca, no por lo bien que sonaran en sí.
-Él
no me ha dicho que venga.
Me
descubrí sonriendo.
-De
hecho, yo me ofrecí a venir a convencerte y él me hizo prometer que no lo
haría.
Me
descubrí sonriendo aún más. Prométemelo,
Bey. Prométeme que me dejarás conquistarla a mí, casi lo escuché decir en
mi cabeza.
Ay, Alec… si supieras que no tienes que
conquistarme.
-Y
sin embargo, aquí estás.
-Aquí
estoy-asintió, sacando la lengua y mordiéndosela.
-Pedirte
venir… no es propio de él-sacudí la cabeza y ella asintió con la suya.
-No-coincidió-.
No lo es. Él jamás te haría daño, a pesar de quién es…
Así que hasta Bey lo admite. Hasta Bey, en
el fondo, piensa que el lobo no puede dejar de aullar, por mucho que se oculte
la Luna.
Basta, Sabrae. Has decidido que
él es bueno y que merece tu confianza. Si quieres estar segura de que te da
siempre la verdad, debes hacer el esfuerzo por confiar en él.
Claro que yo todavía no
entendía realmente a qué se refería Bey. Ella hablaba de su naturaleza de
boxeador, no de rompecorazones. Alec no me haría daño a pesar de que era un
campeón del boxeo; su reputación de mujeriego no tenía absolutamente nada que
ver en esto.
-Lo
sé-respondí-. A pesar de lo que le he dicho hoy, yo confío en él. Sé que es
sincero conmigo. Esto no es un juego para él.
-¿Y
lo es para ti?-atacó Bey, frunciendo ligeramente el ceño. Yo parpadeé y bajé el
pie de la silla; los entrelacé y me froté los muslos con las manos.
-¿Qué
insinúas?
Bey
tragó saliva y se aclaró la garganta. Alec tenía mucha, mucha suerte de tener a
alguien dispuesto a defenderlo como Bey estaba a punto de hacerlo.
Después
de ir a visitarlo y estar consolándole por lo machacado que le había dejado mi
negativa, Bey había vuelto a su casa y se había sentado a pensar en cómo podía
arreglar la situación. Se había levantado como un resorte y había corrido a su
armario, con Tamika detrás.
-¿Qué
haces?
-Alec
está mal, y voy a solucionarlo.
Tam
se acercó a su gemela y cerró la puerta del armario para que ella dejara de
elegir la ropa con la que vendría a convencerme de que estar con Alec sería lo
mejor que me habría pasado en mucho tiempo.
-¿Por
qué quieres solucionar nada? Es tu oportunidad. Podría volver a ti.
-¡Lo
está pasando mal, Tamika!
-¡Pues
por eso! Podrías ser su hombro sobre el que llorar. Anda que no habrá habido
parejas que empezaron así, consolándose el uno al otro y enamorándose poco a
poco.
Las
dos chicas se habían mirado y Bey había comprendido por primera vez qué era lo
que Alec veía para distinguirlas. Por fuera son idénticas, pero por dentro no
podrían ser más diferentes.
Sí,
Tam estaba haciendo exactamente lo mismo que Bey: proteger a la persona que más
le importaba. Pero que pensara que Bey podría querer el amor de segunda mano de
Alec, o que siquiera él se mereciera que lo tratara de esa forma…
-Estoy
enamorada de él.
-¿Y
por eso precisamente vas a ir a convencer a otra para que salga con él? Chica,
no puedes ser más boba. Precisamente porque estás enamorada deberías luchar por
él. En el amor y en la guerra todo vale.
-Quiero
que él sea feliz, Tam. Es lo único que me importa. Y le quiero lo bastante como
para empujarlo en brazos de Sabrae porque sé que sólo será feliz con ella.
-¿Y
qué hay de tu felicidad, hermana?
-Yo
aquí no importo, hermana.
Tam
la había mirado con tristeza, sabedora de que Bey tenía razón. Alec sólo era
feliz como lo era conmigo cuando estaba conmigo. Todo lo demás eran meros
espejismos, reflejos tenues en la distancia. Nadie elegiría que te acariciaran
a través de varias capas de abrigo cuando podrían hacerlo en tu piel desnuda.
La
felicidad que Bey podía proporcionarle era una felicidad ártica. La mía, en
cambio, era tan luminosa como una tarde en el trópico.
-Mira,
Sabrae…-Bey carraspeó, estiró las piernas y tragó saliva, ordenando sus ideas-.
Para empezar, quiero decirte que respeto totalmente que tú no quieras tener una
relación. Estás en tu derecho de decirle que no a quien quieras. Y eso incluye
a Alec.
Se
quedó callada, así que deduje que estaba esperando a que interviniera.
-Vale…
-El
caso-estiró la espalda y parpadeó-, es que el hecho de que tú no quieras nada y
no lo hayas hecho con la menor intención, le ha dolido a Alec. Muchísimo.
Supongo que no necesitarás que te lo diga. Estoy segura de que tú misma viste
lo machacado que estaba.
-Mejoró
un poco cuando le expliqué mis razones y estuvimos un poco más juntos, pero sí.
Sé que le hizo daño. Créeme, lo noto en mi pecho como si me hubieran roto el
corazón a mí. En cierto modo, así ha sido.
-Estás
en tu justísimo derecho de no querer más que un rollo más o menos estable, y si
él está de acuerdo con eso, por mí perfecto. Pero las dos sabemos que eso no es
lo que él quiere. Alec no es bueno conformándose.
-¿Acaso
estás diciendo que conmigo se está conformando?
-Se
ha conformado con tu decisión.
Medité
un momento sobre sus palabras. Lo cierto es que lo que Bey me decía era
indiscutible. Alec se había conformado con lo poco de mí que yo había accedido
a darle.
-Sabrae…-Bey
se levantó de la cama y se quedó con las rodillas ancladas en el suelo, frente
a mí. Me cogió una mano y la sostuvo entre las suyas, acariciándome los
nudillos con ternura. Si Alec hubiera hecho eso, le habría entregado mi vida
sin vacilación. Le habría concedido hasta el último de sus caprichos.
Pero
no lo había hecho, y yo me las había apañado para decirle que no.
-No
quiero que le digas que sí por lástima. No he venido aquí para eso. Quiero que
le digas que sí pero deseándolo con todas tus fuerzas. Alec no se merece
alguien que lo quiera a medias. Por favor, si no estás buscando nada más que
conexión física, no le des esperanzas. No juegues con él, porque él no se lo
merece. Es la persona más buena que he conocido en mi vida-añadió, y se le
quebró la voz mientras se le empañaban los ojos-. Si hay alguien que no se
merezca que le pase nada malo en el mundo, ése es Alec.
Tragué
saliva y le apreté las manos. Bey sorbió por la nariz y volvió a sentarse en el
colchón. Se tapó la nariz un momento con el dorso de la mano, y yo me levanté y
le tendí un pañuelo antes de colocarme a su lado. Ella lo aceptó con un tímido
agradecimiento, y se limpió las lágrimas que aún no habían derramado sus ojos
con la punta del pañuelo.
-Perdóname.
Menudo numerito te estoy montando. Te juro que esto no es por darte pena, ni
mucho menos. Lo último que querría sería que cambiaras de opinión por mis
lágrimas de cocodrilo.
-No
creo que sean lágrimas de cocodrilo, Bey-le di un pellizco en el costado y ella
sonrió.
-Por
favor, discúlpame. Llevo unos días un poco sensible. Ya sabes. Las hormonas-puso
los ojos en blanco y se sonó.
-Y
que estás enamorada de él.
Bey
dejó caer sus manos sobre su regazo.
-¿Tanto
se me nota?
-Te
entiendo. Yo estoy en la misma situación que tú.
Ella
esbozó una sonrisa adorable.
-Escuchar
eso le haría muy, muy feliz.
-Tiene
mucha suerte de tenerte como amiga, ¿lo sabe, no?
-Sí-asintió,
sonriendo y sonándose de nuevo-. Sí, lo sabe. Igual que sabe que tiene suerte
de haberse enamorado de una chica tan increíble como tú, Saab.
-Le tengo
muchísimo cariño. Sé que se merece lo mejor. Se merece que yo esté con él sin
reservas y, ahora mismo… todavía me quedan unas pocas. Aún estoy trabajando en
ello, pero de momento, quiero esperar. No estoy jugando con él. Quiero que lo
sepas. Y quiero que él lo sepa también. No planeé esto, lo admito: bien sabe
Dios que enamorarme de Alec Whitelaw era lo último que tenía pensado hacer en
la vida, pero… ha pasado. Y me alegro de que así sea. Es muy buen chico. En el
fondo, es un ser de luz.
-Y no
tan en el fondo-murmuró.
-Todo
en él es bueno. Y yo tengo que estar a la altura. Mis sentimientos y yo debemos
estarlo. Es por eso que prefiero esperar a que todo termine de cuajar para
poder entregarme a él.
Bey
se me quedó mirando.
-Así
que, ¿no es un “no” rotundo? Por lo que él me contó, le pareciste muy tajante.
-Fui
tajante. Le dije cosas muy definitivas, pero ahora me arrepiento de ello. No
tuve tiempo a pensar en ello y supongo que me asusté. No es mi intención
decirle “jamás”. Lo que le he dicho hoy es “no… de momento”.
-No…
de momento-repitió Bey, mirándose las rodillas-. Suena bien. Suena genial, de
hecho. Se alegrará de saberlo.
-No.
No, por favor, no se lo digas. Quiero hablarlo con él. En persona, cuando le
vea… en Nochevieja, si no es antes.
-Pues
claro que no se lo diré. Es algo tuyo.
-Dios
mío-me llevé las manos a la cara y sacudí la cabeza-. Todo esto ha sido un
terrible malentendido. Me pongo demasiado a la defensiva, ¿sabes? Y Alec es
igual, y eso no ayuda. Le dije cosas bastante horribles, pero no pensé que siguiera
tan mal después de que habláramos más tranquilamente y nos hiciéramos promesas
de futuro como para que tú vinieras a pedirme que no le hiciera daño.
Te prometí un “continuará”, Alec. Y, al
igual que tú, yo también cumplo mis promesas.
-Me alegra habértelo dicho
para que podáis aclararlo. La verdad es que hacéis una pareja preciosa. Sería
una lástima que no tuvierais ningún ángel de la guarda que procurara que no os
comáis el uno al otro-bromeó, y yo me eché a reír-. Si te soy sincera, venía un
poco con ganas de bulla. Alec saca lo peor y lo mejor de mí. Es un poco como mi
hijo en ese aspecto.
-Ojalá
pudiera decir que Alec saca lo peor y lo mejor de mí porque fuera como mi
hijo-volví a reírme y Bey sacudió la cabeza.
-¿Hay
algo que pueda hacer para propiciar ese sí?-quiso saber Bey, y yo me encogí de
hombros.
-Aún
no he decidido del todo qué obstáculos tenemos que salvar, pero en cuanto lo
sepa, se lo diré para saltarlos.
-¿Saltarlos?
Niña, estamos hablando de Alec. Los destruirá con sus propias manos para que
podáis estar juntos-me guiñó un ojo y yo sonreí. Sí, definitivamente tenía
mucha suerte de que Alec me quisiera y de yo quererlo a él-. ¿Quieres un
consejo? Ponte ropa interior bonita. Las decisiones que respecten a chicos
siempre se toman con ropa interior bonita. Estar sexy hace que ellos pierdan la
cabeza y que la tuya esté más despejada.
Me
dio un beso en la frente y me acarició el hombro. Se dirigió a mi puerta, en la
que se detuvo cuando yo la llamé.
-Bey-se
giró-. Él te quiere muchísimo.
-Lo
sé, Saab.
-También
es un poco tuyo. ¿Me permites un consejo?-ella asintió-. Aprovecha el trocito
de él que aún conservas. Cuando me entregue a él completamente, sé que él hará
lo mismo. Quiero que sepas cómo es. Por si algún día te arrepientes de haber
hecho que esté con alguien que lo quiera tanto como tú, pero que no eres tú.
Bey
se mordió el labio.
-Saab,
cariño… si piensas que yo soy la que está más enamorada de él… es que eres más
ingenua de lo que pensaba.
Y,
sin más, se marchó. Y me quedé mirando la puerta entreabierta. Cogí el peluche
de Bugs Bunny y me abracé a él para ocultar mi sonrisa de felicidad. Sólo
separé la cara cuando mi móvil pitó, avisándome de que había sucedido
importante.
¡Alec
(@Alecwlw05) ha compartido
una historia nueva!
Deslicé el dedo y me mordí la
sonrisa al descubrir qué había subido Alec. Se trataba de una foto preciosa de
una rosa amarilla. Miré la que había inmortalizado para siempre en una pequeña
bola de cristal, precisamente para momentos como estos: situaciones de dudas en
las que no recordaba su olor, la calidez de su cariño, la dulzura de sus besos
y el placer de nuestros cuerpos unidos.
Sabía lo que aquella foto significaba e
implicaba. Quería asegurarse de que estaba bien, y a la vez darme mi espacio.
El
problema era que yo no quería ningún espacio. Quería mezclarme con él hasta que
fuéramos uno. Quería que me abrazara tan fuerte que fuera imposible separarnos.
Quería que me besara durante tanto tiempo que me fuera imposible reconocer el
sabor de ninguna otra cosa que no fuera su boca. Quería que me hiciera sentir
completa como sólo él podía.
Decidí
entrar en su juego. Busqué una foto en la galería, alguna de la que nos
habíamos hecho en el iglú, y estuve a punto de compartirla, pero luego me lo
pensé mejor. Él había sido sutil; tenía fotos de ambos en el móvil, y había
decidido subir algo que pudiera mostrar al mundo sin que nadie excepto yo
comprendiera su significado. Eso era incluso más romántico que publicar una
foto besándonos (que, por cierto, no teníamos; había que solucionar eso). Así
que le di a la flecha de retroceso y escogí una foto de la estatua en la que
nos habíamos besado por última vez en el museo, con su sombra proyectada en el
suelo.
La
foto de la rosa era una pregunta: ¿Estás bien?
La
foto de la escultura era la respuesta: Claro que estoy bien. Estoy contigo.
Aproximadamente a la misma hora en que Bey llamaba a la
puerta de mi casa, Amoke decidía tirar el libro que estaba fingiendo leer a un
lado y vestirse. Se enfundó unos vaqueros y una chaqueta, y tras un momento de
vacilación frente al espejo en el que se dijo que no estaba haciendo nada que
yo no me mereciera, cogió las llaves y salió de su casa.
Le
envió un mensaje a Taïssa para que se reunieran en casa de Kendra, pero el
destino quiso que mis otras dos amigas ya estuvieran juntas. Habían quedado
para hablar de lo mismo de lo que quería hablar Momo: de mí. Estaban
preocupadas por mi reacción de anoche, a pesar de que me habían dicho lo que me
habían dicho con toda la buena intención del mundo. No querían hacerme daño ni
clavarme un puñal que dejaran dentro de mí durante demasiado tiempo, así que
habían quedado para decidir cómo sería el mejor modo de pedirme disculpas.
Cuando
Momo llamó al timbre de casa de Kendra, ya la estaban esperando. La puerta se
abrió sin más ceremonias y Momo sentenció:
-Vamos
a tu habitación. Tenemos que hablar.
Las
tres subieron en solemne silencio en dirección a la habitación de Kendra, un
cuarto de colores ocre que sería la pesadilla de alguien con algún trastorno
obsesivo compulsivo. Apartaron la ropa de Kendra del suelo con los pies para
poder llegar a la cama, y tras hacer una bola con los jerséis, abrigos y
pantalones que la poblaban, Taïssa y Kendra se sentaron sobre el colchón.
Amoke
se quedó de pie, con los pies separados y los brazos cruzados. Taïssa y Kendra esperaron
a que hablara.
-Alec
le ha pedido salir a Sabrae-reveló, y Kendra abrió los ojos y Taïssa, la boca-.
Y ella le ha dicho que no-entonces, Kendra abrió la boca y Taïssa, los ojos,
como dos réplicas de mercadillo del rostro de la otra-. Por nuestra culpa-sentenció, haciendo un
gesto con la mano que las englobaba a las tres-. Así que tenemos que
solucionarlo. Vamos a solucionarlo.
En circunstancias
normales, Kendra habría protestado.
-¿Por
qué? Eso sólo fomenta el estereotipo de que los noes de las chicas realmente no
significan eso.
Sin
embargo, aquello no eran circunstancias normales. Kendra asintió con la cabeza
y trató de controlar el nudo en el estómago que le daba ganas de vomitar con
sólo imaginarme atrapada entre una mala decisión y una rectificación casi
imposible. Momo, Ken y Taïs hablaron durante casi una hora sobre todo lo que
habían hecho mal y cómo enmendarlo, pero nada parecía lo bastante bueno y
efectivo como para que sirviera conmigo.
Momo les
contó todo lo que habíamos hablado, y mientras Kendra y ella se enzarzaban en una
acalorada pelea por ver cuál de las decisiones que habían propuesto como
finales era la más estúpida, Taïssa se detuvo en algo que yo le había dicho a Momo.
Le había
dicho que si me pillaba en un momento en que no desconfiara de él en absoluto y
le dijera que sí, mi decisión sería firme. No le marearía: si le decía que sí a
Alec, me llevaría ese sí hasta la tumba, o hasta que se nos terminara el amor.
Ahí estaba el quid de la cuestión.
-Chicas,
chicas, ¡eh! ¡Perras!-gritó Taïssa para hacerse oír sobre la jauría que
formaban Kendra y Momo-. ¡Callaos y escuchad! ¡Tengo un plan!
Quince
minutos después, mientras yo daba buena cuenta de los mazapanes que Scott había
robado de casa de Tommy (había veces en que no soportaba a Scott, y otras en que
consideraba que había que clonarlo porque con uno como él en el mundo no era
suficiente), Amoke llamaba a la puerta de una casa de un vecindario que pronto
se me haría muy familiar. Contuvo la vergüenza que le produjo ver a Jordan en
la puerta a la que había llamado después de decirme que sus rastas tenían su
morbo y constató con decisión, como si no estuviera pidiendo un favor:
-Jordan,
necesito tu número de teléfono.
-¿Y
esto a qué viene?
-Hemos
de ponernos de acuerdo.
Jordan
parpadeó, frunciendo el ceño.
-¿Para
qué?
Momo alzó
una ceja, se puso una mano en la cadera y chasqueó la lengua.
-¿Cómo
que “para qué”? ¿Es que no es evidente?
Jordan
se pasó la lengua por las muelas, igual que hacía Alec cuando estaba a punto de
perder la paciencia. Estaba considerando seriamente si cerrarle la puerta en
las narices a Momo…
…
hasta que ella habló de nuevo.
-Para
crear Sabralec.
¡Toca la imagen para acceder a la lista de capítulos!
Apúntate al fenómeno Sabrae 🍫👑, ¡dale fav a este tweet para que te avise en cuanto suba un nuevo capítulo! ❤🎆
Además, 🎆ya tienes disponible la segunda parte de Chasing the Stars, Moonlight, en Amazon. 🎆¡Compra el libro y califícalo en Goodreads! Por cada ejemplar que venda, plantaré un árbol ☺
Además, 🎆ya tienes disponible la segunda parte de Chasing the Stars, Moonlight, en Amazon. 🎆¡Compra el libro y califícalo en Goodreads! Por cada ejemplar que venda, plantaré un árbol ☺
EL MEJOR PUTO FINAL DE CAPÍTULO DE LA HISTORIA O SEA I,M
ResponderEliminarEn serio tía, entre Sherezade puteando a Zayn, este más salido que el pico de una plancha, Amoke y Sasha que son dos bebitas que todo lo hacen bien y la charla de Bey y Sabrae estoy en puto suelo.
Me ha parecido tan bonita la conversación y el momento final de Bey diciendole que es ingenua si se piensa que de las dos la que más enamorada está de Alec es ella o sea es que ay me duele el corazón muchísimo.
Necesito el capítulo de Nochevieja como agua de Mayo.
EL FINAL DE UNA ERA ATENCIÓN
EliminarZayrezade la otp que necesitábamos y merecíamos no puedo más con ellos al final voy a hacer feliz a María y escribir un spinoff sobre ellos dos ligando
Bey siendo otra reina de verdad no se cansa de reinar esta chavala
HOLA ESTOY AQUI COMO REGALO DE NAVIDAD Y ESTOY MUY FELIZ PORQUE ECHABA MUCHO DE MENOS ESTOOOOO.
ResponderEliminarSabrás bonita mía menos mal que has recapacitado y ahora es más un de momento no que un no rotundo porque estaba que me tiraba de los pelos. Y menos mal que sus amigas tambien lo han hecho porque estaba ya que me tiraba de los pelos. Además que sin eso nos hubiese quedado sin el mejor final del mundo probablemente: TODOS JUNTANDOSE PARA UNIR SABRALEC ES QUE ME CAGO ENCIMA. PIDO SER OTRA VEZ LA CAMARERA QUE LE DE EL CUBATA A ALEC O SABRAE QUE LES DE LA FUERZA PARA ACERCARSE EL UNO AL OTRO EN NOCHE VIEJA. ES QUE ME CAGO EN MI VIDA. QUE SE COMAN LA BOCA MIENTRAS THE WEEKND SUENA.
Por cierto, Sherezade haciendo de rabiar a Zayn? Mi pasatiempo favorito. Encima mi hijito siempre cae, si es que es un trozo de pan. Espero que luego tuviesen sexo salvaje, por el bien de ambos AJAJAJAJAJAJ.
Y una cosa, me encanta Shasha y Sabrae representen al Zquad cada vez que una hater habla de el AJAJAJAJAJAJ I LOVE IT.
Bueno Erika, no es por meter presión, pERO QUIERO OTRO CAPITULO YA.
AY PATRI HAS VUELTO HOLAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA Y YO TE ECHABA DE MENOS A TI
EliminarSabrae es terca como una mula yo aviso pero por lo menos en el tema Alec va a estar dispuesta a ceder y mira festejamos hasta 2050
HABEMUS CONSPIRACIÓN EL FINAL DE UNA ERA EFECTIVAMENTE, tomo nota de lo de la camarera por cierto
Sher es la reina del mundo jaque mate republicanos
DIOS POR FAVOR SHASHA Y SABRAE SIENDO HATERS DE LOS HATERS VA A SER EL MOMENTO CÚSPIDE DE ESTA NOVELA, MAÑANA CON EL CAPÍTULO LA DECLARO OFICIALMENTE CLAUSURADA PORQUE ES QUE NO VOY A PODER SUPERARLO
me he hecho de rogar lo siento mañana tenéis más ☺