martes, 25 de diciembre de 2018

Golpe de gracia.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Me metí un nuevo bombón de Mozart en la boca mientras Shasha daba un sorbo de su batido de plátano y esperaba a que yo empezara a teclear. No quería pensar en lo mal que tenía que haberme visto mi hermana para finalmente cancelar sus planes con sus amigas y quedarse en casa conmigo, abrazándome mientras dormía un poco y luego sugiriéndome planes para levantarme la moral.
               Habíamos empezado suave, mirando en tiendas de ropa y accesorios hasta el último producto y añadiendo cosas a la lista de deseos como si nos pagaran por ello o tuviéramos un hada madrina particularmente generosa. Después de pasearnos por todas las webs de marcas, Shasha y yo nos miramos un momento, yo más animada y ella con ganas de simplemente más, y decidimos meternos en los blogs de cotilleos sobre famosos.
               Seguramente pienses que por ser hija de un famoso yo detestaba esas páginas en las que no se publicaban más que mentiras y cuyo único objetivo en la vida era hacer miserables a las personas que aparecían en ellas para conseguir más visitas y, por tanto, más dinero, y en cierto sentido así era. Odiaba cuando sacaban fotos de una famosa en alguna posición que le sacaba unos michelines que parecían ser un insulto a la seguridad nacional, o cuando se criticaba el fracaso sentimental de tal cantante o actor y se hurgaba en la herida diciendo que una relación de varios años no había sido real, sino producto del márketing. Además, yo como Malik entre todo el mundo debía tenerle muchísimo más odio a ese tipo de páginas por todo lo que le habían hecho a mi padre antes de que yo, o incluso mi hermano, naciera.
               Y las detestaba. Las detestaba yo, las detestaba Shasha, y las detestaba Scott. Duna crecería para detestarlas también, pero… ¿dónde si no iba yo a meterme para ver los reportajes más completos de las modelos más cotizadas, o los vídeos promocionales de alguna colonia, disco o serie? Puede que fuera un poco hipócrita por mi parte, pero me encantaba eso de entrar en cualquier blog de algún inútil que lo único que sabía hacer era meterse en la vida de otra gente porque él carecía de una sólo para criticar en voz alta el poco partido que le habían sacado a las caderas de una actriz los responsables de una línea de ropa, o lo poco favorecida que había salido la misma actriz por culpa de los maquilladores.
               Además… en esas páginas podía hacer de justiciera. Precisamente las cosas que generaban rechazo en mí de todos esos lugares de Internet eran las que más me entretenían a la hora de defenderme. Estábamos metidas en la sección de comentarios de una noticia que nos había llamado la atención: estaba encabezada por la foto de mi padre y las inmensas palabras en mayúsculas “ZAYN VUELVE A LA CARGA”, seguido de un texto en letras grises con tipología Georgia muy bonita en la que desgranaban el proceso de creación del próximo disco de mi padre. Como de costumbre con todo lo que tenía que ver con papá, la sección de comentarios se había convertido en una auténtica batalla campal en la que todo valía, desde insultos a los artistas con los que se suponía que papá se llevaba mal (que yo supiera, sólo detestaba a Azealia Banks), a insultos a papá por: a) cómo había dejado One Direction, b) cómo había “vuelto”, más o menos, a One Direction, c) cómo se había “colgado de la carrera musical de Liam” (lo cual había hecho que yo respondiera con un “¿?¿?¿?¿? Zayn ya tenía un puto disco en el mercado y estaba a meses de sacar el segundo cuando Liam sacó su primer EP, siéntate DOS MILENIOS”), d) cómo “romantizaba las drogas y las relaciones tóxicas” (a lo que Shasha directamente contestó al troll que para hacerse pajas, mejor pasaba a las físicas y dejaba las mentales para los científicos), o e) simplemente por su color de piel o su religión (a lo que nos turnábamos para sumarnos a la retahíla de insultos e incluso darle me gusta a las respuestas que invitaban al autor del comentario a tirarse por un puente o sucedáneos –vale, puede que eso fuera un poco fuerte, pero estábamos muy enfadadas-).
               Así que allí estábamos Shasha y yo, ella con el estómago lleno después de darse un atracón de bizcocho precocinado que había encontrado en las alacenas, y yo con las mejillas aún un poco tirantes por las lágrimas que se me habían secado, esperando a que a mí se me ocurriera algo inteligente que responder a un comentario que decía:
               “Ugh, que deje de intentar ser relevante ya, por favor. ¿Cuándo se va a  dar cuenta de que su carrera lleva muerta desde que se piró de 1d? Nunca entenderé todo el hype que tiene este tío cuando literalmente tiene cara de haber olido una mierda. Todas las que babeáis con los reportajes que le hace sois unas mojabragas que no vais a encontrar trabajo en vuestra vida. En fin, escuchad lo nuevo de Justin Bieber, que eso que es música y no las berridas que pega este tío”.
               Moví el ratón hasta la opción de responder, tecleé en ella y, en la primera cajita que apareció para que introdujera el nombre, puse lo mismo que ponía Taïssa, habitual en estas páginas, para proteger a papá: ZaynDefenzeZquad.
               Empecé a teclear a toda velocidad, llamando clasista, ignorante, maleducada y rencorosa a la tía que había escrito  ese comentario tan nocivo mientras Shasha se reía y me jaleaba. Me fui creciendo y creciendo terminé calificando de gilipollas a semejante tipeja y coronando mi comentario con un:
               “Me gustaría que me dijeras cómo puede no ser relevante una persona que literalmente hace una canción con el nombre de su hija y gana un Grammy al año siguiente, que no sabe dónde coño va a meter todos los premios que le dan cada vez que saca un nuevo trabajo o que tiene que declinar tantas ofertas de productores internacionales que en las discográficas se refieren a que les ha tocado la lotería por el mero hecho de que Zayn siquiera se digne a mostrar interés por algo que le hayan ofrecido. La carrera de Zayn está lejos de estar muerta, payasa de los huevos, al contrario que tus neuronas, sin las cuales te las apañaste para nacer.”
               Pulsé enviar y me sentí genial conmigo misma cuando vi la parrafada aparecer en la sección de comentarios. Shasha y yo chocamos los cinco y le pasé el ordenador a ella para que se ocupara del siguiente troll.
               Mi hermana estaba respondiéndole a alguien que había puesto “nunca tuvo talento, escuchad el nuevo disco de Selena Gomez” con un “talento no tuvo tu madre para hacer semejante engendro” cuando se abrió la puerta de mi habitación. Tanto Shasha como yo levantamos la cabeza, preparadas para cerrar la pestaña en la que nos encontrábamos y fingir que estábamos comentando en una historia buenísima protagonizada por Louis situada en un universo alternativo en el que él era un ángel justiciero, o algo así. La verdad es que todavía no habíamos avanzado lo bastante en la trama como para pillar muy bien de qué iba el asunto, pero bueno, esperábamos que se hiciera un poco menos caótico.
               Por suerte, no tuvimos que hacernos las inocentes ante nuestra madre, a la que no le gustaba nada pescarnos en esos sitios, soltando veneno como si fuéramos las reinas de las víboras, y Shasha pudo publicar su comentario. La puerta de mi habitación no la había abierto mamá, sino Amoke, que traía una mochila colgada de su hombro que me resultó familiar.
                Suspiré. Ni siquiera recordaba que me había ido de su casa sin recoger mis cosas, demasiado ocupada en ir a ver a Alec como para pensar en que la había convertido en mi almacén particular. Y luego, con todo el tema de su proposición, mi negativa y demás… se me había ido la cabeza completamente.
               Inconscientemente me pasé el dorso de la mano por las mejillas, aunque era inútil. Seguro que Momo ya se había dado cuenta de que algo iba mal en cuanto entró en mi casa y descubrió que estaba en ella. Seguro que había creído que no había pasado a recoger mis bártulos porque me había ido con Alec por ahí. Sospechaba que lo último que ella se esperaba era encontrarme en mi cama, con mi pijama gordito de invierno, acompañada de mi hermana,  dándole caña a los haters de papá y rodeada de envoltorios de bombones arrugados.
               Amoke se detuvo en seco y me miró. Vale, genial. No se había dado cuenta de nada hasta que yo me limpié las lágrimas que ya no tenía.
               -Venía a traerte esto porque supuse que estarías cansada después de… bueno. Ya sabes después de qué-miró a mi hermana con nerviosismo, como si Shasha no supiera qué hacía yo con Alec o que precisamente lo que tanto nos gustaba hacer era el proceso de formación de los bebés.
               Mis ojos también se desplazaron hacia Shasha, quien se mordió el labio, cerró la tapa del ordenador y se levantó. Se echó el pelo a la espalda y cerró las mantas para que yo no tuviera frío.
               -Os dejo solas-anunció, y tanto yo como Amoke protestamos sin pretenderlo. La verdad es que sí queríamos que nos dejara solas, sí queríamos poder hablar, pero Amoke se sentía mal haciendo que Shasha, quien claramente había estado haciendo un magnífico trabajo de manutención emocional conmigo, se viera obligada a dar un paso atrás.
               Y yo me sentía muy miserable haciendo que mi hermana, que había renunciado a una tarde con sus amigas pasándoselo en grande para estar conmigo haciéndome de sostén emocional, se marchara como si fuera un actor secundario que se retira discretamente al fondo del escenario cuando entra el principal.
               La quería mucho, era mi hermanita, y le estaba tremendamente agradecida por el cariño con el que me había cuidado. Sabía que Shasha tenía un instinto fraternal, incluso maternal, que la hacía muy intuitiva y mimosa cuando yo necesitaba que lo fuera. Sabía que le dolía verme mal y que se sentía mejor cuando no me dejaba sola y me cuidaba, pero aun así… me sentía fatal. Le había chafado la tarde y yo renunciaba a su compañía en cuanto una opción nueva se presentaba.
               Por mucho que Momo fuera esa opción nueva… seguía estando un poco mal.
               -No pasa nada-Shasha sonrió con cansancio, aunque su sonrisa era sincera. Mi hermana era tan buena que era capaz de alegrarse de que yo no quisiera estar con ella, porque eso significaba que estaba un poquito mejor. Pronto volveríamos a chillarnos y a pelearnos como siempre. Pero ahora, debía ceder en detrimento de Momo-. Tenéis cosas que comentar. Además…-señaló el ordenador-, acaba de salir un capítulo nuevo del dorama que estoy viendo, así que me viene genial que haya llegado Momo. Luego, si queréis, hacemos algo las tres.
               Su sonrisa se amplió hasta volverse radiante, y entonces cerró la puerta.
               Momo se volvió hacia mí.
               -¿Qué te pasa?
               Y, entonces, una mano me agarró del hombro y tiró de mí hacia atrás. Me caí al suelo de nuevo, y me descubrí rota otra vez.
               Pensaba que la tarde de compras fingidas, cotilleos y justicia filial me había curado el corazón roto, pero no era así. Iba a necesitar mucho más que insultar a desconocidos para volver a sentirme yo, con todo lo que ello implicaba: principalmente, no pensar que era imbécil.
               Pero allí estaba, sentada en mi cama, intentando contener el nudo en la garganta que amenazaba con sobrepasarme. Me sentía como si fuera una presa que a duras penas podía contener una inundación.
               Cuando noté que se me empañaba la visión por culpa de las lágrimas, entré en pánico. Sorbí por la nariz y luché contra el nudo que se me había formado en la garganta. A estas alturas ya había perdido la cantidad de veces que había llorado por Alec, y lo curioso era que en poquísimas ocasiones había llorado por su culpa. Él me hacía sentir todo con muchísima más intensidad que nadie que hubiera conocido jamás; con Hugo no había estado subida en aquella montaña rusa de emociones en la que Alec me había hecho montarme. Debería preocuparme que mis lágrimas durante los dos últimos veces tuvieran como causa exclusiva al chico al que había rechazado esa misma mañana, porque no era una chica que llorara con facilidad, y sin embargo con él siempre me sentía al borde del precipicio. Cualquier cosa que me dijeran en referencia a Alec me dolía cien veces más que si lo hicieran sobre cualquier otra persona; cualquier cosa que él hiciera y me molestara, lo haría más que con ningún otro.
               No podía dejar que Momo me viera llorar de nuevo por él. Me había consolado demasiadas veces, y yo estaba hecha un lío demasiado enmarañado como para que nada de lo que mi mejor amiga pudiera decirme lo solucionara. Además, Momo había compartido las dudas con Kendra y Taïssa. Seguro que pensaba que lo había hecho bien, por mucho que yo tuviera la sensación de que había cometido el error más grande de mi vida.
               Momo se acercó a mí y se sentó en la cama. Me cogió una mano y me la apretó, con sus ojos marrones fijos en los míos, la profundidad de su mirada tan inconmensurable como la del océano.
               -Has estado llorando-constató con lástima en la voz, y por un momento me hizo pensar que se arrepentía de lo que había pensado mal de Alec. Si lo viera como lo veía yo, si lo sintiera como lo sentía yo… nada de esto habría pasado. Me habría defendido a muerte frente a Kendra y Taïssa. Habría hecho que me echara en brazos de Alec y le dijera que sí sin dudarlo ni un segundo.
               Claro que todo eso era en un mundo de cuento de hadas, donde los vídeos en los que él tenía el pintalabios de otra en la comisura de los labios no existían, donde los errores que habíamos cometido los dos no se habían escrito. Donde nuestra relación habría evolucionado de una bonita amistad a algo más, una película con toques rosados en los bordes y romanticismo por doquier, en el que terminaríamos acostándonos al final del todo en una expresión de colores y belleza. Las cosas no eran como en las películas, y mi vida tampoco.
               -Es que… Alec me ha pedido salir.
               Momo se quedó en silencio, parpadeó un par de veces con la sorpresa impregnada en toda su aura. Sus ojos estaban abiertos como si acabara de ver un fantasma. Me hizo sentir un poco mejor saber que a ella también le pillaba de sorpresa lo que había hecho Alec… y me hizo pensar que él no era tan malo como las chicas pensaban. Por supuesto que conmigo enseñaba una cara más amable, igual que yo lo hacía con él, pero no tenía ese trasfondo del que había desconfiado tanto durante toda mi vida, del que mis amigas aún desconfiaban porque no habían probado sus besos ni el cariño de sus caricias.
               Rehuí su mirada apartando la vista. Me daba vergüenza mirarla. Me daba vergüenza que pensara que era una boba por dejar que todo fuera a tanto. Pero Momo buscó mis ojos, mordiéndose el labio.
               -¿Y por eso lloras?-quiso saber con inocencia. El cariño de su voz era tan infinito que me era imposible no sentir que ella me apoyaría hiciera lo que hiciera. Estaba segura de que si alguna vez le pedía a Momo que me ayudara a esconder un cadáver, no haría ningún tipo de pregunta y ella misma se encargaría de organizarlo todo.
               -No. Es que… le he dicho que no.
               El silencio que volvió a instalarse entre nosotras pesaba más que las piedras empleadas por las civilizaciones prehistóricas para construir sus monumentos divinos, aquellos que se alineaban con las estrellas de una forma magistral… de la misma manera en que me había alineado yo con ellas la noche en que Alec y yo nos besamos por primera vez.
               Momo me acarició los nudillos con los pulgares, esperando a que yo dijera algo más. Puede que estuviera dándome espacio para que yo le contara cómo finalmente ellas tenían razón: cómo Alec se había portado como todos los tíos a los que rechazan y se había metido conmigo, diciéndome que no era tan guapa, ni estaba tan buena, ni follaba tan bien, como para creerme con el derecho a tener opiniones propias. Me puso tremendamente triste pensar que  ellas tuvieran tan mala imagen de él. Yo sabía que él sería incapaz de decirme algo así.
               Y entonces, mi mejor amiga me sorprendió con la única pregunta que yo no me esperaba que me formularía con respecto a nosotros. No después de sus dudas, al menos.
               -¿Por qué harías algo así?
               Levanté la cabeza y me encontré con su mirada. Momo había fruncido el ceño, confusa por cómo se habían desarrollado los acontecimientos. En sus ojos había algo que me dio alas y a la vez me hundió en la pegajosa oscuridad, como si fuera una gaviota que se hunde por accidente en un charco de petróleo.
               Momo no podía creérselo. No que Alec me hubiera pedido salir, sino mi respuesta.
               Momo pensaba que yo le diría que sí.
               Momo pensaba que yo debía decirle que sí.
               -Porque… porque…-boqueé en busca de aire, un aire que la madre naturaleza me negó. Si mi boca no iba a besar a Alec, no debería servir para nada más. Si mi nariz no iba a respirar el aroma que desprendía su cuerpo, no tenía ninguna otra función por la que mereciera la pena mantenerla-. Porque tenéis razón-jadeé, y jamás me había dolido tanto darles la razón a mis amigas, especialmente en temas de chicos. Cuando yo me había prendado de verdaderos gilipollas y ellas me habían avisado, sólo los había defendido hasta el punto en el que podría peligrar mi amistad con ellas, así que no me había dolido tanto darles la razón cuando finalmente se habían quitado la careta conmigo. A mí me habían dado también la razón las demás cuando les sucedió a ellas. Pero ahora todo era diferente. Yo quería que estuvieran equivocadas con Alec. Yo quería pelearme con ellas para defenderlo hasta mi último aliento, aunque supiera que eso estaba mal-. Kendra tiene razón. Soy estúpida. Soy estúpida por dejar que él se meta debajo de mi piel como lo ha hecho y me condicione tanto.
               -No hables de él como si fuera un parásito-contestó Amoke con dureza, el ceño ligeramente fruncido en una silenciosa determinación: demostrarme que no tenía razón-. No lo es.
               -No he dicho que sea un parásito. Todo lo contrario. Yo soy la que se siente un parásito. Le necesito demasiado.
               -Y él te necesita a ti. ¿Qué problema hay? Sinceramente, Saab, creo que lo estás sacando todo un poco de quicio. Es decir… vale, sí, tenemos nuestras reservas respecto a él, pero yo he visto una evolución en Alec. Estoy segura de que Taïssa y Kendra la han visto también. Que en el pasado no fuera digno ni de que le miraras no implica que no pueda serlo en el futuro, o que incluso no lo sea ya.
               -Es demasiado bueno para mí-musité con un hilo de voz, jugueteando con un hilo suelto de mi edredón. No podía dejar de pensar en cómo yo le había negado la única cosa que él me había pedido en toda nuestra relación, y en cómo él me había concedido hasta el último capricho. Cómo me acompañó a casa, cómo me prometió un delicioso “continuará” que había cumplido, cómo me buscaba entre la multitud, cómo llegaba a mi lado en cuanto me veía aparecer entre la gente, cómo bailaba conmigo, cómo me dejaba elegir la canción, cómo se agachaba entre mis piernas y bebía de mi sexo para catapultarme a las estrellas y a la vez me preparara para que él entrara en mí y nos volviéramos uno; cómo aguantaba estoicamente que yo le excitara, cómo me había cuidado cuando yo no me sentía preparada para mantener relaciones, cómo no me había presionado en absoluto…
               Cómo me había prometido que no dejaría que nadie se interpusiera entre nosotros. Ni siquiera yo. Ni siquiera él. Sabía que él lucharía por mí, incluso cuando todo pareciera perdido. Y, egoístamente, esperaba que jamás perdiera la paciencia.
               Que no se diera cuenta de que él merecía la pena luchar, pero yo no.
               Puede que Momo escuchara mi último pensamiento, y por eso me soltara una bofetada.
               -¿Eres estúpida?-espetó, enfadada, y yo la miré mientras me frotaba la mejilla dolorida y gemía un suave “au”-. Es Alec Whitelaw, por el amor de Dios. Un tío. No ha nacido el tío que sea demasiado bueno para ti. Ni siquiera ha nacido el tío que sea lo bastante bueno para ti.
               -Eso no es verdad-gruñí, pensando en que Alec no se merecía que dijeran algo así de él. Momo se llevó un dedo a los labios y fingió pensar.
               -Vale, sí, es verdad. Puede que haya un tío lo bastante bueno para ti: Idris Elba.
               Me la quedé mirando, estupefacta. Momo asintió, satisfecha, y entonces…
               … nos echamos a reír a carcajada limpia. Vale, sí, Idris Elba sí que se merecía una calificación aparte.
               -Pero Idris Elba no va a venir a pedirme salir.
               -Ya te gustaría.
               -De momento-especifiqué-. Soy menor de edad. No puedo casarme.
               -¡Como si eso fuera un problema! Me fugaría con él sin problemas, y que venga la poli detrás de mí si se atreven-Momo sonrió, absolutamente enamorada-. Menudo hombre. Eso es un hombre y no lo que tenemos nosotras a nuestro alrededor.
               -Alec tampoco está tan mal-murmuré, abrazándome las rodillas y pensando en lo guapo que estaba cuando se quitaba la camiseta y me dejaba ver esos abdominales de infarto. Puede que no tuviera la complexión de Idris Elba, pero, sinceramente, Alec era la única persona que yo conocía que no creía que pudiera mejorarse. Ni siquiera haciéndolo mestizo. O negro.
               Momo sonrió, se tumbó sobre su vientre y me pellizcó el glúteo.
               -Deberías llamarlo.
               -No tengo su teléfono. Ya me gustaría.
               -Me refiero a Alec.
               -Ah. ¿Para qué?
               -¿Cómo que para qué? Pues, ¡para quedar con él y arreglar esto! Me parece ofensivo que le hayas dicho que no con todo el coñazo que nos das con él. Alec esto, Alec lo otro. Alec me ha hecho esto, Alec me ha hecho lo otro. Alec tiene esto, Alec tiene aquello. Alec, Alec, Alec. Pareces un loro los sábados por la mañana. Todo el rato con lo mismo. Alec, Alec, Alec-puso los ojos en blanco y sacudió la cabeza.
               -Soy una pesada, ¿verdad?
               -A mí me gusta. Hablas de él con ilusión. Mira, Saab…-se incorporó y me colocó un rizo tras la oreja, que rápidamente se soltó de su prisión-. A pesar de que todas tengamos nuestras reservas con respecto a Alec, todas estamos de acuerdo en que te hace feliz y en que te quiere. No nos ponemos de acuerdo en cuánto te quiere, pero de que lo hace hay unanimidad.
               -No me dio esa impresión ayer-bufé.
               -A ver, Saab… sinceramente, si yo apareciera con un piercing que me he hecho por… no sé, Jordan, al que llevo tirándome alrededor de dos meses, ¿no fliparías como lo hicimos nosotras?
               -¿Por qué has puesto de ejemplo a Jordan?
               -Sus rastas son sexys-constató Momo, parpadeando despacio-. No me cambies de tema.
                -¿Te mola Jordan?
               -No me importaría que me azotara con sus rastas.
               -¡Tía! Tenemos que organizar una cita doble. Jordan y tú y Alec y yo. Sería un puntazo, ¿no te parece? Es su mejor amigo.
               Amoke parpadeó.
               -Espera, ¿me lo estás diciendo para que yo cambie de opinión?
               Momo sonrió.
               -No… qué va…
               -Amoke-protesté-. No tiene gracia. He tomado mi decisión. Alec la respeta, ¿por qué tú no puedes?
               -Me da igual lo que ese penco haga o deje de hacer. Si estás siendo lerda perdida, yo te lo voy a decir. Soy tu mejor amiga. Es mi obligación.
               -No le insultes.
               -Le he llamado “penco”.
               -No quiero que lo llames así.
               Momo puso los ojos en blanco y sacudió la cabeza.
               -Estás siendo tan tozuda…
               -No estoy siendo tozuda. Soy consecuente. Puede que sí que sea un poco lela por haber dejado que me hagan dudar de Alec, porque eso ha hecho que me lo merezca aún menos. Alec no se merece a alguien que no confía en él.
               -¿Desde cuándo tú no confías en él?
               -No soy tonta. Le tengo muchísimo cariño, pero entiendo por qué vosotras le veis así. Y no debería entenderlo. Debería haberlo defendido a muerte. Creo que, a pesar de todo, de cómo reaccioné ayer y demás… tenéis razón. Y yo no debería creer que tenéis razón.
               -Tú le amas-dijo Momo, y aquella frase me arrasó como un maremoto. Me descubrí desnuda ante su mirada, lista para saltar al océano y ser devorada en cualquier momento.
               Nunca lo había formulado así. Por supuesto que le tenía cariño y ya sabía que le quería, pero jamás había pensado que yo le amara. Y, sin embargo, en cuanto Momo empleó aquella palabra, supe que era la más acertada para describir mis sentimientos hacia él.
               Me había descubierto pensando algunas noches en la manera en que quería a Alec. Estaba dispuesta a hacer cosas por él que no haría por mis padres ni por mis hermanos, o incluso por mis amigas. Eran cosas diferentes. Le quería de una forma distinta a como quería a mamá, a Scott, o a Amoke.
               Fue en ese instante cuando desentrañé el secreto que me había acompañado en mis noches en vela. Yo quería a mamá, a Scott, y a Amoke. También quería a Alec.
               Pero a Alec lo amaba. Y a mamá, a Scott, y a Amoke, no.
               Aunque en inglés fueran el mismo verbo, en muchas otras lenguas se distinguían las dos acciones. Y yo ahora sabía por qué.
               -Sí.
               -No era una pregunta. Se ve mejor que el sol-alzó las cejas y me dedicó una sonrisa chula.
               -Pero lo que no puede ser, no puede ser, Momo. Aunque sólo sienta calidez cuando él me toca… debo acostumbrarme.
               -¿A qué?
               -A vivir helada. Porque no es sólo esto que me habéis dicho vosotras, ¿sabes? Quiero decir… no había pensado mucho en ello hasta ahora, pero… él terminará el instituto y se marchará, como hacen todos. Hasta mi hermano. Scott me romperá inevitablemente el corazón yéndose, pero con Alec… con Alec yo puedo decidir evitar permitirle que me lo pulverice.
               -Es mejor que lo hagas tú, ¿no?-ironizó ella, poniendo los ojos en blanco.
               -Esto no puede ir a más, Momo.
               -Claro que sí-se incorporó hasta quedar sentada sobre sus rodillas.
               -No. No puede-sacudí la cabeza y me aparté el pelo de la cara.
               -Es una tontería que te agobies porque vaya a marcharse cuando para eso aún quedan meses, Sabrae. Además, no sabes lo que quiere hacer. Puede que en su año sabático quiera irse a trabajar a un taller mecánico, o algo por el estilo, como todos los tíos a tope de testosterona.
               -Alec no es de esos-sonreí, mirándome las manos, y negué con la cabeza-. Tiene ganas de ver mundo. Estoy segura de que se irá muy, muy lejos.
                -Aun así, todavía tendríais posibilidades de seguir juntos. Las relaciones a distancia se mantienen más o menos bien, podéis hablar cada poco e incluso ir a veros. Desde Heathrow hay vuelos muy baratos y conexión con todo el mundo, y…
               -Mi decisión es firme. Es un cúmulo de circunstancias. Y, sinceramente, no quiero empezar nada por lo que mis amigas no estén dispuestas a poner la mano en el fuego. Yo no soy imparcial con él y no quiero involucrarme demasiado y hacerme daño. Estoy enamorada de él y todas lo desaprobáis; eso es por algo. Algo veréis que yo no veo.
               -O puede que sea a la inversa-replicó Momo, tocándome el hombro-. Puede que nosotras no veamos algo que tú sí. Puedo tener ante mí un libro con lo que a mí me parecen garabatos, y tú puedes ser capaz de leer las palabras extranjeras que pone ahí, y enamorarte de ellas. Pues con las personas pasa lo mismo. Creo que ves en Alec algo que nadie más ve. Que le das un nuevo significado que te hace enamorarte un poquito más de él cada vez que lo ves.
               Una idea terrible y tormentosa se me había empezado a formar en la mente, pero por suerte esas palabras de Momo consiguieron difuminarla. Había pensado que estaba sacando demasiadas razones para no salir con Alec como para que nuestra relación se mantuviera tal y como estaba. No debía pedirle que me fuera fiel cuando yo me agarraba a cualquier clavo ardiendo que se me pusiera a tiro para excusar mi cobardía: que no confiara en él, que no me lo mereciera, que mis amigas no quisieran verme con él o que él fuera a marcharse. Pensaba que estaba siendo como el perro del hortelano, y que debía pedirle que volviera a ser como antes, un fuckboy en toda regla, el fuckboy original. Sólo si volvía a ser como antes podría dejar de ser perfecto e irresistible, y hacer que yo no lo quisiera cerca a base de volverme loca de celos… como si él fuera a acceder a fingir que no había pasado nada entre nosotros y su antiguo yo no fuera lo que me había terminado seduciendo. Puede que Alec fuera distinto ahora, pero había conseguido llamarme la atención eligiéndome como había hecho con todas las chicas que me habían precedido.
               No había nada de malo en eso.
               Además, ¿quién me garantizaba a mí  que el hecho de que siguiera con otras iba a jugar en su contra? Habíamos llegado a un punto en el que yo le perdonaría casi cualquier cosa, lo había descubierto esa misma mañana, cuando me vi dispuesta a tratar de darle una segunda oportunidad aun en el caso de que se pusiera conmigo como un energúmeno. Le excusaría en cualquier situación. Si seguía con otras, yo era capaz de imaginármelo poniéndoles mi cara. Y eso sería aún peor.
               Momo se puso en pie, sabedora de que debía dejarme sola con mis pensamientos para que reflexionara. Había dado su golpe de gracia, ya sólo le quedaba esperar.
               -¿Crees que es posible?-le pregunté, alzando la vista-. ¿Que quienes estéis equivocadas seáis vosotras, y no yo?
               -Tú pensabas como nosotras antes-reflexionó en voz alta, llevándose una mano al mentón y tamborileando con los dedos en la barbilla-. Y luego empezaste a quedarte a solas con él y pudiste ver cómo es Alec cuando no le está viendo nadie. Puede que lo idealices, no te digo que no, pero… Alec es diferente. He estado pensando en ello desde que te marchaste, y he llegado a la conclusión de que no es como el resto de chicos con los que querías algo y que a nosotras no nos gustaban. Con ellos no tenías historia. Con Alec, sí. Y no me refiero a todos estos años en los que erais como el perro y el gato.
               Fruncí el ceño, sin entender. No había habido nada antes de que Alec y yo nos lleváramos como el perro y el gato.
               Excepto…
               -¿A qué te refieres?
               -Piénsalo, Saab. Nos encantaba estar con él cuando éramos más pequeñas. Y él era muy bueno con nosotras. Especialmente contigo. Creo que, de alguna manera, esto tenía que pasaros tarde o temprano. Estabais predestinados.
               -Momo, apenas llevamos un par de meses, ¿no crees que es pronto para hablar así?
               -Al contrario. Creo que es tarde. No te equivoques, Saab: no lleváis siendo compatibles un par de meses. Sois compatibles desde que os conocisteis. Me acuerdo perfectamente de los primeros días que pasamos en la guardería, cuando Scott, Tommy y Alec se acercaban a ver qué tal nos iba. Tú estabas enfadada con Scott y también un poco con Tommy, pero a Alec siempre lo saludabas. Puede que, después de todo, le concedas cosas a Alec no por lo que lleváis haciendo estas semanas, sino porque es lo que llevas haciendo toda la vida: le sonreías incluso cuando no sonreías a Scott.
                Me quedé callada, con la vista fija en Amoke. Decir que no recordaba los días de parvulario en los que corríamos a las vallas para saludar a mi hermano y sus amigos y yo terminaba agarrándole la mano también a Alec sería simplemente decir mentira. Por supuesto que lo recordaba. Recordaba que él me había cuidado como si fuera mi propio hermano. Que se ponía delante de cualquiera que intentara hacerme daño antes incluso de que a Scott se le presentara la ocasión. Siempre había creído que era porque Alec tenía mejores reflejos que Scott. Ahora ya no lo tenía tan claro. ¿Y si había sido el más rápido en defenderme no porque era el más rápido a secas, sino porque le importaba lo que me pasara, incluso cuando él tenía cinco años y yo sólo tenía dos?
               -Piénsatelo, Saab. Me has dado razones de peso para no estar con él y también excusas baratas para ocultar tu cobardía. Tienes que decidir si te basas en las razones o en las excusas y decidir en consecuencia.
               -No sé cuál puede ser la decisión correcta-murmuré, triste, con los ojos anegados en lágrimas. Momo gimió, se inclinó, me cogió la cara y me dio un beso en el mismo lugar en que antes me había dado una bofetada. Me sentía afortunada de tremenda. No mucha gente tenía alguien capaz de abofetearla o besarla dependiendo de sus necesidades. Momo sabía leerme incluso mejor de lo que yo misma podía.
               -Lo que decidas estará bien. Tú sólo piénsatelo, ¿vale? Y pase lo que pase, Ken, Taïs y yo te apoyaremos. Decidas lo que decidas.
               Me colgué de su cuello y le di un beso en la mejilla.
               -Gracias, Momo. Te quiero un montón.
               -No se dan, Saab-me acarició la espalda y se separó de mí para limpiarme las lágrimas que yo no sabía que me estaban rebosando-. Yo también te quiero. Descansa un poco, ¿quieres? No tienes por qué rectificar ya. Hasta en las tiendas te dan un plazo de 15 días para devolver la ropa que no te guste. Estoy segura de que Alec no tiene ninguna prisa por escuchar su “sí”… si decides dárselo.
               -¿Crees que debería?
               -No voy a meterme en eso. Bastante la hemos liado ya.
               -Momo, por favor. Eres mi mejor amiga. Necesito tu consejo. ¿Qué harías tú en mi lugar?
               Momo parpadeó.
               -¿Si te soy sincera? Es de Alec puñetero Whitelaw de quien estamos hablando. Su reputación le precede y literalmente te has puesto a pensar en él mientras yo te hablaba de Idris Elba. Creo que si un tío merece que corras el riesgo de pegarte la hostia con él, ése es él.
               Me eché a reír.
               -Aunque sospecho que, tratándose de ti, vas a correr, pero no riesgos-me guiñó el ojo y agitó la melena.
               -¿Tantas ganas tienes de que os dé envidia con él?
               -A decir verdad, yo lo que quiero es ver la cara de las perras de último curso cuando vean que las de cuarto empezamos a quitarles a los hombres. Se comportan como si curaran el cáncer-puso los ojos en blanco-. Puede que yo no use una copa D, pero desde luego también sé cómo usar mis tetas.
               -Yo uso una copa D.
               Momo parpadeó.
               -A veces me pregunto por qué coño somos amigas.
               Me eché a reír, tiré de ella para darle un sonoro beso en la mejilla y me despedí de ella con un:
               -Adiós, amiga.
               Momo me sonrió desde la puerta y, finalmente, la cerró suavemente para dejarme sola con mis pensamientos. No sé si lo hizo para que no saliera del leve estado de trance en el que me había metido con sus palabras, para no interrumpir el tren de mis pensamientos o simplemente para evitar que Shasha supiera que ya se marchaba y viniera a mi habitación a sonsacarle partes de nuestra conversación.
               Me tumbé en la cama y alcancé el móvil para meterme en el perfil de Alec. Dicen que tomar una decisión muy importante con respecto a una persona es mucho más sencillo si lo haces sin tenerla delante, pero yo sentía que ya había muchas cosas que había decidido sin apenas tenerle en cuenta a él. Rodé hasta colocarme sobre un costado y me tapé con las mantas, estudiando las sonrisas que plagaban su cuenta de Instagram, todas con un corazón rojo debajo del final de la foto que indicaba que yo había pasado por allí para admirar lo guapo que se ponía.
               Me detuve en una de las pocas fotos en las que salía en solitario y sin presumir de su impresionante físico: estaba riéndose de algo que seguro que no había sido tan gracioso, pero que le había llegado al fondo del corazón, mientras miraba a alguien que tenía a su derecha. A todas luces, aquella foto había sido tomada por otra persona, y a Alec le había gustado tanto que se había animado a colgarla. Parecía realmente feliz, despreocupado y libre, todas cualidades que yo adoraba de él. Especialmente la primera.
               Acaricié la pantalla siguiendo la línea ligeramente borrosa por el movimiento de su mandíbula, sopesando los pros y los contras de cambiar la respuesta a la pregunta que él me había hecho esa mañana. Todos los pros tenían tanto peso que deberían haber mandado los contras catapultados por encima del eje de la balanza en que se depositaran.
               Además, a ellos había que sumarle una nueva ventaja: Momo me había dicho, básicamente, que tenía que decirle a Alec que sí. Me había hecho ver que el que lleváramos poco tiempo juntos no implicaba que no tuviéramos historia, y que el sentirnos atraídos el uno por el otro no era nuevo y tampoco algo tan irracional como me habían hecho pensar la noche anterior. Alec me había llamado la atención incluso antes de que a mí me llamara la atención nadie fuera de mi familia, Alec me había protegido antes incluso de que yo supiera que necesitaba protección.
               Que sintiéramos lo que sentíamos el uno por el otro simplemente era el siguiente paso natural de nuestra relación. Mi infancia había sentado las bases de lo que ahora teníamos; que mi rebelde preadolescencia se hubiera dedicado a agrietar las paredes y derribar las columnas no implicaba que Alec y yo hubiéramos empezado de cero. No lo habíamos hecho. Es más, diría que incluso tenía más mérito y lo nuestro se merecía más oportunidades precisamente por el mero hecho de que habíamos tenido un pasado que habíamos logrado superar.
               Se me formó un nudo en el estómago. Que Amoke me hubiera animado de forma más o menos velada a estar con Alec hacía que todo cobrara un nuevo sentido. Era como si hasta ese momento hubiera visto el mundo a través de una cerradura, y ahora se hubiera abierto la puerta y pudiera entrar en él.
               Lo único que ese mundo era mucho más caótico de lo que había creído en un principio. Desde mi posición con sólo una pequeña porción de visibilidad, veía luces y sombras, colores y tonos de gris, y había llegado a la nada irracional conclusión de que estaba asistiendo a una película con varios formatos diferentes a medida que avanzaba el metraje. Dentro del mundo, sin embargo, todo era radicalmente diferente. Las sombras se convertían en ondulaciones del espacio; los colores, en ilusiones ópticas, y el movimiento eran simplemente mezclas de colores aleatorios que daban la sensación de movilidad cuando en realidad todo estaba estático. No había blanco, negro ni gris, y aun así todo estaba en blanco, negro, y gris, porque mis ojos eran incapaces de procesar toda aquella explosión de color.
               Amoke creía que yo debía empezar a salir en serio con Alec. Lo creía y lo quería, y yo… yo quería serlo, pero a la vez nada me aterrorizaba más.
               No me sentía digna de él a pesar de que ella me había jurado y perjurado que yo no era digna de nadie porque todavía no había nacido persona que estuviera a mi altura. No creía que Alec se mereciera que yo empezara a salir con él como quien camina lentamente por la orilla de la playa, esquivando las olas mientras se arma de valor para hundir el pulgar en el agua y descubrir la temperatura del mar. Alec se merecía que me entregara a él sin reservas, y yo no podía hacer eso entonces.
               Quería decirle que sí, pero quería darle el sí que él se merecía: un sí sin fisuras, sin miramientos, sin vacilación. El sí con el que respondería a la pregunta de si le quería. El sí con el que respondería a la pregunta de si me veía pasando mi vida con él. El sí con el que respondería a la pregunta de si confiaba en él.
               Pero no podía utilizar ese sí rotundo si me preguntaban si nuestra relación no tendría baches. Los tendría, como todas las relaciones. Yo lo sabía, y Alec también. Entre nosotros había una diferencia: él los consideraba baches, porque era más alto que yo. Yo era más pequeña, y los veía más bien como montañas.
               No estaba segura de si sería capaz de escalar esas montañas.
               Dios. Estaba hecha un verdadero lío, me sentía sucia y mezquina por todo lo que estaba pensando. No sabía dónde había ido la noche anterior y era normal que no me fiara del todo de él, me decía, pero al minuto siguiente me horrorizaba la sola idea de que yo estuviera desconfiando de su palabra. No dudaría de él, mantendría sus promesas.
               ¿Seguro?
               Sí.
               ¿Seguro?
               Sí.
               ¿Seguro?
               … ¿sí?
               ¿Seguro?
               No lo sé.
               Me incorporé de un brinco y me quedé sentada en la cama, con el móvil bloqueado a mi lado y la mente llena de imágenes de Alec pasándoselo bien y susurrándoles al oído las mismas promesas que me hacía a mí a un millón de chicas diferentes. No era mi Alec, yo lo sabía. Pero él bailaba con otras, se iba de fiesta con otras, se acostaba con otras. ¿Realmente estaba reaccionando de una forma tan ilógica como trataba de hacerme creer?
               Miré mi reflejo en la pantalla de mi móvil. No había recibido ningún mensaje suyo desde que se marchó. Tanto silencio me inquietaba, aunque sabía que no podía culparlo. Le daría todo el espacio que él necesitara para sopesar de verdad lo que quería hacer con nosotros a partir de ahora: dado que habíamos puesto las cartas sobre la mesa y habíamos descubierto que la jugada que cada uno planeaba era imposible, era momento de una retirada para pensar en la siguiente estrategia.
               Me había prometido que no nos separaríamos y que todo sería igual, pero de la misma forma en que Momo me había dicho que yo tenía todo el derecho del mundo a cambiar de opinión y darle una respuesta diferente, Alec también tenía ese derecho a decidir que prefería alejarse de mí. Y yo no lo culparía.
               Me dolería muchísimo, sí. Pero no podría culparle. Me lo había buscado yo solita, me había metido derechita en la boca del lobo sin preocupación ninguna por dónde estaba entrando.
               Así que actué como actúan todas las chicas de 14 años que se meten en la boca del lobo y no saben salir: saqué los pies de mi cama y me fui al salón, con la intención de acurrucarme en el pecho de mi padre y hacer que él me diera mimos hasta que se me pasaran todos los males. Había pocos sitios en los que estuviera tan segura de las amenazas de fuera como de las de mi interior, y uno de ellos eran los brazos de papá, aquel pecho en el que me había acurrucado desde que era un bebé y cuyos latidos me tranquilizaban. Sabía que mientras ese corazón latiera yo encontraría un amor que me curase todas las penas, y que dentro de aquellos costados tenía un hogar y un refugio.
               Bueno, pues ahora necesitaba desesperadamente ese refugio.
               Abrí la puerta de mi habitación y bajé las escaleras a toda velocidad, hasta el punto de que casi se me sale una zapatilla y tuve que agarrarme a la barandilla para no caer rodando. Shasha estaba sentada en uno de los sillones del salón, con los auriculares puestos, toqueteando la pantalla del iPad de mamá mientras ella dormitaba en el sofá como siempre solía hacerlo papá en época de exámenes. Se incorporó al escuchar el estruendo y Shasha levantó la mirada, alertada más por mamá que por el ruido que había hecho yo al tropezar. No había rastro de Duna, ni tampoco de Scott.
               Ni de papá.
               -¿Estás bien, pequeña?-preguntó mi madre, y yo asentí con la cabeza, bajando con cuidado el último escalón.
               -¿Dónde está papá?
               -En el estudio. Le han mandado una demo de una de las canciones que terminó en Bradford. ¿Por qué? ¿Necesitas algo?
               Mamá se incorporó hasta quedarse sentada mientras Shasha me miraba por debajo de sus cejas, preparándose para la lluvia de lágrimas que se avecinaba. Pero yo no me eché a llorar. Ya no estaba tan destrozada como mi hermana me había visto: hablar con ella y con Momo había contribuido a tranquilizarme bastante.
               Me crucé de brazos y me abracé a mí misma, rodeándome la cintura con las manos de la misma forma en que lo hacía Alec cuando se ponía detrás de mí y contemplábamos lo mismo. Era como si nuestros cuerpos tuvieran que estar alineados cuando nuestras miradas lo estaban también, como si no pudiéramos tener una conexión ligera, sino completa. Intenté apartarlo de mis pensamientos y eso solo consiguió que los dominara aún más. Mamá palmeó el sofá a su lado y yo me acerqué a ella, vacilante.
               -¿Nena?
               -Es que… no importa.
               -Sí que importa. Acabas de bajar las escaleras como un caballo garañón. La última vez que vi a alguien bajar tan rápido, fue en El rey león, aunque por suerte a ti no te ha pasado nada.
               Mamá esperó a que yo me echara a reír y dijera que me servía ella perfectamente, pero no era el caso. Mamá era la sabia, la de los conejos perfectos y los mimos que me curaban todos los males, pero papá representaba la tranquilidad, el espacio seguro en el que yo podía disfrutar de la independencia mental que necesitaba para poder tomar mi decisión.
               -¿Qué tienes?
               -Necesitaba a papá. Pero si no está… no pasa nada. Puedo esperar.
               Shasha alzó una ceja y sacudió la cabeza mínimamente, y yo contuve las ganas de encogerme de hombros y preguntarle si pretendía que llamara a papá para decirle que necesitaba acurrucarme sobre su pecho. Como si él fuera a venir.
               Aunque, ahora que lo pienso… a papá le encantaba que yo me acurrucara en su pecho. Había veces que incluso me lo pedía él.
               Dios mío, qué don tienen los padres para ser inoportunos. Los míos nunca habían entrado en mi habitación mientras me masturbaba o estaba con otra persona, pero sí que se ausentaban en el momento más crítico.
               Mamá chasqueó la lengua y se estiró para coger su teléfono.
               -No vas a esperar. Le pediremos que venga.
               -Mamá, está ocupado, no hace falta que…
               Mamá se giró lentamente. Respetaba la vocación de papá más incluso de lo que lo hacían muchas esposas de artistas. Jamás le había reprochado que tuviera que marcharse y dejarla sola a horas intempestivas o cuando la cama todavía no se hubiese calentado del todo, simplemente porque las musas le llamaban. Sabía que había muchas parejas de artistas que no soportaban la irregularidad de los horarios, pero mamá siempre había tenido muy presente cuáles eran las prioridades temporales de papá: a ella la tendría siempre, disponible a todas horas, que para algo era su esposa y ella siempre estaría ahí para él; en cambio, la inspiración iba y venía, y papá era esclavo del capricho de las notas que empezaran a sonar en su cabeza.
               Claro que todo eso se iba al traste cuando quien se quedaba esperando era alguno de sus hijos. Entonces, todo cambiaba. La música pasaba a un segundo plano y se convertía en una afición muy rentable, pero nosotros, Scott, Shasha, Duna y yo éramos la obligación. El trabajo.
               -Me da igual que sea Zayn solamente con mayúsculas, Zayn Malik, o Zayn el de One Direction. Es tu padre. Por muchas que le llamen Zaddy, las únicas que tenéis verdadero derecho a hacerlo sois las que estáis en esta habitación-hizo un gesto con la cabeza en dirección a Shasha y a mí, y yo me mordisqueé el labio. No debería, pero me apetecía muchísimo que mamá llamara a papá y consiguiera que viniera.
               Marcó el número de memoria y se quedó mirando un momento la pantalla antes de tocar el botón verde por fin. Se llevó el teléfono a la oreja, pero luego se lo pensó mejor, lo colocó encima de la mesa y activó la opción de manos libres. Nos miró a Shasha y a mí con una sonrisa maliciosa en la boca.
               -¿Qué os apostáis a que consigo traerlo en diez minutos?
               -El estudio está a media hora-le recordó Shasha, que se había quitado un auricular del oído. 
               -Veinte minutos, como mínimo, sin tráfico-aduje yo, sentándome al lado de mamá. Su sonrisa se amplió.
               -Cómo se nota que no estáis casadas…-ronroneó, y se sentó con la espalda recta cuando se escuchó la voz de mi padre al otro lado de la línea.
               -¿Sherezade? ¿Qué pasa? Te dije que me iba al estudio, si querías que comprase algo, sólo tenías que enviarme un mensaje y lo leería antes de subirme al coch…
               -Zayn-ronroneó mamá, cruzando las piernas, y tanto Shasha como yo nos la quedamos mirando. Había empleado un tono sexy que me habría puesto cachonda incluso a mí.
               Papá se quedó un momento en silencio.
               -¿Qué?-preguntó en tono mucho más suave, sin rastro de la molestia que empañaba su voz cuando cogió el teléfono.
               -Es que… estaba aburrida, escuchando el primer disco de Icarus Falls, y… estoy sola en casa.
               Papá estuvo tanto tiempo callado que pensé que se había cortado la llamada.
               -Y quieres que vaya-constató casi sin aliento, y Shasha y yo contuvimos una carcajada. Mamá asintió con la cabeza, se mordisqueó el labio y jadeó.
               -Es que… ¿te he dicho alguna vez que eres un puto artista? Madre mía. Menudos discos haces, cariño. Mi deporte favorito es ser tu esposa.
               -Vale, termino con la demo que me están poniendo ahora y...-musitó papá, no muy convencido.
               Y entonces mamá decidió soltar la bomba.
               -Estoy desnuda.
               No era verdad. Tenía puesta una sudadera vieja de papá y el pelo revuelto por la siesta bien merecida, unos pantalones de chándal que juraría que le había quitado a Scott antes de que pudiera hacerlo yo, y los pies enredados en una manta. Pero, claro, eso papá no lo sabía.
               Había hablado en un tono tremendamente sensual, provocativo, que hacía que fuera imposible no imaginársela sin nada de ropa tumbada en su cama, sólo cubierta por los acordes del primer disco que papá había sacado siendo padre y ya conociendo las mieles de su cuerpo. Como para que él no quisiera venir corriendo a poseerla mientras sonaban las canciones que había compuesto inspirándose en ella.
               -Salgo ya.
               -Vale-respondió mamá, relamiéndose los labios y conteniendo una sonrisa, pero papá ya había colgado el teléfono y puede que incluso hubiera saltado por la ventana para llegar antes al coche. Cuando escuchamos los pitidos que indicaban que la llamada había concluido, nos echamos a reír.
               -¡Eres mala, mamá!
               -Se lo tiene bien merecido-sentenció ella, cruzando las piernas y reclinándose en el sofá-. ¡Me obliga a tolerar que se magree con modelos ligeritas de ropa en sus videoclips!
               -Lo hace porque tú no quieres salir con él-le recordé, muerta de risa, y mamá alzó una ceja.
               -¡Por supuesto que no quiero salir con él en sus vídeos! ¿Sois conscientes de lo que podemos llegar a hacer vuestro padre y yo cuando nos tocamos como él lo hace con esas chicas? Soy feminista: quiero abolir el porno, no protagonizar la película más picante que se haya hecho nunca. Además… si saliera en sus vídeos, él no llamaría a otras mujeres, y yo no tendría nada que echarle en cara-añadió, entrando en la aplicación de correos electrónicos. Shasha sacudió la cabeza.
               -De mayor quiero ser como tú, mamá.
               -Con que no te cases con un cantante, me doy por satisfecha-mamá agitó la mano-. Es imposible enfadarse con ellos cuando componen canciones tan preciosas como Natural inspirándose en ti.
               -¿Cómo sabes que Natural va sobre ti, mami?-me acurruqué a su lado y me pasé su brazo sobre los hombros, ganándome una caricia con su pulgar.
               -Me he visto desnuda. Tu padre no es el único que sabe apreciar este cuerpo.
               -¡Bueno!-Shasha se echó a reír-. ¡Cualquiera diría que tienes admiradores secretos haciendo cola en la puerta, mamá!
               -Me parece ofensivo que no los tenga, la verdad-respondió ella, mirándose las uñas con aburrimiento-. Deberían estar haciendo cola ahora mismo, con el frío que hace y la tormenta de nieve que hay anunciada.
               -Eres cruel, ¿no crees, mamá? Estaremos a… cinco grados, o así.
               -Nenita-mamá me dio una palmada en la rodilla-, si supieras las cosas que hacían los hombres por mí antes de que yo conociera a vuestro padre… cualquier hombre pasaría por lo que fuera con tal de metérmela-espetó, y Shasha y yo soltamos una risotada-. Y no les culpo. ¿Habéis visto lo buena que estoy? Quiero decir… sin esta ropa, claro. Tengo que decir que desnuda gano mucho. Es más, me dan ganas de echarme un polvo a mí misma cuando me miro en el espejo cada vez que salgo de la ducha.
               -Vale, sí, eres bastante guapa-concedí, sacándole la lengua, y mamá abrió la boca.
               -¡A mí no me insultes, nena! ¿“Guapa”? Tu padre va a entrar por esa puerta-señaló la que daba al garaje- en diez minutos. Si yo fuera sólo “guapa” no llegaría tan pronto.
               -Está enamorado de ti.
               -Y yo de él. Pero las cosas como son: va a venir corriendo porque quiere echarme un polvazo. Y quiere hacerlo porque estoy más buena que el pan. Los jóvenes seguís diciendo eso, ¿no? Más buena que el pan-lo repitió para asegurarse de que le sonaba bien, y Shash y yo nos reímos-. Bueeno-musitó mamá, dándome un beso en la sien-. Ahora que tu padre ya está viniendo, ¿puedo saber qué dote especial tiene él que no tenga yo?
               -Puede cantar-arguyó Shasha, y mamá la miró.
               -Yo también.
               -Ya, pero la gente paga para escuchar a papá cantar, mamá. A ti te pagarían para que te callaras.
               Mamá parpadeó.
               -Me da la impresión de que alguien va a quedarse sin paga el año que viene.
               Shasha sonrió por lo bajo y se colocó los auriculares de nuevo, en parte para darnos intimidad a mamá y a mí y en parte porque ya sabía lo que le iba a decir.
               -Necesito mimos-respondí, y mamá me dio un achuchón y se balanceó conmigo hasta arrancarme una sonrisa-. Pero no este tipo de mimos.
               -Ya sé. Quieres que papá te haga de cama. No puedo culparte, la verdad. Tiene un pecho muy cómodo. Una de las cosas que más me gustaba cuando me quedaba embarazada era tumbarme sobre su pecho y escuchar los latidos de su corazón. Bueno, y los masajes de pies. Los echo de menos. Quizá sea hora de intentar aumentar la familia-bromeó, tamborileando con los dedos en la mandíbula, y yo me acurruqué sobre su pecho.
               -Tengo demasiadas cosas en la cabeza, y papá es el único que puede hacer que deje de darle un millón de vueltas a las cosas.
               -¿Qué es eso que tan pensativa te tiene?
               -Alec me ha pedido que salgamos.
               -Ya habéis salido más veces.
               -Me refiero a ser su novia, mamá-puse los ojos en blanco y ella asintió con la cabeza, acariciándome la raíz del pelo.
               -Lo sé, pequeña. Sólo estaba tomándote un poco este pelo precioso que tienes-me alabó, porque aquel era su método para hacerme feliz. Me hacía cumplidos y yo me sentía más valiosa y bonita, y todo se me hacía un poco más llevadero-. De momento, lo que me estás contando es una buena noticia pero, dado que necesitas que venga tu padre a darte mimitos, sospecho que no me he enterado todavía de toda la película.
               -Le he rechazado.
               Mamá siguió acariciándome el pelo como si no hubiera hablado. No parecía en absoluto sorprendida por lo que acababa de decirle.
               -¿Quieres que hablemos de eso o de otra cosa?-dijo por fin, sus dedos masajeándome el cuero cabelludo de tal forma que pensé que podría dormirme. Shasha me miraba de reojo de vez en cuando, comprobando que estaba bien-. Quizá yo pueda hacer que dejes de darle vueltas girándolo en la dirección contraria.
               Alcé la vista y me la quedé mirando. Sus ojos marrones con motitas verdes y doradas, que había heredado Scott. La forma de su nariz, que había heredado Duna. Los mechones azabache que le caían sobre la cara, que Shasha había obtenido. Su ardor a la hora de querer y cuidar de los suyos, que quería pensar que había heredado yo. Su templanza para tratar a sus hijos y a su marido.
               Puede que papá pudiera hacer que no escuchara las voces que me gritaban en mi cabeza, pero mamá también tenía el poder de hacerlas callar.
               -Quiero saber qué opinas tú.
               -No tengo opinión. Yo te apoyaré en lo que hagas siempre. Soy tu madre-me recordó, abrazándome con cariño.
               -Aun así… me gustaría escucharla. Algo tendrás que pensar. Necesito tu consejo, mamá.
               Mamá me miró un momento, estudiando mis facciones. Me pasó los dedos por el rostro como si fuera el de una estatua en el que lleva trabajando toda la vida, y al que le quita el polvo después de haberlo terminado. Me dedicó una dulce sonrisa y me besó la punta de la nariz.
               -Creo que eso podré hacerlo. Al fin y al cabo, por eso me pagan-me guiñó un ojo-. Pero para eso, necesito pedirte lo que les pido a mis clientes. Cuéntame tu caso.
               -¿Vas a cobrarme?
               -La tarifa estándar-se burló-. Mil la hora.
               -¡Mamá! ¡Que soy estudiante!
               -No he dicho qué-replicó, dándome un mordisquito en la sien-. Te cobraré en besos.
               Me eché a reír y le planté un sonoro beso en la mejilla, y tras decir ella a mi hermana que se quitara los cascos para escuchar nuestra conversación, porque también podía aprender algo, empecé a contarle todo lo que había pasado esa mañana, omitiendo por supuesto el tema del piercing. Cuando llegué a la parte en la que Alec me pedía y yo le rechazaba, mamá parpadeó despacio y asintió con la cabeza. Seguí contándole lo que habíamos hablado después de que nos calmáramos un poco, y finalmente llegué a la promesa que nos habíamos hecho de que nada de eso que acababa de pasarnos cambiaría nuestra relación, pero yo temía que en el fondo rompiéramos nuestra promesa aunque fuera sin quererlo.
               Me quedé en silencio unos instantes, dejando que mamá asimilara toda la información que acababa de proporcionarle. Echó un vistazo a mi hermana, como dándole pie a que Shasha dijera algo, pero como ella se quedó callada, finalmente formuló la primera pregunta que le rondaba la cabeza.
               -Me has dicho varias veces a lo largo de tu explicación que le quieres, y que él te hace feliz. Ya hemos hablado de tus sentimientos con respecto a él en otras ocasiones, y parecías bastante más ilusionada con lo que te estaba pasando de lo que estás ahora. Cuando nos marchamos a Bradford estabas muy entusiasmada con la tarde que habíais compartido. Estoy segura de que le habrías dicho que sí de calle, pero ahora… Casi pareces abatida por estar sintiendo por él lo que sientes. ¿Qué ha cambiado?
               ­­¿Qué ha cambiado?
               Puede que no hubiera cambiado nada en mí. Puede que mis miedos estuvieran ahí y yo hubiera decidido ignorarlos, o no hubiera podido verlos hasta que alguien me los señaló, como una minúscula imperfección en una foto que no aprecias hasta que te dicen que está ahí. No quería pensar en Alec como una especie de ilusión óptica, pero visto cómo me había puesto con él y cómo se habían puesto las chicas, en especial Kendra y Taïssa, había una parte de mí que se empeñaba en buscarle unos defectos que yo había dejado de verle desde que empecé a verme con él. No es oro todo lo que reluce, y yo lo había sabido a lo largo de mi vida.
               O puede que absolutamente todo hubiera cambiado y ya nada fuera igual. Puede que había depositado en él demasiada confianza, o lo hubiera hecho de forma demasiado temprana. Puede que estuviera yendo más rápido de lo que él podía y quería, esperando que cambiara de forma radical su vida como él había cambiado la vida por el mero hecho de que yo deseaba ser la única. Me sentiría especial siendo la única de Alec, porque él nunca había tenido una única.
               -Es que… hay un vídeo.
               Mamá asintió con la cabeza, invitándome a continuar, y yo le expliqué que habíamos quedado en vernos por la noche, pero que por casualidades del destino que a mí empezaban a no parecerme tales, finalmente no habíamos podido encontrarnos. Él me había enviado mensajes borracho, eso sí, y me había encantado que tuviera el detalle de decirme que se acordaba de mí (aunque fuera en un tono un poco demasiado picante para estar hablándolo con mi madre), pero luego había cometido el error de enviarme un vídeo en el que yo no podía embobarme lo suficiente con lo guapo que era y lo bien que sonaba su voz como para no ver la marca de pintalabios que le adornaba la comisura del labio.
               Le mostré el vídeo a mamá y Shasha se inclinó sobre su hombro para echar un vistazo a la pantalla del teléfono. Mientras Alec hablaba, ellas lo estudiaban con el ceño fruncido en un gesto de concentración. Cerré las manos hasta clavarme las uñas en la palma, tan fuerte que me sorprendió no hacerme sangre.
               Finalmente, cuando el vídeo terminó y empezó a reproducirse en silencio, mamá me tendió el móvil y Shasha se sentó sobre sus nalgas. Se mordisqueó el labio mientras reflexionaba, puede que replanteándose sus opiniones con respecto a Alec de la misma forma en que lo había hecho yo.
               -¿Y ese vídeo ha sido lo que ha hecho que le digas que no?
               -Sí y no, mamá. Es… no sé. Supongo que ha sido la gota que colmó el vaso-me senté sobre un pie y me agarré la rodilla, mientras tamborileaba en el suelo con el otro pie, haciendo ritmos casi tribales. Sabía que tenía que hablar de eso con alguien, pero no me gustaba exteriorizar mis dudas de aquella forma tan visceral. Si ya me sentía una traidora por pensar tan mal de Alec después de que él sólo me hubiera dado un motivo para desconfiar, y doscientos para fiarme de él, decirlo en voz alta era pasar al siguiente nivel-. Hablar con mis amigas me ha abierto un poco los ojos. Puede que tengan razón y él no sea tan bueno como yo pienso. ¿Tiene sentido?
               -Es cierto que al principio de las relaciones te parece que la otra persona es perfecta y que no hace nada mal, y que con el tiempo esa sensación va desapareciendo a medida que todo se asienta, pero si te soy sincera, mi amor, creo que tú siempre has sido lo bastante crítica con Alec como para fiarte de tus impresiones con respecto a él. No necesitabas que tus amigas te señalaran sus defectos: tú los veías de sobra.
               -Ya, pero no me molestaban. Es más, es que lo que más me ha dolido de hablar con mis amigas y descubrir su opinión de él no es que me recordaran su pasado: lo conozco perfectamente. Fue saber que ellas piensan que yo estoy siendo un poco demasiado crédula. Y yo al principio no creí que lo estuviera siendo. Pero, después de ver el vídeo…
               -Pero a ver, Saab-intervino Shasha-. No creo que puedas juzgar todo lo que sientes por una persona por un vídeo de poco más de medio minuto.
               -Es que no es el vídeo solamente lo que me molesta. Es el vídeo y su contexto. Ahora me ha hecho pensar que no es sincero. Ayer estuvo de fiesta, vale, y yo eso lo respeto, pero nos prometimos sinceridad, y cuando yo le pregunté si había estado con alguna chica, me dijo que no.
               -Y tú no te lo crees-constató mamá.
               -Quiero creérmelo, mamá, pero no soy tonta. Le pedí que me dijera dónde había estado y me dijo que no podía contármelo. Le dije que creía que había estado con otra chica y él ni siquiera intentó inventarse alguna excusa. No me quería decir qué hizo anoche. No me quería decir nada.
               Mamá se frotó las manos un segundo, pensativa.
               -Es… raro. Te lo compro.
               -¿Y sabéis qué es lo peor? Que yo se lo habría perdonado, si hubiera estado con otra. Estaba un poco borracho, llevamos mucho tiempo sin hacer nada, y… bueno, es Alec-me aparté un mechón de pelo de la cara-. Necesita follar, y me ha dicho que lleva bastante tiempo sin hacerlo. La cabra tira al monte, ya sabéis. Pero lo que no puedo perdonarle es que me mienta. Le quiero muchísimo, estoy enamorada de él, pero no me parece justo iniciar nada con una persona en la que yo no confío plenamente.
               Mamá se reclinó en el sofá, meditabunda, y Shasha se mordió el labio y la miró. Las dos hermanas esperamos a que nuestra madre llegara a una conclusión y decidiera compartirla con nosotras, como efectivamente hizo.
               -Sé sincera, Sabrae: ¿tú lo piensas en el fondo de tu corazón?
               -¿El qué?
               -Que te está mintiendo.
               -Bueno, mamá, no ha querido decirme…
               -Olvídate de que no haya querido decirte dónde estaba. Te dijo que no había hecho nada con ninguna chica. ¿Tú le crees?
               -En el vídeo se ve…
               -En el vídeo se le ve con marcas de pintalabios en las comisuras de la boca. Ni siquiera yo conseguiría que un juez dictara un veredicto diciendo que estuvo con una chica. Podría haberse hecho esas marcas por mil y una razones. Si las tuviera en la boca… por supuesto, tendrías todo el derecho del mundo a enfadarte y pedirle explicaciones, pero, nena… no es la primera vez que yo misma os dejo marcas incluso más cerca de la boca a vosotros cuando me despido porque voy a salir con vuestro padre por la noche y quiero que os portéis bien.
               Miré el vídeo que se reproducía en la pantalla oscurecida. Alec sonreía y hablaba a la cámara como si fuera un actor de una película indie en el que los planos demasiado cercanos son la seña de identidad del director. No parecía arrepentido de nada que hubiera hecho, y yo creía que si lo que teníamos le importaba algo, se habría sentido mal si me hubiera traicionado como yo me empeñaba a pensar.
               Había dos opciones: Alec no había hecho nada y lo del pintalabios era una desafortunada casualidad…
               O era el mejor mentiroso del mundo. Llevaría meses hablando conmigo a horas intempestivas para construir mejor su engaño, me miraría a los ojos y disimularía a la perfección que no pensaba lo que me decía… Lo tuyo es muy fuerte, Sabrae, te digo que te quiero y que me estoy enamorando de ti, y con la única copla que te quedas es con que lo he descubierto estando con otra. Si aquello tampoco era sincero, era una interpretación digna de Oscar.
               Y entonces lo supe: cuando las mentiras parecen demasiado perfectas, cuando las actuaciones son tan desgarradoras, es porque no son mentiras ni actuaciones. Son verdad. Son espontaneidad.
               No sabía que había hecho anoche, pero Alec me había dicho que no había hecho nada con Chrissy y yo le creía.
               Había rechazado al chico del que estaba enamorada, y que también estaba enamorado de mí, por mi estúpido orgullo herido y mi necedad a la hora de escuchar otras voces que no fueran las de mi corazón.
               -Mi niña-continuó mamá, y yo contuve un brinco y la miré. Mi gran revelación me había arrancado de la realidad como quien arranca unas flores preciosas del campo-, a mí me parece que ha sido muy sabio lo que has hecho.
               -¿Qué?
               -Me refiero a ser sincera con él, explicarle lo que hay y no iniciar nada aún. Es doloroso, evidentemente, pero no me parece sabio iniciar algo con alguien si no estás cien por cien segura de eso en lo que te embarcas. Aunque yo personalmente creo que Alec te está siendo sincero y lo que te promete es de verdad. Pero eso tienes que pensarlo tú. Ver si decides creerle o por el contrario te crees a ti misma, y decidir. Aunque también te digo que, si prefieres ser prudente y no tener algo con él, y luego vas a sufrir más que por no tenerlo, te merece más la pena arriesgarte. Soy tu madre, así que te diré que hagas lo que más feliz te haga, o por lo menos lo que menos te haga sufrir, y si estar con él va a ser doloroso porque tengas dudas, no estés. Pero si estar juntos va a ser menos doloroso que no estarlo, te diría que te lanzaras a la piscina-miré a Shasha y ella asintió con la cabeza, sonriendo con timidez, como si pensara lo mismo que mamá-. Lo único que te diré es que te hagas un favor a ti misma y no seas terca como una mula. Hay veces que nos dejamos llevar por nuestro ego y queremos tener la razón hasta el último aliento, y lo único que hemos hecho es malgastar nuestra vida. No tengas miedo a rectificar jamás, ¿me has oído? Rectificar es de sabios, mi pequeña-me cogió la cara entre las manos y me acarició las mejillas con los pulgares-, y tú eres muy sabia. No seas como yo, que me pasé meses convenciéndome de que no debía enamorarme del hombre cuyo hijo llevaba en mi vientre sólo porque me decía que él no era como parecía, que era todo un espejismo. Todo el mundo decía que Zayn no era bueno y que trataba a las mujeres casi como si fueran de usar y tirar, así que yo me convencí a mí misma de que sólo estaba siendo bueno conmigo porque yo era un reto que le gustaba. Supongo que ya sabrás de qué me arrepiento más de los meses en que estuve embarazada de Scott, ¿no?
               -¿De desconfiar de papá?
               -De decirme que quería meterse en mi cama para después meterse entre mis piernas, cuando lo único que él quería era despertarse junto a mí. Lo único que lamento de esos meses es de no haber dormido con él desde el primer día.
               Mamá levantó la mirada cuando un coche se detuvo en el camino de la entrada, y sonrió levemente, puede que recordando esa época en la que tenía un puñadito de años menos y muchísimas menos responsabilidades con cierto cariño, el que sólo te puede dar la nostalgia de tu propia estupidez.
               -Alec no es papá-medité, porque papá no me haría daño ni sin pretenderlo. No podía. Alec, sí.
               -No-sonrió mamá, escuchando los pasos de papá en el exterior-. Alec no es papá. Nadie es como papá. Por lo menos, para mí. Pero hay un pequeño problema: que tú me estás hablando de tu padre, y yo te estoy hablando de mi marido. No son la misma persona. Por mucho que sean el mismo cuerpo y el mismo alma, no son la misma persona. Por eso tus amigas no están equivocadas, ni tampoco lo estás tú: Alec no es el mismo para ti que para tu hermano. Aunque estéis todos en la misma habitación a la vez, veréis cosas diferentes. Y eso no es malo-me acarició la espalda con las uñas muy despacio-. Con el tiempo lo descubrirás.
               Me besó la frente y se giró para mirar el vestíbulo, en el que apareció un papá muy apresurado. Prácticamente jadeaba, lo cual me hizo sentir algo de pena por él. Venía con la esperanza de echar un polvo increíble con mamá, y lo único que iba a hacer era tumbarse en el sofá y dejar que yo lo convirtiera en mi colchón privado.
               No se merecía esto. Papá era buena persona.
               Se detuvo en seco al vernos a Shasha y a mí al lado de mamá, y estaba tan sorprendido que ni siquiera pudo disimular su decepción.
               -¡Hola!-festejó mamá, levantándose y yendo a darle un beso en la mejilla. Papá se la quedó mirando sin saber muy bien qué hacer.
               -Creí que estabas sola.
               -Sí, bueno, verás: te mentí. Ni estaba escuchando el disco, ni estaba sola.
               -¿Y tampoco estabas desnuda?-prácticamente gimió mi padre, y mamá se echó a reír y negó con la cabeza.
               -¿Y qué iba a hacer yo desnuda con las niñas, Zayn?
               -¿Y yo que sé, Sherezade? Podrías darles alguna clase de sexología o algo por el estilo. ¿Para qué coño me has llamado, entonces? ¿Es que estabas aburrida y ya? ¡Estaba trabajando, tía! ¿Te incordio yo cuando estás con algún caso?
               -Te he llamado porque tu hija-me señaló con el dedo índice y papá me miró- te necesita.
               Papá siguió estudiándome, entrecerró los ojos, y volvió los ojos a mamá.
               -¿Y era necesario que me pusieras cachondo como un mono? ¿O simplemente ha sido por diversión? Joder, Sherezade, que casi entro en casa con los pantalones por los tobillos. Me cago en tu vida, chavala, el calentón que me has hecho coger en un momento, Dios-se frotó la cara y negó con la cabeza-. Madre mía, no sé qué hago casado contigo, si es que no me das más que disgustos.
               -Venga, machote, que luego follamos-mamá le dio una palmada en la espalda y se colocó una mano en la cadera. Papá abrió las manos tras las que había ocultado su rostro y se la quedó mirando.
               -No-protestó-. Ahora, el que no quiere follar soy yo.
               -¿Que no qué? ¿Estás seguro?
               -Fijísimo, vamos. Estoy de que me torees hasta los cojones, Sherezade.
               -Que te crees que me vas a rechazar un polvo, Zayn. Te enseño las teas y te tengo espatarrado en la cama en dos segundos.
               Papá alzó las cejas.
               -¿Cuántos años te piensas que tengo? ¿Quince?
               Mamá arqueó una ceja, se echó a reír con cinismo y se desabrochó la chaqueta. Papá abrió muchísimo los ojos y le agarró la parte baja de la camiseta para que no pudiera levantársela.
               -Para, Sher. Para, ¡PARA! Que están las niñas delante, coño. Estate quieta.
               Mamá sonrió, se soltó la camiseta, cogió a papá de la mandíbula y, apretándole los carrillos, le dio un beso en la boca.
               -Te quiero, esposo mío.
               -Sí, ya. Tú lo que quieres es ser la viuda más cotizada de Inglaterra.
               -El negro me sienta muy bien, pero tenerte a ti encima me sienta mejor-ronroneó, y Shasha y yo nos echamos a reír.
               -Sher, ya estoy en casa-papá le dio una palmada en el culo y mamá sonrió-. No tienes que seducirme más.
               -Pero es divertido.
               -Mi hija me necesita.
               Mamá hizo un puchero.
               -Puede, pero la que te llamó fui yo.
               -No haberlo hecho.
               -¡Sabrae necesitaba que vinieras pronto!
               -¿Y se te ocurrió que vendría más rápido si me decías que estabas desnuda?
               -¿Es que no lo harías?
               Papá alzó una ceja y le dedicó una media sonrisa.
               -Es mi hija. Mi prioridad.
               Mamá se apartó de él de un empujón.
               -Esas tenemos, ¿eh? Muy bien. Si tú tienes tan claras tus prioridades, es hora de que yo reordene las mías. Si me disculpas, estaré cargando mi colección de vibradores-soltó, subiéndose la cremallera de la chaqueta y echando a andar hacia las escaleras.
               -Buena suerte con eso-rió papá, dándole un beso a Shasha en la cabeza y saltando el sofá para sentarse a mi lado y atraerme hacia él.
               -¿No me crees capaz?
               -Me gustaría ver cómo te apañas para cargarlos cuando les he quitado la batería a todos.
               Mamá apretó los puños.
               -No sé por qué me casé contigo cuando podría tener ahora mismo una colección de vibradores que hacen lo mismo que tú y me dan menos disgustos.
               -¿Los vibradores también te comen el coño como lo hago yo?-espetó papá, rizando la media sonrisa que en su hijo tenía nombre. Mamá sonrió, bufó, se apartó el pelo de la cara y se volvió hacia mí.
               -Cuando acabes con él me lo mandas, Saab.
               -No tengas ninguna prisa-me instó papá, y yo me eché a reír, asentí con la cabeza y me acurruqué contra su pecho. Esperé un tiempo prudencial para dejar que el calentón se le pasara, y cuando finalmente estuve segura de que ya estaba tranquilo, le pedí que se tumbara y yo me coloqué encima de él mientras Shasha seguía con sus crucigramas y su música.
               -¿Qué tienes, pequeña?-preguntó papá mientras me acariciaba el pelo de una forma muy similar a la que lo había hecho Alec, y yo solté un suspiro de satisfacción, negué con la cabeza y le dije que le echaba de menos, simple y llanamente. Él se echó a reír y me dijo que no pasaba nada cuando yo me disculpé por haber interrumpido su sesión de escucha de las demos que le habían enviado. Yo era más importante que una ridícula melodía.
               Me hundí tanto en su pecho que creo que incluso me quedé dormida, porque cuando volví a reunir el coraje suficiente para abrir los ojos, las calles se habían oscurecido más aún y Shasha se había marchado. Papá continuaba acariciándome la espalda y mimándome, con la paciencia de quien espera toda la vida para poder tener una familia como la suya.
               Cambié de postura sobre su pecho y él se reacomodó a mi nueva posición, y siguió mirando la tele silenciada mientras yo disfrutaba de la calma que reinaba en mi cabeza. Había llegado a la conclusión de que debía decirle que sí a Alec un segundo antes de que mamá me hiciera cambiar de opinión con respecto a ello, diciéndome que había sido inteligente y justa como me había comportado con él. Puede que ella lamentara no haber dejado libertad a su corazón para que las cosas con mi padre hubieran fluido antes, pero al final habían llegado a un punto incluso mejor del que podrían haber alcanzado saliendo antes. Sabiendo cómo era su vida estando juntos pero no revueltos, valoraban más la que habían construido en común, con mis hermanos y yo como pilares de su relación. Mamá había esperado hasta confiar plenamente en papá, descubrir una faceta suya, la paternidad, con la que convivir toda la vida, para iniciar algo con él.
               Yo debía hacer lo mismo. Debía darme el tiempo suficiente para disipar mis dudas y que las heridas en la confianza de Alec que otras personas y yo habíamos infligido en ella sanasen. Sólo entonces podríamos tener lo que ambos queríamos: algo duradero, hermoso y muy sano.
               Sólo necesitaba tiempo, y tiempo era justo lo que Alec me había prometido, así que no debía preocuparme.
               O eso pensaba yo.
               Escuché que llamaban a la puerta desde mi tranquila duermevela y me incorporé para ir a abrir. Me enrollé en la manta que papá me había echado por encima para que no me quedara fría y avancé hacia el vestíbulo como un canutillo gigantesco con la típica cola de piel que usan los reyes. La abrí despacio y me quedé helada un segundo.
               Bey era la que había llamado al timbre. Venía hecha un pincel, con un jersey gris de cuello cisne y vaqueros negros que la hacían incluso más delgada y alta. Tenía el pelo suelto en su típica melena afro del color del caramelo y unos pendientes de aro que le adornaban las orejas. Me sonrió con calidez y yo le devolví la sonrisa, tímida, mientras por mi cabeza desfilaban un montón de ideas sobre qué podía hacer ella aquí, como si yo no lo supiera.
               Era la mejor amiga de Alec, y yo le había rechazado, así que venía a hacerme cambiar de opinión.
               -Hola.
               -Hola, Saab.
               -Esto… mi hermano no está. Aunque llegará enseguida-argüí, y Bey alzó las cejas-. ¿Quieres que le avise de que has venido para que se apure?
               -En realidad, he venido a verte a ti.
               Ambas nos miramos un instante, como midiendo nuestras fuerzas, pero de una forma que no fue nada competitiva. Era casi como si fuéramos animales de continentes diferentes que se habían encontrado por casualidad durante una migración, y que se contemplaban con curiosidad, valorando para qué servirían los extraños atributos que el otro poseía.
               Bey era preciosa, y me descubrí pensando cómo era posible que yo hubiera conseguido robarle el corazón a Alec en vez de ella, con sus medidas perfectas, su jersey impoluto, su melena bien controlada a pesar de su volumen. Me imaginé qué haría si en ese momento él apareciera por la esquina de mi casa, como si hubieran venido en pareja a hacerme una visita, y si me preferiría a mí incluso cuando yo estaba enrollada como un canelón especialmente melenudo con una camiseta de pijama de melones sonrientes.
                 Desde luego, si él me prefería a mí a pesar de mis pintas, es que era la mujer de su vida. Y hacía bien enviando a Bey para que suplicara en su nombre.
               Aunque no me gustase un pelo que no fuera un hombre y viniera él mismo.
               -Ah. Vale. Bueno. Esto… pasa, por favor.
               Me hice a un lado para que pudiera atravesar la puerta, sintiéndome sorprendentemente incómoda ante su presencia. Del grupo de amigos de mi hermano, Bey era con la que más había conectado a lo largo de mi vida (con permiso, por supuesto, de Tommy, a quien todos considerábamos parte de la familia, más hermano de Scott incluso que yo misma). Bey era el modelo a seguir que mi yo, incluso sin conciencia de mí misma, había adoptado desde mi más tierna infancia. Su condición de chica y negra en un mundo machista y racista me había hecho verme reflejada y protegida por ella incluso en mi pequeña burbuja feminista y racializada. Además, Bey siempre me había tratado con mucho cariño, protegiéndome casi como si fuera una hermanita pequeña que no había tenido: era la menor de las gemelas, nacida por sorpresa tras un embarazo en el que sus padres no habían querido mirar las ecografías para descubrir que venían dos, y cuyo nombre se había decidido en el momento de su nacimiento por la devoción que sus padres sentían por Beyoncé. Incluso en eso de haber sido una sorpresa para sus padres me sentía identificada con ella; aunque, claro, ella era hija natural, y yo, adoptada.
               Es por eso que nos miramos un momento, sin saber muy bien cómo proceder. Siempre habíamos orbitado en los confines del mundo de la otra, como un cometa que pasa una vez cada cien años por el cielo nocturno y que jamás interfería en la vida terrenal más que para levantar la vista hacia el cielo y sonreír.
               Por el contrario, ahora no sólo formábamos parte del mismo sistema solar, sino que se suponía que tirábamos del mismo objeto en direcciones diferentes, un poco como hacían el Sol y Júpiter, que había estado a punto de ser estrella y cuya masa contribuía al equilibrio del sistema. A ambas nos interesaba el mismo chico: éramos rivales.
               O eso se suponía.
               -Esto… ¿quieres que vayamos a mi habitación para hablar más tranquilas?
               Bey me dedicó una dulce sonrisa que contribuyó a relajar mis nervios ya de por sí sobreexcitados por todo lo que había pasado a lo largo del día. Saludó a mi padre, que se incorporó en el sofá un poco sorprendido por su presencia allí, y subió las escaleras detrás de mí. Tuve la precaución de desenrollarme de mi manta y subir con ella a rastras, posada sobre mis hombros, ahora ya por fin como una auténtica capa real.
               Abrí la puerta de mi habitación y la invité a pasar la primera: ella entró mirando en todas direcciones, un poco como se veía hacer a los turistas que entraban en la Capilla Sixtina. Dejé la manta doblada sobre la cama y esperé a que ella decidiera dónde sentarse, si en el colchón o en la silla del escritorio; yo optaría por lo que ella me dejara libre.
               -Tienes una habitación preciosa-alabó, sentándose por fin sobre el colchón, y yo me acerqué a la silla del escritorio. Deseé que hubiera escogido la silla, porque así yo podría disimular un poco mejor la diferencia de longitud de mis piernas, sentada más cerca del suelo y por tanto sin tener que estirarme tanto.
               -Gracias.
               Siguió admirando las paredes de un suavísimo tono lila que casi se confundía con blanco, lo que quedaba del mural de una puesta de sol que mi padre, Tommy y Scott habían pintado en la pared contraria a mi cama cuando yo aún era un bebé, y en el que se veían todavía las huellas de mis manitas. Estudió los muebles, las fotos, la decoración, la mesa del escritorio y la alfombra del suelo, y luego finalmente se detuvo en la cama. Acarició la manta con los dedos extendidos.
               Fue entonces cuando yo me di cuenta de lo que estaba haciendo: visualizaba cómo habría sido la primera vez de Alec entrando en mi habitación. Cómo habría sido él tumbado en mi cama. Cómo su cuerpo habría ondulado las mantas.
               -No ha estado aquí-le revelé, y Bey me miró por debajo de sus cejas.
               -Seguro que le gustaría mucho, si lo trajeras-musitó con suavidad. No parecía el tono de una competidora. Yo no la sentía como una competidora.
               -Todo depende.
               -¿De qué?
               -De lo bien que me convenzas para que salga con él.
               Bey me miró un segundo y luego se echó a reír: una risa musical, tremendamente adorable. La típica risa de una chica con la que simplemente no puedes estar enfadado durante mucho tiempo.
               -¿Crees que he venido para eso?
               -¿Para qué te pediría que vinieras, si no?-subí un pie a la silla y apoyé la mejilla en la rodilla. Empecé a balancearme de un lado a otro en la silla, haciendo que Bey danzara en mi campo de visión con la cadencia de un péndulo.
               No quería imaginármela en la habitación de Alec, negándose a venir hasta que él consiguiera convencerla, escuchando cómo le suplicaba y cediendo finalmente después de que él le prometiera el cielo con todas sus estrellas a cambio de este favor. Un favor que me molestaba que le hubiera pedido.
               Alec no necesitaba ningún intermediario conmigo. Me gustaban sus palabras porque salían de su boca, no por lo bien que sonaran en sí.
               -Él no me ha dicho que venga.
               Me descubrí sonriendo.
               -De hecho, yo me ofrecí a venir a convencerte y él me hizo prometer que no lo haría.
               Me descubrí sonriendo aún más. Prométemelo, Bey. Prométeme que me dejarás conquistarla a mí, casi lo escuché decir en mi cabeza.
               Ay, Alec… si supieras que no tienes que conquistarme.
               -Y sin embargo, aquí estás.
               -Aquí estoy-asintió, sacando la lengua y mordiéndosela.
               -Pedirte venir… no es propio de él-sacudí la cabeza y ella asintió con la suya.
               -No-coincidió-. No lo es. Él jamás te haría daño, a pesar de quién es…
               Así que hasta Bey lo admite. Hasta Bey, en el fondo, piensa que el lobo no puede dejar de aullar, por mucho que se oculte la Luna.
               Basta, Sabrae. Has decidido que él es bueno y que merece tu confianza. Si quieres estar segura de que te da siempre la verdad, debes hacer el esfuerzo por confiar en él.
               Claro que yo todavía no entendía realmente a qué se refería Bey. Ella hablaba de su naturaleza de boxeador, no de rompecorazones. Alec no me haría daño a pesar de que era un campeón del boxeo; su reputación de mujeriego no tenía absolutamente nada que ver en esto.
               -Lo sé-respondí-. A pesar de lo que le he dicho hoy, yo confío en él. Sé que es sincero conmigo. Esto no es un juego para él.
               -¿Y lo es para ti?-atacó Bey, frunciendo ligeramente el ceño. Yo parpadeé y bajé el pie de la silla; los entrelacé y me froté los muslos con las manos.
               -¿Qué insinúas?
               Bey tragó saliva y se aclaró la garganta. Alec tenía mucha, mucha suerte de tener a alguien dispuesto a defenderlo como Bey estaba a punto de hacerlo.
               Después de ir a visitarlo y estar consolándole por lo machacado que le había dejado mi negativa, Bey había vuelto a su casa y se había sentado a pensar en cómo podía arreglar la situación. Se había levantado como un resorte y había corrido a su armario, con Tamika detrás.
               -¿Qué haces?
               -Alec está mal, y voy a solucionarlo.
               Tam se acercó a su gemela y cerró la puerta del armario para que ella dejara de elegir la ropa con la que vendría a convencerme de que estar con Alec sería lo mejor que me habría pasado en mucho tiempo.
               -¿Por qué quieres solucionar nada? Es tu oportunidad. Podría volver a ti.
               -¡Lo está pasando mal, Tamika!
               -¡Pues por eso! Podrías ser su hombro sobre el que llorar. Anda que no habrá habido parejas que empezaron así, consolándose el uno al otro y enamorándose poco a poco.
               Las dos chicas se habían mirado y Bey había comprendido por primera vez qué era lo que Alec veía para distinguirlas. Por fuera son idénticas, pero por dentro no podrían ser más diferentes.
               Sí, Tam estaba haciendo exactamente lo mismo que Bey: proteger a la persona que más le importaba. Pero que pensara que Bey podría querer el amor de segunda mano de Alec, o que siquiera él se mereciera que lo tratara de esa forma…
               -Estoy enamorada de él.
               -¿Y por eso precisamente vas a ir a convencer a otra para que salga con él? Chica, no puedes ser más boba. Precisamente porque estás enamorada deberías luchar por él. En el amor y en la guerra todo vale.
               -Quiero que él sea feliz, Tam. Es lo único que me importa. Y le quiero lo bastante como para empujarlo en brazos de Sabrae porque sé que sólo será feliz con ella.
               -¿Y qué hay de tu felicidad, hermana?
               -Yo aquí no importo, hermana.
               Tam la había mirado con tristeza, sabedora de que Bey tenía razón. Alec sólo era feliz como lo era conmigo cuando estaba conmigo. Todo lo demás eran meros espejismos, reflejos tenues en la distancia. Nadie elegiría que te acariciaran a través de varias capas de abrigo cuando podrían hacerlo en tu piel desnuda.
               La felicidad que Bey podía proporcionarle era una felicidad ártica. La mía, en cambio, era tan luminosa como una tarde en el trópico.
               -Mira, Sabrae…-Bey carraspeó, estiró las piernas y tragó saliva, ordenando sus ideas-. Para empezar, quiero decirte que respeto totalmente que tú no quieras tener una relación. Estás en tu derecho de decirle que no a quien quieras. Y eso incluye a Alec.
               Se quedó callada, así que deduje que estaba esperando a que interviniera.
               -Vale…
               -El caso-estiró la espalda y parpadeó-, es que el hecho de que tú no quieras nada y no lo hayas hecho con la menor intención, le ha dolido a Alec. Muchísimo. Supongo que no necesitarás que te lo diga. Estoy segura de que tú misma viste lo machacado que estaba.
               -Mejoró un poco cuando le expliqué mis razones y estuvimos un poco más juntos, pero sí. Sé que le hizo daño. Créeme, lo noto en mi pecho como si me hubieran roto el corazón a mí. En cierto modo, así ha sido.
               -Estás en tu justísimo derecho de no querer más que un rollo más o menos estable, y si él está de acuerdo con eso, por mí perfecto. Pero las dos sabemos que eso no es lo que él quiere. Alec no es bueno conformándose.
               -¿Acaso estás diciendo que conmigo se está conformando?
               -Se ha conformado con tu decisión.
               Medité un momento sobre sus palabras. Lo cierto es que lo que Bey me decía era indiscutible. Alec se había conformado con lo poco de mí que yo había accedido a darle.
               -Sabrae…-Bey se levantó de la cama y se quedó con las rodillas ancladas en el suelo, frente a mí. Me cogió una mano y la sostuvo entre las suyas, acariciándome los nudillos con ternura. Si Alec hubiera hecho eso, le habría entregado mi vida sin vacilación. Le habría concedido hasta el último de sus caprichos.
               Pero no lo había hecho, y yo me las había apañado para decirle que no.
               -No quiero que le digas que sí por lástima. No he venido aquí para eso. Quiero que le digas que sí pero deseándolo con todas tus fuerzas. Alec no se merece alguien que lo quiera a medias. Por favor, si no estás buscando nada más que conexión física, no le des esperanzas. No juegues con él, porque él no se lo merece. Es la persona más buena que he conocido en mi vida-añadió, y se le quebró la voz mientras se le empañaban los ojos-. Si hay alguien que no se merezca que le pase nada malo en el mundo, ése es Alec.
               Tragué saliva y le apreté las manos. Bey sorbió por la nariz y volvió a sentarse en el colchón. Se tapó la nariz un momento con el dorso de la mano, y yo me levanté y le tendí un pañuelo antes de colocarme a su lado. Ella lo aceptó con un tímido agradecimiento, y se limpió las lágrimas que aún no habían derramado sus ojos con la punta del pañuelo.
               -Perdóname. Menudo numerito te estoy montando. Te juro que esto no es por darte pena, ni mucho menos. Lo último que querría sería que cambiaras de opinión por mis lágrimas de cocodrilo.
               -No creo que sean lágrimas de cocodrilo, Bey-le di un pellizco en el costado y ella sonrió.
               -Por favor, discúlpame. Llevo unos días un poco sensible. Ya sabes. Las hormonas-puso los ojos en blanco y se sonó.
               -Y que estás enamorada de él.
               Bey dejó caer sus manos sobre su regazo.
               -¿Tanto se me nota?
               -Te entiendo. Yo estoy en la misma situación que tú.
               Ella esbozó una sonrisa adorable.
               -Escuchar eso le haría muy, muy feliz.
               -Tiene mucha suerte de tenerte como amiga, ¿lo sabe, no?
               -Sí-asintió, sonriendo y sonándose de nuevo-. Sí, lo sabe. Igual que sabe que tiene suerte de haberse enamorado de una chica tan increíble como tú, Saab.
               -Le tengo muchísimo cariño. Sé que se merece lo mejor. Se merece que yo esté con él sin reservas y, ahora mismo… todavía me quedan unas pocas. Aún estoy trabajando en ello, pero de momento, quiero esperar. No estoy jugando con él. Quiero que lo sepas. Y quiero que él lo sepa también. No planeé esto, lo admito: bien sabe Dios que enamorarme de Alec Whitelaw era lo último que tenía pensado hacer en la vida, pero… ha pasado. Y me alegro de que así sea. Es muy buen chico. En el fondo, es un ser de luz.
               -Y no tan en el fondo-murmuró.
               -Todo en él es bueno. Y yo tengo que estar a la altura. Mis sentimientos y yo debemos estarlo. Es por eso que prefiero esperar a que todo termine de cuajar para poder entregarme a él.
               Bey se me quedó mirando.
               -Así que, ¿no es un “no” rotundo? Por lo que él me contó, le pareciste muy tajante.
               -Fui tajante. Le dije cosas muy definitivas, pero ahora me arrepiento de ello. No tuve tiempo a pensar en ello y supongo que me asusté. No es mi intención decirle “jamás”. Lo que le he dicho hoy es “no… de momento”.
               -No… de momento-repitió Bey, mirándose las rodillas-. Suena bien. Suena genial, de hecho. Se alegrará de saberlo.
               -No. No, por favor, no se lo digas. Quiero hablarlo con él. En persona, cuando le vea… en Nochevieja, si no es antes.
               -Pues claro que no se lo diré. Es algo tuyo.
               -Dios mío-me llevé las manos a la cara y sacudí la cabeza-. Todo esto ha sido un terrible malentendido. Me pongo demasiado a la defensiva, ¿sabes? Y Alec es igual, y eso no ayuda. Le dije cosas bastante horribles, pero no pensé que siguiera tan mal después de que habláramos más tranquilamente y nos hiciéramos promesas de futuro como para que tú vinieras a pedirme que no le hiciera daño.
               Te prometí un “continuará”, Alec. Y, al igual que tú, yo también cumplo mis promesas.
               -Me alegra habértelo dicho para que podáis aclararlo. La verdad es que hacéis una pareja preciosa. Sería una lástima que no tuvierais ningún ángel de la guarda que procurara que no os comáis el uno al otro-bromeó, y yo me eché a reír-. Si te soy sincera, venía un poco con ganas de bulla. Alec saca lo peor y lo mejor de mí. Es un poco como mi hijo en ese aspecto.
               -Ojalá pudiera decir que Alec saca lo peor y lo mejor de mí porque fuera como mi hijo-volví a reírme y Bey sacudió la cabeza.
               -¿Hay algo que pueda hacer para propiciar ese sí?-quiso saber Bey, y yo me encogí de hombros.
               -Aún no he decidido del todo qué obstáculos tenemos que salvar, pero en cuanto lo sepa, se lo diré para saltarlos.
               -¿Saltarlos? Niña, estamos hablando de Alec. Los destruirá con sus propias manos para que podáis estar juntos-me guiñó un ojo y yo sonreí. Sí, definitivamente tenía mucha suerte de que Alec me quisiera y de yo quererlo a él-. ¿Quieres un consejo? Ponte ropa interior bonita. Las decisiones que respecten a chicos siempre se toman con ropa interior bonita. Estar sexy hace que ellos pierdan la cabeza y que la tuya esté más despejada.
               Me dio un beso en la frente y me acarició el hombro. Se dirigió a mi puerta, en la que se detuvo cuando yo la llamé.
               -Bey-se giró-. Él te quiere muchísimo.
               -Lo sé, Saab.
               -También es un poco tuyo. ¿Me permites un consejo?-ella asintió-. Aprovecha el trocito de él que aún conservas. Cuando me entregue a él completamente, sé que él hará lo mismo. Quiero que sepas cómo es. Por si algún día te arrepientes de haber hecho que esté con alguien que lo quiera tanto como tú, pero que no eres tú.
               Bey se mordió el labio.
               -Saab, cariño… si piensas que yo soy la que está más enamorada de él… es que eres más ingenua de lo que pensaba.
               Y, sin más, se marchó. Y me quedé mirando la puerta entreabierta. Cogí el peluche de Bugs Bunny y me abracé a él para ocultar mi sonrisa de felicidad. Sólo separé la cara cuando mi móvil pitó, avisándome de que había sucedido importante.
               ¡Alec  (@Alecwlw05) ha compartido una historia nueva!
               Deslicé el dedo y me mordí la sonrisa al descubrir qué había subido Alec. Se trataba de una foto preciosa de una rosa amarilla. Miré la que había inmortalizado para siempre en una pequeña bola de cristal, precisamente para momentos como estos: situaciones de dudas en las que no recordaba su olor, la calidez de su cariño, la dulzura de sus besos y el placer de nuestros cuerpos unidos.
                Sabía lo que aquella foto significaba e implicaba. Quería asegurarse de que estaba bien, y a la vez darme mi espacio.
               El problema era que yo no quería ningún espacio. Quería mezclarme con él hasta que fuéramos uno. Quería que me abrazara tan fuerte que fuera imposible separarnos. Quería que me besara durante tanto tiempo que me fuera imposible reconocer el sabor de ninguna otra cosa que no fuera su boca. Quería que me hiciera sentir completa como sólo él podía.
               Decidí entrar en su juego. Busqué una foto en la galería, alguna de la que nos habíamos hecho en el iglú, y estuve a punto de compartirla, pero luego me lo pensé mejor. Él había sido sutil; tenía fotos de ambos en el móvil, y había decidido subir algo que pudiera mostrar al mundo sin que nadie excepto yo comprendiera su significado. Eso era incluso más romántico que publicar una foto besándonos (que, por cierto, no teníamos; había que solucionar eso). Así que le di a la flecha de retroceso y escogí una foto de la estatua en la que nos habíamos besado por última vez en el museo, con su sombra proyectada en el suelo.
               La foto de la rosa era una pregunta: ¿Estás bien?
               La foto de la escultura era la respuesta: Claro que estoy bien. Estoy contigo.


Aproximadamente a la misma hora en que Bey llamaba a la puerta de mi casa, Amoke decidía tirar el libro que estaba fingiendo leer a un lado y vestirse. Se enfundó unos vaqueros y una chaqueta, y tras un momento de vacilación frente al espejo en el que se dijo que no estaba haciendo nada que yo no me mereciera, cogió las llaves y salió de su casa.
               Le envió un mensaje a Taïssa para que se reunieran en casa de Kendra, pero el destino quiso que mis otras dos amigas ya estuvieran juntas. Habían quedado para hablar de lo mismo de lo que quería hablar Momo: de mí. Estaban preocupadas por mi reacción de anoche, a pesar de que me habían dicho lo que me habían dicho con toda la buena intención del mundo. No querían hacerme daño ni clavarme un puñal que dejaran dentro de mí durante demasiado tiempo, así que habían quedado para decidir cómo sería el mejor modo de pedirme disculpas.
               Cuando Momo llamó al timbre de casa de Kendra, ya la estaban esperando. La puerta se abrió sin más ceremonias y Momo sentenció:
               -Vamos a tu habitación. Tenemos que hablar.
               Las tres subieron en solemne silencio en dirección a la habitación de Kendra, un cuarto de colores ocre que sería la pesadilla de alguien con algún trastorno obsesivo compulsivo. Apartaron la ropa de Kendra del suelo con los pies para poder llegar a la cama, y tras hacer una bola con los jerséis, abrigos y pantalones que la poblaban, Taïssa y Kendra se sentaron sobre el colchón.
               Amoke se quedó de pie, con los pies separados y los brazos cruzados. Taïssa y Kendra esperaron a que hablara.
               -Alec le ha pedido salir a Sabrae-reveló, y Kendra abrió los ojos y Taïssa, la boca-. Y ella le ha dicho que no-entonces, Kendra abrió la boca y Taïssa, los ojos, como dos réplicas de mercadillo del rostro de la otra-. Por nuestra culpa-sentenció, haciendo un gesto con la mano que las englobaba a las tres-. Así que tenemos que solucionarlo. Vamos a solucionarlo.
               En circunstancias normales, Kendra habría protestado.
               -¿Por qué? Eso sólo fomenta el estereotipo de que los noes de las chicas realmente no significan eso.  
               Sin embargo, aquello no eran circunstancias normales. Kendra asintió con la cabeza y trató de controlar el nudo en el estómago que le daba ganas de vomitar con sólo imaginarme atrapada entre una mala decisión y una rectificación casi imposible. Momo, Ken y Taïs hablaron durante casi una hora sobre todo lo que habían hecho mal y cómo enmendarlo, pero nada parecía lo bastante bueno y efectivo como para que sirviera conmigo.
               Momo les contó todo lo que habíamos hablado, y mientras Kendra y ella se enzarzaban en una acalorada pelea por ver cuál de las decisiones que habían propuesto como finales era la más estúpida, Taïssa se detuvo en algo que yo le había dicho a Momo.
               Le había dicho que si me pillaba en un momento en que no desconfiara de él en absoluto y le dijera que sí, mi decisión sería firme. No le marearía: si le decía que sí a Alec, me llevaría ese sí hasta la tumba, o hasta que se nos terminara el amor.
               Ahí estaba el quid de la cuestión.
               -Chicas, chicas, ¡eh! ¡Perras!-gritó Taïssa para hacerse oír sobre la jauría que formaban Kendra y Momo-. ¡Callaos y escuchad! ¡Tengo un plan!
               Quince minutos después, mientras yo daba buena cuenta de los mazapanes que Scott había robado de casa de Tommy (había veces en que no soportaba a Scott, y otras en que consideraba que había que clonarlo porque con uno como él en el mundo no era suficiente), Amoke llamaba a la puerta de una casa de un vecindario que pronto se me haría muy familiar. Contuvo la vergüenza que le produjo ver a Jordan en la puerta a la que había llamado después de decirme que sus rastas tenían su morbo y constató con decisión, como si no estuviera pidiendo un favor:
               -Jordan, necesito tu número de teléfono.
               -¿Y esto a qué viene?
               -Hemos de ponernos de acuerdo.
               Jordan parpadeó, frunciendo el ceño.
               -¿Para qué?
               Momo alzó una ceja, se puso una mano en la cadera y chasqueó la lengua.
               -¿Cómo que “para qué”? ¿Es que no es evidente?
               Jordan se pasó la lengua por las muelas, igual que hacía Alec cuando estaba a punto de perder la paciencia. Estaba considerando seriamente si cerrarle la puerta en las narices a Momo…
               … hasta que ella habló de nuevo.
               -Para crear Sabralec.


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4 comentarios:

  1. EL MEJOR PUTO FINAL DE CAPÍTULO DE LA HISTORIA O SEA I,M
    En serio tía, entre Sherezade puteando a Zayn, este más salido que el pico de una plancha, Amoke y Sasha que son dos bebitas que todo lo hacen bien y la charla de Bey y Sabrae estoy en puto suelo.
    Me ha parecido tan bonita la conversación y el momento final de Bey diciendole que es ingenua si se piensa que de las dos la que más enamorada está de Alec es ella o sea es que ay me duele el corazón muchísimo.
    Necesito el capítulo de Nochevieja como agua de Mayo.

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    Respuestas
    1. EL FINAL DE UNA ERA ATENCIÓN
      Zayrezade la otp que necesitábamos y merecíamos no puedo más con ellos al final voy a hacer feliz a María y escribir un spinoff sobre ellos dos ligando
      Bey siendo otra reina de verdad no se cansa de reinar esta chavala

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  2. HOLA ESTOY AQUI COMO REGALO DE NAVIDAD Y ESTOY MUY FELIZ PORQUE ECHABA MUCHO DE MENOS ESTOOOOO.
    Sabrás bonita mía menos mal que has recapacitado y ahora es más un de momento no que un no rotundo porque estaba que me tiraba de los pelos. Y menos mal que sus amigas tambien lo han hecho porque estaba ya que me tiraba de los pelos. Además que sin eso nos hubiese quedado sin el mejor final del mundo probablemente: TODOS JUNTANDOSE PARA UNIR SABRALEC ES QUE ME CAGO ENCIMA. PIDO SER OTRA VEZ LA CAMARERA QUE LE DE EL CUBATA A ALEC O SABRAE QUE LES DE LA FUERZA PARA ACERCARSE EL UNO AL OTRO EN NOCHE VIEJA. ES QUE ME CAGO EN MI VIDA. QUE SE COMAN LA BOCA MIENTRAS THE WEEKND SUENA.
    Por cierto, Sherezade haciendo de rabiar a Zayn? Mi pasatiempo favorito. Encima mi hijito siempre cae, si es que es un trozo de pan. Espero que luego tuviesen sexo salvaje, por el bien de ambos AJAJAJAJAJAJ.
    Y una cosa, me encanta Shasha y Sabrae representen al Zquad cada vez que una hater habla de el AJAJAJAJAJAJ I LOVE IT.
    Bueno Erika, no es por meter presión, pERO QUIERO OTRO CAPITULO YA.

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    1. AY PATRI HAS VUELTO HOLAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA Y YO TE ECHABA DE MENOS A TI
      Sabrae es terca como una mula yo aviso pero por lo menos en el tema Alec va a estar dispuesta a ceder y mira festejamos hasta 2050
      HABEMUS CONSPIRACIÓN EL FINAL DE UNA ERA EFECTIVAMENTE, tomo nota de lo de la camarera por cierto
      Sher es la reina del mundo jaque mate republicanos
      DIOS POR FAVOR SHASHA Y SABRAE SIENDO HATERS DE LOS HATERS VA A SER EL MOMENTO CÚSPIDE DE ESTA NOVELA, MAÑANA CON EL CAPÍTULO LA DECLARO OFICIALMENTE CLAUSURADA PORQUE ES QUE NO VOY A PODER SUPERARLO
      me he hecho de rogar lo siento mañana tenéis más ☺

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