domingo, 2 de diciembre de 2018

Subcampeón.


¡Toca para ir a la lista de caps!

-¿Crees que soy una estúpida por intentar sorprender a un chico que vosotras pensáis que no me merece?-le pregunté a Momo mientras me abrazaba a la almohada. Tras huir corriendo de casa de Taïssa, Momo había venido detrás de mí y me había convencido de que no me fuera a mi casa. Me quedaría en la suya, donde haría que me olvidara del mal trago pasado a base de ponernos moradas a dulces y ver comedias románticas en las que nadie sufría, todas protagonizadas por los chicos de moda del siglo pasado y del nuestro (no hay mal de amores que la cara de Noah Centineo no pueda curarte). Era noche cerrada, las lechuzas ululaban más allá de las ventanas, rebotando sus gorgojos en la casa silenciosa de Momo.
               Habíamos pasado la última media hora tumbadas en su cama, abrazadas, ella dándome mimos y yo aceptándolos como si viviera de ellos. En cierto modo, así lo sentía. Para rematar nuestra sesión de curación espiritual, nos habíamos enzarzado en una guerra de cosquillas que había hecho que me olvidara un poco de todo: de la pelea con Kendra, del silencio cómplice de Taïssa, de la amargura que me producía que Alec no me hubiera llamado.
               Especialmente, de la amargura que me producía que Alec no me hubiera llamado.
               Me había pasado todo el rato que tardamos en hacer la cama (tuvimos que recolocar las sábanas bajeras, porque cuando me hacen cosquillas me revuelvo como gato panza arriba) pensando en él. Había quedado en que me llamaría cuando fuera a recogerme, pero su llamada nunca había llegado. Había mirado varias veces mi móvil, incluso le había pedido a Momo que me llamara con el suyo y con el teléfono fijo de casa, pero nada. Absolutamente nada.
               Había tenido que desconectar las notificaciones de Telegram, donde Kendra había empezado a mandarme infinidad de mensajes para que volviera con ella y con Taïssa y pudiéramos arreglar las cosas. Después de responderle escuetamente que necesitaba estar sola para pensar, le dije que no se preocupara. Que estaba un poco plof, pero no estaba enfadada con ella, y que de verdad apreciaba que se preocupara tanto por mí. Eso indicaba que era una buena amiga, y yo valoraba mucho que fuera sincera conmigo, a pesar de que lo que fuera a decirme pudiera no gustarme, o sobre todo cuando lo que me dijera pudiera no gustarme.
               A pesar de mis palabras conciliadoras, sin embargo, había estado esperando algo muy diferente: que Alec le diera en los morros a Kendra. Que apareciera en casa de Taïssa y preguntara por mí, se sorprendiera cuando no pudiera recogerme a mí sin previo aviso y viniera derecho a preguntar qué había pasado. Yo me inventaría cualquier excusa y me marcharía con él, y le demostraría a Kendra y Taïssa que él no era, ni de lejos, como ellas decían. En el improvisado cine de la habitación de Amoke, rodeada de comida industrial que no había visto nada natural en todo el proceso de su elaboración, y con montañas de bombones rodeándonos, había estado esperando por una señal que jamás llegó.
               A veces el silencio es mucho más ensordecedor que el ruido más absoluto. Y aquella noche, yo tenía los oídos taponados de todo lo que había estado callado mi móvil.
               Casi podía escucharla. La pequeña enfermedad que mis amigas habían inoculado, sin pretenderlo, en mi organismo. Los gemidos de Alec mientras se hundía en Chrissy. Sus jadeos acelerados cuando aumentaba el ritmo. Sus “sí, nena”, cuando cambiabas de ángulo y aumentabas la profundidad. Aquellos sonidos que quería que sólo me pertenecieran a mí, y que había escuchado medio Londres.
               El único que podía acallarlos era Alec, y Alec era precisamente quien estaba subiendo el volumen con cada minuto que pasaba.
               Amoke se me quedó mirando, la funda nórdica con flores en colores pastel doblada en sus manos. La dejó cuidadosamente sobre la cama y se apartó un rizo tras la oreja después de sentarse al borde del colchón. Se frotó las manos y se miró los pies descalzos, que acariciaban la alfombra de color arena.
               -Yo no creo que Alec no te merezca-dijo por fin, levantando la mirada. Dejé la almohada en su lugar y me senté a su lado, con una mano cerca de las suyas que no dudó en coger. Me acarició los nudillos con la yema de sus dedos como si fuera un cachorro de un animal precioso, tragó saliva y continuó-: O más bien sí. Pero… no es personal. Creo que nadie te merece.

               Sus ojos se encontraron con los míos y a mí me conmovió la férrea determinación que había en el cariño que sentía por mí. Sabía que Momo estaría dispuesta a recibir un disparo para salvarme la vida. Lo sabía porque yo sentía lo mismo por ella.
               Y que me dijera que creía que Alec era digno de mí me importaba más de lo que pudieran decirme mil Kendras, pero… ahí estaba, esa lenta erosión propia de un arroyo que poco a poco va excavando un cañón en su cuenca. En la habitación sólo se escuchaba el tic tac del reloj, tic tac que debería estar acallado por la vibración de mi móvil cuando recibiera una llamada entrante.
               -Eres demasiado buena para ninguna persona de este mundo, Saab. Ken y Taïs así lo creen también. Ken no lo ha dicho con las mejores palabras del mundo, pero su intención era que supieras lo importante que eres-me acarició el pelo y me dio un beso en la mejilla, y yo me agarré a su mano como si de un bote salvavidas se tratara.
               -Entonces, ¿crees que ha exagerado con el tema del piercing?
               Amoke se puso rígida un momento. Parpadeó y se apartó de nuevo el pelo de la cara, ganando tiempo para su siguiente intervención.
               -A ver… es diferente. Entiendo su postura. Y, después de escucharla, creo que la comparto un poco-me miró con gesto de cordero degollado, realmente le daba lástima tener que decirme una verdad que sabía que me dolería. Pero yo no quería que me tratara con guantes de seda. Quería saber si realmente lo estaba engrandeciendo todo, porque tenía esa costumbre.
               Puede que las cenas con un chico no significaran nada. Puede que el hecho de que él se descontrolara en tu presencia fuera algo común: al fin y al cabo, éramos adolescentes y teníamos las hormonas revolucionadas. Puede que una respiración agitada no significara enamoramiento, sino simplemente la excitación que sólo te produce el estar desnudo frente a alguien del sexo contrario hacia el cual sientes una atracción irremediable.
               Puede que los iglús con pantallas led no fueran terroncitos invernales de paraíso, sino simplemente iglús con pantallas led.
               -Creo que Kendra tiene razón en el sentido de que lo que has hecho ha sido un poco estupidez. No por la idea en sí, sino porque… ¿lo has hablado con alguien?-me miró y yo no me moví, pero agaché la cabeza-. ¿Lo comentaste con alguien antes de hacerlo, Saab?-seguí callada-. ¿Ni siquiera lo has hablado con tu madre?
               -A ver-me aclaré la garganta y puse la espalda recta-. A Scott no le dijo nada, y no le hicieron nada, así que… además,  no es como si me hubiera tatuado el nombre de Alec. Simplemente me he hecho un piercing porque a mí me apetece, la verdad.
               -¿Cuánto hace que te apetece?-Momo alzó una ceja-. Porque yo no recuerdo que comentáramos nunca que quisieras hacerte un piercing, y menos en el pezón, jamás. Sí que habíamos hablado de que quedaban guay, y tal, pero jamás mencionamos el hecho de hacernos uno. No sé, Saab, pero me parece mucha coincidencia que después de pasar una noche con Alec besándote quieras hacerte uno. Que es perfectamente legítimo, a ver si me entiendes-se apresuró a añadir, abriendo las manos-. Lo que pasa es que tienes que entender que nos choque que te lo hagas por él de la noche a la mañana.
               -Que no me lo he hecho por él, Momo-siseé-. Me gustaba y me apeteció y me lo hice, y ya está. Sólo tiene el añadido de que a él le gustará cuando lo vea, y tal. Tiene más morbo, lo admito, pero no es su función principal. Además, es lo que te digo. Sólo es un piercing. No tiene apenas importancia. Nadie le dijo nada a Scott sobre el suyo.
               -Perdona, nena, pero creo que no son comparables. Ése-señaló mi busto cubierto por un pijama gordito- no tiene las mismas implicaciones que el de tu hermano.
               -No creas. Ya no es como antes, ahora te lo hacen de una forma nueva en la que puedes dar el pecho si quieres ser madre. Me he informado sobre eso, no he sido tan impulsiva como os pensáis.
               -Reconozco que te queda muy bien-asintió Momo-. La verdad es que tienes unas tetas muy bonitas, tan redonditas…
               Me había sentado a lo indio sobre la cama de Momo. Sonreí y me apoyé sobre mi rodilla para ocultar la sonrisa que me atravesó la cara. Tienes unas tetas muy bonitas, tan redonditas… Alec me había dicho eso otra vez, cuando yo hice algún comentario sobre ellas y él me respondió que le encantaban. Las había besado despacio y a mí me había vuelto loca.
               -¿Qué pasa?-quiso saber Momo.
               -Al me dijo una cosa así. A él también le gustan.
               Momo sonrió y me abrazó.
               -¿Ves? Kendra no puede poner la mano en el fuego por vosotros porque no dejas que te vea así, queriéndole tanto. Y nunca os ha visto juntos. No deberías disgustarte, todo esto ha sido una tontería-me dio un sonoro beso en la mejilla y me limpió las babas que me dejó a posta con el puño del pijama. Tiró de mí para tumbarme sobre la cama y dejó que me abrazara a su cintura, necesitada de cariño. Miré el móvil por encima del hombro y contuve el impulso de abrirlo y entrar en Telegram. Puede que me hubiera enviado algún mensaje. Puede que me estuviera explicando lo que le pasaba y por qué no podía llamarme. Puede que se hubiera quedado sin batería y, como no recordaba mi número, me hubiera avisado antes de que se iba a casa a dormir, que estaba cansado después de un duro día de trabajo y que mañana me vería.
               Me dolía que no hiciera el esfuerzo de venir a verme, porque yo estaba segura de que iría a verlo sin dudarlo donde él me lo pidiera, no importa lo cansada que estuviera, pero…
               En fin, jamás lo sabríamos.
               No quería entrar en Telegram, no quería tener que releer los mensajes de Kendra  recuperar la desconfianza que había ido perdiendo. Me había desilusionado a lo tonto. Estaba segura.
               Lo que me ataba a Alec era real. Lo notaba, lo sentía, como un hilo invisible que tirara de mí hacia él y de él hacia mí. Alec era parte de mí y yo de él.
               Nos creábamos el uno al otro cada vez que estábamos juntos. Era imposible que mi cuerpo respondiera como lo hacía cada vez que él me tocaba de no ser así.
               Dormí cómoda y calentita, acompañada por el cuerpo de Momo, esa noche. A la mañana siguiente, frente a un enorme tazón de cereales, ella me sugirió que quedara con él y escuchara a mi corazón. Sólo yo estaba en mi interior y sólo yo podía sopesar las ventajas y los inconvenientes de los pasos que decidiera dar junto a él, pero tenía su apoyo incondicional, sus manos para celebrar las alegrías y su hombro para llorar las penas.
               Cuando cogí el móvil y entré en Telegram, me sentí muy estúpida e incluso mala persona por haber dudado de Alec como lo hice. Me había enviado bastantes mensajes por la noche, no sólo en la cena, sino bien entrada la madrugada. Aunque había un lapso de tiempo entre algunos de los mensajes bastante grande, el hecho de que pensara en mí mientras seguía con su rutina navideña hizo que mis entrañas experimentaran una primavera. Me sentí florecer por dentro mientras leía sus mensajes y me reía con sus ocurrencias, sonreía cuando me acercaba el teléfono al oído para escuchar sus audios, algunos de los cuales no eran más que ruido y su voz gritando palabras ininteligibles contra el micrófono, que no daba abasto para recoger toda la cacofonía de sonidos.
               Incluso había un videomensaje de él de noche diciéndome que no podía ir a buscarme, pero que hablaríamos después si me apetecía. Me encantaba lo revuelto que tenía el pelo, síntoma de que se lo había pasado bien a pesar de que yo no estaba con él, y el pequeño brillo en sus ojos fruto del alcohol. A ese mensaje le seguían otros de buenas noches, y de buenos días, con un pequeño vídeo de la salida del sol. Sonreí mientras él me mostraba el exterior de su casa, su barrio todavía conservando el silencio de la noche que moría, miraba las nubes que dibujaban hebras de oro, naranja y rosa en el cielo que poco a poco cambiaba de color. Alec se quedó en silencio tras un bufido, contemplando esa belleza, y yo me abracé a mis rodillas y apoyé la barbilla en ellas, mirando lo que él quería enseñarme. No sabía si me gustaba el amanece porque era precioso de por sí, o porque me lo estaba mostrando él. Sospechaba que era por lo segundo, pero jamás se lo reconocería.
               La cámara cambió, él me guiñó un ojo y se dejó caer encima de la cama, sin camiseta, apresado en un buen humor permanente que yo le había visto muy pocas veces. Todas habían sido conmigo.
               Le abrí conversación y decidimos quedar para dentro de unas horas en el banco, nuestro banco, dijo él, y yo me esmeré en acicalarme, soltarme bien los rizos y aplicarme una pequeña capa de rímel y un suave bálsamo labial sin color que no se volvía pegajoso cuando te besabas con alguien, y salí de casa de Momo con ilusión.
               Pensaba que sería un buen día. Que le daría una sorpresa. Que me sugeriría ir a los iglús y me convencería para que nos quitáramos la ropa el uno frente al otro, que vería mi piercing y le gustaría tantísimo que necesitaría hacerme suya en aquel suelo acolchado y cálido.
               Volví a mirar sus mensajes, celebrando la suerte que tenía de que pensara en mí estando borracho, de noche, de fiesta, con sus compañeros de trabajo, de que me dijera que ojalá estuviera allí, con él. De que me enviara audios cuando ponían alguna canción que le gustaba y le recordaba a mí.
               De que me enseñara sus amaneceres y sus paseos nocturnos. De que quisiera que yo le viera la cara incluso de noche, cuando le liaban para…
               Me detuve en seco, examinando su cara. Toqué el pequeño icono de la pausa en la parte superior de la pantalla y estudié la pequeña mancha que tenía en la piel.
               Cualquier chica que se maquille y a la que le guste dar besos sería capaz de reconocer esa marca por muy poca luz que hubiera. Era la marca de unos labios en la mejilla, tan cerca de la comisura de la boca que no podía ser de una simple amiga.
               Chrissy.
               Mi mente empezó a trabajar a toda velocidad. Las chicas me habían dicho que lo habían visto con ella, a pesar de que ayer no había llovido y por lo tanto se suponía que Alec iría solo, con la moto. Luego, él se había quedado a cenar con sus compañeros de trabajo, entre los que se contaba Chrissy. Él se había marchado demasiado pronto para que la fiesta hubiera terminado, pero no lo suficiente para no haberse ido un poco borracho.
               La habría acompañado a casa. Seguro que se habían tomado la última en su piso, una cosa había llevado a la otra, y al final habían terminado desnudos, en la cama de ella, haciendo lo que yo no había podido hacer con él.
               Toqué el segundo vídeo y pulsé el avance rápido durante todo el amanecer, hasta que Alec volvió a mostrarme su cara. Miré su sonrisa feliz, su pelo aún más alborotado, la marca de pintalabios que no se había borrado del todo.
               El brillo en sus ojos. El mismo brillo que tenía después de probar mi éter, de besarme mientras nuestros cuerpos estaban acoplados, de terminar dentro de mí. El brillo en los ojos que sólo una mujer podía ponerle.
               Sentí una rabia que me invadía y borboteaba en mi interior como un volcán. Recordé todo lo que les había dicho a las chicas, cómo lo había defendido como una puñetera leona rabiosa. Todo, para esto. Para que, mientras yo lloraba porque Kendra me decía que Alec no era lo bastante bueno para mí, él estuviera en casa de Chrissy, acostándose con ella.
               ¿Y tú te lo crees?, me había preguntado Jazz cuando le dije que Alec me había prometido que yo sería la única.
               Es Alec Whitelaw, me había recordado Kendra, es imposible que aguante tiempo sin follar.
               Y yo lo había defendido como una estúpida, me había puesto como una fiera con mis amigas por contarme las cosas tal y como eran, lejos de ese filtro rosa a través del que veía todo lo que Alec hacía con respecto a mí.
               Es Alec Whitelaw, me habían dicho, como si fuera un insulto. Y sí, él era Alec Whitelaw.
               Pero a todos se les olvidaba algo.
               Yo soy Sabrae Malik.

-Al-Jordan tocó la puerta con los nudillos-, soy yo. Ábreme.
               Dejé un segundo la maquinilla de afeitar sobre el lavamanos y descorrí el pestillo. No le hice el menor caso mientras él se me quedaba mirando. Apenas me había levantado y desayunado, había decidido que se lo pediría inmediatamente. Cada segundo que pasaba sin que Sabrae fuera mía oficialmente me dolía como un puñal al rojo que me revolvía las entrañas.
               Así que me ducharía para estar presentable, quedaría con ella lo antes posible y le pediría a Jordan que me echara un cable en eso de declararme. No es que Jordan fuera precisamente un experto; de hecho, el que más facilidad de palabra tenía era Tommy, y luego Scott, ni de coña les pedía yo a esos demonios gemelos nacidos de distintos padres que me ayudaran en un tema de mujeres. Estarían tocándome los huevos hasta el fin de los tiempos, fuera cual fuera el resultado.
               Le había enviado un mensaje a mi mejor amigo nada más salir de la ducha diciéndome que viniera a verme, y Jordan había aparecido a los dos minutos, fiel.
               -¿Qué coño, tío?-bufó, rodeándome y sentándose en la taza del váter-. ¿No podías esperar a vestirte? ¿Qué es eso tan urgente?
               -Voy a pedirle a Sabrae-le repetí, y él puso los ojos en blanco.
               -Sí, ya me lo has dicho. A las cuatro de la mañana, ¿recuerdas?
               -Y necesito que me eches un cable. Tienes que decirme cómo hacerlo, tú tienes experiencia.
               -Todas las tías a las que les pedí me rechazaron, Al-gruñó, alzando las cejas, y yo me eché a reír, la maquinilla lejos de mi cara. No podía hacerme un corte, no ahora. Había corrido el pestillo precisamente para que la tonta de mi hermana no entrara en tromba en el baño, como tenía por costumbre, me sobresaltara e hiciera que me cortara. Tenía que estar perfecto para Sabrae.
               -Es verdad, se me olvidaba que eres un puto virgen de mierda-chasqueé la lengua y me incliné hacia delante, la cuchilla acariciándome la piel, que iba apareciendo en tiras sonrosadas por debajo del manto blanco de la espuma.
               -Al contrario de ti, amigo mío-Jordan cruzó los brazos-. ¿Para qué necesitaría un tío como tú, que puede conseguir que hasta la más estrecha se le abra de piernas, la ayuda de un “puto virgen de mierda”-hizo el signo de las comillas con las manos- como yo?
               -Pedirle a una tía que sea tu novia no es lo mismo que pedirle rollo, tronco. Es evidente.
               -Lo será, pero te repito que mi método no es para tirar cohetes.
               -Vale, tío, entonces-me giré y me apoyé en el lavamanos-… necesito que me digas qué haces tú para saber qué es lo que no tengo que hacer.
               Jordan se encogió de hombros, abrió las manos y yo puse los ojos en blanco. Genial. El conejo me sería más útil. Debería llevármelo, Trufas sabía ponerse muy mono y seductor cuando quería. Tenía un instinto natural para conseguir que las mujeres hicieran lo que él quisiera. Cuando agachaba las orejas y movía la naricita, mi hermana estaba dispuesta a atiborrarlo a comida.
               -¿Y si se lo decimos a Bey?
               -Sí, o al ex novio de Sabrae-solté-, ¿tú eres tonto?
               -¿Sabes que el ex novio de Sabrae tiene novio?-rió Jordan, y yo puse los ojos en blanco.
               -Me la suda cómo se llame ese mamarracho.
               -Tú lo sabes.
               -Jordan, me estás calentando y tengo un objeto cortante en la mano. Yo de ti me pensaría un poco las gilipolleces que suelto por la boca.
               -Sólo digo que las gemelas tienen más experiencia en eso de pedidas que nosotros dos. Y son chicas. Podrían darnos buenos consejos porque tienen un punto de vista diferente.
               -Decírselo a Bey es cruel hasta para mí, Jor.
               -Pero ella puede hacer que salga bien.
               -Ten un poco de confianza en mí, hermano-abrí los brazos y Jordan se echó a reír.
               -No, si yo confío plenamente en ti, tronco. Pero… bueno, cuando me haces venir para que vea cómo te afeitas con una toalla anudada a la cintura, me preocupo. No sé si sabré sobrellevar la presión que supone ser tu consejero más fiel.
               -Qué bonito, Jor, ¿quieres que te dé un beso?
               -Termina con eso, venga-me pellizcó en los lumbares-, que tenemos mucho que hacer.
               Jordan esperó pacientemente a que terminara de afeitarme y luego me “ayudó” (si podemos considerar ayudar que me dijera que me pusiera la sudadera de boxeo porque me hacía parecer “más alto y más cachas, y a las pivas les mola eso”) a elegir la ropa. Después de sacar un jersey y vaqueros oscuros del armario, los dos nos sentamos al lado de la cama a la espera del mensaje de Sabrae, que se hizo bastante de rogar.
               Pero, finalmente, mi móvil pitó con el tono característico que le había adjudicado sólo a ella, y tanto Jordan como yo nos abalanzamos sobre él.
Jo, buenos días Al perdona por no haberte contestado a los otros mensajes, es que he estado un poco liada.
No te preocupes, si me lo esperaba
               -Quizá sea buena idea dejar de enviarle mensajes con caritas sonrientes-dijo Jordan-, y empezar a hablar de quedar.
               -Tienes razón. Sí. Toda la razón. Más razón que un santo-asentí con la cabeza y me quedé mirando la pantalla de mi móvil. No sabía cómo pedírselo, a pesar de que sabía que la respuesta sería sí. Había venido a verme apenas estuvo libre cuando llegó a Londres, así que era imposible que ahora me dijera que tenía planes con sus amigas. Más aun sabiendo que se había pasado la tarde con ellas, y que eso había hecho mucho más difícil vernos (aunque yo tenía la culpa, en realidad).
               Sí, las posibilidades de que Sabrae me diera largas con respecto a vernos eran prácticamente nulas.
               Así que, ¿por qué coño me costaba tanto escribir algo tan simple como “¿te apetece quedar?”?
               Jordan nos miró a mí y a la pantalla del móvil alternativamente. Parpadeó y bufó.
               -No puedo creerme que estés montando todo este paripé por simplemente verla. Que todavía no la tienes delante para pedírselo.
               -Es que no se me ocurre cómo…-empecé, y Jordan me arrebató el teléfono con un trae.
A partir de entonces, Jordan chateó con ella mientras yo miraba por encima del hombro, impotente.
               ¿Y si me decía que no podía quedar hoy? Me sentía en un arranque de valentía que sospechaba que no duraría mucho. Si no la veía hoy, me comería lo suficiente la cabeza como para ser incapaz de pedirle salir otro día.
               ¿Y si ya había hecho planes?
               ¿Y si, por estar yo de fiesta toda la noche, había pensado que estaría molido y no podría salir con ella? ¿Y si tenía alguna idea de lo que hacer con su tarde, un compromiso de pasear con sus amigas, ir al cine con sus hermanas o quedarse en casa haciendo postres con su madre?
¿Qué tal la tarde de chicas?
Bien, gracias por preguntar 😊 ¿Y tu cena? ¿Cómo fue?
Bien
               -Dile que la echaste de menos-ordené a Jordan, y él me miró por encima del hombro con el ceño fruncido.
               -Pero es que no la eché de menos.
               -¡Que se lo digas, hostia!
Aunque te eché de menos.
               -Dile que mucho.
Mucho.
               -Muchísimo.
Un montón.
               -No te he dicho eso, te he dicho…
Creo que se nota por mis mensajes, ¿no?
               -¡TÍO!-protesté, dándole un empujón. Me apeteció partirle la cara cuando se echó a reír-. ¿A qué coño ha venido eso? ¡No me hace ni puta gracia!
               -Pues a ella sí-contestó Jordan, mostrándome mi teléfono. Un emoticono riéndose a lágrima viva coronaba el teclado. A Sabrae le había hecho gracia mi arranque de añoranza ebria.
😂
Me había dado cuenta.
La verdad es que me ha hecho mucha ilusión ver tus mensajes.😍
               Le di un manotazo a Jordan en el hombro, y él aulló.
               -¡AU!
               -¿¡Lo ves!? ¿Lo ves? Le han hecho ilusión mis mensajes. Trae-le arrebaté el móvil y seguí hablando con ella un rato, y comencé a preparar el terreno sin siquiera darme cuenta para la gran pregunta.
               Por fin, la escribí en la pantalla de mi teléfono. En cuanto me decidí por notar que era el momento, noté cómo una gotita de sudor frío me recorría la columna vertebral, fruto de los nervios. Me mordí el labio y comencé a escribir.
¿Te apetece que nos veamos ahora?
               Me quedé mirando el mensaje. Era demasiado casual, demasiado poco planeado. No reflejaba lo mucho que había pensado en ella, en lo que le diría, en lo que haría. La forma en que la besaría nada más verla y cómo le cogería la cara y le diría todo lo que tenía que haberle dicho hacía tiempo, cuando empecé a sentirlo, sin permitir que se alejara de mí.
               Cómo ella creaba mis sueños a base de aparecer en la noche a mi lado en la cama.
               Cómo también era el origen de mis pesadillas cuando se marchaba.
               -No puedo mandarle esta puta mierda, Jor-gemí, y él cogió el móvil para inspeccionar el mensaje. Sabrae estaba esperando a que yo dejara de escribir. No me enviaría nada hasta que yo no le enviara lo que estaba escribiendo. Así lo habíamos acordado hacía tiempo, mucho antes de decir específicamente que seríamos sinceros el uno con el otro.
               -¿Por qué no? Yo creo que está bien. ¿Qué quieres enviarle? ¿Una paloma mensajera con una rosa en el pico y un papiro que ponga “sé mi esposa, hermosa dama” en la pata?
               Jordan y yo nos miramos un segundo.
               -No vas a mandarle una puta paloma mensajera con una rosa en el pico y un papiro en la pata-Jordan puso los ojos en blanco.
               -La verdad es que ha sido una idea cojonuda.
               -Voy a enviar el mensaje.
               -Espera, no, tengo que pulirlo, yo…-empecé, estirando la mano para recoger el móvil.
               -Tarde-zanjó Jordan, mostrándome la pantalla en la que el mensaje acababa de colocarse en verde en la parte baja.
               Entonces, tiramos el móvil sobre la cama. Sabrae vio el mensaje nada más lo envié yo, pero se tomó su tiempo en contestar. El suficiente como para que yo me volviera, literalmente, loco.
               Me puse en pie y empecé a pasearme por la habitación como un tigre enjaulado que trata de averiguar cómo escurrirse entre los barrotes. Tenía las manos en la cabeza, los dedos entrelazados en la nuca, y cerré los ojos, yendo de un lado a otro, de un lado a otro. Mi habitación no era pequeña, precisamente, y sin embargo yo sentía que me asfixiaba en las cuatro paredes.
               No quería ni pensar en lo que se le estaría pasando por la cabeza a Sabrae. ¿Estaría molesta porque no había ido la noche anterior? ¿Le había chafado unos planes geniales que tenía pensado compartir conmigo?
               ¿Cuánto le dolería no haber podido despertarse a mi lado, sintiendo el peso de mi cuerpo a su lado en la cama, el calor que desprendía calentándola y los latidos de mi corazón haciéndole de música para los sueños? ¿Cuánto le dolería no haberse dormido acunada por mi respiración?
               ¿Tanto como me dolía a mí?
               El móvil pitó de nuevo y tanto Jordan como yo saltamos sobre él. Lo cogí y me quedé mirando la pantalla.
 Ya creía que no me lo pedirías 😊
               Me senté en la cama y dejé escapar el aire que no sabía que estaba conteniendo en mis pulmones mientras Jordan levantaba un puño y exhalaba un jubiloso:
               -¡Sí!
               Típico de ella, pensé con cariño. Sólo Sabrae podía convertir una pregunta trascendental en poco más que un trámite. Y sólo con un emoticono.
               Tragué saliva y leí la corta frase en la que la aplicación me informaba de que Sabrae estaba escribiendo.
Empezaba a pensar que no ibas a pedirme disculpas en persona por no venir a por mí ayer. Sigo dolida.😟
               Me pasé una mano por el pelo y miré a Jordan.
               -Olvídate de pedirle salir. ¿Crees que me dirá que sí si le pido que se case conmigo?
               Jordan estalló en una sonora carcajada.
               -Hombre, creo que un prudente periodo de noviazgo después del cortejo nunca está de más. Pero a ti no te va lo tradicional, ¿eh, Al?
               Me quedé mirando le mensaje. Sacudí la cabeza, chasqueé la lengua y empecé a escribir. Si Sabrae era capaz de contestarme así a una pregunta que tenía que notar, por fuerte, cargada de intención, era que era la chica destinada a mí y yo no podía dejarla escapar.
               Lo que yo no sabía era que no había sido Sabrae quien había escrito los mensajes, sino Amoke. Las dos amigas habían consensuado el contenido de nuestra conversación y, si bien Sabrae había sido la capitana del barco, Amoke se había ocupado de sortear las rocas que salían por encima de la espuma de las olas y evitar que todo se fuera a pique. Cuando escribí el mensaje preguntando si le apetecía quedar, las dos amigas se habían puesto a dar brincos de alegría, abrazándose. A Amoke le hacía ilusión que las cosas conmigo le fueran bien a Sabrae. Yo le gustaba, y tenía una esperanza depositada en mí que ni Kendra ni Taïssa conocían. A veces, ni Sabrae era consciente de hasta qué punto yo era el caballo ganador de su mejor amiga.
               Había visto los cambios que había ocasionado en ella. La felicidad que llevaba mi nombre, como un sello en el pie de una vasija de cerámica de colores blancos y azules: maestro artesano: Alec Whitelaw.
               No, mejor: maestro artesano: el Alec de Sabrae.
               Me fui de mi casa con un deseo de suerte que Jordan no quiso concederme. “No la necesitas”, me dijo cuando yo se la pedí, y yo me reí y le di un abrazo. Que confiara en que todo me iría bien tan ciegamente que no creyera necesario darme su bendición me dio alas. Me convencí de que estaba haciendo lo correcto, que todo me iría genial.
               Atravesé la puerta de mi casa prácticamente levitando, subido a la nube hecha del pensamiento de que ésa sería la última vez en mucho tiempo que la atravesaría soltero.
               Llegué al parque con casi un cuarto de hora de antelación, pero me dio igual. Una parte de mí ansiaba que Sabrae estuviera ya allí, a pesar de que yo sabía que era una locura que se presentara tan pronto: estaría cansada, seguro que tendría que prepararse… el tiempo de espera se me hizo eterno, lo confieso. Me volví literalmente loco yendo de un lado para otro, matando el tiempo para irme derecho a nuestro banco.
               Cuando llegué al banco en el que nuestros cuerpos se habían unido de una forma tan deliciosa, mis ánimos titilaron como una vela cuya llama vibra con un soplido lejano. Había una señora sentada en un extremo del banco, leyendo una revista de prensa rosa mientras se comía un bollito y un cocker spaniel negro jadeaba con una pelota entre las patitas.
               Por un momento pensé en buscar otro sitio, pero decidí finalmente que no sería necesario. Aquel era nuestro banco, había sitio de sobra en él… y sabía que a Sabrae le haría ilusión ver que yo conseguía identificarlo entre todos los demás. ¿Cómo no iba a hacerlo? La había tenido para mí solo allí, la había probado de verdad, sin reservas, en aquel trozo de madera. Para mí ya no era sólo un banco, sino un recuerdo de aquella tarde en la que nuestros cuerpos fueron uno, y nuestras esencias casi se mezclaron también.
               Pensé que se me venía el mundo encima mientras las agujas del reloj avanzaban condenadamente despacio. El perrito me miraba y de vez en cuando roía su pelota de goma, mientras la anciana pasaba páginas con hastío. Me estaba ignorando deliberadamente, pero yo no podía evitar echar un vistazo a las páginas a todo color con collages de todo el famoseo británico poblando eventos privados. Me pregunté si Sabrae tendría algún día una fotografía suya en aquel tipo de revistas por su condición de hija de.
               O por llegar alto en la política.
               Sinceramente, cuando hablabas mucho tiempo con ella, terminabas convenciéndote a ti mismo de que terminaría como primera ministra. Seguro que le encantaría tener el honor de ser la primera ministra negra, musulmana y bisexual de la historia de Reino Unido. Sería la mejor. Yo la votaría sin dudarlo.
               Que estuviera enamorado de ella no tendría nada que ver. Tendría unas políticas sólidas, convincentes y equitativas. Sí.
               Mis ojos se posaron en el reloj en el momento justo en que la aguja de los minutos tocaba la línea negra de la hora en punto. Un escalofrío me recorrió entero. Intenté repasar por millonésima vez lo que tenía pensado decirle a Sabrae.
               Y todo se me olvidó cuando la vi aparecer, puntual como siempre, por uno de los caminitos de asfalto que rodeaban el parque, convirtiéndolo en una maraña de islotes verdes que nada tenían que envidiar a los archipiélagos de Indonesia.
               Estaba preciosa, preciosa como no lo había estado nunca. No sabría decir si aquel repunte de belleza se debía a que estaba a puntito de ser mía, o porque ella lo era, simple y llanamente. Puede que un poco de las dos cosas, puede que en realidad se debiera a un tercer factor que yo aún no había conseguido aislar.
                Llevaba el pelo suelto en unos bucles azabache preciosos, una bufanda ocre en la que escondía sus labios y parte de sus mejillas, un jersey granate gordito que sin embargo conseguía ceñirse a sus curvas, y unos pantalones del mismo tono que la bufanda, metidos por dentro de unas botas militares negras a juego con su abrigo.
               Sus ojos chisporrotearon al encogerse un segundo cuando esbozó una efímera sonrisa a modo de saludo. Me levanté y fui hacia ella.
               -Hola, bombón-saludé con calidez, como si estuviéramos en una playa paradisíaca del Caribe en lugar de en un parque londinense a pocos grados sobre cero. Se tiró un poco de la bufanda para descubrirse los labios, que tenían un muy apetecible tono brillante por su bálsamo, y me enseñó sus dientes blancos como la nieve.
               -Hola-contestó, y había cierta timidez en su voz. Me incliné y le di un piquito rápido que ella saboreó. Creo que se le encendieron las mejillas mientras su mirada se deslizaba hacia nuestro banco, donde la señora nos miraba con interés, disimulando de forma pésima con su revista. Pasó una página y se detuvo ante un reportaje publicitario sobre una colonia nueva que una marca en alza acababa de sacar, y clavó los ojos en la cara de la modelo mientras escuchaba nuestra conversación.
               -¿Damos una vuelta?-ofrecí, cogiéndole la mano, pero Sabrae miró de nuevo el banco.
               -O podemos sentarnos.
               -Es que… está ocupado.
               -Hay sitio de sobra, Al-parpadeó, a la espera de que yo le concediera ese capricho, y yo maldije para mis adentros.
               De todas las chicas de Inglaterra, he tenido que enamorarme de la más tozuda. Bravo por ti, Alec.
               -Esto… bueno. Si lo prefieres así-asentí con la cabeza y tiré de su mano para llevarla al banco. Me quedé plantado allí de pie mientras dejaba que ella escogiera dónde sentarse: si en un extremo o en el centro, al lado del bolso de la señora. Eligió la segunda opción. Se sentó con gracilidad y se me quedó mirando desde abajo.
               Yo no podía apartar la vista de lo profundos que eran sus ojos. Parecían más grandes que de costumbre. Creo que se había hecho la raya de una forma nueva que se los agrandaba incluso más.
               Dios, quería quedarme mirándolos toda la mañana.
               -¿Vas a quedarte ahí todo el día?-preguntó con una ceja alzada, y yo carraspeé y negué con la cabeza. Me senté a su lado, con el cuerpo orientado hacia ella, que se acarició la melena y parpadeó mientras esperaba a que yo me acomodase. Mis rodillas tocaron las suyas cuando me volví hacia ella y apoyé un codo en el respaldo del blanco. Le aparté un mechón de pelo de la cara y se lo coloqué tras la oreja.
               -Estás muy guapa.
               -Gracias-sonrió, mordisqueándose el labio.
               -No hagas eso.
               -¿El qué?
               -Eso-le señalé la boca y sus dientes soltaron su labio inferior. La señora se volvió para mirar a Sabrae, pero no pudo ver el motivo de discordia porque ella le daba la espalda-. No me deja pensar.
               -¿Y en qué tienes que pensar, si puede saberse?
               -Pues… verás. Yo… eh… necesitaba hablar contigo-clavé los ojos en la señora, que volvió la vista presurosa hacia la revista. Sabrae la miró por encima del hombro, pero como la mujer estaba disimulando a la perfección, enseguida centró su atención en mí de nuevo.
               -Es gracioso, porque yo también quería hablar contigo-también apoyó el codo en el respaldo del banco y apoyó la cabeza en su mano. Parpadeó y entrecerró ligeramente los ojos.
               -¿En serio?
               -Sí, pero bueno. Tú has sacado el tema, así que…
               -¿Estás segura de que no quieres dar un paseo?-me puse recto. No quería que la mujer me escuchara. Es más, ahora que había llegado el momento ni siquiera quería que me escuchara Sabrae. Era una puta locura. Seguro que se reiría en mi cara. Éramos amigos, buenos amigos, amigos que echaban unos polvos increíbles y se echaban de menos de una forma más increíble aún.
               Amigos que se daban el uno al otro la noche más increíble de sus vidas.
               No seas gilipollas, Alec, me recriminé. Échale cojones.
               Manda huevos que me pusiera así por Sabrae, que no levantaba ni dos palmos del suelo. Cuando todavía competía, me había enfrentado a tíos que incluso me doblaban el peso, que me sacaban tres cabezas o que tenían tantos cinturones de campeón colgados de sus hombros que se convertirían en orugas de oro y plata de haber intentado ponérselos. Y siempre me había lanzado a por ellos como un toro, seguro de mí mismo y sin un ápice de miedo.
               En cambio, con Sabrae… con Sabrae estaba aterrorizado. Prefería enfrentarme mil veces a cien tipos a los que había machacado en el ring, incluso a la vez, que a ella.
               Yo no lo sabía, o al menos no conscientemente, pero ella podía hacerme mucho más daño que esos tíos.
               -Es que tengo algo bastante importante que comentarte.
               -Alec-Sabrae alzó una ceja-. De verdad. Estamos bien aquí. Venga.
               La señora me miró de reojo, yo clavé la vista en ella, suspiré y asentí con la cabeza. Me froté las manos contra los pantalones y luego entre sí.
               -Vale. Yo… eh… joder-me pasé una mano por el pelo y Sabrae arqueó las dos cejas. Acababa de írseme todo lo que había pensado decirle. Tendría que improvisar sobre la marcha, y a mí se me daba de puta pena improvisar-. Dios. Menuda mierda. Perdona, bombón, es que se me acaba de ir todo el discursito que tenía pensado soltarte.
               -Una pena. Soy bastante fan de tus discursitos.
               -¿Prefieres hablar tú primero para que yo intente recordar?
               Sabrae sonrió.
               -No.
               -Qué detallazo, gracias, tía-puse los ojos en blanco y ella se echó a reír-. Vale. Bueno. Allá voy-bufé-. Va a ser muy inconexo, pero espero que lo entiendas, ¿de acuerdo?
               -Mientras me hables en inglés en vez de en griego, todo correcto.
               La mujer abrió mucho los ojos y se me quedó mirando. Estaba segura de que Sabrae acababa de usar una frase en clave para referirse a una postura sexual particularmente perversa.
               Yo me reí entre dientes, sacudí la cabeza y me quedé mirando sus manos. Dejé que una de las mías cayera frente a las suyas y mis dedos se introdujeron en los espacios entre los suyos, como hacía mi cuerpo cuando el suyo estaba desnudo.
               Recordé el subidón de adrenalina justo antes de saltar al ring. La gente gritando mi nombre. La extraña sensación de estar viéndome a mí mismo desde fuera, como si estuviera en una película, cuando mi contrincante subía al cuadrilátero. Chocar los guantes con él en una señal de respeto y que el corazón pareciera a punto de estallarme en el pecho cuando latía a toda velocidad, esperando el sonido de la campana que me indicaba que el combate había comenzado.
               Aquello no era nada, nada, comparado con los nervios que me recorrieron de arriba abajo mirando los dedos de Sabrae entre los míos. No quería ni pensar en cómo sería mirarla a los ojos.
               Estás más preparado que él, me decía siempre Sergei antes de salir del vestuario. Está confiado porque te subestima. Vas a salir ahí y vas a demostrarle que haberte tomado como el típico principiante famélico de gloria que desafía sin criterio al campeón ha sido el mayor error de su vida.
               Recordé los ojos de Sergei hundiéndose en los míos, su mano tocando mi pecho y su sonrisa al notar mi pulso desbocado. ¿Por qué te pones así? Vas a ganar esta mierda.
               Voy a ganar esta mierda.
               Voy a ganar esta mierda.
               VOY A GANAR ESTA MIERDA, me dije a mí mismo, insuflándome ánimos.
               Eres mi campeón. ¿O no?, Sergei me cogía de la nuca y me pegaba la frente a la suya, creando una burbuja de acero en la que sólo estábamos nosotros dos.
               Sí. Lo soy. Soy tu campeón.
               Entonces sal ahí, y mata a ese hijo de puta.
               -Yo, eh… He estado pensando mucho en ti últimamente. Ya lo sabes-a Sabrae le cambió totalmente la expresión en cuanto le dije aquello, pero había empezado a coger carrerilla. Evidentemente, no iba a cargarme a Sabrae. Pero sentía en mi interior la misma valentía floreciendo que llegaba a mí cuando iba por el pasillo del vestuario en dirección al cuadrilátero-. No sólo porque lo hemos hablado varias veces, y también por lo mucho que hemos hablado durante tu viaje, sino porque sé que lo sientes. Sé que piensas en mí tanto como yo pienso en ti. Y el caso es…-me aclaré la garganta y percibí que tanto Sabrae como la anciana contenían el aliento- que no puedo estar sin ti. Ni un día, ni una hora… ni siquiera un minuto. Pienso en ti constantemente, incluso cuando voy borracho como una cuba y no sé dónde estoy, sé que tú estás dentro de mí-me toqué el pecho y Sabrae miró el lugar donde estaba mi mano, el mismo sitio en el que la ponía Sergei. Mi pulso se estaba normalizando, me estaba saliendo todo bastante mejor de lo que me esperaba. No me había trabado ni me había puesto a balbucear como un bebé, así que estábamos ante un éxito rotundo-. Ayer, durante la cena, lo único que quería era que se acabara pronto para poder ir a verte. Me bastaba con verte. Me basta con verte ahora-le acaricié la mejilla y Sabrae sonrió levemente-. Cuando estamos juntos, yo… siento que soy una persona totalmente diferente. Una versión mejor de mí mismo. Tú haces que sea mejor. Haces que entienda por qué antes no me soportabas, y ahora sí. Antes de conocerte era un puto niñato. Me daba igual ocho que ochenta, y tú lo sabías, y por eso no me querías cerca de ti. Pero ahora, desde que estamos juntos… todo ha cambiado. Quiero mejorar para ti, Saab. Con las demás me da lo mismo ser un niñato, pero contigo aspiro a ser un hombre. Porque es lo que te mereces, Saab. Un hombre. Un hombre que te cuide y te celebre como tú te mereces que lo hagan, un hombre que piense en ti a cada segundo de su vida, un hombre que respire para ti.
               Sabrae tragó saliva, sus ojos estaban húmedos.
               Joder, me estaba saliendo. Ojalá fuera un Kardashian y alguien estuviera grabando mi declaración. Me apetecería verla en Blu-Ray más tarde, tirado en el sofá, con Sabrae acurrucada a mi lado. Y todo estaría bien.
               El mundo podría desmoronarse encima de mí, que mientras Sabrae estuviera conmigo nada podría hacerme daño.
               -Jamás he deseado a una mujer como te deseo a ti…
               -Pero yo no soy una mujer-me interrumpió, y yo la miré.
               -Sí que lo eres. La más preciosa de la historia-me incliné y le di un suave beso en los labios, que me supo a gloria y a promesas. Su boca siguió con la huella de mi beso un poco después de que nos separáramos.
               -Llegaré a serlo, pero aún soy una niña.
               -Eso explica que me hagas sentir como un niño cuando estoy contigo-contesté, volviendo a besarla. Sabrae correspondió a mi beso un segundo, y luego me puso las manos en el pecho y me apartó suavemente de ella.
               -Sigue, por favor. Me está gustando tu discurso improvisado.
               -Se me está dando bien, ¿verdad?-sonreí, y ella asintió y sonrió también-. Es que estoy inspirado. Todo lo que tenga que ver contigo, lo hago mil veces mejor, porque sé que es lo que tú te mereces. No llego a hacerlo tan bien como debería para ti, porque soy humano, pero lo mejor de todo es que sé que a ti no te importa. Sé que te es suficiente que yo me esfuerce-Sabrae asintió con la cabeza-. Y el caso es… que quiero esforzarme más por ti-Sabrae abrió un poco más los ojos-. Quiero darte todo lo que tú me pidas que te dé. Quiero poder pensar en ti sin sentir que estoy siendo pesado o que me estoy obsesionando tontamente. Quiero poder soñar contigo y contártelo nada más despertarme-le acaricié la mejilla-, sólo tirando de tu cintura y contándotelo al oído. Quiero que durmamos juntos. Así podré salir del infierno en el que vivo.
               -¿Tan mal te trato?-Sabrae sonrió, y yo sacudí la cabeza.
               -No. Todo lo contrario. Precisamente porque me tratas tan bien, sueño contigo. Y el infierno es soñar que estoy amándote y despertarme solo en mi cama.
               Sabrae tragó saliva y se mordió el labio.
               -Quiero más. Quiero darte más y que tú me lo des a mí. Quiero dejar de darme cuenta de lo que siento por ti mientras estoy con otras y no te saco de la cabeza. Ya sé que te he prometido que no volveré a tocar a ninguna otra chica, pero quiero prometerte más cosas. Quiero pasarme la vida haciéndote promesas que me esforzaré por cumplir. Quiero descubrir hasta qué punto eres esencial en mi felicidad contigo, y sólo contigo.
               Sabrae se quedó callada, escuchándome con atención.
               Siempre había tenido un instinto natural para saber en qué momento tenía que lanzarme a la piscina. Mi sentido de la oportunidad era de los mejores que había en el mundo del boxeo. Apenas había perdido combates por ello, a pesar de mi juventud, de mi inexperiencia, incluso de mi inferioridad. El verdadero ganador no es el que tiene las mejores armas, sino el que sabe sacarles el máximo partido.
               En mi cabeza, sonó la campana.
               Ahora, me dije.
               -Quiero pasar al siguiente nivel. Hacer las típicas cosas de pareja, poder hablarle de ti a mis padres y que tú les hables de mí a los tuyos… saber que hay un día a la semana en que eres mía, y sólo mía. Que ya tienes con quién ir a las fiestas, y con quién ir yo a los conciertos. Que ya tenemos la primera persona a la que buscar cuando salgamos separados y coincidir en algún sitio. Quiero hacerlo oficial, Saab, así que… ¿quieres… bueno… quieres salir conmigo?
               Sabrae se quedó callada un instante. Miró la mano que aún estaba entre sus dedos.
               -Yo ya salgo contigo, Al.
               Me la quedé mirando. Mírame. Mírame, por favor.
               Me encanta que me mires cuando entro en ti por primera vez.
               Quiero adorar que me mires cuando aceptes ser mía.
               -Me refiero-carraspeé-… me refiero a salir juntos. En serio. A ser novios.
               Sabrae se mordisqueó los labios, abrió la boca y dejó escapar lentamente el aire que había estado conteniendo en un largo suspiro. Toda ella se encogió un poco.
               Mi corazón se detuvo un instante. La señora cerró apresuradamente la revista.
               -Qué tarde es-murmuró, metiéndola toda arrugada en su bolso e incorporándose-. Vamos, Brisa.
               Dueña y perro trotaron lejos del banco, desapareciendo del escenario donde mi peor pesadilla estaba a punto de desatarse.
               La primera palabra que dijera Sabrae sería lo que decantaría la balanza hacia un lado o a otro: felicidad o tristeza, bendición o maldición, amor o desamor. Había una única palabra capaz de dirimir el conflicto. Sí.
               Sabrae abrió la boca y yo contuve el aliento. Todo lo que no fuera sí, era no.
               -Alec…-empezó, y yo noté que volvía a separarme de mi cuerpo.
               Sabrae empezó a hablar, y yo conseguí escucharla, todavía no sé cómo.
               Acababa de recordar que el boxeo y el amor no eran lo mismo. De hecho, eran incompatibles. Había empeorado en mi boxeo cuando empecé a querer a Sabrae.
               Y, aunque no fueran iguales, incluso en esto me retiraba subcampeón.


No noté la tensión que agarrotaba los músculos de mis manos hasta que no me separé un poco de Alec para poner distancia entre nosotros.
               Vale, había estado haciendo tiempo a posta a la entrada del parque porque quería que se me pasara un poco el mosqueo con él y así poder cogerlo más de sorpresa. Una parte de mí me decía que lo estaba sacando todo de contexto, que debía confiar en Alec como lo había hecho hasta entonces, que había una explicación lógica y cargada de inocencia para que él tuviera una marca de pintalabios cerca de la boca.
               Incluso cuando estaba enfadadísima con él y él ni siquiera estaba allí para defenderse, una parte de mí ya estaba más que dispuesta a perdonarlo.
               Y eso me sucedería siempre.
               Además, una cosa era enfadarme con Alec cuando estaba sola y otra muy diferente era enfadarme con Alec cuando estaba frente a él. Cuando llegué al que había llamado nuestro banco y vi cómo se levantaba para venir a saludarme, lo guapo que estaba y lo feliz que parecía de verme, decidí darle una mínima oportunidad para explicarse. No quería ponerme a chillarle de buenas a primeras, y menos con la ancianita adorable mirando la revista del corazón a nuestro lado. Dejaría que me dijera lo que tuviera que decirme, y luego le preguntaría a bocajarro qué había hecho ayer por la noche. Le miraría a los ojos y sabría si intentaba mentirme, aunque dudaba que se le ocurriera.
               Lo que nunca me habría imaginado era que Alec pretendía declarárseme esa mañana. Visto en retrospectiva, tenía sentido que lo hiciera, y tenía sentido que yo le diera un sí rotundo. De no haber tenido la pelea con Kendra la noche anterior, lo habría hecho de calle. Habría adivinado sus intenciones nada más verlo y le habría dicho “la respuesta es sí” antes incluso de que él formulase su pregunta.
               Pero éramos hijos de nuestras circunstancias, y yo me había peleado con Kendra por él, y había empezado a dudar; mínimamente, pero lo había hecho.
               -Alec…-susurré, apartándome un poco de él para no estar demasiado cerca el uno del otro. La señora que estaba a mi espalda se había marchado apresuradamente, notando el desastre que se avecinaba como una elevación en el horizonte que presagiaba la cercanía del tsunami. Me sentí una mierda conmigo misma por lo que iba a hacer a continuación, porque sus palabras habían sido preciosas (jamás pensé que Alec podría llegar a hablar así), y realmente parecía dispuesto a intentarlo con todas sus fuerzas, pero… no era el momento. Yo no quería empezar una relación con él en el momento más bajo de la confianza que tenía depositada sobre sus hombros, por dos razones.
               La primera, porque él no se lo merecía.
               Y la segunda, mucho más egoísta: porque quería estar segura de que mis sentimientos no eran fruto de una ilusión. Porque, si finalmente lo que yo tenía con él evolucionaba hacia lo que él me estaba pidiendo, quería que fuera cuando las reservas estuvieran muertas y enterradas.
               Estaba claro que él sabía lo que iba a hacer, porque se apartó un poco de mí también. Puso la espalda recta y quitó la mano que había tenido acariciándome la mejilla. Sin embargo, la que había estado entrelazada con la mía sobre nuestro regazo continuó allí, huérfana, solitaria, el primer copo de nieve de una ventisca que se aventuraba hacia el suelo mucho antes que los demás.
               -Yo… me siento muy halagada, de verdad. Lo que me has dicho ha sido precioso; nadie me había dicho jamás algo así. Eres el rey de la improvisación-bromeé, y él intentó sonreírme, pero no lo consiguió del todo. Me detesté a mí misma por estar haciéndole tanto daño, cuando su felicidad era una de mis prioridades, y causa y efecto directo de la mía propia-. Y me considero una privilegiada de que me hagas la protagonista de cosas tan bonitas, pero… ahora mismo no me veo capacitada para mantener una relación-clavó sus ojos castaños en mí y yo me acerqué un poco más a él-. Es decir, no es por ti. Simplemente no me veo saliendo en serio con nadie. No me lo puedo permitir.
               Me aparté un mechón de pelo de la cara y esperé a que él dijera algo. Sus ojos estudiaban mis facciones, buscando quizá un huequecito a través del que introducirse en mi interior.
               Si él supiera que estaba hecha de fragmentos, que toda yo era grietas, y que podría colarse dentro de mí sin esfuerzo y sin encontrar resistencia…
               -¿Puedo preguntar por qué?-quiso saber en tono educado, con la voz un poco quebrada. Me dieron ganas de llorar saber que le estaba destrozando el corazón. Me quedé mirando un momento el estanque de los patos y los cisnes, que nadaban perezosamente sobre la superficie del agua desde la cual se elevaban pequeñas nubes de vaho.
               Piensa algo. Piensa algo y hazlo rápido.
               Por mi cabeza aparecieron un montón de palabras, todas inconexas y a cada cual más ridícula que la anterior. Ni siquiera me molesté en quedarme con algunas para intentar seleccionarlas. Cada una definía una situación, que podía ser tanto un recuerdo propio como momentos vividos a través de un libro o una película.
               No sé por qué me vino a la mente la escena del principio de A todos los chicos de los que me enamoré, donde la hermana mayor de Lara Jean rompía con su novio de varios años simplemente porque su madre le había dicho que no había que ir con novio a la universidad.
               -La universidad-solté, y Alec alzó las cejas y abrió la boca. Ni lo había pensado, simplemente se me escapó igual que se me podía escapar una mentirijilla delante de mis padres.
               Y estaba claro que él no iba a tragarse mi excusa de mierda, no sólo porque quien iba a marcharse a la universidad era él, sino porque las chicas de 14 años no solemos saber a qué queremos dedicarnos en el futuro. Si las de 20 dudan, nosotras ya ni te cuento.
               -La universidad-repitió él, incrédulo, y yo asentí con la cabeza. Me descubrí vomitando una retahíla de trolas que era imposible que él se creyera pero, como en la peor de las pesadillas, cuanto más quería callarme más hablaba, y cuanto más claras quería dejar las cosas más me enredaba en ellas.
               -Sí, bueno, es que quiero dejarme el máximo número de puertas abiertas posible, ¿sabes? Así que tengo que centrarme en los estudios.
               Alec hizo una mueca y se acodó en sus rodillas.
               -Sabrae, sacas dieces.
               -Ya, pero bueno, no quiero relajarme, ¿sabes? No los saco por amor al arte, la verdad es que me esfuerzo, y no estoy segura de que pueda mantener una relación sin que mis notas se resientan. O sea… me gustas muchísimo, Al, pero mi futuro académico es lo primero.
               Él se me quedó mirando, y me dio la impresión de que veía a través de mí, el parque al fondo, los árboles retorciéndose unos en torno a otros, los niños jugando, los padres vigilándolos y los perros correteando por el césped húmedo.
               -Tienes tres segundos para darme una razón de verdad. Una que no te inventes. Si no es mucho pedir-puso los ojos en blanco y yo lo atravesé con la mirada.
               ¿Cómo que “tienes tres segundos”? ¡Deberías dar gracias de que te dirigiera la palabra, gilipollas! ¡Estuviste con Chrissy y te creías que yo sería lo bastante imbécil como para no enterarme!
               -No quiero atarme a nadie-constaté, alisándome los pantalones por las rodillas con indiferencia.
               -No me lo trago, Sabrae.
               -No quiero tener novio, ¿tan difícil es de entender?
               -No, si eso lo entiendo perfectamente, lo que no entiendo es el por qué. O sea, literalmente todas las tías andáis locas por pescar a alguno-se puso rígido y yo también me lo puse. Si íbamos a pelearnos, no iba a pillarme callada y sumisa.
               Mamá me había hecho ruidosa y combativa. Y así me encontraría él.
               -A todas os gusta que os pidan. A todas. Todas queréis novio.
               -Yo no soy todas, Alec-respondí con frialdad.
               -Ya, sí, me había dado cuenta-asintió con la cabeza y se reclinó en el banco. Sacudió la cabeza mirando el parque, las nubes, el suelo. A todas partes, excepto a mí.
               Estaba cabreándose. Estaba cabreándose como yo no le había visto cabrearse nunca, y  eso me asustó. No sólo porque no tenía ningún derecho a cabrearse conmigo porque yo no quisiera tener nada con él (que lo quería, pero no así), sino por algo mucho peor.
               Mis años de odio visceral hacia él me hacían pensar lo peor de Alec en este tipo de situaciones. Siempre me lo había imaginado como el típico que, cuando le rechazan, se pone como un energúmeno y se mete con la chica en cuestión. Pues no eres tan guapa. Relájate que eres bastante fea. Ni que estuvieras tan buena. Era una apuesta, calma. Guarra. Puta. Zorra. Vas provocando. Calientapollas, ¿quién te crees que eres?
               Esa parte de mí era la que tenía el control ahora, mi mecanismo de defensa. Él me había demostrado una y mil veces que jamás haría una cosa así; no sólo mi Alec, sino Alec Whitelaw. Pero yo no razonaba en ese momento. Estaba demasiado mareada por la espiral de emociones que me barría por dentro como para pensar siquiera en si lo que estaba pensando tenía sentido o no.
               Me lo imaginaba insultándome. Metiéndose conmigo y diciéndome esas cosas horribles que los chicos les dicen a las chicas cuando ellas les rechazan, o simplemente demuestran ser criaturas pensantes con deseos propios.  Le veía insultándome, y si lo hacía sería una putísima mierda, porque yo no se lo podría perdonar nunca, y lo peor de todo sería que yo querría perdonarlo.
               -No tengo por qué darte explicaciones, Alec-gruñí, y él me miró de reojo-. Y tú no tienes ningún derecho a ponerte así conmigo. Creo que yo también tengo algo que decir en este asunto. Soy una persona, no un objeto del que puedas apropiarte cuando quieras.
               -¿Te he llamado objeto yo, acaso? Me parece que he sido lo bastante educado y correcto como para que tú encima me acuses de cosas que no he hecho, Sabrae.
               -Te estás cabreando conmigo por rechazarte, ¿y todavía la mala de la película soy yo?
               -No estoy cabreado contigo por rechazarme. Como tú has dicho, estás en tu derecho. Lo que me toca los cojones es que no quieras darme la razón. ¿Qué te ha hecho cambiar de opinión?
               -¿Qué te hace pensar a ti que yo he cambiado de opinión en nada con respecto a ti?
               Se echó a reír y negó con la cabeza.
               -Sabrae. Por favor. Yo también estuve en el iglú. Sentí lo mismo que sentiste tú.
               -¿Y qué sentí yo?
               -Que éramos las únicas personas vivas en el mundo-contestó, y yo tomé aire y lo solté lentamente-. Ahora me dirás que me lo imaginé.
               -No te lo imaginaste.
               -¿Pues entonces?
               Miré al cielo y sacudí la cabeza. Me masajeé las sienes, tenía que ocurrírseme algo lo suficientemente pasable como para que a Alec le convenciera, aunque fuera sólo un poco.
               Y entonces, lo recordé. Ese reloj insonoro pero omnipresente con una cuenta atrás en el fondo de mi mente. Scott iba a marcharse de casa. Era su último año de instituto.
               Y Alec también estaba en su último año de instituto.
               -Vas a marcharte-dije, y Alec frunció el ceño.
               -¿Qué?
               -Vas a acabar el instituto este año-empecé.
               -Joder, ya empezamos con el instituto-se pellizcó el puente de la nariz y se hundió un poco más en el banco. A estas alturas, su culo estaba en el aire. Si no se había caído al suelo aún era porque lo sostenían sus piernas.
               -Y te vas a marchar de año sabático a vivir la vida, como hacen todos, y yo me voy a quedar aquí sola, sin hermano, sin novio, como una auténtica pringada y…
               -No voy a ponerte los cuernos, Sabrae. Antes me mato que ponerte los cuernos-me prometió.
               ¡Será mentiroso!, bramó una voz malévola en mi cabeza.
               -No estar esperándote durante un año. No puedes pedirme eso.
               -No te estoy pidiendo eso-protestó, sentándose de nuevo-. Te estoy pidiendo salir, no que te pongas a hacer calceta mirando por la ventana mientras yo me marcho al extranjero. Además, eso va a pasar en medio año. ¿Tienes idea de todo lo que puede pasar en medio año? Mira todo lo que nos ha pasado en un mes, Sabrae. ¿Crees que no podríamos construir algo lo bastante fuerte como para que aguantara el momento en que tú y yo nos separásemos?-me cogió de la mano y me acarició el dorso con el pulgar-. Porque yo estoy convencido de que ya mismo podríamos hacerlo. Construir algo juntos, separarnos un año, y que las cosas estuvieran tal y como las dejamos cuando volviésemos a encontrarnos.
               No me hagas esto, Alec, sollocé para mis adentros. Ojalá me hubiera escuchado.
               -Yo… es que… no me quiero hacer ilusiones.
               -No puedes vivir sin hacerte ilusiones, Sabrae. Esconderte bajo tierra para no enamorarte y que no te hagan daño no es vivir.
               -No es eso.
               -¿Entonces?
               Se acabó. No podía más. Estaba acorralada. Hubiera preferido morir a tener que decirle lo que estaba a punto de decirle. Pero no podía ser.
               -Es que yo, lo que no quiero, es hacerme ilusiones contigo.
               Se lo solté así, en un susurro ahogado que me sorprendió poder emitir. Sentía que estaba a punto de ahogarme en mis lágrimas. A duras penas conseguía articular palabra. Me latía el corazón a mil, y lo notaba resquebrajarse con cada pulsación.
               Pero él, que era como un santo, un luchador nato, no se iba a dar por vencido así como así. Él sabía que yo quería decirle que sí. Lo sabía de esa forma inconsciente en la que notas también la gravedad.
               -Tú hazte todas las ilusiones que quieras conmigo, Saab. Voy a desvivirme por cumplirlas todas-me besó la mano y yo sacudí la cabeza. La imagen de él con el pintalabios de Chrissy en la comisura de la boca me asaltó de repente.
               -No puedo.
               -¿Por qué no?
               -Porque no sé cuánto tiene eso de verdad.
               -¿Qué?
               -No quiero hacerme ilusiones porque eso se lo dirás a todas-ataqué, cruel, ruin-. Se lo dirás a todas.
               -No-chasqueó la lengua, molesto-. Te lo digo porque de verdad pienso que eres especial. Yo esto no te lo digo…-sus palabras murieron en su boca, y decidió cambiar de rumbo-. Nunca le he pedido a ninguna chica ni nada. Eres la primera. Te lo digo a ti porque de verdad lo siento, y si te pido salir es porque lo deseo de corazón.
               Tomé aire y aparté la mirada, pero Alec me tomó de la mandíbula y me obligó a clavar los ojos en él.
               -No te insistiría tanto si no estuviera seguro de que quieres decirme que sí. Te conozco, bombón. Te pasa algo. Lo sé. Dime qué es, y lo resolveremos juntos. Podemos con esto, de verdad. Nada puede separarnos-me besó la palma de la mano y la dejó sobre su mejilla.
               -¿Nada? ¿Ni siquiera tú?
               Lo tenía enfrente como en una de esas pesadillas, quitándose la ropa, quitándosela a Chrissy, hundiéndose en su cuerpo y sonriendo mientras se la follaba como no podía follarme a mí. Es Alec Whitelaw, escuché decir a Kendra en un eco infernal, ¿de verdad te crees que va a estar tanto tiempo sin sexo por ti?
               Lo había hecho anoche. Lo sabía. Yo lo sabía. Tenía el vídeo con el pintalabios de Chrissy en la piel, los ojos brillantes por el sexo. Se habían acostado y él había roto su promesa.
               -¿Qué?
               -¿Dónde estuviste?
               Frunció el ceño y levantó la cabeza.
               -¿Qué?
               -Anoche. ¿Dónde estuviste?
               Parpadeó sin comprender.
               -En la cena. Ya te lo dije.
               -Sabes que no me refiero a la cena. Después. Cuando se terminó. ¿Qué hiciste?
               Alec se quedó callado un segundo. Un único segundo que a mí me bastó para confirmar mis peores sospechas.
               Espero que ese polvo le hubiera sabido a gloria, que se hubiera follado a Chrissy como si no hubiera un mañana, porque conmigo Alec ya no tenía un mañana. Me perdió en el mismo momento en que atravesó la puerta de su casa.
               -Acompañé a Chrissy a casa.
               -¿Y después?
               -Me fui.
               -¿A qué hora? ¿Diez minutos antes de que saliera el sol? ¿Para poder enviarme mi puto vídeo del amanecer?-le di un empujón y Alec me agarró de las muñecas.
               -Pero, ¿qué bicho te ha picado? ¿Qué coño dices?
               -¡Te la tiraste!
               -¿PERO QUÉ DICES?
               -¡Sé que lo hiciste! Tenías su puto pintalabios por toda la cara. ¿Te crees que soy imbécil, Alec? ¡Ibas lo bastante borracho como para no darte cuenta de que si me enviabas un vídeo, yo vería el pintalabios!
               -¡No hice nada con Chrissy!
               -¿Entonces dónde coño estuviste? ¿Con Pauline? ¿Con otra chica que yo no conozco?
               -No puedo decírtelo.
               -¿Por qué?
               -¡Porque prometí que no diría nada!
               -Tus promesas no valen una mierda. Me hiciste una promesa, me dijiste que no te acostarías con nadie más, y la rompiste, ¡y ni siquiera eres lo bastante hombre como para admitirlo!
               Todo en su cuerpo cambió. Una oscuridad gélida atravesó sus ojos, afincándose en ellos.
               -No tengas los cojones de tratarme de mentiroso, Sabrae. Te prometí que no estaría con nadie más, y es lo que he hecho. Mi palabra tiene valor para mí.
               -Si eso fuera verdad, me dirías dónde estuviste.
               -Te repito que no puedo decirte nada, porque hay gente involucrada que me pidió que no lo contara. No es un secreto mío que pueda ir contando por ahí.
               -No puedes pedirme que confíe en ti si tú no confías en mí.
               -Pero una promesa es una promesa, no importa a quién se la haga. Para mí son sagradas, Sabrae. Confío en ti más que en nadie. Al contrario que tú-se puso en pie y yo le imité.
               -¿Cómo te atreves? No puedes pedirme que confíe ciegamente en ti cuando haces lo imposible por hacer que yo piense mal. Por eso no quiero que esto vaya a más-solté, venenosa, antes de poder frenarme, y Alec entrecerró los ojos-. No quiero que la relación siga evolucionando y pillarme aún más por ti de lo que ya estoy viendo cómo eres…
               -¿Cómo soy?
                -… porque cuando yo estaba mal porque te tiraste a Pauline, cuando te dio la venada y te pusiste celoso de Hugo, te fuiste con Chrissy. Y yo tampoco quiero estar pensando a quién coño te estarás tirando cada vez que nos peleemos. Porque es la forma que tienes de resolver las idas de olla emocionales: follándote a alguien.
               -No me explico cómo soportas estar en mi presencia si tienes tan mala imagen de mí, Sabrae.
               -Tienes un montón de virtudes, pero tampoco estoy ciega a tus defectos, Alec. Tienes tu historia y eres lo que eres. Eres un fuckboy. Eres la clase de tío que se enrolla con cuantas más chicas mejor, el que es incapaz de atarse a nada o a nadie.
               -¡Pero si te estoy diciendo que quiero atarme a ti, eres tú la que no quiere!
               -Y, sinceramente, ¿puedes culparme?-me crucé de brazos y lo fulminé con la mirada-. Has estado con más chicas de las que conozco, y mira que yo soy sociable, ¿eh? Y… ¡Dios! ¡Pero si tú mismo lo reconoces! Todo lo que tiene que ver conmigo, lo relacionas con otras chicas. ¡Me has dicho hace dos minutos que te das cuenta de lo importante que soy para ti estando con otras! ¿¡Tienes idea de cómo me sienta eso!?
               -Lo tuyo es muy fuerte, Sabrae-escupió-. Joder. Te digo que te quiero y que me estoy enamorando de ti-di un paso atrás y me llevé una mano al corazón-, y con la única copla con la que te quedas es de que me doy cuenta estando con otras chicas. ¡Noticias frescas! Paso un montón de tiempo con otras personas, es normal que me dé cuenta de lo que siento en compañía, porque yo casi nunca estoy solo.
               Nos miramos en silencio, Alec jadeaba como si acabara de correr una maratón, y yo no podía apenas respirar. Una garra helada me aprisionaba la garganta.
               -Yo no me merecía esto-susurré con un hilo de voz, y él frunció el ceño
               -¿El qué? ¿Que te pidiera?
               -No. Que la primera vez que me dijeras que me quieres, me lo soltaras así. Enterarme así. Que la primera vez que me lo digas, sea así-sacudí la cabeza y me aparté el pelo de la cara. El mundo a mi alrededor daba vueltas tan rápido que yo no encontraba ningún punto de apoyo.
               Alec se mordisqueó el labio.
               -Sabrae…
               -Pero da lo mismo. Ya está hecho.
               -No, no da lo mismo, escúchame.
               -No, escúchame tú. No tienes ningún derecho a cabrearte porque yo te diga lo que eres. Me dices que me quieres y que te diste cuenta mientras te follabas a otra, ¿eso no es ser un fuckboy?
               -No te niego que lo sea, pero para mí eso tiene importancia, ¿sabes? Para mí sería relevante que me dijeras que piensas en mí estando con otros.
               -Joder-me eché a reír y negué con la cabeza-. Esto es increíble. No eres un fuckboy, eres el fuckboy original.
               Alec parpadeó.
               -¿El original?
               -Sí.
               Se llevó una mano a la nariz y se la pellizcó un poco antes de soltar:
               -Mira, no sé si me pone de muy mala hostia que me digas eso, o me pone cachondísimo que me consideres el original.
               Se metió las manos en los bolsillos de los vaqueros, frunciendo el ceño.
               -¿Por qué?
               -Significa que los demás son copias mías. Falsificaciones. Ninguno es tan bueno como lo soy yo. Lo cual tiene bastante sentido. Accurate-sonrió, y me dedicó su mejor sonrisa de Fuckboy®, y yo entonces caí.
                Toda esta discusión carecía de sentido porque giraba sobre el hecho de que la manera de ser anterior de Alec fuera para mí un defecto. No lo era. Era la prueba de que él podía moverse en un espectro amplísimo.
               De que yo era realmente importante para él. Lo bastante como para renunciar a todo lo anterior, incluso a su mismísima esencia.
               Alec dio un paso hacia mí y me tomó de la mandíbula.
               -Jamás pensé que dejarías que mi pasado obstaculizara el futuro que podríamos tener juntos, Sabrae.
               -El pasado es lo que una persona es en realidad.
               Alec me soltó y dio un paso atrás, dejándome sola en mi autonomía. Me abracé a mí misma y me descubrí echando de menos sus brazos en torno a mí.
               -No necesito que me digas que no te merezco. Ya lo sé. Llevo sabiéndolo desde el instante en que entraste con chulería en ese gimnasio aun sabiendo que te superaban en número. Antes incluso de probar tu boca o hundirme en las mieles de tu cuerpo. ¿Puedo serte sincero?-asentí con la cabeza y él continuó-. Eres la tía más alucinante que he conocido en mi vida. Las demás no te llegan ni a la suela de los zapatos.
               -No está bien que digas esas cosas del resto de…
               -¿Me vas a dejar hablar, por favor? Gracias. Eso, que me pareces una tía flipante. Y entiendo que tengas tus dudas. Si estuviera en tu posición, yo también las tendría. Sé de sobra quién soy. Soy bastante más consciente de quién soy de lo que todos a mi alrededor os pensáis. Pero no puedo estar con alguien, oficial o extraoficialmente, al uno o al cien por cien, si esa persona no está dispuesta a aportar por mí. Si no quieres ilusionarte conmigo, lo entiendo perfectamente-carraspeó y yo tragué saliva; tenía la boca seca como un desierto-. Pero si no quieres apostar por mí, aunque sea un penique… será mejor que dejemos esto, Sabrae.
               Noté que mi corazón se detenía y toda la sangre huía de mi rostro.
               -Porque estamos yendo a ninguna parte, y, sinceramente, para perder el tiempo, yo prefiero perderlo con otras personas. No quiero perderlo contigo.
               En mi pecho algo punzante empezó de nuevo a moverse.
               Mi corazón.
               O los trocitos que quedaban de él.
               -¿Es lo que quieres?
               -Te acabo de decir lo que quiero-contestó, alzando las cejas-, y a ti te la suda.
               -No me la suda-respondí-. Decirte que no ha sido lo más difícil que he hecho en toda mi vida. Siento que creas que estamos perdiendo el tiempo.
               -¿Lo estamos perdiendo?-preguntó, y yo fruncí el ceño y levanté la mirada al cielo un segundo. Las nubes estaban detenidas, a la espera de mi contestación.
               -Yo… depende de lo que entiendas por perder el tiempo.
               -Hacer el cafre-contestó, dando un paso hacia mí-. Planes de futuro con una chica que no quiere un futuro conmigo-dio un paso más-. Cenar con una chica que no puedo presentarle a mis padres-dio otro paso y lo tenía frente a mí. Me tomó de la mandíbula-. Declararme a una chica que me da calabazas.
               Nuestros ojos se encontraron y Alec sonrió.
               -Desear que sea mía una chica que no puede ser de nadie.
               Me mordí el labio y ésa fue la única invitación que Alec necesitó. Se inclinó hacia mi boca y depositó un beso dulcísimo en mis labios. Su lengua acarició la mía, sus manos bajaron a mi cintura y su cuerpo se pegó al mío cuando me atrajo hacia sí. Le pasé las manos por el cuello y enredé mis dedos en su pelo.
               No quería que se alejara de mí. Era mi oxígeno. Mi luz.
               Me separé de él y le acaricié la cara.
               -Pierde todo tu tiempo conmigo, Al-susurré con un hilo de voz.
               -No puedo, Sabrae.
               -Por favor-le supliqué, agarrándolo de los brazos e impidiendo que se alejara de mí.
               -Mírame a los ojos-ordenó-. Y dime que no me quieres.
               Me quedé callada. Porque sería muchas cosas: testadura, protestona, caprichosa… pero no era una mentirosa.
               Le quería más de lo que había querido a nadie en toda mi vida.
               Y acababa de rechazarlo.
               Alec sonrió.
               -Y tienes el morro de decir que no quieres ser mi novia.
               -A veces con querer no basta, Al.
               -Mírame a los ojos y dime que no confías en mí.
               Volví a quedarme callada, mi mirada hundida en la suya, y él me tomó de la mandíbula.
               -¿Lo ves? No puedes. Porque sabes que todo lo que yo te digo es verdad. Sabes que yo cumplo todas las promesas que quiero hacerte-me dio un sonoro beso en los labios.
               -Aun así, mi respuesta sigue siendo no.
               Alec asintió con la cabeza, volvió a besarme y se separó de mí. Se metió las manos de nuevo en los bolsillos, me miró como si estuviera a punto de embarcarse en una travesía de varios meses de duración, y finalmente pronunció las palabras que yo no quería que pronunciara.
               Supongo que esa mañana estábamos desilusionándonos en círculo el uno al otro.
               -Tengo que irme. En nada entro a trabajar.
               Noté mis labios resecos, mi lengua pastosa, cuando le contesté:
               -¿No puedes quedarte un poco más?-sacudió la cabeza y yo me abracé a mí misma-. Vale. Bueno. Esto… ¿hablamos de tarde?
               Se detuvo y miró hacia la puerta por la que tenía pensado irse.
               -No quiero perderte-me escuché decir von timidez-. ¿Podemos seguir como hasta ahora? Eres importante para mí. Muy, muy importante.
               Se mordió el labio, tomó aire y se giró hacia mí.
               -A ver… yo necesito pensarme un poco en qué nos deja esto ahora, Saab. Porque me parece un poco imposible que las cosas puedan ser como antes, ahora que los dos tenemos las cartas sobre la mesa.
               -Yo no quiero que dejemos de ser amigos.
               -Lo sé, y yo tampoco, pero… necesito averiguar qué quiero y hasta qué punto estoy dispuesto yo también a apostar. Necesito pensármelo, porque si tú no quieres estar conmigo, yo ahora mismo estoy demasiado involucrado emocionalmente contigo, y puede que si estamos juntos a mí me haga peor porque me termine pillando más, ¿entiendes?-asentí con la cabeza.  Estaba en su derecho de poner distancia entre nosotros igual que yo estaba en el mío de ser estúpida y rechazarle-. Así que… necesito pensármelo, tener unos días para mí, y… ya te avisaré con lo que sea.
               Una serpiente se enroscó alrededor de mi estómago y escupió su veneno en el interior. Sentí cómo la bilis subía por mi garganta, quemándome el esófago y abrasando con todo.
               Estúpida. Le has dicho que no cuando querías gritarle que sí, y ahora puede que nunca tengas la oportunidad de ir más allá con él.
               -Vale-cedí, notando cómo las lágrimas se agolpaban en mis ojos. Alec se pasó un mano por el pelo e hizo amago de marcharse, pero yo lo retuve conmigo-. ¿Alec?-se volvió y me miró-. ¿Un beso de despedida? Por si tomas tu decisión. Quiero saber cuál será el último.
               Él sonrió levemente, salvó la distancia que nos separaba y me estrechó entre sus brazos. Me dio un abrazo antes que el beso, un abrazo en el que yo me recompuse por un momento. Me levantó sobre el suelo y yo le pasé las piernas por las caderas. Escuché cómo sonreía en su respiración y le pasé los brazos por los hombros, las manos en el cuello.
               Nos miramos a los ojos y nuestras bocas se encontraron. Me dejé llevar por aquella explosión de cariño. Su boca se acopló a la mía y todos los problemas del mundo se resolvieron en ese instante.
               Confía en mí, le escuché pedirme en mi interior, y yo asentí para mis adentros mientras acariciaba su nuca, su pelo, su rostro, subida a la cima de su estatura, con sus labios en mi boca.
               Para cuando nos separamos, exhaustos y con la respiración acelerada, se nos hizo mucho más difícil separarnos. No quería perderlo y él no quería perderme a mí, pero ninguno de los dos sabía cómo discurrirían las cosas a partir de entonces. Me di la vuelta para marcharme y eché a andar sin mirar atrás, perfectamente consciente de que Alec se había quedado al lado del banco, nuestro banco.
               Sabía que si giraba la cabeza y me lo encontraba allí, no podría marcharme. No podría darle el espacio que él me había regalado a mí. No podría ser justa con él y darle a elegir, porque me aterrorizaba la idea de que en su elección no hubiera cabida para mí.
               Confía en mí, confía en mí, confía en mí, reproduje en bucle su petición en mi interior.
               Estaba a punto de perder la fe en él cuando escuché pasos que se apresuraban hacia mí. Me giré en el momento justo en el que Alec me alcanzaba, y se detuvo frente a mí. Me apartó un mechón de pelo detrás de la oreja y me sonrió.
               -Ya he pensado sobre nosotros.
               -Pero… si no ha pasado ni un minuto.
               -Ya, pero el tiempo cuando tú no estás pasa mucho más despacio para mí, así que ha sido como si pasaran los días que te he pedido.
               -¿Y qué has decidido?
               -Nada. Pero he descubierto mucho. Por ejemplo-me acarició la mejilla-, que estoy lo bastante enamorado de ti como para conformarme con ser todo lo que tú quieras que sea.
               Me mordí el labio al sonreír.
               -No tendrás que conformarte demasiado, porque quiero que seas mucho.
               -“Conformarse” es una palabra que no tiene sentido cuando la relaciono contigo-me apartó otro mechón de pelo de la cara y deslizó los dedos por mi cuello. Me puse de puntillas para darle un beso pero él dio un paso atrás. Abrí los ojos, estupefacta.
               -¿Acabas de hacerme la cobra?
               -Sí, pero por un motivo de peso: he descubierto otras dos cosas.
               -¿Cuáles?-aterricé de nuevo sobre mis talones y alcé las cejas.
               -La primera-su mano volvió a mi melena. Tenía el pelo realmente rebelde esa mañana-. Que sólo te voy a dar un beso de despedida en mi vida, y será poco antes de que uno de los dos se muera. Los demás serán besos intermedios.
               -Cuánta responsabilidad-me eché a reír.
               -Los finales felices no son finales, y todo lo que tenga que ver contigo será feliz para mí, bombón.
               Alcé una ceja y le sonreí a su boca.
               -¿Y la segunda?
               Alec sonrió. Con esa sonrisa de Fuckboy® suya. ¿Cómo no iba a tener un batallón de chicas dispuestas para él, cuando era capaz de sonreír así? Qué afortunada era yo de que fuera la elegida entre todas ellas, mucho más guapas, más altas, más delgadas y más listas.
               Me cogió del culo y me pegó contra él.
               -Que me apeteces. Muchísimo. Así que, que le jodan a mi turno. Pienso quedarme en ese parque, recuperando los besos que me debes por tu puñetero viaje, hasta que venga la policía a detenernos por escándalo público.
               Me eché a reír y Alec me mordió la barbilla cuando, fruto de mi carcajada, me eché hacia atrás y se la puse en bandeja de plata.
               -¿Qué pasará con tu año sabático si te echan por no ir?
               -No van a echarme por no ir si les digo que estuve contigo.
               -¿Ahora resulta que tenéis un permiso especial para novias?
               -Líos, Sabrae. Eres mi lío-me recordó-. No has querido pasar a mayores, ¿recuerdas? Pero… no. No tenemos ningún permiso de esos, aunque deberíamos proponérselo al sindicato.
               -¿Pues entonces?
               -El jefe lo entenderá.
               -¿Es comprensivo?
               -No. Le enseñé una foto tuya.
               -¡ALEC!
               -Estaba muy borracho-se excusó-. Y tú eres muy guapa, y yo te adoro-empezó a besarme por el cuello y yo me eché a reír.
               -Eres imposible.
               -¿Quieres dejar de revolverte y venir conmigo hacia un banco para que te puedas acurrucar contra mí? Que te den calabazas es algo muy solitario-bromeó-, y realmente necesito calor humano para no pillar un resfriado.
               Me eché a reír, asentí con la cabeza y eché a andar hacia el primer banco libre que encontramos. Ni siquiera intentamos llegar al nuestro; estaba demasiado lejos. Apenas dejé que se sentara, me senté a horcajadas encima de él, lo agarré de la nuca, lo obligué a mirarme a los ojos, y le dije:
               -Voy a hacer de los siguientes los mejores besos intermedios que te han dado en tu vida.
               Alec sonrió. No había nada que le gustara más que un reto. Y conseguir que yo le dijera que sí se había convertido en su objetivo número uno en la vida.


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4 comentarios:

  1. "Ya, pero el tiempo cuando tú no estás pasa mucho más despacio para mí, así que ha sido como si pasaran los días que te he pedido."
    SE ME HAN CAÍDO LAS BRAGAS Y LA BOCA AL SUELO Y SI ME DESCUIDO EL PIJAMA Y TAMBIÉN UN BRAZO. MADRE MÍA DE MI VIDA Y DE MI CORAZÓN. QUIERO LLORAR Y CHILLAR HASTA MORIR. ES QUE NO PUEDO CON ESTE CHAVAL DE VERDAD ME QUITA Y ME DA AÑOS DE VIDA CONSTANTEMENTE. LO MEJOR QUE HAS ESCRITO DE SABRAE TÍA. LO MEJOR.

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    1. ES TAN BONITO MADRE MÁI DEBEMOS PROTEGERLE cada vez que me pongo a leer el capítulo que acabo de subir para las capturas de wattpad para el twitter del blog lloro, no me puedo creer que YO escriba estas cosas en serio

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  2. tía, nunca pensé que fuera a decir esto pero Alec no se merece que le rompan el corazón así, mi pobre niño quiero abrazarle mil años seguidos :(

    y la Kendra me cae MAL pero tú te crees que esas son formas de decir las cosas pava de verdad desaparece, es que por decir eso ha hecho que Sabra desconfíe de Alec y mira quiero pegarle, estoy cabreada

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    1. maría hija realmente son el vídeo del loro riéndose y marchándose descoñado es que quién te ha visto y quién te ve
      BASTA CON KENDRA DE VERDAD SÓLO ESTÁ INTENTANDO PROTEGER A SABRAE fight me

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