sábado, 23 de marzo de 2019

Mi yo de diciembre.


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Alec se me quedó mirando, estupefacto, con la mano en la mejilla como tantas veces había estado la mía, y sin embargo de una forma en la que la mía no lo había estado nunca.
               -Pero, ¿¡esto a qué cojones viene!?-ladró, impresionado por mi arranque de ira, y no sé qué me molestó más: que se atreviera a indignarse conmigo, o que ni quisiera admitir que sabía de sobra a qué se debía todo aquello. Me crucé de brazos y alcé las cejas, haciendo uso de un autocontrol que no sabía que tenía. Quería cargármelo, quería gritarle hasta que mis pulmones estallaran en una explosión de fuego y vísceras, quería que se arrepintiera hasta de la última sílaba que hubiera pronunciado con mis amigas.
               También quería castigarlo, y quería hacerlo de un modo tan oscuro que me habría asustado de estar yo en mis cabales. Pero no lo estaba.
               -No lo sé, ¿a qué piensas que viene?-respondí, tajante, juntando tanto las cejas en un ceño fruncido que por un momento pensé que mi cráneo acusaría tanto la presión de mis músculos faciales que terminaría por resquebrajarse. No sabía cómo estaba haciendo para no temblar de pies a cabeza, pero estaba tan estática que cualquiera habría dicho que era una estatua que derrochaba ira por sus cuatro costados.
               Alec gruñó por lo bajo algo que yo no conseguí entender, y que me enfureció todavía más. Dado que era tan gallito con las chicas, ¿por qué no lo era conmigo? Si tanto le gustaba sacar la lengua de paseo con mis amigas, ¡que también lo hiciera conmigo, con quien para colmo se suponía que tenía más confianza!
               -Supongo que no serás tan cría de molestarte porque no haya podido quedar antes-bufó, frotándose la cara y mirándose la mano, como si esperara encontrársela ensangrentada. Me dieron ganas de arañarle-. Sabías que tenía curro; si querías quedar antes, deberías habérmelo dicho y podría haber cambiado el turno. No puedo permitirme que me echen, ¿sabes? Especialmente ahora que tengo tantos gastos, no puedo simplemente no presentarme porque a ti te apetezca… lo que sea que te apetece-hizo un gesto desdeñoso con la mano en mi dirección, mientras arrugaba la nariz como si acabara de oler una mierda-, porque está claro que sexo no es.
                Aquel gesto fue lo que terminó con el poco saber estar que aún me quedaba.
               No sólo me mentía.
               No sólo me hacía tener una pelea increíble con mis amigas, con Amoke, con la que nunca había tenido una movida tan grande como la que acababa de venírseme encima.
               No sólo me trataba como una chiquilla desvalida que no puede cuidar de sí misma y que necesita que la representen en todo momento.
               No sólo se comportaba como si él fuera el caballero de la brillante armadura que debía guardarme de todos los males, como si yo fuera una patética damisela en apuros…
               … sino que, para colmo, todavía me trataba con chulería, como si yo fuera una niña caprichosa que no sabe procesar que le han dicho que no, a la que le entra un berrinche impresionante en plena juguetería. Alec me estaba hablando con el mismo tono de voz que llena los grandes almacenes en época navideña, cuando los padres se enfrentan a unos niños maleducados y tremendamente mimados que quieren todo y no están dispuestos a renunciar a nada.
               Estaba chalado si pensaba que se lo iba a consentir.
               -¡¿De verdad piensas que mereces sexo después de cómo la has cagado a niveles interdimensionales, Alec Whitelaw?!-bramé, y Alec alzó las cejas y se llevó una mano al pecho.
               -Vaya, ¿ahora nos tratamos por los apellidos?

               -¡Déjate de historias! ¡Jodido gilipollas!-le di un golpe con las dos manos en el pecho que hizo que retrocediera un par de pasos, aunque creo que fue algo más instintivo que necesario. Me sacaba demasiados centímetros en altura y varios kilos en peso, pero en su defensa diré que yo estaba fuera de mí y tenía la fuerza de dos hombres que me duplicaban en tamaño-. ¡No sé qué hago dándote una puta oportunidad para que te expliques, en lugar de mandarte a la mierda de una puta vez!
               -¿Qué coño se supone que te tengo que explicar? ¿Eh?-Alec dio un paso en mi dirección, como si estuviera a punto de iniciar ese ridículo ritual de los tíos cuando se desafiaban los unos a los otros y decidían medir la fuerza de su rival juntando las frentes y empujándose mutuamente como si fueran ciervos.
               -¡Sabes de sobra lo que has hecho, no me vengas con historias!
               -Tendrás que ser un poco más específica, nena: he hecho un montón de cosas en mi vida, así que como no me digas…
               -¡Mis amigas me han contado lo del lunes por la noche!-espeté, y Alec alzó las cejas y asintió con la cabeza. Esbozó una sonrisa cínica, sacudió la cabeza, miró al suelo y se echó a reír.
               Se echó a reír.
               Se puto echó a reír.
               Dios mío. Dios mío. Yo me lo cargaba.
               -Ah. Ya. Eso.
               -¿“Ah, ya, eso”? ¿De veras? ¿Es lo único que vas a decirme?-lo volví a empujar y Alec se puso tenso.
               -¿Qué cojones te han dicho?
               -¡Más que tú, eso desde luego! ¿Cómo no se te cae la cara de vergüenza? ¡Me repetiste durante toda la noche que estabas bien, que no te pasaba nada, y sobre todo que no era nada que tuviera que ver conmigo, cuando tiene que verlo absolutamente todo! ¿Y en el momento en que te digo que lo sé, sólo se te ocurre echarte a reír en vez de tratar de excusarte? Me merezco algo más que una risa cínica.
               -Te mereces algo más que una risa cínica, sí, pero no puedo darte otra cosa si tú sigues en este plan.
               -¿En qué plan se supone que estoy?
               -Pues, ¡así!-Alec me señaló con las manos abiertas, estirando los brazos a ambos lados de mi cuerpo-. ¡Está claro que, diga lo que diga, no vas a escucharme! ¡Estarás demasiado ocupada gritando lo bastante fuerte como para que te escuche todo Londres!
               -¡Eso es lo que te preocupa, ¿verdad?! ¡Que todo el mundo sepa lo cabrón que eres!
               Alec se pasó la lengua por las muelas, alzó las cejas y dejó escapar un bufido que sonó a risa abortada. Iba a terminar con mi paciencia; parecía decidido a conseguir llevarme al límite de mis posibilidades. Y lo mejor de todo es que yo pensaba que ya lo había sobrepasado antes incluso de verlo: cuando le di la bofetada, me sentí ligeramente bien, incluso sentí que un poco de remordimiento me reconcomía por dentro, porque quizá hubiera exagerado un poco, sólo quizá…
               Viendo en qué plan estaba ahora, cómo se esforzaba por conseguir de mí una respuesta peor que la anterior, un grito más alto que el que acababa de darle o directamente que volviera a partirle la cara, me daba la sensación de que la bofetada no había sido lo suficientemente fuerte.
               -Me voy a ir a mi casa-anunció, metiéndose las manos en los bolsillos y encogiéndose de hombros-. No pienso seguir dejando que me chilles como una puta loca.
               -¡A mí no me trates de histérica, chato!
               -¡Es que es lo que estás, Sabrae! ¡Estás gritándome como si me hubiera cargado a alguno de tus hermanos, o, no sé, me hubiera acostado con alguna de tus amigas y hubiera jodido vuestra amistad! ¡Yo no he hecho nada malo!
               -¡Pero si hasta tú mismo lo reconoces, Alec, por favor! ¡He tenido una movida increíble con mis amigas por culpa de lo que les dijiste! ¿En qué coño estabas pensando?
               -Sólo las puse en su sitio.
               -¿Que las pusiste en su sitio?-esta vez el turno para la carcajada cínica fue para mí-. ¿Y eso cómo se supone que es una justificación para…?
               -No puedes pedirme que no me ocupe de mis asuntos.
               Abrí la boca y me lo quedé mirando. Me odié al comprobar que estaba guapísimo incluso cuando se mostraba desafiante, que la mandíbula se le cuadraba aún más ahora que había empezado a enfadarlo, que los ojos le brillaban con una fiera determinación que pocas veces había visto en su mirada. Me odié al comprobar que los lazos que me ataban a él se tensaban y me dejaban menos espacio para revolverme a cada segundo que pasaba, con cada saltito en el escalón de la tensión que había entre nosotros.
               -¿Tus asuntos? ¿Qué asuntos?-me burlé.
               -Tú. Tú eres un asunto.
               -Qué romántico te acaba de quedar eso.
               -Es la verdad-contestó-. Nadie le hace daño a alguien que me importa. Y por culpa de tus amigas, casi te hacen mucho, mucho daño. ¿Cómo se supone que debía sentirme cuando vinieron jactándose de lo que habían hecho en Nochevieja, Sabrae? ¿Querías que les diera un beso y las gracias, y las invitara a un chupito? No deberían haberte ido con el cuento de que les grité: deberían estar besándome los pies por no habérmelas cargado.
               -¿Con qué derecho te piensas tú para pelear ninguna de mis batallas?
               -¿Es que acaso te parece bien lo que hicieron?
               -¡Por supuesto que no me parece bien!-discutí, molesta, porque no iba a dejar que me distrajera y no consentiría que cambiáramos de tema. Puede que mis amigas hubieran obrado mal, pero a quien debían pedirle perdón era a mí, y no a Alec. El hecho de que hubieran acudido a él primero para decirle lo que habían tramado en lugar de contármelo en una tarde de confesiones y risas me molestaba, sí, pero nada comparado a la reacción de él-. ¡Nos chafaron la noche que teníamos planeada! ¡Pero eso no quita de que tú no seas nadie para echarles la bronca!
               -¿Ah, sí? ¿Esas tenemos?
               -¡Entiendo perfectamente que te joda que mis amigas me emborracharan: al fin y al cabo, a ti también te estropearon la noche, en el sentido de que no pudiste follar conmigo, pero que…!
               -Mira, Sabrae-respondió él con oscura calma-, si de verdad piensas que las puse a vuelta y media porque impidieron que yo te la metiera, es que no me conoces en absoluto.
               -¡…tengas el descaro de echarles una bronca que me corresponde a mí-continué yo sin detenerme para escucharle-, me parece increíble!
               -¿Te piensas que yo soy tonto?-espetó, y levantó los brazos-. ¡Sé de sobra que no te atreverías a decirles ni media palabra! ¡Puede que me pusiera como un loco cuando me lo contaron, pero en todo momento supe que estaba haciendo lo correcto porque les estaba dando lo que se merecían!
               -¿Y se supone que, si tú no lo hubieras hecho, no lo habría hecho nadie?
               -Venga, Sabrae-esbozó aquella estúpida sonrisa de Fuckboy®-. Que ya son varios meses. Aunque sea sólo de follar, ya sé cómo eres, y sé que no les dirías nada a tus amigas. Eres demasiado buena con ellas.
               -Tú no sabes nada de mi relación con mis amigas. Y tampoco tenías derecho a tomar esa decisión por mí. Si yo no quisiera decirles nada (que, por cierto, no sería así: yo no soy tan cagada como tú te piensas), sería mi problema, no el tuyo, Alec.
               -Con quién andas también es problema mío-respondió, en un tono posesivo que no me gustó nada. Esbocé una sonrisa lobuna.
               -Perdona, ¿qué? ¿Ahora soy un objeto? ¿He escuchado bien lo que acabas de decir?
               -Evidentemente, no te puedo prohibir que salgas con tus amigas, ni ninguna de esas mierdas tóxicas de las que seguro que me crees capaz, pero que no pueda hacerlo no significa que no pueda dar mi opinión. Ni que no tenga derecho a protegerte. ¿Llamas a eso luchar tus batallas por ti? De acuerdo, que así sea-se encogió de hombros-, pero no puedes esperar que me quede de brazos cruzados mientras la gente que te rodea te traiciona. Voy a actuar conforme a mi conciencia.
               -Que os jodan a ti y a tu conciencia, ¿te estás escuchando? ¡Pareces mi puto padre! ¿Quién coño te piensas que eres, Alec? ¡Es que ni siquiera eres mi puto novio para decirles nada a mis amigas!-ataqué, y vi que en ese momento alcanzaba un punto escondido en el interior de Alec al que no había llegado hasta entonces. Acababa de encontrar un huequecito en su armadura. Acababa de despertar a la fiera que custodiaba el castillo: se escuchaba en el cielo el susurro de unas alas, y yo ya estaba preparada para enfrentarme a su dueño. Ya tenía las mías desplegadas-. ¡Y aunque lo fueras, no tienes ningún derecho a decirles nada, porque…!
               -¡SÍ LO TENGO!-estalló-. ¡Yo, al contrario que ellas, me preocupo por ti! ¡Me preocupo más que ellas, así que mira a ver con quién andas!
               -¡Yo andaré con quien me dé la gana, que ya soy mayorcita y tengo el suficiente criterio como para decidir con quién quiero relacionarme y con quién no!
               -¿Estás segura de que tú tienes criterio? Tu yo de diciembre no opina lo mismo.
               Me lo quedé mirando, estupefacta. ¿A qué coño se suponía que se refería?
               -¿De qué estás hablando?
               -Siempre estás presumiendo de lo súper madura y súper independiente que eres para tu edad. Y yo hasta hace poco, te creía. Pensaba, “joder, Sabrae es la hostia en verso; no hay nada que yo haga que ella no pueda hacer; pero sí hay muchas cosas que ella hace y yo no puedo”. Me equivocaba, evidentemente.
               -¿Este monólogo shakesperiano va a algún sitio, o…?
               -Sí: va a decirte que te piensas que eres más lista que nadie y que nadie puede influirte, a que miras por encima del hombro a todo el mundo por el mero hecho de que tú pareces saber algo que ellos no saben, y por eso te permites tener ahora esa actitud de perdonavidas conmigo, y te ha molestado tanto que haya sido yo quien ha dado un paso al frente con tus amigas en lugar de haberlo hecho tú. Va a decirte que puede que yo sea un gilipollas, un controlador, y todas las mierdas que seguro que estás pensando de mí ahora mismo, pero al menos yo tengo un poco más de personalidad como para no dejar que mis amigos me influyan y andar bailando al son que ellos me cantan.
               Estiró la espalda y echó la cabeza hacia atrás, alzando la barbilla.
               -Puede que haya metido la pata y que me haya extralimitado con tus amigas; no creo que lo haya hecho, pero si ésa es tu opinión, me tendré que aguantar. No soy tan tonto como para pensar que puedo sacarte esa idea ahora que se te ha metido entre ceja y ceja, pero sí sé que dormí como un bebé después de dejarte en casa porque había hecho lo que yo creía correcto, y seguiré durmiendo igual de bien en lo que me quede de vida a ese respecto, porque si he metido la pata la he metido yo, Sabrae. Mis cagadas serán cagadas, pero por lo menos son mías. Y creo que soy el único de los dos del que puede decirse eso.
               Fue entonces cuando lo entendí.
               Mi yo de diciembre. Mi yo de diciembre, que se había visto enredada en su tela de araña y se había quedado tan prendada de él que no había parado de contar los minutos que nos separaban mientras estaba en Bradford, y luego en Burnham. Mi yo de diciembre, que había corrido a verlo antes que a mis amigas porque no soportaba un minuto más sin verlo. Mi yo de diciembre, que lo había echado tanto de menos que tendría heridas de por vida en su espíritu. Mi yo de diciembre, que le habría dicho a todo que sí.
               Mi yo de diciembre, que le dijo que no. Mi yo de diciembre, que empezó a albergar dudas. Mi yo de diciembre, que tuvo que rechazarlo y luego escuchar cómo él le decía que la quería mientras le echaba en cara su decisión.
                Mi yo de diciembre, que había escuchado las opiniones de sus amigas… y había actuado en consecuencia.
               Mi yo de diciembre, al que Alec le había privado en sus pensamientos de toda autonomía, de cualquier tipo de individualidad.
               Acababa de decirme que le había dicho que no no porque no le deseara, no porque no le quisiera, no porque no quisiera estar con él… sino porque mis amigas me lo habían impedido. Como si ellas mandaran en mi corazón.
               -Eres un cerdo. Dios-sacudí la cabeza y di un paso atrás, notando cómo mi pelo bailaba a mi alrededor, aún un poco húmeda por las lágrimas derramadas en la biblioteca. Hay pocas cosas que alberguen tantos recuerdos, atesoraran tantos susurros y guarden tantos secretos como una melena: ni siquiera los diarios podían comparárseles.
               -Bueno, yo seré un cerdo, pero tú eres una zorra, Sabrae-acusó, y aquella simple palabra, “zorra”, se me clavó tan hondo en el corazón que estaba segura de que ya no sería capaz de desincrustármela. De todas las palabras que Alec podría haber usado conmigo, de todas las palabras que yo le habría creído capaz de usar para hacerme daño, jamás habría pensado que recurriría a aquella-. O sea, con todos tus cojones me decías de ser sinceros, me insistías en decirnos siempre lo que nos pasaba para tratar de solventarlo y conseguir sacar esto-señaló el espacio que había entre nosotros con el dedo índice apuntando al cielo, como quien toca un arpa tumbada- adelante, ¿y luego no tienes lo cojones de decirme que me dices que no porque tus amigas te han comido el coco?
               -A mí nadie me ha comido el coco-respondí, herida. No hay nada peor que descubrir la imagen tan pobre que tiene de ti alguien a quien quieres tanto como yo quería a Alec. Muy a mi pesar en ese momento, y para gran alegría mía en muchos otros, estaba enamorada de él. Y amar a alguien es darle el poder para que te destruya, confiando en que jamás lo hará.
               -Llevo quince días sintiéndome una puta mierda, Sabrae-ahora era él quien hablaba por encima de mí, sin escuchar mis respuestas-. Pensando que no te merezco, y que tú no me quieres como yo te quiero a ti, y que para ti esto no tiene la importancia que tiene para mí, ¿y no voy y me entero de que han sido ellas las que han impedido que tú y yo estemos juntos? ¿Cómo esperabas que reaccionara?-me tomó del brazo y tiró de mí para tener mi cara pegada a la suya- ¿Regalándoles flores? Soy un hombre, Sabrae. Soy un hombre siempre, no sólo en la cama. No sólo cuando estoy contigo. No puedes pedirme que me entere de algo así y simplemente piense en los límites, qué es tuyo y qué es mío. Entre tú y yo no hay límites; no para mí, al menos. O no los había-Alec me soltó y yo di un paso atrás, volviendo a mi zona segura y luchando por respirar-. Para mí sólo había un “nuestro” y ya estaba, aunque supongo que eso tampoco era recíproco, como muchas otras cosas en nuestra relación… o bueno, perdona. Lo que sea que tengamos-respondió con amargura, apretando el puño y rechinando los dientes.
               No. No iba a pasar por ahí. Puede que me hubiera desecho del hechizo. Puede que ahora mismo lo detestara. Puede que hubiéramos vuelto a la casilla de salida, que fuéramos el Alec y la Sabrae de antes, pero no estaba dispuesta a renegar de lo que habíamos compartido. Puede que fuera sólo una fantasía, puede que yo lo hubiera idealizado, pero él me había hecho feliz como no me lo había hecho nadie, me había enseñado un placer que yo no pensaba que fuera posible, y había destapado una parte de mí que siempre había estado en penumbra. No iba a renegar de lo nuestro.
               Y Alec, tampoco.
               Me costara lo que me costara. Si tenía que rematarlo allí, que así fuera. Pero era mejor rematarlo que decir que jamás había existido. Olvidar un libro no es lo mismo que no haberlo leído jamás.
               -Esto es una relación. O era una relación-gruñí-. Por lo menos, para mí. Si para ti era otra cosa, lo has sabido disimular a la perfección, y yo he hecho muy bien negándome a pasar al siguiente nivel. Sea lo que sea que estés insinuando y adónde estés tratando de llevarme, no…
               -¿Tú me quieres?-espetó de repente, dejándome helada. ¿Qué? No pretendía que se lo dijera allí, en ese momento, ¿verdad? Ni de broma. ¿Es que no había aprendido ya la lección? Él se me había declarado en el peor momento posible; habíamos tirado a la basura lo que podría haber sido el momento más especial de nuestra relación, el primer gran recuerdo que guardar con celo en nuestros corazones, el que celebrar con nuestros amigos y el que contar con una sonrisa en la boca a nuestros futuros hijos, aquellos que ya parecía que nunca íbamos a tener.
               -No vayas por ahí-me reí, nerviosa, dando un paso atrás, y luego otro cuando él lo dio hacia delante-. No se te ocurra ir por ahí. No intentes hacerme chantaje.
               -No te hago chantaje-me cogió la mano y acarició mis dedos con los suyos. Quería reconciliarse, que las cosas salieran bien… pero yo no podía perdonarlo. Me había hecho mucho daño, había jodido las cosas con mis amigas-. Sólo te estoy pidiendo que me lo digas. Me merezco saberlo: ¿me quieres bien, o me quieres a escondidas por lo que puedan decir tus amigas?
               Le miré a los ojos, aquellos ojos marrones que tan preciosos me habían parecido y que aún me lo parecían, los que le habían dado sentido a la frase “los ojos marrones son sólo marrones hasta que te enamoras de ellos”.
               ¿Cómo podían unos ojos mirar así, cuando las palabras que salían de la boca del mismo dueño iban tan cargadas de veneno?
               Me solté de su mano y me giré para irme, dispuesta a dejarlo estar. Estaba comenzando a marearme por la cantidad de sentimientos que me embargaban, arrastrándome de un lado a otro como una lata en un mar encolerizado.
               -No pienso entrar al trapo, Alec. Puede que tuvieras razón antes. Puede que debamos hablar de esto cuando estemos más serenos-me metí las manos en los bolsillos de la chaqueta y alcé los hombros a modo de despedida, haciendo una mueca que ojalá él hubiera interpretado como lo que era: un símbolo de rendición, de que eh, mejor una retirada a tiempo que una derrota estrepitosa.
               -No quieres hablar ahora porque eres una cobarde-acusó, y yo me detuve en seco y me quedé mirando el asfalto, en el que las marcas de un frenazo reciente habían dejado una fea cicatriz paralela.
               Si Alec hubiera sido inteligente, no habría dicho nada.
               Pero, si Alec hubiera estado en sus cabales, no habría dicho lo que dijo a continuación. Lo que yo necesité para volver a encenderme.
               Teníamos un problema: ahora, los dos estábamos enfadados. Y cuando dos dragones luchan en el cielo, el suelo arde y, al final, sólo quedan cenizas y dos gigantescos cadáveres carbonizados.
               -Aunque tienes a quién parecerte.
               Por mi mente pasó una única imagen como cuando tus padres te preguntan si sabes quién ha roto el jarrón de porcelana del salón y lo has hecho tú. De la misma forma que los añicos de blanco y azul atravesaron mi memoria hacía milenios, cuando rompí aquel jarrón chino que mis padres habían comprado en uno de sus viajes luna de miel, el rostro de mi hermano se materializó en mi mente tan nítido como si lo tuviera delante.
               Pero no un rostro cualquiera: la expresión de abatimiento absoluto que le había seguido cuando entró en casa después que yo, tras haber hablado con Eleanor y que ella le diera el ultimátum de su vida: o le contaba lo suyo a Tommy, o se tendría que acabar.
               De la misma forma que a Alec había dos cosas que lo describían a la perfección (la primera, que es un bocazas; la segunda, que sabe lo que quiere), hay tres cosas que me describían a la perfección a mí, engarzadas entre sí como una pulsera de diamantes.
               La primera, que soy una Malik.
               La segunda, que los Malik queremos con toda la intensidad de nuestro corazón.
               Y la tercera… que nadie se mete con mis hermanos. Sólo yo. Y mis otros hermanos. Nadie va a hacerles daño. Nadie va a hablar mal de ellos.
               Y ya no digamos de Scott, que me había dado mi vida, me había dado mi apellido, y me había dado mi nombre. Incluso cuando yo dejara de ser Sabrae Malik porque me habría vuelto a fundir con el universo, seguiría defendiendo a Scott.
               Porque la única razón de que yo fuera Sabrae Malik era que Scott era Scott Malik.
               Y nadie se mete con Scott Malik delante de  Sabrae Malik.
               -¡NI SE TE OCURRA METER A MI HERMANO EN ESTO!-bramé, girándome hacia él y levantando la mano para propinarle otra bofetada, con tan mala suerte que mi furia me traicionó y, por querer cargar como un toro de miura contra mi objetivo danzarín, no vi la espada que sostenía el torero perfectamente alineada con mi columna vertebral, y Alec detuvo mi mano antes de que llegara siquiera a la altura de su cara. Bueno. Morir por defender a Scott me parecía una forma muy digna de abandonar este mundo. Además, me llevaría a Alec por delante.
               -Es verdad-escupió Alec con todo el veneno que albergaba en su corazón, que no era poco-. Scott por lo menos lo hace para proteger su relación. Tú y yo no tenemos nada-gruñó en tono oscuro, lacerante; me sorprendió que no escupiera sangre como el Presidente Snow en Sinsajo. Sus palabras deberían haberle hecho tanto daño físico como espiritual me lo hicieron a mí-. Por tu culpa. Bueno, perdón-me soltó la mano y esbozó una sonrisa cínica-. La de tus amigas.
               Deja de tratarme como si no tuviera voluntad propia, rugió algo dentro de mí.
               -Vaya, discúlpame por tener en cuenta la opinión de la gente que me rodea y que me quiere; lo siento mucho, pero no puedo evitar confiar en ellos, quizá tú no lo tengas por costumbre y por eso te resulte tan chocante, pero ¡eso es lo que la gente normal hace!
               -¡No lo tengo por costumbre porque no confían en mí!-replicó, molesto.
               -¡¿Por quién se supone que va eso?!
               -A ver si lo adivinas-ironizó, y volvió a picarme la mano. Me sentía subida a la montaña rusa estrella del parque de atracciones más importante y peligroso del mundo: cuando fui en su busca, pensé que le daría un repasito y que me dejaría marcharme después de ponerle los puntos sobre las íes y dejarle las cosas claras. Ya estaba bastante enfadada con él como para no querer que lo nuestro siguiera adelante, pero el espiral de autodestrucción en el que nos habíamos  tirado de cabeza tenía una fuerza gravitatoria tal que ya estaba segura de que sólo habría una forma de salir de él: desintegrándonos.
               -No será por mí. Te he abierto mi corazón, te he contado miedos que no le había contado a nadie, he hablado contigo de cosas sobre las que no había hablado con nadie, ni siquiera con Momo…
               -Y mira lo poco que has tardado en echarme en cara que haya metido la pata contigo, porque se supone que me he extralimitado en base a esa confianza.
               -¡Por Dios, Alec! ¡Esto no es sólo por lo que les has dicho a mis amigas! ¡Es por todo lo que ha sucedido a raíz de eso! ¡Amoke no me habla!
               -Pues peor para ella.
               -¡Jamás nos había pasado algo así! Se ha ido del grupo en el que estábamos porque no quería estar conmigo, ¡y la culpa la tienes tú!
               -Ojo por ojo-sentenció él, cruel-. Deberías tener cuidado con ella. No quiere que estés conmigo, pero tampoco quiere que estés con ella. Ándate con ojito, que a mí esto me huele mal.
               -¡A mí nadie me ha impuesto que no estemos juntos, ¿vale?! ¡¡Esa decisión fue exclusivamente mía!!
               -¿De veras? Mírame a los ojos y dime que la respuesta a mi pregunta habría sido la misma si tus amigas no hubieran hablado contigo antes que yo-me instó, dando un paso al frente y pegándose a mí tanto que sentí su aliento abrasador acariciándome la cara. Tomé aire y lo solté lentamente, sosteniéndole la mirada con toda la dignidad del mundo que, desde luego, no era poca. Habíamos pasado un punto de no retorno y ninguno de los dos estaba dispuesto a ceder. Los dos sabíamos que estábamos en la batalla final, y que la guerra había estado tan igualada que el resultado se decidiría en ese mismo momento. Que el que perdiera entonces, perdería ahora. Íbamos a muerte súbita.
               No permitiría que me dejara de mentirosa, que hiciera que renunciara a mi verdad. Yo no era una embustera. Puede que no confiara en él, pero desde luego sí confiaba en mí. Y si ahora jugaba sucio sólo por vencer, nunca me lo perdonaría, igual que tampoco podría perdonarle a él que me hiciera traicionarme a mí misma. Es por eso que permanecí callada.
               Alec rió entre dientes con aquella sonrisa cínica que jamás le había escuchado antes de esa tarde.
               -Lo suponía-asintió con la cabeza, dio un paso atrás y se metió las manos en los bolsillos-. ¿Cómo haces para dormir por las noches, Sabrae?
               -Me meto en la cama y apago la luz-me defendí, y él puso los ojos en blanco-. ¡Venga! ¿Están equivocadas?-pregunté, alzando las cejas-. Mírate. Míranos.
               -Ya me miro. Ya nos miro. Es por eso que no entiendo que puedas elegir entre esto y nada sólo en base a lo que tus amigas te digan.
               -¡Que lo que ellas me dijeron no fue lo único que contó, Alec! ¡Fueron más cosas! ¡Simplemente hablar con ellas me sirvió para tener en cuenta más cosas, nada más! ¡No fue lo único que influyó, aunque la opinión de mis amigas para mí es muy importante!
               -Joder, ¡y para mí también, Sabrae, pero tampoco dejo que eso me ciegue, ¿sabes?! ¿Tienes idea de las cosas que me dijo Bey?-acusó, pasándose una mano por el pelo y cerrando los ojos un momento-. En plan…que eras muy pequeña aún, que si podía estar pasándome contigo, y que tuviera cuidado, y yo en ningún momento pensé “joder-miró al cielo y se encogió de hombros, con una mano en la nuca y la otra a su costado-, igual tiene razón, igual me tengo que basar en su edad y no en cómo es o en cómo parece ser conmigo para hacer cosas con ella”. En ningún momento dejé que Bey o nadie influyera sobre lo que yo siento por ti.
               -Bueno, ¡si no quieres escuchar los consejos de tus amigos, es tu problema, ¿sabes?!-repliqué, furiosa, sintiéndome traicionada a todos los niveles. Creía que Bey había estado de mi parte, que le gustaba para Alec, y que creía que hacíamos buena pareja. Jamás habría pensado que la primera fuente de resistencia que Alec tuviera que agotar fuera precisamente su mejor amiga, y ya no digamos después de que ella misma me animara a que cambiara de opinión, o que por lo menos reconsiderara la respuesta que le había dado a él.
               Pero, sobre todo, me dolía que hubiera insinuado que mis sentimientos por él eran diferentes por el mero hecho de que mis amigas me hubieran contado las reservas que tenían respecto de nuestra relación. Puede que no le hubiera dicho que sí, puede que no tuviéramos el estatus que se esperaba de nosotros, pero eso no hacía que mis sentimientos por él no fueran auténticos… o que él no hubiera conseguido, por lo menos, que me quedara prendada de él.
               Estaba hecha un verdadero lío. Había ido en su busca con la esperanza de hace que se quitara la careta y me demostrara que los años en los que le había considerado lo peor fueron los más lúcidos de mi vida, pero ahora… teniéndolo delante, discutiendo conmigo como lo estábamos haciendo, abriéndose de nuevo heridas que le había infligido yo y duchándome con su sangre, ya no sabía lo que quería. Sólo sabía que no podíamos seguir así, que teníamos que acabar ahí antes de que nos hiciéramos más daño, antes de que fuera imposible curarnos.
               No iba a dejar que pusiera en duda mis sentimientos. Y haría lo que fuera para que parara. Si aquello significaba romperme el corazón, que así fuera.
               -Además, mis amigas hablan con conocimiento de causa, y no con esta visión idealizada tuya que yo tengo. Puede que conmigo seas diferente, pero no puedo culparlas de la opinión que tienen de ti, básicamente porque tú tienes el historial que tienes, chato.
               Alec entrecerró los ojos y apretó la mandíbula. Supe en ese instante que le había dado donde más le dolía.
               Y que había jugado sucio, justo lo que acababa de prometerme que no iba a hacer.
               -Mi historial no parecía importarte cuando empezaste a follar conmigo-respondió en tono gélido, en el que se escuchaba una amenaza velada.
               -Pero, ¡porque cuando empecé a follar contigo era distinto! ¡Nunca pensé que pasaría todo esto…! ¡Que se saldría todo así de madre, que se me iría de las manos de esta forma!
               -Ah, vale-asintió Alec, sonriendo de nuevo y mirando al suelo-. O sea, que yo enamorándome de ti y tú enamorándote de mí es salirse todo de madre, y que se te vaya todo de las manos, ¿no?
               -¡Es que en ningún momento te he dicho que esté enamorada de ti, Alec! ¿No ves cómo sólo escuchas lo que quieres escuchar y ves lo que quieres ver?
               -Pfjé. Sí me lo dices-discutió-. Me lo dijiste estando borracha. Que no me lo quieras decir estando sobria no quiere decir que no lo estés. Es que hasta un puto ciego lo pude ver, Sabrae. Estás loca por mí y harías cualquier cosa por mí. Cualquier cosa.
               Abrí la boca para discutir, dispuesta a echarle en cara lo primero que se me pasara por la cabeza, pero tenía tal barullo de pensamientos en mi mente que era incapaz de elegir sólo uno que convertir en un arma.
               -Incluso pelearte así con tus amigas. Porque no te equivoques, nena: no te jode que yo me haya metido en tus asuntos. Lo que te jode es que, en el fondo, sabes que he hecho bien. Estás cabreada con ellas, pero son tres contra una, y yo soy sólo uno. La pelea está más igualada. Si me estás montando este pollo no es porque te moleste que yo haya puesto a tus amigas en su sitio; es porque te gustaría haber estado allí, viéndome defenderte como un chacal, y haberme follado duro después a modo de recompensa. Lo que te jode es que te perdiste tu oportunidad de elegir libremente por ti misma; que ellas te han empujado a un callejón sin salida y ya no te han dado opciones a escogerme a mí. Otra vez.
               Sentí que se me revolvían las tripas. No sólo no entendía nada, sino que su imagen de mí caía en picado con cada segundo que pasaba.
               -¿Eso crees? Dios, eres un puto ególatra-contuve una arcada tras su asentimiento-. No voy a dejar de andar con mis amigas por este ego estratosférico tuyo, y por lo perfecto que se supone que eres. Igual que vosotros tenéis esa mierda de bros before hoes, nosotras también tenemos nuestra propia versión: dicks just after sis. Estás mal de la cabeza si piensas que te escogería a ti: no renunciaría a una amistad de años por cuatro polvos en sofás o en mesas de billar. Aunque supongo que mi opinión no importa, ¿no?-arqueé las cejas y sonreí con crueldad-. Ni para mis amigas, ni para ti tampoco.
                -No lo sé, nena-respondió, apoyándose en una farola y mirándome desde su metro ochenta y pico-. Dímelo tú.
               -Eso acabas de demostrarme. No has hecho más que darme la razón. Perdóname por no querer irme contigo después de la putada que me has hecho, Alec: has hecho pensar a mis amigas que mis prioridades son diferentes. Que soy la típica que se echa novio y ya pasa de todo lo demás.
               -No te has echado novio-contestó, mordisqueándose la uña del pulgar y rehusando mirarme. Aparentemente, su dedo era más interesante que yo.
               -He tenido una bronca con ellas increíble, una bronca como nunca la había tenido antes, y la culpa la tienes tú.
               -Fíjate, igual hasta te he hecho un favor.
               Parpadeé.
               -O sea, ¿que te da igual que mis amigas no quieran saber nada de mí?
               -Para el caso que te hacían…-Alec se encogió de hombros, todavía sin mirarme. Y yo no lo aguanté más. Sin darme cuenta de lo que hacía, eché la mano hacia atrás para cruzarle la cara de nuevo, porque estaba claro que con una vez no le había bastado.
               Con lo que no contaba era con que él detendría mi ataque.
               Otra vez.
               -La próxima vez que me pegues, te las voy a devolver, Sabrae-me advirtió, clavando en mí una mirada helada, y yo me solté de malos modos.
               -¿Y todavía pretendes que te elija a ti después de eso?
               -¡Hombre, si tenemos en cuenta que yo no te voy poner en peligro, pues… sí!
               -A mí es que me gusta la vida con sus más y sus menos, ¿sabes?-respondí, cruzándome de brazos-. No soy una muñequita de porcelana que haya que tener en un armario de cristal. Soy una persona. Van a hacerme daño. Eso es parte de estar viva. Y no quiero estar con alguien que quiera impedirme vivir.
               Alec se rió, asintió con la cabeza, dio una palmada en la farola y se separó de ella.
               -Pues venga, chica, disfruta de tu vida-sentenció, sacudiendo la cabeza y mordiéndose el labio. Rió entre dientes-. Es que, ¡tiene huevos, tía!-volvió a la carga-. ¡Para ti tiene más peso la opinión totalmente sesgada de tus amigas, que no me conocen, que lo que verdaderamente crees que soy! ¡Y todavía tienes los huevos de decirme que no quieres estar con alguien que quiera impedirte vivir, como si fuera yo el que hace eso!
               -Es que, ¿ves cómo eres un gilipollas, Alec? ¡Te he dicho cien veces que SI NO ESTAMOS JUNTOS, ES POR DECISIÓN MÍA, NO DE MIS AMIGAS!-chillé-. ¡Vale más lo que tú digas que siento que lo que de verdad siendo, y lo que yo diga!
               -¡Es que lo que tú dices que sientes no es lo que sientes, Sabrae! ¡Y TODO PORQUE DEJAS QUE TODO EL MUNDO TE COMA LA CABEZA!
               -¡A MÍ NO ME COME LA CABEZA NADIE! ¡¡Igual te deberías mirar si eres tú quien se la come a sí mismo para que te hagas esas putas pajas mentales!! ¡¡SI NO TE DIJE QUE SÍ FUE PRECISAMENTE PORQUE TEMÍA QUE PASARA ESTO, ALEC!!
               -Tranquila-respondió en tono mordaz, bajándose del bordillo-, que por mí, no va a volver a pasar nada. Así no tienes nada que temer.
               Un fuego prendió en mi pecho, tan poderoso que me sorprendió que mi piel no se pusiera incandescente y de mí empezara a manar calor con la fuerza de mil soles.
               -Gracias. Yo no quiero estar con alguien que decide si soy una niña o no dependiendo de si tengo las bragas puestas.
               Alec se puso rígido.
               -¿Sí? Bueno, pues yo no quiero estar con alguien que decide si me quiere o no dependiendo de cómo se hayan levantado sus amigas ese día.
               -Quizá, si no resolvieras todos los problemas que se te presentan follando, igual mis amigas tendrían una opinión mejor de ti y no una “completamente sesgada”-hice el signo de las comillas con los dedos y puse los ojos en blanco mientras simulaba una arcada. Alec bufó sonoramente.
               -Quizá, si no te negaras a darme lo que yo te pido cuando te lo pido, especialmente después de que yo te conceda todos los caprichos, yo no tendría que ir a buscar nada en las otras.
               Parpadeé.
               -¿Ahora resulta que soy yo quien tiene la culpa de que resuelvas tus idas de olla emocionales follando?
               -No sé, Sabrae; ¿quién me ocasiona mis idas de olla emocionales?-preguntó, alzando las cejas, y yo me bajé del bordillo y le di un empujón con los ojos llenos de lágrimas. No. No. No iba a echarme la culpa a mí de ser como era. No iba a conseguir que me sintiera culpable por cosas que escapaban a mi control.
               Él era un fuckboy antes de que yo entrara en su vida. Yo no había sido la causa de que la única salida que le encontrara a todo fuera el sexo.
               Yo no había sido la causa de que se hubiera tirado a todo lo que se movía antes… ni de que volviera a hacerlo a partir de entonces, como estaba segura de que sucedería.
               -Eres un cabrón. Yo no te he hecho daño a posta. Tú a mí, sí-jadeé, empujándolo en la dirección por la que había venido-. No quiero volver a verte, Alec. Me das asco. No te quiero tener delante.
               -Vale. Como gustéis, princesa-respondió, haciendo una exagerada reverencia-. Pero antes de irme, necesito que me hagas un favor.
               -No pienso hacerte ningún…-mi protesta murió en mis labios cuando él me tomó de la mandíbula y me atrajo hacia sí. Posó su boca en la mía y empezó a besarme con urgencia, invadiendo mi boca y jugando con mi lengua, imponiéndose sobre mi voluntad como si fuera una ola sobre un castillo de arena. Me descubrí respondiendo a su beso y me odié por ello. Cuando recuperé la cordura, empecé a resistirme. Sólo era un truco. Quería que le perdonara, y sabía que yo no tenía razones para hacerlo, así que no le quedaba más remedio que recurrir a mis instintos más bajos.
               Le golpeé el pecho, le arañé los brazos y traté de empujarlo, pero Alec era más fuerte, más grande, más todo que yo.
               Sólo me quedaba una opción: morderle. Y así lo hice. Con todas mis fuerzas.
               Él dejó escapar un gruñido y por fin me soltó, llevándose una mano a la boca mientras yo tragaba saliva, notando el sabor metálico de su sangre en mi lengua. Me miró con sorpresa un segundo, pero luego, una de las comisuras de sus labios se alzó en su típica sonrisa de Fuckboy®.
               Mi Alec murió en ese momento.
               Alec Whitelaw había regresado, y esta vez para quedarse.
               -Como vuelvas a tocarme sin mi consentimiento, te mataré.
               -¿No te ha gustado, bombón?-se burló.
               -No tenías ningún derecho. Y no me llames “bombón”. ¿A qué coño ha venido eso?
               -Sólo estaba resolviendo una ida de olla emocional-se encogió de hombros-. Además, antes, cuando vine, iba a darte un beso. Sólo estaba cobrándome mi deuda. Tengo que decir-se miró los dedos manchados de sangre-que me ha gustado más de lo que me esperaba.
               Una ira descontrolada descendió por mi cuerpo y me hizo echarme a temblar.
               -Vete a la mierda, Alec. No vuelvas a acercarte a mí.
               -¿O qué? ¿Volverás a morderme? Quizá le coja el gusto.
               Di un paso hacia él, dispuesta a intentar partirle la cara una última vez, pero me detuvo de nuevo.
               -¿Aún lo intentas, después de lo que te dije antes?-inquirió-. Puede que lo de ahora te haya gustado más de lo que quieres hacer ver. ¿Te apetece que lo intente otra vez, o me arrancarás el labio?
               Me solté de su agarre y di unos pasos hacia atrás.
               -Hijo de puta. No sé cómo he podido estar tan ciega estos meses. Todo lo malo que dicen de ti es verdad. Incluso peor.
               -No todo-respondió-. Jamás me he tirado a nadie de la realeza. Aunque no sería por falta de ganas-se relamió la sangre del labio y me miró de arriba abajo.
               -¿Alec?
               -¿Sí?
               -Vete a la puta mierda.
               Escuché que decía algo a mis espaldas cuando me giré, pero no estaba dispuesta a seguir prolongando aquello por más tiempo.
               Haciendo gala de un autocontrol que yo no sabía que tenía, me marché sin echar a correr, con lágrimas de pura rabia deslizándoseme por el rostro. El hecho de que se hubiera impuesto a mi voluntad, aunque fuera sólo un segundo, me dolía y me enfadaba más de lo que nunca pensé que nada podría molestarme.
               Jamás pensé que Alec fuera capaz de algo así, y me sentí estúpida por no haber pensado que aquello podría suceder. Al fin y al cabo, así era como actuaban los tíos cuando les llevabas la contraria: simplemente cogían lo que tú no querías darles sin tu permiso, por mucho que tú te negaras.
               Llevaba meses pensando que Alec no era como los demás, que no sería capaz de algo así. Me había engañado a la perfección, atrapándome en sus redes como una araña consigue hacerse con un insecto del que se va a alimentar más tarde. ¿Todo lo que habíamos compartido no había sido más que un juego para él? ¿Por qué parecía tan sincero cuando me decía que me quería, que no me haría daño jamás, cuando en el momento en que las tornas se cambiaban un poco, echaba por tierra todas aquellas promesas?
               Lo peor de todo no era la sensación de traición que florecía en mi pecho cual planta venenosa, de tallos enredados y recubiertos de espinas. No. Lo peor de todo era que una parte de mí había disfrutado oscuramente con aquella invasión. Por eso salí pitando de allí: porque no podía quedarme y dejar que Alec continuara encandilando aquella parte de mi ser, la que me decía que vale, bueno, no estaba bien que él hubiera hecho eso, pero aquello no dejaba de ser una muestra de interés, ¿no? Si le hubiera dado igual que yo me fuera, si no le hubiera importado lo que yo le estaba diciendo, me habría dejado marchar sin más.
               Me abracé a mí misma mientras giraba mi calle, mirando por encima de mi hombro como si esperara que él viniera detrás de mí. No sé qué habría sido peor: descubrir que él seguía en sus trece y no iba a renunciar a mí tan fácilmente, incluso si era yo la que pretendía arrebatarme de sus brazos, o constatar que, efectivamente, aquel beso acabado en mordisco había sido nuestro último beso, una despedida horrible acorde con nuestro horrible final.
               Como sospechaba, Alec no venía detrás de mí. En mi vientre, mil piedras tiraban de mí hacia abajo, tratando de hundirme en un mar en el que yo no quería ahogarme, pero cuyas corrientes terminarían arrastrándome sin remedio a lo más hondo. Aquel torbellino de emociones que tenía dentro no paraba de girar, cada vez más y más aprisa, cada vez más y más rápido, hasta que llegara al límite de mi resistencia y mis pulmones fallaran, condenándome a una oscuridad eterna de la que no habría posibilidad de escapatoria.
               Ese mar que quería tragárseme estaba hecho exclusivamente por mis lágrimas. Descubrí con amargura mientras atravesaba rápidamente la verja de mi casa que Coldplay tenía razón: cada lágrima es una catarata. Todo lo que estaba sintiendo en ese momento y me hacía estremecerme de pies a cabeza salía de mí en los borbotones típicos de un géiser, en una miríada de emociones que no sabía cómo hacían para concentrarse en algo tan pequeño como una simple lágrima.
               Me detuve frente a la puerta de mi casa y observé un momento la mirilla. No podía entrar llorando y arriesgarme a que mis padres me preguntaran qué me había pasado, así que necesitaba tranquilizarme antes de atreverme a meter la llave en la cerradura. Una cosa era haberme peleado con Alec y con mis amigas, para lo cual me vendría bien que alguien escuchara mis problemas, ya que no tenía a los dos pilares de mi estabilidad emocional disponibles para ayudarme a superar aquel momento.
               Otra muy distinta era sentir que había terminado con Alec, y en cierto sentido también con mis amigas. Me dolía la herida que me había infligido él, que para colmo era un tajo que atravesaba el que ya me habían dado Amoke, Kendra y Taïssa por la mañana. No quería hablar de ello: sabía que, si trataba de hacerlo, me pondría a llorar y ya no podía parar. Y necesitaba estar tranquila. Necesitaba que no me recordaran que estaba sola, que no tenía a nadie que comprendiera por lo que estaba pasando, nadie que no fuera de mi familia.
               Tomé aire y lo expulsé lentamente varias veces, contando hasta diez entre inhalación y exhalación. Me encontraba sumida en un estado de estupefacción emocional; siguiendo con Sinsajo, “mentalmente desorientada”, igual que Katniss… porque, en cierto sentido, mi zona segura también acababa de desaparecer.
               Cuando conseguí normalizar mi respiración, me enjugué apresuradamente las lágrimas y me atreví, por fin, a abrir la puerta de mi casa. El sonido de música familiar (literal y metafóricamente) flotó hasta mis oídos procedente de la cocina. Movida por una curiosidad que pocas veces había sentido y que no tenía mucha justificación tampoco, eché a andar en dirección a la fuente del sonido.
               Y gracias a Dios que lo hice, porque contra todo pronóstico, la imagen que vi allí consiguió animarme un poco. Mamá y papá estaban juntos, las caderas pegadas, uno batiendo huevos y la otra una masa que debía de ser para algún postre, o alguna elaboración especial para la cena. Mamá llevaba el pelo recogido en una coleta apresurada, una camiseta de papá sobre los hombros que le quedaba como un vestido corto, las piernas desnudas y los pies descalzos. Papá vestía una camiseta de manga corta y unos pantalones de chándal, los que siempre se ponía después de una sesión de grabación, o cada domingo, cuando no tenía nada que hacer. También estaba descalzo.
               Y acompañaba su voz a la que sonaba por los altavoces de la cocina, la voz del mismo hombre en dos momentos distintos de su vida.
               -Girl you’ll never see me running out, fuck anybody else, there’s only-papá dejó los huevos en el plato que tenía entre las manos y rodeó a mamá por la cintura, quien se echó a reír-you. But you know I got your back, I’m on your side. I don’t mind. You can tell me your lies. I don’t mind. You can tell me all night when I’m with you, when you know I…
               Mamá sonrió, le pasó una mano por el pelo y le dio un beso en los labios mientras sus dedos se enredaban en el cuero cabelludo de mi padre.
               Puede que a mí no me fuera bien en el amor ni en las relaciones interpersonales con gente con la que yo no compartiera sangre, pero ver a mis padres tan acaramelados me tranquilizó. Ver cómo se querían, lo tranquilos que estaban en presencia del otro y lo a gusto que se encontraban, la ilusión que parecía hacerles compartir un momento tan sencillo preparar algo de comer, hizo que una parte de mí se tranquilizara. No pensé que lo mío con Alec tuviera solución, ni que el mundo hubiera dejado de desmoronarse a mi alrededor, pero sí que pensé que con estar en casa podía llegar a bastarme. Con el amor de mis padres, podía llegar a bastarme.
               La música siguió sonando mientras mis padres se besaban con la tranquilidad de quien sabe que tiene toda la vida por delante. No dejaban de sonreír mientras lo hacían, y yo me descubrí deseando encontrar a alguien a quien me siguiera haciendo ilusión besar incluso cuando llevaba tanto tiempo con él como lo llevaban mis padres.
               Fue entonces cuando el hechizo se rompió. Sabía quién era esa persona, de la que jamás me cansaría de haber tomado nuestra relación otros derroteros. Le había tenido dentro. Aún le llevaba dentro.
               Y lo más importante: sentía el sabor metálico de su sangre en mi lengua, recordándome nuestro final.
               Papá se separó de mamá un momento, tomó aire, le dio un beso en la nariz y juntó su frente a la de ella.
               -Te quiero-le susurró, las mismas palabras que había crecido escuchando dirigidas hacia mí, las palabras que más había oído durante mi infancia, incluso cuando no comprendía su significado. Las palabras que ya jamás podría decirle a Alec, porque ya no sabía si eran verdad o un espejismo.
               -Y yo a ti-replicó mamá, cogiendo a papá por la cintura como había hecho ella, mordiéndose el labio al mirarlo a los ojos y depositando un suave beso en su boca. Rió cuando él le hizo cosquillas en la cintura y le dio un suave empujón. Igual que yo se lo había dado a Alec, sólo que de una forma tan diferente que nadie diría que era la misma acción.
               Hasta que no se separaron, mi madre no se dio cuenta de que yo estaba allí, mirándolos como embobada, dejando que en mi mente se superpusieran las imágenes que mis ojos captaban con las que mi corazón herido me colocaba por encima. Las ensoñaciones de mi corazón también tenían dos protagonistas, ambos de diferente sexo, y también estaban acaramelados, pero el chico era más alto que papá, tenía la piel más clara, el pelo más claro, y los brazos y la espalda mucho más musculosos; la chica era más bajita que mamá, tenía la melena rizada también en tonos oscuros, y su cuerpo tenía más curvas a la par que grosor. Sus ojos no eran marrones con motitas verdes y doradas, sino del color del chocolate.
               -Peque-reconoció mamá, que debió de notar que algo iba mal conmigo. Me froté las manos y me las enredé, agachando la cabeza.
               -Hola. No quería interrumpir, perdonad.
               -No interrumpes, amor-contestó papá tras girarse-. Tu madre y yo estamos haciendo buñuelos. Ya vamos por la segunda tanda. ¿Quieres probarlos?
               -No tengo hambre. Voy a echarme un rato.
               -Pero… te encantan los buñuelos-trató de razonar papá-. Les hemos puesto relleno, como a Duna y a ti os gusta.
               -Es que no… estoy cansada-suspiré, pasándome una mano por el pelo-. Para cenar, ¿vale?
               -¿Estás bien, cariño?-preguntó mamá, acercándose a mí. Me puso la mano en la frente y me apartó le pelo de la cara, y yo luché por fingir que no me pasaba nada. La miré con la neutralidad tatuada en la mirada, pero cuando vi que ella había descubierto que algo se había torcido conmigo, simplemente le lancé una mirada suplicante que quería decir “déjalo estar, no quiero hablar de ello”. No pensaba que mamá me fuera a echar la bronca por cómo me había comportado con mis amigas o con Alec, pero no quería poner por palabras aún lo que me sucedía. Por curioso que pudiera parecer, me regodeaba en mi dolor: era mío, exclusivamente mío, y no quería compartirlo tan pronto con nadie.
               -Sí. No es nada. Sólo estoy cansada. Voy a acostarme. No apaguéis la música-señalé el pequeño pedestal donde el teléfono de mi padre reproducía su disco-. Me gusta escucharla a lo lejos. Me tranquiliza.
               -¿Alguna petición?-sugirió papá, sonriente, y yo me forcé a devolverle la sonrisa.
               -She, por favor.
               -La pondré en cola. ¿Siri?-llamó, y me alejé de la cocina mientras mi padre le daba instrucciones a la asistente de Apple para que pusiera la canción de su primer disco justo después de que se terminara I don’t mind. Escuchar She contribuía a relajarme porque siempre me hacía recordar aquel vídeo que mi madre había tomado de papá y de mí tumbados en el sofá, él mucho más joven, yo directamente un bebé, él cantándome la canción y yo lanzando pequeños alaridos desafinados (que no dejaban de ser adorables) cuando papá hacía las notas altas del culmen de la canción.
               Casi llego a conseguir mi objetivo. De no ser porque un silencio en la serie coreana que estaba viendo mi hermana me delató, podría haber entrado en mi habitación y haberme tumbado en mi cama para rendirme a mi agotamiento sin que nadie me molestara. La suerte es caprichosa, y de la misma forma que había hecho que mis amigas se cruzaran con Alec hacía dos noches, y él hubiera estallado con ellas, Shasha oyó mis pasos por el piso de arriba y decidió salir a tomarme un poco el pelo, creyendo que me había marchado corriendo porque me moría de ganas de ver a Alec por culpa de un arrebato de pasión.
               Mi hermana abrió la puerta de su habitación y se plantó en el pasillo de un brinco, agitando la melena sobre su hombro a modo de presentación, y alzó una ceja.
               -Vaya, ¿ya has vuelto?
               -¿No me ves, petarda?
               A pesar de que mi tono estaba cargado de hostilidad, la mecánica de mi relación con Shasha hizo que ella interpretara que yo no estaba de humor para sus tonterías, en vez de decirle que la piedra angular de mi molestia al hablar era yo, y no ella. No podía creérmelo, ¿es que no se me notaba que estaba cabreada? Y para colmo me había esforzado en fingir que estaba bien, ¿y ahora venía Shasha a intentar chafármelo?
               -No pensé que fuerais a durar tan poco-se jactó, alzando un hombro y aleteando con las pestañas-. ¿El polvo ha sido corto o no se le ha levantado?
               Me detuve en seco con el pomo de la puerta aún en la mano, debatiéndome entre dos decisiones que cambiarían el curso de la historia y de mi vida de forma drástica.
               Podía dejarlo estar, podía creer que Shasha no tenía ni idea de lo que estaba diciendo y que su frase desafortunada se debía a falta de tacto e información, no necesariamente a partes iguales. Podía concederle a mi hermana el lujoso comodín de soltarle alguna bordería nada ingeniosa y cerrar la puerta mientras fingía que no escuchaba sus contestaciones.
               O podía abalanzarme sobre ella. Al fin y al cabo, una buena pelea fraternal es capaz de animar a un muerto. Y yo necesitaba que me animaran.
               Es por eso que me volví como un resorte, esbocé una sonrisa cínica y me lancé en pos de mi hermana, que parecía preparada para mi reacción. Shasha separó las piernas para frenar el impacto que mi cuerpo tendría contra el suyo, y estiró los brazos lo más rápido que pudo mientras yo salvaba la distancia que nos separaba y alargaba las manos para engancharlas en su pelo. No pude agarrarla de los pelos, cosa que ella sí pudo hacer conmigo, pero a cambio le solté una buena patada en la espinilla que hizo que lanzara un aullido de dolor y me granjeó un mordisco en el brazo. Yo también lancé un chillido y traté de arañarla, mientras Shasha me pegaba rodillazos y me palmeaba los costados intentando separarme de ella.
               Me enganchó una pierna con la suya y tiró de mí para alejarme de su pecho, con tan mal criterio que eso sólo consiguió que yo estuviera más cerca de su vientre, en el que le propiné un manotazo que le hizo ver las estrellas. Shasha me soltó una bofetada que hizo que cayera sobre mi costado, momento que aprovechó para ponerse encima de mí y volver a cruzarme la cara de un sopapo.
               Unos pasos pasaron a toda velocidad a nuestra vera: Duna iba en busca de ayuda para tratar de separarnos mientras las hermanas medianas nos convertíamos en una maraña de uñas, puños, pies, rodillas y dientes que estaban más que dispuestos a cumplir con la primera función que la naturaleza les había dado a nuestros cuerpos cuando decidió separar nuestra especie de la de los monos: cazar. Defenderse. Luchar.
               -Putas crías…-escuché por detrás de mí, y no le di más importancia a aquella voz mientras enredaba los dedos en el pelo de Shasha y empezaba a tirar como un posesa, consiguiendo que ella jadeara, gruñera y me clavara las uñas en la parte baja de la espalda y también en los antebrazos, tratando de liberarse.
               En el momento en que papá y mamá escucharon el escándalo, Scott salía del baño con un cubo de agua lleno hasta los topes, haciendo que su contenido salpicara por todo el pasillo. Caminaba con decisión, e hizo caso omiso al grito de aviso de nuestros padres en el piso de abajo, el reglamentario:
               -¡Niñas, Scott!
               Igual que a mí me respaldaban las opiniones de mis amigas en las decisiones que tomaba y a Alec aquella conciencia férrea y rayana en la tozudez de la que se jactaba en hacer gala, a Scott  le afianzaban 17 años de experiencia en separarnos a Shasha y a mí (bueno, unos pocos menos; a fin de cuentas, Shasha sólo tenía 12, yo me había portado bien durante los dos años de vida en los que no había sido más que la hermana pequeña, y Shash y yo no nos habíamos empezado a pelear hasta que ella no fue un poco más mayor que un bebé). Sabía muchas cosas: que no podía intentar meter las manos entre nosotras si no quería perderlas; que no debía esperar a que paráramos por nosotras mismas (porque las fuerzas estaban bastante equiparadas: Shasha era más alta que yo y también más flexible, aunque yo fuera más fuerte gracias al kick, de cuyos conocimientos nunca me aprovechaba), y que, si no nos separaba antes de que papá o mamá llegaran, le caería a él también un tortazo por no haber actuado con más rapidez.
               Es por eso por lo que nos tiró sin ningún tipo de miramiento el cubo de agua por encima, como si fuéramos dos perros callejeros peleándose. Shasha y yo soltamos un alarido y nos separamos en el acto, arqueando las manos en garras para después cerrarlas en puños y hacernos sendos ovillos.
               -¡NIÑAS! ¡SCOTT!-tronó mamá, y mi hermano se dio la vuelta, frustrado.
               -¿Qué? ¡Yo no he hecho nada! ¡Sólo las he parado!
               -¿Con un cubo de agua helada?-inquirió papá, poniendo los ojos en blanco, y Scott se encogió de hombros.
               -¿Qué querías que hiciera? Necesito las manos.
               -¡A secaros! ¡Ahora!-ordenó mamá, agarrándonos a Shasha y a mí por los antebrazos y obligándonos a incorporarnos-. Y luego, a vuestras habitaciones, ¡estáis castigadas!-rugió como una leona mientras Shasha y yo nos sacudíamos la ropa y caminábamos con toda la dignidad que podíamos hacia el baño, con las piernas separadas como dos patitos-. ¡Y tú!-tronó mamá, volviéndose hacia Scott, que nos seguía con el cubo vacío-. ¿Adónde te crees que vas? ¿Es que no piensas secar esto?
               -He quedado con Tommy; vamos a ir a buscar a Diana al aeropuerto.
               -¡Pues ya puedes darte prisa, o no llegaréis!-protestó mamá, deshaciéndose la coleta y ahuecándose el pelo-. Dios mío, que ni un instante de tranquilidad puede tener una en esta casa… ¡Os acabáis de quedar sin buñuelos!-nos bramó a Shasha y a mí, que ya habíamos entrado al baño. Shasha cogió su toalla y también la mía, y me la tendió como una señal de paz…
               … o como último insulto. Justo cuando yo iba a cogerla, abrió la mano y la dejó caer.
               -Ups-murmuró, levantando la vista y haciendo una mueca.
               -¿Por qué eres tan infantil?-acusé, inclinándome para recoger mi toalla de color lila suave y pasándomela por el pelo.
               -¿A qué ha venido eso, chica? Ni que me hubiera metido con tu culo gigantesco-acusó Shasha, quitándose la sudadera y tirándola al suelo. Hizo lo mismo con su camiseta, y estaba bajándose los leggings cuando Scott entró en el baño y me pilló recopilando saliva para lanzarle un escupitajo.
               Las dos nos volvimos hacia él y nos quedamos quietas. Scott parpadeó despacio y alzó una ceja.
               -¿Creéis que podréis sobrevivir a una tarde conmigo fuera de casa sin mataros?-inquirió, mordisqueándose el piercing y yendo a dejar el cubo de fregar en su sitio de siempre. Ni siquiera se molestó en tirar la poca agua que quedaba en su interior.
               -Sólo nos estábamos abrazando-expliqué, sentada a lo indio en la alfombra de la bañera mientras tiraba de mi calzado para liberar mis pies. Me quité los calcetines y los eché a lavar.
               -¿Sí? Yo creía que estabas intentando que nuestra porción de herencia fuera mayor, Saab.
               -Es que es muy cariñosa, y me quiere mucho-explicó Shasha, poniendo ojitos. Scott puso los ojos en blanco.
               -Como sea. Bueno. Me piro a Heathrow, adiós.
               -¿No se supone que el avión de Diana llega en cuatro horas?
               -Estás como una cabra si crees que Tommy no va a llamar al timbre en cinco minutos, Shasha.
               -¿Es que está enamorado de ella, o algo?
               -Qué simple eres, chica-intervine yo-. ¿Has visto a Diana? Es modelo. Tiene ganas de que vuelva para… ya sabes-le guiñé un ojo a Shasha y ella se estremeció.
               -Y también está enamorado de ella-comentó Scott.
               -¿Y tú como lo llevas?
               -¿El qué?
               -Ser el segundón.
               Me eché a reír.
               -¿Cuándo nos hemos puesto a hablar de papá y mamá?
               Shasha estalló en una sonora carcajada y Scott puso los ojos en blanco.
               -Putas crías de los cojones. Yo que iba a ofrecerme a compraros algo en Heathrow y traéroslo. La versión americana de Cosmopolitan, por ejemplo. Si es que de bueno que soy, soy tonto.
               -¡Sí, por favor!-urgió Shasha-. ¡Que está en portada esta actriz que tanto me gusta…!
               -Ya sé que está en portada, por eso te la iba a traer, piojo-contestó Scott-. Pero ahora te has quedado sin ella, por lista. Venga.
               -S, porfi. ¿Me traes la revista?-le doró la píldora Shasha, dando unos brincos hacia él y colgándosele del cuello. Scott cogió sus manos y la empujó lejos para que no lo mojara.
               -¡Que no te traigo nada, hostia! ¡No me sobes, que estás empapada! ¡Y haced el favor de poneros algo de ropa!
               -¡Pero si yo todavía estoy vestida! ¡Sólo se me ve la cara!
               Scott sonrió.
               -Pues por eso mismo, Sabrae: estás deshonrando a la familia.
               Le hice un corte de manga.
               -Bueno, si has decidido ser un puto rácano, por lo menos podrías ponernos la estufa para que no nos diera una neumonía y nos muriésemos.
               -¿Y por qué haría yo eso?
               -Porque nos quieres-acusó Shasha, poniendo los brazos en jarras.
               -Eso está por demostrar empíricamente. Además, si la palmarais, yo viviría tranquilo. No sé cómo todavía no me han salido canas, teniendo que vivir con vosotras dos, par de monstruos esquizofrénicos.
               -Somos la luz de tus días, S-ronroneé.
               -Ya os gustaría. Me piro-anunció, abriendo la puerta del baño y atravesando el umbral. Se giró y levantó la mano a modo de despedida, mostrándonos la palma-. ¡Adióóóóóóóós!
               -Scott, enciéndenos la puñetera estufa-protesté.
               -No.
               -¡Que te jodan, Scott!
               -¡MAMÁ!-chilló Shasha con toda la fuerza de sus pulmones, haciendo que Scott y yo diéramos un brinco-. ¡SCOTT NO QUIERE ENCENDERNOS LA ESTUFA!
               -¡Scott, no seas tocahuevos y enciéndeles la estufa!-gritó papá desde abajo.
               -Chivata de mierda-refunfuñó Scott por lo bajo-. Estoy harto de esta casa de locos. Me tratáis peor que a un trapo-empezó a despotricar mientras nos colocaba la estufa-. Deberíais tratarme con más respeto; al fin y al cabo, soy el único que va a transmitir el apellido de la familia a la siguiente generación. Si yo quisiera, la casa Malik se iría a tomar por culo, como…-Scott se irguió y se encontró cara a cara con mamá, que traía un secador de repuesto para nosotras-. Mami. Hola-esbozó una sonrisa radiante-. Qué guapa estás esta tarde, ¿te has aplicado alguna de esas mascarillas faciales que, evidentemente, no necesitas, porque tienes un rostro angelical?
               -Quítateme de delante, Scott.
               -Tus deseos son órdenes para mí, madre-respondió mi hermano, colándose en el hueco entre mamá y el vano de la puerta. Mamá nos miró a Shasha y a mí alternativamente, dejó los albornoces colgados de las perchas de la pared.
               -¿Dónde están los nuestros?-pregunté, y mamá me miró.
               -Lavando. Os tendréis que conformar con el mío y el de vuestro padre.
               -¡Me pido el de mamá!-anuncié lo más rápido que pude, de forma que Shasha dio un taconazo en el suelo que casi la hizo caerse.
               -¡Jo! Yo no quiero el de papá. Tiene pelos en las piernas.
               -No tiene pelos, Shasha-bufó mamá.
               -Sólo semen-me reí yo.
               -¡SABRAE!-chilló Shasha, asqueada.
               -¡Cierra la boca, Sabrae! Tu padre y yo no hemos hecho nada con los albornoces puestos.
               -Este año-puntualizó papá desde abajo, y Shasha dejó escapar un alarido mientras mamá gritaba su nombre y le preguntaba si quería dormir en el sofá esa noche.
               Mamá cerró la puerta y nos dejó a lo nuestro. Me pasé una toalla por el pelo mientras me secaba, y Shasha hizo lo propio; cuando quisimos darnos cuenta, estábamos riéndonos, tomándonos el pelo la una a la otra como si estuviéramos de fiesta de pijamas, sin necesidad siquiera de ignorar los arañazos y los moratones que se nos formaban en las piernas, torso y brazos, pues no los veíamos.
               Shasha se envolvió en la toalla mientras yo me cubría con el albornoz de mamá. Nos soltamos el pelo y enchufamos los secadores. Antes de que nos diéramos cuenta, estábamos jugando a soplarnos en la cara con ellos. Terminamos muertas de risa, con los labios tirantes por hacer muecas cuando la otra nos enfocaba para que se riera, y las melenas aún un poco húmedas. Jugueteé con el nudo de mi albornoz mientras esperaba a que Shasha terminara de guardar el secador en su caja. No quería separarme de ella; su presencia me había hecho bien. Había hecho que me olvidara de que mi vida era un desastre.
               -¿Quieres que nos pintemos las uñas?
               Shasha me miró.
               -Estamos castigadas.
               -Pero no estamos castigadas a dejar de ser hermanas, sólo a ir a nuestras habitaciones, ¿no? Y las hermanas se pintan las uñas. Podríamos organizar un certamen de belleza y hacer que Duna participe, igual que Lisa y Maggie en aquel capítulo de Los Simpson en el que se iba la luz.
               Shasha tamborileó con los dedos en su barbilla antes de sentenciar:
               -Vale. Iré a ver si puedo robar alguna bolsa de gominolas de la cocina.
               -También puedo ir yo. Soy más baja.
               -Y más gorda. Así que eres más lenta.
               -¡Gorda tú, mugrosa!
               Shasha me tiró un beso mientras atravesaba la puerta del baño, y yo la seguí a la distancia suficiente como para no levantar sospechas. Me agaché en el pasillo para ver cómo entraba despacio en la cocina, mirando en todas direcciones, como una ladrona de guante blanco. También la vi dar un brinco, el que nos debía a Scott y a mí por su grito de antes, cuando papá habló detrás de ella.
               -¿Qué se supone que haces? ¿Robar las joyas de la corona?
               -Papi-ronroneó-. ¿Puedo coger chuches? Sabrae y yo nos vamos a pintar las uñas.
               -Vuestra madre os ha castigado.
               -Pero estamos arrepentidas.
               -Mira qué bien. Así estáis dos cosas a la vez.
               -Porfa, papi-ronroneó Shasha, y papá trató de resistirse, y de hecho lo consiguió… hasta que yo decidí bajar las escaleras y colgarme también de su cuello para empezar a darle besitos.
               -Porfa, papi-canturreamos los dos-, porfa.
               Las dos nos reímos cuando lo escuchamos suspirar. Nos rodeó las cinturas con los brazos y nos dio una palmadita en la espalda.
               -Bueno, pero sólo una. Y no se lo digáis a mamá.
               -¡Claro que no!-respondimos, y yo me abalancé hacia la despensa mientras Shasha se inclinaba para coger una caja de bombones de la alacena.
               -He dicho una.
               -Eso hacemos: coger una. Somos dos, así que nos llevamos una-expliqué.
               -Por dos. Que son dos-elaboró aún más mi teoría Shasha, y papá se rió y se frotó la cara.
               -Quién me mandaría a mí tener hijas… con lo a gusto que estaba sólo con Scott.
               -Necesitabas que alguien en tu descendencia tuviera neuronas-dije yo.
               -No hables así de tu hermano, Sabrae.
               -A ver, papá, que yo lo quiero mucho, pero… muchas neuronas, últimamente, no tiene.
               -Es la edad.
               -Papá, lleva siendo la edad desde que nació.
               -Cuánto me duele este favoritismo-se quejó Shasha-. Voy a coger unos nachos para ver si se me pasa el disgusto.
               -Cógeme a mí las tortitas de maíz con picante.
               -Os la estáis jugando, niñas.
               -Zayn, ¿qué hacen tus hijas con esas bolsas?-preguntó mamá, que acababa de entrar en la cocina por la puerta del comedor. Se cruzó de brazos y tamborileó con los dedos en su antebrazo.
               -Justo eso les estaba preguntando yo ahora, Sher.
               -Zayn-mamá puso los ojos en blanco-, ¡están castigadas!
               -Pero, ¡se arrepienten!
               Mamá se mordió el labio para contener una sonrisa.
               -Si algún día la lían, te llevaré al juzgado para que las defiendas en mi lugar. ¿Os habéis pedido perdón?-nos preguntó.
               -Yo a ésta no le pido nada.
               -Pues dame esas gominolas, Sabrae.
               -Tampoco hace falta que nos pongamos así-protesté, ocultándolas detrás de mi cuerpo-. Perdona, Shasha.
               -Te perdono.
               -¿Shasha?
               -La he perdonado.
               -¡Shasha!
               -Uf. Perdón, Sabrae.
               -Arriba. Venga-mamá dio una palmada, y no necesitamos que dijera ni hiciera nada más. Shasha trotó escaleras arriba, sólo con la caja de bombones, mientras yo me detenía un segundo para coger a Duna y llevármela en volandas a mi habitación. Shasha trajo su ordenador y puso una película a la que no le hicimos el menor caso mientras nos ocupábamos de pintarnos mutuamente las uñas, de pintárselas a Duna, y también de hacerle trenzas que no tenían nada que envidiar a los peinados de Daenerys Targaryen.
               Terminamos la película con los vientres doloridos de reírnos y las uñas en suaves tonos nude, sin saber quiénes eran la mitad de los personajes ni aclararnos del todo con la trama. Cuando acabó, Duna nos dejó solas para ir a estar un rato con papá y mamá, decidida a exigirles mimos y todas las atenciones que hay que brindarle a la hija menor, que es siempre por derecho la reina de la casa.
               Empecé a tirar de los hilos de mi colcha en tonos rosados cuando Shasha se tumbó a mi lado, con los pies en mi almohada y el codo anclado en el colchón como único punto de apoyo de su cabeza. Esperó pacientemente a que yo me atreviera a mirarla, y cuando lo hice, habló con cuidado, como si yo fuera una delicada mariposa y sus palabras pudieran agujerearme las alas.
               -¿Qué te pasa?
               -Me he peleado con las chicas-expliqué, notando un nudo en la garganta que me impedía respirar. Era mi dolor, me decía ese nudo. Me correspondía a mí. No quería compartirlo. Quería autocompadecerme un poco de mí misma antes de empezar a soltar mis cargas.
               Pero Shasha era mi hermana. La tendría ahí siempre. Y yo necesitaba a alguien ahora.
               -¿Por qué?
               -Alec les echó la bronca. Fueron ellas las que me emborracharon en Nochevieja.
               -Vaya. Qué lerdas-comentó Shasha, cogiendo un bombón y metiéndoselo en la boca-. ¿Le tienen celos porque pasas tiempo con él?
               -No. Todo lo contrario. Querían que estuviéramos juntos.
               Shasha sonrió.
               -Todo el universo quiere que vosotros estéis juntos. La única que no pareces quererlo eres tú.
               -Bueno, pues eso es un poco complicado. Hemos cortado-le revelé, y Shasha abrió los ojos, sorprendida-. Si, bueno… se puede cortar algo que no se tiene.
               -Pero, ¿por qué? ¡Él te hace feliz, Saab!
               -Sí, bueno, pero… no me basta con eso.
               Shasha torció la boca, asintió con la cabeza y se volvió a tumbar.
               -¿Qué más necesitas?
               -No lo sé. Y no quiero pensar en eso ahora.
               -Vale. Pero, oye, no tienes por qué preocuparte. Os he visto juntos. He visto cómo te mira. Incluso en el instituto-sonrió-. Realmente, no se cortaba un pelo. Sois mis padres espirituales-rió-. Todo se arreglará.
               -No va a arreglarse. Hemos terminado muy mal.
               -Ya será para menos, mujer.
               -Él me besó, y yo le di un mordisco.
               Shasha se atragantó con el bombón.
               -¿Qué? ¿De veras?-asentí con la cabeza y miré la colcha de nuevo, sin atreverme a levantar la vista. Mi cabeza estaba ahora lejos de mi habitación; estaba a la intemperie, en la calle, con Alec agarrándome de aquella manera y besándome con aquella intensidad-. Vaya. Siempre supe que eras una mujer de armas tomar, hermana, pero no que lo fueras tanto. ¿A él le gustó?
               Estuve a punto de decirle que no, porque, ¿en qué cabeza cabe que a alguien le guste que le den un mordisco mientras está besando? Para colmo, en un beso como el que me había dado Alec. No debería ser así.
               Y, sin embargo, había habido algo en su mirada que me decía que sí. Que detrás de aquella fachada cínica, de aquel distanciamiento, Alec y yo seguíamos en la misma casilla. Estábamos igual.
               A una parte de nosotros, una parte oscura, enterrada en el subconsciente, le había entusiasmado aquel beso robado y terminado en un bocado. Yo jamás pensé que Alec podría besarme así; él, que yo nunca podría responder así.
               Nos gustaba a ambos por una sencilla razón: significaba que él aún quería luchar. No voy a renunciar a tus besos tan fácilmente, nena.
               Significaba que yo aún quería luchar. No voy a dejar que estropees la imagen que tengo de ti haciendo el subnormal.
               -Sí-susurré, sonriendo a pesar de mi tristeza-. A Alec le gusta cualquier cosa que yo haga.
               Shasha sonrió.
               -Pero no está bien-continué-. Nos hemos hecho daño. Es mejor así-me encogí de hombros. Shasha guardó silencio-. Nos hemos dicho cosas horribles, cosas que no podemos retirar. Cosas que en parte son verdad. Todo ha cambiado para mí, y sé que para él también, de forma que ya nada es lo mismo. Ni volverá a serlo.
               -Si ya habéis hecho que todo cambie una vez-razonó Shasha-, también podéis hacer que vuelva a hacerlo otra. Puede que no podáis hacer que todo siga igual, pero eso no significa que no podáis hacerlo mejor.
               Sonreí. Ella no lo entendía, no había estado allí, aunque apreciaba sus esfuerzos y sus esperanzas titilantes. No sabría decir si Shasha creía en lo que me estaba diciendo, pero el hecho de que se estuviera esforzando en consolarme me permitía sacar la cabeza del agua y poder tomar una bocanada de aire que buena falta me hacía. Le di un beso en la mejilla y Shasha me abrazó y se acurrucó contra mí. No estaba sola, no del todo. Conseguiría sobrevivir a esa noche.
               Y, si Shasha consiguió animarme hasta el punto de que pudiera llegar a pensar que mañana sería otro día, Scott consiguió que no le tuviera pánico a mi primera noche en soledad. No me dejó pasarla en soledad.
               Después de cenar y de que Tommy se hubiera marchado de vuelta a su casa (parece ser que se había peleado con Diana y necesitaban estar un tiempo separados), Scott llamó a la puerta de mi habitación con los nudillos mientras yo me ponía el pijama y abría la cama para meterme entre las mantas. Abrió la puerta y se me quedó mirando, apoyado en el vano de la puerta.
               -¿Quieres que durmamos juntos?
               Sonreí, asentí con la cabeza, estiré mis mantas y dejé el peluche de Bugs Bunny sentado sobre mi almohada: esa noche no iba a necesitarlo. Seguí a Scott a su habitación y me metí en la cama antes que él, asegurándome de que así su cuerpo impedía que me cayera de la cama. Me tocó la nariz y me sopló sobre los ojos, la luz de su lámpara de cohete delimitando su silueta.
               -¿Cómo estás, chiquitina?-preguntó, acariciándome la cintura.
               -Bueno.
               -Shash me ha contado lo de tus amigas. No pasa nada. Todo se arreglará. Hasta yo me he peleado con Tommy a veces, y al final se acaba arreglando.
               -Lo sé. Es sólo que… no sé. Me siento sola.
               Scott sonrió.
               -Para eso estoy yo aquí: para que no lo estés-me dio un beso en la frente y me dedicó una sonrisa radiante-. Te diría de ver una serie o algo, pero creo que los dos hemos tenido un día bastante largo y estamos cansados, ¿eh?
               -Sí. Sólo quiero dormir-asentí, acurrucándome contra él y cerrando los ojos. Scott se estiró para apagar la luz.
               -Tienes un hermano que no te lo mereces, ¿lo sabes, Sabrae?
               -Sí-le sonreí a la oscuridad.
               -Claro que te lo mereces, boba-replicó, acariciándome la cabeza, dándome un último besito en la nariz y reposando su cabeza en la almohada.
               -¿Scott?
               -¿Sí?
               -Te quiero mucho.
               -Yo también te quiero mucho, Saab.
               Se me llenaron los ojos de lágrimas cuando pegué la frente a la de mi hermano. Lloraba por tres cosas: por mis amigas, por si lo nuestro se arreglaría. Por Alec, que me dolía incluso más que ellas, y eso me hacía sentir algo mezquina.
               Y por Scott. Porque tenía al mejor hermano del mundo.






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4 comentarios:

  1. Vale a ver, empecemos diciendo que estoy de mala hostia con Sabrae porque me ha parecido súper injusta en la discusión y con Alec porque ha habido alguna contestación que era para darle un coscorrón vamos hombre. Quitando eso no puedo obviar que me haya hecho pupita que se hayan puesto a discutir asi joder, he terminado el cap ahora y ya quiero que se reconcilien lloro. Espero sinceramente que se pidan perdón y Sabrae sobre todo por echarle la culpa de discutir con sus amigas mira chata no me toques los huevos.
    Pd: me ha encantado el momento final, adoro a shasha y com siempre el amor de mi vida haciendo las cosas bien.

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    1. Bua tia me remito al comentario que he dejado en el capitulo anterior hace nada es aue yo a ella la entiendo porque esta en una posicion complicadisima y tenia que descargar su ira con alguien. Otra cosa es que crea que Alec lo merece (que evidentemente NO) pero claro en el momento de calenton no rige la pobre.
      Realmente se dicen cosas horribles o sea soy muy mala y quiero releer la discusion porque estaba centradisima mientras la escribia y la hice toda prácticamente de seguido porque a mi me gusta mas el salseo que un caramelo a un tonto y es que BUA
      Tambien piensa que cuanto mas jodida la bronca luego mas dulce el perdon asi que nos va a salir rentable la movida jsjsjsjs
      Por favor Shasha esta siendo el gran descubrimiento de esta novela amamos a mi hija por siempre jamas, a Scott ni lo mencionamos porque ya sabemos que juega en otra liga pero ayyyyy como me tienen los Malik por favor💘💘💘💘💘💘💘💘💘💘💘💘💘💘💘💕💕💕💕💕💕💕💕💕💕💕💕

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  2. alec wtf
    shasha so cute not to be dramatic but would literally fight someone for u
    scott i love u bb best bro
    chacha sabrae un poco out of the blue la pelea y un poco injusta yoquese pero bueno, estaba muy enfadada i will give u that
    literalmente no t he puesto comment en el anterior pq los he leido seguidos ajks pero q las amigas chacha q las pasa encima de q lo haceis mal no vayais d chulas aqui vacilando al personal pedid me quiere me perdona y ya
    ERIKA ESPERO EL NEXT chapter ❤️🤟😌

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    1. Se pican muchisimo bua no puedo mas ya los quiero reconciliar pero todavia nos toca sufrir bastante
      Shasha como digo es el gran descubrimiento de esta novela es que en cts era una tercera sin importancia y sin pens ni gloria semirrepelente pero por fin ahora mi hija tiene ocasion de BRILLAR como se merece
      Scott es un rey el creo a los Malik amen
      Dios GRACIAS DE VERDAD mi hija se equivoca pero a la vez ds normal que se ponga como se pone con alec por el cabreo que tiene es que si hubiera ido a darle un beso y ya seria lerda
      Le esta cogiendo usted mucho vicio a no comentar doña Marina no se yo que voy a hacer eh jajajajajajajajajajanja espero que el siguiente te gustara💘💘💘

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