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Alec se me quedó mirando, estupefacto, con la mano en la
mejilla como tantas veces había estado la mía, y sin embargo de una forma en la
que la mía no lo había estado nunca.
-Pero,
¿¡esto a qué cojones viene!?-ladró, impresionado por mi arranque de ira, y no
sé qué me molestó más: que se atreviera a indignarse conmigo, o que ni quisiera
admitir que sabía de sobra a qué se debía todo aquello. Me crucé de brazos y
alcé las cejas, haciendo uso de un autocontrol que no sabía que tenía. Quería
cargármelo, quería gritarle hasta que mis pulmones estallaran en una explosión
de fuego y vísceras, quería que se arrepintiera hasta de la última sílaba que hubiera
pronunciado con mis amigas.
También
quería castigarlo, y quería hacerlo de un modo tan oscuro que me habría
asustado de estar yo en mis cabales. Pero no lo estaba.
-No
lo sé, ¿a qué piensas que viene?-respondí, tajante, juntando tanto las cejas en
un ceño fruncido que por un momento pensé que mi cráneo acusaría tanto la
presión de mis músculos faciales que terminaría por resquebrajarse. No sabía
cómo estaba haciendo para no temblar de pies a cabeza, pero estaba tan estática
que cualquiera habría dicho que era una estatua que derrochaba ira por sus
cuatro costados.
Alec
gruñó por lo bajo algo que yo no conseguí entender, y que me enfureció todavía
más. Dado que era tan gallito con las chicas, ¿por qué no lo era conmigo? Si
tanto le gustaba sacar la lengua de paseo con mis amigas, ¡que también lo
hiciera conmigo, con quien para colmo se suponía que tenía más confianza!
-Supongo
que no serás tan cría de molestarte porque no haya podido quedar antes-bufó,
frotándose la cara y mirándose la mano, como si esperara encontrársela
ensangrentada. Me dieron ganas de arañarle-. Sabías que tenía curro; si querías
quedar antes, deberías habérmelo dicho y podría haber cambiado el turno. No
puedo permitirme que me echen, ¿sabes? Especialmente ahora que tengo tantos
gastos, no puedo simplemente no presentarme porque a ti te apetezca… lo que sea
que te apetece-hizo un gesto desdeñoso con la mano en mi dirección, mientras
arrugaba la nariz como si acabara de oler una mierda-, porque está claro que
sexo no es.
Aquel gesto fue lo que terminó con el poco
saber estar que aún me quedaba.
No
sólo me mentía.
No
sólo me hacía tener una pelea increíble con mis amigas, con Amoke, con la que nunca había tenido una
movida tan grande como la que acababa de venírseme encima.
No
sólo me trataba como una chiquilla desvalida que no puede cuidar de sí misma y
que necesita que la representen en todo momento.
No
sólo se comportaba como si él fuera el caballero de la brillante armadura que
debía guardarme de todos los males, como si yo fuera una patética damisela en
apuros…
…
sino que, para colmo, todavía me trataba con chulería, como si yo fuera una
niña caprichosa que no sabe procesar que le han dicho que no, a la que le entra
un berrinche impresionante en plena juguetería. Alec me estaba hablando con el
mismo tono de voz que llena los grandes almacenes en época navideña, cuando los
padres se enfrentan a unos niños maleducados y tremendamente mimados que
quieren todo y no están dispuestos a renunciar a nada.
Estaba
chalado si pensaba que se lo iba a consentir.
-¡¿De
verdad piensas que mereces sexo después de cómo la has cagado a niveles
interdimensionales, Alec Whitelaw?!-bramé, y Alec alzó las cejas y se llevó una
mano al pecho.
-Vaya,
¿ahora nos tratamos por los apellidos?
-¡Déjate
de historias! ¡Jodido gilipollas!-le di un golpe con las dos manos en el pecho
que hizo que retrocediera un par de pasos, aunque creo que fue algo más
instintivo que necesario. Me sacaba demasiados centímetros en altura y varios
kilos en peso, pero en su defensa diré que yo estaba fuera de mí y tenía la
fuerza de dos hombres que me duplicaban en tamaño-. ¡No sé qué hago dándote una
puta oportunidad para que te expliques, en lugar de mandarte a la mierda de una
puta vez!
-¿Qué
coño se supone que te tengo que explicar? ¿Eh?-Alec dio un paso en mi
dirección, como si estuviera a punto de iniciar ese ridículo ritual de los tíos
cuando se desafiaban los unos a los otros y decidían medir la fuerza de su
rival juntando las frentes y empujándose mutuamente como si fueran ciervos.
-¡Sabes
de sobra lo que has hecho, no me
vengas con historias!
-Tendrás
que ser un poco más específica, nena: he hecho un montón de cosas en mi vida,
así que como no me digas…
-¡Mis
amigas me han contado lo del lunes por la noche!-espeté, y Alec alzó las cejas
y asintió con la cabeza. Esbozó una sonrisa cínica, sacudió la cabeza, miró al
suelo y se echó a reír.
Se
echó a reír.
Se
puto echó a reír.
Dios
mío. Dios mío. Yo me lo cargaba.
-Ah.
Ya. Eso.
-¿“Ah,
ya, eso”? ¿De veras? ¿Es lo único que
vas a decirme?-lo volví a empujar y Alec se puso tenso.
-¿Qué
cojones te han dicho?
-¡Más
que tú, eso desde luego! ¿Cómo no se te cae la cara de vergüenza? ¡Me repetiste
durante toda la noche que estabas bien, que no te pasaba nada, y sobre todo que
no era nada que tuviera que ver conmigo, cuando tiene que verlo absolutamente todo! ¿Y en el momento en
que te digo que lo sé, sólo se te ocurre echarte a reír en vez de tratar de
excusarte? Me merezco algo más que una risa cínica.
-Te
mereces algo más que una risa cínica, sí, pero no puedo darte otra cosa si tú
sigues en este plan.
-¿En
qué plan se supone que estoy?
-Pues,
¡así!-Alec me señaló con las manos abiertas, estirando los brazos a ambos lados
de mi cuerpo-. ¡Está claro que, diga lo que diga, no vas a escucharme! ¡Estarás
demasiado ocupada gritando lo bastante fuerte como para que te escuche todo
Londres!
-¡Eso
es lo que te preocupa, ¿verdad?! ¡Que todo el mundo sepa lo cabrón que eres!
Alec
se pasó la lengua por las muelas, alzó las cejas y dejó escapar un bufido que
sonó a risa abortada. Iba a terminar con mi paciencia; parecía decidido a
conseguir llevarme al límite de mis posibilidades. Y lo mejor de todo es que yo
pensaba que ya lo había sobrepasado antes incluso de verlo: cuando le di la
bofetada, me sentí ligeramente bien, incluso sentí que un poco de remordimiento
me reconcomía por dentro, porque quizá hubiera exagerado un poco, sólo quizá…
Viendo
en qué plan estaba ahora, cómo se esforzaba por conseguir de mí una respuesta
peor que la anterior, un grito más alto que el que acababa de darle o
directamente que volviera a partirle la cara, me daba la sensación de que la
bofetada no había sido lo suficientemente fuerte.
-Me
voy a ir a mi casa-anunció, metiéndose las manos en los bolsillos y
encogiéndose de hombros-. No pienso seguir dejando que me chilles como una puta
loca.
-¡A
mí no me trates de histérica, chato!
-¡Es
que es lo que estás, Sabrae! ¡Estás
gritándome como si me hubiera cargado a alguno de tus hermanos, o, no sé, me
hubiera acostado con alguna de tus amigas y hubiera jodido vuestra amistad! ¡Yo
no he hecho nada malo!
-¡Pero
si hasta tú mismo lo reconoces, Alec, por favor! ¡He tenido una movida
increíble con mis amigas por culpa de lo que les dijiste! ¿En qué coño estabas
pensando?
-Sólo
las puse en su sitio.
-¿Que
las pusiste en su sitio?-esta vez el turno para la carcajada cínica fue para
mí-. ¿Y eso cómo se supone que es una justificación para…?
-No
puedes pedirme que no me ocupe de mis asuntos.
Abrí
la boca y me lo quedé mirando. Me odié al comprobar que estaba guapísimo
incluso cuando se mostraba desafiante, que la mandíbula se le cuadraba aún más
ahora que había empezado a enfadarlo, que los ojos le brillaban con una fiera
determinación que pocas veces había visto en su mirada. Me odié al comprobar
que los lazos que me ataban a él se tensaban y me dejaban menos espacio para
revolverme a cada segundo que pasaba, con cada saltito en el escalón de la
tensión que había entre nosotros.
-¿Tus
asuntos? ¿Qué asuntos?-me burlé.
-Tú.
Tú eres un asunto.
-Qué
romántico te acaba de quedar eso.
-Es
la verdad-contestó-. Nadie le hace daño a alguien que me importa. Y por culpa
de tus amigas, casi te hacen mucho, mucho daño. ¿Cómo se supone que debía
sentirme cuando vinieron jactándose de lo que habían hecho en Nochevieja,
Sabrae? ¿Querías que les diera un beso y las gracias, y las invitara a un
chupito? No deberían haberte ido con el cuento de que les grité: deberían estar
besándome los pies por no habérmelas cargado.
-¿Con
qué derecho te piensas tú para pelear ninguna de mis batallas?
-¿Es
que acaso te parece bien lo que hicieron?
-¡Por
supuesto que no me parece bien!-discutí, molesta, porque no iba a dejar que me
distrajera y no consentiría que cambiáramos de tema. Puede que mis amigas
hubieran obrado mal, pero a quien debían pedirle perdón era a mí, y no a Alec.
El hecho de que hubieran acudido a él primero para decirle lo que habían
tramado en lugar de contármelo en una tarde de confesiones y risas me
molestaba, sí, pero nada comparado a la reacción de él-. ¡Nos chafaron la noche
que teníamos planeada! ¡Pero eso no quita de que tú no seas nadie para echarles la bronca!
-¿Ah,
sí? ¿Esas tenemos?
-¡Entiendo
perfectamente que te joda que mis amigas me emborracharan: al fin y al cabo, a
ti también te estropearon la noche, en el sentido de que no pudiste follar
conmigo, pero que…!
-Mira,
Sabrae-respondió él con oscura calma-, si de verdad piensas que las puse a
vuelta y media porque impidieron que yo te la metiera, es que no me conoces en
absoluto.
-¡…tengas
el descaro de echarles una bronca que
me corresponde a mí-continué yo sin detenerme para escucharle-, me parece
increíble!
-¿Te
piensas que yo soy tonto?-espetó, y levantó los brazos-. ¡Sé de sobra que no te
atreverías a decirles ni media palabra! ¡Puede que me pusiera como un loco
cuando me lo contaron, pero en todo momento supe que estaba haciendo lo
correcto porque les estaba dando lo que se merecían!
-¿Y
se supone que, si tú no lo hubieras hecho, no lo habría hecho nadie?
-Venga,
Sabrae-esbozó aquella estúpida sonrisa de Fuckboy®-. Que ya son varios meses.
Aunque sea sólo de follar, ya sé cómo eres, y sé que no les dirías nada a tus
amigas. Eres demasiado buena con ellas.
-Tú
no sabes nada de mi relación con mis amigas. Y tampoco tenías derecho a tomar
esa decisión por mí. Si yo no quisiera decirles nada (que, por cierto, no sería
así: yo no soy tan cagada como tú te piensas), sería mi problema, no el tuyo, Alec.
-Con
quién andas también es problema mío-respondió, en un tono posesivo que no me
gustó nada. Esbocé una sonrisa lobuna.
-Perdona,
¿qué? ¿Ahora soy un objeto? ¿He escuchado bien lo que acabas de decir?
-Evidentemente,
no te puedo prohibir que salgas con tus amigas, ni ninguna de esas mierdas
tóxicas de las que seguro que me crees capaz, pero que no pueda hacerlo no
significa que no pueda dar mi opinión. Ni que no tenga derecho a protegerte.
¿Llamas a eso luchar tus batallas por ti? De acuerdo, que así sea-se encogió de
hombros-, pero no puedes esperar que me quede de brazos cruzados mientras la
gente que te rodea te traiciona. Voy a actuar conforme a mi conciencia.
-Que
os jodan a ti y a tu conciencia, ¿te estás escuchando? ¡Pareces mi puto padre!
¿Quién coño te piensas que eres,
Alec? ¡Es que ni siquiera eres mi puto novio para decirles nada a mis
amigas!-ataqué, y vi que en ese momento alcanzaba un punto escondido en el
interior de Alec al que no había llegado hasta entonces. Acababa de encontrar
un huequecito en su armadura. Acababa de despertar a la fiera que custodiaba el
castillo: se escuchaba en el cielo el susurro de unas alas, y yo ya estaba
preparada para enfrentarme a su dueño. Ya tenía las mías desplegadas-. ¡Y
aunque lo fueras, no tienes ningún derecho a decirles nada, porque…!
-¡SÍ
LO TENGO!-estalló-. ¡Yo, al contrario que ellas, me preocupo por ti! ¡Me
preocupo más que ellas, así que mira a ver con quién andas!
-¡Yo
andaré con quien me dé la gana, que ya soy mayorcita y tengo el suficiente
criterio como para decidir con quién quiero relacionarme y con quién no!
-¿Estás
segura de que tú tienes criterio? Tu yo de diciembre no opina lo mismo.
Me lo
quedé mirando, estupefacta. ¿A qué coño se suponía que se refería?
-¿De
qué estás hablando?
-Siempre
estás presumiendo de lo súper madura y súper independiente que eres para tu
edad. Y yo hasta hace poco, te creía. Pensaba, “joder, Sabrae es la hostia en
verso; no hay nada que yo haga que ella no pueda hacer; pero sí hay muchas
cosas que ella hace y yo no puedo”. Me equivocaba, evidentemente.
-¿Este
monólogo shakesperiano va a algún sitio, o…?
-Sí:
va a decirte que te piensas que eres más lista que nadie y que nadie puede
influirte, a que miras por encima del hombro a todo el mundo por el mero hecho
de que tú pareces saber algo que ellos no saben, y por eso te permites tener
ahora esa actitud de perdonavidas conmigo, y te ha molestado tanto que haya
sido yo quien ha dado un paso al frente con tus amigas en lugar de haberlo
hecho tú. Va a decirte que puede que yo sea un gilipollas, un controlador, y
todas las mierdas que seguro que estás pensando de mí ahora mismo, pero al
menos yo tengo un poco más de personalidad como para no dejar que mis amigos me
influyan y andar bailando al son que ellos me cantan.
Estiró
la espalda y echó la cabeza hacia atrás, alzando la barbilla.
-Puede
que haya metido la pata y que me haya extralimitado con tus amigas; no creo que
lo haya hecho, pero si ésa es tu opinión, me tendré que aguantar. No soy tan
tonto como para pensar que puedo sacarte esa idea ahora que se te ha metido
entre ceja y ceja, pero sí sé que dormí como un bebé después de dejarte en casa
porque había hecho lo que yo creía
correcto, y seguiré durmiendo igual de bien en lo que me quede de vida a ese
respecto, porque si he metido la pata la he metido yo, Sabrae. Mis cagadas serán cagadas, pero por lo menos son mías.
Y creo que soy el único de los dos del que puede decirse eso.
Fue
entonces cuando lo entendí.
Mi yo
de diciembre. Mi yo de diciembre, que se había visto enredada en su tela de
araña y se había quedado tan prendada de él que no había parado de contar los
minutos que nos separaban mientras estaba en Bradford, y luego en Burnham. Mi
yo de diciembre, que había corrido a verlo antes que a mis amigas porque no
soportaba un minuto más sin verlo. Mi yo de diciembre, que lo había echado
tanto de menos que tendría heridas de por vida en su espíritu. Mi yo de
diciembre, que le habría dicho a todo que sí.
Mi yo
de diciembre, que le dijo que no. Mi yo de diciembre, que empezó a albergar
dudas. Mi yo de diciembre, que tuvo que rechazarlo y luego escuchar cómo él le
decía que la quería mientras le echaba en cara su decisión.
Mi yo de diciembre, que había escuchado las
opiniones de sus amigas… y había actuado en consecuencia.
Mi yo
de diciembre, al que Alec le había privado en sus pensamientos de toda
autonomía, de cualquier tipo de individualidad.
Acababa
de decirme que le había dicho que no no porque no le deseara, no porque no le
quisiera, no porque no quisiera estar con él… sino porque mis amigas me lo
habían impedido. Como si ellas mandaran en mi corazón.
-Eres
un cerdo. Dios-sacudí la cabeza y di un paso atrás, notando cómo mi pelo
bailaba a mi alrededor, aún un poco húmeda por las lágrimas derramadas en la
biblioteca. Hay pocas cosas que alberguen tantos recuerdos, atesoraran tantos
susurros y guarden tantos secretos como una melena: ni siquiera los diarios
podían comparárseles.
-Bueno,
yo seré un cerdo, pero tú eres una zorra, Sabrae-acusó, y aquella simple
palabra, “zorra”, se me clavó tan hondo en el corazón que estaba segura de que
ya no sería capaz de desincrustármela. De todas las palabras que Alec podría
haber usado conmigo, de todas las palabras que yo le habría creído capaz de
usar para hacerme daño, jamás habría pensado que recurriría a aquella-. O sea,
con todos tus cojones me decías de ser sinceros, me insistías en decirnos
siempre lo que nos pasaba para tratar de solventarlo y conseguir sacar
esto-señaló el espacio que había entre nosotros con el dedo índice apuntando al
cielo, como quien toca un arpa tumbada- adelante, ¿y luego no tienes lo cojones
de decirme que me dices que no porque tus amigas te han comido el coco?
-A mí
nadie me ha comido el coco-respondí, herida. No hay nada peor que descubrir la
imagen tan pobre que tiene de ti alguien a quien quieres tanto como yo quería a
Alec. Muy a mi pesar en ese momento, y para gran alegría mía en muchos otros,
estaba enamorada de él. Y amar a alguien es darle el poder para que te
destruya, confiando en que jamás lo hará.
-Llevo
quince días sintiéndome una puta mierda, Sabrae-ahora
era él quien hablaba por encima de mí, sin escuchar mis respuestas-. Pensando
que no te merezco, y que tú no me quieres como yo te quiero a ti, y que para ti
esto no tiene la importancia que tiene para mí, ¿y no voy y me entero de que
han sido ellas las que han impedido
que tú y yo estemos juntos? ¿Cómo esperabas que reaccionara?-me tomó del brazo
y tiró de mí para tener mi cara pegada a la suya- ¿Regalándoles flores? Soy un
hombre, Sabrae. Soy un hombre siempre, no sólo en la cama. No sólo cuando estoy
contigo. No puedes pedirme que me entere de algo así y simplemente piense en
los límites, qué es tuyo y qué es mío. Entre tú y yo no hay límites; no para
mí, al menos. O no los había-Alec me soltó y yo di un paso atrás, volviendo a
mi zona segura y luchando por respirar-. Para mí sólo había un “nuestro” y ya
estaba, aunque supongo que eso tampoco era recíproco, como muchas otras cosas
en nuestra relación… o bueno, perdona. Lo que sea que tengamos-respondió con
amargura, apretando el puño y rechinando los dientes.
No.
No iba a pasar por ahí. Puede que me hubiera desecho del hechizo. Puede que
ahora mismo lo detestara. Puede que hubiéramos vuelto a la casilla de salida,
que fuéramos el Alec y la Sabrae de antes, pero no estaba dispuesta a renegar
de lo que habíamos compartido. Puede que fuera sólo una fantasía, puede que yo
lo hubiera idealizado, pero él me había hecho feliz como no me lo había hecho
nadie, me había enseñado un placer que yo no pensaba que fuera posible, y había
destapado una parte de mí que siempre había estado en penumbra. No iba a
renegar de lo nuestro.
Y
Alec, tampoco.
Me
costara lo que me costara. Si tenía que rematarlo allí, que así fuera. Pero era
mejor rematarlo que decir que jamás había existido. Olvidar un libro no es lo
mismo que no haberlo leído jamás.
-Esto
es una relación. O era una relación-gruñí-. Por lo menos,
para mí. Si para ti era otra cosa, lo has sabido disimular a la perfección, y
yo he hecho muy bien negándome a pasar al siguiente nivel. Sea lo que sea que
estés insinuando y adónde estés tratando de llevarme, no…
-¿Tú
me quieres?-espetó de repente, dejándome helada. ¿Qué? No pretendía que se lo
dijera allí, en ese momento, ¿verdad? Ni de broma. ¿Es que no había aprendido
ya la lección? Él se me había declarado en el peor momento posible; habíamos
tirado a la basura lo que podría haber sido el momento más especial de nuestra
relación, el primer gran recuerdo que guardar con celo en nuestros corazones,
el que celebrar con nuestros amigos y el que contar con una sonrisa en la boca
a nuestros futuros hijos, aquellos que ya parecía que nunca íbamos a tener.
-No
vayas por ahí-me reí, nerviosa, dando un paso atrás, y luego otro cuando él lo
dio hacia delante-. No se te ocurra ir por ahí. No intentes hacerme chantaje.
-No
te hago chantaje-me cogió la mano y acarició mis dedos con los suyos. Quería
reconciliarse, que las cosas salieran bien… pero yo no podía perdonarlo. Me
había hecho mucho daño, había jodido las cosas con mis amigas-. Sólo te estoy
pidiendo que me lo digas. Me merezco saberlo: ¿me quieres bien, o me quieres a
escondidas por lo que puedan decir tus amigas?
Le
miré a los ojos, aquellos ojos marrones que tan preciosos me habían parecido y
que aún me lo parecían, los que le habían dado sentido a la frase “los ojos
marrones son sólo marrones hasta que te enamoras de ellos”.
¿Cómo
podían unos ojos mirar así, cuando las palabras que salían de la boca del mismo
dueño iban tan cargadas de veneno?
Me
solté de su mano y me giré para irme, dispuesta a dejarlo estar. Estaba
comenzando a marearme por la cantidad de sentimientos que me embargaban,
arrastrándome de un lado a otro como una lata en un mar encolerizado.
-No
pienso entrar al trapo, Alec. Puede que tuvieras razón antes. Puede que debamos
hablar de esto cuando estemos más serenos-me metí las manos en los bolsillos de
la chaqueta y alcé los hombros a modo de despedida, haciendo una mueca que
ojalá él hubiera interpretado como lo que era: un símbolo de rendición, de que eh, mejor una retirada a tiempo que una
derrota estrepitosa.
-No quieres hablar ahora
porque eres una cobarde-acusó, y yo me detuve en seco y me quedé mirando el
asfalto, en el que las marcas de un frenazo reciente habían dejado una fea
cicatriz paralela.
Si
Alec hubiera sido inteligente, no habría dicho nada.
Pero,
si Alec hubiera estado en sus cabales, no habría dicho lo que dijo a
continuación. Lo que yo necesité para volver a encenderme.
Teníamos
un problema: ahora, los dos estábamos enfadados. Y cuando dos dragones luchan
en el cielo, el suelo arde y, al final, sólo quedan cenizas y dos gigantescos
cadáveres carbonizados.
-Aunque
tienes a quién parecerte.
Por
mi mente pasó una única imagen como cuando tus padres te preguntan si sabes
quién ha roto el jarrón de porcelana del salón y lo has hecho tú. De la misma
forma que los añicos de blanco y azul atravesaron mi memoria hacía milenios,
cuando rompí aquel jarrón chino que mis padres habían comprado en uno de sus
viajes luna de miel, el rostro de mi hermano se materializó en mi mente tan
nítido como si lo tuviera delante.
Pero
no un rostro cualquiera: la expresión de abatimiento absoluto que le había
seguido cuando entró en casa después que yo, tras haber hablado con Eleanor y
que ella le diera el ultimátum de su vida: o le contaba lo suyo a Tommy, o se
tendría que acabar.
De la
misma forma que a Alec había dos cosas que lo describían a la perfección (la
primera, que es un bocazas; la segunda, que sabe lo que quiere), hay tres cosas
que me describían a la perfección a mí, engarzadas entre sí como una pulsera de
diamantes.
La
primera, que soy una Malik.
La
segunda, que los Malik queremos con toda la intensidad de nuestro corazón.
Y la
tercera… que nadie se mete con mis
hermanos. Sólo yo. Y mis otros hermanos. Nadie va a hacerles daño. Nadie va a
hablar mal de ellos.
Y ya
no digamos de Scott, que me había dado mi vida, me había dado mi apellido, y me
había dado mi nombre. Incluso cuando yo dejara de ser Sabrae Malik porque me
habría vuelto a fundir con el universo, seguiría defendiendo a Scott.
Porque
la única razón de que yo fuera Sabrae Malik era que Scott era Scott Malik.
Y nadie se mete con Scott Malik delante
de Sabrae Malik.
-¡NI
SE TE OCURRA METER A MI HERMANO EN ESTO!-bramé, girándome hacia él y levantando
la mano para propinarle otra bofetada, con tan mala suerte que mi furia me
traicionó y, por querer cargar como un toro de miura contra mi objetivo
danzarín, no vi la espada que sostenía el torero perfectamente alineada con mi
columna vertebral, y Alec detuvo mi mano antes de que llegara siquiera a la
altura de su cara. Bueno. Morir por defender a Scott me parecía una forma muy
digna de abandonar este mundo. Además, me llevaría a Alec por delante.
-Es
verdad-escupió Alec con todo el veneno que albergaba en su corazón, que no era
poco-. Scott por lo menos lo hace para proteger su relación. Tú y yo no tenemos
nada-gruñó en tono oscuro, lacerante;
me sorprendió que no escupiera sangre como el Presidente Snow en Sinsajo. Sus palabras deberían haberle hecho
tanto daño físico como espiritual me lo hicieron a mí-. Por tu culpa. Bueno,
perdón-me soltó la mano y esbozó una sonrisa cínica-. La de tus amigas.
Deja de tratarme como si no tuviera voluntad
propia, rugió algo dentro de mí.
-Vaya,
discúlpame por tener en cuenta la opinión de la gente que me rodea y que me
quiere; lo siento mucho, pero no puedo evitar confiar en ellos, quizá tú no lo
tengas por costumbre y por eso te resulte tan chocante, pero ¡eso es lo que la
gente normal hace!
-¡No
lo tengo por costumbre porque no confían en mí!-replicó, molesto.
-¡¿Por
quién se supone que va eso?!
-A
ver si lo adivinas-ironizó, y volvió a picarme la mano. Me sentía subida a la
montaña rusa estrella del parque de atracciones más importante y peligroso del
mundo: cuando fui en su busca, pensé que le daría un repasito y que me dejaría
marcharme después de ponerle los puntos sobre las íes y dejarle las cosas
claras. Ya estaba bastante enfadada con él como para no querer que lo nuestro
siguiera adelante, pero el espiral de autodestrucción en el que nos
habíamos tirado de cabeza tenía una
fuerza gravitatoria tal que ya estaba segura de que sólo habría una forma de
salir de él: desintegrándonos.
-No
será por mí. Te he abierto mi corazón, te he contado miedos que no le había
contado a nadie, he hablado contigo de cosas sobre las que no había hablado con
nadie, ni siquiera con Momo…
-Y
mira lo poco que has tardado en echarme en cara que haya metido la pata
contigo, porque se supone que me he extralimitado en base a esa confianza.
-¡Por
Dios, Alec! ¡Esto no es sólo por lo
que les has dicho a mis amigas! ¡Es por todo lo que ha sucedido a raíz de eso!
¡Amoke no me habla!
-Pues
peor para ella.
-¡Jamás
nos había pasado algo así! Se ha ido del grupo en el que estábamos porque no
quería estar conmigo, ¡y la culpa la tienes tú!
-Ojo
por ojo-sentenció él, cruel-. Deberías tener cuidado con ella. No quiere que
estés conmigo, pero tampoco quiere que estés con ella. Ándate con ojito, que a
mí esto me huele mal.
-¡A
mí nadie me ha impuesto que no estemos juntos, ¿vale?! ¡¡Esa decisión fue
exclusivamente mía!!
-¿De
veras? Mírame a los ojos y dime que la respuesta a mi pregunta habría sido la
misma si tus amigas no hubieran hablado contigo antes que yo-me instó, dando un
paso al frente y pegándose a mí tanto que sentí su aliento abrasador
acariciándome la cara. Tomé aire y lo solté lentamente, sosteniéndole la mirada
con toda la dignidad del mundo que, desde luego, no era poca. Habíamos pasado
un punto de no retorno y ninguno de los dos estaba dispuesto a ceder. Los dos
sabíamos que estábamos en la batalla final, y que la guerra había estado tan
igualada que el resultado se decidiría en ese mismo momento. Que el que
perdiera entonces, perdería ahora. Íbamos a muerte súbita.
No
permitiría que me dejara de mentirosa, que hiciera que renunciara a mi verdad.
Yo no era una embustera. Puede que no confiara en él, pero desde luego sí
confiaba en mí. Y si ahora jugaba sucio sólo por vencer, nunca me lo
perdonaría, igual que tampoco podría perdonarle a él que me hiciera
traicionarme a mí misma. Es por eso que permanecí callada.
Alec
rió entre dientes con aquella sonrisa cínica que jamás le había escuchado antes
de esa tarde.
-Lo
suponía-asintió con la cabeza, dio un paso atrás y se metió las manos en los
bolsillos-. ¿Cómo haces para dormir por las noches, Sabrae?
-Me
meto en la cama y apago la luz-me defendí, y él puso los ojos en blanco-.
¡Venga! ¿Están equivocadas?-pregunté, alzando las cejas-. Mírate. Míranos.
-Ya
me miro. Ya nos miro. Es por eso que no entiendo que puedas elegir entre esto y
nada sólo en base a lo que tus amigas
te digan.
-¡Que
lo que ellas me dijeron no fue lo único que contó, Alec! ¡Fueron más cosas!
¡Simplemente hablar con ellas me sirvió para tener en cuenta más cosas, nada
más! ¡No fue lo único que influyó, aunque la opinión de mis amigas para mí es
muy importante!
-Joder,
¡y para mí también, Sabrae, pero tampoco dejo que eso me ciegue, ¿sabes?!
¿Tienes idea de las cosas que me dijo Bey?-acusó, pasándose una mano por el
pelo y cerrando los ojos un momento-. En plan…que eras muy pequeña aún, que si
podía estar pasándome contigo, y que tuviera cuidado, y yo en ningún momento pensé “joder-miró al cielo y se encogió de
hombros, con una mano en la nuca y la otra a su costado-, igual tiene razón,
igual me tengo que basar en su edad y no en cómo es o en cómo parece ser
conmigo para hacer cosas con ella”. En ningún momento dejé que Bey o nadie
influyera sobre lo que yo siento por ti.
-Bueno,
¡si no quieres escuchar los consejos de tus amigos, es tu problema,
¿sabes?!-repliqué, furiosa, sintiéndome traicionada a todos los niveles. Creía
que Bey había estado de mi parte, que le gustaba para Alec, y que creía que
hacíamos buena pareja. Jamás habría pensado que la primera fuente de
resistencia que Alec tuviera que agotar fuera precisamente su mejor amiga, y ya
no digamos después de que ella misma me animara a que cambiara de opinión, o
que por lo menos reconsiderara la respuesta que le había dado a él.
Pero,
sobre todo, me dolía que hubiera insinuado que mis sentimientos por él eran
diferentes por el mero hecho de que mis amigas me hubieran contado las reservas
que tenían respecto de nuestra relación. Puede que no le hubiera dicho que sí,
puede que no tuviéramos el estatus que se esperaba de nosotros, pero eso no
hacía que mis sentimientos por él no fueran auténticos… o que él no hubiera
conseguido, por lo menos, que me quedara prendada de él.
Estaba
hecha un verdadero lío. Había ido en su busca con la esperanza de hace que se quitara
la careta y me demostrara que los años en los que le había considerado lo peor
fueron los más lúcidos de mi vida, pero ahora… teniéndolo delante, discutiendo
conmigo como lo estábamos haciendo, abriéndose de nuevo heridas que le había
infligido yo y duchándome con su sangre, ya no sabía lo que quería. Sólo sabía
que no podíamos seguir así, que teníamos que acabar ahí antes de que nos
hiciéramos más daño, antes de que fuera imposible curarnos.
No
iba a dejar que pusiera en duda mis sentimientos. Y haría lo que fuera para que
parara. Si aquello significaba romperme el corazón, que así fuera.
-Además,
mis amigas hablan con conocimiento de causa, y no con esta visión idealizada
tuya que yo tengo. Puede que conmigo seas diferente, pero no puedo culparlas de
la opinión que tienen de ti, básicamente porque tú tienes el historial que
tienes, chato.
Alec
entrecerró los ojos y apretó la mandíbula. Supe en ese instante que le había
dado donde más le dolía.
Y que
había jugado sucio, justo lo que acababa de prometerme que no iba a hacer.
-Mi
historial no parecía importarte cuando empezaste a follar conmigo-respondió en
tono gélido, en el que se escuchaba una amenaza velada.
-Pero,
¡porque cuando empecé a follar contigo era distinto! ¡Nunca pensé que pasaría todo
esto…! ¡Que se saldría todo así de madre, que se me iría de las manos de esta
forma!
-Ah,
vale-asintió Alec, sonriendo de nuevo y mirando al suelo-. O sea, que yo
enamorándome de ti y tú enamorándote de mí es salirse todo de madre, y que se
te vaya todo de las manos, ¿no?
-¡Es
que en ningún momento te he dicho que esté enamorada de ti, Alec! ¿No ves cómo
sólo escuchas lo que quieres escuchar y ves lo que quieres ver?
-Pfjé.
Sí me lo dices-discutió-. Me lo dijiste estando borracha. Que no me lo quieras
decir estando sobria no quiere decir que no lo estés. Es que hasta un puto
ciego lo pude ver, Sabrae. Estás loca por mí y harías cualquier cosa por mí. Cualquier cosa.
Abrí la boca para discutir,
dispuesta a echarle en cara lo primero que se me pasara por la cabeza, pero
tenía tal barullo de pensamientos en mi mente que era incapaz de elegir sólo
uno que convertir en un arma.
-Incluso
pelearte así con tus amigas. Porque no te equivoques, nena: no te jode que yo
me haya metido en tus asuntos. Lo que te jode es que, en el fondo, sabes que he
hecho bien. Estás cabreada con ellas, pero son tres contra una, y yo soy sólo
uno. La pelea está más igualada. Si me estás montando este pollo no es porque
te moleste que yo haya puesto a tus amigas en su sitio; es porque te gustaría
haber estado allí, viéndome defenderte como un chacal, y haberme follado duro
después a modo de recompensa. Lo que te jode es que te perdiste tu oportunidad
de elegir libremente por ti misma; que ellas te han empujado a un callejón sin
salida y ya no te han dado opciones a escogerme a mí. Otra vez.
Sentí
que se me revolvían las tripas. No sólo no entendía nada, sino que su imagen de
mí caía en picado con cada segundo que pasaba.
-¿Eso
crees? Dios, eres un puto ególatra-contuve una arcada tras su asentimiento-. No
voy a dejar de andar con mis amigas por este ego estratosférico tuyo, y por lo
perfecto que se supone que eres. Igual que vosotros tenéis esa mierda de bros before hoes, nosotras también
tenemos nuestra propia versión: dicks
just after sis. Estás mal de la cabeza si piensas que te escogería a ti: no
renunciaría a una amistad de años por cuatro polvos en sofás o en mesas de
billar. Aunque supongo que mi opinión no importa, ¿no?-arqueé las cejas y
sonreí con crueldad-. Ni para mis amigas, ni para ti tampoco.
-No lo sé, nena-respondió, apoyándose en una
farola y mirándome desde su metro ochenta y pico-. Dímelo tú.
-Eso
acabas de demostrarme. No has hecho más que darme la razón. Perdóname por no
querer irme contigo después de la putada que me has hecho, Alec: has hecho
pensar a mis amigas que mis prioridades son diferentes. Que soy la típica que
se echa novio y ya pasa de todo lo demás.
-No
te has echado novio-contestó, mordisqueándose la uña del pulgar y rehusando
mirarme. Aparentemente, su dedo era más interesante que yo.
-He
tenido una bronca con ellas increíble, una bronca como nunca la había tenido
antes, y la culpa la tienes tú.
-Fíjate,
igual hasta te he hecho un favor.
Parpadeé.
-O
sea, ¿que te da igual que mis amigas no quieran saber nada de mí?
-Para
el caso que te hacían…-Alec se encogió de hombros, todavía sin mirarme. Y yo no
lo aguanté más. Sin darme cuenta de lo que hacía, eché la mano hacia atrás para
cruzarle la cara de nuevo, porque estaba claro que con una vez no le había
bastado.
Con
lo que no contaba era con que él detendría mi ataque.
Otra
vez.
-La
próxima vez que me pegues, te las voy a devolver, Sabrae-me advirtió, clavando
en mí una mirada helada, y yo me solté de malos modos.
-¿Y
todavía pretendes que te elija a ti después de eso?
-¡Hombre,
si tenemos en cuenta que yo no te voy poner en peligro, pues… sí!
-A mí
es que me gusta la vida con sus más y sus menos, ¿sabes?-respondí, cruzándome
de brazos-. No soy una muñequita de porcelana que haya que tener en un armario
de cristal. Soy una persona. Van a hacerme daño. Eso es parte de estar viva. Y
no quiero estar con alguien que quiera impedirme vivir.
Alec
se rió, asintió con la cabeza, dio una palmada en la farola y se separó de
ella.
-Pues
venga, chica, disfruta de tu vida-sentenció, sacudiendo la cabeza y mordiéndose
el labio. Rió entre dientes-. Es que, ¡tiene huevos, tía!-volvió a la carga-.
¡Para ti tiene más peso la opinión totalmente sesgada de tus amigas, que no me
conocen, que lo que verdaderamente crees que soy! ¡Y todavía tienes los huevos
de decirme que no quieres estar con alguien que quiera impedirte vivir, como si
fuera yo el que hace eso!
-Es
que, ¿ves cómo eres un gilipollas, Alec? ¡Te he dicho cien veces que SI NO
ESTAMOS JUNTOS, ES POR DECISIÓN MÍA, NO DE MIS AMIGAS!-chillé-. ¡Vale más lo
que tú digas que siento que lo que de verdad siendo, y lo que yo diga!
-¡Es
que lo que tú dices que sientes no es lo que sientes, Sabrae! ¡Y TODO PORQUE
DEJAS QUE TODO EL MUNDO TE COMA LA CABEZA!
-¡A
MÍ NO ME COME LA CABEZA NADIE! ¡¡Igual te deberías mirar si eres tú quien se la
come a sí mismo para que te hagas esas putas pajas mentales!! ¡¡SI NO TE DIJE
QUE SÍ FUE PRECISAMENTE PORQUE TEMÍA QUE PASARA ESTO, ALEC!!
-Tranquila-respondió
en tono mordaz, bajándose del bordillo-, que por mí, no va a volver a pasar
nada. Así no tienes nada que temer.
Un
fuego prendió en mi pecho, tan poderoso que me sorprendió que mi piel no se
pusiera incandescente y de mí empezara a manar calor con la fuerza de mil soles.
-Gracias.
Yo no quiero estar con alguien que decide si soy una niña o no dependiendo de
si tengo las bragas puestas.
Alec
se puso rígido.
-¿Sí?
Bueno, pues yo no quiero estar con alguien que decide si me quiere o no
dependiendo de cómo se hayan levantado sus amigas ese día.
-Quizá,
si no resolvieras todos los problemas que se te presentan follando, igual mis
amigas tendrían una opinión mejor de ti y no una “completamente sesgada”-hice
el signo de las comillas con los dedos y puse los ojos en blanco mientras
simulaba una arcada. Alec bufó sonoramente.
-Quizá,
si no te negaras a darme lo que yo te pido cuando te lo pido, especialmente
después de que yo te conceda todos los caprichos, yo no tendría que ir a buscar
nada en las otras.
Parpadeé.
-¿Ahora
resulta que soy yo quien tiene la culpa de que resuelvas tus idas de olla
emocionales follando?
-No
sé, Sabrae; ¿quién me ocasiona mis idas de olla emocionales?-preguntó, alzando
las cejas, y yo me bajé del bordillo y le di un empujón con los ojos llenos de
lágrimas. No. No. No iba a echarme la culpa a mí de ser como era. No iba a
conseguir que me sintiera culpable por cosas que escapaban a mi control.
Él
era un fuckboy antes de que yo
entrara en su vida. Yo no había sido la causa de que la única salida que le
encontrara a todo fuera el sexo.
Yo no
había sido la causa de que se hubiera tirado a todo lo que se movía antes… ni
de que volviera a hacerlo a partir de entonces, como estaba segura de que
sucedería.
-Eres
un cabrón. Yo no te he hecho daño a posta. Tú a mí, sí-jadeé, empujándolo en la
dirección por la que había venido-. No quiero volver a verte, Alec. Me das
asco. No te quiero tener delante.
-Vale.
Como gustéis, princesa-respondió, haciendo una exagerada reverencia-. Pero
antes de irme, necesito que me hagas un favor.
-No
pienso hacerte ningún…-mi protesta murió en mis labios cuando él me tomó de la
mandíbula y me atrajo hacia sí. Posó su boca en la mía y empezó a besarme con
urgencia, invadiendo mi boca y jugando con mi lengua, imponiéndose sobre mi
voluntad como si fuera una ola sobre un castillo de arena. Me descubrí
respondiendo a su beso y me odié por ello. Cuando recuperé la cordura, empecé a
resistirme. Sólo era un truco. Quería que le perdonara, y sabía que yo no tenía
razones para hacerlo, así que no le quedaba más remedio que recurrir a mis
instintos más bajos.
Le
golpeé el pecho, le arañé los brazos y traté de empujarlo, pero Alec era más
fuerte, más grande, más todo que yo.
Sólo
me quedaba una opción: morderle. Y así lo hice. Con todas mis fuerzas.
Él
dejó escapar un gruñido y por fin me soltó, llevándose una mano a la boca
mientras yo tragaba saliva, notando el sabor metálico de su sangre en mi
lengua. Me miró con sorpresa un segundo, pero luego, una de las comisuras de
sus labios se alzó en su típica sonrisa de Fuckboy®.
Mi
Alec murió en ese momento.
Alec
Whitelaw había regresado, y esta vez para quedarse.
-Como
vuelvas a tocarme sin mi consentimiento, te mataré.
-¿No
te ha gustado, bombón?-se burló.
-No
tenías ningún derecho. Y no me llames “bombón”. ¿A qué coño ha venido eso?
-Sólo
estaba resolviendo una ida de olla emocional-se encogió de hombros-. Además,
antes, cuando vine, iba a darte un beso. Sólo estaba cobrándome mi deuda. Tengo
que decir-se miró los dedos manchados de sangre-que me ha gustado más de lo que
me esperaba.
Una
ira descontrolada descendió por mi cuerpo y me hizo echarme a temblar.
-Vete
a la mierda, Alec. No vuelvas a acercarte a mí.
-¿O
qué? ¿Volverás a morderme? Quizá le coja el gusto.
Di un
paso hacia él, dispuesta a intentar partirle la cara una última vez, pero me
detuvo de nuevo.
-¿Aún
lo intentas, después de lo que te dije antes?-inquirió-. Puede que lo de ahora
te haya gustado más de lo que quieres hacer ver. ¿Te apetece que lo intente
otra vez, o me arrancarás el labio?
Me
solté de su agarre y di unos pasos hacia atrás.
-Hijo
de puta. No sé cómo he podido estar tan ciega estos meses. Todo lo malo que
dicen de ti es verdad. Incluso peor.
-No
todo-respondió-. Jamás me he tirado a nadie de la realeza. Aunque no sería por
falta de ganas-se relamió la sangre del labio y me miró de arriba abajo.
-¿Alec?
-¿Sí?
-Vete
a la puta mierda.
Escuché
que decía algo a mis espaldas cuando me giré, pero no estaba dispuesta a seguir
prolongando aquello por más tiempo.
Haciendo
gala de un autocontrol que yo no sabía que tenía, me marché sin echar a correr,
con lágrimas de pura rabia deslizándoseme por el rostro. El hecho de que se
hubiera impuesto a mi voluntad, aunque fuera sólo un segundo, me dolía y me
enfadaba más de lo que nunca pensé que nada podría molestarme.
Jamás
pensé que Alec fuera capaz de algo así, y me sentí estúpida por no haber
pensado que aquello podría suceder. Al fin y al cabo, así era como actuaban los
tíos cuando les llevabas la contraria: simplemente cogían lo que tú no querías
darles sin tu permiso, por mucho que tú te negaras.
Llevaba
meses pensando que Alec no era como los demás, que no sería capaz de algo así.
Me había engañado a la perfección, atrapándome en sus redes como una araña consigue
hacerse con un insecto del que se va a alimentar más tarde. ¿Todo lo que
habíamos compartido no había sido más que un juego para él? ¿Por qué parecía
tan sincero cuando me decía que me quería, que no me haría daño jamás, cuando
en el momento en que las tornas se cambiaban un poco, echaba por tierra todas
aquellas promesas?
Lo
peor de todo no era la sensación de traición que florecía en mi pecho cual
planta venenosa, de tallos enredados y recubiertos de espinas. No. Lo peor de
todo era que una parte de mí había disfrutado oscuramente con aquella invasión.
Por eso salí pitando de allí: porque no podía quedarme y dejar que Alec
continuara encandilando aquella parte de mi ser, la que me decía que vale,
bueno, no estaba bien que él hubiera hecho eso, pero aquello no dejaba de ser
una muestra de interés, ¿no? Si le hubiera dado igual que yo me fuera, si no le
hubiera importado lo que yo le estaba diciendo, me habría dejado marchar sin
más.
Me
abracé a mí misma mientras giraba mi calle, mirando por encima de mi hombro
como si esperara que él viniera detrás de mí. No sé qué habría sido peor:
descubrir que él seguía en sus trece y no iba a renunciar a mí tan fácilmente,
incluso si era yo la que pretendía arrebatarme de sus brazos, o constatar que,
efectivamente, aquel beso acabado en mordisco había sido nuestro último beso,
una despedida horrible acorde con nuestro horrible final.
Como
sospechaba, Alec no venía detrás de mí. En mi vientre, mil piedras tiraban de
mí hacia abajo, tratando de hundirme en un mar en el que yo no quería ahogarme,
pero cuyas corrientes terminarían arrastrándome sin remedio a lo más hondo.
Aquel torbellino de emociones que tenía dentro no paraba de girar, cada vez más
y más aprisa, cada vez más y más rápido, hasta que llegara al límite de mi
resistencia y mis pulmones fallaran, condenándome a una oscuridad eterna de la
que no habría posibilidad de escapatoria.
Ese
mar que quería tragárseme estaba hecho exclusivamente por mis lágrimas.
Descubrí con amargura mientras atravesaba rápidamente la verja de mi casa que
Coldplay tenía razón: cada lágrima es una catarata. Todo lo que estaba
sintiendo en ese momento y me hacía estremecerme de pies a cabeza salía de mí
en los borbotones típicos de un géiser, en una miríada de emociones que no sabía
cómo hacían para concentrarse en algo tan pequeño como una simple lágrima.
Me
detuve frente a la puerta de mi casa y observé un momento la mirilla. No podía
entrar llorando y arriesgarme a que mis padres me preguntaran qué me había
pasado, así que necesitaba tranquilizarme antes de atreverme a meter la llave
en la cerradura. Una cosa era haberme peleado con Alec y con mis amigas, para
lo cual me vendría bien que alguien escuchara mis problemas, ya que no tenía a
los dos pilares de mi estabilidad emocional disponibles para ayudarme a superar
aquel momento.
Otra
muy distinta era sentir que había terminado
con Alec, y en cierto sentido también con mis amigas. Me dolía la herida
que me había infligido él, que para colmo era un tajo que atravesaba el que ya me
habían dado Amoke, Kendra y Taïssa por la mañana. No quería hablar de ello:
sabía que, si trataba de hacerlo, me pondría a llorar y ya no podía parar. Y
necesitaba estar tranquila. Necesitaba que no me recordaran que estaba sola,
que no tenía a nadie que comprendiera por lo que estaba pasando, nadie que no
fuera de mi familia.
Tomé
aire y lo expulsé lentamente varias veces, contando hasta diez entre inhalación
y exhalación. Me encontraba sumida en un estado de estupefacción emocional;
siguiendo con Sinsajo, “mentalmente
desorientada”, igual que Katniss… porque, en cierto sentido, mi zona segura
también acababa de desaparecer.
Cuando
conseguí normalizar mi respiración, me enjugué apresuradamente las lágrimas y
me atreví, por fin, a abrir la puerta de mi casa. El sonido de música familiar
(literal y metafóricamente) flotó hasta mis oídos procedente de la cocina.
Movida por una curiosidad que pocas veces había sentido y que no tenía mucha
justificación tampoco, eché a andar en dirección a la fuente del sonido.
Y
gracias a Dios que lo hice, porque contra todo pronóstico, la imagen que vi
allí consiguió animarme un poco. Mamá y papá estaban juntos, las caderas
pegadas, uno batiendo huevos y la otra una masa que debía de ser para algún
postre, o alguna elaboración especial para la cena. Mamá llevaba el pelo
recogido en una coleta apresurada, una camiseta de papá sobre los hombros que
le quedaba como un vestido corto, las piernas desnudas y los pies descalzos.
Papá vestía una camiseta de manga corta y unos pantalones de chándal, los que
siempre se ponía después de una sesión de grabación, o cada domingo, cuando no
tenía nada que hacer. También estaba descalzo.
Y
acompañaba su voz a la que sonaba por los altavoces de la cocina, la voz del
mismo hombre en dos momentos distintos de su vida.
-Girl you’ll never see me running out, fuck
anybody else, there’s only-papá dejó los huevos en el plato que tenía entre
las manos y rodeó a mamá por la cintura, quien se echó a reír-you. But you know I got your back, I’m on
your side. I don’t mind. You can tell me your lies. I don’t mind. You can tell
me all night when I’m with you, when you know I…
Mamá
sonrió, le pasó una mano por el pelo y le dio un beso en los labios mientras
sus dedos se enredaban en el cuero cabelludo de mi padre.
Puede
que a mí no me fuera bien en el amor ni en las relaciones interpersonales con
gente con la que yo no compartiera sangre, pero ver a mis padres tan
acaramelados me tranquilizó. Ver cómo se querían, lo tranquilos que estaban en
presencia del otro y lo a gusto que se encontraban, la ilusión que parecía
hacerles compartir un momento tan sencillo preparar algo de comer, hizo que una
parte de mí se tranquilizara. No pensé que lo mío con Alec tuviera solución, ni
que el mundo hubiera dejado de desmoronarse a mi alrededor, pero sí que pensé
que con estar en casa podía llegar a bastarme. Con el amor de mis padres, podía
llegar a bastarme.
La
música siguió sonando mientras mis padres se besaban con la tranquilidad de
quien sabe que tiene toda la vida por delante. No dejaban de sonreír mientras
lo hacían, y yo me descubrí deseando encontrar a alguien a quien me siguiera
haciendo ilusión besar incluso cuando llevaba tanto tiempo con él como lo
llevaban mis padres.
Fue
entonces cuando el hechizo se rompió. Sabía quién era esa persona, de la que
jamás me cansaría de haber tomado nuestra relación otros derroteros. Le había
tenido dentro. Aún le llevaba dentro.
Y lo
más importante: sentía el sabor metálico de su sangre en mi lengua,
recordándome nuestro final.
Papá
se separó de mamá un momento, tomó aire, le dio un beso en la nariz y juntó su
frente a la de ella.
-Te
quiero-le susurró, las mismas palabras que había crecido escuchando dirigidas
hacia mí, las palabras que más había oído durante mi infancia, incluso cuando
no comprendía su significado. Las palabras que ya jamás podría decirle a Alec,
porque ya no sabía si eran verdad o un espejismo.
-Y yo
a ti-replicó mamá, cogiendo a papá por la cintura como había hecho ella,
mordiéndose el labio al mirarlo a los ojos y depositando un suave beso en su
boca. Rió cuando él le hizo cosquillas en la cintura y le dio un suave empujón.
Igual que yo se lo había dado a Alec, sólo que de una forma tan diferente que
nadie diría que era la misma acción.
Hasta
que no se separaron, mi madre no se dio cuenta de que yo estaba allí,
mirándolos como embobada, dejando que en mi mente se superpusieran las imágenes
que mis ojos captaban con las que mi corazón herido me colocaba por encima. Las
ensoñaciones de mi corazón también tenían dos protagonistas, ambos de diferente
sexo, y también estaban acaramelados, pero el chico era más alto que papá,
tenía la piel más clara, el pelo más claro, y los brazos y la espalda mucho más
musculosos; la chica era más bajita que mamá, tenía la melena rizada también en
tonos oscuros, y su cuerpo tenía más curvas a la par que grosor. Sus ojos no
eran marrones con motitas verdes y doradas, sino del color del chocolate.
-Peque-reconoció
mamá, que debió de notar que algo iba mal conmigo. Me froté las manos y me las
enredé, agachando la cabeza.
-Hola.
No quería interrumpir, perdonad.
-No
interrumpes, amor-contestó papá tras girarse-. Tu madre y yo estamos haciendo
buñuelos. Ya vamos por la segunda tanda. ¿Quieres probarlos?
-No
tengo hambre. Voy a echarme un rato.
-Pero…
te encantan los buñuelos-trató de razonar papá-. Les hemos puesto relleno, como
a Duna y a ti os gusta.
-Es
que no… estoy cansada-suspiré, pasándome una mano por el pelo-. Para cenar,
¿vale?
-¿Estás
bien, cariño?-preguntó mamá, acercándose a mí. Me puso la mano en la frente y
me apartó le pelo de la cara, y yo luché por fingir que no me pasaba nada. La
miré con la neutralidad tatuada en la mirada, pero cuando vi que ella había
descubierto que algo se había torcido conmigo, simplemente le lancé una mirada
suplicante que quería decir “déjalo estar, no quiero hablar de ello”. No
pensaba que mamá me fuera a echar la bronca por cómo me había comportado con
mis amigas o con Alec, pero no quería poner por palabras aún lo que me sucedía.
Por curioso que pudiera parecer, me regodeaba en mi dolor: era mío,
exclusivamente mío, y no quería compartirlo tan pronto con nadie.
-Sí.
No es nada. Sólo estoy cansada. Voy a acostarme. No apaguéis la música-señalé
el pequeño pedestal donde el teléfono de mi padre reproducía su disco-. Me
gusta escucharla a lo lejos. Me tranquiliza.
-¿Alguna
petición?-sugirió papá, sonriente, y yo me forcé a devolverle la sonrisa.
-She, por favor.
-La
pondré en cola. ¿Siri?-llamó, y me alejé de la cocina mientras mi padre le daba
instrucciones a la asistente de Apple para que pusiera la canción de su primer
disco justo después de que se terminara I
don’t mind. Escuchar She contribuía
a relajarme porque siempre me hacía recordar aquel vídeo que mi madre había
tomado de papá y de mí tumbados en el sofá, él mucho más joven, yo directamente
un bebé, él cantándome la canción y yo lanzando pequeños alaridos desafinados
(que no dejaban de ser adorables) cuando papá hacía las notas altas del culmen
de la canción.
Casi
llego a conseguir mi objetivo. De no ser porque un silencio en la serie coreana
que estaba viendo mi hermana me delató, podría haber entrado en mi habitación y
haberme tumbado en mi cama para rendirme a mi agotamiento sin que nadie me
molestara. La suerte es caprichosa, y de la misma forma que había hecho que mis
amigas se cruzaran con Alec hacía dos noches, y él hubiera estallado con ellas,
Shasha oyó mis pasos por el piso de arriba y decidió salir a tomarme un poco el
pelo, creyendo que me había marchado corriendo porque me moría de ganas de ver
a Alec por culpa de un arrebato de pasión.
Mi
hermana abrió la puerta de su habitación y se plantó en el pasillo de un
brinco, agitando la melena sobre su hombro a modo de presentación, y alzó una
ceja.
-Vaya,
¿ya has vuelto?
-¿No
me ves, petarda?
A
pesar de que mi tono estaba cargado de hostilidad, la mecánica de mi relación
con Shasha hizo que ella interpretara que yo no estaba de humor para sus
tonterías, en vez de decirle que la piedra angular de mi molestia al hablar era
yo, y no ella. No podía creérmelo, ¿es que no se me notaba que estaba cabreada?
Y para colmo me había esforzado en fingir que estaba bien, ¿y ahora venía
Shasha a intentar chafármelo?
-No
pensé que fuerais a durar tan poco-se jactó, alzando un hombro y aleteando con
las pestañas-. ¿El polvo ha sido corto o no se le ha levantado?
Me
detuve en seco con el pomo de la puerta aún en la mano, debatiéndome entre dos
decisiones que cambiarían el curso de la historia y de mi vida de forma
drástica.
Podía
dejarlo estar, podía creer que Shasha no tenía ni idea de lo que estaba
diciendo y que su frase desafortunada se debía a falta de tacto e información,
no necesariamente a partes iguales. Podía concederle a mi hermana el lujoso comodín
de soltarle alguna bordería nada ingeniosa y cerrar la puerta mientras fingía
que no escuchaba sus contestaciones.
O
podía abalanzarme sobre ella. Al fin y al cabo, una buena pelea fraternal es
capaz de animar a un muerto. Y yo necesitaba que me animaran.
Es
por eso que me volví como un resorte, esbocé una sonrisa cínica y me lancé en
pos de mi hermana, que parecía preparada para mi reacción. Shasha separó las
piernas para frenar el impacto que mi cuerpo tendría contra el suyo, y estiró
los brazos lo más rápido que pudo mientras yo salvaba la distancia que nos
separaba y alargaba las manos para engancharlas en su pelo. No pude agarrarla
de los pelos, cosa que ella sí pudo hacer conmigo, pero a cambio le solté una
buena patada en la espinilla que hizo que lanzara un aullido de dolor y me
granjeó un mordisco en el brazo. Yo también lancé un chillido y traté de
arañarla, mientras Shasha me pegaba rodillazos y me palmeaba los costados
intentando separarme de ella.
Me
enganchó una pierna con la suya y tiró de mí para alejarme de su pecho, con tan
mal criterio que eso sólo consiguió que yo estuviera más cerca de su vientre,
en el que le propiné un manotazo que le hizo ver las estrellas. Shasha me soltó
una bofetada que hizo que cayera sobre mi costado, momento que aprovechó para
ponerse encima de mí y volver a cruzarme la cara de un sopapo.
Unos
pasos pasaron a toda velocidad a nuestra vera: Duna iba en busca de ayuda para
tratar de separarnos mientras las hermanas medianas nos convertíamos en una
maraña de uñas, puños, pies, rodillas y dientes que estaban más que dispuestos
a cumplir con la primera función que la naturaleza les había dado a nuestros
cuerpos cuando decidió separar nuestra especie de la de los monos: cazar.
Defenderse. Luchar.
-Putas
crías…-escuché por detrás de mí, y no le di más importancia a aquella voz
mientras enredaba los dedos en el pelo de Shasha y empezaba a tirar como un
posesa, consiguiendo que ella jadeara, gruñera y me clavara las uñas en la
parte baja de la espalda y también en los antebrazos, tratando de liberarse.
En el
momento en que papá y mamá escucharon el escándalo, Scott salía del baño con un
cubo de agua lleno hasta los topes, haciendo que su contenido salpicara por
todo el pasillo. Caminaba con decisión, e hizo caso omiso al grito de aviso de
nuestros padres en el piso de abajo, el reglamentario:
-¡Niñas,
Scott!
Igual
que a mí me respaldaban las opiniones de mis amigas en las decisiones que
tomaba y a Alec aquella conciencia férrea y rayana en la tozudez de la que se
jactaba en hacer gala, a Scott le
afianzaban 17 años de experiencia en separarnos a Shasha y a mí (bueno, unos
pocos menos; a fin de cuentas, Shasha sólo tenía 12, yo me había portado bien
durante los dos años de vida en los que no había sido más que la hermana
pequeña, y Shash y yo no nos habíamos empezado a pelear hasta que ella no fue
un poco más mayor que un bebé). Sabía muchas cosas: que no podía intentar meter
las manos entre nosotras si no quería perderlas; que no debía esperar a que
paráramos por nosotras mismas (porque las fuerzas estaban bastante equiparadas:
Shasha era más alta que yo y también más flexible, aunque yo fuera más fuerte
gracias al kick, de cuyos
conocimientos nunca me aprovechaba), y que, si no nos separaba antes de que
papá o mamá llegaran, le caería a él también un tortazo por no haber actuado
con más rapidez.
Es
por eso por lo que nos tiró sin ningún tipo de miramiento el cubo de agua por
encima, como si fuéramos dos perros callejeros peleándose. Shasha y yo soltamos
un alarido y nos separamos en el acto, arqueando las manos en garras para
después cerrarlas en puños y hacernos sendos ovillos.
-¡NIÑAS!
¡SCOTT!-tronó mamá, y mi hermano se dio la vuelta, frustrado.
-¿Qué?
¡Yo no he hecho nada! ¡Sólo las he parado!
-¿Con
un cubo de agua helada?-inquirió papá, poniendo los ojos en blanco, y Scott se
encogió de hombros.
-¿Qué
querías que hiciera? Necesito las manos.
-¡A
secaros! ¡Ahora!-ordenó mamá, agarrándonos a Shasha y a mí por los antebrazos y
obligándonos a incorporarnos-. Y luego, a vuestras habitaciones, ¡estáis
castigadas!-rugió como una leona mientras Shasha y yo nos sacudíamos la ropa y
caminábamos con toda la dignidad que podíamos hacia el baño, con las piernas
separadas como dos patitos-. ¡Y tú!-tronó mamá, volviéndose hacia Scott, que
nos seguía con el cubo vacío-. ¿Adónde te crees que vas? ¿Es que no piensas
secar esto?
-He
quedado con Tommy; vamos a ir a buscar a Diana al aeropuerto.
-¡Pues
ya puedes darte prisa, o no llegaréis!-protestó mamá, deshaciéndose la coleta y
ahuecándose el pelo-. Dios mío, que ni un instante de tranquilidad puede tener
una en esta casa… ¡Os acabáis de quedar sin buñuelos!-nos bramó a Shasha y a
mí, que ya habíamos entrado al baño. Shasha cogió su toalla y también la mía, y
me la tendió como una señal de paz…
… o
como último insulto. Justo cuando yo iba a cogerla, abrió la mano y la dejó
caer.
-Ups-murmuró,
levantando la vista y haciendo una mueca.
-¿Por
qué eres tan infantil?-acusé, inclinándome para recoger mi toalla de color lila
suave y pasándomela por el pelo.
-¿A
qué ha venido eso, chica? Ni que me hubiera metido con tu culo gigantesco-acusó
Shasha, quitándose la sudadera y tirándola al suelo. Hizo lo mismo con su
camiseta, y estaba bajándose los leggings cuando Scott entró en el baño y me
pilló recopilando saliva para lanzarle un escupitajo.
Las
dos nos volvimos hacia él y nos quedamos quietas. Scott parpadeó despacio y
alzó una ceja.
-¿Creéis
que podréis sobrevivir a una tarde conmigo fuera de casa sin mataros?-inquirió, mordisqueándose el
piercing y yendo a dejar el cubo de fregar en su sitio de siempre. Ni siquiera
se molestó en tirar la poca agua que quedaba en su interior.
-Sólo
nos estábamos abrazando-expliqué, sentada a lo indio en la alfombra de la
bañera mientras tiraba de mi calzado para liberar mis pies. Me quité los
calcetines y los eché a lavar.
-¿Sí?
Yo creía que estabas intentando que nuestra porción de herencia fuera mayor,
Saab.
-Es
que es muy cariñosa, y me quiere mucho-explicó Shasha, poniendo ojitos. Scott
puso los ojos en blanco.
-Como
sea. Bueno. Me piro a Heathrow, adiós.
-¿No
se supone que el avión de Diana llega en cuatro horas?
-Estás
como una cabra si crees que Tommy no va a llamar al timbre en cinco minutos,
Shasha.
-¿Es
que está enamorado de ella, o algo?
-Qué
simple eres, chica-intervine yo-. ¿Has visto a Diana? Es modelo. Tiene ganas de
que vuelva para… ya sabes-le guiñé un ojo a Shasha y ella se estremeció.
-Y
también está enamorado de ella-comentó Scott.
-¿Y
tú como lo llevas?
-¿El
qué?
-Ser
el segundón.
Me
eché a reír.
-¿Cuándo
nos hemos puesto a hablar de papá y mamá?
Shasha
estalló en una sonora carcajada y Scott puso los ojos en blanco.
-Putas
crías de los cojones. Yo que iba a ofrecerme a compraros algo en Heathrow y
traéroslo. La versión americana de Cosmopolitan, por ejemplo. Si es que de
bueno que soy, soy tonto.
-¡Sí,
por favor!-urgió Shasha-. ¡Que está en portada esta actriz que tanto me gusta…!
-Ya
sé que está en portada, por eso te la iba a traer, piojo-contestó Scott-. Pero
ahora te has quedado sin ella, por lista. Venga.
-S,
porfi. ¿Me traes la revista?-le doró la píldora Shasha, dando unos brincos
hacia él y colgándosele del cuello. Scott cogió sus manos y la empujó lejos
para que no lo mojara.
-¡Que
no te traigo nada, hostia! ¡No me sobes, que estás empapada! ¡Y haced el favor
de poneros algo de ropa!
-¡Pero
si yo todavía estoy vestida! ¡Sólo se me ve la cara!
Scott
sonrió.
-Pues
por eso mismo, Sabrae: estás deshonrando a la familia.
Le
hice un corte de manga.
-Bueno,
si has decidido ser un puto rácano, por lo menos podrías ponernos la estufa
para que no nos diera una neumonía y nos muriésemos.
-¿Y
por qué haría yo eso?
-Porque
nos quieres-acusó Shasha, poniendo los brazos en jarras.
-Eso
está por demostrar empíricamente. Además, si la palmarais, yo viviría
tranquilo. No sé cómo todavía no me han salido canas, teniendo que vivir con
vosotras dos, par de monstruos esquizofrénicos.
-Somos
la luz de tus días, S-ronroneé.
-Ya
os gustaría. Me piro-anunció, abriendo la puerta del baño y atravesando el
umbral. Se giró y levantó la mano a modo de despedida, mostrándonos la palma-.
¡Adióóóóóóóós!
-Scott,
enciéndenos la puñetera estufa-protesté.
-No.
-¡Que
te jodan, Scott!
-¡MAMÁ!-chilló
Shasha con toda la fuerza de sus pulmones, haciendo que Scott y yo diéramos un
brinco-. ¡SCOTT NO QUIERE ENCENDERNOS LA ESTUFA!
-¡Scott,
no seas tocahuevos y enciéndeles la estufa!-gritó papá desde abajo.
-Chivata
de mierda-refunfuñó Scott por lo bajo-. Estoy harto de esta casa de locos. Me
tratáis peor que a un trapo-empezó a despotricar mientras nos colocaba la
estufa-. Deberíais tratarme con más respeto; al fin y al cabo, soy el único que
va a transmitir el apellido de la familia a la siguiente generación. Si yo
quisiera, la casa Malik se iría a tomar por culo, como…-Scott se irguió y se
encontró cara a cara con mamá, que traía un secador de repuesto para nosotras-.
Mami. Hola-esbozó una sonrisa radiante-. Qué guapa estás esta tarde, ¿te has
aplicado alguna de esas mascarillas faciales que, evidentemente, no necesitas,
porque tienes un rostro angelical?
-Quítateme
de delante, Scott.
-Tus
deseos son órdenes para mí, madre-respondió mi hermano, colándose en el hueco
entre mamá y el vano de la puerta. Mamá nos miró a Shasha y a mí
alternativamente, dejó los albornoces colgados de las perchas de la pared.
-¿Dónde
están los nuestros?-pregunté, y mamá me miró.
-Lavando.
Os tendréis que conformar con el mío y el de vuestro padre.
-¡Me
pido el de mamá!-anuncié lo más rápido que pude, de forma que Shasha dio un
taconazo en el suelo que casi la hizo caerse.
-¡Jo!
Yo no quiero el de papá. Tiene pelos en las piernas.
-No
tiene pelos, Shasha-bufó mamá.
-Sólo
semen-me reí yo.
-¡SABRAE!-chilló
Shasha, asqueada.
-¡Cierra
la boca, Sabrae! Tu padre y yo no hemos hecho nada con los albornoces puestos.
-Este
año-puntualizó papá desde abajo, y Shasha dejó escapar un alarido mientras mamá
gritaba su nombre y le preguntaba si quería dormir en el sofá esa noche.
Mamá
cerró la puerta y nos dejó a lo nuestro. Me pasé una toalla por el pelo
mientras me secaba, y Shasha hizo lo propio; cuando quisimos darnos cuenta,
estábamos riéndonos, tomándonos el pelo la una a la otra como si estuviéramos
de fiesta de pijamas, sin necesidad siquiera de ignorar los arañazos y los
moratones que se nos formaban en las piernas, torso y brazos, pues no los
veíamos.
Shasha
se envolvió en la toalla mientras yo me cubría con el albornoz de mamá. Nos
soltamos el pelo y enchufamos los secadores. Antes de que nos diéramos cuenta,
estábamos jugando a soplarnos en la cara con ellos. Terminamos muertas de risa,
con los labios tirantes por hacer muecas cuando la otra nos enfocaba para que
se riera, y las melenas aún un poco húmedas. Jugueteé con el nudo de mi
albornoz mientras esperaba a que Shasha terminara de guardar el secador en su
caja. No quería separarme de ella; su presencia me había hecho bien. Había
hecho que me olvidara de que mi vida era un desastre.
-¿Quieres
que nos pintemos las uñas?
Shasha
me miró.
-Estamos
castigadas.
-Pero
no estamos castigadas a dejar de ser hermanas, sólo a ir a nuestras
habitaciones, ¿no? Y las hermanas se pintan las uñas. Podríamos organizar un
certamen de belleza y hacer que Duna participe, igual que Lisa y Maggie en
aquel capítulo de Los Simpson en el
que se iba la luz.
Shasha
tamborileó con los dedos en su barbilla antes de sentenciar:
-Vale.
Iré a ver si puedo robar alguna bolsa de gominolas de la cocina.
-También
puedo ir yo. Soy más baja.
-Y
más gorda. Así que eres más lenta.
-¡Gorda
tú, mugrosa!
Shasha
me tiró un beso mientras atravesaba la puerta del baño, y yo la seguí a la
distancia suficiente como para no levantar sospechas. Me agaché en el pasillo
para ver cómo entraba despacio en la cocina, mirando en todas direcciones, como
una ladrona de guante blanco. También la vi dar un brinco, el que nos debía a
Scott y a mí por su grito de antes, cuando papá habló detrás de ella.
-¿Qué
se supone que haces? ¿Robar las joyas de la corona?
-Papi-ronroneó-.
¿Puedo coger chuches? Sabrae y yo nos vamos a pintar las uñas.
-Vuestra
madre os ha castigado.
-Pero
estamos arrepentidas.
-Mira
qué bien. Así estáis dos cosas a la vez.
-Porfa,
papi-ronroneó Shasha, y papá trató de resistirse, y de hecho lo consiguió…
hasta que yo decidí bajar las escaleras y colgarme también de su cuello para
empezar a darle besitos.
-Porfa,
papi-canturreamos los dos-, porfa.
Las
dos nos reímos cuando lo escuchamos suspirar. Nos rodeó las cinturas con los
brazos y nos dio una palmadita en la espalda.
-Bueno,
pero sólo una. Y no se lo digáis a mamá.
-¡Claro
que no!-respondimos, y yo me abalancé hacia la despensa mientras Shasha se
inclinaba para coger una caja de bombones de la alacena.
-He
dicho una.
-Eso
hacemos: coger una. Somos dos, así que nos llevamos una-expliqué.
-Por
dos. Que son dos-elaboró aún más mi teoría Shasha, y papá se rió y se frotó la
cara.
-Quién
me mandaría a mí tener hijas… con lo a gusto que estaba sólo con Scott.
-Necesitabas
que alguien en tu descendencia tuviera neuronas-dije yo.
-No
hables así de tu hermano, Sabrae.
-A
ver, papá, que yo lo quiero mucho, pero… muchas neuronas, últimamente, no
tiene.
-Es
la edad.
-Papá,
lleva siendo la edad desde que nació.
-Cuánto
me duele este favoritismo-se quejó Shasha-. Voy a coger unos nachos para ver si
se me pasa el disgusto.
-Cógeme
a mí las tortitas de maíz con picante.
-Os
la estáis jugando, niñas.
-Zayn,
¿qué hacen tus hijas con esas
bolsas?-preguntó mamá, que acababa de entrar en la cocina por la puerta del
comedor. Se cruzó de brazos y tamborileó con los dedos en su antebrazo.
-Justo
eso les estaba preguntando yo ahora, Sher.
-Zayn-mamá
puso los ojos en blanco-, ¡están castigadas!
-Pero,
¡se arrepienten!
Mamá
se mordió el labio para contener una sonrisa.
-Si
algún día la lían, te llevaré al juzgado para que las defiendas en mi lugar.
¿Os habéis pedido perdón?-nos preguntó.
-Yo a
ésta no le pido nada.
-Pues
dame esas gominolas, Sabrae.
-Tampoco
hace falta que nos pongamos así-protesté, ocultándolas detrás de mi cuerpo-.
Perdona, Shasha.
-Te
perdono.
-¿Shasha?
-La
he perdonado.
-¡Shasha!
-Uf.
Perdón, Sabrae.
-Arriba.
Venga-mamá dio una palmada, y no necesitamos que dijera ni hiciera nada más.
Shasha trotó escaleras arriba, sólo con la caja de bombones, mientras yo me
detenía un segundo para coger a Duna y llevármela en volandas a mi habitación.
Shasha trajo su ordenador y puso una película a la que no le hicimos el menor
caso mientras nos ocupábamos de pintarnos mutuamente las uñas, de pintárselas a
Duna, y también de hacerle trenzas que no tenían nada que envidiar a los
peinados de Daenerys Targaryen.
Terminamos
la película con los vientres doloridos de reírnos y las uñas en suaves tonos nude, sin saber quiénes eran la mitad de
los personajes ni aclararnos del todo con la trama. Cuando acabó, Duna nos dejó
solas para ir a estar un rato con papá y mamá, decidida a exigirles mimos y
todas las atenciones que hay que brindarle a la hija menor, que es siempre por
derecho la reina de la casa.
Empecé
a tirar de los hilos de mi colcha en tonos rosados cuando Shasha se tumbó a mi
lado, con los pies en mi almohada y el codo anclado en el colchón como único
punto de apoyo de su cabeza. Esperó pacientemente a que yo me atreviera a
mirarla, y cuando lo hice, habló con cuidado, como si yo fuera una delicada
mariposa y sus palabras pudieran agujerearme las alas.
-¿Qué
te pasa?
-Me
he peleado con las chicas-expliqué, notando un nudo en la garganta que me
impedía respirar. Era mi dolor, me decía ese nudo. Me correspondía a mí. No quería
compartirlo. Quería autocompadecerme un poco de mí misma antes de empezar a
soltar mis cargas.
Pero
Shasha era mi hermana. La tendría ahí siempre. Y yo necesitaba a alguien ahora.
-¿Por
qué?
-Alec
les echó la bronca. Fueron ellas las que me emborracharon en Nochevieja.
-Vaya.
Qué lerdas-comentó Shasha, cogiendo un bombón y metiéndoselo en la boca-. ¿Le
tienen celos porque pasas tiempo con él?
-No.
Todo lo contrario. Querían que estuviéramos juntos.
Shasha
sonrió.
-Todo
el universo quiere que vosotros estéis juntos. La única que no pareces quererlo
eres tú.
-Bueno,
pues eso es un poco complicado. Hemos cortado-le revelé, y Shasha abrió los
ojos, sorprendida-. Si, bueno… se puede cortar algo que no se tiene.
-Pero,
¿por qué? ¡Él te hace feliz, Saab!
-Sí,
bueno, pero… no me basta con eso.
Shasha
torció la boca, asintió con la cabeza y se volvió a tumbar.
-¿Qué
más necesitas?
-No
lo sé. Y no quiero pensar en eso ahora.
-Vale.
Pero, oye, no tienes por qué preocuparte. Os he visto juntos. He visto cómo te
mira. Incluso en el instituto-sonrió-. Realmente, no se cortaba un pelo. Sois
mis padres espirituales-rió-. Todo se arreglará.
-No
va a arreglarse. Hemos terminado muy mal.
-Ya
será para menos, mujer.
-Él
me besó, y yo le di un mordisco.
Shasha
se atragantó con el bombón.
-¿Qué?
¿De veras?-asentí con la cabeza y miré la colcha de nuevo, sin atreverme a
levantar la vista. Mi cabeza estaba ahora lejos de mi habitación; estaba a la
intemperie, en la calle, con Alec agarrándome de aquella manera y besándome con
aquella intensidad-. Vaya. Siempre supe que eras una mujer de armas tomar,
hermana, pero no que lo fueras tanto. ¿A él le gustó?
Estuve
a punto de decirle que no, porque, ¿en qué cabeza cabe que a alguien le guste
que le den un mordisco mientras está besando? Para colmo, en un beso como el
que me había dado Alec. No debería ser así.
Y,
sin embargo, había habido algo en su mirada que me decía que sí. Que detrás de
aquella fachada cínica, de aquel distanciamiento, Alec y yo seguíamos en la
misma casilla. Estábamos igual.
A una
parte de nosotros, una parte oscura, enterrada en el subconsciente, le había
entusiasmado aquel beso robado y terminado en un bocado. Yo jamás pensé que
Alec podría besarme así; él, que yo nunca podría responder así.
Nos
gustaba a ambos por una sencilla razón: significaba que él aún quería luchar. No voy a renunciar a tus besos tan
fácilmente, nena.
Significaba que yo aún quería
luchar. No voy a dejar que estropees la
imagen que tengo de ti haciendo el subnormal.
-Sí-susurré, sonriendo a
pesar de mi tristeza-. A Alec le gusta cualquier cosa que yo haga.
Shasha
sonrió.
-Pero
no está bien-continué-. Nos hemos hecho daño. Es mejor así-me encogí de
hombros. Shasha guardó silencio-. Nos hemos dicho cosas horribles, cosas que no
podemos retirar. Cosas que en parte son verdad. Todo ha cambiado para mí, y sé
que para él también, de forma que ya nada es lo mismo. Ni volverá a serlo.
-Si
ya habéis hecho que todo cambie una vez-razonó Shasha-, también podéis hacer
que vuelva a hacerlo otra. Puede que no podáis hacer que todo siga igual, pero
eso no significa que no podáis hacerlo mejor.
Sonreí.
Ella no lo entendía, no había estado allí, aunque apreciaba sus esfuerzos y sus
esperanzas titilantes. No sabría decir si Shasha creía en lo que me estaba
diciendo, pero el hecho de que se estuviera esforzando en consolarme me permitía
sacar la cabeza del agua y poder tomar una bocanada de aire que buena falta me hacía.
Le di un beso en la mejilla y Shasha me abrazó y se acurrucó contra mí. No estaba
sola, no del todo. Conseguiría sobrevivir a esa noche.
Y, si
Shasha consiguió animarme hasta el punto de que pudiera llegar a pensar que
mañana sería otro día, Scott consiguió que no le tuviera pánico a mi primera
noche en soledad. No me dejó pasarla en soledad.
Después
de cenar y de que Tommy se hubiera marchado de vuelta a su casa (parece ser que
se había peleado con Diana y necesitaban estar un tiempo separados), Scott llamó
a la puerta de mi habitación con los nudillos mientras yo me ponía el pijama y
abría la cama para meterme entre las mantas. Abrió la puerta y se me quedó
mirando, apoyado en el vano de la puerta.
-¿Quieres
que durmamos juntos?
Sonreí,
asentí con la cabeza, estiré mis mantas y dejé el peluche de Bugs Bunny sentado
sobre mi almohada: esa noche no iba a necesitarlo. Seguí a Scott a su
habitación y me metí en la cama antes que él, asegurándome de que así su cuerpo
impedía que me cayera de la cama. Me tocó la nariz y me sopló sobre los ojos,
la luz de su lámpara de cohete delimitando su silueta.
-¿Cómo
estás, chiquitina?-preguntó, acariciándome la cintura.
-Bueno.
-Shash
me ha contado lo de tus amigas. No pasa nada. Todo se arreglará. Hasta yo me he
peleado con Tommy a veces, y al final se acaba arreglando.
-Lo
sé. Es sólo que… no sé. Me siento sola.
Scott
sonrió.
-Para
eso estoy yo aquí: para que no lo estés-me dio un beso en la frente y me dedicó
una sonrisa radiante-. Te diría de ver una serie o algo, pero creo que los dos
hemos tenido un día bastante largo y estamos cansados, ¿eh?
-Sí.
Sólo quiero dormir-asentí, acurrucándome contra él y cerrando los ojos. Scott se
estiró para apagar la luz.
-Tienes
un hermano que no te lo mereces, ¿lo sabes, Sabrae?
-Sí-le
sonreí a la oscuridad.
-Claro
que te lo mereces, boba-replicó, acariciándome la cabeza, dándome un último
besito en la nariz y reposando su cabeza en la almohada.
-¿Scott?
-¿Sí?
-Te
quiero mucho.
-Yo
también te quiero mucho, Saab.
Se me
llenaron los ojos de lágrimas cuando pegué la frente a la de mi hermano. Lloraba
por tres cosas: por mis amigas, por si lo nuestro se arreglaría. Por Alec, que
me dolía incluso más que ellas, y eso me hacía sentir algo mezquina.
Y por
Scott. Porque tenía al mejor hermano del mundo.
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Vale a ver, empecemos diciendo que estoy de mala hostia con Sabrae porque me ha parecido súper injusta en la discusión y con Alec porque ha habido alguna contestación que era para darle un coscorrón vamos hombre. Quitando eso no puedo obviar que me haya hecho pupita que se hayan puesto a discutir asi joder, he terminado el cap ahora y ya quiero que se reconcilien lloro. Espero sinceramente que se pidan perdón y Sabrae sobre todo por echarle la culpa de discutir con sus amigas mira chata no me toques los huevos.
ResponderEliminarPd: me ha encantado el momento final, adoro a shasha y com siempre el amor de mi vida haciendo las cosas bien.
Bua tia me remito al comentario que he dejado en el capitulo anterior hace nada es aue yo a ella la entiendo porque esta en una posicion complicadisima y tenia que descargar su ira con alguien. Otra cosa es que crea que Alec lo merece (que evidentemente NO) pero claro en el momento de calenton no rige la pobre.
EliminarRealmente se dicen cosas horribles o sea soy muy mala y quiero releer la discusion porque estaba centradisima mientras la escribia y la hice toda prácticamente de seguido porque a mi me gusta mas el salseo que un caramelo a un tonto y es que BUA
Tambien piensa que cuanto mas jodida la bronca luego mas dulce el perdon asi que nos va a salir rentable la movida jsjsjsjs
Por favor Shasha esta siendo el gran descubrimiento de esta novela amamos a mi hija por siempre jamas, a Scott ni lo mencionamos porque ya sabemos que juega en otra liga pero ayyyyy como me tienen los Malik por favor💘💘💘💘💘💘💘💘💘💘💘💘💘💘💘💕💕💕💕💕💕💕💕💕💕💕💕
alec wtf
ResponderEliminarshasha so cute not to be dramatic but would literally fight someone for u
scott i love u bb best bro
chacha sabrae un poco out of the blue la pelea y un poco injusta yoquese pero bueno, estaba muy enfadada i will give u that
literalmente no t he puesto comment en el anterior pq los he leido seguidos ajks pero q las amigas chacha q las pasa encima de q lo haceis mal no vayais d chulas aqui vacilando al personal pedid me quiere me perdona y ya
ERIKA ESPERO EL NEXT chapter ❤️🤟😌
Se pican muchisimo bua no puedo mas ya los quiero reconciliar pero todavia nos toca sufrir bastante
EliminarShasha como digo es el gran descubrimiento de esta novela es que en cts era una tercera sin importancia y sin pens ni gloria semirrepelente pero por fin ahora mi hija tiene ocasion de BRILLAR como se merece
Scott es un rey el creo a los Malik amen
Dios GRACIAS DE VERDAD mi hija se equivoca pero a la vez ds normal que se ponga como se pone con alec por el cabreo que tiene es que si hubiera ido a darle un beso y ya seria lerda
Le esta cogiendo usted mucho vicio a no comentar doña Marina no se yo que voy a hacer eh jajajajajajajajajajanja espero que el siguiente te gustara💘💘💘