martes, 5 de marzo de 2019

Romeo con acento inglés.


Tengo dos buenas noticias y una mala: la mala es que este fin de semana no podré subir capítulo, porque tengo que estudiar para un examen del viernes 15.
Y las dos buenas son que:
1. ¡Hoy es el cumpleaños de Alec! y
2. Para celebrarlo, aquí tenéis un capítulo bien largo. 32 páginas, concretamente. ¡Que lo disfrutéis!
Y muchas gracias a las que me seguís hypeando la novela. He pasado una semana un poco plof emocionalmente hablando, pero me habéis terminado de animar haciéndome ver que hay gente a la que le gusta esta historia tanto como a mí. Lo aprecio de veras 💜

¡Toca para ir a la lista de caps!


Pasarían todavía un par de días antes de que volviera a ver a Sabrae. Quedaríamos el último lunes de vacaciones, subiéndonos juntos al mismo carro que el resto del instituto, en el que el último lunes de vacaciones era, básicamente, un pistoletazo que sonaba a “tonto el último” y que nos incitaba a aprovechar cada minuto que pasara.
               Quedaríamos en que nos veríamos en la discoteca de siempre, a la que ya llamábamos “nuestra discoteca” a pesar de que ni éramos los únicos que estábamos en ella, ni éramos tampoco sus dueños. Pero había algo en ella que se había quedado en nosotros de una forma que nos hacía considerarla un hogar, la zona cero, el punto en que el descubridor de una isla paradisíaca había tocado tierra y que sería venerado por sus descendientes mucho tiempo después de que él hubiera muerto.
                Y quedaríamos lo suficientemente tarde como para que nuestros respectivos grupos de amigos no nos dijeran nada de que les estábamos abandonando (como habíamos dicho en el mío cuando Max empezó con Bella y se pasó literalmente 35 días –sí, Jordan y yo los contamos –sin quedar con nosotros porque “a nosotros nos veía en el instituto, y a ella no”), ni queríamos tampoco darles cancha para que dijeran lo enamorados que estábamos, lo casados, lo domésticos que éramos y la cantidad de hijos que íbamos a criar juntos.
               Porque sí, estábamos enamorados.
               Sí, estábamos casados, aunque yo no me hubiera puesto de rodillas ni Sabrae se hubiera quitado ningún velo de la cara frente a mí en ningún altar.
               Sí, éramos muy domésticos, sobre todo después de que mi madre la invitara a venir a casa cuando quisiera y yo me hubiera tomado como una afrenta personal el hecho de que Sabrae me hubiera hecho acompañarla a la suya en lugar de llevarla a la mía y hacerle el amor en mi cama, que tenía unas ganas tremendas de conocerla. Va en serio. Incluso temblaba de la emoción y todo cuando hablaba con ella, especialmente cuando nuestras conversaciones iban escalando en temperatura. Lo que hiciera yo sobre la cama no tenía casi influencia, lo prometo: las cuatro patas brincaban por iniciativa propia, como si estuviéramos atravesando un terremoto.
               Y sí, íbamos a tener críos. Muchos. Bueno, no es que hubiéramos hablado de la cantidad, claro. Tendríamos los que Sabrae quisiera, pero al menos ella ya había dicho que le apetecía tener más de uno. A mí me daba igual que quisiera uno o que quisiera cincuenta. Bien sabe Dios que me encanta el proceso de hacer bebés, aunque todavía no hubiera sido padre (a menos que alguna chica con la que hubiera tenido algún rollo de una noche hubiera apuntado mal mi número y… ¡sorpresa! Aquí está nuestro hijo. Va a estudiar empresariales. Tienes que pagarle la mitad de la matrícula).

               Pero que estuviéramos enamorados, casados, fuéramos domésticos y fuéramos a tener muchos hijos, y lo supiéramos nosotros en nuestra burbuja de complicidad y confidencias post-sexo no quería decir que fuera a darles a mis amigos algo por lo que burlarse de mí hasta que tuviera 80 años. Porque oh, sí, sabía que mis amigos se meterían conmigo por eso. Alec Whitelaw, el fuckboy oficial de Londres, el que no podía pasar una semana sin echar un polvo (cuando el fin de semana resultaba muy malo, cosa que me había pasado dos veces, siempre había tenido a Pauline aburrida en su pastelería y dispuesta a abrir la aplicación del Kamasutra de alguno de nuestros móviles para probar algo nuevo), se nos había convertido en un Romeo con acento inglés que sonreía como un lerdo en cuanto su móvil emitía un sonido muy particular, que se escapaba en cuanto veía a cierta chica aparecer por alguna esquina, y que volvía a regañadientes horas más tarde, con el pelo revuelto, los ojos brillantes y la cara llena de besos. Se había caído un mito.
               El único que podría hacer que el equilibrio sexual de Londres se mantuviera y que no empezara un apocalipsis del celibato era Scott…
               … y, conociendo a Scott, estaba bastante seguro de que ya le había preguntado a Eleanor qué nombre querría ponerle a su primer hijo. Porque Scott iba de seductor por la vida, más duro que yo, pero en el fondo (y no tan en el fondo) era todavía más ñoño que yo. Fijo que ya le había regalado flores. O alguna pieza de joyería. O las dos cosas.
               El caso es que allí estaba yo, en el billar en el que hacía un mes había probado a Sabrae, intentando no pensar en que en la mesa de al lado era donde había apartado su bañador para degustar de nuevo su sexo, apoyado sobre el taco de billar de una forma en que tendría un dibujo de tiza en la mandíbula digno de ser expuesto en algún museo de arte contemporáneo, siendo una pareja pésima para Tommy, que hacía lo que podía contra Scott y Bey, mientras pensaba: ¿Por qué eres tan jodidamente orgulloso, Alec?
               En cuanto me había puesto la camisa y me había anudado los cordones de los zapatos para ir a buscar a Jordan a su casa y largarnos a por las gemelas, me había empezado a hacer la misma pregunta. Joder. Si no hubiera quedado con Sabrae en que la vería más de madrugada, si no hubiéramos establecido una hora fija, para encontrarnos, podría haberme largado del local del billar nada más terminarme la puta cerveza, la misma que tenía ahora en una esquina de la mesa en la que ya no había bolas, porque estaba tan apático y ocupado pensando en lo bien que sabían los besos de Sabrae que ni me había molestado en fingir que tenía sed.
               Miré de nuevo hacia el reloj con la que estaba seguro que era la expresión de un cachorrito abandonado. El muy hijo de puta o no tenía pilas, o caminaba al revés. Era imposible que hubieran pasado dos minutos desde que lo había mirado la última vez. Por favor. Si me habían salido canas y me había crecido la barba. Me la notaba raspando en la tiza del taco.
               -Te toca, Al-me llamó Bey, sacándome de mi ensoñación. Me estremecí de pies a cabeza, como el perro al que despiertan de su siesta de las tres, y tomé aire.
               -Que tire Tommy.
               -Eso no vale-me recriminó Scott.
               -Cómeme los cojones.
               -Sois equipo. Que apechugue contigo. ¿No quería jugar contra mí? Pues aquí lo tiene-bufó Scott, que últimamente tenía un humor de perros. A este paso, terminaría chupándosela yo, si Eleanor tan mal lo hacía.
               -¿Todavía te pica que haya elegido a Alec antes que a ti, S?-se burló Tommy, cogiendo mi cerveza y dándole un trago. En otra ocasión, habría protestado.
               Claro que en otra ocasión habría estado persiguiendo a Bey para ver cómo se le subía la falda mientras ponía el culo en pompa para tirar, pero ahora no estaba para historias.
               Scott lo fulminó con la mirada.
               -No me extraña que lo hicieras. Mido más que él…-me encogí de hombros, acercándome a la tronera. Bey puso los ojos en blanco y creo que susurró por lo bajo un asqueado “tíos…”.
               Tanto asco no te daremos si no haces más que acostarte con nosotros.
               -Que seas dos centímetros más alto no es “medir más que yo”.
               -No estaba hablando de estatura-respondí, inclinándome y lanzando un disparo tan pésimo que no sólo ni siquiera se acercó a la bola que yo pretendía acercar a la tronera, sino que encima metió una rayada con la que Scott se había estado peleando durante las dos últimas jugadas.
               Bey dio un saltito mientras Tommy se pasaba la lengua por el interior de la boca, pensando si me daba una hostia o mejor un puñetazo. Acababa de perder la partida; era imposible que él consiguiera remontarla.
               Scott cogió su taco y ni se molestó en apuntar. Le había dejado la bola blanca pegada a la última de las suyas, que para colmo estaba al borde de otra tronera. Si fallaba esto sería para pegarle.
               Pero no la falló. Estábamos hablando del puñetero Scott Malik. Meter cosas en agujeros era su talento natural.
               Me lanzó una sonrisa de suficiencia cuando el eco de la bola cayendo en el interior de la tronera se disipó.
               -Ése es tu problema, Al: subestimas mucho a las manos. Y por eso se te va toda la fuerza por la boca.
               -La fuerza no es lo único que se me va por la boca-espeté sin poder remediarlo, y Tommy y Bey estallaron en dos carcajadas idénticas mientras Scott ponía los ojos en blanco y me tiraba a la cara la bola negra.
               -¡Eh, eh, eh! ¡Descalificado!-tronó Tommy.
               -Pero, ¡si era la bola que nos quedaba, T, y a ti aún te quedan tres!
               -No se puede tocar las bolas con la mano. Es una regla de oro.
               -Sí, Bey, nena: no se pueden tocar las bolas con la mano-le guiñé un ojo-. Todo el mundo lo sabe.
               -Eres imbécil, Alec.
               La atraje hacia mí y le di un beso en la mejilla para que me perdonara, pero no estaba demasiado enfadada, así que no me costó mucho conseguirlo.  Le guiñé de nuevo un ojo y ella se echó a reír, me puso una mano en el pecho para apartarse de mí, y se inclinó para ayudar a Scott y a Tommy mientras colocaban las bolas en el triángulo, preparándolas para una nueva partida. En la mesa de al lado, donde Sabrae y sus amigas habían echado una partida aquella vez en que la noche había empezado de una forma tan prometedora y había terminado tan mal, Jordan, Karlie y Tam se afanaban en fingir que Bella sentada en el borde, morreándose con Max, no les molestaba. Karlie había conseguido dar guerra en una partida en la que no había tenido ningún tipo de compañero, ya le valía a Max. Yo por lo menos había intentado meter alguna bola, aunque me hubiera terminado saliendo mal.
               Tommy fue quien se ocupó de romper el triángulo de bolas, y yo parpadeé sin ningún interés cuando las vi salir disparadas en todas direcciones. Mientras mi amigo se mordisqueaba el labio y examinaba qué bolas se acercaban a la tronera, hasta que una rayada cayó en una esquina, yo volví a mirar el reloj y contuve un bufido.
               La manecilla de los minutos no se había movido nada. De no ser porque la de los segundos continuaba con su avance como si nada hubiera pasado, me habría convencido a mí mismo de que el reloj no tenía pilas.
               Tommy disparó varias veces, metiendo dos bolas seguidas y perdiendo en la tercera, de forma que le tocó el turno a Scott.
               Y entonces, cuando Scott se inclinó hacia delante para apuntar y disparar, me tocaron el hombro.
               Me giré sin muchas esperanzas, creyendo que sería Logan avisando de que iba a por más cerveza y ofreciéndose a traerme otra.
               Después de mi primera noche en vela pensando en Sabrae y de mi primer sueño con ella, de todo lo que ella había significado para mí en esas semanas que habían pasado desde que habíamos empezado a acostarnos, nunca, jamás, habría creído que mi corazón daría un brinco con alguien que no fuera ella como lo hacía cada vez que la veía doblar una esquina, aparecer entre la gente, o materializarse ante mí como si de un hada se tratara.
               Me equivocaba.
               Sí que podía darlos con otra persona.
               Con Kendra, concretamente.
               Porque eso sólo significaba una cosa: que Sabrae estaba conmigo.
               La chica sonrió, con su pelo negro recogido en una coleta alta cayéndole por la espalda.
               -¡Hola, Alec!-festejó, como si fuera la persona a quien más ganas tuviera de ver, y se giró de forma que me diera el costado, ofreciéndome el mejor regalo que me habían hecho nunca. Estiró el brazo en dirección a Sabrae y anunció-: Adivina a quién te traemos.
               Mis ojos ni se molestaron en mirar a las demás. No habría podido verlas ni aunque me hubiera concentrado con todas mis fuerzas. Cuando Sabrae entraba en una habitación, se convertía en el único punto de luz, como si fuera la estrella de una ópera ante la que se apagaban los focos, y sólo el central se quedaba iluminándola.
               Y cuando ella me sonrió, mi corazón se detuvo definitivamente. Joder. Estaba preciosa, con un vestido amarillo que le llegaba dos dedos por encima de la rodilla, de mangas hasta los codos y escote con cordones que se le ajustaba a los pechos de forma que hicieran un valle perfecto en el que no me importaría quedarme a vivir. Llevaba unos botines plateados de tacón a juego con sus pendientes y con lo brillante de su sonrisa.
               Soltó una risita y se sonrojó a la luz de los fluorescentes cuando dejé escapar una exclamación por lo bajo.
               -Guau…
               -Y viene con la lección aprendida-añadió Amoke, bromeando-. No lleva medias.
               Sabrae se apartó un rizo de la cara y agachó la cabeza ante mi admiración, 
Y viene con la lección aprendida-añadió Amoke, bromeando-. No lleva medias.
               Sabrae se apartó un rizo de la cara y agachó la cabeza ante mi admiración, un poco cohibida por mi escrutinio, y miró de reojo a sus amigas, que le dijeron algo en voz baja que yo no alcancé a oír.
               No podía moverme. No podía pensar. No podía hacer nada que no fuera mirarla y tratar de procesar con mi cerebro que guau, ella de verdad estaba allí, y estaba absolutamente preciosa, como si fuera la modelo de un nuevo premio a las artes que rápidamente desbancaría al Oscar como el más prestigioso del mundo.
               Dado que yo era un gilipollas absoluto al que le estaba costando incluso respirar, tuve que confiar en que mis amigos me sacaran de aquel atolladero. Vaya, parecía que, después de todo, sí que iban a tener algo por lo que meterse conmigo: contra todo pronóstico, era capaz de quedarme allí plantado, como un corderito se queda petrificado ante las fauces del lobo, ante una chica. Ante una única chica.
               Como yo estaba demasiado ocupado intentando que mi organismo no se colapsara ante aquel festival de estímulos que era tener a Sabrae tan guapa delante de mí (cada vez que la veía estaba más guapa que la anterior, lo cual podía significar dos cosas: o que era una flor en la que la primavera va haciendo su arte, o que yo efectivamente gilipollas y no conseguía recordarla en toda su perfección), Tommy me rodeó y se dirigió a ella con los brazos abiertos.
               -¡Qué guapa, Saab!-celebró, dándole un abrazo al que ella se unió con agradecimiento. Cerró los ojos y su sonrisa titiló un momento, cambiando así de dueño y haciendo que yo sintiera envidia de Tommy. Quería tenerla cerca. Quería estar tocándola. Quería que ella me acariciara el omóplato y sus dedos jugaran con mi piel, aunque no pudiera tocarla. Quería que acomodara su cabeza en el hueco entre mi cuello y mi hombro. Quería tenerla conmigo, y no soltarla jamás.
               Sentí envidia.
               Y también celos.
               Aunque ya estaba acostumbrándome a eso de querer ser todos los chicos que estaban cerca de Sabrae.
               -Ha salido a mí-comentó Scott por detrás, soltando una risita y disparando la bola blanca hacia la siguiente  bola.
               -Ya te gustaría, flipado-contestó Sabrae, frunciendo ligeramente el ceño, y me descubrí queriendo ser un delfín que se deslizara por sus cejas en dirección a su nariz, y después a sus labios.
               Me relamí mientras la observaba, decidida a hacer algo más con su vida que ser admirada por mí, lo cual era muy respetable. Es decir… no tenía que hacer mucho, así que se aburriría. Sabrae se acercó a Bey, se puso de puntillas para darle un beso en la mejilla, y luego agitó la mano en dirección a mis amigos, que reconocieron su presencia con un “Sabrae, chicas…”
               Y luego, por fin, cuando se cansó de todo ese paripé, Sabrae tuvo que escoger entre los dos hombres de su vida: Scott o yo.
               La decisión era obvia.
               Puede que Scott la hubiera encontrado en el orfanato… pero yo la hacía correrse. Claramente, partía con ventaja.
               Además, Scott no había movido un músculo para acercarse a ver a su hermana, así que ella no tenía por qué hacerlo por él, o al menos así era en la cabeza de Sabrae. Supongo que todavía estaba en conflicto con las dinámicas de las relaciones fraternales en la adolescencia.
               -Hola-susurró en tono dulce, como si fuera una palabra secreta que nos hubiéramos inventado para confesarnos nuestros sentimientos prohibidos en habitaciones llenas de gente. Convirtió su saludo en nuestro “me apeteces”, mientras posaba una mano en el borde de la mesa y extendía los dedos hacia ella. La partida se había parado. El mundo se había parado. Mi corazón se había parado. No existía más que el caótico baile de su cuerpo al respirar, latir su corazón, moverse casi imperceptiblemente por la postura que había adoptado o la forma en que me miraba.
               -Hola-respondí, jadeante, como si acabara de correr una maratón. Espabila, gilipollas, que la tienes delante y te estás comportando como si fuera una dragona hambrienta y tú fueras un bistec.
               Y entonces, sucedió el milagro: Sabrae se echó a reír.
               Y su risa me liberó de todas las cadenas invisibles que me habían atado. Rompió con mi estupefacción, me demostró que estaba allí, de verdad, y yo supe que tenía que reaccionar. La tomé de la cintura, interrumpiendo su carcajada, y la pegué a mí tan fuerte que se escuchó el ruido sordo de nuestros cuerpos al chocar incluso por encima de la música que se colaba por la puerta de la sala de juegos del local.
               -Hola-repetí, y Sabrae sonrió. Me acarició el brazo que tenía alrededor de ella, y también el otro cuando solté el taco del billar para abrazarla por la cintura.
               -Hola-contestó ella, sonriente, alzando la cabeza y encarándoseme. Se puso un poco de puntillas para alcanzar mi boca, y yo me incliné para tenerla a tiro.
               -Hola-dije una vez más, y escuché cómo las amigas de Sabrae se reían como colegialas a las que pillan haciendo una trastada indecorosa…
               … hasta que nuestros labios se encontraron y todo se apagó. Dios mío, había vuelto a usar ese bálsamo labial de frambuesa que tanto me gustaba. Estaba deliciosa. Sabrae me dio un beso en los labios, luego otro, luego otro, y luego otro, hasta que empecé a dárselos yo.
               -Hola, hola, hola, hola-decía cada vez que mi boca no tenía la suya pegada, porque si no tenía el sabor de Sabrae en mis labios, debía tener algo que me recordara a él. Sabrae se echó a reír, me tomó de la nuca y abrió la mano para dejarme allí, bien cerca de ella, y poder darme un beso profundo que me dejó sin aliento. Cuando terminamos, yo estaba casi jadeando, con una presión fortísima en los pantalones y todo mi cuerpo anhelante de más, y ella… bueno, ella era una diosa. Me acarició las orejas con los pulgares y pegó su frente a la mía.
               Froté mi nariz con la suya, a modo de saludo un poco más inocente y decoroso, y Sabrae volvió a soltar una risita adorable, la misma risita que soltaba cuando era un bebé y yo hacía una payasada que le gustara. Joder, había nacido para estar enamorado de ella.
               Si yo era la única persona del mundo que se sentía así con respecto a ella, era porque era la única persona del mundo que la conocía tal y como era. Porque yo habría nacido para enamorarme de ella, pero Sabrae había nacido para que se enamoraran de ella.
               -Estás aquí-murmuré, incrédulo, y Sabrae volvió a reírse y asintió.
               -Así es. Hola-festejó, y no había escuchado palabra tan bonita…
               … y Scott no había escuchado una palabra más ofensiva.
               -Sí, eso ya lo habéis dicho. ¿Qué pasa?-preguntó-. ¿Es lo único que sabéis decir?
               Sabrae puso los ojos en blanco y se giró hacia su hermano.
               -Sé decir muchas cosas, pero la mayoría no puedo decirlas porque estoy en presencia de menores.
               Scott hizo un mohín y soltó algo por lo bajo que se parecía mucho a su mantra cuando estaba con sus hermanas: “puta cría”.
               -No seas tan dura con Scott, Sabrae-intercedió Max-. Es duro ver cómo tu hermanita pequeña ya no te considera la persona más importante de la habitación.
               -Llevo sin ser la persona más importante de la habitación para Sabrae desde que Shasha decidió poner un cactus en cada habitación de mi casa.
               -Los cactus son plantas nobles-respondió ella, encogiéndose de hombros-. Y agradecidas. Jamás les he visto despreciar un poco de agua.
               -Dicen que admiramos aquello que no tenemos-atacó Scott.
               -Vete a darle un beso antes de que se ponga a llorar-urgí, y Sabrae se echó a reír y trotó obedientemente hasta su hermano. A esas alturas de la película, nos habíamos besado tanto que le había transmitido parte de mi atontamiento. De no ser así, no se habría mostrado tan servicial.
               O puede que sólo estuviera contenta.
               -No, yo no soy el segundo plato de nadie-bufó Scott, estirándose para que Sabrae no le besara-. No quiero las babas de Alec por toda mi cara. De ser así, sería yo quien me morrease con él.
               -Uh, ¿nos estás intentando decir algo, Scott?-le pinché mientras Sabrae se colgaba de su cuello y se reía-. Mira que ahora somos LGTB friendly de forma oficial-señalé la puerta por la que Logan acababa de regresar, con las nuevas bebidas en las manos y el cambio en el bolsillo.
               -Éste no ha soportado que le quiten el centro de atención en su vida-terció Tommy, apoyado en su taco de billar y mirando a los dos hermanos-. Si Sherezade les dijera ahora que espera un hijo varón, se tiraría del Tower Bridge para tener la muerte más melodramática posible.
               -¿Crees que el que mi madre pariera un niño me afectaría en algo? Ya tengo un hermano-soltó Scott-. Que no sea ni más guapo ni más listo que yo no quiere decir que no haya hecho que deje de ser único.
               -¿Por qué hablas de Alec como si no estuviera aquí?
               -Estoy hablando de ti, Thomas-bufó Scott, entrecerrando los ojos.
               -Has dicho que no es ni más guapo ni más listo que tú. Yo soy las dos cosas-Tommy se encogió de hombros y Scott hizo un mohín.
               -Y después, te despertaste.
               -Tengo los ojos azules.
               -Y yo soy Scott Malik.
               Tommy sonrió.
               -Tienes que dejar de hacer eso. “Yo soy Scott Malik”-lo imitó, poniendo los ojos en blanco-. Venga. A este paso, terminarás poniendo sólo eso en la selectividad.
               -Y seguro que sacaría más nota que tú.
               -Yo te suspendería. Deberías poner Scott Yasser Malik.
               Scott soltó el taco sobre la mesa, haciendo que varias bolas se desplazaran.
               -¿A que no me dices eso en la calle?
               -No hace falta que os peléis por mí, tíos-me metí, alzando las manos-. Creedme. El que gane no va a sacar nada de mí.
               -Deja que se peleen, Alec-me pidió Kendra, que había sacado su móvil y estaba a punto de grabarlo todo-. Mi fantasía sexual está a punto de cumplirse.
               -Para ver a estos dos pegándose hace falta algo más que Tommy llamando a Scott “Yasser”-intervino Bey, y Scott se masajeó las sienes.
               -Qué ganas tengo de cumplir los 18 e ir corriendo a cambiarme el nombre.
               -Si haces eso, empezaré a llamarte Yasser-sonrió Sabrae, poniéndole ojitos a su hermano. Scott se mordisqueó el piercing y se volvió hacia mí.
               -¿Tan bien folla como para que le aguantes estas gilipolleces?
               -A mí no me dice esas cosas.
               -Está demasiado ocupada gritando-añadió Kendra, y Amoke y Taïssa se echaron a reír.
               -¡Kendra, tía! Eres una imbécil.
               -Sí, Kendra, tía, ya te vale-agité la mano en dirección a la chica-. Sabrae no sólo grita. A veces también gime.
               Sabrae me dio un manotazo en el brazo y me llamó gilipollas. Tuve que afanarme en conseguir que me perdonara un poco más que con Bey, aunque tengo que decir que también disfruté mucho más. Incluso me obligó a hacerle cosquillas, y no sabría decir a quién de todos los presentes les gustó más: a mí, a ella, a sus amigas o a mis amigos. Se quedó apoyada en la mesa de nuestra partida, sin hacer ningún caso de los rebuznos de su hermano, que tenía que rodearnos para pasar de un lado a otro y poder seguir con aquella estúpida jugada suya que no podría interesarme menos.
               Lo único que me importaba ahora mismo era lo real que parecía Sabrae frente a mí. Mientras sus amigas no nos quitaban los ojos de encima, sonriendo como quien observa el primer baño de un recién nacido, yo tomé de la mandíbula a Sabrae y seguí con el pulgar el contorno de sus labios. Sabrae se mordió el inferior y sus ojos chispearon.
               -Has venido antes-comenté, y ella asintió con la cabeza.
               -Es que mis amigas se pusieron un poco pesadas.
               -Vaya, así que, ¿tengo que darles las gracias?-pregunté, inclinando la cabeza en dirección a ellas. Taïssa sonrió y se sonrojó un poco, Amoke puso los ojos en blanco y sonrió aún más, y Kendra se cogió la falda del vestido e hizo una exagerada reverencia-. Menos mal que eres buena amiga y estás dispuesta a sacrificarte por ellas.
               -Y te echaba de menos-añadió con voz melosa, haciendo que me echara a reír. Le di otra tanda de besos hasta que Amoke se acercó a nosotros y le tocó el hombro con delicadeza a Sabrae, que se relamió los labios, se giró y se la quedó mirando con cara de boba, como si no recordara qué hacíamos allí o cómo es que Amoke estaba con nosotros.
               -Saab, también hemos venido por una cosa…
               -Cierto-asintió Sabrae, dándome un pellizquito en los brazos para que la soltara. Rió ante mis reticencias-. Alec-me regañó, y a regañadientes yo dejé de rodearla con las manos-. También queríamos echar una partida. Y tú estás en el medio de algo ahora mismo-señaló con la cabeza en dirección a la tronera, en la que Tommy estaba esperando pacientemente a que yo terminara de celebrar que Sabrae había bajado de los cielos para reunirse conmigo.
               -No estoy en medio de lo que me gustaría estar-respondí entre dientes, y Sabrae se echó a reír y se alejó de mis brazos, porque los dioses son buenos, pero incluso las lluvias que alimentan los campos tienen que terminar parando.
               Cogió un taco de billar, dio unos toquecitos con la parte más gruesa en el suelo, y echó a andar en dirección a su mesa. Se puso en pareja con Amoke, cómo no, y también rompió las bolas, cómo no, y lo hizo muy bien, cómo no. Tenía experiencia rompiéndomelas a mí, y no sólo por lo que hacíamos en la cama, sino por ese constante tira y afloja con el que a Sabrae le encantaba torturarme.
               Me tomé todo mi tiempo para disparar mi taco hacia la bola blanca, exactamente el mismo que le llevó a Sabrae inclinarse hacia delante y que su vestido se le subiera hasta mostrar la parte más baja de sus muslos mientras apuntaba. Tommy me dio una colleja para que dejara de hacer el indio cuando ella se incorporó de nuevo, sonrió y chocó los cinco con Amoke para celebrar que habían colado una bola.
               -Venga, Al-me instó Tommy, y yo hice lo que pude. Si ya había sido un compañero pésimo cuando Sabrae no estaba, con ella presente directamente me puse de parte del equipo contrario. Fallé bolas, preparé tiros chupados para Scott y para Bey, y destrocé jugadas que nos habrían beneficiado a base de empeñarme en tirar hacia las bolas en cuya dirección se encontraba Sabrae, que parecía no darse cuenta de que yo estaba allí, bebiendo los vientos por ella.
               Terminamos nuestra partida sin pena ni gloria, y Scott incluso sugirió la revancha. Me quedé apartado en la pared de la puerta, con la vista fija en Sabrae, que se movía de un lado a otro como una tigresa que escoge desde qué rama va a caer sobre su presa indefensa.
               Después de lo que me pareció una eternidad, Amoke metió la bola negra en la tronera de en medio de la mesa y las dos chicas lanzaron exclamaciones de júbilo mientras Taïssa y Kendra exhalaban murmullos de fastidio, con las palabras “tramposas” y “tongo” descolgándoseles de los labios.
               Terminado el abrazo con Amoke, Sabrae se giró y trotó hasta mí. Saltó a mis brazos, confiando en que la cogería, algo tremendamente temerario por su parte…
               … pero acertado.
               -Ya estoy aquí.
                -Menos mal.
               -¿Has visto qué partidaza he hecho?
               -Yo he colado más bolas que tú, Saab-le recriminó Amoke, pero ella hizo un gesto con la mano en mi dirección.
               -¿Quieres otra?-sugerí, y Sabrae alzó las cejas.
               -¿Es que no te ha parecido suficiente el festín de miraditas que me has lanzado?-inquirió, divertida-. Seguramente tengas un empacho tremendo a estas alturas.
               -Soy un pozo sin fondo.
               -Doy fe-corearon mis amigos, y yo los fulminé con la mirada. Sabrae se rió ante mi mohín.
               -Vaya, ahí está de nuevo esa cara de disgusto. Parece que no hay mucho que te guste en este bar, ¿eh?
               -Te equivocas-repliqué-. Todo lo que me gusta está aquí-respondí, apartándole un mechón tras la oreja y besándole la punta de la nariz. Ante la sonrisa de Sabrae, Amoke se giró hacia Jordan.
               -Jordan, ¿estás libre? Necesito una pareja. Nada sexual, tranquilo. Al menos, de momento.
               -Pues menos mal. Te serviría de poco en el tema sexual-contestó Max, que había dejado de meterle la lengua en el esófago a Bella durante un instante.
               -Cierra la boca, Max, tío-protestó Jordan mientras yo chocaba el puño con él.
               Los equipos se reorganizaron de tal forma que todos tuvieran con quién jugar, salvo dos personas completamente aleatorias: Sabrae y yo. Cualquiera diría que lo habían hecho a posta.
               No obstante, tardamos muy poco en elegir entretenimiento nuevo: Sabrae me fue besando hasta tenerme pegado a la pared donde estaban los soportes de los tacos, y llevó mi mano hacia uno de ellos. Sonrió cuando le acaricié los dedos mientras los cerraba en torno a él, y más aún cuando se me marcaron los músculos del brazo para arrancarlo de su lugar, porque ni el ángulo me favorecía ni mi mano era la dominante.
               -¿Qué pretendes que haga con esto?-coqueteé, y ella aleteó con las pestañas.
               -Estoy segura de que se te ocurrirán un par de cosas, pero sólo estoy interesada en la más inocente, de momento.
               -¿Qué hay de las demás?-intenté que mi imaginación no se desbocara y se la imaginara desnuda, retorciéndose de placer mientras yo le pasaba el lado lleno de tiza por el cuerpo, trazando un circuito que luego seguirían mi lengua y mis dientes, y fracasé estrepitosamente.
               -Esas son parte del paquete de Novio Premium-contestó, hinchándose como un pavo.
               -¿Cuál es la cuota mensual?
               -Es cara-me sacó la lengua.
               -Tengo trabajo. Te sorprendería la cantidad de caprichitos que puedo permitirme.
               Le aparté el mechón de pelo rebelde de la cara y Sabrae se mordió el labio.
               -¿Eso es lo que soy? ¿Un capricho?
               Le solté el labio de la prisión que hacían sus dientes con el pulgar.
               -Es a lo que sabes. Lo que eres, es una necesidad.
               Arqueó una ceja a la par que la comisura del mismo lado de su boca se curvaba, asintió con la cabeza, cogió otro taco y me retó a echar una nueva partida en la única mesa libre, que tenía una pata coja. Estaba decidida a hacer que lo pasara mal, y yo lo sabía; yo estaba decidido a pasármelo muy bien mientras ella me torturaba, y ella también lo sabía.
               Lo que no sabíamos era que saltarían chispas tan rápido entre nosotros. En cuanto rompí el triángulo de bolas tras su insistencia, a ambos se nos despertó nuestro lado más competitivo y decidimos que no había nada de malo en jugar sucio. Y vaya cómo jugamos. Sabrae se contoneó, se frotó contra mí, me miró de reojo y se pasó la lengua por la boca a cada ocasión que se le presentó. Yo, por mi parte, le acaricié, la aprisioné entre la mesa y mi cuerpo a cada instante, y me aseguré de distraerla cruzándome de brazos cuando la tenía enfrente.
               Me quedaban dos bolas en la mesa. A ella, sólo le quedaba la negra. Me miró desde abajo, sus pechos apoyados de una forma deliciosamente sugerente en la mesa.
                -¿Lo hacemos más interesante?
               -Hay pocas cosas más interesantes que esta partida-contesté, sin molestarme en disimular lo mucho que me gustaba lo que estaba viendo. Sabrae dibujó aquella sonrisa lobuna en su boca, la misma sonrisa que en su hermano tenía nombre, y me hizo descubrir dos cosas:
               La primera, que no hay nada peor que la chica de la que estás enamorado.
               Y la segunda, que si la sonrisa de Sabrae no tenía nombre y la de Scott sí, era porque ella no había querido ponérselo. Decían que las sonrisas torcidas que Scott y yo habíamos perfeccionado con el paso del tiempo eran capaces de hacer que a todas las tías se les cayeran las bragas, y que podían meternos en la cama a medio Londres.
               Aquella sonrisa de Sabrae bien podía meterle en la cama a todo Londres. No sólo conseguiría a los chicos: también a las chicas.
               Por favor, si alguien alguna vez consigue resistirse a Sabrae, que haga un cursillo online, que yo me apuntaré encantado.
                Entonces, Sabrae cambió la orientación de su cuerpo y lanzó la bola blanca con tal efecto que las dos bolas rayadas de las que me tenía que ocupar yo fueron derechitas a parar al mismo agujero.
               Todos los ojos estaban puestos sobre Sabrae cuando ella sopló la punta del taco como si de un rifle humeante se tratara. Menos mal que yo no estaba mascando chicle: de haberlo hecho, se me habría caído al suelo.
               Puso cara de niña buena que siempre se sale con la suya con cada caprichito que tiene y me tendió el taco, pero no lo soltó cuando yo lo acepté. Alcé las cejas.
               -Te ofrezco un empate. Es lo único que estoy dispuesta a darte.
               -¿Y si no quiero? ¿Y si prefiero aprovechar cada oportunidad que se me presente?
               Sabrae rió, soltó el taco y abrió las manos. No necesitó pensar demasiado en qué hacer si yo ganaba: evidentemente, tenía tanta presión encima que era imposible prácticamente que metiera la bola, como quedó demostrado cuando ésta pasó zumbando al lado del agujero al que había pretendido mandarla. Sabrae brincó cual cabritilla feliz a mi lado y aceptó de nuevo el taco, se apoyó en el borde de la mesa y se me quedó mirando cuando yo me retiré a la pared, preparado para disfrutar de la increíble vista que era su culo en pompa.
               -Soy generosa. Mi oferta sigue en pie.
               -No es lo único.
               -Alec-se rió, y yo me acerqué a ella, le aparté el pelo de la espalda y le di un beso en la nuca. Supe qué era lo que pretendía y estuve más que dispuesto a entregárselo. Me apoyé tanto en ella que la habría aplastado de no haber puesto cuidado en dejar su pecho con espacio suficiente para que pudiera respirar; orienté mi cara en la misma dirección en que la había orientado ella y apunté desde arriba, dibujando la trayectoria desde el aire cual ave rapaz. Puse la mano sobre la de Sabrae, cada dedo haciéndole sombra al suyo, y dejé que mi brazo se viera arrastrado por el movimiento del suyo cuando ella tiró.
               La bola blanca rodó sobre sí misma en un baile en círculo hasta chocar contra la negra, que siguió con la misma trayectoria y danza de su antagonista en una trayectoria con una ligera curva que terminó en el centro del agujero de la esquina contraria a la que Sabrae había mandado la última bola.
               Todos prorrumpieron en aplausos y Sabrae sonrió con orgullo. Se arqueó ligeramente y me acarició la nuca.
               -Parece que formamos un buen equipo-comentó. No tienes ni idea.
               Sin previo aviso, la agarré de las caderas y le di la vuelta, de modo y manera que estuviera atrapada entre mi cuerpo y la mesa. Ella lanzó una exclamación de sorpresa, que rápidamente se vio acallada por mi boca en la suya. Besé su risa, su sonrisa, sus dientes, su boca y todo lo que podía siempre y cuando ella tuviera ocasión de devolverme los besos. Mi mano descendió por su cuerpo, siguiendo la trayectoria de sus curvas en una caída imposible, en dirección a su cintura, y después, a las caderas, y después, a las rodillas, y después, contra todo pronóstico, mi mano empezó a subir.
               -Nos vamos-anunció Tommy de repente, cuya voz escuché entre el eco desintonizado de los suaves suspiros de satisfacción de Sabrae.
               -Sí, hombre-replicó Scott, a quien claramente le hacía falta una hostia, o puede que un par-. Ahora que yo he remontado. A ti lo que te pasa es que no quieres que te machaquemos en la revancha.
               -He dicho que nos vamos, Scott-sentenció Tommy, dándole un manotazo en el hombro-, y lo que yo digo, va a misa. Todo el mundo fuera. Ya.
               Miré desde la mandíbula de Sabrae cómo todos salían en tropel por la puerta, empujándose por miedo a quedarse allí encerrados con nosotros y presenciar algo que parecía no apetecerles mucho ver. Las amigas de Sabrae nos lanzaron miradas cargadas de intención; Amoke incluso le dio un codazo a Kendra y las dos asintieron con la cabeza, abriendo mucho los ojos en un mensaje que creo que ni siquiera Sabrae habría conseguido descifrar. Les siguieron Scott y Tommy; Scott salía hecho una furia, protestando por lo tramposo que era  Tommy, y el susodicho se volvió para cerrar la puerta más rápidamente tras de sí, no sin antes levantar los pulgares en nuestra dirección y guiñarnos un ojo que claramente quería decir “que os divirtáis”.
               -Acabo de decidir que mi hermano favorito es Tommy-comentó Sabrae, que había visto todo el espectáculo desde el cómodo ángulo de todo al revés. Amén.
               Mi ego la tomó de la mandíbula y la hizo mirarme. Tenía mi boca a dos centímetros de la suya, todo mi cuerpo aplastando el suyo: Tommy era la última persona en la que debería estar pensando ahora mismo.
               -¿Qué hay de tu padre favorito?-pregunté, y Sabrae se echó a reír, comprendiendo perfectamente a qué me refería. No me había bautizado así ni hacía cuatro días y yo ya  había terminado por responder de ese nombre.
               La noche en que habíamos ido a dar una vuelta, aparentemente satisfechos en el terreno sexual (o eso pensábamos nosotros, hasta que llegamos al bar gay y Sabrae me arrastró hacia el baño y me hizo follármela de una forma que debería haber hecho que caminara como un vaquero lo que quedaba de mes), primero le había impedido beber más de todo el alcohol que los amigos de Jordan no paraban de ofrecerle, colocando los vasos de chupito en las mismas bandejas en que habían venido, o bebiéndomelos yo mismo todavía de sus manos cuando ella era más rápida que yo y los aceptaba antes de que yo pudiera rechazarlos. Luego, había mantenido los ojos bien fijos en ella mientras bailaba con un chico que tenía pocos menos estrógenos que ella, e incluso me había levantado para mirar desde arriba mientras varios tíos hacían un coro a su alrededor y gritaban y gritaban cada vez más alto conforme Sabrae perreaba más y más bajo, no fuera a ser cosa que yo tuviera que hacer historia pasando a ser el primer heterosexual que le rompe la cara a un gay por meterle mano a su novia en lugar de por metérsela a él mismo.
               Después, cuando Logan ya estaba tan borracho que no sabía ni dónde estaba, había ido en busca de Sabrae para decirle que nos teníamos que ir, lo cual fue recibido con festival de abucheos en mi dirección. ¡Pero bueno! ¡Estaba en un puto local atestado de gente que se sentía atraído por mi sexo, y yo era el mejor ejemplar de mi sexo que había en Londres, ¿y todavía me abucheaban?! Estúpidos gays.
               Sabrae había contestado como la reina del orgullo gay recién coronada que era agitando las manos en el aire, diciéndome que un último baile y que luego nos íbamos… y riendo y pegándome en el culo cuando le dejé de margen otros cuatro y me la terminé echando a la espalda, mientras tiraba como buenamente podía de Logan, que ya ni se tenía en pie.
               -¡Adiós, preciosa! ¡Tráete a tu hetero más veces!
               -Tengo nombre-protesté.
               -Que no es “cariño mío”-se lamentó un chico que iba más maquillado que Bey, Tam y Karlie en la graduación juntas.
               -Te sorprendería por qué nombres respondo, chaval.
               -¡Me lo he pasado genial!-festejó Sabrae a la salida, eufórica pero milagrosamente sobria-. ¡Los amigos de Logan son súper simpáticos! ¡Bailan que te cagas!
               -Sí, no están mal-musité.
               -Tendrías que haber bailado más, Al. Apenas te has movido del asiento.
               -Es que estoy un poco cansado, nena. Ya sabes… he tenido que estar aguantando tu peso durante bastante tiempo.
               Sabrae al menos había tenido la decencia de ponerse colorada y señalar a Logan.
               -Esto, Al… creo que Logan va vomitar.
               -Oh, genial-protesté, quitándole la chaqueta para que no se la ensuciara y agarrándolo de los hombros para que no se cayera al suelo-.Ven, tío, vamos a buscarte agua y unos caramelos-urgí a Logan, ayudándolo a ponerse en pie.
               -Definitivamente tienes madera de padre-sonrió Sabrae-, ¿quieres que me adelante y busque algún kebab abierto?
               -¿Para que te metan en una furgoneta y te secuestren? Paso. Pégate a mí, que la gente de este barrio es muy chunga.
               -Padre de quintillizos-constató ella, brincando, y yo puse los ojos en blanco y me mordí la lengua para intentar no reírme. Cuando dejamos a Logan en su casa, Sabrae se volvió hacia mí.
               -Apuesto a que ahora me acompañarás a casa.
               -Intenta impedírmelo, bombón.
               -¿También me leerás un cuento antes de acostarme y me cubrirás bien con las mantas?
               -Te cubriría si me dejaras, nena, pero no con las mantas.
               -¡Alec!-protestó, fingiéndose escandalizada, pero me dio la mano y me cubrió el brazo de besos mientras atravesábamos en barrio en dirección a su casa. Se giró para mirarme cuando llegamos y soltó una risita cuando le di un beso en la frente antes de que abriera la puerta.
               -¿Qué pasa ahora?
               -De sextillizos-se burló, y yo bufé.
               -Vete a la mierda, Sabrae. Sólo estoy intentando ser tierno.
               -Pues esta noche estás que pareces mi padre. Estoy por pedirte que me des cincuenta libras para salir con mis amigas, y todo…
               -¿Ah, sí?-respondí, y sin previo aviso la empotré contra la pared de su casa y empecé a comerle la boca como si acabara de terminar el Ramadán. Sabrae se quedó sin aliento cuando por fin me di por satisfecho, o al menos lo hice a medias. Jadeante, me la quedé mirando desde arriba, con los ojos oscuros y su sabor aún chispeándome en la boca-. ¿Ahora te he parecido un padre?
               -Me gusta tu lado tierno. Y me gusta tu lado salvaje-respondió, cogiéndome del cuello de la camisa y tirando de mí para tener mi boca al alcance de su mano. Estuvimos peleándonos a base de besos como si no hubiera un mañana, como si aquella fuera nuestra primera discusión, la que decidiría quién tenía el poder en la relación y quién no, en la que más teníamos que afanarnos.
               Ni siquiera el tiempo nos detuvo; sólo lo hizo el sonido del motor de un coche atravesando el camino de entrada. Zayn bajó la ventanilla y se nos quedó mirando a los dos, y yo me puse automáticamente rígido, pero Sabrae me agarró del cuello de la camisa y miró a su padre, desafiante.
               -¿De dónde vienes?
               Zayn hizo un mohín.
               -Tengo 40 años, Sabrae, ¿de dónde vienes ?
               -De dar una vuelta con Alec. Mamá ya lo sabe.
               -Guay-respondió Zayn, en un tono que quería decir todo lo contrario a “guay”-. Yo de grabar. ¿Vais a estar mucho tiempo ahí o corro el pestillo?
               -Nos estábamos despidiendo-expliqué, y Zayn se echó a reír, se aferró al volante del coche y soltó el freno de mano para hacer que el vehículo entrara en el garaje mientras soltaba:
               -Me han adjudicado críos de chavalas con las que sólo crucé dos palabras en algunos eventos, y ahora me pretendéis decir que sólo os estabais despidiendo. Cómo se nota que no os persigue una nube de paparazzi…
               -¿Sigo pareciéndote tu padre?-le pregunté a Sabrae cuando Zayn ya no estaba al alcance del oído.
               -Tú también tienes tus días gruñones.
               -¿Cuándo he tenido yo ningún día gruñón?
               -Hoy-contestó, y volvió a besarme, y habríamos seguido así hasta la hora de comer de no ser porque su padre legítimo se ocupó personalmente de hacer que fuéramos plenamente conscientes del paso del tiempo: salió hasta un total de siete veces, para preguntarnos si teníamos pensado hacer algo, si nos íbamos a dignar en casa, si teníamos condones, si habíamos apostado a ver cuál de los dos cogía antes una pulmonía, si era que directamente nos ponía hacerlo en el exterior, donde podía vernos la gente; lo cual era perfectamente legítimo pero a ver, Sabrae, por favor, que eres medianamente conocida y tienes a gente pendiente de ti, así que tienes que andar con cuidado con las cosas que haces…
               -¡Dios mío, papá, YA VOY!-tronó Sabrae la última vez que Zayn abrió la puerta por última vez. Zayn no dijo nada más: simplemente se dedicó a fulminarme con la mirada, frotándose las manos cubiertas de tatuajes como un villano de película de dibujos animados, y la cerró despacio. Sabrae puso los ojos en blanco-. Me tiene hasta el coño.
               -Esa boca-le recriminé en broma, y Sabrae se echó a reír.
               -Vete-me instó-. ¿O quieres quedarte a dormir?
               -¿Dormir? ¿Yo? ¿Contigo? Sabrae-simplemente estallé en una carcajada. Qué graciosa era la niña cuando se lo proponía.
               -Cierto. No he hecho la cama. Seguro que eso despierta tu lado gruñón.
                Y se metió en la casa, dándome un portazo en las narices. Llamé con los nudillos y ella entreabrió la puerta.
               -¿Sí?
               -Asegúrate de tener una manta extra a los pies de la cama, que por la noche refresca mucho y así es como más fácil es coger un resfriado.
               Sabrae rió una última vez aquel día.
               -Sí, papi-se burló-. Que descanses. Me apeteces.
               Yo le había contestado que también me apetecía, y me había largado de su casa con una sonrisa boba que me habría costado dos siglos disimular. Le había empezado a pillar el gusto a ese mote cariñoso, aunque nada me sonaría mejor que “sol” o “criatura”.
               Pero, en fin. Hora de volver a la realidad.
               -Le he terminado cogiendo el gusto-le dije, dándole un toquecito en la nariz.
               -Quizá sea momento para parar, entonces-respondió ella, y yo clavé ambos codos en el tapete de la mesa, enmarcando su cara.
               -Ni se te ocurra.
               Sabrae volvió a reír suavemente y yo le aparté el pelo de la cara y continué besándola. A modo de respuesta, ella empezó a abrirme los botones de la camisa, lo cual me arrancó una carcajada a mí.
               -Parece que alguien quiere cambiar las reglas del juego a mitad de la partida, ¿eh?
               -Venga, Al. No te hagas el difícil. Tú también quieres esto-ronroneó, frotándose contra mí y recibiendo a modo de aprobación un gruñido de mi parte, y un suave empujón que le arrancó un suspiro por cortesía de mi miembro. La tomé de la mandíbula y le acaricié los labios con el pulgar.
               -Me estás embrujando, mujer.
               -Eso es lo que pretendo, hombre-respondió, incorporándose lo justo y necesario para que nuestras bocas estuvieran a la misma altura. Se había quedado sentada sobre el borde del billar, y mi postura ligeramente inclinada hacia ella nos dejaba equiparados en lo que a posición se trataba. Sabrae me comió la boca como yo había hecho con ella antes, y terminó de abrirme la camisa, celebrando mi principio de desnudez con un gemido gutural y recorriendo mi cuerpo con los dedos, como asegurándose de que la visión de mi piel no era un espejismo-. Adoro a mis amigas—soltó de repente, descendiendo por mi cuerpo en dirección a mi pecho, dejando un sendero de besos que bien podía ser la inauguración de mi ruta preferida de peregrinaje-. Ellas me convencieron de que viniera a buscarte.
               -No sé si me preocupa el hecho de que nadie tenga que convencerte para que vengas a por mí.
               -No quería que se sintieran mal-adujo, bajando sus manos hasta mi cintura y tirando un poco de mí desde las trabas. Se mordió el labio cuando sus ojos descendieron hasta la línea de vello que me subía desde la entrepierna hasta el ombligo-. Aunque creo que merecería la pena.
               No se contentó con tenerme cerca. No se contentó con acercarme más. Necesitaba tocarme, asegurarse de que era real, presa de la misma niebla mental que me había atrapado a mí cuando la vi aparecer aquella noche. Una de sus manos descendió hasta mi entrepierna, siguiendo la línea del bulto que formaba mi erección en los pantalones, y lanzó un suspiro de satisfacción cuando yo cuadré la mandíbula y me lancé a por ella. No iba a dejarla someterme tan fácilmente. Si iba a torturarme, yo también la torturaría a ella.
               Me incliné hacia delante y, con los labios en los suyos y su lengua jugando con la mía, metí la mano por debajo de su falda y jugué con la piel tremendamente sensible de sus muslos. Sabrae, por toda respuesta, abrió las piernas.
               No me costó mucho encontrar su rincón húmedo y dispuesto. Me puso a mil notar aquel suave calor líquido que la cubría cuando estábamos juntos, y solos.
               Sabrae echó la cabeza hacia atrás y dejó la boca, exhalando una exclamación que era una mezcla de mi nombre y el de dios, cuando introduje el dedo corazón en su interior. Palpitaba a un ritmo que, aunque no dejaba de ser suave, sí era un tanto frenético.
               -Estás tan mojada-ronroneé en su cuello, dejando un rastro de besitos y mordisquitos a lo largo de sus venas.
               -Adivina quién tiene la culpa.
               Me eché a reír y continué masturbándola, hasta que ella no lo soportó más y cerró las piernas en torno a mí, pegándome más a ella. Mi mano y la suya quedaron atrapadas entre nuestros cuerpos, como los ingredientes de un sándwich que no son pan. Los dientes de Sabrae brillaban a la luz de las lámparas del techo, que no le harían justicia a su hermosura nunca, pero que sin embargo le quedaban genial.
               Saqué la mano de su entrepierna, y estaba a punto de llevármela a la boca cuando ella la cogió por la muñeca. Parpadeó despacio.
               -¿Quién va a llevar la voz cantante?-preguntó con inocencia.
               -¿No es evidente?-respondí, señalando con la cabeza mi mano entre sus dedos. Sabrae se rió.
               -Me apetece jugar esta noche.
               -A mí me apetece jugar todas, bombón, sobre todo desde que tú eres una parte de la ecuación.
               -No me refiero a eso.
               -Sí, ya-puse los ojos en blanco y Sabrae se echó a reír.
               -Nunca hemos jugado a nada que no sea a juntar nuestros cuerpos-Dios, necesitaba que dijera esa frase una y mil veces; era tan sucia a la par que comedida, la perfecta mezcla entre lo pornográfico y lo inocente-. Quiero conocer tu lado competitivo. Apenas pude verlo cuando fui a visitarte el otro día.
               -No soy competitivo cuando estoy desnudo, y la verdad es que gano mucho sin ropa-contesté, inclinándome hacia ella y mordiéndole el labio.
               -Pero seguro que odias perder, ¿no?
               -¿Hay alguien a quien le guste?
               -Te propongo algo. Echemos una partida, la de desempate. A muerte súbita.
               -¿Qué hay en juego?
               Allí estaba de nuevo aquella sonrisa torcida.
               -Si yo gano-hizo una pausa dramática-, tendrás que hacerme lo que yo te pida.
               -Quiero las condiciones por adelantado.
               Arqueó una ceja, separó más las piernas, y luego… se metió en la boca el dedo que había tenido dentro de ella, y succionó y lo rodeó con la lengua en un lento baile en el que yo no pude hacer más que pasármelo genial mirándola.
               Me habría corrido de haber tenido la polla libre.
                -Parece que vamos a hacer un trato del que los dos vamos a sacar provecho, nena. Vale. Me gustan los términos.
               -¿Y qué quieres que pase si ganas  tú?-coqueteó, deslizando mi dedo por su mentón, y llevándolo hasta su escote. Tiré un poco de los cordones que lo mantenían unido, haciendo que su silueta cambiara por la desaparición de la presión que mantenía sus pechos unidos. La mera visión del principio de piel que se deslizaba suavemente hacia abajo habría bastado para hacerme perder la razón.
               -Si yo gano, me dejas elegir a qué parte de mi cuerpo le repites lo que acabas de hacer.
               -Así que, ¿nos repartimos eso? ¿El trabajo de nuestras lenguas?-se burló ella.
               -La idea la has tenido tú.
               Se bajó de un salto de la mesa, me miró desde abajo con desafío llameándole en los ojos, y justo cuando pensé que la sugerencia de lo que quería que me hiciera la había encendido lo suficiente como para saltarse el paripé de la partida, se escabulló de la prisión que había hecho con mi cuerpo y cogió el triángulo para colocar las bolas. Me concedió el privilegio de romperlas, y cuando bromeé con que si me estaba dando ventaja a posta, me respondió que aquél sería el único trato deferencial que recibiría de ella en toda la noche.
               Sabrae tenía razón en una cosa: no me gustaba perder. Y ahora que había mucho en juego, estaba decidido a ganar fuera como fuera. Por eso me afané en cada jugada, las calculé y las planeé y las ejecuté con el cuidado propio de un estratega militar, con el aliciente de que ella también se había puesto en su modo más competitivo. Ninguno de los dos cedería nada de terreno, así que la partida estaría interesantísima.
               Sobre todo cuando empezamos a hacer trampas. Resulta que follar no era lo único que nos gustaba hacer sucio: también apostaríamos y jugaríamos así. Por eso, cuando Sabrae vio que yo me acercaba peligrosamente a una victoria de cuya autoría no estaba muy seguro, se propuso tratar de distraerme como mejor supo: con su cuerpo. Se echó el pelo sobre los hombros y, mientras yo intentaba apuntar hacia una bola que estaba en el otro extremo de la mesa, se agitó las manos sobre el cuello y comentó:
               -Hace mucho calor, ¿no te parece? Se están pasando con la calefacción.
               Esperó pacientemente a que yo levantara los ojos, como era inevitable, y entonces se tiró de los cordones del escote para ampliar su vestido, y de las mangas para dejar libres sus hombros.
               No había necesitado que viniera nadie a decirme que Sabrae no llevaba sujetador, pero había una diferencia abismal entre saberlo y verlo. Ahora que tenía la piel de sus hombros al descubierto y sus pechos hacían una deliciosa ondulación en su escote, casi libres de toda atadura, a ver quién era el chulo que no erraba el tiro.
               Desde luego, yo, no iba a ser.
               Sabrae dio un saltito y cogió el taco del billar, me pellizcó en el brazo y dijo “otra vez será” en tono que no dejaba lugar a dudas de que no iba a tener piedad conmigo.
               Mejor, porque yo tampoco.
               Así que ni le di oportunidad a preparar una remontada. Me coloqué justo frente a ella, que estaba semiechada sobre la mesa, y ni corto ni perezoso, me ahuequé la camisa y murmuré:
               -Tienes razón, hace muchísimo calor.
               Y me la quité.
               Y Sabrae abrió la boca.
               Y me comió con los ojos.
               Y yo fingí que no me daba cuenta mientras me pasaba una mano por el pelo y apretaba la mandíbula, como si estuviera tremendamente incómodo. Como si no me encantara la forma en que me estaba mirando ella. Estaba casi convencido de que sólo era visible en el momento en que ella me veía.
               Sabrae trató de recuperar la concentración, y de alguna forma lo consiguió, porque empujó la bola blanca en dirección a la que había elegido, con tan mala suerte que le dio demasiado suave y la bola no llegó a la tronera de destino.
               Chasqueó la lengua y se puso de morros.
               -Se me ha resbalado la mano.
               -Sí, ya. Luego, si quieres, nos tomamos una cerveza bien fresquita, ¿qué te parece, Saab? ¿Hace?
               Sabrae alzó la ceja y comprobó cómo yo metía la última bola que me quedaba en su agujero. Se apoyó en la mesa, al lado de la negra, tan cerca que podía moverla con un soplido, y respondió, como quien habla del tiempo:
               -A mí lo que me apetece es follar.
               Follar. Follar. Follar. Follar. Aquella palabra resonó en mi mente y me hizo perder la compostura. Lo dijo en el momento justo en que yo arremetía contra la bola, y aquella palabra tan corta y de tan poderosa influencia hizo que el taco chocara contra el tapete de la mesa y la bola blanca saliera disparada hacia un lado, bien lejos de la negra. Se la dejé a tiro a Sabrae para ganar la partida.
               Ella descruzó lentamente las piernas, saltó de nuevo al suelo y recorrió la mesa en dirección a la blanca, con tan buena suerte que pasó ante mí y yo la agarré de la muñeca para que no se me escapara.
               -Y vas a follar, nena. Después de comerme la polla con esa boquita tuya-le recorrí los labios con el pulgar, Sabrae los entreabrió y me dio un mordisco en la palma, y…
               Consiguió meter la última bola que le quedaba.
               Me lanzó una mirada cargada de intención mientras rodeaba la mesa.
               -No sé si ir quitándome las bragas ya…
               -Por mí, no te cortes-contesté, alzando las manos. Bueno, habíamos hecho un trato justo en el que los dos ganábamos aunque perdiéramos: no sería yo quien se resistiera a comerle el coño como Dios manda a Sabrae, por mucho que me apeteciera también que me la chupara. Ya habría ocasión para ello; no tenía ninguna prisa.
               Lo que pasó a continuación fue un giro del destino que me hizo recordar lo afortunado que era. No sólo había disfrutado de todas las mujeres que me había dado la gana a lo largo de mi vida, muchísimo más que la gran mayoría de tíos a los que conocía ni conocería nunca; no sólo había encontrado a una chica cojonuda con la que compartir mis noches y poder contarle todo lo que me preocupaba, celebrar con ella todo lo bueno que me pasaba, y que me complementara y a la vez me imitara como si de una especie de rompecabezas hecho de espejos se tratara.
               Resultó que la chica en cuestión había cantado victoria demasiado pronto. Consiguió entronar la bola 8, pero estaba tan ansiosa por saborear su triunfo que no se dio cuenta de una cosa: le había dado demasiada fuerza al impulso y, como consecuencia de ello, la bola blanca botó en varios bordes hasta irse derecha a una de las troneras del centro.
               -¡No!-protestó Sabrae, y yo me eché a reír, di una palmada y me acerqué a ella.
               -Parece que no nos ha salido todo como pretendíamos, ¿verdad?
               -Esa jugada no vale. Se me ha escapado el taco.
               -Qué pena-respondí, poniéndome delante de ella y acodándome en la mesa-, casi me lo trago, pero hay un problema: juegas demasiado bien, Saab. No se te escaparía jamás el taco como si fueras una principiante. Así que lo siento, pero no cuela-hice una mueca y Sabrae puso los ojos en blanco-. Así que… ¿qué prefieres? ¿Me bajo yo la cremallera, o prefieres hacerlo tú?
               -No pienso hacer nada de eso.
               Alcé las cejas.
               -¿Disculpa? Hemos hecho una apuesta. Si ganabas tú, te comía el coño. Si ganaba yo, me comías la polla. He ganado yo, así que no hay que ser muy avispado para…
               -Yo no di mi conformidad a tus condiciones. Sólo empecé a jugar-alegó, sacando las dos últimas bolas del cajón del billar y colocándolas en las posiciones aproximadas.
               -Las aceptaste jugando, como cuando entras en una web y pasas de lo de las cookies. Esto es lo mismo.
               -Lo siento, cariño. Tendrás que seducirme-sonrió ella, cerrando un ojo y apuntando hacia la bola negra.
               -¿Seducirte?-respondí, pegándome tanto a ella que me habría sido imposible no penetrarla si hubiéramos estado desnudos-. No necesito seducirte. Sé que estás tan mojada que apenas te enterarías si te la metiera ahora mismo.
               -Te subestimas mucho-contestó, riéndose, y deslizó el taco por el anillo que formaban sus dedos, calculando la fuerza. ¿Esas teníamos? Muy bien.
               No pensaba suplicar por lo que me pertenecía por derecho. Me había prometido una mamada, y eso era lo que iba a darme.
               Otra cosa era la forma en que íbamos a llegar hasta allí.
               Mientras Sabrae calculaba con cuidado el impacto, yo tiré del vestido para levantárselo, y le acaricié las nalgas.
               En su defensa diré que sus amigas no habían sido del todo certeras con lo que me habían dicho: Sabrae no venía con la lección aprendida. Traía los deberes hechos y todo perfectamente estudiado. Venía a por matrícula de honor.
               No llevaba bragas, sino un tanga.
               -¿Qué haces, Alec?
               -Admiro las vistas-respondí, pasando mis manos por sus nalgas, de tamaños tan similares que era imposible no pensar que nos habían hecho el uno para el otro. Todo su cuerpo se tensó de pura envidia; cada célula que no estaba en su culo quería estarlo, cada poro de su piel que no perteneciera a ese precioso rincón de su anatomía odiaba el lugar en el que se encontraba.
               Me puse de rodillas tras ella y tiré de su tanga, que se deslizó suavemente por sus muslos, con la excepción del pequeño triángulo de tela adherido a su sexo por medio de su placer.
               Sabrae estaba conteniendo la respiración, pero yo inhalé por los dos. Hundí mi nariz en los pliegues que la hacían mujer y respiré como un cocainómano que lleva meses en una clínica de desintoxicación contra su voluntad, y por fin tiene ante sí una raya.
               A la mierda. No voy a conformarme con su boca. Necesito hacerla mía de la forma en que los hombres hacemos nuestras a las mujeres.
               -¿Qué… pretendes?
               -Decías que querías que te sedujera. Eso estoy haciendo: seducirte. Tus deseos son órdenes para mí.
               -Pero… aún no he… oh-gimió cuando aproveché que mis manos estaban en su culo para separarle las piernas y abrirla para mí. Me encantó la visión de su sexo abierto, expuesto, listo para que yo lo tomara-. No…
               -Cuidado con esa palabra, Sabrae, porque significa todo lo contrario a lo que tu cuerpo me está suplicando ahora mismo-me burlé, soplando sobre su entrepierna y haciendo que ella se pusiera rígida.
               -No… he…
               -¿No has?-pregunté, tan cerca de su sexo que casi podía degustarla en mi lengua. Se me estaba haciendo la boca: su visión, su olor, incluso el sabor que notaba chispeándome en las papilas gustativas eran lo más apetitoso con lo que me había encontrado en la vida.
               -G…g… gan… ganado-articuló por fin, y un escalofrío la recorrió de pies a cabeza-. No he ganado.
               Sonreí.
               -Mi niña… lo importante es participar.
               Y, sin previo aviso, la atraje hacia mí y me la llevé a la boca.
               Sabrae dejó escapar un alarido y soltó el taco de billar. Le saqué el tanga de los pies y me lo metí en el bolsillo trasero del pantalón, mientras cerraba los ojos y disfrutaba del festín de Sabrae que había empezado a darme. Sus gemidos, sus asentimientos y sus súplicas eran música para mis oídos, el aderezo perfecto para aquel manjar dulce y a la vez salado que me inundaba la boca. La cogí de las caderas cuando empezó a moverse involuntariamente, acompañando en sentido contrario los movimientos de mi mandíbula y mi lengua, porque no quería que me alejara de ella y a la vez tampoco quería que dejara de montarme de aquella forma. Dios. Estaba tan buena, estaba deliciosa, joder.
               Sabrae clavó las uñas en los bordes de madera de la mesa y asintió con la cabeza, gimiendo mi nombre en voz baja, diciendo que le gustaba mucho mi forma de devorarla, que le encantaban los gruñidos de satisfacción que nacían en mi garganta (nena, no lo hago por complacerte, sino porque el cunnilingus es el mejor invento de la humanidad, aunque me alegro de que te guste que sea ruidoso), que me quería dentro, dentro, dentro, DENTRO.
               Que se iba a correr.
               Que se iba a correr.
               Alec, que se iba a correr.
               ALEC.
               -Pues ya sabes qué hacer-gruñí contra su sexo, una oreja en cada muslo, mis labios sobre los suyos… y con eso fue más que suficiente. Me encantaba que me pidiera permiso siempre, aunque tampoco me molestaría que de vez en cuando me pidiera perdón (sobre todo cuando lo hacía por haber hecho squirting).
               Sabrae se dejó llevar contra mi boca, jadeando y gimiendo y tratando desesperadamente de no gritar, mientras yo no paraba de torturarla.
               -Mira el placer que me estás negando, bombón.
               No dejaría de complacerla salvo que ella me pidiera expresamente que me detuviera. No es que estuviera en mi mano, de todos modos: lo único que podría arrancarme de aquella locura en que me había sumido era su voz diciendo que ya estaba bien.
               De lo contrario, yo era como un perro. Un vez que me ponían el plato delante, no podría parar hasta verlo limpio.
               -Alec-me llamó cuando acabó, superada la ola del primer orgasmo. Le habría dado otro, y otro, y otro más, si hubiera estado en mi mano.
               -¿Mm?
                Sabrae cogió aire, agotada.
               -Bájate la cremallera-tragó saliva-. Voy a hacerlo.
               Por un momento no entendí a qué se refería; me había olvidado de todo lo del juego. Pero, ahora que la había saboreado, ya me importaba una mierda que me saboreara ella a mí. Ya ni siquiera me apetecía. No quería ponerme de pie y pegar la nuca a la pared mientras el regusto de su placer me bailaba en la boca y ella se ocupaba de mi polla.
               No quería que estuviéramos separados.
               Quería que estuviéramos juntos y muy, muy revueltos.
               -A la mierda con eso-respondí, poniéndome de pie y dándole la vuelta. Sabrae me miró con ojos como platos y pupilas atontadas-. Te necesito a ti entera.
               La subí a la mesa de billar y ella no necesitó más para entender. Apartó las bolas de un manotazo y abrió las piernas, mientras yo me sacaba un condón del bolsillo y liberaba mi erección. La acaricié un poco, asegurándome de estar lo bastante duro para satisfacerla (alerta de spoiler: la tenía como una maldita piedra) y proporcionándome un poco de alivio de paso, y seguí la mirada de Sabrae en dirección a la puerta.
               -Puede entrar alguien.
               -¿Eso supone un problema?-pregunté, porque no es que me hiciera mucha gracia que me pudieran pescar en medio de un polvo, pero bien sabía Dios que si acababa pasando eso, no sería la primera vez para mí. Por favor, si incluso una vez que me estaba tirando a una tía en su piso, entró su compañera a por no sé qué libro que la chavala en cuestión había tomado prestado de su estantería.
               Y me enorgullece decir que los dos terminamos sin problemas. Puede que en el instituto me distraiga con una mosca, pero te aseguro que durante un sexo no hay quien me haga perder la concentración.
               -Es un aliciente-contestó ella, recostándose sobre la mesa de billar y acariciándose instintivamente.
               Qué haces que no te casas con ella y le das 20 críos, Alec.
               Es una muy buena pregunta, conciencia; una pregunta para la que no tengo respuesta aún, más allá de que soy gilipollas de manual.
               Me puse el condón y tiré de ella para acercármela. Paseé la punta de mi miembro ya enguantado por sus labios menores y lo coloqué en la entrada de su vagina, y Sabrae se incorporó ligeramente.
               -¿No vas a pedirme que te mire?
               -No me hace falta-respondí, empujándola hacia mí por los lumbares y hundiéndome en  ella mientras la miraba a los ojos. Sabrae cerró los suyos, abrió la boca en forma de O en su lugar, y con una sonrisa en los labios, arqueó la espalda y comenzó a acompañarme con las caderas.
               Por Dios.
               Menuda delicia, joder.
               Lo que yo tenía cuando estaba fuera de Sabrae no era vida. Vida era lo que me daba ella cada vez me recibía en su acogedor interior.
               Y, por querer estar más hundido dentro de ella, terminé pifiándolo todo. Dado que ella se había tumbado en la mesa, y yo no estaba dispuesto a renunciar aunque fuera a un centímetro de unión, y también le había cogido el gusto a eso de follar tumbados, escalé hasta quedar con las piernas apoyadas en los bordes, las rodillas en el límite entre el cielo y la mesa, y me tumbé sobre ella.
               No me acordaba de que aquella era la mesa de la pata coja, la que nunca elegíamos precisamente por su tara… y fue aquella tara, precisamente, lo que hizo que el polvo acabara casi nada más empezar.
               Con un estruendo que seguramente habría despertado a la reina en Buckingham Palace, la pata de tornillos sueltos cedió ante el peso combinado de mi cuerpo y del de Sabrae y se dobló sobre sí misma, arrastrándonos a nosotros con ella… y envolviéndonos en un oscuro y peligroso silencio.
               Rodamos hasta quedar ella encima de mí y yo debajo de ella, con nuestros cuerpos separados por ahora centímetros. Sabrae abrió los ojos, sorprendida por el movimiento y el escándalo, y me puso una mano en el pecho.
               -¿Estás bien?
               Me había dado una hostia curiosa en la cabeza, y estaba bastante seguro de que había escuchado cómo me crujía la espalda con la caída, pero no teníamos tiempo de preocuparnos por mí: la pata de la mesa había cedido justo en un momento de transición entre canciones, con lo que en la barra habían escuchado perfectamente el escándalo.
               -¿Qué cojones pasa ahí dentro?
               -¡CORRE!-insté a Sabrae, empujándola para ponerla en pie. Me subí los pantalones a toda prisa mientras ella se hacía con mi camisa y miraba en derredor, frenética, hasta que dio con la señal luminosa en verde que marcaba la salida de emergencia. Echó a correr como alma que lleva el diablo en dirección a la calle, más rápido de lo que habría creído posible para alguien de su estatura y que encima llevaba tacones, mientras yo la seguía todo lo rápido que me permitía la difícil tarea de abrocharme la bragueta y terminar de vestirme.
               En el momento en que atravesé la puerta y Sabrae se giraba para comprobar si la seguía al doblar una esquina, la puerta del interior del local se abrió y el dueño se encontró con el estropicio que habíamos provocado.
               -¡¡ME CAGO EN LA PUTA!! ¿QUIÉN COJONES…? ¡TÚ, CABRÓN! ¡NO CORRAS! ¡VUELVE AQUÍ!
               -Y una mierda-musité por lo bajo, echando cálculos y dándome cuenta de que una mesa de billar probablemente valdría mi sueldo de varios meses. Sabrae tiró de mí para ayudarme a girar la esquina, tan rápido como iba, y echó a correr con mi mano en la suya y su bolso en la otra, saltando charcos y esquivando bocas de riego en dirección a la calle, con el ruido de los pasos de nuestro perseguidor acercándose cada vez más y más.
               Cuando nos acercamos a una de las salidas de emergencia de la discoteca de Jordan, no me lo pensé dos veces y nos colé por ella. Sabrae ahogó una exclamación de sorpresa, y me siguió con paso inseguro pero apresurado mientras yo me abría paso por entre las bolsas de basura de las noches anteriores y los gatos callejeros rebuscando su cena. Avanzamos de espaldas, mirando en dirección a la calle, listos para echarnos uno en brazos del otro y fingir que habíamos salido a enrollarnos fuera (Sabrae me tendió la camisa y me hizo ponérmela mientras retrocedíamos), rezando en silencio para que nuestro perseguidor pasara de largo.
               Di con la espalda contra la pared del edificio y Sabrae chocó contra mí. La sujeté del hombro y esperamos bajo el manto de nubes de enero que ocultaban las estrellas. De nuestras bocas salían nubes de vaho que nos hacían parecer locomotoras.
               Los pasos se acercaron más y más, hasta que una silueta pasó zumbando ante nuestros ojos, a poco más de cinco metros de distancia, y desapareció con la misma rapidez con la que había aparecido.
               Sabrae y yo nos miramos un momento, y luego nos echamos a reír, aliviados por lo rápido que habíamos escapado de la situación… hasta que una de las puertas de emergencia (la del vestidor que casi nunca se usaba, creo) se abrió y de ella salieron dos chicas. La que había salido la última empujó a la primera contra la pared, y la primera se giró en mitad de la trayectoria para encarársele. Justo cuando pensé que íbamos a presenciar una pelea de gatas nocturna, la noche mejoró y las tías empezaron a darse el lote.
               Mientras yo me quedaba mirando embobado cómo las dos tías se metían la lengua hasta el esófago, Sabrae saltó y sujetó la puerta para que no se cerrara y pudiéramos entrar, con tan mala suerte para las chicas que la luz del interior del local cayó sobre ellas como la furia justiciera de un dios.
               -¿Katie?-pregunté, estupefacto. Katie era la primera de la clase cuando Bey se ponía enferma; cuando Bey estaba presente, se convertía en la segunda, pero desde luego era la ganadora en lo que se refiere a ser repelente.
               No tenía ni idea de que le fueran las tías.
               Principalmente porque tenía una tragadera de pollas que ya quisieran muchas actrices porno. Créeme, lo sabía por experiencia.
               La emparedada miró en mi dirección y le dio un empujón a su novia/rollo-de-una-noche/experimento-para-descubrir-su-auténtica-sexualidad.
               -¿Alec? ¿Qué haces aquí fuera?
               -¿Cómo que qué hago aquí fuera? ¡Yo podría preguntarte lo mismo!-acusé.
               -¡Métete en tus cosas!
               -¿Tú no tenías novio? A ver, que yo no juzgo, ni nada, pero… pensaba que tú y Paul…
               -Paul es gilipollas.
               -Eh, menuda novedad, tronca.
               -Y yo soy lesbiana.
               -No lo parecías en Halloween.
               La otra chica se me quedó mirando.
               -Alec-siseó Sabrae, pero yo estaba ido y no atendía a razones. Era como una cría de mula que llevan a una juguetería de mulas. No me iban a sacar de allí si no era guiándome con la promesa de una zanahoria.
               Lo cual, traducido a mi persona, venía a ser más o menos que Sabrae me enseñara las tetas.
               Y Sabrae no iba a enseñarme las tetas.
               -Se la chupé en Halloween-explicó Katie a su… amiga bucal. Y la amiga bucal abrió la boca y los ojos.
               -Ah.
               -Pero estaba borracha, ¿eh?
               -Habías bebido dos cervezas.
               -Alec-riñó Sabrae.
               -No estaba en mi mejor momento, ¿vale?-atacó Katie-. Paul acababa de decirme que se había liado con otra en uno de nuestros períodos de descanso de la relación, y bueno, por muy gilipollas que seas, estás bastante bueno, y estábamos de fiesta, y…
               -¿Quieres que vaya y le corte las pelotas?
               Las tres chicas se quedaron en silencio.
               -¿Qué pasa?-la cara de Katie era un poema-. No está bien ponerle los cuernos a tu novia.
               -Yo no soy una cornuda. Lo habíamos dejado.
               -Sí, bueno, Paul y tú lo dejáis y volvéis y lo volvéis a dejar, porque tú eres tonta y no te das cuenta de que vales mucho más que un payaso cani como él-me encogí de hombros-. Oye, que no tengas muchos amigos chicos no significa que no puedas aprovechar los de Bey. Sabes lo bueno que soy haciendo desaparecer a gente una temporadita-las chicas abrieron los ojos de par en par-. ¡No me miréis así! Hablo de hacerle un poco de pupita y que se quede en casa tomando caldo un par de semanas. Ni que fuera a mandarlo a Cancún para que fuera un esclavo sexual-puse los ojos en blanco.
               -Me cae bien este penco nocturno-le dijo la amiga bucal de Katie a Katie, y Katie puso los ojos en blanco.
               -Porque no lo tienes en clase.
               -Bueno, chicas, os dejo para que hagáis… eh… actividades lésbicas. Tienes mi número si necesitas algo, K.
               -No me llames K. Y no tengo tu número.
               -Pues búscalo en el grupo de clase, tronca, que yo igual repito, pero tú eres bastante lerda.
               Me dirigí hacia la puerta en la que me esperaba Sabrae, pero me giré en el último momento y la miré.
               -¿De verdad piensas que estoy bueno?
               Sabrae me cogió de la camisa y tiró de mí para que cerrara la puerta de una vez. Me volví para mirarla.
               -Me he liado con una lesbiana. Apuesto a que ése es un logro que tu hermano no ha logrado desbloquear aún.
               -Si le gustan los chicos no es lesbiana-sentenció Sabrae-. Es bisexual, como yo.
               -¿Quién eres tú para decir qué es nadie, Sabrae?
               -Parte del colectivo más oprimido de las orientaciones sexuales activas. Te sorprendería la cantidad de homosexuales que dicen que lo siguen siendo a pesar de que les atraiga alguien del otro sexo. O a la inversa. Es como si temieran perder alguna especie de carnet, o algo-Sabrae levantó las manos y puso los ojos en blanco.
                -¿Cómo que a la inversa?
               -A ver, Alec… si tú eres un tío, y te pone otro tío, muy heterosexual no es que seas.
               -Yo soy súper heterosexual-discutí-. Soy el único heterosexual que puede entrar en Los muslos de Lucifer sin que le linchen-le recordé, y Sabrae se rió.
               -Es un ejemplo, amor. Ya sé que tú eres un machito hetero VIP. Sólo te lo estoy explicando-se puso de puntillas y frotó su nariz con la mía.
               -Me he ganado mi puesto como machito hetero VIP a pulso. No voy a dejar que me lo quites por un ejemplo tonto. Me gustan las tías.
               -Lo sé, sol.
               -Me gustan mucho-hice un puchero.
               -Ya.
               -Son lo único que me gusta.
               -Me he dado cuenta antes-sonrió-, mientras follábamos en la mesa de billar.
               Sonreí.
               -¿Te gustó?
               Asintió.
               -Pues era mi primera vez follando en una mesa de billar.
               -Por fin te desvirgo en algo-sonrió, echándome los brazos al cuello y acercando su boca a la mía.
               -Lo mismo digo, nena.
               -¿Lo retomamos donde lo habíamos dejado?
               -¿Por dónde íbamos?-coqueteé, y Sabrae se echó a reír, cogió mi mano y la puso sobre su pecho y jadeó:
               -Por ahí, más o menos.
               Sonreímos en la boca del otro y continuamos besándonos, mientras yo la llevaba de camino al baño, por los estrechos pasillos por los que se suponía que no debía pasar nadie, pero por los que pasaban de todas formas. Como había cola en el baño de las chicas (para variar), decidimos ir al de los chicos, con tan mala suerte que mientras la metía en el interior, sus amigas salieron de la puerta de enfrente y lanzaron un chillido cuando nos vieron.
               -¡Ya estáis aquí!-bramaron, abalanzándose sobre Sabrae-. ¿Qué tal el polvo?
               -¿Cómo que qué tal el polvo?-protesté-. ¡Pues bien! ¿Cómo queréis que esté?
               -¿No te cansas de intercambiar babas? ¡Basta ya!-urgió Kendra, agarrando a Sabrae por las muñecas-. ¡Préstanos atención! Están poniendo muchas canciones de Bruno Mars. ¡Tienes que venir a bailarlas con nosotras!
               -Pero…
               -¡Calla!-bramaron las chicas, y Sabrae cerró la boca-. El Consejo de Sabias se está pronunciando.
               -Hora de votar-anunció Amoke-. ¿Debe Sabrae dejar plantado a Alec y venirse con nosotras a perrear? Las que estén a favor, que levanten la mano.
               Las tres la levantaron.
               -Para asegurarnos: las que estén en contra, que levanten la mano.
               Levanté la mano y miré a Sabrae, que no hizo nada.
               -¿Disculpa?
               -No puedo votar. Son las reglas.
               -¡Por mayoría absoluta Sabrae tiene la obligación de perrear!-canturreó Taïssa, tirando de su brazo.
               -Si me hubierais pillado hace quince minutos, estaríamos de empate-gruñí, pero Sabrae se dio la vuelta y me apaciguó un poco dándome un beso.
               -Cuando terminemos, te busco, te lo prometo.
               -¿Cuánto vais a tardar?
               Las chicas me fulminaron con la mirada.
               -En el noble arte del perreo, sabes cuándo empiezas, pero no cuándo terminas-constató Amoke.
               -Ponerle una fecha tope va contra natura-dijo Taïssa.
               -Hombre tenías que ser-fue lo que se limitó a escupir Kendra, y Sabrae me lanzó una mirada de disculpa y las señaló con el pulgar mientras iba con ellas. Me quedé de piedra viendo cómo se marchaba.
               -Sabrae, ¿no te olvidas de algo?
               Ella se volvió y se rascó el codo. Me metí la mano en el bolsillo y, ni corto ni perezoso, le mostré el tanga. Se puso roja como un tomate y corrió a quitármelo mientras sus amigas aullaban como lobas.
               -¡¿HAS VENIDO SIN NADA?!
               -¡ERES UNA GOLFA!
               -¡NOS LO CONTARÁS, ¿VERDAD?!
               -¡COCHINA, COCHINA, COCHINA, COCHINA!-corearon mientras la perseguían, y yo me quedé mirando cómo Sabrae se escabullía entre la gente, con su tanga en el puño cerrado y sus amigas corriendo tras ella como los guardaespaldas de una celebridad particularmente traviesa.
               Tras verla desaparecer definitivamente y que todas mis esperanzas de que regresara se desvanecieran, finalmente entré en el baño. Fui al único urinario libre y los dos tíos que tenía al lado se me quedaron mirando cuando vieron que mi polla, en vez de ser de color carne, había adquirido un extraño color púrpura.
               -¿Ahora los traes ya puestos de casa, Alec?-se cachondeó Percy, que iba al mismo curso que yo y también boxeaba, pero donde yo destacaba él era mediocre, y donde yo era pésimo él también era mediocre, pero por lo menos aprobaba.
               -Si yo te contara, macho…
               -Es una buena forma de ahorrar tiempo, ya sabes-rió el que tenía a mi derecha, Jack, con el que solíamos echar partidas de baloncesto los domingos, cuando mis amigos y yo jugábamos contra otro grupo de amigos del instituto al que iba Bella.
               -Podía haberlo descubierto antes.
               -¡Uh! Así que… ¿los rumores son ciertos?-Percy se subió la bragueta y se apoyó en la pared-. ¿Te ha pescado una?
               -“Pescar” no es la palabra que usaría, pero el concepto viene a ser el mismo-me eché a reír, anudé el condón y lo tiré a la basura.
               -Alec con novia. Pensé que no íbamos a vivir para verlo-dijo Jack, guiñándole un ojo a Percy.
               -Vuestras plegarias han sido escuchadas, hermanos-les di una palmada en el hombro a ambos-. Ya no tenéis a nadie que os levante a las tías en el último minuto.
               -Bueno, ¿y no piensas contarnos quién es? Mira que pago yo las cervezas, eh.
               -¿Para que me la espantéis? Ni de coña. Bastante potra estoy teniendo como para que ahora vengáis vosotros a abrirle los ojos. Si yo no consigo abrírselos y ella no puede sola, tanto mejor.
               -Sí, sí, fijo que la parte de su cuerpo que más quieres abrirle son los ojos. Qué galante…-Jack me miró de arriba abajo y yo me eché a reír. Habían conseguido ponerme de mucho mejor humor, y eso que, a pesar de que mi polvo con Sabrae se había visto pospuesto hasta nuevo aviso, no estaba tan cabreado como cabría esperar. Incluso agradecí un poco de ese tiempo que podía pasar a solas; al fin y al cabo, tenía recuerdos recientes de sobra en los que recrearme mientras esperaba que volviera conmigo.
               Pero que la gente hablara de que una chica misteriosa (o puede que no tan misteriosa) había hecho que yo cambiara ya era motivo de celebración. Si todo el mundo notaba algo raro en mí, era que iba por el buen camino. Que pronto estaría a la altura de Sabrae.
               Así que, para celebrarlo, me dirigí a la barra y le dije a Jordan que llevara una ronda de chupitos a nuestro sofá.
               -No soy un repartidor a domicilio-protestó cuando me marché sin esperar a que los sirviera, pero terminaría viniendo al sofá, aunque fuera sólo para meterse con Scott.
               Precisamente era éste el que quedaba sentado en el sofá, mirando al vacío con una cara de estreñido de varios días que no había manera de quitarle. Como sabía el carácter que tenía Scott cuando tenía el día cruzado, me senté un poco lejos de él, dejándole el espacio que necesitara.
               -¿Dónde tienes a Tommy?
               -Bailando con Bey-hizo un gesto con la mandíbula en dirección a nuestro amigo, que bailaba muy pegadito a mi mejor amiga. Dado que no tenía a Diana para bailar así de juntos, buena era Bey como sustituta.
               -¿Me la quiere levantar?
               Scott puso los ojos en blanco y no contestó, así que yo interpreté su silencio como un “cállate, Alec”. Saqué el móvil y me quedé mirando embobado el fondo de pantalla de la conversación con Sabrae, aquella foto que me había ofrecido que le hiciera. Scott lo miró de reojo y lanzó un bufido.
               -¿Qué?
               -Nada.
               -¿A qué ha venido eso?
               -¿El qué?
               -Eso.
               -No he hecho nada.
               -Mira, Scott, si te parece mal que tenga fotos de tu hermana en el móvil, lo entiendo perfectamente, pero también debes entender que a mí me moleste. No voy a hacer nada con esas fotos.
               -Me la sudan las fotos. Como si se las haces en bolas.
               Dicho lo cual, alcanzó el paquete de tabaco y sacó un cigarro de su interior, con tan mala suerte que en ese momento llegó Jordan.
               -Aquí no se puede fumar.
               -Que te jodan, Jordan-espetó Scott, y Jordan y yo intercambiamos una mirada. Me senté al borde del sofá hasta quedar sentado en él y le quité el cigarro de la boca a Scott-. ¡Eh!
               -Vale, ¿qué pasa, a ver?
               Scott puso los ojos en blanco y se cruzó de brazos, como si tuviera 3 años, lo cual se aproximaba bastante a su edad mental.
               -No me pasa nada.
               -A mí no me lo parece. ¿Jor?
               -Estás muy raro esta noche.
               Scott lanzó un suspiro catastrofista y señaló hacia la pista de baile. Al principio no vi bien a qué estaba señalando, y por un momento pensé que se refería a Bey y Tommy...
               … hasta que la vi. En una esquina, estratégicamente colocada bajo un foco, Eleanor se frotaba contra un tío al que yo no había visto en mi vida.
               -¿Es por eso? Tío. Si yo me cabreara con Sabrae por bailar con otros, me daría un repasito bastante importante.
               -Sabrae no es tu novia-atacó Scott.
               -¿A que te parto la cara?-espeté, porque no iba a tolerarle que usara contra mí la negativa de su hermana. Aquello eran cosas nuestras, que no le concernían a él.
               Scott lanzó un suspiro y me puso una mano en el hombro.
               -Lo siento, Al. Es que... no estoy en mi mejor momento últimamente, ¿sabes?
               Algo en sus ojos castaños con motitas verdes y doradas me hizo entender de qué iba todo de una vez. Asentí con la cabeza, le di una palmadita en la rodilla y le dije que no pasaba nada, sabedor de que si le decía a Jordan que nos dejara solos, o bien se resistiría, o bien me obligaría a contarle de qué iba todo aquello una vez que estuviéramos él y yo solos. Y yo no le había prometido a Scott que mantendría a salvo su secreto para echarlo todo a perder a la mínima de cambio.
               Una vez que Jordan se hubo ido, después de brindar y asegurarse de que Scott y yo no íbamos a insultarnos, pegarnos ni maternos, me volví hacia él y me lo quedé mirando.
               -Bueno... tú dirás, tío. ¿Qué pasa?
               -Es Eleanor-especificó, pero yo no le dije nada de que no era lerdo ni nada así. Sabía que lo decía porque necesitaba sacárselo del pecho, y cuando tus problemas tienen nombre de chica, lo primero que tienes que hacer es nombrarla. Así me había pasado a mí con Sabrae cuando me dio calabazas y, aunque su nombre había quemado entonces en mi boca como si fuera ácido, a la hora de la verdad había sido como sacarse una espinita del corazón. Había hecho daño, sí, pero lo necesitaba para sanar-. Quiere que lo hagamos público.
               Apoyé la espalda en el sofá bajo la atenta mirada de Scott, meditando sobre sus palabras. Sabía el sendero que debía seguir ahora que Scott me lo había mostrado.
               -Bueno-asentí, haciéndole saber que tenía toda mi atención.
               -Pero no puedo hacerlo antes de decírselo a Tommy.
               -Ya-asentí, rascándome la mandíbula.
               -Y no puedo decírselo a Tommy-añadió Scott, mirándose las manos.
               -¿Por?
               -Pues… porque no. Porque es Tommy. Y se trata de Eleanor. No hay que ser un lince para saber lo que va a pasar.
               -¿Qué va a pasar, según tú, S?
               -Se va a cabrear conmigo. Lo sé. Es que… es imposible que no se cabree conmigo-se pasó las manos por el pelo y dejó los codos anclados en sus rodillas-. Le he traicionado.
               -Tío. Tío, no digas eso. Tú no tienes ningún control sobre eso.
               -Sí que lo tengo.
               -No, no lo tienes. ¿Piensas que Sabrae se habría pillado por mí de tener el más mínimo control? Soy yo, S. Alec. El fuckboy original-le recordé, y Scott me miró a través del hueco que hacía con su brazo, como un murciélago asomándose a la entrada de su cueva-. Soy hombre, blanco, heterosexual, de clase media-alta. Todo lo que ella detesta. Y sin embargo, aquí nos tienes.
               -Pero no es lo mismo, tío. Yo no... Sabrae fijo que se resistió.
               -¿Piensas que habría servido de algo, con esta cara que me ha dado mi madre?-pregunté, encuadrándomela bajo una mano, y Scott se echó a reír.
               -Lo que quiero decir es… seguro que a Sabrae le sentó mal. A mí no me ha sentado nada mal. Me ha gustado. Desde el minuto uno. Me he entregado a ella como un cabrón.
               -Pues díselo así tal cual a Tommy, tío. Estoy seguro de que lo entenderá.
               -Tommy piensa que puedo estar haciendo esto por jugar con Eleanor.
               -¿Un Tomlinson lerdo?-respondí, repantigándome en el sofá-. Vaya. Quién lo hubiera dicho. Estoy seguro de que es algo novedoso en este país.
               Scott volvió a reírse, pero su risa se acalló rápido, como la llama de una vela que no consigue superar las continuas ráfagas de viento.
               -No puedo decírselo a Tommy. Y la voy a perder.
               -Tendrás que terminar diciéndoselo. Imagínate que os casáis. ¿Qué vas a hacer? ¿No invitarlo a la boda? ¿Y cuando Eleanor empiece a firmar sus discos de platino como Eleanor Malik? ¿O cuando tengáis críos? ¿Te inventarás que son del vecino?
               -No me estás ayudando, tronco.
               -Es que estás obcecado, macho. No se lo quieres decir a Tommy, pero tampoco quieres esconderte más, ¿o me equivoco?
               -Lo que no quiero es que… me lo impongan. Quiero estar seguro al cien por cien cuando se lo cuente.
               -¿Seguro de qué?
               -No lo sé, Al. De que es el momento indicado. De que… no sé. De que no la voy a cagar. De que hay posibilidades de que pille a Tommy de buenas, y… no lo pierda.
               -No vas a perder a Tommy, ¿qué dices?
               -Me va a hacer elegir entre ella y él-sentenció Scott, angustiado, y yo sentí que mi estómago se hundía al darme cuenta de que no había manera de consolar a Scott con respecto a eso, porque tenía toda la razón.
               Excepto si…
               -No va a hacerlo.
               -¿Por?
               -Porque no es tonta.
               Scott se me quedó mirando mientras yo alcanzaba el cigarro que le había quitado y le daba una calada.
               -Lleva las de perder. Lo sabe todo el mundo. Lo sabe hasta ella. Por eso te está haciendo esto. No hay Scott sin Tommy. Y no hay Tommy sin Scott. Por eso te está poniendo contra la espada y la pared: porque ella lo sabe, pero tú no. Como si hubiera opción a que te pasara algo con Tommy-puse los ojos en blanco y me reí entre dientes-. Por favor. ¿Qué vais a hacer? ¿Pegaros por ella? Ni cuando éramos críos os vi daros de hostias. No, no vais a tener un apocalipsis. Puede que tengáis movida, no te digo que no, pero, ¿no termináis arreglándolo siempre? ¿Cuánto tiempo habéis estado sin hablaros de seguido? ¿Un día? ¿Dos? Si vivís en casa del otro, por el amor de Dios, Scott. Que tienes un puto cepillo de dientes para él en tu baño-le recordé-. E incluso compartís la ropa. ¡Si la compráis juntos, no me jodas! Fijo que tu madre te ha lavado gayumbos de Tommy alguna vez. O a la inversa. No me extrañaría una mierda-negué con la cabeza-. Es más, estoy convencido de que no compartís a  las tías porque no os gustan las mismas.
               -A mí me gustan guapas.
               -Y a Tommy le gustan las zorras sin corazón, o de lo contrario no se habría liado con Meghan-me encogí de hombros y abrí los ojos, como diciendo “tengo razón y lo sabes”. Scott puso los ojos en blanco.
               -Valiente hija de puta.
               -Aunque, ahora que lo pienso… a ti también te gustan las zorras sin corazón.
               -¿A que te parto yo a ti la cara? Como vuelvas a decir algo malo sobre Eleanor…
               -Lo digo por Ashley, retrasado-le recordé, y Scott abrió la boca, asintió con la cabeza, y se vio obligado a darme la razón. Se quedó mirando a Eleanor bailar como un cachorrito abandonado hasta que a mí me dio lástima y lo empujé para que se levantara.
               -Vete a hablar con ella. Venga. No puedes estar aquí como si fueras un alma en pena. Eres el soltero más cotizado de Londres-le recordé, y Scott se me quedó mirando.
               -¿Y qué hay de ti?
               -Las tías renunciaron a intentar cazarme hace tiempo. Saben que soy un alma libre. Tú, en cambio, eres un romanticón de la leche. Te viene en los genes. Mira qué música más cojonuda hace tu padre. Canciones como It’s you deberían estar prohibidas. Qué cabrón-le di una calada al cigarro y chaqueé la lengua-. Si pusiera el mismo esmero haciendo críos que música, todos aquí seríamos vírgenes salvo tú.
               Scott se echó a reír, me revolvió el pelo y me abrazó.
               -Gracias, Al.
               -¿Por qué? Somos amigos. Para eso estoy. Además… me mola esto de consolarte con el tema de Eleanor. Me hace sentir único e irrepetible. Como un oso panda en un zoo-le guiñé un ojo-. Soy como un agente doble. De día, repartidor eficiente y boxeador retirado; de noche, consolador profesional y vividor follador retirado también.
               Scott soltó una carcajada, me revolvió el pelo y se perdió entre la gente. Cuando Tommy y Bey regresaron de bailar y me preguntaron por él, me hice el sueco y le solté que se había largado “con un piba que ya me gustaría a mí”.
               -¿Ahora le va el incesto?-rió Tommy, y yo puse los ojos en blanco.
               -Qué gracioso eres, chico…
               Empezó a sonar otra canción y Bey le pidió permiso a Tommy para abandonarlo y arrastrarme a mí a la pista de baile en su lugar. No tuvo que suplicar mucho. Precisamente estando allí, Scott me tocó en el hombro y me pidió que le hiciera un favor que no me especificó: yo no lo necesitaba. Sólo nos pedíamos un tipo de favores cuando era de noche y estábamos en la discoteca de Jordan. Miré a Eleanor entre la gente mientras le pasaba el paquetito plateado a Scott.
               -Que no se te suba a la chepa-le dije-. Córrete tú antes que ella.
               -¿Cuántas veces te has aplicado el cuento con Sabrae?-se burló Scott.
               -Ninguna. Así me tiene-sentencié, y volví a ponerle la mano en la cintura a Bey.
               Regresamos al sofá, y los dos Malik vinieron a él a la vez, aunque desde sitios diferentes y pretextos también distintos. Mientras que Scott venía con una sonrisa boba en los labios, de la que Tommy se rió enseguida, Sabrae traía una lasciva, pagada de sí misma.
               -¿Ya es mi turno?-pregunté, con los tobillos entrecruzados y la cabeza inclinada hacia un lado.
               -Depende, ¿quieres que lo sea?
               -No lo…-empecé, pero me callé en cuanto reconocí el suave sonido de una de las canciones de The Weeknd. Sabrae tiró de mí para levantarme del sofá y me miró a los ojos cuando empezó la canción, acoplándose a la perfección con la voz de Abel: quiero follarte despacio con las luces encendidas.
               Joder, y yo, nena. Y yo.
               Bailamos, brincamos, giramos y nos gritamos la letra el uno al otro en la marea de gente; Sabrae incluso empezó a mover los pies como lo hacía el cantante en el vídeo de la canción, completamente desinhibida y no cabiendo en sí misma de lo contenta que estaba. Se colgó de mi cuello y empezó a besarme mientras sonaba otra canción a la que ninguno le hizo caso, y estábamos a punto de irnos al rincón con el sofá cuando empezó a sonar Please me, de Cardi B y Bruno Mars, y ella soltó un grito (casi me deja sordo, la muy cabrona) y empezó a brincar.
               -Ni de coña te me vuelves a escapar-le dije, y ella se echó a reír y negó con la cabeza.
               -Soy toda tuya. 
               -¿Me lo pones por escrito?
               Volvió a reírse, me dio otro beso y continuó girando sobre sí misma, flagelándome con sus rizos.
               No soportamos otra canción más. Su culo frotándose contra mi entrepierna y mis manos por todo su cuerpo pudieron más que nosotros, y cuando los últimos acordes de la canción aún estaban sonando, ya estábamos entrando en el cuarto donde había empezado todo.
               Mi camisa echó alas de nuevo y también lo hicieron los zapatos de Sabrae; se tumbó en el sofá y yo caí encima de ella, con nuestras bocas pegadas y las manos recorriéndonos como si nos leyéramos en braille el uno al otro, y fuéramos la novela más interesante que había caído en nuestras manos.
               Sabrae me metió la mano en el bolsillo trasero del pantalón, donde yo metía los condones para tenerlos más a mano cuando empezábamos a calentarnos, y…
               Estaba vacío.
               Mierda.
               Mierda.
               Mierda.
               -Me cago en dios-gruñí por lo bajo, y Sabrae abrió los ojos.
               -¿Qué pasa?
               -El condón de recambio. Se lo he dado a tu hermano.
               Sabrae frunció el ceño.
               -¿Cómo que…?
               -Pues que soy puto imbécil, Sabrae, y le he dado el último condón a tu maldito hermano, cojones.
               -No te enfades.
               -No, sí que me enfado. Es que parezco subnormal, joder.
               -Que no te enfades, te digo. Estás muy guapo cuando te enfadas-me riñó, tirando del colgante del diente de tiburón que llevaba al cuello para besarme-, y no puedo decirte que no a nada. Y tengo que decirte que no hasta que no tengamos un condón. Venga-me dio una palmada en el culo-, vístete, fiera. Vas a por uno y vuelves. Yo te espero aquí.
               -¿No vienes?
               -Si salgo de esta habitación, no voy a volver a entrar-rió.
               -Echa el pestillo.
               -No va a entrar nadie.
               -Lo digo por ti. Para que no te escapes.
               Jamás había dado tantos codazos en toda mi vida como aquella noche. Me fui abriendo paso no como una serpiente que se mete por los recovecos que ve, sino como un buldozer que arrasa con todo a su paso.
               Me incliné sobre la barra y me dediqué a gritar el nombre de Jordan hasta que Patri asumió que no había nada que ella pudiera darme y llamó a su jefe.
               -¿Qué coño pasa?
               -Necesito un condón.
               -Y yo una novia, no te jode.
               -Milagros no hago, Jordan. Dame uno de la caja de emergencia.
               -Son cinco libras.
               -¿ME LO VAS A COBRAR?
               -Oferta y demanda, chaval.
               -Vete a la mierda. Puto imbécil. Te voy a mandar a Júpiter de un puñetazo, desgraciado-farfullé, echando mano de la cartera, pero Jordan se echó a reír y negó con la cabeza, tendiéndome un puñadito de paquetitos plateados-. Joder, Jor. Te quiero. Si fuera tía, te entregaría mi virginidad-gimoteé, saltando la barra y dándole un beso en la mejilla.
               -¡Quita, puto baboso!-bufó Jordan, limpiándosela-. ¡A que no te hago más favores!
               -Te debo una. Bien gorda. Gracias, hermano-le guiñé un ojo y me giré para pirarme, y lo habría hecho de no ser por una barrera femenina que me cerraba el paso.
               -¡¡Alec!!-festejaron las amigas de Sabrae, como si llevaran dos años sin verme.
               -Ey-musité, porque no es que tuviera nada en contra de ellas, pero… bueno, sí, sí que tenía algo en contra de ellas. Me la habían quitado. Estaba con ella, y me la habían quitado. Se había vuelto personal.
               Y no sólo eso: ahora, encima, se interponían entre ella y yo. No se me ocurría cómo librarme de ellas rápido sin ser maleducado, pero tampoco es que eso me preocupaba en exceso. Tenía toda la sangre de mi cuerpo concentrada en un único punto, que no era el cerebro, precisamente.
               -¿Qué pasa? ¿Cómo va la noche?-gritaron a coro, y yo me las quedé mirando. Parecían borrachas, fumadas, las dos cosas, o simplemente lerdas. No sabría decir cuál de las cuatro.
                -Bien-contesté, sin saber muy bien qué decirles, encogiéndome de hombros ligeramente. ¿Me estaban preguntando si ya me la había tirado?
               -¿Y todo en general?-se echaron a reír como si hubieran dicho lo más gracioso del mundo, y yo me volví hacia Jordan, que las miraba con el ceño fruncido. Puso dos vasos de chupito encima de la barra y los llenó.
               -Eh… bien también.
               -¿Y tiene visos de mejorar?-quiso saber Amoke, meneando las cejas en mi dirección.
               -Bueno, un poco sí. ¿Me dejáis…?
               -¿Vas a volver a pedirle?-espetó Taïssa, abriendo mucho los ojos y juntando las manos. Parecía rezarle a un santo que no le hacía especial caso, pero en el que creía a pies juntillas.
               -No creo. Si me disculpáis, chicas, tengo que…-murmuré, intentando abrirme paso entre ellas, pero ellas cerraron filas como si pertenecieran al mejor (y más pequeño) ejército del mundo.
               -Pero, ¡tienes que pedirle, Alec! ¡No puedes esperar más!-me recriminó Amoke.
               -¡Sí, tío! ¡Ya que no supiste aprovechar en Nochevieja… aprovecha ahora, que está casi tan contenta!
               Noté cómo Jordan me taladraba con la mirada cuando me quedé clavado en el sitio. Las miré a las tres alternativamente: primero Kendra, después Amoke, luego Taïssa, y luego Amoke, y después Kendra de nuevo.
               -¿Eh?
               -Sí, tío, ¡te la pusimos en bandeja y tú no quisiste entrar al trapo! Es hora de que muevas ficha.
               -¿Cómo que “me la pusisteis en bandeja”?
               Algo en mi interior se revolvió. Estaba entendiendo de qué hablaban. No lo entendía, pero lo hacía.
               Acababan de darme la última pieza del puzzle, la que me faltaba, la más grande, la esencial.
               -Sí, tío. Vamos a ver-Kendra se apartó el pelo de la cara-, nosotras que vamos, y le hacemos coger una mangada del quince para que te diga a todo que sí, y tú vas y en vez de preguntarle si quiere ser tu novia, te la llevas a una habitación en la que sabe Dios lo que hicisteis. ¡Si sólo te acuerdas tú!
               -¡O igual es tu novia y no nos queréis decir nada!-rió Taïssa, y yo me las quedé mirando. Dejé los vasos de chupito que Jordan me había preparado sobre la barra y me volví hacia ellas.
               -Esperad un momento, ¿qué me estáis diciendo? ¿No… no fue un accidente? ¿No se pasó ella?
               Sabrae había anticipado Nochevieja igual que yo. Sabrae tenía las mismas ganas que yo de acostarnos. Sabrae había babeado igual que yo con ella cuando me vio con la ropa que se suponía que iba a quitarme.
               Yo ya lo sabía. En el fondo, ya lo sabía. Sabía que ella no se pasaría tantísimo con el alcohol en una noche que se suponía que era para nosotros dos.
               Ese algo empezó a tomar forma… y temperatura. Era una bestia, con garras, con escamas, con fauces. Un dragón. Un dragón que no se conformaría con mi pequeño cuerpo que casi no podía hacer daño. Necesitaba desgarrar. Necesitaba quemar. Necesitaba reducirlo todo a cenizas.
               No había sido Sabrae.
               Habían sido sus amigas.
               -No, no; a ver-intervino Taïssa, abriendo las manos-. Un poco accidente, sí que fue. Verás: nosotras íbamos con la intención de dejarla un poco contentilla, más dócil, para que cuando estuvierais juntos y le sacaras el tema accediera, pero… claro, no nos coordinamos. Es que, siendo tres… es un poco complicado-soltó una risita tímida, como diciendo mierda. Me acaban de pillar.
               Vaya cómo la habían pillado.
               -Sí, y empezamos a darle todas-explicó Amoke-, sin saber que las demás también le estaban dando.
               Lo escuché. Juro que lo escuché. A ese algo de mi interior desconectándose, lo que me decía dónde estaba el límite y cuándo lo estaba cruzando.
               Pero joder… como para que no se desconectara. Si hubiera llegado dos minutos más tarde, puede que ni la hubiera encontrado. Puede que la hubiera encontrado debajo de aquel puto baboso. Puede que…
               Podrían haberla violado.
               Y la culpa la tenían sus amigas.
               -¿Es que estáis mal de la cabeza?-ladré, y escuché a lo lejos, como si de un sueño se tratara, cómo Jordan levantaba la barra y venía para colocarse a mi lado. Las tres chicas dieron un brinco y abrieron muchísimo los ojos-. ¿Cómo cojones podéis ser tan jodidamente inconscientes? ¿¡Para qué mierda queríais emborracharla!?
               -No te pongas así con nosotras, ¡te estamos diciendo que fue un accidente!
               -¡¿ES QUE NO OS DAIS CUENTA DEL PELIGRO EN QUE LA PUSISTEIS?! PODRÍAN HABERLE HECHO CUALQUIER COSA. CASI NO ME RECONOCÍA CUANDO LA ENCONTRÉ.
               -¡No nos chilles!-se defendió Amoke-. ¡No teníamos mala intención! ¡Es que se nos fue de las manos, simplemente! ¡Íbamos a cuidarla hasta que tú vinieras a por ella, pero…!
               -PERO NO LO HICISTEIS. NO LA CUIDASTEIS. LA DEJASTEIS TIRADA, COMO SI FUERA UN TRAPO. ME COSTÓ DIOS Y AYUDA ENCONTRARLA. CASI ME DA ALGO. Y CASI ME DA ALGO TAMBIÉN CUANDO LO HICE.
               ­-Ella no se acuerda de nada-empezó Taïssa, pero yo la corté.
               -PERO YO SÍ. NO SE ME VA A OLVIDAR EN LA VIDA EL VERLA CON EL OTRO TÍO ENCIMA DE ELLA, INTENTANDO METERLE LA LENGUA EN LA BOCA. ¿SABÉIS QUÉ PODRÍA HABER PASADO DE NO HABER LLEGADO YO CUANDO LO HICE? PODRÍAN HABER ABUSADO DE ELLA. O ALGO PEOR.
               Las chicas abrieron los ojos todavía más, como búhos en la noche.
               -No nos lo contó.
               -PORQUE YO NO QUERÍA PREOCUPARLA. LE CONTÉ UN POCO POR ENCIMA LO QUE LE PASÓ, PERO NO LE HICE SABER LO GRAVE DE LA SITUACIÓN. ¿Y AHORA ME DECÍS QUE LA CULPA LA TENÉIS VOSOTRAS? ¡Y TODAVÍA INTENTÁIS EXCUSAROS!
               -¡Nos pusimos tan mal como ella!
               -¡O peor!-se escudó Kendra, y me volví contra ella.
               -VOSOTRAS OS TENÍAIS EN PIE. SABRAE NO. VOSOTRAS SABÍAIS DÓNDE ESTABAIS. SABRAE NO.
               -No era nuestra intención que…
               -SOIS UNAS AMIGAS DE MIERDA. NO PUEDO CREER QUE DIGÁIS QUE LA QUERÉIS. A MÍ JAMÁS EN LA VIDA SE ME OCURRIRÍA DEJAR TIRADO A UN AMIGO CUANDO ESTÁ ASÍ DE MAL, NO YA DIGAMOS EMBORRACHARLO YO A PROPÓSITO PARA… ¿QUÉ? ¿ECHAROS UNAS RISAS?
               -¡LO HICIMOS POR TI!-estalló Amoke, y Kendra y Taïssa la miraron.
               -Cállate, Momo.
               -No, no voy a quedarme aquí calladita mientras él me insulta. ¿Quién te has creído que eres? Puede que Sabrae te quiera y se lo pase genial contigo, pero no vas a darme lecciones sobre cómo ser una buena amiga o no. Yo sé lo que hago por ella, yo sé cuánto la quiero, y…
               -¡NO SERÁ MUCHO! ¡SI LA QUISIERAIS ALGO NO INTENTARÁIS EMBORRACHARLA PARA QUE ME DIJERA QUE SÍ A ALGO QUE YO YA LE HABÍA PEDIDO Y A LO QUE ME HABÍA DADO SUS RAZONES PARA DECIRME QUE NO!
               -LO HICIMOS POR TI-chilló Amoke-. Y LO HICIMOS POR ELLA. TÚ LA HACES FELIZ.
               -APARENTEMENTE, NO LO SUFICIENTE PARA VOSOTRAS.
               -QUERÍAMOS COMPENSÁRTELO.
               -¿COMPENSARME QUÉ?
               -¡QUE TE DIJERA QUE NO!
               -ESO NO ES COSA VUESTRA PARA…
               -SÍ LO ES-tronó Amoke, y por un momento ardió en mi campo visual igual que su pelo-. Sí lo es-susurró más bajo, con la respiración acelerada.
               -¿Cómo que sí lo es?
               -Nosotras… te rechazó por nosotras-confesó Amoke, y Taïssa y Kendra la miraron-. Antes de la noche en que ibais a quedar, yo hablé con ella. Le planteé la posibilidad de que… empezarais a salir más en serio. Y me dijo que le gustaría. Entonces, le gustaría.
               -Ella no se fiaba del todo de dónde había estado yo cuando…
               -Por Dios, Alec, ¡está enamorada de ti! ¡Confía en ti ciegamente! La única razón por la que te dijo que no es que… es que…
               -Es que yo le dije que no debía fiarse de tu palabra-reconoció Kendra, pero en sus ojos no había arrepentimiento, sino desafío-. No puedes culparme. Tienes la fama que tienes. Hacías las cosas que hacías. No iba a dejar que a una de mis mejores amigas le rompiera el corazón alguien como tú.
               -Y luego tú te negaste a decirle dónde estabas. Y eso era sospechoso. Y…
               -Sabrae-pronuncié, y ellas se quedaron calladas. Me costaba respirar-… Sabrae… ¿me dijo que no… porque vosotras le dijisteis que me dijera que no?
               Las tres chicas se miraron, tragaron saliva y asintieron.
               Me vi arrastrado en una espiral sin fondo hacia la mañana en la que había vuelto de su casa después de dejarla en manos de Zayn, tras toda la noche juntos, con una sonrisa boba en los labios que ni siquiera pude disimular cuando me encontré a mi madre sentada en el sofá, acariciando a Trufas como si fuera una villana de película.
               -Hacéis una pareja preciosa-me dijo nada más entrar, y yo había sonreído y le había dado las gracias-. ¿A qué esperáis para serlo?
               -Ya lo somos, mamá.
               -Me refiero a oficialmente. ¿Cuándo piensas pedírselo? ¿No estarás esperando a San Valentín?-aventuró mi madre, alzando una ceja-. Sé que me has salido romántico aunque tú no quieras admitirlo, pero se nota a leguas que ella se muere porque se lo pidas.
               -Ya se lo pedí-le había contestado a mi madre, y ella frunció el ceño, sorprendida-. Y me dijo que no.
               Su ceño se había acentuado un poco más.
               -Pero… cariño… ¿es lo que quieres?
               -La quiero a ella-sentencié-. La quiero todo lo que me quiera dar. Sólo toda ella sería suficiente, pero tendré que conformarme con esta pizquita que me ha concedido.
               -Tesoro… lo siento mucho.
               -No pasa nada. Es mejor que nada, ¿no? Además, todos sabíamos que yo no estaba a la altura. Es casi un milagro que ella haya… que se haya enamorado de mí.
               -Eres el mejor chico que ha caminado por este mundo, Al-susurró mi madre, acariciándome la mejilla, y yo me encogí de hombros.
               -Puede, pero ni el mejor chico que haya caminado por este mundo está a su altura. Ella ya sabía que era guapa antes de que yo se lo dijera; amaba todas sus curvas antes de que yo las tocara, y hacía de sus imperfecciones su bandera antes de que yo siquiera las descubriera. Mamá, es una mujer encerrada en el cuerpo en una niña, y yo soy un crío encerrado en el cuerpo de un hombre cuando estoy con ella. Y mi corazón no es mío, lo tiene ella. Mi corazón, mi alma, y mi cuerpo. Yo no los quiero. Sabrae puede hacer lo que le plazca con ellos, porque la vida sin ella ya no me parece que tenga sentido. Todo lo que me dé jamás será suficiente para mí, pero si la pierdo… pierdo todo lo que soy.
               Me había echado en la cama intentando no pensar en que mi madre me tenía en muy alta estima, en que era normal que se sorprendiera porque le hubiera pedido a Sabrae y ella me hubiera rechazado, porque al fin y al cabo, yo no estaba a su altura.
               O eso pensaba yo.
               Y eso pensaba ella.
               Pero no lo pensaba por ella.
               -Sí-musitaron al unísono Kendra, Amoke y Taïssa.
               Lo pensaba por sus amigas.
               -Pero… pero… ¿QUÉ COJONES OS HE HECHO YO?
               Amoke y Taïssa se encogieron, pero Kendra levantó la cabeza, altiva.
               -¿Tanto te costaba decirle la verdad?
               -¿TANTO OS COSTABA A VOSOTRAS NO METEROS DONDE NO OS LLAMAN? LO QUE PASE ENTRE SABRAE Y YO SÓLO ES COSA NUESTRA.
               -También es cosa nuestra. Es nuestra amiga.
               -¿LO ES? A MÍ NO ME PARECE QUE SEÁIS MUY AMIGAS DE ELLA, SI LA DEJÁIS TIRADA A LA PRIMERA OPORTUNIDAD QUE PASA.
               -¡Ya nos hemos disculpado!-protestó Amoke.
               -¡PERO A MÍ NO ME BASTA CON UNA DISCULPA! ¡Y SI A SABRAE LE HUBIERA PASADO ALGO, A ELLA TAMPOCO LE BASTARÍA!
               -Pero tú estabas ahí, ¿no? La salvaste. Siempre vas a hacerlo.
               -PODRÍA NO HABER ESTADO.
               -¡Pero estuviste! Eso es lo que importa. Lo que nos indica que nos equivocábamos, y ella tenía razón.
               -¿A QUÉ PRECIO?
               -Tienes derecho a estar enfadado-reconoció Taïssa-. Y Sabrae también. Pero, ¿no crees que te estás pasando un poco? Sí, lo que hicimos estuvo mal. Sí, pusimos a Sabrae en un peligro absurdo. Pero lo hicimos por una buena causa. Queríamos que estuvierais juntos. Había una posibilidad de que saliera mal; diminuta, pero la había, pero decidimos seguir adelante… lo que pasó era un riesgo a correr. Y decidimos correrlo. Y, por suerte, no tenemos que lamentar nada.
               Lo que pasó era un riesgo a correr.
               Y decidimos correrlo.
               No tenemos que lamentar nada.
               Un riesgo a correr.
               Decidimos correrlo.
               Jordan se me quedó mirando un momento. Sabía lo que iba a hacer. Sabía lo que iba a pensar. Sabía lo que iba a decir.
               Y sabía lo que tenía que hacer él.
               -Yo os mato-les aseguré a las chiquillas.
               Y me abalancé sobre ellas.




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4 comentarios:

  1. POR DIOS, CHILLANDO ESTOY.
    Me he encantado este capítulo muchísimo, el momento de Alec y Sabrae con los dos grupos de amigos pululando al rededor me ha encantado, quiero más momentos así jo, aunque viendo lo visto va a tener que esperar porque se avecina la tormenta. El saber que en el próximo ya se pelean me ha hecho recordar a la pelea tmb de Scommh y joder me he puesto super triste y melancólica (no he superado una mierda cts, been knew) El momento de Zayn tocandoles los cojones en la puerta y cuando han roto la mesa de billar, mira, lo mejor, no he podido reírme más. No me he podido creer que realmente haya roto la mesa (aunque ya estaba medio rota) es que casi me da algo por reírme socorro. En fin, que me he encantando el cap y me ha dejado con malestar el final del capítulo ay, realmente las amigas me han caído un poco mal y más de la forma en la que han hablado, se va a formar la gozadera en el próximo capítulo.

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    1. No te preocupes nena que pienso meter momentos así jejejeje, es que buah son tan monos no puedo más, creo que yo estoy más entusiasmada con ellos incluso que los amigos y 💘💘💘
      Yo tampoco he superado cts no te preocupes me duele el corazoncito y ahora que tengo que releerla para Sabrae MÁS AÚN
      Dios es que no sé cómo hago que siempre hay un momento descoñe en esta novela como se nota que el protagonista masculino es Alec bua JAJAJAJAJAJAJA

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  2. ESTOY SHOK OSEA AJKSAJKAKSK realmente cuando estaban en el billar con los grupos jkads. y bueno el zayn de padre responsable etc le AMO, aunque las amigas al final uF que patada de verdad.
    ps: cuando he visto que era el final casi me da un infarto
    grax

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    1. Dios es que pueden ser mas cantosos??! Que casi follan delante de los amigos o sea POR FAVOR
      Las amigas se han pasado de chulas pero bua no puedo culparlas es que todos en esta novela son mis hijos de una forma u otra 💘💘💘💘💘💘
      Infarto me dio a mi al ver que habias comentado hija mia ays muchas gracias de verdad 💜💜💜

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