Tengo dos buenas noticias y una mala: la mala es que este fin de semana no podré subir capítulo, porque tengo que estudiar para un examen del viernes 15.
Y las dos buenas son que:
1. ¡Hoy es el cumpleaños de Alec! y
2. Para celebrarlo, aquí tenéis un capítulo bien largo. 32 páginas, concretamente. ¡Que lo disfrutéis!
Y muchas gracias a las que me seguís hypeando la novela. He pasado una semana un poco plof emocionalmente hablando, pero me habéis terminado de animar haciéndome ver que hay gente a la que le gusta esta historia tanto como a mí. Lo aprecio de veras 💜
Pasarían todavía un par de días antes de que volviera a
ver a Sabrae. Quedaríamos el último lunes de vacaciones, subiéndonos juntos al
mismo carro que el resto del instituto, en el que el último lunes de vacaciones
era, básicamente, un pistoletazo que sonaba a “tonto el último” y que nos
incitaba a aprovechar cada minuto que pasara.
Quedaríamos
en que nos veríamos en la discoteca de siempre, a la que ya llamábamos “nuestra
discoteca” a pesar de que ni éramos los únicos que estábamos en ella, ni éramos
tampoco sus dueños. Pero había algo en ella que se había quedado en nosotros de
una forma que nos hacía considerarla un hogar, la zona cero, el punto en que el
descubridor de una isla paradisíaca había tocado tierra y que sería venerado
por sus descendientes mucho tiempo después de que él hubiera muerto.
Y quedaríamos lo suficientemente tarde como
para que nuestros respectivos grupos de amigos no nos dijeran nada de que les
estábamos abandonando (como habíamos dicho en el mío cuando Max empezó con
Bella y se pasó literalmente 35 días –sí, Jordan y yo los contamos –sin quedar
con nosotros porque “a nosotros nos veía en el instituto, y a ella no”), ni
queríamos tampoco darles cancha para que dijeran lo enamorados que estábamos, lo casados,
lo domésticos que éramos y la
cantidad de hijos que íbamos a criar
juntos.
Porque
sí, estábamos enamorados.
Sí,
estábamos casados, aunque yo no me hubiera puesto de rodillas ni Sabrae se
hubiera quitado ningún velo de la cara frente a mí en ningún altar.
Sí,
éramos muy domésticos, sobre todo
después de que mi madre la invitara a venir a casa cuando quisiera y yo me
hubiera tomado como una afrenta personal el hecho de que Sabrae me hubiera
hecho acompañarla a la suya en lugar de llevarla a la mía y hacerle el amor en
mi cama, que tenía unas ganas tremendas de conocerla. Va en serio. Incluso
temblaba de la emoción y todo cuando hablaba con ella, especialmente cuando
nuestras conversaciones iban escalando en temperatura. Lo que hiciera yo sobre
la cama no tenía casi influencia, lo prometo: las cuatro patas brincaban por
iniciativa propia, como si estuviéramos atravesando un terremoto.
Y sí,
íbamos a tener críos. Muchos. Bueno, no es que hubiéramos hablado de la
cantidad, claro. Tendríamos los que Sabrae quisiera, pero al menos ella ya
había dicho que le apetecía tener más de uno. A mí me daba igual que quisiera
uno o que quisiera cincuenta. Bien sabe Dios que me encanta el proceso de hacer
bebés, aunque todavía no hubiera sido padre (a menos que alguna chica con la
que hubiera tenido algún rollo de una noche hubiera apuntado mal mi número y…
¡sorpresa! Aquí está nuestro hijo. Va a estudiar empresariales. Tienes que
pagarle la mitad de la matrícula).
Pero
que estuviéramos enamorados, casados, fuéramos domésticos y fuéramos a tener
muchos hijos, y lo supiéramos nosotros en nuestra burbuja de complicidad y
confidencias post-sexo no quería decir que fuera a darles a mis amigos algo por
lo que burlarse de mí hasta que tuviera 80 años. Porque oh, sí, sabía que mis
amigos se meterían conmigo por eso. Alec Whitelaw, el fuckboy oficial de Londres, el que no podía pasar una semana sin
echar un polvo (cuando el fin de semana resultaba muy malo, cosa que me había
pasado dos veces, siempre había tenido a Pauline aburrida en su pastelería y
dispuesta a abrir la aplicación del Kamasutra de alguno de nuestros móviles
para probar algo nuevo), se nos había convertido en un Romeo con acento inglés
que sonreía como un lerdo en cuanto su móvil emitía un sonido muy particular,
que se escapaba en cuanto veía a cierta chica aparecer por alguna esquina, y
que volvía a regañadientes horas más tarde, con el pelo revuelto, los ojos
brillantes y la cara llena de besos. Se había caído un mito.
El
único que podría hacer que el equilibrio sexual de Londres se mantuviera y que
no empezara un apocalipsis del celibato era Scott…
… y,
conociendo a Scott, estaba bastante seguro de que ya le había preguntado a
Eleanor qué nombre querría ponerle a su primer hijo. Porque Scott iba de
seductor por la vida, más duro que yo, pero en el fondo (y no tan en el fondo)
era todavía más ñoño que yo. Fijo que ya le había regalado flores. O alguna
pieza de joyería. O las dos cosas.
El
caso es que allí estaba yo, en el billar en el que hacía un mes había probado a
Sabrae, intentando no pensar en que en la mesa de al lado era donde había
apartado su bañador para degustar de nuevo su sexo, apoyado sobre el taco de
billar de una forma en que tendría un dibujo de tiza en la mandíbula digno de
ser expuesto en algún museo de arte contemporáneo, siendo una pareja pésima
para Tommy, que hacía lo que podía contra Scott y Bey, mientras pensaba: ¿Por qué eres tan jodidamente orgulloso,
Alec?
En
cuanto me había puesto la camisa y me había anudado los cordones de los zapatos
para ir a buscar a Jordan a su casa y largarnos a por las gemelas, me había
empezado a hacer la misma pregunta. Joder. Si no hubiera quedado con Sabrae en
que la vería más de madrugada, si no hubiéramos establecido una hora fija, para
encontrarnos, podría haberme largado del local del billar nada más terminarme
la puta cerveza, la misma que tenía ahora en una esquina de la mesa en la que
ya no había bolas, porque estaba tan apático y ocupado pensando en lo bien que
sabían los besos de Sabrae que ni me había molestado en fingir que tenía sed.
Miré
de nuevo hacia el reloj con la que estaba seguro que era la expresión de un
cachorrito abandonado. El muy hijo de puta o no tenía pilas, o caminaba al
revés. Era imposible que hubieran pasado dos minutos desde que lo había mirado
la última vez. Por favor. Si me habían salido canas y me había crecido la
barba. Me la notaba raspando en la tiza del taco.
-Te
toca, Al-me llamó Bey, sacándome de mi ensoñación. Me estremecí de pies a
cabeza, como el perro al que despiertan de su siesta de las tres, y tomé aire.
-Que
tire Tommy.
-Eso
no vale-me recriminó Scott.
-Cómeme
los cojones.
-Sois
equipo. Que apechugue contigo. ¿No quería jugar contra mí? Pues aquí lo
tiene-bufó Scott, que últimamente tenía un humor de perros. A este paso,
terminaría chupándosela yo, si Eleanor tan mal lo hacía.
-¿Todavía
te pica que haya elegido a Alec antes que a ti, S?-se burló Tommy, cogiendo mi
cerveza y dándole un trago. En otra ocasión, habría protestado.
Claro
que en otra ocasión habría estado persiguiendo a Bey para ver cómo se le subía
la falda mientras ponía el culo en pompa para tirar, pero ahora no estaba para
historias.
Scott
lo fulminó con la mirada.
-No
me extraña que lo hicieras. Mido más que él…-me encogí de hombros, acercándome
a la tronera. Bey puso los ojos en blanco y creo que susurró por lo bajo un
asqueado “tíos…”.
Tanto asco no te daremos si no haces más que
acostarte con nosotros.
-Que seas dos centímetros más
alto no es “medir más que yo”.
-No
estaba hablando de estatura-respondí, inclinándome y lanzando un disparo tan
pésimo que no sólo ni siquiera se acercó a la bola que yo pretendía acercar a
la tronera, sino que encima metió una rayada con la que Scott se había estado
peleando durante las dos últimas jugadas.
Bey
dio un saltito mientras Tommy se pasaba la lengua por el interior de la boca,
pensando si me daba una hostia o mejor un puñetazo. Acababa de perder la
partida; era imposible que él
consiguiera remontarla.
Scott
cogió su taco y ni se molestó en apuntar. Le había dejado la bola blanca pegada
a la última de las suyas, que para colmo estaba al borde de otra tronera. Si
fallaba esto sería para pegarle.
Pero
no la falló. Estábamos hablando del puñetero Scott Malik. Meter cosas en agujeros
era su talento natural.
Me
lanzó una sonrisa de suficiencia cuando el eco de la bola cayendo en el
interior de la tronera se disipó.
-Ése
es tu problema, Al: subestimas mucho a las manos. Y por eso se te va toda la
fuerza por la boca.
-La
fuerza no es lo único que se me va por la boca-espeté sin poder remediarlo, y
Tommy y Bey estallaron en dos carcajadas idénticas mientras Scott ponía los
ojos en blanco y me tiraba a la cara la bola negra.
-¡Eh,
eh, eh! ¡Descalificado!-tronó Tommy.
-Pero,
¡si era la bola que nos quedaba, T, y a ti aún te quedan tres!
-No
se puede tocar las bolas con la mano. Es una regla de oro.
-Sí,
Bey, nena: no se pueden tocar las bolas con la mano-le guiñé un ojo-. Todo el
mundo lo sabe.
-Eres
imbécil, Alec.
La
atraje hacia mí y le di un beso en la mejilla para que me perdonara, pero no
estaba demasiado enfadada, así que no me costó mucho conseguirlo. Le guiñé de nuevo un ojo y ella se echó a
reír, me puso una mano en el pecho para apartarse de mí, y se inclinó para ayudar
a Scott y a Tommy mientras colocaban las bolas en el triángulo, preparándolas
para una nueva partida. En la mesa de al lado, donde Sabrae y sus amigas habían
echado una partida aquella vez en que la noche había empezado de una forma tan
prometedora y había terminado tan mal, Jordan, Karlie y Tam se afanaban en
fingir que Bella sentada en el borde, morreándose con Max, no les molestaba.
Karlie había conseguido dar guerra en una partida en la que no había tenido
ningún tipo de compañero, ya le valía a Max. Yo por lo menos había intentado
meter alguna bola, aunque me hubiera terminado saliendo mal.
Tommy
fue quien se ocupó de romper el triángulo de bolas, y yo parpadeé sin ningún
interés cuando las vi salir disparadas en todas direcciones. Mientras mi amigo
se mordisqueaba el labio y examinaba qué bolas se acercaban a la tronera, hasta
que una rayada cayó en una esquina, yo volví a mirar el reloj y contuve un
bufido.
La
manecilla de los minutos no se había movido nada. De no ser porque la de los
segundos continuaba con su avance como si nada hubiera pasado, me habría
convencido a mí mismo de que el reloj no tenía pilas.
Tommy
disparó varias veces, metiendo dos bolas seguidas y perdiendo en la tercera, de
forma que le tocó el turno a Scott.
Y
entonces, cuando Scott se inclinó hacia delante para apuntar y disparar, me
tocaron el hombro.
Me
giré sin muchas esperanzas, creyendo que sería Logan avisando de que iba a por
más cerveza y ofreciéndose a traerme otra.
Después
de mi primera noche en vela pensando en Sabrae y de mi primer sueño con ella,
de todo lo que ella había significado para mí en esas semanas que habían pasado
desde que habíamos empezado a acostarnos, nunca, jamás, habría creído que mi
corazón daría un brinco con alguien que no fuera ella como lo hacía cada vez
que la veía doblar una esquina, aparecer entre la gente, o materializarse ante
mí como si de un hada se tratara.
Me
equivocaba.
Sí
que podía darlos con otra persona.
Con
Kendra, concretamente.
Porque
eso sólo significaba una cosa: que Sabrae estaba conmigo.
La
chica sonrió, con su pelo negro recogido en una coleta alta cayéndole por la
espalda.
-¡Hola,
Alec!-festejó, como si fuera la persona a quien más ganas tuviera de ver, y se
giró de forma que me diera el costado, ofreciéndome el mejor regalo que me
habían hecho nunca. Estiró el brazo en dirección a Sabrae y anunció-: Adivina a
quién te traemos.
Mis
ojos ni se molestaron en mirar a las demás. No habría podido verlas ni aunque
me hubiera concentrado con todas mis fuerzas. Cuando Sabrae entraba en una
habitación, se convertía en el único punto de luz, como si fuera la estrella de
una ópera ante la que se apagaban los focos, y sólo el central se quedaba
iluminándola.
Y
cuando ella me sonrió, mi corazón se detuvo definitivamente. Joder. Estaba
preciosa, con un vestido amarillo que le llegaba dos dedos por encima de la
rodilla, de mangas hasta los codos y escote con cordones que se le ajustaba a
los pechos de forma que hicieran un valle perfecto en el que no me importaría
quedarme a vivir. Llevaba unos botines plateados de tacón a juego con sus
pendientes y con lo brillante de su sonrisa.
Soltó
una risita y se sonrojó a la luz de los fluorescentes cuando dejé escapar una
exclamación por lo bajo.
-Guau…
-Y
viene con la lección aprendida-añadió Amoke, bromeando-. No lleva medias.
Sabrae
se apartó un rizo de la cara y agachó la cabeza ante mi admiración,
Y viene con la lección aprendida-añadió Amoke,
bromeando-. No lleva medias.
Sabrae
se apartó un rizo de la cara y agachó la cabeza ante mi admiración, un poco
cohibida por mi escrutinio, y miró de reojo a sus amigas, que le dijeron algo
en voz baja que yo no alcancé a oír.
No
podía moverme. No podía pensar. No podía hacer nada que no fuera mirarla y
tratar de procesar con mi cerebro que guau, ella de verdad estaba allí, y estaba absolutamente preciosa, como si
fuera la modelo de un nuevo premio a las artes que rápidamente desbancaría al
Oscar como el más prestigioso del mundo.
Dado
que yo era un gilipollas absoluto al que le estaba costando incluso respirar,
tuve que confiar en que mis amigos me sacaran de aquel atolladero. Vaya,
parecía que, después de todo, sí que iban a tener algo por lo que meterse
conmigo: contra todo pronóstico, era capaz de quedarme allí plantado, como un
corderito se queda petrificado ante las fauces del lobo, ante una chica. Ante
una única chica.
Como
yo estaba demasiado ocupado intentando que mi organismo no se colapsara ante
aquel festival de estímulos que era tener a Sabrae tan guapa delante de mí
(cada vez que la veía estaba más guapa que la anterior, lo cual podía
significar dos cosas: o que era una flor en la que la primavera va haciendo su
arte, o que yo efectivamente gilipollas y no conseguía recordarla en toda su
perfección), Tommy me rodeó y se dirigió a ella con los brazos abiertos.
-¡Qué
guapa, Saab!-celebró, dándole un abrazo al que ella se unió con agradecimiento.
Cerró los ojos y su sonrisa titiló un momento, cambiando así de dueño y
haciendo que yo sintiera envidia de Tommy. Quería tenerla cerca. Quería estar
tocándola. Quería que ella me acariciara el omóplato y sus dedos jugaran con mi
piel, aunque no pudiera tocarla. Quería que acomodara su cabeza en el hueco
entre mi cuello y mi hombro. Quería tenerla conmigo, y no soltarla jamás.
Sentí
envidia.
Y
también celos.
Aunque
ya estaba acostumbrándome a eso de querer ser todos los chicos que estaban
cerca de Sabrae.
-Ha
salido a mí-comentó Scott por detrás, soltando una risita y disparando la bola
blanca hacia la siguiente bola.
-Ya
te gustaría, flipado-contestó Sabrae, frunciendo ligeramente el ceño, y me
descubrí queriendo ser un delfín que se deslizara por sus cejas en dirección a
su nariz, y después a sus labios.
Me
relamí mientras la observaba, decidida a hacer algo más con su vida que ser
admirada por mí, lo cual era muy respetable. Es decir… no tenía que hacer
mucho, así que se aburriría. Sabrae se acercó a Bey, se puso de puntillas para
darle un beso en la mejilla, y luego agitó la mano en dirección a mis amigos,
que reconocieron su presencia con un “Sabrae, chicas…”
Y
luego, por fin, cuando se cansó de todo ese paripé, Sabrae tuvo que escoger
entre los dos hombres de su vida: Scott o yo.
La
decisión era obvia.
Puede
que Scott la hubiera encontrado en el orfanato… pero yo la hacía correrse.
Claramente, partía con ventaja.
Además,
Scott no había movido un músculo para acercarse a ver a su hermana, así que
ella no tenía por qué hacerlo por él, o al menos así era en la cabeza de
Sabrae. Supongo que todavía estaba en conflicto con las dinámicas de las
relaciones fraternales en la adolescencia.
-Hola-susurró
en tono dulce, como si fuera una palabra secreta que nos hubiéramos inventado
para confesarnos nuestros sentimientos prohibidos en habitaciones llenas de
gente. Convirtió su saludo en nuestro “me apeteces”, mientras posaba una mano
en el borde de la mesa y extendía los dedos hacia ella. La partida se había
parado. El mundo se había parado. Mi corazón se había parado. No existía más
que el caótico baile de su cuerpo al respirar, latir su corazón, moverse casi
imperceptiblemente por la postura que había adoptado o la forma en que me
miraba.
-Hola-respondí,
jadeante, como si acabara de correr una maratón. Espabila, gilipollas, que la tienes delante y te estás comportando como
si fuera una dragona hambrienta y tú fueras un bistec.
Y entonces, sucedió el
milagro: Sabrae se echó a reír.
Y su
risa me liberó de todas las cadenas invisibles que me habían atado. Rompió con
mi estupefacción, me demostró que estaba allí, de verdad, y yo supe que tenía
que reaccionar. La tomé de la cintura, interrumpiendo su carcajada, y la pegué
a mí tan fuerte que se escuchó el ruido sordo de nuestros cuerpos al chocar
incluso por encima de la música que se colaba por la puerta de la sala de
juegos del local.
-Hola-repetí,
y Sabrae sonrió. Me acarició el brazo que tenía alrededor de ella, y también el
otro cuando solté el taco del billar para abrazarla por la cintura.
-Hola-contestó
ella, sonriente, alzando la cabeza y encarándoseme. Se puso un poco de
puntillas para alcanzar mi boca, y yo me incliné para tenerla a tiro.
-Hola-dije
una vez más, y escuché cómo las amigas de Sabrae se reían como colegialas a las
que pillan haciendo una trastada indecorosa…
…
hasta que nuestros labios se encontraron y todo se apagó. Dios mío, había
vuelto a usar ese bálsamo labial de frambuesa que tanto me gustaba. Estaba
deliciosa. Sabrae me dio un beso en los labios, luego otro, luego otro, y luego
otro, hasta que empecé a dárselos yo.
-Hola,
hola, hola, hola-decía cada vez que mi boca no tenía la suya pegada, porque si
no tenía el sabor de Sabrae en mis labios, debía tener algo que me recordara a
él. Sabrae se echó a reír, me tomó de la nuca y abrió la mano para dejarme
allí, bien cerca de ella, y poder darme un beso profundo que me dejó sin
aliento. Cuando terminamos, yo estaba casi jadeando, con una presión fortísima
en los pantalones y todo mi cuerpo anhelante de más, y ella… bueno, ella era
una diosa. Me acarició las orejas con los pulgares y pegó su frente a la mía.
Froté
mi nariz con la suya, a modo de saludo un poco más inocente y decoroso, y
Sabrae volvió a soltar una risita adorable, la misma risita que soltaba cuando
era un bebé y yo hacía una payasada que le gustara. Joder, había nacido para
estar enamorado de ella.
Si yo
era la única persona del mundo que se sentía así con respecto a ella, era
porque era la única persona del mundo que la conocía tal y como era. Porque yo
habría nacido para enamorarme de ella, pero Sabrae había nacido para que se
enamoraran de ella.
-Estás
aquí-murmuré, incrédulo, y Sabrae volvió a reírse y asintió.
-Así
es. Hola-festejó, y no había escuchado palabra tan bonita…
… y
Scott no había escuchado una palabra más ofensiva.
-Sí,
eso ya lo habéis dicho. ¿Qué pasa?-preguntó-. ¿Es lo único que sabéis decir?
Sabrae
puso los ojos en blanco y se giró hacia su hermano.
-Sé
decir muchas cosas, pero la mayoría no puedo decirlas porque estoy en presencia
de menores.
Scott
hizo un mohín y soltó algo por lo bajo que se parecía mucho a su mantra cuando
estaba con sus hermanas: “puta cría”.
-No seas tan dura con Scott,
Sabrae-intercedió Max-. Es duro ver cómo tu hermanita pequeña ya no te
considera la persona más importante de la habitación.
-Llevo
sin ser la persona más importante de la habitación para Sabrae desde que Shasha
decidió poner un cactus en cada habitación de mi casa.
-Los
cactus son plantas nobles-respondió ella, encogiéndose de hombros-. Y
agradecidas. Jamás les he visto despreciar un poco de agua.
-Dicen
que admiramos aquello que no tenemos-atacó Scott.
-Vete
a darle un beso antes de que se ponga a llorar-urgí, y Sabrae se echó a reír y
trotó obedientemente hasta su hermano. A esas alturas de la película, nos
habíamos besado tanto que le había transmitido parte de mi atontamiento. De no
ser así, no se habría mostrado tan servicial.
O
puede que sólo estuviera contenta.
-No,
yo no soy el segundo plato de nadie-bufó Scott, estirándose para que Sabrae no
le besara-. No quiero las babas de Alec por toda mi cara. De ser así, sería yo
quien me morrease con él.
-Uh,
¿nos estás intentando decir algo, Scott?-le pinché mientras Sabrae se colgaba
de su cuello y se reía-. Mira que ahora somos LGTB friendly de forma
oficial-señalé la puerta por la que Logan acababa de regresar, con las nuevas
bebidas en las manos y el cambio en el bolsillo.
-Éste
no ha soportado que le quiten el centro de atención en su vida-terció Tommy,
apoyado en su taco de billar y mirando a los dos hermanos-. Si Sherezade les
dijera ahora que espera un hijo varón, se tiraría del Tower Bridge para tener
la muerte más melodramática posible.
-¿Crees
que el que mi madre pariera un niño me afectaría en algo? Ya tengo un
hermano-soltó Scott-. Que no sea ni más guapo ni más listo que yo no quiere
decir que no haya hecho que deje de ser único.
-¿Por
qué hablas de Alec como si no estuviera aquí?
-Estoy
hablando de ti, Thomas-bufó Scott, entrecerrando los ojos.
-Has
dicho que no es ni más guapo ni más listo que tú. Yo soy las dos cosas-Tommy se
encogió de hombros y Scott hizo un mohín.
-Y
después, te despertaste.
-Tengo
los ojos azules.
-Y yo
soy Scott Malik.
Tommy
sonrió.
-Tienes
que dejar de hacer eso. “Yo soy Scott Malik”-lo imitó, poniendo los ojos en
blanco-. Venga. A este paso, terminarás poniendo sólo eso en la selectividad.
-Y
seguro que sacaría más nota que tú.
-Yo
te suspendería. Deberías poner Scott Yasser
Malik.
Scott
soltó el taco sobre la mesa, haciendo que varias bolas se desplazaran.
-¿A
que no me dices eso en la calle?
-No
hace falta que os peléis por mí, tíos-me metí, alzando las manos-. Creedme. El
que gane no va a sacar nada de mí.
-Deja
que se peleen, Alec-me pidió Kendra, que había sacado su móvil y estaba a punto
de grabarlo todo-. Mi fantasía sexual está a punto de cumplirse.
-Para
ver a estos dos pegándose hace falta algo más que Tommy llamando a Scott
“Yasser”-intervino Bey, y Scott se masajeó las sienes.
-Qué
ganas tengo de cumplir los 18 e ir corriendo a cambiarme el nombre.
-Si
haces eso, empezaré a llamarte Yasser-sonrió Sabrae, poniéndole ojitos a su
hermano. Scott se mordisqueó el piercing y se volvió hacia mí.
-¿Tan
bien folla como para que le aguantes estas gilipolleces?
-A mí
no me dice esas cosas.
-Está
demasiado ocupada gritando-añadió Kendra, y Amoke y Taïssa se echaron a reír.
-¡Kendra,
tía! Eres una imbécil.
-Sí,
Kendra, tía, ya te vale-agité la mano en dirección a la chica-. Sabrae no sólo
grita. A veces también gime.
Sabrae
me dio un manotazo en el brazo y me llamó gilipollas. Tuve que afanarme en
conseguir que me perdonara un poco más que con Bey, aunque tengo que decir que
también disfruté mucho más. Incluso me obligó a hacerle cosquillas, y no sabría
decir a quién de todos los presentes les gustó más: a mí, a ella, a sus amigas
o a mis amigos. Se quedó apoyada en la mesa de nuestra partida, sin hacer
ningún caso de los rebuznos de su hermano, que tenía que rodearnos para pasar
de un lado a otro y poder seguir con aquella estúpida jugada suya que no podría
interesarme menos.
Lo
único que me importaba ahora mismo era lo real que parecía Sabrae frente a mí.
Mientras sus amigas no nos quitaban los ojos de encima, sonriendo como quien
observa el primer baño de un recién nacido, yo tomé de la mandíbula a Sabrae y
seguí con el pulgar el contorno de sus labios. Sabrae se mordió el inferior y
sus ojos chispearon.
-Has
venido antes-comenté, y ella asintió con la cabeza.
-Es
que mis amigas se pusieron un poco pesadas.
-Vaya,
así que, ¿tengo que darles las gracias?-pregunté, inclinando la cabeza en
dirección a ellas. Taïssa sonrió y se sonrojó un poco, Amoke puso los ojos en
blanco y sonrió aún más, y Kendra se cogió la falda del vestido e hizo una
exagerada reverencia-. Menos mal que eres buena amiga y estás dispuesta a
sacrificarte por ellas.
-Y te
echaba de menos-añadió con voz melosa, haciendo que me echara a reír. Le di
otra tanda de besos hasta que Amoke se acercó a nosotros y le tocó el hombro
con delicadeza a Sabrae, que se relamió los labios, se giró y se la quedó
mirando con cara de boba, como si no recordara qué hacíamos allí o cómo es que
Amoke estaba con nosotros.
-Saab,
también hemos venido por una cosa…
-Cierto-asintió
Sabrae, dándome un pellizquito en los brazos para que la soltara. Rió ante mis
reticencias-. Alec-me regañó, y a regañadientes yo dejé de rodearla con las manos-.
También queríamos echar una partida. Y tú estás en el medio de algo ahora
mismo-señaló con la cabeza en dirección a la tronera, en la que Tommy estaba
esperando pacientemente a que yo terminara de celebrar que Sabrae había bajado
de los cielos para reunirse conmigo.
-No
estoy en medio de lo que me gustaría estar-respondí entre dientes, y Sabrae se
echó a reír y se alejó de mis brazos, porque los dioses son buenos, pero
incluso las lluvias que alimentan los campos tienen que terminar parando.
Cogió
un taco de billar, dio unos toquecitos con la parte más gruesa en el suelo, y
echó a andar en dirección a su mesa. Se puso en pareja con Amoke, cómo no, y
también rompió las bolas, cómo no, y lo hizo muy bien, cómo no. Tenía
experiencia rompiéndomelas a mí, y no sólo por lo que hacíamos en la cama, sino
por ese constante tira y afloja con el que a Sabrae le encantaba torturarme.
Me
tomé todo mi tiempo para disparar mi taco hacia la bola blanca, exactamente el
mismo que le llevó a Sabrae inclinarse hacia delante y que su vestido se le
subiera hasta mostrar la parte más baja de sus muslos mientras apuntaba. Tommy
me dio una colleja para que dejara de hacer el indio cuando ella se incorporó
de nuevo, sonrió y chocó los cinco con Amoke para celebrar que habían colado
una bola.
-Venga,
Al-me instó Tommy, y yo hice lo que pude. Si ya había sido un compañero pésimo
cuando Sabrae no estaba, con ella presente directamente me puse de parte del
equipo contrario. Fallé bolas, preparé tiros chupados para Scott y para Bey, y
destrocé jugadas que nos habrían beneficiado a base de empeñarme en tirar hacia
las bolas en cuya dirección se encontraba Sabrae, que parecía no darse cuenta
de que yo estaba allí, bebiendo los vientos por ella.
Terminamos
nuestra partida sin pena ni gloria, y Scott incluso sugirió la revancha. Me
quedé apartado en la pared de la puerta, con la vista fija en Sabrae, que se
movía de un lado a otro como una tigresa que escoge desde qué rama va a caer
sobre su presa indefensa.
Después
de lo que me pareció una eternidad, Amoke metió la bola negra en la tronera de
en medio de la mesa y las dos chicas lanzaron exclamaciones de júbilo mientras
Taïssa y Kendra exhalaban murmullos de fastidio, con las palabras “tramposas” y
“tongo” descolgándoseles de los labios.
Terminado
el abrazo con Amoke, Sabrae se giró y trotó hasta mí. Saltó a mis brazos,
confiando en que la cogería, algo tremendamente temerario por su parte…
…
pero acertado.
-Ya
estoy aquí.
-Menos mal.
-¿Has
visto qué partidaza he hecho?
-Yo
he colado más bolas que tú, Saab-le recriminó Amoke, pero ella hizo un gesto
con la mano en mi dirección.
-¿Quieres
otra?-sugerí, y Sabrae alzó las cejas.
-¿Es
que no te ha parecido suficiente el festín de miraditas que me has
lanzado?-inquirió, divertida-. Seguramente tengas un empacho tremendo a estas
alturas.
-Soy
un pozo sin fondo.
-Doy
fe-corearon mis amigos, y yo los fulminé con la mirada. Sabrae se rió ante mi
mohín.
-Vaya,
ahí está de nuevo esa cara de disgusto. Parece que no hay mucho que te guste en
este bar, ¿eh?
-Te
equivocas-repliqué-. Todo lo que me gusta está aquí-respondí, apartándole un
mechón tras la oreja y besándole la punta de la nariz. Ante la sonrisa de
Sabrae, Amoke se giró hacia Jordan.
-Jordan,
¿estás libre? Necesito una pareja. Nada sexual, tranquilo. Al menos, de
momento.
-Pues
menos mal. Te serviría de poco en el tema sexual-contestó Max, que había dejado
de meterle la lengua en el esófago a Bella durante un instante.
-Cierra
la boca, Max, tío-protestó Jordan mientras yo chocaba el puño con él.
Los
equipos se reorganizaron de tal forma que todos tuvieran con quién jugar, salvo
dos personas completamente aleatorias: Sabrae y yo. Cualquiera diría que lo
habían hecho a posta.
No
obstante, tardamos muy poco en elegir entretenimiento nuevo: Sabrae me fue
besando hasta tenerme pegado a la pared donde estaban los soportes de los
tacos, y llevó mi mano hacia uno de ellos. Sonrió cuando le acaricié los dedos
mientras los cerraba en torno a él, y más aún cuando se me marcaron los músculos
del brazo para arrancarlo de su lugar, porque ni el ángulo me favorecía ni mi
mano era la dominante.
-¿Qué
pretendes que haga con esto?-coqueteé, y ella aleteó con las pestañas.
-Estoy
segura de que se te ocurrirán un par de cosas, pero sólo estoy interesada en la
más inocente, de momento.
-¿Qué
hay de las demás?-intenté que mi imaginación no se desbocara y se la imaginara
desnuda, retorciéndose de placer mientras yo le pasaba el lado lleno de tiza
por el cuerpo, trazando un circuito que luego seguirían mi lengua y mis
dientes, y fracasé estrepitosamente.
-Esas
son parte del paquete de Novio Premium-contestó, hinchándose como un pavo.
-¿Cuál
es la cuota mensual?
-Es
cara-me sacó la lengua.
-Tengo
trabajo. Te sorprendería la cantidad de caprichitos que puedo permitirme.
Le
aparté el mechón de pelo rebelde de la cara y Sabrae se mordió el labio.
-¿Eso
es lo que soy? ¿Un capricho?
Le
solté el labio de la prisión que hacían sus dientes con el pulgar.
-Es a
lo que sabes. Lo que eres, es una necesidad.
Arqueó
una ceja a la par que la comisura del mismo lado de su boca se curvaba, asintió
con la cabeza, cogió otro taco y me retó a echar una nueva partida en la única
mesa libre, que tenía una pata coja. Estaba decidida a hacer que lo pasara mal,
y yo lo sabía; yo estaba decidido a pasármelo muy bien mientras ella me
torturaba, y ella también lo sabía.
Lo
que no sabíamos era que saltarían chispas tan rápido entre nosotros. En cuanto
rompí el triángulo de bolas tras su insistencia, a ambos se nos despertó
nuestro lado más competitivo y decidimos que no había nada de malo en jugar
sucio. Y vaya cómo jugamos. Sabrae se contoneó, se frotó contra mí, me miró de
reojo y se pasó la lengua por la boca a cada ocasión que se le presentó. Yo,
por mi parte, le acaricié, la aprisioné entre la mesa y mi cuerpo a cada
instante, y me aseguré de distraerla cruzándome de brazos cuando la tenía
enfrente.
Me
quedaban dos bolas en la mesa. A ella, sólo le quedaba la negra. Me miró desde
abajo, sus pechos apoyados de una forma deliciosamente sugerente en la mesa.
-¿Lo hacemos más interesante?
-Hay
pocas cosas más interesantes que esta partida-contesté, sin molestarme en
disimular lo mucho que me gustaba lo que estaba viendo. Sabrae dibujó aquella
sonrisa lobuna en su boca, la misma sonrisa que en su hermano tenía nombre, y
me hizo descubrir dos cosas:
La
primera, que no hay nada peor que la chica de la que estás enamorado.
Y la
segunda, que si la sonrisa de Sabrae no tenía nombre y la de Scott sí, era
porque ella no había querido ponérselo. Decían que las sonrisas torcidas que
Scott y yo habíamos perfeccionado con el paso del tiempo eran capaces de hacer
que a todas las tías se les cayeran las bragas, y que podían meternos en la
cama a medio Londres.
Aquella
sonrisa de Sabrae bien podía meterle en la cama a todo Londres. No sólo
conseguiría a los chicos: también a las chicas.
Por favor, si alguien alguna vez
consigue resistirse a Sabrae, que haga un cursillo online, que yo me apuntaré
encantado.
Entonces, Sabrae cambió la orientación de su
cuerpo y lanzó la bola blanca con tal efecto que las dos bolas rayadas de las
que me tenía que ocupar yo fueron derechitas a parar al mismo agujero.
Todos
los ojos estaban puestos sobre Sabrae cuando ella sopló la punta del taco como si
de un rifle humeante se tratara. Menos mal que yo no estaba mascando chicle: de
haberlo hecho, se me habría caído al suelo.
Puso
cara de niña buena que siempre se sale con la suya con cada caprichito que
tiene y me tendió el taco, pero no lo soltó cuando yo lo acepté. Alcé las
cejas.
-Te
ofrezco un empate. Es lo único que estoy dispuesta a darte.
-¿Y
si no quiero? ¿Y si prefiero aprovechar cada oportunidad que se me presente?
Sabrae
rió, soltó el taco y abrió las manos. No necesitó pensar demasiado en qué hacer
si yo ganaba: evidentemente, tenía tanta presión encima que era imposible
prácticamente que metiera la bola, como quedó demostrado cuando ésta pasó
zumbando al lado del agujero al que había pretendido mandarla. Sabrae brincó
cual cabritilla feliz a mi lado y aceptó de nuevo el taco, se apoyó en el borde
de la mesa y se me quedó mirando cuando yo me retiré a la pared, preparado para
disfrutar de la increíble vista que era su culo en pompa.
-Soy
generosa. Mi oferta sigue en pie.
-No
es lo único.
-Alec-se
rió, y yo me acerqué a ella, le aparté el pelo de la espalda y le di un beso en
la nuca. Supe qué era lo que pretendía y estuve más que dispuesto a
entregárselo. Me apoyé tanto en ella que la habría aplastado de no haber puesto
cuidado en dejar su pecho con espacio suficiente para que pudiera respirar;
orienté mi cara en la misma dirección en que la había orientado ella y apunté
desde arriba, dibujando la trayectoria desde el aire cual ave rapaz. Puse la
mano sobre la de Sabrae, cada dedo haciéndole sombra al suyo, y dejé que mi
brazo se viera arrastrado por el movimiento del suyo cuando ella tiró.
La
bola blanca rodó sobre sí misma en un baile en círculo hasta chocar contra la
negra, que siguió con la misma trayectoria y danza de su antagonista en una
trayectoria con una ligera curva que terminó en el centro del agujero de la
esquina contraria a la que Sabrae había mandado la última bola.
Todos
prorrumpieron en aplausos y Sabrae sonrió con orgullo. Se arqueó ligeramente y
me acarició la nuca.
-Parece
que formamos un buen equipo-comentó. No
tienes ni idea.
Sin
previo aviso, la agarré de las caderas y le di la vuelta, de modo y manera que
estuviera atrapada entre mi cuerpo y la mesa. Ella lanzó una exclamación de
sorpresa, que rápidamente se vio acallada por mi boca en la suya. Besé su risa,
su sonrisa, sus dientes, su boca y todo lo que podía siempre y cuando ella
tuviera ocasión de devolverme los besos. Mi mano descendió por su cuerpo,
siguiendo la trayectoria de sus curvas en una caída imposible, en dirección a
su cintura, y después, a las caderas, y después, a las rodillas, y después,
contra todo pronóstico, mi mano empezó a subir.
-Nos
vamos-anunció Tommy de repente, cuya voz escuché entre el eco desintonizado de
los suaves suspiros de satisfacción de Sabrae.
-Sí,
hombre-replicó Scott, a quien claramente le hacía falta una hostia, o puede que
un par-. Ahora que yo he remontado. A ti lo que te pasa es que no quieres que
te machaquemos en la revancha.
-He
dicho que nos vamos, Scott-sentenció Tommy, dándole un manotazo en el hombro-,
y lo que yo digo, va a misa. Todo el mundo fuera. Ya.
Miré
desde la mandíbula de Sabrae cómo todos salían en tropel por la puerta,
empujándose por miedo a quedarse allí encerrados con nosotros y presenciar algo
que parecía no apetecerles mucho ver. Las amigas de Sabrae nos lanzaron miradas
cargadas de intención; Amoke incluso le dio un codazo a Kendra y las dos
asintieron con la cabeza, abriendo mucho los ojos en un mensaje que creo que ni
siquiera Sabrae habría conseguido descifrar. Les siguieron Scott y Tommy; Scott
salía hecho una furia, protestando por lo tramposo que era Tommy, y el susodicho se volvió para cerrar
la puerta más rápidamente tras de sí, no sin antes levantar los pulgares en
nuestra dirección y guiñarnos un ojo que claramente quería decir “que os
divirtáis”.
-Acabo
de decidir que mi hermano favorito es Tommy-comentó Sabrae, que había visto
todo el espectáculo desde el cómodo ángulo de todo al revés. Amén.
Mi
ego la tomó de la mandíbula y la hizo mirarme. Tenía mi boca a dos centímetros
de la suya, todo mi cuerpo aplastando el suyo: Tommy era la última persona en
la que debería estar pensando ahora mismo.
-¿Qué
hay de tu padre favorito?-pregunté, y Sabrae se echó a reír, comprendiendo
perfectamente a qué me refería. No me había bautizado así ni hacía cuatro días
y yo ya había terminado por responder de
ese nombre.
La
noche en que habíamos ido a dar una vuelta, aparentemente satisfechos en el
terreno sexual (o eso pensábamos nosotros, hasta que llegamos al bar gay y
Sabrae me arrastró hacia el baño y me hizo follármela de una forma que debería
haber hecho que caminara como un vaquero lo que quedaba de mes), primero le
había impedido beber más de todo el alcohol que los amigos de Jordan no paraban
de ofrecerle, colocando los vasos de chupito en las mismas bandejas en que
habían venido, o bebiéndomelos yo mismo todavía de sus manos cuando ella era
más rápida que yo y los aceptaba antes de que yo pudiera rechazarlos. Luego,
había mantenido los ojos bien fijos en ella mientras bailaba con un chico que
tenía pocos menos estrógenos que ella, e incluso me había levantado para mirar
desde arriba mientras varios tíos hacían un coro a su alrededor y gritaban y
gritaban cada vez más alto conforme Sabrae perreaba más y más bajo, no fuera a
ser cosa que yo tuviera que hacer historia pasando a ser el primer heterosexual
que le rompe la cara a un gay por meterle mano a su novia en lugar de por
metérsela a él mismo.
Después,
cuando Logan ya estaba tan borracho que no sabía ni dónde estaba, había ido en
busca de Sabrae para decirle que nos teníamos que ir, lo cual fue recibido con
festival de abucheos en mi dirección. ¡Pero bueno! ¡Estaba en un puto local
atestado de gente que se sentía atraído por mi sexo, y yo era el mejor ejemplar
de mi sexo que había en Londres, ¿y todavía me abucheaban?! Estúpidos gays.
Sabrae
había contestado como la reina del orgullo gay recién coronada que era agitando
las manos en el aire, diciéndome que un último baile y que luego nos íbamos… y
riendo y pegándome en el culo cuando le dejé de margen otros cuatro y me la
terminé echando a la espalda, mientras tiraba como buenamente podía de Logan,
que ya ni se tenía en pie.
-¡Adiós,
preciosa! ¡Tráete a tu hetero más veces!
-Tengo
nombre-protesté.
-Que
no es “cariño mío”-se lamentó un chico que iba más maquillado que Bey, Tam y
Karlie en la graduación juntas.
-Te
sorprendería por qué nombres respondo, chaval.
-¡Me
lo he pasado genial!-festejó Sabrae a la salida, eufórica pero milagrosamente
sobria-. ¡Los amigos de Logan son súper simpáticos! ¡Bailan que te cagas!
-Sí,
no están mal-musité.
-Tendrías
que haber bailado más, Al. Apenas te has movido del asiento.
-Es
que estoy un poco cansado, nena. Ya sabes… he tenido que estar aguantando tu peso
durante bastante tiempo.
Sabrae
al menos había tenido la decencia de ponerse colorada y señalar a Logan.
-Esto,
Al… creo que Logan va vomitar.
-Oh,
genial-protesté, quitándole la chaqueta para que no se la ensuciara y
agarrándolo de los hombros para que no se cayera al suelo-.Ven, tío, vamos a
buscarte agua y unos caramelos-urgí a Logan, ayudándolo a ponerse en pie.
-Definitivamente
tienes madera de padre-sonrió Sabrae-, ¿quieres que me adelante y busque algún
kebab abierto?
-¿Para
que te metan en una furgoneta y te secuestren? Paso. Pégate a mí, que la gente
de este barrio es muy chunga.
-Padre
de quintillizos-constató ella, brincando, y yo puse los ojos en blanco y me
mordí la lengua para intentar no reírme. Cuando dejamos a Logan en su casa, Sabrae
se volvió hacia mí.
-Apuesto
a que ahora me acompañarás a casa.
-Intenta
impedírmelo, bombón.
-¿También
me leerás un cuento antes de acostarme y me cubrirás bien con las mantas?
-Te
cubriría si me dejaras, nena, pero no con las mantas.
-¡Alec!-protestó,
fingiéndose escandalizada, pero me dio la mano y me cubrió el brazo de besos
mientras atravesábamos en barrio en dirección a su casa. Se giró para mirarme
cuando llegamos y soltó una risita cuando le di un beso en la frente antes de
que abriera la puerta.
-¿Qué
pasa ahora?
-De
sextillizos-se burló, y yo bufé.
-Vete
a la mierda, Sabrae. Sólo estoy intentando ser tierno.
-Pues
esta noche estás que pareces mi padre. Estoy por pedirte que me des cincuenta
libras para salir con mis amigas, y todo…
-¿Ah,
sí?-respondí, y sin previo aviso la empotré contra la pared de su casa y empecé
a comerle la boca como si acabara de terminar el Ramadán. Sabrae se quedó sin
aliento cuando por fin me di por satisfecho, o al menos lo hice a medias.
Jadeante, me la quedé mirando desde arriba, con los ojos oscuros y su sabor aún
chispeándome en la boca-. ¿Ahora te he parecido un padre?
-Me
gusta tu lado tierno. Y me gusta tu lado salvaje-respondió, cogiéndome del
cuello de la camisa y tirando de mí para tener mi boca al alcance de su mano.
Estuvimos peleándonos a base de besos como si no hubiera un mañana, como si
aquella fuera nuestra primera discusión, la que decidiría quién tenía el poder
en la relación y quién no, en la que más teníamos que afanarnos.
Ni
siquiera el tiempo nos detuvo; sólo lo hizo el sonido del motor de un coche
atravesando el camino de entrada. Zayn bajó la ventanilla y se nos quedó
mirando a los dos, y yo me puse automáticamente rígido, pero Sabrae me agarró
del cuello de la camisa y miró a su padre, desafiante.
-¿De
dónde vienes?
Zayn
hizo un mohín.
-Tengo
40 años, Sabrae, ¿de dónde vienes tú?
-De
dar una vuelta con Alec. Mamá ya lo sabe.
-Guay-respondió
Zayn, en un tono que quería decir todo lo contrario a “guay”-. Yo de grabar.
¿Vais a estar mucho tiempo ahí o corro el pestillo?
-Nos
estábamos despidiendo-expliqué, y Zayn se echó a reír, se aferró al volante del
coche y soltó el freno de mano para hacer que el vehículo entrara en el garaje
mientras soltaba:
-Me
han adjudicado críos de chavalas con las que sólo crucé dos palabras en algunos
eventos, y ahora me pretendéis decir que sólo os estabais despidiendo. Cómo se
nota que no os persigue una nube de paparazzi…
-¿Sigo
pareciéndote tu padre?-le pregunté a Sabrae cuando Zayn ya no estaba al alcance
del oído.
-Tú
también tienes tus días gruñones.
-¿Cuándo
he tenido yo ningún día gruñón?
-Hoy-contestó,
y volvió a besarme, y habríamos seguido así hasta la hora de comer de no ser
porque su padre legítimo se ocupó personalmente de hacer que fuéramos
plenamente conscientes del paso del tiempo: salió hasta un total de siete
veces, para preguntarnos si teníamos pensado hacer algo, si nos íbamos a dignar
en casa, si teníamos condones, si habíamos apostado a ver cuál de los dos cogía
antes una pulmonía, si era que directamente nos ponía hacerlo en el exterior,
donde podía vernos la gente; lo cual era perfectamente legítimo pero a ver,
Sabrae, por favor, que eres medianamente conocida y tienes a gente pendiente de
ti, así que tienes que andar con cuidado con las cosas que haces…
-¡Dios
mío, papá, YA VOY!-tronó Sabrae la última vez que Zayn abrió la puerta por
última vez. Zayn no dijo nada más: simplemente se dedicó a fulminarme con la
mirada, frotándose las manos cubiertas de tatuajes como un villano de película
de dibujos animados, y la cerró despacio. Sabrae puso los ojos en blanco-. Me
tiene hasta el coño.
-Esa
boca-le recriminé en broma, y Sabrae se echó a reír.
-Vete-me
instó-. ¿O quieres quedarte a dormir?
-¿Dormir?
¿Yo? ¿Contigo? Sabrae-simplemente estallé en una carcajada. Qué graciosa
era la niña cuando se lo proponía.
-Cierto.
No he hecho la cama. Seguro que eso despierta tu lado gruñón.
Y se metió en la casa, dándome un portazo en
las narices. Llamé con los nudillos y ella entreabrió la puerta.
-¿Sí?
-Asegúrate
de tener una manta extra a los pies de la cama, que por la noche refresca mucho
y así es como más fácil es coger un resfriado.
Sabrae
rió una última vez aquel día.
-Sí,
papi-se burló-. Que descanses. Me apeteces.
Yo le
había contestado que también me apetecía, y me había largado de su casa con una
sonrisa boba que me habría costado dos siglos disimular. Le había empezado a
pillar el gusto a ese mote cariñoso, aunque nada me sonaría mejor que “sol” o
“criatura”.
Pero,
en fin. Hora de volver a la realidad.
-Le
he terminado cogiendo el gusto-le dije, dándole un toquecito en la nariz.
-Quizá
sea momento para parar, entonces-respondió ella, y yo clavé ambos codos en el
tapete de la mesa, enmarcando su cara.
-Ni
se te ocurra.
Sabrae
volvió a reír suavemente y yo le aparté el pelo de la cara y continué
besándola. A modo de respuesta, ella empezó a abrirme los botones de la camisa,
lo cual me arrancó una carcajada a mí.
-Parece
que alguien quiere cambiar las reglas del juego a mitad de la partida, ¿eh?
-Venga,
Al. No te hagas el difícil. Tú también quieres esto-ronroneó, frotándose contra
mí y recibiendo a modo de aprobación un gruñido de mi parte, y un suave empujón
que le arrancó un suspiro por cortesía de mi miembro. La tomé de la mandíbula y
le acaricié los labios con el pulgar.
-Me
estás embrujando, mujer.
-Eso
es lo que pretendo, hombre-respondió, incorporándose lo justo y necesario para
que nuestras bocas estuvieran a la misma altura. Se había quedado sentada sobre
el borde del billar, y mi postura ligeramente inclinada hacia ella nos dejaba
equiparados en lo que a posición se trataba. Sabrae me comió la boca como yo
había hecho con ella antes, y terminó de abrirme la camisa, celebrando mi
principio de desnudez con un gemido gutural y recorriendo mi cuerpo con los
dedos, como asegurándose de que la visión de mi piel no era un espejismo-.
Adoro a mis amigas—soltó de repente, descendiendo por mi cuerpo en dirección a
mi pecho, dejando un sendero de besos que bien podía ser la inauguración de mi
ruta preferida de peregrinaje-. Ellas me convencieron de que viniera a
buscarte.
-No
sé si me preocupa el hecho de que nadie tenga que convencerte para que vengas a
por mí.
-No
quería que se sintieran mal-adujo, bajando sus manos hasta mi cintura y tirando
un poco de mí desde las trabas. Se mordió el labio cuando sus ojos descendieron
hasta la línea de vello que me subía desde la entrepierna hasta el ombligo-.
Aunque creo que merecería la pena.
No se
contentó con tenerme cerca. No se contentó con acercarme más. Necesitaba
tocarme, asegurarse de que era real, presa de la misma niebla mental que me
había atrapado a mí cuando la vi aparecer aquella noche. Una de sus manos
descendió hasta mi entrepierna, siguiendo la línea del bulto que formaba mi
erección en los pantalones, y lanzó un suspiro de satisfacción cuando yo cuadré
la mandíbula y me lancé a por ella. No iba a dejarla someterme tan fácilmente.
Si iba a torturarme, yo también la torturaría a ella.
Me
incliné hacia delante y, con los labios en los suyos y su lengua jugando con la
mía, metí la mano por debajo de su falda y jugué con la piel tremendamente
sensible de sus muslos. Sabrae, por toda respuesta, abrió las piernas.
No me
costó mucho encontrar su rincón húmedo y dispuesto. Me puso a mil notar aquel
suave calor líquido que la cubría cuando estábamos juntos, y solos.
Sabrae
echó la cabeza hacia atrás y dejó la boca, exhalando una exclamación que era
una mezcla de mi nombre y el de dios, cuando introduje el dedo corazón en su interior.
Palpitaba a un ritmo que, aunque no dejaba de ser suave, sí era un tanto
frenético.
-Estás
tan mojada-ronroneé en su cuello, dejando un rastro de besitos y mordisquitos a
lo largo de sus venas.
-Adivina
quién tiene la culpa.
Me
eché a reír y continué masturbándola, hasta que ella no lo soportó más y cerró
las piernas en torno a mí, pegándome más a ella. Mi mano y la suya quedaron
atrapadas entre nuestros cuerpos, como los ingredientes de un sándwich que no
son pan. Los dientes de Sabrae brillaban a la luz de las lámparas del techo,
que no le harían justicia a su hermosura nunca, pero que sin embargo le
quedaban genial.
Saqué
la mano de su entrepierna, y estaba a punto de llevármela a la boca cuando ella
la cogió por la muñeca. Parpadeó despacio.
-¿Quién
va a llevar la voz cantante?-preguntó con inocencia.
-¿No
es evidente?-respondí, señalando con la cabeza mi mano entre sus dedos. Sabrae
se rió.
-Me
apetece jugar esta noche.
-A mí
me apetece jugar todas, bombón, sobre todo desde que tú eres una parte de la
ecuación.
-No
me refiero a eso.
-Sí,
ya-puse los ojos en blanco y Sabrae se echó a reír.
-Nunca
hemos jugado a nada que no sea a juntar nuestros cuerpos-Dios, necesitaba que
dijera esa frase una y mil veces; era tan sucia a la par que comedida, la
perfecta mezcla entre lo pornográfico y lo inocente-. Quiero conocer tu lado
competitivo. Apenas pude verlo cuando fui a visitarte el otro día.
-No
soy competitivo cuando estoy desnudo, y la verdad es que gano mucho sin
ropa-contesté, inclinándome hacia ella y mordiéndole el labio.
-Pero
seguro que odias perder, ¿no?
-¿Hay
alguien a quien le guste?
-Te
propongo algo. Echemos una partida, la de desempate. A muerte súbita.
-¿Qué
hay en juego?
Allí
estaba de nuevo aquella sonrisa torcida.
-Si yo
gano-hizo una pausa dramática-, tendrás que hacerme lo que yo te pida.
-Quiero
las condiciones por adelantado.
Arqueó
una ceja, separó más las piernas, y luego… se metió en la boca el dedo que
había tenido dentro de ella, y succionó y lo rodeó con la lengua en un lento
baile en el que yo no pude hacer más que pasármelo genial mirándola.
Me
habría corrido de haber tenido la polla libre.
-Parece que vamos a hacer un trato del que los
dos vamos a sacar provecho, nena. Vale. Me gustan los términos.
-¿Y
qué quieres que pase si ganas
tú?-coqueteó, deslizando mi dedo por su mentón, y llevándolo hasta su
escote. Tiré un poco de los cordones que lo mantenían unido, haciendo que su
silueta cambiara por la desaparición de la presión que mantenía sus pechos unidos.
La mera visión del principio de piel que se deslizaba suavemente hacia abajo
habría bastado para hacerme perder la razón.
-Si
yo gano, me dejas elegir a qué parte de mi cuerpo le repites lo que acabas de
hacer.
-Así
que, ¿nos repartimos eso? ¿El trabajo de nuestras lenguas?-se burló ella.
-La
idea la has tenido tú.
Se
bajó de un salto de la mesa, me miró desde abajo con desafío llameándole en los
ojos, y justo cuando pensé que la sugerencia de lo que quería que me hiciera la
había encendido lo suficiente como para saltarse el paripé de la partida, se
escabulló de la prisión que había hecho con mi cuerpo y cogió el triángulo para
colocar las bolas. Me concedió el privilegio de romperlas, y cuando bromeé con
que si me estaba dando ventaja a posta, me respondió que aquél sería el único
trato deferencial que recibiría de ella en toda la noche.
Sabrae
tenía razón en una cosa: no me gustaba perder. Y ahora que había mucho en
juego, estaba decidido a ganar fuera como fuera. Por eso me afané en cada
jugada, las calculé y las planeé y las ejecuté con el cuidado propio de un
estratega militar, con el aliciente de que ella también se había puesto en su
modo más competitivo. Ninguno de los dos cedería nada de terreno, así que la
partida estaría interesantísima.
Sobre
todo cuando empezamos a hacer trampas. Resulta que follar no era lo único que
nos gustaba hacer sucio: también apostaríamos y jugaríamos así. Por eso, cuando
Sabrae vio que yo me acercaba peligrosamente a una victoria de cuya autoría no
estaba muy seguro, se propuso tratar de distraerme como mejor supo: con su
cuerpo. Se echó el pelo sobre los hombros y, mientras yo intentaba apuntar
hacia una bola que estaba en el otro extremo de la mesa, se agitó las manos
sobre el cuello y comentó:
-Hace
mucho calor, ¿no te parece? Se están pasando con la calefacción.
Esperó
pacientemente a que yo levantara los ojos, como era inevitable, y entonces se
tiró de los cordones del escote para ampliar su vestido, y de las mangas para
dejar libres sus hombros.
No
había necesitado que viniera nadie a decirme que Sabrae no llevaba sujetador,
pero había una diferencia abismal entre saberlo
y verlo. Ahora que tenía la piel
de sus hombros al descubierto y sus pechos hacían una deliciosa ondulación en
su escote, casi libres de toda atadura, a ver quién era el chulo que no erraba
el tiro.
Desde
luego, yo, no iba a ser.
Sabrae
dio un saltito y cogió el taco del billar, me pellizcó en el brazo y dijo “otra
vez será” en tono que no dejaba lugar a dudas de que no iba a tener piedad
conmigo.
Mejor,
porque yo tampoco.
Así
que ni le di oportunidad a preparar una remontada. Me coloqué justo frente a
ella, que estaba semiechada sobre la mesa, y ni corto ni perezoso, me ahuequé
la camisa y murmuré:
-Tienes
razón, hace muchísimo calor.
Y me
la quité.
Y
Sabrae abrió la boca.
Y me
comió con los ojos.
Y yo
fingí que no me daba cuenta mientras me pasaba una mano por el pelo y apretaba
la mandíbula, como si estuviera tremendamente incómodo. Como si no me encantara
la forma en que me estaba mirando ella. Estaba casi convencido de que sólo era
visible en el momento en que ella me veía.
Sabrae
trató de recuperar la concentración, y de alguna forma lo consiguió, porque
empujó la bola blanca en dirección a la que había elegido, con tan mala suerte
que le dio demasiado suave y la bola no llegó a la tronera de destino.
Chasqueó
la lengua y se puso de morros.
-Se
me ha resbalado la mano.
-Sí,
ya. Luego, si quieres, nos tomamos una cerveza bien fresquita, ¿qué te parece,
Saab? ¿Hace?
Sabrae
alzó la ceja y comprobó cómo yo metía la última bola que me quedaba en su
agujero. Se apoyó en la mesa, al lado de la negra, tan cerca que podía moverla
con un soplido, y respondió, como quien habla del tiempo:
-A mí
lo que me apetece es follar.
Follar. Follar. Follar. Follar. Aquella
palabra resonó en mi mente y me hizo perder la compostura. Lo dijo en el
momento justo en que yo arremetía contra la bola, y aquella palabra tan corta y
de tan poderosa influencia hizo que el taco chocara contra el tapete de la mesa
y la bola blanca saliera disparada hacia un lado, bien lejos de la negra. Se la
dejé a tiro a Sabrae para ganar la partida.
Ella
descruzó lentamente las piernas, saltó de nuevo al suelo y recorrió la mesa en
dirección a la blanca, con tan buena suerte que pasó ante mí y yo la agarré de
la muñeca para que no se me escapara.
-Y
vas a follar, nena. Después de comerme la polla con esa boquita tuya-le recorrí
los labios con el pulgar, Sabrae los entreabrió y me dio un mordisco en la
palma, y…
Consiguió
meter la última bola que le quedaba.
Me
lanzó una mirada cargada de intención mientras rodeaba la mesa.
-No
sé si ir quitándome las bragas ya…
-Por
mí, no te cortes-contesté, alzando las manos. Bueno, habíamos hecho un trato
justo en el que los dos ganábamos aunque perdiéramos: no sería yo quien se
resistiera a comerle el coño como Dios manda a Sabrae, por mucho que me
apeteciera también que me la chupara. Ya habría ocasión para ello; no tenía
ninguna prisa.
Lo
que pasó a continuación fue un giro del destino que me hizo recordar lo
afortunado que era. No sólo había disfrutado de todas las mujeres que me había
dado la gana a lo largo de mi vida, muchísimo más que la gran mayoría de tíos a
los que conocía ni conocería nunca; no sólo había encontrado a una chica
cojonuda con la que compartir mis noches y poder contarle todo lo que me
preocupaba, celebrar con ella todo lo bueno que me pasaba, y que me
complementara y a la vez me imitara como si de una especie de rompecabezas
hecho de espejos se tratara.
Resultó
que la chica en cuestión había cantado victoria demasiado pronto. Consiguió
entronar la bola 8, pero estaba tan ansiosa por saborear su triunfo que no se
dio cuenta de una cosa: le había dado demasiada fuerza al impulso y, como
consecuencia de ello, la bola blanca botó en varios bordes hasta irse derecha a
una de las troneras del centro.
-¡No!-protestó
Sabrae, y yo me eché a reír, di una palmada y me acerqué a ella.
-Parece
que no nos ha salido todo como pretendíamos, ¿verdad?
-Esa
jugada no vale. Se me ha escapado el taco.
-Qué
pena-respondí, poniéndome delante de ella y acodándome en la mesa-, casi me lo
trago, pero hay un problema: juegas demasiado bien, Saab. No se te escaparía
jamás el taco como si fueras una principiante. Así que lo siento, pero no
cuela-hice una mueca y Sabrae puso los ojos en blanco-. Así que… ¿qué
prefieres? ¿Me bajo yo la cremallera, o prefieres hacerlo tú?
-No
pienso hacer nada de eso.
Alcé
las cejas.
-¿Disculpa?
Hemos hecho una apuesta. Si ganabas tú, te comía el coño. Si ganaba yo, me
comías la polla. He ganado yo, así que no hay que ser muy avispado para…
-Yo
no di mi conformidad a tus condiciones. Sólo empecé a jugar-alegó, sacando las
dos últimas bolas del cajón del billar y colocándolas en las posiciones aproximadas.
-Las
aceptaste jugando, como cuando entras en una web y pasas de lo de las cookies. Esto es lo mismo.
-Lo
siento, cariño. Tendrás que seducirme-sonrió ella, cerrando un ojo y apuntando
hacia la bola negra.
-¿Seducirte?-respondí,
pegándome tanto a ella que me habría sido imposible no penetrarla si hubiéramos
estado desnudos-. No necesito seducirte. Sé que estás tan mojada que apenas te
enterarías si te la metiera ahora mismo.
-Te
subestimas mucho-contestó, riéndose, y deslizó el taco por el anillo que
formaban sus dedos, calculando la fuerza. ¿Esas teníamos? Muy bien.
No
pensaba suplicar por lo que me pertenecía por derecho. Me había prometido una
mamada, y eso era lo que iba a darme.
Otra cosa era la forma en que
íbamos a llegar hasta allí.
Mientras
Sabrae calculaba con cuidado el impacto, yo tiré del vestido para levantárselo,
y le acaricié las nalgas.
En su
defensa diré que sus amigas no habían sido del todo certeras con lo que me
habían dicho: Sabrae no venía con la lección aprendida. Traía los deberes
hechos y todo perfectamente estudiado. Venía a por matrícula de honor.
No
llevaba bragas, sino un tanga.
-¿Qué
haces, Alec?
-Admiro
las vistas-respondí, pasando mis manos por sus nalgas, de tamaños tan similares
que era imposible no pensar que nos habían hecho el uno para el otro. Todo su
cuerpo se tensó de pura envidia; cada célula que no estaba en su culo quería
estarlo, cada poro de su piel que no perteneciera a ese precioso rincón de su
anatomía odiaba el lugar en el que se encontraba.
Me
puse de rodillas tras ella y tiré de su tanga, que se deslizó suavemente por
sus muslos, con la excepción del pequeño triángulo de tela adherido a su sexo
por medio de su placer.
Sabrae
estaba conteniendo la respiración, pero yo inhalé por los dos. Hundí mi nariz
en los pliegues que la hacían mujer y respiré como un cocainómano que lleva
meses en una clínica de desintoxicación contra su voluntad, y por fin tiene
ante sí una raya.
A la mierda. No voy a conformarme con su
boca. Necesito hacerla mía de la forma en que los hombres hacemos nuestras a
las mujeres.
-¿Qué…
pretendes?
-Decías
que querías que te sedujera. Eso estoy haciendo: seducirte. Tus deseos son
órdenes para mí.
-Pero…
aún no he… oh-gimió cuando aproveché que mis manos estaban en su culo para
separarle las piernas y abrirla para mí. Me encantó la visión de su sexo
abierto, expuesto, listo para que yo lo tomara-. No…
-Cuidado
con esa palabra, Sabrae, porque significa todo lo contrario a lo que tu cuerpo
me está suplicando ahora mismo-me burlé, soplando sobre su entrepierna y
haciendo que ella se pusiera rígida.
-No…
he…
-¿No
has?-pregunté, tan cerca de su sexo que casi podía degustarla en mi lengua. Se
me estaba haciendo la boca: su visión, su olor, incluso el sabor que notaba
chispeándome en las papilas gustativas eran lo más apetitoso con lo que me
había encontrado en la vida.
-G…g…
gan… ganado-articuló por fin, y un escalofrío la recorrió de pies a cabeza-. No
he ganado.
Sonreí.
-Mi
niña… lo importante es participar.
Y,
sin previo aviso, la atraje hacia mí y me la llevé a la boca.
Sabrae
dejó escapar un alarido y soltó el taco de billar. Le saqué el tanga de los
pies y me lo metí en el bolsillo trasero del pantalón, mientras cerraba los
ojos y disfrutaba del festín de Sabrae que había empezado a darme. Sus gemidos,
sus asentimientos y sus súplicas eran música para mis oídos, el aderezo
perfecto para aquel manjar dulce y a la vez salado que me inundaba la boca. La
cogí de las caderas cuando empezó a moverse involuntariamente, acompañando en
sentido contrario los movimientos de mi mandíbula y mi lengua, porque no quería
que me alejara de ella y a la vez tampoco quería que dejara de montarme de
aquella forma. Dios. Estaba tan buena, estaba deliciosa, joder.
Sabrae
clavó las uñas en los bordes de madera de la mesa y asintió con la cabeza,
gimiendo mi nombre en voz baja, diciendo que le gustaba mucho mi forma de
devorarla, que le encantaban los gruñidos de satisfacción que nacían en mi
garganta (nena, no lo hago por
complacerte, sino porque el cunnilingus es el mejor invento de la humanidad,
aunque me alegro de que te guste que sea ruidoso), que me quería dentro,
dentro, dentro, DENTRO.
Que
se iba a correr.
Que
se iba a correr.
Alec,
que se iba a correr.
ALEC.
-Pues
ya sabes qué hacer-gruñí contra su sexo, una oreja en cada muslo, mis labios
sobre los suyos… y con eso fue más que suficiente. Me encantaba que me pidiera
permiso siempre, aunque tampoco me molestaría que de vez en cuando me pidiera
perdón (sobre todo cuando lo hacía por haber hecho squirting).
Sabrae
se dejó llevar contra mi boca, jadeando y gimiendo y tratando desesperadamente
de no gritar, mientras yo no paraba de torturarla.
-Mira
el placer que me estás negando, bombón.
No
dejaría de complacerla salvo que ella me pidiera expresamente que me detuviera.
No es que estuviera en mi mano, de todos modos: lo único que podría arrancarme
de aquella locura en que me había sumido era su voz diciendo que ya estaba
bien.
De lo
contrario, yo era como un perro. Un vez que me ponían el plato delante, no
podría parar hasta verlo limpio.
-Alec-me
llamó cuando acabó, superada la ola del primer orgasmo. Le habría dado otro, y
otro, y otro más, si hubiera estado en mi mano.
-¿Mm?
Sabrae cogió aire, agotada.
-Bájate
la cremallera-tragó saliva-. Voy a hacerlo.
Por
un momento no entendí a qué se refería; me había olvidado de todo lo del juego.
Pero, ahora que la había saboreado, ya me importaba una mierda que me saboreara
ella a mí. Ya ni siquiera me apetecía. No quería ponerme de pie y pegar la nuca
a la pared mientras el regusto de su placer me bailaba en la boca y ella se
ocupaba de mi polla.
No
quería que estuviéramos separados.
Quería
que estuviéramos juntos y muy, muy revueltos.
-A la
mierda con eso-respondí, poniéndome de pie y dándole la vuelta. Sabrae me miró
con ojos como platos y pupilas atontadas-. Te necesito a ti entera.
La
subí a la mesa de billar y ella no necesitó más para entender. Apartó las bolas
de un manotazo y abrió las piernas, mientras yo me sacaba un condón del
bolsillo y liberaba mi erección. La acaricié un poco, asegurándome de estar lo
bastante duro para satisfacerla (alerta de spoiler:
la tenía como una maldita piedra) y proporcionándome un poco de alivio de
paso, y seguí la mirada de Sabrae en dirección a la puerta.
-Puede
entrar alguien.
-¿Eso
supone un problema?-pregunté, porque no es que me hiciera mucha gracia que me
pudieran pescar en medio de un polvo, pero bien sabía Dios que si acababa
pasando eso, no sería la primera vez para mí. Por favor, si incluso una vez que
me estaba tirando a una tía en su piso, entró su compañera a por no sé qué
libro que la chavala en cuestión había tomado prestado de su estantería.
Y me
enorgullece decir que los dos terminamos sin problemas. Puede que en el
instituto me distraiga con una mosca, pero te aseguro que durante un sexo no
hay quien me haga perder la concentración.
-Es
un aliciente-contestó ella, recostándose sobre la mesa de billar y
acariciándose instintivamente.
Qué haces que no te casas con ella y le das
20 críos, Alec.
Es una muy buena pregunta,
conciencia; una pregunta para la que no tengo respuesta aún, más allá de que
soy gilipollas de manual.
Me puse el condón y tiré de
ella para acercármela. Paseé la punta de mi miembro ya enguantado por sus labios
menores y lo coloqué en la entrada de su vagina, y Sabrae se incorporó
ligeramente.
-¿No
vas a pedirme que te mire?
-No
me hace falta-respondí, empujándola hacia mí por los lumbares y hundiéndome
en ella mientras la miraba a los ojos.
Sabrae cerró los suyos, abrió la boca en forma de O en su lugar, y con una
sonrisa en los labios, arqueó la espalda y comenzó a acompañarme con las
caderas.
Por
Dios.
Menuda
delicia, joder.
Lo
que yo tenía cuando estaba fuera de Sabrae no era vida. Vida era lo que me daba
ella cada vez me recibía en su acogedor interior.
Y,
por querer estar más hundido dentro de ella, terminé pifiándolo todo. Dado que
ella se había tumbado en la mesa, y yo no estaba dispuesto a renunciar aunque
fuera a un centímetro de unión, y también le había cogido el gusto a eso de
follar tumbados, escalé hasta quedar con las piernas apoyadas en los bordes,
las rodillas en el límite entre el cielo y la mesa, y me tumbé sobre ella.
No me
acordaba de que aquella era la mesa de la pata coja, la que nunca elegíamos
precisamente por su tara… y fue aquella tara, precisamente, lo que hizo que el
polvo acabara casi nada más empezar.
Con
un estruendo que seguramente habría despertado a la reina en Buckingham Palace,
la pata de tornillos sueltos cedió ante el peso combinado de mi cuerpo y del de
Sabrae y se dobló sobre sí misma, arrastrándonos a nosotros con ella… y
envolviéndonos en un oscuro y peligroso silencio.
Rodamos
hasta quedar ella encima de mí y yo debajo de ella, con nuestros cuerpos
separados por ahora centímetros. Sabrae abrió los ojos, sorprendida por el
movimiento y el escándalo, y me puso una mano en el pecho.
-¿Estás
bien?
Me
había dado una hostia curiosa en la cabeza, y estaba bastante seguro de que
había escuchado cómo me crujía la espalda con la caída, pero no teníamos tiempo
de preocuparnos por mí: la pata de la mesa había cedido justo en un momento de
transición entre canciones, con lo que en la barra habían escuchado
perfectamente el escándalo.
-¿Qué
cojones pasa ahí dentro?
-¡CORRE!-insté
a Sabrae, empujándola para ponerla en pie. Me subí los pantalones a toda prisa
mientras ella se hacía con mi camisa y miraba en derredor, frenética, hasta que
dio con la señal luminosa en verde que marcaba la salida de emergencia. Echó a
correr como alma que lleva el diablo en dirección a la calle, más rápido de lo
que habría creído posible para alguien de su estatura y que encima llevaba
tacones, mientras yo la seguía todo lo rápido que me permitía la difícil tarea
de abrocharme la bragueta y terminar de vestirme.
En el
momento en que atravesé la puerta y Sabrae se giraba para comprobar si la
seguía al doblar una esquina, la puerta del interior del local se abrió y el
dueño se encontró con el estropicio que habíamos provocado.
-¡¡ME
CAGO EN LA PUTA!! ¿QUIÉN COJONES…? ¡TÚ, CABRÓN! ¡NO CORRAS! ¡VUELVE AQUÍ!
-Y
una mierda-musité por lo bajo, echando cálculos y dándome cuenta de que una
mesa de billar probablemente valdría mi sueldo de varios meses. Sabrae tiró de
mí para ayudarme a girar la esquina, tan rápido como iba, y echó a correr con
mi mano en la suya y su bolso en la otra, saltando charcos y esquivando bocas
de riego en dirección a la calle, con el ruido de los pasos de nuestro
perseguidor acercándose cada vez más y más.
Cuando
nos acercamos a una de las salidas de emergencia de la discoteca de Jordan, no
me lo pensé dos veces y nos colé por ella. Sabrae ahogó una exclamación de
sorpresa, y me siguió con paso inseguro pero apresurado mientras yo me abría
paso por entre las bolsas de basura de las noches anteriores y los gatos
callejeros rebuscando su cena. Avanzamos de espaldas, mirando en dirección a la
calle, listos para echarnos uno en brazos del otro y fingir que habíamos salido
a enrollarnos fuera (Sabrae me tendió la camisa y me hizo ponérmela mientras
retrocedíamos), rezando en silencio para que nuestro perseguidor pasara de
largo.
Di
con la espalda contra la pared del edificio y Sabrae chocó contra mí. La sujeté
del hombro y esperamos bajo el manto de nubes de enero que ocultaban las
estrellas. De nuestras bocas salían nubes de vaho que nos hacían parecer
locomotoras.
Los
pasos se acercaron más y más, hasta que una silueta pasó zumbando ante nuestros
ojos, a poco más de cinco metros de distancia, y desapareció con la misma
rapidez con la que había aparecido.
Sabrae
y yo nos miramos un momento, y luego nos echamos a reír, aliviados por lo
rápido que habíamos escapado de la situación… hasta que una de las puertas de
emergencia (la del vestidor que casi nunca se usaba, creo) se abrió y de ella
salieron dos chicas. La que había salido la última empujó a la primera contra
la pared, y la primera se giró en mitad de la trayectoria para encarársele.
Justo cuando pensé que íbamos a presenciar una pelea de gatas nocturna, la
noche mejoró y las tías empezaron a darse el lote.
Mientras
yo me quedaba mirando embobado cómo las dos tías se metían la lengua hasta el
esófago, Sabrae saltó y sujetó la puerta para que no se cerrara y pudiéramos
entrar, con tan mala suerte para las chicas que la luz del interior del local
cayó sobre ellas como la furia justiciera de un dios.
-¿Katie?-pregunté,
estupefacto. Katie era la primera de la clase cuando Bey se ponía enferma;
cuando Bey estaba presente, se convertía en la segunda, pero desde luego era la
ganadora en lo que se refiere a ser repelente.
No
tenía ni idea de que le fueran las tías.
Principalmente
porque tenía una tragadera de pollas que ya quisieran muchas actrices porno.
Créeme, lo sabía por experiencia.
La
emparedada miró en mi dirección y le dio un empujón a su
novia/rollo-de-una-noche/experimento-para-descubrir-su-auténtica-sexualidad.
-¿Alec?
¿Qué haces aquí fuera?
-¿Cómo
que qué hago aquí fuera? ¡Yo podría preguntarte lo mismo!-acusé.
-¡Métete
en tus cosas!
-¿Tú
no tenías novio? A ver, que yo no juzgo, ni nada, pero… pensaba que tú y Paul…
-Paul
es gilipollas.
-Eh,
menuda novedad, tronca.
-Y yo
soy lesbiana.
-No
lo parecías en Halloween.
La
otra chica se me quedó mirando.
-Alec-siseó
Sabrae, pero yo estaba ido y no atendía a razones. Era como una cría de mula
que llevan a una juguetería de mulas. No me iban a sacar de allí si no era
guiándome con la promesa de una zanahoria.
Lo
cual, traducido a mi persona, venía a ser más o menos que Sabrae me enseñara
las tetas.
Y
Sabrae no iba a enseñarme las tetas.
-Se
la chupé en Halloween-explicó Katie a su… amiga bucal. Y la amiga bucal abrió
la boca y los ojos.
-Ah.
-Pero
estaba borracha, ¿eh?
-Habías
bebido dos cervezas.
-Alec-riñó
Sabrae.
-No
estaba en mi mejor momento, ¿vale?-atacó Katie-. Paul acababa de decirme que se
había liado con otra en uno de nuestros períodos de descanso de la relación, y
bueno, por muy gilipollas que seas, estás bastante bueno, y estábamos de
fiesta, y…
-¿Quieres
que vaya y le corte las pelotas?
Las
tres chicas se quedaron en silencio.
-¿Qué
pasa?-la cara de Katie era un poema-. No está bien ponerle los cuernos a tu
novia.
-Yo
no soy una cornuda. Lo habíamos dejado.
-Sí,
bueno, Paul y tú lo dejáis y volvéis y lo volvéis a dejar, porque tú eres tonta
y no te das cuenta de que vales mucho más que un payaso cani como él-me encogí
de hombros-. Oye, que no tengas muchos amigos chicos no significa que no puedas
aprovechar los de Bey. Sabes lo bueno que soy haciendo desaparecer a gente una
temporadita-las chicas abrieron los ojos de par en par-. ¡No me miréis así!
Hablo de hacerle un poco de pupita y que se quede en casa tomando caldo un par
de semanas. Ni que fuera a mandarlo a Cancún para que fuera un esclavo
sexual-puse los ojos en blanco.
-Me
cae bien este penco nocturno-le dijo la amiga bucal de Katie a Katie, y Katie
puso los ojos en blanco.
-Porque
no lo tienes en clase.
-Bueno,
chicas, os dejo para que hagáis… eh… actividades lésbicas. Tienes mi número si
necesitas algo, K.
-No
me llames K. Y no tengo tu número.
-Pues
búscalo en el grupo de clase, tronca, que yo igual repito, pero tú eres
bastante lerda.
Me
dirigí hacia la puerta en la que me esperaba Sabrae, pero me giré en el último
momento y la miré.
-¿De
verdad piensas que estoy bueno?
Sabrae
me cogió de la camisa y tiró de mí para que cerrara la puerta de una vez. Me
volví para mirarla.
-Me
he liado con una lesbiana. Apuesto a que ése es un logro que tu hermano no ha
logrado desbloquear aún.
-Si
le gustan los chicos no es lesbiana-sentenció Sabrae-. Es bisexual, como yo.
-¿Quién
eres tú para decir qué es nadie, Sabrae?
-Parte
del colectivo más oprimido de las orientaciones sexuales activas. Te
sorprendería la cantidad de homosexuales que dicen que lo siguen siendo a pesar
de que les atraiga alguien del otro sexo. O a la inversa. Es como si temieran
perder alguna especie de carnet, o algo-Sabrae levantó las manos y puso los
ojos en blanco.
-¿Cómo que a la inversa?
-A
ver, Alec… si tú eres un tío, y te pone otro tío, muy heterosexual no es que
seas.
-Yo
soy súper heterosexual-discutí-. Soy el único heterosexual que puede entrar en
Los muslos de Lucifer sin que le linchen-le recordé, y Sabrae se rió.
-Es
un ejemplo, amor. Ya sé que tú eres un machito hetero VIP. Sólo te lo estoy
explicando-se puso de puntillas y frotó su nariz con la mía.
-Me
he ganado mi puesto como machito hetero VIP a pulso. No voy a dejar que me lo
quites por un ejemplo tonto. Me gustan las tías.
-Lo
sé, sol.
-Me
gustan mucho-hice un puchero.
-Ya.
-Son
lo único que me gusta.
-Me
he dado cuenta antes-sonrió-, mientras follábamos en la mesa de billar.
Sonreí.
-¿Te
gustó?
Asintió.
-Pues
era mi primera vez follando en una mesa de billar.
-Por
fin te desvirgo en algo-sonrió, echándome los brazos al cuello y acercando su
boca a la mía.
-Lo
mismo digo, nena.
-¿Lo
retomamos donde lo habíamos dejado?
-¿Por
dónde íbamos?-coqueteé, y Sabrae se echó a reír, cogió mi mano y la puso sobre
su pecho y jadeó:
-Por
ahí, más o menos.
Sonreímos
en la boca del otro y continuamos besándonos, mientras yo la llevaba de camino
al baño, por los estrechos pasillos por los que se suponía que no debía pasar
nadie, pero por los que pasaban de todas formas. Como había cola en el baño de
las chicas (para variar), decidimos ir al de los chicos, con tan mala suerte
que mientras la metía en el interior, sus amigas salieron de la puerta de
enfrente y lanzaron un chillido cuando nos vieron.
-¡Ya
estáis aquí!-bramaron, abalanzándose sobre Sabrae-. ¿Qué tal el polvo?
-¿Cómo
que qué tal el polvo?-protesté-. ¡Pues bien! ¿Cómo queréis que esté?
-¿No
te cansas de intercambiar babas? ¡Basta ya!-urgió Kendra, agarrando a Sabrae
por las muñecas-. ¡Préstanos atención! Están poniendo muchas canciones de Bruno
Mars. ¡Tienes que venir a bailarlas con nosotras!
-Pero…
-¡Calla!-bramaron
las chicas, y Sabrae cerró la boca-. El Consejo de Sabias se está pronunciando.
-Hora
de votar-anunció Amoke-. ¿Debe Sabrae dejar plantado a Alec y venirse con
nosotras a perrear? Las que estén a favor, que levanten la mano.
Las
tres la levantaron.
-Para
asegurarnos: las que estén en contra, que levanten la mano.
Levanté
la mano y miré a Sabrae, que no hizo nada.
-¿Disculpa?
-No
puedo votar. Son las reglas.
-¡Por
mayoría absoluta Sabrae tiene la obligación de perrear!-canturreó Taïssa,
tirando de su brazo.
-Si
me hubierais pillado hace quince minutos, estaríamos de empate-gruñí, pero
Sabrae se dio la vuelta y me apaciguó un poco dándome un beso.
-Cuando
terminemos, te busco, te lo prometo.
-¿Cuánto
vais a tardar?
Las chicas
me fulminaron con la mirada.
-En
el noble arte del perreo, sabes cuándo empiezas, pero no cuándo
terminas-constató Amoke.
-Ponerle
una fecha tope va contra natura-dijo Taïssa.
-Hombre
tenías que ser-fue lo que se limitó a escupir Kendra, y Sabrae me lanzó una
mirada de disculpa y las señaló con el pulgar mientras iba con ellas. Me quedé
de piedra viendo cómo se marchaba.
-Sabrae,
¿no te olvidas de algo?
Ella
se volvió y se rascó el codo. Me metí la mano en el bolsillo y, ni corto ni
perezoso, le mostré el tanga. Se puso roja como un tomate y corrió a quitármelo
mientras sus amigas aullaban como lobas.
-¡¿HAS
VENIDO SIN NADA?!
-¡ERES
UNA GOLFA!
-¡NOS
LO CONTARÁS, ¿VERDAD?!
-¡COCHINA,
COCHINA, COCHINA, COCHINA!-corearon mientras la perseguían, y yo me quedé
mirando cómo Sabrae se escabullía entre la gente, con su tanga en el puño
cerrado y sus amigas corriendo tras ella como los guardaespaldas de una
celebridad particularmente traviesa.
Tras
verla desaparecer definitivamente y que todas mis esperanzas de que regresara
se desvanecieran, finalmente entré en el baño. Fui al único urinario libre y
los dos tíos que tenía al lado se me quedaron mirando cuando vieron que mi
polla, en vez de ser de color carne, había adquirido un extraño color púrpura.
-¿Ahora
los traes ya puestos de casa, Alec?-se cachondeó Percy, que iba al mismo curso
que yo y también boxeaba, pero donde yo destacaba él era mediocre, y donde yo
era pésimo él también era mediocre, pero por lo menos aprobaba.
-Si
yo te contara, macho…
-Es
una buena forma de ahorrar tiempo, ya sabes-rió el que tenía a mi derecha,
Jack, con el que solíamos echar partidas de baloncesto los domingos, cuando mis
amigos y yo jugábamos contra otro grupo de amigos del instituto al que iba
Bella.
-Podía
haberlo descubierto antes.
-¡Uh!
Así que… ¿los rumores son ciertos?-Percy se subió la bragueta y se apoyó en la
pared-. ¿Te ha pescado una?
-“Pescar” no es la palabra
que usaría, pero el concepto viene a ser el mismo-me eché a reír, anudé el
condón y lo tiré a la basura.
-Alec
con novia. Pensé que no íbamos a vivir para verlo-dijo Jack, guiñándole un ojo
a Percy.
-Vuestras
plegarias han sido escuchadas, hermanos-les di una palmada en el hombro a
ambos-. Ya no tenéis a nadie que os levante a las tías en el último minuto.
-Bueno,
¿y no piensas contarnos quién es? Mira que pago yo las cervezas, eh.
-¿Para
que me la espantéis? Ni de coña. Bastante
potra estoy teniendo como para que ahora vengáis vosotros a abrirle los ojos.
Si yo no consigo abrírselos y ella no puede sola, tanto mejor.
-Sí,
sí, fijo que la parte de su cuerpo que más quieres abrirle son los ojos. Qué
galante…-Jack me miró de arriba abajo y yo me eché a reír. Habían conseguido
ponerme de mucho mejor humor, y eso que, a pesar de que mi polvo con Sabrae se
había visto pospuesto hasta nuevo aviso, no estaba tan cabreado como cabría
esperar. Incluso agradecí un poco de ese tiempo que podía pasar a solas; al fin
y al cabo, tenía recuerdos recientes de sobra en los que recrearme mientras
esperaba que volviera conmigo.
Pero
que la gente hablara de que una chica misteriosa (o puede que no tan
misteriosa) había hecho que yo cambiara ya era motivo de celebración. Si todo
el mundo notaba algo raro en mí, era que iba por el buen camino. Que pronto
estaría a la altura de Sabrae.
Así
que, para celebrarlo, me dirigí a la barra y le dije a Jordan que llevara una
ronda de chupitos a nuestro sofá.
-No
soy un repartidor a domicilio-protestó cuando me marché sin esperar a que los
sirviera, pero terminaría viniendo al sofá, aunque fuera sólo para meterse con
Scott.
Precisamente
era éste el que quedaba sentado en el sofá, mirando al vacío con una cara de
estreñido de varios días que no había manera de quitarle. Como sabía el
carácter que tenía Scott cuando tenía el día cruzado, me senté un poco lejos de
él, dejándole el espacio que necesitara.
-¿Dónde
tienes a Tommy?
-Bailando
con Bey-hizo un gesto con la mandíbula en dirección a nuestro amigo, que
bailaba muy pegadito a mi mejor amiga. Dado que no tenía a Diana para bailar
así de juntos, buena era Bey como sustituta.
-¿Me
la quiere levantar?
Scott
puso los ojos en blanco y no contestó, así que yo interpreté su silencio como
un “cállate, Alec”. Saqué el móvil y me quedé mirando embobado el fondo de
pantalla de la conversación con Sabrae, aquella foto que me había ofrecido que
le hiciera. Scott lo miró de reojo y lanzó un bufido.
-¿Qué?
-Nada.
-¿A
qué ha venido eso?
-¿El
qué?
-Eso.
-No
he hecho nada.
-Mira,
Scott, si te parece mal que tenga fotos de tu hermana en el móvil, lo entiendo
perfectamente, pero también debes entender que a mí me moleste. No voy a hacer
nada con esas fotos.
-Me
la sudan las fotos. Como si se las haces en bolas.
Dicho
lo cual, alcanzó el paquete de tabaco y sacó un cigarro de su interior, con tan
mala suerte que en ese momento llegó Jordan.
-Aquí
no se puede fumar.
-Que
te jodan, Jordan-espetó Scott, y Jordan y yo intercambiamos una mirada. Me
senté al borde del sofá hasta quedar sentado en él y le quité el cigarro de la
boca a Scott-. ¡Eh!
-Vale,
¿qué pasa, a ver?
Scott
puso los ojos en blanco y se cruzó de brazos, como si tuviera 3 años, lo cual
se aproximaba bastante a su edad mental.
-No
me pasa nada.
-A mí
no me lo parece. ¿Jor?
-Estás
muy raro esta noche.
Scott
lanzó un suspiro catastrofista y señaló hacia la pista de baile. Al principio
no vi bien a qué estaba señalando, y por un momento pensé que se refería a Bey
y Tommy...
…
hasta que la vi. En una esquina, estratégicamente colocada bajo un foco,
Eleanor se frotaba contra un tío al que yo no había visto en mi vida.
-¿Es
por eso? Tío. Si yo me cabreara con Sabrae por bailar con otros, me daría un
repasito bastante importante.
-Sabrae
no es tu novia-atacó Scott.
-¿A
que te parto la cara?-espeté, porque no iba a tolerarle que usara contra mí la
negativa de su hermana. Aquello eran cosas nuestras, que no le concernían a él.
Scott
lanzó un suspiro y me puso una mano en el hombro.
-Lo
siento, Al. Es que... no estoy en mi mejor momento últimamente, ¿sabes?
Algo
en sus ojos castaños con motitas verdes y doradas me hizo entender de qué iba
todo de una vez. Asentí con la cabeza, le di una palmadita en la rodilla y le
dije que no pasaba nada, sabedor de que si le decía a Jordan que nos dejara
solos, o bien se resistiría, o bien me obligaría a contarle de qué iba todo
aquello una vez que estuviéramos él y yo solos. Y yo no le había prometido a
Scott que mantendría a salvo su secreto para echarlo todo a perder a la mínima
de cambio.
Una
vez que Jordan se hubo ido, después de brindar y asegurarse de que Scott y yo
no íbamos a insultarnos, pegarnos ni maternos, me volví hacia él y me lo quedé
mirando.
-Bueno...
tú dirás, tío. ¿Qué pasa?
-Es
Eleanor-especificó, pero yo no le dije nada de que no era lerdo ni nada así.
Sabía que lo decía porque necesitaba sacárselo del pecho, y cuando tus
problemas tienen nombre de chica, lo primero que tienes que hacer es nombrarla.
Así me había pasado a mí con Sabrae cuando me dio calabazas y, aunque su nombre
había quemado entonces en mi boca como si fuera ácido, a la hora de la verdad
había sido como sacarse una espinita del corazón. Había hecho daño, sí, pero lo
necesitaba para sanar-. Quiere que lo hagamos público.
Apoyé
la espalda en el sofá bajo la atenta mirada de Scott, meditando sobre sus palabras.
Sabía el sendero que debía seguir ahora que Scott me lo había mostrado.
-Bueno-asentí,
haciéndole saber que tenía toda mi atención.
-Pero
no puedo hacerlo antes de decírselo a Tommy.
-Ya-asentí,
rascándome la mandíbula.
-Y no
puedo decírselo a Tommy-añadió Scott, mirándose las manos.
-¿Por?
-Pues…
porque no. Porque es Tommy. Y se trata de Eleanor. No hay que ser un lince para
saber lo que va a pasar.
-¿Qué
va a pasar, según tú, S?
-Se
va a cabrear conmigo. Lo sé. Es que… es imposible que no se cabree conmigo-se
pasó las manos por el pelo y dejó los codos anclados en sus rodillas-. Le he
traicionado.
-Tío.
Tío, no digas eso. Tú no tienes ningún control sobre eso.
-Sí
que lo tengo.
-No,
no lo tienes. ¿Piensas que Sabrae se habría pillado por mí de tener el más
mínimo control? Soy yo, S. Alec. El fuckboy
original-le recordé, y Scott me miró a través del hueco que hacía con su brazo,
como un murciélago asomándose a la entrada de su cueva-. Soy hombre, blanco,
heterosexual, de clase media-alta. Todo lo que ella detesta. Y sin embargo,
aquí nos tienes.
-Pero
no es lo mismo, tío. Yo no... Sabrae fijo que se resistió.
-¿Piensas
que habría servido de algo, con esta cara que me ha dado mi madre?-pregunté,
encuadrándomela bajo una mano, y Scott se echó a reír.
-Lo
que quiero decir es… seguro que a Sabrae le sentó mal. A mí no me ha sentado
nada mal. Me ha gustado. Desde el minuto uno. Me he entregado a ella como un
cabrón.
-Pues
díselo así tal cual a Tommy, tío. Estoy seguro de que lo entenderá.
-Tommy
piensa que puedo estar haciendo esto por jugar con Eleanor.
-¿Un
Tomlinson lerdo?-respondí, repantigándome en el sofá-. Vaya. Quién lo hubiera
dicho. Estoy seguro de que es algo novedoso en este país.
Scott
volvió a reírse, pero su risa se acalló rápido, como la llama de una vela que
no consigue superar las continuas ráfagas de viento.
-No
puedo decírselo a Tommy. Y la voy a perder.
-Tendrás
que terminar diciéndoselo. Imagínate que os casáis. ¿Qué vas a hacer? ¿No
invitarlo a la boda? ¿Y cuando Eleanor empiece a firmar sus discos de platino
como Eleanor Malik? ¿O cuando tengáis críos? ¿Te inventarás que son del vecino?
-No
me estás ayudando, tronco.
-Es
que estás obcecado, macho. No se lo quieres decir a Tommy, pero tampoco quieres
esconderte más, ¿o me equivoco?
-Lo
que no quiero es que… me lo impongan. Quiero estar seguro al cien por cien
cuando se lo cuente.
-¿Seguro
de qué?
-No
lo sé, Al. De que es el momento indicado. De que… no sé. De que no la voy a
cagar. De que hay posibilidades de que pille a Tommy de buenas, y… no lo
pierda.
-No
vas a perder a Tommy, ¿qué dices?
-Me
va a hacer elegir entre ella y él-sentenció Scott, angustiado, y yo sentí que
mi estómago se hundía al darme cuenta de que no había manera de consolar a
Scott con respecto a eso, porque tenía toda la razón.
Excepto
si…
-No
va a hacerlo.
-¿Por?
-Porque
no es tonta.
Scott
se me quedó mirando mientras yo alcanzaba el cigarro que le había quitado y le
daba una calada.
-Lleva
las de perder. Lo sabe todo el mundo. Lo sabe hasta ella. Por eso te está
haciendo esto. No hay Scott sin Tommy. Y no hay Tommy sin Scott. Por eso te
está poniendo contra la espada y la pared: porque ella lo sabe, pero tú no.
Como si hubiera opción a que te pasara algo con Tommy-puse los ojos en blanco y
me reí entre dientes-. Por favor. ¿Qué vais a hacer? ¿Pegaros por ella? Ni
cuando éramos críos os vi daros de hostias. No, no vais a tener un apocalipsis.
Puede que tengáis movida, no te digo que no, pero, ¿no termináis arreglándolo
siempre? ¿Cuánto tiempo habéis estado sin hablaros de seguido? ¿Un día? ¿Dos?
Si vivís en casa del otro, por el amor de Dios, Scott. Que tienes un puto
cepillo de dientes para él en tu baño-le recordé-. E incluso compartís la ropa.
¡Si la compráis juntos, no me jodas! Fijo que tu madre te ha lavado gayumbos de
Tommy alguna vez. O a la inversa. No me extrañaría una mierda-negué con la
cabeza-. Es más, estoy convencido de que no compartís a las tías porque no os gustan las mismas.
-A mí
me gustan guapas.
-Y a
Tommy le gustan las zorras sin corazón, o de lo contrario no se habría liado
con Meghan-me encogí de hombros y abrí los ojos, como diciendo “tengo razón y
lo sabes”. Scott puso los ojos en blanco.
-Valiente
hija de puta.
-Aunque,
ahora que lo pienso… a ti también te gustan las zorras sin corazón.
-¿A
que te parto yo a ti la cara? Como vuelvas a decir algo
malo sobre Eleanor…
-Lo
digo por Ashley, retrasado-le recordé, y Scott abrió la boca, asintió con la
cabeza, y se vio obligado a darme la razón. Se quedó mirando a Eleanor bailar
como un cachorrito abandonado hasta que a mí me dio lástima y lo empujé para
que se levantara.
-Vete
a hablar con ella. Venga. No puedes estar aquí como si fueras un alma en pena.
Eres el soltero más cotizado de Londres-le recordé, y Scott se me quedó
mirando.
-¿Y
qué hay de ti?
-Las
tías renunciaron a intentar cazarme hace tiempo. Saben que soy un alma libre.
Tú, en cambio, eres un romanticón de la leche. Te viene en los genes. Mira qué
música más cojonuda hace tu padre. Canciones como It’s you deberían estar prohibidas. Qué cabrón-le di una calada al
cigarro y chaqueé la lengua-. Si pusiera el mismo esmero haciendo críos que
música, todos aquí seríamos vírgenes salvo tú.
Scott
se echó a reír, me revolvió el pelo y me abrazó.
-Gracias,
Al.
-¿Por
qué? Somos amigos. Para eso estoy. Además… me mola esto de consolarte con el
tema de Eleanor. Me hace sentir único e irrepetible. Como un oso panda en un
zoo-le guiñé un ojo-. Soy como un agente doble. De día, repartidor eficiente y
boxeador retirado; de noche, consolador profesional y vividor follador retirado
también.
Scott
soltó una carcajada, me revolvió el pelo y se perdió entre la gente. Cuando
Tommy y Bey regresaron de bailar y me preguntaron por él, me hice el sueco y le
solté que se había largado “con un piba que ya me gustaría a mí”.
-¿Ahora
le va el incesto?-rió Tommy, y yo puse los ojos en blanco.
-Qué
gracioso eres, chico…
Empezó
a sonar otra canción y Bey le pidió permiso a Tommy para abandonarlo y
arrastrarme a mí a la pista de baile en su lugar. No tuvo que suplicar mucho.
Precisamente estando allí, Scott me tocó en el hombro y me pidió que le hiciera
un favor que no me especificó: yo no lo necesitaba. Sólo nos pedíamos un tipo
de favores cuando era de noche y estábamos en la discoteca de Jordan. Miré a
Eleanor entre la gente mientras le pasaba el paquetito plateado a Scott.
-Que
no se te suba a la chepa-le dije-. Córrete tú antes que ella.
-¿Cuántas
veces te has aplicado el cuento con Sabrae?-se burló Scott.
-Ninguna.
Así me tiene-sentencié, y volví a ponerle la mano en la cintura a Bey.
Regresamos
al sofá, y los dos Malik vinieron a él a la vez, aunque desde sitios diferentes
y pretextos también distintos. Mientras que Scott venía con una sonrisa boba en
los labios, de la que Tommy se rió enseguida, Sabrae traía una lasciva, pagada
de sí misma.
-¿Ya
es mi turno?-pregunté, con los tobillos entrecruzados y la cabeza inclinada
hacia un lado.
-Depende,
¿quieres que lo sea?
-No
lo…-empecé, pero me callé en cuanto reconocí el suave sonido de una de las
canciones de The Weeknd. Sabrae tiró de mí para levantarme del sofá y me miró a
los ojos cuando empezó la canción, acoplándose a la perfección con la voz de
Abel: quiero follarte despacio con las
luces encendidas.
Joder,
y yo, nena. Y yo.
Bailamos,
brincamos, giramos y nos gritamos la letra el uno al otro en la marea de gente;
Sabrae incluso empezó a mover los pies como lo hacía el cantante en el vídeo de
la canción, completamente desinhibida y no cabiendo en sí misma de lo contenta que
estaba. Se colgó de mi cuello y empezó a besarme mientras sonaba otra canción a
la que ninguno le hizo caso, y estábamos a punto de irnos al rincón con el sofá
cuando empezó a sonar Please me, de
Cardi B y Bruno Mars, y ella soltó un grito (casi me deja sordo, la muy
cabrona) y empezó a brincar.
-Ni
de coña te me vuelves a escapar-le dije, y ella se echó a reír y negó con la
cabeza.
-Soy
toda tuya.
-¿Me
lo pones por escrito?
Volvió
a reírse, me dio otro beso y continuó girando sobre sí misma, flagelándome con
sus rizos.
No
soportamos otra canción más. Su culo frotándose contra mi entrepierna y mis
manos por todo su cuerpo pudieron más que nosotros, y cuando los últimos
acordes de la canción aún estaban sonando, ya estábamos entrando en el cuarto
donde había empezado todo.
Mi
camisa echó alas de nuevo y también lo hicieron los zapatos de Sabrae; se tumbó
en el sofá y yo caí encima de ella, con nuestras bocas pegadas y las manos
recorriéndonos como si nos leyéramos en braille el uno al otro, y fuéramos la
novela más interesante que había caído en nuestras manos.
Sabrae
me metió la mano en el bolsillo trasero del pantalón, donde yo metía los
condones para tenerlos más a mano cuando empezábamos a calentarnos, y…
Estaba
vacío.
Mierda.
Mierda.
Mierda.
-Me
cago en dios-gruñí por lo bajo, y Sabrae abrió los ojos.
-¿Qué
pasa?
-El
condón de recambio. Se lo he dado a tu hermano.
Sabrae
frunció el ceño.
-¿Cómo
que…?
-Pues
que soy puto imbécil, Sabrae, y le he dado el último condón a tu maldito
hermano, cojones.
-No
te enfades.
-No,
sí que me enfado. Es que parezco subnormal, joder.
-Que
no te enfades, te digo. Estás muy guapo cuando te enfadas-me riñó, tirando del
colgante del diente de tiburón que llevaba al cuello para besarme-, y no puedo
decirte que no a nada. Y tengo que decirte que no hasta que no tengamos un
condón. Venga-me dio una palmada en el culo-, vístete, fiera. Vas a por uno y
vuelves. Yo te espero aquí.
-¿No
vienes?
-Si
salgo de esta habitación, no voy a volver a entrar-rió.
-Echa
el pestillo.
-No
va a entrar nadie.
-Lo
digo por ti. Para que no te escapes.
Jamás
había dado tantos codazos en toda mi vida como aquella noche. Me fui abriendo
paso no como una serpiente que se mete por los recovecos que ve, sino como un
buldozer que arrasa con todo a su paso.
Me
incliné sobre la barra y me dediqué a gritar el nombre de Jordan hasta que
Patri asumió que no había nada que ella pudiera darme y llamó a su jefe.
-¿Qué
coño pasa?
-Necesito
un condón.
-Y yo
una novia, no te jode.
-Milagros
no hago, Jordan. Dame uno de la caja de emergencia.
-Son
cinco libras.
-¿ME
LO VAS A COBRAR?
-Oferta
y demanda, chaval.
-Vete
a la mierda. Puto imbécil. Te voy a mandar a Júpiter de un puñetazo,
desgraciado-farfullé, echando mano de la cartera, pero Jordan se echó a reír y
negó con la cabeza, tendiéndome un puñadito de paquetitos plateados-. Joder,
Jor. Te quiero. Si fuera tía, te entregaría mi virginidad-gimoteé, saltando la
barra y dándole un beso en la mejilla.
-¡Quita,
puto baboso!-bufó Jordan, limpiándosela-. ¡A que no te hago más favores!
-Te
debo una. Bien gorda. Gracias, hermano-le guiñé un ojo y me giré para pirarme,
y lo habría hecho de no ser por una barrera femenina que me cerraba el paso.
-¡¡Alec!!-festejaron
las amigas de Sabrae, como si llevaran dos años sin verme.
-Ey-musité,
porque no es que tuviera nada en contra de ellas, pero… bueno, sí, sí que tenía
algo en contra de ellas. Me la habían quitado. Estaba con ella, y me la habían
quitado. Se había vuelto personal.
Y no
sólo eso: ahora, encima, se interponían entre ella y yo. No se me ocurría cómo
librarme de ellas rápido sin ser maleducado, pero tampoco es que eso me
preocupaba en exceso. Tenía toda la sangre de mi cuerpo concentrada en un único
punto, que no era el cerebro, precisamente.
-¿Qué
pasa? ¿Cómo va la noche?-gritaron a coro, y yo me las quedé mirando. Parecían
borrachas, fumadas, las dos cosas, o simplemente lerdas. No sabría decir cuál
de las cuatro.
-Bien-contesté, sin saber muy bien qué
decirles, encogiéndome de hombros ligeramente. ¿Me estaban preguntando si ya me
la había tirado?
-¿Y
todo en general?-se echaron a reír como si hubieran dicho lo más gracioso del
mundo, y yo me volví hacia Jordan, que las miraba con el ceño fruncido. Puso dos
vasos de chupito encima de la barra y los llenó.
-Eh…
bien también.
-¿Y tiene
visos de mejorar?-quiso saber Amoke, meneando las cejas en mi dirección.
-Bueno,
un poco sí. ¿Me dejáis…?
-¿Vas
a volver a pedirle?-espetó Taïssa, abriendo mucho los ojos y juntando las
manos. Parecía rezarle a un santo que no le hacía especial caso, pero en el que
creía a pies juntillas.
-No
creo. Si me disculpáis, chicas, tengo que…-murmuré, intentando abrirme paso
entre ellas, pero ellas cerraron filas como si pertenecieran al mejor (y más
pequeño) ejército del mundo.
-Pero,
¡tienes que pedirle, Alec! ¡No puedes esperar más!-me recriminó Amoke.
-¡Sí,
tío! ¡Ya que no supiste aprovechar en Nochevieja… aprovecha ahora, que está
casi tan contenta!
Noté
cómo Jordan me taladraba con la mirada cuando me quedé clavado en el sitio. Las
miré a las tres alternativamente: primero Kendra, después Amoke, luego Taïssa,
y luego Amoke, y después Kendra de nuevo.
-¿Eh?
-Sí,
tío, ¡te la pusimos en bandeja y tú no quisiste entrar al trapo! Es hora de que
muevas ficha.
-¿Cómo
que “me la pusisteis en bandeja”?
Algo
en mi interior se revolvió. Estaba entendiendo de qué hablaban. No lo entendía,
pero lo hacía.
Acababan
de darme la última pieza del puzzle, la que me faltaba, la más grande, la
esencial.
-Sí,
tío. Vamos a ver-Kendra se apartó el pelo de la cara-, nosotras que vamos, y le
hacemos coger una mangada del quince para que te diga a todo que sí, y tú vas y
en vez de preguntarle si quiere ser tu novia, te la llevas a una habitación en
la que sabe Dios lo que hicisteis. ¡Si sólo te acuerdas tú!
-¡O
igual es tu novia y no nos queréis decir nada!-rió Taïssa, y yo me las quedé
mirando. Dejé los vasos de chupito que Jordan me había preparado sobre la barra
y me volví hacia ellas.
-Esperad
un momento, ¿qué me estáis diciendo? ¿No… no fue un accidente? ¿No se pasó ella?
Sabrae
había anticipado Nochevieja igual que yo. Sabrae tenía las mismas ganas que yo
de acostarnos. Sabrae había babeado igual que yo con ella cuando me vio con la
ropa que se suponía que iba a quitarme.
Yo ya
lo sabía. En el fondo, ya lo sabía. Sabía que ella no se pasaría tantísimo con
el alcohol en una noche que se suponía que era para nosotros dos.
Ese algo
empezó a tomar forma… y temperatura. Era una bestia, con garras, con escamas,
con fauces. Un dragón. Un dragón que no se conformaría con mi pequeño cuerpo
que casi no podía hacer daño. Necesitaba desgarrar. Necesitaba quemar. Necesitaba
reducirlo todo a cenizas.
No había
sido Sabrae.
Habían
sido sus amigas.
-No,
no; a ver-intervino Taïssa, abriendo las manos-. Un poco accidente, sí que fue.
Verás: nosotras íbamos con la intención de dejarla un poco contentilla, más
dócil, para que cuando estuvierais juntos y le sacaras el tema accediera, pero…
claro, no nos coordinamos. Es que, siendo tres… es un poco complicado-soltó una
risita tímida, como diciendo mierda. Me acaban
de pillar.
Vaya cómo la habían pillado.
-Sí,
y empezamos a darle todas-explicó Amoke-, sin saber que las demás también le
estaban dando.
Lo escuché.
Juro que lo escuché. A ese algo de mi interior desconectándose, lo que me decía
dónde estaba el límite y cuándo lo estaba cruzando.
Pero joder…
como para que no se desconectara. Si hubiera llegado dos minutos más tarde,
puede que ni la hubiera encontrado. Puede que la hubiera encontrado debajo de
aquel puto baboso. Puede que…
Podrían
haberla violado.
Y la
culpa la tenían sus amigas.
-¿Es
que estáis mal de la cabeza?-ladré, y
escuché a lo lejos, como si de un sueño se tratara, cómo Jordan levantaba la
barra y venía para colocarse a mi lado. Las tres chicas dieron un brinco y
abrieron muchísimo los ojos-. ¿Cómo cojones
podéis ser tan jodidamente inconscientes? ¿¡Para qué mierda queríais
emborracharla!?
-No
te pongas así con nosotras, ¡te estamos diciendo que fue un accidente!
-¡¿ES
QUE NO OS DAIS CUENTA DEL PELIGRO EN QUE LA PUSISTEIS?! PODRÍAN HABERLE HECHO
CUALQUIER COSA. CASI NO ME RECONOCÍA CUANDO LA ENCONTRÉ.
-¡No
nos chilles!-se defendió Amoke-. ¡No teníamos mala intención! ¡Es que se nos
fue de las manos, simplemente! ¡Íbamos a cuidarla hasta que tú vinieras a por
ella, pero…!
-PERO
NO LO HICISTEIS. NO LA CUIDASTEIS. LA DEJASTEIS TIRADA, COMO SI FUERA UN TRAPO.
ME COSTÓ DIOS Y AYUDA ENCONTRARLA. CASI ME DA ALGO. Y CASI ME DA ALGO TAMBIÉN
CUANDO LO HICE.
-Ella
no se acuerda de nada-empezó Taïssa, pero yo la corté.
-PERO
YO SÍ. NO SE ME VA A OLVIDAR EN LA VIDA EL VERLA CON EL OTRO TÍO ENCIMA DE
ELLA, INTENTANDO METERLE LA LENGUA EN LA BOCA. ¿SABÉIS QUÉ PODRÍA HABER PASADO
DE NO HABER LLEGADO YO CUANDO LO HICE? PODRÍAN HABER ABUSADO DE ELLA. O ALGO
PEOR.
Las
chicas abrieron los ojos todavía más, como búhos en la noche.
-No
nos lo contó.
-PORQUE
YO NO QUERÍA PREOCUPARLA. LE CONTÉ UN POCO POR ENCIMA LO QUE LE PASÓ, PERO NO
LE HICE SABER LO GRAVE DE LA SITUACIÓN. ¿Y AHORA ME DECÍS QUE LA CULPA LA
TENÉIS VOSOTRAS? ¡Y TODAVÍA INTENTÁIS EXCUSAROS!
-¡Nos
pusimos tan mal como ella!
-¡O
peor!-se escudó Kendra, y me volví contra ella.
-VOSOTRAS
OS TENÍAIS EN PIE. SABRAE NO. VOSOTRAS SABÍAIS DÓNDE ESTABAIS. SABRAE NO.
-No
era nuestra intención que…
-SOIS
UNAS AMIGAS DE MIERDA. NO PUEDO CREER QUE DIGÁIS QUE LA QUERÉIS. A MÍ JAMÁS EN
LA VIDA SE ME OCURRIRÍA DEJAR TIRADO A UN AMIGO CUANDO ESTÁ ASÍ DE MAL, NO YA
DIGAMOS EMBORRACHARLO YO A PROPÓSITO PARA… ¿QUÉ? ¿ECHAROS UNAS RISAS?
-¡LO
HICIMOS POR TI!-estalló Amoke, y Kendra y Taïssa la miraron.
-Cállate,
Momo.
-No,
no voy a quedarme aquí calladita mientras él me insulta. ¿Quién te has creído
que eres? Puede que Sabrae te quiera y se lo pase genial contigo, pero no vas a
darme lecciones sobre cómo ser una buena amiga o no. Yo sé lo que hago por
ella, yo sé cuánto la quiero, y…
-¡NO
SERÁ MUCHO! ¡SI LA QUISIERAIS ALGO NO INTENTARÁIS EMBORRACHARLA PARA QUE ME
DIJERA QUE SÍ A ALGO QUE YO YA LE HABÍA PEDIDO Y A LO QUE ME HABÍA DADO SUS
RAZONES PARA DECIRME QUE NO!
-LO
HICIMOS POR TI-chilló Amoke-. Y LO HICIMOS POR ELLA. TÚ LA HACES FELIZ.
-APARENTEMENTE,
NO LO SUFICIENTE PARA VOSOTRAS.
-QUERÍAMOS
COMPENSÁRTELO.
-¿COMPENSARME
QUÉ?
-¡QUE
TE DIJERA QUE NO!
-ESO
NO ES COSA VUESTRA PARA…
-SÍ
LO ES-tronó Amoke, y por un momento ardió en mi campo visual igual que su
pelo-. Sí lo es-susurró más bajo, con la respiración acelerada.
-¿Cómo
que sí lo es?
-Nosotras…
te rechazó por nosotras-confesó Amoke, y Taïssa y Kendra la miraron-. Antes de
la noche en que ibais a quedar, yo hablé con ella. Le planteé la posibilidad de
que… empezarais a salir más en serio. Y me dijo que le gustaría. Entonces, le
gustaría.
-Ella
no se fiaba del todo de dónde había estado yo cuando…
-Por
Dios, Alec, ¡está enamorada de ti! ¡Confía en ti ciegamente! La única razón por
la que te dijo que no es que… es que…
-Es
que yo le dije que no debía fiarse de tu palabra-reconoció Kendra, pero en sus ojos
no había arrepentimiento, sino desafío-. No puedes culparme. Tienes la fama que
tienes. Hacías las cosas que hacías. No iba a dejar que a una de mis mejores
amigas le rompiera el corazón alguien como tú.
-Y
luego tú te negaste a decirle dónde estabas. Y eso era sospechoso. Y…
-Sabrae-pronuncié,
y ellas se quedaron calladas. Me costaba respirar-… Sabrae… ¿me dijo que no…
porque vosotras le dijisteis que me
dijera que no?
Las tres
chicas se miraron, tragaron saliva y asintieron.
Me vi
arrastrado en una espiral sin fondo hacia la mañana en la que había vuelto de
su casa después de dejarla en manos de Zayn, tras toda la noche juntos, con una
sonrisa boba en los labios que ni siquiera pude disimular cuando me encontré a
mi madre sentada en el sofá, acariciando a Trufas
como si fuera una villana de película.
-Hacéis
una pareja preciosa-me dijo nada más entrar, y yo había sonreído y le había
dado las gracias-. ¿A qué esperáis para serlo?
-Ya
lo somos, mamá.
-Me
refiero a oficialmente. ¿Cuándo
piensas pedírselo? ¿No estarás esperando a San Valentín?-aventuró mi madre,
alzando una ceja-. Sé que me has salido romántico aunque tú no quieras
admitirlo, pero se nota a leguas que ella se muere porque se lo pidas.
-Ya
se lo pedí-le había contestado a mi madre, y ella frunció el ceño,
sorprendida-. Y me dijo que no.
Su ceño
se había acentuado un poco más.
-Pero…
cariño… ¿es lo que quieres?
-La
quiero a ella-sentencié-. La quiero todo lo que me quiera dar. Sólo toda ella
sería suficiente, pero tendré que conformarme con esta pizquita que me ha
concedido.
-Tesoro…
lo siento mucho.
-No
pasa nada. Es mejor que nada, ¿no? Además, todos sabíamos que yo no estaba a la
altura. Es casi un milagro que ella haya… que se haya enamorado de mí.
-Eres
el mejor chico que ha caminado por este mundo, Al-susurró mi madre, acariciándome
la mejilla, y yo me encogí de hombros.
-Puede,
pero ni el mejor chico que haya caminado por este mundo está a su altura. Ella
ya sabía que era guapa antes de que yo se lo dijera; amaba todas sus curvas
antes de que yo las tocara, y hacía de sus imperfecciones su bandera antes de
que yo siquiera las descubriera. Mamá, es una mujer encerrada en el cuerpo en
una niña, y yo soy un crío encerrado en el cuerpo de un hombre cuando estoy con
ella. Y mi corazón no es mío, lo tiene ella. Mi corazón, mi alma, y mi cuerpo. Yo
no los quiero. Sabrae puede hacer lo que le plazca con ellos, porque la vida
sin ella ya no me parece que tenga sentido. Todo lo que me dé jamás será suficiente
para mí, pero si la pierdo… pierdo todo lo que soy.
Me había
echado en la cama intentando no pensar en que mi madre me tenía en muy alta
estima, en que era normal que se sorprendiera porque le hubiera pedido a Sabrae
y ella me hubiera rechazado, porque al fin y al cabo, yo no estaba a su altura.
O eso
pensaba yo.
Y eso
pensaba ella.
Pero no
lo pensaba por ella.
-Sí-musitaron
al unísono Kendra, Amoke y Taïssa.
Lo
pensaba por sus amigas.
-Pero…
pero… ¿QUÉ COJONES OS HE HECHO YO?
Amoke
y Taïssa se encogieron, pero Kendra levantó la cabeza, altiva.
-¿Tanto
te costaba decirle la verdad?
-¿TANTO
OS COSTABA A VOSOTRAS NO METEROS DONDE NO OS LLAMAN? LO QUE PASE ENTRE SABRAE Y
YO SÓLO ES COSA NUESTRA.
-También
es cosa nuestra. Es nuestra amiga.
-¿LO
ES? A MÍ NO ME PARECE QUE SEÁIS MUY AMIGAS DE ELLA, SI LA DEJÁIS TIRADA A LA
PRIMERA OPORTUNIDAD QUE PASA.
-¡Ya nos
hemos disculpado!-protestó Amoke.
-¡PERO
A MÍ NO ME BASTA CON UNA DISCULPA! ¡Y SI A SABRAE LE HUBIERA PASADO ALGO, A
ELLA TAMPOCO LE BASTARÍA!
-Pero
tú estabas ahí, ¿no? La salvaste. Siempre vas a hacerlo.
-PODRÍA
NO HABER ESTADO.
-¡Pero
estuviste! Eso es lo que importa. Lo que nos indica que nos equivocábamos, y
ella tenía razón.
-¿A
QUÉ PRECIO?
-Tienes
derecho a estar enfadado-reconoció Taïssa-. Y Sabrae también. Pero, ¿no crees
que te estás pasando un poco? Sí, lo que hicimos estuvo mal. Sí, pusimos a Sabrae
en un peligro absurdo. Pero lo hicimos por una buena causa. Queríamos que
estuvierais juntos. Había una posibilidad de que saliera mal; diminuta, pero la
había, pero decidimos seguir adelante… lo que pasó era un riesgo a correr. Y decidimos
correrlo. Y, por suerte, no tenemos que lamentar nada.
Lo que pasó era un riesgo a correr.
Y decidimos correrlo.
No tenemos que lamentar nada.
Un riesgo a correr.
Decidimos correrlo.
Jordan se me quedó mirando un
momento. Sabía lo que iba a hacer. Sabía lo que iba a pensar. Sabía lo que iba
a decir.
Y sabía
lo que tenía que hacer él.
-Yo
os mato-les aseguré a las chiquillas.
Y me
abalancé sobre ellas.
Apúntate al fenómeno Sabrae 🍫👑, ¡dale fav a este tweet para que te avise en cuanto suba un nuevo capítulo! ❤🎆
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POR DIOS, CHILLANDO ESTOY.
ResponderEliminarMe he encantado este capítulo muchísimo, el momento de Alec y Sabrae con los dos grupos de amigos pululando al rededor me ha encantado, quiero más momentos así jo, aunque viendo lo visto va a tener que esperar porque se avecina la tormenta. El saber que en el próximo ya se pelean me ha hecho recordar a la pelea tmb de Scommh y joder me he puesto super triste y melancólica (no he superado una mierda cts, been knew) El momento de Zayn tocandoles los cojones en la puerta y cuando han roto la mesa de billar, mira, lo mejor, no he podido reírme más. No me he podido creer que realmente haya roto la mesa (aunque ya estaba medio rota) es que casi me da algo por reírme socorro. En fin, que me he encantando el cap y me ha dejado con malestar el final del capítulo ay, realmente las amigas me han caído un poco mal y más de la forma en la que han hablado, se va a formar la gozadera en el próximo capítulo.
No te preocupes nena que pienso meter momentos así jejejeje, es que buah son tan monos no puedo más, creo que yo estoy más entusiasmada con ellos incluso que los amigos y 💘💘💘
EliminarYo tampoco he superado cts no te preocupes me duele el corazoncito y ahora que tengo que releerla para Sabrae MÁS AÚN
Dios es que no sé cómo hago que siempre hay un momento descoñe en esta novela como se nota que el protagonista masculino es Alec bua JAJAJAJAJAJAJA
ESTOY SHOK OSEA AJKSAJKAKSK realmente cuando estaban en el billar con los grupos jkads. y bueno el zayn de padre responsable etc le AMO, aunque las amigas al final uF que patada de verdad.
ResponderEliminarps: cuando he visto que era el final casi me da un infarto
grax
Dios es que pueden ser mas cantosos??! Que casi follan delante de los amigos o sea POR FAVOR
EliminarLas amigas se han pasado de chulas pero bua no puedo culparlas es que todos en esta novela son mis hijos de una forma u otra 💘💘💘💘💘💘
Infarto me dio a mi al ver que habias comentado hija mia ays muchas gracias de verdad 💜💜💜