domingo, 17 de marzo de 2019

Tormenta.


En memoria de Felicité "Fizzy" Tomlinson.

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Alec estaba tardando mucho. ¿Cuánto se suponía que debería llevarle encontrar un preservativo en una fiesta atestada de adolescentes con las hormonas revolucionadas, igual que nosotros? ¿Una fiesta que, además, estaba hasta los topes de machitos como él?
               Él ya no es un machito. Ya no. No del todo, al menos.
               Descrucé las piernas y las volví a cruzar, abrazándome a mí misma y mirando en derredor mientras esperaba a que el milagro ocurriera y él por fin apareciera por la puerta. Mientras estudiaba los rincones de aquella habitación en la que había empezado todo, que representaba para mí lo mismo que el Jardín del Edén había representado para la humanidad, no podía dejar de fijarme en lo diferente que era aquel lugar no sólo de lo que se suponía que era la cuna de la humanidad, sino también de mis recuerdos, todos con el tono sonrosado que Alec ponía en ellos. Nunca me había fijado en que había un cuadro que formaba la silueta de una ciudad que no sabría identificar con luces de neón en tonos rosas y azules, ni en el pequeño reproductor de CD portátil que había en una esquina, con el enchufe rodeándolo como la cola de un gato metálico cuando éste se sentaba a esperar a que su amo llegara a casa. No tenía mucho sentido que aquel aparato estuviera allí, especialmente si contábamos con que la habitación se encontraba en el corazón de una discoteca, y la música que atronaba en la sala de baile hacía temblar las paredes y la puerta al ritmo del bajo o de la batería que estuviera sonando en ese momento, y que daba el pulso de un corazón a la estancia.
               En una esquina, había una papelera de metal oscuro en la que una bolsa de basura cubría la abertura. Llevada por la curiosidad, como si no supiera para qué se usaba esa sala en realidad, me levanté del sofá y me fui hasta ella, sin saber qué esperaba encontrar más allá de entretenimiento y de silencio para las voces de mi cabeza que me instaban a salir fuera e ir en busca de Alec, porque él nunca había tardado tanto en volver conmigo, él nunca me había hecho esperar tanto, él nunca…
               Condones.
               Usados.
               Eso era lo que había en la papelera. Eran solamente dos, y estaban arrugados por el uso. Me pregunté quién habría estado allí antes que nosotros, o si aquellos restos de pasión eran lo que había quedado de las últimas veces que Alec y yo habíamos entrado allí. Por lo menos, aquellas últimas veces habíamos estado juntos y no nos habíamos separado por nada del mundo; habíamos ido al baño a la vez, no sin antes asegurarnos de que Jordan se enteraba de que no estábamos despejando la sala, sino simplemente dejándola sin vigilancia un momento, y habíamos vuelto derechitos de nuevo a la habitación morada con el sofá de cuero blanco casi corriendo, con ganas de más.
               Me abracé a mí misma, lamentando haber dejado mi chaqueta con Momo en lugar de habérmela traído con Alec (aunque se suponía que con él no la necesitaría, e incluso me sobraría el vestido) y preguntándome por millonésima vez qué le habría pasado y si necesitaría que fuera en su busca. Recogí mi bolso del suelo y saqué el móvil, sólo para comprobar que en la pantalla de notificaciones no había ninguna llamada perdida, ni siquiera un mensaje suyo en el que me dijera qué le estaba retrasando tanto o si cancelábamos nuestro polvo.
               Me senté de nuevo en el sofá y me aparté los rizos de la cara, mordisqueándome el labio y entrando en la conversación con él. Estudié los últimos mensajes que nos habíamos enviado, en los que quedábamos en la discoteca a una hora que para mí había resultado demasiado tarde, y sonreí cuando me encontré con los últimos mensajes de coqueteo.
¿Llevas tú o llevo yo?
¿Y si llevamos los dos?
No hagas promesas que no puedes cumplir después, bombón😉
¿Crees que me cansaré? Vas listo.
¿De mí? Ni de coña. Soy demasiado guapo.😎
Hablaba del sexo 😏
De eso todavía menos, que es muy bueno.
😂😂 lleva tú, anda. Yo no tengo, ya lo sabes. Y no pienso pedírselos a Scott. Me estaría tomando el pelo hasta el día en que me muriera.
Lástima. Ya contaba con que no los tenías. Si yo te los llevara, tendría una excusa para verte antes.
Si vinieras a verme antes los dos sabemos que no te marcharías. Soy demasiado guapa. 😎
¿Piensas que beso el suelo por donde tú pisas, chica?
¿No lo haces, chico?
No pienso ponértelo por aquí, que te conozco lo suficiente como para saber que eres capaz de hacer captura de pantalla por si se me ocurre borrar el mensaje.
😂
               Noté que mis mejillas se hinchaban con mi sonrisa, entendiendo la cortísima palabra que Alec había dicho en el último mensaje. Sí.

               Madre mía, ¿por qué no había tratado de convencerlo de que viniera en mi busca y me diera un condón? De esa manera, no tendríamos que habernos separado. A diferencia de Alec, yo era capaz de poner a Scott en su sitio sin miramientos. Si no tienes con qué practicar sexo seguro, no practiques sexo, así de sencillo. Nadie debería ir detrás de ti, salvándote el culo cada vez que tú te metías en problemas. Aunque eso de salir de casa sin condones de sobra no era propio de mi hermano, vista la situación con Eleanor ya no me sorprendía nada. Después de que me llevara a casa de Alec tras Nochevieja para pedirle perdón por haberle arruinado la fiesta y darle las gracias por lo bien que había cuidado de mí, nos habíamos encontrado con Eleanor esperando sentada en las escaleras de nuestra casa: quería hablar con Scott sobre algo importante, que resultó siendo la tozudez de mi hermano en no decirle nada a Tommy de lo que había pasado entre ellos dos. Se habían peleado, Scott había entrado en casa fingiendo que era el rey de Inglaterra en el momento de la guerra de independencia de Estados Unidos y se había puesto a despotricar sobre lo bien que se estaba cuando se estaba soltero y lo harto que estaba de las mujeres…
               … sólo para terminar sentándose en su cama mientras comía gominolas y miraba las fotos que tenía con Eleanor en un álbum de fotos privado en su móvil, al que ni siquiera Tommy podría acceder, mientras en su habitación atronaba música triste y a mí no me dejaba dormir.
               Con lo fácil que era ir y decirle a Tommy “mira, T, no quiero que pienses que lo he hecho a propósito, pero el caso es que me he enamorado de Eleanor y estoy un poco harto de tener que esconderme siempre cada vez que me apetece besarla”. Con la buena pareja que hacían y lo mucho que mi hermano la quería, Tommy no tendría más remedio que darles su bendición; se enfadaría un poquitín con ellos (porque Tommy era orgulloso, aunque él dijera que no, y no le dejarían más opción), pero luego terminaría arreglándose todo.
               Si mi hermano decidiera abrir la boca, Alec no estaría quién sabe dónde ahora mismo, o quizá aporreando la puerta del baño y gritándole a Scott que le devolviera el condón que le había dado, que nosotros lo necesitábamos más que ellos, y…
               El picaporte de la puerta se torció y a través de la ranura que se abrió en la pared se coló como un tsunami la música atronadora del otro lado.  Alec apareció por la abertura, con un vaso de una bebida sonrosada en la mano. Me miró por debajo de las cejas mientras cerraba la puerta.
               -Hey-murmuró en tono distraído, y mi estómago hizo un triple salto mortal. La última vez que me había hablado así, yo tenía 6 años y le había pedido que me volviera a meter la cadena de la bici en su sitio; mi padre estaba harto de que me diera por pedalear hacia atrás cuando iba bajando una cuesta y la sacara. Alec había usado ese tono justo antes de decirme que lo de la cadena no tenía arreglo, que se había enganchado en el piñón y se había roto.
               Intenté no comerme la cabeza, me dije que no había razón por la que preocuparse, que todo eran imaginaciones mías y que simplemente… ¿qué?
               La puerta hizo clic detrás de él y Alec se me quedó mirando en la distancia. Mis tacones y el espacio que nos separaba hizo que su metro ochenta y pico me impusiera tanto como lo hacía cuando yo llevaba zapato plano y lo tenía… bueno… pegado a mí. Se podría decir que estábamos a la misma altura.
               Igual que lo estábamos cuando yo me sentaba encima de él y le poseía, y dejaba que me poseyera a mí, mirándonos a los ojos, pegajosos, sudorosos, excitados. En aquel mismo sofá.
               Noté cómo la chispa que había permanecido latente entre mis piernas cuando él se marchó volvía a prenderse, y poco a poco las llamas iban cobrando más y más fuego. Era un incendio forestal en potencia, que se avivaría pronto por el viento y el calor del verano en una tierra que llevaba tanto tiempo sin ver llover que había pasado del esmeralda al dorado.
               Eran imaginaciones mías. Nada más. Había estado preocupada porque había tardado, pero sólo lo había hecho porque no podía ir al primer tío que conociera y pedirle un condón, ¿no? No se lo darían. Yo sólo se los daría a mis amigas. Un condón no es como una compresa o un tampón. No es una necesidad imperiosa que tu cuerpo siente de repente y que no puedes posponer.
               Había vuelto. Volvíamos a estar juntos. Eso era lo que me importaba. El nerviosismo que me correteaba por la piel como un bichito que recorre tu cuerpo cuando te sientas a disfrutar de un picnic en primavera no tenía razón de ser. Sólo era parte de esa necesidad mía de hacer una montaña de un grano de arena.
               -Hey.
               Di un paso hacia él, rodeando la pequeña mesa baja en la que una vez habíamos dejado aquella manzana con la que tan bien nos lo habíamos pasado. Alec no se movió. Simplemente se me quedó mirando como si fuera una obra de arte contemporáneo, difícil de entender o siquiera de considerar arte.
               Me quedé plantada en medio de la estancia, abrazándome a mí misma, odiándonos a ambos por lo incómodo de la situación: a mí, por permitir que mi corazón se acelerara y se me pusiera la carne de gallina, mi subconsciente convenciéndome de que algo no iba bien, y a él, por no acercarse a mí, no dejar el vaso, no tomarme en brazos, no deshacer el nudo apresurado de mi escote, liberar mis pechos y metérselos en la boca mientras me subía la falda del vestido, me quitaba el tanga de nuevo, se bajaba la cremallera de los pantalones, se ponía el condón y me hacía gemir metiéndoseme dentro.
               Casi lo habíamos hecho antes de que él se fuera. La única razón de que no hubiéramos empezado fue que él se dio cuenta de que no podíamos hacerlo de forma segura. Y, ahora que por fin había ido a por lo que necesitábamos, todo en el ambiente parecía indicar que no iba a pasar nada.
               Alec tamborileó con los dedos en el borde del vaso, en el típico comportamiento que tienes en una reunión de trabajo a la que has ido porque quieres ascender y así conseguir un aumento de sueldo, pero no porque te interese la compañía de tus compañeros o la cháchara de tus superiores sobre lo aburridas que son sus parejas, lo hartos que están de sus hijos, y lo monótono de las vacaciones en un enclave paradisíaco del planeta al que van por decimotercera vez.
               Me relamí los labios y susurré:
               -Has tardado un poco.
               Alec también se relamió, se pasó una mano por el pelo y apretó la mandíbula. Sólo se atrevió a mirarme a los ojos cuando terminó de ponerse la coraza.
               -Sí, es que…-volvió a pasarse la mano por el pelo y se encogió de hombros-. Sí.
               Pasé de abrazarme a mí misma a abrazarme la cintura.
                -Te he traído esto-se limitó a explicar, y me tendió el vaso. Lo cogí con manos vacilantes, y nuestros dedos se rozaron con el intercambio. Un escalofrío me recorrió de arriba abajo, y por desgracia no fue en el mejor sentido de la palabra: el mero contacto con la piel de Alec me bastó para confirmar que algo no iba bien… si es que yo necesitaba confirmación.
               Con los ojos clavados en él, me llevé el vaso a los labios y di un pequeño sorbo, no sólo porque no quería abandonar el hilo que habían tomado mis pensamientos, sino también porque se me había cerrado el estómago y temía que rechazara la bebida.
               Decidí darle una oportunidad para explicarse, el espacio que necesitar para hacerme saber qué le sucedía, no presionarlo. La forma en que apretaba la mandíbula y fruncía ligeramente el ceño, combatiendo contra sí mismo para que yo no me diera cuenta de que había algo que no cuadraba, le delataba. Le había pasado algo, algo que le había cabreado, y lo bastante como para que ni siquiera yo pudiera apartar lo que fuera que le preocupara del todo de su cabeza.
                La bebida estaba deliciosa, una mezcla perfecta de toques dulces y danzarines en mi lengua que se convertían en fuego en mi garganta por culpa del alcohol. Me pregunté si aquel era el sabor de las llamaradas que escupían los dragones.
                Alejé el vaso de mi boca y me pasé la lengua por los labios, bajo una mirada de Alec que no supe descifrar del todo de tan compleja como era: no sólo había la oscuridad de la lujuria de siempre, reflejando los efectos que mi cuerpo tenía en el suyo, sino algo más. Algo parecido a una pared, tan opaco que no era capaz de ver qué había detrás, y tan enmarañado que me era imposible saber qué lo había causado.
               -Está deliciosa. Gracias.
               -Vodka con granadina. Me dijiste que te gustaba la granadina, así que…-se encogió de hombros-. ¿Lo habías probado alguna vez?
               Sacudí la cabeza y di un nuevo sorbo. Alec sorbió por la nariz, se la tocó con el pulgar y miró en derredor.
               -¿Qué te pasa?-me atreví a preguntar por fin, recordándome que podíamos arreglarlo juntos, que la única forma que teníamos de ser vulnerables era estando separados. Desde que había empezado a hablar con él, todos mis problemas habían parecido empequeñecerse, reduciéndose cada vez más y más hasta que terminaron desapareciendo, y todos los que habían surgido nuevos habían tenido relación con Alec: nuestra pelea, nuestro exilio mutuo autoimpuesto, nuestras discrepancias a la hora del ritmo de nuestra relación y lo que podíamos esperar de ella. Y siempre nos las habíamos apañado para resolverlos: nos habíamos reconciliado, nos habíamos acercado de nuevo, nos habíamos puesto de acuerdo en qué era lo que ambos queríamos, a qué marcha necesitábamos ir, y, lo más importante de todo, hacia dónde queríamos llegar.
               Puede que el sexo nos hubiera hecho fijarnos el uno en el otro, pero habían sido nuestras almas las que nos habían hecho no apartar la vista y seguir buscando.
               Y nuestras almas se habían entrelazado gracias a la comunicación.
               -¿A mí? Nada-Alec se encogió de hombros, rehuyendo mi mirada. Cuando un chico es tan alto y está tan cerca de ti, que tú seas pequeña no hace más que delatarlo cuando no se atreve a mirarte. La Luna es trescientas veces más pequeña que el sol, pero también esta trescientas veces tan cerca: por eso consigue eclipsarlo.
               La cercanía era lo que te hacía ver las cosas tal y como eran. Por mucho que la perspectiva te ayudara a identificarlas, sólo cuando las examinabas a corta distancia sabías de qué estaban hechas realmente, cuál era su propósito. Si escondían algo o lo mostraban.
               Y Alec me lo estaba escondiendo.
               Di un paso hacia él y le tomé de la mandíbula para hacer que me mirara. Mi cuerpo estaba a centímetros del suyo. Era decisión suya si nos apartábamos o nos terminábamos de fundir.
               -No me has tocado desde que has vuelto.
               Parpadeó despacio, como si acabara de hablarle en un idioma que él no entendiera bien y tuviera que comprobar en su memoria que los sonidos que habían salido de mi boca se correspondían con palabras que él conociera.
               -Te he tocado al darte el vaso-dijo con un hilo de voz, y yo hice una mueca.
               -No es a eso a lo que me refiero, Al.
               -Ya-asintió, y gracias a Dios, me rodeó la cintura con el brazo y me atrajo hacia sí. Colocó su frente sobre la mía y cerró los ojos. Dejó que le acariciara los brazos y la espalda, descubriendo la tensión que manaba de su cuerpo en sus músculos-. Lo siento. Es que…-negó con la cabeza tras pensárselo un momento-. No importa.
               -A mí sí me importa. ¿Qué te pasa?
               Volvió a sacudir la cabeza.
               -Nada. No quiero dejar que eso siga amargándome la noche-se separó un poco de mí y me miró, forzando una sonrisa nada sincera. Me sentó como una patada en el estómago ver que trataba de hacerse el fuerte por mí. Yo no le quería fuerte si eso implicaba que tuviera que ser cínico: le prefería mil veces vulnerable y sincero, contándome lo que le preocupara para que yo pudiera ayudarle. Fuera lo que fuera lo que le hubiera pasado cuando se marchó, se había marchado en parte por mi culpa, así que las posibilidades de que me afectara lo que le hubiera sucedido eran muy, muy altas. No se me ocurría nada que pudieran decirle o hacerle para conseguir molestarlo en lo que yo no tomara parte.
               De hecho, me daba la sensación de que yo era la causa de que ahora estuviera así, aunque no hubiera hecho nada.
               Intenté tirar un poco del hilo, guiándolo para que tomara el camino que podríamos recorrer juntos.
               -¿Qué te amarga la noche?-pregunté, y Alec rehuyó mis ojos. Le tomé la mano y le acaricié los nudillos con el pulgar-. Alec, puedes decírmelo. ¿Qué ha pasado?
               -Nada. De veras. No ha pasado nada.
               -Estás enfadado. Puedes contármelo. Si necesitas desahogarte…
               -Es una tontería, Sabrae, de verdad.
               -¿Ha sido Scott?-pregunté, y Alec alzó las cejas-. ¿Se te ha puesto chulito cuando has ido a pedirle el condón? ¿Es eso? ¿Os habéis peleado? ¿Quieres que hable con…?
               -No he hablado con Scott.
               Parpadeé despacio.
               -Entonces… ¿no has conseguido…?
               Puede que fuera eso. Puede que no hubiera conseguido el condón, después de todo. Quizá por eso estaba molesto. Adiós a nuestro polvo en el sofá.
               ¡Por favor! Ni que el sexo se redujera a la penetración. Había muchas formas de darnos placer mutuamente sin recurrir a ella. Conocíamos las alternativas: las habíamos usado a lo largo de nuestra relación; en el iglú, fundamentalmente, pero no sólo entonces. Incluso en aquella misma habitación Alec me había mostrado una parte del sexo y del placer que yo siempre había creído que, simplemente, no era para mí.
               Entendía que no estuviera en su mejor momento anímicamente hablando. Al fin y al cabo, los dos queríamos eso, y disfrutábamos como nunca cuando estábamos juntos. Puede que yo gozara más cuando él se ponía de rodillas y enterraba el rostro entre mis muslos, pero había algo en el coito que no teníamos las demás veces: los dos sentíamos el mismo placer, los dos compartíamos lo mejor que nuestros cuerpos podían darnos, y lo hacíamos a la vez. Me gustaba hacerlo con Alec no sólo porque él me hacía sentir increíblemente bien, sino porque yo también se lo hacía sentir a él, y eso contribuía a inflar mi ego y mi sensualidad. Pero si no podíamos hacerlo, no podíamos hacerlo.
               Además, casi diría que era más justo para él. El marcador de orgasmos estaba tan inclinado a mi favor que me parecía que le estaba dando una soberana paliza. Estaba segura de que, si aquello fuera una competición, me habrían descalificado ya por sospechas de dopaje.
               Sin embargo, él me descolocó totalmente cuando respondió:
               -Sí, sí. Se lo pedí a Jordan. Todo controlado.
               Una sonrisa fantasma elevó un poco las comisuras de su boca, y al menos esta vez fue sincera. Me descubrí sonriendo también, algo aliviada, aunque no del todo.
               -Entonces, ¿es otra cosa?-asintió-. ¿Y no vas a decirme qué?-negó con la cabeza-. ¿Por qué?
               Torció la boca, pensativo.
               -Porque bastante poco tiempo pasamos juntos como para encima tener que malgastarlo comiéndonos la cabeza. La noche es muy corta y tenemos muchas cosas que hacer-me pegó un poco más a él y acercó su rostro al mío. Su aliento ardía en mi boca.
               -¿Qué cosas? ¿Cosas que hagan que lo que te pasara ahí fuera merezca la pena?
               Alec me dedicó una sonrisa traviesa.
               -Lo que me está pasando aquí dentro ya hace que merezca la pena todo lo que pueda pasarme fuera.
               -Y eso que aún no me he quitado la ropa-coqueteé, pegando mi pecho contra el suyo y asegurándome de que notara mis ganas de él. Después, me zafé de su abrazo y, con ganas de distraerle, agité las caderas mientras caminaba en dirección al sofá. Alec se me quedó mirando, indeciso, cuando me senté y dejé el vaso encima de la mesa baja.
               Fue una mala decisión alejarme de él. Lo supe en cuanto nuestros ojos se encontraron y comprobé, con disgusto, que aquella opacidad había vuelto a su mirada. Sus hombros estaban ligeramente cuadrados otra vez. Su mandíbula, apretada. Sus labios, en una línea irregular por culpa de sus dientes, que se mordían el inferior.
               Y sus ojos, aunque posados en mí, no me veían. Yo era el cristal de una ventana, una ventana que daba a lo que a Alec le hubiera pasado fuera. Si no me hubiera alejado de él…
               Me abracé a mí misma instintivamente, preguntándome qué podría hacer para aliviar el peso que cargaba a su espalda.
               Entonces, él habló.
               -¿Tienes frío?
               -Un poco-admití, porque era verdad, sí, pero también porque así podría darle algo con lo que distraerse. Le gustaba cuidarme. Se le daba bien. Si se ocupaba de mí, acallaría las voces que sonaban en su cabeza y que le decían las cosas que sus ojos veían a través de mí, como un artista que piensa en su cuadro y ya puede verlo cuando aún tiene el lienzo en blanco frente a su rostro.
               Así mataríamos dos pájaros de un tiro. Él se acercaría a mí para darme calor, me abrazaría, y con mi cuerpo tan cerca del suyo, dejaría de oír aquellas voces.
               -¿Quieres que vaya a por tu chaqueta?-soltó, porque si los tíos son tontos, Alec lo es aún más. Me lo quedé mirando, tratando de disimular mi estupefacción. Acababa de decirle que tenía frío, le había dado una oportunidad de oro para acercarse y darme mimos, ¿y me salía con mi puñetera chaqueta?- ¿Dónde la tienes?
               -La tiene Amoke-respondí, levantándome, y Alec se puso inmediatamente rígido. Quizá no contaba con que tuviera que salir de nuevo, pero yo tenía otros planes para él-. Pero no quiero eso.
               -Entonces, ¿qué…?-empezó, pero le corté.
               -Quiero seguir por donde íbamos.
               Alec parpadeó despacio, observando cómo me acercaba a él con la gracilidad de una pantera, y la sensualidad de sus mismos movimientos. Rió entre dientes ligeramente, se pasó la lengua por las muelas, y asintió con la cabeza.
               -Y, ¿por dónde íbamos?
               En su boca apareció aquella sonrisa, y yo supe que teníamos esperanzas. Había respondido a mi pregunta con otra pregunta en tono juguetón, lo cual era todo un alivio y el clavo ardiendo al que yo me agarraría.
               Con mis ojos fijos en los suyos, me llevé las manos al cordón del escote del vestido y me lo abrí. Casi la totalidad de mis pechos quedaron al descubierto, con la excepción de mis pezones y la parte baja, pero supe que con eso bastaba en el momento en que Alec rompió el contacto visual, no sin antes alzar una ceja como diciendo “¿de verdad piensas ir por ahí?” y bajó la vista a mi escote.
               -Ah, ya lo recuerdo-comentó, y de dos zancadas salvó la distancia que nos separaba, y puso sus manos directamente en mi culo para pegarme a su cintura-. Por eso salí-rió contra mi boca y yo me colgué de su cuello.
               -Para poder entrar-confirmé, asintiendo con la cabeza y dándole un suave beso en los labios, que no dudó en devolverme. Tiré de él para llevármelo al sofá, y nos dejamos caer sobre los cojines lo bastante mullidos como para no hacernos daño por mi ímpetu y mis ganas, pero no lo suficiente como para hundirnos en ellos y no poder salir.
               Pensé que había conseguido distraerlo definitivamente de lo que fuera que le tenía en un limbo, pero si lo hice, fue momentáneamente. Enseguida noté que volvía a escurrírseme entre los dedos como un puñado de arena o algo de agua que tomara de la playa: por mucho que yo me esforzara en retenerlo, Alec simplemente se escabullía de mí. Era humo en mis manos, y lo peor de todo es que yo notaba el esfuerzo que él estaba haciendo por fingir que estaba allí, conmigo, concentrado en disfrutar de mi compañía y de mi cuerpo… pero no lo hacía lo suficientemente bien.
               Lo noté en su falta de iniciativa. Mientras que en el resto de relaciones que habíamos mantenido, incluso cuando él me había dicho que no era buena idea hacerlo, que no podíamos, que mejor en otro sitio, mejor en otro momento, una parte de él siempre había querido poseerme y esa parte siempre se las había apañado para terminar descubriéndome y haciéndome suya. Así había sido en el parque, en nuestra primera vez en el billar, incluso en el iglú. Siempre que había una razón para no hacerlo, Alec encontraba la manera de resistirse hasta a sí mismo y luchar por lo que quería en ese momento: a mí. Sus manos le habían traicionado, su boca le había traicionado, sus caderas le habían traicionado; todo su cuerpo, cada célula que le componía, había hecho oídos sordos de la llamada a la razón de la que hacía alarde su boca, y habían cedido a mi voluntad. Su pecho había subido y bajado con alivio cuando yo le había desabotonado la camisa, de su garganta surgían gruñidos cuando yo bajaba hasta sus pantalones, y su miembro presionaba mi mano o mi entrepierna, dependiendo de qué fuera lo que le estuviera acariciando, cada vez que yo lo hacía.
               No fue así aquella vez. A pesar de que me devolvía los besos y su cuerpo respondía al mío, lo hacía a través de un velo que yo no era capaz de terminar de descorrer. Su lengua se movía con la mía, su boca se acoplaba a la mía y sus manos me acariciaban, me apretaban y me pegaban a él, pero no con la fuerza de antes. No hacía nada por avanzar. Cada avance que hicimos ese momento, fue cosa mía. Creo que no me habría acariciado los pechos de no haberle puesto yo las manos en ellos. Creo que no me habría mordisqueado el cuello de no haber llevado yo su boca hasta él.
               Creo que no se habría desabrochado los pantalones de no haberlo hecho yo.
               -¿Quieres hacerlo?-le pregunté, preocupada por su pasividad, y Alec se separó de mí y me miró un segundo. Frunció el ceño con preocupación, y por un momento pensé que me diría que no, que estaba buscando la forma de decirme que no, temiendo herir mis sentimientos…
               No temas hacerme daño. Me hace más daño que no seas sincero conmigo con tal de complacerme a que me digas lo que piensas, por mucho que creas que no me va a gustar.
               Lo que salió de su boca, sin embargo, fue esto:
               -Claro. ¿Por qué dices eso?
               Me encogí de hombros y negué con la cabeza mientras le acariciaba los bíceps.   
               -Es que… no importa. Serán imaginaciones mías.
               Puede que necesite el sexo para distraerse. No puedo negarle eso. Yo lo quiero, y él también lo quiere. Tenía una erección. Quería hacerlo. Puede que no fuera tan ardiente como siempre, pero le apetecía hacerlo. Yo le apetecía.
               -Estoy aquí-me aseguró, dándome un suave beso en la frente, otro en la punta de la nariz, y otro en la boca. Llevó su mano hasta mi rodilla y luego subió por entre mis muslos, dentro de la falda del vestido. Separé las piernas y él acarició mi sexo húmedo y caliente, listo, preparado. Cuadró la mandíbula cuando jugó con mis pliegues, recorriéndolos como el escultor que termina los detalles de su obra maestra y se asegura de que la superficie de mármol esté bien pulida, sin aristas. Introdujo un dedo dentro de mí y yo gemí cuando lo movió en círculos en mi interior, haciendo que mis caderas respondieran a sus movimientos en lugar de a mi cabeza.
               Entre los dos, retiramos mi tanga y luego sacamos su miembro de sus pantalones. Alec buscó el condón que había conseguido de Jordan en el bolsillo trasero de sus vaqueros mientras yo acariciaba la envergadura de su hombría, aliviada de verla porque me confirmaba que no estábamos haciendo nada que ninguno de los dos deseara.
               Fui yo la encargada de ponerle el condón a Alec, asegurándome de acariciarlo con ambas manos mientras lo extendía desde la punta a la base de su miembro. Alec gruñó por lo bajo y volvió a acariciar mi sexo, haciéndome abrir más las piernas y separando mis muslos de tal forma que pudiera entrar.
               Se introdujo en mi ansioso interior, reclamándome, poseyéndome, colmándome, y Alec se tumbó encima de mí. Mientras me llenaba poco a poco, a un ritmo condenadamente lento, apoyó los codos a ambos lados de mi cara y me miró desde arriba. Le dediqué una sonrisa y jugué con el nacimiento de su pelo en la nuca mientras él me apartaba los rizos de la cara con los dedos que no habían entrado dentro de mí y comenzaba una lenta danza en nuestra unión. Mis caderas no tardaron en acompañarle, y mis ojos pronto se cerraron para poder disfrutar de la sensación de contacto de nuestros cuerpos.
               Primero, Alec me poseyó. Casi se podría decir que comenzó haciéndome el amor.
               Después, me folló. Rápido. Sucio. Como si quisiera volverme loca. Como si quisiera acabar conmigo. Le rodeé las caderas con las piernas mientras arqueaba la espalda, dándole mis pechos en ofrenda, que él al principio no quiso tomar, pero cuando yo empecé a suplicarme que me los chupara, no se hizo de rogar. Su boca cubrió primero una teta, y luego otra, mientras su polla me castigaba allí donde yo era más mujer.
               Su boca volvió a la mía y sus manos se quedaron en mis tetas, que continuó magreando hasta que yo le supliqué ponerme encima. Quería marcar mi propio ritmo, montarlo, que él se volviera tan loco como me estaba volviendo yo. Entonces, Alec me cogió de las caderas, se incorporó y se quedó tumbado sobre su espalda, en posición invertida a como habíamos estado entonces. Terminé de abrirle la camisa y le arañé el pecho mientras botaba sobre su miembro, cada vez más y más grande, cada vez más y más cerca. Sus manos recorrieron mis curvas, se detuvieron en mis pechos, y…
               Mi cuerpo dejó de ser lo bastante grande para albergarme en él. Me expandí por todo él, temblando de pies a cabeza, y salí disparada hacia las estrellas. Alec me clavó las uñas en las caderas y gimió por lo bajo una maldición.
               Le miré desde abajo, y él me devolvió la mirada, con la cabeza apoyada en el reposabrazos del sofá, el pelo un poco alborotado y los ojos brillantes. Se incorporó hasta quedar sentado debajo de mí, nuestros cuerpos aún unidos, y me dio un suave beso en los labios.
               Por toda respuesta, rodeé su torso con mis brazos y cerré los ojos. Él me imitó, y nos fundimos en un cálido abrazo que, esperaba, terminara de ahuyentar los demonios que se hubieran resistido a abandonarlo. Le di un beso en la oreja y le acaricié la cabeza mientras su respiración se normalizaba y sus dedos dibujaban figuras en mi espalda.
               Poco a poco, la presión que notaba en mi interior fue reduciéndose, pasando de esa leve molestia placentera, a la sensación de encaje perfecto, y finalmente a la leve invasión. Me separé de él para mirarlo a los ojos, le acaricié las mejillas y besé su sonrisa. Sus manos seguían rodeándome las caderas como el mejor cinturón del mundo.
               Me acurruqué contra él y cerré los ojos un momento, dejando que aquella cálida sensación de amor que me invadía llenara cada poro de mi piel y calentase hasta el último rincón de mi ser. Me dije que había empezado a sanar lo que a Alec le hubiera hecho daño, que mi cuerpo había sido la venda que él necesitaba. Había disfrutado y ahora me sonreía, e incluso tomaba parte activa en nuestra sesión de mimos. Mi cuerpo le calentaría y eliminaría todo rastro de frío de la misma forma en que él hacía que yo me olvidara de mis problemas en el momento en que aparecía en escena.
               Tras lo que me pareció un instante pero fue una breve eternidad, Alec me dio una palmadita en el culo, carraspeó y me dijo que quizá fuera hora de ir pensando en separarse… o lo que surgiera, añadí yo, a lo que él se echó a reír, asintió con la cabeza y me dio un beso en la mejilla.
               Así pues, lo saqué de mi interior y me dirigí al baño, con los muslos ligeramente doloridos por la pasión que le había puesto a nuestro encuentro, y una sonrisa boba en la boca por lo que habíamos hecho. Me sentía satisfecha, feliz y bonita, con aquel brillo en la piel, los ojos y el pelo que sólo el sexo podía darme, mientras estudiaba mi reflejo en el espejo y me toqueteaba la boca, en busca de defectos en mi maquillaje que no estaban allí.
               Sólo cuando me recorrí los labios de la misma forma en que solía hacerlo Alec justo antes de entrar en mi interior, cuando jugaba con mi sexo, me di cuenta de una cosa.
               De la misma forma en que había dejado que mi felicidad post coital me cegara hasta el punto de considerar confesarle de una vez mis sentimientos, como me había sucedido mientras bailábamos Lost in the fire un segundo antes de que Alec me besara, me había vuelto a hacer ver a mí misma que las cosas iban mejor de lo que esperaba. Mi sensación de plenitud con lo que habíamos hecho había sido suficiente para acallar las voces en mi cabeza que me decían que algo no iba bien; voces que no eran demonios, sino el sonido de mi intuición alertándome de que no todo estaba tan arreglado como yo pensaba.
               Alec no se había llevado a la boca mi placer después de jugar con los dedos en mi sexo, como siempre hacía. Cada vez que él había introducido un dedo en mi interior, para provocarme o por puro morbo, se había llevado después ese dedo mientras me miraba a los ojos, viendo lo que aquel tabú producía en mí: la locura más absoluta.
               Hoy no había sido así. Había entrado de mí, sí, para ensancharme y prepararme, pero no había habido rastro de aquel Alec juguetón y pícaro que aprovechaba cada oportunidad que se le presentaba para hacerme de rabiar.
               Habría pensado que aquello no hacía más que corroborar mi teoría de que antes de hacerlo él no estaba bien, pero caer en la cuenta de aquello, lo único que hizo fue hacerme ver más cosas: aquella noche era la primera en que Alec no me había preguntado si me había gustado.
               Lo cual era todavía peor, porque eso había sido después del sexo… lo que denotaba que la contaminación que emponzoñaba su alma permanecía incluso después de que yo tratara de purificarla.
               Me quedé mirando mi reflejo, como atontada, mientras los pensamientos se agolpaban en mi mente como las hojas de los árboles lo hacían en las bocas de las alcantarillas cada otoño. Noté que se me formaba un nudo en la garganta y que se me aceleraba el corazón. ¿Qué era tan importante como para que Alec pudiera pensar en ello incluso cuando yo le había dado todo lo que podía darle?
               Mi reflejo abrió los ojos, aterrorizado, cuando se le ocurrió algo: puede que no le hubiera distraído durante el sexo. Puede que hubiera hecho que pensara más en aquello que le preocupaba.
               Puede que hubiera pasado algo relacionado conmigo. Si había salido en busca de algo que tenía que ver conmigo, era lógico pensar que yo también era la causa de lo que había sucedido.
               -¿Te encuentras bien?-me preguntó una chica de ojos ahumados y labios en tono nude, colocándome una mano en el hombro y acariciándomelo con el pulgar-. ¿Necesitas algo?
               -Sí, eh… no, gracias. Perdona. Ya te dejo libre el espejo-señalé el lápiz de ojos que sostenía entre los dedos y me hice a un lado, escabulléndome lo más rápidamente que pude en dirección a la salida, y luego, hacia el cuarto morado.
               Entré en tromba en la habitación, sin llamar para avisar de que lo hacía. Y eso no le sobresaltó. Alec se había encendido un cigarro, y daba caladas largas y profundas mientras miraba su teléfono, con la pantalla encendida haciendo que sus facciones cambiaran por el diferente ángulo de la luz. Levantó la vista y sus ojos castaños se clavaron en los míos.
               -Has tardado poco.
               Me mordí el labio y me acerqué a él. No era verdad. Había estado haciendo cola para poder entrar a un baño, y luego me había mirado al espejo como si estuviera a punto de salir para participar en algún concurso de belleza.
               Alec dejó el móvil sobre la mesa y apoyó la espalda en el respaldo del sofá. Abrió los brazos, usándolo a modo también de reposabrazos, y se me quedó mirando, a la espera de que yo me acercara a él, me sentara a su lado, quizá le pasara una pierna por encima de las suyas y empezáramos a besarnos.
               O eso era lo que yo quería que él quisiera.
               -A ti te pasa algo.
               No me lo confirmó con palabras, pero sí con gestos. Si no le hubiera pasado nada, le habría parecido que estaba siendo insistente sin razón. Le habría caído incluso pesada. Habría puesto los ojos en blanco y me habría dicho que cómo podía seguir con aquello, que si no me había parecido que no se había entregado al cien por cien conmigo.
               Se me revolvió el estómago al caer en la cuenta de que otra cosa cuando lo tenía enfrente: no le había notado llegar al orgasmo. Me sentí sucia, mezquina, ruin. Me dije que le había utilizado de alguna forma.
               Lo que le terminó por delatar fue el hecho de que apretara la mandíbula, suspirara y se llevara una mano a la nariz, tocándosela. Cerró los ojos y dio otra calada de su cigarro, se mordió los labios mientras la nicotina se posaba en sus pulmones, y exhaló todo el humo por la nariz, lo que vendría a siendo su chimenea de ser él una casa.
               -Alec-casi supliqué. No me gustaba verlo así. Y menos me gustaba pensar que yo tenía la culpa.
               A cada segundo que pasaba, me lo confirmaba más y más. ¿Por qué, si no, se negaría tan en redondo a decirme lo que había sucedido? Éramos nuestros confidentes. Podíamos contárnoslo todo, porque sabíamos que no se nos juzgaría. ¡Si incluso le había hablado de mis dudas respecto de mi adopción y mis orígenes, cosa que jamás había comentado con nadie que no fuera él! ¡Sólo con Momo, y no tan profundamente como lo había hecho con Alec!
               -¿Qué quieres que te diga?-preguntó, con cansancio y una pizca de mal humor en la voz. Me mordí el labio.
               -La verdad. ¿Qué ocurre?
               -¿Por qué piensas que ocurre algo?
               Me mordí el labio y di un paso hacia él. Cuanto más lo pensaba, más convencida estaba de que algo no encajaba… y también más me convencía de que estaba pareciendo paranoica. Te he dicho que estoy bien, ¿por qué te empeñas en crear problemas donde no los hay?, temía que me dijera, lo cual denotaba lo mal que me sentía yo también. Él nunca, jamás, me haría sentir como una loca.
               -No me has preguntado si me ha gustado-respondí, y Alec se movió un segundo y a la vez se quedó estático, en esos gestos inexplicables que veías en las películas americanas cuando a alguien le revelaban una verdad incómoda, gestos que no tenías ni idea de cómo poner por palabras, ni de cómo pediría el director de la película que se llevaran a cabo por parte de los actores.
               -¿No lo ha hecho?-preguntó, y una parte de mí pensó que quería escurrir el bulto, y otra pensó que de verdad estaba preocupado… y yo no supe a cuál de las dos escuchar.
               -Sí-confesé, abrazándome a mí misma y apartando-, pero no me lo has preguntado.
               Alec tragó saliva, asintió con la cabeza y se incorporó lo justo para cogerme una mano y tirar de mí para colocarme frente a él. Me metió entre sus piernas y me miró desde abajo. Se llevó mi mano a la boca y besó mis nudillos, mis dedos, el dorso, y la dejó descansando contra su mejilla.
               -No voy a insultar tu inteligencia, tratarte de estúpida y decirte que no me pasa nada. No, si me lo sigues notando incluso ahora.
               Le pasé las manos por la cabeza y hundí mis dedos en su cabello ensortijado del color del chocolate. Me las apañé para hablar por encima del nudo en mi garganta.
               -No tienes por qué guardártelo para ti.
               -No quiero preocuparte.
               -Ya estoy preocupada-gemí, angustiada, y Alec negó con la cabeza, me tomó de la cintura y me obligó a sentarme sobre él. Frotó su nariz contra la mía y me acarició los brazos, jugando con mis codos.
               -Pues no te preocupes. No es grave, de verdad. Es una tontería, simplemente… me ha pillado en mal momento.
               -¿Qué tontería puede hacer que no te corras cuando follamos?
               Alec se quedó callado, tragó saliva con sus ojos fijos en los míos. La nuez de su garganta subió y bajó como las maracas de un mariachi.
               -Me lo he pasado genial de todas formas.
               -Alec, tenemos sexo para corrernos. No es justo que…
               -Yo no tengo sexo para correrme. Ya no. No contigo. Tengo sexo porque te quiero y me gusta estar contigo y necesito tenerte de esa manera. Necesito que estemos juntos así de vez en cuando. Correrme ha pasado a ser secundario.
               -Pero, ¡yo no quiero que sea secundario! Nuestra relación es bidireccional, y bastante haces tú por mí como para que encima ahora tampoco llegues a correrte cuando lo hacemos.
               -Todo lo que hago por ti también lo hago un poco por mí, bombón-su sonrisa de Fuckboy® apareció en su boca, pero no con la intensidad con la que yo me esperaba. Odié que estuviera así de apagado, parecía tan cansado que cualquiera diría que acababa de correr un maratón.
               -Yo también quiero hacer cosas por ti. Déjame compensártelo-musité, separándome de él y tratando de ponerme en pie, pero él me lo impidió.
               -No quiero que me la chupes por pena.
               -No te la chuparé por pena. Te la chuparé por que quiero.
               -Quiero disfrutarlo cuando lo hagas por primera vez, nena. No quiero estar pensando en mis mierdas y que tú estés…-bajó la vista hasta mi escote-, de rodillas… esperando a que… bueno. A que te avise.
               -¿Tan malo es?
               -No-se apresuró a asegurarme, sacudiendo la cabeza-. Es sólo que a mí me gusta comerme el coco. Ya sabes cómo soy-se encogió de hombros-. Una vez que se mete algo entre ceja y ceja, es muy difícil hacer que deje de pensar en ello, y…
               -No tienes por qué cargar con ello tú solo, ¿lo sabes, verdad?
               -Por supuesto, bombón. No es nada, créeme-me prometió, acariciándome la cabeza-. Si no te lo cuento es porque no quiero que malgastes tu tiempo en algo así. No quiero amargarte la noche. Con que me la amargue a mí, ya basta.
               -Dime una cosa. Sólo una. ¿Es por algo que haya hecho?
               Sus cejas se juntaron un par de milímetros durante unos segundos.
               -No.
               -Así que, ¿no es conmigo?-quise asegurarme, y escuché un alivio en mi voz que detesté. Estaba siendo tan egoísta con él que ni siquiera me molestaba en disimular lo  aliviada que me sentía por saber que yo no era su problema, después de todo.
               -Yo no podría enfadarme contigo, bombón-sonrió, cariñoso, y me dieron ganas de decirle que le quería de nuevo, porque, aunque tuviera muchas cosas que decirle aún, aquella era la más importante de todas-, y si hicieras algo que me molestara, te lo diría. Igual que tú me lo dices a mí.
               -No hay muchas cosas que me molesten de ti.
               Alec alzó las cejas.
               -Soy un machito. Heterosexual. Blanco. De clase media-alta. ¿Seguro que nada de eso te molesta?
               -No eres un machito-le corregí, sacudiendo la cabeza. Alec sonrió, me agarró de la cintura y me pegó tanto a él que su respiración me acariciaba las clavículas. Continuó mirándome desde abajo mientras sus manos rodeaban mi cintura, mi pecho acariciaba el suyo y mi pelo caía en cascada por mi espalda y por sus hombros. Mi mandíbula reposaba en su nariz.
               -¿Me lo podrías poner por escrito?
               Esbozó una sonrisa traviesa, la sonrisa de mi Alec, y eso sirvió para tranquilizarme. Puede que yo me hubiera preocupado no por si yo era el problema, sino por sino podía ayudarme.
               Y claro que podía. Me había subestimado a mí misma. Yo no era mi cuerpo y lo que podía hacer con él: era mucho, mucho más que eso. Era mis sentimientos. Y eso era lo que Alec necesitaba.
               Supe dárselos en bandeja de plata en lo que nos quedaba de noche, y para cuando nos despedimos en la puerta de mi casa, había conseguido ser el de siempre al 99.9%.
               El 0.1% que nos faltaba lo recuperamos cuando me desperté a media mañana, abrí Telegram y me encontré la notificación de todos los días. Allí estaba. Su vídeo del amanecer, con su sonrisa de rigor, su buenos días con voz ronca por el sueño y el suspiro de satisfacción cuando se dejaba caer en la cama de nuevo y me anunciaba que se iba a dormir otra vez, para pedirme después que le enviara un mensaje nada más despertarme.
               Le envié un vídeo de buenos días sonriente, le tiré un beso y llené la conversación de emoticonos de corazones. Bajé a desayunar aliviada por lo bien que habíamos conseguido superar los obstáculos que yo ni siquiera había visto, y contenta por creer que Alec era una luz que siempre tendría encendida en mi vida.
               Qué equivocada estaba.
               Y qué poco sospechaba que quien la apagaría sería yo.


Caminé derecha hasta atravesar las puertas de la inmensa biblioteca y me dirigí hacia el patio cubierto. Con cada nuevo año, las chicas y yo nos dirigíamos a aquel inmenso jardín interior, con mesas redondas que se iluminaban por la luz que se colaba del techo de cristal y también daba alimento a las plantas, para hacer un libro diario en el que pegaríamos fotos y todo tipo de recuerdos de lo que habíamos hecho el año que acabábamos de despedir. Siempre nos íbamos a la misma mesa; la del centro, la que se llenaba de figuras danzarinas por las sombras de las juntas de la cúpula superior.
               Llevaba la mochila llena de utensilios de manualidades: pegamento, tijeras, cintas adhesivas decorativas, tubitos de purpurina y pegatinas metálicas de las que tenían relieve. Estaba bien lista para la sesión de decoración que teníamos pensada, pero antes teníamos con el trabajo de Historia que nos habían encomendado para el inicio de las clases.
               Así, mientras mis botas arrancaban suspiros del suelo de hierba y musgo, con un ligerísimo chapoteo fruto de los sistemas de riego del jardín interior, me acerqué a mis amigas. No levantaron la cabeza para mirarme cuando me escucharon acercarme, demasiado ocupadas como estaban en las pantallas de sus iPads o en las páginas de los libros recopilando la historia de los emperadores de Austria que habían cogido de las estanterías en los pisos superiores.
               -Hola-canturreé, dejando mi carpeta morada con los apuntes sobre la mesa de mármol y depositando la mochila en mi porción de banco, a mi lado. Taïssa y Kendra asintieron con la cabeza y murmuraron un asentimiento, pero Momo fue más seca aún.
               -Hola-refunfuñó por encima del susurro de las páginas pasándose en las demás mesas, la música saliendo de los auriculares y las conversaciones semisusurradas de los que compartían jardín con nosotras. Me la quedé mirando, sorprendida de que Amoke no me mirara ni una sola vez. ¿Tan importante le parecía su sudoku como para no darme un beso), y fruncí el ceño al ver que me miraba de reojo, como comprobando que tenía mi atención.
               Vale que yo no me había preocupado demasiado por su paradero el día anterior; después de la noche que había pasado con Alec, me había dedicado a desintoxicar mi cuerpo del alcohol a base de estar tirada por casa sin hacer nada que requiriera un mínimo esfuerzo por mi parte: había visto películas con Shasha, había coloreado con Duna y, cuando empezó a oscurecer, me había tirado en el sofá para exigirle mimosa mi padre mientras toda la familia se congregaba frente a la televisión para ver una edición especial de un concurso de canto. Scott se llevó a Tommy (que había venido a comer con nosotros y se había instalado en casa todo el día) a casa de Alec, porque se suponía que iban a celebrar una fiesta allí, y yo me había quedado acurrucada sobre el pecho de papá, dándole besos y devolviéndoselos y haciendo de rabiar a mamá, llamándola cada poco para que viera las atenciones que me prestaba papá y que a ella le negaba.
               -Mamá, mamá-le decía, y cuando ella apartaba la vista de la televisión y nos miraba, yo le daba un sonoro beso a papá, que arrugaba la nariz para ofrecerme más mejilla que besar, y luego le sacaba la lengua.
               -Algún día tendrás marido y tu hija hará eso mismo con él, y veremos entonces si te hace tanta gracia no tener 50 críos untos.
               -Te quiero, nena-respondió papá, guiñándole un ojo, y mamá cerró la tapa de su iPad.
               -Hagamos bebés.
               -Estoy ocupado-respondió papá, agarrando a Duna y plantándole un mordisco en la mejilla. Mamá puso los ojos en blanco-. Dios, me encanta ser padre.
               -Serás gilipollas…-murmuró ella por lo bajo, y todos nos habíamos echado a reír.
               Es decir: me había pasado todo el día en familia, sin apenas coger el teléfono más que para responder los mensajes de Alec. Apenas había subido dos historias a Instagram, no había enviado ningún mensaje ni me había puesto a jugar con el teléfono. Había estado completa y absolutamente volcada en lo que sucedía en mi casa, así que quizá a las chicas les hubiera parecido distante, pero desde luego no pasota. Ellas tampoco habían hablado por nuestro grupo el día anterior; en lo que a mí respecta, podían haber estado de vacaciones en alguna aldea india o durmiendo todo el día. No iba a molestarlas: me sentía una mala amiga por cómo me había ido con Alec sin casi despedirme, y tampoco quería que pensaran que sólo recurría a ellas cuando él no podía quedar.
               Tenían motivos para molestarse, de acuerdo, pero creo que lo estaban sacando todo un poco de quicio. Al fin y al cabo, había ido a la biblio, como todos los años, y venía dispuesta a trabajar duro, tanto en lo que me tocaba para Historia como en el tema de nuestro álbum de recuerdos.
               -Vaya, qué entusiasmo-bromeé, apelando al humor cariñoso que Amoke y yo compartíamos-. ¿Aún te dura la resaca?
               -Encima no te rías, Sabrae-espetó, girándose hacia mí y fulminándome con la mirada. En sus ojos había el mismo fuego que llevaba en su pelo, tatuado de los colores de un atardecer.
               -Pero, ¿qué bicho te ha picado?-espeté, estupefacta. ¿Por qué reaccionaba así? Sólo había hecho una broma sin importancia. Ni que Momo fuera una alcohólica. De hecho, de todas nosotras, era ella la que menos bebía, y eso que tampoco es que Kendra, Taïssa o yo fuéramos unos pozos sin fondo.
               -No vengas de colegueo encima, tía-gruñó, esbozando una sonrisa cínica.
               -Amoke-riñó Taïssa, mientras Kendra nos miraba a mí y a Momo por debajo de sus cejas, como si tratara de adivinar cuál de las dos saltaría antes al cuello de la otra.
               Momo cogió un bolígrafo y trató de anotar algo en su libreta cuadriculada.
               -Pero, ¿qué pasa?-pregunté tras ver que todas hacían lo posible por ignorar mi presencia. Me sentía un moscardón inmenso que se posaba en plena pantalla mientras veías la televisión, tan cómoda en el sofá que te aborrecía levantarte para espantarla. Kendra suspiró por lo bajo, cerrando los ojos, mientras Taïssa se pasaba una mano por el pelo y colocaba un par de trenzas por detrás de su oreja-. ¿Estáis enfadadas?
               Puede que hubiera sido demasiado desconsiderada con ellas no escribiendo nada por nuestro grupo, pero, ¡ellas tampoco lo habían hecho! Si no había hablado era porque estaba muy a gusto con mi familia, no porque no quisiera saber nada de ellas. Me avergonzaba un poco de cómo me había escapado con Alec en cuanto se me presentó la ocasión, lo admito, pero tampoco quería iniciar una batalla de pullas en la que yo sabía que llevaba las de perder. Puede que no fuera la única que tuviera una relación en mi grupo, pero sí era la que la estaba iniciando y la que, por tanto, era el nuevo blanco, el más interesante.
                Amoke soltó su bolígrafo, abrió las manos y se volvió hacia mí con esa mirada furiosa ensombreciéndole los ojos.
               -A ver, es que no me parece ni medio normal las cosas que nos haces últimamente.
               -¿Eh?
               -Sí, tía. Vale que estés empezando con Alec y todas esas historias, y vale que él tendrá un pollón en el que te encantará subirte, pero no sé, controla a tu bicho un poquito, ¿no? Que por mucho que estéis liados y dejemos que te vayas sin más con él, nos debe muchas cosas. Respeto, lo primero.
               -¿Qué dices, Amoke?-gruñí, molesta. En ocasiones normales ya no consentiría que hablaran así de Alec, por mucho que fueran mis amigas, pero menos ahora que justo había pasado una noche un poco complicada con él. Después de la tarde anterior todas mis preocupaciones se habían evaporado, pues él parecía más animado cuando habíamos hablado. Ya no había rastro de las nubes que enturbiaban sus ojos.
               -Es que, ¡te parecerá bonito dejar que Alec nos ponga como nos pone!-estalló-Si nos tienes que decir algo, nos lo dices a nosotras-hizo un gesto que recogía en un círculo a Kendra, Taïssa y a sí misma, y a mí no se me escapó que yo no estaba incluida en ese círculo-, no necesitas mandar a tu perro faldero para que venga a darnos mensajitos.
               -Pero, ¿de qué hablas? ¿Y cómo que perro faldero?
               -Sí, tía-escupió Momo, girándose para enfrentarse a mí y apoyando una mano en el banco para no caerse-. ¿Tú sabes el puto pollo que nos montó ayer porque te emborrachamos en Nochevieja?-inquirió, alzando las cejas. Kendra y Taïssa habían dejado de fingirse ocupadas, y me miraban con el interés del niño que va de excursión al zoológico y pasa por la sección de los anfibios disecados: cero absoluto-. Que vale, sí, a ver-Momo se apartó el pelo de la cara hecha una furia-. Podía haber pasado algo, pero realmente no pasó nada. ¡Es más, es que le vino de puta madre que tú te emborracharas para estar toda la noche contigo, y nosotras por ahí toda la noche tiradas, que sabe Dios cómo llegamos a casa! ¡Y todavía se nos pone…!-sacudió la cabeza y cerró el puño-. ¿Tú sabes la cantidad de cosas horribles que nos dijo?
               -No-sentencié, cerrando mi libro de un golpetazo y frunciendo el ceño-. No lo sé. Si os ha echado la bronca, ha sido cosa suya, no mía. Por si no lo sabíais, Alec es una persona, no un robot. Oh, espera-gruñí, volviendo a abrir mi libro y pasando páginas con rabia-. Sí que lo sabéis. Fuisteis vosotras las que me recordasteis lo humano que es, lo mucho que le molan las cosas que le molan al resto de humanos. Como follar como un poseso, por ejemplo.
               -No te dijimos nada que no fuera mentira-replicó Kendra, en un tono sorprendentemente calmado para lo que solía ser ella. Cualquiera diría que Kendra era Kendra, y Amoke era Amoke, cuando Momo se estaba comportando como solía hacerlo Kendra, y a la inversa.
               -¡Y encima lo defiendes! ¡Esto es flipante!-Momo dio una palmada, como si quisiera llamar la atención de la última persona en aquel jardín que no nos estuviera mirando, pero a las dos nos daba igual. Quería pelea y yo no estaba dispuesta a dejarme avasallar. Ni a mí, ni a Alec-. ¡No sólo le consientes que se ponga con nosotras como un verdadero energúmeno, sino que todavía le defiendes!
               -¡Por supuesto que le defiendo! ¡Me estás atacando, Amoke! ¿Pretendes que me quede sentadita escuchando cómo le insultas, asienta con la cabeza, me ponga las manos en el regazo y te dé la razón?
               -¡No le estoy insultando, simplemente lo califico como lo que es!
               -Se puso rabioso con nosotras, Saab-musitó Taïssa, que estiró la mano en mi dirección para intentar tocarme el brazo, pero yo estaba demasiado lejos: la mesa era demasiado amplia. Lo que siempre había sido un aliciente en aquella estancia, ahora era un defecto.
               -¿Rabioso?-replicó Amoke-. ¡Rabioso es poco! Nos pegó tantos gritos que me sorprende que no me haya perforado el tímpano y me haya dejado sorda. ¡Encima que nosotras íbamos a darle el empujón definitivo! Definitivamente, hicimos bien convenciéndote para que no salieras con él.
               -Vosotras no me convencisteis de nada. Yo tomo mis propias decisiones, ¿sabéis? No soy una marioneta.
               -Pues ojalá hubieras visto cómo se puso, así lo mandarías a la mierda de una puta vez. Nosotras íbamos con toda la buena intención del mundo a decirle que estaba en el momento ideal para que empezarais a salir, porque nos preocupamos por ti, sabemos que él, por muy gilipollas que sea, te hace feliz, así que… le explicamos todo lo que pasó en Nochevieja, y…
               -¿Qué se supone que pasó en Nochevieja?
               -Pues que te dimos nosotras de beber para que estuvieras contentilla y fueras más dócil, y le dijeras a todo que sí. A salir incluido. Tú misma me lo dijiste la mañana misma del 31: que estabas a punto de decirle que sí, que si él te lo preguntaba y tú aceptabas, mantendrías tu palabra. ¡Y no va y se nos come cuando le contamos todo lo que pasó!
               -¿La razón de que yo me emborrachara tanto sois vosotras?-inquirí, estupefacta, abriendo tantísimo los ojos que pensé que en cualquier momento se me saldrían de las órbitas. ¡Ahora todo tenía sentido! Si me había emborrachado tanto no había sido por un despiste mío; ¡había sido cosa de ellas! Ya me extrañaba a mí haber acabado tan mal después del cuidado con el que pretendía empezar la noche, buscando evitar lo que precisamente terminó pasando: ponerme tan mal que terminaría arruinando mis planes con Alec.
               -Sí, y te pedimos perdón por ello-el semblante de Amoke se dulcificó un poco, e incluso se atrevió a tocarme la mano un segundo-. No estuvo bien que no tuviéramos en cuenta tu voluntad y que no respetáramos tu ritmo, pero lo estábamos haciendo por una buena causa. ¡No podíamos prever que terminarías tan mal! Y, si terminaste tan mal, tampoco puedes culparnos. Nosotras acabamos igual, o incluso peor. ¡Hasta tu madre te diría que no puedes culparnos! ¿Cómo se llama…?-se volvió hacia Kendra y Taïssa, que la miraron sin entender-. ¿Atenuante por intoxicación etílica, o algo así? Bueno, el caso es que sabemos que lo hicimos mal, y tienes todo el derecho del mundo a enfadarte con nosotras, pero… ¡Alec no! ¿Y no viene él y se pone como un loco a gritarnos que no te merecemos? ¡Como si él te mereciera! ¿Qué sabrá él?
               Lo recordé esquivando mi mirada la tarde que lo hicimos en el cobertizo de Jordan. Su forma de responderme con evasivas a lo que sabía que era mi derecho conocer. La manera de mirar hacia otro lado, de darme monosílabos para no dejarme a oscuras, pero sin querer encender la luz y que yo me asustara con los monstruos que había conmigo en la habitación y que podrían devorarme si quisieran.
               Recordé lo mal que lo había pasado para revelarme con quién me había encontrado. Y lo difícil que había sido relatarme las cosas que se le habían pasado por la cabeza en ese momento, cuando el llegar a tiempo había sido poco menos que una casualidad.
               -Empezó a gritarnos, a decirnos de todo menos bonitas. ¡Bueno! ¡Y es que… porque lo cogió Jordan, que si no, todavía, no canea! ¡Encima de insultarnos, poco más y nos zurra!
               -Razón para enfadarse no le falta, después de todo. Al fin y al cabo, me dejasteis tirada-acusé, alzando una ceja, y Momo abrió la boca en una O perfecta, redondeando su estupor.
               -¿Así que te parece bien que quisiera pegarnos?-inquirió.
               -Eso ya sería pasarse, Sabrae-me recriminó Kendra.
               -No-respondí-. No es cosa suya. Sería cosa mía haceros algo, no de él. Ya hablaré con él sobre esto.
               -¿Cómo que “ya hablarás con él”? ¿Es que vas a seguir viéndome?
               -¿Por qué? ¿Piensas prohibírmelo, Amoke? ¿Me vas a emborrachar para que no pueda ir con él otra vez?
               -Haz lo que te dé la gana-sentenció, metiendo los pies de nuevo por el hueco entre el banco y la mesa y abriendo su libro con tanta violencia que desgarró una página-. Eso es lo que hace siempre.
               -¿Quieres que te sea sincera?-escupí, y Amoke alzó las cejas en mi dirección y gruñó un irónico “por favor”-. No me hace ninguna gracia que él tenga este complejo de superhéroe que tiene que sacarme las castañas del fuego, pero no voy a fingir que no tenga algo de razón. No sé lo que os diría, pero os merecíais que os echara la bronca. Me pusisteis en peligro de una forma estúpida. Podría haberme pasado cualquier cosa. Podría haber entrado en coma. Podrían haber abusado de mí.
               -¿Crees que lo habríamos hecho de haberlo sabido? No contamos con eso cuando lo planeamos.
               -Era lo único que os faltaba: haberme emborrachado de todas formas sabiendo lo que podía sucederme.
               -Nos dijo que éramos malas amigas, Sabrae-reveló Taïssa, y yo la miré.
               -Modélicas no fuisteis.
               -Dijo que YO no era una buena amiga, Sabrae-protestó Amoke, atosigándome como una culebra. Me volví lentamente hacia ella y clavé en sus ojos una mirada gélida.
               -Es que no lo fuiste, Amoke.
                Momo arqueó las cejas, acusando el golpe pero a la vez nada impresionada por él. Rió por lo bajo, asintió con la cabeza y comenzó a meter sus cosas apresuradamente en su mochila.
               -De acuerdo. Muy bien-murmuró, cerrando con violencia la cremallera de su mochila y sacando los pies del banco. Se colgó la mochila al hombro con rudeza.
               -¿Adónde vas? Tenemos que hacer un trabajo-le recordó Kendra, y Momo se volvió hacia ella.
               -Yo haré mi parte en casa. No quiero estar con ella.
               -Lo mismo te digo-repliqué, tratando de disimular que sus palabras me hirieron en lo más profundo de mi ser. No recordaba mi vida sin Amoke. Era un elemento tan permanente en ella como el cielo o mi familia. Momo era parte de mi familia. Había sido mi hermana antes de que Shasha naciera, y lo seguía siendo incluso ahora que ya tenía dos.
                Amoke cogió su abrigo de malos modos y se lo clavó en el vientre.
               -Sólo te diré una última cosa, Sabrae: espero, de corazón, que siempre folle así de bien. No quisiera que algún día dejara de merecerte la pena estar con él en detrimento de con nosotras.
               Momo esperó, quizá anhelando una disculpa por mi parte, algo que le hiciera saber que no estaba todo perdido conmigo.
               -Alec folla más que bien-fue mi contestación, porque no pensaba ir detrás de ella. Yo no era la que se equivocaba. Yo no tenía la culpa de nada. Alec les había echado una bronca que no le correspondía, pero ellas se lo habían buscado.
               Amoke se irguió cuan larga era, asintió con la cabeza, alzó la barbilla y se marchó con paso firme del jardín. Me volví hacia Taïssa y Kendra.
               -¿Vosotras también os vais a marchar como emperatrices?
               Kendra parpadeó despacio. Metió sus bolis en su estuche y cerró despacio la cremallera. Taïssa la miró, angustiada.
               -Te has pasado con Momo.
               -Vosotras tres os habéis pasado más conmigo que yo con ella. ¿De qué vais? ¿Emborracharme para que le diga que sí? ¿En serio?
               -Lo hacíamos por tu bien.
               -No es verdad. Lo hacíais porque os cargaba la conciencia.
               -¿Por qué nos echas este sermón ahora?-acusó-. ¿A Alec se le olvidó decirnos esa parte y te toca a ti?
               -¿Tan cabrona y cobarde pensáis que soy como para necesitar que un chico hable con mis amigas? No necesito que nadie os diga nada en mi nombre, ni que me defienda ante vosotras. Ni Alec, ni Scott, ni mi padre.
               -Nos dijo cosas horribles, Saab-murmuró Taïssa mientras Kendra terminaba de recoger sus cosas.
               -Eso tenéis que hablarlo con él, no conmigo. Si os pensáis que yo lo controlo, estáis muy equivocadas. A las personas no se las maneja con un poco de alcohol y palabras bonitas.
               Taïssa se mordió el labio y se giró con un respingo cuando Kendra le tocó el hombro, la mochila ya a su espalda y el abrigo entre sus manos.
               -Me marcho. Luego te llamo.
               Dicho lo cual, Kendra se separó de nuestra mesa. Las miradas de todos los presentes en el jardín estaban clavadas en Taïssa y en mí.
               -Puedes irte con ella-le dije a Taïssa, que se había quedado mirando cómo se alejaba. Ella se mordió el labio.
               -Saab, no quiero dejarte sola.
               -Él me trata como si fuera una niña pequeña, y vosotras como una mentirosa. En qué buena compañía estoy-gruñí con amargura, abriendo mi libro y comenzando a subrayar las características de la política austríaca. Taïssa tragó saliva y asintió con la cabeza, hundida, y empezó a recoger los libros que habían cogido de las estanterías para que yo no tuviera que cargar con ellos hasta los bibliotecarios. Metió sus cosas despacio en la mochila, como dándome tiempo a recapacitar, y tras lanzarme una última mirada de cachorrito abandonado, me susurró un suave “nos vemos, Saab” y se alejó también de mí.
               Ahora, todos los ojos estaban clavados en mí. No podía marcharme, pero tampoco podía quedarme allí, así que hice lo único que se me ocurrió: me puse los auriculares, activé la reproducción de mi lista de boxear en casa, y me concentré en subrayar y hacer esquemas de lo que había en mi libro de historia. Me ardían los ojos y tenía un nudo increíble en la garganta que no me permitía respirar, amén de un frío que me calaba hasta los huesos y que me hacía temblar como un flan.
               Para cuando salí de la biblioteca, casi era la hora de comer, y yo me había dedicado a llorar en silencio, oculta tras mi cortina de lágrimas, durante más de una hora. Se suponía que iba a ir a comer con las chicas, dejando las cosas en nuestra mesa preferida de nuestro rincón preferido de la biblioteca que más nos gustaba, pero después de la discusión, lo único que quería era meterme en la cama, hacerme una bola y dormir varios días seguidos, sin que nadie me molestara.
               No hay nada más horrible que ocupar la única mesa que sólo tiene a una persona en la única sala en la que se permiten los trabajos en grupo de una biblioteca, igual que no hay nada más horrible que notar las miradas cotillas y los cuchicheos indiscretos cuando por fin la abandonas. Había recogido la poca dignidad que me quedaba y me la había metido en la mochila junto con mi libro, mi estuche, y los utensilios de manualidades que ya no iba a utilizar.
               De camino a casa, saqué mi móvil y abrí Telegram, no sé muy bien con qué intención. Tenía varias notificaciones, ninguna de Alec, pero casi mejor así. Estaba enfadada con él, estaba muy enfadada, y me dolía muchísimo haber tenido que enterarme por mis amigas de que la razón de que hacía dos días se hubiera comportado de forma tan extraña era que se había enterado antes que yo de lo que había sucedido en Nochevieja. Me preguntaba si estaba enfadado con ellas o si sólo estaba enfadado consigo mismo, si lo que le había molestado había sido que la culpa la tuvieran ellas o la forma en que se habían justificado ante él, como estaba segura de que ellas habían tratado de hacer.
               Quería perdonarlas. Quería perdonarlas y pensar que lo habían hecho por mi bien, que no tenían mala intención, que Momo sólo estaba enfadada y pronto se le pasaría…
               Pero me era imposible. Porque, cuando entré en el grupo, me encontré con varios mensajes, aunque los tres más destacables tenían todos que ver con mi mejor amiga.
Aquí está mi parte.
               Junto con aquella sencilla frase, Amoke había adjuntado su parte del trabajo sobre los emperadores austríacos.
               Y, luego, había abandonado el grupo.
               Se me llenaron los ojos de unas lágrimas que yo no recordaba tener, y sentí ganas de vomitar mientras releía una y otra vez aquella simple frase, “Momo ha abandonado el grupo”.
               El último mensaje que podía salvarme o volverme loca venía de cuenta de Taïssa, que se había encargado de meterla de nuevo en el grupo. A pesar de que se había solucionado aquel intento de secesión antes incluso de que se iniciara, el hecho de que Momo no quisiera estar en el grupo conmigo me clavaba un puñal helado en el corazón.
               El mensaje hizo lo segundo: volverme loca. Sin perder un instante de mi tiempo, abrí la conversación con Alec y le escribí rápidamente, con dedos temblorosos y estómago retorciéndose aún más:
¿Podemos quedar?
               No tardé ni treinta segundos en recibir respuesta.
¿Cuándo?
Ahora.
Ahora estoy trabajando, nena, pero podemos quedar luego, si quieres.
Vale, cuando vengas de trabajar,  me avisas y voy para tu casa.
Vale.
               Me cargué la mochila al hombro y apreté el paso en dirección a mi casa, contando las horas para poder tener enfrente a Alec, deseando que no pasara nada más que contribuyera a aumentar mi enfado con él.
               Las chicas no hicieron nada, pero eso no implicaba que yo no tuviera excusa para ir acumulando poco a poco mi furia. Mientras esperaba a que Alec me enviara un mensaje diciéndome que ya había vuelto, no hice más que reproducir la conversación en mi cabeza y, a cada vez que la reiniciaba, iba apreciando nuevos detalles.
               Momo se había pasado conmigo, de eso no había nada; y sí, vale, puede que yo me hubiera pasado con ella, pero todo tenía una explicación o un culpable indirecto: él.
               Como yo misma les había dicho, Alec no tenía ningún derecho a echarles una bronca.
               Como yo misma les había dicho, ellas lo habían hecho mal.
               Como Momo misma me había dicho, estaban arrepentidas y no habían mirado por las consecuencias.
               Como Momo misma me había dicho, lo habían hecho también, un poco, por él.
               Todo habría sido mucho más fácil si hubiera podido decirle que sí a la primera oportunidad.
               Pero, con cada minuto que pasaba y cada grito que yo escuchaba en mi cabeza, apreciando cada vez más y más los cambios en la modulación de mi voz o la de Momo, una idea tomaba fuerza en mi mente: las cosas pasaban por una razón. Le había dicho que no a Alec por algo.
               Y ahora él me estaba dando motivos para pensar, por primera vez, que no había estado equivocada al negarme a salir con él de forma oficial.
               Eché la vista atrás y traté de recordar las veces que había tenido una discusión tan gorda con Momo, cuándo había sido la última vez que nos habíamos peleado tanto hasta el punto de bloquearnos en redes sociales, o salirnos de grupos en los que estuviéramos porque no queríamos seguir juntas allí. No me sorprendió comprobar que jamás nos habíamos peleado de aquella manera.
               Mi móvil vibró y emitió el sonido personalizado para las notificaciones de Alec, y yo me quedé mirando su mensaje.
Ya he llegado, ¿voy a tu encuentro?
               Tomé aire y miré mi mochila tirada en el suelo, con su contenido desparramándoseme por la alfombra. No había tenido mi sesión de recuerdos anual, y todos teníamos un poco de culpa.
               Era hora de echar la última bronca.
VEN DONDE QUIERAS
               Me metí las llaves en el bolsillo de los vaqueros y salí como una tormenta de mi casa tan rápido que mis padres ni siquiera tuvieron tiempo de procesar que su hija se había convertido en un tornado.
               Caminé con paso decidido en dirección a casa de Alec, notando cómo el veneno me iba llenando más y más con cada latido desbocado de mi corazón. Un millar de imágenes se superponían en mi cabeza: Momo gritándome, Momo levantándose, Momo recriminándome que dejara que Alec las tratara así, Alec gritándole a ella, Alec gritándoles a mis amigas, Alec abalanzándose sobre ellas… yo diciéndole que no quería ser su novia, y él echándome en cara que con lo único que me quedara fuera con que había estado con otra cuando se dio cuenta de que estaba enamorado de mí.
               Lo vi aparecer por una esquina y sentí algo al verlo que me resultaba tremendamente familiar: rabia. La misma rabia que me había acompañado toda la vida, la misma rabia que había amargado cada uno de mis días en el momento en que él entraba en escena.
               Puede que estuviéramos involucionando, o puede que a mí se me hubiera caído la venda que el sexo con Alec me había colocado en los ojos. Cuando lo veía desde la distancia, podía verlo tal y como era realmente: el gallito de corral más chulo de toda Inglaterra. Y yo detestaba a los gallitos chulos. Con tener a Scott, ya me bastaba. No necesitaba otro.
               Me había cegado con su sonrisa traviesa, sus ojos preciosos, su pelo como una nube de chocolate y su cuerpo de dios griego, pero por fin, había recuperado la vista.
               Cabrón. Has hecho que me enamore de ti.
               Cabrón, cabrón, cabrón, cabrón.
               Alec me sonrió al verme, creyendo que seguía estando en sus redes. Me apetecía empezar a gritarle allí mismo. No hagas eso. No recurras a tus truquitos de mierda.
               Estoy enfadada contigo.
               Por fin vuelvo a verte como siempre has sido.
               -Hola, bombón-sonrió cuando me tuvo a escasos metros, y yo lo miré a los ojos. Dejé que me arrastraran un segundo. Sólo un segundo.
               Casi me atrapa de nuevo. Casi.
               Pero entonces, cuando él se inclinó hacia mí para saludarme con un beso… yo hice algo que nos sorprendió a los dos. Algo que ya había intentado otra vez, pero que no había salido tan bien entonces:
               Le crucé la cara de una bofetada.







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2 comentarios:

  1. Cortito pero intenso el capítulo, me ha puesto de muy mala hostia las amigas de Sabrae y como han reaccionado, es que vamos yo si fuese una de ellas estaría super arrepentida y ni se me ocurriría actuar como un gallito de corral como han hecho, porque otra cosa es que les gane el ego pero Alec tenía toda la razón del mundo, son unas amigas de mierda, o por lo menos tuvieron un comportamiento de mierda esa noche.
    Y luego esta Sabrae, mira, yo entiendo que te enfades porque tal vez Alec se paso un poco pero vamos no me jodas como para no enfadarse si aun encima de hacer lo que hicieron van a contarselo a el todas chulescas y como tuviese él que darles las gracias y Sabrae coge y se enfada más con el y encima lo responsabiliza de haberse peleado con Amoke es que mira me he puesto malisima. Si se han peleado ha sido porque Amoke lo hizo jodidamente mal y Alec se lo dejo bien claro. Mi niño no merece.

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    1. Es que tia, piensa que estan con la copla de que Sabrae estuvo toda la noche con Alec y que si no hicieron nada es porque el no quiso (aunque evidentemente les parece que el hizo muy bien al no intentar hacer nada), no pensaron en lo que hacian y en los riesgos que entrañaba lo que tenian pensado para ellos, que encima era para favorecerle a el... Pues no lo hicieron bien evidentemente pero a la vez tambien me parece normal que se piquen porque son crias y no te mola a esa edad que te echen una bronca como la que les echo Alec
      Y dicho eso yo lo siento pero tengo que defender a mi hijita a muerte, para mi es completamente normsl que piense eso porque yo me agobiaria la de dios si mis amigas de toda la vida (especialmente mi mejor amiga) se picaran asi conmigo hasta el punto de enfadarse asi por culpa de un tio. Es que era esto precisamente una de las cosas que Sabrae queria evitar y bua, esta en una posicion jodidisima realmente, me da mucha lastima, menos mal que le van a salir apoyos de donde ella no sabe que los tiene y su familia evidentemente va a estar aqui para ella💘
      Pero bueno ahora A SUFRIR POR EL ORGULLO DE ESTOS DOS IMBECILES UF PARECEN ZOUIS

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