En memoria de Felicité "Fizzy" Tomlinson.
Alec
estaba tardando mucho. ¿Cuánto se suponía que debería llevarle encontrar un
preservativo en una fiesta atestada de adolescentes con las hormonas
revolucionadas, igual que nosotros? ¿Una fiesta que, además, estaba hasta los
topes de machitos como él?
Él ya no es un machito. Ya no. No del todo, al menos.
Descrucé
las piernas y las volví a cruzar, abrazándome a mí misma y mirando en derredor
mientras esperaba a que el milagro ocurriera y él por fin apareciera por la
puerta. Mientras estudiaba los rincones de aquella habitación en la que había
empezado todo, que representaba para mí lo mismo que el Jardín del Edén había
representado para la humanidad, no podía dejar de fijarme en lo diferente que
era aquel lugar no sólo de lo que se suponía que era la cuna de la humanidad,
sino también de mis recuerdos, todos con el tono sonrosado que Alec ponía en
ellos. Nunca me había fijado en que había un cuadro que formaba la silueta de
una ciudad que no sabría identificar con luces de neón en tonos rosas y azules,
ni en el pequeño reproductor de CD portátil que había en una esquina, con el
enchufe rodeándolo como la cola de un gato metálico cuando éste se sentaba a
esperar a que su amo llegara a casa. No tenía mucho sentido que aquel aparato
estuviera allí, especialmente si contábamos con que la habitación se encontraba
en el corazón de una discoteca, y la música que atronaba en la sala de baile
hacía temblar las paredes y la puerta al ritmo del bajo o de la batería que
estuviera sonando en ese momento, y que daba el pulso de un corazón a la
estancia.
En una esquina, había una
papelera de metal oscuro en la que una bolsa de basura cubría la abertura.
Llevada por la curiosidad, como si no supiera para qué se usaba esa sala en
realidad, me levanté del sofá y me fui hasta ella, sin saber qué esperaba
encontrar más allá de entretenimiento y de silencio para las voces de mi cabeza
que me instaban a salir fuera e ir en busca de Alec, porque él nunca había
tardado tanto en volver conmigo, él nunca me había hecho esperar tanto, él
nunca…
Condones.
Usados.
Eso era lo que había en la
papelera. Eran solamente dos, y estaban arrugados por el uso. Me pregunté quién
habría estado allí antes que nosotros, o si aquellos restos de pasión eran lo
que había quedado de las últimas veces que Alec y yo habíamos entrado allí. Por
lo menos, aquellas últimas veces habíamos estado juntos y no nos habíamos
separado por nada del mundo; habíamos ido al baño a la vez, no sin antes
asegurarnos de que Jordan se enteraba de que no estábamos despejando la sala,
sino simplemente dejándola sin vigilancia un momento, y habíamos vuelto
derechitos de nuevo a la habitación morada con el sofá de cuero blanco casi
corriendo, con ganas de más.
Me abracé a mí misma, lamentando
haber dejado mi chaqueta con Momo en lugar de habérmela traído con Alec (aunque
se suponía que con él no la necesitaría, e incluso me sobraría el vestido) y
preguntándome por millonésima vez qué le habría pasado y si necesitaría que
fuera en su busca. Recogí mi bolso del suelo y saqué el móvil, sólo para
comprobar que en la pantalla de notificaciones no había ninguna llamada
perdida, ni siquiera un mensaje suyo en el que me dijera qué le estaba
retrasando tanto o si cancelábamos nuestro polvo.
Me senté de nuevo en el sofá y me
aparté los rizos de la cara, mordisqueándome el labio y entrando en la
conversación con él. Estudié los últimos mensajes que nos habíamos enviado, en
los que quedábamos en la discoteca a una hora que para mí había resultado
demasiado tarde, y sonreí cuando me encontré con los últimos mensajes de
coqueteo.
¿Llevas
tú o llevo yo?
¿Y
si llevamos los dos?
No
hagas promesas que no puedes cumplir después, bombón😉
¿Crees
que me cansaré? Vas listo.
¿De
mí? Ni de coña. Soy demasiado guapo.😎
Hablaba
del sexo 😏
De
eso todavía menos, que es muy bueno.
😂😂 lleva tú, anda. Yo no tengo,
ya lo sabes. Y no pienso pedírselos a Scott. Me estaría tomando el pelo hasta
el día en que me muriera.
Lástima.
Ya contaba con que no los tenías. Si yo te los llevara, tendría una excusa para
verte antes.
Si
vinieras a verme antes los dos sabemos que no te marcharías. Soy demasiado
guapa. 😎
¿Piensas
que beso el suelo por donde tú pisas, chica?
¿No
lo haces, chico?
No
pienso ponértelo por aquí, que te conozco lo suficiente como para saber que
eres capaz de hacer captura de pantalla por si se me ocurre borrar el mensaje.
😂
Noté que mis mejillas se
hinchaban con mi sonrisa, entendiendo la cortísima palabra que Alec había dicho
en el último mensaje. Sí.
Madre mía, ¿por qué no había
tratado de convencerlo de que viniera en mi busca y me diera un condón? De esa
manera, no tendríamos que habernos separado. A diferencia de Alec, yo era capaz
de poner a Scott en su sitio sin miramientos. Si no tienes con qué practicar
sexo seguro, no practiques sexo, así de sencillo. Nadie debería ir detrás de
ti, salvándote el culo cada vez que tú te metías en problemas. Aunque eso de
salir de casa sin condones de sobra no era propio de mi hermano, vista la
situación con Eleanor ya no me sorprendía nada. Después de que me llevara a
casa de Alec tras Nochevieja para pedirle perdón por haberle arruinado la
fiesta y darle las gracias por lo bien que había cuidado de mí, nos habíamos
encontrado con Eleanor esperando sentada en las escaleras de nuestra casa:
quería hablar con Scott sobre algo importante, que resultó siendo la tozudez de
mi hermano en no decirle nada a Tommy de lo que había pasado entre ellos dos. Se
habían peleado, Scott había entrado en casa fingiendo que era el rey de
Inglaterra en el momento de la guerra de independencia de Estados Unidos y se
había puesto a despotricar sobre lo bien que se estaba cuando se estaba soltero
y lo harto que estaba de las mujeres…
… sólo para terminar sentándose
en su cama mientras comía gominolas y miraba las fotos que tenía con Eleanor en
un álbum de fotos privado en su móvil, al que ni siquiera Tommy podría acceder,
mientras en su habitación atronaba música triste y a mí no me dejaba dormir.
Con lo fácil que era ir y decirle
a Tommy “mira, T, no quiero que pienses que lo he hecho a propósito, pero el
caso es que me he enamorado de Eleanor y estoy un poco harto de tener que
esconderme siempre cada vez que me apetece besarla”. Con la buena pareja que
hacían y lo mucho que mi hermano la quería, Tommy no tendría más remedio que
darles su bendición; se enfadaría un poquitín con ellos (porque Tommy era
orgulloso, aunque él dijera que no, y no le dejarían más opción), pero luego
terminaría arreglándose todo.
Si mi hermano decidiera abrir la
boca, Alec no estaría quién sabe dónde ahora mismo, o quizá aporreando la
puerta del baño y gritándole a Scott que le devolviera el condón que le había
dado, que nosotros lo necesitábamos más que ellos, y…
El picaporte de la puerta se
torció y a través de la ranura que se abrió en la pared se coló como un tsunami
la música atronadora del otro lado. Alec
apareció por la abertura, con un vaso de una bebida sonrosada en la mano. Me
miró por debajo de las cejas mientras cerraba la puerta.
-Hey-murmuró en tono distraído, y
mi estómago hizo un triple salto mortal. La última vez que me había hablado
así, yo tenía 6 años y le había pedido que me volviera a meter la cadena de la
bici en su sitio; mi padre estaba harto de que me diera por pedalear hacia
atrás cuando iba bajando una cuesta y la sacara. Alec había usado ese tono
justo antes de decirme que lo de la cadena no tenía arreglo, que se había
enganchado en el piñón y se había roto.
Intenté no comerme la cabeza, me
dije que no había razón por la que preocuparse, que todo eran imaginaciones
mías y que simplemente… ¿qué?
La puerta hizo clic detrás de él
y Alec se me quedó mirando en la distancia. Mis tacones y el espacio que nos
separaba hizo que su metro ochenta y pico me impusiera tanto como lo hacía
cuando yo llevaba zapato plano y lo tenía… bueno… pegado a mí. Se podría decir
que estábamos a la misma altura.
Igual que lo estábamos cuando yo
me sentaba encima de él y le poseía, y dejaba que me poseyera a mí, mirándonos
a los ojos, pegajosos, sudorosos, excitados. En aquel mismo sofá.
Noté cómo la chispa que había
permanecido latente entre mis piernas cuando él se marchó volvía a prenderse, y
poco a poco las llamas iban cobrando más y más fuego. Era un incendio forestal
en potencia, que se avivaría pronto por el viento y el calor del verano en una
tierra que llevaba tanto tiempo sin ver llover que había pasado del esmeralda
al dorado.
Eran imaginaciones mías. Nada
más. Había estado preocupada porque había tardado, pero sólo lo había hecho
porque no podía ir al primer tío que conociera y pedirle un condón, ¿no? No se
lo darían. Yo sólo se los daría a mis amigas. Un condón no es como una compresa
o un tampón. No es una necesidad imperiosa que tu cuerpo siente de repente y
que no puedes posponer.
Había vuelto. Volvíamos a estar
juntos. Eso era lo que me importaba. El nerviosismo que me correteaba por la
piel como un bichito que recorre tu cuerpo cuando te sientas a disfrutar de un
picnic en primavera no tenía razón de ser. Sólo era parte de esa necesidad mía
de hacer una montaña de un grano de arena.
-Hey.
Di un paso hacia él, rodeando la
pequeña mesa baja en la que una vez habíamos dejado aquella manzana con la que
tan bien nos lo habíamos pasado. Alec no se movió. Simplemente se me quedó
mirando como si fuera una obra de arte contemporáneo, difícil de entender o
siquiera de considerar arte.
Me quedé plantada en medio de la
estancia, abrazándome a mí misma, odiándonos a ambos por lo incómodo de la
situación: a mí, por permitir que mi corazón se acelerara y se me pusiera la
carne de gallina, mi subconsciente convenciéndome de que algo no iba bien, y a
él, por no acercarse a mí, no dejar el vaso, no tomarme en brazos, no deshacer
el nudo apresurado de mi escote, liberar mis pechos y metérselos en la boca
mientras me subía la falda del vestido, me quitaba el tanga de nuevo, se bajaba
la cremallera de los pantalones, se ponía el condón y me hacía gemir
metiéndoseme dentro.
Casi lo habíamos hecho antes de
que él se fuera. La única razón de que no hubiéramos empezado fue que él se dio
cuenta de que no podíamos hacerlo de forma segura. Y, ahora que por fin había
ido a por lo que necesitábamos, todo en el ambiente parecía indicar que no iba
a pasar nada.
Alec tamborileó con los dedos en
el borde del vaso, en el típico comportamiento que tienes en una reunión de
trabajo a la que has ido porque quieres ascender y así conseguir un aumento de
sueldo, pero no porque te interese la compañía de tus compañeros o la cháchara
de tus superiores sobre lo aburridas que son sus parejas, lo hartos que están
de sus hijos, y lo monótono de las vacaciones en un enclave paradisíaco del
planeta al que van por decimotercera vez.
Me relamí los labios y susurré:
-Has tardado un poco.
Alec también se relamió, se pasó
una mano por el pelo y apretó la mandíbula. Sólo se atrevió a mirarme a los
ojos cuando terminó de ponerse la coraza.
-Sí, es que…-volvió a pasarse la
mano por el pelo y se encogió de hombros-. Sí.
Pasé de abrazarme a mí misma a
abrazarme la cintura.
-Te he traído esto-se limitó a explicar, y me
tendió el vaso. Lo cogí con manos vacilantes, y nuestros dedos se rozaron con
el intercambio. Un escalofrío me recorrió de arriba abajo, y por desgracia no
fue en el mejor sentido de la palabra: el mero contacto con la piel de Alec me
bastó para confirmar que algo no iba bien… si es que yo necesitaba
confirmación.
Con los ojos clavados en él, me
llevé el vaso a los labios y di un pequeño sorbo, no sólo porque no quería
abandonar el hilo que habían tomado mis pensamientos, sino también porque se me
había cerrado el estómago y temía que rechazara la bebida.
Decidí darle una oportunidad para
explicarse, el espacio que necesitar para hacerme saber qué le sucedía, no presionarlo.
La forma en que apretaba la mandíbula y fruncía ligeramente el ceño,
combatiendo contra sí mismo para que yo no me diera cuenta de que había algo
que no cuadraba, le delataba. Le había pasado algo, algo que le había cabreado,
y lo bastante como para que ni siquiera yo pudiera apartar lo que fuera que le
preocupara del todo de su cabeza.
La bebida estaba deliciosa, una mezcla
perfecta de toques dulces y danzarines en mi lengua que se convertían en fuego
en mi garganta por culpa del alcohol. Me pregunté si aquel era el sabor de las
llamaradas que escupían los dragones.
Alejé el vaso de mi boca y me pasé la lengua
por los labios, bajo una mirada de Alec que no supe descifrar del todo de tan
compleja como era: no sólo había la oscuridad de la lujuria de siempre,
reflejando los efectos que mi cuerpo tenía en el suyo, sino algo más. Algo
parecido a una pared, tan opaco que no era capaz de ver qué había detrás, y tan
enmarañado que me era imposible saber qué lo había causado.
-Está deliciosa. Gracias.
-Vodka con granadina. Me dijiste
que te gustaba la granadina, así que…-se encogió de hombros-. ¿Lo habías
probado alguna vez?
Sacudí la cabeza y di un nuevo
sorbo. Alec sorbió por la nariz, se la tocó con el pulgar y miró en derredor.
-¿Qué te pasa?-me atreví a
preguntar por fin, recordándome que podíamos arreglarlo juntos, que la única
forma que teníamos de ser vulnerables era estando separados. Desde que había
empezado a hablar con él, todos mis problemas habían parecido empequeñecerse,
reduciéndose cada vez más y más hasta que terminaron desapareciendo, y todos
los que habían surgido nuevos habían tenido relación con Alec: nuestra pelea,
nuestro exilio mutuo autoimpuesto, nuestras discrepancias a la hora del ritmo
de nuestra relación y lo que podíamos esperar de ella. Y siempre nos las
habíamos apañado para resolverlos: nos habíamos reconciliado, nos habíamos
acercado de nuevo, nos habíamos puesto de acuerdo en qué era lo que ambos
queríamos, a qué marcha necesitábamos ir, y, lo más importante de todo, hacia
dónde queríamos llegar.
Puede que el sexo nos hubiera
hecho fijarnos el uno en el otro, pero habían sido nuestras almas las que nos
habían hecho no apartar la vista y seguir buscando.
Y nuestras almas se habían
entrelazado gracias a la comunicación.
-¿A mí? Nada-Alec se encogió de
hombros, rehuyendo mi mirada. Cuando un chico es tan alto y está tan cerca de
ti, que tú seas pequeña no hace más que delatarlo cuando no se atreve a
mirarte. La Luna es trescientas veces más pequeña que el sol, pero también esta
trescientas veces tan cerca: por eso consigue eclipsarlo.
La cercanía era lo que te hacía
ver las cosas tal y como eran. Por mucho que la perspectiva te ayudara a
identificarlas, sólo cuando las examinabas a corta distancia sabías de qué
estaban hechas realmente, cuál era su propósito. Si escondían algo o lo
mostraban.
Y Alec me lo estaba escondiendo.
Di un paso hacia él y le tomé de
la mandíbula para hacer que me mirara. Mi cuerpo estaba a centímetros del suyo.
Era decisión suya si nos apartábamos o nos terminábamos de fundir.
-No me has tocado desde que has
vuelto.
Parpadeó despacio, como si
acabara de hablarle en un idioma que él no entendiera bien y tuviera que
comprobar en su memoria que los sonidos que habían salido de mi boca se correspondían
con palabras que él conociera.
-Te he tocado al darte el
vaso-dijo con un hilo de voz, y yo hice una mueca.
-No es a eso a lo que me refiero,
Al.
-Ya-asintió, y gracias a Dios, me
rodeó la cintura con el brazo y me atrajo hacia sí. Colocó su frente sobre la
mía y cerró los ojos. Dejó que le acariciara los brazos y la espalda,
descubriendo la tensión que manaba de su cuerpo en sus músculos-. Lo siento. Es
que…-negó con la cabeza tras pensárselo un momento-. No importa.
-A mí sí me importa. ¿Qué te
pasa?
Volvió a sacudir la cabeza.
-Nada. No quiero dejar que eso
siga amargándome la noche-se separó un poco de mí y me miró, forzando una
sonrisa nada sincera. Me sentó como una patada en el estómago ver que trataba
de hacerse el fuerte por mí. Yo no le quería fuerte si eso implicaba que
tuviera que ser cínico: le prefería mil veces vulnerable y sincero, contándome
lo que le preocupara para que yo pudiera ayudarle. Fuera lo que fuera lo que le
hubiera pasado cuando se marchó, se había marchado en parte por mi culpa, así
que las posibilidades de que me afectara lo que le hubiera sucedido eran muy,
muy altas. No se me ocurría nada que pudieran decirle o hacerle para conseguir
molestarlo en lo que yo no tomara parte.
De hecho, me daba la sensación de
que yo era la causa de que ahora estuviera así, aunque no hubiera hecho nada.
Intenté tirar un poco del hilo,
guiándolo para que tomara el camino que podríamos recorrer juntos.
-¿Qué te amarga la
noche?-pregunté, y Alec rehuyó mis ojos. Le tomé la mano y le acaricié los
nudillos con el pulgar-. Alec, puedes decírmelo. ¿Qué ha pasado?
-Nada. De veras. No ha pasado
nada.
-Estás enfadado. Puedes
contármelo. Si necesitas desahogarte…
-Es una tontería, Sabrae, de
verdad.
-¿Ha sido Scott?-pregunté, y Alec
alzó las cejas-. ¿Se te ha puesto chulito cuando has ido a pedirle el condón?
¿Es eso? ¿Os habéis peleado? ¿Quieres que hable con…?
-No he hablado con Scott.
Parpadeé despacio.
-Entonces… ¿no has conseguido…?
Puede que fuera eso. Puede que no
hubiera conseguido el condón, después de todo. Quizá por eso estaba molesto.
Adiós a nuestro polvo en el sofá.
¡Por favor! Ni que el sexo se
redujera a la penetración. Había muchas formas de darnos placer mutuamente sin
recurrir a ella. Conocíamos las alternativas: las habíamos usado a lo largo de
nuestra relación; en el iglú, fundamentalmente, pero no sólo entonces. Incluso
en aquella misma habitación Alec me había mostrado una parte del sexo y del
placer que yo siempre había creído que, simplemente, no era para mí.
Entendía que no estuviera en su
mejor momento anímicamente hablando. Al fin y al cabo, los dos queríamos eso, y
disfrutábamos como nunca cuando estábamos juntos. Puede que yo gozara más
cuando él se ponía de rodillas y enterraba el rostro entre mis muslos, pero
había algo en el coito que no teníamos las demás veces: los dos sentíamos el
mismo placer, los dos compartíamos lo mejor que nuestros cuerpos podían darnos,
y lo hacíamos a la vez. Me gustaba hacerlo con Alec no sólo porque él me hacía
sentir increíblemente bien, sino porque yo también se lo hacía sentir a él, y
eso contribuía a inflar mi ego y mi sensualidad. Pero si no podíamos hacerlo,
no podíamos hacerlo.
Además, casi diría que era más
justo para él. El marcador de orgasmos estaba tan inclinado a mi favor que me
parecía que le estaba dando una soberana paliza. Estaba segura de que, si
aquello fuera una competición, me habrían descalificado ya por sospechas de
dopaje.
Sin embargo, él me descolocó
totalmente cuando respondió:
-Sí, sí. Se lo pedí a Jordan.
Todo controlado.
Una sonrisa fantasma elevó un
poco las comisuras de su boca, y al menos esta vez fue sincera. Me descubrí
sonriendo también, algo aliviada, aunque no del todo.
-Entonces, ¿es otra
cosa?-asintió-. ¿Y no vas a decirme qué?-negó con la cabeza-. ¿Por qué?
Torció la boca, pensativo.
-Porque bastante poco tiempo
pasamos juntos como para encima tener que malgastarlo comiéndonos la cabeza. La
noche es muy corta y tenemos muchas cosas que hacer-me pegó un poco más a él y
acercó su rostro al mío. Su aliento ardía en mi boca.
-¿Qué cosas? ¿Cosas que hagan que
lo que te pasara ahí fuera merezca la pena?
Alec me dedicó una sonrisa
traviesa.
-Lo que me está pasando aquí
dentro ya hace que merezca la pena todo lo que pueda pasarme fuera.
-Y eso que aún no me he quitado
la ropa-coqueteé, pegando mi pecho contra el suyo y asegurándome de que notara
mis ganas de él. Después, me zafé de su abrazo y, con ganas de distraerle,
agité las caderas mientras caminaba en dirección al sofá. Alec se me quedó
mirando, indeciso, cuando me senté y dejé el vaso encima de la mesa baja.
Fue una mala decisión alejarme de
él. Lo supe en cuanto nuestros ojos se encontraron y comprobé, con disgusto,
que aquella opacidad había vuelto a su mirada. Sus hombros estaban ligeramente
cuadrados otra vez. Su mandíbula, apretada. Sus labios, en una línea irregular
por culpa de sus dientes, que se mordían el inferior.
Y sus ojos, aunque posados en mí,
no me veían. Yo era el cristal de una ventana, una ventana que daba a lo que a
Alec le hubiera pasado fuera. Si no me hubiera alejado de él…
Me abracé a mí misma
instintivamente, preguntándome qué podría hacer para aliviar el peso que
cargaba a su espalda.
Entonces, él habló.
-¿Tienes frío?
-Un poco-admití, porque era
verdad, sí, pero también porque así podría darle algo con lo que distraerse. Le
gustaba cuidarme. Se le daba bien. Si se ocupaba de mí, acallaría las voces que
sonaban en su cabeza y que le decían las cosas que sus ojos veían a través de
mí, como un artista que piensa en su cuadro y ya puede verlo cuando aún tiene
el lienzo en blanco frente a su rostro.
Así mataríamos dos pájaros de un
tiro. Él se acercaría a mí para darme calor, me abrazaría, y con mi cuerpo tan
cerca del suyo, dejaría de oír aquellas voces.
-¿Quieres que vaya a por tu
chaqueta?-soltó, porque si los tíos son tontos, Alec lo es aún más. Me lo quedé
mirando, tratando de disimular mi estupefacción. Acababa de decirle que tenía
frío, le había dado una oportunidad de oro para acercarse y darme mimos, ¿y me
salía con mi puñetera chaqueta?- ¿Dónde la tienes?
-La tiene Amoke-respondí,
levantándome, y Alec se puso inmediatamente rígido. Quizá no contaba con que
tuviera que salir de nuevo, pero yo tenía otros planes para él-. Pero no quiero
eso.
-Entonces, ¿qué…?-empezó, pero le
corté.
-Quiero seguir por donde íbamos.
Alec parpadeó despacio,
observando cómo me acercaba a él con la gracilidad de una pantera, y la
sensualidad de sus mismos movimientos. Rió entre dientes ligeramente, se pasó
la lengua por las muelas, y asintió con la cabeza.
-Y, ¿por dónde íbamos?
En su boca apareció aquella
sonrisa, y yo supe que teníamos esperanzas. Había respondido a mi pregunta con
otra pregunta en tono juguetón, lo cual era todo un alivio y el clavo ardiendo
al que yo me agarraría.
Con mis ojos fijos en los suyos,
me llevé las manos al cordón del escote del vestido y me lo abrí. Casi la
totalidad de mis pechos quedaron al descubierto, con la excepción de mis
pezones y la parte baja, pero supe que con eso bastaba en el momento en que
Alec rompió el contacto visual, no sin antes alzar una ceja como diciendo “¿de
verdad piensas ir por ahí?” y bajó la vista a mi escote.
-Ah, ya lo recuerdo-comentó, y de
dos zancadas salvó la distancia que nos separaba, y puso sus manos directamente
en mi culo para pegarme a su cintura-. Por eso
salí-rió contra mi boca y yo me colgué de su cuello.
-Para poder entrar-confirmé,
asintiendo con la cabeza y dándole un suave beso en los labios, que no dudó en
devolverme. Tiré de él para llevármelo al sofá, y nos dejamos caer sobre los
cojines lo bastante mullidos como para no hacernos daño por mi ímpetu y mis
ganas, pero no lo suficiente como para hundirnos en ellos y no poder salir.
Pensé que había conseguido
distraerlo definitivamente de lo que fuera que le tenía en un limbo, pero si lo
hice, fue momentáneamente. Enseguida noté que volvía a escurrírseme entre los
dedos como un puñado de arena o algo de agua que tomara de la playa: por mucho
que yo me esforzara en retenerlo, Alec simplemente se escabullía de mí. Era
humo en mis manos, y lo peor de todo es que yo notaba el esfuerzo que él estaba
haciendo por fingir que estaba allí, conmigo, concentrado en disfrutar de mi
compañía y de mi cuerpo… pero no lo hacía lo suficientemente bien.
Lo noté en su falta de
iniciativa. Mientras que en el resto de relaciones que habíamos mantenido,
incluso cuando él me había dicho que no era buena idea hacerlo, que no
podíamos, que mejor en otro sitio, mejor en otro momento, una parte de él
siempre había querido poseerme y esa parte siempre
se las había apañado para terminar descubriéndome y haciéndome suya. Así
había sido en el parque, en nuestra primera vez en el billar, incluso en el
iglú. Siempre que había una razón para no hacerlo, Alec encontraba la manera de
resistirse hasta a sí mismo y luchar por lo que quería en ese momento: a mí.
Sus manos le habían traicionado, su boca le había traicionado, sus caderas le
habían traicionado; todo su cuerpo, cada célula que le componía, había hecho
oídos sordos de la llamada a la razón de la que hacía alarde su boca, y habían
cedido a mi voluntad. Su pecho había subido y bajado con alivio cuando yo le
había desabotonado la camisa, de su garganta surgían gruñidos cuando yo bajaba
hasta sus pantalones, y su miembro presionaba mi mano o mi entrepierna,
dependiendo de qué fuera lo que le estuviera acariciando, cada vez que yo lo
hacía.
No fue así aquella vez. A pesar
de que me devolvía los besos y su cuerpo respondía al mío, lo hacía a través de
un velo que yo no era capaz de terminar de descorrer. Su lengua se movía con la
mía, su boca se acoplaba a la mía y sus manos me acariciaban, me apretaban y me
pegaban a él, pero no con la fuerza de antes. No hacía nada por avanzar. Cada
avance que hicimos ese momento, fue cosa mía. Creo que no me habría acariciado
los pechos de no haberle puesto yo las manos en ellos. Creo que no me habría
mordisqueado el cuello de no haber llevado yo su boca hasta él.
Creo que no se habría
desabrochado los pantalones de no haberlo hecho yo.
-¿Quieres hacerlo?-le pregunté,
preocupada por su pasividad, y Alec se separó de mí y me miró un segundo.
Frunció el ceño con preocupación, y por un momento pensé que me diría que no,
que estaba buscando la forma de decirme que no, temiendo herir mis sentimientos…
No temas hacerme daño. Me hace más daño que no seas sincero conmigo con
tal de complacerme a que me digas lo que piensas, por mucho que creas que no me
va a gustar.
Lo que
salió de su boca, sin embargo, fue esto:
-Claro. ¿Por qué dices eso?
Me encogí de hombros y negué con
la cabeza mientras le acariciaba los bíceps.
-Es que… no importa. Serán
imaginaciones mías.
Puede que necesite el sexo para distraerse. No puedo negarle eso. Yo lo
quiero, y él también lo quiere. Tenía una erección. Quería hacerlo. Puede
que no fuera tan ardiente como siempre, pero le apetecía hacerlo. Yo le
apetecía.
-Estoy aquí-me aseguró, dándome
un suave beso en la frente, otro en la punta de la nariz, y otro en la boca.
Llevó su mano hasta mi rodilla y luego subió por entre mis muslos, dentro de la
falda del vestido. Separé las piernas y él acarició mi sexo húmedo y caliente,
listo, preparado. Cuadró la mandíbula cuando jugó con mis pliegues,
recorriéndolos como el escultor que termina los detalles de su obra maestra y
se asegura de que la superficie de mármol esté bien pulida, sin aristas.
Introdujo un dedo dentro de mí y yo gemí cuando lo movió en círculos en mi
interior, haciendo que mis caderas respondieran a sus movimientos en lugar de a
mi cabeza.
Entre los dos, retiramos mi tanga
y luego sacamos su miembro de sus pantalones. Alec buscó el condón que había
conseguido de Jordan en el bolsillo trasero de sus vaqueros mientras yo
acariciaba la envergadura de su hombría, aliviada de verla porque me confirmaba
que no estábamos haciendo nada que ninguno de los dos deseara.
Fui yo la encargada de ponerle el
condón a Alec, asegurándome de acariciarlo con ambas manos mientras lo extendía
desde la punta a la base de su miembro. Alec gruñó por lo bajo y volvió a
acariciar mi sexo, haciéndome abrir más las piernas y separando mis muslos de
tal forma que pudiera entrar.
Se introdujo en mi ansioso
interior, reclamándome, poseyéndome, colmándome, y Alec se tumbó encima de mí.
Mientras me llenaba poco a poco, a un ritmo condenadamente lento, apoyó los
codos a ambos lados de mi cara y me miró desde arriba. Le dediqué una sonrisa y
jugué con el nacimiento de su pelo en la nuca mientras él me apartaba los rizos
de la cara con los dedos que no habían entrado dentro de mí y comenzaba una lenta
danza en nuestra unión. Mis caderas no tardaron en acompañarle, y mis ojos
pronto se cerraron para poder disfrutar de la sensación de contacto de nuestros
cuerpos.
Primero, Alec me poseyó. Casi se
podría decir que comenzó haciéndome el amor.
Después, me folló. Rápido. Sucio.
Como si quisiera volverme loca. Como si quisiera acabar conmigo. Le rodeé las
caderas con las piernas mientras arqueaba la espalda, dándole mis pechos en
ofrenda, que él al principio no quiso tomar, pero cuando yo empecé a suplicarme
que me los chupara, no se hizo de rogar. Su boca cubrió primero una teta, y
luego otra, mientras su polla me castigaba allí donde yo era más mujer.
Su boca volvió a la mía y sus
manos se quedaron en mis tetas, que continuó magreando hasta que yo le supliqué
ponerme encima. Quería marcar mi propio ritmo, montarlo, que él se volviera tan
loco como me estaba volviendo yo. Entonces, Alec me cogió de las caderas, se
incorporó y se quedó tumbado sobre su espalda, en posición invertida a como
habíamos estado entonces. Terminé de abrirle la camisa y le arañé el pecho
mientras botaba sobre su miembro, cada vez más y más grande, cada vez más y más
cerca. Sus manos recorrieron mis curvas, se detuvieron en mis pechos, y…
Mi cuerpo dejó de ser lo bastante
grande para albergarme en él. Me expandí por todo él, temblando de pies a
cabeza, y salí disparada hacia las estrellas. Alec me clavó las uñas en las
caderas y gimió por lo bajo una maldición.
Le miré desde abajo, y él me
devolvió la mirada, con la cabeza apoyada en el reposabrazos del sofá, el pelo
un poco alborotado y los ojos brillantes. Se incorporó hasta quedar sentado
debajo de mí, nuestros cuerpos aún unidos, y me dio un suave beso en los
labios.
Por toda respuesta, rodeé su
torso con mis brazos y cerré los ojos. Él me imitó, y nos fundimos en un cálido
abrazo que, esperaba, terminara de ahuyentar los demonios que se hubieran
resistido a abandonarlo. Le di un beso en la oreja y le acaricié la cabeza
mientras su respiración se normalizaba y sus dedos dibujaban figuras en mi
espalda.
Poco a poco, la presión que
notaba en mi interior fue reduciéndose, pasando de esa leve molestia
placentera, a la sensación de encaje perfecto, y finalmente a la leve invasión.
Me separé de él para mirarlo a los ojos, le acaricié las mejillas y besé su
sonrisa. Sus manos seguían rodeándome las caderas como el mejor cinturón del
mundo.
Me acurruqué contra él y cerré
los ojos un momento, dejando que aquella cálida sensación de amor que me
invadía llenara cada poro de mi piel y calentase hasta el último rincón de mi
ser. Me dije que había empezado a sanar lo que a Alec le hubiera hecho daño,
que mi cuerpo había sido la venda que él necesitaba. Había disfrutado y ahora
me sonreía, e incluso tomaba parte activa en nuestra sesión de mimos. Mi cuerpo
le calentaría y eliminaría todo rastro de frío de la misma forma en que él
hacía que yo me olvidara de mis problemas en el momento en que aparecía en
escena.
Tras lo que me pareció un
instante pero fue una breve eternidad, Alec me dio una palmadita en el culo,
carraspeó y me dijo que quizá fuera hora de ir pensando en separarse… o lo que
surgiera, añadí yo, a lo que él se echó a reír, asintió con la cabeza y me dio
un beso en la mejilla.
Así pues, lo saqué de mi interior
y me dirigí al baño, con los muslos ligeramente doloridos por la pasión que le
había puesto a nuestro encuentro, y una sonrisa boba en la boca por lo que
habíamos hecho. Me sentía satisfecha, feliz y bonita, con aquel brillo en la
piel, los ojos y el pelo que sólo el sexo podía darme, mientras estudiaba mi
reflejo en el espejo y me toqueteaba la boca, en busca de defectos en mi
maquillaje que no estaban allí.
Sólo cuando me recorrí los labios
de la misma forma en que solía hacerlo Alec justo antes de entrar en mi
interior, cuando jugaba con mi sexo, me di cuenta de una cosa.
De la misma forma en que había
dejado que mi felicidad post coital me cegara hasta el punto de considerar
confesarle de una vez mis sentimientos, como me había sucedido mientras
bailábamos Lost in the fire un
segundo antes de que Alec me besara, me había vuelto a hacer ver a mí misma que
las cosas iban mejor de lo que esperaba. Mi sensación de plenitud con lo que
habíamos hecho había sido suficiente para acallar las voces en mi cabeza que me
decían que algo no iba bien; voces que no eran demonios, sino el sonido de mi
intuición alertándome de que no todo estaba tan arreglado como yo pensaba.
Alec no se había llevado a la
boca mi placer después de jugar con los dedos en mi sexo, como siempre hacía.
Cada vez que él había introducido un dedo en mi interior, para provocarme o por
puro morbo, se había llevado después ese dedo mientras me miraba a los ojos,
viendo lo que aquel tabú producía en mí: la locura más absoluta.
Hoy no había sido así. Había
entrado de mí, sí, para ensancharme y prepararme, pero no había habido rastro
de aquel Alec juguetón y pícaro que aprovechaba cada oportunidad que se le
presentaba para hacerme de rabiar.
Habría pensado que aquello no
hacía más que corroborar mi teoría de que antes de hacerlo él no estaba bien,
pero caer en la cuenta de aquello, lo único que hizo fue hacerme ver más cosas:
aquella noche era la primera en que Alec no me había preguntado si me había
gustado.
Lo cual era todavía peor, porque
eso había sido después del sexo… lo
que denotaba que la contaminación que emponzoñaba su alma permanecía incluso
después de que yo tratara de purificarla.
Me quedé mirando mi reflejo, como
atontada, mientras los pensamientos se agolpaban en mi mente como las hojas de
los árboles lo hacían en las bocas de las alcantarillas cada otoño. Noté que se
me formaba un nudo en la garganta y que se me aceleraba el corazón. ¿Qué era
tan importante como para que Alec pudiera pensar en ello incluso cuando yo le
había dado todo lo que podía darle?
Mi reflejo abrió los ojos,
aterrorizado, cuando se le ocurrió algo: puede que no le hubiera distraído
durante el sexo. Puede que hubiera hecho que pensara más en aquello que le
preocupaba.
Puede que hubiera pasado algo
relacionado conmigo. Si había salido en busca de algo que tenía que ver
conmigo, era lógico pensar que yo también era la causa de lo que había
sucedido.
-¿Te encuentras bien?-me preguntó
una chica de ojos ahumados y labios en tono nude,
colocándome una mano en el hombro y acariciándomelo con el pulgar-.
¿Necesitas algo?
-Sí, eh… no, gracias. Perdona. Ya
te dejo libre el espejo-señalé el lápiz de ojos que sostenía entre los dedos y
me hice a un lado, escabulléndome lo más rápidamente que pude en dirección a la
salida, y luego, hacia el cuarto morado.
Entré en tromba en la habitación,
sin llamar para avisar de que lo hacía. Y eso no le sobresaltó. Alec se había
encendido un cigarro, y daba caladas largas y profundas mientras miraba su
teléfono, con la pantalla encendida haciendo que sus facciones cambiaran por el
diferente ángulo de la luz. Levantó la vista y sus ojos castaños se clavaron en
los míos.
-Has tardado poco.
Me mordí el labio y me acerqué a
él. No era verdad. Había estado haciendo cola para poder entrar a un baño, y
luego me había mirado al espejo como si estuviera a punto de salir para
participar en algún concurso de belleza.
Alec dejó el móvil sobre la mesa
y apoyó la espalda en el respaldo del sofá. Abrió los brazos, usándolo a modo
también de reposabrazos, y se me quedó mirando, a la espera de que yo me
acercara a él, me sentara a su lado, quizá le pasara una pierna por encima de
las suyas y empezáramos a besarnos.
O eso era lo que yo quería que él
quisiera.
-A ti te pasa algo.
No me lo confirmó con palabras,
pero sí con gestos. Si no le hubiera pasado nada, le habría parecido que estaba
siendo insistente sin razón. Le habría caído incluso pesada. Habría puesto los
ojos en blanco y me habría dicho que cómo podía seguir con aquello, que si no
me había parecido que no se había entregado al cien por cien conmigo.
Se me revolvió el estómago al
caer en la cuenta de que otra cosa cuando lo tenía enfrente: no le había notado
llegar al orgasmo. Me sentí sucia, mezquina, ruin. Me dije que le había
utilizado de alguna forma.
Lo que le terminó por delatar fue
el hecho de que apretara la mandíbula, suspirara y se llevara una mano a la
nariz, tocándosela. Cerró los ojos y dio otra calada de su cigarro, se mordió
los labios mientras la nicotina se posaba en sus pulmones, y exhaló todo el
humo por la nariz, lo que vendría a siendo su chimenea de ser él una casa.
-Alec-casi supliqué. No me
gustaba verlo así. Y menos me gustaba pensar que yo tenía la culpa.
A cada segundo que pasaba, me lo
confirmaba más y más. ¿Por qué, si no, se negaría tan en redondo a decirme lo
que había sucedido? Éramos nuestros confidentes. Podíamos contárnoslo todo,
porque sabíamos que no se nos juzgaría. ¡Si incluso le había hablado de mis
dudas respecto de mi adopción y mis orígenes, cosa que jamás había comentado
con nadie que no fuera él! ¡Sólo con Momo, y no tan profundamente como lo había
hecho con Alec!
-¿Qué quieres que te
diga?-preguntó, con cansancio y una pizca de mal humor en la voz. Me mordí el
labio.
-La verdad. ¿Qué ocurre?
-¿Por qué piensas que ocurre
algo?
Me mordí el labio y di un paso
hacia él. Cuanto más lo pensaba, más convencida estaba de que algo no encajaba…
y también más me convencía de que estaba pareciendo paranoica. Te he dicho que estoy bien, ¿por qué te
empeñas en crear problemas donde no los hay?, temía que me dijera, lo cual
denotaba lo mal que me sentía yo también. Él nunca, jamás, me haría sentir como
una loca.
-No me has preguntado si me ha
gustado-respondí, y Alec se movió un segundo y a la vez se quedó estático, en
esos gestos inexplicables que veías en las películas americanas cuando a
alguien le revelaban una verdad incómoda, gestos que no tenías ni idea de cómo
poner por palabras, ni de cómo pediría el director de la película que se
llevaran a cabo por parte de los actores.
-¿No lo ha hecho?-preguntó, y una
parte de mí pensó que quería escurrir el bulto, y otra pensó que de verdad
estaba preocupado… y yo no supe a cuál de las dos escuchar.
-Sí-confesé, abrazándome a mí
misma y apartando-, pero no me lo has preguntado.
Alec tragó saliva, asintió con la
cabeza y se incorporó lo justo para cogerme una mano y tirar de mí para
colocarme frente a él. Me metió entre sus piernas y me miró desde abajo. Se
llevó mi mano a la boca y besó mis nudillos, mis dedos, el dorso, y la dejó descansando
contra su mejilla.
-No voy a insultar tu
inteligencia, tratarte de estúpida y decirte que no me pasa nada. No, si me lo
sigues notando incluso ahora.
Le pasé las manos por la cabeza y
hundí mis dedos en su cabello ensortijado del color del chocolate. Me las apañé
para hablar por encima del nudo en mi garganta.
-No tienes por qué guardártelo
para ti.
-No quiero preocuparte.
-Ya estoy preocupada-gemí,
angustiada, y Alec negó con la cabeza, me tomó de la cintura y me obligó a
sentarme sobre él. Frotó su nariz contra la mía y me acarició los brazos,
jugando con mis codos.
-Pues no te preocupes. No es
grave, de verdad. Es una tontería, simplemente… me ha pillado en mal momento.
-¿Qué tontería puede hacer que no
te corras cuando follamos?
Alec se quedó callado, tragó
saliva con sus ojos fijos en los míos. La nuez de su garganta subió y bajó como
las maracas de un mariachi.
-Me lo he pasado genial de todas
formas.
-Alec, tenemos sexo para
corrernos. No es justo que…
-Yo no tengo sexo para correrme.
Ya no. No contigo. Tengo sexo porque te quiero y me gusta estar contigo y
necesito tenerte de esa manera. Necesito que estemos juntos así de vez en
cuando. Correrme ha pasado a ser secundario.
-Pero, ¡yo no quiero que sea
secundario! Nuestra relación es bidireccional, y bastante haces tú por mí como
para que encima ahora tampoco llegues a correrte cuando lo hacemos.
-Todo lo que hago por ti también
lo hago un poco por mí, bombón-su sonrisa de Fuckboy® apareció en su boca, pero
no con la intensidad con la que yo me esperaba. Odié que estuviera así de
apagado, parecía tan cansado que cualquiera diría que acababa de correr un
maratón.
-Yo también quiero hacer cosas
por ti. Déjame compensártelo-musité, separándome de él y tratando de ponerme en
pie, pero él me lo impidió.
-No quiero que me la chupes por
pena.
-No te la chuparé por pena. Te la
chuparé por que quiero.
-Quiero disfrutarlo cuando lo
hagas por primera vez, nena. No quiero estar pensando en mis mierdas y que tú
estés…-bajó la vista hasta mi escote-, de rodillas… esperando a que… bueno. A
que te avise.
-¿Tan malo es?
-No-se apresuró a asegurarme,
sacudiendo la cabeza-. Es sólo que a mí me gusta comerme el coco. Ya sabes cómo
soy-se encogió de hombros-. Una vez que se mete algo entre ceja y ceja, es muy
difícil hacer que deje de pensar en ello, y…
-No tienes por qué cargar con
ello tú solo, ¿lo sabes, verdad?
-Por supuesto, bombón. No es
nada, créeme-me prometió, acariciándome la cabeza-. Si no te lo cuento es
porque no quiero que malgastes tu tiempo en algo así. No quiero amargarte la
noche. Con que me la amargue a mí, ya basta.
-Dime una cosa. Sólo una. ¿Es por
algo que haya hecho?
Sus cejas se juntaron un par de
milímetros durante unos segundos.
-No.
-Así que, ¿no es conmigo?-quise
asegurarme, y escuché un alivio en mi voz que detesté. Estaba siendo tan
egoísta con él que ni siquiera me molestaba en disimular lo aliviada que me sentía por saber que yo no
era su problema, después de todo.
-Yo no podría enfadarme contigo,
bombón-sonrió, cariñoso, y me dieron ganas de decirle que le quería de nuevo,
porque, aunque tuviera muchas cosas que decirle aún, aquella era la más
importante de todas-, y si hicieras algo que me molestara, te lo diría. Igual
que tú me lo dices a mí.
-No hay muchas cosas que me
molesten de ti.
Alec alzó las cejas.
-Soy un machito. Heterosexual.
Blanco. De clase media-alta. ¿Seguro que nada de eso te molesta?
-No eres un machito-le corregí,
sacudiendo la cabeza. Alec sonrió, me agarró de la cintura y me pegó tanto a él
que su respiración me acariciaba las clavículas. Continuó mirándome desde abajo
mientras sus manos rodeaban mi cintura, mi pecho acariciaba el suyo y mi pelo
caía en cascada por mi espalda y por sus hombros. Mi mandíbula reposaba en su
nariz.
-¿Me lo podrías poner por
escrito?
Esbozó una sonrisa traviesa, la
sonrisa de mi Alec, y eso sirvió para tranquilizarme. Puede que yo me hubiera
preocupado no por si yo era el problema, sino por sino podía ayudarme.
Y claro que podía. Me había
subestimado a mí misma. Yo no era mi cuerpo y lo que podía hacer con él: era
mucho, mucho más que eso. Era mis sentimientos. Y eso era lo que Alec
necesitaba.
Supe dárselos en bandeja de plata
en lo que nos quedaba de noche, y para cuando nos despedimos en la puerta de mi
casa, había conseguido ser el de siempre al 99.9%.
El 0.1% que nos faltaba lo
recuperamos cuando me desperté a media mañana, abrí Telegram y me encontré la
notificación de todos los días. Allí estaba. Su vídeo del amanecer, con su
sonrisa de rigor, su buenos días con
voz ronca por el sueño y el suspiro de satisfacción cuando se dejaba caer en la
cama de nuevo y me anunciaba que se iba a dormir otra vez, para pedirme después
que le enviara un mensaje nada más despertarme.
Le envié un vídeo de buenos días
sonriente, le tiré un beso y llené la conversación de emoticonos de corazones.
Bajé a desayunar aliviada por lo bien que habíamos conseguido superar los
obstáculos que yo ni siquiera había visto, y contenta por creer que Alec era
una luz que siempre tendría encendida en mi vida.
Qué equivocada estaba.
Y qué poco sospechaba que quien
la apagaría sería yo.
Caminé
derecha hasta atravesar las puertas de la inmensa biblioteca y me dirigí hacia
el patio cubierto. Con cada nuevo año, las chicas y yo nos dirigíamos a aquel
inmenso jardín interior, con mesas redondas que se iluminaban por la luz que se
colaba del techo de cristal y también daba alimento a las plantas, para hacer
un libro diario en el que pegaríamos fotos y todo tipo de recuerdos de lo que
habíamos hecho el año que acabábamos de despedir. Siempre nos íbamos a la misma
mesa; la del centro, la que se llenaba de figuras danzarinas por las sombras de
las juntas de la cúpula superior.
Llevaba la mochila llena de
utensilios de manualidades: pegamento, tijeras, cintas adhesivas decorativas,
tubitos de purpurina y pegatinas metálicas de las que tenían relieve. Estaba
bien lista para la sesión de decoración que teníamos pensada, pero antes
teníamos con el trabajo de Historia que nos habían encomendado para el inicio
de las clases.
Así, mientras mis botas
arrancaban suspiros del suelo de hierba y musgo, con un ligerísimo chapoteo
fruto de los sistemas de riego del jardín interior, me acerqué a mis amigas. No
levantaron la cabeza para mirarme cuando me escucharon acercarme, demasiado
ocupadas como estaban en las pantallas de sus iPads o en las páginas de los
libros recopilando la historia de los emperadores de Austria que habían cogido
de las estanterías en los pisos superiores.
-Hola-canturreé, dejando mi carpeta
morada con los apuntes sobre la mesa de mármol y depositando la mochila en mi
porción de banco, a mi lado. Taïssa y Kendra asintieron con la cabeza y
murmuraron un asentimiento, pero Momo fue más seca aún.
-Hola-refunfuñó por encima del
susurro de las páginas pasándose en las demás mesas, la música saliendo de los
auriculares y las conversaciones semisusurradas de los que compartían jardín
con nosotras. Me la quedé mirando, sorprendida de que Amoke no me mirara ni una
sola vez. ¿Tan importante le parecía su sudoku como para no darme un beso), y
fruncí el ceño al ver que me miraba de reojo, como comprobando que tenía mi
atención.
Vale que yo no me había
preocupado demasiado por su paradero el día anterior; después de la noche que
había pasado con Alec, me había dedicado a desintoxicar mi cuerpo del alcohol a
base de estar tirada por casa sin hacer nada que requiriera un mínimo esfuerzo
por mi parte: había visto películas con Shasha, había coloreado con Duna y,
cuando empezó a oscurecer, me había tirado en el sofá para exigirle mimosa mi
padre mientras toda la familia se congregaba frente a la televisión para ver
una edición especial de un concurso de canto. Scott se llevó a Tommy (que había
venido a comer con nosotros y se había instalado en casa todo el día) a casa de
Alec, porque se suponía que iban a celebrar una fiesta allí, y yo me había
quedado acurrucada sobre el pecho de papá, dándole besos y devolviéndoselos y
haciendo de rabiar a mamá, llamándola cada poco para que viera las atenciones
que me prestaba papá y que a ella le negaba.
-Mamá, mamá-le decía, y cuando
ella apartaba la vista de la televisión y nos miraba, yo le daba un sonoro beso
a papá, que arrugaba la nariz para ofrecerme más mejilla que besar, y luego le
sacaba la lengua.
-Algún día tendrás marido y tu
hija hará eso mismo con él, y veremos entonces si te hace tanta gracia no tener
50 críos untos.
-Te quiero, nena-respondió papá,
guiñándole un ojo, y mamá cerró la tapa de su iPad.
-Hagamos bebés.
-Estoy ocupado-respondió papá, agarrando
a Duna y plantándole un mordisco en la mejilla. Mamá puso los ojos en blanco-.
Dios, me encanta ser padre.
-Serás gilipollas…-murmuró ella
por lo bajo, y todos nos habíamos echado a reír.
Es decir: me había pasado todo el
día en familia, sin apenas coger el teléfono más que para responder los
mensajes de Alec. Apenas había subido dos historias a Instagram, no había
enviado ningún mensaje ni me había puesto a jugar con el teléfono. Había estado
completa y absolutamente volcada en lo que sucedía en mi casa, así que quizá a
las chicas les hubiera parecido distante, pero desde luego no pasota. Ellas
tampoco habían hablado por nuestro grupo el día anterior; en lo que a mí
respecta, podían haber estado de vacaciones en alguna aldea india o durmiendo
todo el día. No iba a molestarlas: me sentía una mala amiga por cómo me había
ido con Alec sin casi despedirme, y tampoco quería que pensaran que sólo
recurría a ellas cuando él no podía quedar.
Tenían motivos para molestarse,
de acuerdo, pero creo que lo estaban sacando todo un poco de quicio. Al fin y
al cabo, había ido a la biblio, como todos los años, y venía dispuesta a
trabajar duro, tanto en lo que me tocaba para Historia como en el tema de
nuestro álbum de recuerdos.
-Vaya, qué entusiasmo-bromeé,
apelando al humor cariñoso que Amoke y yo compartíamos-. ¿Aún te dura la
resaca?
-Encima no te rías,
Sabrae-espetó, girándose hacia mí y fulminándome con la mirada. En sus ojos
había el mismo fuego que llevaba en su pelo, tatuado de los colores de un
atardecer.
-Pero, ¿qué bicho te ha
picado?-espeté, estupefacta. ¿Por qué reaccionaba así? Sólo había hecho una
broma sin importancia. Ni que Momo fuera una alcohólica. De hecho, de todas
nosotras, era ella la que menos bebía, y eso que tampoco es que Kendra, Taïssa
o yo fuéramos unos pozos sin fondo.
-No vengas de colegueo encima,
tía-gruñó, esbozando una sonrisa cínica.
-Amoke-riñó Taïssa, mientras
Kendra nos miraba a mí y a Momo por debajo de sus cejas, como si tratara de
adivinar cuál de las dos saltaría antes al cuello de la otra.
Momo cogió un bolígrafo y trató
de anotar algo en su libreta cuadriculada.
-Pero, ¿qué pasa?-pregunté tras
ver que todas hacían lo posible por ignorar mi presencia. Me sentía un
moscardón inmenso que se posaba en plena pantalla mientras veías la televisión,
tan cómoda en el sofá que te aborrecía levantarte para espantarla. Kendra suspiró
por lo bajo, cerrando los ojos, mientras Taïssa se pasaba una mano por el pelo
y colocaba un par de trenzas por detrás de su oreja-. ¿Estáis enfadadas?
Puede que hubiera sido demasiado
desconsiderada con ellas no escribiendo nada por nuestro grupo, pero, ¡ellas
tampoco lo habían hecho! Si no había hablado era porque estaba muy a gusto con
mi familia, no porque no quisiera saber nada de ellas. Me avergonzaba un poco
de cómo me había escapado con Alec en cuanto se me presentó la ocasión, lo
admito, pero tampoco quería iniciar una batalla de pullas en la que yo sabía
que llevaba las de perder. Puede que no fuera la única que tuviera una relación
en mi grupo, pero sí era la que la estaba iniciando y la que, por tanto, era el
nuevo blanco, el más interesante.
Amoke soltó su bolígrafo, abrió las manos y se
volvió hacia mí con esa mirada furiosa ensombreciéndole los ojos.
-A ver, es que no me parece ni medio
normal las cosas que nos haces últimamente.
-¿Eh?
-Sí, tía. Vale que estés
empezando con Alec y todas esas historias, y vale que él tendrá un pollón en el
que te encantará subirte, pero no sé, controla a tu bicho un poquito, ¿no? Que
por mucho que estéis liados y dejemos que te vayas sin más con él, nos debe
muchas cosas. Respeto, lo primero.
-¿Qué dices, Amoke?-gruñí,
molesta. En ocasiones normales ya no consentiría que hablaran así de Alec, por
mucho que fueran mis amigas, pero menos ahora que justo había pasado una noche
un poco complicada con él. Después de la tarde anterior todas mis
preocupaciones se habían evaporado, pues él parecía más animado cuando habíamos
hablado. Ya no había rastro de las nubes que enturbiaban sus ojos.
-Es que, ¡te parecerá bonito
dejar que Alec nos ponga como nos pone!-estalló-Si nos tienes que decir algo,
nos lo dices a nosotras-hizo un gesto que recogía en un círculo a Kendra,
Taïssa y a sí misma, y a mí no se me escapó que yo no estaba incluida en ese
círculo-, no necesitas mandar a tu perro faldero para que venga a darnos
mensajitos.
-Pero, ¿de qué hablas? ¿Y cómo
que perro faldero?
-Sí, tía-escupió Momo, girándose
para enfrentarse a mí y apoyando una mano en el banco para no caerse-. ¿Tú
sabes el puto pollo que nos montó ayer porque te emborrachamos en
Nochevieja?-inquirió, alzando las cejas. Kendra y Taïssa habían dejado de
fingirse ocupadas, y me miraban con el interés del niño que va de excursión al
zoológico y pasa por la sección de los anfibios disecados: cero absoluto-. Que
vale, sí, a ver-Momo se apartó el pelo de la cara hecha una furia-. Podía haber
pasado algo, pero realmente no pasó nada. ¡Es más, es que le vino de puta madre
que tú te emborracharas para estar toda la noche contigo, y nosotras por ahí toda
la noche tiradas, que sabe Dios cómo llegamos a casa! ¡Y todavía se nos
pone…!-sacudió la cabeza y cerró el puño-. ¿Tú sabes la cantidad de cosas
horribles que nos dijo?
-No-sentencié, cerrando mi libro
de un golpetazo y frunciendo el ceño-. No lo sé. Si os ha echado la bronca, ha
sido cosa suya, no mía. Por si no lo sabíais, Alec es una persona, no un robot.
Oh, espera-gruñí, volviendo a abrir mi libro y pasando páginas con rabia-. Sí
que lo sabéis. Fuisteis vosotras las que me recordasteis lo humano que es, lo mucho que le molan las
cosas que le molan al resto de humanos. Como follar como un poseso, por
ejemplo.
-No te dijimos nada que no fuera
mentira-replicó Kendra, en un tono sorprendentemente calmado para lo que solía
ser ella. Cualquiera diría que Kendra era Kendra, y Amoke era Amoke, cuando
Momo se estaba comportando como solía hacerlo Kendra, y a la inversa.
-¡Y encima lo defiendes! ¡Esto es
flipante!-Momo dio una palmada, como si quisiera llamar la atención de la
última persona en aquel jardín que no nos estuviera mirando, pero a las dos nos
daba igual. Quería pelea y yo no estaba dispuesta a dejarme avasallar. Ni a mí,
ni a Alec-. ¡No sólo le consientes que se ponga con nosotras como un verdadero
energúmeno, sino que todavía le defiendes!
-¡Por supuesto que le defiendo!
¡Me estás atacando, Amoke! ¿Pretendes que me quede sentadita escuchando cómo le
insultas, asienta con la cabeza, me ponga las manos en el regazo y te dé la
razón?
-¡No le estoy insultando,
simplemente lo califico como lo que es!
-Se puso rabioso con nosotras,
Saab-musitó Taïssa, que estiró la mano en mi dirección para intentar tocarme el
brazo, pero yo estaba demasiado lejos: la mesa era demasiado amplia. Lo que
siempre había sido un aliciente en aquella estancia, ahora era un defecto.
-¿Rabioso?-replicó Amoke-.
¡Rabioso es poco! Nos pegó tantos gritos que me sorprende que no me haya
perforado el tímpano y me haya dejado sorda. ¡Encima que nosotras íbamos a
darle el empujón definitivo! Definitivamente, hicimos bien convenciéndote para
que no salieras con él.
-Vosotras no me convencisteis de
nada. Yo tomo mis propias decisiones, ¿sabéis? No soy una marioneta.
-Pues ojalá hubieras visto cómo
se puso, así lo mandarías a la mierda de una puta vez. Nosotras íbamos con toda
la buena intención del mundo a decirle que estaba en el momento ideal para que
empezarais a salir, porque nos preocupamos por ti, sabemos que él, por muy
gilipollas que sea, te hace feliz, así que… le explicamos todo lo que pasó en
Nochevieja, y…
-¿Qué se supone que pasó en
Nochevieja?
-Pues que te dimos nosotras de
beber para que estuvieras contentilla y fueras más dócil, y le dijeras a todo
que sí. A salir incluido. Tú misma me lo dijiste la mañana misma del 31: que
estabas a punto de decirle que sí, que si él te lo preguntaba y tú aceptabas,
mantendrías tu palabra. ¡Y no va y se nos come cuando le contamos todo lo que
pasó!
-¿La razón de que yo me
emborrachara tanto sois vosotras?-inquirí, estupefacta, abriendo tantísimo los
ojos que pensé que en cualquier momento se me saldrían de las órbitas. ¡Ahora
todo tenía sentido! Si me había emborrachado tanto no había sido por un
despiste mío; ¡había sido cosa de ellas! Ya me extrañaba a mí haber acabado tan
mal después del cuidado con el que pretendía empezar la noche, buscando evitar
lo que precisamente terminó pasando: ponerme tan mal que terminaría arruinando
mis planes con Alec.
-Sí, y te pedimos perdón por
ello-el semblante de Amoke se dulcificó un poco, e incluso se atrevió a tocarme
la mano un segundo-. No estuvo bien que no tuviéramos en cuenta tu voluntad y
que no respetáramos tu ritmo, pero lo estábamos haciendo por una buena causa.
¡No podíamos prever que terminarías tan mal! Y, si terminaste tan mal, tampoco
puedes culparnos. Nosotras acabamos igual, o incluso peor. ¡Hasta tu madre te
diría que no puedes culparnos! ¿Cómo se llama…?-se volvió hacia Kendra y
Taïssa, que la miraron sin entender-. ¿Atenuante por intoxicación etílica, o
algo así? Bueno, el caso es que sabemos que lo hicimos mal, y tienes todo el
derecho del mundo a enfadarte con nosotras, pero… ¡Alec no! ¿Y no viene él y se pone como un loco a gritarnos que no te
merecemos? ¡Como si él te mereciera! ¿Qué sabrá él?
Lo recordé esquivando mi mirada
la tarde que lo hicimos en el cobertizo de Jordan. Su forma de responderme con
evasivas a lo que sabía que era mi derecho conocer. La manera de mirar hacia
otro lado, de darme monosílabos para no dejarme a oscuras, pero sin querer
encender la luz y que yo me asustara con los monstruos que había conmigo en la
habitación y que podrían devorarme si quisieran.
Recordé lo mal que lo había
pasado para revelarme con quién me había encontrado. Y lo difícil que había
sido relatarme las cosas que se le habían pasado por la cabeza en ese momento,
cuando el llegar a tiempo había sido poco menos que una casualidad.
-Empezó a gritarnos, a decirnos
de todo menos bonitas. ¡Bueno! ¡Y es que… porque lo cogió Jordan, que si no,
todavía, no canea! ¡Encima de insultarnos, poco más y nos zurra!
-Razón para enfadarse no le falta,
después de todo. Al fin y al cabo, me dejasteis tirada-acusé, alzando una ceja,
y Momo abrió la boca en una O perfecta, redondeando su estupor.
-¿Así que te parece bien que quisiera
pegarnos?-inquirió.
-Eso ya sería pasarse, Sabrae-me
recriminó Kendra.
-No-respondí-. No es cosa suya.
Sería cosa mía haceros algo, no de él. Ya hablaré con él sobre esto.
-¿Cómo que “ya hablarás con él”?
¿Es que vas a seguir viéndome?
-¿Por qué? ¿Piensas prohibírmelo,
Amoke? ¿Me vas a emborrachar para que no pueda ir con él otra vez?
-Haz lo que te dé la
gana-sentenció, metiendo los pies de nuevo por el hueco entre el banco y la
mesa y abriendo su libro con tanta violencia que desgarró una página-. Eso es
lo que hace siempre.
-¿Quieres que te sea
sincera?-escupí, y Amoke alzó las cejas en mi dirección y gruñó un irónico “por
favor”-. No me hace ninguna gracia que él tenga este complejo de superhéroe que
tiene que sacarme las castañas del fuego, pero no voy a fingir que no tenga
algo de razón. No sé lo que os diría, pero os merecíais que os echara la
bronca. Me pusisteis en peligro de una forma estúpida. Podría haberme pasado
cualquier cosa. Podría haber entrado en coma. Podrían haber abusado de mí.
-¿Crees que lo habríamos hecho de
haberlo sabido? No contamos con eso cuando lo planeamos.
-Era lo único que os faltaba:
haberme emborrachado de todas formas sabiendo lo que podía sucederme.
-Nos dijo que éramos malas
amigas, Sabrae-reveló Taïssa, y yo la miré.
-Modélicas no fuisteis.
-Dijo que YO no era una buena amiga, Sabrae-protestó Amoke, atosigándome como
una culebra. Me volví lentamente hacia ella y clavé en sus ojos una mirada
gélida.
-Es que no lo fuiste, Amoke.
Momo arqueó las cejas, acusando el golpe pero
a la vez nada impresionada por él. Rió por lo bajo, asintió con la cabeza y
comenzó a meter sus cosas apresuradamente en su mochila.
-De acuerdo. Muy bien-murmuró,
cerrando con violencia la cremallera de su mochila y sacando los pies del
banco. Se colgó la mochila al hombro con rudeza.
-¿Adónde vas? Tenemos que hacer
un trabajo-le recordó Kendra, y Momo se volvió hacia ella.
-Yo haré mi parte en casa. No
quiero estar con ella.
-Lo mismo te digo-repliqué,
tratando de disimular que sus palabras me hirieron en lo más profundo de mi
ser. No recordaba mi vida sin Amoke. Era un elemento tan permanente en ella
como el cielo o mi familia. Momo era parte de mi familia. Había sido mi hermana
antes de que Shasha naciera, y lo seguía siendo incluso ahora que ya tenía dos.
Amoke cogió su abrigo de malos modos y se lo
clavó en el vientre.
-Sólo te diré una última cosa,
Sabrae: espero, de corazón, que siempre folle así de bien. No quisiera que
algún día dejara de merecerte la pena estar con él en detrimento de con
nosotras.
Momo esperó, quizá anhelando una
disculpa por mi parte, algo que le hiciera saber que no estaba todo perdido
conmigo.
-Alec folla más que bien-fue mi
contestación, porque no pensaba ir detrás de ella. Yo no era la que se
equivocaba. Yo no tenía la culpa de nada. Alec les había echado una bronca que
no le correspondía, pero ellas se lo habían buscado.
Amoke se irguió cuan larga era,
asintió con la cabeza, alzó la barbilla y se marchó con paso firme del jardín.
Me volví hacia Taïssa y Kendra.
-¿Vosotras también os vais a
marchar como emperatrices?
Kendra parpadeó despacio. Metió
sus bolis en su estuche y cerró despacio la cremallera. Taïssa la miró,
angustiada.
-Te has pasado con Momo.
-Vosotras tres os habéis pasado
más conmigo que yo con ella. ¿De qué vais? ¿Emborracharme para que le diga que
sí? ¿En serio?
-Lo hacíamos por tu bien.
-No es verdad. Lo hacíais porque
os cargaba la conciencia.
-¿Por qué nos echas este sermón
ahora?-acusó-. ¿A Alec se le olvidó decirnos esa parte y te toca a ti?
-¿Tan cabrona y cobarde pensáis que
soy como para necesitar que un chico hable con mis amigas? No necesito que
nadie os diga nada en mi nombre, ni que me defienda ante vosotras. Ni Alec, ni Scott,
ni mi padre.
-Nos dijo cosas horribles, Saab-murmuró
Taïssa mientras Kendra terminaba de recoger sus cosas.
-Eso tenéis que hablarlo con él,
no conmigo. Si os pensáis que yo lo controlo, estáis muy equivocadas. A las
personas no se las maneja con un poco de alcohol y palabras bonitas.
Taïssa se mordió el labio y se
giró con un respingo cuando Kendra le tocó el hombro, la mochila ya a su
espalda y el abrigo entre sus manos.
-Me marcho. Luego te llamo.
Dicho lo cual, Kendra se separó de
nuestra mesa. Las miradas de todos los presentes en el jardín estaban clavadas
en Taïssa y en mí.
-Puedes irte con ella-le dije a Taïssa,
que se había quedado mirando cómo se alejaba. Ella se mordió el labio.
-Saab, no quiero dejarte sola.
-Él me trata como si fuera una
niña pequeña, y vosotras como una mentirosa. En qué buena compañía estoy-gruñí
con amargura, abriendo mi libro y comenzando a subrayar las características de
la política austríaca. Taïssa tragó saliva y asintió con la cabeza, hundida, y
empezó a recoger los libros que habían cogido de las estanterías para que yo no
tuviera que cargar con ellos hasta los bibliotecarios. Metió sus cosas despacio
en la mochila, como dándome tiempo a recapacitar, y tras lanzarme una última
mirada de cachorrito abandonado, me susurró un suave “nos vemos, Saab” y se
alejó también de mí.
Ahora, todos los ojos estaban
clavados en mí. No podía marcharme, pero tampoco podía quedarme allí, así que
hice lo único que se me ocurrió: me puse los auriculares, activé la
reproducción de mi lista de boxear en casa, y me concentré en subrayar y hacer
esquemas de lo que había en mi libro de historia. Me ardían los ojos y tenía un
nudo increíble en la garganta que no me permitía respirar, amén de un frío que
me calaba hasta los huesos y que me hacía temblar como un flan.
Para cuando salí de la
biblioteca, casi era la hora de comer, y yo me había dedicado a llorar en
silencio, oculta tras mi cortina de lágrimas, durante más de una hora. Se suponía
que iba a ir a comer con las chicas, dejando las cosas en nuestra mesa
preferida de nuestro rincón preferido de la biblioteca que más nos gustaba,
pero después de la discusión, lo único que quería era meterme en la cama,
hacerme una bola y dormir varios días seguidos, sin que nadie me molestara.
No hay nada más horrible que
ocupar la única mesa que sólo tiene a una persona en la única sala en la que se
permiten los trabajos en grupo de una biblioteca, igual que no hay nada más
horrible que notar las miradas cotillas y los cuchicheos indiscretos cuando por
fin la abandonas. Había recogido la poca dignidad que me quedaba y me la había
metido en la mochila junto con mi libro, mi estuche, y los utensilios de
manualidades que ya no iba a utilizar.
De camino a casa, saqué mi móvil
y abrí Telegram, no sé muy bien con qué intención. Tenía varias notificaciones,
ninguna de Alec, pero casi mejor así. Estaba enfadada con él, estaba muy enfadada, y me dolía muchísimo haber
tenido que enterarme por mis amigas de que la razón de que hacía dos días se
hubiera comportado de forma tan extraña era que se había enterado antes que yo de
lo que había sucedido en Nochevieja. Me preguntaba si estaba enfadado con ellas
o si sólo estaba enfadado consigo mismo, si lo que le había molestado había
sido que la culpa la tuvieran ellas o la forma en que se habían justificado
ante él, como estaba segura de que ellas habían tratado de hacer.
Quería perdonarlas. Quería perdonarlas
y pensar que lo habían hecho por mi bien, que no tenían mala intención, que Momo
sólo estaba enfadada y pronto se le pasaría…
Pero me era imposible. Porque, cuando
entré en el grupo, me encontré con varios mensajes, aunque los tres más
destacables tenían todos que ver con mi mejor amiga.
Aquí
está mi parte.
Junto con aquella sencilla frase,
Amoke había adjuntado su parte del trabajo sobre los emperadores austríacos.
Y, luego, había abandonado el
grupo.
Se me llenaron los ojos de unas
lágrimas que yo no recordaba tener, y sentí ganas de vomitar mientras releía
una y otra vez aquella simple frase, “Momo♡ ha
abandonado el grupo”.
El último mensaje que podía
salvarme o volverme loca venía de cuenta de Taïssa, que se había encargado de
meterla de nuevo en el grupo. A pesar de que se había solucionado aquel intento
de secesión antes incluso de que se iniciara, el hecho de que Momo no quisiera
estar en el grupo conmigo me clavaba un puñal helado en el corazón.
El mensaje hizo lo segundo:
volverme loca. Sin perder un instante de mi tiempo, abrí la conversación con Alec
y le escribí rápidamente, con dedos temblorosos y estómago retorciéndose aún
más:
¿Podemos
quedar?
No tardé ni treinta segundos en
recibir respuesta.
¿Cuándo?
Ahora.
Ahora
estoy trabajando, nena, pero podemos quedar luego, si quieres.
Vale,
cuando vengas de trabajar, me avisas y
voy para tu casa.
Vale.
Me cargué la mochila al hombro y
apreté el paso en dirección a mi casa, contando las horas para poder tener
enfrente a Alec, deseando que no pasara nada más que contribuyera a aumentar mi
enfado con él.
Las chicas no hicieron nada, pero
eso no implicaba que yo no tuviera excusa para ir acumulando poco a poco mi
furia. Mientras esperaba a que Alec me enviara un mensaje diciéndome que ya
había vuelto, no hice más que reproducir la conversación en mi cabeza y, a cada
vez que la reiniciaba, iba apreciando nuevos detalles.
Momo se había pasado conmigo, de
eso no había nada; y sí, vale, puede que yo me hubiera pasado con ella, pero
todo tenía una explicación o un culpable indirecto: él.
Como yo misma les había dicho, Alec
no tenía ningún derecho a echarles una bronca.
Como yo misma les había dicho,
ellas lo habían hecho mal.
Como Momo misma me había dicho,
estaban arrepentidas y no habían mirado por las consecuencias.
Como Momo misma me había dicho,
lo habían hecho también, un poco, por él.
Todo habría sido mucho más fácil
si hubiera podido decirle que sí a la primera oportunidad.
Pero, con cada minuto que pasaba
y cada grito que yo escuchaba en mi cabeza, apreciando cada vez más y más los cambios
en la modulación de mi voz o la de Momo, una idea tomaba fuerza en mi mente:
las cosas pasaban por una razón. Le había dicho que no a Alec por algo.
Y ahora él me estaba dando
motivos para pensar, por primera vez, que no había estado equivocada al negarme
a salir con él de forma oficial.
Eché la vista atrás y traté de
recordar las veces que había tenido una discusión tan gorda con Momo, cuándo había
sido la última vez que nos habíamos peleado tanto hasta el punto de bloquearnos
en redes sociales, o salirnos de grupos en los que estuviéramos porque no
queríamos seguir juntas allí. No me sorprendió comprobar que jamás nos habíamos
peleado de aquella manera.
Mi móvil vibró y emitió el sonido
personalizado para las notificaciones de Alec, y yo me quedé mirando su
mensaje.
Ya
he llegado, ¿voy a tu encuentro?
Tomé aire y miré mi mochila tirada
en el suelo, con su contenido desparramándoseme por la alfombra. No había tenido
mi sesión de recuerdos anual, y todos teníamos un poco de culpa.
Era hora de echar la última
bronca.
VEN
DONDE QUIERAS
Me metí las llaves en el bolsillo
de los vaqueros y salí como una tormenta de mi casa tan rápido que mis padres
ni siquiera tuvieron tiempo de procesar que su hija se había convertido en un
tornado.
Caminé con paso decidido en
dirección a casa de Alec, notando cómo el veneno me iba llenando más y más con
cada latido desbocado de mi corazón. Un millar de imágenes se superponían en mi
cabeza: Momo gritándome, Momo levantándose, Momo recriminándome que dejara que Alec
las tratara así, Alec gritándole a ella, Alec gritándoles a mis amigas, Alec abalanzándose
sobre ellas… yo diciéndole que no quería ser su novia, y él echándome en cara
que con lo único que me quedara fuera con que había estado con otra cuando se
dio cuenta de que estaba enamorado de mí.
Lo vi aparecer por una esquina y
sentí algo al verlo que me resultaba tremendamente familiar: rabia. La misma
rabia que me había acompañado toda la vida, la misma rabia que había amargado
cada uno de mis días en el momento en que él entraba en escena.
Puede que estuviéramos
involucionando, o puede que a mí se me hubiera caído la venda que el sexo con Alec
me había colocado en los ojos. Cuando lo veía desde la distancia, podía verlo
tal y como era realmente: el gallito de corral más chulo de toda Inglaterra. Y
yo detestaba a los gallitos chulos. Con tener a Scott, ya me bastaba. No necesitaba
otro.
Me había cegado con su sonrisa
traviesa, sus ojos preciosos, su pelo como una nube de chocolate y su cuerpo de
dios griego, pero por fin, había recuperado la vista.
Cabrón. Has hecho que me enamore de ti.
Cabrón,
cabrón, cabrón, cabrón.
Alec me sonrió al verme, creyendo
que seguía estando en sus redes. Me apetecía empezar a gritarle allí mismo. No hagas eso. No recurras a tus truquitos de
mierda.
Estoy enfadada
contigo.
Por fin
vuelvo a verte como siempre has sido.
-Hola,
bombón-sonrió cuando me tuvo a escasos metros, y yo lo miré a los ojos. Dejé que
me arrastraran un segundo. Sólo un segundo.
Casi me atrapa de nuevo. Casi.
Pero entonces, cuando él se
inclinó hacia mí para saludarme con un beso… yo hice algo que nos sorprendió a
los dos. Algo que ya había intentado otra vez, pero que no había salido tan
bien entonces:
Le crucé la cara de una bofetada.
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Cortito pero intenso el capítulo, me ha puesto de muy mala hostia las amigas de Sabrae y como han reaccionado, es que vamos yo si fuese una de ellas estaría super arrepentida y ni se me ocurriría actuar como un gallito de corral como han hecho, porque otra cosa es que les gane el ego pero Alec tenía toda la razón del mundo, son unas amigas de mierda, o por lo menos tuvieron un comportamiento de mierda esa noche.
ResponderEliminarY luego esta Sabrae, mira, yo entiendo que te enfades porque tal vez Alec se paso un poco pero vamos no me jodas como para no enfadarse si aun encima de hacer lo que hicieron van a contarselo a el todas chulescas y como tuviese él que darles las gracias y Sabrae coge y se enfada más con el y encima lo responsabiliza de haberse peleado con Amoke es que mira me he puesto malisima. Si se han peleado ha sido porque Amoke lo hizo jodidamente mal y Alec se lo dejo bien claro. Mi niño no merece.
Es que tia, piensa que estan con la copla de que Sabrae estuvo toda la noche con Alec y que si no hicieron nada es porque el no quiso (aunque evidentemente les parece que el hizo muy bien al no intentar hacer nada), no pensaron en lo que hacian y en los riesgos que entrañaba lo que tenian pensado para ellos, que encima era para favorecerle a el... Pues no lo hicieron bien evidentemente pero a la vez tambien me parece normal que se piquen porque son crias y no te mola a esa edad que te echen una bronca como la que les echo Alec
EliminarY dicho eso yo lo siento pero tengo que defender a mi hijita a muerte, para mi es completamente normsl que piense eso porque yo me agobiaria la de dios si mis amigas de toda la vida (especialmente mi mejor amiga) se picaran asi conmigo hasta el punto de enfadarse asi por culpa de un tio. Es que era esto precisamente una de las cosas que Sabrae queria evitar y bua, esta en una posicion jodidisima realmente, me da mucha lastima, menos mal que le van a salir apoyos de donde ella no sabe que los tiene y su familia evidentemente va a estar aqui para ella💘
Pero bueno ahora A SUFRIR POR EL ORGULLO DE ESTOS DOS IMBECILES UF PARECEN ZOUIS