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No me sorprendió en absoluto encontrarme a mis amigas
esperándome con impaciencia cuando entré en clase, a pesar de que había llegado
antes de lo habitual. A pesar de que no me habría importado remolonear en la
cama un poco más (Duna, Shasha y yo habíamos dormido en la cama de Scott, lo
cual siempre garantizaba un sueño un poco apretado pero muy cómodo), al final habíamos
terminado saliendo de casa antes de lo habitual. Y habíamos ido bastante rápido
por eso de que no teníamos que esperar a que llegaran Diana, Eleanor… y Tommy.
Así
que debería haber sido la primera de mi grupo de amigas en llegar, la que
iniciara la formación de triángulo, o tal vez del símbolo de un arquero muy
simplificado, en lugar de la que terminara de cerrar la figura. Taïssa y Kendra
estaban apoyadas en la parte delantera de sus sillas, con las piernas estiradas
y la mirada fija en la puerta, mientras Momo se había sentado con las piernas
cruzadas sobre mi mesa, a la espera de que yo llegara y la echara de allí. Las
sonrisas que esbozaron cuando me vieron aparecer valían un millón de libras
cada una, y eso que eran baratijas comparadas con el cotilleo que yo les traía
y que las había dibujado en sus bocas.
-Buenos
días-canturreé con demasiado buen humor para ser lunes, pero no podía
importarme menos. Ni siquiera necesitaba pensar en frío que aquella era la
primera semana a la que me enfrentaba con Alec siendo oficialmente mío y yo
siendo oficialmente de Alec. Además, habíamos prometido que nos veríamos en el
instituto, así que eran todo ventajas. Puede que el lunes se convirtiera en mi
día preferido de entre semana; ni en sueños le daría ese título con la semana
entera, porque el viernes, el día en que salíamos y nos enrollábamos por ahí
existía; también lo hacía el sábado, el día en que habíamos dormido juntos por
primera vez; y, por supuesto, estaba el domingo, el día en que amanecía a su
lado, y de repente todo, absolutamente todo en mi vida, estaba bien.
Taïssa
y Momo intercambiaron una mirada cargada de intención, acompañadas de sendas
sonrisas difícilmente disimuladas, mientras Kendra se apartaba un mechón de
pelo de la cara, soltaba una risita por lo bajo, y preguntaba:
-¿Y
bien?
-¿Bien
qué?-pregunté, dejando mi mochila sobre la mesa de Momo, ya que ella no se
movía de la mía. Momo alzó las cejas y se deslizó por la mesa, haciendo que su
falda se deslizara por su piel hasta casi dejar sus bragas a la vista, pero por
suerte el uniforme no nos permitía exhibirnos si nosotras no queríamos, con lo
que aún le quedaba bastante tela que cubriera sus atributos femeninos.
-¿Qué
tal el finde?-preguntó, y sus pies tocaron el suelo. Inmediatamente después, se
sentó al revés en la silla, con el pecho sobre el respaldo y las piernas
rodeando la parte inferior. No pude evitar pensar en que me había sentado así
ese mismo fin de semana, pero con una persona haciéndome de silla y con el aire
haciéndome de uniforme. Intenté no estremecerme, y creo que me salió bien,
porque ninguna me tomó el pelo.
-Bien-me
encogí de hombros, conteniendo una sonrisa y sacando mi archivador para
prepararme para la primera clase. Me encantaba eso de hacerme la interesante.
Odiaba cuando las demás tenían algo que yo quería saber, pero cuando era yo la
que estaba en la posición dominante, de repente me parecía un insulto no
aprovecharme de sus ansias.
-¿Y
Alec?-insistió Taïssa. Momo apoyó la barbilla en la silla y Kendra se inclinó
un poco hacia mí, preparada para el susurro en el que les confesaría cuántas
posturas diferentes del kamasutra habíamos probado.
-Oh.
Bien.
Y las
miré una por una, lanzándoles un mensaje con mis ojos que esperaba que no se
perdieran: me había ido más que bien durante el fin de semana, y Alec había
estado muchísimo más que “oh, bien”. Y me había regalado muchísimos “oh”, desde
luego, más de los que podía esperar de ninguna otra persona, y puede que
incluso más de los que me mereciera, pero… sinceramente, no me importaba ser un
poco consentida en ese sentido. Sabía que él disfrutaba igual que yo dándome
placer. No sólo su erección crecía: también lo hacía su ego.
Y los
chicos te agradecen que hagas que su ego se infle.
Las
tres me jalearon con unas risitas, y las cejas alzadas, y entonces yo decidí
que ya estaba bien de tantos preliminares.
-Follamos
como conejos-anuncié, más alto de lo que debería, pero me daba igual. Nadie en
mi clase ignoraba con quién había estado el fin de semana después de la foto
que había subido: puede que el vídeo en el que le acariciaba con cariño la
cabeza a Alec hubiera sido una emisión especial para mi círculo más cerrado,
pero la foto en la que llevaba puesto su jersey y le había etiquetado en la
rosa había batido un récord de “me gusta”. Incluso había tenido que quitar los
comentarios por el aluvión de preguntas de las fans de papá, que por una vez no
querían saber cuándo iban a tener música nueva, sino cuándo les iba a presentar
al chico que me había regalado el jersey.
Visto
desde fuera era un poco raro que se tomaran tantas confianzas, pero muchas me
conocían desde que había nacido, y me habían defendido, a mí y a mi familia, en
muchísimas ocasiones en las que habíamos sido atacados sin razón. No es que yo
fuera a darles explicaciones, pero tampoco me molestaba su interés, porque
sabía que se alegrarían por mí.
El
caso es que, ya que no tenía nada que ocultar y nadie en mi clase dudaba sobre
si me había iniciado o no en el mundo del sexo, bien podía decirles a mis
amigas lo que había pasado la noche del sábado y el domingo.
Pero,
claro, ellas querían empezar por el principio: ¿cómo me había reconciliado con
Alec?
Empecé a hablarles de la carta que había
decidido escribirle después de darme tiempo para analizar mis sentimientos y
así poder curarme, y todas exhalaron un gemido cuando me preguntaron qué había
hecho con la carta, si algún día se la enseñaría, y yo respondí que se la había
dado a Alec y tendrían que pedírsela a él, si querían verla.
-¿Crees
que nos la dejará ver?-preguntó Taïssa, ilusionada, y yo reí por la nariz y
respondí:
-No.
Es
más, dudaba que me la dejara ver a mí. Estaba convencida de que había dormido
con ella metida en la funda de su almohada, sintiendo el cariño con el que
había escrito mis palabras impregnar su cama y sus sueños. Sería un objeto
sagrado, y un objeto sagrado no se comparte con cualquiera.
Pero yo no soy cualquiera para él pensé,
y noté que me ruborizaba, así que seguí hablando.
Les
hablé del mensaje, que yo no les iba a dejar ver porque “era algo privado”
(aunque miré a Momo y le guiñé el ojo disimuladamente, guardando el secreto de
que ella sí podía verlo; al fin y al cabo, era mi mejor amiga), y por suerte o
por desgracia, estaba contándoles cómo quedamos en el parque para hablar en
persona y perdonarnos como era debido cuando entró la profesora de Literatura.
Así que tuve que sentarme con la espalda recta y comportarme como una alumna
decente de notas brillantes que para nada nota un calor entre sus muslos al
recordar los gemidos de Alec la mañana anterior, la forma en que todo mi cuerpo
se estremecía cuando me manoseaba como si fuera una de estas pelotas antiestrés
que cuanto más aprietan, más te relajan, y me gruñía “eres mía” en el oído,
mientras su polla castigaba mi interior en una tortura tan deliciosa que
incluso con el mero hecho de recordarla podía llegar a correrme.