domingo, 28 de julio de 2019

Netflix & chill.


¡Toca para ir a la lista de caps!

No me sorprendió en absoluto encontrarme a mis amigas esperándome con impaciencia cuando entré en clase, a pesar de que había llegado antes de lo habitual. A pesar de que no me habría importado remolonear en la cama un poco más (Duna, Shasha y yo habíamos dormido en la cama de Scott, lo cual siempre garantizaba un sueño un poco apretado pero muy cómodo), al final habíamos terminado saliendo de casa antes de lo habitual. Y habíamos ido bastante rápido por eso de que no teníamos que esperar a que llegaran Diana, Eleanor… y Tommy.
               Así que debería haber sido la primera de mi grupo de amigas en llegar, la que iniciara la formación de triángulo, o tal vez del símbolo de un arquero muy simplificado, en lugar de la que terminara de cerrar la figura. Taïssa y Kendra estaban apoyadas en la parte delantera de sus sillas, con las piernas estiradas y la mirada fija en la puerta, mientras Momo se había sentado con las piernas cruzadas sobre mi mesa, a la espera de que yo llegara y la echara de allí. Las sonrisas que esbozaron cuando me vieron aparecer valían un millón de libras cada una, y eso que eran baratijas comparadas con el cotilleo que yo les traía y que las había dibujado en sus bocas.
               -Buenos días-canturreé con demasiado buen humor para ser lunes, pero no podía importarme menos. Ni siquiera necesitaba pensar en frío que aquella era la primera semana a la que me enfrentaba con Alec siendo oficialmente mío y yo siendo oficialmente de Alec. Además, habíamos prometido que nos veríamos en el instituto, así que eran todo ventajas. Puede que el lunes se convirtiera en mi día preferido de entre semana; ni en sueños le daría ese título con la semana entera, porque el viernes, el día en que salíamos y nos enrollábamos por ahí existía; también lo hacía el sábado, el día en que habíamos dormido juntos por primera vez; y, por supuesto, estaba el domingo, el día en que amanecía a su lado, y de repente todo, absolutamente todo en mi vida, estaba bien.
               Taïssa y Momo intercambiaron una mirada cargada de intención, acompañadas de sendas sonrisas difícilmente disimuladas, mientras Kendra se apartaba un mechón de pelo de la cara, soltaba una risita por lo bajo, y preguntaba:
               -¿Y bien?
               -¿Bien qué?-pregunté, dejando mi mochila sobre la mesa de Momo, ya que ella no se movía de la mía. Momo alzó las cejas y se deslizó por la mesa, haciendo que su falda se deslizara por su piel hasta casi dejar sus bragas a la vista, pero por suerte el uniforme no nos permitía exhibirnos si nosotras no queríamos, con lo que aún le quedaba bastante tela que cubriera sus atributos femeninos.
               -¿Qué tal el finde?-preguntó, y sus pies tocaron el suelo. Inmediatamente después, se sentó al revés en la silla, con el pecho sobre el respaldo y las piernas rodeando la parte inferior. No pude evitar pensar en que me había sentado así ese mismo fin de semana, pero con una persona haciéndome de silla y con el aire haciéndome de uniforme. Intenté no estremecerme, y creo que me salió bien, porque ninguna me tomó el pelo.
               -Bien-me encogí de hombros, conteniendo una sonrisa y sacando mi archivador para prepararme para la primera clase. Me encantaba eso de hacerme la interesante. Odiaba cuando las demás tenían algo que yo quería saber, pero cuando era yo la que estaba en la posición dominante, de repente me parecía un insulto no aprovecharme de sus ansias.
               -¿Y Alec?-insistió Taïssa. Momo apoyó la barbilla en la silla y Kendra se inclinó un poco hacia mí, preparada para el susurro en el que les confesaría cuántas posturas diferentes del kamasutra habíamos probado.
               -Oh. Bien.
               Y las miré una por una, lanzándoles un mensaje con mis ojos que esperaba que no se perdieran: me había ido más que bien durante el fin de semana, y Alec había estado muchísimo más que “oh, bien”. Y me había regalado muchísimos “oh”, desde luego, más de los que podía esperar de ninguna otra persona, y puede que incluso más de los que me mereciera, pero… sinceramente, no me importaba ser un poco consentida en ese sentido. Sabía que él disfrutaba igual que yo dándome placer. No sólo su erección crecía: también lo hacía su ego.
               Y los chicos te agradecen que hagas que su ego se infle.
               Las tres me jalearon con unas risitas, y las cejas alzadas, y entonces yo decidí que ya estaba bien de tantos preliminares.
               -Follamos como conejos-anuncié, más alto de lo que debería, pero me daba igual. Nadie en mi clase ignoraba con quién había estado el fin de semana después de la foto que había subido: puede que el vídeo en el que le acariciaba con cariño la cabeza a Alec hubiera sido una emisión especial para mi círculo más cerrado, pero la foto en la que llevaba puesto su jersey y le había etiquetado en la rosa había batido un récord de “me gusta”. Incluso había tenido que quitar los comentarios por el aluvión de preguntas de las fans de papá, que por una vez no querían saber cuándo iban a tener música nueva, sino cuándo les iba a presentar al chico que me había regalado el jersey.
               Visto desde fuera era un poco raro que se tomaran tantas confianzas, pero muchas me conocían desde que había nacido, y me habían defendido, a mí y a mi familia, en muchísimas ocasiones en las que habíamos sido atacados sin razón. No es que yo fuera a darles explicaciones, pero tampoco me molestaba su interés, porque sabía que se alegrarían por mí.
               El caso es que, ya que no tenía nada que ocultar y nadie en mi clase dudaba sobre si me había iniciado o no en el mundo del sexo, bien podía decirles a mis amigas lo que había pasado la noche del sábado y el domingo.
               Pero, claro, ellas querían empezar por el principio: ¿cómo me había reconciliado con Alec?
                Empecé a hablarles de la carta que había decidido escribirle después de darme tiempo para analizar mis sentimientos y así poder curarme, y todas exhalaron un gemido cuando me preguntaron qué había hecho con la carta, si algún día se la enseñaría, y yo respondí que se la había dado a Alec y tendrían que pedírsela a él, si querían verla.
               -¿Crees que nos la dejará ver?-preguntó Taïssa, ilusionada, y yo reí por la nariz y respondí:
               -No.
               Es más, dudaba que me la dejara ver a mí. Estaba convencida de que había dormido con ella metida en la funda de su almohada, sintiendo el cariño con el que había escrito mis palabras impregnar su cama y sus sueños. Sería un objeto sagrado, y un objeto sagrado no se comparte con cualquiera.
               Pero yo no soy cualquiera para él pensé, y noté que me ruborizaba, así que seguí hablando.
               Les hablé del mensaje, que yo no les iba a dejar ver porque “era algo privado” (aunque miré a Momo y le guiñé el ojo disimuladamente, guardando el secreto de que ella sí podía verlo; al fin y al cabo, era mi mejor amiga), y por suerte o por desgracia, estaba contándoles cómo quedamos en el parque para hablar en persona y perdonarnos como era debido cuando entró la profesora de Literatura. Así que tuve que sentarme con la espalda recta y comportarme como una alumna decente de notas brillantes que para nada nota un calor entre sus muslos al recordar los gemidos de Alec la mañana anterior, la forma en que todo mi cuerpo se estremecía cuando me manoseaba como si fuera una de estas pelotas antiestrés que cuanto más aprietan, más te relajan, y me gruñía “eres mía” en el oído, mientras su polla castigaba mi interior en una tortura tan deliciosa que incluso con el mero hecho de recordarla podía llegar a correrme.

martes, 23 de julio de 2019

Pandora.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Su risa llenó la habitación.
               -Hay tantas versiones de la historia de ese tío como gente ha pasado por su vida, ¿seguro que quieres conocer la mía?-preguntó, reclinándose en la cama y haciéndome hueco para que yo me tumbara a su lado, usando su brazo de almohada. Me metí en el espacio que había entre el colchón y su costado y asentí con la cabeza, dejando que me abrazara.
               -Si algo me ha enseñado este tiempo separados y más el que hemos pasado junto, es a valorar más la tuya de entre todas las versiones de la verdad que haya.
               Alec carraspeó, una sonrisa bailando en sus labios, tragó saliva y entrecerró los ojos tras pasarse una mano por el pelo.
               -Ni siquiera sé por dónde empezar.
               -Lo normal es hacerlo por el principio, pero me da que precisamente por eso no vas a ir por ahí.
               -¿Qué insinúas, Sabrae?-preguntó, fingiendo una mueca de perspicacia que me arrancó una risa floja. Me hundí un poco más en la cama y lo miré desde abajo, como si fuera un cocodrilo que se asoma lo justo y necesario por la superficie del agua para otear la laguna en la que vive y que le hace las veces de bufet libre. Quería comérmelo, lo admito. Después de la charla inspiradora y de apreciación de mi cuerpo, con todos sus defectos, que me había dado en el espejo, lo que más me apetecía era pegarme tanto a él que fuera imposible distinguirnos. Quería que nos confundiéramos hasta el punto de que nuestras moléculas se mezclaran y ni la energía de una estrella nos pudiera separar.
               Puede que hubiera dicho demasiado pronto que no quería hacer nada, a juzgar por lo rápido que habían cambiado mis deseos, pero lo cierto es que, aun con mi apetito sexual despierto, me encontraba genial. Estaba desnuda, compartiendo cama con un chico increíble, un chico que me quería como yo le quería a él y que estaba dispuesto a abrirse para mí como una flor de loto con la llegada de la primavera. No se me ocurría un gesto más cargado de amor que aquel, especialmente porque sabía que, dentro de aquella flor de loto, se escondían unas abejas que no habían hecho más que herir sus pétalos con sus aguijones.
               -Bueno, para empezar, porque no quiero que te lleves una idea equivocada de mí… debo decir que no mordí a nadie en mi último campeonato-levantó un dedo índice como deteniendo un coche invisible que se dirigía hacia nosotros, y yo parpadeé.
               -¿Y qué hay de la patada de la que ha hablado mi hermano?
               -Mñé, eso puede que fuera verdad. Aunque, ¡no fue premeditado! A veces me dan calambres, y en aquella época me pasaba mucho tiempo encima del ring, así que las posibilidades de que me sucediera boxeando eran altísimas. De hecho, con la tensión del momento, lo raro es que sólo me dieran en aquella ocasión-volví a reírme, lo cual, sospechaba, era su principal objetivo, y esperé a que siguiera, con mis pestañas haciéndole cosquillas en la piel-. El caso es que, y perdona que sea pesado, me sorprende mucho que no hayamos hablado de esto ni una sola vez. Me encantaba boxear; aún me encanta, de hecho. Todas las mierdas que dicen de los deportes de riesgo acerca de que son terapéuticos, te relajan y te meten en un trance, es cierto. Cuando tengo los guantes puestos, me convierto en otra persona. Nada puede hacerme daño, ni nada me desconcentra, cuando estoy dándole al saco. Y eso que yo tengo muchas cosas aquí dentro-se tocó la sien con dos dedos- revoloteando como polillas en una noche de verano. Supongo que por eso llegué hasta donde llegué.
               -¿Y dónde fue eso, exactamente?
               -A los campeonatos nacionales-se rascó el codo con la mirada perdida-. A la final, para ser más exactos. Me lo curré mucho, ¿sabes? Podría haberlo logrado. Podría haberme retirado campeón, pero…-se encogió de hombros-. Supongo que hay cosas a las que no puedes llegar, por mucho que te esfuerces. Por muchos techos de cristal que rompas, siempre terminas alcanzando uno que es demasiado grueso para ti, o tú estás demasiado cansado de combatir con los demás, así que…
               -¿De qué hablas? ¿Qué techos de cristal? Es decir, no te ofendas, Al, pero…-me incorporé hasta quedar sentada a su lado, casi a su altura-, no se me ocurre nada que pueda haberte frenado a la hora de competir. Y precisamente el boxeo es uno de los deportes más igualitarios del mundo, ¿no? Las únicas diferencias se marcan por el peso; ni siquiera la raza es un factor que influya. Bueno… el sexo sí influye-puse los ojos en blanco y él me imitó, esbozando una sonrisa-, pero tú perteneces a la cara privilegiada de la moneda. ¿Qué puede haber que te lastre?
               -Dos cosas. Una fue la razón de que empezara tan pronto, y la otra, la razón de que lo dejara antes de tiempo.
               -¿A qué edad empezaste?
                -Con seis años. Casi siete.
               Parpadeé. Duna acababa de pasar, como quien dice, aquella edad, e imaginármela con unos guantes de boxeo, subida a un ring y peleándose con otro niño, me daba escalofríos. A esas edades, un año era mucho más tiempo que con la mía, así que pensar en una versión más pequeña incluso que mi hermana de Alec en la misma situación me ponía enferma.
               -Pero no había nada de contacto, ¿eh?-se apresuró a explicar al ver mi expresión, lo cual me arrancó un suspiro de alivio-. No empiezas con el contacto hasta que no alcanzas la pubertad.
               -¿Y por qué empezaste tan pronto?

miércoles, 17 de julio de 2019

Terivision: Fuego y sangre.


¡Hola! Ha pasado mucho tiempo, pero creo que aún recuerdo cómo iba esto. Se supone que ahora tengo que decir qué libro acabo de leer, pero la realidad es que he tardado en animarme a escribir esta entrada varios meses, así que corramos un tupido velo sobre ello y hablemos de:


¡Fuego y Sangre! Fuego y sangre es una de las muchas historias “complementarias”, por así decirlo, a Canción de hielo y fuego, la saga literaria creada por George RR. Martin que dio lugar a una de mis series preferidas (al menos, hasta la sexta temporada), Juego de Tronos. Sin embargo, Fuego y sangre se inicia mucho antes de los acontecimientos que ponen en marcha la serie; concretamente, la novela se centra en la historia de los Targaryen, tomando como punto de partida la marcha de los Targaryen de la Antigua Vayria y su llegada, y posterior conquista, de Poniente. En Fuego y sangre, Martin nos da un cuadro más o menos detallado de la historia de los Siete Reinos gobernados por los Targaryen, cosa que sólo se mencionaba muy de pasada tanto en JdT como ASOIAF. El libro, que imita a un volumen de los que manejan los maestres contando la historia de diferentes personajes o guerras, visita la vida y reinado de todos los Targaryen, ocuparan el trono de hierro o no.
Fuego y sangre se trata de un libro que yo no sabía que necesitaba, pero sí quería, desde el momento en el que una jovencísima Emilia Clarke interpretando a una casi desconocida Daenerys se sumergía en un baño de agua caliente (casi hirviendo), sin inmutarse. Desde esa misma escena, antes de leer los libros publicados, supe que ella sería mi personaje favorito de la serie, y su casa, a la que me gustaría pertenecer (incesto aparte, por favor). Pero incluso habiendo visto a sus pequeños dragones anclados en su cuerpo y lanzando un rugido al aire en la serie, o habiendo leído las últimas palabras del primer tomo de la saga que hacían referencia a esa misma música, “la canción de los dragones”, nunca pensé que una historia como ésta podría atraparme tanto, incluso estando contada como lo está. Es decir, vale, sí, empecé a ver Juego de Tronos básicamente por el tema de los dragones (y me desesperó descubrir lo poco que aparecían en lo que se había emitido de la serie cuando empecé a verla, allá por 2013/2014), pero con Fuego y sangre el lector descubre que los Targaryen no se limitan a ser “sólo” la casa que doblegaba a esas bestias, aunque sí que es verdad que, en cierto sentido, los dragones definían a los Targaryen de la misma forma que los Targaryen definían a los dragones.
El libro es a su vez una primera parte de la monografía de la casa Targaryen que Martin narra poniéndose en la piel de un maestre que se está ocupando de recopilar la información más relevante de esta familia, con lo que la historia completa, por desgracia, aún no la conocemos. Sin embargo, el autor va visitando los inicios de la dinastía y también de los Siete Reinos de una forma que te hace verte inmerso en el universo que ha creado en su cabeza como si se tratara de una casa real europea desaparecida hace unos cientos de años. El libro está perfectamente construido, con narraciones que recuerdan a un libro de historia pero que, personalmente, no me han aburrido en absoluto (aunque puede ser también por mi interés en la familia de Dany, también creo que si alguien no está medio fascinado por los Targaryen directamente ni empezaría el libro), aunque sí que hay determinados puntos en que es complicado seguir la lectura. Como se trata de una novela que abarca cientos de años y que pasa muy por encima de las intrigas de la corte que inclinan la balanza de la historia a un lado u a otro, Fuego y sangre es un continuo baile de personajes que termina siendo literalmente imposible de seguir. Por eso, llegó un punto en que terminé metiendo la quinta y leí quedándome sólo con los personajes más importantes (en su mayoría Targaryen, aunque también hay unas cuantas casas grandes que cobran protagonismo). De esta forma, me da la sensación de que me he perdido una parte bastante importante de la obra en la que el factor sorpresa del comportamiento de algunos personajes al que tan acostumbrados nos tiene Martin y tanto valoramos de él, termina perdiéndose en detrimento de la trama.
Sin embargo, esa pega no me impidió empatizar con muchos personajes (en su mayoría, reinas) que literalmente consiguieron que sus desgracias se me clavaran en el corazón, o sus triunfos me alegraran un poco el día. Mención especial se merece Alysanne Targaryen, una de las reinas más longevas que tuvo Poniente, y de las más queridas por sus habitantes, que dio a luz a casi tantos hijos como terminó enterrando, y cuya tristeza al final de su vida hizo que yo misma me hundiera en un pozo del que me costó mucho salir.
Además, está el tema de que los protagonistas no son sólo humanos: es cierto que nuestra especie es la que más tira por la trama, pero en cuestión de guerras y las situaciones más épicas, los dragones toman el relevo y son los encargados de hacer que te enganches al libro y no puedas parar de leerlo. Al mismo tiempo que reclamo para mí, también fueron la razón de que yo siguiera con tantas ganas la lectura; puede que, llegado un punto de la historia, no aparecieran mucho, pero siempre lo hacían en un momento en que yo empezaba a pensar “bueno, por hoy ya está bien”, y que me obligaba a seguir unos minutitos más. Saber que hubo una época en la que el cielo no sólo lo gobernaban los tres dragones de Daenerys, sino muchísimos otros con sus propias historias, ha hecho que le tome un cariño aún mayor a todo lo que rodea a Canción de hielo y fuego, y que me dé aún más rabia, visto en retrospectiva, el final que le dieron a Juego de Tronos.
A esta manera de escribir un libro de historia que ha conseguido capturarme como no lo hicieron los de mi instituto (y eso que historia era mi asignatura preferida), que hace que Martin merezca que nos quitemos el sombrero ante él, tenemos que añadirle que el libro viene acompañado de varias decenas de ilustraciones, en su mayoría a toda página, de los sucesos más épicos que están ocurriendo en la historia. Desde un dibujo del trono de hierro tal y como lo imaginó el autor en su cabeza (bastante más imponente que el de la serie, he de decir) a un retrato de Jaehaerys y Alysanne el día de su encamamiento, pasando por una lucha a muerte en los cielos de tres dragones o la entrada triunfal de Aegon el Conquistador a lomos de Balerion, el Terror Negro, en Desembarco del Rey, el dibujante Dough Wheatley hace un trabajo espléndido y muy merecedor de compartir formato con alguien de la talla de George RR. Martin.
Si tuviera que sacarle una pega al libro sería, quizá, el hecho de que no tenga un índice con los cortesanos más importantes de cada rey, como sí ocurre con los miembros de cada casa en Canción de hielo y fuego. Aunque al final de la obra hay un anexo en el que te ponen la cronología de reyes Targaryen y un árbol genealógico (muy complicado de leer; ni habiendo acabado el libro llegas a entenderlo), este anexo no consigue orientarte un poco mejor en el cacao mental que es la continua cascada de personajes que aparecen en la novela y que ya he mencionado anteriormente.
He leído críticas en Goodreads de gente quejándose de que Fuego y sangre es una especie de libro de historia del instituto pero con personajes y sucesos inventados; aunque no deja de ser verdad, me parece una crítica muy simplista. La historia está muy cuidada, la lectura no se hace nada pesada salvo por el detalle de los personajes, y la forma tan lógica en la que se van desarrollando los acontecimientos no hace más que hacer que admire más y más a Martin: a fin de cuentas, sí, es un libro de historia de instituto… pero con personajes y sucesos inventados. Y que un solo hombre sea capaz de inventarse todo esto no deja de asombrarme.
En resumen: si quieres un libro con el que flipar todavía más con lo que puede hacer George RR. Martin… no sé a qué esperas para comprarlo.
Lo mejor: la luz que arroja sobre Poniente y su pasado y el nuevo nivel de comprensión que tienes de lo que ocurre en Juego de tronos ahora que tienes como referencia un marco más amplio; concretamente, de 300 años.
Lo peor: la ingente cantidad de personajes que hacen que muchas veces no te enteres del todo de lo que está ocurriendo y simplemente te dejes arrastrar.
La molécula efervescente: «La oración no puede detener la ira, no más que las lágrimas pueden socavar las llamaradas de los dragones.»
Grado cósmico: Estrella galáctica {4.5/5}.
¿Y tú? ¿Lo has leído? ¡Hazme saber tu opinión en los comentarios!

domingo, 14 de julio de 2019

El boxeador que habla ruso.


La semana semana que viene ya es 23, así que, ¡nos vemos el martes! 😇

¡Toca para ir a la lista de caps!


Lo confieso: cuando Sabrae me ofreció enseñarme la sala en la que su padre guardaba todos los premios que le habían entregado pensé, igual que Scott, que lo que estaba haciendo era inventarse una excusa un tanto patética para que volviéramos a estar solos y poder echar otro polvo. A fin de cuentas, ya había pasado un tiempo desde el último, y cada uno había estado ocupado hablando con alguien de su mismo sexo, lo que a nuestra edad solía significar que compararíamos experiencia sexual y terminaríamos calentándonos de tanto recordar las guarradas que habíamos hecho. Y, como era inevitable, ese calentón nos llevaría de nuevo a buscar compañía, como habría hecho Scott también si hubiera estado en sus mejores días.
               No me molesté en darle una mala contestación a Scott cuando éste se metió con su hermana por su poca inventiva; Sabrae podía manejarse con él perfectamente, y estaba demasiado ocupado pensando en lo mucho que me apetecía hundirme en ella (o puede que degustarla, la verdad es que no le hacía ascos a nada) como para pensar algo mínimamente inteligente con el que callarle la boca al mayor de los Malik. Cuando ella me levantó del sofá y me tendió la mano para guiarme por su casa, ya estaba saboreando el polvo que echaríamos en una sala aleatoria, y no me avergüenza admitir que barajé todas las habitaciones de su casa, calentándome cada vez más y más con cada paso que dábamos, porque imaginármela desnuda en un sitio diferente a donde ya le había arrancado la ropa hacía que me subiera la temperatura corporal hasta el punto de tener fiebre.
               Por eso, cuando empujó la puerta de una habitación en la que yo recordaba vagamente haber entrado en una vida pasada que ya ni siquiera consideraba mía y me encontré con que se trataba de una especie de sala de exhibición/despacho con una larga mesa de cristal y un único sillón de cuero reclinable y con ruedas, no pude evitar pensar en que me la follaría encima de una mesa por fin, después de tanto tiempo de espera. Las mesas eran mi punto débil y una de las razones por las que me había ganado tan buena reputación entre las chicas londinenses: no todos los tíos eran capaces de echar polvos sobre mesas que duraran más de 5 minutos (7 si eran expertos en eso de pensar en animalitos muertos para posponer el orgasmo) así que yo, con mi aguante casi infinito de media hora, era poco menos que un dios. Me gustaban las mesas por las infinitas posibilidades que traían si sabías utilizarlas, pero también porque había algo tremendamente erótico en eso de utilizar un mueble aparentemente inocente en tareas tan perversas como poseer a una mujer.
               Cada vez que pensaba en los sitios en que las chicas hacían tranquilamente sus tareas del instituto o la universidad, o sus padres preparaban documentos para el trabajo, o simplemente colocaban el frutero, y yo las había hecho correrse para mí, me costaba tanto ocultar la sonrisa que casi siempre hacía que alguien me preguntara de qué me reía.
               Y si a eso le añadíamos el morbo añadido de que claramente aquella habitación era del dominio exclusivo de su padre, mi libido se multiplicaba por mil.
               Sin embargo, lejos de rodearme como una gata lista para saltar sobre mí y pegarme contra un hueco en la pared tras cerrar la puerta, Sabrae caminó por entre las baldas de cristal en las que se sostenían premios de todas las formas y tamaños. Su pelo rizado bailó a su espalda cuando alzó la cabeza para estudiar uno en particular, colocado junto a unas cuantas figuras antropomorfas de varios colores diferentes, con forma de cervatillo dorado que miraba al frente con las orejas alzadas, como si hubiera escuchado a un cazador en la distancia. Ahí fue cuando empecé a sospechar que, quizá, no fuéramos a hacer nada en aquella sala, después de todo.
               Cuando se apartó un mechón de pelo de la cara y se mordisqueó el labio mientras se abrazaba con un brazo la cintura y con la otra frotaba los dedos pulgar e índice, lo supe con seguridad. Me acerqué a ella y me coloqué a su lado, consciente de repente del aura de misticismo que llenaba la habitación.
               -¿Qué es?-pregunté, pues no tenía ni idea de qué hacía un cervatillo dorado al lado de los premios más prestigiosos que se daban en mi país, los Brits. Sabía que One Direction había ganado esos premios en sus años de actividad, y también que lo habían hecho miembros de la banda por separado; el que más, curiosamente, era Niall, que ni siquiera era británico propiamente dicho.
               -Es el Bambi-respondió, parpadeando despacio y examinando la silueta del animalito-. Papá lo ganó junto con los demás-a alguien de fuera le habría chocado que se refiera a One Direction como “los demás” cuando Zayn no había vuelto oficialmente a la banda (no al menos con un comunicado propiamente dicho), pero sí había participado en canciones con ellos e incluso había vuelto a hacer una gira con los otros cuatro, pero yo había pasado toda la vida junto a dos retoños de One Direction, así que estaba más que acostumbrado a ese tipo de expresiones- en 2012, en la categoría de Pop Internacional. Fue antes que Miley Cyrus-se volvió para mirarme-, y después que Lady Gaga.
                Alcé las cejas.

domingo, 7 de julio de 2019

Las formas del arte.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Al principio del todo, no sabía ni qué hora era, ni por qué me despertaba, ni dónde estaba ni por qué me dolía tan poco el corazón. La pelea con Sabrae me había robado incluso la dulce tranquilidad del despertar, esos dos segundos antes de que el sueño te abandonara definitivamente bajo la luz ardiente de tus problemas, así que cuando el cambio en mi conciencia no dio paso al pinchazo en mi corazón, una parte de mí se desperezó a más velocidad que las demás.
               Y entonces, sentí su cuerpo a mi lado y lo comprendí. Como de costumbre, con mi reloj interno sincronizado con el horizonte, me había despertado en el instante en que el cielo se teñía de los tonos naranjas, sonrosados y dorados que tanto me gustaban y que el ser humano no había sabido capturar aún, ni con pincel ni con cámara. Pero esta vez, el espectáculo que exhibía el cielo no era nada comparado con la hermosura de la criatura que respiraba plácidamente a mi lado.
               La contemplé desnuda, con las facciones relajadas en una mueca de absoluta felicidad, la boca ligeramente curvada en una sonrisa, los ojos cerrados, con unas pestañas que bailaban al son de una música que tocaba su subconsciente. Tenía una mano debajo de la almohada, y la otra, rodeándome la cintura, asegurándose de que no me alejaba de ella. Incluso en la penumbra, la visión de Sabrae durmiendo a mi lado como un bebé, tal y como la habían traído al mundo y con la misma cantidad de preocupaciones (es decir, ninguna) era la obra maestra por excelencia, la definición de arte en todas sus formas: escultura, pintura, danza, arquitectura, música, interpretación y literatura.
               Escultura, por las líneas que cincelaban su rostro.
               Pintura, por el baile de colores en su piel.
               Danza, por las sábanas subiendo y bajando al ritmo de su respiración.
               Arquitectura, por su mente como un templo, como un museo, como un palacio, como una catedral, dibujando historias en su interior.
               Música, por su respiración tranquila y profunda.
               Interpretación, por dar vida a una diosa que se encerraba en un cuerpo humano, un ser único en su especie.
               Y literatura, porque ni la magia de las palabras se acercaba a definirla y capturarla tal y como era, aunque lo intentaban, vaya si lo hacían.
                Movido por la hipnosis del marinero que se acerca a la costa afilada incluso cuando sabe que su barco no lo resistirá sólo porque quiere probar los labios de la sirena que lo arrastrará con toda certeza a las profundidades, le aparté un mechón de pelo de la cara, y Sabrae se revolvió en sueños. Se acercó instintivamente más a mí, hundiendo su nariz en mi pecho y dejando escapar un suspiro de satisfacción que sirvió para coser los jirones de mi alma.
               Me estremecí, y sus pies se movieron bajo las sábanas, acariciándome también las piernas. Mi diosa de chocolate, el azúcar de mi pastelería.
               ¿Quién, si no, iba a conseguir lo que yo creía imposible? Hacía solo unas horas le había desvelado los secretos más oscuros de mi existencia: le había permitido echar un vistazo a mi pasado de negro, y ella se había zambullido en él sin temor a que el petróleo la alcanzara, le manchara sus alas y le impidiera volar. Creí que la oscuridad la tragaría como me había tragado a mí cuando me di cuenta de dónde venían las retorcidas ideas que había tenido durante la discusión, pero Sabrae supo ser valiente donde yo no lo era, y arrancarme la púa que se me hundía en la carne. Jamás había hablado de mi padre con nadie siendo tan mayor; la última vez que había mencionado a mi padre en una conversación había sido con mi madre, siendo yo muy pequeño, cuando Aaron anunció que quería irse de casa y ella me hizo saber, con lágrimas en los ojos, que entendería que yo no quisiera cortar la relación con la rama paterna de mi familia. Al fin y al cabo, los niños necesitan un padre y una madre y, bueno, por mucho que Dylan se esforzara, Aaron tenía muy claro que no era hijo suyo, y esas ideas podían rondarme a mí también por la cabeza.
               -Tú eres mejor papá de lo que papá podrá serlo nunca, mamá-le había dicho a mi madre, y ella me había estrechado entre sus brazos, con los ojos desbordados por las lágrimas, y hasta ahí había llegado al conversación.