domingo, 27 de octubre de 2019

Theodore y Gugulethu.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Había hecho bien reservándose el baño para el último lugar. De habérmelo enseñado ayer por la noche, creo que no habría querido subir a su habitación y descubrir el único lugar de su casa que podría rivalizar con ella.
               Ante mí se abría una estancia luminosa y tremendamente amplia, de paredes del mismo mármol que componía las columnas griegas que daban la bienvenida a la casa y la sustentaban en el amplio vestíbulo del que nacían las escaleras en forma de paréntesis. Aquellas placas de colores arenosos te recordaban al palacio de algún emperador romano que no había conseguido pasar a la historia por ser su reinado tranquilo para su pueblo, y mantenían la armonía de la estancia con la eficacia de un buen fondo en cualquier cuadro. Sólo había una pared que no estuviera recubierta de aquel material: la amplia cristalera a través de la que se colaba la luz del sol, desprendiendo destellos de arcoíris en el suelo salpicado de unas cuantas alfombras en tonos arena, dorado y granate suave. Entre los huecos de los pequeños cristales que impedían que se viera nada desde el exterior, se formaba una vidriera unidireccional que te permitía ver el jardín desde cualquier punto, estuvieras en el excusado, lavándote los dientes y contemplándolo en el espejo, o  desde la bañera que presidía la estancia, que me esforcé para dejarla en último lugar.
               El baño era inmenso; puede que tuviera más de veinte metros cuadrados, y por aquí y allá había esparcidas pequeñas mesitas con macetas ocupadas por flores que combinaban con los colores de la habitación. En la pared contraria a la cristalera había un lavamanos que parecía surgir de la pared, con su propia cómodo y espejo incorporados. En una esquina, se encontraba el baño.
               Pero lo mejor de todo era la bañera: colocada estratégicamente cerca de la cristalera, se extendía en un rudo bloque que parecía arrancado directamente de la piedra, de formas irregulares en su contorno. El interior, sin embargo, estaba perfectamente pulido, primero por unas manos expertas y después por años y años de agua terminando de perfeccionar el trabajo. Un grito dorado con dos manillas para el agua caliente y la fría se situaba justo en el centro del bloque de piedra irregular.
               -¿Es…?-pregunté, acercándome con tanto respecto a la bañera que cualquiera hubiera dicho que había un cocodrilo en ella. Alec se estaba mordiendo la lengua con las muelas, por lo que sólo pudo confirmar mis sospechas con un:
               -Mfjé.
               Me volví para mirarlo. La bañera era de mármol de un rosa oscuro, con vetas blancas y doradas que delataban su origen de uno de los lugares más exclusivos de Italia.
               A pesar de que del techo colgaba una lámpara de araña que combinaba con los adornos dorados colocados aquí y allá por las paredes para darle un aspecto palaciego al baño, la que verdaderamente denotaba lujo era la bañera, perfectamente tallada en su parte útil, y perfectamente conservada en aquella que no servía para más que para adornar.
               Reparé de casualidad en que, al lado del bloque de la bañera, había una pequeña estantería, pero ni siquiera me fijé en su contenido. Estaba demasiado ocupada admirando el acabado perfecto del interior de ésta, lo cuidados que estaban los grifos, y los escalones sutilmente tallados en el exterior para facilitarte la entrada en ella. Ya desde la puerta podías apreciar que era inmensa, pero vista desde cerca era aún más impresionante: no sólo sus colores y sus formas te hacían pensar en el esplendor de Roma, sino que el tamaño y el corte te invitaban a compartirla con alguien.
               Con su metro casi noventa de estatura, Alec podría perfectamente tumbarse dentro de la bañera y flotar haciéndose el muerto sin tocar ninguno de los bordes. Más que una bañera, parecía una minipiscina de lujo.
               Me giré sobre mis talones, estudiando los diseños del techo, que se alejaban de los rectángulos nada desdeñables de las paredes, convirtiéndose en intrincados brocados que harían llorar a cualquier novia musulmana. Nosotras no nos poníamos los velos de las cristianas, sencillas telas de gasa blanca, sino que nos adornábamos en nuestro gran día con encajes de oro y plata más parecidos a los de los mantones de las vírgenes cuya religión era un poquito más antigua que la nuestra.
               Alec cerró la puerta, uno de los pocos elementos de madera de la habitación, junto con los cajones del lavamanos, y las mesillas redondas de entre las esquinas. Percibí entonces el perfume de las flores: peonías de pétalos blancos que acababan en puntas doradas. Mi chico se metió las manos en los bolsillos del pantalón y yo me di cuenta entonces de que volvíamos a estar solos.
               -No me extraña que tardaras en enseñármelo-comenté, volviendo a girarme sobre mí misma. La dorsal WHITELAW 05 resplandeció un segundo en el reflejo del espejo del lavamanos-. Seguro que ahora estás pensando cómo vas a hacer para conseguir que me vaya a mi casa.
               -Si supiera que enseñándote el baño querrías mudarte aquí, te habría traído derechita nada más llegar-respondió, y yo sonreí, inclinando la cabeza a un lado.
               -Ten cuidado, Al: puede que te tome la palabra.
               -Lo digo en serio-respondió con una sorprendente determinación que me dejó sin aliento-. Puedes venir a mi casa siempre que quieras. A mi habitación, al baño, a la cocina, o a donde se te antoje. Incluso cuando yo no esté. ¿Vale?-a medida que había ido hablando, se había acercado a mí, salvando la distancia que nos separaba, y me tomó de la mandíbula. Sus ojos ardían con una pasión tierna que muy pocas veces le había visto, y que sin embargo me resultó tremendamente familiar.
               Los Malik queremos con todo lo que tenemos, pensé para mis adentros. Pero los Whitelaw lo hacen con la tranquilidad de saber que tienen todo el tiempo del mundo.
               Supe que era eso lo que me estaba ofreciendo él, incluso aunque no lo supiera: todo el tiempo del mundo.

miércoles, 23 de octubre de 2019

Manjar.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Esa noche me estaba cambiando la vida, para bien y para mal. Estaba poniendo patas arriba todos y cada uno de los anclajes que creía tener asegurados, rompiendo mis esquemas y demostrándome que había un nuevo mundo ahí fuera por ser descubierto. Un mundo que yo creía conocer como la palma de mi mano: el mundo del placer que acompañaba al sexo, el universo que era el cuerpo de todas y cada una de las mujeres, cortadas por el mismo patrón pero tan distintas entre sí que no podías encontrar nada parecido entre dos más allá de su feminidad. Un mundo del que yo me creía el emperador, el dueño absoluto, amo de unos dominios tan extensos en los que nunca se ponía el sol…
               … hasta que llegó ella, y me hizo descubrir que lo único que era, era el guardián de la única puerta de acceso. Puede que hubiera estado con otras muchas que me hubieran ayudado a desentrañar los secretos del universo, pero ninguna de ellas me había dado un mapa estelar como el que Sabrae había dibujado en mi pecho, con unos dedos de fuego que convirtieron sus caricias en un tatuaje que memoricé en un segundo. Las demás me habían hecho disfrutar, pero con Sabrae había gozado, que no era lo mismo. Se habían mezclado sentimientos, había perdido el control, y lo más importante, le había concedido la única banda sonora que yo había negado a las demás, por mucho que me suplicaran. A pesar de que me encantaba la música, o precisamente por lo mucho que me gustaba esa música en particular, siempre había preferido el silencio a The Weeknd. Es más: había llegado a ser la única elección posible.
               Lo que yo no sabía era que no estaba protegiendo su música para mí, sino reservándola para ella. El único momento en que podía escuchar canciones como High for this, Acquainted, Often, o Six feet under y comprender de qué hablaban y quién podía inspirar letras así, era cuando la tuve frente a mí, desnuda, mirándome desde abajo para regodearse en el placer que me proporcionaba con la boca, o regodeándose en el que le proporcionaba saberse tan sensual, tan poderosa sobre mi cuerpo que podía conseguir sólo con sus labios que yo perdiera la razón, y gruñera y gimiera como si aquella fuera la primera vez que me la chupaban. En cierto sentido, así se sentía: puede que su técnica con la lengua estuviera lejos de ser perfecta, pero ella había traído a la ecuación tantas cosas que la variable de la experiencia se había convertido en un cero a la izquierda. Había traído la música, había traído el descontrol, había traído el ser incomparable, y sobre todo, había traído los sentimientos.
               Las cosas se habían torcido demasiado por lo intenso de la ecuación, pero enseguida había conseguido apartar de mi mente los pensamientos enfermizos y venenosos que me decían que había algo malo en mi interior, algo que no debía dejar que alcanzara a Sabrae. Es un poco complicado pensar en que estás haciendo algo mal (o, bueno, pensar a secas) cuando la tienes delante de ti, desnuda, abriendo la mampara de la ducha para invitarte a entrar con ella. O cuando se pone de rodillas para volver a chupártela. O cuando tú te pones de rodillas para venerarla como mejor sabes: comiéndole el coño con tu mejor técnica, saboreando su placer mezclado con el ligero toque afrutado del jabón que ha cogido de la rejilla de la ducha.
               -Oh, sí-había gemido, mordiéndose el labio y pegando la nuca a la puerta de mi habitación, cuando mi boca abarcó todo su sexo y mi lengua penetró suavemente en su interior sensible. Había arqueado la espalda, y sus uñas se hundieron en mis hombros, cuando una nueva ola de su dulce néctar descendió de sus entrañas directamente hacia mi garganta, lo que me había hecho enloquecer. La cogí por los muslos, le pasé las piernas por encima de mis hombros, y la levanté en el aire.
               ¿Te imaginas que hubiera pensado en ese momento en cómo la había agarrado del cuello sin tan siquiera darme cuenta? A ver quién es el guapo que consigue pensar algo que no sea “joder, he nacido para esto” mientras tiene el coño de Sabrae contra su boca.
               -¡Alec!-advirtió, sorprendida, cerrando las piernas en torno a mis hombros para no caerse (como si fuera a hacerlo; a veces, esa falta de confianza me hacía gracia), a pesar de que tenía las manos en su espalda para impedir que se alejara aunque fuera un centímetro de mí. La llevé hasta la cama mientras mi boca seguía ocupándose de su entrepierna.
               -Estabas cansándote de estar de pie-expliqué cuando la tumbé sobre la cama y le separé las rodillas con las manos, con cierta rudeza y, sin embargo, mucho cariño-. Y yo estaba cansándome de que no estés en mi cama-le mordí la piel del muslo, justo en la frontera de los pliegues de su sexo, y Sabrae soltó un gemido.
               -Podría haber venido solita.
               -Soy como un perro, bombón: si me quitas la comida cuando aún no he terminado, morderé-le prometí, predicando con el ejemplo y arañando su piel más sensible con mis dientes. Arqueó la espalda y empezó a acariciarse inconscientemente los pechos.
               -Podrías… haberme… avisado.
               Escalé por su cuerpo y me quedé suspendido encima de ella.
               -¿No te encantan las sorpresas?-arqueé las cejas y Sabrae se mordió el labio cuando la penetré, llenando aquel espacio que me esperaba con ansias. Cerró los ojos y yo la tomé de la mandíbula, buscando su boca y haciendo que me mirara después del beso. Me encantaba mirarla a los ojos mientras la hacía mía. Me gustaba hacerlo con todas las chicas: el momento del contacto visual en pleno polvo es uno de los mejores, no sólo porque te permite descubrir lo bien que se lo está pasando la otra persona, sino también lo bien que te lo estás pasando tú.

jueves, 17 de octubre de 2019

Terivision. Asesinato en el Orient Express.


¡Hola, delicia! Recupero esta sección del blog unas semanas demasiado tarde, para hablarte de un libro que terminé de leer hace alrededor de un mes. Se trata de:
              

¡Asesinato en el Orient Express! Como seguramente sepas, Asesinato en el Orient Express pertenece a la serie de libros protagonizada por Hercules Poirot escritos por Agatha Christie, madre de las novelas de detectives. En él, el protagonista se ve envuelto en la investigación de un asesinato ocurrido en medio de las montañas, en plena ventisca de nieve, con un asesino que parece haberse esfumado… como seguramente ya sepas, y es que no son pocas las veces que esta historia sale mencionada en las clases de literatura, o incluso que se ha llevado al cine.
Debo decir que descubrí la historia con la adaptación al cine que hicieron hace poco, en la que participan, entre otros, Kenneth Branagh como director, y Judi Dench, Daisy Ridley, Willem Dafoe, Michelle Pfeiffer y Penélope Cruz, película que ya he visto dos veces y que me encantó (aunque más la segunda que la primera). Y, aun sabiendo cómo se va a resolver el misterio y quién es el asesino, eso no ha hecho que no me enganchara al libro desde la primera página.
La manera de narrar de Agatha es sorprendentemente sencilla, con frases que no son nada enrevesadas, sino más bien telegráficas, lo cual me sorprendió mucho cuando empecé a leerla. No sé por qué, siempre asocio clásicos con frases muy poéticas, incluso los que son de prosa (sobre todo los que son de prosa, en realidad), como si el hecho de ser relevantes viniera por ser capaz de mezclar los géneros literarios hasta hacerlos uno. Y, aunque entiendo que es parte de la construcción del mundo (o esa impresión da), en tanto que Poirot es más analítico que otra cosa como todo buen detective, a una parte de mí no dejaba de chirriarle el hecho de que las frases sean tan cortas. Tan sencillas. Tan propias de un telegrama, sin conectarse unas con otras, separadas por los puntos pero unidas en su mismo párrafo. En clase me habían hablado de corrientes literarias basadas en este tipo de escritura, o más bien de novelas que se construían de esta manera pero como seña de identidad de la obra, como si fuera una excepción. Y ver que hay gente que puede hacer de la escritura telegráfica su estilo estándar me choca un poco, tanto por lo que he dicho de los clásicos recargados como por mi manera de escribir también, con frases muy largas e interconectadas las unas con las otras con muchas conjunciones y casi tantos puntos y coma.
Y, aun siendo sencilla y telegráfica, consigue engancharte desde la primera página, incluso si sabes lo que va a suceder. Su manera de entender el crimen y de ir construyéndolo poco a poco hace que te sientas al borde de un precipicio constantemente, pero no en el mal sentido: tienes el subidón, pero no el peligro. Poco a poco, vas descubriendo más y más pistas del asesinato, unas buenas y otras falsas, que te hacen incluso dudar de si lo que has visto en el cine es una adaptación libre o se ciñeron mucho al libro como guión (tranquilidad, ¡no voy a decir nada a ese respecto!). Sinceramente, cogí el libro más por descubrir a la autora que a la historia, pero me encontré con que había otra forma de contar los mismos hechos que podía atraerme igual que la película, lo cual es de agradecer.
Sin embargo, sí que es cierto que incluso teniendo la base de la película, la abundancia de personajes y las someras explicaciones que se dan de cada uno no son suficientes, y te encuentras en una suerte de baile de máscaras donde apenas consigues conocer a un par de personas, y situar a otro puñado justo antes de que se termine la novela. En historias como Juego de Tronos, de gran extensión, es mucho más asequible para el lector que haya muchos personajes, e incluso lógico; pero en una historia que no supera las 250 páginas no termina de ser un obstáculo que te lo pone todo muy difícil (de lo que me estoy dando cuenta leyendo Muerte en el Nilo, del que no tengo ningún tipo de referencia). Me da la impresión de que los personajes juegan un papel muy importante en el hecho de que la novela te sorprenda: son tantos que desistes de intentar hacer teorías porque ya no recuerdas la relación que X tenía con el muerto, o en qué momento se encontraba cuando supuestamente ocurrió el asesinato. En ese sentido, la adaptación del cine te hace mucho más partícipe de todo, por razones obvias, y  teniendo en cuenta la música consigue que te involucres más en la historia en el sentido de elucubrar por tu cuenta. Y no hablemos del final, que como dije en Goodreads, te dejaba un poco a medias.
Con todo, a pesar de que el final no fue santo de mi devoción y de la maraña de personajes, creo que la historia no tiene nada que envidiarle a su versión cinematográfica. A pesar de ser la misma historia, son diferentes en diversos aspectos, y donde una falla, brilla la otra, con lo que se complementan a la perfección. Y, ya hablando de Agatha como escritora y no como autora de esta historia en particular, reitero que me ha sorprendido muchísimo, tanto por su forma de ir desarrollando la historia, como por la manera de contarla. Creí que sería más del tipo Conan Doyle con Sherlock Holmes, pero me resulta más analítica, con mucha menos pompa, más directa.
Lo mejor: la forma en que todas las piezas encajan al final de la historia.
Lo peor: aparecen tantos personajes en tan poco tiempo que no terminas de situarlos a todos antes de terminar el libro; hacerse un esquema es altamente recomendable.
La molécula efervescente: «-¿No cree usted, monsieur Poirot, que da usted demasiada importancia a lo que no la tiene?
               Poirot extendió las manos en gesto de disculpa.
               -Es quizás una falta peculiar de los detectives. Nosotros queremos que la conducta sea siempre consecuente. No consentimos los cambios de humor.»
Grado cósmico: Estrella {4/5}.
               ¿Y tú? ¿Has leído la historia? No dudes en dejarme un comentario contándome tus impresiones ᵔᵕᵔ.

domingo, 13 de octubre de 2019

Fuego y dinamita.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Había subido los dos pies al sofá, y estaba acurrucada en una de las esquinas, con las piernas cruzadas, cuando escuché el timbrazo del microondas que indicaba que las palomitas estaban listas. Instintivamente, me revolví en el asiento, pero no porque tuviera ganas de echar mano de algo que llevarme a la boca (sí, me apetecían las palomitas, y cuando él sugirió que las hiciéramos para ver una peli, como si estuviéramos en el cine, sentí que un par de mariposas revoloteaban en mi estómago), sino porque eso significaba que pronto, Alec volvería a estar conmigo. Era increíble cómo podía llegar a echarle de menos incluso cuando estaba a una habitación de distancia, cuando hacía apenas un par de minutos, el equivalente a cuatro toquecitos en el microondas, me había separado de él. Yo me encargaba de llevar las bebidas mientras él se quedaba vigilando de las palomitas.
               Una sonrisa me atravesó la boca cuando apareció por la entrada del salón, que no tenía puerta, y el olor de las palomitas frotó hasta mi nariz, haciéndome salivar. Como si lo que tuviera ante mí no fuera ya increíblemente apetecible.
               Las traía en un bol de cristal transparente en cuyo fondo se intuían granos de maíz que no habían explotado, pero los que sí lo habían hecho brillaban con un ligero tono dorado que te invitaba a soñar con películas que te cambiaban la vida, como ya sabía que lo haría la que íbamos a ver ahora.
               Y estaba guapísimo. Y buenísimo, igual que ellas. Llevaba el pelo un poco más alborotado que de costumbre, y todo gracias o por culpa mía, con los rizos que le terminaban saliendo lo quisiera él o no más enroscados que nunca, especialmente en la zona de la nuca, en la que el sudor que le  había perlado la piel como el rocío en una noche de verano durante el sexo había hecho que su genética cobrara aún más fuerza. La piel aún le brillaba con ese suave resplandor que sólo una buena sesión de sexo puede darte, y tanto sus ojos como su boca sonreían. El chocolate de sus iris estaba derretido de una forma cálida y acogedora, que te invitaba a fantasear con pasar una noche en una cabaña perdida en la montaña, sin cobertura ni electricidad, en la que el único calor que podía protegerte del frío era el de una chimenea crepitante y su cuerpo encima del tuyo, haciendo que te retorcieras mientras te poseía y te hacía descubrir las maravillas que hay en tu interior, al que ningún otro hombre podía acceder como lo hacía él.
               Cuando mis ojos por fin descendieron de los suyos a su boca, descubrí que estaba sonriendo con esa sonrisa traviesa tan suya, y un estremecimiento me recorrió de pies a cabeza mientras Alec se sentaba a mi lado, tan cerca de mí que prácticamente lo había hecho encima, pero no lo suficiente como para aplastarme. Y, desde luego, no para agobiarme. No podría agobiarme ni aunque quisiera. Le quería encima de mí, debajo de mí, dentro de mí. Estaba más que dispuesta a acostumbrarme a esas noches de lujuria con él, con parones por en medio para poder descansar y hacer cosas típicas de pareja y no de mejores amigos/novios-no-oficiales que follan como locos en cualquier esquina, sin importar que alguien pueda pillarlos. Si te soy sincera, me encanta salir de fiesta: desatarme completamente, saltar y gritar las letras de canciones que me encantan y despiertan en mí sentimientos que sólo se desperezan de noche, volverme loca cuando ponen una canción que me gusta y tomar tragos de alcohol que termine de desinhibirme cuando suene una que no me dé más; bailar con quien me apetezca, reírme con mis amigas, jugar a juegos que sólo son divertidos cuando estás un poco borracha…
               … pero no me importaría cambiar todo eso por asegurarme noches así con Alec, donde él viene a mi casa o yo voy a la suya, cenamos cualquier cosa en el sofá o en su cama, viendo la televisión o fingiendo que le prestamos atención a la pantalla de su ordenador o del mío, y esperando con impaciencia a que la casa se quede vacía y nosotros podamos desnudarnos y empezar con lo que hemos venido a hacer. Porque sí, me encanta salir de fiesta, pero llevaba una temporada en la que el alcohol ya no me hacía brincar y encadenar un gallo tras otro, sino que ya no me apeteciera seguir disimulando que, cada vez que giraba sobre mí misma, no estaba buscando con la mirada a Alec; que cada vez que gritaba por encima de lo que decían los demás, no estaba intentando que él me escuchara y viniera a buscarme para sacarme de aquella sala abarrotada de gente y llevarme a un sitio en el que estuviéramos él y yo solos, un poco borrachos, muy cachondos, y más ansiosos aún de hacer lo que no habíamos podido entre semana.
               Me encantaban los cambios en mi rutina hasta que me di cuenta de que él formaba parte de ella, y ahora… ahora sólo quería alejarme de las sorpresas y que todo girase en torno a él.
               -Hola-saludó, cariñoso, yo no necesité más para decidir que le ansiaba como un alcohólico a un trago de su bebida preferida. Habíamos decidido ver una película para descansar; el polvo que habíamos echado con The Weeknd sonando nos había pasado factura a ambos, pero sobre todo a él: a pesar de que siempre había presumido de que podía pasarse una noche entera follando, había descubierto conmigo que su aguante tenía un límite, que podía no durar tanto como él pensaba y que el placer que le habían dado otras chicas sólo era un aperitivo del que verdaderamente se alojaba en el interior de su cuerpo y en el mío. Incluso el fuego, la fuerza más poderosa del universo, puede consumirse primero si entra en contacto con la dinamita.
               Así que me enrosqué en torno a su brazo como un koala lo haría a su rama de eucalipto predilecta, cerrando tanto brazos como piernas en torno a él, y empecé a besarle el hombro mientras exhalaba un gemido más propio de una gatita que de una humana. Le miré a los ojos mientras mi dedo índice recorría la línea de sus venas, en la cara interna de su brazo, y él se echó a reír.
               Los dos entendimos a la perfección lo que yo le estaba diciendo: quiero sexo.
               Ahora que había encontrado a mi compañero, entendía perfectamente que mis padres tuvieran una familia tan amplia. Yo me veía incapaz de seguir vestida en presencia de Alec, así que podía imaginarme cómo se sentía mamá cuando papá volvía del estudio, y tenía la certeza de que había creado otra obra de arte teniéndola a ella como musa. Ojalá Alec fuera artista y yo pudiera ser su musa.
               O mejor: ojalá yo fuera artista y él pudiera ser la mía.
               Mientras una idea florecía en mi cabeza, Alec se echó a reír y se inclinó hacia mí.
               -¿Tantas ganas tenías de palomitas?-se burló, dejándolas sobre la mesa y volviéndose hacia mí para acariciarme las caderas. Y la idea se evaporó antes de terminar de germinar cuando sus dedos tocaron mi cuerpo. Puede que la tela de su jersey fuese gruesa y no me permitiera sentir el calor de sus manos como debería, pero te aseguro que mi cuerpo notó la cercanía del suyo como si fuera una llamarada que explota en mitad de la noche.
               -Es que estoy muy feliz de estar aquí-respondí, acercándome a él y acariciando su mejilla con mi nariz. No le estaba diciendo ninguna mentira-. La noche está yendo genial, ¿no te parece?
               -Supera mis expectativas-contestó él, y noté cómo mi boca se curvaba aún más en una sonrisa. Tenía razón: había ido a su casa anticipando un orgasmo increíble, de esos que no se olvidan, que me haría no sentir las piernas durante media hora, y había ocurrido algo mejor: el orgasmo había llegado.
               Pero lo había tenido Alec.

domingo, 6 de octubre de 2019

Punto de no retorno.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Sabrae estaba parada en el pasillo de salud reproductiva, con el mentón levantando mientras examinaba los productos cuidadosamente dispuestos en las estanterías. No había ni un solo hueco libre: como habíamos llegado tarde, a la hora de cerrar, ya estaba todo colocado para el día siguiente. La curiosidad le fruncía el ceño y pintaba su mirada en tono suaves, mientras sus dientes sobresalían entre sus labios al ir leyendo los efectos de cada uno de los botes que había frente a ella. Los fluorescentes arranaban suaves destellos blanquecinos de su piel oscura, y las trenzas hacían el contorno de su silueta que, por lo demás, era blanca.
               Mientras esperaba con una paciencia que me sorprendió a que me trajeran lo que había pedido, un pensamiento rebotaba en mi cabeza como una bola de pinball. Alec, eres el cabrón con más suerte del mundo por poder considerarla tuya.
               Sabrae notó mis ojos sobre ella y giró el cuello para mirarme. Su sonrisa se acentuó un poco.
               Alec, eres el cabrón con más suerte del mundo por poder considerarla tuya.
               Se mordió el labio y volvió su vista de nuevo a las estanterías.
               Alec, eres el cabrón con más suerte del mundo por poder considerarla tuya.
               Dio un paso al frente y cogió un pequeño botecito de gel, y entreabrió los labios mientras leía la parte trasera, con las instrucciones de uso.
               -Es muy bonita-dijo una voz a mi espalda, sobresaltándome. Joanne había vuelto al otro lado del mostrador, del que se había retirado apenas nos había levantado de nuevo la persiana metálica de su farmacia cuando me vio aparecer, en busca de lo que ni siquiera necesitaba pedirle. ¿Qué otra cosa podía ir a buscar en plena noche, acompañado de una chica preciosa y con expresión de haberme visto sometido a una cruelísima tortura, sino preservativos? Sus ojos, del color de las aguamarinas, estaban ligeramente achinados mientras me contemplaba con una sonrisa afectuosa, propia de una abuelita adorable. Me recordaba muchísimo a Betty White, tanto por su aspecto físico como por lo tierna que era conmigo siempre. Desde el primer instante me había tratado como a su nieto preferido, y el día en que me acerqué a la sección en la que ahora estaba Sabrae por primera vez, simplemente había esperado pacientemente a que decidiera qué era lo que necesitaba, qué me vendría mejor, ofreciéndome su ayuda cuando vio que era incapaz de encontrar la misma marca de condones que había comprado apresuradamente en Grecia. Y los de Durex tenían tanta variedad que me asustaban.
               Ni siquiera había puesto mala cara cuando nos vio llegar corriendo cogidos de la mano. Estaba terminando de darle vueltas a la llave de la red metálica de la farmacia cuando aparecimos, y sólo suspiró cuando me reconoció. A mí no podía decirme que no, aunque dudaba que pudiera decírselo a cualquier otro, la verdad.
               -Joanne-había soltado la mano de Sabrae para poner unir las mías en un rezo silencioso-. Perdóname. No te molestaría si no fuera una verdadera emergencia.
               -¿Lo de siempre?-se cachondeó ella. El chasquido del candado al soltarse le indicó que ya podía empezar a empujar la verja hacia arriba, y yo me adelanté. Aquella mierda pesaba mucho, y ella ya estaba a punto de jubilarse cuando yo empecé a dejarme la paga semanal en condones, así que sus articulaciones agradecían toda ayuda. Asentí con la cabeza y sonrió-. Muy bien.
               Sabrae se había quedado mirándome con las cejas alzadas, y yo simplemente me encogí de hombros mientras esperaba a que Joanne encendiera las luces de la farmacia de nuevo. Una sonrisa divertida adornaba los labios de mi chica.
               -Así que “lo de siempre”-se rió, acercándose a mí y pasándome una mano por los hombros, enredando sus dedos en mi nuca.
               -Bueno, supongo que no cuela que diga que vengo a por complementos vitamínicos, ¿verdad?
               Se echó a reír y negó con la cabeza.
               -No puedo creer que se nos haya olvidado precisamente lo más importante de nuestra noche.
               -Sabrae. No me insultes-la regañé-. ¿Cómo se me iba a olvidar comprar condones? Lo comprobé varias veces. Además, ya te he dicho que todo ha sido cosa de mi hermana. Me los ha cogido ella, estoy seguro.
               -¿Tiene novio?
               -¿Qué va a tener? Es virgen, pero lo hace por fastidiar. ¿Sigue siendo tu cuñada favorita?               Sabrae había sonreído, se había puesto de puntillas y me había replicado al oído, acercando tanto sus labios a mi piel que empecé a endurecerme de nuevo:
               -No voy a decir que no preferiría tenerte dentro ahora mismo-me acarició el brazo-, pero lo que me has hecho no ha estado nada mal. Así que eso es un punto en favor de tu hermana.
               Aterrizó de nuevo sobre sus talones con la gracilidad de una grulla, y parpadeó tan despacio que yo creí que me había convertido en un colibrí y mi corazón latía diez veces más rápido de lo que solía hacerlo.
               Se me secó la boca mientras por mi mente desfilaban a toda velocidad las cosas que le había hecho, que habíamos hecho, como sustitutivo de la penetración. Después de quitarle el tanga a Sabrae, me había zambullido en su interior de cabeza, sin importarme nada más que el placer que podía proporcionarle con mi boca. En ningún momento había pensado en lo que comerle el coño me hacía a mí. Me puso más duro, subió la temperatura de mi cuerpo hasta los mil grados, y cuando ella se corrió, yo estaba jadeando de una forma tan acelerada que apenas cabía en mí. Me latía el corazón a mil por hora, y el sabor de mi chica no hacía más que acrecentar la sensación de estar visitando el paraíso que estaba experimentando en ese instante.
               Y, para colmo, ella no me había dejado retirarme. No es que fuera a hacerlo, pero siempre que estaba a punto de llegar al orgasmo, Sabrae se encorvaba para avisarme de que iba a correrse, para que me apartara si yo quería. Nunca lo hacía, pero esos segundos de diálogo hacían que sus orgasmos fueran un poco menos intensos. No fue el caso en esta ocasión. Con mi lengua recorriendo todo su contorno, mis labios masajeando los suyos y mis dientes a modo de arma de destrucción masiva, Sabrae me puso una mano en la nuca y tiró de mi cabeza hacia ella para que no pudiera escaparme mientras empezaba a gritar la primera letra del abecedario, retorciéndose entre mis manos, y un ardiente tsunami me mojaba la boca y descendía por mi garganta.
               Casi.
               Me.
               Corro.
               Y todo eso sin ningún tipo de estimulación. Guau.