domingo, 19 de abril de 2020

Los Siete Restantes.


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Llevaba cinco minutos de reloj plantado en mi calle, en el punto exacto que resultaba equidistante de mi casa a la de Jordan. De nuevo, había perdido el coraje que sólo me invadía cuando estaba con Sabrae. Decir que ella me hacía fuerte no era una metáfora, sino describir la realidad tal y como era: su mera presencia bastaba para que todo lo que ella decía tuviera una lógica aplastante, incluso cuando eran verdaderos disparates. Podía creerme cualquier cosa si venía de sus labios, siempre y cuando los viera en vivo y en directo, porque estaría demasiado ocupado recordando su tacto y su sabor al besarlos como para plantearme siquiera la posibilidad de que ella pudiera mentirme.
               Sabía mis puntos fuertes y también mis puntos débiles. Cuando ella no estaba, era un armatroste olvidado en un rincón de la habitación. Pero en cuanto ella entraba en escena y posaba sus dedos sobre mí, me convertía en un arpa. Todo lo que yo hacía dependía de que…
               Como si supiera el rumbo que estaban tomando mis pensamientos, mi móvil emitió un pitido en el interior de mis pantalones. No necesité sacarlo del bolsillo para saber que acababa de recibir un mensaje de Sabrae, pero lo saqué de todos modos. Ni siquiera lo desbloqueé para leer todo el contenido del mensaje.

¿Ya has hablado con Jor?

               No pude evitar esbozar una sonrisa más parecida a un mohín que a una sonrisa auténtica. Jor. Pasaba tanto tiempo conmigo que incluso se le había pegado la forma de llamar a mis amigos, y eso que tampoco es que pasáramos mucho tiempo hablando de ellos… o hablando, ya puestos. Pero ella me conocía lo suficiente como para saber que necesitaba un último empujón para volver a enderezar mi vida; con un poco de suerte, la encarrilaría definitivamente y no volvería a salirme del rumbo que me habían marcado.
Estoy a punto.

Vale suerte, aunque no la necesites


               Tenía que conseguir que me entrara en la cabeza de una puta vez que no era un estorbo para todos los que me conocían. Que la gente que estaba cerca de mí, lo estaba porque disfrutaba de mi compañía, y no porque quisieran sacarme algún tipo de provecho (tampoco es que yo pudiera ofrecerles mucho, pero bueno…).
               Sacudí la cabeza como expulsando aquellos pensamientos de mi mente y eché a andar en dirección a la casa de Jordan, dejando a espaldas el lugar donde se suponía que debía estar a salvo. Cuando el estómago se me retorció al acercar el dedo al timbre, me encogí un poco, como cuando es Halloween y no te queda más remedio que llamar a la puerta del vecino borde del barrio, ése que detesta a los críos, si quieres terminar de llenar tu cesta. No es que la noche te haya ido precisamente mal, pero siempre puede haber alguien que te la joda y te termine amargando los dulces.
               Y Scott había sido ese evento que me había amargado los dulces. Estaba tenso cuando íbamos a su casa, sí, lo admito: una parte de mí sabía que iba a tardar un poco más en llevar a la práctica la teoría que Sabrae había tratado de hacerme interiorizar, pero no esperaba encontrármelo tan… no sé. Frío. Era como si Scott no me quisiera en su casa, y yo llevaba demasiado tiempo con una película montada sobre lo mucho que me odiaban en mi grupo de amigos como para que su distancia no me afectara. Lo peor de todo era que Sabrae se había dado cuenta también, porque había mirado a su hermano de una manera en que no la había visto mirarlo muchas veces.
               Pero Scott es Scott y Jordan es Jordan, me dije. Jordan me perdonaría, me confortaría, me diría que no pasaba nada y que no me dejaría atrás como sí podían hacerlo los demás, y que lucharía por que el grupo no se desintegrara aun cuando tuviera que convencer al resto de que yo también era importante… a pesar de que yo le había dado la espalda por estar con Sabrae. Pero es que estar con Sabrae me hacía sentir bien.
               Eso no justificaba que tuviera a Jordan abandonado, no obstante. Tenía razón quejándose de que no me estaba comportando bien con él, porque era la pura verdad: había prescindido de él como me daba miedo que los demás prescindieran de mí. Si el karma existía, me tenía una buena preparada. Nada que no me mereciera, por otra parte.
               ¿Quieres dejar de torpedearte, por favor?, me riñó Sabrae en mi cabeza, y yo contuve una sonrisa. Me había dicho lo mismo mientras nos vestíamos y ella me había tomado el pelo con que, bueno, si mis amigos no me perdonaban así ella saldría beneficiada, porque entonces sólo podría estar con ella, a lo que yo había respondido como sólo respondía últimamente: agobiándome. La pobre había tenido que dejar de abrocharse los vaqueros para venir a abrazarme, revolverme el pelo y meterse conmigo porque no sabía distinguir una broma estúpida de la realidad. Evidentemente, mis amigos me perdonarían. De hecho, ella pensaba que no tenían mucho que perdonar. Nada, más bien.
               -¿Tú crees?-había lloriqueado en su regazo como un perrito, y ella se había reído, había asentido con la cabeza y me había dado un beso en la frente. Recordé de repente en la pésima posición en la que la habíamos puesto entre todos, pero especialmente Scott y yo: en tierra de nadie, esquivando las balas en un terreno en el que encima también se probaban bombardeos. Esto no era sólo por mí. También era por ella, y por ella debía arreglarlo todo.
               Así que, por fin, llamé a la puerta. El timbre reverberó en el interior de la casa, y yo me metí las manos en los bolsillos para no empezar a retorcérmelas de puros nervios. La mirilla parpadeó un segundo, dando muestras de que había alguien al otro lado de la puerta preguntándose quién llamaba a esas horas. A continuación, la madre de Jordan la abrió y se me quedó mirando.
               -Hola, Al-susurró en tono cauteloso, lo cual me puso sobre aviso de que ella ya sabía de mi actitud rara… aunque, bueno, me imagino que no había que ser muy listo para saber que a mí me pasaba algo, sobre todo después del numerito que había montado el día anterior.
               -Hola, Annie. ¿Jordan está liado?
               Parpadeó despacio. Sí que debían de estar mal las cosas entre nosotros como para que yo preguntara si Jordan estaba ocupado, en lugar de entrar en su casa, subir las escaleras y entrar en su habitación sin llamar. ¿Qué podía pasar? ¿Que me lo encontrara haciéndose una paja? No iba a traumatizarme viendo a un tío cascándosela. No sería la primera vez que lo pescaba en plena faena (o él a mí), y nunca había pasado nada.
               Claro que también es verdad que Jordan y yo nunca habíamos estado mal. Por eso preguntaba yo.
               -Está en el cobertizo.
               Tuve que contener un suspiro de alivio. Si las cosas se ponían feas y empezábamos a gritarnos, por lo menos lo haríamos justo encima de las cabezas de sus padres, lo cual ya era un avance. Annie se hizo a un lado para que yo pasara, con el pelo negro recogido en minúsculos y abundantes moños que la hacían parecer la representación de un virus, pero yo negué con la cabeza, di un par de pasos hacia atrás, y con las manos aún en los bolsillos, rodeé la casa en dirección al cobertizo, en el que había luz. Si fuera un poco listo, me habría ocupado de mirar primero allí, para ir descartando lugares, pero estaba tan obcecado con no achantarme con Jordan que ni siquiera me había planteado la opción de que no estuviera encerrado en su habitación… como habría estado yo de ser las cosas al revés, también te digo. Si Jordan se hubiera echado novia y estuviera pasando de mí como yo lo hacía de él, estaría amargadísimo. ¿Con quién iba a jugar yo a la consola hasta que se me secaran los ojos y me doliera la cabeza? ¿Con quién me iba a quejar yo de Bey? ¿Con quién discutiría sobre quién era la mejor actriz porno de todos los tiempos? ¿Con quién me tiraría a ver una peli cutre sobre robots, que serviría de excusa para tomarnos unas cervezas e inflarnos a palomitas?
               ¿Quién iba a ser mi mejor amigo?
               Esta vez conseguí reunir el suficiente valor como para no llamar a la puerta. Giré el pomo y entré en la pequeña habitación, en la que esperaba que resonara el ruido de los tiros y los gritos típicos de los juegos de guerra, pero en su lugar, una musiquita relajante flotaba en el ambiente. Cerré la puerta tras de mí y subí el pequeño escalón que habíamos hecho para dejar los zapatos, como en las casas japonesas (y de paso poder poner calefacción en el suelo).
               Jordan se me quedó mirando. Sostenía en las manos el mando de una consola a la que sólo jugábamos cuando estábamos muy aburridos, y prácticamente nunca cuando estábamos solos: la Nintendo Switch. No había muchos juegos a los que pudiéramos jugar por separado, así que enseguida identifiqué el juego al que estaba jugando: el Animal Crossing. Precisamente el juego al que jugábamos cuando estábamos de bajón. Los vecinos que resultaban ser vecinos tuyos y cuyas casas podías situar donde te diera la gana podían curarle la depresión a cualquiera, y la sección el museo en que se exponían los fósiles era una puta pasada… además, por supuesto, de que podías asomarte a los acantilados a ver caer estrellas fugaces y pedirles el deseo de que tu estado de ánimo pronto cambiara.
               Precisamente allí estaba Jordan: en el acantilado, con el susurro de las olas abajo, y la pantalla enfocando el cielo cuajado de estrellas, a la espera de que una atravesara el cielo.

               Nos quedamos mirando el uno al otro, no sé quién de los dos estaba más impresionado: si él con que tuviera la audacia de plantarme allí, en su casa; o yo, con que hubiera rescatado aquel juego del rincón de los olvidados y se estuviera comportando como si tuviera doce años. Aunque, a decir verdad y para ser justos, entendía que Jordan necesitara las buenas vibraciones que sólo puede darte una isla llena de animales parlantes que buscan por todos los medios complacerte para que no les desahucies.
               -Hey-saludé. Jordan asintió con la cabeza.
               -Hey.
               -Estás jugando-comenté, señalando la tele, y Jordan asintió de nuevo, muy despacio. Estaba espatarrado en el sofá, con el culo en una de las esquinas de la U y una pierna subida sobre el sofá, como nos sentábamos cuando estábamos solos y no esperábamos visitas. Se había tapado con una manta, la misma manta con la que tapé a Sabrae la primera vez que hizo squirting para mí.
               -¿Quieres jugar tú?
               -Vale. Pero… luego. Cuando tú termines-susurré, sentándome en la otra esquina de la U, con las piernas separadas. Anclé los codos en las rodillas y me froté las manos mientras Jordan llevaba el personaje al museo y lo metía en el acuario. A continuación, me tendió el mando-. ¿Ya has acabado?
               -Estaba aburrido-explicó. Cogí el mando con una mano un poco temblorosa y que me dio pavor, y después de hacer que el personaje diera dos pasos, me detuve y volví a mirarlo-. La verdad es que no he venido porque me apeteciera jugar, Jor.
               Jordan asintió con la cabeza.
               -Sí, a mí tampoco me apetecía jugar-admitió-. Estaba… no sé. Quería hablarte, ¿sabes? Pero sabía que habías quedado con Sabrae, y tampoco es que lo mío corra mucha prisa, pero…-se pasó una mano por las rastas y yo dejé el mando sobre la mesa y me froté la cara.
               -Tiene gracia-comenté, aunque no se la veía en absoluto, y creo que Jordan tampoco-. Porque yo también quería hablarte. Aunque… bueno, me he comportado como un capullo últimamente, así que no sé si tengo derecho a ser yo el primero que se ponga a parlotear. Desde luego, lo único que voy a decir son tonterías.
               -Tú no sueles decir tonterías, Al. Dices gilipolleces-corrigió, y yo me lo quedé mirando. Noté que la rabia que me había invadido cuando Scott se mostró cauteloso delante de mí volvía a explotar, lo cual no tenía ningún sentido: si me enfadaba que mis amigos marcaran las distancias conmigo, no debería enfadarme que se comportaran como si nada hubiera pasado. ¿O sí? ¿No era eso precisamente lo que me llevaba molestando tantos días, que nadie parecía darse cuenta de que había algo raro en mí? Joder, estaba hecho un lío, y quería deshacerlo ya.
               -Pero son gilipolleces que, si te paras a pensarlo, son súper sabias-continuó, completamente ajeno a mi erupción emocional, y yo me lo quedé mirando. Toda la lava que subía por mi estómago y estaba a punto de salir disparada a chorro, quemándonos a ambos, se solidificó antes de llegar a mi garganta, haciendo que me ardiera y me oprimiera mientras mis emociones se expandían igual que crecía una isla volcánica justo después de una erupción.
               Y de la misma manera que el suelo volcánico es increíblemente fértil, así lo fue la tranquilidad que Jordan consiguió insuflarme. Sentí una intensa oleada de un cariño que llevaba latente durante años, subsistiendo bajo la superficie, una corriente que proporcionaba vida a todo lo que había por encima. Joder, si no estuviera tan preocupado ahora mismo con las mierdas que se me pasaban por la cabeza, le habría dicho a Jordan que le quería, y todo.
               No estaba acostumbrado a tener esos instantes de revelaciones con mis amigos. Sí, vale, a veces me asaltaba la sensación de profunda gratitud y conciencia de lo afortunado que era por tenerlos conmigo, pero normalmente no me asaltaba el amor de esa manera. Sólo lo hacía con Sabrae. Y creo que decía bastante de mi relación con Jordan que lo más parecido que había experimentado nunca a lo que ahora él me estaba haciendo sentir, lo viviera con la chica de la que estaba enamorado.
               Por Dios, Alec, deja de pensar así de Jordan. Pareces homosexual, se burló una voz en mi cabeza, a la que no me costó demasiado ignorar.
               -¿Piensas que soy sabio?-pregunté con un hilo de voz, estupefacto. Era el pupilo más maltratado por el maestro descubriendo que era su ojito derecho. Jordan parpadeó, sorprendido y también un poco cohibido. No estábamos acostumbrados a sincerarnos el uno con el otro, simplemente sabíamos qué sentíamos, el vínculo que nos unía y lo fuerte que era. No había necesidad de andar recordándonoslo constantemente como sí me pasaba con Sabrae, por ejemplo, o incluso con Bey. Las chicas son diferentes a nosotros, necesitan que les estés recordando constantemente cómo te sientes respecto a ellas. Nosotros somos más fríos. Más… conformistas. Y eso era lo que nos había llevado a esa situación: por querer cerrarnos a cal y canto confiando en que el otro sabía por dónde iban los tiros, Jordan y yo nos estábamos alejando.
               -Eres bastante más listo de lo que te crees-continuó, a tientas, buscando el interruptor de la luz en mi cerebro para que todo volviera a ser como siempre había sido-. Disfrazas de cachondeo verdades como puños, Al. No sé si lo haces conscientemente para que así se suavice el impacto, o si es algo instintivo que no eres capaz de controlar. Siempre has tenido una opinión pésima de ti mismo, así que no sabría decir si lo haces inconscientemente porque eres inherentemente bueno, o lo haces porque crees que eres malo y piensas que debes compensarlo de alguna manera.
               Jugueteé con uno de los joysticks del mando, haciendo que el personaje girara sobre sí mismo como si estuviera en un baile, y tragué saliva. No me merecía mirarlo, porque no me merecía que pensara así de bien de mí. No me merecía que nadie pensara bien de mí, y sabía que Sabrae lo hacía porque de alguna manera había conseguido hechizarla hasta enamorarla, y su opinión no era imparcial, pero Jordan debía ser inmune a mis encantos. Había crecido conmigo, y además era hombre, y hasta donde yo sabía, no le gustaban los hombres.
               -No creo que sea tan bueno como todos os pensáis. En lo único en lo que estoy a la altura de esas expectativas es engañándoos, parece ser.
               -Como te he dicho, Al-respondió él con cariño, de la forma en que un padre le explica a un hijo por qué no puede meter los dedos en un enchufe-, siempre has tenido una opinión pésima de ti mismo. Seguro que también te lo dice Sabrae-comentó, y algo dentro de mí hizo clic. Sabrae. Por ella había decidido venir. Me había armado de valor para intentar arreglar las cosas, y debía empezar por lo básico: recuperar los lazos con mi mejor amigo, el soporte que tenía para no caerme al vacío, mi conexión con el resto del mundo. Jordan era el único que me daría un par de hostias si me las buscaba, y si no había vacilado en el pasado tampoco vacilaría ahora-. Estás haciendo avances, pero todavía te queda un gran trecho por recorrer. Suerte que la has encontrado a ella para que te acompañe en el camino…
               -Tú ya me acompañabas-repliqué.
               -Me alegro de que la tengas-continuó sobre mi voz.
               -No tienes que sentirte desplazado por Sabrae-añadí, por encima de su voz. Nuestras voces se habían solapado y por un momento me sentí como cuando echábamos partidas online y nos gritábamos el uno al otro mientras tratábamos de vencer a algún pringado que jugaba en el sótano de la casa de sus padres en Taiwán, o se había conectado en algún cibercafé para tener una conexión diferente en un pueblucho perdido de Europa del Este. Me traía buenos recuerdos.
               Jordan se me quedó mirando, se relamió los labios y preguntó:
               -Perdona, ¿qué has dicho?-no lo hizo en ese tono amenazante en el que lo hacen las mujeres. Me había relacionado con las suficientes como para saber que, cuando una chica te pide que repitas lo que acabas de decirle, en realidad te está dando una oportunidad para corregir tu rumbo, y más te valía recular, porque una falta de respeto doble siempre les soltaba la mano.
               Carraspeé y le repetí lo que había dicho.
               -Que no tienes que sentirte desplazado por Sabrae. Ni reemplazado, ni nada de eso. Sé perfectamente el lugar que ocupa ella en mi vida, y el que ocupas tú. Y no son el mismo-respondí, frotándome las manos. Jordan acarició despacio la manta, alisándola con sus oscuros dedos de yemas claras.
               -Me alegro de que estés con Sabrae-contestó con diplomacia después de unos segundos de reflexión.
               -Vamos, Jor, sabes que eso no es incompatible con sentirte amenazado por ella. ¿Recuerdas cuando Scott se puso celoso de Megan cuando Tommy empezó a salir con ella? ¿O cuando Karlie se echó a llorar mientras Tam nos contaba que se había enrollado con un tío por primera vez? Los dos sabemos que Scott y Karlie se alegraban de lo que les había pasado a Tommy y Tam, pero eso no quitaba de que… bueno. De que  fuera un poco agridulce.
               Jordan no respondió, sino que se me quedó mirando unos instantes en silencio, sopesando lo que acababa de decirle.
               -No tengo nada en contra de Sabrae.
               -Tampoco he dicho eso, ni tampoco lo pienso.
               Jordan había bajado la pierna del sofá hacía un rato, pero ahora juntó las rodillas y le dio una patadita a la alfombra con la punta del pie.
               -Me parece una tía cojonuda-terminó de justificarse, y yo sonreí.
               -Me alegro de que lo pienses. Yo también lo creo. Pero todo eso no quita de que las cosas entre nosotros sean distintas.
               -Es perfectamente normal, Alec-me miró a los ojos-. A fin de cuentas, te has echado novia.
               -Ya quisiera yo que Sabrae fuera mi novia-me eché a reír.
               -No, ya quisiera ella-me defendió con valentía y decisión, entrecerrando los ojos, demostrándome que saltaría a una arena de gladiadores por mí igual que yo lo haría por él. Cortó mis carcajadas en seco, pero no porque me hubiera molestado que intentara ponerme a mí por encima de ella (era un buen amigo, y su opinión de mí era demasiado buena), sino porque me conmovió su lealtad. Jordan apartó la vista y se frotó las manos, concentrado en las líneas oscuras de las palmas, leyendo en ese futuro escrito en tonos opuestos de la escala cromática. Al menos no me sentía raro intentando hablar de esto con él, porque a él también le costaba exteriorizar sus sentimientos conmigo.
               -Lo siento mucho si me he dejado llevar demasiado por mis ansias por estar con ella y eso ha hecho que te sientas menos importante, Jor-susurré, y él frunció los labios-. Te prometo que no ha sido intencionado. Yo sólo… ni siquiera me había dado cuenta de que te sentías así hasta que no hablamos ayer, y cuando hoy Sabrae me ha contado que acudiste a ella…
               -Estabas mal-zanjó, mirándome de reojo-. Y sé de sobra que yo no iba a ser capaz de sacarte lo que sea que ella te haya sacado. No tenemos ese nivel de confianza.
               -Pero, ¿qué dices, Jordan?-protesté-. Tío, Sabrae será mi chica, pero tú eres mi mejor amigo, y eso siempre va a ser así. Si no te he querido contar lo que me pasaba es porque me estaba comiendo la cabeza, y… sabía que tú me ibas a dar una hostia, que es lo que me merezco, en lugar de una palmadita en la espalda y un beso en la frente, que no es lo que necesitaba pero sí lo que quería que me dieran. No hay nada de lo que hable con Sabrae que no pueda hablar contigo, tío. Pero sí que hay cosas que hablo contigo que ella no entiende.
               Jordan sonrió, mirándose las uñas.
               -Ya le enseñarás suficiente boxeo como para que te siga.
               No lo dijo de manera agresiva. No buscaba pelea, sino rebajar la tensión del ambiente, que estaba bastante cargado. Me estaba poniendo un poco intensito, pero ahora que había cogido carrerilla era incapaz de parar.
               -No me refiero a eso, puto gilipollas-protesté, y Jordan se me quedó mirando-. Sabrae no tiene polla. ¡Sorpresa!-Jordan silbó, y no consiguió contener una sonrisa-. Así que no me entiende como me puedes entender tú.
               Jordan me miró de arriba abajo, rió entre dientes y comentó:
               -Bueno, tampoco es que hablemos mucho de lo difícil que es mear con un empalme mañanero-meditó, y yo puse los ojos en blanco y me eché a reír-. Así que no se me ocurren muchos temas en los que yo sea un experto y Sabrae no sea capaz de seguirte en la conversación.
               -Somos tíos. Sabrae, no.
               -Sí, ya. Me había quedado claro, chico blanco del mes-se burló, repantigándose de nuevo en el sofá, con una ceja alzada-. De lo contrario, no irías corriendo a verla en cuanto tuvieras cinco minutos libres, y a mí que me jodan.
               -Eres un puto virgen de mierda, Jordan-le recordé-. Cuando pruebes por fin un coño, entenderás por qué me comporto así-le di una patada juguetona en la planta del pie y Jordan jugueteó con una de sus rastas, pensativo.
               -Te he echado de menos, tronco.
               -¡Epa! Que puede que me haya puesto sensible, pero no me he hecho julandrón, ¿sabes? Lo siento, pero no puedo quererte de la manera en que quieres que te quiera. Tu entrepierna es de una forma equivocada-respondí, sacudiendo la cabeza.
               -Debo de tener algo mal aquí arriba-se tocó la sien-, para quererte como lo hago.
               -Jordan, para-le di una palmadita en la pierna-. O me pondré juguetón, te la terminaré chupando, y a ver cómo se lo explicamos a nuestras respectivas.
               -¿“Nuestras respectivas”? Joder. Desde que lees libros, no hay quien te soporte. Puto empollón…
               -¡Joder! ¡Cómo es este puto grupo, macho! Me pescáis leyendo un único libro y ya me tratáis como una puta eminencia, jodida panda de analfabetos babeantes-gruñí, y Jordan se echó a reír, relajado. Me lo quedé mirando, y de nuevo, aquella oleada de sentimientos positivos me invadió. Aquí era donde tenía que estar: bromeando con Jordan, viviendo la vida incluso de forma tranquila, en lugar de solo en mi habitación, contemplando la vida pasar y preguntándome en qué momento había dejado que mis miedos tomaran las riendas y me terminaran dejando solo-. Yo también te he echado de menos, tío. Os echo un montón de menos a todos.
               -Porque tú quieres. Eres más terco como una mula, ¿sabes? No paras de protestar por cómo es Sabrae. Debe de ser que te jode haberte buscado una tía igualita que tú. Ahora que, también te digo, con la forma de ser que tienes, sólo podrías juntarte con alguien tan tozudo o más que tú. De lo contrario…
               -¡Eh! Un respeto. A Sabrae sólo la critico yo, ¿estamos?
               -Pues bien que te callas cuando Scott la critica.
               -De alguna manera hay que ganarse a la familia política-junté las dos manos sobre mi cabeza, con los dedos entrelazados, e hice una mueca-. ¿Qué te estaba diciendo?
               -Que me ibas a comer los huevos.
               Le dediqué una sonrisa oscura.
               -Menudas ganas tienes de arrastrarme al lado oscuro, ¿eh, pillín? Estoy seguro de que la conversación había avanzado un poco más.
               -No te creas: me estabas diciendo que tú también me echabas de menos, lo cual es la forma de decir en clave “te quiero comer todo lo negro”.
               -Ah, bueno, eso no me compromete a nada. Porque, ¡extra, extra, Jordan! ¡Todo tú es negro! Podría estar refiriéndome a uno de tus pies perfectamente.
               -Sí, al del medio.
               -Estás obsesionado, tío-me eché a reír-. Puto virgen de mierda. ¡Echa un polvo ya, que estás salido y es imposible hablar contigo, macho!
                -Me echabas de menos-recordó Jordan, poniendo los ojos en blanco. No se me daba bien mantener conversaciones serias mucho tiempo, y él era plenamente consciente de ello-. A mí, y a los demás, y yo te estaba diciendo que era porque tú querías, porque eres muy tozudo, y cuando te ofuscas, te dura el enfado dos milenios.
               -Estás haciendo que me sonroje, Jor. Para-ronroneé.
               -¿Qué te pasa?
               -Que me estás haciendo pasar vergüenza.
               -Para pasar vergüenza primero hay que tenerla, y tú ni la has conocido, fantasma-espetó-. Me refiero a qué te pasa últimamente.
               Me froté de nuevo la cara y me presioné el puente de la nariz.
               -Bastante ridículo me siento ya habiéndote hecho sentir reemplazable como para contarte también lo otro, Jor.
               -A ver, Alec, tampoco te martirices. Te apetece estar con Sabrae más que conmigo, pues te apetece, punto. Tampoco es el fin del mundo-se encogió de hombros.
               -Pero, ¡te he hecho sentir mal!
               -Es que yo soy de montarme películas, ya lo sabes.
               -Ya, yo también. Que también te digo una cosa, Jor: estas cosas me las tienes que decir. Si me paso estando con Sabrae y te dejo desatendido durante demasiado tiempo, quiero que me lo digas.
               -Ya, tío, pero es que si tú no me dices lo que te pasa, yo tampoco te puedo decir nada, ¿sabes? Porque no sé qué estáis haciendo. No sé si estáis follando, haciendo terapia, las dos cosas u otra tercera.
               -Si eliges una de las dos primeras opciones tienes más posibilidades de acertar que si te decantas por la tercera-me burlé.
               -Y claro-continuó sin hacerme caso, acostumbrado a que fuera un bocazas-, como yo no sé lo que es tener novia y tal, no sé cuánto es normal y cuánto no…
               -Bueno, tío, pero eso es porque no quieres-contesté, inclinándome hacia él y capturando una de sus rastas-, porque si te cortaras estas aberraciones de la naturaleza que llevas en el pelo, se te tirarían las tías encima, ya te lo digo. ¿Te das cuenta de lo que les has negado a las londinenses durante estos años? Scott y yo les dábamos a elegir entre el famosito en ciernes y el chico blanco del milenio, pero tú…
               -¿Del milenio?-repitió Jordan, echándose a reír-. Joder, vaya ego tienes.
               Le dediqué una sonrisa torcida.
               -Si vieras cómo follo no te parecería que estoy exagerando. Pero eso, que me distraes-hice un mohín y Jordan levantó las manos-, y tú podrías haber sido el primer negro al que probaran. Mierda, si incluso hasta estaría dispuesto a compartir a una piba contigo, tío-le di una palmadita en el pecho y Jordan sonrió.
               -¿A Sabrae, por ejemplo?
               -Yo a Sabrae no la comparto. Ya me cuesta compartirla con su familia, como para dejar que le pongas tus asquerosas zarpas encima.
                Jordan asintió con la cabeza y volvió a recostarse sobre el sofá, pensativo. Tras un instante de contemplación en el que sopesó las posibilidades de que me volviera a cerrar en banda si trataba de preguntarme por lo que me había pasado (no eran muy altas, pero yo llevaba una temporada comportándome de una forma tan extraña que Jordan ya no estaba seguro de saber interpretar mi señales correctamente), finalmente decidió lanzarse a la piscina.
               -Respecto a Sabrae… ¿ha conseguido quitarte lo que fuera que te estuvo rondando por la cabeza estos días?-preguntó con cautela, y yo me encogí de hombros.
               -Sí, y no. Tiene más influencia sobre mí de la que me gustaría admitir, pero no tanta como vosotros os pensáis. Además… los problemas no venían con ella.
               -¿No?
               -No.
               -Vaya. Pensaba… bueno, en fin. Supongo que estaba equivocado.
               -¿Qué? Dilo, Jordan-insté, alzando las cejas, en un tono puede que más severo de lo que debería. Jordan se encogió de hombros, se mordisqueó las uñas y respondió:
               -No sé por qué, me daba la sensación de que te había pasado algo con Sabrae. Llevas raro desde que fuiste a cuidarla a su casa, porque en lugar de comportarte como si acabaras de vivir una luna de miel improvisada con ella, llegaste al partido de baloncesto muy apagado. Era como si hubieras envejecido veinte años de una sentada, pero no físicamente, sino mentalmente. Llevas unos días irascible como un cincuentón que hace años que no folla, y pensé que os había pasado algo porque, bueno, cada vez que Scott o Tommy abren la boca, tú contienes una arcada, como si nos soportaras escucharles hablar por si se ponen a hacerlo de lo bien que se enrollan con sus novias, ¿sabes?
               -Te voy a dar un consejo, Jor: no te preocupes por mi vida sexual. No es para preocuparse, todo lo contrario. O bueno… quizá sí-arrugué la nariz-. Si consideras que lo hago demasiado.
               -Era la única cosa que se me ocurría y que podía tener un mínimo sentido, pero claro, luego te veía con Sabrae, y pensaba “no puede ser que les haya pasado algo, si parecen mejor que nunca”. Realmente estáis como habéis estado siempre. Puede que tú te pongas más borde con ella de lo habitual, pero por lo demás, no veía cambio, así que no sabía a qué se podía deber.
               Alcé una ceja.
               -¿Y Bey qué dice?
               -No he hablado con ella.
               -Y voy yo y me lo creo.
               -Es en serio, Al. No he compartido con Bey ninguna de mis teorías, porque como podrás comprobar, a juzgar por cómo te brillan los ojos y lo despeinado que llevas el pelo, está claro que sexo no te falta. Algo te pasa, pero yo no sé lo que es. Y creo que Bey tampoco, o te habría arrinconado de manera distinta. Nos resulta muy difícil leerte estos días, porque no te estás comportando como si fueras tú-me miré los pies y jugueteé con mis manos entrelazadas, dándole vueltas a mis pulgares de manera que sucumbieran en un lento baile-. Es como si hubieras pasado a hablar en otro idioma que nosotros no entendemos. Como si ahora usaras el ruso o el griego para dirigirte a nosotros, en lugar del inglés.
               Me mordí el labio y asentí con la cabeza.
               -Respecto a eso… os debo una disculpa a todos. Y os la voy a dar, te lo prometo.
               -Tío, si te cierras en banda y nosotros no somos capaces de descubrir qué te pasa, creo que también tenemos un poco de culpa. Tú no es que seas precisamente un vidente, pero hay algo dentro de ti que te dice qué es lo que nos preocupa cuando nos ves raros. Y que a nosotros eso no nos pase… no sé, resulta muy frustrante. Sobre todo porque no es propio de ti. Si algo te molesta de lo que hacemos, siempre nos lo dices a la cara.
               -Es que normalmente no me dan vergüenza las cosas que me molestan de vosotros-respondí, encogiéndome de hombros y atreviéndome por fin a mirarlo a los ojos. Jordan frunció el ceño.
               -¿Qué puede pasarte para que te dé vergüenza?
               -No sé si es contigo con quien debo hablarlo primero, Jor-murmuré. Jordan torció la boca.
               -Tío, no es por nada, pero hace dos segundos me acabas de decir que debería decirte todo lo que me pase contigo. ¿No te parece un poco hipócrita lo que estás haciendo tú ahora?
               -No.
               -Te estás comportando como un crío.
               -Quizá lo sea-respondí con amargura, mirándolo intensamente, como si tuviera visión de rayos láser y pudiera derretirlo sobre el sofá con la fuerza de mis globos oculares. Él, por su parte, chasqueó la lengua y puso los ojos en blanco.
               -¿No te cansas de ser tan imbécil, macho? ¡Dime lo que te pasa y ya está!
               -¡Te estoy diciendo que me da vergüenza, Jordan!
               -Tío. Que es de ti de quien estamos hablando. Tu segundo nombre es “sinvergüenza”.
               -Mi segundo nombre es Theodore.
               Jordan parpadeó.
               -Está bien, Theo-levantó las manos y se encogió de hombros de nuevo-. Si te vas a poner así…
               -¡No me llames eso!
               -¿Y cómo te llamo, entonces? Eres igual que un crío. Theo va a la escuela. No me extrañaría una mierda que te pusieran a protagonizar una nueva tirada de libros para mocosos de cero a tres años.
               Me hundí en el sofá y emití un sonoro bufido.
               -¿Ahora me castigas con tu silencio?-me provocó, y yo lo miré.
               -Estoy cabreado con Scott y Tommy-revelé, y Jordan asintió.
               -Sí, bueno, no hace falta ser un genio para darse cuenta de que algo te pasa.
               -No, Jordan, no me estás escuchando. Estoy cabreado con Scott y Tommy-hice énfasis en sus nombres para que él pillara el matiz que lo cambiaba absolutamente todo. Jordan me miró. Me evaluó con la mirada igual que se evalúa a un caballo salvaje al que se está a punto de domesticar. ¿Necesitará espuelas? ¿Un látigo? ¿O bastará con ofrecerle una zanahoria y acariciarle el lomo hasta que él mismo se tumbe y te permita montarlo?
               Tiré de un hilillo suelto del sofá, intimidado por su escrutinio. Y, entonces, Jordan se echó a reír, lo cual me cabreó hasta límites insospechados. Sería subnormal. Acababa de abrirme con él, me había costado horrores, y él me lo pagaba descojonándose de mí.
               -Eres un puto gilipollas, Jordan-gruñí, levantándome del sofá y tirándome la manta encima-. Luego te quejas de que hablo más con Sabrae que contigo, pero es que ¡como para no hacerlo!-ladré, atacando como un perro rabioso. Jordan siguió riéndose, sacudió la cabeza, la mano, me pidió disculpas, y siguió riéndose y riéndose y llorando de la risa, y yo, que odio sentirme como un payaso cuando no me estoy comportando como tal, decidí que ya bastaba de confesiones por hoy. Me dirigí a la puerta, pero Jordan me detuvo.
               -Espera, ¡espera! Perdona, tronco, ¡no te vayas! Pero es que, ¡no me jodas! Entiendo que te enfades con Tommy, a fin de cuentas su novia es modelo, pero, ¿con Scott?-se limpió las lágrimas de los ojos-. ¿Ahora me vas a decir que te gusta Eleanor y quieres luchar por ella? No pensaba que tuvieras algo con las hermanas pequeñas de tus amigos. Estoy empezando a ver un patrón.
               -Gilipollas, Eleanor es como una hermana para mí. Que se queda a dormir en mi casa varias veces al mes, por amor de Dios, Jordan. ¿Qué clase de degenerado te crees que soy yo?
               -¿Entonces?-Jordan continuó riéndose, abrazándose el vientre-. Juro por Dios que me apeteció asesinarlo-. ¿Qué pasa? ¿Es porque se van al programa y van a tener groupies?-inquirió, y yo sentí que el estómago se me hundía, igual que si estuviera en la cima de una montaña rusa y de repente empezara a bajar a toda velocidad, escapando por un momento de la sensación de gravedad que mantenía mis pies en el suelo y mis órganos internos en su sitio-. ¡Como si tú no hubieras vivido toda tu vida teniendo groupies! ¿Tienes envidia?
               -No-contesté, conteniendo mi rabia-. No estoy enfadado por si consiguen groupies. Me importan una mierda las groupies. Estoy enfadado con ellos porque se van al programa. Punto.


Subí las escaleras de dos en dos apenas cerré la puerta. Debía enfrentarme a Scott, y debía hacerlo cuanto antes, antes de que mi rabia se evaporara y ya no pudiera utilizarla para defender a Alec.
               No se me había escapado la forma en que se habían desafiado con la mirada, y no me había gustado ni una pizca que lo hicieran conmigo delante, no sólo porque eran amigos desde que tenían uso de razón, sino porque me había dado la impresión de que, en parte, Scott estaba provocando a Alec porque sentía que me estaba apartando de él, cuando era Scott, y no otro, quien se marchaba. Alec simplemente estaba ahí para mí, consolándome por la inminente mudanza de mi hermano, y Scott... Scott no tenía ningún derecho a molestarse porque yo buscara distracciones que me ayudaran a fingir que conseguiría sobrevivir a no estar con él.
               Me lo encontré poniéndose la ropa de estar por casa, la misma que yo le había robado hacía apenas unos minutos, cuando llegué a casa. Puede que me pusiera triste pensar que estaba malgastando uno de los pocos momentos que nos quedaban juntos discutiendo con él, pero yo tenía muy claro en quién reposaba mi lealtad. Y, en ese momento, no era en Scott.
               Debería ser comprensivo con los demás. Igual que lo era conmigo, también debería serlo con el resto de sus amigos: quizás la relación fuera diferente, pero no por ello debía ser menos intensa. Alec quería a mi hermano de una forma distinta a como lo hacía yo, pero eso no significaba que sus sentimientos fueran menos válidos o  que tuviera menos derecho que yo a disgustarse porque Scott se fuera. De hecho, si me paraba a pensarlo en frío, incluso tenía más sentido que a Alec le afectara más esa situación que a mí: yo iba a “perder” a mi hermano de todas formas a final de ese curso, tan sólo me habían robado unos meses; Alec, por el contrario, estaba viendo cómo una vida de expectativas, un futuro universitario con una rutina en la que por supuesto estaría mi hermano, se desvanecía ante sus ojos. Scott perdería la oportunidad de llevar una vida normal en cuanto su cara apareciera en un canal nacional. Nada sería igual para él, y por ende, tampoco para sus amigos, que veían sus planes de futuro alterados. Alec iría a la universidad (estaba más que decidida a conseguirlo), pero no tendría ocasión de disfrutar de la presencia de mi hermano en las tan legendarias fiestas universitarias y en las que él tenía tantas ganas de participar. Cuando volviera de África, se matricularía en alguna carrera (ya nos ocuparíamos de descubrir cuál le llamaba la atención), pero mi hermano no estaría en ninguna de las listas de admitidos en ninguna de las universidades inglesas, sino que, como mínimo, estaría absorto en la grabación de su primer disco (yo ya daba por sentado que a Chasing the Stars les ofrecerían grabar al menos un disco, incluso si no ganaban, porque para algo eran los primogénitos de One Direction, la gallina de los huevos de oro por excelencia de principios de siglo), y eso si no había grabado ya el disco y se encontraba en una gira.
               Así que, sí. Alec, Bey, Tam y el resto de su grupo de amigos tenían todo el derecho del mundo a disgustarse porque mi hermano se marchaba. Y Scott no debería comportarse como un capullo con ellos. No se lo merecían, y me hervía la sangre.
               -¿Por qué has hecho eso?-pregunté, ignorando su seco bufido cuando me descubrió en la puerta de su habitación, pues aún no me había perdonado del todo por haberle robado la ropa y haberlo obligado a pasearse por casa en pelota picada, sin tan siquiera una toalla con la que cubrirse. Scott frunció el ceño.
               -¿Hacer qué?
               -Ya sabes qué. Te has comportado como un imbécil con Alec-acusé, y Scott se me quedó mirando. Se mordisqueó el piercing, decidiendo por dónde iba a llevar la conversación. ¿Admitiría mi hermano su culpa y se ofrecería a acercarse a Alec? ¿Se daría cuenta, igual que lo había hecho mi chico, de la complicada situación en la que me había puesto? ¿O seguiría en sus trece? Casi parecía que pretendía hacerme elegir entre el que estaba segura que era el amor de mi vida, y el hombre de mi vida (a fin de cuentas, todo lo que tenía se lo debía a Scott, que me había encontrado hacía casi quince años). Y yo había aprendido que, si alguien te quiere, no te hace elegir. Si te debates entre dos personas, y una de ellas te hace elegir, debes quedarte con la otra, que te quiere lo bastante como para ponerte por delante de sus deseos.
               Se me cerró el estómago, imaginándome que mi hermano me empujaba hacia la pared y me colocaba una espada en el pecho. Ahora que Alec ya no podía defenderme, estaba a su completa merced. Me recordaría quién era, a quién le debía la lealtad más absoluta: Alec había supuesto mi despertar sexual, había descubierto un mundo de posibilidades en mi interior, pero Scott era quien me había dado la vida que tenía. Odiaría que me lo echara en cara, y no creía que mi hermano fuera capaz de hacer algo así.
               Me daba pánico que me hiciera elegir. Porque me gustaba ser Sabrae, porque Sabrae era de Alec, pero también me gustaba ser una Malik, porque eso le pertenecía a mi familia.
               Scott se encogió de hombros, restándole importancia a mi pregunta. No parecía darse cuenta de lo trascendentales que eran sus acciones ahora que el tiempo que nos quedaba juntos era mucho más limitado de lo que nunca antes había creído que podría ser. Ni siquiera le preocupaba que Alec estuviera preocupado.
               -¿Eso es todo lo que vas a decir?-acusé, estupefacta, encogiéndome de hombros de nuevo mientras hacía una mueca.
               -Sólo le daba lo que se merece-respondió-. Él se lo ha buscado.
               Estaba alucinada. No podía creer que mi hermano fuera así de egoísta. Me parecía muy fuerte, incluso para él, que iba a marcharse, nos iba a dejar atrás a todos… y todo, ¿por qué? Por perseguir un sueño que ni siquiera era suyo, por demostrar que era mejor que papá, que él no era hijo de Zayn Malik, sino que papá era el padre de Scott Malik.
               -No te puedo tener delante, Scott. No pienso dormir contigo esta noche-escupí.
               -Tú misma-me castigó de nuevo con su frialdad.
               -¿Te da igual?-respondí, anonadada. Éste no era mi hermano.
               -Ya has tenido bastante hombre por hoy, ¿no te parece?-acusó. Era un monstruo. No me extrañaba que Alec se sintiera tan mal en su presencia. Scott tenía un aura venenosa, que infectaba todo lo que había a su alrededor. Era como si su parte más buena se hubiera envuelto en su pena hasta el punto de quedarse petrificada, incapaz de salir de nuevo a la superficie para luchar con los impulsos malignos que todos llevamos dentro, en mayor o menor medida. Pero no me esperaba que las fuerzas oscuras del interior de mi hermano fueran tan poderosas. Ya has tenido bastante hombre por hoy, se repitió en mi cabeza, como un mantra horrible. Me alegré de que Alec no estuviera con nosotros, pues habría matado a mi hermano en cuanto lo escuchara decir aquello.
               No era propio de Scott. Era más propio de un monstruo, un monstruo que yo no pensaba que me hubiera dado mi nombre, que tan bien sonaba cuando Alec lo pronunciaba. La obra de una bestia salvaje y oscura no podía ser tan musical.
               -Eoooo-Scott chasqueó los dedos frente a mí, y yo di un brinco. Tenía un semblante preocupado, con el ceño ligeramente fruncido. Se relamió los labios, haciendo que su piercing negro bailara un único paso antes de detenerse de nuevo, girado apenas un par de milímetros-. Sabrae. ¿Estás bien? Te has quedado pillada, como cuando Alice la de Crepúsculo tiene una visión-Scott me dedicó una sonrisa cálida, una sonrisa que no era propia de un monstruo… y entonces caí en que aquella criatura que casi me arranca la piel a tiras no vivía más que en mi imaginación.
               Sólo había sido un sueño. Un mal sueño. Una pesadilla diurna.
               -¿Ya está la cena?-preguntó, y yo parpadeé un par de veces, intentando enfocarlo. ¿Qué? ¿La cena? No había subido a su habitación para avisarlo de que le esperábamos para cenar, sino porque tenía que hablar con él. En tono calmado, Sabrae, me indiqué. Bastante mal estaban las cosas entre nosotros si yo me dedicaba a fantasear con que nos enfrentábamos como para que encima le echara más leña al fuego. No necesitaba que Scott se pusiera a la defensiva: necesitaba que fuera comprensivo, bueno, indulgente. En definitiva, que fuera quien había sido siempre: mi héroe sin capa, la persona a quien más quería parecerme cuando era pequeña. El espejo donde mirarme para mejorar.
               -Yo… quería hablar contigo, S.
               Scott asintió con la cabeza, terminó de pasarse la sudadera por el cuerpo hasta dejársela ajustada, y frotándose la toalla contra la cabeza para terminar de secarse el pelo, se sentó en la cama. Caminé hacia él, que me miró con ojos curiosos entre los pliegues blancos de la toalla.
               -¿No te sientas?-había dejado hueco suficiente para que Shasha, Duna y yo nos sentáramos con él si quisiéramos (o estuviéramos presentes), siguiendo con una tradición tan antigua como la más joven de mis hermanas.
               -No me has dicho que lo haga-tanteé, y Scott me dedicó una sonrisa calmada que me tranquilizó en lo más profundo de mi ser.
               -Estás en tu casa, pequeña.
               Conteniendo una sonrisa y un alivio que estallaba en mí como un millón de fuegos artificiales en Nochevieja, me senté a su lado en la cama y entrelacé las manos sobre las rodillas.
               -Mira, S, eh… quizá me esté metiendo donde no me llaman, y no quiero que creas que otras personas me mandan para luchar sus batallas personales, pero…
               -¿Estamos hablando de alguna persona en particular?-preguntó mi hermano, perfectamente consciente de por dónde iban los tiros, y yo me relamí los labios.
               -Alec.
               -Ya me parecía-contestó, secándose la oreja-, pero era sólo por confirmar.
               -Yo… Scott, ¿eres consciente de que lo que haces le afecta? No está pasando por un buen momento, que digamos.
               -Eso es evidente.
               -Pues entonces, ¿por qué no tienes un poco más de cuidado con cómo reaccionas cuando él está delante?
               Scott suspiró.
               -¿A qué te refieres, exactamente?
               -Le has invitado a que se quede a cenar sin desear que aceptara.
               Scott asintió despacio.
               -Vale.
               -¿No lo niegas?
               -A ver, Saab… como tú bien dices, las cosas con Alec no están muy bien últimamente. Y no sé si eres consciente del poco tiempo que me queda en casa. No te ofendas, pero no sabes la dinámica de mi relación con Al ahora mismo. Ni la relación que él tiene con Tommy. Dudo que no te hayas dado cuenta de que por pocos minutos que estemos juntos él no tenga algo con lo que atacarme.
               -¿Qué quieres decir?
               -Lo de pirar clases. Siempre se lo digo. Ése era yo, comportándome como siempre-se mordió el labio-, pero la contestación que me dio… era él hablando desde su rencor. No sé qué bicho le ha picado. Es como si… le jodiera que Tommy y yo fuéramos a marcharnos-murmuró, pero sacudió la cabeza-. Claro que eso es imposible. ¿En qué le afecta que Tommy y yo vayamos a participar en un programa de la tele? No tiene que votarnos si no quiere. De hecho, yo ya cuento con que no lo hará. Va bastante mal de pasta, y yo no me sentiría bien si supiera que Alec se está gastando dinero en mí cuando puede gastárselo en cosas más útiles y que le reportarán más felicidad. Por ejemplo-me miró por el rabillo del ojo-, tú.
                Abrí la boca para responder, rebatir sus argumentos. A Alec le afectaba, y estaba en todo su derecho de que así fuera. Mi vida iba a cambiar, pero no era nada que no me esperara, aunque fuera para dentro de unos meses. Alec, por el contrario, tenía que reevaluar toda su situación. Sus planes. Sus expectativas. Su red de seguridad.
               Pero no podía hacerlo sin sentir que estaba traicionando a Alec, arrebatándole una decisión que le correspondía tomar exclusivamente a él. Es cierto que le había hecho prometerme que hablaría con sus amigos y trataría de resolver la situación, pero una cosa era empujarle a hacer lo correcto y otra muy diferente hacerlo por él.
               -Él… no lo está pasando bien, S-susurré, y Scott frunció el ceño, concentrado en escucharme-. Te pido que seas comprensivo.
               -Soy comprensivo. Pero también te lo pido a ti, Saab. Ya has visto que es incapaz de estar a buenas conmigo durante unos minutos. No quiero que pienses que mi opinión sobre él ha cambiado, ni mucho menos… le quiero muchísimo; es uno de mis mejores amigos. Pero no podemos estar tranquilos si estamos juntos, y yo quiero disfrutar de todos mientras pueda, ¿lo entiendes?
               -Sí. Y lo respeto.
               -Créeme que nada me gustaría más que se hubiera quedado a cenar si estuviéramos en circunstancias normales, chiquitina, porque me encanta cómo sois cuando estáis juntos, pero… no estamos en circunstancias normales. Y no quiero que entre los dos arruinemos una noche familiar cuando ya nos quedan muy pocas en casa.
               -Ojalá las cosas volvieran a ser como eran antes-susurré, jugueteando con un hilillo que salía de mis pantalones. Scott exhaló un quejido y me rodeó la espalda con un brazo. Me dio un beso en la frente y yo suspiré-. Odio que estéis mal.
               -Yo también. Y siento muchísimo que te hayas visto en medio de los dos. Supongo que era para evitar esto por lo que Tommy no quería que yo estuviera con Eleanor-reflexionó, apartándome un mechón de pelo detrás de la oreja y volviendo a darme un beso en la sien-. La situación no es muy agradable, precisamente.
               -¿Me prometes que le darás otra oportunidad?-pregunté, mirando a mi hermano a los ojos. Tenía los ojos selváticos de mi madre: motitas de verde y dorado sobre un fondo marrón, como los troncos reinando sobre un bosque en el que se intuían las hojas deslizándose hacia el suelo y los rayos de sol acariciando las copas de los árboles, tan lejos que apenas eran pinceladas espolvoreadas aquí y allá.
               Asintió despacio con la cabeza.
               -Pero no me pidas que te comparta más de lo que ya lo estoy haciendo-ronroneó, cariñoso, achuchándome contra él-. Eres mi hermanita, y bastante te estoy cediendo ya-dicho lo cual, me pegó un mordisquito en la oreja. Dejé escapar un chillido del susto que hizo que Scott se echara a reír, y le di un empujón. Bastantes cosquillas me habían hecho ya ese día, aunque por supuesto no tenía pensado contarle nada de lo que había pasado esa tarde en casa de Alec. Creo que Scott se hacía una idea aproximada, y con eso era más que suficiente.
               A pesar de que se había mostrado comprensivo e indulgente conmigo, eso no quería decir que fuera a seguir en ese plan durante mucho más tiempo. Fiel a ser el chulito de la familia y con ganas de que nos lo pasáramos bien y devolver un poco de la normalidad que nos había arrebatado la extraña situación que estábamos viviendo (especialmente Scott y yo, que la vivíamos por dos frentes en lugar de sólo por uno, el del hogar, como les pasaba al resto de los Malik), salir de su habitación supuso un cambio para mi hermano con el que yo no me quedé atrás. Le di una palmada en el culo y él me siseó como una culebra, girándose hacia mí, y protestó cuando le hice un corte de manga. Ayudamos a Shasha, la encargada de hoy, a poner la mesa, y cuando toda la familia se hubo sentado a la mesa y el olor del picante impregnaba la habitación, mamá abrió de nuevo la caja de Pandora.
               -¿Qué le pasaba a Alec?-quiso saber mientras mojaba un nacho en salsa de queso-. ¿Por qué no se quedaba a cenar?
               -Está cabreado conmigo, no sé por qué-Scott se encogió de hombros y mamá clavó los ojos en él como si le acabaran de salir tres cabezas.
               -Pues ¡pídele perdón!-ordenó.
               -¿¡Yo, por qué, mamá!?
               -Porque te lo digo yo-zanjó mi madre, algo que celebré soltando una carcajada estruendosa. La situación era cómica, sobre todo porque yo sabía cuál era la realidad. De todas las personas del mundo, yo era la única que tenía el puzzle al completo.
               O,  bueno, quizá a esa hora ya lo habría descubierto también Jordan.
               -Yo lo sé-canturreé, y Scott clavó los ojos en mí.
               -¿Y por qué no me lo dices?
               -Porque es divertido saber algo que tú no sabes.
               Me eructó sonoramente en la cara, a lo que yo respondí intentando clavarle un tenedor en la mano, pero fallé por unos cuantos centímetros, lo que le dejó claro a mi hermano que mi intención real no era herirlo, sino simplemente asustarlo.
               -¡MAMÁ!-chillé, pero ella estaba demasiado ocupada fulminando con la mirada a papá, que se había echado a reír ante la osadía de su primogénito, como para ocuparse de mí.
               -Sea lo que sea lo que os pase, deberíais hablarlo-sentenció mamá, y papá asintió con la cabeza. Scott frunció el ceño.
               -Disculpa, madre, pero no sé si te das cuenta de que tu hijo no es al que estás defendiendo en esta situación. Te daré una pista: tu hijo es marrón. ¿Por qué te pones del lado del chico que no lo es?
               -A mí me gusta Alec para Sabrae-sentenció mamá-, se hacen felices. No entiendo el sentido de tu pregunta, Scott. Sinceramente.
               -Sólo digo que, bueno, habría que potenciar esto del orgullo pakistaní y todo ese rollo, ¿no?-soltó-. A fin de cuentas, todos somos mezclados en esta casa.
               -Scott, tu novia es blanca también-papá se rió cuando Scott se puso rojo como un tomate, consciente de que lo estábamos arrinconando entre todos.
               -Y el término correcto es “mestizos”, no “mezclados”-añadió mamá-, que no somos comida-le dio un bocado al nacho que sostenía entre los dedos.
               -Eleanor es mestiza también-replicó Scott-. Su madre es extranjera, ¿recuerdas?
               -Tú eres más inglés que Alec, Scott-le defendí-. Su familia es del continente, y nosotros, la última conexión que tenemos con Pakistán, la tenemos por nuestros abuelos.
               -Y Alec es taaaaaaaaaaaaan guapo-gimoteó Duna, apoyando un codo en la mesa y lanzando un suspiro tremendista.
               -No se ponen los codos sobre la mesa, Dundun-le recordó mamá.
               -Estáis deseando que me pire para poder meter a Alec en casa, ¿eh?
               -¿Por qué dices eso? Podríamos meterlo ya. Tú podrías dormir en el porche. Total-me eché a reír.
               -O podríais intercambiar habitaciones-sugirió Shasha-. La cama de Scott es más grande; así estaríais más cómodos.
               -A ti lo que te pasa es que no quieres escucharlos follar cada noche-replicó Scott, y Shasha se llevó un dedo a los labios, mandándolo callar.
               -Si Alec llegase a mudarse a vivir aquí, pronto la casa se nos quedaría pequeña-comentó papá.
               -Z, he vivido en apartamentos cuyos edificios eran más pequeños que nuestra casa.
               -Llevan dos meses de relación y la chiquilla ya ha tenido que tomar la píldora dos veces, Sher. ¿De verdad te crees que no se va a poner a parir como una coneja?-preguntó papá con suavidad, y yo me atraganté con el burrito mientras Scott y Shasha escupían el agua que estaban bebiendo y se echaban a reír.
               -¡Papá!
               -¿Qué? ¡Sólo estoy diciendo la verdad! Me da miedo pensar en qué pasará el día que os vayáis a vivir juntos.
               -Pues que habrá que ir a visitar su casa con un traje anticontaminación-aportó Shasha-, como los de Chernóbil.
               -¿Me estás llamando cerda? Porque yo soy la que más limpia en esta casa.
               -Sí, te estoy llamando cerda, pero no porque no limpies-respondió mi hermana, esbozando una radiante sonrisa. Scott estaba rojo como un tomate de tanto reírse. Por un momento pensé que decidiría cancelar lo del concurso y quedarse a vivir con nosotros hasta que Duna fuera a la universidad, como mínimo. Yo me las apañaría escogiendo una carrera que pudiera estudiar a distancia, en la Universidad de Londres, o a lo sumo miraría bonos de transporte para ir y venir de Oxford todos los días. Mamá había estudiado en Oxford, y yo no podía ser menos.
               Sentí una punzada en el corazón al darme cuenta de que mi hermano no iría a Oxford, como llevaba dando por sentado desde que le vi sumar dos y dos por primera vez (claro que por aquel entonces, sumar dos y dos me parecía mucho más complicado de lo que me parecía ahora), pero procuré ignorarla. Simplemente estaba feliz. Me había pasado la tarde con Alec, teniendo sexo, dándonos mimos y mostrándole que no había absolutamente nada roto con él, había comentado la situación con Scott y había descubierto que no había ningún tipo de resentimiento en mi hermano. Y mi familia estaba completa, sana, y feliz como siempre. Estábamos dispuestos a aprovechar todo el tiempo que nos quedaba, porque aunque fuera demasiado poco, siempre podíamos alargarlo riéndonos en lugar de llorando, lamentándonos porque el futuro se acercaba demasiado deprisa en lugar de celebrando que, al menos, sabíamos nuestra fecha de caducidad.
               Alec notó esa felicidad cuando, por la noche, me preguntó si me apetecía hacer videollamada y yo acepté. Aunque seguía queriendo aprovechar cada instante que me quedara en familia, eso no estaba reñido con enterarme de qué tal le habían ido las cosas con Jordan. De modo que me acurruqué en mi cama, que llevaba sin usar desde que me había sentado mal la píldora (Scott nos había ofrecido dormir con él a mis hermanas y a mí, y sobra decir que ninguna dejó pasar aquella oportunidad) y me acicalé un poco mientras esperaba a que Alec se conectara.
               -Hola-ronroneé, sonriente, cuando lo vi tirado en la cama, hecho una maraña de píxeles que poco a poco se iban haciendo más nítidos. Se había encendido un cigarro y todavía llevaba puesta una camiseta, lo que me indicó que aún no tenía pensado dormir. Me pregunté si estaría preocupado y por eso retrasaba su sueño.
               -Hola, bombón. ¿Todo bien por casa?
               Asentí con la cabeza y entrelacé los pies con un poco más de fuerza de la que estaba haciendo antes.
               -¿Tu hermano…?
               -Todo en orden-asentí con la cabeza-. ¿Y tú? ¿Has hablado con Jordan?
               -Bueno… más o menos.
               Puse los ojos en blanco y Alec bufó.
               -Sabía que ibas a hacer eso.
               -Define cómo podéis hablar “más o menos”, porque no lo entiendo. Quizá es algún rollo de machito del que yo no estoy al corriente.
               -Hemos hablado de ti-me reveló, y yo asentí con la cabeza-, y también un poco de lo que me pasa con Scott y Tommy, pero no me pareció… adecuado que lo tratáramos en profundidad si no estaban los demás presentes. A fin de cuentas, les afecta a todos.
               -Pero a mí me lo contaste-rebatí con suavidad. La verdad es que no me sorprendía que Alec quisiera hacer las cosas un poco a su manera, pero me seguía pareciendo más sensato que fuera desgranando la verdad como una foto. Su versión de los hechos era una granada, pero los dos teníamos puntos de vista diferentes: mientras que yo pensaba en la fruta, Alec se decantaba más por el artefacto.
               -Sí, pero contigo es diferente-contestó él, tumbándose sobre su vientre-. Tú ibas a ayudarme sí o sí.
               -Y Jordan también.
               -Sí, lo sé, pero… podía salirse un poco de madre. No sé, Saab. Prefiero hacerlo con todos, porque el problema lo tengo con todos, ¿entiendes?
               -Sí. Me parece bien. Yo te apoyaré siempre, recuérdalo-le prometí, y él sonrió.
               -Lo sé. Lo tengo muy presente, créeme, nena. Todavía tengo en mente lo que me dijiste cuando me cerré en banda con respecto a lo del sexo-comentó, y yo sonreí. Recordaba perfectamente mis palabras. Le había acariciado el pelo, lo había mirado a los ojos y le había susurrado: “dijiste que era una diosa a la luz del amanecer. Esa diosa puede ayudarte ahora”. Al parecer, había surtido efecto, pero no me esperaba que fuera tanto.
               Alec exhaló un profundo suspiro.
               -Necesito hablar con mis amigos-meditó-, pero no se me ocurre la manera de decidirme sin terminar echándome atrás. Y no quiero que me malinterpreten. Me dolería un huevo si creyeran que quiero quedar y a ellos no les apetece, como me pasó hoy con tu hermano.
               -A ver, Scott estaba irascible porque yo le había hecho una perrería de las mías. Nuestra relación funciona así, pero debería haberme dado cuenta de que no estaba el horno para bollos. Fui una estúpida, y te quería pedir perdón por eso. Si os enfrentasteis, en parte, la culpa es mía.
               -Oh, vamos, nena. Ni que nos hubieras puesto una pistola en la sien a cada uno para que nos desafiáramos-Alec puso los ojos en blanco.
               -Aun así, no fue lo más inteligente sabiendo que quizá…
               Alec cortó la videollamada y yo puse los ojos en blanco, pero no pude evitar reírme cuando volvió a iniciarla a los diez segundos.
               -Perdona, mi conexión a internet es bastante débil y cuando te oye diciendo gilipolleces, se corta.
               -Eres idiota-me eché a reír, sacudiendo la cabeza, y me deleité en cómo sonreía Alec mientras me escuchaba. Se había apoyado la mano en una cara y miraba la pantalla de su móvil con una sonrisa en los labios y los ojos chispeantes. Jo, cómo le quería. Incluso estando en su casa y yo en la mía, viéndolo en una pantalla minúscula, la conexión que nos unía era tan fuerte como el acero. Trascendía la distancia de una manera que no lo conseguían ni las ondas de radio.
               -Debería haber mandado a la mierda a Scott y haberme subido al carro cuando tuve ocasión. Ojalá estuviera ahí, contigo-murmuró.
               -Sí, pero si no lo hubieras hecho, no habrías hablado con Jordan.
               -Verdad-se encendió un cigarro-. Bueno, ¿me ayudas a pensar una encerrona para mis amigos?
               -¿Qué tal si les dices de quedar para ir a comer algo? Podríais ir de cena. Todo el mundo está de mejor humor cuando come, sobre todo tú.
               -También estoy de mejor humor después de follar, Sabrae-contestó, guiñándome un ojo.
               -Ya, pero yo no sé si me resistiré a ir contigo si tú me lo pides tras hacerlo, Al.
               -Mm-meditó, y luego asintió con la cabeza, a lo que yo fingí sorpresa.
               -¿No vas a pedirme que vaya contigo?
               -Esto es año que tengo que hacer yo solo, nena.
               Me encogí de hombros y asentí con la cabeza. No podía culparle por pensar así; lo cierto es que, si bien quería estar con él para darle ánimos y porque sabía que esto era muy importante para él, también sabía que, en el fondo, sería mejor que fuera solo. No debía estar siempre que se sacara las castañas del fuego, pues podía llegar a la errónea conclusión de que las cosas sólo le salían bien cuando estaba conmigo porque yo hacía que se lo mereciera, cuando no era así ni de broma. Le pedí que me hiciera un resumen de lo que había hablado con Jordan y él me contó a grandes rasgos la conversación, deteniéndose en las partes divertidas y tratando de pasar por encime en lo más emotivo, pero cuando yo le corregí y le dije que lo más emocionante era lo que de verdad me interesaba y en lo que más se tenía que fijar, en lugar de las chorradas que compartían Jordan y él, Alec se me quedó mirando unos segundos y confesó con un hilo de voz:
               -Es que… se me hace un poco raro hablar de estas cosas sobre mis amigos.
               -Tómatelo como una práctica-respondí, haciéndome una trenza con todo el pelo. Me había sentado a lo indio, con el móvil entre los pies, y había empezado a enrollarme el pelo con las manos hasta terminar preparándolo para una trenza. Pronto me iría a dormir, y no podía dejarme el pelo suelto, o se le metería en la boca a Duna-. Conmigo te resulta más fácil hablar de lo que sea, así que puedes ensayar para cuando hables con tus amigos.
               Alec parpadeó.
               -¿Qué haría sin ti, Sabrae?
               -Muchas cosas.
               -Sí, pero las haría solo, y triste.
               Sonreí.
               -¿Qué piensas decirles?


Tomé aire. Nunca pensé que mi grupo de amigos fuera a imponerme más que un grupo de chicas que bien podrían haberse escapado de un número de verano de la revista Sports Illustrated, pero después de lo que había pasado, sentía que podían mandarme a la mierda. Y estaba descubriendo por las malas que tenía un miedo al rechazo increíble. Cuando no estás acostumbrado a que te digan que no, las negativas son mucho más dolorosas, porque no sabes muy bien cómo encajarlas. La nebulosa de tus ilusiones se queda en eso: una nube de polvo estelar que no ha conseguido cuajar como estrella, y que se queda flotando en el espacio, deshaciéndose átomo por átomo durante eones.
               Scott y Tommy se habían girado en sus asientos y charlaban animadamente con Jordan, Tam, Max, Logan, Karlie y Bey sobre una excursión que estaban planeando al centro de Londres. Había que aprovechar ahora que aún podíamos ir todos juntos por ahí, y anunciaban una oleada de frío para esa tarde que, sin embargo, no venía acompañada de precipitaciones, así que sería el día perfecto para dar una vuelta por el centro, sorteando a los turistas y saltando de sala de recreativos en sala de recreativos. Quizá incluso pudieran ir a un escape room.
               -Estaría guay-rió Tommy-. Quizá nos sea útil para el concurso.
               Ahí estaba otra vez, el puñetero concurso. No dejaba de arderme en el corazón como la dentellada de un dragón con las fauces aún humeantes.
               -¿No os van a dejar salir?
               -A ver, se supone que no estamos encerrados, porque eso no es una cárcel, pero… no es que podamos pasear por Trafalgar Square si nos apetece, precisamente.
               -Bueno, seguro que os tienen en un estudio molón, como en los que graban Gran Hermano-comentó Tam, y Karlie la miró.
               -¿Te imaginas? Siempre he querido tener uno de esos sofás gigantes en los que caben tranquilamente treinta personas.
               -En IKEA los venden. Alec y yo estuvimos montando uno el otro día. No sabéis el trabajo que dan, los hijos de puta.
               -Y necesitarías vivir en una mansión-me escuché decir, y todos se me quedaron mirando. Me achanté un poco bajo su escrutinio, pero como no noté ningún tipo de hostilidad hacia mi persona, me empujé a mí mismo a continuar-. Es increíble lo mucho que ocupan. Pero… sí, supongo que son chulos.
               -¿Creéis que en algún piso del centro se podrá poner uno?-inquirió Tam, y Karlie la miró desde abajo.
               -¡Dios! ¡Ojalá! Cuando te cojan para la Royal y tengas que mudarte, espero que pongas uno y me dejes ocupar tu salón.
               -Claro, boba-respondió Tam-. Siempre habrá un hueco para ti en mi casa. Pero, bueno, para eso me tienen que coger primero en la Royal.
               -¿Qué dices, Tam? Venga, si Beyoncé llora cada vez que te pones a bailar-se rió Max.
               -La de verdad-apuntó Logan.
               -¿Acaso yo soy de mentira?-inquirió Bey.
               -¡No te celes, Reina B!
               -Es que… ¡es mi sueño, chicos!-insistió Karlie, dejándose caer sobre Logan en un gesto teatral-. Siempre les insisto a mis madres para que me dejen coger uno, pero ni por esas. Con lo bonito que quedaría en nuestro salón… quizá un poco justo.
               -Hay de varios tamaños. Jordan y yo hemos llegado a montar… ¿cuatro?
               -Cuatro o cinco, sí.
               -En el IKEA de al lado del New Eden. Eh…-vamos, Alec, dilo, dilo-. Si os apetece, podríamos ir esta tarde-comenté, y se me quedó la boca seca al sugerirlo. Los chicos permanecían en silencio, expectantes-. Digo, si queréis, claro. O sea… yo necesito ir para comprarle pienso a Trufas, que el animal es tan tiquismiquis que… bueno. Eso. Que si queréis… bueno, y si queréis que vaya, claro está…
               -¿Cómo no vamos a querer que vengas, Al?-preguntó Bey, incrédula, y se me levantó un poco el ánimo. Un poco, nada más, porque ella era mi mejor amiga y estaba claro que siempre saldría en mi defensa.
                -A mí me parece un plan cojonudo-aportó Scott-. Ya sabéis lo mucho que me mola ir a IKEA-sí, era verdad. Cuando lo expulsaron, una de las primeras cosas que hizo para entretenerse estando en casa fue ir y comprar un escritorio de pared para su hermana. Lo había montado esa misma mañana, todo eso antes de que Sher volviera del trabajo, así que imagínate la pasión de Scott, si es capaz de encontrar un escritorio en el laberinto que es un IKEA.
               -A mí me apetecía comprar algún libro para la primavera-meditó Bey, tocándose la barbilla-. Un día, hablando con Sabrae, mencionó que ella y sus amigas visitan mucho la parte del jardín interior de la biblioteca, y me he dado cuenta de que jamás la hemos visitado. Estaría genial tumbarse en una de las hamacas climatizadas a leer un libro de poesía.
               -Eres una friki, Bey-rió Tommy.
               -¡Perdona! Tengo inquietudes culturales. No todos hemos nacido bilingües y ya nos creemos con el cupo cubierto, querido.
               -¿Me estás llamando analfabeto?
               -Menos con Bey-urgí yo, señalando a Tommy con un dedo acusador. Max intervino.
               -Ahora que lo decís, Bella lleva varias semanas quejándose de que la silla de su escritorio cojea. Quizá sea hora de que la cambie.
               -Y yo me he quedado sin velitas aromáticas-gimoteó Karlie.
               -¿Las de frambuesa?
               -Uf, sí. Huelen genial.
               -Tienes que probar las de orquídea blanca de Primark. Son el paraíso. Oye, ¿y si también vamos a Primark?-pidió Tam.
               -A mí me apetece comprarme un pijama. Hay que estar presentable para la televisión nacional-reflexionó Tommy, y Scott lo miró.
               -Tío, no nos van a sacar en pijama.
               -Ya lo sé, imbécil, pero, ¿y si no tenemos dormitorio privado? ¿Y si tenemos que compartirlo con otra gente? No quiero tener que pasearme por las zonas comunes con mi pijama de rayas. Es de viejo.
               -A mí me parece elegante-comentó Tam.
               -Sí, elegante si tu nombre está compuesto de siete palabras y llevas un “tercero” al final-replicó Tommy-. Si no, ya me dirás tú. No quiero vestir como un puto burgués.
               -Tommy, tu padre tiene varios Grammys en casa.
               -Pts. Eh-Scott levantó la mano en dirección a Logan, que se estaba riendo-. Dirás un Grammy. El del padre con talento soy yo.
               -Vete a la putísima mierda, Yasser.
               -No me llames así, Thomas, porque todavía te hostio-ladró Scott.
               -Bueno… entonces, ¿salimos hoy?-pregunté con timidez, y un murmullo de aprobación deshizo el nudo en mi estómago-. Guay, porque, eh… bueno, no sé si tengo que trabajar, dependiendo de la demanda, pero, quizá… quizá podríamos ir a cenar. Es decir, si os parece bien.
               Los chicos se miraron entre sí. Por un angustioso momento, pensé que Tommy y Scott se echarían para atrás, porque claro, tenían que cenar con sus familias. No había tiempo que perder, y estar con sus amigos no era perder el tiempo, pero estar conmigo sí.
               -Llevo con ganas de unas costillitas del Foster’s cerca de un mes-comentó Scott, y Tommy se echó a reír y le dio una palmada en la espalda.
               -Fíjate, el musulmán practicante.
               -No voy a dejar de follar y emborracharme sólo porque Alá piense que eso está mal. Si no quería que lo hiciera, que no hubiera dejado que se inventaran las cervezas o que no hubiera hecho a las mujeres tan guapas. O al cerdo tan delicioso.
               -O pedimos las bolitas de queso con chile o yo no voy-sentenció Bey, y yo la miré.
               -Estás mal de la cabeza si piensas que voy a ir al Foster’s y no voy a pedir bolitas de queso con chile, Beyoncé.
               -¡Genial! Voy a mirar los buses-celebró Logan, levantando las manos-. Vamos a ver, tenemos Ikea, Primark, y visita a alguna librería. ¿Algo más?
               -Apunta el Foster’s, o Alec se cabrea-instó Scott, riéndose.
               -No te preocupes, que no se me olvida-le reté, y él siguió riéndose más fuerte.
               -Vale, ¿algo más?
               -Deja los recreativos con un interrogante-apuntó Max.
               -De interrogante nada. Subráyalos, Log. Os voy a pegar una paliza a air-hockey, panda de machitos, que os vais a enterar.
               -¡Chicos contra chicas!-festejó Karlie.
               -Sí, aprovechad el único juego en el que sois mejores que nosotros-les picó Tommy, y yo me estremecí. Teníamos plan, después de todo. Ahora quedaba la parte más complicada: sincerarme con ellos y pedirles perdón de forma honesta, pero no humillante.
               Mi nuevo lema esa tarde se convirtió en algo sencillo: por Dios, Alec, hagas lo que hagas, no llores. Me lo repetí a mí mismo una y otra aquel mantra como si fuera la Verdad Absoluta, e hice todos los esfuerzos necesarios para tratar de interiorizarlo.
               Estaba nerviosísimo. Apenas pronuncié palabra durante todo el trayecto en bus, pero lo bueno de que fuéramos impares (Diana había quedado con Mimi, Eleanor y Sabrae, así que no acompañó a Tommy) era que si yo no colaboraba en ninguna conversación, nadie quedaría suelto. Mientras mis amigos daban gritos en el bus, yo le enviaba mensajes a Sabrae, suplicándole que viniera, que no me dejara hacer cosas solo nunca más, que me dijera qué era lo que debía hacer.

Tú puedes, sol simplemente sé tú mismo, a mí me basta con eso❤❤

               Ya, pero tú y yo follamos, me habría gustado decirle. Sabrae veía literalmente la mejor versión de mí mismo. Mis amigos tenían que conformarse con mi yo vestido y fantasmón.
               Fuimos primero a la librería de Bey, en la que terminó comprando un libro de un escritor japonés con el que se había obsesionado las últimas Navidades, Murakami. La acompañé dócilmente mientras pasaba los dedos por los lomos de cada libro en las estanterías, una costumbre un poco antihigiénica pero también inofensiva. Los demás desaparecieron momentáneamente, lo cual me puso bastante tenso: ¿y si no volvían?
               -No sé cuál llevarme-había gemido Bey.
               -El más barato-le había respondido, mirando en derredor, intentando adivinar si las dos coronillas que había asomados
               -Al, cuestan los dos igual.
               -Pues el más gordo-contesté, pues ése era mi criterio comprando alcohol: primero el más barato, y luego el que tuviera más graduación-. Así te cobran menos por página.
               Bey me había llevado hasta la línea de caja solo para decidir en el último momento que al final quería los dos.
               -¿Te importa ir a por él?
               -Es que no me fijé en el título.
               -“Baila, baila, baila”. Te espero aquí.
               -¿Y no puedes ir tú, y ya lo pago yo?
               -Voy a pagar con tarjeta-contestó ella, y me hizo ojitos, así que yo asentí con la cabeza. Jamás en mi vida me había dado tanta prisa buscando nada como lo hice con aquel puñetero libro. Algo en mi interior me susurraba que debía darme prisa, o mis amigos se irían sin mí. Mi alivio cuando regresé a la línea de cajas fue evidente y los vi allí a todos, esperándome, fue evidente.
               -Vaya, Al, no te hacía yo un lector empedernido-se cachondeó Jordan, y yo respondí encogiéndome de hombros y tendiéndole el libro a Bey, que me agradeció el recado con un beso en la mejilla un pelín más cálido que los últimos que me había dado, porque ahora, a diferencia de las últimas veces, sí se alegraba de que estuviera cerca de ella. Aunque sólo fuera porque le había resultado útil.
               Al siguiente sitio al que fuimos fue a Primark. Las chicas empezaron a atosigarme con un montón de camisas que estaban de oferta, y me pusieron ojitos cuando yo les dije que no pensaba comprar nada.
               -Bueno, aun así, pruébate una-instó Bey, lanzándome la primera que se le puso a tiro.
               -¿Para qué?
               -Pues para ver cómo te queda.
               -¿Para qué quieres ver cómo me queda? Tengo camisas de sobra.
               -Alec, pruébate algo o te monto un pollo-amenazó, y yo arrastré los pies en dirección a los probadores mientras Bey me seguía (le tuvo que jurar a la dependienta que no íbamos a hacer nada, a lo que yo contesté un sardónico “ya quisiera ella”), y cuando terminé con la estúpida sesión de modelos y dejé la camisa en la percha, nos juntamos de nuevo con los demás. Karlie había comprado dos velas guardadas en unos tarros con esmalte en tonos pastel, lo que hacía que Tam prácticamente revoloteara a su alrededor. Tommy también había encontrado su pijama, que me enseñó sin sacarlo de la bolsa.
               -Es que la dependienta me lo ha doblado muy bien-comentó.
               -¿Has comprado algo más?-quise saber, porque le habían dado una bolsa mediana y el pijama estaba prácticamente al ras. Tommy pestañeó.
               -No, ¿por qué lo dices?
               -No sé, es que está raro.
               -Es que me han dado unos folletos de oferta.
               -Ah.
               -Luego, si quieres, te los doy.
               -¡Menos cháchara y más ir a IKEA!-tronó Karlie. Prácticamente corrió entre la gente cuando llegamos a las puertas giratorias, y subió las escaleras de dos en dos, sorprendiéndome con la fuerza que exhibían sus largas pero delgadas piernas, que eran como churros de piscina: de longitud suficiente como para mantenerte a flote, pero no lo bastante gruesas como para que te hicieran daño si te pegaban una patada. Jordan y yo condujimos a Karlie hasta la zona de los sofás mientras los demás se desperdigaban (llevar a Tommy al IKEA era un verdadero peligro porque era imposible sacarlo de la zona de las cocinas). Karlie hizo el paripé de probar los sofás sentándose, tumbándose e incluso acurrucándose sobre todos y cada uno de ellos mientras yo rondaba por las esquinas de la sección, en busca de mis amigos. Después de que Max llegara con un lápiz y un papel anotando dónde se encontraba la silla que quería coger a su novia, me pidió que le acompañara a buscarle un regalo.
               -A mí no se me da bien elegir regalos.
               -Eso no es cierto-discutió Max, y me arrastró prácticamente a la zona de decoración. A cada cosa que me preguntaba cuál me gustaba más, yo siempre le respondía que la azul, incluso cuando no había azul-. Le llevaré una flor-sentenció por fin, y tras elegirle una rosa con maceta y todo, nos encaminamos a la caja, sólo para encontrarnos allí a Tommy y Scott, llevaban consigo una orquídea más alta que Sabrae.
               -Es para mamá-explicó Scott, y yo asentí con la cabeza.
               -Menos mal, porque no creo que un estudio de televisión tenga mucha luz para una pobre planta, así que Eleanor tendría que dejársela en casa.
                Jordan, Logan y las chicas nos esperaban a la salida. También cargaban con bolsas.
               -¿Qué has cogido?-le pregunté a Jor.
               -Eh… pilas. Para los mandos de las consolas.
               -Van con batería.
               -Quería decir el mando del equipo de música.
               -Ah. Tampoco es que lo usemos mucho.
               -Seguro que es porque no teníamos pilas. Ahora lo usaremos más.
               -¿Cuánto ha sido?
               -Es igual.
               -Jordan-protesté.
               -Está en mi parcela-me recordó, y yo me quedé callado.
               -Bueno, ¿recreativos o cena?-preguntó Scott, palmeándose el estómago, a lo que Karlie replicó:
               -¿Paliza o costillitas?
               -Sí, la pregunta ha sido una puta gilipollez-admitió mi amigo, y fue marcando el rumbo sosteniendo en alto la flor para que la gente no la dañara. Nos colocamos a la cola del Foster’s, y cuando una de las camareras les dijo a las gemelas que tendríamos que esperar más de media hora, Scott y Tommy se abrieron paso por nuestro grupo. Creo que nunca, en la vida, les había agradecido tanto que se aprovecharan de sus apellidos como para colarnos como se lo agradecí entonces. Notaba cómo la ansiedad subía por mi estómago, borboteando como lava hirviendo y amenazando con hacerme vomitar.
               -Hola, guapa-ronroneó Scott, inclinándose sobre la hoja de reservas-. ¿Seguro que no nos puedes hacer sitio?
               -Esto…
               -Mira, llevamos toda la tarde de compras y estamos súper cansados. Tienes una mesa ahí, en una esquina, que nos vendría de perlas-señaló Tommy, y la chica casi se desmaya cuando lo escuchó hablar-. Seguro que los estirados que se supone que van a ocuparla no se van a dejar tanta pasta como nosotros. Propina incluida.
               Calculé mentalmente cuánto tendríamos que dejarle de propina a la pobre chica, a la que le estaba dando una embolia, para compensarle todo el daño cerebral a que Scott y Tommy la sometían.
               -Ni te conseguirían autógrafos.
               -Oh, no, ni de broma.
               -¿Qué famosos te gustan?
               -Pues… pues…
               -Puedes pensártelo mientras cenamos-Tommy le dedicó una radiante sonrisa, y la chica se sujetó a los bordes de su atril-. No hay ninguna prisa.
               -Mis jefes me van a matar-jadeó, cogiendo unas cuantas tablillas con el menú del restaurante. Todo mi grupo vibró. Yo, el que más. Me acercaba al matadero. Me iban a servir a mí a la brasa como plato principal.
               -Mi madre es la mejor abogada de toda Inglaterra. Si te echan, te conseguirá una indemnización.
               -Realmente me gusta este trabajo-respondió la chica, dejando que nos sentáramos y colocando los menús frente a nosotros. No se me escapó la mirada que me lanzó. Como si me… reconociera. Y entonces, caí en la cuenta. Si conocía a Scott, seguro que también conocía (y probablemente seguía) a Sabrae. Sabrae era la que más contenido daba en las redes sociales, subiendo fotos y vídeos de su familia, incluido su padre, que hacían que las fans de Zayn la tuvieran como favorita en los ránkings de sus hermanos. Por mucho que Scott fuera idéntico a él de joven, seguía manteniendo una esfera de privacidad que para Sabrae, simplemente, no existía.
               Y yo estaba en esa esfera inexistente.
               -¿Para beber?-preguntó la chica, y después de que varios pidieran cerveza, yo me animé a pedirla también. Por Dios, Alec, hagas lo que hagas, no llores.
               Pedimos entrantes para compartir entre todos y un plato principal cada uno también para hacer fondo común. Evidentemente, entre los entrantes estaban las bolitas de queso. Yo cogí una y me la quedé mirando. Tenía el estómago cerrado.
               Por Dios, Alec, hagas lo que hagas, no llores.
               Miré a mis amigos, que alborotaban como si estuviéramos de fiesta. En cierto modo, así era, y a mí me dolía en el alma no poder participar de su celebración.
               Al otro extremo de la mesa, vi que Scott se me quedaba mirando. Y, a continuación, Tommy.
               -No has probado bocado, Al.
               Por Dios, Alec, hagas lo que hagas, no llores.
               Todos se giraron y se me quedaron mirando.
               Por Dios, Alec, hagas lo que hagas, no llores.
               Tomé aire y lo solté muy lentamente, repitiendo lo que Sergei me había enseñado a hacer cuando me enfrentaba a un rival peligroso que me tenía acojonado. Baja las pulsaciones, o él no necesitará tumbarte. Tú mismo te caerás.
               Por Dios, Alec, hagas lo que hagas, no llores.
               -¿Estás bien, Al?
               Tragué saliva, respiré hondo, y me estremecí cuando Bey me puso una mano en la pierna.
               -Osito-musitó. Por Dios, Alec, hagas lo que hagas, no llores. Por Dios, Alec, hagas lo que hagas, no llores. Por Dios, Alec, hagas lo que hagas, no llores.
               POR DIOS, ALEC, HAGAS LO QUE HAGAS, NO LLORES.
               -Soy un mierdas-empecé, y todos se quedaron callados-. Y no os merezco. Soy muy consciente, pero yo… os quiero muchísimo-jadeé. Me ardían los ojos.
               Por Dios, Alec, hagas lo que hagas, no llores. Clavé los ojos en Scott.
               -A todos. Y pensar que… os vais a ir… me tiene hecho mierda. Llevo varios días rabioso con vosotros-miré a Tommy, y de nuevo a Scott-, sólo porque vais a aprovechar una oportunidad que os da la vida y que… bueno… creo que también os tengo envidia, porque a mí eso no me va a pasar jamás. Y soy un amigo de mierda, porque en lugar de alegrarme porque por fin os pasa algo que os merecéis, en lo único que puedo pensar es en que jamás me va a pasar a mí.
               -¿Sabes quién es un amigo de mierda?-respondió Scott, atravesándome con la mirada-. Yo-respondió, dejándome a cuadros-. Porque ayer viniste a mi casa, te vi hecho mierda, y en lugar de insistirte para que te quedaras a cenar, dejé que te fueras, sabiendo que no estabas bien.
               -Yo también soy un amigo de mierda-añadió Tommy, y clavé los ojos en él-. Porque no hago más que hablar del programa como si fuera lo mejor que me fuera a pasar nunca. Y lo mejor que me va a pasar nunca sois vosotros-nos miró a todos, uno por uno.
               Por Dios, Alec. Hagas lo que hagas… deja de guardarte las cosas para ti. No revientes, tío. Ya valió.
               Y me eché a llorar. Fue justo ahí. Los chicos nunca, jamás, me habían visto llorar. Ya me guardaba yo de que lo hicieran. No es que me pasara la vida llorando, ni mucho menos, pero me resultaba imposible no emocionarme pensando en lo mucho que les quería, lo mucho que me importaban, lo necesarios que eran todos en mi vida… y lo feliz que me hacía saber que yo era igual de esencial para ellos. Todos me pidieron disculpas por haber dejado que me consumiera en lugar de confrontarme mucho antes, cuando no estuviera tan desgastado psicológicamente. Bey me cubrió de besos, llevándose con sus labios cada una de mis lágrimas, y me acarició la espalda.
               -Yo… yo no sé qué me pasaba.  Os lo juro. Si pudiera dejar de ser un crío, dejar de resolver todas mis idas de olla emocionales follando con la primera que se me pone por delante en lugar de…
               -¿Cómo que la primera que se te pone por delante? ¿Le has puesto los cuernos a Sabrae?-espetó Bey, incrédula, y yo la miré, acongojado. Estaba demasiado atacado como para corregirla-. ¡Por Dios, Alec! ¡Ése es tu problema! ¡Deja de follarte a zorras que no te valoran y que sólo te quieren por el sexo y te preocupas de estar con chicas que de verdad te quieren y les gusta cómo eres y te tratan como una persona, que es lo que hace Sabrae! ¡Por eso piensas tan mal de ti mismo, porque…!
               -Bey-rió Scott-, deja al crío. La única persona que ha seguido ahí para él incluso cuando ni siquiera estábamos nosotros ha sido mi hermana. Por eso ayer vino tan combativa, ¿eh, Al? Le echaste uno de esos polvos tuyos que volverían loca incluso a una puta-sonrió, y yo asentí con la cabeza.
               -Sabrae… ella fue la que me hizo darme cuenta de que me estaba comportando como un niñato. Os quiero un montón. A todos y cada uno de vosotros. Yo… no sabéis lo horrible que puede llegar a ser vivir dentro de mi cabeza. Pensé que no sobreviviríamos a esto. Me convencí a mí mismo de que no la quería, de que no os quería a vosotros, de que estábamos juntos para que yo no estuviera solo, de que era una carga… de que me iba a África para que no me doliera cuando pasarais página de mí.
               -¿Pasar página?-preguntó Tommy-. Al, no se puede contar la historia de mi vida sin contar también la tuya.
               -Sí, eres esencial lo mires por donde lo mires-asintió Tam.
               -No nos va a pasar nada. Scott y Tommy se van como de vacaciones. En verano seguimos siendo amigos, aunque no estemos todos en el país.
               -Pero… cuando Scott y Tommy se pelearon… creía que el grupo estaba acabado. Que íbamos a ser… después de esto, los Siete Restantes.
               -Cuando Scott y yo nos peleamos nos volvimos los unos contra los otros porque había muy mal rollo. Pero S y yo nos vamos unas semanas, y lo hacemos de buenas. Joder-sonrió-, yo creo que nunca hemos estado tan bien como estamos ahora, ¿no crees, S?
               -Sí. Ni en casa, ni nosotros dos, ni con vosotros, ni con nuestras novias.
               -Es normal que tengas miedo de que vuelva a pasarnos lo que nos pasó-susurró Bey, acariciándome el pelo-, pero hazlo cuando seamos todos ancianitos y nos empecemos a poner viejos, ¿vale? Lamento informarte de que te queda mucho que aguantarnos. Los Siete Restantes van a tener que esperar.
               Me la quedé mirando.
               -¿Me lo prometéis?
               Bey sonrió. Asintió con la cabeza y me dio un dulce beso en la mejilla, con sus dedos masajeándome los hombros.
               -Cómo nos vamos a alejar de ti, Al-sonrió Scott, mordisqueándose en el piercing-, si tienes escrito en la cara que nos vas a robar a las fans a Tommy y a mí. Ser yo no es interesante si no tengo competencia, y tú eres el único que me puede hacer competencia.
               -Sí, y yo me voy a quedar ahí para verlo-comentó Tommy, sonriente.
               -A mí me interesa más la parte en que se vuelve un animal doméstico y absurdamente monógamo-rió Max-. ¿Habéis visto la cara que ha puesto cuando Bey le ha dicho lo de ponerle los cuernos a Sabrae?
               -Fíjate, pues la razón por la que yo no me voy a alejar de él es porque, si me dio un morreo estando borracho, significa que estando sobrio tiene ganas-se cachondeó Logan, acodándose en la mesa-. Y estoy soltero y entero, chico.
               -Alguien tiene que bailar conmigo para que pueda perrearle cuando son las seis de la mañana y todo el mundo está ya muertísimo-rió Tam.
               -O acercárseme y presentarse cuando me paso dos días sin ir a clase por los viajes de mis madres-sonrió Karlie.
               -Yo necesito a alguien que me robe los auriculares inalámbricos cuando vamos al gimnasio. ¿Qué voy a hacer con dos pares, si no?-comentó Jordan. Miré a Bey, que había apoyado la mejilla en mi hombro.
               -¿Por qué razón completamente altruista y honorable vas a quedarte tú a mi lado?-pregunté.
               -Yo no podría alejarme de ti ni aunque quisiera. Siempre vas a ser mi primer amor, Al. El chico con el que me habría gustado perder la virginidad.
               Le di un beso en la frente y luego fingí pensármelo.
               -Respecto a eso… Sabrae es bisexual, y está abierta a experimentar. ¿Hace un trío?
               Bey se echó a reír.
               -Sabrae es una chiquilla.
               -Una chiquilla que te ha robado el novio-espetó Tam, y Bey la fulminó con la mirada.
               -Tienes este apasionante don de cargarte los momentos emotivos, Tamika…
               -Bueno. ¿Vas a seguir llorando porque nos quieres mucho?-preguntó Tommy-. ¿O ya podemos comer?
               -No lloraba porque os quisiera mucho-respondí, sorbiendo por la nariz-. Lloraba porque las bolitas de queso están deliciosas.
               -Si ni siquiera las has probado.
               -Calla y come, Thomas.
               -Alec Whitelaw-anunció Scott, posando su vaso sobre la mesa-. Puedo pasar por muchas cosas. Que le pongas los cuernos a mi hermana, que me cruces la cara de una hostia, que intentes levantarme a todos los ligues desde que tengo uso de razón, o que intentes infiltrarte en mi familia y hacer que Sabrae muera con tu puñetero apellido de blanco privilegiado. Pero lo que no pienso tolerar, bajo ninguna circunstancia, es que llames a don Thomas Louis Tomlinson aquí presente, “Thomas”. “Thomas” lo llama su madre, que para eso lo parió, y yo, que para eso lo aguanto. Y nadie más. ¿Está claro?
               -Vaya lo que me quieres, ¿eh, Yasser?
                Scott fulminó a Tommy con la mirada.
               -Pensándolo bien, Al… llámalo como te salga de los cojones. Y, por favor, no nos votes. No nos votéis ninguno. A ver si con un poco de suerte nos echan en la primera semana de programa, y no tengo que verle el careto más que lo estrictamente necesario
               -No nos van a echar la primera semana. Tenemos a Diana.
               -Otra razón para que yo derrame lágrimas-espeté, acercándome mi cerveza. Tommy me fulminó con la mirada mientras Scott se reía. Y después de estallar en una sonora carcajada que hizo que todo el mundo se girara para mirarnos mal, entrechocamos nuestras copas para sellar aquel pacto: seríamos los Nueve de Siempre, y nunca los Siete Restantes, incluso cuando ocho estuvieran en la tumba y sólo quedara uno.
               Y, por Dios, Alec, no seas tú el uno que queda.


Supe que ya lo habían arreglado y Alec ya estaba bien de la misma manera que Scott supo que a Tommy le había pasado algo hacía tan solo un mes. Algo dentro de mí me lo dijo. Una leve vibración en el aire que percibí por el rabillo del ojo, una nota que dejaba de sonar en el momento justo en que yo la escuchaba, un cosquilleo que notaba en la nuca.
               Todo volvía a encajar. El mundo estaba en equilibrio de nuevo, y menos mal. No podía esperar a verlo volver, feliz y brillante y cálido, un sol literal y metafórico, para que me sonriera y me dejara probar esa felicidad que tan bien sabía de sus labios. Si había una persona en el mundo que se mereciera ser feliz, ése era Alec.
               Celebré como nadie cuando se dejó caer por casa para saludarme, en una sintonía con mi hermano como yo le había visto tener siempre. Se rió cuando me abalancé sobre él y lo estreché con mis brazos, se echó a reír cuando yo me eché a llorar y empecé a pegarles por lo mal que me lo habían hecho pasar, y no necesitó que se lo pidiéramos más veces cuando le invitamos a cenar. No dejé de comérmelo a besos; su energía positiva resultaba adictiva a la par que contagiosa.
               Me dejó disfrutar a solas de mi hermano y yo le dejé disfrutar a él, construyendo poco a poco piso en esta relación nuestra, tan sana como un árbol y tan inmensa como un palacio de cristal, en el que no hubiera rincón alguno para que se escondiera la oscuridad.
               Claro que siempre había hueco para un par de secretos cuyo único objetivo era la ilusión. Por eso sonreía en el espejo de mi habitación aquella noche, después decirle que había quedado con mis amigas y que no podía ir con ellos por ahí.
               Porque mañana era cinco de marzo.
               Mañana era el día que Alec cumplía la mayoría de edad.




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1 comentario:

  1. Me ha parecido un capítulo super importante y trascendental para la historia. No sólo Alec se ha abierto completamente y se ha mostrado vulnerable con todos sus amigos sin mostrarse temeroso, sino que además es como si poco fuese floreciendo cada vez más y es que joder da gusto ver como narraba hace treinta o cuarenta capítulos y como lo hace ahora, es un character development de la hostia. Me ha gustado mucho los pequeños guiños que se iban haciendo durante la salida de como los amigos consciente o inconscientemente lo iban incluyendo en la toma de decisiones o le pedían ayudan haciendolo sentir importante. El momento en el que por fin se ha sincerado me ha hecho sonreír y llorar como una idiota porque mientras se repetía asi mismo el mantra de no echarse a llorar a mi se me aguaban mas los ojos. Adoro a este chaval con todas mis fuerzas y realmente no recuerdo firmemente la ultima vez que quise tanto y senti tanto a un personaje dentro de mí como a Alec.

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