domingo, 26 de abril de 2020

Amo y señor del universo.


Quedan 37 minutos de día, pero sólo quería deciros que hoy es el día que NACE SABRAE!!!!! CELEBREMOS CON ESTE CAPÍTULO!!!🎆🎆🎆🎆

Sospeché que mi madre ya se imaginaba que iba a pasar muy poco por casa durante mi cumpleaños, porque si a duras penas podía darse la circunstancia de que se me cayera el techo de la casa encima, en mi cumpleaños tenía más energía que nunca que por algún lado tenía que salir.
               Decir que estaba eufórico era quedarse muy corto. Después de lo que a Sabrae se le había escapado al final del recreo, me moría de ganas de volver a verla. No pudo ser a la salida, pero yo ya me esperaba que hiciera lo imposible por escabullirse, incluso si dentro de eso estaba el dejar tirado a Scott para ir corriendo a casa. Ya la martirizaría bastante su hermano.
               Eso sí, estaba decidido a no dejar que se me escapara durante la noche, convirtiendo mi fiesta de los 18 en un momento épico de mi vida que sería incapaz de olvidar, ni aunque me sometieran a un tratamiento de electrochoque condenadamente eficiente. Bebería hasta emborracharme, bailaría hasta que me dolieran los pies, la besaría delante de todo el mundo hasta dejar de sentir los labios, y me la llevaría a la sala violeta en la que la había hecho mía por primera vez, hacía unos pocos meses, cuando mi vida aún no había dado un giro de 180 grados.
               No obstante, todavía debía esperar un poco, y mentiría si dijera que no me parecía mal. La espera hacía todo más dulce, me permitía recrearme en las expectativas que me iba creando sin ningún tipo de miedo: ahora que confiaba como nunca antes en los lazos que me unían a las personas a las que quería, sabía que podía soñar despierto sin miedo a que ellos me decepcionaran. No lo haría. De la misma manera en que planificas al detalle un viaje que ansías y disfrutas tanto como viviéndolo, yo me regodeaba en las cosas que pensaba hacer durante la noche.
               Por primera vez en mucho tiempo, me regodeaba en lo que aspiraba, y que Sabrae no estuviera conmigo no lo hacía todo peor, sino mucho mejor. Su compañía sería un regalo, el mejor que podían hacerme.
               Aunque la verdad es que el listón estaba bastante alto.
               Después de comer y de dar buena cuenta a la tarta que mi madre había ido a recoger a la mismísima pastelería de los padres de Pauline, me tocó abrir los regalos que me había hecho mi familia. Mi hermana se revolvió en el asiento, nerviosa, mientras rasgaba el papel de colores de una caja que contenía una pequeña plataforma carga portátil cuya batería se llenaba con la energía del sol. Me quedé mirando a Mimi, estupefacto.
               -Para cuando vayas a Etiopía-sonrió, apartándose un mechón de pelo de la cara-. Así no te quedarás sin batería en el móvil nunca, y podrás mandarme un millón de fotos de tu fea cara mientras se te va poniendo morena-su sonrisa titiló un segundo, y yo me di cuenta de lo difícil que iba a ser para ella quedarse en casa, con papá y mamá, mientras yo me iba al otro lado del mundo. Mimi no estaba acostumbrada a que yo estuviera en casa, sí, pero lo poco que estaba era tiempo que aprovechábamos juntos en mayor o menor medida. No tenerme por las noches para ver una serie o hacerme de rabiar, o no pincharme para empeorar mi mal humor mañanero era algo que se le haría cuesta arriba.
               Me incliné y le di un beso en la mejilla.
               -Gracias, Mím. Te quiero un montón, enana-le acaricié el costado y ella sonrió, complacida por las atenciones. Puede que también sintiera uno poco de celos de Sabrae, ahora que ella era la nueva chica de mi vida. Claro que eso no significaba que Sabrae fuera a ser la única; mi hermana siempre tendría un hueco en mi corazón, y eso no cambiaría jamás. Mimi se estiró para coger otro paquete, con el característico papel de regalo marrón propio de la librería a la que había acompañado a Bey hacía unos días. Al abrirlo, me encontré con una pequeña guía de viaje de Italia, y levanté la vista para mirar a mi hermana.
               -Para que te sirva de motivación-explicó, esbozando una sonrisa que claramente buscaba camelarme. Debería haberme sentido culpable por las esperanzas que Mimi aún depositaba en mí para que aprobara el curso y mamá y Dylan nos regalaran el viaje a Italia al final, pero su fe ciega en mí me conmovió-. Tiene un diccionario de italiano al final-explicó, señalando las últimas páginas, de bordes de un color diferente al resto-, para que vayas practicando.
               -Bueno, ya tengo algo que hacer en mis ratos libres en África-bromeé con cautela.
               -Alec, te vas a graduar este año-sentenció mi madre con disciplina-; no vas a perder el curso.
               -Ya lo veremos.
               -Ya te digo yo que lo veremos.
               -Es mi cumpleaños-le recordé-. No puedes echarme la bronca hoy. Es moralmente reprochable.
               Mamá puso los ojos en blanco pero esbozó una sonrisa, la típica sonrisa indulgente de cuando sabes que tu hijo adolescente (bueno, técnicamente no tan adolescente) lleva razón.
               Tengo que decir que mi entusiasmo con los regalos fue en aumento, y cuando mis padres me entregaron el suyo, grité de la emoción y salté de la silla para abrazarlos y comérmelos a besos a ambos. Por eso, también, estaba de un humor estupendo. Troté a casa de Jordan para compartir con él las noticias, y de paso pasar con él la tarde, y aporreé su puerta con ímpetu hasta que me la abrió.
               -Al, tío, ¿qué bicho te ha…?-empezó, sacándose el cepillo de dientes de la boca.
               -¡ADIVINA QUÉ!-exclamé, extendiendo el trozo de papel frente a él. Jordan frunció el ceño, intentando enfocarlo, y cuando por fin lo consiguió, sus ojos se abrieron como platos y se le cayó un poco de espuma dental de la boca.
               -¡HOSTIA PUTA!
               -¡EXACTO!-grité.
               -¡NO ME JODAS!-exhaló, corriendo al interior de su casa a toda velocidad.
               -¡VAYA SI TE JODO!-repliqué, siguiéndolo al mismo ritmo. Se enjugó la boca, se lavó las manos a conciencia, se las secó con más cuidado aún, y extendió las manos, pidiéndome que le entregara los dos trocitos de papel que tan felices nos habían hecho a ambos. Accedí a que los cogiera, confiando en que lo haría con cuidado de no estropearlos.
               El papel era uno de estos plastificados, con una estrecha línea brillante en ambos lados que acreditaba su autenticidad, un código de barras inmenso en la parte inferior, y una gran foto ocupando el resto del espacio. En la foto, podía verse un ring en blanco y negro, circundado por filas y filas y asientos que lo tomaban como estrella que orbitar. Y, bajo el ring, un pequeño cuadrado de información que rezaba “LIGA DE BOXEO DE PESOS PESADOS DEL REINO UNIDO DE LA GRAN BRETAÑA E IRLANDA, CRAWFORD VS. GRIFFIN”.
               Jordan se apoyó en el lavabo, estudiando las entradas con una sonrisa en la boca.
               -Qué guay, tío. Vaya puta pasada-susurró, mirándolas por detrás, leyendo cuidadosamente la letra pequeña, dando la vuelta a las entradas y jugueteando con los reflejos de la parte iridiscente-. No sabes la envidia que me das.
               -¿Por? Vamos a ir juntos-sentencié, y Jordan frunció el ceño, pero se rió.
               -¿Me lo estás diciendo en serio?
               -Claro, ¿por qué te iba a vacilar con esto, Jor? Llevamos desde críos con ganas de ir a una final. Desde que Sergei empezó a comernos la cabeza con el tema del boxeo. Y yo boxeaba para llegar ahí algún día, ¿recuerdas?-señalé las entradas y Jordan asintió con la cabeza-. Tú estabas en mi esquina en las competiciones, y yo en la tuya. Además… sabes quién es Griffin-comenté, y Jordan se echó a reír-. No sé si podré controlarme si vuelvo a verle la cara a Jackson otra vez.
               Comprobé con alegría que ya no me podía la rabia cada vez que pronunciaba el nombre de Jackson Griffin, el último rival con el que me había batido y que había impedido que me retirara con el título de campeón en mi franja de peso y edad. Siempre me había preguntado qué habría pasado de haber ganado ese último combate. ¿Habría seguido tan adicto a la gloria y al chute de adrenalina que te daba estar sobre el ring que habría tratado de convencer a mi madre y mi hermana de que me dejaran seguir? Una parte de mí lamentaba haberlo dejado, sobre todo viendo el nombre de Jackson en una entrada de boxeo, algo con el que mi yo más joven siempre había soñado. Mi apellido quedaría mucho mejor junto al de Emmet, uno de los mejores amigos que había hecho en ese mundo, y que desde luego se merecía ganar (aunque también es verdad que, si pensaba eso, en parte era porque no era mi apellido precisamente el que estaba en aquella entrada).
               Ya que no iba a poder vivir eso de que mi nombre ocupara parte de un cartel de boxeo, y Jordan había entrenado codo con codo conmigo, lo justo era que fuese él quien me acompañase.
               -Tú eres el único que puede refrenarme un poquito. No del todo-añadí, guiñándole un ojo, y Jordan se echó a reír y me estrechó entre sus brazos. Me entregó las entradas y me miró con intensidad.
               -Te la podría chupar, ahora mismo.
               -Como si necesitaras una excusa para confesarme que te haces pajas pensando en mí, Jor-le di un codazo-. No hacía falta que lo dijeras en voz alta. Ya sé que soy tu blanco preferido.
               Jordan volvió a echarse a reír, negando con la cabeza, y después de ese momento de reconciliación entre los dos por el poco caso que le hacía en detrimento de Sabrae, acordamos ir a su cobertizo a echar unas partidas antes de marcharnos a entrenar y contarle las noticias a Sergei. Casi podría ver su cara rabiosa al ver que, por primera vez, íbamos a un torneo al que él no iba a acompañarnos. Como nuestro entrenador, siempre iba con nosotros a todas partes, y cada combate que presenciábamos él también lo veía en directo, con lo que siempre le teníamos allí para corregirnos si decíamos que una jugada era muy buena y a él no se lo parecía, o viceversa. Poco a poco, nos independizábamos.
               Guardé las entradas como oro en paño en un cajón de mi escritorio, ya dentro del sobre en el que me las habían dado mis padres y, a su vez, metido éste en una caja para que no se estropearan. La mínima imperfección que tuvieran me dolería como una daga en el pecho. Regresé entonces con Jordan, después de hacer acopio de bolsas de palomitas y comida basura,  de la que teníamos que reabastecernos pronto. Ahora que era adulto, me sentía incluso más responsable que antes, y el hecho de que no tuviéramos apenas comida basura en el cobertizo me ponía negro.

               Jordan ya había encendido la televisión y pasaba de una aplicación de contenido en línea a otra con aburrimiento, a la espera de que yo hiciera acto de presencia. Como una señal divina, nos apareció de sugerencia el concierto de la gira de After Hours de The Weeknd, que se había grabado en el estadio O2 de Londres, cuya silueta redondeada se veía en algunos puntos del barrio a los que Jordan y yo íbamos a veces, cuando nos apetecía que nos diera el aire. Jordan me miró, yo miré a Jordan, y abrí una bolsa de palomitas mientras él le daba al botón de reproducción y subía los pies a la mesita de los mandos, hundiendo las manos en la bolsa de palomitas antes de que yo la recuperara.
               La sensación de anticipación y nerviosismo que llevaba sintiendo desde San Valentín como un runrún constante en la parte de atrás de mi cerebro se intensificó cuando el cantante apareció en pantalla, y mi mente voló sin remedio a las imágenes que ella misma había creado de Sabrae en el festival de Barcelona. Había vuelto a hacer cálculos y, después de mucho ajustar cuentas, me parecía que tendríamos dinero para una habitación en un hotel mejor del que teníamos reservado (con opción de cancelación, por supuesto) si yo hacía unos cuantos turnos extra más, y la idea de aumentar las horas de trabajo me llevaba rondando la cabeza desde que se me había presentado la oportunidad. Seguro que a Chrissy no le importaría que me uniera a ella en sus repartos para que eso también me contabilizara a mí, si se lo pedía por favor, le hacía ojitos y prometía recompensárselo presentándole a cualquiera de mis amigos, al que ella quisiera.
               Me imaginé la cara de sorpresa de Sabrae cuando pasáramos de largo del pequeño hostal en el que habíamos reservado las habitaciones y la llevara a uno mucho más elegante, que ocuparía todo el edificio y cuyo vestíbulo estaba situado en una de las Ramblas, al contrario que el portal en el que estaba el hostal que habíamos reservado, localizado en una pequeña calle. Brincaría, sonreiría, me besaría y me diría que me quería ahora que se le había soltado la lengua. Y seguro que me lo diría de nuevo cuando consiguiera colarnos hasta la primera fila de la zona general del festival, pegados a la valla que nos separaba de los VIP (eso sí que se me iba de presupuesto y había renunciado a ello nada más ver los precios, aunque he de confesar que lo de poder tocar el escenario si te daba la gana era una oferta más que tentadora), la subiera sobre mis hombros y la hiciera disfrutar de unas vistas únicas, tan cerca de mi artista favorito que podríamos verle claramente la cara sin necesidad de ninguna pantalla de por medio.
               Sí, aquel viaje iba a hacernos muy felices, y en cierto modo, ya lo estábamos iniciando en mi propio cumpleaños. Mientras Abel se entregaba a las canciones que con tanta maestría había escrito, yo me dejé llevar por mis pensamientos, reflexionando sobre todo lo que se había enderezado en mi vida desde que Sabrae había entrado en ella. De no ser por ella, probablemente ni siquiera tuviera expectativas de ir al concierto: sería un sueño inalcanzable al que te resignas, sólo puedes fantasear con cómo sería vivir en un mundo en el que el dinero no es problema (o en un mundo en el que no tengas orgullo y no te importe pedírselo todo a papá y mamá, como perfectamente podría hacer yo si, ya sabes, no tuviera amor propio y tal). Ahora, sin embargo, tenía una cuenta atrás en el móvil que me hacía sonreír todos los días, pues en menos de un mes estaría en Barcelona, con mi chica, en nuestro primer viaje juntos, a punto de entrar en nuestro primer concierto.
               Y de mi cantante favorito. Joder, si es que hay que tener una potra…
                -Uy, uy, uy, ¿a qué viene esa sonrisita?-preguntó Jordan, y yo salí de mis ensoñaciones. No fue hasta entonces cuando me di cuenta de que había subido las piernas al sofá, me había abrazado las rodillas y me había quedado mirando a la nada embobado, pues en la nada me esperaba Sabrae. Bajé las piernas, notando que mis mejillas querían sonrojarse un poco, pero haría falta algo más que mi mejor amigo pillándome in fraganti para ponerme colorado.
               -Nada, tío. Estaba pensando… nunca había tenido tanta ilusión por algo. Está siendo un cumpleaños genial.
               -Sí, la verdad es que los regalos están bien-se echó a reír-, pero, ¿seguro que no influye algo más?-alzó las cejas y yo puse los ojos en blanco y me encogí de hombros.
               -Me has pillado, macho. Joder, pensarás que soy un calzonazos, pero… todo me recuerda a ella. Y es bueno que me acuerde de ella. Gracias a Dios, sólo tengo cosas positivas con Sabrae, así que… no sé. Tengo muchísimas ganas de que llegue esta noche. Tengo las expectativas por las nubes, y aun así sé que vais a conseguir superarlas, Jor-me mordisqueé la sonrisa y Jordan alzó las cejas.
               -Espera, ¿qué pasa esta noche?-preguntó con falsa inocencia, y yo solté una risotada a la que él se unió-. Sí, vale, puede que te tengamos preparado algo bastante gordo. Pero no les digas a los demás que te lo he dicho, ¿vale? Se cabrearán conmigo, y Bey enfadada me da muchísimo cague, tío.
               -No me extraña. ¿Qué va a ser?-pregunté, pero Jordan negó con la cabeza, chasqueando la lengua.
               -Ni de coña te voy a decir más, que con lo larga que tienes la lengua fijo que se lo sueltas a Bey nada más verla.
               -Amigo, me ofendes-me llevé una mano teatralmente al pecho-. Lo primero que le diré a Bey nada más verla esta noche será si se ha puesto minifalda por mí. Lo de la fiesta sorpresa será lo segundo.
               -¿Y si no se pone minifalda?-preguntó Jordan, riéndose.
               -Se la va a poner. Le gusta complacerme-le guiñé un ojo y Jordan se rió un poco más fuerte.
               -Ya te gustaría-sacudió la cabeza y me lanzó el cojín, y yo se lo lancé a él, y así estuvimos un rato hasta que casi se nos caen las palomitas al suelo. Se juega con el mobiliario, pero no con la comida.
               Una vez terminamos el concierto, al que yo le pondría una nota de 84 sobre 10, Jordan se estiró y me sugirió que fuéramos a boxear. Teníamos pensado ir al gimnasio de tarde, tanto para dejarme caer por la sala de boxeo y que me felicitaran todos mis compañeros, como para echar un último partido con los chicos, ya que éste sería el último viernes que Scott y Tommy pasarían en casa, de modo que sería absurdo entrenar. Me quedé mirando a Jordan, perspicaz, y le pregunté si lo del boxeo era una estrategia para tenerme entretenido durante la tarde.
               -¿Es que va a venir Sabrae a cenar y necesitas que no esté cerca de mi casa por si la detecto con mi sentido arácnido?-pregunté, y Jordan se descojonó.
               -Siento decepcionarte, pero no he hablado con Sabrae sobre sus planes para la tarde, pero sinceramente me extrañaría mucho que fuera a venir a cenar y no te hubiera dicho nada. Podría habérsele escapado, como a mí. Le cuesta mantener la boca cerrada cuando estás delante.
               -Le pasa siempre. Lo que le cuesta cerrar cuando estoy cerca son las piernas-me cachondeé, estirándome en el sofá. Jordan sacudió la cabeza, se levantó y me dijo que en cinco minutos llamaría a mi puerta. Era su forma elegante de echarme de casa, lo cual tampoco es que fuera demasiado sutil, que digamos.
               Tuve que lidiar con Trufas en el vestíbulo de casa; incluso el conejo estaba más emocionado que de costumbre, como si sospechara que era un día especial y quisiera compensarlo con un chute de energía de esos que se supone que era un poco viejo para tener. Se revolvió en mi mano cuando lo agarré, colocando su vientre sobre mi palma, y miró con ojos desorbitados en todas direcciones mientras yo subía las escaleras y entraba en mi habitación para no pisarlo. Me daba un miedo terrible cuando el conejo se volvía loco no porque pudiera hacerme algo (me había dado bocados otras veces, pero desde aquella vez que lo encerré en una de las alacenas y puse una silla para que no pudiera salir en media hora había aprendido a comportarse), sino porque me preocupaba hacérselo yo a él. Trufas era incapaz de controlarse cuando se ponía nervioso, y le daba absolutamente igual estar solo en casa o con miles de personas dentro: él corría sin mirar por dónde iba, y muchas veces se metía entre las piernas del primero que se le pusiera a tiro.
               Estaba cambiándome de ropa cuando recibí un mensaje de Sabrae, y no pude evitar sonreír al abrirlo. Me dejé caer en la cama con el móvil en la mano mientras Trufas mordisqueaba mis guantes de boxeo. Estaba demasiado ocupado babeando con mi chica como para reñir al animal del demonio.


¿Qué tal va el cumple?
Bien aunque se me ocurren un par de maneras de mejorarlo.
¿De veras? 😳¿Y qué maneras son esas?
Veamos, tengo que sudar sí o sí 😈. Sin embargo, puedo hacerlo igual en la cama que en el gimnasio.
😂😂😂 eres increíble, Al. Yo que pensaba que ibas a tener un plan un poco más original…
Oh, original es, créeme, nena. Tengo en mente una postura que no hemos probado aún.
¿Y no prefieres reservarla  para esta noche?
Soy MUY impaciente, ya lo sabes, bombón.

               Sabrae estaba tecleando su respuesta cuando Jordan entró en mi habitación, con la camiseta y los pantalones de boxeo ya puestos, y la bolsa de deporte colgando de su hombro.
               -¿Todavía estás así?-preguntó al encontrarme desnudo de cintura para arriba. Siseé.
               -Calla, que igual no tengo que vestirme para quitarle trabajo a Sabrae.
               -De eso nada-sentenció Jordan, quitándome el móvil.
               -¡Eh!
               -Vas a venir a boxear. Ya te hartarás de follar esta noche. ¿Te imaginas lo mucho que va a meterse contigo Sergei si no vas hoy, y tampoco mañana? Puede que incluso te eche.
               -Sergei no va a echarme, no puede perder a su mejor campeón.
               Jordan puso los ojos en blanco.
               -¿De verdad quieres arriesgarte?
               Chasqueé la lengua, miré de reojo el mensaje que me había enviado Sabrae, del que sólo se veía una parte, y tras comprobar que seguía en sus trece de no venir a verme, asentí con la cabeza y cogí mi camiseta. Me la pasé por la cabeza, le quité los guantes a Trufas, me los anudé en la bolsa de deporte, y seguí a Jordan fuera de mi casa.
               -¿Me das mi móvil?-ronroneé con inocencia, en un tono sumiso que a Jordan le hizo gracia.
               -No-dijo sin embargo-. No me fío de que no compartas con ella nuestra geolocalización, y no soy tan imbécil como para meterme entre vosotros si la ves.
               -Vaya, Jor, y yo que pensaba que te faltaban dos veranos-le miré con sorpresa-, y al final sólo te va a faltar uno.
               -Eres gilipollas-pero se echó a reír. Seguimos vacilándonos todo el camino hasta el gimnasio, y yo me di cuenta de que iba a echar mucho, muchísimo, de menos el estar así con él cuando termináramos el curso. Nunca me había parado a pensar en lo que supondría mi voluntariado con Jordan; me preocupaba por la relación con mis amigos en general, y él iba incluido en el paquete. Sólo me centraba en personas concretas cuando se trataba de mi hermana, mis padres, o ahora, Sabrae. Seguramente a él también le dolería no verme, eso era evidente, pero después de la charla que habíamos tenido sobre nuestra relación, me di cuenta de que iba a ser mucho más duro para ambos de lo que ninguno de los dos se atrevía a pensar. En cierto sentido, también tenía que aprovechar el tiempo con él; Sabrae no era la única persona esencial en mi vida a la que dejaría en pausa ese verano.
               Claro que también con ella podían ir más cosas mal de las que podían ir con Jordan. Siempre había estado ahí para mí, y yo para él, así que preocuparse por lo que nos haría la distancia también tenía un poco de inútil, igual que lo tiene angustiarse por el paso del tiempo cuando tienes un examen que sabes desde el minuto uno que vas a suspender sin remedio. Jordan simplemente seguiría allí cuando yo volviera de África, y probablemente lleváramos mejor la separación que mi madre, mi hermana o mi chica. Éramos tíos. No necesitábamos un refuerzo constante de que las cosas estaban bien. Las cosas entre Jordan y yo siempre estaban bien.
               Al menos, así había sido hasta que llegó Sabrae. Él jamás había sentido celos de ninguna chica hasta que ella entró en mi vida, y ahora que lo pensaba más en frío, quizá por eso era por lo que se había quedado mi móvil. Aunque era mi primer cumpleaños con algún tipo de compromiso sentimental, todo seguía siendo demasiado reciente como para que él se acostumbrara aún a su nueva posición en mi vida, y yo no se lo estaba poniendo precisamente fácil protestando porque íbamos a boxear, cuando era uno de los pocos momentos que teníamos exclusivamente de los dos. Ni siquiera las consolas eran enteramente nuestras, porque a veces Logan, Max, Tommy o Scott se dejaban caer por el cobertizo, igual que las chicas. El boxeo, sin embargo, era diferente. Jordan y yo éramos los únicos que lo practicábamos en el grupo. Ni siquiera que Sabrae hiciera kick se podía comparar con lo nuestro.
               De manera que me colgué de sus hombros y traté de revolverle el pelo de nuevo, aunque él tuvo los reflejos de un gato escabulléndose rápidamente de mí.
               -¿Qué bicho te ha picado?
               -Nada. He pensado que echarías de menos que me pusiera goloso contigo-le saqué la lengua y Jordan negó con la cabeza, anonadado ante mi estupidez, pero yo sabía que, en el fondo, lo estaba disfrutando.
               Al entrar en la sala de boxeo, sorprendimos a Sergei, a quien no teníamos acostumbrado a aparecer los viernes. Miró su reloj de muñeca, que le indicaba en una pequeña pantalla los pasos que había dado ese día, su ritmo cardíaco del momento, si tenía alguna notificación de mensajes, e incluso la fecha y hora actuales.
               Levantó la mirada de nuevo y nos miró con confusión.
               -Hoy es viernes-constató.
               -Somos conscientes-respondió Jordan.
               -Y, además, mi cumpleaños.
               Sergei alzó las cejas, impresionado de que hubiera aguantado la friolera de 4 segundos en recordarle que tenía que felicitarme.
               -Vaya por Dios, un año más viejo, un año con menos reflejos-soltó, negando con la cabeza-. ¿Os ha pasado algo con vuestros amigos?
               -No voy a poder venir mañana, Sergei, porque es mi cumpleaños-enfaticé, deseando que me felicitara de una puñetera vez-. ¿Sabes qué día es hoy? El día en que cumplo los 18. Ya soy oficialmente un hombre.
               Sergei me miraba como si me hubiera puesto a hablar en griego con él, porque, por supuesto, también hablaba ruso. La cantidad de veces que nos habíamos puesto a hablar en ese idioma sólo para molestar a Jordan eran incontables, y mi amigo siempre reaccionaba de la misma manera: desabrochándose los guantes, tirándolos al suelo y marchándose furioso al vestuario, adonde yo tenía que ir a buscarlo para pedirle disculpas.
               -Se va a emborrachar esta noche-explicó Jordan, y yo me volví para mirarle.
               -No me voy a emborrachar. Al menos, no como la otra vez. Quiero acordarme de todo lo que haga. De todo-sonreí, y Jordan sonrió también.
               -Ah, ya lo pillo. Tú lo que quieres es escaquearte del entrenamiento de mañana por la mañana porque te vas a pasar la noche follando, ¿verdad?-acusó Sergei.
               -Correcto-sonrió Jordan.
               -¡No! Voy a hacer más cosas que follar. También voy a beber. Y bailar. Y abrir regalos. Muchos regalos-miré a Jordan de soslayo, que puso los ojos en blanco.
               -Verás qué decepción se lleva cuando le entreguemos el pez-le soltó a Sergei, y los tres nos echamos a reír.
               -Está bien, cumpleañero. ¿Qué quieres hacer?
               -Tío, ya te lo he dicho: entrenar. ¿Estás sordo? ¿Hola, hay alguien en casa?-le pregunté a su sien, dándole unos toquecitos con el nudillo.
               -¡Gilipollas, me refiero a qué quieres hacer!-soltó, empujándome con las dos manos y haciéndome retroceder un par de pasos. Jordan seguía riéndose en una esquina.
               -¿Yo?
               -No, mi abogado. Sí, Alec, macho, ¡tú! Si es tu cumpleaños, lo justo es que elijas tú toda la rutina del entrenamiento. Tú dirás lo que quieres hacer-Sergei se encogió de hombros, alzando las cejas. Miré a Jordan, que asintió con la cabeza, animándome a que dijera todo lo que me apetecía. Tomé aire, lo solté lentamente, y tras pasarme la mano por el pelo, considerando las posibilidades, qué sería mejor y qué peor, finalmente me decanté:
               -Dame caña-le pedí, y Sergei asintió con la cabeza-. Lo suficiente como para espabilarme, pero no lo bastante como para cansarme.
               -Le espera una larga noche-confió Jordan, sonriendo, y yo asentí con la cabeza.
               -¿Alguna idea en especial?-sugirió Sergei, y miré a mi amigo.
               -Bueno… ¿qué te parece un combate, Jor? Seis asaltos en vez de doce, y nada de tocar la cara.
               -Me parece justo. 
               -De eso nada-intervino Sergei-. No podéis boxear sin dar golpes en la cara. Para eso, os pongo a hacer largos en la piscina, que trabajaréis más.
               Tanto Jordan como yo nos quedamos mirando a Sergei. ¿Es que ya se le había olvidado lo que acababa de decirle? Habíamos venido al gimnasio porque yo mañana estaría demasiado machacado como para ir. Que una parte de mí tuviera la esperanza de que la fiesta se alargara hasta que el sol estuviera en lo alto del cielo era algo que me iba a mantener para mí, porque a fin de cuentas, la coartada que me había regalado Jordan sin quererlo me bastaba igual.
               Sergei nos miró alternativamente a ambos, decidiendo si le seguía saliendo rentable que fuéramos sus discípulos después de tantos años sin traerle ninguna alegría sobre el ring, pero muchos quebraderos de cabeza. Finalmente, suspiró, dándose por vencido.
               -Haced lo que os dé la gana. Yo no pienso ayudaros.
               Por supuesto, incumplió su promesa en cuanto nos pusimos los guantes y nos subimos al ring. Jordan llevaba las rastas unidas en una goma del pelo, lo que dejaba sus hombros libres de nuevo para el escrutinio de nuestro entrenador o mis ganchos veloces y certeros. Que no pudiéramos tocarnos la cara no significaba que no pudiéramos apuntar al cuello, algo un poco peligroso pero que no nos daba miedo a ninguno de los dos, porque siempre teníamos cuidado. Una de las razones por las que Jordan y yo jamás nos habíamos enfrentado era precisamente ésa: el cariño que nos teníamos ya desde pequeños nos hacía imposible ofrecer un buen espectáculo, pues siempre nos daba miedo herir al otro y renunciábamos a hacer movimientos que nos asegurarían ganar. A Sergei no le hacía gracia tener que renunciar a la oportunidad de hacer que nos enfrentáramos sobre un cuadrilátero, porque dos amigos íntimos dándose de hostias era un morbo que encantaba en nuestro mundo, pero también sabía que sería una estupidez intentar obligarnos. Bastaba con que lo intentara una vez para que no nos moviéramos, el público nos odiara, y nuestras carreras se hundieran,  aunque no tanto como su reputación.
               Sin embargo, eso no impedía que Jordan y yo entrenáramos juntos. Muchas veces él había servido de preparación para mis combates, y a la inversa, a modo de calentamiento para la pelea, como si fuera un aperitivo y el plato principal. Por eso, ya nos teníamos cogida la medida el uno al otro, lo que le devolvía un poco del interés perdido.
               Sergei caminó alrededor del ring mientras Jordan y yo intercambiábamos golpes, atacábamos y retrocedíamos, nos abalanzábamos y nos protegíamos, en una sincronía muy parecida al ballet; no en vano se decía que dos boxeadores “bailaban sobre el ring” cuando su intercambio de golpes era fluido.  
               -Bloquea más arriba, Jordan-ordenaba Sergei-. Ese juego de pies, Alec. Acércate más, Jordan, no le golpees desde tan lejos. Aprovecha el flanco desprotegido, Alec. Buen derechazo. Sal de la esquina. Apriétale un poco más. Que bese la lona. Sal de ahí-ordenaba Sergei a toda velocidad, pegado a nosotros. Noté por el rabillo del ojo que varios de los que había en la sala habían pausado su sesión de entrenamiento para mirarnos, e incluso le preguntaron a Sergei por qué no éramos más agresivos, pues estaba claro que nos estábamos conteniendo. Sergei, sin embargo, nos les hizo el menor caso, observándonos con ojo crítico y el dedo índice sobre el labio, puede que analizando las posibilidades que había de que uno de los dos volviera a subirse a un cuadrilátero.
               Jordan se dejó llevar por la emoción del momento y trató de golpearme por debajo de la mandíbula, obligándome a retroceder hasta quedar acorralado contra las cuerdas. En un acto reflejo, aproveché que el movimiento había sido demasiado arriesgado y arremetí contra su costado, en un gancho que lo dejó sin aliento, le abrió los ojos como platos y lo hizo estremecerse.
               -Tío-jadeó, retrocediendo instintivamente tratando de respirar. Me di cuenta demasiado tarde de que podría haberle roto una costilla con ese golpe que ni siquiera había pensado.
               -Joder, Jor, lo siento-jadeé, caminando hacia él y haciendo que todo el mundo perdiera el interés en nosotros. Si no íbamos a matarnos, no merecíamos atención. Sergei rió por lo bajo.
               -Ya sabía yo que os iba a ir mal con el tema de restringir golpes… no lo podéis evitar. Seguís llevándolo dentro. ¿Estás bien, Jordan?-había escalado por entre las cuerdas y ahora estaba junto a nosotros. Jordan exhaló un quejido, pero asintió con la cabeza.
               -Me ha hecho más daño del que me esperaba, pero no ha pasado nada. Ha sido la sorpresa, más que nada.
               -¿Seguro que estás bien?-pregunté, ansioso, y Jordan asintió con la cabeza.
               -Sí, pero creo que voy a necesitar un momento de descanso. ¿Me relevas, Sergei?
               Sergei puso los ojos en blanco.
               -Este mocoso no es rival para mí, pero vale.
               -Este mocoso te dio una paliza que casi te mata-le recordé, y Sergei me miró de arriba abajo.
               -Podría tumbarte sin usar siquiera los guantes, payaso.
               Jordan se quedó sentado, mirando de vez en cuando su móvil, mientras Sergei y yo combatíamos. Mi entrenador descubrió que ahora era incluso más precavido, y que me protegía más que nunca, especialmente la cara (porque, joder, no me hacía gracia que me rompiera la nariz justo el día que cumplía los 18 años; llámame loco, pero me enorgullecía que jamás me la hubiera roto ningún mamarracho con el que había peleado y no quería que mi entrenador me la jodiera), lo que llevaba a que boxeara peor. No eres bueno peleando si te centras demasiado en protegerte, lo ofensivo es igual de importante que lo defensivo, y Sergei se había encargado de inculcarnos bien esto.
               La tercera vez que me puso contra las cuerdas, ni siquiera se molestó en castigarme el vientre para que yo destapara la cara. Simplemente se detuvo y dejó caer los brazos a los costados.
               -¿No decías siempre que querías pegarme una paliza, campeón?-se burló, y yo me tuve que morder la lengua para no darle una contestación que desencadenara una pelea más sucia aún. Si Sergei se había controlado era precisamente porque veía que no estaba al cien por cien, y no estaba bien ir a por alguien que no está completamente entregado en la pelea.
               En circunstancias normales, me habría encantado tratar de pegarle una paliza a Sergei. De todos los boxeadores profesionales a los que respetaba (y yo consideraba a Sergei profesional, aunque no combatiera ya), mi entrenador era el que se merecía más mi respeto.  Nada me gustaría más que batirme en duelo a muerte con él si hacía falta, para comprobar si el alumno había superado al maestro. Pero no estábamos en circunstancias normales. Era mi cumpleaños, y por primera vez en la historia de mis cumpleaños, me apetecía estar mejor que nunca. En cuanto llegara a casa, me daría una buena ducha de agua caliente, me afeitaría, me pondría esa loción de después del afeitado que reservaba para las ocasiones especiales, me pondría mis mejores gayumbos y me pasearía por la casa en bolas, para no pasar calor y sudar para esa noche. Si tenía pensado tomarme tantas molestias con mi imagen era porque quería estar a la altura de la situación, de mis expectativas… y de las que, estaba seguro, Sabrae también tenía.
               Por eso no podía arriesgarme a pelear al máximo con Sergei. No sólo por el cansancio, sino porque él me atacaría sin miramientos.
               -Oh, ya lo pillo-sonrió, burlón-. A ti lo que te pasa es que no te quieres arriesgar a que te ponga un ojo morado y que tu zorrita se niegue a sentarse en tu cara por eso, ¿verdad?
               Jordan se puso tenso a mi lado. Yo sabía por qué Sergei estaba haciendo esto: quería provocarme, y lo estaba consiguiendo. No lo suficiente como para que abandonara mi cautela, pero sí lo bastante como para que la inquina que tenía contra él aumentara.
               Con lo que ninguno de los dos contaba era con una cosa: estaba de demasiado buen humor como para que aquello me afectara.
               -Pues sí, tío, no te voy a engañar. Hay que cuidar de su silla, ya me entiendes-ronroneé, pasándome una mano por la mandíbula. Sergei soltó una risotada, negó con la cabeza, me rodeó los hombros con el brazo y me estrechó contra él.
               -Dale un poco al saco, anda, Romeo-me instó, y cuando se hubo alejado de mí, se giró y me llamó-. Y, ¡eh, Al! Feliz cumpleaños-me guiñó un ojo antes de abandonar la sala, y yo asentí con la cabeza. Bueno, ya había obtenido mi felicitación, que era lo que yo quería.
               Después de comprobar que Jordan de verdad estuviera bien, le tendí una mano para ayudarle a levantarse y le dimos al saco un rato hasta cansarnos. Seguimos haciendo un circuito de entrenamientos juntos, y por fin, cuando decidimos que ya habíamos estado bastante tiempo en el gimnasio (yo le había preguntado varias veces a Jordan si  quería irse, a lo que siempre  respondía que le apetecía seguir un poco más), nos fuimos a casa. Nos desabrochamos los guantes de boxeo, los guardamos en nuestras bolsas, nos pusimos nuestras sudaderas y nos marchamos del gimnasio con el paso sincronizado, derecha izquierda, derecha izquierda, derecha izquierda.
               Tuvo la delicadeza de devolverme el móvil, con lo que lo primero que hice nada más salir por la puerta fue comprobar el mensaje que me había enviado Sabrae y responderle avisándola de que ya había terminado de entrenar, por si… ya sabes, quería hacerme algún regalo a distancia.
               No tuve suerte, así que me guardé el móvil en el bolsillo del pantalón y me aparté el pelo de la cara mientras Jordan miraba su teléfono con nerviosismo.
               -¿Qué pasa, Jor?-reí-. ¿Nos hemos ido demasiado pronto y no han terminado de prepararme la sorpresa?
               -Creo que te estás formando unas expectativas de la virgen, y puede que te pegues la gran hostia, Al-rió mi amigo, negando con la cabeza, bloqueando su teléfono a media conversación y escondiéndolo en el bolsillo. Se relamió los labios y comentó-: Oye, Al, lo de antes me ha dejado pensando…
               -Sí, respecto a eso, antes de que me digas nada, te quería pedir perdón otra vez. Lo siento mucho, tío-volví a disculparme, pero Jordan frunció el ceño-. Debería haberme controlado mejor. Podría haberte roto una costilla, y verás tú qué risa.
               -Gajes del oficio, tío. No ha sido nada, de verdad.
               -Joder, te podría haber mandado al hospital.
               -Bueno, siempre puedo ir solo, ya sabes…-Jordan rió-. Prefiero ir a solas que con Sergei.
               -¿Y yo no te sirvo?-inquirí, pero Jordan vaciló.
               -¿Por qué ibas a venir tú? Es tu cumpleaños. No deberías perderte una fiesta por acompañarme.
               -Tío, estás mal de la cabeza si piensas que iría de fiesta tan pancho mientras tú esperabas a que te atendieran en urgencias. Lo siento, hermano, pero eso ni de coña va a pasar-reí, y cuando vi que Jordan me miraba con intensidad, añadí-. Jor, ¿qué te pasa? Vamos, hombre. ¿Tan gilipollas te piensas que soy, como para irme de fiesta mientras mi mejor amigo está en urgencias?
               -No, pero a veces se me olvida que eres incluso mejor persona de lo que todos ya sabemos-comentó, acariciándome la nuca y guiñándome un ojo, a lo que yo respondí dando pataditas en el suelo como si fuera un perrito al que le están haciendo cosquillas.
               -Si es que yo soy un cacho de pan, Jor-ronroneé, y él se rió un poco más fuerte, algo que a mí me encantaba. Me hacía sentir útil cuando mis amigos se descojonaban de esa manera con las cosas que yo decía, me recordaba el papel que tenía en mi grupo.
               -Por eso te quería decir… mira, tío, nunca pensé que te vería tan cauteloso peleando con Sergei como hoy. Los dos sabemos que ambos tenemos unas ganas de patearle el culo que no nos aguantamos-nos reímos, y yo asentí con la cabeza-, pero ver que hoy ponías tanto cuidado con él… no sé, me ha hecho pensar. Sé por qué es-añadió antes de que yo pudiera hablar-, y ya hemos hablado del cambio que ella te ha hecho dar, así que… quiero hacerte un regalo extra-sonrió con todos sus dientes, como si acabara de revelarme los secretos del universo, pero yo aún no le comprendía.
               -Creo que no te sigo, Jor.
               -Alec-me puso una mano en el hombro con infinita solemnidad-. Creo que deberías aprovechar la entrada que te sobra para el boxeo, y llevarte a Sabrae.
               Parpadeé.
               -¿A Sabrae?-repetí, y Jordan asintió-. A Sabrae, ¿por qué?
               -Tío, ¿por qué va a ser?-se echó a reír-. Porque es Sabrae. Sé que te haría ilusión llevarla a su primer combate de boxeo; tú y yo ya hemos visto suficientes juntos, tanto desde las gradas como desde una esquina. Ella, en cambio, no ha visto nada aún. Además, así podéis aprovechar para ir a visitar a tu abuela-me guiñó un ojo, y a mí se me secó la boca.
               Tenía que controlar mi entusiasmo ante la idea de llevarme a Sabrae a un campeonato de boxeo. Ni siquiera había pensado en ella, y la idea me avergonzaría en situaciones normales, pero Jordan y yo siempre habíamos hablado de que queríamos ir a uno juntos, y las entradas habían sido un regalo que me llovía del cielo. Caí entonces en la cuenta de la razón por la que mis padres no me habían dado el regalo hasta la hora de comer, cuando normalmente lo hacían nada más desayunar: no querían que Sabrae se pusiera celosa de Jordan, ni obligarme a mí a llevármela si yo no quería (que sí que quería, por supuesto, pero también quería ser leal a mi amigo). Lejos de buscarme un motivo de discordia con mi chica o con Jordan, mamá me había dado la entradas en un momento de soledad familiar en la que yo podía decidir tranquilamente, sin ningún tipo de presión, quién sería mi acompañante. Estaba claro que ni Jordan ni Sabrae se enfadarían si elegía al otro, pero hacerlo delante de Sabrae ya condicionaría un poco mi decisión.
               Que Jordan hubiera sido el elegido era algo casi inevitable, por la relación que teníamos y el tiempo que llevábamos deseando esto; pero que él declinara mi invitación en favor de Sabrae, aduciendo las mismas razones que yo habría argumentado de haberla escogido a ella, decía mucho de lo bueno que era, especialmente conmigo. Supongo que somos el punto débil del otro, inevitablemente.
               Con todo, yo aún era reticente. Si bien es cierto que me hacía ilusión llevarme a Sabrae, habría muchas otras ocasiones para hacerlo, y aquello era algo que siempre habíamos deseado Jordan y yo, y así se lo dije.
               -Tío, no hace falta que hagas eso por nosotros, de veras. O sea, aprecio el gesto, pero de verdad me hace ilusión ir contigo. No te he dicho que vinieras conmigo por quedar bien, me apetece en serio que vayamos los dos.
               -Lo sé, Al. No eres tan buen actor como para fingir que te hace ilusión que vayamos juntos y luego montar todo ese numerito con Sergei para que yo decidiera cambiar de opinión y cederte la entrada-se echó a reír-, pero lo digo en serio. Considéralo mi regalo de cumpleaños: te llevas a Sabrae, se la presentas al resto de la gente, das recuerdos de mi parte, se la presentas a tu abuela, también das recuerdos de mi parte… y te la tiras en el sofá de su casa-bromeó, y yo me eché a reír.
               -Eres increíble, Jor.
               -Voy en serio, Al. Ya habrá otras ocasiones. Seguro que a Sabrae le hará ilusión que te la lleves, y más después de hablar con tu abuela. Tío, llévatela, de verdad. Tu chica es muy pija-soltó, riéndose-, y te vuelve pijo a ti. Necesita saber cómo eres en realidad. El siguiente combate será dentro de… ¿seis meses? En seis meses, ya no vas a estar aquí-añadió con una nota triste en su voz-. ¿Vas a hacer que la pobre niña te espere más de un año, si no sabe cómo te pones cuando el matado por el que apuestas pierde el combate? Tiene que conocer tu peor cara, por mucho que tú te esfuerces en ocultársela-bromeó, y yo me lo quedé mirando. Jordan parecía sincero. Lo cierto es que no era la típica persona que te dice una cosa queriendo que tú le lleves la contraria y hagas lo que él quiere pero creyendo que es por iniciativa propia. Si Jordan quisiera ir, no me estaría diciendo esto. No, corrección: Jordan quería ir, pero valoraba más que las cosas me fueran bien con Sabrae que una promesa que llevábamos haciéndonos el uno al otro durante años.
               -Mi chica no es pija-fue lo único que pude decir, y Jordan soltó una risotada.
               -Si tú lo dices, hermano…
               -Jordan. Última oportunidad-lo miré-. Es la última ocasión que te doy para echarte atrás.
               -No voy a echarme atrás.
               -O para arrepentirte.
               -No me arrepentiré-me prometió-. Sabrae te hace feliz, y si tú eres feliz, yo también lo soy, tío.
               Noté que algo en mi interior se revolvía, y ya empezaba a familiarizarme con esa sensación. Puse los brazos en jarras y jadeé, luchando inútilmente con el torrente de emociones que estaban a punto de desbordarme. Empezaron a picarme los ojos, que se me anegaron en lágrimas, y Jordan se rió.
               -Tío, no me digas que te vas a poner a llorar por esto…-comentó, todo cachondeo, pero yo sacudí la cabeza.
               -Te quiero un montón, Jor-susurré, luchando contra los sollozos que ascendían por mi garganta y estrechándolo entre mis brazos. Joder, no podía creerme la suerte que tenía. No sólo tenía a una chica increíble conmigo a la que pronto volvería a ver que hacía lo que fuera por verme feliz, sino que mi mejor amigo era capaz de renunciar a algo que llevábamos deseando los dos durante años para que pudiera disfrutarlo con ella. No sabía qué había hecho para merecer tener gente tan buena a mi alrededor, pero sólo esperaba no cagarla y seguir disfrutando de ellos durante mucho, mucho tiempo.
               Jordan esperó conmigo a que yo me tranquilizara y dejara de llorar antes de entrar en su casa, prometiéndome que “se ducharía, para variar”, para estar a la altura de los acontecimientos. A pesar de que me había dicho que no iba a cambiar de opinión, yo le insistí una vez más en que si quería venir conmigo, todavía estaba a tiempo de decírmelo.
               -Tío, qué pesado. A ver si lo que te pasa es que no quieres ir tú… en ese caso, me lo dices, que me llevo yo a Sabrae-se echó a reír, negando con la cabeza, y abriendo la puerta de su casa-. Haz el favor de lavarte a conciencia, so marrano, o me da a mí que Sabrae no va a querer acercársete y entonces vas a llorar por algo.
               La vecina de al lado de casa de Jordan, que estaba podando sus setos, se me quedó mirando, anonadada, cuando me reí.
               -¡Señora Pettyfer!-saludó Jordan-. ¡Es el cumpleaños de Alec!
               -¡Así es!
               -¿De verdad? ¡Qué bien! ¡Felicidades! ¿Cuántos cumples?
               -Dieciocho.
               -Hay que ver cómo pasa el tiempo, si eras así-puso su mano a la altura de su rodilla- cuando te conocí.
               -Sigue teniendo dos años mentales, tranquila, que por la cabeza no le pasa el tiempo.
               -Ten cuidado, Jordan, no te vayas a resbalar con la pastilla de jabón y te abras la cabeza mientras te duchas-ladré, abriendo la puerta de casa y viendo cómo Trufas salía disparado al jardín. Tuve que perseguirlo un rato hasta conseguir atraparlo, y cuando entré en casa, mamá levantó la cabeza del sofá y me pidió que se lo llevara-. Claro, mujer. Servicio de mensajería animal-respondí yo, fingiendo mal humor, pero mamá me caló en cuanto me vio.
               -¿Has estado llorando?
               -Es el ambientador-mentí-. Sergei ha cambiado de marca y ha puesto uno de eucalipto que huele a lejía. Eso le pasa por comprar marcas blancas.
               -Alec-rió mi madre, agitando su caja torácica de manera que la segunda letra de mi nombre se agitó como si fuera subida en una montaña rusa.
               -Jordan me ha dicho que no va a usar la otra entrada-le revelé-. Prefiere que vaya con Sabrae.
               -¿Y tú? ¿Prefieres ir con Sabrae?
               -Mamá, ¿a cuántas tías me he traído a casa?
               -¿Y cuántas veces te has traído a Jordan?
               Me quedé parado en la puerta del salón, me giré y le sonreí.
               -Te quiero, mami-balé cual ovejita, y subí corriendo las escaleras mientras mamá llamaba a gritos a Dylan para contarle que había conseguido dejarme sin palabras, algo que no solía suceder a menudo.
               Tuve que controlarme muchísimo para no sentarme en la cama y escribirle a Sabrae sobre el cambio de planes que teníamos para el siguiente fin de semana, pero después de un increíble ejercicio de autocontrol, lo conseguí. No en vano, casi me convierto en boxeador profesional en la adolescencia, la época por excelencia para rebelarse y hacer lo que te da la gana, pasándote por el forro de los huevos la disciplina necesaria para escalar hasta las primeras posiciones en los ránkings nacionales.
               Sabía que, si me sentaba en la cama y le escribía un mensaje y ella me contestaba, no sería capaz de meterme en la ducha. O me ducharía a toda velocidad, lo cual sería casi peor. Así que, con calma, recogí mis cosas, me hice con unos calzoncillos negros de Dolce & Gabbana (hay que ser previsor y comprar de vez en cuando ropa de marca, aunque te cuesten un ojo de la cara) y me encerré en el baño. Me metí bajo el chorro de agua caliente y me afané con el champú y el gel de ducha, dejando que el agua me lamiera como esperaba que lo hiciera Sabrae dentro de unas horas. Por eso me estaba acicalando como lo hacía: quería encerrarme con ella en el cuarto morado del sofá y hacer todo tipo de perversiones con ella, no dejar ni un solo centímetro de mi cuerpo sin que su lengua lo explorara. Casi podía sentir su nariz en mi cuello, inhalando el aroma de mi colonia mezclado con el champú y el gel de ducha, su lengua por mi mandíbula, sus manos descendiendo por mi torso, acariciando mis abdominales, su mirada paseándose por mi cuerpo como una loba por el bosque de sus dominios, la sonrisa que esbozaría cuando se agachara frente a mí…
               -Tío-gruñí, riéndome-. No vayas por ahí.
               Joder, ya estaba empalmado. Si seguía en este plan, no sabía cómo haría para aguantar con mis amigos en cuanto la viera. Necesitaba tranquilizarme.
               Como si supiera que estaba pensando en ella, y decidida a amargarme la vida hasta el último momento (por favor, que siguiera destruyéndome hasta mi último aliento), Sabrae me envió un mensaje. Intenté no abalanzarme sobre el móvil mientras me aplicaba la espuma de afeitar.


¿Qué tal mi cumpleañero preferido?
Hola, bombón
Hola, sol tengo muchísimas ganas de esta noche, no puedo esperar, te lo juro
Ya somos dos ☺☺☺☺
¿Te apetece que nos llamemos, o estás liado?
Me estoy duchando
… te apetece que hagamos videollamada?????
La pregunta es retórica, por cierto.

               Dicho lo cual, la foto que le había puesto de contacto abarcó toda la pantalla. Llamando…
               Deslicé el dedo por la pantalla para aceptar la llamada y coloqué el móvil en el lavamanos, apoyado contra la pared. Sabrae estaba en albornoz, sentada en su cama, y se acercó el móvil a la cara.
               -¿Podrías hacer zoom?-preguntó sin rodeos, y yo me reí.
               -¿Para qué? ¿Para verme los abdominales? Podrías haberlos visto en persona si te diera la gana a la hora de salir de clase, pero tenías mucha prisa.
               -Estaba apurada. Tengo una cita importante esta noche, y tengo que arreglarme.
               -Cuelgo, entonces-me burlé-. No quiero interrumpir tus rutinas. Se nota que necesitas todavía mucho tiempo para terminar de prepararte.
               Sabrae abrió los ojos y la boca, estupefacta.
               -¿Por qué eres tan malo conmigo?
               -¡Eres tú la que me pone cachondísimo y luego decide que tenemos que ir al instituto, Sabrae! ¡Eres tú la que me dice que me quiere y luego sale pitando!
               -¡Porque me estabas tomando el pelo, y sabes lo mucho que odio pasar vergüenza! Además, se me escapó-añadió, acurrucándose contra una esquina de la cama y poniéndose colorada. La miré.
               -Ah, ¿que no lo sientes? Pues mira qué bien-comenté como quien habla del tiempo-, porque mis padres me han regalado entradas para ir a un combate de boxeo en Mánchester, donde por cierto vive mi abuela, y pensaba llevarte conmigo. Pero si lo nuestro no es nada serio, y es sólo sexo… bueno, soy bastante bueno haciéndome pajas. Creo que puedo ir con Jordan mientras tú te quedas en casa. No quiero causarte ningún trastorno.
               -¡No te piques!-se echó a reír.
               -¿Quién se pica? Sólo estoy entregado a labores de logística. Es complicado ser alguien tan sociable y querido en su círculo; manejar a tantas amistades puede ser un verdadero suplicio. Tampoco espero que lo entiendas, bombón, porque, bueno… eres un poco marginada-me reí, y Sabrae frunció el ceño-. Sólo sales con otras tres amigas; literalmente mi grupo triplica al tuyo, y los problemas se reproducen de manera exponencial…
               -Mis amigas son tan buenas como los tuyos, Alec-las defendió con fiereza-. ¿O debo recordarte que te han hecho un regalo? No te soportan, pero me quieren tanto que quieren que te lo pases bien.
               -Tú tampoco me soportas a veces, y ya no puedo contar con los dedos de una mano las veces que has hecho squirting para mí.
               Sabrae se estaba mirando las uñas como si hubiera ganado, pero en cuanto me escuchó decir eso, levantó la vista y abrió la boca para protestar, estupefacta.
               -Te quiero-la atajé-. Y es mi cumpleaños. No puedes enfadarte conmigo-le recordé, y ella negó con la cabeza, se echó a reír y respondió:
               -Ya de normal no puedo enfadarme contigo, Al.
               -Qué mal. Me gustan los polvos de reconciliación. Te mueves de una forma…-me estremecí, y luego entrecerré los ojos, pensativo-. ¿Sabes? Quizá deberíamos tener hoy una pequeña discusión. Nada serio. Sobre… no sé, ¿qué fue primero, el huevo o la gallina?
               -¿Y saber qué fue primero no te parece algo serio? Es el pilar de la filosofía-Sabrae se tocó la frente, guiñándome el ojo.
               -Bueno, no entiendo qué discusión hay. Si no hay gallina que ponga huevo, no puede haber huevo, ¿no?-reflexioné, y Sabrae parpadeó despacio, el ceño fruncido.
               -Al, si no hay huevo, ¿de dónde puede haber salido la gallina?
               -Puede ser una gallina eterna. Lo eterno no tiene principio ni fin.
               -Como mi paciencia para aguantarte, pero la estás llevando a su límite-se masajeó las sienes-. Pero en serio, Al. ¿Cómo va a ser primero la gallina, si no había gallinas cuando los dinosaurios dominaban la Tierra? Y ellos salían de huevos.
               -Eres musulmana-solté-. Se supone que no crees en lo que dice la ciencia.
               -Para empezar, el islam es la religión que más promovió la ciencia de las tres dominantes en el mundo-espetó, picada-. Mientras tus ancestros cristianos se echaban barro con sabe Dios qué en las heridas, mis gente ya realizaba operaciones quirúrgicas.
               -Ahí es nada.
               -Y para seguir… si siguiera el Corán al pie de la letra, no podría comer cerdo. Ni ningún otro tipo de carne que no fuera halal, de hecho-alzó las cejas-. Ni beber alcohol.
               -¿Y qué hay del sexo?
               -Te estoy hablando de lo que es necesario y esencial en mi vida-respondió, apartándose la melena del hombro, y yo la miré.
               -Ah, ¿ahora resulta que el sexo no es necesario y esencial en tu vida?
               -¿Qué te hace pensar eso?
               -Que los jueves ya estás que te subes por las paredes esperando a que llegue el viernes para que te empotre. Y que te comportas como la mayor zorra que ha pisado Inglaterra cuando sabes que no podemos hacer nada, porque te encanta ponerme cachondo y dejarme a medias porque así te lo hago más fuerte.
               -Así que crees que soy una zorra, ¿eh?
               -No he dicho que crea que eres una zorra, he dicho que te comportas como una zorra. No es lo mismo. Yo puedo comportarme como un dios, que si me pinchas, voy a seguir sangrando. ¿Comprendes el matiz?
               -No te pongas nervioso, Al, porque lo cierto es que tienes razón-Sabrae se rió-: soy la mayor zorra que ha pisado Inglaterra, pero, ¿sabes? Es lo que me toca. Porque si quiero disfrutar como una zorra, debo comportarme como una zorra.
               Dicho lo cual, colocó su teléfono sobre la almohada, se sentó con las piernas cruzadas y deshizo el nudo de su albornoz. Yo no pude apartar la mirada de mi móvil mientras Sabrae abría las dos mitades de su prenda y me mostraba una deliciosa tira de piel del color del chocolate. Tenía las rodillas separadas, pero aun así, mientras deslizaba los dedos por su piel, yo no podía ver lo que más me interesaba: su sexo.
               -Y otra cosa, Al-ronroneó-. Te has equivocado en una cosa. Te comportas como un dios porque eres un dios. Si yo soy una diosa y tú puedes manejarme, será porque tú también eres uno, ¿no crees?
               -No estoy seguro de ser capaz de manejarte-lloriqueé en un jadeo mientras Sabrae pasaba sus manos por el albornoz, enseñándome más y más piel. La curvatura de sus senos se asomó por el hueco libre, y yo empecé a endurecerme. Se me hacía la boca agua. Quería verla. Ya habíamos hecho esto antes, pero nada comparado con la situación que estábamos viviendo: los dos, recién duchados, ambos desnudos debajo de una prenda; ella, su albornoz, y yo, mis calzoncillos.  
               -Sí que lo eres-respondió en voz sensual, bajándose el albornoz por los hombros, de forma que pasó a ser un vestido sin tirantes en lugar de un kimono-. Lo estás haciendo ahora.
               -Créeme, no estoy manejando nada-repliqué, y añadí en mis pensamientos para mi desgracia.
               Sabrae rió.
               -Sólo tú puedes hacer que yo disfrute como lo hago, Al-ronroneó-. Sabes en quién pienso cuando me doy placer a mí misma-se llevó una mano a la entrepierna, ocultándome lo que yo quería ver-. No digas que no eres un dios.
               -Sabrae-jadeé, y ella sonrió.
               -¿Qué?
               -Abre más las piernas-obedeció, separando aún más sus rodillas, ancladas igual que sus muslos en el colchón-. Déjame verte.
               Sabrae sonrió.
               -¿Por qué debería hacer eso?
               -Porque te lo estoy pidiendo.
               -Me lo estás ordenando. No has dicho “por favor”.
               -Por favor, Sabrae-gruñí. Me dolía lo dura que la tenía. A la mierda mis planes de estar presentable: me masturbaría mirándola, y luego ya vería cómo me adecentaba.
                -¿Qué pasa si no lo hago? ¿Te enfadarás conmigo?
               -Sí. Ya lo creo que sí.
               -Bueno…-meditó un instante, pensativa-. A los mortales les da miedo enfadar a sus dioses…
               Y luego junto las rodillas, se subió el albornoz hasta cubrirse los hombros, y se lo anudó en la cintura. Se echó a reír al escuchar mi gemido de frustración.
               -Pero a mí me encanta picarte-sonrió-. Te pones tan guapo cuando te enfadas.
               -¡ME CAGO EN TU VIDA, SABRAE!-bramé. ¿Y pensaba llevarme a este demonio conmigo a Mánchester? Me mataría de un disgusto antes de que arrancara el tren.
               -Relájate, Al. Piensa en el premio cuando estemos juntos esta noche, guapo-ronroneó, tumbándose en la cama y guiñándome un ojo-. A mí también me gustan los polvos de reconciliación, y tú estás tan guapo cuando te enfadas… se te sube mucho el ego, y eso me encanta, porque a tu ego, lo acompaña otra parte de tu cuerpo-ronroneó como una gatita y yo puse los ojos en blanco.
               -Voy a colgar, porque tengo una fiesta para la que prepararme, y no tengo tiempo para que me dé una embolia por tu culpa. Te veré de noche. Si es que te dignas a aparecer.
               -No faltaré-me prometió.
               -Ya, también ibas a hacer todo lo que yo te dijera hoy, y no te han faltado ni un par de horas para desobedecerme. En fin-alcé las cejas a modo de despedida y me pasé la cuchilla por la cara-. Siéntete libre de colgar cuando te dé la gana. Yo no me voy a dignar a volver a hablarte.
               -¿Sabías que ser rencoroso engorda?-preguntó.
               -Estoy acostumbrado a que me engorden cosas estando contigo-espeté, y Sabrae abrió los ojos, escandalizada, pero se echó a reír. Se tumbó en la cama, mirando cómo terminaba de afeitarme, y yo no le hice el menor caso. O por lo menos, lo intenté. Se me hacía muy difícil no quedarme mirándola, porque su cara ocupaba toda la pantalla, y podría pasarme mirando su rostro el resto de mi vida. Qué bonita era. Joder, me tenía comiendo de la palma de su mano.
               -¿Se te ha pasado el enfado?
               -Perdona, ¿qué dices? Es que no hablo zorra-comenté, y Sabrae sonrió.
               -Así que, al final, sí que soy una zorra…
               -Te llamaría hija de puta, pero es que Sherezade no me ha hecho nada. Bueno, salvo echarme unos cuantos polvos en mis fantasías sexuales-medité, y ella suspiró-. Oye, ¿te parece que, si le pido echar un polvo, aceptará?
               -¿Quieres que vaya a preguntarle?
               -Por favor. Es decir, si no estás ocupada.
               Y, para mi sorpresa, Sabrae se levantó de la cama y caminó por su habitación. Atravesó el pasillo y bajó las escaleras, cruzó el salón, y la luz de la estancia me hizo creer que estaba en el comedor.
               -Mamá-dijo Sabrae-. Alec quiere saber si estás dispuesta a echar un polvo con él.
               Le siguió el silencio.
               -¿Cuántos años te piensas que cumplo hoy, Sabrae? ¿Tres? Sé que se lo estás preguntando al aire.
               Sabrae puso los ojos en blanco y cambió la cámara…
               … y me mostró a Sherezade sentada sobre sus piernas, a lo indio, sobre una esterilla de yoga de color rosa.
               Se me pusieron los cojones de corbata.
               Evidentemente.
               -Por listo-acusó Sabrae.
               -Joder. Joder. Joder, joder, joder. Sherezade. Perdón. Perdón, Sherezade. La madre que… tu hija está como una cabra-Sherezade parpadeaba mirando el móvil. Era como si yo estuviera en la habitación bajo su mirada. No, peor, porque me sentía desnudo,  porque estaba desnudo, y Sherezade me miraba como si estuviera chalado, y me  hubiera plantado delante de ella con la polla al aire-. Sólo le estaba tomando el pelo. No se lo tengas en cuenta. No iba en serio. Perdona. Espero que no te haya ofendido. Joder, Sabrae está de atar, ¿sabes? Está desquiciada perdida. No iba en serio, era todo una coña, déjame que te lo explique.
               -Vaya, hombre-replicó Sher, toqueteándose el pelo-. Qué lástima. Yo que estaba pensando cómo podía tener la casa despejada para el jueves…
               -¡MAMÁ!-chilló Sabrae.
               -¡SHEREZADE!-gritó Zayn desde algún punto de la casa, y Sher se echó a reír.
               -¿Te vienes a mi fiesta de cumpleaños?-ofrecí-. Se celebra en una discoteca que tiene un reservado con pestillo…
               -No puedo creer que le estés tirando los tejos a mi madre conmigo delante.
               -Cállate, Sabrae, que estoy organizando un polvo de cumpleaños con el mito erótico de mi adolescencia.
               -Me pasaré por ahí-rió Sher.
               -¡Tú no vas a ningún sitio con ese crío!-tronó Zayn en una puerta, y Sher se volvió hacia él.
               -¡YO IRÉ DONDE ME DÉ LA GANA, QUE PARA ALGO SOY UNA MUJER ADULTA CON INGRESOS PROPIOS!
               -¡YA ESTAMOS CON LOS INGRESOS! ¡¡CÓMO TE GUSTA SER LA QUE METE MÁS DINERO EN EL BANCO, ¿EH?!! ¡¡A QUE ABRO UNA CUENTA EN SOLITARIO Y METO TODO LO QUE GANE AHÍ!!
               -¡SÍ, PARA TENER DESCUBIERTO EN DOS DÍAS!
               -¡¡NO TE VOY A VOLVER A DEDICAR NI UN PUTO DISCO, SHEREZADE!!
               -¡¡¡TE VOY A PONER EN CUARENTENA SEXUAL Y YA VEREMOS SI DEJAS DE DEDICARME DISCOS, ZAYN!!!
               -Ay, no, eso no, nena, gatita, venga…-ronroneó él, y Sabrae salió escopetada de la habitación, cambió la cámara y se me quedó mirando una vez llegó a su cuarto. Me fulminó con la mirada.
               -Si tus padres se divorcian y Sher vuelve a estar en el mercado, avísame, ¿vale?
               -Eres insoportable.
               -Qué lástima que estés enamorada de mí y me quieras tanto, ¿verdad?-acusé, y Sabrae puso los ojos en blanco-. Dios le da trigo a quien no tiene pan.
               -Se dice “Dios le da pan a quien no tiene dientes”.
               -Lo dirás tú así porque eres musulmana, pero yo me crié en un entorno multicultural y mis dichos no son así, Sabrae. De verdad, odio que seas tan listilla. Eres jodidamente inaguantable.
               -Qué lástima que estés enamorado de mí y me quieras tanto, ¿verdad?-se burló.
               -Y que folles de muerte-negué con la cabeza, pasándome una mano por el pelo-. Por Dios, la manera que tienes de mover las caderas…-bufé, y Sabrae se echó a reír, toda afrenta perdonada.
               -Te dejo para que termines de prepararte, Al. Ya queda menos-celebró.
               -¿Para qué? ¿Para mi ictus porque te vas a dedicar a frotarte contra mi polla y luego vas a decirme que no quieres hacer nada? Seguro que hoy ni me la chupas. Qué vida más triste. Con lo bien que estaba yo estando soltero…
              -Sigues soltero-me recordó, pero riéndose a mandíbula batiente, por lo que no me ofendió. Sinceramente, podía decirme cualquier cosa horrible, que si lo hacía riéndose, a mí no me dolería. Incluso si me decía que ya no me quería, porque me lo podría tomar como una broma.
               -Porque no podía casarme antes-repliqué-. Ahora, tu madre está haciendo las gestiones necesarias para solucionar el problemita de mi estado civil.
               -Me caías mejor cuando no se te había subido a la cabeza lo de tu mayoría de edad.
               -Si crees que se me ha subido a la cabeza lo de la mayoría de edad, espera a ver cuando me saque el carnet de conducir. De coche-especifiqué al ver que abría la boca, y Sabrae sonrió, se pasó una cremallera invisible por la boca y levantó la mano-. Para que veas. Te conozco mejor de lo que piensas.
               -No es cierto. Sé que me conoces muy bien-sonrió-. Te veo esta noche, ¿vale?
               -Si te dignas a aparecer…
               -Alec-rió, y yo sonreí.
               -Hasta luego, bombón. Me apeteces.
               -Me apeteces, sol-sonrió, despidiéndose, y cuando colgamos, me sentí vacío.
               Vacío, como si me hubieran quitado un trocito de mí y no fuera a recuperarlo hasta dentro de unas horas. Cada vez que nos alejábamos, el calorcito que sentía en mi interior se desvanecía, como si Sabrae fuera el sol con el que tanto se refería a mí y se llevara con ella la luz.
               Terminé de afeitarme, me pasé las manos por el pelo, y luego, simplemente, me dediqué a esperar a que llegara el momento de irse. Antes de lo que pensaba, llegó la hora de cenar, y cuando me estaba llamando los dientes escuché que llamaban a la puerta. Mi madre abrió y dejó que Bey, Tam y Jordan pasaran al vestíbulo a esperarme, y juntos, nos marchamos en dirección a la discoteca de los padres de Jordan.
               No esperaba que me hicieran una fiesta sorpresa, y desde luego era un poco imposible organizar una sorpresa en un local tan inmenso como la discoteca de la que habíamos hecho un hogar, pero los chicos se las apañaron para sorprenderme. Incluso cuando Jordan me había puesto sobre aviso diciéndome que me tenían organizado algo especial, algo “gordo”, yo no habría pensado jamás que sería algo como lo que habían montado.
               Habían invitado a todo el mundo, sabedores de que me encantaban las fiestas llenas de gente. En las esquinas habían colgado pequeñas bolas de discoteca que reflectaban la luz estroboscópica de las lámparas de colores del techo, y guirnaldas de luces LED colgaban del techo en una maraña de parpadeos que hacían que un sótano se convirtiera en un patio despejado a los pies de un cielo nocturno. La barra brillaba con luz propia, y las camareras servían chupitos iridiscentes de esos que sólo ves en las películas que tratan de lujo, al estilo de El Gran Gatsby si éste hubiera pasado la década anterior y no el siglo pasado.
               Pero lo mejor de todo no era eso. Lo mejor de todo era saber que todos estaban allí. Los Nueve de Siempre, Diana, y, por supuesto, Sabrae. Pude sentir su presencia igual que una sirena alejada en el mar advirtiendo de la presencia de otro barco, la minúscula llama de una vela a kilómetros y kilómetros de distancia, danzando justo sobre el horizonte. Un impulso irrefrenable de reunirme con ella se apoderó de mí, pero su hermano y Tommy, más que dispuestos a aprovechar su última noche de fiesta con el resto del grupo, no me iban a dejar escaquearme tan fácilmente. Logan venía con ellos, haciendo de refuerzo.
               -¡Alec! ¡Te has hecho de rogar!-protestó Logan.
               -Es que ya estoy viejo-comenté, riéndome y abrazándolos. Scott me revolvió el pelo y yo tuve que dejarme, porque cuando es tu cumpleaños, todo el mundo debe hacer lo que tú quieres pero tú también te pones al servicio de todo el mundo.
               -Lo suficiente como para ir a la cárcel-comentó Tommy, y yo lo fulminé con la mirada. Ya me había hecho esa bromita por la mañana tres veces, era como si estuviera deseando que me metieran preso.
               -Tengo quién me defienda, ¿verdad, Scott?-pregunté.
               -¿Hablas de mi madre? No lleva a tíos, lo siento.
               -Conmigo hará una excepción, soy su hijo favorito.
               -Su hijo político-puntualizó Tommy.
               -Es el único que tiene, por eso es el favorito-se burló Scott.
               -Más te vale votar con cabeza en las próximas municipales-me amenazó Logan.
               -Logan, por favor, soy un ciudadano comprometido con su sociedad-protesté, y los cuatro nos echamos a reír. Me arrastraron entonces al pequeño escenario en el que se hacían las actuaciones de los karaokes o los bailes más trabajados, y yo subí de un salto, con las manos en los bolsillos, preparado para la humillación por la que todos tenemos que pasar cuando nos hacemos un año más viejos.
               Esperé pacientemente mientras Scott cogía el micrófono y pedía silencio al público, que al percatarse de que estaba allí arriba, empezó a aplaudir, creyendo que iba a cantar una canción.
               -Vale, la mayoría sabéis por qué estamos aquí todos nosotros hoy, pero para los que estéis despistados, os voy a refrescar la memoria. Hoy-Scott se giró- es el cumpleaños de este cabronazo-yo asentí con la cabeza.
               -¡Que cante algo!-exigió alguien entre la multitud, y pude ver a Ethan, de la otra clase, descojonándose con su amigos. Era él quien había hablado.
               - Ethan, tío, dile a tu madre que he preguntado por ella!
               -¡Mira que eres gilipollas, ten cuidado, no te vaya a romper la cara!
               -Y como ya sabréis-continuó Scott como si no hubiera habido interrupción-, también es la última noche de fiesta para Tommy y para mí-un gemido de tristeza se levantó entre el público.
               -Gracias por la parte que me toca-me eché a reír.
               -No os estoy diciendo esto para daros pena…
               -Que también-añadió Tommy, inclinándose hacia el micrófono-. Estad pendientes de los programas de The Talented Generation. ¡Y votad por Chasing the Stars!
               -Sí, eso, ¡votadnos, que tenemos que ganar a Eleanor!
               -¡Ya te gustaría, Scott!-gritó alguien entre el público, una voz femenina… Sabrae. Me puse nervioso en el acto, y traté de buscarla entre las cabezas, pero entre lo bajita que era y que seguramente estuviera sentada en el sofá, no conseguí verla.
               -Bueno, el caso es que como hoy es el cumpleaños de Alec y-Scott hizo una pausa dramática-, espero que me entenderéis cuando os pida que os desmadréis todo lo posible.
               -Pero no tiréis los condones por el váter-añadí yo-, que se atasca. Creedme, lo sé por experiencia propia-comenté, y todo el mundo se echó a reír. Creí escuchar el timbre característico de la voz de Sabrae, pero estaba demasiado ansioso con que todo eso acabara y poder ir a buscarla como para fiarme de mis sentidos.
               -Así que, ¡todo el mundo a cantarle el cumpleaños feliz a este desgraciado!-ordenó Scott, y todos los allí presentes se entregaron a la tarea como si su permanencia en un concurso de la televisión dependiera de ello. Asentí con la cabeza, escuchando los bramidos de la gente, e incluso levanté las manos y me puse a moverlas como si fuera un director de orquesta. A falta de una vela, Logan encendió un mechero para que yo pudiera soplarlo y contentar a nuestro querido público.
               -El año que viene os presentáis al concurso al que se van Scott y Tommy, esto es material de semifinal como mínimo-animé, aplaudiendo, después de dar las gracias. Una de las camareras activó la música, que empezó a sonar, atronadora, por los altavoces de toda la estancia, y yo pude escurrirme entre la gente para llegar con mis amigos.
               Las chicas se habían puesto sus mejores galas (Bey llevaba minifalda, como le había dicho a Jordan que sucedería), y se levantaron para saludarme. Repartí besos y abrazos por todas partes, como si estuviéramos en Navidad y yo fuera Papá Noel. Aunque también debo decir que, cuando Diana se acercó y me plantó dos sonoros besos acompañados de un largo abrazo que quizá puso un pelín celoso a Tommy, me sentí más como un niño recibiendo el mejor regalo que podía esperar que como un padre observando cómo lo desenvolvía.
               -Joder, T, quién pudiera cumplir años todos los días-me burlé cuando Diana se separó de mí y dejé de sentir sus curvas de escándalo contra mi cuerpo.
               -Y eso que no has visto lo que puedo hacer con la lengua-bromeó Diana, apartándose el pelo dorado del hombro y regresando con Tommy, a hacerle carantoñas para recordarle que su corazón sólo tenía un dueño, y era él.
               Entonces, le llegó el turno a Sabrae, y  tío… mereció la pena esperar, vaya que sí. Sabrae llevaba puestos unos vaqueros que se ceñían a sus piernas como una segunda piel, y una blusa amarilla que dejaba al descubierto su generoso y apetecible escote. Estaba increíble, mucho mejor que las demás: más guapa, más entusiasmada, más feliz, y especialmente, más mía. Me había dejado la mejor para el final, como cuando te dejas la parte del plato que más te gusta la última, para que te deje un buen sabor de boca.
               -¡Feliz cumpleaños, mi sol!-celebró, colgándose de mis hombros. La estreché contra mis brazos, inhalé su delicioso perfume de fruta de la pasión, y le di un largo, lento y profundo beso que hizo que sonriera. Estaba claro que le había perdonado lo de dejarme colgado un par de veces ese día. Lo cierto es que le perdonaría absolutamente cualquier cosa. Sus dedos recorrían mis hombros y mi cuello mientras yo la sostenía bien fuerte contra mí, como si quisiera marcharse, cuando estaba claro que todo su lenguaje corporal me indicaba que no había cosa que deseara menos que alejarse de mí.
               -Gracias, preciosa-susurré, dándole un último piquito en los labios y acariciándole la cintura-. Te quiero-le recordé muy bajito, y ella asintió con la cabeza, frotó su nariz con la mía y me susurró “yo también”. Tendría que conformarme con eso; era demasiado pedir que me dijera que me quería dos veces en un solo día.
                Después de ese momento de intensa intimidad que compartimos, me giré para mirar a mis amigos y me froté las manos.
               -Bueno, ¿cuánta pasta os habéis gastado en mí?-pregunté, tirándome en el sofá y abriendo los brazos como si fuera el amo y señor del universo. Desde luego, con gente tan genial a mi alrededor, me lo sentía.
               Tam y Max fueron los encargados de tenderme los paquetes, envueltos con esmero y en bolsas neutrales para que yo no adivinara su procedencia. Exhalé un jadeo cuando extraje del primer paquete unos guantes de boxeo blancos, de mi marca preferida, con los que las gemelas habían estado rompiéndose la cabeza mientras consultaban páginas web especializadas para asegurarse de que acertaban. Miré a Jordan cuando me explicaron eso, y él se encogió de hombros.
               -Quieren hacer las cosas a su manera.
               -¿Son buenos?-preguntó Bey, nerviosa, y yo asentí con la cabeza. Tanto Jordan como yo, que éramos expertos en la materia, sabíamos que aquellos guantes eran los mejores del mercado.
               -Son los mejores. Muchísimas gracias, chicas-sonreí, agradeciéndoles el esfuerzo de ir de web en web, de tienda en tienda y de gimnasio en gimnasio preguntando. El regalo era de todos, por supuesto, pero el esfuerzo era de ellas.
               Lo siguiente que me regalaron fueron unas deportivas de Nike estilo Converse All Star que brillaban en la oscuridad, como pudieron mostrarme gracias a la tenue luz que iluminaba el entorno. Sabrae me acariciaba el antebrazo mientras yo las examinaba, haciéndolas bailar de un lado a otro, admirado por el efecto casi hipnótico que tenían las zapatillas.
               Me tocó flipar en colores cuando me tendieron con más cuidado el último de sus regalos, una caja cuadrada bastante grande que pesaba lo suyo, en la que venía una cámara de fotos digital, con objetivo intercambiable. Levanté la vista y los miré uno a uno.
               -Estáis mal de la puta cabeza-sacudí la mía, negando, y examiné la caja. Había comentado de pasada con los chicos el verano anterior sobre la posibilidad de comprar una cámara de fotos para nuestro viaje a Chipre, y poder pasárnoslo en grande tomando fotografías, pero todo había quedado en nada porque estaríamos tanto tiempo borrachos que probablemente la perderíamos.
               - Tiene para carrete y para tarjeta-informó Max-. Y la batería tiene una base recargable con energía solar.
               -Porque, si algo te va a sobrar en África, va a ser sol-sonrió Karlie. Me hacía gracia que todos estuvieran tan pendientes de mi viaje a África y las condiciones meteorológicas del continente.
               -Ahora no tienes excusa para no hacerles fotos a los amaneceres-añadió Bey.
               -¡Es que no es lo mismo! Si madrugarais para verlos lo entenderíais, pero como sois una panda de vagos, pues… así os va en la vida-sonreí, negando con la cabeza-. Gracias, chicos, sois los mejores. En serio.
               -Bueno, pero no llores, ¿eh?-sonrió Tommy.
               -Sí, Al. A ver si me voy a hacer ilusiones-se cachondeó Logan, y todos nos echamos a reír. Me quedé mirando la caja, en cuyo ticket venía el ticket regalo con la garantía… y entonces caí en que era de una de las tiendas que habíamos visitado cuando fuimos al New Eden.
               -¿Estabais comprando esto el día que fuimos a cenar al Foster’s?-pregunté, y todos se echaron a reír y asintieron con la cabeza.
               -Espera, ¿habéis comprado sus regalos con él delante?-quiso asegurarse Sabrae.
               -Sí, pero él no se dio cuenta. Menos mal que es tonto-soltó Tam, y yo me eché a reír.
               -“Menos mal que es tonto”-recité, extendiendo la mano en el aire como si estuviera colocando un panel en el cielo-. Tamika Knowles, 2035.
               -Mi turno-anunció Sabrae, apartándose el pelo de los hombros y capturándose unos mechones de pelo tras la oreja, en el típico gesto de nerviosismo al que ya me tenía acostumbrado y tan tierno me parecía. No entendía por qué se ponía nerviosa haciéndome regalos, cuando me conocía a la perfección y acertaría seguro. Me tendió un par de paquetes y yo los miré, sorprendido. No me esperaba que me hiciera ningún regalo material. Su sola presencia ya era el mejor de los regalos. Además, nos lo íbamos a pasar a lo grande a lo largo de la noche, ¿qué mejor regalo podía hacerme que su cuerpo?
               -Pero, bombón, si tú no tenías que comprarme nada.
               -Ah, ¿y nosotros sí?-acusó Scott.
               -Tú te callas, Scott, que bastantes gilipolleces te aguanto a lo largo del año. En lugar de una cámara de fotos, tendrías que comprarme un Ferrari.
               -Lo tienes aparcado fuera.
               -Luego te hago la mamadita, cuando esto se despeje un poco-señalé en dirección a la pista de baile, atestada, y Scott se rió.
               -Pero me apetecía-explicó Sabrae-. No he podido organizar a tiempo lo del polvo con mi madre-se disculpó con una sonrisa-, así que de momento tendrás que conformarte con la hija.
               -Contigo es imposible estar conformándose, nena.
               -Ella es la original-respondió Sabrae con cierto retintín-, y yo soy la copia.
               -O ella es el esbozo, y tú la obra maestra-contesté, y Sabrae se mordió el labio, mirándome la boca.
               -Abre tus regalos, Alec-jadeó tras un instante de incertidumbre en el que pensé que se abalanzaría sobre mí, sin importar que todos mis amigos, y su hermano, estuvieran presentes.
               Cogí el paquete más fino y rasgué el papel a toda velocidad, reconociendo las dimensiones. Me esperaba un vinilo, pero no me esperaba ese vinilo: el de mi disco favorito de The Weeknd, Starboy. Después de decirle que le comía los morros, caí en la cuenta de que no tenía dónde escucharlo, y los chicos me corrigieron.
               -Que tú sepas, Al-aclaró Jordan cuando repetí que no tenía para escucharlo, y yo me lo quedé mirando. Miré a Scott y Tommy, a Logan y Max, a Karlie y las gemelas.
               -No.
               -Sí.
               -Jordan, no me jodas.
               -Alec, sí te jodo-rió Jordan.
               -¡¿Estáis puto mal de la cabeza?!-bramé, mirándolos-. ¿¡Pero qué cojones os pasa!? ¡Dios!-me froté la cara, sobrepasado. Se habían gastado tranquilamente 1.500 libras en mi puñetero cumpleaños.
               -Nadie vino a por la pecera de hace dos semanas, lo cual nos vino genial-explicó Karlie.
               -Sí, gracias, Eleanor, por hacer caja-añadió Jordan, mirando por encima del hombro al rincón en el que se reían Eleanor y sus amigas.
               -No puedo con vosotros, de verdad os lo digo-susurré, estirando las piernas y negando con la cabeza. Sabrae me tendió un segundo paquete y la miré con recelo-. Y tú, ¿qué me traes ahí? ¿Un collar de diamantes de un millón de dólares?
               -¿Para qué querrías tú un collar de diamantes?
               -No lo sé, Sabrae, ¿para estar divino de la muerte, quizás?-ella se echó a reír, negó con la cabeza y colocó el paquete sobre mis manos. La miré de reojo, esperándome cualquier cosa rara de ella, rompí con cautela el papel y me quedé mirando sin palabras el libro. 1001 lugares que hay que visitar antes de morir.
               Sabrae era un genio.
               Lo abrí, pasé unas cuantas páginas, examinando los rincones, y descubrí que alguien había estado allí antes que yo, pues había post-its de colores colocados aquí y allá con mensajes de lo más variopinto.
               -También tienes post-its de varios colores y bolígrafos en la bolsita-Sabrae señaló un paquetito más pequeño, con forma de bolsa, cerrado con una de esas pegatinas de felicitación tan típicas en Navidades-, para que vayas anotando los sitios que visitas y…
               La agarré del brazo y la senté sobre mis piernas, comprendiendo a la perfección qué era ese regalo. Era una declaración de intenciones. Te esperaré. Superaremos lo de África. Y luego, recorreremos juntos el mundo.
               Joder, definitivamente no podía esperar a vivir mi vida al lado de Sabrae.
               -Eres… la mujer… de mi vida-le dije, y Sabrae se sonrojó, intentó escabullirse, consciente de que todos nos miraban y no éramos tan mimosos en público, pero no se lo consentí: la cogió de la cintura y tiré de ella para pegarla contra mi pecho, y le comí la boca como nadie se la había comido a nadie en la historia.
               Ya quisieran en Hollywood rodar besos como el que nos estábamos dando Sabrae y yo.
               -¡Bueno, bueno, ¿no habéis cenado, o qué?!-se rió Diana.
               -¡Que corra el aire!
               -¡Idos a un hotel!
               -¿Despejamos la sala y os ponemos música lenta?
               -¡Móntala aquí mismo, Al, si lo estás deseando!
               Sabrae se apartó un poco de mí, buscando respirar. Froté mi nariz contra la suya y disfruté de la dulzura de ese contacto.
               -Me apeteces-dijo.
               -Me apeteces-respondí, y noté a mis amigos sonreír, conscientes de que ésa era nuestra declaración personal. Me pasó las manos por el pelo, jugando con mis mechones, y se relamió los labios. A continuación, mientras yo les decía a mis amigos que estaban mal de la cabeza, se acurrucó contra mi pecho y se dejó abrazar. Juro que nunca había sido tan feliz, me parecía estar soñando. Era físicamente imposible ser así de feliz.
               Les di las gracias, les dije que nunca me olvidaría de esto, todos gimieron y se abalanzaron sobre mí a darme todos los mimos que necesitaba hacía unos días, y algunos más, por si volvía a ser imbécil y me convencía a mí mismo de que ya no me querían. Cuando se dieron por satisfechos, me trajeron un pastelito con una vela, me instaron a pedir un deseo, y me dieron ideas cuando yo les dije que no tenía nada más que pedir.
               -Pues pide que se acabe el hambre en el mundo, como hace la gente normal cuando no sabe qué pedir-sugirió Max.
               -O que la gente que come la pizza con piña se extinga, eso también nos sirve-intervino Tommy, a quien Scott arreó una patada no del todo en broma. Nadie se metía con la pizza hawaiiana, no delante de él.
               Torcí la boca, pensativo, decidiendo qué podía pedir. Pedir ser así de feliz siempre era un poco imposible y contraproducente, porque necesitamos estar tristes para valorar la felicidad. Miré a Sabrae, que me devolvió la mirada, expectante. Lo primero que se me pasó por la cabeza fue: “quiero morirme en sus brazos”, pero como eso bien podría ser dentro de unas horas, y quería un poco más de tiempo con ella, cambié de parecer. “Quiero envejecer a su lado” parecía la mejor opción.
               Quiero envejecer con Sabrae, deseé con todas mis fuerzas, para después terminar con más intensidad aún, y con el resto de las personas que están aquí presentes.
               Y soplé la vela.
               Bailamos, cantamos, reímos y bebimos por mi salud y la de todos los demás. Estaba siendo la mejor noche de mi vida, rodeado de gente que me quería y a la que yo quería también, pasándomelo en grande y aprovechando cada instante que estábamos juntos. Ni siquiera me molestó tanto como debería que Sabrae mirara su reloj de pulsera y me anunciara que tenía que irse para estar un poco con sus amigas.
               -Es mi cumpleaños-le recordé en tono protestón, y Sabrae puso los ojos en blanco.
               -¿No pensarías que iba a estar todo el rato contigo?
               -¿Sí?
               -¡Alec, tengo que repartirme!
               -Vale. Venga, adiós.
               -Pero, ¡no te piques!-Sabrae se echó a reír.
               -¿Quién se pica?-respondí-. Vete a hablar con tus amigas, que tanto te echan de menos-escupí, pero en mi boca no dejaba de bailar una sonrisa al sospechar que Sabrae estaba tramando algo. Seguramente esto era un golpe de efecto, para que yo valorara más su compañía: se iría con Amoke, Kendra y Taïssa un par de horas, y luego regresaría como por arte de magia conmigo. La hija pródiga volvería a casa-, venga, comenta lo capullo que soy, y lo grande que la tengo, y lo mucho que te gusta la ropa que traigo.
               -¿En serio crees que hablamos tanto de ti?
               -Es verdad-asentí-. Se me olvidaba que habláis de cosas importantes, como el régimen económico de Ghana, astrofísica, feminismo, modos de asesinar a hombres cishetero blancos, y la mitocondria arraigada en la sociedad.
               -¿Mitocondria?-Sabrae no podía contener la risa, igual que Tommy y Scott, que contemplaban la escena con diversión, una cerveza en la mano.
               -Sí, mitocondria, que estás todo el día con la mitocondria arriba, la mitocondria abajo, ahora no te hagas la loca.
               -Alec, sabes que la mitocondria es una cosa que hay en las células, ¿verdad?
               -Sabrae, ¿me vas a decir tú a mí lo que es la mitocondria, que viene del griego mito, que es cuento, y condria, que es corazón? Mito del corazón-proclamé, pagado de mí mismo. Estaba bastante seguro de que no tenía razón, pero me encantaba llevarle la contraria a Sabrae. Así lo haríamos más guarro.
               -Lo confundes con la misoginia.
               -Es mitocondria.
               -Misoginia.
               -Mitocondria.
               -Vale, lo vamos a buscar en Google.
               -Busca lo que quieras, ya verás cómo tengo razón-gruñí mientras Scott y Tommy se descojonaban en la distancia, encantados de la vida con el espectáculo gratuito que les estábamos dando Sabrae y yo.
               Sabrae sonrió triunfal cuando terminó de buscar y me mostró la pantalla de su móvil. Efectivamente, ella tenía razón y yo no. Para variar.
               -Bueno, chica, ¿qué quieres que le haga? ¡Yo no leo el diccionario por diversión!-estallé, y ella me acarició la pierna y me dio un beso en los labios.
               -Adiós, Al.
               -Vergüenza te tendría que dar dejarme solo el día de mi cumpleaños para irte a cotillear con tus amigas. Vergüenza-rezongué mientras se despedía de los chicos.
               -¿Quedamos mañana?-preguntó, y yo me desinflé en el momento.
               -¿Qué?
               -Que si quedamos mañana. La música está un poco alta, ¿mm?-rió, y yo me relamí los labios.
               -Pero… ¿no vas a volver después?
               Sabrae se mordió el labio.
               -Es que… me he levantado muy temprano hoy para poder ir a desayunar contigo. Y más o menos, siempre me voy a esta hora los viernes. Te prometo que mañana te lo compensaré.
               -Pero… no hemos hecho nada-susurré. Era el primer cumpleaños desde que había perdido la virginidad en el que no había sexo de por medio. Debería sentirme estafado, pero en su lugar, lo que estaba era triste.
               Sabrae dio un paso hacia mí, consciente de mi cambio de humor.
               -Te prometo que te lo compensaré, sol. Te lo prometo. Mañana, para mí, seguirá siendo tu cumpleaños. Haremos lo que tú quieras.
               Ni siquiera pensé en que mañana era el último día de Scott en casa. La tenía demasiado cerca para poder pensar con claridad, de manera que asentí con la cabeza despacio. Una cita con ella asegurada era mejor que un plan improvisado del que probablemente no iba a disfrutar, así que…
               -Puedes apostar ese precioso culo que tienes, bombón.
               Sabrae sonrió, se inclinó una última vez hacia mis labios, y después de susurrarme que le apetecía a modo de disculpa, desapareció entre la gente. Había algo en el ambiente, sin embargo, que me empujaba a disfrutar: puede que fuera la promesa de Sabrae, o puede que fuera la sensación de euforia que sentía por culpa del alcohol. El caso es que el disgusto me duró poco, y cuando me giré para preguntarle a Bey si me sacaba a bailar y ella me dijo que podía salir solito, que era un hombre adulto, recordé de repente por qué estábamos todos allí.
               Lo afortunado que era de que mi cumpleaños fuera también el último día de Scott y Tommy con nosotros.
               Y no iba a desaprovecharlo estando triste. Tenía tiempo de sobra para estar con Sabrae, así que bebí, canté a voz en grito, bailé y me reí con mis amigos, brincando como loco, como si estuviera en un festival de EDM, disfrutando de la vida y de lo mucho que me había dado. Desde luego, no me lo merecía, pero yo pensaba sacarle el máximo partido hasta que el destino se diera cuenta de que me habían adjudicado algo que no me correspondía, y me lo arrebataran sin piedad.
               Pensaba sacar el máximo partido a la noche… y eso estaba haciendo, cuando todos mis amigos me rodearon en la barra mientras Diana y yo charlábamos, esperando, algo sudorosos pero muy felices, a que Patri terminara con nuestra mezcla y nos la sirviera.
               -Venga, Al-instó Tommy, y yo lo miré-. Hora de irse.
               -¿Qué? ¿Queréis ir a otro sitio?
               -No. Te tenemos preparada una última sorpresa. Pero antes, debes jugar a un juego-sonrió Tam.
               -Sí, como en el laberinto de Harry Potter-especificó Karlie-: si llegas al final, te encuentras el premio.
               Clavé los ojos en Scott y Tommy. No podían ir en serio. No podía irme ahora; no, cuando ellos no estarían en clase el lunes.
               -Pero… vosotros dos. Es vuestra última noche. Es la última noche de Scott y Tommy-urgí.
               -Qué mas dará, Al.
               -Sí, nosotros nos piramos enseguida.
               -Y queda mucho por beber-discutí.
               -Que te vayas, Alec, no seas crío-exigió Karlie.
               -Sí, tío, eres muy desobediente, ¿qué diría tu madre de tantas reticencias?
               -Tengo a alguien esperando para llevarte a tu sorpresa-comentó Diana, que se había mantenido ojo avizor mientras hablábamos, ahora lo veía-. Ése es mi regalo.
               -¿Un chófer?-no conseguía entender nada. ¿Me iban de llevar de paseo por mi cumpleaños? ¿Adónde podía ir yo que me interesara? Todas las personas a las que quería estaban allí, a excepción de Sabrae, perdida en un tugurio de la misma calle, o en casa, poniéndose el pijama y escondiéndose bajo sus mantas.
               -Serás como Bruce Wayne. De hecho, se llama Alfred-Diana se apartó el pelo del hombro, satisfecha consigo misma. Me eché a reír ante lo surrealista de la situación. Bueno, si pretendían llevarme de paseo con un chófer particular, no sería yo quien se resistiera a los lujos.
               -Vale… pues venga, al batmóvil-insté, y los seguí en dirección a la calle. Salimos al frío de la noche con una sensación agridulce en los labios, todos perfectamente conscientes de que aquella era la última noche que pasábamos todos juntos, los Nueve de Siempre (más Diana, claro) en quién sabía cuánto tiempo. Me despedí de Logan, Karlie, Tam, Max, Jordan y Bey con más facilidad que de Scott y Tommy.
               -Gracias otra vez por todo, chicos, de verdad. Sois los mejores. Os quiero un montón, de veras. A pesar de todos vuestros defectos-bromeé.
               -Mira, chico, yo no sé de dónde te sale ese talento natural para ser tan bocazas-protestó Bey, y yo me eché a reír. Le llegó el turno a Diana, que estaba esperando al final de las chicas. La estreché contra mis brazos.
               -No dejes que estos dos cabrones te avasallen, Lady Di-susurré, y ella se rió-. Eres na tía cojonuda. Muchísima suerte, de verdad. Te la mereces.
               -Gracias, Al. Igualmente, aunque no la necesitas. A las buenas personas les pasan cosas buenas-sonrió, acariciándome el hombro y dándome un beso en la mejilla que me dejó la marca de su pintalabios. Miré a Tommy, que tenía los ojos un poco húmedos.
               -Tommy-ronroneé en un jadeo. Ese chico me había visto darle mis primeros golpes a una pelota. Me había visto subirme a un ring. Me había echado un cable cuando suspendí por primera vez en el instituto. Se había ofrecido a ayudarme a estudiar. Dejaba la tortilla que iba a ser para mí un poco más hecha que las demás. Me había instado a abrirme a los sentimientos que Sabrae me inspiraba cuando el amor llamó a mi puerta, y también se había negado a enseñarme español porque “era la única ventaja que tenía con respecto a mí en lo que se refería a las tías”, a pesar de que tenía los ojos azules y cantaba como los ángeles.
               -Se acabó lo de folletear por ahí-instó Tommy, y puse los ojos en blanco.
               -Que sepas que te van a echar en el primer programa, me encargaré personalmente de votar por todos salvo por ti-amenacé, y nos echamos a reír. Nos miramos a los ojos un momento, y nos fundimos en un cálido abrazo en el que yo me esforcé por recordar cada milímetro de su cuerpo junto al mío.
               -Te voy a echar muchísimo de menos, Al-susurró con la voz rota, y me alegró saber que no era el único que estaba llorando-. Muchísimo de menos.
               -Yo también, T. Cuida de Scott, ¿vale? Vigílalo de cerca, hazlo por mí.
               Tommy sonrió, con los ojos desbordados. Diana se acercó a él y lo abrazó mientras yo me volvía hacia Scott, que se mordía el piercing con nerviosismo. Nos miramos a los ojos, y no puedo describir con palabras el vínculo que sentí vibrando en el aire entre Scott y yo. Mi relación con él era distinta. Tommy había sido un apoyo siempre, fiel de manera absoluta e incondicional, mientras que Scott, que también lo había sido a su manera, no había dejado de darme caña jamás. Era mi rival con las chicas, el que me empujaba a mejorar, y ahora, se marchaba. Se iba, me dejaba solo con todo el sector femenino de Londres sin vigilancia, y lo peor de todo, es que lo hacía dejándome enamorado.
               El mundo no estaba preparado para que Scott y yo no estuviéramos juntos, peleándonos por las chicas, o estuviéramos enamorados a la vez. Cuántos orgasmos le estábamos negando a Londres.
               Scott tragó saliva, pensando en lo mismo que yo, considerando que yo había sido lo único que le había unido con Tommy cuando tuvieron aquella horrible discusión. Yo había sido el último puente en pie, el bastión de la resistencia cuando todo parecía perdido en la guerra.
               -Sé bueno con Sabrae-me pidió, dándome una palmada en el antebrazo.
               -¿Tanto daño crees que puedo hacerle?-me burlé. Por supuesto, me esperaba que dijera algo así. Yo también era un hermano mayor.
               -Que le den a ella, sé que no le harías nada-sentenció Scott-; el problema es lo que ella podría llegar a hacerte a ti. No la cagues con ella, ahora que por fin has encontrado a tu chica, te mereces conservarla.
               Sonreí, intentando contener las lágrimas que también se asomaban en los ojos de Scott. Ambos sentíamos que se estaba acabando algo.
               -Seguro que te resulta un alivio que ya no esté en el mercado para que no te robe el puesto de rey de las mujeres, ¿eh?-le pinché.
               -¿Quién te lo ha contado?
               Nos echamos a reír.
               -Estás tan diferente, Al.
               -Me siento tan diferente, S.
               Lo estreché entre mis brazos como si no quisiera dejarlo marchar. Si lo hacía, se acabó. Adiós a nuestro grupo, adiós a todo lo que habíamos vivido juntos. Me sentía como si la vida que estaba viviendo no fuera del todo la mía, como si fuera un extraño en mi propio hogar.
               -Cuida de mi hermana, hermano-me pidió, y sonreí y asentí.
               -Como si se tratara de ti.
               -Está en mejores manos.
               Sonreí. Di un paso atrás, los miré a todos una última vez, deseando que el tiempo se detuviera. Aquello era una despedida. No era un adiós, sino un hasta pronto, pero no sabía cuándo era ese pronto. Por lo menos, en el adiós sabes que todo es definitivo. Scott y Tommy  también se me quedaron mirando, nos miraron a todos, sintiéndose en casa a pesar de estar fuera de ella.
               Si los amigos son la familia que eliges, yo tenía a la mejor en el mundo. Las chicas sonreían, mirando cómo me abrazaba con Scott y Tommy; los chicos esperaban el siguiente movimiento de aquellos dos. Quería a esta gente más de lo que quería a mi vida, porque ellos eran mi vida.
               Con un último vistazo y mi sonrisa de Fuckboy® eterna en los labios, como en los viejos tiempos, aquella que ahora le pertenecía exclusivamente a Sabrae, me metí en el coche.
               Era la última vez que vería a Tommy Tomlinson y Scott Malik en mucho, mucho tiempo. Y me alegraría recordarlos así, de pie en la calle, un poco borrachos pero felices, relajados, jóvenes.
               Con un suave ronroneo, el coche arrancó, y aunque yo iba en su interior, sentía que se llevaba a dos de mis mejores amigos con él.
               También se fue una parte de mí, y toda la vida que había conocido hasta la fecha. Vi cómo desaparecían al girar la esquina, esperando que vinieran tiempos mejores… y dándome cuenta de la suerte que había tenido en la vida, de lo difícil que iba a ser mejorar los últimos 17 años.
               Me quedé un rato mirando hacia atrás incluso cuando desaparecieron entre los edificios, y no fue hasta que el coche se detuvo en el primer semáforo que me giré. Me arrebujé en el asiento y traté de normalizar mi respiración, aún un poco acelerada a causa de las ganas de llorar. No me gustaba que Sabrae me hubiera sacado así del cascarón, no si eso significaba que lloraría por todo.
               -¿Un pañuelo?-preguntó el conductor, un hombre de voz amable y rasgos que me recordaban muchísimo a Donald Sutherland, el malo de Los juegos del hambre.
               -Estoy bien-respondí, sorbiendo por la nariz y asintiendo con la cabeza-. Seguramente pensará que estoy como una cabra, ¿verdad?
               -La señorita Styles me ha puesto al corriente de la situación. Si yo estuviera en su lugar, no dejaría de llorar a lágrima viva hasta que mis amigos volvieran del concurso. Es valiente.
               -O muy estúpido-respondí, negando con la cabeza-. Alfred, ¿verdad?-pregunté-. Yo soy Alec-estiré la mano y él me la estrechó, aprovechando que el semáforo aún estaba en rojo. El coche arrancó con un susurro y reanudó la marcha de una forma tan suave que, de no ser porque el mundo empezó a moverse en las ventanillas, habría jurado que seguíamos quietos-. Oiga, ¿adónde me lleva?
               Sonrió en el retrovisor.
               -La señorita Styles me pidió que no le dijera nada. Arruinaría la sorpresa.
               Me reí en el asiento.
               -La señorita Styles-repetí-, siempre tan misteriosa. No pensaba que fuera tan pija como para pedir que la llamaran así.
               -No lo hace. Pero yo tengo la costumbre de llamar a mis clientes por su apellido. Diana es la excepción, me refiero así a ella por pura costumbre.
               -¿A mí me llamaría el señor Whitelaw?
               -Lo llamaría el amigo de la señorita Styles, porque no sabía su apellido. No me dijo más que su nombre y la dirección a la que debía llevarlo.
               -Dirección que no me puede decir…
               -Buen intento-rió. Continuamos charlando en silencio, de manera que el trayecto se me hizo más bien corto. Para cuando me tocaba bajarme del coche, ya sabía que Alfred era el chófer de Diana cuando estaba en Inglaterra, y que se había convertido en su conductor permanente cuando se mudó a casa de los Tomlinson, algo que él agradecía mucho porque Diana era “una chica considerada y educada y muy generosa con su sueldo”. Le tendí veinte libras, pero él no las aceptó.
               -Corre a cargo de Diana.
               -Por favor.
               -Me dijo que insistiría. Aun así, no los cogeré. Su amiga quiere invitarle, y para mí ha sido un placer-sonrió en el retrovisor-. De corazón.
               -Bueno. Vale. Eh… gracias por todo-miré por la ventanilla-. ¿Seguro que Diana le ha dado bien la dirección?
               -Sí. Aquí es.
               -¿Fijo? ¿Fijo, fijísimo?-insistí, y Alfred rió.
               -Hijo, incluso si no fuera chófer, sabría traerte al Savoy.
                -Vale, vale. Bueno, gracias otra vez, Alfred. Eh… ¿me vas a tener que recoger, o algo?-¿qué habían hecho mis amigos? ¿Habían traído a mi abuela? ¿A Perséfone?
               -No. Me toca irme a casa.
               -Ah, vale. Bueno, pues… que descanses.
               Salí del coche, cerré la puerta y me quedé mirando cómo arrancaba y se incorporaba al tráfico de la madrugada londinense, mucho más fluido que el diurno. Me metí las manos en los bolsillos, acusando el frío por culpa de la humedad del Támesis, y cuando me di cuenta de que llevaba cinco minutos de reloj de pie, de espaldas al vestíbulo acristalado del hotel Savoy, me giré sobre mis talones y avancé hacia las puertas automáticas.
                Atravesé dubitativo el vestíbulo, seguro de que en cualquier momento aparecería alguien de seguridad para decirme que yo no pintaba nada allí, y avancé hacia recepción con el corazón martilleándome en el pecho. Una recepcionista de pelo oscuro, recogido en una cola de caballo perfecta, apartó la mirada del ordenador en el que tecleaba tan silenciosamente que parecía un agente de inteligencia, y se incorporó.
               Sentía la boca seca mientras avanzaba hacia ella, que esbozó una sonrisa cálida y tranquilizadora que a mí me puso aún más nervioso. Parecía una buena chica. Esperaba que tuviera experiencia echando a la gente.
               Mis amigos eran unos hijos de puta. Cómo se les ocurría soltarme en el puñetero centro de Londres para gastarme una broma. Me los iba a cargar. Y a Diana, la primera.
               -Buenas noches-saludó la chica, y yo asentí con la cabeza y me saqué las manos de los bolsillos. Bueno, allá vamos.
               -Hola. Esto… no sé muy bien qué hago aquí.
               -El señor Whitelaw, ¿verdad?
               -¿Cómo sabe mi nombre?
               -Una amiga del Savoy nos ha avisado de que vendría esta noche-comentó como quien anuncia que los osos panda le han dado tanto al catre que ya no están en peligro de extinción.
               -Ah. Qué bien. Esta amiga… hipotética… ¿ha dejado algún recado?
               La chica me entregó una tarjetita magnética que yo no cogí. No porque no tenga modales, sino porque en sitios como The Savoy suelen cobrarte hasta por decirte la hora. Sabe Dios lo que costaría aceptar una tarjeta magnética de esa puñetera institución. Estaba bastante seguro de que un bollo de pan del restaurante costaba más que mi sueldo de un trimestre.
               -Nos dio instrucciones muy específicas para la suite y el servicio de habitaciones, pero no se preocupe. En el Savoy cumplimos con las peticiones de todos nuestros clientes, con independencia de su origen.
               -¿Suite?-repetí. Esperaba que en ese sitio pijo tuvieran un cardiólogo, porque me iba a dar algo.
               -Sí, la señorita Styles ha pedido que les reservemos una suite nupcial. ¿Me permite su carnet de identidad, por favor?
               -¿Para qué?
               La chica sonrió con amabilidad. Putos pobres, debía de estar pensando. No tienen dónde caerse muertos, ni tampoco cerebro.
               -Necesito comprobar su identidad, por supuesto. No quisiéramos hacerle un cargo a su cuenta por la estancia de una persona errónea.
               -Espera, ¿Diana va a pagar todo esto?
               -Ya ha pagado la habitación. El servicio de habitaciones se le cargará en la cuenta cuando abandonen la habitación.
               Le tendí el carnet de identidad a regañadientes, pero ella lo cogió con su eterna sonrisa, sin hacer caso de mis reticencias.
               -Perfecto. Muchas gracias, señor Whitelaw. Si me permite…-salió del mostrador de recepción y yo la seguí por el suelo de ajedrez como un corderito que sigue al lobo a su cueva. Presionó una tecla en el ascensor de puertas doradas, sobre las cuales había unos números que empezaron a iluminarse, y cuando las puertas se abrieron, pasó la tarjetita magnética por un lector y sonrió-. Si pasa la tarjeta directamente por el ascensor, éste irá directamente al piso donde se encuentra su habitación. La piscina interior está en el bajo, se accede con el ascensor que encontrará en los pisos.
               -Vale.
               -No tiene horario, al contrario que la piscina exterior, cuyo horario es de 9 a 5. Disponemos de dos buffet abiertos de 6 a 8 en horario ininterrumpido, encontrará toda la información en la tarjeta de bienvenida del hotel.
               -Vale.
               -Les enviarán el desayuno a la habitación mañana por la mañana, de modo que no se preocupen por los horarios-sonrió-. Que tenga una agradable estancia. Oh, señor Whitelaw…-se giró-. Discúlpeme. Casi se me olvida. La señorita Styles ha dejado una nota para usted. Un segundo, por favor-caminó con elegancia, como una azafata, hacia el vestíbulo. Tuve que poner el pie en las puertas del ascensor para que no se cerrara y me llevara donde fuera que se suponía que tenía que ir, porque estaba tan nervioso y tan atontado que no veía el botón que mantenía las puertas abiertas-. Aquí tiene. Disfrute de su noche. Si necesita algo, estaremos encantados de atenderle.
               -Vale, gracias. Eh… buenas noches-les dije a las puertas cerradas, y abrí el sobre que me había tendido. En su interior había una nota escrita con la caligrafía grande y redonda tan propia de los americanos.
               Querido Alec:
               Espero que lo pases bien esta noche. Comed todo lo que queráis. Va en serio. Como me entere de que no has probado bocado porque no quieres hacer gasto del servicio de habitaciones, te juro que te colgaré por los pies de esa aberración arquitectónica a la que llamáis Big Ben.
               Te quiere,
               Diana.
               PD: La amenaza va en serio. Si puedo permitirme una habitación en el Savoy, imagínate cuántos sicarios puedo contratar.
               Tomé aire y lo solté muy despacio, intentando tranquilizarme. El tintineo del ascensor me indicó que ya había llegado a mi destino. Caminé sin rumbo por las habitaciones de moqueta blanda y suave en absoluto silencio, estudiando los carteles para ver si alguno me daba alguna pista.
               Por fin, llegué a la habitación en la que se suponía que debía pasar la noche. Suite nupcial, rezaba el cartelito, última planta. Pasé la tarjeta por la banda electrónica de la puerta y giré despacio la manilla, seguro de que había algún tipo de error y ahora pillaría a una pareja de recién casados en plena noche de bodas.
               Y me matarían.
               Como no podía ser de otra manera.
               De nuevo, la suerte me sonrió.
               Porque dentro estaba el mejor regalo que me han podido hacer nunca.
               Sabrae.
               Sentada en la cama, sonriendo, reclinada ligeramente y con las manos a ambos lados de la cintura. Todavía no se le veía nada, pero para mí ya era más que suficiente que estuviera allí. Estaba envuelta en el mejor papel de regalo que podría llevar nunca: el mono rojo y las botas de filigrana dorada que llevaba en Nochevieja, el atuendo que nunca había podido quitarle.
               Mi cerebro se desconectó, y mi lengua, acostumbrada a trabajar sin nadie controlándola, preguntó:
               -¿Qué haces aquí, Sabrae?
               Como si yo viviera en el puto Savoy, ¿sabes? A veces me sorprende lo jodidamente gilipollas que puedo llegar a ser.
               -Te dije que tu regalo iba a ser yo-contestó ella, cruzando lentamente las piernas-. Y que podías hacerme lo que quisieras.
                





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1 comentario:

  1. EMPIEZO DICIENDO QUE TIENES RAZÓN Y TE HAS SACADO LA POLLA ZORRA DEL AVERNO.
    El capítulo en si ha sido todo una fantasía desde el momento de la charleta por videollamada y el momentazo de Sherezade hasta Jordan siendo un puto amor y diciendole que vaya al torneo con Sabrae. Me ha gustado principalmente porque me ha hecho reír y porque con el final casi muero de la anticipación porque el detalle del vestido de fin de año me ha parecido una jodida maravilla, aun asi sin duda alguna lo que más me ha gustado es la emoción que me ha embargado con dos momentos en concreto.
    El primero: “Quiero envejecer con Sabrae, deseé con todas mis fuerzas, para después terminar con más intensidad aún, y con el resto de las personas que están aquí presentes.
    He lagrimeado con esto porque joder, sé de sobra que queda un montón para ello, quedan años (tanto en la novela como en la vida real) pero el hecho de que haya momentos que me recuerdan tanto a cts hace que me embargue ese sentimiento de final y esa frase en concreto me ha recordado a que Alec no envejecerá al lado de Tommy y Scott y eso me ha puesto demasiado triste porque he pensado en el momento en el que en cts anima a Tommy a irse si realmente necesita estar con scott aunque sea en el más allá y por aquel entonces a mí me pareció muy valiente por su parte el decírselo y asegurar que el cuidaría de todas pero es a día de hoy conozco de verdad a Alec y he visto su sufrimiento al pensar ya una vez que perdería a Tommy y saber que no un día lo hará de verdad y también a Scott sé que es algo que me va a romper por dentro cuando me toque leerlo.
    Para finalizar hacer mención a la despedida y que si ya en cts me hizo llorar como una loca cuando ni sabía lo que le pasaría a Alec, esta vez me ha hecho llorar como una condenada.
    Te has coronado Erikina, te has sacado la polla, el coño, las trompas de falopio y si me apuras el bazo también.

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