Quedan 37 minutos de día, pero sólo quería deciros que hoy es el día que NACE SABRAE!!!!! CELEBREMOS CON ESTE CAPÍTULO!!!🎆🎆🎆🎆
Sospeché que mi madre ya se imaginaba que iba a pasar muy
poco por casa durante mi cumpleaños, porque si a duras penas podía darse la
circunstancia de que se me cayera el techo de la casa encima, en mi cumpleaños
tenía más energía que nunca que por algún lado tenía que salir.
Decir
que estaba eufórico era quedarse muy corto. Después de lo que a Sabrae se le
había escapado al final del recreo, me moría de ganas de volver a verla. No
pudo ser a la salida, pero yo ya me esperaba que hiciera lo imposible por
escabullirse, incluso si dentro de eso estaba el dejar tirado a Scott para ir
corriendo a casa. Ya la martirizaría bastante su hermano.
Eso
sí, estaba decidido a no dejar que se me escapara durante la noche,
convirtiendo mi fiesta de los 18 en un momento épico de mi vida que sería
incapaz de olvidar, ni aunque me sometieran a un tratamiento de electrochoque
condenadamente eficiente. Bebería hasta emborracharme, bailaría hasta que me
dolieran los pies, la besaría delante de todo el mundo hasta dejar de sentir
los labios, y me la llevaría a la sala violeta en la que la había hecho mía por
primera vez, hacía unos pocos meses, cuando mi vida aún no había dado un giro
de 180 grados.
No
obstante, todavía debía esperar un poco, y mentiría si dijera que no me parecía
mal. La espera hacía todo más dulce, me permitía recrearme en las expectativas
que me iba creando sin ningún tipo de miedo: ahora que confiaba como nunca
antes en los lazos que me unían a las personas a las que quería, sabía que
podía soñar despierto sin miedo a que ellos me decepcionaran. No lo haría. De
la misma manera en que planificas al detalle un viaje que ansías y disfrutas
tanto como viviéndolo, yo me regodeaba en las cosas que pensaba hacer durante
la noche.
Por
primera vez en mucho tiempo, me regodeaba en lo que aspiraba, y que Sabrae no
estuviera conmigo no lo hacía todo peor, sino mucho mejor. Su compañía sería un
regalo, el mejor que podían hacerme.
Aunque
la verdad es que el listón estaba bastante alto.
Después
de comer y de dar buena cuenta a la tarta que mi madre había ido a recoger a la
mismísima pastelería de los padres de Pauline, me tocó abrir los regalos que me
había hecho mi familia. Mi hermana se revolvió en el asiento, nerviosa,
mientras rasgaba el papel de colores de una caja que contenía una pequeña
plataforma carga portátil cuya batería se llenaba con la energía del sol. Me
quedé mirando a Mimi, estupefacto.
-Para
cuando vayas a Etiopía-sonrió, apartándose un mechón de pelo de la cara-. Así
no te quedarás sin batería en el móvil nunca, y podrás mandarme un millón de
fotos de tu fea cara mientras se te va poniendo morena-su sonrisa titiló un
segundo, y yo me di cuenta de lo difícil que iba a ser para ella quedarse en
casa, con papá y mamá, mientras yo me iba al otro lado del mundo. Mimi no
estaba acostumbrada a que yo estuviera en casa, sí, pero lo poco que estaba era
tiempo que aprovechábamos juntos en mayor o menor medida. No tenerme por las noches
para ver una serie o hacerme de rabiar, o no pincharme para empeorar mi mal
humor mañanero era algo que se le haría cuesta arriba.
Me
incliné y le di un beso en la mejilla.
-Gracias,
Mím. Te quiero un montón, enana-le acaricié el costado y ella sonrió,
complacida por las atenciones. Puede que también sintiera uno poco de celos de
Sabrae, ahora que ella era la nueva chica de mi vida. Claro que eso no
significaba que Sabrae fuera a ser la única; mi hermana siempre tendría un
hueco en mi corazón, y eso no cambiaría jamás. Mimi se estiró para coger otro
paquete, con el característico papel de regalo marrón propio de la librería a
la que había acompañado a Bey hacía unos días. Al abrirlo, me encontré con una
pequeña guía de viaje de Italia, y levanté la vista para mirar a mi hermana.
-Para
que te sirva de motivación-explicó, esbozando una sonrisa que claramente
buscaba camelarme. Debería haberme sentido culpable por las esperanzas que Mimi
aún depositaba en mí para que aprobara el curso y mamá y Dylan nos regalaran el
viaje a Italia al final, pero su fe ciega en mí me conmovió-. Tiene un
diccionario de italiano al final-explicó, señalando las últimas páginas, de
bordes de un color diferente al resto-, para que vayas practicando.
-Bueno,
ya tengo algo que hacer en mis ratos libres en África-bromeé con cautela.
-Alec,
te vas a graduar este año-sentenció mi madre con disciplina-; no vas a perder
el curso.
-Ya
lo veremos.
-Ya
te digo yo que lo veremos.
-Es
mi cumpleaños-le recordé-. No puedes echarme la bronca hoy. Es moralmente
reprochable.
Mamá
puso los ojos en blanco pero esbozó una sonrisa, la típica sonrisa indulgente
de cuando sabes que tu hijo adolescente (bueno, técnicamente no tan adolescente) lleva razón.
Tengo
que decir que mi entusiasmo con los regalos fue en aumento, y cuando mis padres
me entregaron el suyo, grité de la emoción y salté de la silla para abrazarlos
y comérmelos a besos a ambos. Por eso, también, estaba de un humor estupendo.
Troté a casa de Jordan para compartir con él las noticias, y de paso pasar con
él la tarde, y aporreé su puerta con ímpetu hasta que me la abrió.
-Al,
tío, ¿qué bicho te ha…?-empezó, sacándose el cepillo de dientes de la boca.
-¡ADIVINA
QUÉ!-exclamé, extendiendo el trozo de papel frente a él. Jordan frunció el
ceño, intentando enfocarlo, y cuando por fin lo consiguió, sus ojos se abrieron
como platos y se le cayó un poco de espuma dental de la boca.
-¡HOSTIA
PUTA!
-¡EXACTO!-grité.
-¡NO
ME JODAS!-exhaló, corriendo al interior de su casa a toda velocidad.
-¡VAYA
SI TE JODO!-repliqué, siguiéndolo al mismo ritmo. Se enjugó la boca, se lavó
las manos a conciencia, se las secó con más cuidado aún, y extendió las manos,
pidiéndome que le entregara los dos trocitos de papel que tan felices nos
habían hecho a ambos. Accedí a que los cogiera, confiando en que lo haría con
cuidado de no estropearlos.
El
papel era uno de estos plastificados, con una estrecha línea brillante en ambos
lados que acreditaba su autenticidad, un código de barras inmenso en la parte
inferior, y una gran foto ocupando el resto del espacio. En la foto, podía
verse un ring en blanco y negro, circundado por filas y filas y asientos que lo
tomaban como estrella que orbitar. Y, bajo el ring, un pequeño cuadrado de
información que rezaba “LIGA DE BOXEO DE
PESOS PESADOS DEL REINO UNIDO DE LA GRAN BRETAÑA E IRLANDA, CRAWFORD VS.
GRIFFIN”.
Jordan
se apoyó en el lavabo, estudiando las entradas con una sonrisa en la boca.
-Qué
guay, tío. Vaya puta pasada-susurró, mirándolas por detrás, leyendo cuidadosamente
la letra pequeña, dando la vuelta a las entradas y jugueteando con los reflejos
de la parte iridiscente-. No sabes la envidia que me das.
-¿Por?
Vamos a ir juntos-sentencié, y Jordan frunció el ceño, pero se rió.
-¿Me
lo estás diciendo en serio?
-Claro,
¿por qué te iba a vacilar con esto, Jor? Llevamos desde críos con ganas de ir a
una final. Desde que Sergei empezó a comernos la cabeza con el tema del boxeo.
Y yo boxeaba para llegar ahí algún día, ¿recuerdas?-señalé las entradas y
Jordan asintió con la cabeza-. Tú estabas en mi esquina en las competiciones, y
yo en la tuya. Además… sabes quién es Griffin-comenté, y Jordan se echó a
reír-. No sé si podré controlarme si vuelvo a verle la cara a Jackson otra vez.
Comprobé
con alegría que ya no me podía la rabia cada vez que pronunciaba el nombre de
Jackson Griffin, el último rival con el que me había batido y que había
impedido que me retirara con el título de campeón en mi franja de peso y edad.
Siempre me había preguntado qué habría pasado de haber ganado ese último
combate. ¿Habría seguido tan adicto a la gloria y al chute de adrenalina que te
daba estar sobre el ring que habría tratado de convencer a mi madre y mi
hermana de que me dejaran seguir? Una parte de mí lamentaba haberlo dejado,
sobre todo viendo el nombre de Jackson en una entrada de boxeo, algo con el que
mi yo más joven siempre había soñado. Mi apellido quedaría mucho mejor junto al
de Emmet, uno de los mejores amigos que había hecho en ese mundo, y que desde
luego se merecía ganar (aunque también es verdad que, si pensaba eso, en parte
era porque no era mi apellido precisamente el que estaba en aquella entrada).
Ya
que no iba a poder vivir eso de que mi nombre ocupara parte de un cartel de
boxeo, y Jordan había entrenado codo con codo conmigo, lo justo era que fuese
él quien me acompañase.
-Tú
eres el único que puede refrenarme un poquito. No del todo-añadí, guiñándole un
ojo, y Jordan se echó a reír y me estrechó entre sus brazos. Me entregó las
entradas y me miró con intensidad.
-Te
la podría chupar, ahora mismo.
-Como
si necesitaras una excusa para confesarme que te haces pajas pensando en mí,
Jor-le di un codazo-. No hacía falta que lo dijeras en voz alta. Ya sé que soy
tu blanco preferido.
Jordan
volvió a echarse a reír, negando con la cabeza, y después de ese momento de
reconciliación entre los dos por el poco caso que le hacía en detrimento de
Sabrae, acordamos ir a su cobertizo a echar unas partidas antes de marcharnos a
entrenar y contarle las noticias a Sergei. Casi podría ver su cara rabiosa al
ver que, por primera vez, íbamos a un torneo al que él no iba a acompañarnos.
Como nuestro entrenador, siempre iba con nosotros a todas partes, y cada
combate que presenciábamos él también lo veía en directo, con lo que siempre le
teníamos allí para corregirnos si decíamos que una jugada era muy buena y a él
no se lo parecía, o viceversa. Poco a poco, nos independizábamos.
Guardé
las entradas como oro en paño en un cajón de mi escritorio, ya dentro del sobre
en el que me las habían dado mis padres y, a su vez, metido éste en una caja
para que no se estropearan. La mínima imperfección que tuvieran me dolería como
una daga en el pecho. Regresé entonces con Jordan, después de hacer acopio de
bolsas de palomitas y comida basura, de
la que teníamos que reabastecernos pronto. Ahora que era adulto, me sentía
incluso más responsable que antes, y el hecho de que no tuviéramos apenas
comida basura en el cobertizo me ponía negro.
Jordan
ya había encendido la televisión y pasaba de una aplicación de contenido en
línea a otra con aburrimiento, a la espera de que yo hiciera acto de presencia.
Como una señal divina, nos apareció de sugerencia el concierto de la gira de After Hours de The Weeknd, que se había
grabado en el estadio O2 de Londres, cuya silueta redondeada se veía en algunos
puntos del barrio a los que Jordan y yo íbamos a veces, cuando nos apetecía que
nos diera el aire. Jordan me miró, yo miré a Jordan, y abrí una bolsa de
palomitas mientras él le daba al botón de reproducción y subía los pies a la
mesita de los mandos, hundiendo las manos en la bolsa de palomitas antes de que
yo la recuperara.
La
sensación de anticipación y nerviosismo que llevaba sintiendo desde San
Valentín como un runrún constante en la parte de atrás de mi cerebro se
intensificó cuando el cantante apareció en pantalla, y mi mente voló sin
remedio a las imágenes que ella misma había creado de Sabrae en el festival de
Barcelona. Había vuelto a hacer cálculos y, después de mucho ajustar cuentas,
me parecía que tendríamos dinero para una habitación en un hotel mejor del que
teníamos reservado (con opción de cancelación, por supuesto) si yo hacía unos
cuantos turnos extra más, y la idea de aumentar las horas de trabajo me llevaba
rondando la cabeza desde que se me había presentado la oportunidad. Seguro que
a Chrissy no le importaría que me uniera a ella en sus repartos para que eso
también me contabilizara a mí, si se lo pedía por favor, le hacía ojitos y
prometía recompensárselo presentándole a cualquiera de mis amigos, al que ella
quisiera.
Me
imaginé la cara de sorpresa de Sabrae cuando pasáramos de largo del pequeño
hostal en el que habíamos reservado las habitaciones y la llevara a uno mucho
más elegante, que ocuparía todo el edificio y cuyo vestíbulo estaba situado en
una de las Ramblas, al contrario que el portal en el que estaba el hostal que
habíamos reservado, localizado en una pequeña calle. Brincaría, sonreiría, me
besaría y me diría que me quería ahora que se le había soltado la lengua. Y
seguro que me lo diría de nuevo cuando consiguiera colarnos hasta la primera
fila de la zona general del festival, pegados a la valla que nos separaba de
los VIP (eso sí que se me iba de presupuesto y había renunciado a ello nada más
ver los precios, aunque he de confesar que lo de poder tocar el escenario si te
daba la gana era una oferta más que tentadora), la subiera sobre mis hombros y
la hiciera disfrutar de unas vistas únicas, tan cerca de mi artista favorito
que podríamos verle claramente la cara sin necesidad de ninguna pantalla de por
medio.
Sí,
aquel viaje iba a hacernos muy felices, y en cierto modo, ya lo estábamos
iniciando en mi propio cumpleaños. Mientras Abel se entregaba a las canciones
que con tanta maestría había escrito, yo me dejé llevar por mis pensamientos,
reflexionando sobre todo lo que se había enderezado en mi vida desde que Sabrae
había entrado en ella. De no ser por ella, probablemente ni siquiera tuviera
expectativas de ir al concierto: sería un sueño inalcanzable al que te
resignas, sólo puedes fantasear con cómo sería vivir en un mundo en el que el
dinero no es problema (o en un mundo en el que no tengas orgullo y no te
importe pedírselo todo a papá y mamá, como perfectamente podría hacer yo si, ya
sabes, no tuviera amor propio y tal). Ahora, sin embargo, tenía una cuenta
atrás en el móvil que me hacía sonreír todos los días, pues en menos de un mes
estaría en Barcelona, con mi chica, en nuestro primer viaje juntos, a punto de
entrar en nuestro primer concierto.
Y de
mi cantante favorito. Joder, si es que hay que tener una potra…
-Uy, uy, uy, ¿a qué viene esa
sonrisita?-preguntó Jordan, y yo salí de mis ensoñaciones. No fue hasta
entonces cuando me di cuenta de que había subido las piernas al sofá, me había
abrazado las rodillas y me había quedado mirando a la nada embobado, pues en la
nada me esperaba Sabrae. Bajé las piernas, notando que mis mejillas querían
sonrojarse un poco, pero haría falta algo más que mi mejor amigo pillándome in
fraganti para ponerme colorado.
-Nada,
tío. Estaba pensando… nunca había tenido tanta ilusión por algo. Está siendo un
cumpleaños genial.
-Sí,
la verdad es que los regalos están bien-se echó a reír-, pero, ¿seguro que no
influye algo más?-alzó las cejas y yo puse los ojos en blanco y me encogí de
hombros.
-Me has
pillado, macho. Joder, pensarás que soy un calzonazos, pero… todo me recuerda a
ella. Y es bueno que me acuerde de ella. Gracias a Dios, sólo tengo cosas
positivas con Sabrae, así que… no sé. Tengo muchísimas ganas de que llegue esta
noche. Tengo las expectativas por las nubes, y aun así sé que vais a conseguir
superarlas, Jor-me mordisqueé la sonrisa y Jordan alzó las cejas.
-Espera,
¿qué pasa esta noche?-preguntó con falsa inocencia, y yo solté una risotada a
la que él se unió-. Sí, vale, puede que
te tengamos preparado algo bastante gordo. Pero no les digas a los demás que te
lo he dicho, ¿vale? Se cabrearán conmigo, y Bey enfadada me da muchísimo cague,
tío.
-No
me extraña. ¿Qué va a ser?-pregunté, pero Jordan negó con la cabeza,
chasqueando la lengua.
-Ni
de coña te voy a decir más, que con lo larga que tienes la lengua fijo que se
lo sueltas a Bey nada más verla.
-Amigo,
me ofendes-me llevé una mano teatralmente al pecho-. Lo primero que le diré a
Bey nada más verla esta noche será si se ha puesto minifalda por mí. Lo de la
fiesta sorpresa será lo segundo.
-¿Y
si no se pone minifalda?-preguntó Jordan, riéndose.
-Se
la va a poner. Le gusta complacerme-le guiñé un ojo y Jordan se rió un poco más
fuerte.
-Ya
te gustaría-sacudió la cabeza y me lanzó el cojín, y yo se lo lancé a él, y así
estuvimos un rato hasta que casi se nos caen las palomitas al suelo. Se juega
con el mobiliario, pero no con la comida.
Una
vez terminamos el concierto, al que yo le pondría una nota de 84 sobre 10,
Jordan se estiró y me sugirió que fuéramos a boxear. Teníamos pensado ir al
gimnasio de tarde, tanto para dejarme caer por la sala de boxeo y que me
felicitaran todos mis compañeros, como para echar un último partido con los
chicos, ya que éste sería el último viernes que Scott y Tommy pasarían en casa,
de modo que sería absurdo entrenar. Me quedé mirando a Jordan, perspicaz, y le
pregunté si lo del boxeo era una estrategia para tenerme entretenido durante la
tarde.
-¿Es
que va a venir Sabrae a cenar y necesitas que no esté cerca de mi casa por si
la detecto con mi sentido arácnido?-pregunté, y Jordan se descojonó.
-Siento
decepcionarte, pero no he hablado con Sabrae sobre sus planes para la tarde,
pero sinceramente me extrañaría mucho que fuera a venir a cenar y no te hubiera
dicho nada. Podría habérsele escapado, como a mí. Le cuesta mantener la boca
cerrada cuando estás delante.
-Le
pasa siempre. Lo que le cuesta cerrar cuando estoy cerca son las piernas-me
cachondeé, estirándome en el sofá. Jordan sacudió la cabeza, se levantó y me
dijo que en cinco minutos llamaría a mi puerta. Era su forma elegante de
echarme de casa, lo cual tampoco es que fuera demasiado sutil, que digamos.
Tuve
que lidiar con Trufas en el vestíbulo
de casa; incluso el conejo estaba más emocionado que de costumbre, como si
sospechara que era un día especial y quisiera compensarlo con un chute de
energía de esos que se supone que era un poco viejo para tener. Se revolvió en
mi mano cuando lo agarré, colocando su vientre sobre mi palma, y miró con ojos
desorbitados en todas direcciones mientras yo subía las escaleras y entraba en
mi habitación para no pisarlo. Me daba un miedo terrible cuando el conejo se
volvía loco no porque pudiera hacerme algo (me había dado bocados otras veces,
pero desde aquella vez que lo encerré en una de las alacenas y puse una silla
para que no pudiera salir en media hora había aprendido a comportarse), sino
porque me preocupaba hacérselo yo a
él. Trufas era incapaz de controlarse
cuando se ponía nervioso, y le daba absolutamente igual estar solo en casa o
con miles de personas dentro: él corría sin mirar por dónde iba, y muchas veces
se metía entre las piernas del primero que se le pusiera a tiro.
Estaba
cambiándome de ropa cuando recibí un mensaje de Sabrae, y no pude evitar
sonreír al abrirlo. Me dejé caer en la cama con el móvil en la mano mientras Trufas mordisqueaba mis guantes de
boxeo. Estaba demasiado ocupado babeando con mi chica como para reñir al animal
del demonio.
¿Qué
tal va el cumple?
Bien
☺ aunque se me ocurren un par
de maneras de mejorarlo.
¿De
veras? 😳¿Y qué maneras son esas?
Veamos,
tengo que sudar sí o sí 😈. Sin embargo, puedo hacerlo
igual en la cama que en el gimnasio.
😂😂😂 eres increíble, Al. Yo que
pensaba que ibas a tener un plan un poco más original…
Oh,
original es, créeme, nena. Tengo en mente una postura que no hemos probado aún.
¿Y
no prefieres reservarla para esta noche?
Soy
MUY impaciente, ya lo sabes, bombón.
Sabrae
estaba tecleando su respuesta cuando Jordan entró en mi habitación, con la
camiseta y los pantalones de boxeo ya puestos, y la bolsa de deporte colgando
de su hombro.
-¿Todavía
estás así?-preguntó al encontrarme desnudo de cintura para arriba. Siseé.
-Calla,
que igual no tengo que vestirme para quitarle trabajo a Sabrae.
-De
eso nada-sentenció Jordan, quitándome el móvil.
-¡Eh!
-Vas
a venir a boxear. Ya te hartarás de follar esta noche. ¿Te imaginas lo mucho
que va a meterse contigo Sergei si no vas hoy, y tampoco mañana? Puede que
incluso te eche.
-Sergei
no va a echarme, no puede perder a su mejor campeón.
Jordan
puso los ojos en blanco.
-¿De
verdad quieres arriesgarte?
Chasqueé
la lengua, miré de reojo el mensaje que me había enviado Sabrae, del que sólo
se veía una parte, y tras comprobar que seguía en sus trece de no venir a
verme, asentí con la cabeza y cogí mi camiseta. Me la pasé por la cabeza, le
quité los guantes a Trufas, me los
anudé en la bolsa de deporte, y seguí a Jordan fuera de mi casa.
-¿Me
das mi móvil?-ronroneé con inocencia, en un tono sumiso que a Jordan le hizo
gracia.
-No-dijo
sin embargo-. No me fío de que no compartas con ella nuestra geolocalización, y
no soy tan imbécil como para meterme entre vosotros si la ves.
-Vaya,
Jor, y yo que pensaba que te faltaban dos veranos-le miré con sorpresa-, y al
final sólo te va a faltar uno.
-Eres
gilipollas-pero se echó a reír. Seguimos vacilándonos todo el camino hasta el
gimnasio, y yo me di cuenta de que iba a echar mucho, muchísimo, de menos el
estar así con él cuando termináramos el curso. Nunca me había parado a pensar
en lo que supondría mi voluntariado con Jordan; me preocupaba por la relación
con mis amigos en general, y él iba incluido en el paquete. Sólo me centraba en
personas concretas cuando se trataba de mi hermana, mis padres, o ahora, Sabrae.
Seguramente a él también le dolería no verme, eso era evidente, pero después de
la charla que habíamos tenido sobre nuestra relación, me di cuenta de que iba a
ser mucho más duro para ambos de lo que ninguno de los dos se atrevía a pensar.
En cierto sentido, también tenía que aprovechar el tiempo con él; Sabrae no era
la única persona esencial en mi vida a la que dejaría en pausa ese verano.
Claro
que también con ella podían ir más cosas mal de las que podían ir con Jordan.
Siempre había estado ahí para mí, y yo para él, así que preocuparse por lo que
nos haría la distancia también tenía un poco de inútil, igual que lo tiene
angustiarse por el paso del tiempo cuando tienes un examen que sabes desde el
minuto uno que vas a suspender sin remedio. Jordan simplemente seguiría allí
cuando yo volviera de África, y probablemente lleváramos mejor la separación
que mi madre, mi hermana o mi chica. Éramos tíos. No necesitábamos un refuerzo
constante de que las cosas estaban bien. Las cosas entre Jordan y yo siempre
estaban bien.
Al
menos, así había sido hasta que llegó Sabrae. Él jamás había sentido celos de
ninguna chica hasta que ella entró en mi vida, y ahora que lo pensaba más en
frío, quizá por eso era por lo que se había quedado mi móvil. Aunque era mi primer
cumpleaños con algún tipo de compromiso sentimental, todo seguía siendo
demasiado reciente como para que él se acostumbrara aún a su nueva posición en
mi vida, y yo no se lo estaba poniendo precisamente fácil protestando porque
íbamos a boxear, cuando era uno de los pocos momentos que teníamos
exclusivamente de los dos. Ni siquiera las consolas eran enteramente nuestras,
porque a veces Logan, Max, Tommy o Scott se dejaban caer por el cobertizo,
igual que las chicas. El boxeo, sin embargo, era diferente. Jordan y yo éramos
los únicos que lo practicábamos en el grupo. Ni siquiera que Sabrae hiciera kick se podía comparar con lo nuestro.
De
manera que me colgué de sus hombros y traté de revolverle el pelo de nuevo,
aunque él tuvo los reflejos de un gato escabulléndose rápidamente de mí.
-¿Qué
bicho te ha picado?
-Nada.
He pensado que echarías de menos que me pusiera goloso contigo-le saqué la
lengua y Jordan negó con la cabeza, anonadado ante mi estupidez, pero yo sabía
que, en el fondo, lo estaba disfrutando.
Al
entrar en la sala de boxeo, sorprendimos a Sergei, a quien no teníamos
acostumbrado a aparecer los viernes. Miró su reloj de muñeca, que le indicaba
en una pequeña pantalla los pasos que había dado ese día, su ritmo cardíaco del
momento, si tenía alguna notificación de mensajes, e incluso la fecha y hora
actuales.
Levantó
la mirada de nuevo y nos miró con confusión.
-Hoy
es viernes-constató.
-Somos
conscientes-respondió Jordan.
-Y,
además, mi cumpleaños.
Sergei
alzó las cejas, impresionado de que hubiera aguantado la friolera de 4 segundos
en recordarle que tenía que felicitarme.
-Vaya
por Dios, un año más viejo, un año con menos reflejos-soltó, negando con la
cabeza-. ¿Os ha pasado algo con vuestros amigos?
-No
voy a poder venir mañana, Sergei, porque es mi cumpleaños-enfaticé, deseando que me felicitara de una puñetera
vez-. ¿Sabes qué día es hoy? El día en que cumplo los 18. Ya soy oficialmente
un hombre.
Sergei
me miraba como si me hubiera puesto a hablar en griego con él, porque, por supuesto,
también hablaba ruso. La cantidad de veces que nos habíamos puesto a hablar en
ese idioma sólo para molestar a Jordan eran incontables, y mi amigo siempre
reaccionaba de la misma manera: desabrochándose los guantes, tirándolos al
suelo y marchándose furioso al vestuario, adonde yo tenía que ir a buscarlo
para pedirle disculpas.
-Se
va a emborrachar esta noche-explicó Jordan, y yo me volví para mirarle.
-No
me voy a emborrachar. Al menos, no como la otra vez. Quiero acordarme de todo
lo que haga. De todo-sonreí, y Jordan
sonrió también.
-Ah,
ya lo pillo. Tú lo que quieres es escaquearte del entrenamiento de mañana por
la mañana porque te vas a pasar la noche follando, ¿verdad?-acusó Sergei.
-Correcto-sonrió
Jordan.
-¡No!
Voy a hacer más cosas que follar. También voy a beber. Y bailar. Y abrir
regalos. Muchos regalos-miré a Jordan de soslayo, que puso los ojos en blanco.
-Verás
qué decepción se lleva cuando le entreguemos el pez-le soltó a Sergei, y los
tres nos echamos a reír.
-Está
bien, cumpleañero. ¿Qué quieres hacer?
-Tío,
ya te lo he dicho: entrenar. ¿Estás sordo? ¿Hola, hay alguien en casa?-le
pregunté a su sien, dándole unos toquecitos con el nudillo.
-¡Gilipollas,
me refiero a qué quieres hacer!-soltó, empujándome con las dos manos y haciéndome
retroceder un par de pasos. Jordan seguía riéndose en una esquina.
-¿Yo?
-No,
mi abogado. Sí, Alec, macho, ¡tú! Si es tu cumpleaños, lo justo es que elijas
tú toda la rutina del entrenamiento. Tú dirás lo que quieres hacer-Sergei se
encogió de hombros, alzando las cejas. Miré a Jordan, que asintió con la
cabeza, animándome a que dijera todo lo que me apetecía. Tomé aire, lo solté
lentamente, y tras pasarme la mano por el pelo, considerando las posibilidades,
qué sería mejor y qué peor, finalmente me decanté:
-Dame
caña-le pedí, y Sergei asintió con la cabeza-. Lo suficiente como para
espabilarme, pero no lo bastante como para cansarme.
-Le
espera una larga noche-confió Jordan, sonriendo, y yo asentí con la cabeza.
-¿Alguna
idea en especial?-sugirió Sergei, y miré a mi amigo.
-Bueno…
¿qué te parece un combate, Jor? Seis asaltos en vez de doce, y nada de tocar la
cara.
-Me
parece justo.
-De
eso nada-intervino Sergei-. No podéis boxear sin dar golpes en la cara. Para
eso, os pongo a hacer largos en la piscina, que trabajaréis más.
Tanto
Jordan como yo nos quedamos mirando a Sergei. ¿Es que ya se le había olvidado
lo que acababa de decirle? Habíamos venido al gimnasio porque yo mañana estaría
demasiado machacado como para ir. Que
una parte de mí tuviera la esperanza de que la fiesta se alargara hasta que el
sol estuviera en lo alto del cielo era algo que me iba a mantener para mí,
porque a fin de cuentas, la coartada que me había regalado Jordan sin quererlo
me bastaba igual.
Sergei
nos miró alternativamente a ambos, decidiendo si le seguía saliendo rentable
que fuéramos sus discípulos después de tantos años sin traerle ninguna alegría
sobre el ring, pero muchos quebraderos de cabeza. Finalmente, suspiró, dándose
por vencido.
-Haced
lo que os dé la gana. Yo no pienso ayudaros.
Por
supuesto, incumplió su promesa en cuanto nos pusimos los guantes y nos subimos
al ring. Jordan llevaba las rastas unidas en una goma del pelo, lo que dejaba
sus hombros libres de nuevo para el escrutinio de nuestro entrenador o mis
ganchos veloces y certeros. Que no pudiéramos tocarnos la cara no significaba
que no pudiéramos apuntar al cuello, algo un poco peligroso pero que no nos
daba miedo a ninguno de los dos, porque siempre teníamos cuidado. Una de las
razones por las que Jordan y yo jamás nos habíamos enfrentado era precisamente
ésa: el cariño que nos teníamos ya desde pequeños nos hacía imposible ofrecer
un buen espectáculo, pues siempre nos daba miedo herir al otro y renunciábamos
a hacer movimientos que nos asegurarían ganar. A Sergei no le hacía gracia
tener que renunciar a la oportunidad de hacer que nos enfrentáramos sobre un
cuadrilátero, porque dos amigos íntimos dándose de hostias era un morbo que
encantaba en nuestro mundo, pero también sabía que sería una estupidez intentar
obligarnos. Bastaba con que lo intentara una vez para que no nos moviéramos, el
público nos odiara, y nuestras carreras se hundieran, aunque no tanto como su reputación.
Sin
embargo, eso no impedía que Jordan y yo entrenáramos juntos. Muchas veces él
había servido de preparación para mis combates, y a la inversa, a modo de
calentamiento para la pelea, como si fuera un aperitivo y el plato principal.
Por eso, ya nos teníamos cogida la medida el uno al otro, lo que le devolvía un
poco del interés perdido.
Sergei
caminó alrededor del ring mientras Jordan y yo intercambiábamos golpes,
atacábamos y retrocedíamos, nos abalanzábamos y nos protegíamos, en una
sincronía muy parecida al ballet; no en vano se decía que dos boxeadores “bailaban
sobre el ring” cuando su intercambio de golpes era fluido.
-Bloquea
más arriba, Jordan-ordenaba Sergei-. Ese juego de pies, Alec. Acércate más,
Jordan, no le golpees desde tan lejos. Aprovecha el flanco desprotegido, Alec.
Buen derechazo. Sal de la esquina. Apriétale un poco más. Que bese la lona. Sal
de ahí-ordenaba Sergei a toda velocidad, pegado a nosotros. Noté por el rabillo
del ojo que varios de los que había en la sala habían pausado su sesión de
entrenamiento para mirarnos, e incluso le preguntaron a Sergei por qué no
éramos más agresivos, pues estaba claro que nos estábamos conteniendo. Sergei,
sin embargo, nos les hizo el menor caso, observándonos con ojo crítico y el
dedo índice sobre el labio, puede que analizando las posibilidades que había de
que uno de los dos volviera a subirse a un cuadrilátero.
Jordan
se dejó llevar por la emoción del momento y trató de golpearme por debajo de la
mandíbula, obligándome a retroceder hasta quedar acorralado contra las cuerdas.
En un acto reflejo, aproveché que el movimiento había sido demasiado arriesgado
y arremetí contra su costado, en un gancho que lo dejó sin aliento, le abrió
los ojos como platos y lo hizo estremecerse.
-Tío-jadeó,
retrocediendo instintivamente tratando de respirar. Me di cuenta demasiado
tarde de que podría haberle roto una costilla con ese golpe que ni siquiera
había pensado.
-Joder,
Jor, lo siento-jadeé, caminando hacia él y haciendo que todo el mundo perdiera
el interés en nosotros. Si no íbamos a matarnos, no merecíamos atención. Sergei
rió por lo bajo.
-Ya
sabía yo que os iba a ir mal con el tema de restringir golpes… no lo podéis
evitar. Seguís llevándolo dentro. ¿Estás bien, Jordan?-había escalado por entre
las cuerdas y ahora estaba junto a nosotros. Jordan exhaló un quejido, pero
asintió con la cabeza.
-Me
ha hecho más daño del que me esperaba, pero no ha pasado nada. Ha sido la
sorpresa, más que nada.
-¿Seguro
que estás bien?-pregunté, ansioso, y Jordan asintió con la cabeza.
-Sí,
pero creo que voy a necesitar un momento de descanso. ¿Me relevas, Sergei?
Sergei
puso los ojos en blanco.
-Este
mocoso no es rival para mí, pero vale.
-Este
mocoso te dio una paliza que casi te mata-le recordé, y Sergei me miró de
arriba abajo.
-Podría
tumbarte sin usar siquiera los guantes, payaso.
Jordan
se quedó sentado, mirando de vez en cuando su móvil, mientras Sergei y yo
combatíamos. Mi entrenador descubrió que ahora era incluso más precavido, y que
me protegía más que nunca, especialmente la cara (porque, joder, no me hacía
gracia que me rompiera la nariz justo el día que cumplía los 18 años; llámame
loco, pero me enorgullecía que jamás me la hubiera roto ningún mamarracho con
el que había peleado y no quería que mi entrenador me la jodiera), lo que
llevaba a que boxeara peor. No eres bueno peleando si te centras demasiado en
protegerte, lo ofensivo es igual de importante que lo defensivo, y Sergei se
había encargado de inculcarnos bien esto.
La
tercera vez que me puso contra las cuerdas, ni siquiera se molestó en
castigarme el vientre para que yo destapara la cara. Simplemente se detuvo y
dejó caer los brazos a los costados.
-¿No
decías siempre que querías pegarme una paliza, campeón?-se burló, y yo me tuve
que morder la lengua para no darle una contestación que desencadenara una pelea
más sucia aún. Si Sergei se había controlado era precisamente porque veía que
no estaba al cien por cien, y no estaba bien ir a por alguien que no está
completamente entregado en la pelea.
En
circunstancias normales, me habría encantado tratar de pegarle una paliza a
Sergei. De todos los boxeadores profesionales a los que respetaba (y yo
consideraba a Sergei profesional, aunque no combatiera ya), mi entrenador era
el que se merecía más mi respeto. Nada
me gustaría más que batirme en duelo a muerte con él si hacía falta, para
comprobar si el alumno había superado al maestro. Pero no estábamos en
circunstancias normales. Era mi cumpleaños, y por primera vez en la historia de
mis cumpleaños, me apetecía estar mejor que nunca. En cuanto llegara a casa, me
daría una buena ducha de agua caliente, me afeitaría, me pondría esa loción de
después del afeitado que reservaba para las ocasiones especiales, me pondría
mis mejores gayumbos y me pasearía por la casa en bolas, para no pasar calor y
sudar para esa noche. Si tenía pensado tomarme tantas molestias con mi imagen
era porque quería estar a la altura de la situación, de mis expectativas… y de
las que, estaba seguro, Sabrae también tenía.
Por
eso no podía arriesgarme a pelear al máximo con Sergei. No sólo por el
cansancio, sino porque él me atacaría sin miramientos.
-Oh,
ya lo pillo-sonrió, burlón-. A ti lo que te pasa es que no te quieres arriesgar
a que te ponga un ojo morado y que tu zorrita se niegue a sentarse en tu cara
por eso, ¿verdad?
Jordan
se puso tenso a mi lado. Yo sabía por qué Sergei estaba haciendo esto: quería
provocarme, y lo estaba consiguiendo. No lo suficiente como para que abandonara
mi cautela, pero sí lo bastante como para que la inquina que tenía contra él
aumentara.
Con
lo que ninguno de los dos contaba era con una cosa: estaba de demasiado buen
humor como para que aquello me afectara.
-Pues
sí, tío, no te voy a engañar. Hay que cuidar de su silla, ya me
entiendes-ronroneé, pasándome una mano por la mandíbula. Sergei soltó una risotada,
negó con la cabeza, me rodeó los hombros con el brazo y me estrechó contra él.
-Dale
un poco al saco, anda, Romeo-me instó, y cuando se hubo alejado de mí, se giró
y me llamó-. Y, ¡eh, Al! Feliz cumpleaños-me guiñó un ojo antes de abandonar la
sala, y yo asentí con la cabeza. Bueno, ya había obtenido mi felicitación, que
era lo que yo quería.
Después
de comprobar que Jordan de verdad estuviera bien, le tendí una mano para
ayudarle a levantarse y le dimos al saco un rato hasta cansarnos. Seguimos haciendo
un circuito de entrenamientos juntos, y por fin, cuando decidimos que ya
habíamos estado bastante tiempo en el gimnasio (yo le había preguntado varias
veces a Jordan si quería irse, a lo que
siempre respondía que le apetecía seguir
un poco más), nos fuimos a casa. Nos desabrochamos los guantes de boxeo, los
guardamos en nuestras bolsas, nos pusimos nuestras sudaderas y nos marchamos
del gimnasio con el paso sincronizado, derecha izquierda, derecha izquierda,
derecha izquierda.
Tuvo
la delicadeza de devolverme el móvil, con lo que lo primero que hice nada más
salir por la puerta fue comprobar el mensaje que me había enviado Sabrae y
responderle avisándola de que ya había terminado de entrenar, por si… ya sabes,
quería hacerme algún regalo a distancia.
No
tuve suerte, así que me guardé el móvil en el bolsillo del pantalón y me aparté
el pelo de la cara mientras Jordan miraba su teléfono con nerviosismo.
-¿Qué
pasa, Jor?-reí-. ¿Nos hemos ido demasiado pronto y no han terminado de
prepararme la sorpresa?
-Creo
que te estás formando unas expectativas de la virgen, y puede que te pegues la
gran hostia, Al-rió mi amigo, negando con la cabeza, bloqueando su teléfono a
media conversación y escondiéndolo en el bolsillo. Se relamió los labios y
comentó-: Oye, Al, lo de antes me ha dejado pensando…
-Sí,
respecto a eso, antes de que me digas nada, te quería pedir perdón otra vez. Lo
siento mucho, tío-volví a disculparme, pero Jordan frunció el ceño-. Debería
haberme controlado mejor. Podría haberte roto una costilla, y verás tú qué
risa.
-Gajes
del oficio, tío. No ha sido nada, de verdad.
-Joder,
te podría haber mandado al hospital.
-Bueno,
siempre puedo ir solo, ya sabes…-Jordan rió-. Prefiero ir a solas que con
Sergei.
-¿Y
yo no te sirvo?-inquirí, pero Jordan vaciló.
-¿Por
qué ibas a venir tú? Es tu cumpleaños. No deberías perderte una fiesta por
acompañarme.
-Tío,
estás mal de la cabeza si piensas que iría de fiesta tan pancho mientras tú
esperabas a que te atendieran en urgencias. Lo siento, hermano, pero eso ni de
coña va a pasar-reí, y cuando vi que Jordan me miraba con intensidad, añadí-.
Jor, ¿qué te pasa? Vamos, hombre. ¿Tan gilipollas te piensas que soy, como para
irme de fiesta mientras mi mejor amigo está en urgencias?
-No,
pero a veces se me olvida que eres incluso mejor persona de lo que todos ya
sabemos-comentó, acariciándome la nuca y guiñándome un ojo, a lo que yo
respondí dando pataditas en el suelo como si fuera un perrito al que le están
haciendo cosquillas.
-Si
es que yo soy un cacho de pan, Jor-ronroneé, y él se rió un poco más fuerte,
algo que a mí me encantaba. Me hacía sentir útil cuando mis amigos se
descojonaban de esa manera con las cosas que yo decía, me recordaba el papel
que tenía en mi grupo.
-Por
eso te quería decir… mira, tío, nunca pensé que te vería tan cauteloso peleando
con Sergei como hoy. Los dos sabemos que ambos tenemos unas ganas de patearle
el culo que no nos aguantamos-nos reímos, y yo asentí con la cabeza-, pero ver
que hoy ponías tanto cuidado con él… no sé, me ha hecho pensar. Sé por qué
es-añadió antes de que yo pudiera hablar-, y ya hemos hablado del cambio que
ella te ha hecho dar, así que… quiero hacerte un regalo extra-sonrió con todos
sus dientes, como si acabara de revelarme los secretos del universo, pero yo
aún no le comprendía.
-Creo
que no te sigo, Jor.
-Alec-me
puso una mano en el hombro con infinita solemnidad-. Creo que deberías
aprovechar la entrada que te sobra para el boxeo, y llevarte a Sabrae.
Parpadeé.
-¿A
Sabrae?-repetí, y Jordan asintió-. A Sabrae, ¿por qué?
-Tío,
¿por qué va a ser?-se echó a reír-. Porque es Sabrae. Sé que te haría ilusión
llevarla a su primer combate de boxeo; tú y yo ya hemos visto suficientes
juntos, tanto desde las gradas como desde una esquina. Ella, en cambio, no ha
visto nada aún. Además, así podéis aprovechar para ir a visitar a tu abuela-me
guiñó un ojo, y a mí se me secó la boca.
Tenía
que controlar mi entusiasmo ante la idea de llevarme a Sabrae a un campeonato
de boxeo. Ni siquiera había pensado en ella, y la idea me avergonzaría en
situaciones normales, pero Jordan y yo siempre habíamos hablado de que
queríamos ir a uno juntos, y las entradas habían sido un regalo que me llovía
del cielo. Caí entonces en la cuenta de la razón por la que mis padres no me habían
dado el regalo hasta la hora de comer, cuando normalmente lo hacían nada más
desayunar: no querían que Sabrae se pusiera celosa de Jordan, ni obligarme a mí
a llevármela si yo no quería (que sí que quería, por supuesto, pero también
quería ser leal a mi amigo). Lejos de buscarme un motivo de discordia con mi
chica o con Jordan, mamá me había dado la entradas en un momento de soledad
familiar en la que yo podía decidir tranquilamente, sin ningún tipo de presión,
quién sería mi acompañante. Estaba claro que ni Jordan ni Sabrae se enfadarían
si elegía al otro, pero hacerlo delante de Sabrae ya condicionaría un poco mi
decisión.
Que
Jordan hubiera sido el elegido era algo casi inevitable, por la relación que
teníamos y el tiempo que llevábamos deseando esto; pero que él declinara mi
invitación en favor de Sabrae, aduciendo las mismas razones que yo habría
argumentado de haberla escogido a ella, decía mucho de lo bueno que era,
especialmente conmigo. Supongo que somos el punto débil del otro,
inevitablemente.
Con
todo, yo aún era reticente. Si bien es cierto que me hacía ilusión llevarme a
Sabrae, habría muchas otras ocasiones para hacerlo, y aquello era algo que
siempre habíamos deseado Jordan y yo, y así se lo dije.
-Tío,
no hace falta que hagas eso por nosotros, de veras. O sea, aprecio el gesto,
pero de verdad me hace ilusión ir contigo. No te he dicho que vinieras conmigo
por quedar bien, me apetece en serio que vayamos los dos.
-Lo
sé, Al. No eres tan buen actor como para fingir que te hace ilusión que vayamos
juntos y luego montar todo ese numerito con Sergei para que yo decidiera
cambiar de opinión y cederte la entrada-se echó a reír-, pero lo digo en serio.
Considéralo mi regalo de cumpleaños: te llevas a Sabrae, se la presentas al
resto de la gente, das recuerdos de mi parte, se la presentas a tu abuela,
también das recuerdos de mi parte… y te la tiras en el sofá de su casa-bromeó,
y yo me eché a reír.
-Eres
increíble, Jor.
-Voy
en serio, Al. Ya habrá otras ocasiones. Seguro que a Sabrae le hará ilusión que
te la lleves, y más después de hablar con tu abuela. Tío, llévatela, de verdad.
Tu chica es muy pija-soltó, riéndose-, y te vuelve pijo a ti. Necesita saber
cómo eres en realidad. El siguiente combate será dentro de… ¿seis meses? En
seis meses, ya no vas a estar aquí-añadió con una nota triste en su voz-. ¿Vas
a hacer que la pobre niña te espere más de un año, si no sabe cómo te pones
cuando el matado por el que apuestas pierde el combate? Tiene que conocer tu
peor cara, por mucho que tú te esfuerces en ocultársela-bromeó, y yo me lo
quedé mirando. Jordan parecía sincero. Lo cierto es que no era la típica
persona que te dice una cosa queriendo que tú le lleves la contraria y hagas lo
que él quiere pero creyendo que es por iniciativa propia. Si Jordan quisiera
ir, no me estaría diciendo esto. No, corrección: Jordan sí quería ir, pero valoraba más que las cosas me fueran bien con
Sabrae que una promesa que llevábamos haciéndonos el uno al otro durante años.
-Mi
chica no es pija-fue lo único que pude decir, y Jordan soltó una risotada.
-Si
tú lo dices, hermano…
-Jordan.
Última oportunidad-lo miré-. Es la última ocasión que te doy para echarte
atrás.
-No
voy a echarme atrás.
-O
para arrepentirte.
-No
me arrepentiré-me prometió-. Sabrae te hace feliz, y si tú eres feliz, yo
también lo soy, tío.
Noté
que algo en mi interior se revolvía, y ya empezaba a familiarizarme con esa
sensación. Puse los brazos en jarras y jadeé, luchando inútilmente con el
torrente de emociones que estaban a punto de desbordarme. Empezaron a picarme
los ojos, que se me anegaron en lágrimas, y Jordan se rió.
-Tío,
no me digas que te vas a poner a llorar por esto…-comentó, todo cachondeo, pero
yo sacudí la cabeza.
-Te
quiero un montón, Jor-susurré, luchando contra los sollozos que ascendían por
mi garganta y estrechándolo entre mis brazos. Joder, no podía creerme la suerte
que tenía. No sólo tenía a una chica increíble conmigo a la que pronto volvería
a ver que hacía lo que fuera por verme feliz, sino que mi mejor amigo era capaz
de renunciar a algo que llevábamos deseando los dos durante años para que
pudiera disfrutarlo con ella. No sabía qué había hecho para merecer tener gente
tan buena a mi alrededor, pero sólo esperaba no cagarla y seguir disfrutando de
ellos durante mucho, mucho tiempo.
Jordan
esperó conmigo a que yo me tranquilizara y dejara de llorar antes de entrar en
su casa, prometiéndome que “se ducharía, para variar”, para estar a la altura
de los acontecimientos. A pesar de que me había dicho que no iba a cambiar de
opinión, yo le insistí una vez más en que si quería venir conmigo, todavía
estaba a tiempo de decírmelo.
-Tío,
qué pesado. A ver si lo que te pasa es que no quieres ir tú… en ese caso, me lo
dices, que me llevo yo a Sabrae-se echó a reír, negando con la cabeza, y
abriendo la puerta de su casa-. Haz el favor de lavarte a conciencia, so
marrano, o me da a mí que Sabrae no va a querer acercársete y entonces vas a
llorar por algo.
La
vecina de al lado de casa de Jordan, que estaba podando sus setos, se me quedó
mirando, anonadada, cuando me reí.
-¡Señora
Pettyfer!-saludó Jordan-. ¡Es el cumpleaños de Alec!
-¡Así
es!
-¿De
verdad? ¡Qué bien! ¡Felicidades! ¿Cuántos cumples?
-Dieciocho.
-Hay
que ver cómo pasa el tiempo, si eras así-puso su mano a la altura de su
rodilla- cuando te conocí.
-Sigue
teniendo dos años mentales, tranquila, que por la cabeza no le pasa el tiempo.
-Ten
cuidado, Jordan, no te vayas a resbalar con la pastilla de jabón y te abras la
cabeza mientras te duchas-ladré, abriendo la puerta de casa y viendo cómo Trufas salía disparado al jardín. Tuve
que perseguirlo un rato hasta conseguir atraparlo, y cuando entré en casa, mamá
levantó la cabeza del sofá y me pidió que se lo llevara-. Claro, mujer.
Servicio de mensajería animal-respondí yo, fingiendo mal humor, pero mamá me
caló en cuanto me vio.
-¿Has
estado llorando?
-Es
el ambientador-mentí-. Sergei ha cambiado de marca y ha puesto uno de eucalipto
que huele a lejía. Eso le pasa por comprar marcas blancas.
-Alec-rió
mi madre, agitando su caja torácica de manera que la segunda letra de mi nombre
se agitó como si fuera subida en una montaña rusa.
-Jordan
me ha dicho que no va a usar la otra entrada-le revelé-. Prefiere que vaya con
Sabrae.
-¿Y
tú? ¿Prefieres ir con Sabrae?
-Mamá,
¿a cuántas tías me he traído a casa?
-¿Y
cuántas veces te has traído a Jordan?
Me
quedé parado en la puerta del salón, me giré y le sonreí.
-Te
quiero, mami-balé cual ovejita, y subí corriendo las escaleras mientras mamá
llamaba a gritos a Dylan para contarle que había conseguido dejarme sin
palabras, algo que no solía suceder a menudo.
Tuve
que controlarme muchísimo para no sentarme en la cama y escribirle a Sabrae
sobre el cambio de planes que teníamos para el siguiente fin de semana, pero
después de un increíble ejercicio de autocontrol, lo conseguí. No en vano, casi
me convierto en boxeador profesional en la adolescencia, la época por
excelencia para rebelarse y hacer lo que te da la gana, pasándote por el forro
de los huevos la disciplina necesaria para escalar hasta las primeras
posiciones en los ránkings nacionales.
Sabía
que, si me sentaba en la cama y le escribía un mensaje y ella me contestaba, no
sería capaz de meterme en la ducha. O me ducharía a toda velocidad, lo cual
sería casi peor. Así que, con calma, recogí mis cosas, me hice con unos
calzoncillos negros de Dolce & Gabbana (hay que ser previsor y comprar de
vez en cuando ropa de marca, aunque te cuesten un ojo de la cara) y me encerré
en el baño. Me metí bajo el chorro de agua caliente y me afané con el champú y
el gel de ducha, dejando que el agua me lamiera como esperaba que lo hiciera
Sabrae dentro de unas horas. Por eso me estaba acicalando como lo hacía: quería
encerrarme con ella en el cuarto morado del sofá y hacer todo tipo de perversiones
con ella, no dejar ni un solo centímetro de mi cuerpo sin que su lengua lo
explorara. Casi podía sentir su nariz en mi cuello, inhalando el aroma de mi
colonia mezclado con el champú y el gel de ducha, su lengua por mi mandíbula,
sus manos descendiendo por mi torso, acariciando mis abdominales, su mirada
paseándose por mi cuerpo como una loba por el bosque de sus dominios, la
sonrisa que esbozaría cuando se agachara frente a mí…
-Tío-gruñí,
riéndome-. No vayas por ahí.
Joder,
ya estaba empalmado. Si seguía en este plan, no sabía cómo haría para aguantar
con mis amigos en cuanto la viera. Necesitaba tranquilizarme.
Como
si supiera que estaba pensando en ella, y decidida a amargarme la vida hasta el
último momento (por favor, que siguiera destruyéndome hasta mi último aliento),
Sabrae me envió un mensaje. Intenté no abalanzarme sobre el móvil mientras me
aplicaba la espuma de afeitar.
¿Qué
tal mi cumpleañero preferido?
Hola,
bombón ☺
Hola,
sol♥ tengo muchísimas ganas de esta noche, no puedo
esperar, te lo juro
Ya somos dos ☺☺☺☺
¿Te apetece que nos llamemos, o estás liado?
Me estoy duchando
… te apetece que hagamos videollamada?????
La pregunta es retórica, por cierto.
Dicho lo cual, la foto que le
había puesto de contacto abarcó toda la pantalla. Llamando…
Deslicé el dedo por la pantalla
para aceptar la llamada y coloqué el móvil en el lavamanos, apoyado contra la
pared. Sabrae estaba en albornoz, sentada en su cama, y se acercó el móvil a la
cara.
-¿Podrías hacer zoom?-preguntó
sin rodeos, y yo me reí.
-¿Para qué? ¿Para verme los
abdominales? Podrías haberlos visto en persona si te diera la gana a la hora de
salir de clase, pero tenías mucha prisa.
-Estaba apurada. Tengo una cita
importante esta noche, y tengo que arreglarme.
-Cuelgo, entonces-me burlé-. No
quiero interrumpir tus rutinas. Se nota que necesitas todavía mucho tiempo para
terminar de prepararte.
Sabrae abrió los ojos y la boca,
estupefacta.
-¿Por qué eres tan malo conmigo?
-¡Eres tú la que me pone
cachondísimo y luego decide que tenemos que ir al instituto, Sabrae! ¡Eres tú
la que me dice que me quiere y luego sale pitando!
-¡Porque me estabas tomando el
pelo, y sabes lo mucho que odio pasar vergüenza! Además, se me escapó-añadió,
acurrucándose contra una esquina de la cama y poniéndose colorada. La miré.
-Ah, ¿que no lo sientes? Pues
mira qué bien-comenté como quien habla del tiempo-, porque mis padres me han
regalado entradas para ir a un combate de boxeo en Mánchester, donde por cierto
vive mi abuela, y pensaba llevarte conmigo. Pero si lo nuestro no es nada
serio, y es sólo sexo… bueno, soy bastante bueno haciéndome pajas. Creo que
puedo ir con Jordan mientras tú te quedas en casa. No quiero causarte ningún
trastorno.
-¡No te piques!-se echó a reír.
-¿Quién se pica? Sólo estoy entregado
a labores de logística. Es complicado ser alguien tan sociable y querido en su
círculo; manejar a tantas amistades puede ser un verdadero suplicio. Tampoco
espero que lo entiendas, bombón, porque, bueno… eres un poco marginada-me reí,
y Sabrae frunció el ceño-. Sólo sales con otras tres amigas; literalmente mi
grupo triplica al tuyo, y los problemas se reproducen de manera exponencial…
-Mis amigas son tan buenas como
los tuyos, Alec-las defendió con fiereza-. ¿O debo recordarte que te han hecho
un regalo? No te soportan, pero me quieren tanto que quieren que te lo pases
bien.
-Tú tampoco me soportas a veces,
y ya no puedo contar con los dedos de una mano las veces que has hecho squirting para mí.
Sabrae se estaba mirando las uñas
como si hubiera ganado, pero en cuanto me escuchó decir eso, levantó la vista y
abrió la boca para protestar, estupefacta.
-Te quiero-la atajé-. Y es mi
cumpleaños. No puedes enfadarte conmigo-le recordé, y ella negó con la cabeza,
se echó a reír y respondió:
-Ya de normal no puedo enfadarme
contigo, Al.
-Qué mal. Me gustan los polvos de
reconciliación. Te mueves de una forma…-me estremecí, y luego entrecerré los
ojos, pensativo-. ¿Sabes? Quizá deberíamos tener hoy una pequeña discusión.
Nada serio. Sobre… no sé, ¿qué fue primero, el huevo o la gallina?
-¿Y saber qué fue primero no te
parece algo serio? Es el pilar de la filosofía-Sabrae se tocó la frente,
guiñándome el ojo.
-Bueno, no entiendo qué discusión
hay. Si no hay gallina que ponga huevo, no puede haber huevo, ¿no?-reflexioné,
y Sabrae parpadeó despacio, el ceño fruncido.
-Al, si no hay huevo, ¿de dónde
puede haber salido la gallina?
-Puede ser una gallina eterna. Lo
eterno no tiene principio ni fin.
-Como mi paciencia para
aguantarte, pero la estás llevando a su límite-se masajeó las sienes-. Pero en
serio, Al. ¿Cómo va a ser primero la gallina, si no había gallinas cuando los
dinosaurios dominaban la Tierra? Y ellos salían de huevos.
-Eres musulmana-solté-. Se supone
que no crees en lo que dice la ciencia.
-Para empezar, el islam es la
religión que más promovió la ciencia de las tres dominantes en el mundo-espetó,
picada-. Mientras tus ancestros cristianos se echaban barro con sabe Dios qué
en las heridas, mis gente ya realizaba operaciones quirúrgicas.
-Ahí es nada.
-Y para seguir… si siguiera el
Corán al pie de la letra, no podría comer cerdo. Ni ningún otro tipo de carne
que no fuera halal, de hecho-alzó las cejas-. Ni beber alcohol.
-¿Y qué hay del sexo?
-Te estoy hablando de lo que es
necesario y esencial en mi vida-respondió, apartándose la melena del hombro, y
yo la miré.
-Ah, ¿ahora resulta que el sexo
no es necesario y esencial en tu vida?
-¿Qué te hace pensar eso?
-Que los jueves ya estás que te
subes por las paredes esperando a que llegue el viernes para que te empotre. Y
que te comportas como la mayor zorra que ha pisado Inglaterra cuando sabes que
no podemos hacer nada, porque te encanta ponerme
cachondo y dejarme a medias porque así te lo hago más fuerte.
-Así que crees que soy una zorra,
¿eh?
-No he dicho que crea que eres
una zorra, he dicho que te comportas como
una zorra. No es lo mismo. Yo puedo comportarme como un dios, que si me
pinchas, voy a seguir sangrando. ¿Comprendes el matiz?
-No te pongas nervioso, Al,
porque lo cierto es que tienes razón-Sabrae se rió-: soy la mayor zorra que ha
pisado Inglaterra, pero, ¿sabes? Es lo que me toca. Porque si quiero disfrutar
como una zorra, debo comportarme como una zorra.
Dicho lo cual, colocó su teléfono
sobre la almohada, se sentó con las piernas cruzadas y deshizo el nudo de su
albornoz. Yo no pude apartar la mirada de mi móvil mientras Sabrae abría las
dos mitades de su prenda y me mostraba una deliciosa tira de piel del color del
chocolate. Tenía las rodillas separadas, pero aun así, mientras deslizaba los
dedos por su piel, yo no podía ver lo que más me interesaba: su sexo.
-Y otra cosa, Al-ronroneó-. Te
has equivocado en una cosa. Te comportas como un dios porque eres un dios. Si yo soy una diosa y tú
puedes manejarme, será porque tú también eres uno, ¿no crees?
-No estoy seguro de ser capaz de
manejarte-lloriqueé en un jadeo mientras Sabrae pasaba sus manos por el
albornoz, enseñándome más y más piel. La curvatura de sus senos se asomó por el
hueco libre, y yo empecé a endurecerme. Se me hacía la boca agua. Quería verla. Ya habíamos hecho esto antes,
pero nada comparado con la situación que estábamos viviendo: los dos, recién
duchados, ambos desnudos debajo de una prenda; ella, su albornoz, y yo, mis
calzoncillos.
-Sí que lo eres-respondió en voz
sensual, bajándose el albornoz por los hombros, de forma que pasó a ser un
vestido sin tirantes en lugar de un kimono-. Lo estás haciendo ahora.
-Créeme, no estoy manejando
nada-repliqué, y añadí en mis pensamientos para
mi desgracia.
Sabrae rió.
-Sólo tú puedes hacer que yo
disfrute como lo hago, Al-ronroneó-. Sabes en quién pienso cuando me doy placer
a mí misma-se llevó una mano a la entrepierna, ocultándome lo que yo quería
ver-. No digas que no eres un dios.
-Sabrae-jadeé, y ella sonrió.
-¿Qué?
-Abre más las piernas-obedeció,
separando aún más sus rodillas, ancladas igual que sus muslos en el colchón-.
Déjame verte.
Sabrae sonrió.
-¿Por qué debería hacer eso?
-Porque te lo estoy pidiendo.
-Me lo estás ordenando. No has
dicho “por favor”.
-Por favor, Sabrae-gruñí. Me
dolía lo dura que la tenía. A la mierda mis planes de estar presentable: me
masturbaría mirándola, y luego ya vería cómo me adecentaba.
-¿Qué pasa si no lo hago? ¿Te enfadarás
conmigo?
-Sí. Ya lo creo que sí.
-Bueno…-meditó un instante,
pensativa-. A los mortales les da miedo enfadar a sus dioses…
Y luego junto las rodillas, se
subió el albornoz hasta cubrirse los hombros, y se lo anudó en la cintura. Se
echó a reír al escuchar mi gemido de frustración.
-Pero a mí me encanta
picarte-sonrió-. Te pones tan guapo cuando te enfadas.
-¡ME CAGO EN TU VIDA,
SABRAE!-bramé. ¿Y pensaba llevarme a este demonio conmigo a Mánchester? Me
mataría de un disgusto antes de que arrancara el tren.
-Relájate, Al. Piensa en el
premio cuando estemos juntos esta noche, guapo-ronroneó, tumbándose en la cama
y guiñándome un ojo-. A mí también me gustan los polvos de reconciliación, y tú
estás tan guapo cuando te enfadas… se te sube mucho el ego, y eso me encanta,
porque a tu ego, lo acompaña otra parte de tu cuerpo-ronroneó como una gatita y
yo puse los ojos en blanco.
-Voy a colgar, porque tengo una
fiesta para la que prepararme, y no tengo tiempo para que me dé una embolia por
tu culpa. Te veré de noche. Si es que te dignas a aparecer.
-No faltaré-me prometió.
-Ya, también ibas a hacer todo lo
que yo te dijera hoy, y no te han faltado ni un par de horas para
desobedecerme. En fin-alcé las cejas a modo de despedida y me pasé la cuchilla
por la cara-. Siéntete libre de colgar cuando te dé la gana. Yo no me voy a
dignar a volver a hablarte.
-¿Sabías que ser rencoroso
engorda?-preguntó.
-Estoy acostumbrado a que me
engorden cosas estando contigo-espeté, y Sabrae abrió los ojos, escandalizada,
pero se echó a reír. Se tumbó en la cama, mirando cómo terminaba de afeitarme,
y yo no le hice el menor caso. O por lo menos, lo intenté. Se me hacía muy
difícil no quedarme mirándola, porque su cara ocupaba toda la pantalla, y
podría pasarme mirando su rostro el resto de mi vida. Qué bonita era. Joder, me
tenía comiendo de la palma de su mano.
-¿Se te ha pasado el enfado?
-Perdona, ¿qué dices? Es que no
hablo zorra-comenté, y Sabrae sonrió.
-Así que, al final, sí que soy
una zorra…
-Te llamaría hija de puta, pero
es que Sherezade no me ha hecho nada. Bueno, salvo echarme unos cuantos polvos
en mis fantasías sexuales-medité, y ella suspiró-. Oye, ¿te parece que, si le
pido echar un polvo, aceptará?
-¿Quieres que vaya a preguntarle?
-Por favor. Es decir, si no estás
ocupada.
Y, para mi sorpresa, Sabrae se
levantó de la cama y caminó por su habitación. Atravesó el pasillo y bajó las
escaleras, cruzó el salón, y la luz de la estancia me hizo creer que estaba en
el comedor.
-Mamá-dijo Sabrae-. Alec quiere
saber si estás dispuesta a echar un polvo con él.
Le siguió el silencio.
-¿Cuántos años te piensas que
cumplo hoy, Sabrae? ¿Tres? Sé que se lo estás preguntando al aire.
Sabrae puso los ojos en blanco y
cambió la cámara…
… y me mostró a Sherezade sentada
sobre sus piernas, a lo indio, sobre una esterilla de yoga de color rosa.
Se me pusieron los cojones de
corbata.
Evidentemente.
-Por listo-acusó Sabrae.
-Joder. Joder. Joder, joder,
joder. Sherezade. Perdón. Perdón, Sherezade. La madre que… tu hija está como
una cabra-Sherezade parpadeaba mirando el móvil. Era como si yo estuviera en la
habitación bajo su mirada. No, peor, porque me sentía desnudo, porque estaba
desnudo, y Sherezade me miraba como si estuviera chalado, y me hubiera plantado delante de ella con la polla
al aire-. Sólo le estaba tomando el pelo. No se lo tengas en cuenta. No iba en
serio. Perdona. Espero que no te haya ofendido. Joder, Sabrae está de atar,
¿sabes? Está desquiciada perdida. No iba en serio, era todo una coña, déjame
que te lo explique.
-Vaya, hombre-replicó Sher,
toqueteándose el pelo-. Qué lástima. Yo que estaba pensando cómo podía tener la
casa despejada para el jueves…
-¡MAMÁ!-chilló Sabrae.
-¡SHEREZADE!-gritó Zayn desde
algún punto de la casa, y Sher se echó a reír.
-¿Te vienes a mi fiesta de cumpleaños?-ofrecí-.
Se celebra en una discoteca que tiene un reservado con pestillo…
-No puedo creer que le estés
tirando los tejos a mi madre conmigo delante.
-Cállate, Sabrae, que estoy
organizando un polvo de cumpleaños con el mito erótico de mi adolescencia.
-Me pasaré por ahí-rió Sher.
-¡Tú no vas a ningún sitio con
ese crío!-tronó Zayn en una puerta, y Sher se volvió hacia él.
-¡YO IRÉ DONDE ME DÉ LA GANA, QUE
PARA ALGO SOY UNA MUJER ADULTA CON INGRESOS PROPIOS!
-¡YA ESTAMOS CON LOS INGRESOS!
¡¡CÓMO TE GUSTA SER LA QUE METE MÁS DINERO EN EL BANCO, ¿EH?!! ¡¡A QUE ABRO UNA
CUENTA EN SOLITARIO Y METO TODO LO QUE GANE AHÍ!!
-¡SÍ, PARA TENER DESCUBIERTO EN
DOS DÍAS!
-¡¡NO TE VOY A VOLVER A DEDICAR
NI UN PUTO DISCO, SHEREZADE!!
-¡¡¡TE VOY A PONER EN CUARENTENA
SEXUAL Y YA VEREMOS SI DEJAS DE DEDICARME DISCOS, ZAYN!!!
-Ay, no, eso no, nena, gatita,
venga…-ronroneó él, y Sabrae salió escopetada de la habitación, cambió la
cámara y se me quedó mirando una vez llegó a su cuarto. Me fulminó con la
mirada.
-Si tus padres se divorcian y
Sher vuelve a estar en el mercado, avísame, ¿vale?
-Eres insoportable.
-Qué lástima que estés enamorada
de mí y me quieras tanto, ¿verdad?-acusé, y Sabrae puso los ojos en blanco-.
Dios le da trigo a quien no tiene pan.
-Se dice “Dios le da pan a quien
no tiene dientes”.
-Lo dirás tú así porque eres
musulmana, pero yo me crié en un entorno multicultural y mis dichos no son así,
Sabrae. De verdad, odio que seas tan listilla. Eres jodidamente inaguantable.
-Qué lástima que estés enamorado
de mí y me quieras tanto, ¿verdad?-se burló.
-Y que folles de muerte-negué con
la cabeza, pasándome una mano por el pelo-. Por Dios, la manera que tienes de
mover las caderas…-bufé, y Sabrae se echó a reír, toda afrenta perdonada.
-Te dejo para que termines de
prepararte, Al. Ya queda menos-celebró.
-¿Para qué? ¿Para mi ictus porque
te vas a dedicar a frotarte contra mi polla y luego vas a decirme que no
quieres hacer nada? Seguro que hoy ni me la chupas. Qué vida más triste. Con lo
bien que estaba yo estando soltero…
-Sigues soltero-me recordó, pero
riéndose a mandíbula batiente, por lo que no me ofendió. Sinceramente, podía
decirme cualquier cosa horrible, que si lo hacía riéndose, a mí no me dolería.
Incluso si me decía que ya no me quería, porque me lo podría tomar como una
broma.
-Porque no podía casarme
antes-repliqué-. Ahora, tu madre está haciendo las gestiones necesarias para
solucionar el problemita de mi estado civil.
-Me caías mejor cuando no se te
había subido a la cabeza lo de tu mayoría de edad.
-Si crees que se me ha subido a
la cabeza lo de la mayoría de edad, espera a ver cuando me saque el carnet de
conducir. De coche-especifiqué al ver que abría la boca, y Sabrae sonrió, se
pasó una cremallera invisible por la boca y levantó la mano-. Para que veas. Te
conozco mejor de lo que piensas.
-No es cierto. Sé que me conoces
muy bien-sonrió-. Te veo esta noche, ¿vale?
-Si te dignas a aparecer…
-Alec-rió, y yo sonreí.
-Hasta luego, bombón. Me
apeteces.
-Me apeteces, sol-sonrió,
despidiéndose, y cuando colgamos, me sentí vacío.
Vacío, como si me hubieran
quitado un trocito de mí y no fuera a recuperarlo hasta dentro de unas horas.
Cada vez que nos alejábamos, el calorcito que sentía en mi interior se
desvanecía, como si Sabrae fuera el sol con el que tanto se refería a mí y se
llevara con ella la luz.
Terminé de afeitarme, me pasé las
manos por el pelo, y luego, simplemente, me dediqué a esperar a que llegara el
momento de irse. Antes de lo que pensaba, llegó la hora de cenar, y cuando me
estaba llamando los dientes escuché que llamaban a la puerta. Mi madre abrió y
dejó que Bey, Tam y Jordan pasaran al vestíbulo a esperarme, y juntos, nos
marchamos en dirección a la discoteca de los padres de Jordan.
No esperaba que me hicieran una
fiesta sorpresa, y desde luego era un poco imposible organizar una sorpresa en
un local tan inmenso como la discoteca de la que habíamos hecho un hogar, pero
los chicos se las apañaron para sorprenderme. Incluso cuando Jordan me había
puesto sobre aviso diciéndome que me tenían organizado algo especial, algo
“gordo”, yo no habría pensado jamás que sería algo como lo que habían montado.
Habían invitado a todo el mundo,
sabedores de que me encantaban las fiestas llenas de gente. En las esquinas
habían colgado pequeñas bolas de discoteca que reflectaban la luz
estroboscópica de las lámparas de colores del techo, y guirnaldas de luces LED
colgaban del techo en una maraña de parpadeos que hacían que un sótano se
convirtiera en un patio despejado a los pies de un cielo nocturno. La barra
brillaba con luz propia, y las camareras servían chupitos iridiscentes de esos
que sólo ves en las películas que tratan de lujo, al estilo de El Gran Gatsby si éste hubiera pasado la
década anterior y no el siglo pasado.
Pero lo mejor de todo no era eso.
Lo mejor de todo era saber que todos estaban
allí. Los Nueve de Siempre, Diana, y, por supuesto, Sabrae. Pude sentir su
presencia igual que una sirena alejada en el mar advirtiendo de la presencia de
otro barco, la minúscula llama de una vela a kilómetros y kilómetros de
distancia, danzando justo sobre el horizonte. Un impulso irrefrenable de
reunirme con ella se apoderó de mí, pero su hermano y Tommy, más que dispuestos
a aprovechar su última noche de fiesta con el resto del grupo, no me iban a
dejar escaquearme tan fácilmente. Logan venía con ellos, haciendo de refuerzo.
-¡Alec! ¡Te has hecho de
rogar!-protestó Logan.
-Es que ya estoy viejo-comenté,
riéndome y abrazándolos. Scott me revolvió el pelo y yo tuve que dejarme,
porque cuando es tu cumpleaños, todo el mundo debe hacer lo que tú quieres pero
tú también te pones al servicio de todo el mundo.
-Lo suficiente como para ir a la
cárcel-comentó Tommy, y yo lo fulminé con la mirada. Ya me había hecho esa
bromita por la mañana tres veces, era como si estuviera deseando que me
metieran preso.
-Tengo quién me defienda,
¿verdad, Scott?-pregunté.
-¿Hablas de mi madre? No lleva a
tíos, lo siento.
-Conmigo hará una excepción, soy
su hijo favorito.
-Su hijo político-puntualizó Tommy.
-Es el único que tiene, por eso
es el favorito-se burló Scott.
-Más te vale votar con cabeza en
las próximas municipales-me amenazó Logan.
-Logan, por favor, soy un
ciudadano comprometido con su sociedad-protesté, y los cuatro nos echamos a reír.
Me arrastraron entonces al pequeño escenario en el que se hacían las
actuaciones de los karaokes o los bailes más trabajados, y yo subí de un salto,
con las manos en los bolsillos, preparado para la humillación por la que todos
tenemos que pasar cuando nos hacemos un año más viejos.
Esperé pacientemente mientras
Scott cogía el micrófono y pedía silencio al público, que al percatarse de que
estaba allí arriba, empezó a aplaudir, creyendo que iba a cantar una canción.
-Vale, la mayoría sabéis por qué
estamos aquí todos nosotros hoy, pero para los que estéis despistados, os voy a
refrescar la memoria. Hoy-Scott se giró- es el cumpleaños de este cabronazo-yo asentí con la cabeza.
-¡Que cante algo!-exigió alguien
entre la multitud, y pude ver a Ethan, de la otra clase, descojonándose con su
amigos. Era él quien había hablado.
- Ethan, tío, dile a tu
madre que he preguntado por ella!
-¡Mira
que eres gilipollas, ten cuidado, no te vaya a romper la cara!
-Y como ya sabréis-continuó Scott
como si no hubiera habido interrupción-, también es la última noche de fiesta
para Tommy y para mí-un gemido de tristeza se levantó entre el público.
-Gracias por la parte que me
toca-me eché a reír.
-No os estoy diciendo esto para
daros pena…
-Que también-añadió Tommy, inclinándose
hacia el micrófono-. Estad pendientes de los programas de The Talented Generation. ¡Y votad por Chasing the Stars!
-Sí, eso, ¡votadnos, que tenemos
que ganar a Eleanor!
-¡Ya te gustaría, Scott!-gritó
alguien entre el público, una voz femenina… Sabrae.
Me puse nervioso en el acto, y traté de buscarla entre las cabezas, pero
entre lo bajita que era y que seguramente estuviera sentada en el sofá, no
conseguí verla.
-Bueno, el caso es que como hoy
es el cumpleaños de Alec y-Scott hizo una pausa dramática-, espero que me
entenderéis cuando os pida que os desmadréis todo lo posible.
-Pero no tiréis los condones por
el váter-añadí yo-, que se atasca. Creedme, lo sé por experiencia
propia-comenté, y todo el mundo se echó a reír. Creí escuchar el timbre
característico de la voz de Sabrae, pero estaba demasiado ansioso con que todo
eso acabara y poder ir a buscarla como para fiarme de mis sentidos.
-Así que, ¡todo el mundo a
cantarle el cumpleaños feliz a este desgraciado!-ordenó Scott, y todos los allí
presentes se entregaron a la tarea como si su permanencia en un concurso de la
televisión dependiera de ello. Asentí con la cabeza, escuchando los bramidos de
la gente, e incluso levanté las manos y me puse a moverlas como si fuera un
director de orquesta. A falta de una vela, Logan encendió un mechero para que
yo pudiera soplarlo y contentar a nuestro querido público.
-El año que viene os
presentáis al concurso al que se van Scott y Tommy, esto es material de
semifinal como mínimo-animé, aplaudiendo, después de dar las gracias. Una de
las camareras activó la música, que empezó a sonar, atronadora, por los
altavoces de toda la estancia, y yo pude escurrirme entre la gente para llegar
con mis amigos.
Las
chicas se habían puesto sus mejores galas (Bey llevaba minifalda, como le había
dicho a Jordan que sucedería), y se levantaron para saludarme. Repartí besos y
abrazos por todas partes, como si estuviéramos en Navidad y yo fuera Papá Noel.
Aunque también debo decir que, cuando Diana se acercó y me plantó dos sonoros
besos acompañados de un largo abrazo que quizá puso un pelín celoso a Tommy, me sentí más como un niño recibiendo el mejor
regalo que podía esperar que como un padre observando cómo lo desenvolvía.
-Joder,
T, quién pudiera cumplir años todos los días-me burlé cuando Diana se separó de
mí y dejé de sentir sus curvas de escándalo contra mi cuerpo.
-Y
eso que no has visto lo que puedo hacer con la lengua-bromeó Diana, apartándose
el pelo dorado del hombro y regresando con Tommy, a hacerle carantoñas para
recordarle que su corazón sólo tenía un dueño, y era él.
Entonces,
le llegó el turno a Sabrae, y tío…
mereció la pena esperar, vaya que sí. Sabrae llevaba puestos unos vaqueros que
se ceñían a sus piernas como una segunda piel, y una blusa amarilla que dejaba
al descubierto su generoso y apetecible escote. Estaba increíble, mucho mejor
que las demás: más guapa, más entusiasmada, más feliz, y especialmente, más
mía. Me había dejado la mejor para el final, como cuando te dejas la parte del
plato que más te gusta la última, para que te deje un buen sabor de boca.
-¡Feliz
cumpleaños, mi sol!-celebró, colgándose de mis hombros. La estreché contra mis
brazos, inhalé su delicioso perfume de fruta de la pasión, y le di un largo,
lento y profundo beso que hizo que sonriera. Estaba claro que le había
perdonado lo de dejarme colgado un par de veces ese día. Lo cierto es que le
perdonaría absolutamente cualquier cosa. Sus dedos recorrían mis hombros y mi
cuello mientras yo la sostenía bien fuerte contra mí, como si quisiera
marcharse, cuando estaba claro que todo su lenguaje corporal me indicaba que no
había cosa que deseara menos que alejarse de mí.
-Gracias,
preciosa-susurré, dándole un último piquito en los labios y acariciándole la
cintura-. Te quiero-le recordé muy bajito, y ella asintió con la cabeza, frotó
su nariz con la mía y me susurró “yo también”. Tendría que conformarme con eso;
era demasiado pedir que me dijera que me quería dos veces en un solo día.
Después de ese momento de intensa intimidad que
compartimos, me giré para mirar a mis amigos y me froté las manos.
-Bueno,
¿cuánta pasta os habéis gastado en mí?-pregunté, tirándome en el sofá y
abriendo los brazos como si fuera el amo y señor del universo. Desde luego, con
gente tan genial a mi alrededor, me lo sentía.
Tam y
Max fueron los encargados de tenderme los paquetes, envueltos con esmero y en
bolsas neutrales para que yo no adivinara su procedencia. Exhalé un jadeo
cuando extraje del primer paquete unos guantes de boxeo blancos, de mi marca
preferida, con los que las gemelas habían estado rompiéndose la cabeza mientras
consultaban páginas web especializadas para asegurarse de que acertaban. Miré a
Jordan cuando me explicaron eso, y él se encogió de hombros.
-Quieren
hacer las cosas a su manera.
-¿Son
buenos?-preguntó Bey, nerviosa, y yo asentí con la cabeza. Tanto Jordan como
yo, que éramos expertos en la materia, sabíamos que aquellos guantes eran los
mejores del mercado.
-Son
los mejores. Muchísimas gracias, chicas-sonreí, agradeciéndoles el esfuerzo de
ir de web en web, de tienda en tienda y de gimnasio en gimnasio preguntando. El
regalo era de todos, por supuesto, pero el esfuerzo era de ellas.
Lo
siguiente que me regalaron fueron unas deportivas de Nike estilo Converse All
Star que brillaban en la oscuridad, como pudieron mostrarme gracias a la tenue
luz que iluminaba el entorno. Sabrae me acariciaba el antebrazo mientras yo las
examinaba, haciéndolas bailar de un lado a otro, admirado por el efecto casi
hipnótico que tenían las zapatillas.
Me
tocó flipar en colores cuando me tendieron con más cuidado el último de sus
regalos, una caja cuadrada bastante grande que pesaba lo suyo, en la que venía
una cámara de fotos digital, con objetivo intercambiable. Levanté la vista y
los miré uno a uno.
-Estáis
mal de la puta cabeza-sacudí la mía, negando, y examiné la caja. Había
comentado de pasada con los chicos el verano anterior sobre la posibilidad de
comprar una cámara de fotos para nuestro viaje a Chipre, y poder pasárnoslo en
grande tomando fotografías, pero todo había quedado en nada porque estaríamos
tanto tiempo borrachos que probablemente la perderíamos.
- Tiene
para carrete y para tarjeta-informó Max-. Y la batería tiene una base
recargable con energía solar.
-Porque,
si algo te va a sobrar en África, va a ser sol-sonrió Karlie. Me hacía gracia
que todos estuvieran tan pendientes de mi viaje a África y las condiciones
meteorológicas del continente.
-Ahora
no tienes excusa para no hacerles fotos a los amaneceres-añadió Bey.
-¡Es
que no es lo mismo! Si madrugarais para verlos lo entenderíais, pero como sois
una panda de vagos, pues… así os va en la vida-sonreí, negando con la cabeza-.
Gracias, chicos, sois los mejores. En serio.
-Bueno,
pero no llores, ¿eh?-sonrió Tommy.
-Sí,
Al. A ver si me voy a hacer ilusiones-se cachondeó Logan, y todos nos echamos a
reír. Me quedé mirando la caja, en cuyo ticket venía el ticket regalo con la
garantía… y entonces caí en que era de una de las tiendas que habíamos visitado
cuando fuimos al New Eden.
-¿Estabais
comprando esto el día que fuimos a cenar al Foster’s?-pregunté, y todos se
echaron a reír y asintieron con la cabeza.
-Espera,
¿habéis comprado sus regalos con él
delante?-quiso asegurarse Sabrae.
-Sí,
pero él no se dio cuenta. Menos mal que es tonto-soltó Tam, y yo me eché a
reír.
-“Menos
mal que es tonto”-recité, extendiendo la mano en el aire como si estuviera
colocando un panel en el cielo-. Tamika Knowles, 2035.
-Mi
turno-anunció Sabrae, apartándose el pelo de los hombros y capturándose unos
mechones de pelo tras la oreja, en el típico gesto de nerviosismo al que ya me
tenía acostumbrado y tan tierno me parecía. No entendía por qué se ponía
nerviosa haciéndome regalos, cuando me conocía a la perfección y acertaría
seguro. Me tendió un par de paquetes y yo los miré, sorprendido. No me esperaba
que me hiciera ningún regalo material. Su sola presencia ya era el mejor de los
regalos. Además, nos lo íbamos a pasar a lo grande a lo largo de la noche, ¿qué
mejor regalo podía hacerme que su cuerpo?
-Pero,
bombón, si tú no tenías que comprarme nada.
-Ah,
¿y nosotros sí?-acusó Scott.
-Tú
te callas, Scott, que bastantes gilipolleces te aguanto a lo largo del año. En
lugar de una cámara de fotos, tendrías que comprarme un Ferrari.
-Lo
tienes aparcado fuera.
-Luego
te hago la mamadita, cuando esto se despeje un poco-señalé en dirección a la
pista de baile, atestada, y Scott se rió.
-Pero
me apetecía-explicó Sabrae-. No he podido organizar a tiempo lo del polvo con
mi madre-se disculpó con una sonrisa-, así que de momento tendrás que
conformarte con la hija.
-Contigo
es imposible estar conformándose, nena.
-Ella
es la original-respondió Sabrae con cierto retintín-, y yo soy la copia.
-O
ella es el esbozo, y tú la obra maestra-contesté, y Sabrae se mordió el labio,
mirándome la boca.
-Abre
tus regalos, Alec-jadeó tras un instante de incertidumbre en el que pensé que
se abalanzaría sobre mí, sin importar que todos mis amigos, y su hermano,
estuvieran presentes.
Cogí
el paquete más fino y rasgué el papel a toda velocidad, reconociendo las
dimensiones. Me esperaba un vinilo, pero no me esperaba ese vinilo: el de mi disco favorito de The Weeknd, Starboy. Después de decirle que le comía
los morros, caí en la cuenta de que no tenía dónde escucharlo, y los chicos me
corrigieron.
-Que
tú sepas, Al-aclaró Jordan cuando repetí que no tenía para escucharlo, y yo me
lo quedé mirando. Miré a Scott y Tommy, a Logan y Max, a Karlie y las gemelas.
-No.
-Sí.
-Jordan,
no me jodas.
-Alec,
sí te jodo-rió Jordan.
-¡¿Estáis
puto mal de la cabeza?!-bramé, mirándolos-. ¿¡Pero qué cojones os pasa!?
¡Dios!-me froté la cara, sobrepasado. Se habían gastado tranquilamente 1.500
libras en mi puñetero cumpleaños.
-Nadie
vino a por la pecera de hace dos semanas, lo cual nos vino genial-explicó
Karlie.
-Sí,
gracias, Eleanor, por hacer caja-añadió Jordan, mirando por encima del hombro
al rincón en el que se reían Eleanor y sus amigas.
-No
puedo con vosotros, de verdad os lo digo-susurré, estirando las piernas y
negando con la cabeza. Sabrae me tendió un segundo paquete y la miré con recelo-.
Y tú, ¿qué me traes ahí? ¿Un collar de diamantes de un millón de dólares?
-¿Para
qué querrías tú un collar de diamantes?
-No
lo sé, Sabrae, ¿para estar divino de la muerte, quizás?-ella se echó a reír,
negó con la cabeza y colocó el paquete sobre mis manos. La miré de reojo, esperándome
cualquier cosa rara de ella, rompí con cautela el papel y me quedé mirando sin
palabras el libro. 1001 lugares que hay
que visitar antes de morir.
Sabrae era un genio.
Lo
abrí, pasé unas cuantas páginas, examinando los rincones, y descubrí que
alguien había estado allí antes que yo, pues había post-its de colores
colocados aquí y allá con mensajes de lo más variopinto.
-También
tienes post-its de varios colores y bolígrafos en la bolsita-Sabrae señaló un
paquetito más pequeño, con forma de bolsa, cerrado con una de esas pegatinas de
felicitación tan típicas en Navidades-, para que vayas anotando los sitios que
visitas y…
La
agarré del brazo y la senté sobre mis piernas, comprendiendo a la perfección
qué era ese regalo. Era una declaración de intenciones. Te esperaré.
Superaremos lo de África. Y luego, recorreremos juntos el mundo.
Joder,
definitivamente no podía esperar a vivir mi vida al lado de Sabrae.
-Eres…
la mujer… de mi vida-le dije, y Sabrae se sonrojó, intentó escabullirse,
consciente de que todos nos miraban y no éramos tan mimosos en público, pero no
se lo consentí: la cogió de la cintura y tiré de ella para pegarla contra mi
pecho, y le comí la boca como nadie se la había comido a nadie en la historia.
Ya
quisieran en Hollywood rodar besos como el que nos estábamos dando Sabrae y yo.
-¡Bueno,
bueno, ¿no habéis cenado, o qué?!-se rió Diana.
-¡Que
corra el aire!
-¡Idos
a un hotel!
-¿Despejamos
la sala y os ponemos música lenta?
-¡Móntala
aquí mismo, Al, si lo estás deseando!
Sabrae
se apartó un poco de mí, buscando respirar. Froté mi nariz contra la suya y
disfruté de la dulzura de ese contacto.
-Me
apeteces-dijo.
-Me
apeteces-respondí, y noté a mis amigos sonreír, conscientes de que ésa era
nuestra declaración personal. Me pasó las manos por el pelo, jugando con mis
mechones, y se relamió los labios. A continuación, mientras yo les decía a mis
amigos que estaban mal de la cabeza, se acurrucó contra mi pecho y se dejó
abrazar. Juro que nunca había sido tan feliz, me parecía estar soñando. Era
físicamente imposible ser así de feliz.
Les
di las gracias, les dije que nunca me olvidaría de esto, todos gimieron y se
abalanzaron sobre mí a darme todos los mimos que necesitaba hacía unos días, y
algunos más, por si volvía a ser imbécil y me convencía a mí mismo de que ya no
me querían. Cuando se dieron por satisfechos, me trajeron un pastelito con una
vela, me instaron a pedir un deseo, y me dieron ideas cuando yo les dije que no
tenía nada más que pedir.
-Pues
pide que se acabe el hambre en el mundo, como hace la gente normal cuando no
sabe qué pedir-sugirió Max.
-O
que la gente que come la pizza con piña se extinga, eso también nos sirve-intervino
Tommy, a quien Scott arreó una patada no del todo en broma. Nadie se metía con
la pizza hawaiiana, no delante de él.
Torcí
la boca, pensativo, decidiendo qué podía pedir. Pedir ser así de feliz siempre
era un poco imposible y contraproducente, porque necesitamos estar tristes para
valorar la felicidad. Miré a Sabrae, que me devolvió la mirada, expectante. Lo
primero que se me pasó por la cabeza fue: “quiero morirme en sus brazos”, pero
como eso bien podría ser dentro de unas horas, y quería un poco más de tiempo
con ella, cambié de parecer. “Quiero envejecer a su lado” parecía la mejor
opción.
Quiero envejecer con Sabrae, deseé con
todas mis fuerzas, para después terminar con más intensidad aún, y con el resto de las personas que están
aquí presentes.
Y soplé la vela.
Bailamos,
cantamos, reímos y bebimos por mi salud y la de todos los demás. Estaba siendo
la mejor noche de mi vida, rodeado de gente que me quería y a la que yo quería
también, pasándomelo en grande y aprovechando cada instante que estábamos
juntos. Ni siquiera me molestó tanto como debería que Sabrae mirara su reloj de
pulsera y me anunciara que tenía que irse para estar un poco con sus amigas.
-Es
mi cumpleaños-le recordé en tono protestón, y Sabrae puso los ojos en blanco.
-¿No
pensarías que iba a estar todo el rato contigo?
-¿Sí?
-¡Alec,
tengo que repartirme!
-Vale.
Venga, adiós.
-Pero,
¡no te piques!-Sabrae se echó a reír.
-¿Quién
se pica?-respondí-. Vete a hablar con tus amigas, que tanto te echan de
menos-escupí, pero en mi boca no dejaba de bailar una sonrisa al sospechar que
Sabrae estaba tramando algo. Seguramente esto era un golpe de efecto, para que
yo valorara más su compañía: se iría con Amoke, Kendra y Taïssa un par de
horas, y luego regresaría como por arte de magia conmigo. La hija pródiga
volvería a casa-, venga, comenta lo capullo que soy, y lo grande que la tengo,
y lo mucho que te gusta la ropa que traigo.
-¿En
serio crees que hablamos tanto de ti?
-Es
verdad-asentí-. Se me olvidaba que habláis de cosas importantes, como el
régimen económico de Ghana, astrofísica, feminismo, modos de asesinar a hombres
cishetero blancos, y la mitocondria arraigada en la sociedad.
-¿Mitocondria?-Sabrae
no podía contener la risa, igual que Tommy y Scott, que contemplaban la escena
con diversión, una cerveza en la mano.
-Sí,
mitocondria, que estás todo el día con la mitocondria arriba, la mitocondria
abajo, ahora no te hagas la loca.
-Alec,
sabes que la mitocondria es una cosa que hay en las células, ¿verdad?
-Sabrae,
¿me vas a decir tú a mí lo que es la mitocondria, que viene del griego mito, que es cuento, y condria, que es corazón? Mito del
corazón-proclamé, pagado de mí mismo. Estaba bastante seguro de que no tenía
razón, pero me encantaba llevarle la contraria a Sabrae. Así lo haríamos más
guarro.
-Lo
confundes con la misoginia.
-Es
mitocondria.
-Misoginia.
-Mitocondria.
-Vale,
lo vamos a buscar en Google.
-Busca
lo que quieras, ya verás cómo tengo razón-gruñí mientras Scott y Tommy se
descojonaban en la distancia, encantados de la vida con el espectáculo gratuito
que les estábamos dando Sabrae y yo.
Sabrae
sonrió triunfal cuando terminó de buscar y me mostró la pantalla de su móvil.
Efectivamente, ella tenía razón y yo no. Para variar.
-Bueno,
chica, ¿qué quieres que le haga? ¡Yo no leo el diccionario por
diversión!-estallé, y ella me acarició la pierna y me dio un beso en los
labios.
-Adiós,
Al.
-Vergüenza
te tendría que dar dejarme solo el día de mi cumpleaños para irte a cotillear
con tus amigas. Vergüenza-rezongué mientras se despedía de los chicos.
-¿Quedamos
mañana?-preguntó, y yo me desinflé en el momento.
-¿Qué?
-Que
si quedamos mañana. La música está un poco alta, ¿mm?-rió, y yo me relamí los
labios.
-Pero…
¿no vas a volver después?
Sabrae
se mordió el labio.
-Es
que… me he levantado muy temprano hoy para poder ir a desayunar contigo. Y más
o menos, siempre me voy a esta hora los viernes. Te prometo que mañana te lo
compensaré.
-Pero…
no hemos hecho nada-susurré. Era el primer cumpleaños desde que había perdido
la virginidad en el que no había sexo de por medio. Debería sentirme estafado,
pero en su lugar, lo que estaba era triste.
Sabrae
dio un paso hacia mí, consciente de mi cambio de humor.
-Te
prometo que te lo compensaré, sol. Te lo prometo. Mañana, para mí, seguirá
siendo tu cumpleaños. Haremos lo que tú quieras.
Ni
siquiera pensé en que mañana era el último día de Scott en casa. La tenía
demasiado cerca para poder pensar con claridad, de manera que asentí con la
cabeza despacio. Una cita con ella asegurada era mejor que un plan improvisado
del que probablemente no iba a disfrutar, así que…
-Puedes
apostar ese precioso culo que tienes, bombón.
Sabrae
sonrió, se inclinó una última vez hacia mis labios, y después de susurrarme que
le apetecía a modo de disculpa, desapareció entre la gente. Había algo en el
ambiente, sin embargo, que me empujaba a disfrutar: puede que fuera la promesa
de Sabrae, o puede que fuera la sensación de euforia que sentía por culpa del
alcohol. El caso es que el disgusto me duró poco, y cuando me giré para
preguntarle a Bey si me sacaba a bailar y ella me dijo que podía salir solito,
que era un hombre adulto, recordé de repente por qué estábamos todos allí.
Lo
afortunado que era de que mi cumpleaños fuera también el último día de Scott y
Tommy con nosotros.
Y no
iba a desaprovecharlo estando triste. Tenía tiempo de sobra para estar con
Sabrae, así que bebí, canté a voz en grito, bailé y me reí con mis amigos, brincando
como loco, como si estuviera en un festival de EDM, disfrutando de la vida y de
lo mucho que me había dado. Desde luego, no me lo merecía, pero yo pensaba
sacarle el máximo partido hasta que el destino se diera cuenta de que me habían
adjudicado algo que no me correspondía, y me lo arrebataran sin piedad.
Pensaba
sacar el máximo partido a la noche… y eso estaba haciendo, cuando todos mis
amigos me rodearon en la barra mientras Diana y yo charlábamos, esperando, algo
sudorosos pero muy felices, a que Patri terminara con nuestra mezcla y nos la
sirviera.
-Venga,
Al-instó Tommy, y yo lo miré-. Hora de irse.
-¿Qué?
¿Queréis ir a otro sitio?
-No. Te
tenemos preparada una última sorpresa. Pero antes, debes jugar a un
juego-sonrió Tam.
-Sí,
como en el laberinto de Harry Potter-especificó Karlie-: si llegas al final, te
encuentras el premio.
Clavé
los ojos en Scott y Tommy. No podían ir en serio. No podía irme ahora; no,
cuando ellos no estarían en clase el lunes.
-Pero…
vosotros dos. Es vuestra última noche. Es la última noche de Scott y Tommy-urgí.
-Qué
mas dará, Al.
-Sí,
nosotros nos piramos enseguida.
-Y
queda mucho por beber-discutí.
-Que
te vayas, Alec, no seas crío-exigió Karlie.
-Sí,
tío, eres muy desobediente, ¿qué diría tu madre de tantas reticencias?
-Tengo
a alguien esperando para llevarte a tu sorpresa-comentó Diana, que se había
mantenido ojo avizor mientras hablábamos, ahora lo veía-. Ése es mi regalo.
-¿Un
chófer?-no conseguía entender nada. ¿Me iban de llevar de paseo por mi
cumpleaños? ¿Adónde podía ir yo que me interesara? Todas las personas a las que
quería estaban allí, a excepción de Sabrae, perdida en un tugurio de la misma
calle, o en casa, poniéndose el pijama y escondiéndose bajo sus mantas.
-Serás
como Bruce Wayne. De hecho, se llama Alfred-Diana se apartó el pelo del hombro,
satisfecha consigo misma. Me eché a reír ante lo surrealista de la situación. Bueno,
si pretendían llevarme de paseo con un chófer particular, no sería yo quien se
resistiera a los lujos.
-Vale…
pues venga, al batmóvil-insté, y los seguí en dirección a la calle. Salimos al
frío de la noche con una sensación agridulce en los labios, todos perfectamente
conscientes de que aquella era la última noche que pasábamos todos juntos, los
Nueve de Siempre (más Diana, claro) en quién sabía cuánto tiempo. Me despedí de
Logan, Karlie, Tam, Max, Jordan y Bey con más facilidad que de Scott y Tommy.
-Gracias
otra vez por todo, chicos, de verdad. Sois los mejores. Os quiero un montón, de
veras. A pesar de todos vuestros defectos-bromeé.
-Mira,
chico, yo no sé de dónde te sale ese talento natural para ser tan
bocazas-protestó Bey, y yo me eché a reír. Le llegó el turno a Diana, que
estaba esperando al final de las chicas. La estreché contra mis brazos.
-No
dejes que estos dos cabrones te avasallen, Lady Di-susurré, y ella se rió-.
Eres na tía cojonuda. Muchísima suerte, de verdad. Te la mereces.
-Gracias,
Al. Igualmente, aunque no la necesitas. A las buenas personas les pasan cosas
buenas-sonrió, acariciándome el hombro y dándome un beso en la mejilla que me
dejó la marca de su pintalabios. Miré a Tommy, que tenía los ojos un poco
húmedos.
-Tommy-ronroneé
en un jadeo. Ese chico me había visto darle mis primeros golpes a una pelota. Me
había visto subirme a un ring. Me había echado un cable cuando suspendí por
primera vez en el instituto. Se había ofrecido a ayudarme a estudiar. Dejaba la
tortilla que iba a ser para mí un poco más hecha que las demás. Me había
instado a abrirme a los sentimientos que Sabrae me inspiraba cuando el amor
llamó a mi puerta, y también se había negado a enseñarme español porque “era la
única ventaja que tenía con respecto a mí en lo que se refería a las tías”, a
pesar de que tenía los ojos azules y cantaba como los ángeles.
-Se
acabó lo de folletear por ahí-instó Tommy, y puse los ojos en blanco.
-Que
sepas que te van a echar en el primer programa, me encargaré personalmente de
votar por todos salvo por ti-amenacé, y nos echamos a reír. Nos miramos a los
ojos un momento, y nos fundimos en un cálido abrazo en el que yo me esforcé por
recordar cada milímetro de su cuerpo junto al mío.
-Te
voy a echar muchísimo de menos, Al-susurró con la voz rota, y me alegró saber
que no era el único que estaba llorando-. Muchísimo de menos.
-Yo
también, T. Cuida de Scott, ¿vale? Vigílalo de cerca, hazlo por mí.
Tommy
sonrió, con los ojos desbordados. Diana se acercó a él y lo abrazó mientras yo
me volvía hacia Scott, que se mordía el piercing con nerviosismo. Nos miramos a
los ojos, y no puedo describir con palabras el vínculo que sentí vibrando en el
aire entre Scott y yo. Mi relación con él era distinta. Tommy había sido un
apoyo siempre, fiel de manera absoluta e incondicional, mientras que Scott, que
también lo había sido a su manera, no había dejado de darme caña jamás. Era mi
rival con las chicas, el que me empujaba a mejorar, y ahora, se marchaba. Se iba,
me dejaba solo con todo el sector femenino de Londres sin vigilancia, y lo peor
de todo, es que lo hacía dejándome enamorado.
El mundo
no estaba preparado para que Scott y yo no estuviéramos juntos, peleándonos por
las chicas, o estuviéramos enamorados a la vez. Cuántos orgasmos le estábamos negando
a Londres.
Scott
tragó saliva, pensando en lo mismo que yo, considerando que yo había sido lo
único que le había unido con Tommy cuando tuvieron aquella horrible discusión. Yo
había sido el último puente en pie, el bastión de la resistencia cuando todo
parecía perdido en la guerra.
-Sé
bueno con Sabrae-me pidió, dándome una palmada en el antebrazo.
-¿Tanto
daño crees que puedo hacerle?-me burlé. Por supuesto, me esperaba que dijera
algo así. Yo también era un hermano mayor.
-Que
le den a ella, sé que no le harías nada-sentenció Scott-; el problema es lo que
ella podría llegar a hacerte a ti. No la cagues con ella, ahora que por fin has
encontrado a tu chica, te mereces conservarla.
Sonreí,
intentando contener las lágrimas que también se asomaban en los ojos de Scott. Ambos
sentíamos que se estaba acabando algo.
-Seguro
que te resulta un alivio que ya no esté en el mercado para que no te robe el
puesto de rey de las mujeres, ¿eh?-le pinché.
-¿Quién
te lo ha contado?
Nos
echamos a reír.
-Estás
tan diferente, Al.
-Me
siento tan diferente, S.
Lo
estreché entre mis brazos como si no quisiera dejarlo marchar. Si lo hacía, se
acabó. Adiós a nuestro grupo, adiós a todo lo que habíamos vivido juntos. Me
sentía como si la vida que estaba viviendo no fuera del todo la mía, como si
fuera un extraño en mi propio hogar.
-Cuida
de mi hermana, hermano-me pidió, y sonreí y asentí.
-Como
si se tratara de ti.
-Está
en mejores manos.
Sonreí.
Di un paso atrás, los miré a todos una última vez, deseando que el tiempo se
detuviera. Aquello era una despedida. No era un adiós, sino un hasta pronto,
pero no sabía cuándo era ese pronto. Por lo menos, en el adiós sabes que todo
es definitivo. Scott y Tommy también se
me quedaron mirando, nos miraron a todos, sintiéndose en casa a pesar de estar
fuera de ella.
Si
los amigos son la familia que eliges, yo tenía a la mejor en el mundo. Las
chicas sonreían, mirando cómo me abrazaba con Scott y Tommy; los chicos
esperaban el siguiente movimiento de aquellos dos. Quería a esta gente más de
lo que quería a mi vida, porque ellos eran
mi vida.
Con un
último vistazo y mi sonrisa de Fuckboy® eterna en los labios, como en los
viejos tiempos, aquella que ahora le pertenecía exclusivamente a Sabrae, me
metí en el coche.
Era la
última vez que vería a Tommy Tomlinson y Scott Malik en mucho, mucho tiempo. Y me
alegraría recordarlos así, de pie en la calle, un poco borrachos pero felices,
relajados, jóvenes.
Con
un suave ronroneo, el coche arrancó, y aunque yo iba en su interior, sentía que
se llevaba a dos de mis mejores amigos con él.
También
se fue una parte de mí, y toda la vida que había conocido hasta la fecha. Vi
cómo desaparecían al girar la esquina, esperando que vinieran tiempos mejores…
y dándome cuenta de la suerte que había tenido en la vida, de lo difícil que
iba a ser mejorar los últimos 17 años.
Me quedé un rato mirando hacia
atrás incluso cuando desaparecieron entre los edificios, y no fue hasta que el
coche se detuvo en el primer semáforo que me giré. Me arrebujé en el asiento y
traté de normalizar mi respiración, aún un poco acelerada a causa de las ganas
de llorar. No me gustaba que Sabrae me hubiera sacado así del cascarón, no si
eso significaba que lloraría por todo.
-¿Un
pañuelo?-preguntó el conductor, un hombre de voz amable y rasgos que me
recordaban muchísimo a Donald Sutherland, el malo de Los juegos del hambre.
-Estoy
bien-respondí, sorbiendo por la nariz y asintiendo con la cabeza-. Seguramente pensará
que estoy como una cabra, ¿verdad?
-La
señorita Styles me ha puesto al corriente de la situación. Si yo estuviera en su
lugar, no dejaría de llorar a lágrima viva hasta que mis amigos volvieran del
concurso. Es valiente.
-O
muy estúpido-respondí, negando con la cabeza-. Alfred, ¿verdad?-pregunté-. Yo soy
Alec-estiré la mano y él me la estrechó, aprovechando que el semáforo aún
estaba en rojo. El coche arrancó con un susurro y reanudó la marcha de una
forma tan suave que, de no ser porque el mundo empezó a moverse en las
ventanillas, habría jurado que seguíamos quietos-. Oiga, ¿adónde me lleva?
Sonrió
en el retrovisor.
-La
señorita Styles me pidió que no le dijera nada. Arruinaría la sorpresa.
Me reí
en el asiento.
-La
señorita Styles-repetí-, siempre tan misteriosa. No pensaba que fuera tan pija como
para pedir que la llamaran así.
-No
lo hace. Pero yo tengo la costumbre de llamar a mis clientes por su apellido. Diana
es la excepción, me refiero así a ella por pura costumbre.
-¿A
mí me llamaría el señor Whitelaw?
-Lo
llamaría el amigo de la señorita Styles, porque no sabía su apellido. No me
dijo más que su nombre y la dirección a la que debía llevarlo.
-Dirección
que no me puede decir…
-Buen
intento-rió. Continuamos charlando en silencio, de manera que el trayecto se me
hizo más bien corto. Para cuando me tocaba bajarme del coche, ya sabía que
Alfred era el chófer de Diana cuando estaba en Inglaterra, y que se había
convertido en su conductor permanente cuando se mudó a casa de los Tomlinson,
algo que él agradecía mucho porque Diana era “una chica considerada y educada y
muy generosa con su sueldo”. Le tendí veinte libras, pero él no las aceptó.
-Corre
a cargo de Diana.
-Por
favor.
-Me
dijo que insistiría. Aun así, no los cogeré. Su amiga quiere invitarle, y para
mí ha sido un placer-sonrió en el retrovisor-. De corazón.
-Bueno.
Vale. Eh… gracias por todo-miré por la ventanilla-. ¿Seguro que Diana le ha
dado bien la dirección?
-Sí.
Aquí es.
-¿Fijo?
¿Fijo, fijísimo?-insistí, y Alfred rió.
-Hijo,
incluso si no fuera chófer, sabría traerte al Savoy.
-Vale, vale. Bueno, gracias otra vez, Alfred.
Eh… ¿me vas a tener que recoger, o algo?-¿qué habían hecho mis amigos? ¿Habían
traído a mi abuela? ¿A Perséfone?
-No. Me
toca irme a casa.
-Ah,
vale. Bueno, pues… que descanses.
Salí del
coche, cerré la puerta y me quedé mirando cómo arrancaba y se incorporaba al
tráfico de la madrugada londinense, mucho más fluido que el diurno. Me metí las
manos en los bolsillos, acusando el frío por culpa de la humedad del Támesis, y
cuando me di cuenta de que llevaba cinco minutos de reloj de pie, de espaldas
al vestíbulo acristalado del hotel Savoy, me giré sobre mis talones y avancé
hacia las puertas automáticas.
Atravesé dubitativo el vestíbulo, seguro de
que en cualquier momento aparecería alguien de seguridad para decirme que yo no
pintaba nada allí, y avancé hacia recepción con el corazón martilleándome en el
pecho. Una recepcionista de pelo oscuro, recogido en una cola de caballo
perfecta, apartó la mirada del ordenador en el que tecleaba tan silenciosamente
que parecía un agente de inteligencia, y se incorporó.
Sentía
la boca seca mientras avanzaba hacia ella, que esbozó una sonrisa cálida y
tranquilizadora que a mí me puso aún más nervioso. Parecía una buena chica. Esperaba
que tuviera experiencia echando a la gente.
Mis amigos
eran unos hijos de puta. Cómo se les ocurría soltarme en el puñetero centro de Londres
para gastarme una broma. Me los iba a cargar. Y a Diana, la primera.
-Buenas
noches-saludó la chica, y yo asentí con la cabeza y me saqué las manos de los
bolsillos. Bueno, allá vamos.
-Hola.
Esto… no sé muy bien qué hago aquí.
-El
señor Whitelaw, ¿verdad?
-¿Cómo
sabe mi nombre?
-Una
amiga del Savoy nos ha avisado de que vendría esta noche-comentó como quien anuncia
que los osos panda le han dado tanto al catre que ya no están en peligro de
extinción.
-Ah.
Qué bien. Esta amiga… hipotética… ¿ha dejado algún recado?
La
chica me entregó una tarjetita magnética que yo no cogí. No porque no tenga
modales, sino porque en sitios como The Savoy suelen cobrarte hasta por decirte
la hora. Sabe Dios lo que costaría aceptar una tarjeta magnética de esa
puñetera institución. Estaba bastante seguro de que un bollo de pan del
restaurante costaba más que mi sueldo de un trimestre.
-Nos
dio instrucciones muy específicas para la suite y el servicio de habitaciones,
pero no se preocupe. En el Savoy cumplimos con las peticiones de todos nuestros
clientes, con independencia de su origen.
-¿Suite?-repetí.
Esperaba que en ese sitio pijo tuvieran un cardiólogo, porque me iba a dar
algo.
-Sí,
la señorita Styles ha pedido que les reservemos una suite nupcial. ¿Me permite
su carnet de identidad, por favor?
-¿Para
qué?
La chica
sonrió con amabilidad. Putos pobres, debía
de estar pensando. No tienen dónde caerse
muertos, ni tampoco cerebro.
-Necesito
comprobar su identidad, por supuesto. No quisiéramos hacerle un cargo a su
cuenta por la estancia de una persona errónea.
-Espera,
¿Diana va a pagar todo esto?
-Ya
ha pagado la habitación. El servicio de habitaciones se le cargará en la cuenta
cuando abandonen la habitación.
Le tendí
el carnet de identidad a regañadientes, pero ella lo cogió con su eterna
sonrisa, sin hacer caso de mis reticencias.
-Perfecto.
Muchas gracias, señor Whitelaw. Si me permite…-salió del mostrador de recepción
y yo la seguí por el suelo de ajedrez como un corderito que sigue al lobo a su
cueva. Presionó una tecla en el ascensor de puertas doradas, sobre las cuales
había unos números que empezaron a iluminarse, y cuando las puertas se
abrieron, pasó la tarjetita magnética por un lector y sonrió-. Si pasa la
tarjeta directamente por el ascensor, éste irá directamente al piso donde se
encuentra su habitación. La piscina interior está en el bajo, se accede con el
ascensor que encontrará en los pisos.
-Vale.
-No
tiene horario, al contrario que la piscina exterior, cuyo horario es de 9 a 5. Disponemos
de dos buffet abiertos de 6 a 8 en horario ininterrumpido, encontrará toda la
información en la tarjeta de bienvenida del hotel.
-Vale.
-Les
enviarán el desayuno a la habitación mañana por la mañana, de modo que no se
preocupen por los horarios-sonrió-. Que tenga una agradable estancia. Oh, señor
Whitelaw…-se giró-. Discúlpeme. Casi se me olvida. La señorita Styles ha dejado
una nota para usted. Un segundo, por favor-caminó con elegancia, como una
azafata, hacia el vestíbulo. Tuve que poner el pie en las puertas del ascensor
para que no se cerrara y me llevara donde fuera que se suponía que tenía que
ir, porque estaba tan nervioso y tan atontado que no veía el botón que mantenía
las puertas abiertas-. Aquí tiene. Disfrute de su noche. Si necesita algo,
estaremos encantados de atenderle.
-Vale,
gracias. Eh… buenas noches-les dije a las puertas cerradas, y abrí el sobre que
me había tendido. En su interior había una nota escrita con la caligrafía
grande y redonda tan propia de los americanos.
Querido Alec:
Espero que lo pases bien esta noche. Comed
todo lo que queráis. Va en serio. Como me entere de que no has probado bocado porque
no quieres hacer gasto del servicio de habitaciones, te juro que te colgaré por
los pies de esa aberración arquitectónica a la que llamáis Big Ben.
Te quiere,
Diana.
PD: La amenaza va en serio. Si puedo
permitirme una habitación en el Savoy, imagínate cuántos sicarios puedo
contratar. ☺
Tomé aire y lo solté muy
despacio, intentando tranquilizarme. El tintineo del ascensor me indicó que ya
había llegado a mi destino. Caminé sin rumbo por las habitaciones de moqueta
blanda y suave en absoluto silencio, estudiando los carteles para ver si alguno
me daba alguna pista.
Por fin,
llegué a la habitación en la que se suponía que debía pasar la noche. Suite nupcial,
rezaba el cartelito, última planta. Pasé la tarjeta por la banda electrónica de
la puerta y giré despacio la manilla, seguro de que había algún tipo de error y
ahora pillaría a una pareja de recién casados en plena noche de bodas.
Y me
matarían.
Como no
podía ser de otra manera.
De
nuevo, la suerte me sonrió.
Porque
dentro estaba el mejor regalo que me han podido hacer nunca.
Sabrae.
Sentada
en la cama, sonriendo, reclinada ligeramente y con las manos a ambos lados de
la cintura. Todavía no se le veía nada, pero para mí ya era más que suficiente que
estuviera allí. Estaba envuelta en el mejor papel de regalo que podría llevar
nunca: el mono rojo y las botas de filigrana dorada que llevaba en Nochevieja,
el atuendo que nunca había podido quitarle.
Mi cerebro
se desconectó, y mi lengua, acostumbrada a trabajar sin nadie controlándola,
preguntó:
-¿Qué
haces aquí, Sabrae?
Como si
yo viviera en el puto Savoy, ¿sabes? A veces me sorprende lo jodidamente
gilipollas que puedo llegar a ser.
-Te dije
que tu regalo iba a ser yo-contestó ella, cruzando lentamente las piernas-. Y que
podías hacerme lo que quisieras.
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ResponderEliminarEl capítulo en si ha sido todo una fantasía desde el momento de la charleta por videollamada y el momentazo de Sherezade hasta Jordan siendo un puto amor y diciendole que vaya al torneo con Sabrae. Me ha gustado principalmente porque me ha hecho reír y porque con el final casi muero de la anticipación porque el detalle del vestido de fin de año me ha parecido una jodida maravilla, aun asi sin duda alguna lo que más me ha gustado es la emoción que me ha embargado con dos momentos en concreto.
El primero: “Quiero envejecer con Sabrae, deseé con todas mis fuerzas, para después terminar con más intensidad aún, y con el resto de las personas que están aquí presentes.
He lagrimeado con esto porque joder, sé de sobra que queda un montón para ello, quedan años (tanto en la novela como en la vida real) pero el hecho de que haya momentos que me recuerdan tanto a cts hace que me embargue ese sentimiento de final y esa frase en concreto me ha recordado a que Alec no envejecerá al lado de Tommy y Scott y eso me ha puesto demasiado triste porque he pensado en el momento en el que en cts anima a Tommy a irse si realmente necesita estar con scott aunque sea en el más allá y por aquel entonces a mí me pareció muy valiente por su parte el decírselo y asegurar que el cuidaría de todas pero es a día de hoy conozco de verdad a Alec y he visto su sufrimiento al pensar ya una vez que perdería a Tommy y saber que no un día lo hará de verdad y también a Scott sé que es algo que me va a romper por dentro cuando me toque leerlo.
Para finalizar hacer mención a la despedida y que si ya en cts me hizo llorar como una loca cuando ni sabía lo que le pasaría a Alec, esta vez me ha hecho llorar como una condenada.
Te has coronado Erikina, te has sacado la polla, el coño, las trompas de falopio y si me apuras el bazo también.