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No había que ser ningún lince para darse cuenta de que
Alec estaba mal; el problema era que estaba tratando de ser hermético incluso
conmigo. De normal, siempre que podía, me vacilaba, como si le gustara hacer
piruetas sobre la cuerda floja que se suponía debía ser mi opinión sobre él: si
había nacido adorándolo, crecido detestándolo y madurado adorándolo de nuevo,
todo parecía apuntar a que podía volver a mi estado anterior, o seguir
evolucionando, según se mirara, y volver a cogerle tirria otra vez. Así que él
disfrutaba pinchándome, lanzándome pullas inofensivas que no me hacían ningún
daño, pero que podían empujar de nuevo la rueda de nuestra relación que se
había detenido de forma misteriosa una noche ruidosa de otoño.
Pero
lo que estaba haciendo esos días era diferente. No eran piruetas sobre una
cuerda floja que ya no existía (habíamos hecho demasiadas cosas como para que
ésta no se cortara, y ahora nuestra relación era firme como un templo milenario),
sino más bien saltos base en los que Alec abandonaba el avión con un único
paracaídas, deseando que éste no se abriera para estamparse contra el suelo. De
la misma manera que buscaba a los demás, también me buscaba a mí, aunque
terminaba reculando en el último momento, cosa que no le sucedía con sus
amigos.
Yo no
estaba del todo segura de lo que le sucedía, aunque lo sospechaba. Lo conocía
lo bastante bien como para saber lo importantes que eran sus amigos para él, y
la necesidad que lo embargaba de sentirse reafirmado en un grupo cuya
composición pronto iba a cambiar. No sé por qué, Alec tenía esa tendencia a
sentirse secundario en todos lados excepto en su casa (y a veces ni siquiera
allí), como si no fuera esencial en la felicidad de mucha gente y su ausencia
fuera como una noche eterna cuando el sol se hubiera cansado de asomarse cada
día por el horizonte. Por eso podía afectarle la marcha de Tommy y Scott, que a
fin de cuentas eran piezas fundamentales en su círculo social, más de lo que a
sus amigos: porque Alec, dijera lo que dijera, se comía la cabeza más que todos
ellos juntos. Detrás de aquella fachada de indiferente diversión rayana en el
pasotismo, se encontraba un chico que se angustiaba cuando sentía que sus
amigos no estaban del todo cómodos con él.
Le
afectaba que Scott y Tommy fueran a irse, y necesitaba decirlo en voz alta,
pero yo sabía que no iba a hacerlo… por mí. Porque pensaba que necesitaba ser
mi gladiador personal, el escudo gigante detrás del cual yo debería poder
esconderme, la espada que me defendiera y el castillo que me protegiera de
todas las invasiones, en lugar de mi compañero de viaje, la presencia a mi lado
invitándome a comentar lo preciosas que estaban las estrellas en el cielo, la
playa en la que bañarme tras un duro día abrasador.
Sabía
que se lo iba a guardar dentro de él hasta que no pudiera ignorarlo más y
terminara explotando como un volcán, pero lo que jamás pensé es que tendría
tanto aguante. Yo le extendía una mano que le decía que podía contar conmigo,
le acariciaba el brazo cuando me la cogía y le miraba a los ojos para que
entendiera que tenía toda mi comprensión y mi apoyo, que no era una niña
desvalida que necesitara protección total, y mucho menos de él. Pero no quería
escucharme. Se limitaba a juguetear con mis dedos un momento, haciendo figuras
en el aire que bien podrían pasar por sombras chinas en un teatro callejero, y
después se alejaba de mí.
No se
alejaba en sentido estricto: era muy capaz de estar pegado a mi cuerpo, pero en
un hemisferio completamente distinto en términos espirituales. Y era allí donde
se refugió cuando nos tumbamos en su cama. Su alma se separó de su cuerpo y
dejó que sus instintos más primarios tomaran el control, y yo me entregué a él
no porque no tuviera más remedio (sabía que podía pararlo cuando quisiera) sino
porque me dolía que la única solución que encontraba a cómo se sentía era el
sexo.
Había
disfrutado como siempre disfrutaba con él, eso por descontado. Incluso cuando
estaba ausente, Alec sabía cómo darme placer, y yo me había dejado hacer no
sólo porque me apeteciera (aunque no era una prioridad para mí en ese momento),
sino porque le notaba tan lejos que sabía que sólo se acercaría después de
aquello, como un cachorrito maltratado que sólo te deja acariciarlo después de
que le des muchas chuches. Me había resistido lo justo y necesario para
asegurarme de que aquella era la única manera de recuperarlo, y cuando por fin
acepté que ésa era la única salida, dejé que me poseyera y yo le poseí a él. Le
besé larga y profundamente mientras se quitaba la ropa, acaricié con los dedos
su vello púbico mientras se inclinaba a por un condón, y separé las piernas
para recibirlo en mi interior, el único santuario en el que Alec se sentía a
gusto, cómodo, protegido, y podía tolerarse a sí mismo.
Porque
él era incapaz de odiarse, ni siquiera un poco, cuando hacíamos el amor. Se
encontraba con su versión más pura, más auténtica y más desnuda cuando entraba
en mí. Todo lo malo que le había pasado en la vida se desvanecía, igual que los
pecados de un fallecido cuando atraviesa las puertas del cielo. No podía
odiarse porque el Alec que era cuando lo hacíamos era mi Alec, la versión preferida de sí mismo, sin defectos, sin
cicatrices, sin traumas.
Nos
lo pasamos bien. Había un ruido de fondo en mi cabeza, una abejita volando en
mi nuca, diciéndome que aquello no estaba bien, pero los dos estábamos
disfrutando, así que no me molestaba apartarla de vez en cuando para rodearle
la espalda desnuda con los brazos mientras él me embestía, empujándome hacia un
orgasmo que celebró mordiéndome el labio. No fue un polvo tierno ni tampoco
bonito, pero incluso entonces nos las apañamos para convertirlo en un acto de
amor: él me decía con su cuerpo que ésta era la única forma en que podía estar
conmigo ahora mismo, y yo le decía que no pasaba nada, que me gustaba lo que
hacíamos, me gustaba estar juntos, y con eso me bastaba.
Aunque,
si he de ser sincera, pensé que sentiría un poco mejor después de terminar. Las
endorfinas del sexo me dejaban atontada en ocasiones, especialmente cuando lo
hacíamos de manera tan salvaje, y había visto demasiadas veces a mis padres
bajar las escaleras de casa con una sonrisa en los labios, como si no pasara
nada, como para no saber que había una relación entre el humor y tu polvo más
reciente: si éste era bueno, tu humor también… y a la inversa.
Y a
mí me parecía un buen polvo. Pero estaba claro que para Alec no había sido
suficiente. Porque, mientras yo jadeaba, intentando recuperar el aliento (este
chico era capaz de llevarme al límite de mis fuerzas sin siquiera empezar a
sudar, aunque fuera un poco), él se incorporó hasta quedar sentado, me miró un
instante, cansado, agotado, y con
ojos translúcidos de tristeza y algo más, me preguntó:
-¿Te
importa si fumo un cigarro?
Puede
que el polvo no hubiera sido tan malo, después de todo. No era la primera vez
que se encendía un cigarro, me pasaba un brazo por los hombros y jadeaba un
“ah” satisfecho después de dar la primera calada, un “ah” que sonaba a “joder,
Sabrae, qué bien lo haces”. Y que
Alec, con la experiencia que tenía, me dijera que “qué bien lo hacía” era un chute que mi ego siempre festejaba inflándose
como un pez globo.
-Estás
en tu habitación-respondí con dulzura, acariciándole la parte baja de la
espalda. Todo él era genial, incluso sus lumbares.
-Nuestra habitación-me recordó en tono un
poco severo, girándose para recoger un cigarro, sacando el mechero de la
cajetilla y encendiéndolo con gesto concentrado, de chico malo. Se le marcó la
mandíbula mientras sorbía para encendérselo, y cuando guardó de nuevo la
cajetilla, escondida para que su madre no la encontrara, pude regodearme en el
ángulo de sus facciones. Me relamí inconscientemente, incapaz de dejar de
recordar la cantidad de veces que había notado esos ángulos entre mis piernas,
mientras me practicaba sexo oral, algo que probablemente hubiera intentado si
hubiéramos aguantado un poco más. Me había hecho tener dos orgasmos, pero a
Alec le gustaba que fueran impares, y mayores de uno.
Separó
las piernas y se inclinó en la cama, apoyando los codos en sus rodillas,
pensativo. Dio una nueva calada y los músculos de su espalda se movieron como
los engranajes de una precisa máquina creada específicamente para el placer. Su
espalda estaba cubierta de valles por los que podrían deslizarse gotas de sudor
como agua en torrentes tras las cascadas, y finas marcas de arañazos
atravesaban esos valles como las fronteras dibujadas en un mapa.
Me
encantaba su espalda. Me recordaba lo fuerte que era, lo poderoso, lo valiente.
Nadie que tenga una espalda como la de Alec es un cobarde, porque son todos
luchadores natos.
-Me
encanta tu espalda.
-Y a
mí tus tetas-respondió él sin pensar, sin mirarme, pero por su tono de voz supe
que sonreía. Adoraba conocerle lo suficiente como para escuchar sus sonrisas o
sus ceños fruncidos, saber qué cara estaba poniendo aunque estuviera de
espaldas a mí.
Oh,
no. Estaba yéndose por las ramas, dejándome fuera.
-¿Qué
tetas?-pregunté, incorporándome hasta quedar bien pegada a él-. ¿Éstas?-presioné
mi torso contra el suyo y Alec rió entre dientes. Echó un poco de ceniza en su
cenicero y negó con la cabeza. Creo que sabía lo que estaba intentando, y había
decidido mantenerme fuera de su alcance. Bien, ya veríamos si me dejaba fuera
mucho tiempo. Estaba dispuesta a jugar a su juego, con sus reglas, y vencerle
en él. ¿Necesitaba sexo para comunicarse? Sexo tendría.
Lentamente,
hice descender una de mis manos por su torso, acariciando sus abdominales. Alec
ni se inmutó.
-¿Qué
tienes pensado para tu cumple?-inquirí, estudiándolo con atención, pero él no
movió ni un músculo de su cara. Era como si no sintiera mi mano acercándose a
su entrepierna.
-Aún
no lo sé.
-Me
toca la regla entonces-comenté-, así que nada de sexo como regalo. ¿Quieres
cambiar de bombón?
Dependiendo
de lo que me contestara entonces, yo sabría si estaba lo bastante rígido como
para escapar de su caparazón si le daba un toquecito, o aún tenía un rincón en
el que esconderse. Si respondía algo similar a lo que había dicho antes (algo
sexual, algo que me habría hecho hervir la sangre hace tiempo), sabía que aún
quedaba algo bien en él, una parte intacta de él que pudiera tratar de
reconstruirse a sí mismo.
Si,
por el contrario, respondía con desgana, sería el momento de entrar en escena.
-No
te preocupes-fue su respuesta, en lugar de algo tipo “yo no necesito probar
todo el surtido, sino sólo a ti, bombón”. La vía dura.
Estaba
roto. Ahora, tenía que manejarlo con delicadeza: era frágil cual pieza de
porcelana, pero no había de qué preocuparse; cuando se trataba de Alec, yo era
capaz de trabajar con guantes de seda.
Retiré
mi mano de su entrepierna, que había llegado a enroscarse en torno a su miembro
y lo había presionado suavemente, acariciándolo arriba y abajo y arrancando una
respuesta de él que me habría hecho dudar de su estado anímico en una ocasión
en la que Alec no hubiera hablado, y le di un beso en el hombro, entrelazando
mis manos en su pecho. Tenía un brazo por su hombro y otro por su cintura. Era
su cinturón de seguridad personal.
-Me
ha gustado mucho-susurré. Quería que lo supiera. Que no se martirizara aún más
pensando que ni siquiera había conseguido estar a la altura conmigo, a pesar de
que había hecho que me corriera dos veces. Dos veces no eran tres. Y no había
hecho squirting. Podía haber tenido
un orgasmo por cortesía, no porque lo sintiera realmente.
-A mí
también-respondió, dando una nueva calada. Intentaba alejarse de mí, un globo
aerostático que se eleva en el aire y se aleja de su plataforma de despegue,
empujado por el viento. Pero a Alec siempre se le olvidaba un detalle
insignificante.
Yo
era el viento.
-¿Vas
a estar callado todo el rato, o me vas a contar qué te pasa?-pregunté con
dulzura, mostrándole que yo podía ser tanto sus alas como su plataforma de
aterrizaje: tomaría su relevo si estaba demasiado cansado como para seguir
surcando el cielo, y le daría un lugar seguro en el que posarse si lo que
quería era descansar. Le acaricié el bíceps con el pulgar, haciendo notar mi
presencia.
Alec
se volvió lo justo para mirarme, el torbellino de emociones de sus ojos
desvaneciéndose hasta que una calma chicha reinó en el mar que surcaba, y que
le permitía hacer recuento de provisiones.
-He
vuelto a resolver mis idas de olla emocionales follando, ¿verdad?-preguntó,
restándole importancia, pero yo sabía que se estaba decepcionando a sí mismo.
Por mucho que se rascara la sien con el pulgar de la mano en la que sostenía el
cigarro y pusiera cara de niño bueno, yo sabía que eso era lo último que se
consideraba.
-Me
gusta que lo hagas conmigo-confesé, dándole un beso en el hombro, volviendo a
entrelazar mis manos en su cintura. Y era cierto. Me había dado lo último que
me negaba y que sí les había concedido a las demás chicas que habían estado con
él: un polvo buscando distracción, lleno de rabia, una vía de escape de su
cuerpo. Alec jamás había hecho eso conmigo, nunca había puesto el piloto
automático y se había dejado llevar para escapar de su cuerpo, sino buscando el
placer. Lo que había pasado la primera noche que estuvimos juntos en su
habitación no respondía a lo mismo de hoy, y por eso la respuesta también era
distinta-. ¿Hablamos?
Alec jugueteó un momento con las cenizas de su
cigarro en el cenicero, pensativo. Ven
conmigo, pensé mientras le acariciaba la cara interna de los brazos,
asegurándome de que no se olvidaba de que yo estaba ahí. Te prometo que no te haré daño. Ven conmigo.
Levantó
la vista hacia la televisión, y yo supe que no iba a asomarse aún a su
caparazón. Era demasiado pronto; el peligro podía seguir acechando.
-No
es nada-respondió, dando una nueva calada. Me relamí los labios y asentí
despacio con la cabeza, subí con las manos hacia su pelo y jugueteé con sus
mechones, recordándole que, en mis brazos, podía ser un niño. Era un niño. No tenía nada que temer,
pues yo siempre lo cuidaría. Mientras pensaba en qué decirle para convencerlo
de que no pasaba nada y así conseguir que se abriera conmigo, seguí
acariciándole el torso, y mis dedos terminaron siguiendo la ruta por la que
siempre peregrinaban cuando se ponía encima de mí mientras lo hacíamos. Las
yemas de mis dedos cartografiaron las fronteras que mis uñas habían trazado en
su espalda.
-Vaya
cómo te he dejado la espalda. ¿Te duele?-pregunté, dándole un beso en el
omóplato, proporcionándole el calor que se le escapaba.
-Eso
es que el polvo que acabamos de echar ha sido bestial-sonrió, y si hubiera
tenido una botella de cerveza en la mano, le habría dado un trago como diciendo
“mira qué vida llevamos”. Pero no la tenía, así que esos aires de pirata no
quedaron más que en bruma.
-A mí
también me gusta cuando me duele un poco. Creo que un poco de dolor de vez en
cuando no está mal, ¿mm?-ronroneé. Mis manos pasaron por sus brazos,
recorriendo su silueta. Era un haz de luz que recortaba su figura contra la
pared, convirtiendo su sombra en una obra de arte; un escultor modelando los
últimos toques de su obra maestra.
-Amén,
hermana-Alec asintió despacio con la cabeza.
-Pero
el físico, claro está-añadí, pensativa-. Como las agujetas por un entrenamiento
intenso, o las molestias por un polvo increíble-vamos, sol, ábrete conmigo-. El emocional, en cambio…-sacudí la
cabeza. No, el dolor emocional no era nunca nada bueno. Ni siquiera cuando te
roía hasta el punto de que tu arte se convirtiera en tu única tabla de
salvación. Papá lo había dicho mil y una veces: los sentimientos intensos hacen
que el arte que produces sea mejor, pero la intensidad no tiene por qué tener
relación con la negatividad. Es cierto que la tristeza parece resonar con más gente,
pero a veces la alegría también puede dar lugar a cosas buenas. Como la canción
que llevaba mi nombre, o los discos que papá había escrito cuando no sólo era
cantante, sino también padre.
Y sus
dibujos siempre eran mejores cuando a quien inmortalizaba era a mamá.
-¿Qué
intentas, nena?-me miró de reojo, desconfiado, un gato que ve a su humano
demasiado tiempo en casa, como si el mundo se hubiera detenido durante
demasiado tiempo y la casa que su humano pagaba pareciera volver a
pertenecerle.
-Cumplir
nuestras promesas. Nos prometimos que no dejaríamos que nada se interpusiera
entre nosotros, ni siquiera nosotros mismos, ¿recuerdas, sol?-me asomé a su
hombro, girándolo lo suficiente para poder estar frente a frente con él. Mi
rostro parecía tener efectos tranquilizadores en su humor, porque siempre que
se ponía borde conmigo, intentaba no mirarme a la cara. Su instinto de
protección era más fuerte que sus ganas de vacilarme, o la mala situación por
la que estuviera atravesando en ese momento y que no me dejaba margen de
maniobra para cometer errores. Nuestros rostros estaban a centímetros; nuestras
bocas, a milímetros: podía sentir su respiración acariciando suavemente mis
labios, e incluso mi lengua paladeó el sabor llameante de la nicotina-. No te
metas entre nosotros, Al. Sé sincero. Yo ya sé lo que te pasa. Lo que necesito
es que lo digas tú-le aparté un mechón de pelo que le caía sobre los hombros,
porque su peinado después del sexo era tan sensual como caótico, y él no
soportaba que el pelo le molestara siquiera un poco (salvo cuando se trataba de
mi melena)-, para poder luchar contra ello los dos juntos, como llevamos
haciendo desde la primera vez que nos vimos de verdad.
En
nuestra relación había habido un parón de varios años. Nos habíamos conocido
cuando yo apenas tenía días de vida, y aún estaba descubriendo lo que era tener
una familia. Perfectamente Alec podía haber entrado en esa definición en el
mismo momento en que nuestras miradas se cruzaron, y yo sabía que cuando él estaba cercano podía pasarme nada malo mientras
estaba en los primero años del colegio. Luego, algún cuerpo celeste había
cambiado su órbita y había decidido que la energía que fluiría entre nosotros
sería negativa, y así fue durante años, hasta que nos besamos por primera vez,
y las estrellas se alinearon.
Yo
estaba destinada a estar con él. De la misma manera que estaba destinada a ser
la hermana de Scott, de Shasha y de Duna, la hija de Zayn y Sherezade, estaba
destinada a ser de Alec.
Por
eso yo siempre iba a ser un refugio para él, y por eso él siempre podía contar
conmigo. Siempre. Nadie le haría daño, no cuando estuviera conmigo: todo el
universo estaba a nuestra espalda, dispuesto a saltar para defendernos y
juntarnos de nuevo. Ya lo había hecho una vez a pesar de mis reticencias, ¿cómo
no iba a volver a hacerlo ahora, cuando era lo que yo más deseaba?
Alec
se relamió los labios, que tenía secos. Sus dientes asomaron brevemente en su
superficie carnosa y, tras un instante de sufrimiento en que la última célula
de su cuerpo aún trataba inútilmente de luchar contra el destino, jadeó lo que
yo ya sabía, pero necesitaba decir:
-No
quiero que tu hermano y Tommy se vayan.
Se le
llenaron los ojos de lágrimas, que se apresuró a apartar como si fueran algo de
lo que avergonzarse. La presión que la sociedad ejercía sobre él no era
comparable a la mía, pero las directrices con las que se había criado eran aún
poderosas en su código genético: los chicos no lloran, no sienten más que
lujuria. Tú, hombre, estás aquí para perpetrar la especie, y nada más.
-Y
eso te pone mal-aventuré, tendiéndole un puente. No tenía por qué venir
corriendo a mi isla, ni cruzar el océano: podía encontrarme a medio camino.
Dios, por mí, lo único que tenía que hacer era asomarse a la orilla, que yo
haría el resto.
-Sí-susurró
en un jadeo, negando con la cabeza, limpiándose las lágrimas con la palma de la
mano-. Pero bueno…-sorbió por la nariz-. Tampoco es el fin del mundo. No sé qué
me pasa. No debería quejarme. Hay gente a la que le va a afectar más que a mí
que Scott y Tommy se vayan, eso es evidente.
-Para.
No hagas eso, Al-negué con la cabeza, cogiéndole las manos, y él me miró con
cara de cachorrito abandonado. Se mordió el labio, indeciso. Estaba desnudo, y
se sentía vulnerable, una sensación que no solía experimentar cuando se quitaba
la ropa: a menos prendas en su cuerpo, mayores su orgullo y su ego, porque
sabía que su cuerpo era su punto fuerte. O, al menos, lo pensaba.
Pero
yo sabía que su punto fuerte estaba ahí, dentro de él, un tesoro para el que
sus costillas hacían las veces de cofre: su corazón.
-Que
haya gente que se muera de dolor no significa que tú no puedas sentirlo
también, ni tengas derecho a desquitarte. Llevas unos días apagado, y odio
verte así, mi sol-le acaricié el pelo mientras él no dejaba de mirarme como si
fuera una aparición celestial, una nave que venía a ayudarlo justo cuando le
quedaba un minuto de oxígeno-. Déjame entrar. Yo te dejo entrar a ti. Y nos da
gustito a ambos-le di un beso en la mejilla y Alec inclinó la cabeza hacia la
mía, prolongando el contacto. Mis dedos le proporcionaban un consuelo que no
pensaba que existiera, o que se mereciera-. Pues imagínate el que nos dará que
me dejes entrar tú a mí.
-A mí
no me da gustito cuando hablamos de las cosas que te preocupan,
Sabrae-respondió con una dureza angustiada.
-No
me refiero a cuando hablamos-repliqué con un hilo de voz, y le di un beso en
los labios, el beso de la vida, el beso de la valentía. Me senté sobre mis
rodillas a su costado para poder mirarlo mejor-. Vamos, dímelo. Estamos solos.
No hay nada que me digas que vaya a salir de esta habitación si tú no quieres.
-Es
que no… yo no…-jadeó, apartando la vista y negando con la cabeza. Busqué su
mano bajo las sábanas y entrelacé mis dedos con los suyos-. No es mi sitio…
-Eh,
eh. Soy yo-le recordé-. Soy Sabrae. Estoy aquí. Y tú estás a mi lado. Tu sitio
es a mi lado.
Alec
se giró para mirarme de nuevo. Volvía a tener los ojos anegados en lágrimas.
-Les
voy a echar muchísimo de menos-gimió, y, por fin, empezó a llorar. Asentí con
la cabeza y lo estreché contra mis brazos. Estábamos completamente desnudos,
así que mi piel era un consuelo en la suya, una caricia aterciopelada muy
agradecida después de todo un día trabajando con materiales áridos. Dejé que Alec
se despachara a gusto, llorando sobre mi hombro mientras yo le acariciaba la
cabeza, con la palma de la mano en la nuca, y le daba besos para recordarle que
siempre tendría mi cariño. Siempre-. Yo… no sé qué me pasa. Pero cuando nos
fuimos de tu casa después del finde en que te tuviste que tomar la píldora, les
pregunté por el programa, y ellos se pusieron a hablar de él como si… no sé,
como si fuera su salvación. Y yo no lo siento como una salvación. Todo lo
contrario. Van a irse, y no van a volver. Scott siempre será tu hermano, pero
conmigo…
-Contigo
siempre va a querer estar. Eres de sus mejores amigos. Que se vaya a un
programa de televisión no quiere decir que vaya a dejar de ser quien es. Os
seguirá queriendo a todos.
-Tú
no sabes lo esencial que es en nuestro grupo de amigos. Él y Tommy son
literalmente lo que nos mantiene unidos. No quiero… no quiero perder a mis
amigos. No quiero echarlos de menos. No quiero quedarme solo.
-¿Cómo?
¿Quedarte solo?-me separé de él para mirarlo-. ¿Por qué iba a pasarte eso, Al?
Nadie te va a dejar nunca solo.
-Sí.
Sí que va a pasar. Ya está pasando, de hecho. Apenas soporto estar con ellos, y
el sentimiento es mutuo. Cada vez que suena la campana para el recreo, a mí me
entra una rabia… es como si no…-tragó saliva-. Como si fuera un dragón que
lleva demasiado tiempo sin escupir fuego, y me quema por dentro. Me quema
muchísimo. Y lo descargo contra ellos, y ellos, lógicamente, no quieren seguir
a mi lado. Se comportan como si yo no estuviera. Y los profesores… todo el
mundo… y no puedo salir de mi cabeza. Aquí dentro es horrible-susurró,
tocándose la sien-. No te imaginas la cantidad de cosas horribles que me
descubro pensando. La cantidad de veneno que tengo aquí. Es como una caldera.
Siento que, si me hicieras un agujero en el cráneo, me saldría ácido a chorro.
De la puta envidia-confesó-. La puta envidia que me da ver a Scott y Tommy, ver
cómo son esenciales, y ver cómo van a marcharse dejándome en la mierda para
vivir su vida.
-Scott
y Tommy jamás te van a dejar atrás.
-Ya
lo están haciendo. Pero oye, no les culpo. Si supieran lo que pienso… si lo
supieran todos… si lo supieras tú, Sabrae…
lo que me está haciendo esto… no sé por que… me siento como si estuviera en
Trafalgar Square con un chaleco explosivo pegado al pecho, una cuenta atrás
bien grande sobre mi cabeza, y a absolutamente nadie le importara. Porque no
les afecta. Que yo esté mal no le afecta a nadie, y eso me hace comerme aún más
la cabeza, porque pienso que soy… no sé. Demasiado dependiente, o demasiado
inútil, o… un puto cobarde-se pasó las dos manos por el pelo, frustrado.
-No
eres un cobarde.
-Sí
lo soy. Un cobarde, un egoísta, un cabrón. Ni siquiera soy un buen amigo. Scott
y Tommy van a irse para perseguir un sueño y yo en lo único que puedo pensar es
en que jamás me habían dicho nada de ese sueño, y me cuestiono absolutamente todo lo que alguna vez hemos hablado. Me
siento traicionado y ni siquiera es mi lugar para sentirme traicionado. Y me
cabreo. Joder, me amargo. Si supieras…-puso los brazos en jarras y chasqueó la
lengua-. Si supieras las cosas que pienso. El rencor con el que lo veo todo. Me
da mucho miedo, ¿sabes?
-No
pasa nada por sentirse mal, Al. Ni por sentirse traicionado. Ni por…
-No,
sí que pasa cuando se trata de mí. Porque sé por qué estoy pensando así. Estoy
pensando así porque así es como pensaba mi padre.
-Eso
no lo sabes, Alec-jadeé.
-No,
no lo sé porque gracias a Dios nunca he estado dentro de su cabeza enferma,
pero eso no significa que no tenga pensamientos igual de enfermos. Lo miro todo
desde un prisma en el que todo es un ataque, Sabrae. Incluso que tú estés aquí.
-He
venido porque he querido.
-Sí,
y también hemos follado porque has querido tú, ¿verdad?-inquirió con amargura,
y en cuanto esas palabras abandonaron su boca, se dio cuenta de lo grave de lo
que acababa de decir, y su expresión pasó de la rabia a la angustia-. ¿Lo ves?
Hasta a ti quiero hacerte daño-apartó la mirada y empezó a mordisquearse el
pulgar-. Debería… no sé, desaparecer.
Aquello
activó todas mis alarmas. No porque pensara que Alec estuviera teniendo
pensamientos suicidas (por Dios, eso me daba demasiado miedo como para siquiera
soportar pensarlo), sino porque lo que estaba insinuando acerca de nosotros era
horrible, y yo sabía que si le dejaba dar siquiera un paso en esa dirección, él
echaría a correr estando solo y ya nunca lo recuperaría.
-Alec
Theodore Whitelaw-anuncié, y él levantó la vista, sumiso. Me aparté el pelo de
los hombros con un movimiento de cabeza y mantuve la barbilla bien alta, con la
altivez que sólo mi apellido podía darme-, no te consiento que hables así del
hombre del que estoy enamorada, ¿me oyes? El hombre al que amo no quiere
hacerme daño. No me ha forzado a absolutamente nada. Habría parado si yo le
hubiera dicho que quería parar, pero no lo hice, porque soy una irresponsable
que le ha dejado hacer algo que le iba a producir una carga de conciencia extra
que, desde luego, no necesita. Y no es el heredero de su padre, como tú te
empeñas en intentar hacerme creer. Yo le veo desde fuera. Veo sus
inseguridades, lo exigente que es consigo mismo, y te aseguro que eso, si bien
no es muy sano para él, desde luego no es una característica que tengan los
abusadores. Su padre jamás se consideraría mala persona, jamás se sentiría culpable
por creer haberse propasado con su chica, y jamás pensaría que se ha propasado
con ella. Ni tampoco pensaría que es un cabrón, un egoísta, o un mal amigo.
¿Sabes? Normalmente, la gente que piensa que es egoísta, mala persona o mala
amiga es la que tiene el alma más pura. Hay gente en este mundo que tiene
galaxias en el alma y les da miedo enseñarlas, como si fueran algo que
esconder. Y hay gente que tiene por almas agujeros negros, tan oscuros y
absorbentes que lo arrasan todo a su paso… y curiosamente son los que jamás se
avergüenzan de cómo son. Así que no, Alec. El hombre del que estoy enamorada no
es nada de eso que tú estás diciendo, y te agradecería que te
disculparas-constaté, alisando las sábanas a mi alrededor. Alec me miraba como
si fuera una deidad salvadora, bajada a su mundo moribundo para insuflar vida
de nuevo.
-Lo
siento mucho si te ha molestado, Sabrae-susurró, estirando la mano en mi
dirección, pero yo negué con la cabeza.
-No.
Conmigo no. Pídele perdón al hombre al que amo, Alec. Pídete perdón a ti mismo
por decir todas esas mentiras sobre ti. Por pensar que me has obligado a hacer
algo. Por creer que me has utilizado. Por pensar que no te mereces todo lo
bueno que te pasa, como si fuera una equivocación de la suerte, y sí todo lo malo,
como si eso no fueran más que baches en tu camino hacia lo que te mereces: ser
feliz. Antes de que yo te perdone, tienes que perdonarte tú mismo.
Alec
se me quedó mirando un rato, reflexivo. Seguían deslizándose lágrimas por su
rostro, pero ya no a la misma velocidad.
-Es
que yo no…-se las limpió apresuradamente y yo esperé-. Ni siquiera te lo he
contado todo, nena.
-No
te preocupes, que lo vas a hacer. Porque te lo juro, Alec: no pienso salir de
esta habitación-señalé la puerta- hasta que no te desahogues del todo conmigo.
Nuestra relación es bidireccional, ¿recuerdas? Tú no eres mi terapeuta
particular, al que le pago con sexo. Eres mi compañero. Mi chico. Y quiero
cuidarte-añadí, en tono más suave-. Por eso necesito que te perdones primero.
Alec
se pasó una mano por el pelo, asintió con la cabeza, se mordisqueó el pulgar
con los ojos cerrados, tomó aire y luego lo soltó. Levantó la cabeza y me miró.
-Ya
está.
-¿Ya
no tienes esas ideas horribles sobre ti mismo?
-Me
va a costar quitármelas…
-Alec,
¿tengo pinta de tonta? ¿Crees que me pillaría por una mala persona?-negó con la
cabeza-. Pues entonces ya va siendo hora de que dejes de tener esa opinión tan
pobre de ti mismo.
-Es
lo que tiene vivir dentro de mi cabeza.
-Pues
vive aquí-respondí, cogiéndole la mano y poniéndola sobre mi pecho, para que
sintiera los latidos de mi corazón-. Múdate aquí dentro, y ya verás cómo en un
segundo dejas de pensar todas esas cosas horribles.
-Lo
haría si pudiera. Créeme, Saab, nada me gustaría más que estar siempre contigo.
-Pues
estate. Puede que aún no se puedan trasplantar almas, pero-me encogí de
hombros-, hasta que la ciencia lo descubra, ¿por qué no usamos las palabras?
Dumbledore dijo que son nuestra fuente más inagotable de magia, y eso es lo que
tenemos tú y yo: magia.
Alec
sonrió, cansado.
-Siempre
sabes lo que tienes que decir, ¿verdad?
-Soy
hija de un compositor-le guiñé un ojo-. Se me dan mejor las palabras que al
resto de los mortales.
-Ahora
eres tú la que tiene que pedir perdón, bombón.
-¿Por
qué?
-Por
decir que eres como el resto de los mortales. Es ofensivo para ti misma.
Me
eché a reír, me pegué a él y le di un beso en los labios.
-Prométeme
que no vas a volver a cerrarte en banda de esta manera nunca más.
-Te
lo prometo.
-¿Promesa
de meñique?-extendí el dedo y Alec lo miró. Se echó a reír.
-¿Qué
tenemos? ¿Dos años?
-Hazme
una promesa de meñique o te castigo sin sexo un mes.
-Vale,
vale. Dios mío, qué tajante-enganchó su dedo con el mío, le dio un beso y se
echó a reír cuando yo los balanceé en el aire. Todavía le brillaban los ojos
por haber llorado, y yo sabía que las ganas seguían allí, acechando justo por
debajo de la superficie como cocodrilos, pero que pudiera sonreír era un regalo
que no me esperaba. Al menos, no tan pronto. Hacía que me sintiera como el
mejor consuelo del mundo, a pesar de que yo sabía de sobra que lo era él.
Una
vez terminé de balancear nuestros dedos entrelazados, trazando piruetas en el
aire, me incliné y le di un beso en los labios. Lento, largo, profundo como el
mar. Incluso sabía un poco salado por culpa de sus lágrimas. Alec me pasó una
mano por el cuello y tiró levemente de mí hacia él, y sonrió cuando capturó mi
labio inferior entre sus dientes. Puede que estuviera hundido, pero en el juego
de la seducción seguía siendo el maestro, y yo su aplicada aprendiz.
-Vale-jadeé,
separándome de él y apoyando mi frente en la suya, en busca de un oxígeno que
me faltaba siempre que lo tenía cerca-. Ahora que me has hecho la promesa, ya
me puedes contar todas esas cosas horribles que supuestamente estás pensando.
Así que…-señalé la almohada con intención y le guiñé un ojo-. ¿Conoces el
primer single de mi padre?
-¿Te refieres a What
makes you beautiful?-pregunté, divertido, y Sabrae puso los ojos en blanco.
-No,
bobo. Me refiero a su primer single en solitario. Pillowtalk. ¿Te sabes la letra? Es un paraíso, y es una zona de
guerra-entonó, acariciando la almohada con unos dedos del color de las barritas
de chocolate con miel. Me estremecí. Puede que tuviera que sacar todo el veneno
que llevaba dentro y eso me diera mucho miedo, pero estaba convencido de que
Sabrae no me obligaría a hacerlo si no era absolutamente necesario. Y era
evidente que no podíamos pasar por fabricar el antídoto sin conseguir primero
ese veneno, que yo tenía que escupir mordiéndole el hombro como un vampiro. Lo
haría encantado si siguiera cantándome, igual que una cobra que baila al son de
la flauta de su amo.
Miré
la almohada y luego la miré a ella.
-Sabes
por qué se llama así, ¿verdad? Primero tenemos que hacer una cosa y luego… ya
viene lo de charlar-me incliné hacia ella y empecé a besarla. Ahora la deseaba,
no la necesitaba con la desesperación de quien busca una tabla para salvarse
del naufragio.
Sabrae
se echó a reír, aunque no sabría decir si era porque le estaba haciendo
cosquillas o porque le hacía gracia mi apetito sexual.
-Ya
hemos hecho eso, tigre. ¿O es que no notas cómo te arde la espalda?
-Me
arden otras partes del cuerpo.
-Alec-puso
los ojos en blanco, pero la sonrisa no abandonó su boca-. No vas a escaquearte
del momento de terapia a base de tomarme el pelo.
-¿¿No??
-Túmbate-ordenó,
y mientras me dejaba caer sobre la almohada, boca arriba, ella cogió nuestros
móviles y activó el modo “no molestar”. Nadie debía interrumpirnos mientras yo
me sinceraba con ella: no solía costarme mucho hablar de mis sentimientos con
Sabrae porque la mayoría de las veces ella jugaba un papel crucial, pero ahora
era diferente. La había consolado cuando Scott nos anunció que se marchaba y le
rompió el corazón; era de su hermano de quien íbamos a hablar, no de ella, y
aunque la relación entre ellos dos era evidentemente más fuerte que la mía con
Scott, Sabrae no dejaba de ser un elemento accidental. Yo ya era amigo de su
hermano antes de que lo nuestro sucediera.
Por
lo menos había tenido la suerte de que Sabrae sucediera. No sabía cómo lo
habría sobrellevado de haber sido así.
-De
acuerdo, Alec. Háblame de tus traumas-Sabrae cruzó las piernas una sobre otra y
fingió tener una libreta entre las manos lista para tomar apuntes. Arqueé una
ceja.
-Creía
que íbamos a ir en serio.
-Sí,
es verdad. Sólo quería rebajar un poco la tensión, perdona-se apartó de nuevo
el pelo de los hombros y me acarició el pecho-. ¿De qué quieres hablar?
-¿Puedes
tumbarte a mi lado?-así era como le había hablado de mi padre por primera vez,
y dado que lo había sacado a colación durante mi rabieta, no me extrañaría que
se convirtiera en un tema recurrente.
Sabrae
asintió con la cabeza, se tumbó a mi lado y se pegó a mí. Estaba deliciosamente
desnuda, y tan concentrada en mí estaba incluso más guapa. Los surcos de sus
iris bailaban a la velocidad de la luz mientras sus ojos se hundían en los
míos, y las pecas que le espolvoreaban la nariz con trufa se contraían y se
relajaban al ritmo de su respiración. Qué labios más apetitosos tenía: los
estaría besando hasta el final de los tiempos.
Me
acarició la sien, la mejilla y el mentón, esperando a que yo me armara de
valor. Y empecé a hablar. Se lo conté todo, absolutamente todo lo concerniente
a Scott y a Tommy: cómo me había parecido lógico al principio que se colgaran
de la fama de sus padres…
-No
se cuelgan-me recordó Sabrae-. Quieren hacerse su propio nombre. Por eso van al
concurso.
…
cómo me había alegrado por ellos al principio, cuando los planes eran aún tan
etéreos que no los sentías reales, cómo me había creído cada palabra que le
había dicho a ella cuando la consolé, diciéndole que Scott siempre sería su
hermano y siempre estaría ahí para ella…
-Igual
que estará para ti-respondió, dándome un beso en la nariz.
…
pero, ¿estaba segura? Porque mi relación con Scott no era la misma que la
relación de ellos dos. A ellos les unía un vínculo mucho más fuerte, la sangre…
-Alec,
soy adoptada.
Bueno,
vale, no la sangre, sino el hecho de que los habían criado juntos…
-A ti
también, un poco.
… que
habían crecido retroalimentándose el uno del otro…
-Eso
te ha pasado más a ti que a mí.
-¿Me
quieres dejar hablar?
Pero
a él y a mí, ¿qué iba a quedarnos? ¿Y a Tommy y a mí? Con Tommy sí que podría
perder más relación porque ni siquiera estaba liado con su hermana…
-Estaría
feo que te enrollaras con Astrid, así-Sabrae se echó a reír y yo me levanté de
la cama-. ¡Vale, vale, perdona! Es que te estás poniendo tan serio… no quiero
que vuelvas a disgustarte. Por eso te tomo tanto el pelo. Te prometo que no voy
a seguir bromeando. Sé que esto es importante para ti, no me malinterpretes.
Pues
eso. Que al principio, cuando el concurso era su única salida, a mí no me había
parecido mal porque no me había sentido rechazado, abandonado, o cualquier otro
calificativo que quisieras ponerle para describir la sensación de que alguien
pasa página y se olvida de que tú eres un marcador que tiene que despegar para
que puedas seguir disfrutando del siguiente capítulo de su historia. Pero cuando Scott volvió al instituto y todo
parecía poder encauzarse si ellos querían, me sentí un segundo plato. Un premio
de consolación, una medalla en el fondo del armario ahora que tenían
posibilidades de ganar un trofeo. Y no ayudaba el hecho de que yo parecía ser
el único de mi grupo de amigos que se preocupaba por lo que pasaría después:
todos parecían tan ilusionados, tan ansiosos por que Scott y Tommy se marcharan
a triunfar en la vida, como se merecían, como tenían garantizado prácticamente
desde que nacieron.
No
por su apellido, me apresuré a aclarar cuando Sabrae parpadeó, conteniéndose
para no saltarme a la yugular, sino porque habían nacido con talento, eso era
innegable. Y ella no había tenido más remedio que darme la razón.
Así
que había llegado a la conclusión más sencilla, siguiendo todas las reglas del
método científico que decían que la explicación más sencilla solía ser la
verdadera: todos iban a pasar página, y si el grupo se rompía, les daría igual
porque ya tenían otras redes de seguridad en las que ampararse para impedir una
caída que los destrozara. No como yo, que sólo les tenía a ellos (y a mi
familia, y a Sabrae, lo sabía; pero la familia y tu pareja no dejan de ser eso,
y no pueden suplir el hueco vacío que dejarán tus amigos si estos se marchan).
Esa
conclusión era tan sencilla como horrible, y había terminado dejándome llevar
por ella, arrastrado a unas aguas que me asfixiaban, territorio de unas sirenas
cuyo canto incesante siempre era el mismo: tú no eres tan importante en el
grupo como el resto de tus amigos, Scott y Tommy son más importantes que tú
para el resto del mundo. Eres desechable, no como ellos, únicos e irrepetibles.
Llegarán
a la universidad, y tú te quedarás atrás, anclado eternamente en un curso que,
si no puedes superar ahora que tienes ayuda, jamás conseguirás pasar cuando tus
amigos se marchen y ya a nadie le importes.
Me
quedé callado un momento, notando un nudo en la garganta que me impedía
continuar, y Sabrae aprovechó ese momento de silencio para pedirme permiso para
intervenir.
-¿Puedo
hablar?
-Por
favor.
-Creo…-se
llevó las manos unidas a la boca, como si rezara una plegaria apresurada para
no ofenderme-, que eres demasiado exigente contigo mismo, Al. Demasiado. Sabes
que tienes muchísimo potencial, pero te frustras tanto por no saber explotarlo
con los mismos métodos que el resto de personas, que te obcecas y no logras
verlo todo desde tu propia perspectiva. Que no te graduases este año no
significaría que no fueras a hacerlo nunca, porque por mucho que creas que tus
amigos te ayudan, a la hora de la verdad eres tú quien hace los exámenes, que a
la hora de la verdad es lo único que cuenta. Por eso las notas son tan
distintas en tu grupo de amigos, tú suspendes, Tommy saca notables y Bey,
dieces. Porque estáis solos, y cada uno sabe cómo funciona y qué es lo que
quiere… salvo tú. Lo que estoy intentando decirte es que… puede que Tommy lea
una vez las cosas y ya se le queden, Bey estudie con mucha antelación porque es
disciplinada, y Scott tenga siempre la potra de que preguntan sólo lo que él ha
estudiado. Pero que eso les funcione a ellos no significa que te tenga que
funcionar a ti.
-Lo
sé, Sabrae, pero entiéndeme tú a mí. Si ahora ni con Bey detrás de mí todo el rato
soy capaz de ponerme a estudiar y sacar una nota medianamente decente, ¿cómo
voy a aprobar cuando ella se gradúe? A eso me refiero. A que yo les necesito de
una forma en que ellos no me necesitan a mí.
-Te
equivocas-sacudió la cabeza-. Te equivocas tanto… no sabes cuánto te quiere la
gente que lo hace. Muchísima gente te quiere, y todos lo hacemos muchísimo, Al.
Lo suficiente como para preocuparnos por ti en cuanto das la más mínima señal
de estar mal. Por eso estoy yo aquí.
-Que
estés aquí no quiere decir más que te preocupas por mí.
-Sí,
claro que es por eso, pero… también estoy aquí porque me lo han pedido.
Fruncí
el ceño y me incorporé en la cama, apoyado sobre mis manos. Sabrae se encogió
un poco y se mordió el labio, avergonzada por la confesión que acababa de
hacerme.
-¿Qué?
-No
me malinterpretes, por favor. Yo habría venido de todos modos, y habríamos
tenido esta conversación, pero… quizá no me hubiera dado tanta prisa si Jordan
no hubiera acudido a mí. Me llamó ayer por la noche, ¿sabes?-me reveló, y yo me
la quedé mirando, estupefacto. Notaba cómo el calor subía por mis mejillas,
pensando exactamente en lo mismo en que Sabrae estaba pensando-. Estuvimos un
rato hablando de que los dos te llevábamos notando raro una temporada, y
después de que él me dijera que te había confrontado y tú te habías cerrado en
banda, me pidió que hablara contigo, porque conmigo te abres más que con él.
¿Puedo… serte sincera?-preguntó, y yo asentí con la cabeza-. Jordan parecía
dolido. A decir verdad, yo no empecé a pensar que fuera urgente que habláramos
hasta que no hablé con él.
-Jordan
y yo hablamos ayer. Y me hizo bien, mejor de lo que él se imagina. Me sentí
apoyado, porque de un tiempo a esta parte me venía sintiendo un cero a la
izquierda, lo que ya te he dicho y… no sé, me hizo ilusión saber que había
alguien que de verdad me notaba diferente.
-Todos
te notábamos diferente, Al.
-Ya,
pero nadie lo decía, así que yo pensaba que nadie me notaba distinto, y hasta
que Bey no me apartó para hablar, y luego Jordan me acorraló, no pensé que
nadie fuera a preocuparse por mí. Eso me animó un poco. Pero, hablando con
Jordan, me sentí un poco mal por él.
Sabrae
esperó a que yo continuara.
-Porque…
bueno-le acaricié le hombro-. Siento que Jordan se siente un poco… desplazado
por ti.
Sabrae
asintió con la cabeza.
-Sí,
a mí también me dio esa impresión cuando hablamos. Y, ¿sabes? En el fondo, me
alegro de que así sea. Porque ésa es la demostración de que le importas. Jordan
te echa de menos. Tus amigos te echan de menos. Scott y Tommy van a echarte de
menos cuando se vayan. Así que no tienes que sentirte un cero a la izquierda,
ni nada, porque no lo eres, Al. De verdad. ¿Crees que si no le importaras,
Jordan se tragaría su orgullo y me llamaría para pedirme ayuda? Seguro que él
preferiría mil veces solucionar esto él mismo, para así no sentir que yo estoy
ocupando su lugar (cosa que, por cierto, no es mi intención ni estoy dispuesta
a hacer), pero ha dejado a un lado sus sentimientos para cuidarte, igual que
están dispuestos a hacer los demás.
-No
sé, Sabrae. Sé que a Jordan le habrá costado lo suyo, pero es que yo no puedo
hacer nada, ¿sabes? Ya ves que a veces también me cuesta abrirme contigo, y eso
que tú me insistes. Jordan no suele hacerlo.
-Ni
tú tampoco con él-contestó, incorporándose un poco hasta quedar anclada en su
codo-. Mira, sé que a veces te cuesta salir de tu caparazón, porque aparte de
que tú eres muy tuyo, también te han criado con la presión social de que tienes
que ser lo más hermético posible respecto a tus sentimientos. Los chicos
simplemente no habláis de lo que sentís; la comunicación entre vosotros es muy
deficiente en comparación a la comunicación que hay entre un grupo de amigas.
De la misma forma que os contáis intimidades que yo igual no comento con mis
amigas porque mi esfera privada es distinta (por ejemplo, en qué posturas
follamos la última vez que nos vimos), vosotros…
-¿Pretendes
de veras que me crea que no hablas con tus amigas del sexo que tenemos tú y yo
con pelos y señales, Sabrae?
-Con
mis amigas más íntimas, sí. Pero con amigas que no sean de mi círculo más
cercano, no. Y sé que tú no tienes problema en contárselo a quien sea, pero
porque te lo tomas de otra manera. Igual que yo, por ejemplo, si estoy llorando
en el baño de una discoteca y una chica entra y me descubre allí, le contaría
lo que me pasa. Tú, en cambio, si ves a un chico llorando (lo cual es difícil
porque os escondéis unos de otros), a lo sumo le darías una palmadita en la
espalda, pero para que se apartara y te dejara mear en paz, no porque quisieras
apoyarlo. Nosotras hablamos de sentimientos como vosotros fardáis de sexo. Y
cuando ves que uno de tus amigos empieza a hablar de sentimientos con una tía a
la que acaba de conocer…
-Yo
no te acabo de conocer, Sabrae-discutí, tozudo, y Sabrae puso los ojos en
blanco.
-Me
refiero a que llevamos poco tiempo juntos. Y, aun así, somos muy sinceros el
uno con el otro. Supongo que Jordan echa eso de menos. Es totalmente normal que
sienta un poco de envidia, especialmente porque yo estoy haciendo el papel que
se supone que le correspondería a él, pero mejor, porque te sonsaco cosas que
él no es capaz. Porque no sabe, porque no quiere o porque no puede, pero no te
las saca. Pero, en lugar de detestarme, Jordan me llama para que te sane.
¿Comprendes lo mucho que te quiere?
-Yo
también le quiero mucho.
-¿Y
se lo dices?
-No
hay necesidad. Él ya lo sabe-murmuré, escondiéndome bajo las sábanas. Me daba
un poco de vergüenza hablar de lo que había entre Jordan y yo. De lo que había
entre cualquiera de mis amigos chicos y yo, en realidad. Las chicas eran más
emocionales, como decía Sabrae. No me importaba decirles a los chicos que les
quería de vez en cuando, pero ni de coña se lo decía tan a menudo como a
Karlie, Tam, Bey, Chrissy o Pauline. Cualquiera de ellas me había escuchado
decirle que la quería más veces a ella sola que el resto de mis amigos juntos.
-¿Seguro?-preguntó
Sabrae, abrazándose las rodillas. Se había incorporado hasta quedar sentada, y
ahora su cuerpo formaba un óvalo perfecto. Su melena negra como la noche caía
en cascada por sus piernas-. ¿Sabías tú que eres esencial en tu grupo de amigos
hace unos minutos?
La
miré desde abajo, sumiso como un cachorrito. Le acaricié un gemelo y susurré:
-¿Crees
que lo estoy haciendo mal con Jordan?
-Creo-hizo
una pausa para pensar- que es normal lo que os pasa. Tú nunca habías tenido una
relación seria hasta ahora, y seguro que Jordan y tú pasabais mucho más tiempo
juntos. Nadie tiene la culpa. Simplemente creo que, viendo lo que pasa con
Scott y Tommy, lo mejor que puedes hacer con tus amigos es hacer piña. Es lo
que están haciendo ellos, y te intentan arrastrar con ellos, pero tú no te
dejas. Ya verás cómo, cuando todo esto pase y Scott y Tommy se hayan marchado
al programa, estaréis más unidos que nunca. Intentaréis llenar su vacío físico,
porque ellos nunca os van a dejar colgados. Incluso puede ser una buena
oportunidad para volver a unirte a Jordan como antes. ¿No crees?-esbozó una
sonrisa radiante, convencida de que había descubierto el fuego.
-Pero
es que yo no sé si me merezco que ellos tiren por mí, Saab. Bastante tienen con
lo suyo.
-También
tienes bastante tú con lo tuyo, pensando siempre en que todo lo malo que te
pasa es por herencia de tu padre, y no porque simplemente hay veces que
necesitas dar un paso atrás y descansar. Estoy convencida de que ellos te
esperan con los brazos abiertos, Al-se tumbó de nuevo en la cama, boca abajo, y
jugueteó de nuevo con mi pelo-. Si no te han llamado todavía como si fueras un cachorrito
es porque no quieren que sigas tirando hasta asfixiarte. Porque saben, igual
que yo, que cada vez que sientes algo malo no puedes evitar preguntarte si esto
es cosa de tu sangre. Y no es cosa de tu sangre. Tu sangre no te define, a
nadie lo hace. Quiénes somos es lo que nos define, y yo soy una Malik como tú
eres un Whitelaw-sonrió, y sus ojos chispearon con orgullo. Scott podía
sentirse orgulloso de su apellido, aunque sólo fuera porque Sabrae también lo
llevaba-. Así que por favor, por favor, prométeme
que vas a dejar atrás a tu padre de una vez por todas. Prométeme que lo
enterrarás en el pasado y no vas a volver a desenterrarlo nunca. Y que quedarás
con los Nueve de Siempre. Y lo hablaréis. Y dejarás que te muestren que eres
tan importante como mi hermano y Tommy.
Noté
que se me cerraba la garganta de la emoción, pero asentí despacio con la
cabeza, y Sabrae sonrió, emocionada. Se inclinó hacia mis labios y me dio un
beso.
-Te
lo prometo-murmuré, y esta vez fue ella quien asintió.
-Lo
sé. Me lo has dicho. Y te lo agradezco, amor-frotó su nariz con la mía-. Me
apeteces.
-Me
apeteces, bombón-ronroneé, feliz por fin en días que se me antojaron años. La
rodeé con un brazo y tiré de ella para hundir la cara en el hueco entre su
cuello y su hombro, notando unas lágrimas de alivio deslizárseme por las
mejillas-. Joder. No sé cómo voy a sobrevivir cuando Scott y Tommy se vayan. No
sabes las cosas horribles que he pensado.
-Te
conozco mejor de lo que crees-respondió, acariciándome la mejilla y poniendo
distancia entre nosotros para mirarme a los ojos.
-Todo esto me ha hecho mierda. No podía dejar
de comportarme como un gilipollas con todos, y me odiaba, así que me cabreaba
más conmigo mismo y me comportaba peor. Era un círculo vicioso. Incluso me afectó
a cómo te veía a ti.
-¿Ah,
sí?
-Sí.
Me convencí a mí mismo de que me dejarían atrás cuando fueran a la universidad,
y que había buscado lo del voluntariado en Etiopía para evadirme y poder fingir
que habíamos perdido el contacto porque lo había cortado yo, y no ellos. Y que,
si estaba contigo, era porque así me garantizaba seguir en el grupo, porque
nunca dejaría de tener relación con Scott.
Sabrae
se echó a reír.
-Te
sorprendería el poco caso que Scott me hace.
-Scott
besa el suelo por donde tú pisas.
-Más
le vale-replicó, altiva-. Me condenó el día que me puso este nombre. Nadie lo
pronuncia bien a la primera. Lamer un poco de asfalto de vez en cuando me
parece poca penitencia, a decir verdad.
Solté
una sonora carcajada y no pude evitar quedarme mirándola embobado. Ya de por sí
era preciosa, sin importar las circunstancias, pero todo lo que la rodeaba eran
aditivos a su belleza que la hacían incluso más increíble: el pelo alborotado
por el sexo, la piel un poco brillante por el sudor, la sonrisa boba producto
de las endorfinas que le producía lo que habíamos hecho… si mi madre me había
hecho con ojos que funcionaran, era para admirar lo preciosa que era Sabrae, y
yo viviría para honrar esa tarea.
Se
tumbó de nuevo en la cama, con las manos debajo de la almohada, y nos miramos
en silencio durante un buen rato en el que ella me dejó a solas con mis
pensamientos.
Y me
di cuenta de que todas aquellas gilipolleces que había pensado no eran más que
eso: gilipolleces. Porque sí, vale, podían cruzárseme los cables y convencerme
a mí mismo de que lo del voluntariado de África no tenía que ver con ninguna
razón altruista, sino que simplemente quería alejarme de todo y de todos,
fingiendo que estaba haciendo algo interesante y productivo con mi vida en lugar
de simplemente huir de mis problemas como un niño pequeño asustado ante la
oscuridad. Sí, vale, podía decirme a mí mismo que estaba siendo egoísta
escapando de Londres, pasando página de una forma diferente a como lo harían
mis amigos, abriendo una nueva etapa en mi vida que no muchas personas iban a
experimentar (como Sabrae había dicho, cada uno hace lo que puede con las
herramientas que le vienen dadas, y si Bey iba a ir a la universidad con muy
buenas notas y yo al final no conseguía entrar, no tenía por qué pasar nada; me
las había apañado bien hasta ahora y me las seguiría apañando bien. Quizá
incluso me hicieran fijo a jornada completa en Amazon).
Pero
lo que no podía creerme, ni de coña, era que lo mío con Sabrae no era real. Era
lo único real que había en mi vida, poderoso, indestructible. Las mariposas que
sentía en el estómago, del tamaño de pterodáctilos, no eran imaginaciones mías.
Estaban ahí: seguro que, si me hacían una radiografía, descubrirían que en mi
interior había todo un ecosistema que vivía solo de las emociones que Sabrae
había despertado en mí. No me habría peleado con mi hermano por ella. No habría
sufrido como lo hice cuando soñé que le hacía daño. No le habría dado a Sergei
una paliza por ella, ni me habría enfrentado a Scott, a Jordan, a Bey, por ella si lo nuestro no fuera
real.
No
sería capaz de considerar en serio la posibilidad de no ir a África, con todo
el esfuerzo que me había costado y lo recompensado que me sentiría
espiritualmente, si mis sentimientos hacia Sabrae no fueran reales. De todos
los por qué de mi vida, Sabrae iba a ser siempre la respuesta. La razón por la
que me sacrificaría, entregaría gustoso mi libertad a cambio de tenerla y de
que ella me tuviera a mí: de poco le sirven las alas a un pájaro cuando lo que
más ama ya no es el cielo, sino otra criatura que le hace sentir como si
estuviera flotando en una nube las 24 horas del día.
-No
puedo creerme que llegara a pensar en serio que estaba contigo por seguir cerca
de Scott-murmuré, acariciándole el pelo. Así desnuda, con los hombros
ligeramente encogidos y la melena
suelta, cayéndole en cascada por el cuerpo, Sabrae parecía recién salida de uno
de esos cuadros renacentistas en los que las diosas aparecen desnudas y en su
máximo apogeo. Si los dioses existieran, ella sería una mezcla de Atenea y
Afrodita: la más sabia y la más hermosa, unidas en un solo ser, compartiendo un
cuerpecito pequeño en tamaño pero infinito en todo lo que podía hacerte sentir.
Me
dedicó una sonrisa que me hizo cosquillas en lo más profundo de mi alma, y
mentiría si dijera que no hizo que empezara a creerme que de verdad había
vivido antes en las estrellas. Hasta donde yo sabía, Sabrae no tenía madre
biológica. Bien podía haber bajado del Olimpo en su cestita de mimbre,
depositada frente a la puerta de un orfanato no porque fuese huérfana, sino
porque no tenía origen humano, y puesta en mi vida para salvarme.
-Siempre
he sabido que estás esperando a que Scott salga del armario para poder salir tú
también-respondió, acercándose a mí y acariciándome la cara.
-Yo
no soy maricón, Sabrae.
-¿Qué
te tengo dicho sobre usar esa palabra?-a pesar de que me estaba reprendiendo,
su tono fue dulce, y su sonrisa deliciosa-. Además, no tienes por qué ser gay.
Podrías ser bisexual, como yo.
-No me
van los tíos.
-Eso
me parece imposible-respondió, acariciándome el cuello, el hombro, el pecho,
llegando hasta mis abdominales, y algo dentro de mí se encendió. Mi miembro
empezó a despertar de nuevo mientras ella me acariciaba, y me descubrí
deseándola como si llevara una semana sin tomarla-. ¿Cómo no te va a gustar
ningún hombre? Si sois geniales. Todo músculo, tan altos, tan fuertes…-suspiró,
y por la forma en que se movieron las sábanas sobre ella, supe que estaba
presionando instintivamente los muslos uno contra otro.
-El
único hombre que me gusta-respondí, tomándola de la mandíbula para que me
mirara-, es el que soy mientras follamos. A ese cabrón sí que le echaría un
polvo.
Sabrae
se echó a reír, me rodeó el hombro con un brazo y me acarició la nuca,
jugueteando con mi pelo, volviéndome loco. Por
favor, separa las piernas, pensé. Necesito
hundirme en ti de nuevo; sólo cuando estamos juntos puedo respirar.
-Ponte a la cola, nene.
Empezamos
a besarnos. Despacio. Profundo. No tan invasivo como para que resultara
agresivo, pero sí lo suficiente como para que ella me concediera el permiso que
yo necesitaba. No lo había hecho bien antes, y más tarde ella me lo
confirmaría: le había mordisqueado el cuello, había seguido llevando mi mano a
su entrepierna a pesar de que ella me la había apartado jugando, cuando lo que
debería haber hecho sería cerciorarme de que eso era lo que quería. Le había
quitado la ropa yo solo.
Ahora,
sin embargo, todo era distinto. Sabrae me acarició primero, separó las piernas
y acercó su pubis hacia mí, incitándome a acariciarlo. Dejó escapar un suave
jadeo cuando mis dedos llegaron a su entrepierna, y su lengua imitó el
movimiento de mis dedos en su interior. Los suyos estaban cerrados en torno al
tronco de mi sexo, acariciándolo lentamente. No había ni punto de comparación
entre un polvo y otro. Cuando me puse encima de ella, sabía que los dos
estábamos al cien por cien (o incluso al ciento uno, si eso era posible) en
aquello, los dos lo deseábamos de la misma manera y los dos íbamos a
disfrutarlo. Sabrae me miró a los ojos sin que yo se lo pidiera cuando me hundí
en ella por primera vez, y siguió mirándome mientras la embestía suavemente.
Cerró las piernas en torno a mi cintura y puso una mano en la pared,
empujándose contra mí; con la otra se mantenía colgando de mi espalda, y jugaba
con mi pelo cuando yo me inclinaba para besarla.
Yo no
paré de acariciarla en ningún momento. Puse una mano también en la pared, en el
punto justo en que la claraboya se hundía en el cemento, y con la mano libre
recorrí esas curvas que los dioses habían hecho con tanto esmero, y de las que
me permitían disfrutar todavía no sabía cómo, ni por qué. Sabrae era una pieza
de arcilla en mis manos, moldeada de forma que yo no pudiera dejar de
maravillarme con su figura, y mis dedos la recorrían como si fuera a hacer una
réplica suya, algo que sabía que no era posible. Si ningún dibujo le hace
justicia a la obra de los dioses que puede ser una playa preciosa de Grecia,
imagínate lo poco que puede hacer para copiar a una diosa como Sabrae un mortal
como yo.
Nos
corrimos a la vez. Hasta en eso tuve suerte. Sabrae terminó para mí y yo
terminé para ella, y cuando pudo respirar con normalidad después de un orgasmo
tranquilo y seguro que yo puede que prefiriera mil veces a las erupciones que
solía provocarle, Sabrae me miró a los ojos y sonrió.
-No
me extraña que te guste el chico que eres mientras lo hacemos-musitó,
acariciándome el pelo con ojos chispeantes de amor y felicidad-. Yo siempre me
pregunto cómo pude pensar las cosas horribles que pensaba de ti hace unos
meses.
-Es
que no me habías visto desnudo-respondí, besándole la frente. Ella se echó a
reír-. Desnudo gano mucho.
-Estoy
de acuerdo.
-¿Te
ha gustado?-pregunté, saliendo de ella y recostándome de espaldas en la cama.
La atraje instintivamente hacia mí.
-Mucho.
¿Y a ti?
-¿Responde
eso a tu pregunta?-repliqué, enseñándole el condón usado. Sabrae me dio una
palmada en el pecho.
-Eres
un cochino.
-Recuérdame
que te recuerde lo mojigata que puedes volverte cuando me supliques que te deje
comerme los huevos.
-Estás
demasiado ocupado atolondrándote al desabrocharte la bragueta cuando yo te
“suplico” que me dejes comerte los huevos como para que te recuerden nada.
-Es
que la chupas bastante bien, puntito para ti.
Me
miró con el ceño ligeramente fruncido.
-¿“Bastante
bien”? Seguro que repasas la alineación de algún equipo de fútbol de segunda
división para no correrte en el primer minuto.
-Sabrae,
me estás ofendiendo. ¿Tengo yo cara de repasar alineaciones? Fijo que eso es lo
que hace el pringado de tu hermano. No, lo que yo hago es recitar de memoria el
himno de la Unión Soviética. Y lo hago a partir del segundo minuto, muchas
gracias.
-¿En
ruso o en inglés?
-En
griego, que así es más difícil. Me lo sé en ruso de memoria, así que no tendría
gracia. Pero esto no se lo digas a mi abuela; se llevará un disgusto de
muerte-añadí, inclinando las cejas hasta hacer una pequeña montaña, y Sabrae se
echó a reír.
-Tu
secreto está a salvo conmigo-puso la oreja sobre mi pecho y jugueteó con la
mata de pecho lobo que tenía en los pectorales (está bien, vale, tenía catorce
pelos, y sí, los tenía contados). Yo hundí los dedos en sus rizos, y nos
quedamos así un rato, callados, hasta que ella rompió el silencio-. ¿A que te
sientes mucho mejor que antes?
-¿Antes
de qué? ¿Del polvo? Sí. Me produces exceso de semen, nena, y puede llegar a
resultar incómodo, como cuando pasan mucho tiempo sin ordeñar a las… ¡AU!
-¿¡Por
qué eres tan mononeuronal, Alec?! ¡Estoy intentando entablar una conversación
contigo y tú, venga, de vuelta al sexo!
-¿Y
tengo yo la culpa? ¡Estás desnuda a mi lado, ¿en qué coño quieres que
piense?!-Sabrae hizo amago de levantarse para vestirse, y yo la agarré de la
muñeca-. Como te salgas de esta cama te monto un pollo que pasará a los anales
de la historia.
-Siempre
he sabido que iba a ser famosa, aunque nunca me imaginé que sería por mi manera
de follar-contestó con chulería, intentando zafarse de mí, abriendo las sábanas
y sacando una pierna de la cama.
-¡Me
voy a poner a llorar, Sabrae!
-¿Voy
a por alguna planta para que la riegues con tus lágrimas?-se burló-. Eres peor
que un niño pequeño, mi hermana tiene más… ¡AY!
¿¡ACABAS DE MORDERME UNA NALGA!?
-Sí,
y te morderé la otra como no vuelvas inmediatamente a esta cama.
Sabrae
puso los brazos en jarras y dio un paso hacia atrás.
-¡TE
ACABAS DE QUEDAR SIN CUNNILINGUS UN MES, SABRAE!-troné, y ella arqueó las
cejas.
-Seguro
que en cinco minutos te tengo lloriqueando para que te deje comerme el coño otra
vez, Alec, no seas payaso. Sabes bien que no puedes cumplir ese castigo.
-¿Qué
te piensas que soy, niña? ¿Un cromañón? Puedo controlarme perfectamente, no soy
ningún salvaje.
-¿Ah,
sí?-respondió ella. Se apartó el pelo de un hombro, se sentó en el suelo, y
abrió lentamente las piernas, enseñándome sus atributos femeninos. Se me secó
la boca y ella rió-. ¿Tienes sed?
-No
me torees, mocosa.
-Siempre
puedes… beber-contestó, acariciándose con la yema de los dedos y acercándoselos
a la boca. Sonrió.
-No.
-Sí.
-No.
-Te
digo que sí.
-Y te
digo yo a ti que no.
Sabrae
sonrió, entreabrió los labios, y acarició la yema de sus dedos con la punta de
sus labios.
-¡JODER!
¡VEN AQUÍ!-estallé, saltando de la cama como un depredador y abalanzándome
sobre ella. Sabrae se echó a reír, divertida, pero ya no le hizo tanta gracia
cuando la acorralé entre mi cuerpo y la cama y me dediqué a torturarla a
cosquillas.
-¡No,
no, Alec, por favor, NO, POR FAVOR, ALEC!-gritaba entre carcajada y carcajada-.
¡SOCORRO! ¡ANNIE! ¡AYUDA! ¡SOCORRO!
-Grita,
grita, que nadie va a venir a ayudarte.
-¡POR
FAVOR, PARA! ¡AL… JAJAJAJAJAJA….JAJA….JAAAAAAA…EC!
-¿Te
vas a portar bien?
-¡SÍ,
SÍ! ¡JAJAJA! ¡SÍ!
-¿Me
lo prometes?
-POR
FAVOR.
-¿Prometido?
-¡SÍ!
-¿Seguro?
-¡¡SÍ!!
-No
sé si creerte…
-¡POR
FAVOR!-chilló, ahogándose. Dejé de hacerle cosquillas un momento para que
recuperara el aire. Me senté a su lado y Sabrae se incorporó, roja como un
tomate, y me miró. Arqueé las cejas.
-¿Qué
tal?
-No
lo he pasado… tan mal… en toda… mi vida.
-Pues
no te queda nada.
-¿Qué?
No, no, nonononoAlecAlecAlecnonononnonoNONONONONONONONONONO-suplicó cuando volví a lanzarme sobre ella e inicié un
nuevo ataque.
-Segundo
asalto, quedan diez.
-¿QUÉ?
¡NO! ¡POR FAVOR! ¡HARÉ LO QUE QUIERAS! ¡LO QUE QUIERAS! ¡SERÉ TU NOVIA! ¿AÚN
QUIERES QUE SALGAMOS EN SERIO? ¡SALDREMOS EN SERIO! ¡SERÉ TU NOVIA! ¡ACEPTO!
¡PERO, POR FAVOR, PARA!
Me
detuve y la miré.
-Entonces,
cuando salgamos juntos, ¿no podré hacerte cosquillas?
-No.
No, salvo… no sé. Una vez al mes. Cinco segundos… y ya está.
Asentí
con la cabeza y me miré las manos.
-Creo
que… retiro mi oferta. Prefiero seguir siendo tu follamigo premium, novio en
funciones, o como quieras llamarme.
-¡NO!-chilló,
y una nueva oleada de carcajadas y súplicas siguió a ese llanto.
-Qué
guapa te pones cuando suplicas que te deje en paz, nena-me burlé, y ella
intentó arrastrarse por la cama, lejos de mí, pero yo era demasiado rápido y
ella estaba demasiado cansada. Después de otro instante de tortura, finalmente
la dejé tranquila, y ella se puso de lado para poder respirar mejor. Cuando
casi hubo recuperado el aliento, la agarré del hombro y la tumbé boca arriba.
Se me quedó mirando, aterrorizada-. ¿Has aprendido la lección?
-Sí.
-¿Cuál
es la lección?
-Que
no tengo que… tocarte… los cojones.
-No,
nena: tócame los cojones todo lo que tú quieras. Pero no me provoques ni me
pongas así de cachondo cuando los dos sabemos que no vamos a hacer nada más.
-Pero
es que… es… divertido. ¿No te… gusta… provocarme?
Sonreí
y me incliné hacia ella.
-Debería
comerte el coño y negarte el orgasmo varias veces para que supieras qué se
siente-le susurré al oído, y ella se estremeció de pies a cabeza-. Una pena que
todo lo que te cubre ahí abajo sea como puta cocaína para mí, y una vez que te
pruebo, soy incapaz de parar-le cogí las manos, se las uní por encima de su
cabeza y le lamí los labios-. Apuesto a que eso te gustaría, ¿verdad? Sentir mi
boca en tu entrepierna. Mis labios abarcando los tuyos-descendí hasta sus
pechos y se los succioné, y Sabrae dejó escapar un gemido-, sentir mis dientes
en esa piel tan sensible-le mordisqueé el piercing y ella se volvió
literalmente loca, retorciéndose debajo de mí-. Mi lengua entrando en tu
interior-le acaricié la parte baja del esternón con la punta de la lengua-. Mi
nariz acariciando tu clítoris mientras te como el coño como Dios manda-le
acaricié el monte de Venus con la punta de la nariz y Sabrae se estremeció.
Estaba haciendo lo posible por mantener las rodillas todo lo juntas que pudiera,
y eso que mi cuerpo se lo impedía-. Abre las piernas.
Sabrae
obedeció, y me regodeé en ver su sexo hinchado, sonrosado y empapado. Sabrae
temblaba de pies a cabeza.
-No
juegues con tu coño, Sabrae. Tu coño es algo muy serio para mí.
Respiraba
con dificultad. Su cuerpo subía y bajaba al ritmo que marcaba su caja torácica.
Su sexo se abrió un poco más, como una flor, y a mí me ardía la polla. Empecé a
masturbarme con la mano libre, y supe que Sabrae adivinó lo que estaba
haciendo, porque aún floreció un poco más.
-He
conseguido ponerte cachonda, ¿a que sí?-pregunté, y ella asintió con la
cabeza-. Sí, ya lo veo. Estás tan mojada que podría metértela, y ni te
enterarías.
-Siempre
me entero.
-¿De
verdad? Buena chica. Siempre sabes qué decir-me acerqué a ella y le acaricié
los pliegues con la punta de la polla, y Sabrae se estremeció de pies a cabeza.
A mí me estaba costando un triunfo no correrme, pero era tan divertido verla
así que merecía la pena el esfuerzo-. ¿Te gustaría que te la metiera ahora?
-Sí.
Chasqueé
la lengua.
-Se
te han olvidado las palabras mágicas. Sí, ¿qué?
-Sí,
por favor.
-Bueno-le
masajeé el clítoris en círculos con el pulgar de la mano que tenía en mi
erección (pues aún le tenía las manos bien sujetas) y me regodeé en cómo
jadeaba, gemía y maldecía por lo bajo-. Me lo pensaré. Estoy un poco
decepcionado contigo, nena… no me esperaba que te usaras a ti misma como arma
contra mí. ¿Te arrepientes?
-Sí.
-¿Cuánto?
-Muchísimo.
-En
una escala del uno al diez….
-Un
doce. Un trece. Un quince.
-No
has dicho veintiuno-chasqueé la lengua-. Lo quieres bastante, pero no lo
suficiente. ¿Quieres solo la mitad?
-Alec,
por favor…
-¿O
la quieres entera?
-Entera.
-¿Entera?
Vaya. Sí que tienes ganas-silbé-. Bueno, algo podremos hacer. Pero, ¿sabes,
nena? Tanto follar como conejos me tiene un poco cansado.
Me
miró con ojos brillantes, suplicantes, y yo luché por contener mi sonrisa de
Fuckboy®.
-Creo
que necesito un respiro-le solté las manos y también me retiré de su sexo-.
Para reponer fuerzas, y eso-Sabrae me miraba como un cachorrito abandonado que
necesitaba cobijo en un helado día de invierno-. Descansar, estirar las
piernas…-me encogí de hombros, mirándome las manos-, beber-la miré por debajo
de mis cejas y sus ojitos parpadearon, sin entender.
No
creo que mantuvieran esa expresión durante mucho tiempo, porque no tardé mucho
en agarrarla de las caderas, separarle bien las piernas y hundir mi boca en su
sexo. Sabrae dejó escapar un alarido y hundió sus uñas en mi cráneo.
-Creía
que estaba castigada…-jadeó.
-Luego
te muerdo la otra nalga, si quieres, para que no se cele. Pero no tengo que
castigarme yo también si sólo tú te portas mal-farfullé contra su sexo,
gruñendo de puro placer: me encantaba su sabor, dulce y a la vez con un
toquecito salado, chispeante, que me bailaba en la lengua. La obligué a
correrse de una forma bestial, y si no seguí para que alcanzara otro orgasmo
fue porque me suplicó que parara.
Al
contrario que haciéndole cosquillas, durante el sexo siempre pararía cuando ella
me lo pidiera.
Sabrae
se quedó tumbada sobre la cama, mirando el techo con ojos ausentes, jadeando a
toda velocidad. Yo me quedé arrodillado entre sus piernas, separándole las
rodillas con mi torso. Me incliné hacia ella y le di un largo y profundo beso,
más propio de peli porno que de otro tipo de cine, y cuando nos separamos, ella
parecía borracha.
Exactamente
eso me producía a mí la esencia que manaba de entre sus piernas: una
borrachera. No podía controlarme cuando la devoraba.
-Seguro
que te alegras de que te haya perdonado, ¿verdad?-pregunté, y ella asintió con
la cabeza, se mordió el labio y me acarició con dedos temblorosos los
abdominales. Me reí.
-Yo
sólo te iba a decir que… seguro que te gustaba más echar polvos lentos de
celebración después de recuperar la… estabilidad emocional. Pero ahora entiendo
por qué… a veces simplemente necesitas… follar sucio.
-¿A
que te sientes renovada?-le di una palmadita en la cadera y Sabrae asintió-.
¿Ves? Si ya lo sabía yo, nena. A veces no hay nada como un buen meneo para que
todo esté bien de nuevo. Nada me pone de mejor humor que un buen
polvo-ronroneé, y esta vez la palmada fue a su muslo.
-De
nada, entonces-sonrió, con los ojos brillantes. Extendió los brazos en mi
dirección y yo me dejé caer sobre ella, entregándome a un abrazo en el que su
calor corporal calentó mi cuerpo tibio (porque yo estaba caliente, sí, pero
ella estaba ardiendo). Me dio un beso en la mejilla y me miró desde abajo-.
¿Estás bien?
-De
lujo. ¿Y tú?
-También.
Entonces, ¿hablarás con tus amigos?-asentí con la cabeza y ella asintió
también, un nueva forma de espejo que reflejaba una versión mejorada de aquello
que se le ponía por delante-. Vale. ¿Y empezarás a decirle a la gente lo que te
molesta, sin preocuparte por tu estúpida masculinidad?
-Yo
no me preocupo por mi masculinidad. Tengo bastante claro lo poderosa que es mi
energía de polla grande-espeté, y Sabrae puso los ojos en blanco y negó con la
cabeza.
-Hay
momentos en los que me pregunto cómo es que te soporto, Alec.
-Porque
follo de miedo, Sabrae-respondí, y ella torció la boca.
-No
sé yo…
-¿Cómo?
¿Necesitas un cuarto asalto?
-¡No,
no! Estoy agotada. Basta de sexo por hoy.
-Nunca
pensé que esa frase fuera a sentarme tan bien. Basta de sexo por hoy-repetí,
tumbándome de espaldas. Sabrae no tardó ni un segundo en acurrucarse contra mí,
pasándose mi brazo por el cuerpo como si fuera una manta. Entrelazó sus dedos
con los míos y me dio un beso en la cara interna del brazo, en el punto exacto
en que se me notaban las venas. Si me hubiera puesto allí los dedos en lugar de
los labios y los hubiera dejado allí más de tres segundos, se habría dado
cuenta de que mi pulso se aceleró un poco al sentirla tan cerca. Olía tan bien…
estaba tan calentita… y era tan mullida…
Sabrae
levantó la cabeza y me miró desde el hueco que ocupaba, entre mi brazo y mi
costado. No dijo nada, sólo sonrió.
-¿Qué?
-Nada.
Es que… me alegro mucho de lo que hemos hecho.
-Nos
ha jodido…-me reí.
-No
lo digo por el sexo. Es decir, el sexo me encanta, ya lo sabes, pero me gusta
mucho más que hayamos hablado. Te noto más relajado. Has recuperado tu luz. Eso
es algo que deberíamos celebrar.
-¿Alguna
sugerencia?-ronroneé, besándole la cabeza, y ella tiró de sus rizos, examinando
las puntas con aburrimiento.
-Ya
se nos ocurrirá algo. Tenemos todo el tiempo del mundo. Además… se me ha hecho
tarde-clavó los ojos en la claraboya, a la que en ese instante detesté, puesto
que le recordaba que el tiempo no se había detenido para el resto de la
humanidad como sí lo había hecho para nosotros. Qué mierda, ya era de noche.
Probablemente se acercara la hora de cenar, y pronto sería un nuevo día, en el
que tendría que afrontar mis responsabilidades como un adulto en lugar de como
un niño caprichoso incapaz de exteriorizar sus sentimientos. Lo malo es que yo
me sentía más bien un niño caprichoso incapaz de exteriorizar sus sentimientos
con todo el mundo excepto con Sabrae, pero ella me había hecho prometerle que
sería un hombre con mis amigos igual que lo era con ella, así que no me quedaba
más remedio que cumplir con mi promesa.
Pero
ya tendría tiempo de preocuparme por tonterías en otra ocasión, porque en ese
momento Sabrae se incorporó, se colocó dos mechones de pelo tras las orejas, y
se inclinó en busca de sus bragas. Se iba. Tenía que pensar algo rápido: no
quería que se marchara tan pronto.
-¿Te
quedas a cenar?-invité a la desesperada mientras Sabrae se pasaba los pies por
los agujeros de las bragas. Se volvió para mirarme con los dientes
hundiéndosele en el labio.
-Me
encantaría, sol, pero no puedo. Me esperan en casa. Además, hoy hay comida
mexicana-le agradecí en el alma que adornara su rechazo poniendo la excusa de
la comida, pero yo sabía cuál era la verdadera razón: a ella, como ya sabía,
también le afectaba que Scott quisiera marcharse, y por eso en su casa tenían
pensado aprovechar el máximo tiempo posible con él. Me había acelerado al
pedírselo, como si hubiera posibilidades de que me dijera que sí, cuando todo
apuntaba a que me diría que no. Desde luego, si quisiera quedar bien con ella, aquella
pregunta habría sido el broche de oro, pero no era el caso. Esperaba de corazón
que me dijera que sí, porque una parte de mí se había olvidado de que a ella
también le preocupaba lo mismo que a mí: sobre su cabeza, la espada de Damocles
que era la marcha de su hermano pendía de un hilo incluso más fino que el que
la sostenía sobre la mía.
Con
Scott, tenía las horas contadas. Conmigo, no. O bueno, sí que las tenía, pero
el cómputo era mucho mayor, así que de momento yo no era prioritario.
No vayas por ahí, Al.
-Pero estaba pensando... ¿te
apetece cenar con nosotros? Incluso puedes quedarte a dormir en mi casa, si
quieres. Eso sí, tendrás que prometerme que nos portaremos bien y que no
haremos nada. Mañana tengo un examen bastante importante.
-¿Y
te has pasado media tarde conmigo en lugar de estudiar?-espeté, estupefacto.
-Lo
llevo bien, sólo necesito descansar-se sentó en la cama y se encogió de
hombros, de manera que su melena se deslizó por su pecho desnudo como las ramas
de un sauce llorón acarician una charca-. Además, que tú estés bien es más
importante para mí que un parcial de Sociales. Bueno, ¿qué? ¿Aceptas mi
invitación?
-No
sé, Saab-jugueteé con las sábanas. Lo mismo que la empujaba a pasar la cena con
su familia y no conmigo era la misma razón por la que yo debía evitar
presentarme en casa de los Malik y monopolizar aún más a Sabrae. Bastante poco
tiempo tenían ya juntos como para que yo anduviera intercediendo-. No quiero
inmiscuirme.
-Pero,
¿qué dices, bobo? No te inmiscuyes para nada-Sabrae se inclinó y me dio un beso
en los labios-. Venga, déjame convencerte. ¿Me dirás que sí, por una vez?-hizo
un puchero y yo me noté flaquear las fuerzas
-Sabes
lo muchísimo que me cuesta decirte que no, niña.
-Genial.
Pues acompáñame a casa para que termine de convencerte. A eso no te negarás
también, ¿no?
-¿A
pegarte unos morreos en la puerta de tu casa mientras tu padre me mira con
odio? No, a eso definitivamente no tengo pensado renunciar.
Puede
que tardáramos un poco más de lo debido en vestirnos porque no paramos de
bromear y tontear. Me gustaba mi relación con Sabrae porque no era nada serio,
y a la vez era lo más serio e importante que había tenido yo en mi vida. El
ambiente con ella no podía estar cargado, pero cada decisión que yo tomaba era
más meditada que nunca, porque sabía que también podía afectarle. Después de
que me convenciera para meter unos vaqueros y una camisa míos en el bolso en el
que había traído los sándwiches, Sabrae prácticamente salió brincando de mi
habitación, segura de que pasaríamos la noche juntos.
Yo
también estaba seguro de que eso sucedería, no porque no me muriese de ganas
(como, muy a mi pesar, así era), sino porque sabía que ella se las apañaría
para terminar de convencerme. Había metido la ropa del día siguiente un poco a
boleo, por quitármela de en medio, porque sabía que no se iría de mi casa sin
tener algún tipo de confirmación tangible de que no la abandonaría. Bajó las
escaleras casi danzando, se despidió de mi hermana con un beso y un abrazo
fugaz que a Mimi la pilló desprevenida (la pobre no sabía lo que era el subidón
después del polvo) y fue a ver a mis padres, que estaban reunidos en la cocina,
para despedirse con la misma efusividad.
-Cariño,
¿dejas a Sabrae y vuelves? Aún me queda un poco para la cena.
-Oh,
Annie, Alec se va a quedar a cenar en mi casa. Y también a dormir. Espero que
no sea un problema-sonrió Sabrae, jugueteando con la correa de su bolso, que
pendía de su hombro. Mamá sonrió.
-Por
supuesto que no, querida. Pero tienes que compensarme de alguna manera
llevártelo esta noche, ¿vale?
-Vendré
a cenar enseguida-le prometió Sabrae, abalanzándose sobre ella para abrazarla.
-No
os quedéis despiertos hasta muy tarde, que mañana tenéis clase-me recordó mamá
con fingida severidad. Adoraba tanto a Sabrae que si le iba con el cuento de
que la había dejado embarazada, en lugar de preguntarme qué tenía pensado hacer
con el bebé, se pondría a mirar catálogos de carritos y patucos. Estaba
convencido de ello.
-Estoy
en ello, mamá-respondí antes de darle un beso en la mejilla a modo de
despedida. Debería haberla puesto sobre aviso por si acaso finalmente conseguía
encontrar fuerzas y una excusa para escabullirme de casa de Sabrae, pero mi
chica tenía el oído de un leopardo y seguro que me cazaría in fraganti, así que
opté por no decirle nada.
Porque,
quizá, al final sí que terminaba durmiendo en su casa. Cada vez me costaba más
separarme de ella; era como si el primer día, en el que sólo había podido
marcharme después de que ella me prometiera que no habíamos sido un rollo de
una sola noche, no hubiera nada que nos atara realmente, y ya entonces una
parte de mí era reticente a dejarla. Y ahora que había pasado el tiempo, había
muchas más cosas que nos ataban. Y me gustaba dormir con ella. Me gustaba
despertarme con ella. Me hacía feliz, y necesitaba un chute de felicidad, igual
que ése que sentí recorriéndome de pies a cabeza cuando Sabrae me cogió de la
mano cuando salimos de casa. Balanceó nuestras manos unidas como un director de
orquesta balancea su batuta para crear el concierto perfecto, y yo me sentía
como si estuviéramos bailando un vals de sencillos pasos: uno, dos, uno, dos,
izquierda, derecha, izquierda, derecha.
Cuando
llegamos a su casa, empujé la verja para que pasara primero, y me dedicó una
sonrisa de agradecimiento. Yo sabía que le encantaba que me comportara como un
caballero en público y como un cabrón estando solos, aprovechándome de ella y
todo lo que podía ofrecerme al máximo. Sacó las llaves y empujó la puerta,
sosteniéndola el tiempo necesario para que yo la atravesara y me invadieran los
sonidos que se habían hecho con el control de su casa.
En el
ambiente flotaba un aroma a especias y carne frita que no me desagradó en
absoluto, y de la puerta de la cocina manaba una canción cuya base era la
sartén con el fuego a plena potencia y el extractor de humos. La voz de Zayn
hacía de instrumento principal.
-Hola-saludó
Sabrae, dejando su bolso con mi ropa sobre el sofá. Shasha estaba allí
acurrucada, toqueteando su iPad-. ¿Mamá?
-Haciendo
la cena. Papá está componiendo. Lleva así toda la tarde-señaló con la cabeza
hacia la puerta de la cocina y yo fruncí el ceño.
-¿Puede
componer así, con todo ese ruido?
-Cuando
tienes cuatro hijos, terminas siendo capaz de componer donde sea-respondió
Sabrae-. ¿Y Scott?
-Duchándose.
Una
sonrisa oscura atravesó la boca de Sabrae.
-¿Le
has hecho algo?
-No-Shasha
también sonrió-. No quería privarte de esa alegría.
-Genial.
Enseguida vuelvo, amor-ronroneó, colgándose de mi hombro y dándome un beso en
la mejilla, tras lo cual salió disparada escaleras arriba, pero no tan rápido
como despegó una de las cejas de Shasha.
-¿Te
ha llamado “amor”?-quiso confirmar.
-Si
supieras la cantidad de cosas que me llama tu hermana…
-¿En
serio? ¡Cuéntamelas!-Shasha dejó caer el iPad a su lado en el sofá; los ojos le
hacían chiribitas-. O bueno, mejor no. Tengo 12 años, soy demasiado joven para
que tú y Sabrae empecéis a traumatizarme.
-¿No
quieres que te dé contenido para meterte con ella?
-¿Podrías
darme sólo el contenido que sea apto para todos los públicos?
Escuché
a Sabrae cerrar de un portazo una puerta de la que antes se escapaba ruido de
agua corriendo, y atravesar al trote el pasillo de arriba.
-¿Cuál
quieres oír?
-El
mejor que tengas.
-Me
llama “papi”-revelé, y Shasha abrió los ojos como platos, la boca en un círculo
tan grande como los anillos de Saturno. En ese momento, Sabrae se materializó a
nuestro lado, y tiró una bola de tela sobre el sofá-. ¿Eso es…?
-Su
ropa. Y su toalla. Sí-sonrió Sabrae-. No es un plan muy elaborado, pero servirá
para cabrear a Scott. Tampoco es que tuviera mucho tiempo, de todos modos.
-¿¡Le
llamas papi!?-preguntó Shasha, escandalizada y divertida a partes iguales. La
madre que la parió. No pensaba que se lo fuera a preguntar conmigo delante.
Claro que también es verdad que, siendo un hermano yo también, entendía que lo
hiciera en el momento que a Sabrae le diera más vergüenza.
Sabrae,
sin embargo, frunció el ceño.
-¿Qué?
¿Por qué iba a llamar “papi” a Scott? Es mi hermano.
-A
Scott no, retrasada. ¡A Alec! ¡¿Llamas “papi” a Alec?!
Sabrae
se volvió para mirarme.
-¡¿Se
lo has contado?!
-¡Me
lo ha preguntado!
-¿Cómo
te va a preguntar mi hermana algo para que tú cojas y le sueltes que te llamo
así a veces?
-¡ASÍ
QUE ES CIERTO!-Shasha dio un brinco en el sofá, señalando a Sabrae-. ¿ERES UNA
ESPECIE DE DEPRAVADA, O ALGO?
-¡Cállate,
so friki! ¡Para empezar, lo hago en coña! ¡Y no tiene nada de malo, ¿vale?!
¡Hay muchísima gente que llama así a su novio!
-¡Tía,
que llamas así a papá también! ¿Cómo puede parecerte normal? ¡A mí me daría
grima! ¡Eres una cerda!
-¡A
ti te da grima todo lo que conlleve un mínimo contacto interpersonal, Shasha,
tienes mermadas las capacidades sociales! ¡Naciste con una tara severa,
anormal!
-Pero
bueno, ¿qué pasa aquí?-inquirió Sherezade, abriendo la puerta de la cocina de
par en par-. ¿Es que no podéis estar ni un minuto solas sin insultaros?
-¡Si
no la hubieras hecho tan friki!
-¡Si
no te hubiera salido tan pervertida!
-Oh,
Alec, estás aquí. No te había oído llegar-sonrió-. Genial, porque se me quema
la carne. ¿Me haces un favor? Si llegan a las manos, ¿podrías separarlas?
-¿Separarlas?
-Sí,
a veces se les cruzan los cables y se pegan, y son incapaces de parar. Sabrae
una vez le arrancó un mechón de pelo a Shasha del tamaño de un limón. Estuvo
castigada dos meses.
-Aún
tengo la calva, ¿la quieres ver, Alec?-preguntó Shasha, acercándose a mí
mientras se deshacía la coleta y buscaba entre su pelo.
-¡Serás
mentirosa! ¡Te lo hiciste tú con la maquinilla de afeitar eléctrica de papá
porque siempre me has tenido celos!
-¿Celos
de qué? ¿De que tu culo sea tan grande que utilice dos franjas horarias
distintas?
-¡TE
VOY A MATAR!-chilló Sabrae, lanzándose sobre Shasha y empujándola contra el
sofá. Sherezade suspiró, se quedó un rato mirando cómo se pegaban, y luego
agitó la mano.
-Yo
no me voy a quedar sin cenar. Mataos si queréis. Más herencia que le queda a la
otra-proclamó, saliendo de la cocina en el instante en que Shasha le pegaba un
buen bocado a Sabrae en la muñeca. Sabrae soltó un alarido y le soltó un mechón
de pelo a Shasha, que le propinó una bofetada a la que Sabrae respondió con una
patada. Me incliné para agarrar a Sabrae de la cintura, pero Duna me tiró de
los pantalones.
-Déjame
a mí. Tengo experiencia-anunció, levantando las manos como una sacerdotisa a
punto de iniciar su ritual más especial. Comprobé, alucinado, cómo Shasha y
Sabrae continuaban envueltas en un caos de uñas, dientes, puños y rodillas, no
muy seguro de si era buena idea dejar que Duna se les acercara, hasta que la
chiquilla se metió entre las dos-. ¡Basta!-proclamo Duna para que todo le
quedara mucho más dramático.
Y
Shasha y Sabrae pararon en el acto, para evitar hacerle daño a la benjamina de
la casa. Se miraron un momento y, luego, se echaron a reír. Las mujeres son lo
más raro que hay en el mundo, sobre todo cuando son hermanas.
-Menudo
bocado, tía. ¿Lo has estado ensayando?
-Pues
sí. ¡Me alegro de que te hayas dado cuenta! ¿Y tu patada? ¡De alucine! Alec
puede andarse con cuidado.
-No
suelo ponerme violenta con él porque es un sol, pero nunca está de más saber
defenderse, ¿no te parece? Tampoco es que lo necesite cuando Alec está
cerca-ronroneó, inclinándose hacia mí y sonriéndome desde abajo cuando se colgó
de mi mano-, él siempre me cuida muy bien.
-Seguro
que le has reventado el cráneo a alguien con esos brazos-comentó Shasha,
mirándomelos de arriba abajo como si examinara un ordenador que estuviera
considerando comprar.
-Un
cráneo no, pero unas cuantas costillas…
-¡PUTAS
CRÍAS DE MIERDA!-bramó Scott en el
piso de arriba, y yo di un brinco mientras Sabrae, Shasha y Duna se reían por
lo bajo. Seguí con la mirada las pisadas de Scott hasta que abrió la puerta del
baño, en el piso de arriba.
-¿Sí,
hermano?-ronroneó Sabrae, tumbándose sobre el sofá con gesto despreocupado.
-¿¡Dónde
está mi toalla!? ¿Y mi ropa?
-¿No
te la habrás olvidado?
-¡No
me toques los huevos, Sabrae! ¡TRÁEME MI ROPA!
-Yo
no la tengo.
-Habrá
criado patas-comentó Shasha, mirándose las uñas.
-¡PUTAS
CRÍAS DE MIERDA!-repitió Scott, corriendo por el piso de arriba y bajando las
escaleras como un ciclón-. ¡ME TENÉIS HASTA LOS COJONES!-ladró-. ¡SI NO SUPIERA
QUE NO SERVIRÍA DE NADA PORQUE SABÉIS VOLVER A CASA, OS ABANDONARÍA
EN…!-apareció como una locomotora en el salón, y se quedó callado al verme.
Yo
también. Pero no porque no tuviera nada que decirle; créeme, tenía muchas cosas que hablar con Scott. Es
sólo que yo no estoy acostumbrado a charlar con mis amigos sobre nuestra
relación, así que te imaginarás el tipo de ambiente que necesito: comprensivo,
equilibrado, de confianza. Y, sobre todo, relajado.
Vamos,
todo lo que le faltaba al ambiente. Es un pelín complicado estar calmado cuando
las cabronas de tus hermanas te roban la ropa y te obligan a perseguirlas por
la casa como Dios te ha traído al mundo. Por lo menos también te ha dado dos
manos para que te cubras tus partes pudendas.
-Hey-saludó
Scott, impresionado.
-Hey-repliqué
yo, esforzándome en que se notara que estaba manteniendo el contacto visual.
-No…
no sabía que ibas a venir.
-Ha
sido improvisado.
-Ajá.
-Para
traer a Sabrae.
-Guay.
-Así
no tendrías que venir tú.
-Te
lo agradezco, tío.
-No
es nada.
Shasha,
Duna y Sabrae nos miraban a Scott y a mí como un trío de juezas de silla en un
partido de tenis interesantísimo. Scott se mordisqueó el piercing y miró la
bola que era su ropa.
-¿Me
la…?
-¿Eh?
-La
toalla.
-Ah,
sí. Claro. Toma-extendí el brazo cuan largo era y Scott lo agarró con la mano
libre. Las chicas no decían absolutamente nada. Se giraron para darle intimidad
a su hermano mientras éste extendía la toalla con una mano. Cuando vio que no
miraban, se la anudó a la cintura-. Esto… deberías ir a vestirte, Scott. Vas a
coger un resfriado.
-Pues
puede ser. Se ha quedado fría la tarde, ¿no?
-Sí,
y tú no puedes resfriarte. Por… ya sabes. El concurso.
Scott
parpadeó. Era la primera vez que mencionaba el concurso en voz alta desde la
última vez que les había preguntado por él, cuando todo era aún normal.
-Sí.
Sí, es verdad. Yo… voy a… sí-farfulló, recogiendo su ropa y colocándosela bajo
el brazo. Ni siquiera les dirigió una mirada envenenada a sus hermanas:
simplemente la recogió y luego se quedó allí, plantado, delante de mí-. ¿Te… te
quedas a cenar?
Hubo
algo en la forma en que lo dijo, algo que no sabría identificar, que me rompió
en mil pedazos. No es que no me lo hubiera buscado o no me lo mereciera, pero
Scott… no quería que me quedara a cenar esa noche en su casa.
Quería
verme lo justo y necesario.
Y eso
era una mierda. En los recuerdos que atesoraba de mi infancia más tierna,
aquellos que no estaban teñidos de negro por la sombra de mi padre, Scott
estaba presente. Era un elemento recurrente, y parte de la acción en la gran
mayoría de los casos; tanto, que si él no estuviera, no serían recuerdos tan
felices. Y ahora allí estábamos, el uno frente al otro, deseando los dos pasar
el tiempo mínimo indispensable juntos.
-No.
No, qué va. Sólo he venido a traer a Sabrae.
Sabrae
clavó los ojos en mí.
-Oh.
Vaya. ¿Seguro? Mi madre está haciendo fajitas. Le quedan de muerte.
-Me
esperan en casa.
-Eso
no es verdad-susurró Sabrae con el corazón destrozado. Ni Scott ni yo la
miramos.
-Bueno,
pues… supongo que te veré mañana en clase.
-Sí.
Salvo que pire.
-No
pires las clases, Alec-respondió Scott con cierto fastidio.
-Bueno,
tú vas a pirar mogollón y no pasa nada, ¿no?-ataqué. No debería haberlo hecho,
lo sé, pero no fui capaz de evitarlo. Scott, sin embargo, torció la boca. No quería
entrar al trapo.
-Sí,
supongo que tienes razón-se toqueteó la barbilla, pensativo-. Bueno, eh… si no
quieres quedarte… te acompaño a la puerta.
-No
hace falta. Podrías coger frío.
-¿Seguro?
-Me
sé el camino. No tiene pérdida.
-Vale-respondió
Scott, y creí escuchar cierta tristeza en su voz-. Como quieras. Bueno, hasta
mañana, Al.
-Sí,
hasta mañana, S.
Escuché
los pasos de Sabrae detrás de mí. Me giré cuando atravesé la puerta, ya en la
calle. Se arrebujó en su blusa, acusando la corriente de aire frío.
-No
es buen momento para que me quede-susurré, y ella asintió despacio con la
cabeza.
-No,
no lo es-me entregó su bolso con solemnidad, y sorbió por la nariz-. Toma, por
si quieres ponerte esta ropa mañana.
-¿Estás
bien?-pregunté estúpidamente cuando acepté su bolso, aunque me dolía en el
alma. Sabrae sorbió de nuevo por la nariz y negó con la cabeza.
-Me
duele mucho veros así-confesó-. Erais tan cercanos… crecí escuchándoos a escondidas,
hablando en su habitación de un montón de cosas de las que no hablaba conmigo,
y ahora… ni siquiera aguantáis dos minutos uno frente al otro.
Me di
cuenta entonces de en la terrible situación en que habíamos puesto Scott y yo a
Sabrae. Se encontraba en tierra de nadie, esquivando las balas, intentando
acercar dos imanes cuya polaridad se había invertido y ahora se repelían cuando
antes se atraían. No debería ser así. No era justo para ella. Se merecía pasar
los últimos días con su hermano feliz, y no preguntándose qué podía hacer para
que las cosas volvieran a su cauce.
Si hubiera
dejado de ser un gilipollas medio minuto durante esos días y me hubiera parado
a ver lo que les hacía a los demás mi comportamiento, habría parado mucho
antes. Pero, si hubiera sabido que Sabrae se iba a poner así, ni siquiera habría
empezado. Me habría tragado mi orgullo, mi dolor y mi rabia, todo por ella.
Así que
me incliné y le di un beso en los labios, un beso que me supo a sal. Otra vez que la haces llorar, Alec. No te
mereces nada.
-Te prometo que mañana será
tu hermano quien me invite a dormir en tu casa, ¿vale? Scott, y no tú. Te lo
prometo, bombón.
Levantó
la vista y me miró con ojos llorosos. El colgante con mi inicial, algo que
debía dolerle mucho a Scott, brilló en su cuello.
-Ojalá
mañana fuese hoy.
Sí. Sabrae
tenía razón. Ojalá mañana fuese hoy.
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A ver para empezar, estoy muriendo de amor con la conversación de Sabralec y como por fin de ha abierto a ella y es que joder, he conseguido sentir el alivio que ha supuesto para Alec vaciarse de todo ese veneno que le estaba consumiendo Y BUENO Y LUEGO EL POLVO; SANTAS EXPECTATIVAS HIJA, LAS HAS SUPERADO TENGO LA BOCA COMO EL DESIERTO DEL SAHARA.
ResponderEliminarEso si, me ha dolido que a pesar de la charla no haya conseguido dar un pasito más allá con Scott y me ha dolido muchísimo como se ha empequeñecido y le ha vuelto de golpe la inseguridad por el gesto de Scott (QUE ME CAGO EN SU VIDA YA ME DIRAS TU PORQUE COÑO NO QUIERE QUE SE QUEDE ALEC A CENAR VOY A DARLE DE HSOTIAS) me ha partido en dos mi pobre bebé :(
Necesito que tenga cuantos antes la charla con sus amigos y vuelva a estar bien.