lunes, 13 de abril de 2020

Olimpo.


¡Toca para ir a la lista de caps!

No había que ser ningún lince para darse cuenta de que Alec estaba mal; el problema era que estaba tratando de ser hermético incluso conmigo. De normal, siempre que podía, me vacilaba, como si le gustara hacer piruetas sobre la cuerda floja que se suponía debía ser mi opinión sobre él: si había nacido adorándolo, crecido detestándolo y madurado adorándolo de nuevo, todo parecía apuntar a que podía volver a mi estado anterior, o seguir evolucionando, según se mirara, y volver a cogerle tirria otra vez. Así que él disfrutaba pinchándome, lanzándome pullas inofensivas que no me hacían ningún daño, pero que podían empujar de nuevo la rueda de nuestra relación que se había detenido de forma misteriosa una noche ruidosa de otoño.
               Pero lo que estaba haciendo esos días era diferente. No eran piruetas sobre una cuerda floja que ya no existía (habíamos hecho demasiadas cosas como para que ésta no se cortara, y ahora nuestra relación era firme como un templo milenario), sino más bien saltos base en los que Alec abandonaba el avión con un único paracaídas, deseando que éste no se abriera para estamparse contra el suelo. De la misma manera que buscaba a los demás, también me buscaba a mí, aunque terminaba reculando en el último momento, cosa que no le sucedía con sus amigos.
               Yo no estaba del todo segura de lo que le sucedía, aunque lo sospechaba. Lo conocía lo bastante bien como para saber lo importantes que eran sus amigos para él, y la necesidad que lo embargaba de sentirse reafirmado en un grupo cuya composición pronto iba a cambiar. No sé por qué, Alec tenía esa tendencia a sentirse secundario en todos lados excepto en su casa (y a veces ni siquiera allí), como si no fuera esencial en la felicidad de mucha gente y su ausencia fuera como una noche eterna cuando el sol se hubiera cansado de asomarse cada día por el horizonte. Por eso podía afectarle la marcha de Tommy y Scott, que a fin de cuentas eran piezas fundamentales en su círculo social, más de lo que a sus amigos: porque Alec, dijera lo que dijera, se comía la cabeza más que todos ellos juntos. Detrás de aquella fachada de indiferente diversión rayana en el pasotismo, se encontraba un chico que se angustiaba cuando sentía que sus amigos no estaban del todo cómodos con él.
               Le afectaba que Scott y Tommy fueran a irse, y necesitaba decirlo en voz alta, pero yo sabía que no iba a hacerlo… por mí. Porque pensaba que necesitaba ser mi gladiador personal, el escudo gigante detrás del cual yo debería poder esconderme, la espada que me defendiera y el castillo que me protegiera de todas las invasiones, en lugar de mi compañero de viaje, la presencia a mi lado invitándome a comentar lo preciosas que estaban las estrellas en el cielo, la playa en la que bañarme tras un duro día abrasador.
               Sabía que se lo iba a guardar dentro de él hasta que no pudiera ignorarlo más y terminara explotando como un volcán, pero lo que jamás pensé es que tendría tanto aguante. Yo le extendía una mano que le decía que podía contar conmigo, le acariciaba el brazo cuando me la cogía y le miraba a los ojos para que entendiera que tenía toda mi comprensión y mi apoyo, que no era una niña desvalida que necesitara protección total, y mucho menos de él. Pero no quería escucharme. Se limitaba a juguetear con mis dedos un momento, haciendo figuras en el aire que bien podrían pasar por sombras chinas en un teatro callejero, y después se alejaba de mí.
               No se alejaba en sentido estricto: era muy capaz de estar pegado a mi cuerpo, pero en un hemisferio completamente distinto en términos espirituales. Y era allí donde se refugió cuando nos tumbamos en su cama. Su alma se separó de su cuerpo y dejó que sus instintos más primarios tomaran el control, y yo me entregué a él no porque no tuviera más remedio (sabía que podía pararlo cuando quisiera) sino porque me dolía que la única solución que encontraba a cómo se sentía era el sexo.
               Había disfrutado como siempre disfrutaba con él, eso por descontado. Incluso cuando estaba ausente, Alec sabía cómo darme placer, y yo me había dejado hacer no sólo porque me apeteciera (aunque no era una prioridad para mí en ese momento), sino porque le notaba tan lejos que sabía que sólo se acercaría después de aquello, como un cachorrito maltratado que sólo te deja acariciarlo después de que le des muchas chuches. Me había resistido lo justo y necesario para asegurarme de que aquella era la única manera de recuperarlo, y cuando por fin acepté que ésa era la única salida, dejé que me poseyera y yo le poseí a él. Le besé larga y profundamente mientras se quitaba la ropa, acaricié con los dedos su vello púbico mientras se inclinaba a por un condón, y separé las piernas para recibirlo en mi interior, el único santuario en el que Alec se sentía a gusto, cómodo, protegido, y podía tolerarse a sí mismo.
               Porque él era incapaz de odiarse, ni siquiera un poco, cuando hacíamos el amor. Se encontraba con su versión más pura, más auténtica y más desnuda cuando entraba en mí. Todo lo malo que le había pasado en la vida se desvanecía, igual que los pecados de un fallecido cuando atraviesa las puertas del cielo. No podía odiarse porque el Alec que era cuando lo hacíamos era mi Alec, la versión preferida de sí mismo, sin defectos, sin cicatrices, sin traumas.
               Nos lo pasamos bien. Había un ruido de fondo en mi cabeza, una abejita volando en mi nuca, diciéndome que aquello no estaba bien, pero los dos estábamos disfrutando, así que no me molestaba apartarla de vez en cuando para rodearle la espalda desnuda con los brazos mientras él me embestía, empujándome hacia un orgasmo que celebró mordiéndome el labio. No fue un polvo tierno ni tampoco bonito, pero incluso entonces nos las apañamos para convertirlo en un acto de amor: él me decía con su cuerpo que ésta era la única forma en que podía estar conmigo ahora mismo, y yo le decía que no pasaba nada, que me gustaba lo que hacíamos, me gustaba estar juntos, y con eso me bastaba.
               Aunque, si he de ser sincera, pensé que sentiría un poco mejor después de terminar. Las endorfinas del sexo me dejaban atontada en ocasiones, especialmente cuando lo hacíamos de manera tan salvaje, y había visto demasiadas veces a mis padres bajar las escaleras de casa con una sonrisa en los labios, como si no pasara nada, como para no saber que había una relación entre el humor y tu polvo más reciente: si éste era bueno, tu humor también… y a la inversa.
               Y a mí me parecía un buen polvo. Pero estaba claro que para Alec no había sido suficiente. Porque, mientras yo jadeaba, intentando recuperar el aliento (este chico era capaz de llevarme al límite de mis fuerzas sin siquiera empezar a sudar, aunque fuera un poco), él se incorporó hasta quedar sentado, me miró un instante, cansado, agotado, y con ojos translúcidos de tristeza y algo más, me preguntó:
               -¿Te importa si fumo un cigarro?

               Puede que el polvo no hubiera sido tan malo, después de todo. No era la primera vez que se encendía un cigarro, me pasaba un brazo por los hombros y jadeaba un “ah” satisfecho después de dar la primera calada, un “ah” que sonaba a “joder, Sabrae, qué bien lo haces”. Y que Alec, con la experiencia que tenía, me dijera que “qué bien lo hacía” era un chute que mi ego siempre festejaba inflándose como un pez globo.
               -Estás en tu habitación-respondí con dulzura, acariciándole la parte baja de la espalda. Todo él era genial, incluso sus lumbares.
               -Nuestra habitación-me recordó en tono un poco severo, girándose para recoger un cigarro, sacando el mechero de la cajetilla y encendiéndolo con gesto concentrado, de chico malo. Se le marcó la mandíbula mientras sorbía para encendérselo, y cuando guardó de nuevo la cajetilla, escondida para que su madre no la encontrara, pude regodearme en el ángulo de sus facciones. Me relamí inconscientemente, incapaz de dejar de recordar la cantidad de veces que había notado esos ángulos entre mis piernas, mientras me practicaba sexo oral, algo que probablemente hubiera intentado si hubiéramos aguantado un poco más. Me había hecho tener dos orgasmos, pero a Alec le gustaba que fueran impares, y mayores de uno.
               Separó las piernas y se inclinó en la cama, apoyando los codos en sus rodillas, pensativo. Dio una nueva calada y los músculos de su espalda se movieron como los engranajes de una precisa máquina creada específicamente para el placer. Su espalda estaba cubierta de valles por los que podrían deslizarse gotas de sudor como agua en torrentes tras las cascadas, y finas marcas de arañazos atravesaban esos valles como las fronteras dibujadas en un mapa.
               Me encantaba su espalda. Me recordaba lo fuerte que era, lo poderoso, lo valiente. Nadie que tenga una espalda como la de Alec es un cobarde, porque son todos luchadores natos.
               -Me encanta tu espalda.
               -Y a mí tus tetas-respondió él sin pensar, sin mirarme, pero por su tono de voz supe que sonreía. Adoraba conocerle lo suficiente como para escuchar sus sonrisas o sus ceños fruncidos, saber qué cara estaba poniendo aunque estuviera de espaldas a mí.
               Oh, no. Estaba yéndose por las ramas, dejándome fuera.
               -¿Qué tetas?-pregunté, incorporándome hasta quedar bien pegada a él-. ¿Éstas?-presioné mi torso contra el suyo y Alec rió entre dientes. Echó un poco de ceniza en su cenicero y negó con la cabeza. Creo que sabía lo que estaba intentando, y había decidido mantenerme fuera de su alcance. Bien, ya veríamos si me dejaba fuera mucho tiempo. Estaba dispuesta a jugar a su juego, con sus reglas, y vencerle en él. ¿Necesitaba sexo para comunicarse? Sexo tendría.
               Lentamente, hice descender una de mis manos por su torso, acariciando sus abdominales. Alec ni se inmutó.
               -¿Qué tienes pensado para tu cumple?-inquirí, estudiándolo con atención, pero él no movió ni un músculo de su cara. Era como si no sintiera mi mano acercándose a su entrepierna.
               -Aún no lo sé.
               -Me toca la regla entonces-comenté-, así que nada de sexo como regalo. ¿Quieres cambiar de bombón?
               Dependiendo de lo que me contestara entonces, yo sabría si estaba lo bastante rígido como para escapar de su caparazón si le daba un toquecito, o aún tenía un rincón en el que esconderse. Si respondía algo similar a lo que había dicho antes (algo sexual, algo que me habría hecho hervir la sangre hace tiempo), sabía que aún quedaba algo bien en él, una parte intacta de él que pudiera tratar de reconstruirse a sí mismo.
               Si, por el contrario, respondía con desgana, sería el momento de entrar en escena.
               -No te preocupes-fue su respuesta, en lugar de algo tipo “yo no necesito probar todo el surtido, sino sólo a ti, bombón”. La vía dura.
               Estaba roto. Ahora, tenía que manejarlo con delicadeza: era frágil cual pieza de porcelana, pero no había de qué preocuparse; cuando se trataba de Alec, yo era capaz de trabajar con guantes de seda.
               Retiré mi mano de su entrepierna, que había llegado a enroscarse en torno a su miembro y lo había presionado suavemente, acariciándolo arriba y abajo y arrancando una respuesta de él que me habría hecho dudar de su estado anímico en una ocasión en la que Alec no hubiera hablado, y le di un beso en el hombro, entrelazando mis manos en su pecho. Tenía un brazo por su hombro y otro por su cintura. Era su cinturón de seguridad personal.
               -Me ha gustado mucho-susurré. Quería que lo supiera. Que no se martirizara aún más pensando que ni siquiera había conseguido estar a la altura conmigo, a pesar de que había hecho que me corriera dos veces. Dos veces no eran tres. Y no había hecho squirting. Podía haber tenido un orgasmo por cortesía, no porque lo sintiera realmente.
               -A mí también-respondió, dando una nueva calada. Intentaba alejarse de mí, un globo aerostático que se eleva en el aire y se aleja de su plataforma de despegue, empujado por el viento. Pero a Alec siempre se le olvidaba un detalle insignificante.
               Yo era el viento.
               -¿Vas a estar callado todo el rato, o me vas a contar qué te pasa?-pregunté con dulzura, mostrándole que yo podía ser tanto sus alas como su plataforma de aterrizaje: tomaría su relevo si estaba demasiado cansado como para seguir surcando el cielo, y le daría un lugar seguro en el que posarse si lo que quería era descansar. Le acaricié el bíceps con el pulgar, haciendo notar mi presencia.
               Alec se volvió lo justo para mirarme, el torbellino de emociones de sus ojos desvaneciéndose hasta que una calma chicha reinó en el mar que surcaba, y que le permitía hacer recuento de provisiones.
               -He vuelto a resolver mis idas de olla emocionales follando, ¿verdad?-preguntó, restándole importancia, pero yo sabía que se estaba decepcionando a sí mismo. Por mucho que se rascara la sien con el pulgar de la mano en la que sostenía el cigarro y pusiera cara de niño bueno, yo sabía que eso era lo último que se consideraba.
               -Me gusta que lo hagas conmigo-confesé, dándole un beso en el hombro, volviendo a entrelazar mis manos en su cintura. Y era cierto. Me había dado lo último que me negaba y que sí les había concedido a las demás chicas que habían estado con él: un polvo buscando distracción, lleno de rabia, una vía de escape de su cuerpo. Alec jamás había hecho eso conmigo, nunca había puesto el piloto automático y se había dejado llevar para escapar de su cuerpo, sino buscando el placer. Lo que había pasado la primera noche que estuvimos juntos en su habitación no respondía a lo mismo de hoy, y por eso la respuesta también era distinta-. ¿Hablamos?
                Alec jugueteó un momento con las cenizas de su cigarro en el cenicero, pensativo. Ven conmigo, pensé mientras le acariciaba la cara interna de los brazos, asegurándome de que no se olvidaba de que yo estaba ahí. Te prometo que no te haré daño. Ven conmigo.
               Levantó la vista hacia la televisión, y yo supe que no iba a asomarse aún a su caparazón. Era demasiado pronto; el peligro podía seguir acechando.
               -No es nada-respondió, dando una nueva calada. Me relamí los labios y asentí despacio con la cabeza, subí con las manos hacia su pelo y jugueteé con sus mechones, recordándole que, en mis brazos, podía ser un niño. Era un niño. No tenía nada que temer, pues yo siempre lo cuidaría. Mientras pensaba en qué decirle para convencerlo de que no pasaba nada y así conseguir que se abriera conmigo, seguí acariciándole el torso, y mis dedos terminaron siguiendo la ruta por la que siempre peregrinaban cuando se ponía encima de mí mientras lo hacíamos. Las yemas de mis dedos cartografiaron las fronteras que mis uñas habían trazado en su espalda.
               -Vaya cómo te he dejado la espalda. ¿Te duele?-pregunté, dándole un beso en el omóplato, proporcionándole el calor que se le escapaba.
               -Eso es que el polvo que acabamos de echar ha sido bestial-sonrió, y si hubiera tenido una botella de cerveza en la mano, le habría dado un trago como diciendo “mira qué vida llevamos”. Pero no la tenía, así que esos aires de pirata no quedaron más que en bruma.
               -A mí también me gusta cuando me duele un poco. Creo que un poco de dolor de vez en cuando no está mal, ¿mm?-ronroneé. Mis manos pasaron por sus brazos, recorriendo su silueta. Era un haz de luz que recortaba su figura contra la pared, convirtiendo su sombra en una obra de arte; un escultor modelando los últimos toques de su obra maestra.
               -Amén, hermana-Alec asintió despacio con la cabeza.
               -Pero el físico, claro está-añadí, pensativa-. Como las agujetas por un entrenamiento intenso, o las molestias por un polvo increíble-vamos, sol, ábrete conmigo-. El emocional, en cambio…-sacudí la cabeza. No, el dolor emocional no era nunca nada bueno. Ni siquiera cuando te roía hasta el punto de que tu arte se convirtiera en tu única tabla de salvación. Papá lo había dicho mil y una veces: los sentimientos intensos hacen que el arte que produces sea mejor, pero la intensidad no tiene por qué tener relación con la negatividad. Es cierto que la tristeza parece resonar con más gente, pero a veces la alegría también puede dar lugar a cosas buenas. Como la canción que llevaba mi nombre, o los discos que papá había escrito cuando no sólo era cantante, sino también padre.
               Y sus dibujos siempre eran mejores cuando a quien inmortalizaba era a mamá.
               -¿Qué intentas, nena?-me miró de reojo, desconfiado, un gato que ve a su humano demasiado tiempo en casa, como si el mundo se hubiera detenido durante demasiado tiempo y la casa que su humano pagaba pareciera volver a pertenecerle.
               -Cumplir nuestras promesas. Nos prometimos que no dejaríamos que nada se interpusiera entre nosotros, ni siquiera nosotros mismos, ¿recuerdas, sol?-me asomé a su hombro, girándolo lo suficiente para poder estar frente a frente con él. Mi rostro parecía tener efectos tranquilizadores en su humor, porque siempre que se ponía borde conmigo, intentaba no mirarme a la cara. Su instinto de protección era más fuerte que sus ganas de vacilarme, o la mala situación por la que estuviera atravesando en ese momento y que no me dejaba margen de maniobra para cometer errores. Nuestros rostros estaban a centímetros; nuestras bocas, a milímetros: podía sentir su respiración acariciando suavemente mis labios, e incluso mi lengua paladeó el sabor llameante de la nicotina-. No te metas entre nosotros, Al. Sé sincero. Yo ya sé lo que te pasa. Lo que necesito es que lo digas tú-le aparté un mechón de pelo que le caía sobre los hombros, porque su peinado después del sexo era tan sensual como caótico, y él no soportaba que el pelo le molestara siquiera un poco (salvo cuando se trataba de mi melena)-, para poder luchar contra ello los dos juntos, como llevamos haciendo desde la primera vez que nos vimos de verdad.
               En nuestra relación había habido un parón de varios años. Nos habíamos conocido cuando yo apenas tenía días de vida, y aún estaba descubriendo lo que era tener una familia. Perfectamente Alec podía haber entrado en esa definición en el mismo momento en que nuestras miradas se cruzaron, y yo sabía que cuando él estaba cercano podía pasarme nada malo mientras estaba en los primero años del colegio. Luego, algún cuerpo celeste había cambiado su órbita y había decidido que la energía que fluiría entre nosotros sería negativa, y así fue durante años, hasta que nos besamos por primera vez, y las estrellas se alinearon.
               Yo estaba destinada a estar con él. De la misma manera que estaba destinada a ser la hermana de Scott, de Shasha y de Duna, la hija de Zayn y Sherezade, estaba destinada a ser de Alec.
               Por eso yo siempre iba a ser un refugio para él, y por eso él siempre podía contar conmigo. Siempre. Nadie le haría daño, no cuando estuviera conmigo: todo el universo estaba a nuestra espalda, dispuesto a saltar para defendernos y juntarnos de nuevo. Ya lo había hecho una vez a pesar de mis reticencias, ¿cómo no iba a volver a hacerlo ahora, cuando era lo que yo más deseaba?
               Alec se relamió los labios, que tenía secos. Sus dientes asomaron brevemente en su superficie carnosa y, tras un instante de sufrimiento en que la última célula de su cuerpo aún trataba inútilmente de luchar contra el destino, jadeó lo que yo ya sabía, pero necesitaba decir:
               -No quiero que tu hermano y Tommy se vayan.
               Se le llenaron los ojos de lágrimas, que se apresuró a apartar como si fueran algo de lo que avergonzarse. La presión que la sociedad ejercía sobre él no era comparable a la mía, pero las directrices con las que se había criado eran aún poderosas en su código genético: los chicos no lloran, no sienten más que lujuria. Tú, hombre, estás aquí para perpetrar la especie, y nada más.
               -Y eso te pone mal-aventuré, tendiéndole un puente. No tenía por qué venir corriendo a mi isla, ni cruzar el océano: podía encontrarme a medio camino. Dios, por mí, lo único que tenía que hacer era asomarse a la orilla, que yo haría el resto.
               -Sí-susurró en un jadeo, negando con la cabeza, limpiándose las lágrimas con la palma de la mano-. Pero bueno…-sorbió por la nariz-. Tampoco es el fin del mundo. No sé qué me pasa. No debería quejarme. Hay gente a la que le va a afectar más que a mí que Scott y Tommy se vayan, eso es evidente.
               -Para. No hagas eso, Al-negué con la cabeza, cogiéndole las manos, y él me miró con cara de cachorrito abandonado. Se mordió el labio, indeciso. Estaba desnudo, y se sentía vulnerable, una sensación que no solía experimentar cuando se quitaba la ropa: a menos prendas en su cuerpo, mayores su orgullo y su ego, porque sabía que su cuerpo era su punto fuerte. O, al menos, lo pensaba.
               Pero yo sabía que su punto fuerte estaba ahí, dentro de él, un tesoro para el que sus costillas hacían las veces de cofre: su corazón.
               -Que haya gente que se muera de dolor no significa que tú no puedas sentirlo también, ni tengas derecho a desquitarte. Llevas unos días apagado, y odio verte así, mi sol-le acaricié el pelo mientras él no dejaba de mirarme como si fuera una aparición celestial, una nave que venía a ayudarlo justo cuando le quedaba un minuto de oxígeno-. Déjame entrar. Yo te dejo entrar a ti. Y nos da gustito a ambos-le di un beso en la mejilla y Alec inclinó la cabeza hacia la mía, prolongando el contacto. Mis dedos le proporcionaban un consuelo que no pensaba que existiera, o que se mereciera-. Pues imagínate el que nos dará que me dejes entrar tú a mí.
               -A mí no me da gustito cuando hablamos de las cosas que te preocupan, Sabrae-respondió con una dureza angustiada.
               -No me refiero a cuando hablamos-repliqué con un hilo de voz, y le di un beso en los labios, el beso de la vida, el beso de la valentía. Me senté sobre mis rodillas a su costado para poder mirarlo mejor-. Vamos, dímelo. Estamos solos. No hay nada que me digas que vaya a salir de esta habitación si tú no quieres.
               -Es que no… yo no…-jadeó, apartando la vista y negando con la cabeza. Busqué su mano bajo las sábanas y entrelacé mis dedos con los suyos-. No es mi sitio…
               -Eh, eh. Soy yo-le recordé-. Soy Sabrae. Estoy aquí. Y tú estás a mi lado. Tu sitio es a mi lado.
               Alec se giró para mirarme de nuevo. Volvía a tener los ojos anegados en lágrimas.
               -Les voy a echar muchísimo de menos-gimió, y, por fin, empezó a llorar. Asentí con la cabeza y lo estreché contra mis brazos. Estábamos completamente desnudos, así que mi piel era un consuelo en la suya, una caricia aterciopelada muy agradecida después de todo un día trabajando con materiales áridos. Dejé que Alec se despachara a gusto, llorando sobre mi hombro mientras yo le acariciaba la cabeza, con la palma de la mano en la nuca, y le daba besos para recordarle que siempre tendría mi cariño. Siempre-. Yo… no sé qué me pasa. Pero cuando nos fuimos de tu casa después del finde en que te tuviste que tomar la píldora, les pregunté por el programa, y ellos se pusieron a hablar de él como si… no sé, como si fuera su salvación. Y yo no lo siento como una salvación. Todo lo contrario. Van a irse, y no van a volver. Scott siempre será tu hermano, pero conmigo…
               -Contigo siempre va a querer estar. Eres de sus mejores amigos. Que se vaya a un programa de televisión no quiere decir que vaya a dejar de ser quien es. Os seguirá queriendo a todos.
               -Tú no sabes lo esencial que es en nuestro grupo de amigos. Él y Tommy son literalmente lo que nos mantiene unidos. No quiero… no quiero perder a mis amigos. No quiero echarlos de menos. No quiero quedarme solo.
               -¿Cómo? ¿Quedarte solo?-me separé de él para mirarlo-. ¿Por qué iba a pasarte eso, Al? Nadie te va a dejar nunca solo.
               -Sí. Sí que va a pasar. Ya está pasando, de hecho. Apenas soporto estar con ellos, y el sentimiento es mutuo. Cada vez que suena la campana para el recreo, a mí me entra una rabia… es como si no…-tragó saliva-. Como si fuera un dragón que lleva demasiado tiempo sin escupir fuego, y me quema por dentro. Me quema muchísimo. Y lo descargo contra ellos, y ellos, lógicamente, no quieren seguir a mi lado. Se comportan como si yo no estuviera. Y los profesores… todo el mundo… y no puedo salir de mi cabeza. Aquí dentro es horrible-susurró, tocándose la sien-. No te imaginas la cantidad de cosas horribles que me descubro pensando. La cantidad de veneno que tengo aquí. Es como una caldera. Siento que, si me hicieras un agujero en el cráneo, me saldría ácido a chorro. De la puta envidia-confesó-. La puta envidia que me da ver a Scott y Tommy, ver cómo son esenciales, y ver cómo van a marcharse dejándome en la mierda para vivir su vida.
               -Scott y Tommy jamás te van a dejar atrás.
               -Ya lo están haciendo. Pero oye, no les culpo. Si supieran lo que pienso… si lo supieran todos… si lo supieras tú, Sabrae… lo que me está haciendo esto… no sé por que… me siento como si estuviera en Trafalgar Square con un chaleco explosivo pegado al pecho, una cuenta atrás bien grande sobre mi cabeza, y a absolutamente nadie le importara. Porque no les afecta. Que yo esté mal no le afecta a nadie, y eso me hace comerme aún más la cabeza, porque pienso que soy… no sé. Demasiado dependiente, o demasiado inútil, o… un puto cobarde-se pasó las dos manos por el pelo, frustrado.
               -No eres un cobarde.
               -Sí lo soy. Un cobarde, un egoísta, un cabrón. Ni siquiera soy un buen amigo. Scott y Tommy van a irse para perseguir un sueño y yo en lo único que puedo pensar es en que jamás me habían dicho nada de ese sueño, y me cuestiono absolutamente todo lo que alguna vez hemos hablado. Me siento traicionado y ni siquiera es mi lugar para sentirme traicionado. Y me cabreo. Joder, me amargo. Si supieras…-puso los brazos en jarras y chasqueó la lengua-. Si supieras las cosas que pienso. El rencor con el que lo veo todo. Me da mucho miedo, ¿sabes?
               -No pasa nada por sentirse mal, Al. Ni por sentirse traicionado. Ni por…
               -No, sí que pasa cuando se trata de mí. Porque sé por qué estoy pensando así. Estoy pensando así porque así es como pensaba mi padre.
               -Eso no lo sabes, Alec-jadeé.
               -No, no lo sé porque gracias a Dios nunca he estado dentro de su cabeza enferma, pero eso no significa que no tenga pensamientos igual de enfermos. Lo miro todo desde un prisma en el que todo es un ataque, Sabrae. Incluso que tú estés aquí.
               -He venido porque he querido.
               -Sí, y también hemos follado porque has querido tú, ¿verdad?-inquirió con amargura, y en cuanto esas palabras abandonaron su boca, se dio cuenta de lo grave de lo que acababa de decir, y su expresión pasó de la rabia a la angustia-. ¿Lo ves? Hasta a ti quiero hacerte daño-apartó la mirada y empezó a mordisquearse el pulgar-. Debería… no sé, desaparecer.
               Aquello activó todas mis alarmas. No porque pensara que Alec estuviera teniendo pensamientos suicidas (por Dios, eso me daba demasiado miedo como para siquiera soportar pensarlo), sino porque lo que estaba insinuando acerca de nosotros era horrible, y yo sabía que si le dejaba dar siquiera un paso en esa dirección, él echaría a correr estando solo y ya nunca lo recuperaría.
               -Alec Theodore Whitelaw-anuncié, y él levantó la vista, sumiso. Me aparté el pelo de los hombros con un movimiento de cabeza y mantuve la barbilla bien alta, con la altivez que sólo mi apellido podía darme-, no te consiento que hables así del hombre del que estoy enamorada, ¿me oyes? El hombre al que amo no quiere hacerme daño. No me ha forzado a absolutamente nada. Habría parado si yo le hubiera dicho que quería parar, pero no lo hice, porque soy una irresponsable que le ha dejado hacer algo que le iba a producir una carga de conciencia extra que, desde luego, no necesita. Y no es el heredero de su padre, como tú te empeñas en intentar hacerme creer. Yo le veo desde fuera. Veo sus inseguridades, lo exigente que es consigo mismo, y te aseguro que eso, si bien no es muy sano para él, desde luego no es una característica que tengan los abusadores. Su padre jamás se consideraría mala persona, jamás se sentiría culpable por creer haberse propasado con su chica, y jamás pensaría que se ha propasado con ella. Ni tampoco pensaría que es un cabrón, un egoísta, o un mal amigo. ¿Sabes? Normalmente, la gente que piensa que es egoísta, mala persona o mala amiga es la que tiene el alma más pura. Hay gente en este mundo que tiene galaxias en el alma y les da miedo enseñarlas, como si fueran algo que esconder. Y hay gente que tiene por almas agujeros negros, tan oscuros y absorbentes que lo arrasan todo a su paso… y curiosamente son los que jamás se avergüenzan de cómo son. Así que no, Alec. El hombre del que estoy enamorada no es nada de eso que tú estás diciendo, y te agradecería que te disculparas-constaté, alisando las sábanas a mi alrededor. Alec me miraba como si fuera una deidad salvadora, bajada a su mundo moribundo para insuflar vida de nuevo.
               -Lo siento mucho si te ha molestado, Sabrae-susurró, estirando la mano en mi dirección, pero yo negué con la cabeza.
               -No. Conmigo no. Pídele perdón al hombre al que amo, Alec. Pídete perdón a ti mismo por decir todas esas mentiras sobre ti. Por pensar que me has obligado a hacer algo. Por creer que me has utilizado. Por pensar que no te mereces todo lo bueno que te pasa, como si fuera una equivocación de la suerte, y sí todo lo malo, como si eso no fueran más que baches en tu camino hacia lo que te mereces: ser feliz. Antes de que yo te perdone, tienes que perdonarte tú mismo.
               Alec se me quedó mirando un rato, reflexivo. Seguían deslizándose lágrimas por su rostro, pero ya no a la misma velocidad.
               -Es que yo no…-se las limpió apresuradamente y yo esperé-. Ni siquiera te lo he contado todo, nena.
               -No te preocupes, que lo vas a hacer. Porque te lo juro, Alec: no pienso salir de esta habitación-señalé la puerta- hasta que no te desahogues del todo conmigo. Nuestra relación es bidireccional, ¿recuerdas? Tú no eres mi terapeuta particular, al que le pago con sexo. Eres mi compañero. Mi chico. Y quiero cuidarte-añadí, en tono más suave-. Por eso necesito que te perdones primero.
               Alec se pasó una mano por el pelo, asintió con la cabeza, se mordisqueó el pulgar con los ojos cerrados, tomó aire y luego lo soltó. Levantó la cabeza y me miró.
               -Ya está.
               -¿Ya no tienes esas ideas horribles sobre ti mismo?
               -Me va a costar quitármelas…
               -Alec, ¿tengo pinta de tonta? ¿Crees que me pillaría por una mala persona?-negó con la cabeza-. Pues entonces ya va siendo hora de que dejes de tener esa opinión tan pobre de ti mismo.
               -Es lo que tiene vivir dentro de mi cabeza.
               -Pues vive aquí-respondí, cogiéndole la mano y poniéndola sobre mi pecho, para que sintiera los latidos de mi corazón-. Múdate aquí dentro, y ya verás cómo en un segundo dejas de pensar todas esas cosas horribles.
               -Lo haría si pudiera. Créeme, Saab, nada me gustaría más que estar siempre contigo.
               -Pues estate. Puede que aún no se puedan trasplantar almas, pero-me encogí de hombros-, hasta que la ciencia lo descubra, ¿por qué no usamos las palabras? Dumbledore dijo que son nuestra fuente más inagotable de magia, y eso es lo que tenemos tú y yo: magia.
               Alec sonrió, cansado.
               -Siempre sabes lo que tienes que decir, ¿verdad?
               -Soy hija de un compositor-le guiñé un ojo-. Se me dan mejor las palabras que al resto de los mortales.
               -Ahora eres tú la que tiene que pedir perdón, bombón.
               -¿Por qué?
               -Por decir que eres como el resto de los mortales. Es ofensivo para ti misma.
               Me eché a reír, me pegué a él y le di un beso en los labios.
               -Prométeme que no vas a volver a cerrarte en banda de esta manera nunca más.
               -Te lo prometo.
               -¿Promesa de meñique?-extendí el dedo y Alec lo miró. Se echó a reír.
               -¿Qué tenemos? ¿Dos años?
               -Hazme una promesa de meñique o te castigo sin sexo un mes.
               -Vale, vale. Dios mío, qué tajante-enganchó su dedo con el mío, le dio un beso y se echó a reír cuando yo los balanceé en el aire. Todavía le brillaban los ojos por haber llorado, y yo sabía que las ganas seguían allí, acechando justo por debajo de la superficie como cocodrilos, pero que pudiera sonreír era un regalo que no me esperaba. Al menos, no tan pronto. Hacía que me sintiera como el mejor consuelo del mundo, a pesar de que yo sabía de sobra que lo era él.
               Una vez terminé de balancear nuestros dedos entrelazados, trazando piruetas en el aire, me incliné y le di un beso en los labios. Lento, largo, profundo como el mar. Incluso sabía un poco salado por culpa de sus lágrimas. Alec me pasó una mano por el cuello y tiró levemente de mí hacia él, y sonrió cuando capturó mi labio inferior entre sus dientes. Puede que estuviera hundido, pero en el juego de la seducción seguía siendo el maestro, y yo su aplicada aprendiz.
               -Vale-jadeé, separándome de él y apoyando mi frente en la suya, en busca de un oxígeno que me faltaba siempre que lo tenía cerca-. Ahora que me has hecho la promesa, ya me puedes contar todas esas cosas horribles que supuestamente estás pensando. Así que…-señalé la almohada con intención y le guiñé un ojo-. ¿Conoces el primer single de mi padre?


-¿Te refieres a What makes you beautiful?-pregunté, divertido, y Sabrae puso los ojos en blanco.
               -No, bobo. Me refiero a su primer single en solitario. Pillowtalk. ¿Te sabes la letra? Es un paraíso, y es una zona de guerra-entonó, acariciando la almohada con unos dedos del color de las barritas de chocolate con miel. Me estremecí. Puede que tuviera que sacar todo el veneno que llevaba dentro y eso me diera mucho miedo, pero estaba convencido de que Sabrae no me obligaría a hacerlo si no era absolutamente necesario. Y era evidente que no podíamos pasar por fabricar el antídoto sin conseguir primero ese veneno, que yo tenía que escupir mordiéndole el hombro como un vampiro. Lo haría encantado si siguiera cantándome, igual que una cobra que baila al son de la flauta de su amo.
               Miré la almohada y luego la miré a ella.
               -Sabes por qué se llama así, ¿verdad? Primero tenemos que hacer una cosa y luego… ya viene lo de charlar-me incliné hacia ella y empecé a besarla. Ahora la deseaba, no la necesitaba con la desesperación de quien busca una tabla para salvarse del naufragio.
               Sabrae se echó a reír, aunque no sabría decir si era porque le estaba haciendo cosquillas o porque le hacía gracia mi apetito sexual.
               -Ya hemos hecho eso, tigre. ¿O es que no notas cómo te arde la espalda?
               -Me arden otras partes del cuerpo.
               -Alec-puso los ojos en blanco, pero la sonrisa no abandonó su boca-. No vas a escaquearte del momento de terapia a base de tomarme el pelo.
               -¿¿No??
               -Túmbate-ordenó, y mientras me dejaba caer sobre la almohada, boca arriba, ella cogió nuestros móviles y activó el modo “no molestar”. Nadie debía interrumpirnos mientras yo me sinceraba con ella: no solía costarme mucho hablar de mis sentimientos con Sabrae porque la mayoría de las veces ella jugaba un papel crucial, pero ahora era diferente. La había consolado cuando Scott nos anunció que se marchaba y le rompió el corazón; era de su hermano de quien íbamos a hablar, no de ella, y aunque la relación entre ellos dos era evidentemente más fuerte que la mía con Scott, Sabrae no dejaba de ser un elemento accidental. Yo ya era amigo de su hermano antes de que lo nuestro sucediera.
               Por lo menos había tenido la suerte de que Sabrae sucediera. No sabía cómo lo habría sobrellevado de haber sido así.
               -De acuerdo, Alec. Háblame de tus traumas-Sabrae cruzó las piernas una sobre otra y fingió tener una libreta entre las manos lista para tomar apuntes. Arqueé una ceja.
               -Creía que íbamos a ir en serio.
               -Sí, es verdad. Sólo quería rebajar un poco la tensión, perdona-se apartó de nuevo el pelo de los hombros y me acarició el pecho-. ¿De qué quieres hablar?
               -¿Puedes tumbarte a mi lado?-así era como le había hablado de mi padre por primera vez, y dado que lo había sacado a colación durante mi rabieta, no me extrañaría que se convirtiera en un tema recurrente.
               Sabrae asintió con la cabeza, se tumbó a mi lado y se pegó a mí. Estaba deliciosamente desnuda, y tan concentrada en mí estaba incluso más guapa. Los surcos de sus iris bailaban a la velocidad de la luz mientras sus ojos se hundían en los míos, y las pecas que le espolvoreaban la nariz con trufa se contraían y se relajaban al ritmo de su respiración. Qué labios más apetitosos tenía: los estaría besando hasta el final de los tiempos.
               Me acarició la sien, la mejilla y el mentón, esperando a que yo me armara de valor. Y empecé a hablar. Se lo conté todo, absolutamente todo lo concerniente a Scott y a Tommy: cómo me había parecido lógico al principio que se colgaran de la fama de sus padres…
               -No se cuelgan-me recordó Sabrae-. Quieren hacerse su propio nombre. Por eso van al concurso.
               … cómo me había alegrado por ellos al principio, cuando los planes eran aún tan etéreos que no los sentías reales, cómo me había creído cada palabra que le había dicho a ella cuando la consolé, diciéndole que Scott siempre sería su hermano y siempre estaría ahí para ella…
               -Igual que estará para ti-respondió, dándome un beso en la nariz.
               … pero, ¿estaba segura? Porque mi relación con Scott no era la misma que la relación de ellos dos. A ellos les unía un vínculo mucho más fuerte, la sangre…
               -Alec, soy adoptada.
               Bueno, vale, no la sangre, sino el hecho de que los habían criado juntos…
               -A ti también, un poco.
               … que habían crecido retroalimentándose el uno del otro…
               -Eso te ha pasado más a ti que a mí.
               -¿Me quieres dejar hablar?
               Pero a él y a mí, ¿qué iba a quedarnos? ¿Y a Tommy y a mí? Con Tommy sí que podría perder más relación porque ni siquiera estaba liado con su hermana…
               -Estaría feo que te enrollaras con Astrid, así-Sabrae se echó a reír y yo me levanté de la cama-. ¡Vale, vale, perdona! Es que te estás poniendo tan serio… no quiero que vuelvas a disgustarte. Por eso te tomo tanto el pelo. Te prometo que no voy a seguir bromeando. Sé que esto es importante para ti, no me malinterpretes.
               Pues eso. Que al principio, cuando el concurso era su única salida, a mí no me había parecido mal porque no me había sentido rechazado, abandonado, o cualquier otro calificativo que quisieras ponerle para describir la sensación de que alguien pasa página y se olvida de que tú eres un marcador que tiene que despegar para que puedas seguir disfrutando del siguiente capítulo de su historia.  Pero cuando Scott volvió al instituto y todo parecía poder encauzarse si ellos querían, me sentí un segundo plato. Un premio de consolación, una medalla en el fondo del armario ahora que tenían posibilidades de ganar un trofeo. Y no ayudaba el hecho de que yo parecía ser el único de mi grupo de amigos que se preocupaba por lo que pasaría después: todos parecían tan ilusionados, tan ansiosos por que Scott y Tommy se marcharan a triunfar en la vida, como se merecían, como tenían garantizado prácticamente desde que nacieron.
               No por su apellido, me apresuré a aclarar cuando Sabrae parpadeó, conteniéndose para no saltarme a la yugular, sino porque habían nacido con talento, eso era innegable. Y ella no había tenido más remedio que darme la razón.
               Así que había llegado a la conclusión más sencilla, siguiendo todas las reglas del método científico que decían que la explicación más sencilla solía ser la verdadera: todos iban a pasar página, y si el grupo se rompía, les daría igual porque ya tenían otras redes de seguridad en las que ampararse para impedir una caída que los destrozara. No como yo, que sólo les tenía a ellos (y a mi familia, y a Sabrae, lo sabía; pero la familia y tu pareja no dejan de ser eso, y no pueden suplir el hueco vacío que dejarán tus amigos si estos se marchan).
               Esa conclusión era tan sencilla como horrible, y había terminado dejándome llevar por ella, arrastrado a unas aguas que me asfixiaban, territorio de unas sirenas cuyo canto incesante siempre era el mismo: tú no eres tan importante en el grupo como el resto de tus amigos, Scott y Tommy son más importantes que tú para el resto del mundo. Eres desechable, no como ellos, únicos e irrepetibles.
               Llegarán a la universidad, y tú te quedarás atrás, anclado eternamente en un curso que, si no puedes superar ahora que tienes ayuda, jamás conseguirás pasar cuando tus amigos se marchen y ya a nadie le importes.
               Me quedé callado un momento, notando un nudo en la garganta que me impedía continuar, y Sabrae aprovechó ese momento de silencio para pedirme permiso para intervenir.
               -¿Puedo hablar?
               -Por favor.
               -Creo…-se llevó las manos unidas a la boca, como si rezara una plegaria apresurada para no ofenderme-, que eres demasiado exigente contigo mismo, Al. Demasiado. Sabes que tienes muchísimo potencial, pero te frustras tanto por no saber explotarlo con los mismos métodos que el resto de personas, que te obcecas y no logras verlo todo desde tu propia perspectiva. Que no te graduases este año no significaría que no fueras a hacerlo nunca, porque por mucho que creas que tus amigos te ayudan, a la hora de la verdad eres tú quien hace los exámenes, que a la hora de la verdad es lo único que cuenta. Por eso las notas son tan distintas en tu grupo de amigos, tú suspendes, Tommy saca notables y Bey, dieces. Porque estáis solos, y cada uno sabe cómo funciona y qué es lo que quiere… salvo tú. Lo que estoy intentando decirte es que… puede que Tommy lea una vez las cosas y ya se le queden, Bey estudie con mucha antelación porque es disciplinada, y Scott tenga siempre la potra de que preguntan sólo lo que él ha estudiado. Pero que eso les funcione a ellos no significa que te tenga que funcionar a ti.
               -Lo sé, Sabrae, pero entiéndeme tú a mí. Si ahora ni con Bey detrás de mí todo el rato soy capaz de ponerme a estudiar y sacar una nota medianamente decente, ¿cómo voy a aprobar cuando ella se gradúe? A eso me refiero. A que yo les necesito de una forma en que ellos no me necesitan a mí.
               -Te equivocas-sacudió la cabeza-. Te equivocas tanto… no sabes cuánto te quiere la gente que lo hace. Muchísima gente te quiere, y todos lo hacemos muchísimo, Al. Lo suficiente como para preocuparnos por ti en cuanto das la más mínima señal de estar mal. Por eso estoy yo aquí.
               -Que estés aquí no quiere decir más que te preocupas por mí.
               -Sí, claro que es por eso, pero… también estoy aquí porque me lo han pedido.
               Fruncí el ceño y me incorporé en la cama, apoyado sobre mis manos. Sabrae se encogió un poco y se mordió el labio, avergonzada por la confesión que acababa de hacerme.
               -¿Qué?
               -No me malinterpretes, por favor. Yo habría venido de todos modos, y habríamos tenido esta conversación, pero… quizá no me hubiera dado tanta prisa si Jordan no hubiera acudido a mí. Me llamó ayer por la noche, ¿sabes?-me reveló, y yo me la quedé mirando, estupefacto. Notaba cómo el calor subía por mis mejillas, pensando exactamente en lo mismo en que Sabrae estaba pensando-. Estuvimos un rato hablando de que los dos te llevábamos notando raro una temporada, y después de que él me dijera que te había confrontado y tú te habías cerrado en banda, me pidió que hablara contigo, porque conmigo te abres más que con él. ¿Puedo… serte sincera?-preguntó, y yo asentí con la cabeza-. Jordan parecía dolido. A decir verdad, yo no empecé a pensar que fuera urgente que habláramos hasta que no hablé con él.
               -Jordan y yo hablamos ayer. Y me hizo bien, mejor de lo que él se imagina. Me sentí apoyado, porque de un tiempo a esta parte me venía sintiendo un cero a la izquierda, lo que ya te he dicho y… no sé, me hizo ilusión saber que había alguien que de verdad me notaba diferente.
               ­-Todos te notábamos diferente, Al.
               -Ya, pero nadie lo decía, así que yo pensaba que nadie me notaba distinto, y hasta que Bey no me apartó para hablar, y luego Jordan me acorraló, no pensé que nadie fuera a preocuparse por mí. Eso me animó un poco. Pero, hablando con Jordan, me sentí un poco mal por él.
               Sabrae esperó a que yo continuara.
               -Porque… bueno-le acaricié le hombro-. Siento que Jordan se siente un poco… desplazado por ti.
               Sabrae asintió con la cabeza.
               -Sí, a mí también me dio esa impresión cuando hablamos. Y, ¿sabes? En el fondo, me alegro de que así sea. Porque ésa es la demostración de que le importas. Jordan te echa de menos. Tus amigos te echan de menos. Scott y Tommy van a echarte de menos cuando se vayan. Así que no tienes que sentirte un cero a la izquierda, ni nada, porque no lo eres, Al. De verdad. ¿Crees que si no le importaras, Jordan se tragaría su orgullo y me llamaría para pedirme ayuda? Seguro que él preferiría mil veces solucionar esto él mismo, para así no sentir que yo estoy ocupando su lugar (cosa que, por cierto, no es mi intención ni estoy dispuesta a hacer), pero ha dejado a un lado sus sentimientos para cuidarte, igual que están dispuestos a hacer los demás.
               -No sé, Sabrae. Sé que a Jordan le habrá costado lo suyo, pero es que yo no puedo hacer nada, ¿sabes? Ya ves que a veces también me cuesta abrirme contigo, y eso que tú me insistes. Jordan no suele hacerlo.
               -Ni tú tampoco con él-contestó, incorporándose un poco hasta quedar anclada en su codo-. Mira, sé que a veces te cuesta salir de tu caparazón, porque aparte de que tú eres muy tuyo, también te han criado con la presión social de que tienes que ser lo más hermético posible respecto a tus sentimientos. Los chicos simplemente no habláis de lo que sentís; la comunicación entre vosotros es muy deficiente en comparación a la comunicación que hay entre un grupo de amigas. De la misma forma que os contáis intimidades que yo igual no comento con mis amigas porque mi esfera privada es distinta (por ejemplo, en qué posturas follamos la última vez que nos vimos), vosotros…
               -¿Pretendes de veras que me crea que no hablas con tus amigas del sexo que tenemos tú y yo con pelos y señales, Sabrae?
               -Con mis amigas más íntimas, sí. Pero con amigas que no sean de mi círculo más cercano, no. Y sé que tú no tienes problema en contárselo a quien sea, pero porque te lo tomas de otra manera. Igual que yo, por ejemplo, si estoy llorando en el baño de una discoteca y una chica entra y me descubre allí, le contaría lo que me pasa. Tú, en cambio, si ves a un chico llorando (lo cual es difícil porque os escondéis unos de otros), a lo sumo le darías una palmadita en la espalda, pero para que se apartara y te dejara mear en paz, no porque quisieras apoyarlo. Nosotras hablamos de sentimientos como vosotros fardáis de sexo. Y cuando ves que uno de tus amigos empieza a hablar de sentimientos con una tía a la que acaba de conocer…
               -Yo no te acabo de conocer, Sabrae-discutí, tozudo, y Sabrae puso los ojos en blanco.
               -Me refiero a que llevamos poco tiempo juntos. Y, aun así, somos muy sinceros el uno con el otro. Supongo que Jordan echa eso de menos. Es totalmente normal que sienta un poco de envidia, especialmente porque yo estoy haciendo el papel que se supone que le correspondería a él, pero mejor, porque te sonsaco cosas que él no es capaz. Porque no sabe, porque no quiere o porque no puede, pero no te las saca. Pero, en lugar de detestarme, Jordan me llama para que te sane. ¿Comprendes lo mucho que te quiere?
               -Yo también le quiero mucho.
               -¿Y se lo dices?
               -No hay necesidad. Él ya lo sabe-murmuré, escondiéndome bajo las sábanas. Me daba un poco de vergüenza hablar de lo que había entre Jordan y yo. De lo que había entre cualquiera de mis amigos chicos y yo, en realidad. Las chicas eran más emocionales, como decía Sabrae. No me importaba decirles a los chicos que les quería de vez en cuando, pero ni de coña se lo decía tan a menudo como a Karlie, Tam, Bey, Chrissy o Pauline. Cualquiera de ellas me había escuchado decirle que la quería más veces a ella sola que el resto de mis amigos juntos.
               -¿Seguro?-preguntó Sabrae, abrazándose las rodillas. Se había incorporado hasta quedar sentada, y ahora su cuerpo formaba un óvalo perfecto. Su melena negra como la noche caía en cascada por sus piernas-. ¿Sabías tú que eres esencial en tu grupo de amigos hace unos minutos?
               La miré desde abajo, sumiso como un cachorrito. Le acaricié un gemelo y susurré:
               -¿Crees que lo estoy haciendo mal con Jordan?
               -Creo-hizo una pausa para pensar- que es normal lo que os pasa. Tú nunca habías tenido una relación seria hasta ahora, y seguro que Jordan y tú pasabais mucho más tiempo juntos. Nadie tiene la culpa. Simplemente creo que, viendo lo que pasa con Scott y Tommy, lo mejor que puedes hacer con tus amigos es hacer piña. Es lo que están haciendo ellos, y te intentan arrastrar con ellos, pero tú no te dejas. Ya verás cómo, cuando todo esto pase y Scott y Tommy se hayan marchado al programa, estaréis más unidos que nunca. Intentaréis llenar su vacío físico, porque ellos nunca os van a dejar colgados. Incluso puede ser una buena oportunidad para volver a unirte a Jordan como antes. ¿No crees?-esbozó una sonrisa radiante, convencida de que había descubierto el fuego.
               -Pero es que yo no sé si me merezco que ellos tiren por mí, Saab. Bastante tienen con lo suyo.    
               -También tienes bastante tú con lo tuyo, pensando siempre en que todo lo malo que te pasa es por herencia de tu padre, y no porque simplemente hay veces que necesitas dar un paso atrás y descansar. Estoy convencida de que ellos te esperan con los brazos abiertos, Al-se tumbó de nuevo en la cama, boca abajo, y jugueteó de nuevo con mi pelo-. Si no te han llamado todavía como si fueras un cachorrito es porque no quieren que sigas tirando hasta asfixiarte. Porque saben, igual que yo, que cada vez que sientes algo malo no puedes evitar preguntarte si esto es cosa de tu sangre. Y no es cosa de tu sangre. Tu sangre no te define, a nadie lo hace. Quiénes somos es lo que nos define, y yo soy una Malik como tú eres un Whitelaw-sonrió, y sus ojos chispearon con orgullo. Scott podía sentirse orgulloso de su apellido, aunque sólo fuera porque Sabrae también lo llevaba-. Así que por favor, por favor, prométeme que vas a dejar atrás a tu padre de una vez por todas. Prométeme que lo enterrarás en el pasado y no vas a volver a desenterrarlo nunca. Y que quedarás con los Nueve de Siempre. Y lo hablaréis. Y dejarás que te muestren que eres tan importante como mi hermano y Tommy.
               Noté que se me cerraba la garganta de la emoción, pero asentí despacio con la cabeza, y Sabrae sonrió, emocionada. Se inclinó hacia mis labios y me dio un beso.
               -Te lo prometo-murmuré, y esta vez fue ella quien asintió.
               -Lo sé. Me lo has dicho. Y te lo agradezco, amor-frotó su nariz con la mía-. Me apeteces.
               -Me apeteces, bombón-ronroneé, feliz por fin en días que se me antojaron años. La rodeé con un brazo y tiré de ella para hundir la cara en el hueco entre su cuello y su hombro, notando unas lágrimas de alivio deslizárseme por las mejillas-. Joder. No sé cómo voy a sobrevivir cuando Scott y Tommy se vayan. No sabes las cosas horribles que he pensado.
               -Te conozco mejor de lo que crees-respondió, acariciándome la mejilla y poniendo distancia entre nosotros para mirarme a los ojos.
                -Todo esto me ha hecho mierda. No podía dejar de comportarme como un gilipollas con todos, y me odiaba, así que me cabreaba más conmigo mismo y me comportaba peor. Era un círculo vicioso. Incluso me afectó a cómo te veía a ti.
               -¿Ah, sí?
               -Sí. Me convencí a mí mismo de que me dejarían atrás cuando fueran a la universidad, y que había buscado lo del voluntariado en Etiopía para evadirme y poder fingir que habíamos perdido el contacto porque lo había cortado yo, y no ellos. Y que, si estaba contigo, era porque así me garantizaba seguir en el grupo, porque nunca dejaría de tener relación con Scott.
               Sabrae se echó a reír.
               -Te sorprendería el poco caso que Scott me hace.
               -Scott besa el suelo por donde tú pisas.
               -Más le vale-replicó, altiva-. Me condenó el día que me puso este nombre. Nadie lo pronuncia bien a la primera. Lamer un poco de asfalto de vez en cuando me parece poca penitencia, a decir verdad.
               Solté una sonora carcajada y no pude evitar quedarme mirándola embobado. Ya de por sí era preciosa, sin importar las circunstancias, pero todo lo que la rodeaba eran aditivos a su belleza que la hacían incluso más increíble: el pelo alborotado por el sexo, la piel un poco brillante por el sudor, la sonrisa boba producto de las endorfinas que le producía lo que habíamos hecho… si mi madre me había hecho con ojos que funcionaran, era para admirar lo preciosa que era Sabrae, y yo viviría para honrar esa tarea.
               Se tumbó de nuevo en la cama, con las manos debajo de la almohada, y nos miramos en silencio durante un buen rato en el que ella me dejó a solas con mis pensamientos.
               Y me di cuenta de que todas aquellas gilipolleces que había pensado no eran más que eso: gilipolleces. Porque sí, vale, podían cruzárseme los cables y convencerme a mí mismo de que lo del voluntariado de África no tenía que ver con ninguna razón altruista, sino que simplemente quería alejarme de todo y de todos, fingiendo que estaba haciendo algo interesante y productivo con mi vida en lugar de simplemente huir de mis problemas como un niño pequeño asustado ante la oscuridad. Sí, vale, podía decirme a mí mismo que estaba siendo egoísta escapando de Londres, pasando página de una forma diferente a como lo harían mis amigos, abriendo una nueva etapa en mi vida que no muchas personas iban a experimentar (como Sabrae había dicho, cada uno hace lo que puede con las herramientas que le vienen dadas, y si Bey iba a ir a la universidad con muy buenas notas y yo al final no conseguía entrar, no tenía por qué pasar nada; me las había apañado bien hasta ahora y me las seguiría apañando bien. Quizá incluso me hicieran fijo a jornada completa en Amazon).
               Pero lo que no podía creerme, ni de coña, era que lo mío con Sabrae no era real. Era lo único real que había en mi vida, poderoso, indestructible. Las mariposas que sentía en el estómago, del tamaño de pterodáctilos, no eran imaginaciones mías. Estaban ahí: seguro que, si me hacían una radiografía, descubrirían que en mi interior había todo un ecosistema que vivía solo de las emociones que Sabrae había despertado en mí. No me habría peleado con mi hermano por ella. No habría sufrido como lo hice cuando soñé que le hacía daño. No le habría dado a Sergei una paliza por ella, ni me habría enfrentado a Scott, a Jordan, a Bey, por ella si lo nuestro no fuera real.
               No sería capaz de considerar en serio la posibilidad de no ir a África, con todo el esfuerzo que me había costado y lo recompensado que me sentiría espiritualmente, si mis sentimientos hacia Sabrae no fueran reales. De todos los por qué de mi vida, Sabrae iba a ser siempre la respuesta. La razón por la que me sacrificaría, entregaría gustoso mi libertad a cambio de tenerla y de que ella me tuviera a mí: de poco le sirven las alas a un pájaro cuando lo que más ama ya no es el cielo, sino otra criatura que le hace sentir como si estuviera flotando en una nube las 24 horas del día.
               -No puedo creerme que llegara a pensar en serio que estaba contigo por seguir cerca de Scott-murmuré, acariciándole el pelo. Así desnuda, con los hombros ligeramente encogidos y la  melena suelta, cayéndole en cascada por el cuerpo, Sabrae parecía recién salida de uno de esos cuadros renacentistas en los que las diosas aparecen desnudas y en su máximo apogeo. Si los dioses existieran, ella sería una mezcla de Atenea y Afrodita: la más sabia y la más hermosa, unidas en un solo ser, compartiendo un cuerpecito pequeño en tamaño pero infinito en todo lo que podía hacerte sentir.
               Me dedicó una sonrisa que me hizo cosquillas en lo más profundo de mi alma, y mentiría si dijera que no hizo que empezara a creerme que de verdad había vivido antes en las estrellas. Hasta donde yo sabía, Sabrae no tenía madre biológica. Bien podía haber bajado del Olimpo en su cestita de mimbre, depositada frente a la puerta de un orfanato no porque fuese huérfana, sino porque no tenía origen humano, y puesta en mi vida para salvarme.
               -Siempre he sabido que estás esperando a que Scott salga del armario para poder salir tú también-respondió, acercándose a mí y acariciándome la cara.
               -Yo no soy maricón, Sabrae.
               -¿Qué te tengo dicho sobre usar esa palabra?-a pesar de que me estaba reprendiendo, su tono fue dulce, y su sonrisa deliciosa-. Además, no tienes por qué ser gay. Podrías ser bisexual, como yo.
               -No me van los tíos.
               -Eso me parece imposible-respondió, acariciándome el cuello, el hombro, el pecho, llegando hasta mis abdominales, y algo dentro de mí se encendió. Mi miembro empezó a despertar de nuevo mientras ella me acariciaba, y me descubrí deseándola como si llevara una semana sin tomarla-. ¿Cómo no te va a gustar ningún hombre? Si sois geniales. Todo músculo, tan altos, tan fuertes…-suspiró, y por la forma en que se movieron las sábanas sobre ella, supe que estaba presionando instintivamente los muslos uno contra otro.
               -El único hombre que me gusta-respondí, tomándola de la mandíbula para que me mirara-, es el que soy mientras follamos. A ese cabrón sí que le echaría un polvo.
               Sabrae se echó a reír, me rodeó el hombro con un brazo y me acarició la nuca, jugueteando con mi pelo, volviéndome loco. Por favor, separa las piernas, pensé. Necesito hundirme en ti de nuevo; sólo cuando estamos juntos puedo respirar.
               -Ponte a la cola, nene.
               Empezamos a besarnos. Despacio. Profundo. No tan invasivo como para que resultara agresivo, pero sí lo suficiente como para que ella me concediera el permiso que yo necesitaba. No lo había hecho bien antes, y más tarde ella me lo confirmaría: le había mordisqueado el cuello, había seguido llevando mi mano a su entrepierna a pesar de que ella me la había apartado jugando, cuando lo que debería haber hecho sería cerciorarme de que eso era lo que quería. Le había quitado la ropa yo solo.
               Ahora, sin embargo, todo era distinto. Sabrae me acarició primero, separó las piernas y acercó su pubis hacia mí, incitándome a acariciarlo. Dejó escapar un suave jadeo cuando mis dedos llegaron a su entrepierna, y su lengua imitó el movimiento de mis dedos en su interior. Los suyos estaban cerrados en torno al tronco de mi sexo, acariciándolo lentamente. No había ni punto de comparación entre un polvo y otro. Cuando me puse encima de ella, sabía que los dos estábamos al cien por cien (o incluso al ciento uno, si eso era posible) en aquello, los dos lo deseábamos de la misma manera y los dos íbamos a disfrutarlo. Sabrae me miró a los ojos sin que yo se lo pidiera cuando me hundí en ella por primera vez, y siguió mirándome mientras la embestía suavemente. Cerró las piernas en torno a mi cintura y puso una mano en la pared, empujándose contra mí; con la otra se mantenía colgando de mi espalda, y jugaba con mi pelo cuando yo me inclinaba para besarla.
               Yo no paré de acariciarla en ningún momento. Puse una mano también en la pared, en el punto justo en que la claraboya se hundía en el cemento, y con la mano libre recorrí esas curvas que los dioses habían hecho con tanto esmero, y de las que me permitían disfrutar todavía no sabía cómo, ni por qué. Sabrae era una pieza de arcilla en mis manos, moldeada de forma que yo no pudiera dejar de maravillarme con su figura, y mis dedos la recorrían como si fuera a hacer una réplica suya, algo que sabía que no era posible. Si ningún dibujo le hace justicia a la obra de los dioses que puede ser una playa preciosa de Grecia, imagínate lo poco que puede hacer para copiar a una diosa como Sabrae un mortal como yo.
               Nos corrimos a la vez. Hasta en eso tuve suerte. Sabrae terminó para mí y yo terminé para ella, y cuando pudo respirar con normalidad después de un orgasmo tranquilo y seguro que yo puede que prefiriera mil veces a las erupciones que solía provocarle, Sabrae me miró a los ojos y sonrió.
               -No me extraña que te guste el chico que eres mientras lo hacemos-musitó, acariciándome el pelo con ojos chispeantes de amor y felicidad-. Yo siempre me pregunto cómo pude pensar las cosas horribles que pensaba de ti hace unos meses.
               -Es que no me habías visto desnudo-respondí, besándole la frente. Ella se echó a reír-. Desnudo gano mucho.
               -Estoy de acuerdo.
               -¿Te ha gustado?-pregunté, saliendo de ella y recostándome de espaldas en la cama. La atraje instintivamente hacia mí.
               -Mucho. ¿Y a ti?
               -¿Responde eso a tu pregunta?-repliqué, enseñándole el condón usado. Sabrae me dio una palmada en el pecho.
               -Eres un cochino.
               -Recuérdame que te recuerde lo mojigata que puedes volverte cuando me supliques que te deje comerme los huevos.
               -Estás demasiado ocupado atolondrándote al desabrocharte la bragueta cuando yo te “suplico” que me dejes comerte los huevos como para que te recuerden nada.
               -Es que la chupas bastante bien, puntito para ti.
               Me miró con el ceño ligeramente fruncido.
               -¿“Bastante bien”? Seguro que repasas la alineación de algún equipo de fútbol de segunda división para no correrte en el primer minuto.
               -Sabrae, me estás ofendiendo. ¿Tengo yo cara de repasar alineaciones? Fijo que eso es lo que hace el pringado de tu hermano. No, lo que yo hago es recitar de memoria el himno de la Unión Soviética. Y lo hago a partir del segundo minuto, muchas gracias.
               -¿En ruso o en inglés?
               -En griego, que así es más difícil. Me lo sé en ruso de memoria, así que no tendría gracia. Pero esto no se lo digas a mi abuela; se llevará un disgusto de muerte-añadí, inclinando las cejas hasta hacer una pequeña montaña, y Sabrae se echó a reír.
               -Tu secreto está a salvo conmigo-puso la oreja sobre mi pecho y jugueteó con la mata de pecho lobo que tenía en los pectorales (está bien, vale, tenía catorce pelos, y sí, los tenía contados). Yo hundí los dedos en sus rizos, y nos quedamos así un rato, callados, hasta que ella rompió el silencio-. ¿A que te sientes mucho mejor que antes?
               -¿Antes de qué? ¿Del polvo? Sí. Me produces exceso de semen, nena, y puede llegar a resultar incómodo, como cuando pasan mucho tiempo sin ordeñar a las… ¡AU!
               -¿¡Por qué eres tan mononeuronal, Alec?! ¡Estoy intentando entablar una conversación contigo y tú, venga, de vuelta al sexo!
               -¿Y tengo yo la culpa? ¡Estás desnuda a mi lado, ¿en qué coño quieres que piense?!-Sabrae hizo amago de levantarse para vestirse, y yo la agarré de la muñeca-. Como te salgas de esta cama te monto un pollo que pasará a los anales de la historia.
               -Siempre he sabido que iba a ser famosa, aunque nunca me imaginé que sería por mi manera de follar-contestó con chulería, intentando zafarse de mí, abriendo las sábanas y sacando una pierna de la cama.
               -¡Me voy a poner a llorar, Sabrae!
               -¿Voy a por alguna planta para que la riegues con tus lágrimas?-se burló-. Eres peor que un niño pequeño, mi hermana tiene más… ¡AY! ¿¡ACABAS DE MORDERME UNA NALGA!?
               -Sí, y te morderé la otra como no vuelvas inmediatamente a esta cama.
               Sabrae puso los brazos en jarras y dio un paso hacia atrás.
               -¡TE ACABAS DE QUEDAR SIN CUNNILINGUS UN MES, SABRAE!-troné, y ella arqueó las cejas.
               -Seguro que en cinco minutos te tengo lloriqueando para que te deje comerme el coño otra vez, Alec, no seas payaso. Sabes bien que no puedes cumplir ese castigo.
               -¿Qué te piensas que soy, niña? ¿Un cromañón? Puedo controlarme perfectamente, no soy ningún salvaje.
               -¿Ah, sí?-respondió ella. Se apartó el pelo de un hombro, se sentó en el suelo, y abrió lentamente las piernas, enseñándome sus atributos femeninos. Se me secó la boca y ella rió-. ¿Tienes sed?
               -No me torees, mocosa.
               -Siempre puedes… beber-contestó, acariciándose con la yema de los dedos y acercándoselos a la boca. Sonrió.
               -No.
               -Sí.
               -No.
               -Te digo que sí.
               -Y te digo yo a ti que no.
               Sabrae sonrió, entreabrió los labios, y acarició la yema de sus dedos con la punta de sus labios.
               -¡JODER! ¡VEN AQUÍ!-estallé, saltando de la cama como un depredador y abalanzándome sobre ella. Sabrae se echó a reír, divertida, pero ya no le hizo tanta gracia cuando la acorralé entre mi cuerpo y la cama y me dediqué a torturarla a cosquillas.
               -¡No, no, Alec, por favor, NO, POR FAVOR, ALEC!-gritaba entre carcajada y carcajada-. ¡SOCORRO! ¡ANNIE! ¡AYUDA! ¡SOCORRO!
               -Grita, grita, que nadie va a venir a ayudarte.
               -¡POR FAVOR, PARA! ¡AL… JAJAJAJAJAJA….JAJA….JAAAAAAA…EC!
               -¿Te vas a portar bien?
               -¡SÍ, SÍ! ¡JAJAJA! ¡SÍ!
               -¿Me lo prometes?
               -POR FAVOR.
               -¿Prometido?
               -¡SÍ!
               -¿Seguro?
               -¡¡SÍ!!
               -No sé si creerte…
               -¡POR FAVOR!-chilló, ahogándose. Dejé de hacerle cosquillas un momento para que recuperara el aire. Me senté a su lado y Sabrae se incorporó, roja como un tomate, y me miró. Arqueé las cejas.
               -¿Qué tal?
               -No lo he pasado… tan mal… en toda… mi vida.
               -Pues no te queda nada.
               -¿Qué? No, no, nonononoAlecAlecAlecnonononnonoNONONONONONONONONONO-suplicó cuando volví a lanzarme sobre ella e inicié un nuevo ataque.
               -Segundo asalto, quedan diez.
               -¿QUÉ? ¡NO! ¡POR FAVOR! ¡HARÉ LO QUE QUIERAS! ¡LO QUE QUIERAS! ¡SERÉ TU NOVIA! ¿AÚN QUIERES QUE SALGAMOS EN SERIO? ¡SALDREMOS EN SERIO! ¡SERÉ TU NOVIA! ¡ACEPTO! ¡PERO, POR FAVOR, PARA!
               Me detuve y la miré.
               -Entonces, cuando salgamos juntos, ¿no podré hacerte cosquillas?
               -No. No, salvo… no sé. Una vez al mes. Cinco segundos… y ya está.
               Asentí con la cabeza y me miré las manos.
               -Creo que… retiro mi oferta. Prefiero seguir siendo tu follamigo premium, novio en funciones, o como quieras llamarme.
               -¡NO!-chilló, y una nueva oleada de carcajadas y súplicas siguió a ese llanto.
               -Qué guapa te pones cuando suplicas que te deje en paz, nena-me burlé, y ella intentó arrastrarse por la cama, lejos de mí, pero yo era demasiado rápido y ella estaba demasiado cansada. Después de otro instante de tortura, finalmente la dejé tranquila, y ella se puso de lado para poder respirar mejor. Cuando casi hubo recuperado el aliento, la agarré del hombro y la tumbé boca arriba. Se me quedó mirando, aterrorizada-. ¿Has aprendido la lección?
               -Sí.
               -¿Cuál es la lección?
               -Que no tengo que… tocarte… los cojones.
               -No, nena: tócame los cojones todo lo que tú quieras. Pero no me provoques ni me pongas así de cachondo cuando los dos sabemos que no vamos a hacer nada más.
               -Pero es que… es… divertido. ¿No te… gusta… provocarme?
               Sonreí y me incliné hacia ella.
               -Debería comerte el coño y negarte el orgasmo varias veces para que supieras qué se siente-le susurré al oído, y ella se estremeció de pies a cabeza-. Una pena que todo lo que te cubre ahí abajo sea como puta cocaína para mí, y una vez que te pruebo, soy incapaz de parar-le cogí las manos, se las uní por encima de su cabeza y le lamí los labios-. Apuesto a que eso te gustaría, ¿verdad? Sentir mi boca en tu entrepierna. Mis labios abarcando los tuyos-descendí hasta sus pechos y se los succioné, y Sabrae dejó escapar un gemido-, sentir mis dientes en esa piel tan sensible-le mordisqueé el piercing y ella se volvió literalmente loca, retorciéndose debajo de mí-. Mi lengua entrando en tu interior-le acaricié la parte baja del esternón con la punta de la lengua-. Mi nariz acariciando tu clítoris mientras te como el coño como Dios manda-le acaricié el monte de Venus con la punta de la nariz y Sabrae se estremeció. Estaba haciendo lo posible por mantener las rodillas todo lo juntas que pudiera, y eso que mi cuerpo se lo impedía-. Abre las piernas.
               Sabrae obedeció, y me regodeé en ver su sexo hinchado, sonrosado y empapado. Sabrae temblaba de pies a cabeza.
               -No juegues con tu coño, Sabrae. Tu coño es algo muy serio para mí.
               Respiraba con dificultad. Su cuerpo subía y bajaba al ritmo que marcaba su caja torácica. Su sexo se abrió un poco más, como una flor, y a mí me ardía la polla. Empecé a masturbarme con la mano libre, y supe que Sabrae adivinó lo que estaba haciendo, porque aún floreció un poco más.
               -He conseguido ponerte cachonda, ¿a que sí?-pregunté, y ella asintió con la cabeza-. Sí, ya lo veo. Estás tan mojada que podría metértela, y ni te enterarías.
               -Siempre me entero.
               -¿De verdad? Buena chica. Siempre sabes qué decir-me acerqué a ella y le acaricié los pliegues con la punta de la polla, y Sabrae se estremeció de pies a cabeza. A mí me estaba costando un triunfo no correrme, pero era tan divertido verla así que merecía la pena el esfuerzo-. ¿Te gustaría que te la metiera ahora?
               -Sí.
               Chasqueé la lengua.
               -Se te han olvidado las palabras mágicas. Sí, ¿qué?
               -Sí, por favor.
               -Bueno-le masajeé el clítoris en círculos con el pulgar de la mano que tenía en mi erección (pues aún le tenía las manos bien sujetas) y me regodeé en cómo jadeaba, gemía y maldecía por lo bajo-. Me lo pensaré. Estoy un poco decepcionado contigo, nena… no me esperaba que te usaras a ti misma como arma contra mí. ¿Te arrepientes?
               -Sí.
               -¿Cuánto?
               -Muchísimo.
               -En una escala del uno al diez….
               -Un doce. Un trece. Un quince.
               -No has dicho veintiuno-chasqueé la lengua-. Lo quieres bastante, pero no lo suficiente. ¿Quieres solo la mitad?
               -Alec, por favor…
               -¿O la quieres entera?
               -Entera.
               -¿Entera? Vaya. Sí que tienes ganas-silbé-. Bueno, algo podremos hacer. Pero, ¿sabes, nena? Tanto follar como conejos me tiene un poco cansado.
               Me miró con ojos brillantes, suplicantes, y yo luché por contener mi sonrisa de Fuckboy®.
               -Creo que necesito un respiro-le solté las manos y también me retiré de su sexo-. Para reponer fuerzas, y eso-Sabrae me miraba como un cachorrito abandonado que necesitaba cobijo en un helado día de invierno-. Descansar, estirar las piernas…-me encogí de hombros, mirándome las manos-, beber-la miré por debajo de mis cejas y sus ojitos parpadearon, sin entender.
               No creo que mantuvieran esa expresión durante mucho tiempo, porque no tardé mucho en agarrarla de las caderas, separarle bien las piernas y hundir mi boca en su sexo. Sabrae dejó escapar un alarido y hundió sus uñas en mi cráneo.
               -Creía que estaba castigada…-jadeó.
               -Luego te muerdo la otra nalga, si quieres, para que no se cele. Pero no tengo que castigarme yo también si sólo tú te portas mal-farfullé contra su sexo, gruñendo de puro placer: me encantaba su sabor, dulce y a la vez con un toquecito salado, chispeante, que me bailaba en la lengua. La obligué a correrse de una forma bestial, y si no seguí para que alcanzara otro orgasmo fue porque me suplicó que parara.
               Al contrario que haciéndole cosquillas, durante el sexo siempre pararía cuando ella me lo pidiera.
               Sabrae se quedó tumbada sobre la cama, mirando el techo con ojos ausentes, jadeando a toda velocidad. Yo me quedé arrodillado entre sus piernas, separándole las rodillas con mi torso. Me incliné hacia ella y le di un largo y profundo beso, más propio de peli porno que de otro tipo de cine, y cuando nos separamos, ella parecía borracha.
               Exactamente eso me producía a mí la esencia que manaba de entre sus piernas: una borrachera. No podía controlarme cuando la devoraba.
               -Seguro que te alegras de que te haya perdonado, ¿verdad?-pregunté, y ella asintió con la cabeza, se mordió el labio y me acarició con dedos temblorosos los abdominales. Me reí.
               -Yo sólo te iba a decir que… seguro que te gustaba más echar polvos lentos de celebración después de recuperar la… estabilidad emocional. Pero ahora entiendo por qué… a veces simplemente necesitas… follar sucio.
               -¿A que te sientes renovada?-le di una palmadita en la cadera y Sabrae asintió-. ¿Ves? Si ya lo sabía yo, nena. A veces no hay nada como un buen meneo para que todo esté bien de nuevo. Nada me pone de mejor humor que un buen polvo-ronroneé, y esta vez la palmada fue a su muslo.
               -De nada, entonces-sonrió, con los ojos brillantes. Extendió los brazos en mi dirección y yo me dejé caer sobre ella, entregándome a un abrazo en el que su calor corporal calentó mi cuerpo tibio (porque yo estaba caliente, sí, pero ella estaba ardiendo). Me dio un beso en la mejilla y me miró desde abajo-. ¿Estás bien?
               -De lujo. ¿Y tú?
               -También. Entonces, ¿hablarás con tus amigos?-asentí con la cabeza y ella asintió también, un nueva forma de espejo que reflejaba una versión mejorada de aquello que se le ponía por delante-. Vale. ¿Y empezarás a decirle a la gente lo que te molesta, sin preocuparte por tu estúpida masculinidad?
               -Yo no me preocupo por mi masculinidad. Tengo bastante claro lo poderosa que es mi energía de polla grande-espeté, y Sabrae puso los ojos en blanco y negó con la cabeza.
               -Hay momentos en los que me pregunto cómo es que te soporto, Alec.
               -Porque follo de miedo, Sabrae-respondí, y ella torció la boca.
               -No sé yo…
               -¿Cómo? ¿Necesitas un cuarto asalto?
               -¡No, no! Estoy agotada. Basta de sexo por hoy.
               -Nunca pensé que esa frase fuera a sentarme tan bien. Basta de sexo por hoy-repetí, tumbándome de espaldas. Sabrae no tardó ni un segundo en acurrucarse contra mí, pasándose mi brazo por el cuerpo como si fuera una manta. Entrelazó sus dedos con los míos y me dio un beso en la cara interna del brazo, en el punto exacto en que se me notaban las venas. Si me hubiera puesto allí los dedos en lugar de los labios y los hubiera dejado allí más de tres segundos, se habría dado cuenta de que mi pulso se aceleró un poco al sentirla tan cerca. Olía tan bien… estaba tan calentita… y era tan mullida…
               Sabrae levantó la cabeza y me miró desde el hueco que ocupaba, entre mi brazo y mi costado. No dijo nada, sólo sonrió.
               -¿Qué?
               -Nada. Es que… me alegro mucho de lo que hemos hecho.
               -Nos ha jodido…-me reí.
               -No lo digo por el sexo. Es decir, el sexo me encanta, ya lo sabes, pero me gusta mucho más que hayamos hablado. Te noto más relajado. Has recuperado tu luz. Eso es algo que deberíamos celebrar.
               -¿Alguna sugerencia?-ronroneé, besándole la cabeza, y ella tiró de sus rizos, examinando las puntas con aburrimiento.
               -Ya se nos ocurrirá algo. Tenemos todo el tiempo del mundo. Además… se me ha hecho tarde-clavó los ojos en la claraboya, a la que en ese instante detesté, puesto que le recordaba que el tiempo no se había detenido para el resto de la humanidad como sí lo había hecho para nosotros. Qué mierda, ya era de noche. Probablemente se acercara la hora de cenar, y pronto sería un nuevo día, en el que tendría que afrontar mis responsabilidades como un adulto en lugar de como un niño caprichoso incapaz de exteriorizar sus sentimientos. Lo malo es que yo me sentía más bien un niño caprichoso incapaz de exteriorizar sus sentimientos con todo el mundo excepto con Sabrae, pero ella me había hecho prometerle que sería un hombre con mis amigos igual que lo era con ella, así que no me quedaba más remedio que cumplir con mi promesa.
               Pero ya tendría tiempo de preocuparme por tonterías en otra ocasión, porque en ese momento Sabrae se incorporó, se colocó dos mechones de pelo tras las orejas, y se inclinó en busca de sus bragas. Se iba. Tenía que pensar algo rápido: no quería que se marchara tan pronto.
               -¿Te quedas a cenar?-invité a la desesperada mientras Sabrae se pasaba los pies por los agujeros de las bragas. Se volvió para mirarme con los dientes hundiéndosele en el labio.
               -Me encantaría, sol, pero no puedo. Me esperan en casa. Además, hoy hay comida mexicana-le agradecí en el alma que adornara su rechazo poniendo la excusa de la comida, pero yo sabía cuál era la verdadera razón: a ella, como ya sabía, también le afectaba que Scott quisiera marcharse, y por eso en su casa tenían pensado aprovechar el máximo tiempo posible con él. Me había acelerado al pedírselo, como si hubiera posibilidades de que me dijera que sí, cuando todo apuntaba a que me diría que no. Desde luego, si quisiera quedar bien con ella, aquella pregunta habría sido el broche de oro, pero no era el caso. Esperaba de corazón que me dijera que sí, porque una parte de mí se había olvidado de que a ella también le preocupaba lo mismo que a mí: sobre su cabeza, la espada de Damocles que era la marcha de su hermano pendía de un hilo incluso más fino que el que la sostenía sobre la mía.
               Con Scott, tenía las horas contadas. Conmigo, no. O bueno, sí que las tenía, pero el cómputo era mucho mayor, así que de momento yo no era prioritario.
               No vayas por ahí, Al.
               -Pero estaba pensando... ¿te apetece cenar con nosotros? Incluso puedes quedarte a dormir en mi casa, si quieres. Eso sí, tendrás que prometerme que nos portaremos bien y que no haremos nada. Mañana tengo un examen bastante importante.
               -¿Y te has pasado media tarde conmigo en lugar de estudiar?-espeté, estupefacto.
               -Lo llevo bien, sólo necesito descansar-se sentó en la cama y se encogió de hombros, de manera que su melena se deslizó por su pecho desnudo como las ramas de un sauce llorón acarician una charca-. Además, que tú estés bien es más importante para mí que un parcial de Sociales. Bueno, ¿qué? ¿Aceptas mi invitación?
               -No sé, Saab-jugueteé con las sábanas. Lo mismo que la empujaba a pasar la cena con su familia y no conmigo era la misma razón por la que yo debía evitar presentarme en casa de los Malik y monopolizar aún más a Sabrae. Bastante poco tiempo tenían ya juntos como para que yo anduviera intercediendo-. No quiero inmiscuirme.
               -Pero, ¿qué dices, bobo? No te inmiscuyes para nada-Sabrae se inclinó y me dio un beso en los labios-. Venga, déjame convencerte. ¿Me dirás que sí, por una vez?-hizo un puchero y yo me noté flaquear las fuerzas
               -Sabes lo muchísimo que me cuesta decirte que no, niña.
               -Genial. Pues acompáñame a casa para que termine de convencerte. A eso no te negarás también, ¿no?
               -¿A pegarte unos morreos en la puerta de tu casa mientras tu padre me mira con odio? No, a eso definitivamente no tengo pensado renunciar.
               Puede que tardáramos un poco más de lo debido en vestirnos porque no paramos de bromear y tontear. Me gustaba mi relación con Sabrae porque no era nada serio, y a la vez era lo más serio e importante que había tenido yo en mi vida. El ambiente con ella no podía estar cargado, pero cada decisión que yo tomaba era más meditada que nunca, porque sabía que también podía afectarle. Después de que me convenciera para meter unos vaqueros y una camisa míos en el bolso en el que había traído los sándwiches, Sabrae prácticamente salió brincando de mi habitación, segura de que pasaríamos la noche juntos.
               Yo también estaba seguro de que eso sucedería, no porque no me muriese de ganas (como, muy a mi pesar, así era), sino porque sabía que ella se las apañaría para terminar de convencerme. Había metido la ropa del día siguiente un poco a boleo, por quitármela de en medio, porque sabía que no se iría de mi casa sin tener algún tipo de confirmación tangible de que no la abandonaría. Bajó las escaleras casi danzando, se despidió de mi hermana con un beso y un abrazo fugaz que a Mimi la pilló desprevenida (la pobre no sabía lo que era el subidón después del polvo) y fue a ver a mis padres, que estaban reunidos en la cocina, para despedirse con la misma efusividad.
               -Cariño, ¿dejas a Sabrae y vuelves? Aún me queda un poco para la cena.
               -Oh, Annie, Alec se va a quedar a cenar en mi casa. Y también a dormir. Espero que no sea un problema-sonrió Sabrae, jugueteando con la correa de su bolso, que pendía de su hombro. Mamá sonrió.
               -Por supuesto que no, querida. Pero tienes que compensarme de alguna manera llevártelo esta noche, ¿vale?
               -Vendré a cenar enseguida-le prometió Sabrae, abalanzándose sobre ella para abrazarla.
               -No os quedéis despiertos hasta muy tarde, que mañana tenéis clase-me recordó mamá con fingida severidad. Adoraba tanto a Sabrae que si le iba con el cuento de que la había dejado embarazada, en lugar de preguntarme qué tenía pensado hacer con el bebé, se pondría a mirar catálogos de carritos y patucos. Estaba convencido de ello.
               -Estoy en ello, mamá-respondí antes de darle un beso en la mejilla a modo de despedida. Debería haberla puesto sobre aviso por si acaso finalmente conseguía encontrar fuerzas y una excusa para escabullirme de casa de Sabrae, pero mi chica tenía el oído de un leopardo y seguro que me cazaría in fraganti, así que opté por no decirle nada.
               Porque, quizá, al final sí que terminaba durmiendo en su casa. Cada vez me costaba más separarme de ella; era como si el primer día, en el que sólo había podido marcharme después de que ella me prometiera que no habíamos sido un rollo de una sola noche, no hubiera nada que nos atara realmente, y ya entonces una parte de mí era reticente a dejarla. Y ahora que había pasado el tiempo, había muchas más cosas que nos ataban. Y me gustaba dormir con ella. Me gustaba despertarme con ella. Me hacía feliz, y necesitaba un chute de felicidad, igual que ése que sentí recorriéndome de pies a cabeza cuando Sabrae me cogió de la mano cuando salimos de casa. Balanceó nuestras manos unidas como un director de orquesta balancea su batuta para crear el concierto perfecto, y yo me sentía como si estuviéramos bailando un vals de sencillos pasos: uno, dos, uno, dos, izquierda, derecha, izquierda, derecha.
               Cuando llegamos a su casa, empujé la verja para que pasara primero, y me dedicó una sonrisa de agradecimiento. Yo sabía que le encantaba que me comportara como un caballero en público y como un cabrón estando solos, aprovechándome de ella y todo lo que podía ofrecerme al máximo. Sacó las llaves y empujó la puerta, sosteniéndola el tiempo necesario para que yo la atravesara y me invadieran los sonidos que se habían hecho con el control de su casa.
               En el ambiente flotaba un aroma a especias y carne frita que no me desagradó en absoluto, y de la puerta de la cocina manaba una canción cuya base era la sartén con el fuego a plena potencia y el extractor de humos. La voz de Zayn hacía de instrumento principal.
               -Hola-saludó Sabrae, dejando su bolso con mi ropa sobre el sofá. Shasha estaba allí acurrucada, toqueteando su iPad-. ¿Mamá?
               -Haciendo la cena. Papá está componiendo. Lleva así toda la tarde-señaló con la cabeza hacia la puerta de la cocina y yo fruncí el ceño.
               -¿Puede componer así, con todo ese ruido?
               -Cuando tienes cuatro hijos, terminas siendo capaz de componer donde sea-respondió Sabrae-. ¿Y Scott?
               -Duchándose.
               Una sonrisa oscura atravesó la boca de Sabrae.
               -¿Le has hecho algo?
               -No-Shasha también sonrió-. No quería privarte de esa alegría.
               -Genial. Enseguida vuelvo, amor-ronroneó, colgándose de mi hombro y dándome un beso en la mejilla, tras lo cual salió disparada escaleras arriba, pero no tan rápido como despegó una de las cejas de Shasha.
               -¿Te ha llamado “amor”?-quiso confirmar.
               -Si supieras la cantidad de cosas que me llama tu hermana…
               -¿En serio? ¡Cuéntamelas!-Shasha dejó caer el iPad a su lado en el sofá; los ojos le hacían chiribitas-. O bueno, mejor no. Tengo 12 años, soy demasiado joven para que tú y Sabrae empecéis a traumatizarme.
               -¿No quieres que te dé contenido para meterte con ella?
               -¿Podrías darme sólo el contenido que sea apto para todos los públicos?
               Escuché a Sabrae cerrar de un portazo una puerta de la que antes se escapaba ruido de agua corriendo, y atravesar al trote el pasillo de arriba.
               -¿Cuál quieres oír?
               -El mejor que tengas.
               -Me llama “papi”-revelé, y Shasha abrió los ojos como platos, la boca en un círculo tan grande como los anillos de Saturno. En ese momento, Sabrae se materializó a nuestro lado, y tiró una bola de tela sobre el sofá-. ¿Eso es…?
               -Su ropa. Y su toalla. Sí-sonrió Sabrae-. No es un plan muy elaborado, pero servirá para cabrear a Scott. Tampoco es que tuviera mucho tiempo, de todos modos.
               -¿¡Le llamas papi!?-preguntó Shasha, escandalizada y divertida a partes iguales. La madre que la parió. No pensaba que se lo fuera a preguntar conmigo delante. Claro que también es verdad que, siendo un hermano yo también, entendía que lo hiciera en el momento que a Sabrae le diera más vergüenza.
               Sabrae, sin embargo, frunció el ceño.
               -¿Qué? ¿Por qué iba a llamar “papi” a Scott? Es mi hermano.
               -A Scott no, retrasada. ¡A Alec! ¡¿Llamas “papi” a Alec?!
               Sabrae se volvió para mirarme.
               -¡¿Se lo has contado?!
               -¡Me lo ha preguntado!
               -¿Cómo te va a preguntar mi hermana algo para que tú cojas y le sueltes que te llamo así a veces?
               -¡ASÍ QUE ES CIERTO!-Shasha dio un brinco en el sofá, señalando a Sabrae-. ¿ERES UNA ESPECIE DE DEPRAVADA, O ALGO?
               -¡Cállate, so friki! ¡Para empezar, lo hago en coña! ¡Y no tiene nada de malo, ¿vale?! ¡Hay muchísima gente que llama así a su novio!
               -¡Tía, que llamas así a papá también! ¿Cómo puede parecerte normal? ¡A mí me daría grima! ¡Eres una cerda!
               -¡A ti te da grima todo lo que conlleve un mínimo contacto interpersonal, Shasha, tienes mermadas las capacidades sociales! ¡Naciste con una tara severa, anormal!
               -Pero bueno, ¿qué pasa aquí?-inquirió Sherezade, abriendo la puerta de la cocina de par en par-. ¿Es que no podéis estar ni un minuto solas sin insultaros?
               -¡Si no la hubieras hecho tan friki!
               -¡Si no te hubiera salido tan pervertida!
               -Oh, Alec, estás aquí. No te había oído llegar-sonrió-. Genial, porque se me quema la carne. ¿Me haces un favor? Si llegan a las manos, ¿podrías separarlas?
               -¿Separarlas?
               -Sí, a veces se les cruzan los cables y se pegan, y son incapaces de parar. Sabrae una vez le arrancó un mechón de pelo a Shasha del tamaño de un limón. Estuvo castigada dos meses.
               -Aún tengo la calva, ¿la quieres ver, Alec?-preguntó Shasha, acercándose a mí mientras se deshacía la coleta y buscaba entre su pelo.
               -¡Serás mentirosa! ¡Te lo hiciste tú con la maquinilla de afeitar eléctrica de papá porque siempre me has tenido celos!
               -¿Celos de qué? ¿De que tu culo sea tan grande que utilice dos franjas horarias distintas?
               -¡TE VOY A MATAR!-chilló Sabrae, lanzándose sobre Shasha y empujándola contra el sofá. Sherezade suspiró, se quedó un rato mirando cómo se pegaban, y luego agitó la mano.
               -Yo no me voy a quedar sin cenar. Mataos si queréis. Más herencia que le queda a la otra-proclamó, saliendo de la cocina en el instante en que Shasha le pegaba un buen bocado a Sabrae en la muñeca. Sabrae soltó un alarido y le soltó un mechón de pelo a Shasha, que le propinó una bofetada a la que Sabrae respondió con una patada. Me incliné para agarrar a Sabrae de la cintura, pero Duna me tiró de los pantalones.
               -Déjame a mí. Tengo experiencia-anunció, levantando las manos como una sacerdotisa a punto de iniciar su ritual más especial. Comprobé, alucinado, cómo Shasha y Sabrae continuaban envueltas en un caos de uñas, dientes, puños y rodillas, no muy seguro de si era buena idea dejar que Duna se les acercara, hasta que la chiquilla se metió entre las dos-. ¡Basta!-proclamo Duna para que todo le quedara mucho más dramático.
               Y Shasha y Sabrae pararon en el acto, para evitar hacerle daño a la benjamina de la casa. Se miraron un momento y, luego, se echaron a reír. Las mujeres son lo más raro que hay en el mundo, sobre todo cuando son hermanas.
               -Menudo bocado, tía. ¿Lo has estado ensayando?
               -Pues sí. ¡Me alegro de que te hayas dado cuenta! ¿Y tu patada? ¡De alucine! Alec puede andarse con cuidado.
               -No suelo ponerme violenta con él porque es un sol, pero nunca está de más saber defenderse, ¿no te parece? Tampoco es que lo necesite cuando Alec está cerca-ronroneó, inclinándose hacia mí y sonriéndome desde abajo cuando se colgó de mi mano-, él siempre me cuida muy bien.
               -Seguro que le has reventado el cráneo a alguien con esos brazos-comentó Shasha, mirándomelos de arriba abajo como si examinara un ordenador que estuviera considerando comprar.
               -Un cráneo no, pero unas cuantas costillas…
               -¡PUTAS CRÍAS DE MIERDA!-bramó Scott en el piso de arriba, y yo di un brinco mientras Sabrae, Shasha y Duna se reían por lo bajo. Seguí con la mirada las pisadas de Scott hasta que abrió la puerta del baño, en el piso de arriba.
               -¿Sí, hermano?-ronroneó Sabrae, tumbándose sobre el sofá con gesto despreocupado.
               -¿¡Dónde está mi toalla!? ¿Y mi ropa?
               -¿No te la habrás olvidado?
               -¡No me toques los huevos, Sabrae! ¡TRÁEME MI ROPA!
               -Yo no la tengo.
               -Habrá criado patas-comentó Shasha, mirándose las uñas.
               -¡PUTAS CRÍAS DE MIERDA!-repitió Scott, corriendo por el piso de arriba y bajando las escaleras como un ciclón-. ¡ME TENÉIS HASTA LOS COJONES!-ladró-. ¡SI NO SUPIERA QUE NO SERVIRÍA DE NADA PORQUE SABÉIS VOLVER A CASA, OS ABANDONARÍA EN…!-apareció como una locomotora en el salón, y se quedó callado al verme.
               Yo también. Pero no porque no tuviera nada que decirle; créeme, tenía muchas cosas que hablar con Scott. Es sólo que yo no estoy acostumbrado a charlar con mis amigos sobre nuestra relación, así que te imaginarás el tipo de ambiente que necesito: comprensivo, equilibrado, de confianza. Y, sobre todo, relajado.
               Vamos, todo lo que le faltaba al ambiente. Es un pelín complicado estar calmado cuando las cabronas de tus hermanas te roban la ropa y te obligan a perseguirlas por la casa como Dios te ha traído al mundo. Por lo menos también te ha dado dos manos para que te cubras tus partes pudendas.
               -Hey-saludó Scott, impresionado.
               -Hey-repliqué yo, esforzándome en que se notara que estaba manteniendo el contacto visual.
               -No… no sabía que ibas a venir.
               -Ha sido improvisado.
               -Ajá.
               -Para traer a Sabrae.
               -Guay.
               -Así no tendrías que venir tú.
               -Te lo agradezco, tío.
               -No es nada.
               Shasha, Duna y Sabrae nos miraban a Scott y a mí como un trío de juezas de silla en un partido de tenis interesantísimo. Scott se mordisqueó el piercing y miró la bola que era su ropa.
               -¿Me la…?
               -¿Eh?
               -La toalla.
               -Ah, sí. Claro. Toma-extendí el brazo cuan largo era y Scott lo agarró con la mano libre. Las chicas no decían absolutamente nada. Se giraron para darle intimidad a su hermano mientras éste extendía la toalla con una mano. Cuando vio que no miraban, se la anudó a la cintura-. Esto… deberías ir a vestirte, Scott. Vas a coger un resfriado.
               -Pues puede ser. Se ha quedado fría la tarde, ¿no?
               -Sí, y tú no puedes resfriarte. Por… ya sabes. El concurso.
               Scott parpadeó. Era la primera vez que mencionaba el concurso en voz alta desde la última vez que les había preguntado por él, cuando todo era aún normal.
               -Sí. Sí, es verdad. Yo… voy a… sí-farfulló, recogiendo su ropa y colocándosela bajo el brazo. Ni siquiera les dirigió una mirada envenenada a sus hermanas: simplemente la recogió y luego se quedó allí, plantado, delante de mí-. ¿Te… te quedas a cenar?
               Hubo algo en la forma en que lo dijo, algo que no sabría identificar, que me rompió en mil pedazos. No es que no me lo hubiera buscado o no me lo mereciera, pero Scott… no quería que me quedara a cenar esa noche en su casa.
               Quería verme lo justo y necesario.
               Y eso era una mierda. En los recuerdos que atesoraba de mi infancia más tierna, aquellos que no estaban teñidos de negro por la sombra de mi padre, Scott estaba presente. Era un elemento recurrente, y parte de la acción en la gran mayoría de los casos; tanto, que si él no estuviera, no serían recuerdos tan felices. Y ahora allí estábamos, el uno frente al otro, deseando los dos pasar el tiempo mínimo indispensable juntos.
               -No. No, qué va. Sólo he venido a traer a Sabrae.
               Sabrae clavó los ojos en mí.
               -Oh. Vaya. ¿Seguro? Mi madre está haciendo fajitas. Le quedan de muerte.
               -Me esperan en casa.
               -Eso no es verdad-susurró Sabrae con el corazón destrozado. Ni Scott ni yo la miramos.
               -Bueno, pues… supongo que te veré mañana en clase.
               -Sí. Salvo que pire.
               -No pires las clases, Alec-respondió Scott con cierto fastidio.
               -Bueno, tú vas a pirar mogollón y no pasa nada, ¿no?-ataqué. No debería haberlo hecho, lo sé, pero no fui capaz de evitarlo. Scott, sin embargo, torció la boca. No quería entrar al trapo.
               -Sí, supongo que tienes razón-se toqueteó la barbilla, pensativo-. Bueno, eh… si no quieres quedarte… te acompaño a la puerta.
               -No hace falta. Podrías coger frío.
               -¿Seguro?
               -Me sé el camino. No tiene pérdida.
               -Vale-respondió Scott, y creí escuchar cierta tristeza en su voz-. Como quieras. Bueno, hasta mañana, Al.
               -Sí, hasta mañana, S.
               Escuché los pasos de Sabrae detrás de mí. Me giré cuando atravesé la puerta, ya en la calle. Se arrebujó en su blusa, acusando la corriente de aire frío.
               -No es buen momento para que me quede-susurré, y ella asintió despacio con la cabeza.
               -No, no lo es-me entregó su bolso con solemnidad, y sorbió por la nariz-. Toma, por si quieres ponerte esta ropa mañana.
               -¿Estás bien?-pregunté estúpidamente cuando acepté su bolso, aunque me dolía en el alma. Sabrae sorbió de nuevo por la nariz y negó con la cabeza.
               -Me duele mucho veros así-confesó-. Erais tan cercanos… crecí escuchándoos a escondidas, hablando en su habitación de un montón de cosas de las que no hablaba conmigo, y ahora… ni siquiera aguantáis dos minutos uno frente al otro.
               Me di cuenta entonces de en la terrible situación en que habíamos puesto Scott y yo a Sabrae. Se encontraba en tierra de nadie, esquivando las balas, intentando acercar dos imanes cuya polaridad se había invertido y ahora se repelían cuando antes se atraían. No debería ser así. No era justo para ella. Se merecía pasar los últimos días con su hermano feliz, y no preguntándose qué podía hacer para que las cosas volvieran a su cauce.
               Si hubiera dejado de ser un gilipollas medio minuto durante esos días y me hubiera parado a ver lo que les hacía a los demás mi comportamiento, habría parado mucho antes. Pero, si hubiera sabido que Sabrae se iba a poner así, ni siquiera habría empezado. Me habría tragado mi orgullo, mi dolor y mi rabia, todo por ella.
               Así que me incliné y le di un beso en los labios, un beso que me supo a sal. Otra vez que la haces llorar, Alec. No te mereces nada.
               -Te prometo que mañana será tu hermano quien me invite a dormir en tu casa, ¿vale? Scott, y no tú. Te lo prometo, bombón.
               Levantó la vista y me miró con ojos llorosos. El colgante con mi inicial, algo que debía dolerle mucho a Scott, brilló en su cuello.
               -Ojalá mañana fuese hoy.
               Sí. Sabrae tenía razón. Ojalá mañana fuese hoy.  




¡Toca la imagen para acceder a la lista de capítulos!
Apúntate al fenómeno Sabrae 🍫👑, ¡dale fav a este tweet para que te avise en cuanto suba un nuevo capítulo! ❤🎆 💕

Además, 🎆ya tienes disponible la segunda parte de Chasing the Stars, Moonlight, en Amazon. 🎆¡Compra el libro y califícalo en Goodreads! Por cada ejemplar que venda, plantaré un árbol ☺

1 comentario:

  1. A ver para empezar, estoy muriendo de amor con la conversación de Sabralec y como por fin de ha abierto a ella y es que joder, he conseguido sentir el alivio que ha supuesto para Alec vaciarse de todo ese veneno que le estaba consumiendo Y BUENO Y LUEGO EL POLVO; SANTAS EXPECTATIVAS HIJA, LAS HAS SUPERADO TENGO LA BOCA COMO EL DESIERTO DEL SAHARA.
    Eso si, me ha dolido que a pesar de la charla no haya conseguido dar un pasito más allá con Scott y me ha dolido muchísimo como se ha empequeñecido y le ha vuelto de golpe la inseguridad por el gesto de Scott (QUE ME CAGO EN SU VIDA YA ME DIRAS TU PORQUE COÑO NO QUIERE QUE SE QUEDE ALEC A CENAR VOY A DARLE DE HSOTIAS) me ha partido en dos mi pobre bebé :(
    Necesito que tenga cuantos antes la charla con sus amigos y vuelva a estar bien.

    ResponderEliminar

Dedica un minutito de tu tiempo a dejarme un comentario; son realmente importantes para mí y me ayudarán a mejorar, al margen de la ilusión que me hace saber que hay personas de verdad que entran en mi blog. ¡Muchas gracias!❤