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Cada vez que miraba a Tommy y Scott, se me formaba un
extraño nudo en la garganta que me impedía respirar. Y no ayudaba nada que todo el mundo me recordara
constantemente lo que iba a pasar con ellos en unas pocas semanas.
Recapitulemos:
Scott había sido expulsado del instituto, en pleno último curso, porque le
habían captado en vídeo saliendo del vestíbulo del edificio poco antes de que
lo hicieran unos chavales a los que les habían pegado una paliza. Nadie, salvo
alguien que hubiera estado presente en la pelea, se había enterado de que
aquella panda de chicos “de bien” estaban allí encerrados, así que si Scott
había ido a soltarlos era porque había participado en la acción.
La
expulsión de Scott, indefinida y con efecto inmediato, le había dejado en un
limbo del que no había manera de sacarlo. El manchurrón en el expediente que le
quedaría después de ese incidente le había cerrado las puertas a todas las
universidades buenas del país (y, ¿por qué no? También del extranjero –porque,
seamos sinceros, las fronteras de Inglaterra no se correspondían con las
fronteras estudiantiles de Scott, que para algo se apellidaba Malik-), así como de los mejores
institutos en los que se repartían las llaves de las residencias estudiantiles
de esas universidades. Adiós a la carrera más jodida que había inventado el
hombre para mi amigo, aquella en la que sólo entraban genios sin diagnosticar y
de la que salía gente que terminaba flotando más allá de los límites de la
atmósfera, o haciendo los cálculos necesarios para poner un objeto de varias
toneladas en órbita, y luego sacarlo del sistema solar.
Por suerte para él, ese limbo se había
convertido en el puente a otro estrellato, no tan literal, pero casi tan
inalcanzable para alguien de la calle, y muchísimo más accesible para alguien
como él (o sea, que se apellide Malik):
el mundo del espectáculo. La música, para la que mi amigo tenía un don. Por eso
había enviado su audición a un programa de la tele, para seguir los pasos de su
padre, de quien siempre había renegado.
Así
que era evidente que se iba a ir, y yo estaba bien con ello. El problema era
que Scott no tenía alternativa, así que todos habíamos dado por sentado que
ésta era la única solución que se le presentaba, y todos nos alegrábamos de que
pudiera escapar de la espiral de autodestrucción en la que se hallaba inmerso.
Hasta
que, claro, su madre entró en escena. Y como la abogada cojonuda que era, el
puto pitbull jurídico que llevaba entrenándose para ser toda la vida, Sherezade
se había enganchado al único eslabón débil de la cadena, colgándose de él hasta
el punto de romperlo y tirarlo todo por los aires. Cualquiera diría que tirando
de un minúsculo hilo puedes tirar hasta deshacer una alfombra milenaria y
tremendamente intrincada, pero Sher era la típica persona que encontraba ese
hilo y a los pocos segundos convertía un diseño que había pasado de generación
en generación en un montón de nudos de colores tirados en el suelo.
Scott
ya no tenía por qué marcharse. Su expediente seguía tan impoluto como había
estado siempre, como si lo de la paliza nunca había pasado, el vídeo no
existiera y no se hubiera encontrado a ningún culpable de los huesos rotos de
los chicos que se habían quedado encerrados como por arte de magia en el gimnasio
del instituto, y que igual de misteriosamente habían conseguido deshacerse de
sus ataduras y escapar. El mundo volvía a acoger a Scott con los brazos
abiertos, como había hecho siempre. Ya no era un apestado y estaba claro el
camino que quería seguir.
Hasta
que él, Tommy, Diana, Layla y Chad decidieron que sí, que iban a seguir
adelante. Todo porque habían enviado el puto mensaje con su audición en el
momento para que la secretaria, ayudante, o furcia personal, me daba igual, de
uno de los mayores tiburones de la televisión abriera ese vídeo y se relamiera
al escuchar sus voces.
Joder,
nunca había odiado tanto el don que tenía Scott para conseguir que las tías se
quitaran las bragas con sólo usar la voz como lo estaba odiando ahora, sin
saberlo. Ni siquiera cuando me había levantado a chavalas con las que estaba a
punto de follar como un cabrón. Si en el amor y en la guerra todo vale,
imagínate cuando estás en guerra por ver quién es el que más veces hace el
amor, como nos pasaba a Scott y a mí cada vez que salíamos de fiesta.
Pues
eso. Hecho este resumen de inicio de temporada, supongo que no te extrañará
nada que todo el mundo se volcase con los dos niños mimados del instituto (y
más cuando la madre de uno de ellos y la razón de que sean dos de nuevo, y no
sólo uno, es la que ha conseguido el ascenso de subdirector a Director con
mayúsculas del actual capo de la mafia) y les diera todas las facilidades
posibles.
Y,
viendo cómo me había comportado con ellos todo el tiempo que habías podido
pasarte en mi cabeza, seguramente te preguntes por qué coño sueno tan…
rencoroso. Como si Scott y Tommy me hubieran hecho algo, o me lo estuvieran
haciendo entonces. Créeme, yo tampoco lo sabía. Y eso era lo que más me jodía
de todo.
Porque
cada vez que se ponían cada uno en una esquina de la clase, separados de los
demás por más de metro y medio, para adelantar todo lo posible en los exámenes
que el resto de sus compañeros tendríamos que hacer más adelante, algo dentro
de mí se encendía. Decir que era una especie de llamarada sería recurrir a las
típicas metáforas de mierda para los sentimientos negativos, pero es que si
digo que era como un fuego es porque era
como un fuego. Me ardía el estómago y me costaba respirar; se me cerraba la
garganta y en la boca sólo sentía el sabor de las cenizas. Mi temperatura
corporal ascendía varios grados, y estaba seguro de que Bey lo notaba a mi
lado.
Pero
es que yo no podía evitarlo. De veras que no. No sé qué cojones me pasaba, si
les tenía envidia, porque sabía que nadie en el instituto se molestaría por mí
tanto como se molestaban por Scott y Tommy; si de verdad, después de todo lo
que habíamos hablado Sabrae y yo del increíble trabajo de ella para convencerme
de que no era así, resultaba que yo sí tenía
veneno en la sangre que me impedía ver cómo ayudaban a otras personas (personas
buenas, personas que se lo merecían, y personas a las que yo quería), sí había heredado lo malo de mi
padre y necesitaba destruir toda la felicidad a mi alrededor…
… o
simplemente me hundía en la mierda pensar que los Nueve de Siempre pasaríamos a
ser, en unas semanas, los Siete Provisionales, los Siete Supervivientes, los
Siete Restantes.
Para
colmo, encima de todo, me sentía un cínico. Yo mismo me había ocupado de ayudar
a convencer a Sabrae (y me daba la sensación de que yo era quien más había
conseguido hacerle cambiar el chip) de que aquello era lo mejor para su
hermano, que no podía depender de él siempre, que todo lo que decidiera Scott
con respecto a su vida lo hacía teniéndola a ella en cuenta, pero también se
merecía ser un poco egoísta y ponerse primero de vez en cuando, porque ser
hermano mayor no significa ser mártir… y ahora era incapaz de aplicarme el puto
cuento. La había abrazado mientras lloraba, la había besado y le había acariciado
la espalda mientras ella se desahogaba, le había dicho que ya sabía que iba a
pasar esto tarde o temprano, que sólo pasaba unos meses antes de lo que ella se
esperaba, pero que eso no iba a cambiar nada de su relación con Scott, que
Scott seguiría queriéndola, seguiría siendo su hermano, seguiría estando ahí
para ella… y ahora yo me lanzaba de cabeza al océano tormentoso que Sabrae
tanto había luchado por navegar, y del que había ayudado a sacarla.
Resultaba
que la superficie estaba en calma comparada con las corrientes marinas que me
arrastraban de un lado a otro, ahogándome e impidiendo saber dónde estaba
arriba y abajo. No podía con tanta confusión, con tanta erupción de
sentimientos negativos que se suponía que mis amigos, de entre todas las personas
del mundo, debían despertarme.
Pero
lo que más me jodía de todo, lo que más me jodía con muchísima diferencia, era
lo mismo que me había jodido cuando me cabreé con Sabrae: que Scott, Tommy y yo
teníamos el tiempo contado, y yo malgastaba ese ya escaso tiempo en comerme la
cabeza. En lugar de disfrutar de los últimos instantes en que seríamos los
Nueve de Siempre, me dedicaba a acumular un rencor malsano contra ellos. No
podía disfrutar de las últimas semanas con mis amigos al completo, por mis
putas rayaduras de cabeza.
Al
final, Sabrae tendría razón. Sí que estaba de psicólogo, después de todo.
Emití
un sonoro bufido, propio de un búfalo agotado después de un rodeo en Texas,
cuando la profesora miró en dirección a Scott y Tommy por enésima vez en lo que
llevábamos de clase. Ellos seguían con la cabeza agachada, vomitando en la hoja
todo lo que sabían, y yo me pregunté hasta qué punto iban a levantar la mano
corrigiendo con ellos, pues no es que se estuvieran matando a estudiar para
dejarlo todo atado y bien atado, como sí que me constaba que estaba haciendo
Eleanor. Mientras Eleanor y sus amigas se pasaban las últimas semanas juntas en
la biblioteca, adelantando trabajo la primera y afianzándolo las demás, para
después pasarse las últimas horas de la tarde haciendo cosas de ésas que les
molan a las tías (como sentarse en bancos a hablar, tomar batidos, cotillear,
pintarse las uñas o cepillarse el pelo), Scott y Tommy habían decidido ser
indulgentes y pasar directamente a la fase de recompensa, sin molestarse
siquiera en intentar merecérselo: jugaban a la consola, venían a entrenar, se
pasaban todo el día fuera de casa, y cuando estaban en su casa, no abrían un
libro ni aunque les fuera la vida en ello. Tampoco es que yo fuera un erudito o
un empollón, así que estaba mejor callado con el tema de los libros, pero…
joder, era un cantazo que Scott y Tommy estaban aprovechando para tocarse los
cojones, y a todo el mundo le parecía bien.
En
cambio, yo ni siquiera iba a disfrutar de la graduación con el resto de mis
amigos, porque nadie tiraba ni un poquito por mí. A nadie parecía importarle
que fuera a marcharme de ese puñetero continente sin el graduado escolar, pero
Scott y Tommy… Scott y Tommy eran los reyes, y como a reyes se los trataba.
-¿Qué
te pasa?-preguntó Bey, sus ojos castaños brillando con sincera preocupación.
Supongo que Bey era la única a la que realmente le impactaba lo que a mí me
pasara, por eso de que necesitas que haya un tonto en la clase para parecer aún
más listo.
Su
pelo del color del caramelo me acarició el hombro cuando Bey se inclinó y me
puso una mano en la espalda. Sus dedos calentaron la zona de mis lumbares, y en
otra época, no muy lejana, aquel contacto habría bastado para que yo no pudiera
dejar de pensar en lo que me haría a mí mismo después de clase, imaginándome
que estaba con ella.
Claro
que también, en otra época aún menos lejana, yo no era un cabrón mezquino como
lo estaba siendo entonces. Principalmente, porque Scott y Tommy no iban a
marcharse, y todo me daba un poco más igual de lo que me lo daba ahora. Quizá
fuera por Sabrae, pensé. Ella era la que había abierto la caja de Pandora que
eran mis sentimientos, y ahora yo me veía solo, sin manera de hacerme con su
control. O puede que incluso hubiera hecho que me volviera más sensible a las
ausencias. Me había comido la cabeza. Con su preocupación por el
distanciamiento había hecho que yo también me sintiera mal al alejarse Scott y
Tommy de mí. Sí, puede que Sabrae…
Por ahí no vas a ir, me dije a mí mismo,
recriminándome ser así de cínico. Sabrae era lo mejor que me había pasado en la
vida. Me había sacado del cascarón, me regaba con mimo, recortaba mis esquejes
muertos y limpiaba el terreno a mi alrededor para permitirme florecer bajo la
luz del sol que también era ella misma. No iba a echarle la culpa de que las
nubes se estuvieran cerniendo sobre mi cabeza, o de que el suelo estuviera
resintiéndose de mi necesidad de absorber absolutamente todo lo que encontraba
a mi paso.
-Nada-susurré,
frotándome la cabeza y volviendo la vista hacia el papel en blanco que tenía
enfrente, en el que sólo había escrito el enunciado del ejercicio que nos
habían pedido hacer-. Es que este ejercicio es muy difícil.
-¿Quieres
que te eche una mano?
-Tengo
que empezar a hacer cosas yo solito, Bey-gruñí, y Bey se quedó callada, un poco
hundida en su asiento. Pude ver cómo se desinflaba por el rabillo del ojo, y el
primer impulso, ese que trató de insuflarme la fuerza oscura que había en mi
interior, fue el de coger el boli y ponerme a escribir, dejándola maltratada,
tirada en el suelo como un pañuelo, para que se preocupara aún más por mí. Con
un poco de suerte, hablaría con los demás, y alguien se interesaría por mí.
Suerte
que yo no era tan cabrón como para dejar a Bey en la mierda. Puede que
estuviera pasando por una mala racha, pero la quería lo suficiente como para
que mi instinto de protección fuera más poderoso que mi orgullo, así que me
volví y le puse una mano en la rodilla.
-Perdona,
Reina B. No debería haberte hablado así. Ya sabes que me frustro fácilmente-me
incliné para darle un beso en la mejilla, que ella aceptó, no muy convencida.
-Eso
no es del todo cierto-comentó, pero yo no contesté. No me apetecía ponerme a
charlar sobre mis sentimientos precisamente allí: en clase, con todos mis
compañeros presentes, con el resto de mis amigos presentes, con Scott y Tommy
allí. Si alguna vez hablaba de eso (y eso si Bey conseguía pillarme en un
renuncio), no iba a ser con todo el mundo mirando cómo me abría en canal.
Me
dolía sentir que me estaba apagando, como si mi fuego interior se hubiera
trasladado a la mecha que iba a hacer que todo saltara por los aires, pero
sabía que, si abría la boca, no haría más que cagarla. Por primera vez en mi
vida, estaba obedeciendo a lo que mi madre me había intentado inculcar: “mejor
estar callado y parecer estúpido que abrir la boca y confirmarlo”, sólo que,
esta vez, era más bien parecer mala persona.
Por
eso apenas hablaba mientras estábamos todos juntos, malgastando el tiempo que
me quedaba disfrutando de mi grupo de amigos al completo: me callaba durante el
recreo, apenas mediaba palabra al salir de clase, y utilizaba la excusa de que
tenía sueño (como si no me bebiera una gran taza de café para desayunar) antes
de clase, cuando los demás se contaban qué tal habían dormido o lo que habían
hecho por separado la tarde anterior, en el intervalo en el que no estábamos
juntos.
Estaba
harto de sentarme en la cafetería y columpiarme en la silla cuando llovía,
harto de correr de un lado a otro en la cancha sólo para tener la excusa de que
no podía hablar durante los campeonatos de baloncesto inter clases, harto de
quedarme callado, apartado, riéndome en lugar de hacer reír. Harto de dejar de
ser yo, porque ya no era ese yo que había sido siempre, sino una versión pésima
de mí mismo que no hacía más que querer destruir con sus propias manos todo lo
que tenía a su alcance, que molestaba más que relajaba, que restaba más que
sumaba.
Bey y
Jordan me habían mirado varias veces durante el recreo de la mañana en la que
Bey por fin se decidió a preguntarme qué me pasaba, pero ninguno había hecho
ningún comentario. Me había ocupado de tener una buena coartada comprándome un
bocadillo de lomo recién hecho y masticándolo despacio, regodeándome en un
sabor que ni siquiera sentía realmente. A mi lado, una lata de CocaCola fría
dejaba un charquito de agua mientras iba poco a poco perdiendo el gas. Max y
Logan bromeaban sobre no sé qué gilipollez a la que yo no le estaba prestando
atención, mientras Karlie y Tam discutían por no sé qué tontería de un programa
que veían conjuntamente, conectadas a Skype para poder comentarlo mejor, y
Scott y Tommy eran simplemente incapaces de sacarse el dichoso programita de la
boca.
Desde
que habían hecho la audición presencial y básicamente les habían dado el pase
nada más verlos, sin necesitar que cantaran (porque, a ver, yo estaría cabreado
o lo que fuera con Scott, pero no soy tan hipócrita como para decir que el
cabrón no tiene un carisma que yo no había visto nunca antes), Tommy y Scott aprovechaban
cada oportunidad que se les presentaba para darnos la turra con la puñetera The Talented Generation (joder, es que
hasta el nombre era una pollada como una casa), hablando de lo mucho que ya
tenían hecho sólo por ser quienes eran, lo poco que tendrían que trabajar, y
las expectativas que había posadas en ellos, que estaban seguros de que podían
superar porque “no eran sólo unas caras bonitas”. Para más inri, absolutamente
todo el grupo se volcaba en la conversación, inflándoles aún más esos egos
estratosféricos que yo no me había dado cuenta de que tenían hasta que
empezaron a amasar su propio ejército de fans. Vale, sí, a mí también se me
terminaría subiendo a la cabeza si las tías se volvieran locas allá por donde
pasaba sin que yo no tuviera que hacer otra cosa más que respirar, pero,
¡joder! Por lo menos tendría la poca vergüenza de esperar un poco a tener fans,
que mi vida no es el puto cuento de la lechera.
Sí,
definitivamente Scott, Tommy y el resto de la banda iban a llegar bien lejos. Sí,
definitivamente tenían un futuro casi garantizado. Sí, definitivamente iban a
dar contenido de calidad.
-Nos
votaréis, ¿verdad?-se había incluso atrevido a preguntar Tommy, y posó los ojos
por primera vez en mí-. Al, ¡te vamos a fundir todo el sueldo con el tema de
las votaciones!-comentó, y tanto Scott como él se echaron a reír. Capullos
engreídos.
-Sí,
claro, porque estoy doblando turnos para eso exactamente-repliqué mientras
abría el papel en que venía envuelto mi bocadillo aún intacto-. Para tener pasta
suficiente con la que estar mandando mensajitos toda la puta noche-gruñí, y le
había dado un bocado tan grande al bocadillo para frenar la oleada de rencor
que me escalaba por la garganta que incluso me mordí el dedo. Tommy no notó el
tono hiriente de mi contestación; nadie lo hizo, en realidad… salvo Bey y Jor,
claro. Y por eso me echaban vistazos de vez en cuando, cada vez más preocupados
por mi silencio, que confirmaba mi mala leche. Yo no solía estar de mala leche
ni solía necesitar niñeras, pero, ¡oye! Quizá implosionara de aquí a que sonaba
la campana que indicaba el reinicio de las clases.
Me
notaba tan cambiado, tan jodido, tan del revés, que me cabreaba cada vez que
mis amigos se comportaran como si no se dieran cuenta. Así de enfermiza era mi
existencia entonces.
Claro
que tampoco iba a buscar ayuda, de la misma manera que Diana no aceptaba que
era una drogadicta que necesitaba urgentemente una clínica de desintoxicación,
o que Scott no admitiría que estaba más enganchado al tabaco de lo que nos
quería hacer creer, o estaba dispuesto a admitir. Supongo que por eso me puse
tenso cuando las gemelas se detuvieron ante la puerta de mi casa, negándose a
seguir andando mientras yo rebuscaba en la mochila para encontrar las llaves,
pues Mimi se negaba en redondo a llevarlas.
-¿Queríais
algo?-pregunté al ver que no continuaban caminando en dirección a su casa, sino
que se quedaban allí plantadas.
-Sí,
hablar contigo-respondió Bey, cruzándose de brazos. Chasqueé la lengua.
-Pues
os resultará fácil, entonces. Hablo siete idiomas. ¿En cuál va a ser?
-Me
conformo con el inglés. Mimi, ¿nos dejas solos un rato?-le preguntó a mi
hermana, que asintió con la cabeza y se marchó balanceando su falda de cuadros
por el camino que llevaba a la puerta de casa. Abrió con cuidado para que Trufas no se escapara, y no fue hasta
que el chasquido de la puerta confirmó que estábamos solos cuando Bey volvió a
hablar, pero con actitud distinta. Descruzó los brazos y su mirada dura se
reblandeció. Pasaba de ser la férrea institutriz a la madre comprensiva que el
niño descarriado necesita de vez en cuando-. Vale, Al. ¿Qué te pasa?
-¿Eh?
A mí no me pasa nada. Eres tú la que quería hablar, ¿no? ¡Debería ser yo quien
te preguntara eso!
Bey
miró a su hermana, y después, a Jordan. Se relamió los labios y dio un paso
hacia mí.
-Sabemos
que no estás bien.
-Define
“estar bien”.
-Pues…
que no estás al cien por cien.
-Nos
ha jodido, Beyoncé. Llevo seis putas horas encerrado en el instituto, me muero
de hambre, y tú has decidido que te apetece jugar a los acertijos de las ninfas
conmigo aquí fuera, cuando hace un frío que pela, cuando perfectamente podrías
venir a mi casa más tarde para que yo te entretuviera antes de ir a trabajar.
-Lo
de los acertijos son las esfinges, no las ninfas-intervino Tam, frunciendo el
ceño, y yo clavé los ojos en ella.
-La audacia que tienes discutiendo sobre
mitología griega conmigo, que literalmente me paso los veranos en Grecia, me
asombra, Tamika.
-Tío,
Tam tiene razón. Las ninfas son los bichos de las fuentes-apoyó Jordan, y yo
puse los ojos en blanco. Curiosamente, a la vez que Bey.
-No
hemos venido aquí para discutir sobre animales mitológicos.
-A mí
no me vais a dejar de ignorante, ya os lo digo-atajé, sacando el móvil del
bolsillo del pantalón al ver que Tam también hacía lo mismo, y abría el
navegador. Tecleé rápidamente la palabra “esfinge” y, mientras cargaba, Tam me
enseñó la pantalla de su móvil, en la que Google le mostraba los resultados
principales de páginas en las que se contenía la palabra “esfinge” en su
título… todas con relación a acertijos.
Parpadeé
y la miré. No podía soportar su sonrisita de suficiencia.
-Que
te jodan.
-Qué
maduro-Tam soltó una risita y juro por Dios que me dieron ganas de cruzarle la
cara. Si no lo hacía, era porque era una tía. ¿Ves? No estaba todo perdido para
mí, después de todo.
-Tamika-recriminó
Bey-, vale ya. Sabes cómo se pone cuando se cierra en banda, haz el favor de no
pincharle.
-¿Te
importaría no hablar de mí como si no estuviera presente y no hubiera habido
cumplido los siete años? Gracias.
-¿Los
has cumplido?-respondió Bey, volviéndose hacia mí y cruzándose de brazos de
nuevo-. Porque cualquiera lo diría. Cualquiera diría que ya estás lo bastante
crecidito como para comportarte como un adulto. Deja de ponerte a la defensiva,
Alec, que tienes pelos en los huevos.
-Y
ahí es donde te equivocas, muñeca-ronroneé, inclinándome hacia ella-. No tengo
pelos en los huevos. Me los depilo, porque a Sabrae le gusta más comérmelos
así.
Bey
tragó saliva, su vista perdida en un punto del cielo.
-Guau.
Sí, definitivamente, qué maduro por
tu parte, y qué elegante.
-¿Qué es lo que te molesta,
exactamente? ¿Qué te cuente mis intimidades o que te recuerde que si me afeito
los cojones no es por ti?
-Alec-me
riñó Jordan mientras Bey me fulminaba con la mirada, pero levantó una mano para
detenerlo.
-Puedo
sola con él. He podido siempre y seguiré pudiendo ahora. Te crees muy macho,
¿verdad?-preguntó, dándome un empujón con las manos y haciendo que retrocediera
dos pasos, dos pasos que ella avanzó-. Muy macho y muy malote y muy
por-encima-de-lo-que-sea-que-te-pase recordándome lo que siento por ti, y que
se supone que no soy correspondida. ¿O sí? ¿Tengo que recordarte la cantidad de
veces que te has hecho pajas pensando en mí? Mucho antes de Sabrae, de
Perséfone o de cualquier otra chica. Literalmente perdiste la virginidad
deseando que fuera conmigo-espetó, y aunque yo nunca se lo había dicho, sentí
que algo dentro de mí se empequeñecía-. Igual que yo la perdí deseando que
fuera contigo. Así que no vas a usar la cartita de “me follo a otra”, porque yo
también puedo sacarte la cartita de “me follo a otros”, y a ver quién de los
dos tiene la mano más alta, ¿eh?
Sus
ojos ardían sobre los míos. A pesar de que era más baja que yo, y no tan
musculosa, Bey me estaba pegando una soberana paliza, y ni siquiera había
empezado a sudar.
-Te
voy a pasar la puta subnormalada que
acabas de decirme porque claramente no estás bien, Alec. Y mira, me parece
genial que tengas la única neurona que aún te funciona anclada en la idea de
que no puedes contarle a nadie lo que sea que te pasa porque eso haría que te
menguara la polla… mm… ¿un milímetro? Y tú no puedes permitirte eso, no
señor-me dio una palmada en el pecho-. ¡A ti, o te mide tres kilómetros, o si
no, no puedes ser feliz! Pero te diré una cosita, Alec. Un secretito que te va
a cambiar la vida: el tamaño no importa, lo que importa es lo que hagas con
ella. Y tampoco se te va a caer a pedazos si algún día te da por hablar de tus
sentimientos. Así-extendió las manos delante de mí-, ideas que yo te doy de
gratis, porque soy tu amiga y te quiero. De forma amistosa y de forma sexual,
vale, e incluso con esta expresión ceñuda de cromañón que me llevas
últimamente, como si estuvieras tratando de resolver una ecuación de sexto
grado sin usar papel y lápiz.
-No
tengo ni puñetera idea de lo que me hablas, Bey.
-¿De
veras? Yo creo que sí. ¿Desde cuándo estás mal?
-Yo
no estoy mal.
-Es
más terco que una puñetera mula-bufó Jordan.
-Tú
cállate, que aquí nadie te ha dado vela en este entierro.
-Se
la doy yo si hace falta.
-¿No
decías que podías tú solita conmigo?
-Dios
me libre de renunciar a un trío-contestó, y yo me eché a reír y levanté las
manos.
-Amén,
hermana.
-Alec-su
expresión se suavizó-. Estoy hablando en serio.
-Y yo
también. ¿Llamo a Sabrae?
-¿Para
qué?
-Para
que participe, Jordan.
-¿Y
yo qué?
-Tú
puedes mirar.
-O
puedes participar, y que mire Alec-respondió Tam.
-Este
baboso no le va a tocar ni un pelo a mi chica, ¿estamos?
-Alec
Theodore Whitelaw-me reprendió Bey de nuevo-. Déjate de irte por las ramas. ¿Me
quieres decir qué es lo que te pasa? ¿Desde cuándo estás así?
-Beyoncé
Giselle Knowles-bufé-, no tengo ni puñetera idea de lo que me estás hablando.
No estoy mal. Y no sé desde cuándo se supone que estoy mal.
Pero
sí que lo sabía. Podría decirte la fecha exacta: fue el domingo después del
sábado en el que Sabrae se tomó la píldora y se puso tan mal. Pensaba que mi
felicidad duraría eternamente, después de haberme comportado como un novio y
director de hotel ejemplar: le había dado todos los mimos que se merecía y más,
llevándole comida, duchándola, echándole crema hidratante y achuchándola cuanto
quiso mientras leíamos juntos. Me sentía íntimamente ligado a ella, y en
sintonía con el universo. Incluso me había dicho que era un novio genial, y
luego se había corregido, dándose cuenta de que, inconscientemente, ya me había
dicho que sí, lo cual era mejor que un sí consciente…
… y
luego, les había preguntado a Scott y Tommy qué tal llevaban lo del concurso.
Tenían la audición esa semana, y me suponía que estarían nerviosos.
-Ya
sabemos todas las fechas-comentó Tommy.
-Sí,
el mensaje de la secretaria del tal Simon Asher fue bastante alentador. No es
el típico mensaje de corta y pega, ¿sabes? Estoy convencido de que vio nuestra
audición de verdad, y que le interesamos en serio.
-Qué
guay. Me alegro-les había dicho, y entonces, aún estaba siendo sincero-. Lo
vais a petar, fijo. ¿Cuándo se supone que entráis?
-A principios
de marzo.
-Pero,
¡tranqui!-Tommy se había colgado de mi hombro y me había revuelto el pelo-. No
entramos hasta después de tu cumple.
-Sí,
así que Sabrae estará bien todavía para esos días-se había reído Scott,
mordisqueándose el piercing. Sus palabras fueron como una daga helada
hundiéndose en mi corazón.
No
sólo por lo que aquello iba a hacerle a Sabrae, sino porque acababa de darme
cuenta de que ellos estaban mucho más ilusionados por irse de lo que yo creía.
Era como si lo estuvieran deseando, como si estuvieran viviendo una vida que no
les satisfacía, y por ansiaran con toda su alma cambiar de aires. Como si no
les gustara lo que tenían allí. Las clases, sus sueños de siempre, sus
familias, sus amigos…
… yo.
Y
empecé a descomponerme. Me hice mierda, literalmente. Mi interior empezó a
pudrirse, no por la tristeza que me producía pensar que cada vez teníamos menos
tiempo, sino porque tardé un nanosegundo en convencerme a mí mismo de que era
un amigo de mierda porque, curiosamente, no quería que se marcharan.
Igual
que Sabrae, yo tampoco quería que salieran de mi vida. No sólo porque nada iba
a ser lo mismo sin ellos, sino porque… les iba a echar tanto de menos que me
destruiría. Me destruiría estar sin cualquiera de mis amigos, pero que encima
se fueran Scott y Tommy, que eran el pegamento que mantenía al grupo unido, los
anclajes que nos conectaban a todos, los soles alrededor de los que los demás
orbitábamos… ya había visto lo que nos pasaba a los demás cuando Scott y Tommy
no estaban, y odiaba cómo había perdido lo más importante y duradero que había
conseguido en toda mi vida: mi grupo de amigos, las personas a las que yo había
elegido como familia. Lo que en muchas culturas simplemente se llamaba “mi
gente”, para mí tenía una importancia mucho mayor.
Porque
cuando tu padre casi mata a tu madre de una paliza y te agobia pensar en ello,
y te atragantas con las palabras, encontrar a un grupo de personas que no sólo
no te presionan para descubrir qué te pasa, sino que te dan palmadas en la espalda,
te dicen que no tienes que contarlo si no quieres y te convencen de que la
culpa no es tuya y tú no eres como él, es sacar la cabeza de debajo del agua un
segundo antes de que todo tu sistema respiratorio colapse. Es, literalmente,
sobrevivir.
Como
adelantando acontecimientos, mi mente ya se puso en lo peor. Puede que me
costara pillar cosas en clase, pero para ser pesimista, mi cerebro trabajaba a
toda máquina. Manejó una y mil teorías de por qué me ponía así, y todas
conducían a la misma solución, como las hebras de una tela de araña que, por
muy lejos que empiecen, se terminan encontrando en el centro, formando un
patrón perfecto: era un amigo de mierda, era mezquino, era egoísta.
Incluso
llegué a convencerme a mí mismo de que había cogido el voluntariado no porque
quisiera ayudar a la gente, sino porque quería salvarme a mí mismo. ¿Qué había
hecho mi subconsciente cuando asumí que no iba a graduarme con mis amigos?
Buscar el destino más alejado posible y más incomunicado que pudiera encontrar
para tener una excusa para quedarme atrás, yo solo, mientras mis amigos se iban
a la universidad y continuaban con sus vidas, desterrándome en esa etapa tan
genial pero efímera y pasajera que era la adolescencia.
Yo no
iba a sobrevivir a la universidad de mis amigos. Ellos seguirían y yo me
quedaría estancado. La única solución era… perderme en lo más profundo de
África, tratar de convertirme en un héroe y que ellos estuvieran orgullosos de
mí, aunque en el resto de cosas, mi vida fuera un desastre: sin estudios, sin
futuro, sin pareja estable mientras todos ellos sentaban la cabeza, follando
cada noche con una chica distinta mientras ellos conocían a los amores de sus
vidas.
Pero,
luego, gracias a Dios, Sabrae había entrado en la ecuación. Había despejado la
variable, y lo más importante: volvía a hacerme relevante, al menos con Scott.
Scott no podría dejarme atrás por culpa de su hermana. Y si Scott no me dejaba
atrás, ninguno lo haría. Éramos como los mosqueteros: todos para uno, y uno
para todos.
Sabrae
era mi salvación, no por cómo me hacía quererla ni por cómo me quería ella a
mí… sino porque sería la que literalmente obligaría a mis amigos a quedarse
conmigo.
Sobra
decir que, en cuanto ese pensamiento entró en mi cabeza, echó raíz y comenzó a
emponzoñarlo todo.
Y que
me levanté a vomitar del asco que me daba a mí mismo por pensar eso. Mi
estómago se revolvía como un jabato contra la idea de que Sabrae era un medio,
y no un fin en sí misma. Has cambiado
demasiado por ella como para que sólo sea un medio, me susurró una voz
buena en mi interior, y yo me había mirado al espejo, me había hundido en mi
mirada y le había respondido desde lo más profundo de esa inseguridad que me
comía por dentro sin que nadie, excepto Sabrae, lo sospechara: ¿He cambiado por ella o lo he hecho por mis
amigos?
Bey parpadeó, se mordió el
labio y negó despacio con la cabeza.
-Vale.
Si no quieres decírmelo ahora, vale. Pero no vas a conseguir convencerme de que
son cosas mías, porque lo hemos notado todos. Los ocho. Dos es coincidencia,
tres es planificado, pero, ¿ocho? Ocho es, simplemente, verdad.
Miré
a Jordan, que esperaba pacientemente. En su mirada había una mano tendida: él
siempre me escucharía, sin importar en qué idioma empezara a hablar, que él no
lo entendiera. Miré a Tam, en cuyos ojos brillaba el cariño. Ella tampoco me
dejaría caer.
Y
luego, volví a mirar a Bey. Mientras Jordan esperaba, Bey tenía esperanzas. Los
dos se interpondrían entre una bala y yo, igual que yo por ellos.
-Yo
sólo… quiero que sepas que estamos aquí, ¿vale? Todos lo estamos. Y sea lo que
sea lo que te pasa, puedes contar con nosotros. No vamos a juzgarte. Nunca lo
hemos hecho, ni nunca lo haremos. Sólo… nosotros…-se le quebró la voz y se le
humedecieron los ojos, y yo me sentí aún más mierda por estar haciéndole esto-.
Yo sólo quiero que vuelvas a estar bien. Que seas el de antes, que te rías y
hables y digas tonterías y todos nos riamos y te mintamos diciéndote que no te
soportamos, cuando la realidad es que no podríamos vivir sin ti.
Tragué
saliva.
-No
te preocupes por mí, reina B.
-Sí
que me preocupo. ¡Todos lo hacemos! Es que…-sorbió por la nariz y negó con la
cabeza-. Tienes esa puta costumbre de comportarte como si no tuvieras derecho a
estar mal sólo porque no estás en ningún país del tercer mundo muriéndote de
hambre que te va a terminar asfixiando, Al… Tienes todo el derecho del mundo a
estar mal, y de querer que alguien te pregunte por tus problemas sin que por
ello tengas que sentirte miserable.
-Tenemos
cosas más importantes de las que preocuparnos que mis problemas, Bey.
-Te
equivocas, Al. Tus problemas siempre son importantes-intervino Jordan, y yo
asentí despacio con la cabeza.
-Vale.
Bueno, eh… tampoco es que tenga nada que contaros-no sé por qué, decidí
esconderme de nuevo en mi caparazón antes de terminar de salir del todo, y pude
notar lo decepcionados que se sintieron. No era propio de mí recular de esa
manera… como un puto cobarde. Claro que tampoco había sido un cobarde hasta
entonces; siempre me había lanzado de cabeza al ring, sin importar que la
bestia que me estuviera esperando sobre él, o a la que yo tuviera que esperar,
fuera el doble que yo. Toda mi vida se había caracterizado por una valentía
rayana en la temeridad, pero ahora había pasado directamente a comportarme como
un kamikaze -. Y me encantaría quedarme de cháchara, pero… tenemos que trabajar
hoy, Jor, ¿recuerdas?-le miré, y él asintió con la cabeza, cansado. Se toqueteó
las rastas, pensando en cómo podía hacer para convencerme de que me abriera con
ellos, pero yo ya estaba demasiado lejos de su ámbito de influencia. Era un
planeta lejano en un rincón de la galaxia que no podía hacerme absolutamente
nada, y cuya existencia se reducía a un tenue y minúsculo punto en un confín
del círculo que el telescopio más potente del mundo me ofrecía. Si estaba ahí,
o me lo estaba inventando, era difícil saberlo.
Las
gemelas intercambiaron una mirada, preocupadas. Finalmente, Bey decidió
desistir cuando Tam se encogió de hombros, en un clarísimo “ya sabes cómo es”
que no tenía lugar a discusión. Era terco como una mula. En eso, era igual que
Sabrae: cuando se me metía algo entre ceja y ceja, no había manera de hacerme
cambiar de opinión.
Y
ahora se me había metido entre ceja y ceja que no podía compartir mis miedos
con nadie. Nadie se merecía que yo le hundiera de esa manera, inoculando mi
veneno en su torrente sanguíneo. Lo que había en mis venas era ponzoña en lugar
de sangre, ponzoña que me decía que no podía abrirme como una flor ante mis
amigos, porque mis pétalos eran las fauces de una planta carnívora.
No
podía decirles la verdad, porque me tomarían por imbécil, por gilipollas, por
un egoísta, por una mala persona… esto era impropio de mí, sentir celos no era
algo con lo que yo tuviera que lidiar todos los días. Eso haría que cambiara la
concepción que mis amigos tenían de mí, y yo no quería perderlos tan pronto.
Tenía que aguantar como fuera hasta que Scott y Tommy se marcharan, porque
cualquier cosa de lo que aún tenía era mejor que lo que me esperaba más allá de
la frontera de perder a dos piezas tan importantes en el puzzle del grupo como
eran ellos dos.
Así
que me dejaron escaparme a mi casa para comer. Mimi intentó sonsacarme qué
pasaba, pero yo me limité a decirle que no era asunto suyo de una forma un poco
más afilada que de costumbre. También un poco de mi rencor quedaba reservado
para mi hermana, que “sólo” iba a perder a su mejor amiga. Estaba seguro de que
Eleanor se esforzaría más en mantener el contacto que Tommy y Scott, y que lo
único que cambiaría en su relación es que ésta se volvería más virtual de lo
que ya lo era; por lo demás, mi hermana no notaría el cambio. Sus amigas
seguirían ahí, porque su grupo no era el sistema solar que era el mío, y no se
desintegraría después de que Eleanor se marchara. Y estaba, por supuesto, el
hecho de que Eleanor llevaba diciendo que quería participar en ese concurso
desde que tenía uso de razón: a pesar de que había varios concursos de canto en
la tele, ninguno le gustaba tanto como The
Talented Generation, así que cuando cumplió los 15, sus amigas lo
celebraron fabricándole un libro con montajes de ella en su paso por el
concurso, triunfando como nadie hasta entonces había triunfado.
-Serás
la primera Tomlinson en ganar un concurso de la tele-le decían, a poder ser
delante de su padre, que ponía los ojos en blanco y se marchaba refunfuñando de
la habitación en que se encontraba. Y
las chicas se reían.
Bueno,
pues resulta que a mí no me daban ganas de reírme. No quería que llegara el
momento de irse para Scott y Tommy, a la vez, no veía la hora de que eso
sucediera. Odiaba este bamboleo en el que estaba metido, en el que el punto
medio simplemente no existía. No podía despejarme haciendo absolutamente nada,
excepto una cosa: chapuzas en casa. El trabajo era tan mecánico y requería tan
poca concentración que yo entraba en una especie de trance en la que te juro
que incluso era capaz de verme desde fuera de mi cuerpo, como si fuera el
protagonista de alguna serie mala de las que ves para entretenerte mientras
graban las temporadas de las que verdaderamente te interesan.
Por
suerte para mí, en IKEA habían vuelto a sacar una oferta de unos días de
trabajo montando la nueva colección de muebles en varios de los
establecimientos de los centros comerciales, y como Jordan y yo habíamos ido el
año pasado, estábamos de los primeros en la lista de espera. No te voy a
engañar: el curro me venía cojonudo para conseguir más pasta para Barcelona,
pero también era de lujo porque aporrear clavos me resultaba terapéutico.
Intentaba
decirme a mí mismo que lo que más me interesaba de montar los muebles era el
dinero, pero yo sabía que no era verdad. También me daba dinero Amazon (de
hecho, bastante más), pero no me distraía de la misma manera. Sí, necesitaba la
mayor reserva posible de pasta para intentar mejorar las condiciones en que iba
a viajar Sabrae (ella se había ofrecido varias veces a pagarme parte del viaje
como “regalo de cumpleaños”, a lo que yo le había contestado que todo lo que me
diera después del 5 de marzo no contaba
como cumpleaños, porque se supone que quien tiene que mantener al otro soy
yo, que para eso tengo un trabajo, y no ella, que sólo tiene su paga), porque
ella estaba acostumbrada a moverse en entornos que a mí no me terminaban de
resultar del todo cómodos. El día que quedamos para mirarlo todo y reservarlo
cuanto antes, Sabrae había seleccionado los asientos más amplios en el avión, y
había mirado las instalaciones de los hoteles por encima de su precio. Yo le
había dicho que no me importaba viajar en la parte de atrás del avión, que no
me mareaba, y que para lo poco que íbamos a estar en el hotel, nos servía
cualquier sitio con tal de que tuviera una cama. Ella se había dado cuenta
entonces de que el precio se me salía un poco del presupuesto, e incluso se había
ofrecido a pagarlo todo por adelantado con sus ahorros, y dejarme devolverlo
“en los plazos que tú quieras, sin ningún tipo de interés, porque no soy ningún
banco”, a lo que yo le había respondido “ni tampoco una hermanita de la
caridad”.
¿Me
jodía que ella tuviera que conformarse con menos que palacios, que era lo que
se merecía? Sí. Pero más me jodía dejarla pagar. Me hería el orgullo. Así que
no, no iba a poner un penique más de lo que le correspondía, pero yo me
aseguraría de poder aumentar las apuestas en la medida de lo posible. Le había
gustado uno de los hoteles Vela de Barcelona, situado en el puerto (que, la
verdad, tenía buena pinta), y yo había estado echando cálculos de lo que
necesitaríamos para la habitación más sencilla, que total, te da el mismo
acceso a la piscina infinita, el spa, el buffet libre y las tiendas interiores
que una suite. Dado que dos noches para dos personas costaban las dos terceras
partes de mi sueldo mensual, necesitaba un pequeño aliciente económico que mis
amigos suecos me brindaban en bandeja de plata.
Claro
que no era en el dinero, precisamente, en lo que me ponía a pensar cuando me
pasaba media hora interpretando planos de armarios con puertas correderas,
camas de dos metros o escritorios de ejecutivos. Y cuando me ocupaba de encajar
las cosas a martillazos, ya ni te cuento qué posición ocupaba la pasta entre
mis neuronas.
Me
vendría bien apretar tuercas, levantar tablas de varios kilos de peso y encajar
las distintas piezas de los muebles para no tener que pensar en lo que me
esperaba. Los mapas de muebles de IKEA eran una buena manera de distraerme. Las
consultas de los psicólogos se quedarían vacías si la gente descubriera el
poder terapéutico del bricolaje, pero por suerte para mí, aquello era una joya
al alcance de unos pocos aún.
Eso,
por supuesto, si a Jordan no le daba por empezar a tocarme los cojones,
comportándose como mi terapeuta personal. Llevaba notando que me miraba por el
rabillo del ojo mientras nos ocupábamos de encajar el somier de una cama en el
hueco que nos habían marcado con cinta aislante. Me daban ganas de preguntarle
si tenía monos en la cara, o estaba descubriendo que después de todo, le iban
los tíos. No podría culparle si se hacía gay por mí: la verdad es que estaba
buenísimo. Aún lo estoy, de hecho.
-Te
vas a grapar un dedo a la cama como sigas mirándome así-comenté, ajustando una
esquina del mueble. Jordan chasqueó la lengua.
-No
te estaba mirando de ninguna manera.
-Yo
he mirado con más desinterés a tías dentro de las que me terminé corriendo,
Jordan. Sé cómo funciona la mecánica de las miradas.
-Es
que… estás raro, macho. No sueles estar tan callado cuando estamos construyendo
algo. ¿Recuerdas que, mientras construíamos mi cobertizo, no callabas ni debajo
del agua? Me levantaste un dolor de cabeza que me duró toda la obra.
Me
encogí de hombros.
-Pues
supongo que sólo estoy siendo un buen amigo, entonces.
-Ya,
bueno, pues éste soy yo siendo un buen amigo contigo, tío. Esto… ¿todo bien con
Sabrae?
Me
puso tenso en cuanto dijo su nombre. No porque no le permitiera hablar de ella
(con Jordan era con quien más hablaba de Sabrae, más incluso que con su
hermano, a pesar de que llevaba siendo el tema central de nuestra conversación
una buena temporada), sino porque sabía por dónde iban los tiros. Seguro que
pensaba que estábamos mal (otra vez), y me soltaría una charla motivadora sobre
lo mucho que valgo, lo mucho que ella me quiere, lo bien que parecemos juntos,
y toda la pesca. Lo típico de las chapas de Jordan.
-Sí,
¿por?-respondí con frialdad, intentando controlar la rabia volcánica que ya
subía por mi esófago. Sólo está siendo amable, sólo está siendo un buen amigo;
es evidente que está mal, y como yo puedo ser muy hermético, tiene que
encontrar la manera de atravesar mi coraza. Claro que Jordan nunca había tenido
que atravesar mi coraza, porque yo la dejaba a la puerta cada vez que entraba
en su casa.
-Por…
nada en especial. No sé. Es que… me da que pensar cómo estás últimamente,
¿sabes? Y ya sabes que si os pasa algo, me lo puedes contar-insistió. Había
dejado de atornillar su parte, lo cual me molestó. Nos pagaban una miseria la
hora; con lo que ganábamos realmente pasta era con los muebles que
terminábamos, a un precio que variaba dependiendo del tipo de mueble del que
nos estuviéramos ocupando (evidentemente, no valía lo mismo una silla que una
cama), y yo necesitaba la pasta… y no pensar, que era justamente lo que Jordan
pretendía que hiciera.
-Jordan,
literalmente te cuento todo lo que me
pasa con Sabrae. O sea, ¿qué cojones?-bufé-. Ponte a trabajar, anda.
-No
sé, tío. Es que igual piensas que…-dejó su destornillador en el suelo y yo le
lancé una mirada asesina de la que él ni se percató, tan ocupado como estaba en
desarrollar su tesis doctoral sobre la amistad y su influencia en la psique
humana-, no sé, como yo no tengo novia… bueno, novia tampoco-se apresuró a
corregirse, y cuando me vio parpadear despacio, perplejo, se apuró aún más en
retractarse-. Bueno, sí. Novia. Esto… eso, que igual piensas que no te sé
aconsejar, y probablemente haya otras personas que puedan entenderte mejor que
yo, pero… yo voy a hacer el esfuerzo, ¿sabes? Por lo menos, puedo escucharte.
-¿A
qué vienen estas mariconadas, Jordan?-espeté, crispado, y Jordan se relamió los
labios.
-No
sé, tío. Llevas unos días súper arisco, en plan… más arisco de lo normal.
-Ah,
¿que yo de normal estoy arisco? Vale, vale. Lo tendré en cuenta-gruñí,
tirándome en el suelo para no verlo, mientras fingía estar ajustando un
tornillo en su lugar.
-No,
joder-Jordan no me dejó poner distancia entre nosotros, sino que se incorporó y
empujó un poco la tabla, desencajándola del sitio e ignorándome cuando me cagué
en su madre. Nos iba a llevar bastante tiempo volver a colocarla en su lugar
exacto-. ¿Lo ves? Estás arisco, tío. Te estás poniendo a la defensiva como un
gato panza arriba, cuando antes simplemente me vacilarías, y ya está.
-Jordan,
te estoy vacilando. No sé qué cojones quieres, macho. O sea, si estoy arisco,
porque estoy arisco, y si te vacilo, porque te vacilo. A ver si te aclaras,
hermano-negué con la cabeza y traté de colocar la tabla en su lugar-. Me estás
tocando los huevos con esta puta cama, y sabes que necesito la pasta, así que
no me hace gracia que remolonees como lo haces, como comprenderás…
-Esto
ya era antes de la cama. Llevas raro varios días.
Parpadeé.
-Sí,
bueno, pero si me acabo de cagar en tu madre es porque no me estás ayudando,
tío, sino que me estás retrasando un huevo. Así que si no quieres hacer nada,
por mí perfecto, pero al menos apártate para no estorbarme.
Jordan
se quedó allí plantado, sin decir nada. Lentamente, se agachó y me ayudó a
meter la tabla en su lugar, y la sostuvo allí mientras yo volvía a colocar los
tornillos que se le habían saltado, asegurándome de que no se movían esta vez.
-Entonces
todo bien con Sabrae-volvió a insistir-, ¿no? Quiero decir, no tenéis ningún
tipo de problema, ni… ni lleváis tiempo sin… ¿el sexo con ella bien?
Clavé
los ojos en él, y mi mirada debió de ser tan impactante que Jordan incluso
reculó. No podía creerme lo que me estaba preguntando. ¿De verdad me estaba
diciendo que si disfrutaba del sexo con Sabrae? Literalmente los únicos
momentos en que yo me sentía bien, yo mismo de nuevo, era cuando me hacía pajas
pensando en ella, o incluso intercambiando nudes.
Que pensara que Sabrae no era
capaz de satisfacerme era de puto chiste, sobre todo porque ella sería capaz de
levantármela incluso si estuviera muerto.
-Eh…
follamos que te cagas, y follamos todo lo que yo necesito. Que, por cierto, no
sé cuánto te piensas que es, pero no soy ningún tipo de adicto, ni nada por el
estilo, ¿sabes? Además, ¿qué te piensas? ¿Que me pongo de mala hostia porque n
puedo estar una semana sin follar con Sabrae? Deberías hacértelo mirar si te
pasa a ti, Jordan.
Él se
quedó allí arrodillado, expectante. No dije nada más, y al cabo de unos
instantes, al darse cuenta de que mi silencio iba a prolongarse todo lo que él
quisiera, comentó:
-¿Ves
como estás raro? En cualquier otro momento me habrías metido la pullita de “ah,
no, Jordan, que tú llevas 17 años sin follar, porque eres un puto virgen”.
Ahora, sin embargo…
-Ahora,
sin embargo, me estáis tocando todos tanto los cojones que literalmente
prefiero no decirte nada para ver si tú te callas también, pero ya veo que ni
por esas voy a tener tanta suerte.
¿Me
estaba pasando? Sí. ¿Lo sabía? Sí. ¿Me sentía mal por ello? Mal, no: como una
puta mierda. ¿Podía parar? No. Igual que tampoco puedes parar de comer o de
rascarte, una vez que empiezas a ser tóxico, es imposible volver atrás.
Suerte
que tenía unos amigos que no me los merecía, y que Jordan, una vez terminamos
el turno y nos quitamos el uniforme, se acercó a mí, con la bolsa que nos
habían dado el año pasado a la espalda, y me preguntó:
-¿Quieres
ir a comer unas hamburguesas?
-No
tengo pasta.
-Invito
yo.
-Eso
me gustaría verlo-respondí, porque si hay algo a lo que no puedo renunciar y
que Jordan puede darme, es comida. La otra cosa a la que yo no podía resistirme
eran las mujeres, y eso estaba un pelín fuera del alcance de Jordan.
Di
buena cuenta del menú que me había pedido (con chilli cheese bites incluidos, a los que les hice una foto que le
envié a Sabrae), disfrutando de las calorías entrando en mi cuerpo y
preguntándome qué diría Sergei si me veía poniéndome como un cerdo esa semana
precisamente, cuando aún no había pisado el gimnasio. Jordan comía despacio,
observándome, y cuando saqué el móvil para enviarle la foto de las bolitas de
queso a Sabrae, se permitió esbozar una sonrisa y soltar un suave suspiro.
-¿Qué?-pregunté,
pero no en el tono arisco de esos días, sino con la suavidad de siempre. Puede
que incluso hubiera recuperado el tono vacilón que me caracterizaba, pero eso
era una ilusión creada por el kétchup.
-Nada.
Me alegra saber que no me estabas mintiendo cuando me dijiste que Sabrae y tú
estáis bien.
-Es
que lo estamos. No sé por qué todos os empeñáis en decir que estoy raro.
Simplemente no tengo nada que decir. Al menos, nada más interesante de lo que
tenéis que decir vosotros, así que…-me encogí de hombros, y Jordan siguió
comiendo, sin recoger el guante que yo con tanto esmero le había lanzado. Deseé
que me insistiera para tener una excusa para desahogarme, pero Jordan, como
todos los demás, estaba harto de mi dramatismo.
-Yo
sólo te lo digo para que te acuerdes de que me preocupo por ti. Te conozco, y
sé que algo no va bien, pero, Al… no puedes seguir encerrándote en ti mismo
para siempre. En algún momento tendrás que decirnos qué te pasa. No digo que
tenga que ser ahora-atajó cuando abrí la boca, y yo la volví a cerrar-. Cuando
estés preparado, pero… antes me lo contabas todo. Y echo de menos eso.
-Antes,
¿de qué?
-Antes
de Sabrae-respondió, jugueteando con un trozo de pepinillo, y a mí se me cayó
el alma a los pies.
-¿Qué?
-Eso.
Que antes podía saber lo que te pasaba por la cabeza con sólo mirarte, y ahora…
nada. Es como si fueras un libro cerrado con un candado en el lomo para que
nadie más que ella pueda leerte. Que oye, no lo estoy criticando, pero… no sé.
En momentos como éste echo de menos cuando simplemente llamabas a mi puerta con
una caja de cervezas debajo del brazo y me invitabas a echar unas partidas a la
consola.
-Espera,
Jor, ¿me estás diciendo que… me echas de menos? Pero si estoy aquí, delante de
ti.
-Sí,
ya, a ver, eso ya lo veo. Pero no sé, tío. Llevas unos días muy raro, y yo no
sé qué pensar. No sé si es algo que hayamos hecho nosotros, que estás estresado
por los trabajos, o… qué. Pero la cosa está en que antes ni siquiera necesitaba
adivinarlo, porque con mirarte bastaba, pero ahora te comportas como un puto
rompecabezas. Y nos tienes preocupados.
-No
es nada.
-Eso
dices siempre, que nunca es nada, pero luego te dan ataques de ansiedad como el
de cuando… bueno, ya sabes cuándo-me miró con ojos de corderito degollado y yo dejé
la hamburguesa a medio comer sobre la bandeja, intentando apartar de mi mente
la imagen de Tommy inconsciente en el comedor de su casa-. Y a ti nunca antes
te había dado ningún ataque de ansiedad. Y luego está lo de ir a ver a Aaron,
y… no sé, tío. Estás como… inestable, por así decirlo. Y me da miedo lo a
oscuras que me siento, ¿sabes? Porque no tengo ni idea de si esto tiene que ver
con algo de antes o es una cosa nueva. Y quiero ayudarte, de veras que sí, Al.
Pero si tú no me dejas…
-Es
una cosa nueva-susurré para mi sorpresa, clavando los ojos en la hamburguesa.
Jordan abrió los ojos como platos.
-¿Cómo
dices?
-Que
lo que me pasa es una cosa nueva. No tiene nada que ver con mis ataques de
ansiedad ni con lo de Aaron. Es algo diferente.
Jordan
se desmoronó en la silla. Se frotó la cara y asintió despacio con la cabeza
después de exhalar un largo suspiro.
-Lo
sabía. Sabía que te pasaba algo.
-Sí,
pero no es contigo. Jor, venga. Si fuera contigo, me plantaría en la puerta de
tu casa y te lo diría. Vives enfrente de mí, ¿recuerdas? Tampoco es que tenga
que atravesar Londres-me encogí de hombros.
-¿Y
se puede saber qué es?
-Es
una gilipollez. Se me pasará.
-Alec-inclinó
la cabeza a un lado, y yo chasqueé la lengua.
-Va
en serio, tío. No tienes que preocuparte.
-Sí
que me preocupo. Cada vez que te cierras en banda me preocupo,
¡joder!-protestó, dándole un manotazo a la bandeja y haciendo que un par de
patatas brincaran sobre su bolsa. Me lo quedé mirando.
-Eh,
tío. La comida no te ha hecho nada. Pídeles perdón a mis patatas.
-No
pienso pedirles perdón a las puñeteras patatas.
-Da
gracias de que ya me haya comido los bites,
o de lo contrario, como les hicieras algo, te tragarías la silla-comenté,
mojando una patata en un lago de kétchup. Jordan se me quedó mirando, de brazos
cruzados.
-No
te vas a escaquear de la conversación como has hecho esta tarde con las
gemelas, ¿sabes? Ni siquiera puedes huir al baño: yo puedo ir detrás.
-No
me escaqueo de la conversación, simplemente busco justicia para las patatas,
que no pueden defenderse solas. ¿Tan malo es?
-Prométeme
que no es grave.
-No
puedo hablar en nombre de las patatas, Jordan.
-Gilipollas,
lo de las puñeteras patatas no. Lo tuyo. Lo que sea que te pase.
-Ah.
No, no es grave, tranquilo.
-Prométemelo.
-¡Te
digo que no es grave!
-¡Y
yo que me lo prometas!
Me lo
quedé mirando. Me pasé la lengua por las muelas y negué con la cabeza. Jordan,
por su parte, entrecerró los ojos.
-Estás cabreado con alguien, ¿verdad?
-Ya
no quiero jugar a esto-bufé, cogiendo la hamburguesa, tirando de un trozo de
lechuga suelto para metérmelo en la boca y rumiándolo como una vaca. Dejé de
masticar en cuanto Jordan atacó de nuevo:
-¿Ese
alguien son dos personas?-como no contesté, sino que me quedé quieto como un
conejo ante el peligro, valorando si le merece la pena romper el equilibrio del
paisaje echando a correr, y revelando así de manera definitiva su posición,
Jordan esbozó una sonrisa-. ¿Esas dos personas son Scott y Tommy?
-¿Qué
te hace pensar eso?-pregunté, mordiendo otro trozo de hamburguesa. Jordan
amplió su sonrisa y enarcó una ceja.
-Bueno,
resulta evidente. Cada vez que hacen un examen, no dejas de mirarlos como si se
hubieran cargado a tu madre. Y cuando hablan, tú te esfuerzas en no poner los
ojos en blanco, coges lo primero que encuentras a tu alcance, y te entretienes
jugueteando con ello hasta que se callan.
-Si
tan cantoso soy, ¿por qué ellos no se han dado cuenta aún?
-Sí
que se la han dado. Se la ha dado todo el mundo, hasta los profesores, Al. A lo
que estamos esperando todos es a que nos digas qué te pasa con ellos.
-Es
una gilipollez.
-No,
si te molesta. Y deberías decirlo.
-Puede,
pero no lo voy a hacer.
-¿Por
qué?
-¡Porque
DUELE, Jordan!-ladré, y varias personas de nuestro alrededor se quedaron
mirándome. Jordan pestañeó, expectante-. Porque duele lo que pienso, y más me
duele pensar que no tengo que pensar así, pero… sé que está mal. Pero no puedo
evitarlo. Y si lo digo en voz alta, le doy todavía más fuerza, ¿entiendes?
Se
tomó un instante de vacilación, sólo uno. Y después, asintió con la cabeza.
-Sí.
Yo estoy más o menos igual.
Esta
vez, quien parpadeó en un mar de confusión fui yo.
-Ah,
¿sí? ¿Tú también estás…? Pues o yo estoy ciego, o lo disimulas cojonudamente.
-No,
no con Scott y Tommy. Lo mío es con otra persona. Con Zoe-explicó, y se
revolvió en el asiento, incómodo.
-¿Con
Zoe? ¿Qué te pasa con ella?
-Nada,
tío. No sé. A veces pienso que son rayadas mías, pero… creo que me pillé por
ella más de lo que ella se pilló por mí. Me estoy arrastrando como si no
tuviera ni un ápice de orgullo, y ella sigue viviendo su vida, ¿sabes?
-Pues
haz tú lo mismo. Vive tú la tuya, y que se joda.
-¿Y
por qué no haces tú lo mismo con Scott y Tommy?-preguntó, y yo me reí, cínico.
-Porque
la situación no es comparable, Jor. Además… no es lo mismo. Tú estás pillado
por Zoe; Tommy y Scott son mis amigos, punto. No hay nada raro detrás de mi
cabreo.
-¿Seguro?
-Mira,
tío, no estoy preparado para hablar de eso, ¿vale? Me da miedo que, al abrir la
boca yo, todo salte por los aires. Y quiero que estemos todos tranquilos en el
poco tiempo que les queda con nosotros.
Jordan
entrecerró los ojos de nuevo.
-Vale,
quieres tranquilidad, y lo acepto, pero tampoco tienes por qué ser un mártir.
Las cosas pueden hablarse tranquilamente; estoy seguro de que Tommy y Scott
tendrán una actitud abierta en el momento en que tú decidas…
-Ahí
está la cosa-le interrumpí-. Tommy y Scott no se van a poner como fieras, pero
yo sí. Y no quiero eso. Quiero que estemos todos unidos, hasta el final.
-Y
eso te honra, macho, pero, ¿a qué precio?
-Al
que sea, Jor-murmuré, abstraído-. Al que sea.
Supongo
que con esa conversación Jordan se dio por satisfecho: sabía que cuando no
quería hablar de un tema, no había manera de que me arrancaran ni media
palabra, y ya había hecho bastantes progresos a lo largo de la cena como para
cubrir mi cuota diaria de sinceridad.
Con
lo que yo no contaba era con que mi medidor de sinceridad era diferente
dependiendo de con quién me encontrara, algo que, pensado en frío, resulta
evidente: no hablaba lo mismo con Karlie o Max que con Bey y Jordan.
Y él
sabía que había alguien que podría descargarme completamente el veneno del
cuerpo, dejándome vacío para que el éter volviera a mí. Curiosamente, su
capacidad de carga no tenía nada que ver con su estatura: mientras Jordan
pasaba del metro ochenta, ese alguien especial ni siquiera llegaba al metro
sesenta.
Supongo
que, dado que Jordan tenía el número de Sabrae, era más que evidente que le había
pedido que interviniera para sonsacarme lo que me pasaba, o incluso conseguir
que hablara con Scott y Tommy, pero yo estaba tan abstraído en mi mundo que ni
siquiera la vi venir hasta que no la tuve en la cama, abrazándome por detrás
después de hacerlo como conejos.
A la
mañana siguiente de mi sesión de terapia con Jordan y la colaboración especial
de las hamburguesas, Sabrae se acercó trotando a mí en el instituto. Llevaba el
pelo recogido como siempre en una coleta, y mi mal humor matutino, patrocinado
por sus dos hermanos, uno adoptivo y el otro casi, se disipó en cuanto la vi.
Me había salido de clase para que me diera un poco el aire (y dejar de escuchar
la perorata de Scott y Tommy), así que tuve una vista perfecta del momento en
que Sabrae giró la esquina del pasillo de mi clase y bajó las escaleras, con
sus trenzas brincando y su falda cubriéndole las piernas, dos dedos de piel de
chocolate visible por encima de las rodillas con el roce de la tela.
-¡Buenos
días, sol!-canturreó, abrazándose a su carpeta y dándome un beso en los labios.
-Cuánta
energía por la mañana-comenté, metiéndome las manos en los bolsillos. Sus
amigas desfilaron delante de nosotros, acompañando al resto de la clase en
dirección al laboratorio.
-Estoy
contenta. ¡Hoy me dan la paga!-festejó, esbozando una sonrisa radiante.
-Ajá,
¿y le vas a dar al erario público lo que le corresponde? Es importante pagar
impuestos.
-Vaya-Sabrae
arqueó una ceja, divertida-. No sabía que conocieras esa palabra,
“erario”-aplaudió, impresionada.
-No
me subestimes, bombón. Sé decir “hacienda” en varios idiomas, entre ellos el
japonés.
-¿De
veras?-parecía genuinamente impresionada-. ¿Cómo es?
-Huchita colectiva.
Sabrae se echó a reír y negó
con la cabeza. Miró al interior de clase y sonrió.
-T,
¡acaba de darme clase tu padre!
-¿De
veras? Te pido perdón-se rió mi amigo, y algo dentro de mí se desconectó.
Sabrae intercambió un par de palabras con Tommy y le enseñó la lengua a Scott mientras
yo me distraía mirando por la ventana, intentando controlar mi mal genio.
Pensaba que había venido a saludarme a mí, no a toda la clase.
-Bueno,
tengo que irme ya-comentó, y se apartó una trenza del hombro-. Oye, ¿te apetece
que vayamos al cine esta tarde? Te tengo un poco descuidado.
-Es
verdad-espeté, pero Sabrae no se tomó eso como un ataque-. Pero no, lo siento
tengo que currar. Ya sabes… doble turno, por lo de Barcelona y eso. Quiero
ahorrar.
-Oh,
respecto a eso, he activado alertas por si salen vuelos más baratos. Podríamos
cambiarlos y ahorrarnos algunas libras, que nunca está de más-se encogió de
hombros-. Y respecto a lo otro…-ronroneó, cogiéndome de la camisa y tirando de
mí hacia ella-. No tenemos por qué gastar dinero. Podemos hacer un plan casero,
los dos juntos. Si quieres, podemos leer un libro. He empezado uno que seguro
que te gusta…
-Sabrae,
ya te dije que no estoy interesado en libros-solté, lacerante-. Si leí el otro
es porque quería saber cómo acababa.
Sabrae
se quedó a cuadros, mirándome. Abrió la boca para decir algo, pero la cerró casi
al momento. Eres un gilipollas, Alec.
-Ya,
bueno. Yo sólo lo sugería... pero supongo que tampoco es tan buen plan-comentó,
desilusionada-. Tengo que irme a clase. Luego te veo.
Se
giró para marcharse, pero algo dentro de mí, una energía buena y coherente, se
despertó. Las voces en mi cabeza que me susurraban que si la quería era porque
era mi puente para seguir en mi grupo de amigos se callaron cuando le cogí la
mano.
-Espera.
Espera-susurré, más bajo, y Sabrae tragó saliva-. Yo… lo siento, bombón. Es que…
no sé qué me pasa últimamente. Estoy de mala uva todo el rato. He sido súper
borde.
-No
pasa nada. Yo también me pongo un poco pesada cuando… bueno, es que me apetecía
hacer algo contigo. Pero si cuando llegues a casa estás cansado, no importa.
Encima que trabajas como un esclavo, yo no debería hacerte tirar el dinero o
sugerirte planes que sé que no te apetecen.
-Ahora
que lo dices… lo del cine me vendría bien para desconectar. ¿Hay algo que
quieras ver?-cedí, acariciándole la mejilla. Qué guapa es. Es tan guapa que mirarla duele. Y, a la vez, su belleza
es terapéutica.
-¿Y
qué te parece si vemos una peli en casa?-sugirió, mi princesita de la
diplomacia. Siempre encontraba algo que nos atrajera a ambos por igual-. Así
ahorramos. Siempre que me dan la paga, estoy con la mano muy suelta y termino
tirando el dinero. Por el mismo dinero por el que vamos al cine, nos montamos
una buena sesión casera, ¿no crees?
-Bueno,
en el cine no hay palomitas con queso…-medité, y a Sabrae se le iluminó la
cara. Le encantaban las palomitas con
queso.
-¡Genial!
Podríamos coger unos paquetes, ¡e incluso hacer sándwiches!-exclamó,
entusiasmada, levantando las manos como una niña pequeña a la que le anuncian
que va a visitar Disneyland. Me incliné y le di un beso en la mejilla que
destilaba dos cosas: amor, y agradecimiento. Amor, por razones, obvias; y
agradecimiento, por la poca toxicidad que había en mi interior entonces mismo.
Si yo era un elemento radiactivo, Sabrae era el plomo que se aseguraba de que
no se transmitiera por el espacio, destruyéndolo todo a su paso-. ¿Tenemos
plan?
-Tenemos
plan-sentencié-. Te paso a recoger después de trabajar, ¿vale? Cuando salga te
pego un toque para que estés lista.
-Me
parece perfecto. Yo me ocupo de los sándwiches, ¿vale?
-No tenemos
plan, Sabrae, tenemos un planazo.
Ella
sonrió, se puso de puntillas para darme un sonoro beso en los labios, y echó a
correr en dirección al laboratorio. Se giró para saludarme con la mano un
instante antes de cerrar la puerta, dejándome solo con mis penas y mi
nostalgia. Echaba de menos la sensación de ingravidez que siempre me invadía
cuando la tenía cerca, y más ahora que me dolían los huesos de tanto odiar.
Por
suerte para mí, la expectativa de pasar un rato a solas con ella esa tarde hizo
que mi humor mejorara considerablemente. Incluso me reí de un chiste que hizo
Scott, algo que ninguno de mis amigos creía posible, y les hizo tener
esperanzas en mi recuperación.
Pero
es que… como para no recuperarse viendo a Sabrae abrirme la puerta con una
blusa blanca, el pelo suelto y los labios pintados de un rojo pasión que
incluso me hizo daño. No llevaba más maquillaje que su pintalabios, pero me
guiñó el ojo con unas pestañas larguísimas que bien podrían competir con
espadas de esgrima. Se subió con habilidad detrás de mí en la moto, y eso que
no había vuelto a llevarla desde nuestro paseo desde Camden, creo, y se pegó
bien a mí, asegurándose de que no se caía.
Cuando
se quitó el casco, me costó no abalanzarme sobre ella, porque lo hizo de una
forma que no sé si es que era demasiado sexy como para que yo no reaccionara, o
que ya de por sí tenía las hormonas revolucionadas. Se sacó la cabeza del casco
despacio, y después, con ella inclinada hacia atrás, agitó la melena para que
sus rizos volvieran a su lugar habitual.
No me
extrañaba ser incapaz de estar enfadado cuando estaba cerca de ella. Todo el
mundo parecía mil veces mejor en su compañía.
-¿Qué?-rió,
mirándome, dejando el casco que utilizaba mi hermana sobre la moto. La rodeé de
dos zancadas, porque nos habíamos bajado por sitios diferentes, y tomé a Sabrae
de la cintura para darle un lento pero apasionado beso. Ella se echó a reír de
nuevo en mis labios-. Al, ¿estás bien?
-Es
sólo que… me alegro muchísimo de verte, nena.
-Me
viste por la mañana-me recordó, jugueteando con mi pelo.
-Tú
ya me entiendes.
Sabrae
sonrió, asintió despacio con la cabeza, se puso de puntillas para devolverme el
piquito, y se dejó conducir hacia el interior de mi casa. Mi madre la recibió
con los brazos abiertos, plenamente consciente de que mi humor había mejorado
visiblemente gracias a su compañía, y nos dejó a nuestro aire mientras
preparábamos las palomitas y Sabrae terminaba de tostar los sándwiches, para
que así estuvieran calientes y más crujientes. Cuando le enseñé la cajita de
bombones de Mozart que había cogido en la pastelería de Pauline, se puso a dar
saltos de alegría. Reconoció enseguida la bolsa, y mientras las palomitas
estallaban en el microondas, me preguntó por ella. Pauline seguía bien, como
siempre, y lo mejor de todo era que no me había dado el coñazo con que parecía
distinto, seguramente porque no había estado el tiempo suficiente con ella como
para que notara mi cambio de humor.
Por
cierto, Sabrae no había hecho hasta entonces ninguna observación al respecto de
lo irascible que me encontraba, así que yo pensaba que, cuando ella estaba
cerca de mí, no se me notaba en absoluto lo que pasaba en mi interior. Lo de
Scott y Tommy era un huracán que me sacudía arriba y abajo, como si fuera una
pobre bandera a merced del viento, pero Sabrae era el ojo, justo en el centro,
dándome paz entre la guerra.
Supongo
que por eso quería saltar sobre ella igual que un gato sobre un ratón ocupado
en roer su queso. Realmente tampoco había muchas respuestas posibles a la
pregunta que terminó haciéndome, sentada con las piernas estiradas en mi cama.
-¿Qué
te apetece ver?-fue la susodicha pregunta. Tenía el mando de la tele de mi
habitación sobre las piernas cruzadas, pero a mí no me interesaba una mierda
nada que pudiéramos hacer y que requiriera del dichoso aparato.
-A
ti, desnuda, encima de mí-fue mi respuesta, y Sabrae se echó a reír. Ya no se
rió tanto cuando, elegida una película a lo que creo que fue azar, yo me
incliné y empecé a besarle el cuello, poniendo el suficiente interés en usar
mis dientes como para que ella captara que no había sacado la lengua a pasear
en vano, sino que realmente decía en serio lo de que quería sexo.
¿Por
qué no? Es decir, ¿qué mal podía hacernos? A mí me apetecía, desde luego, y a
ella también. Que yo no estuviera al cien por cien con mis amigos no
significaba que no pudiera estarlo con ella, y era evidente que ella disfrutaba
con el contacto. Cada vez que nuestros dedos se habían rozado en el bol de las
palomitas con queso, ella había sonreído y había acercado la mano un poco más
hacia la mía, alargando el contacto y de paso invitándome a que le tomara la
delantera. Así lo hice. Me incliné y comencé a besarle el cuello, después la
oreja, luego de nuevo el cuello, y al final, antes de darme cuenta, le había
desabrochado la blusa, llevaba el sujetador blanco al aire, y le estaba dando
placer con los dedos mientras ella movía las caderas en círculos, siguiendo el
movimiento de mi mano en sus bragas.
Sabrae
empezó a jadear, y prefería mil veces escuchar sus jadeos a las voces en mi
cabeza llamándome mezquino, ruin, traidor… en fin, un montón de cosas súper
agradables, de todo menos guapo, que me invitaban a pensar que la estaba
utilizando. Que era un puente para lo que yo realmente quería, y por eso ella
no había aceptado pasar al siguiente nivel conmigo: porque, en el fondo, sabía
que era medio y no fin.
Le
quité los pantalones a Sabrae y ella me ayudó a arrancarme el polo de trabajo,
que ni siquiera me había molestado en quitarme. Una parte de mí llevaba
sabiendo que echaríamos un polvo esa tarde desde que la había invitado a mi
casa, así que, ¿por qué molestarme en cambiarme de ropa? Lo que importa de un
regalo no es el envoltorio, sino el interior. Estaba seguro de que la gente a
la que le llevaba los paquetes se alegraba más abriendo la caja marrón con el
logo de Amazon que cuando yo les entregaba el paquete (por mucho que varias
chicas hubieran terminado echando un polvo con el repartidor, y no con su
regalo).
Me desabroché
los pantalones, y me los bajé lo justo para poder sacarme la polla de los
calzoncillos. Cuando lo hice, Sabrae se relamió.
Y si
ya me gustó que se relamiera, imagínate lo que me pasó cuando la clavé en su
coño y ella dejó escapar un jadeo. Decir que me la follé como un semental sería
quedarse corto; después de varios empellones, Sabrae me terminó quitando los
pantalones con las piernas, rodeándome con ellas y empujándome para ponerse
encima de mí. Sus caderas igualaron la violencia de las mías, y pronto
estábamos haciéndolo como animales en celo, sin importarnos el ruido ni la
presencia de otras personas en la casa. Sabrae me cabalgó, yo la embestí, la poseí y
ella me utilizó, rodando varias veces en la cama para hacernos con el dominio
del polvo en un minuto, y perderlo en detrimento del otro al siguiente.
Pocas
veces había echado un polvo tan salvaje, y desde luego, menos aún con ella.
Aquella manera de follar era más típica de Chrissy y yo, que nos volvíamos
caóticos, casi destructivos, cuando nos metíamos en la cama.
Cuando
terminé y obligué a Sabrae a tener su segundo orgasmo, me di cuenta de a qué se
debía aquella violencia: provenía de mi interior. De la misma manera que una
nube es incapaz de guardar durante mucho tiempo los rayos que alberga, yo tenía
que exteriorizar toda aquella rabia de alguna forma, y un polvo bestial era la
manera más sana. No tenía a mano ningún saco de boxeo, así que me desquitaría
con el sexo.
Miré
a Sabrae, que jadeaba sobre la cama, intentando recuperar el aliento. Tenía la
respiración más acelerada que nunca, y pensar que puede que me hubiera pasado
con ella, que al fin y al cabo era más pequeñita que Chrissy, me angustió cien
veces más de lo que podía angustiarme pensar que el tiempo con mis amigos se
terminaba.
Ya conocía
esa ansiedad que me estaba dominando, y la manera más rápida de atajarla era
con un cigarro.
-¿Te
importa que fume?-pregunté, inclinándome hacia la mesilla de noche. Sabrae me
miró.
-Estás
en tu habitación-me recordó.
-Nuestra habitación-puntualicé yo,
encendiendo el cigarro y dándole una apurada calda, más propia de un asmático
que echa mano por fin de su inhalador que
de un fumador. Dejé que la nicotina se diluyera en mi torrente sanguíneo e
intenté concentrarme en la sensación que el sexo había dejado aún en mí. Las endorfinas,
que se diluían a marchas forzadas; la respiración acelerada (aunque puede que fuera
por la ansiedad); el pelo revuelto, la piel brillante por el sudor.
No me
merecía nada, absolutamente nada. Había utilizado a Sabrae igual que estaba
utilizando África: para huir de mis problemas, como una evasión, cuando deberían
ser prioridades en sí mismas. Joder, no pensaba que Scott y Tommy pudieran
tener tanto poder sobre mí, pero no quería verme solo, así que recurría a la
hermana del primero y el continente vecino para escapar de mis demonios. Sabrae es un medio, Sabrae es un medio, Sabrae
es un medio. No la quieres, no la quieres, no la quieres. Es una ilusión, es
una ilusión, es una ilusión. Eres un fraude, eres un fraude, eres un fraude.
Callaos, por favor, CALLAOS.
Sabrae
me rodeó con los brazos, activando todas las alarmas. Me puse rígido nada más
me tocó, porque yo no me merecía que me tocara.
-Me
ha gustado mucho.
-A mí
también-porque estoy enfermo, porque no
te merezco, porque soy un puto animal, y como un puto animal me comporto: no
sólo follo como uno, sino que soy incapaz de resistirme a mis impulsos más
primarios.
-¿Vas
a estar callado todo el rato, o me vas a contar por fin qué te pasa?-preguntó
con dulzura, acariciándome el bíceps con el pulgar. Me volví lo justo para
mirarla, entendiendo por fin qué era lo que me embargaba: remordimientos.
-He
vuelto a resolver mis idas de olla emocionales follando, ¿verdad?-comenté como
si no fuera algo gravísimo, como si no tuviera apenas importancia, como si la
situación fuera divertida. Sabrae esbozó una suave sonrisa comprensiva.
-Me
gusta que lo hagas conmigo-confesó, dándome un beso en el hombro, con las manos
aún entrelazadas en mi cintura-. ¿Hablamos?
-No
es nada-respondí, mirando la televisión sin verla, oyéndola sin escucharla. Sabrae
jugueteó con mechones de mi pelo, me acarició los hombros, y después, siguió
surcos de ácido en mi espalda. Las yemas de sus dedos me resquemaban, como si
estuvieran al rojo vivo.
-Vaya
cómo te he dejado la espalda. ¿Te duele?
-Eso es
que el polvo que acabamos de echar ha sido bestial.
-A mí
también me gusta cuando me duele un poco. Creo que un poco de dolor de vez en
cuando no está mal, ¿mm?
-Amén,
hermana.
-Pero
el físico, claro está. Como las agujetas por un entrenamiento intenso, o las
molestias por un polvo increíble. El emocional, en cambio…-sacudió la cabeza a
mi espalda, y sus rizos me acariciaron los músculos.
-¿Qué
intentas, nena?
-Cumplir
nuestras promesas. Nos prometimos que no dejaríamos que nada se interpusiera
entre nosotros, ni siquiera nosotros mismos, ¿recuerdas, sol?-Sabrae se asomó
por mi hombro y me hizo volver la cara para mirarla. Les habló a mis ojos a una
distancia de milímetros de mis labios-. No te metas entre nosotros, Al. Sé sincero.
Yo ya sé lo que te pasa. Lo que necesito es que lo digas tú, para poder luchar
contra ello los dos juntos, como llevamos haciendo desde la primera vez que nos
vimos de verdad.
No podía
mentirle. A ella, no. Había siete mil millones de personas en el mundo, a todas
ellas les podía mentir en mayor o menor medida, con más o menos facilidad. Pero
Sabrae… Sabrae era la excepción que confirmaba la regla. Y por eso me la había
encontrado: porque el mundo, sin sinceridad, no es nada.
-No
quiero que tu hermano y Tommy se vayan.
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me muero de pena con este capítulo y con mi Alec, me parte el corazoncito porque me parece totalmente entendible que tenga celos de que no tiren de el también de esa forma y de que por otro lado no quiera que dos de sus mejores amigos se vayan.e ha dado mucha ternura también Jordan y que sienta que ahora Alec solo se abre con Sabrae, ojalá comience a entender de una vez que puede ser vulnerable con toda la gente que le quiere ��
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